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Camino Regio Del Amor
Camino Regio Del Amor
Camino Regio Del Amor
(Contraportada)
En estas profundas, hermosas y aun
literarias pginas, pretende el insigne Prelado
mejicano hacer algunas muy acertadas reflexiones
para poner en nuestra vida espiritual y en lo
profundo de nuestras almas, un slo fundamento de
amor, que nos ayude a fundar nuestros deseos de
santidad y caminar por este sendero, sin temor de
errar, si acudimos al gua principal de l, el Espritu
Divino.
Seala en estos captulos las diversas etapas
de la vida espiritual, en el camino por donde se
llega a la plenitud del amor, lo que constituye la
santidad y la felicidad verdadera del alma,
El fruto que desea sacar el autor para los
lectores de esta obra, es un estmulo para trabajar
con mayor ahnco en la propia santificacin. Un
conocimiento ms profundo del espritu de la Cruz
de modo que entendamos qu a propsito es tal
ideal para alcanzar la santidad y por fin un gran
anhelo de trabajar en el camino hacia la misma.
Y para no desalentarse ante tan duro trabajo
como supone el camino para alcanzar la santidad
propone otros tres medios: una fuerza, la
Eucarista; un modelo, la Virgen Mara, y un Gua,
el Espritu Santo. (Revista Christus)
LUIS M. MARTNEZ
ARZOBISPO PRIMADO DE MEXICO
EL CAMINO REGIO
DEL AMOR
1961
Nihil obstat:
Don ANTONIO MUOZ.
Censor.
Reimprimatur:
JOS MARA,
Obispo Aux. y Vicario Gral.
Madrid, noviembre 1961
NDICE
Proemio...............................................................................................6
Amor y felicidad..................................................................................7
Amor y consuelo...............................................................................14
Amor y fecundidad............................................................................21
Amor y desprendimiento...................................................................26
Concluye el mismo asunto................................................................34
Amor y humildad...............................................................................42
Amor y pobreza.................................................................................50
Amor y pureza...................................................................................54
Amor y pureza de corazn.................................................................60
Amor y obediencia............................................................................66
Concluye el mismo asunto................................................................71
Amor y sacrificio...............................................................................77
Amor y oracin..................................................................................85
Prosigue el mismo asunto..................................................................93
Concluye el mismo asunto................................................................99
Amor y vida de oracin...................................................................106
Amor y espritu de la cruz en la va purgativa.................................113
Amor y va iluminativa....................................................................119
Concluye el mismo asunto..............................................................124
Amor y oracin en la va iluminativa..............................................129
Concluye el mismo asunto..............................................................135
Amor y cruz en la va iluminativa...................................................142
Amor y va unitiva...........................................................................146
Amor y unin transformante...........................................................151
Amor y misin del alma transformada............................................156
Amor y caracteres del espritu de la cruz........................................161
Amor y dolor en la unin transformante.........................................167
Amor y fecundidad del alma transformada.....................................175
Eplogo............................................................................................181
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PROEMIO
CAPTULO PRIMERO
AMOR Y FELICIDAD
Praef. Nativitate.
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amor nos estaba cuidando con solicitud y rodeando de ternura y preparando nuestro porvenir!...
Muy temprano se nos mostr, habl a nuestro corazn y nos llam a
su intimidad... Aun cuando no hayamos podido entonces quiz comprender
plenamente su lenguaje, nos dimos cuenta de que Jess peda nuestro
amor, peda nuestro corazn, quera que nos entregramos a l... Ese
llamamiento de Dios a una vida de virtud y de piedad trajo consigo un
cortejo de gracias incontables... Quin puede contar las gracias que ha
recibido de la mano munificente de Nuestro Seor?
Ah, s! Jess nos ha amado de una manera infinita, como Dios!
Jess nos ha amado como el Padre le am a l! Jess nos ha enriquecido
con toda clase de bendiciones celestiales!
No es ste un nuevo motivo para que le amemos? Y no es ste un
nuevo motivo para que comprendamos que podemos en la tierra y en el
cielo ser felices simplemente con Jess? Amarle, y ser por l amados,
amar al Infinito, y ser infinitamente amados por el Infinito. Ah est
nuestra felicidad. No hay otra.
En la tierra no podemos poseer de una manera plena y perfecta a
Jess; por eso no podemos tener aqu en la tierra la plena felicidad. Para
poseer a Dios plenamente, slo despus de la muerte.
Aqu, en la tierra, lo ms que se llega a poseer a Dios es en esas
uniones inefables que, segn San Juan de la Cruz, a vida eterna saben. Es
una percepcin inmediata de Dios, pero de una manera negativa y en
medio de sombras. Y, sin embargo, es de tal manera suficiente para robar
el corazn, que quien ha sentido esos toques divinos ya no puede estar
tranquilo en la tierra: empieza a sentir el martirio del deseo, porque ha
vislumbrado la belleza de Dios...
***
En consecuencia, es preciso amarle, es necesario que confirmemos la
resolucin que toda nuestra vida hemos tenido de amar a Nuestro Seor;
de tal manera, que ese amor sea el nico amor de nuestras almas,
excluyndolo todo; que sea el nico amor, el amor pleno y total de nuestro
corazn. Ah encontraremos la felicidad.
Con razn dice monseor Gay que cuando llegamos a comprender
que el camino de la felicidad y el camino de la santidad son un mismo
camino, entonces comenzamos a ser santos.
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CAPTULO II
Amor y consuelo
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un corazn que sufre con nuestro corazn, la carga se divide, porque entre
los dos corazones la llevan.
De manera que el nico que consuela en este mundo es el amor.
Y de una manera especial tratndose de Nuestro Seor Jesucristo,
qu puede consolarle, sino el amor?
No nos damos cuenta de esa avidez de amor que existe en el Corazn
santsimo de Jess. Cuando en la cruz pronunci aquella palabra, ya
prximo a morir: Tengo sed! (Jn 19, 28), se refera, sin duda, a la sed
material que estaba sufriendo su cuerpo; pero muchos intrpretes as lo
entienden: Yo tengo sed de amor, tengo sed de corazones, tengo sed de
almas!
Lo nico que le puede satisfacer a Nuestro Seor, y, por consiguiente,
lo nico que le puede consolar, es nuestro amor.
Cuando hace veinte siglos estaba Jess en la tierra y llevaba en su
Corazn amarguras inefables, cuando puso Dios en l las iniquidades de
todos nosotros, cuando sinti todos nuestros dolores, cuando su Corazn se
desgarraba, ah!, sin duda que el nico consuelo era pensar en la multitud
de almas que en el transcurso de los siglos le haban de amar. l sinti, por
decirlo as, las dulces caricias de amor de esas almas.
Y tengamos por cierto que de una manera especial le llenaban de
consuelo las almas de la cruz, las almas que por su vocacin y por los
designios de l haban de ser oficialmente sus consoladoras.
Pero lo que consuela a Jess es el amor. No precisamente nuestras
obras, no precisamente nuestros sacrificios, sino el amor; si las obras y los
sacrificios le sirven de consuelo, es porque esas obras y porque esos
sacrificios van impregnados de amor, porque son emanaciones del amor.
No necesito insistir mucho en esto, porque para comprenderlo nos
basta consultar nuestro propio corazn; cuando sufrimos, qu nos ha
consolado? nicamente el amor.
Lo que Jess pide de nosotros es el consuelo de nuestro amor.
Por consiguiente, si le amamos, le podemos consolar.
Podemos venir a hacer oracin, a adorar al Santsimo; podemos estar
arrodillados durante horas y recitar oraciones muy hermosas... Si no
amamos a Jess, Jess no se consuela. Y si llevamos en nuestro corazn el
amor, aun cuando hagamos cualquier cosa vamos!, hasta dormirnos en
el reclinatorio consolamos a Jess, porque l ve lo profundo del corazn
y descubre all el amor que le hace olvidar sus dolores.
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Porque, en verdad, el amor de Jess tiene todos los matices, todos los
sabores. Es como el man del desierto que, segn dice la Escritura,
contena todos los sabores, y todo deleite, y toda suavidad; a cada quien, el
man le saba conforme a sus deseos, conforme a sus gustos e inclinaciones. As, el amor de Jess tiene todos los sabores.
Lo podemos ver en los santos: Para Francisco de Ass, el amor es
desprendimiento; para Francisco Javier, el amor es celo y actividad
apostlica; para Teresa de Jess, el amor es contemplacin; para Santa
Teresa de Lisieux, el amor es pequeez dulcsima, confianza ilimitada...
El amor tiene todos los sabores...
Y ms an, aqu, en el mundo, hay muchos afectos, cada uno con su
matiz especial. De manera que el que quiera llenar su corazn con afectos
del mundo, lo llena con fragmentos: por una parte, siente el amor filial, y
por otra, el amor paternal, y por otra la amistad...; son fragmentos.
Yo siempre he pensado que este mundo est hecho, si se me permite
la expresin familiar, de pedacera4, en todos los rdenes. Vamos,
simplemente repasemos todo lo que tiene que ponerse uno para vestirse...
Y los afectos de aqu abajo fragmentariamente llenan el corazn.
El amor de Jess no es as; el amor de Jess tiene todos los matices.
All tenemos padre, y madre, y amigo, e hijo..., todo lo que queramos. Es
un puro amor, pero riqusimo: si contiene todos los matices! Y porque es
riqusimo y porque contiene todos los matices, satisface las inclinaciones
de cada corazn y tiene todos los sabores.
***
El que no ama no puede tener el espritu de la cruz.
Por eso tenemos este motivo especial para buscar el amor de Jess;
slo as le podemos dar lo que l necesita de nosotros, slo as le podemos
consolar.
En estas pginas examinaremos los distintos caracteres que tiene el
amor en las almas de la cruz.
Y, desde luego, podemos decir que es un amor desinteresado, que se
olvida de s mismo para pensar en el Amado y consolarle; un amor tierno
como el amor maternal; un amor solcito, que quiere cubrir a Jess de
ternura y arrancar las espinas que laceran su Corazn; un amor abnegado
que no tiembla ante el sacrificio y ante el dolor...
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Fragmentos, piezas...
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CAPTULO III
AMOR Y FECUNDIDAD
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CAPTULO IV
AMOR Y DESPRENDIMIENTO
segn las distintas almas porque, como dijo muy bien San Juan de la
Cruz, apenas si hay un alma que en la mitad de su camino se parezca a
otra, as tambin esos mismos caminos reciben distintas modalidades,
segn la vocacin especial de las almas que los recorren.
Los caminos del amor que son los mismos caminos de la
perfeccin, porque la perfeccin es el amor en toda su plenitud,
Jesucristo nos los marc de una manera precisa y clara. Conocemos este
pasaje bellsimo del santo Evangelio. Un da, en las riberas del Tiberiades,
un joven se acerc a Jesucristo, y le dijo: Maestro bueno, qu debo hacer
para poseer la vida eterna? Si quieres ir a la vida, guarda los
mandamientos. Cules? Y Jess le enumer los principales
mandamientos de la ley. El joven le contest: Todos estos mandamientos
los he guardado desde mi adolescencia. Entonces Jess le mir con amor,
y le dijo: Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes, y dalo a
los pobres; y ven, sgueme. Por cierto que el joven, a pesar de la mirada
dulcsima de amor que le dirigi Jess, no se atrevi a hacer el gran
sacrificio de dejarlo todo: era rico... Y se alej tristemente de Jess.
Nuestro Seor nos dijo aqu, de una manera precisa, lo que se
necesita para alcanzar la perfeccin.
El que busca la perfeccin se supone que ha guardado los
mandamientos y que tiene la vida cristiana en su forma ordinaria. Pero
para buscar la perfeccin, eso no basta. El joven aqul haba guardado
todos los mandamientos desde su adolescencia; pero Jess le convida a la
perfeccin, y le convida, no slo con su palabra, sino con una mirada de
amor.
Todas las almas llamadas a la perfeccin reciben esa dulce mirada de
Jess. Y no es una mirada fugaz, porque los dones de Dios son sin
arrepentimiento; cuando Dios mira a un alma con amor, la sigue mirando
siempre; si el alma quiere, la sigue mirando eternamente...
Pero, adems, Jess nos seala con exactitud los caminos de la
perfeccin, que son los caminos del amor: Si quieres ser perfecto, anda,
vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres; y ven, sgueme.
Estn aqu marcados los tres elementos esenciales de la perfeccin:
un despojo, una atraccin de Jess que lleva a la unin, una
transformacin en Jess, que hace que las almas sigan haciendo la obra de
Jess.
El despojo lo expresa Jess: Anda, vende todo lo que tienes, y dalo a
los pobres.
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desprendimiento que no piense alcanzar la perfeccin, que busque otra empresa, porque para alcanzar la perfeccin es indispensable el
desprendimiento.
Y un desprendimiento total. As, vosotros, si no renunciis a todas
las cosas que poseis, no podis ser mis discpulos.
Tengo para m que aqu est el gran escollo de la mayor parte o de
muchsimas almas, por lo menos; aqu est lo que hace que muchas almas
se detengan: aparentemente son muy animosas, tienen vivos deseos de
perfeccin y de amor, hacen muchas cosas notables, y, sin embargo, no
adelantan, o adelantan con muchsima lentitud... Qu les falta? No les
falta: les sobra. Es que tienen algo a que se apegan, consciente o
inconscientemente. Porque es comunsimo que nosotros mismos nos
engaemos respecto de nuestro propio corazn.
Para alcanzar la perfeccin se necesita, pues, un despojo absoluto,
una soledad plena en el alma.
En una estrofa de San Juan de la Cruz nos expresa el santo cmo el
amor pone el alma en soledad:
En soledad viva,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la gua a solas su querido,
tambin en soledad de amor herido.
Es la primera etapa del amor, poner al alma en soledad, despojarla de
todo. Porque el amor de Dios es exclusivo, increblemente exclusivo.
Nuestro Seor no quiere sino un corazn vaco.
***
No quiere esto decir que el que ame a Dios no pueda amar otra cosa.
No, al contrario: el que ama a Dios es el que tiene el corazn ms rico de
afectos.
Tenemos el ejemplo de San Francisco de Ass: el santo no slo
amaba a su prjimo, no slo abrazaba a los leprosos, sino que amaba a
todas las criaturas: a la hermana agua, y al hermano sol, y al hermano
fuego; senta la fraternidad con todas las criaturas; pudiramos decir que
en su corazn llevaba todo el universo.
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As, el que ama a Dios puede amar todo, pero en Dios y por Dios.
Los afectos de los santos no son sino expansin y prolongacin del amor
de Dios; fuera de ese amor no cabe otro en su corazn.
Para exponer esta doctrina puede servir esta comparacin: cuando le
ofrecemos a Nuestro Seor nuestro corazn y le decimos: Seor, ven y
establece en mi corazn tu morada; aun cuando sea pobre, T puedes
convertirla en un palacio para que vivas all; Nuestro Seor dice: S,
pero djamelo vaco. Seor, pero no podramos dejar en la buhardilla
algunos inquilinos que no te estorban? Nuestro Seor no tolera eso: para
que l pueda entrar, necesitan salir todos. Despus, l introducir por su
cuenta todos los que quiera. Pero l, s; nosotros, no.
Esto es algo verdaderamente fundamental en la vida espiritual.
Tenemos que despojar nuestro corazn de todo afecto que no sea el de
Dios. El amor de Jess es exclusivo. Increblemente exclusivo.
Y lo expresa el Evangelio en la frmula que emplea para hablarnos
del amor de Dios: Amars al Seor tu Dios con todo tu corazn, con toda
tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. Qu derroche de
adjetivos! Todo el corazn, toda el alma, toda la mente...! Por tanto, si hemos de amarlo con todo el corazn, con toda el alma, y con todas las
fuerzas, qu nos queda para otro afecto?
Eso no quiere decir, vuelvo a repetirlo, que el corazn del justo deba
ser un corazn seco y rido; no, es un corazn henchido de amor, pero
todos sus afectos son una prolongacin del amor de Dios. El amor de Dios
santifica, eleva y diviniza todos los afectos.
Pero es indispensable ese despojo completo. Y all est lo difcil:
despojarnos.
Aun cuando estamos dispuestos a ese despojo, nos cuesta trabajo,
porque no se pierde sin dolor lo que con amor se ha posedo, dice un
Santo Padre.
Tenemos ciertos apegos, consciente o inconscientemente, que nos es
muy difcil destruir.
Recordemos lo que se cuenta de una nia: en un colegio enseaban a
las nias a decir una oracin muy hermosa: Seor, te entrego todo lo que
tengo y todo lo que soy. Aquella nia era demasiado sincera para decir lo
que no senta. Y entonces repeta todo lo que decan sus compaeras, pero
con una cortapisa en voz baja: Seor, te entrego todo lo que tengo y todo
lo que soy..., menos mi conejito...
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Por muy dichosa debe tenerse el alma que no tiene algn conejito del
cual no se quiera desprender. Casi siempre tenemos algo. Unas veces lo
conocemos claramente, otras lo vislumbramos nada ms, pero tenemos
algo..., y mientras no entreguemos el ltimo conejito no es posible que
encontremos a Nuestro Seor y que hallemos la plenitud del amor.
Por eso deca que este despojo es arduo.
***
En el fondo, todos esos apegos que tenemos a las distintas criaturas
significa un grande apego a nosotros mismos; porque si nos apegamos a
las criaturas es porque nos amamos a nosotros mismos. De tal suerte que
todos los apegos suponen un mal que es el grande, el nico enemigo del
amor: el egosmo.
Amamos a nosotros, buscarnos a nosotros, all est el gran obstculo
para el amor.
Y es natural: el egosmo es todo lo contrario del amor. El egosmo es,
en cierto sentido, el nico enemigo del amor. Porque todos esos factores no
son sino distintas formas de egosmo. Se aman las comodidades, porque se
ama uno a s mismo; se ama al buen nombre, el prestigio, el honor, porque
se ama uno a s mismo; se aman las cosas exteriores, porque nos
proporcionan bienestar, por nosotros mismos.
Por eso dijo bien San Agustn: Dos amores fundaron dos amores: la
ciudad del mundo, que est edificada sobre el amor de nosotros mismos
llevado hasta el desprecio de Dios, y la ciudad de Dios, que est edificada
sobre el amor de Dios llevado hasta el desprecio de nosotros mismos.
Es la tremenda alternativa: amar a Dios o amar a nosotros mismos;
caridad o egosmo.
Se comprende que no pueda llenar la caridad nuestro corazn y
nuestra vida, sino hasta que desaparezca el egosmo.
Por eso fray Margil de Jess, escribiendo a la superiora de las
carmelitas de Guadalajara, le expresaba una doctrina magnfica, en el
estilo propio de aquella poca: Para llegar a la unin con Dios es
indispensable matar a Don Yo, que es el peor bandido qu se conoce.
No cabe duda: quien quiera llegar al amor necesita despojarse
totalmente.
***
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CAPTULO V
CONCLUYE EL MISMO ASUNTO
Mara realizar ese despojo primera etapa en los senderos del amor
se necesita, desde luego, un grande conocimiento de nosotros mismos
para saber lo que tenemos que arrojar de nuestro corazn.
A veces, la cosa es obvia; sabemos perfectamente que tenemos apego
a tal o cual cosa; no se necesita reflexin ninguna para comprenderlo. Pero
otras veces nuestros afectos estn muy escondidos y muy disfrazados; necesitamos entonces de la luz de Dios y de grande reflexin nuestra para
encontrar en dnde estn los obstculos que se oponen a nuestra
santificacin.
Por eso debemos estar siempre vigilantes, debemos examinar
cuidadosamente nuestra alma y entrar dentro de nosotros mismos para
descubrir nuestros apegos y defectos, que, como vimos, estn entre s
ntimamente relacionados.
Pero es necesario tener en cuenta que no siempre es uno slo el
afecto que nos impide ir a Dios. Frecuentsimamente tenemos muchos
apegos, aun cuando no todos tienen la misma importancia.
De ordinario, hay siempre como un apego fundamental, que es el
gran obstculo para nuestra santificacin. Pero, aparte de se, hay otros
muchos apegos que tienen distinta importancia. De manera que podemos
tener como una especie de jerarqua de afectos en nuestro corazn, que es
necesario conocerlos bien, y en cuanto es posible, determinar la
importancia de cada uno.
Quiz se me dir: Pero para todos estos estudios se necesita ser un
psiclogo consumado. Sin duda, un psiclogo puede adelantar muchsimo
en este trabajo; pero, afortunadamente, tenemos la luz de Dios y su gracia,
que suple todas las psicologas.
***
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Adems, cada da, con los triunfos que vamos alcanzando sobre
nuestros defectos, la voluntad se va fortificando y debilitando los defectos,
y as podemos ms fcilmente destruirlos.
Y no slo hay que tomar defecto por defecto, sino que muchas veces
hasta un mismo defecto, cuando se manifiesta de muchas maneras, cuando
es algo que vive, por decirlo as, de nuestra vida, conviene todava
dividirlo, de tal suerte, que no se tome el defecto en globo, sino que
vayamos combatiendo una por una sus distintas manifestaciones.
Ejemplo de estos defectos prolficos es la soberbia; la soberbia tiene
mil manifestaciones: vanidad, orgullo, susceptibilidad, timidez, etc.
De manera que quien tiene varias de estas manifestaciones, sera
preferible que tomara una por una; eso es ms prctico.
***
Despus viene este problema: por dnde comenzar?
Cuando tenemos muchas cosas que hacer, nos encontramos
frecuentemente con este problema, y aun solemos decir: No s por dnde
empezar. Es difcil, en efecto.
Y tratndose de este trabajo de que estoy hablando, es ms difcil
saber por dnde empezar.
Voy a dar algunas reglas que pueden servir para resolver esa
dificultad.
Desde luego, hay ciertos defectos que pueden ser molestos o
mortificantes para el prjimo. Y, por regla general, 'hay que comenzar por
stos. Porque no solamente al atacarlos me libro de ellos, sino tambin
libro de las molestias y de los perjuicios a las personas que me rodean. Y
esto vale, sobre todo, tratndose de personas que viven en comunidad: hay
ciertos defectos que perjudican a los dems. Por stos hay que comenzar.
Supongamos que no hay esta clase de defectos: entonces, por dnde
se comienza?
Como deca hace poco, por el lder, por aquel defecto que es como
principal, que es como jefe y que corresponde al afecto ms hondo y ms
intenso que llevamos en nuestro corazn.
La Escritura nos refiere que el rey de Siria, cuando estaba luchando
contra el rey de Israel, les dijo a sus soldados: No peleis contra el grande
ni contra el pequeo, sino contra el rey de Israel. A la cabeza! Es una de
las reglas de la tctica militar ir a la cabeza.
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ms cuanto... Aqu saldra bien una fbrica de tal cosa o un edificio de tal
material... Un sacerdote dir: Aqu estaba bueno para dar una misin,
est muy amplio, muy a propsito. Y as cada cual, segn sus gustos, sus
inclinaciones y su mentalidad, va juzgando de las cosas...
Lo mismo pasa con nuestros defectos: segn el defecto dominante,
cambia el criterio.
De tal manera que, por ejemplo, el que tiene por defecto la soberbia,
en todo anda pensando, aunque inconscientemente: Cmo quedar?
Bien o mal? Alabado o censurado?
Y el que le da por las comodidades, inmediatamente se pone a
calcular: Esto est muy incmodo.
Y lo mismo pasa tratndose de cualquier otro defecto.
Por la manera de juzgar, y, sobre todo, por esos juicios espontneos,
antes de que podamos encauzar nuestra actividad y nuestro pensamiento,
se revela con facilidad nuestro defecto dominante.
Hay otra regla muy segura, y es sta: aquel defecto que constituye
algo principal en nosotros es de ordinario el que nos cuesta ms trabajo
quitar.
Si, por ejemplo, hay un alma que tiene como afecto principal el
afecto a s misma por la soberbia, puede hacer cualquier otro sacrificio,
menos se. Que te vas para tal poblacin. A donde Dios quiera. Que
cambiars de ocupacin. Lo que la obediencia ordene. Que tienes que
mortificarte. Con mucho gusto. Que tienes que recibir una pequea
humillacin... Ah es donde duele! Acepta esa humillacin; pero por
dentro le duele mucho. Es un indicio de que ah est el defecto dominante.
No vemos que hasta el mdico, cuando est auscultando a un
enfermo, si llega a tocar la parte donde est el mal, el enfermo dice ay!, y
el mdico se orienta: ah le duele, ah est el mal?
As nos podemos auscultar: Si me pasara esto?... Con la gracia de
Dios lo sufrir. Si me pasara aquello otro?... Perfectamente Que aquella
otra cosa?... Ah me duele! Luego ah est el defecto dominante.
Pero, sobre todo, para descubrirlo se necesita la luz y la gracia de
Dios. Nuestro Seor nunca deja de decirle a un alma lo que de ella pide. Y
es natural, sobre todo cuando se practican con toda buena voluntad los
Ejercicios espirituales, siempre Nuestro Seor da a conocer cul es la
principal cosa que debemos hacer.
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CAPTULO VI
AMOR Y HUMILDAD
bastara para que alcanzara el perdn de sus pecados y para que renovara
su alma.
Es algo verdaderamente fundamental en la vida espiritual la
humildad.
***
Y hasta me atrevo a decir al parecer irrespetuosamente, pero, en
realidad, para hacer resaltar algo que es muy importante en la vida
espiritual que el lado flaco de Dios es la humildad. Esto es, que cuando
Nuestro Seor ve un alma humilde cambia, se transforma, como que se
deja dominar por aquella alma.
Ejemplo: tenemos un pecador que ha cometido toda clase de
crmenes, sobre el que se cierne la justicia de Dios de manera terrible. Si
aquel pecador hace un verdadero acto de humildad, se transforma todo: la
justicia se trueca en misericordia, cambia enteramente la situacin de ese
pecador. La humildad de un alma hace cambiar a Dios.
No puede Nuestro Seor, por decirlo as es tambin una manera
hiperblica de hablar, no puede resistir a un alma humilde. Porque la
humildad lo atrae. Casi dira la humildad como que lo engaa.
Recordamos lo que nos ensea la Santsima Virgen en su precioso
cntico Magnficat? Dice que la llamarn feliz todas las generaciones,
porque ha hecho cosas grandes y maravillosas el que es Omnipotente y
cuyo nombre es santo; pero al darnos la razn de esto, dice: Porque mir
la humildad de su sierva. Por eso la llamarn feliz todas las generaciones,
porque mir la humildad de su sierva. La Virgen nos descubre el secreto,
nos da a entender que Dios vio en Ella la humildad, y que entonces
derram toda la opulencia de sus gracias y de sus dones sobre Ella.
Gran cosa es la humildad, verdadero fundamento en la vida
espiritual, atractivo poderossimo para Nuestro Seor.
Muchas veces pensamos: Cmo atraer yo a Jess? Cmo le dar
gusto?
Y hay almas que, en el orden espiritual, les pasa lo que a esas
personas que entienden poco de elegancia y que quieren suplir lo que les
falta con multitud de perifollos, creyendo que la elegancia consiste en
ponerse muchas cosas.
He llamado a ese defecto cursilera espiritual. Y he descubierto que
el patrono de ella es el fariseo aquel del Evangelio, que deca: Seor, yo te
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doy gracias porque no soy como los dems hombres: yo ayuno dos veces
por semana, yo pago diezmos, yo hago, yo torno... El fariseo quera quedar
bien con Dios, presentndole sus mritos, sin comprender que a Dios no se
le atrae con eso. Este hombre no saba lo que vale la humildad.
En cambio, el publicano deca: Seor, s propicio a este pecador! Y
el publicano qued justificado.
Lo que le atrae a Nuestro Seor es la humildad; esa pequeez, esa
sencillez propia de la humildad le roba el corazn.
***
El mismo Jess nos dio con su ejemplo preciosas lecciones de
humildad. Se puede decir que toda su vida es una cadena maravillosa de
actos de esta virtud.
Desde luego, ya el misterio de la Encarnacin es un prodigio sublime
de humildad.
San Pablo, para expresar ese anonadamiento del Verbo de Dios al
tomar nuestra carne, dice: Exinanivit semetipsum (Filip 2, 7). Se anonad
a s mismo.
Naci de la manera ms humilde que poda nacer: en un pesebre.
Hasta los ms pobres nacen en una cabaa estrecha, pobre, pero morada de
hombres. Nuestro Seor fue a nacer en la morada de las bestias.
De nio lo persigue Herodes, y l se salva de la persecucin como
nos salvamos los dbiles: huyendo y escondindonos. De cuntas maneras
hubiera podido l salvarse! Pero quiso hacerlo de la manera ms humilde.
Los treinta primeros aos de su vida los pasa en un ocultamiento, en
un silencio desconcertante.
Nosotros, cuando tenemos una cualidad o creemos tenerla, qu bien
la lucimos! Quisiramos que todos se dieran cuenta de ella!
Nuestro Seor, que tena maravillas que lucir, todo lo escondi. Qu
ejemplo admirable de humildad esos treinta aos de vida oculta en
Nazaret!
Y pienso que uno de los motivos principales que tuvo para estar
treinta aos escondido en Nazaret fue se: ensear al mundo lo que es la
humildad y el ocultamiento, porque es una de las grandes lecciones que el
mundo necesita.
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CAPTULO VII
AMOR Y POBREZA
los propios pecados, como una humillacin que prcticamente nos ensea
a ser humildes, como un medio de asemejarnos y de imitar a Jess pobre.
La pobreza real es una escuela de humildad, porque es una fuente de
humillaciones; as como para el rico son todos los honores, as para el
pobre son todos los desprecios. Por eso el orgullo es ms propio de los
ricos; sin embargo, tambin hay pobres soberbios, y quiz sta sea la ms
repugnante de las soberbias, porque es la ms reconcentrada, la ms
rencorosa, la que est saturada de envidias y de odios y suele estallar en
venganzas.
Que el pobre acepte la pobreza con todas sus consecuencias; por
consiguiente, el verse pospuesto, despreciado, en el ltimo lugar...
Pero la pobreza aceptada as es fuente de paz, porque nada le turba a
quien nada desea; es fuente de dicha ntima, porque entonces Jess se
convierte en el tesoro del pobre...
***
Tambin los ricos pueden y deben practicar la pobreza de espritu,
para lo cual han de desprender su corazn de los bienes de la tierra y
practicar ampliamente el deber de la limosna, ayudando a sus hermanos
necesitados.
Es un error pensar que la limosna es una obra de supererogacin, no;
es un deber estricto, por lo menos en ciertas circunstancias. La Sagrada
Escritura dice: El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano
padecer necesidades y cierra sus entraas a la compasin, cmo puede
permanecer en l la caridad? (I Jn 3, 17). Y en el da del Juicio, los impos
sern condenados por no haber hecho limosna (Mt 25, 41-42). Por
consiguiente, la limosna por lo menos en ciertas circunstancias tiene
que obligar gravemente, puesto que nadie se condena sino por un pecado
mortal.
Por eso Su Santidad Po XI ensea (5) que no puede el hombre
disponer con toda libertad de los rditos o ganancias que no son necesarios
para sostener su vida de una manera conveniente y decorosa; antes bien,
tienen los ricos que cumplir con esos bienes el gravsimo precepto de la
limosna y de la beneficencia, como claramente lo ensean la Sagrada
Escritura y los Santos Padres.
54
Por eso hay moralistas que llegan hasta sostener que hay un grave
precepto de emplear una parte notable de los bienes absolutamente
superfluos en limosnas y obras pas. Sea de ello lo que fuere, sera muy
ruin que los favorecidos por la fortuna anduvieran escatimando a Nuestro
Seor los bienes que con tanta abundancia les da. Porque a Dios es a quien
dan cuando dan a los pobres.
En cuanto a los que no son ni propiamente ricos ni estrictamente
pobres, deben tambin tener desprendido su corazn de los bienes de este
mundo, y no envidiar a los que tienen ms y s compadecerse de los que
tienen menos, y ayudarlos cuanto su generosidad se lo inspire.
Cuanto mayor sea el sacrificio que hacen para socorrer a los pobres,
tanto ms grande ser la recompensa con que Dios los premie, no slo en
la otra vida, sino aun en sta.
Y no es ya demasiada recompensa la satisfaccin de hacer tan a
poca costa felices a los dems? (6).
Este captulo fue casi completamente refundido para adaptarlo a todos los fieles
(originalmente estaba dirigido a religiosas). La adaptacin la hizo la Direccin de la
revista La Cruz, debidamente autorizada.
55
CAPTULO VIII
AMOR Y PUREZA
las que han de tener con l mayor intimidad, guarden castidad: los
sacerdotes y las religiosas.
Y en verdad es una virtud bellsima, porque por ella nos asemejamos
a los ngeles, o, ms bien dicho, nos asemejamos a Dios. Algo celestial,
algo divino tiene esa virtud; como que nos levanta ms all de nuestra
pobre naturaleza, nos coloca en una regin superior y le da a nuestra alma
un esplendor y una belleza singulares.
Los simples mortales, aun los desprovistos de criterio sobrenatural,
estiman y aprecian y como que vislumbran la belleza de la castidad. Le
llaman virtud anglica, y realmente lo es, porque las almas castas viven en
la tierra como en el cielo los ngeles de Dios. Ms an: la castidad nos
hace participar de lo divino y nos pone en armona con Jess, que es todo
pureza y que vivi siempre en la tierra rodeado de pureza.
***
Muchas veces hemos afirmado que la pureza es uno de los elementos
del espritu de la cruz; pero cuando esto afirmamos no nos referimos
exclusivamente a la castidad, aunque s, sobre todo, a la castidad.
Voy a explicar mi pensamiento: el espritu de la cruz abarca la pureza
en todas sus formas: la pureza general, negativa y positiva. La pureza
negativa es la carencia de faltas, la ausencia de manchas. Un alma pura es
un alma que no est manchada. La pureza positiva es una participacin de
Dios, es algo divino que llevamos en el alma.
Y eso divino no es otra cosa que la gracia con el cortejo de
virtudes y de dones, que purifica al alma de las manchas del pecado y la
diviniza.
Notemos muy bien que la pureza hace dos cosas: purifica y diviniza.
No solamente produce un efecto negativo, quitando las manchas del
pecado, sino que tambin, y, sobre todo, diviniza, es decir, hermosea,
engrandece y pone algo divino en el alma y en todas las facultades.
Esta pureza general es la pureza propia del espritu de la cruz, es
decir, que estas almas procuran adquirir la pureza en todas sus formas.
Ms an: el espritu de la cruz busca la pureza hasta dentro de cada
virtud: la pureza en la humildad, la pureza en el sacrificio, la pureza en el
amor, porque cada virtud puede ejercitarse con mayor o menor pureza, es
decir, sin mezcla de ningn otro elemento.
57
Las almas de la cruz tienen que alcanzar gracias de pureza para los
dems. Pero para alcanzar esas gracias de pureza es preciso que ellas
mismas sean puras.
Por cualquier aspecto que se considere este espritu nos encontramos
siempre con la pureza, no slo en el sentido especial de la virtud santa de
la castidad.
Debemos, por consiguiente, tener un cuidado exquisito de conservar
y de acrecentar y hacer cada da ms brillante esta virtud anglica.
***
Cmo se logra esto?
Desde luego, el especfico, digamos as, contra todo lo que puede
manchar la pureza, y el especfico que produce la santa pureza es la
Eucarista.
Y es natural, porque se llama a la castidad virtud anglica, y para
ejercitar una virtud anglica hay que mantenerse, hay que nutrirse con un
manjar anglico.
Se pudiera decir en un sentido: Dime lo que comes y te dir quin
eres. El que come manjares celestiales, manjares anglicos, es natural que
tenga algo de anglico y algo de celestial en s mismo. Y la Eucarista es
un manjar anglico, es un manjar divino.
Hasta que la Eucarista fue establecida por Jess, fue cuando vino al
mundo la vida de la virginidad. En el Antiguo Testamento son rarsimas las
almas vrgenes, son una verdadera excepcin. Desde que vino Nuestro
Seor y estableci la Eucarista, las almas vrgenes se han multiplicado de
tal manera, que han llenado el mundo.
A ese Sacramento de la Eucarista se le puede llamar, como, en
efecto, se le ha llamado, el Sacramento de la virginidad, el sacramento de
la pureza.
Para que las almas sean puras deben estar siempre en contacto con
ese divino Sacramento: recibirlo todos los das en comunin y visitarlo con
la mayor frecuencia posible.
En segundo lugar, medio eficacsimo para acrecentar la pureza es el
amor a Jesucristo, Seor Nuestro.
Muchas veces lo que viene a manchar la pureza es el corazn.
Cuando el corazn est lleno del amor de Jess no puede entrar all nada
que manche. Cuando se ama verdaderamente a Jess, se ama la pureza,
59
Pero si hay que huir del escrpulo, hay que buscar la delicadeza. En
toda clase de virtudes debemos ser delicados; pero de una manera especial
en esta virtud. De tal manera, que no por escrpulo, sino por amor a la
pureza y por amor a Jess rechacemos al instante todo lo que, aun de
lejos, pueda opacar un poco de brillo de la virtud esplndida de la castidad
y huyamos de todo lo que pueda oponerse a ella, con gran generosidad y
delicadeza.
Y un auxiliar poderossimo e indispensable de la castidad, que viene
precisamente a producir en las almas esta delicadeza, es la modestia. Es un
auxiliar de la castidad, pero un auxiliar indispensable.
As como los castillos de la Edad Media tenan muchos obstculos
para que no pudiera el enemigo llegar hasta ellos, as tambin, para
proteger la pureza del alma, Nuestro Seor ha querido poner muchas cosas
que la circunden y la defiendan y no permitan llegar hasta ella al enemigo:
el pudor, la guarda de los sentidos, la mortificacin, la modestia...
La modestia de que aqu se trata no es una forma de humildad, como
cuando decimos que una persona es muy modesta, en el sentido de que es
muy humilde, no, sino que la modestia es ese cuidado exquisito que
tenemos con todo lo relativo a nuestro cuerpo, para que no vaya a mancharse ni a manchar nuestra alma.
Llega la modestia hasta modelar, digamos as, nuestras acciones y
nuestro trato con nosotros mismos, aun estando solos. Y ese respeto y ese
cuidado con que miramos nuestro cuerpo es algo utilsimo para conservar
siempre la limpieza de nuestra alma.
Y aun cuando no fuere absolutamente necesario para conservar la
pureza del alma, es algo que pone un tinte de gravedad y de decoro en la
vida cristiana, y, sobre todo, en la vida religiosa.
Debemos tener, por consiguiente, una modestia exquisita, puesto que
ste es el foso que rodea el castillo. Y para que el enemigo no penetre, es
necesario que con grandsima solicitud, sin escrpulo, pero s con
delicadeza, cultivemos siempre la modestia, porque es la garanta de la
castidad. Y la castidad, la pureza, asegura la predileccin de Jess.
61
CAPTULO IX
AMOR Y PUREZA DE CORAZN
Aunque estos afectos en las personas virtuosas no suelen ser pecaminosos sino
imperfectos, claro est que si se dejan desarrollar y crecen, s pueden llegar a ser
causa de pecados y aun de faltas graves.
62
66
De manera que estar con la idea fija de destruir este afecto, y, por
consiguiente, pensando constantemente en l, produce un efecto
contraproducente. Lo mejor es no pensar, lo mejor es no hacer caso.
En segundo lugar, y, sobre todo, para quitar un afecto, hay que
fomentar otro; para quitar esos afectos que pueden ser desordenados hay
que fomentar y acrecentar en nosotros el amor de Jess. Si le amamos,
fcilmente despreciaremos todos los afectos que pueden estorbar la marcha
del amor en nuestra alma.
***
He sealado, pues, este terreno muy propio para quien anda a caza de
apegos: el afecto a tal o cual persona.
Tengamos siempre una grande vigilancia sobre nuestro corazn,
porque el corazn es lo que Jess ama ms que todo: Por encima de todo,
nos pide el corazn; lo quiere todo y lo quiere perfectamente. Y es
necesario que nuestro corazn est siempre puro, siempre limpio, siempre
vaco, porque es la gran ofrenda que le debemos presentar a Jess.
67
CAPTULO X
AMOR Y OBEDIENCIA
69
eso tena que hacer la santa y eso era lo que Dios quera que hiciera. No
era la voluntad antecedente de Dios, pero s la consiguiente. Porque
distinguen los telogos, para acomodarse a nuestra manera de entender
distintas clases de voluntades en Dios. Aun cuando lo que absolutamente
quera era otra cosa, lo que relativamente quera era lo que dijera el confesor.
Siempre Dios quiere lo que dice el superior, aun cuando el superior
se equivocase: en los designios de Dios entra aquella equivocacin, y
haciendo aquello, el superior se puede equivocar, pero el inferior no se
equivoca nunca obedeciendo.
Ahora bien: si el superior es el sacramento de la voluntad de Dios, se
ve la importancia que tiene la obediencia. En realidad, hacer la voluntad de
Dios perfectamente es ser santo. La norma de la santidad es la voluntad de
Dios. Y cuando obedecemos, podemos tener la seguridad plena de que
estamos haciendo la voluntad de Dios.
En realidad, es una ventaja inmensa el vivir bajo obediencia, porque
se tiene andada la mitad del camino: para hacer lo que debemos hacer, para
agradar a Dios, para santificamos, necesitamos dos cosas: conocer la
voluntad de Dios y hacerla.
La primera parte, lo que llamo la mitad del camino, es conocer la
voluntad de Dios, que no es tan difcil conocerla, sobre todo en ciertos
asuntos complicados. Hay ocasiones en que es ms fcil cumplir la
voluntad de Dios que conocerla.
Pero el que vive bajo obediencia tiene recorrida la mitad del camino:
ya sabe con precisin la voluntad de Dios; no le queda ms que hacerla.
Pluguiera a Dios que en todo y por todo estuviramos sujetos a la
obediencia: viviramos en la paz y en la seguridad. Por eso dice la
Escritura: El hombre obediente cantar victoria (Prov 21, 28). Claro! Est
seguro de alcanzar la santidad; no hay seguridad comparable con la que da
la obediencia.
***
La obediencia tiene una importancia especial para las almas vctimas.
Pienso que las almas vctimas no son precisamente las que sufren
mucho. Podrn sufrir mucho, podrn sufrir poco. Un alma vctima es un
alma que est dispuesta a que el Sacerdote-Amor la inmole en la forma
que le plazca.
71
72
CAPTULO XI
CONCLUYE EL MISMO ASUNTO
El superior tiene sus defectos como los tenemos todos en este mundo,
porque fuera de Nuestro Seor Jesucristo y de la Santsima Virgen Mara,
todos, hasta los santos, han tenido defectos y miserias. Tus solus Sanctus
dice la Iglesia, T eres el nico Santo. En ese sentido de no tener
defectos, el nico Santo es Jess, y la Santsima Virgen, que es la copia
exacta de Nuestro Seor. Fuera de ellos, todos tenemos defectos. Y en
especial Nuestro Seor permite que los superiores los tengan para ejercitar
la obediencia de sus sbditos.
No tienen que ver nada los defectos del superior con la obediencia.
Para poder adorar la Eucarista, nos hemos puesto alguna vez a fijamos
cmo est la forma, cmo estn las especies? Esta Hostia est hecha de un
trigo muy moreno, o ste es un pan muy spero, muy corriente, o no est
bien hecha la Hostia. Qu importa que sea de un color o de otro, que est
spera, que est tersa, que est bien hecha o no! Eso no significa nada, ni
quien se fije en eso, porque slo se trata de las especies que ocultan a
Nuestro Seor, es decir, adoramos las especies pero porque encierran a
Jesucristo.
Las cualidades o defectos del superior son como las especies de este
sacramento de la obediencia: lo que ocultan es la autoridad, es algo divino,
es a Dios, que habla por el superior de una manera autntica, para
revelarnos su voluntad.
De manera que para la obediencia nada, absolutamente nada tiene
que ver que el superior sea bueno, o malo, o regular, que tenga este defecto
o aquella cualidad; como no tiene que ver el color y la forma de la Hostia
para que adoremos a Nuestro Seor Jesucristo. Lo mismo adoramos a una
Hostia muy blanca que a una triguea; a una Hostia tersa que a una que no
lo sea; lo mismo adoramos a una Hostia completa que a un fragmento, a
una partcula que tenga una figura cualquiera. Eso no nos importa. Lo que
importa es que all est Jess.
Lo mismo tiene que pasar con el superior: no deben importarnos ni
los defectos ni las cualidades: es Jess? all est Jess?, por el superior,
por su conducto, nos comunica Jess autnticamente su voluntad?
Entonces debemos obedecer.
Y esto mismo nos lleva a la conclusin de que debemos obedecer a
todos los superiores, cualquiera que sea su rango. De tal manera que hay
que obedecer a los superiores mayores, y a los intermedios, y a los
inmediatos, en aquello que puedan mandar, y aun a los que suplen
temporalmente a los superiores.
74
***
Ejemplo de obediencia es San Jos.
Lo poco que nos dice el Santo Evangelio nos da a conocer la
perfeccin con que l obedeci. Fue a Beln por obedecer a la autoridad
civil. El Csar mand que todos fueran a empadronarse al lugar de su
origen. Lo hara por razones de orden, lo hara quiz por motivos de
soberbia, para saber cuntos eran sus sbditos. No importa! San Jos
obedece y va a cumplir aquella orden. Si no hubiera obedecido, le hubiera
descompuesto a Dios sus designios: estaba profetizado que haba de nacer
Jess en Beln.
Y creo que entonces, lo mismo que ahora, no faltaban maneras de
eludir las leyes. Pero las dieron? A obedecer!...
Despus del nacimiento de Jess, un ngel va en medio de la noche y
le dice: Toma al Nio y a la Madre y vete a Egipto. Y l tom al Nio y a
la Madre y se fue a Egipto. Cualquiera otro se hubiera puesto a discutir
con el ngel: Pero, ngel de Dios!, cmo voy a hacer ese camino tan
difcil? Es largusimo!, y muy penoso!, y no tengo recursos!, y mi
esposa est delicada! Que Dios no podra de alguna otra manera proteger
la vida del Nio?
Pero no hace la menor objecin, sino que sencillamente va a cumplir
con la voluntad de Dios.
As se debe obedecer.
Claro, no est prohibido que en alguna ocasin, sobre todo cuando el
superior ignora algn detalle, se lo digamos respetuosamente, pero nada
ms: no querer sacudir el yugo, sino solamente darle al superior algn dato
que convenga que conozca.
***
Hay que obedecer no solamente aceptando con el corazn, con la
voluntad, lo que se manda, sino tambin sujetando su juicio al juicio del
superior.
Esta es una de las cosas ms finas y ms perfectas de la obediencia,
de lo ms difcil que hay: sujetar el juicio.
Porque cuntas veces, aun cuando no se diga as, pero en el fondo
equivale a decir: Yo obedezco porque el superior me lo manda y lo acepto
todo, pero no estoy de acuerdo con esta disposicin; deba haber mandado
76
ella; si nos pidiera algo, estoy seguro de que habra una diligencia
extraordinaria para llevar inmediatamente lo que deseaba Nuestro Seor.
Nadie se atrevera a decirle: Si, Seor, ya voy a hacerlo, y dejara pasar
las horas sin hacerlo. No! El gusto de servirle y de hacer su voluntad hara
que todo se hiciera con suma rapidez.
Pues bien: lo mismo da que Nuestro Seor se aparezca y nos pida
una cosa, a que el superior nos la ordene; tan es una como otra la voluntad
de Dios. Y en cierto sentido, prefiero al superior, porque en esas
apariciones todava me quedara duda: Ser? No ser? Mientras que
del superior no me quedara duda que es Jess. De manera que lo que el
superior me diga, eso es autnticamente algo que me pide Jess. Lo que
me diga una aparicin, tal vez sea, pero... tal vez sea una alucinacin.
Imaginmonos lo que sera esta vida si todos obedecieran con
perfeccin. No solamente progresaran todos en la santidad, porque todos
cumpliran la voluntad de Dios, sino que este mundo sera como un
trasunto del cielo.
Nuestro Seor nos revela que cuando se cumple en la tierra la
voluntad de Dios, la tierra se parece al cielo: Hgase tu voluntad, as en la
tierra como en el cielo. All, en el cielo, se cumple en todo y por todo la
voluntad de Dios; si en la tierra se cumple as la voluntad divina, la tierra
es un cielo, un trasunto del cielo. Y no solamente es un trasunto del cielo,
porque se hace aqu lo que se hace all, sino porque cumpliendo en todo y
por todo la voluntad de Dios, las almas disfrutan de una paz y de una
tranquilidad que verdaderamente nos hacen pensar en el cielo.
78
CAPTULO XII
AMOR Y SACRIFICIO
80
Desde otro punto de vista, los sacrificios que no buscamos, sino que Dios nos
manda, tienen la ventaja de que se adaptan mejor a las necesidades de nuestra alma
que Dios conoce mejor que nosotros y que en ellos no puede entrar la voluntad
propia, (NOTA DEL EDITOR.)
84
86
CAPTULO XIII
AMOR Y ORACIN
divino. Las nicas virtudes que van directamente a Dios son estas tres: la
fe, la esperanza y la caridad.
Por eso estas tres virtudes son las virtudes de la oracin y de la vida
interior. No digo que son exclusivas de ella; estn en las alturas, y sirven
para todo; pero son las que principalmente se utilizan en la oracin y en la
vida interior, porque son las virtudes del trato ntimo con Dios.
***
Y, en verdad, por estas tres virtudes nos ponemos en contacto con
Dios.
La fe nos hace descubrirlo en medio de las sombras, y de manera
certera, infalible, aunque siempre oscura.
La esperanza nos da la seguridad de que podemos un da poseerlo y
de que contamos con todo lo que sea necesario para llegar a esa divina
posesin.
La caridad no solamente nos asegura la posesin divina, como la
esperanza, sino que nos la da; ser una posesin imperfecta, como es todo
lo de la tierra, pero de hecho nos une con Dios. Todo el que tiene la
caridad, tiene a Dios en su corazn.
Estas virtudes son altsimas, son los dones ms preciosos que hemos
recibido de Dios. Los mismos dones del Espritu Santo son inferiores a
estas tres virtudes. Es lo ms grande que se puede tener en la tierra.
Y por ellas tenemos la sustancia de las cosas que esperamos, segn
la bellsima expresin del apstol San Pablo; nos ponemos en contacto con
Dios y tratamos con l.
La fe el fundamento positivo de la vida espiritual, como ensea
Santo Toms, porque es la que nos pone en contacto con lo divino, la fe,
por ejemplo, nos da la seguridad de que all, en el sagrario, est Jess. Y
nos da una seguridad ms grande que si Jess se nos apareciera, porque las
apariciones tienen sus dificultades ser?, no ser? . Y luego que las
apariciones no son sino imgenes sobrenaturales de la persona que se
aparece, pero no la persona misma. Las apariciones personales, por lo
menos, son rarsimas; la aparicin no es ms que una imagen hecha
sobrenaturalmente por un ngel, por ejemplo.
Mientras que en la Sagrada Eucarista no hay dificultades, ni
distinciones, ni discusiones: aqu est Jess. Podemos tener la plena
seguridad.
91
95
CAPTULO XIV
PROSIGUE EL MISMO ASUNTO
101
CAPTULO XV
CONCLUYE EL MISMO ASUNTO
109
CAPTULO XVI
AMOR Y VIDA DE ORACIN
De manera que esa oracin constante, esa oracin de todas las horas,
de todos los minutos, eso de convertir en oracin todas las obras del da, al
mismo tiempo que es una exigencia del amor, es tambin un medio
utilsimo para alcanzar rpidamente la perfeccin.
***
Pero cmo se realiza?
Suelen emplearse distintos medios.
Uno de ellos consiste en sembrar todo el da, por decirlo as, de
jaculatorias, de comuniones espirituales, de actos de amor, etc., como si se
quisieran disputar los momentos a la vida activa.
Naturalmente, esto es muy bueno y muy til, pero no resuelve
plenamente el problema; se le podran quitar muchos minutos a la vida
activa, pero no se llegara a las veinticuatro horas, porque hay cosas que es
imposible quitar. Si le quitramos todo, qu haramos, teniendo que hacer
otras muchas cosas, teniendo ciertas ocupaciones y ciertas atenciones
durante las cuales no es posible que estemos precisamente en
contemplacin?
Por eso me parece que el medio ms eficaz para conseguir este
propsito sin descartar ste que acabo de decir es encontrar la manera
de convertir en trato con Dios, en oracin, en amor, todas las obras del da.
De ordinario, nuestras obras, nuestras ocupaciones son como un
obstculo para la contemplacin y para la unin con Dios. El da que
logrramos hacer de los obstculos medios, avanzaramos rpidamente; el
da que consiguiramos que las ocupaciones, lejos de estorbar nos ayudaran, pronto llegaramos al trato constante con Dios.
Naturalmente, que de una manera lenta, poco a poco, se va
consiguiendo eso; pero s es posible lograr la presencia de Dios, la
atencin amorosa a Dios durante la mayor parte del da.
Cmo?
Siguiendo tres reglas. Yo las expreso en una frmula propia para que
se grabe en la memoria. Hay que hacer todas las cosas por l, con l, en l,
es decir, por Jess, con Jess y en Jess. Haciendo las cosas as, las obras
mismas se convierten en oracin y en trato con Nuestro Seor.
***
111
***
Pero tenemos en la doctrina de la cruz un medio como propio, como
especfico, para realizar este ideal de que toda la vida se convierta en
oracin y en amor. Me refiero a esa oblacin del Verbo encarnado que
debemos hacer al Padre celestial.
Ya estudiaremos a su tiempo cmo esto viene a constituir una especie
de sacerdocio mstico.
Si nos damos cuenta exacta de lo que esto significa y repetimos
nuestros ofrecimientos e impregnamos nuestra vida con el espritu de estas
oblaciones, podemos convertir en amor y en oracin nuestro da e
impregnarnos al mismo tiempo de nuestro propio espritu.
Realmente, esa oblacin es por Jess, con Jess, en Jess. Ofrecemos
por amor a Jess; lo ofrecemos al Padre y nos ofrecemos con l, y nos
ofrecemos unidos con Jess, con el mismo espritu, con la misma intencin
con que l se ofreca constantemente al Padre celestial mientras vivi en
este mundo.
Nos dice San Pablo que desde el primer instante de su vida dijo: He
aqu, Seor, que Yo he venido a cumplir tu voluntad. Y se ofreci: T ya no
quieres los holocaustos ni las vctimas; pero me has adaptado un cuerpo,
y he aqu que vengo. En el principio del libro est escrito que vendr a
hacer tu voluntad.
Y esa voluntad, dice San Pablo, fue la oblacin del Calvario.
De manera que desde el primer momento de su vida, Jess se ofreci
como vctima, se ofreci para sufrir.
Cuando nosotros lo ofrecemos y nos ofrecemos con l, entramos en
las miras del Corazn divino.
Esa es la oblacin en l, y con l, y por l.
Ya dir cmo esta oblacin no solamente significa un medio aptsimo
para fomentar la vida interior y convertir en oracin nuestro da, sino que
tambin sirve para que realicemos los designios amorosos que Dios tiene
respecto de nosotros.
Pero no cabe duda que es un medio eficacsimo para convertir la vida
en oracin.
Debemos ponerlo en prctica con mucho empeo; pero tambin sin
hacernos la ilusin de que vamos, desde luego, a tener una presencia de
Dios constante. Porque muchas veces las almas ingenuamente piensan:
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116
CAPTULO XVII
AMOR Y ESPRITU DE LA CRUZ EN LA VA
PURGATIVA
momento sin morir, porque los dolores de Nuestro Seor slo l puede
sufrirlos.
Pero Nuestro Seor, que nos ama y que conoce nuestra debilidad, nos
mandar lo que podamos y lo que l quiera, segn sus designios. Pero, de
todos modos, lo que suframos, poco o mucho, lo sufriremos con Jess, y
eso le servir de consuelo, porque compartimos, aun cuando sea en una
pequeez, las penas de Jess.
***
Todos los das hay un tiempo que est como destinado para consolar
a Jess: la adoracin al Santsimo. Yo as la juzgo; es el momento en que
oficialmente las almas de la cruz, en nombre de todas, estn consolando a
Jess. Pienso que las adoraciones no son propiamente para el provecho
propio, no, sino para el consuelo de Jess. Claro que consolando a Jess
sacamos muchsimo provecho; pero no es el fin nuestro provecho propio.
En la oracin de la maana, por ejemplo, s: es para buscar nuestra
propia santificacin, y, al mismo tiempo, consolar a Jess. Pero las
adoraciones son especialmente para consolarle, para acompaarle, para
rodearle de ternura. Y sas se pueden hacer y se deben hacer en todas las
etapas de la vida espiritual.
Claro que ms tarde, cuando se llegue a una alta perfeccin, las
adoraciones sern muy perfectas y preciosas. Ahora no sern tanto, pero ya
en parte le damos consuelo al Corazn santsimo de Jess.
Y ms a l, que sabe apreciar tan bien nuestros pobres esfuerzos. No
es como los hombres, que muchas veces no comprenden; apenas, lo que es
muy probable, lo que es muy perfecto... No, Nuestro Seor sabe
comprender los esfuerzos de los dbiles y de los pequeos, y se complace
en ellos.
Por tanto, podemos tambin seguir a Jess en la participacin de sus
ntimos dolores. Claro que no es, digamos as, lo propio de las primeras
etapas de la vida espiritual; participar de una manera plena de la cruz
ntima del Corazn de Jess se queda para las cumbres. Y aun en las
cumbres es una gracia especial de Nuestro Seor.
Pero si no se puede tener esa participacin inefable de la cruz ntima
de Jess, s se puede participar de su sacrificio y de su sacerdocio, por la
oblacin constante que de Jess hagamos al Padre y, con Jess, de nosotros
mismos.
120
porque aunque las gracias que alcanzamos las obtenemos por Nuestro
Seor Jesucristo, l tiene en cuenta tambin nuestros mritos, el grande
amor que hay en nosotros, para atender a nuestras oraciones y a nuestras
splicas, y alcanzar gracias ms copiosas para las almas.
De tal suerte, que en las cumbres de la vida espiritual, las almas, con
la oracin y el sacrificio, pueden obtener muchas gracias para las dems
almas, y, especialmente, para las almas sacerdotales. Pero en todo el
transcurso de la vida espiritual podemos y debemos alcanzar esas gracias
en mayor o menor escala, pero debemos alcanzarlas.
Quiz se podra pensar: Pero ahora, qu gracias voy a alcanzar?
Han de ser unas gracias tan pequeas, que no logren hacer ningn fruto!
Pero las gracias no se pueden llamar pequeas sino relativamente;
cualquiera gracia espiritual es algo precioso, vale ms que el oro y que las
piedras preciosas de la tierra.
Ah!, yo pienso que una de las cosas ms deliciosas que hay en la
tierra y aun en el cielo en el cielo, naturalmente, despus de la felicidad
esencial de aquella morada divina es cooperar a la felicidad y a la
santidad de los dems.
Qu cosa mejor podemos alcanzar con nuestros esfuerzos y con
nuestros sacrificios que llevar a las almas un rayo de luz, una chispa de
amor, un impulso hacia el bien? Qu cosa mejor podramos comprar con
nuestras oraciones y con nuestros sufrimientos que un destello de felicidad, un rayo de consuelo y de luz para los dems? Gracias pequeas y
gracias grandes, es una felicidad para nosotros poderlos alcanzar para las
almas.
Tengo para m que despus de la felicidad eterna en lo que tiene de
esencial, una de las cosas en las que Nuestro Seor Jesucristo ha de gozar
eternamente ha de ser en la satisfaccin divina de que todas las almas
vamos a ser felices por l. Claro, eso es algo divino, que todos los
bienaventurados van a ser eternamente felices por Jess, por sus mritos,
por su sacrificio, por sus humillaciones, por su muerte!... Debe ser una
felicidad inefable!...
Y nosotros, muy en pequeo, pero tambin podemos gozarla; si
logramos cooperar a la salvacin de una sola alma, ya es mucho!
Qu satisfaccin saber, si no ahora, all en la eternidad, que con
nuestros pobres esfuerzos y nuestras oraciones, hemos podido llevar un
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123
CAPTULO XVIII
AMOR Y VA ILUMINATIVA
consolada, hago todas las cosas tan bien hechas y con tanta perfeccin!
Y es cierto, cuando hay consuelos se hacen todas las cosas bien y hasta
parece que las pasiones duermen.
Y la explicacin es sta: cuando hay consuelos, sobre todo consuelos
sensibles, como que se desborda algo de la parte superior del alma hasta la
parte inferior y la transforma.
Lo hemos experimentado cuando sentimos consuelos: hasta la parte
sensible tiene su alimento: la imaginacin, en las escenas del santo
Evangelio que revive, en las imgenes de Nuestro Seor que contempla,
encuentra descanso, y el apetito sensible experimenta verdadero gozo
sensible que le calma y aquieta. De manera que se sosiega el alma,
precisamente porque todas las facultades encuentran en aquel roco que
baja del cielo algo que les satisface.
Pero en el fondo, el alma se busca a si misma; le agrada aquella
situacin. Exactamente dice lo que deca San Pedro en el Tabor: Es bueno
permanecer aqu; hagamos aqu tres moradas. Engolosinado el santo
apstol con aquel relmpago de gloria que acababan de contemplar sus
ojos, sintiendo en el fondo de su alma gozos celestiales, vamos a
quedarnos aqu!, dice.
Y es lo que decimos todos. Pero no comprendemos, como no lo
comprenda San Pedro, lo que decimos; no comprendemos que estamos
tambin en un error: no podemos quedarnos all. Nos falta todava mucho
camino que recorrer. Es indispensable, para poder llegar a la unin con
Dios, que desaparezca por completo el hombre viejo, que se acaben todos
sus apegos, porque aun cuando sean del orden espiritual, siempre le quitan
parte de nuestro corazn a Dios.
Recordemos esta comparacin, muy humana pero muy exacta;
imaginmonos a una prometida a la que su prometido le regalara joyas
riqusimas y vestidos muy elegantes y muchos regalos; y que aqulla se
entusiasmara tanto con los obsequios que ni caso hiciera al prometido, o le
hiciera menos caso. Sin duda que a l no le satisfara aquello. Menos le
puede satisfacer a Nuestro Seor que nuestras almas se entretengan con
sus gracias joyas celestiales, vestiduras magnficas, y que nos
olvidemos de l. Aquellos regalos son para que vayamos a l; pero nuestro corazn inmediatamente quiere establecer su morada all...
Cuando se llega a este punto, comienza la va iluminativa.
***
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Las obras que se hacen bajo el influjo de las virtudes son cosas muy
buenas; pero las que se hacen bajo el influjo del Espritu Santo son algo
perfecto. La norma de las virtudes es la razn iluminada por la luz de la fe.
La norma de los dones es algo divino. La norma es superior, la obra es ms
fina y acabada.
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CAPTULO XIX
CONCLUYE EL MISMO ASUNTO
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CAPTULO XX
AMOR Y ORACIN EN LA VA ILUMINATIVA
Ms tarde, el don de ciencia nos hace ver lo divino que hay en las
criaturas, y entonces se entra en un mundo nuevo.
Pienso que San Francisco de Ass tena muy desarrollado el don de
ciencia, porque tena ese don de ver en todas las criaturas algo divino. Por
eso senta la fraternidad con, ellas, y las llamaba hermanas, porque vea la
huella divina que Dios, el Creador, puso en sus criaturas. Y por eso se
elevaba fcilmente del conocimiento de ellas al conocimiento de Dios.
Y a otra alma que tena tambin muy activo el don de ciencia le
pareca que todas las criaturas le hablaban de Dios, y les deca a las flores:
Callad, callad! No me hablis de mi Dios, porque no puedo soportar, su
amor en el alma!
En efecto, las criaturas nos hablan de Dios. Dice la Escritura que los
cielos cantan la gloria de Dios. Nada ms que no siempre entendemos su
lenguaje. Pero el don de ciencia nos hace percibir muy claramente el
lenguaje de la Naturaleza y nos descubre lo divino que hay en todas las
criaturas.
***
Pero es preciso saber que cada uno de los dones intelectuales, el don
de ciencia, el don de entendimiento y hasta el don de sabidura, producen
en el alma dos estados: uno, de desolacin, y otro, de consuelo y de
dulzura.
Parece increble que una misma realidad divina, un mismo principio
activo, produzca dos estados que parecen opuestos; pero as es.
De tal suerte, que las oraciones que proceden de estos dones pueden
tener estos dos aspectos.
Quin nos haba de decir que estados tan distintos, como la
desolacin y esa otra oracin consoladora y dulcsima que nos eleva y que
nos absorbe, tuvieran el mismo principio!
Nosotros, a primera vista, creeramos que tienen principios distintos.
Que la oracin dulce la produzcan los dones, no nos cuesta trabajo creerlo.
Pero que los dones produzcan tambin desolaciones? No acabamos de
comprenderlo.
***
En la va iluminativa, el don de ciencia produce estas dos oraciones:
la desolacin, que ordinariamente inicia esta etapa de la vida espiritual, y
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CAPTULO XXI
CONCLUYE EL MISMO ASUNTO
que haya durado menos es de San Francisco de Ass, que no dur ms que
dos aos.
Y vara la duracin y el carcter de las desolaciones segn los
designios de Dios y la misin de cada alma, y aun puede influir en ello
hasta la diversidad de caracteres, temperamentos, etc.
Pero las desolaciones son indispensables, porque sin ellas no hay esa
purificacin intima que solamente el Espritu Santo puede hacer por medio
de sus dones.
***
Por otra parte, es fcil comprender los beneficios de la desolacin.
Desde luego, se unifica el amor; cuando estamos llenos de consuelo,
vamos, ciertamente, a la oracin a buscar a Dios, pero tambin nos
buscamos a nosotros mismos, porque aquellos consuelos son algo
delicioso.
En la cumbre del Tabor, San Pedro se entusiasm, sin duda, por la
gloria de Jess, pero tambin por los gozos celestiales que all estaba
experimentando. Y eso acontece en el tiempo de consuelos, el alma se
busca un poco a s misma; mientras que en la desolacin, como no
encuentra alimento alguno la sensibilidad, si va el alma a la oracin, si se
acerca a la sagrada Comunin, si practica los dems actos de piedad, no
busca ms que a Dios, le ama con desinters, con generosidad; el amor se
afina...
La humildad se hace profunda y fcil, porque en las desolaciones el
alma palpa su nada: no puede hacer oracin, casi no puede ni leer, todo se
le dificulta, constantemente deficiencias y luchas... El alma ya sabe que es
nada, y no sabe que es nada por un argumento o por una doctrina; sabe que
es nada porque lo est palpando, por propia experiencia.
Tanto es as, que un alma que ha pasado por todas las purificaciones
pasivas, no hay ya casi peligro de que se ensoberbezca.
***
Recuerdo que la Beata Angela de Foligno iba una vez por un camino,
y una voz celestial se iba comunicando con ella. De repente Angela le dijo
a quien emita aquella voz: T no eres el Espritu Santo. Por qu?
Porque me alabas. Y qu? No me alabaras si fueras el Espritu
de Dios, porque hay peligro de que me envanezca. A ver, procura
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pelotita de que hablaba Santa Teresa de Lisieux, que Jess la poda arrojar
hacia arriba, tirarla al suelo, apretarla entre sus manecitas, etc.
No se debe tampoco olvidar, por ltimo, lo que deca en el captulo
anterior: que la desolacin no es por falta de luz, sino por exceso de luz. Es
una luz muy viva, es una luz nueva, a la cual el alma no est
acostumbrada; sus ojos no estn adaptados a esa luz. Le pasa lo que al ave
nocturna cuando la exponen al sol del medioda: ve oscuro, pero por
exceso de luz.
Poco a poco, el alma se ir adaptando a aquella luz vivsima, y, si es
fiel a la gracia y sabe portarse debidamente en la desolacin, un da sus
ojos comenzarn a ver aquella luz nueva, y entonces ser feliz...
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CAPTULO XXII
AMOR Y CRUZ EN LA VA ILUMINATIVA
Pienso que si Nuestro Seor no hubiera dispuesto que todas las almas
que se han de unir con l pasaran por las desolaciones, a las almas de la
cruz se las dara especialmente, porque el espritu de la cruz as lo pide.
Y si bien se mira, los dems elementos de ese espritu se encuentran
tambin, de una manera muy clara, en el trabajo de la va iluminativa: el
amor que es propio de esta va, es un amor que tiene los caracteres de la
cruz: un amor desinteresado, un amor lleno de abnegacin. Amar a Jess
cuando se sienten consuelos, bueno es; pero entonces encontramos ah una
buena parte para nosotros. Amar a Jess en la desolacin y amarle de
veras, es amarle con desinters.
Y, digamos entre parntesis, las almas que estn sufriendo la
desolacin dirn: Pero qu yo amo? Sin duda, lo que pasa es que no
sientes el amor. Y a veces se piensa que lo que uno no siente no existe.
Cuntas cosas hay en nosotros que existen y que no sentimos!
Quin siente, por ejemplo, la funcin glicognica del hgado? Ni sabemos
qu ser eso... Quin siente cuando pasa el bolo alimenticio del estmago
al intestino? Y, sin embargo, esas funciones tan importantes de la vida
fisiolgica se realizan en nosotros.
Lo mismo pasa, y con mayor razn, en la vida espiritual; la vida
espiritual de suyo no se siente, de tal manera que no sentimos ni la gracia
ni la caridad ni los dones. Por consecuencia, por deduccin de las verdades
reveladas sabemos que existen; si a veces sentimos los dones es porque
sentimos sus efectos; pero no sabemos que existen, sino porque nos lo
ensea la doctrina catlica.
Aun cuando no se sienta el amor, se tiene. Y si el alma sabe portarse
en la desolacin, quiere decir que ama a Nuestro Seor con desinters y
con abnegacin; le ama en el consuelo, le ama en el sufrimiento.
De manera que el amor en las desolaciones tiene todos los caracteres
propios de las obras de la cruz.
En cuanto a la pureza, ya he estado explicando cmo una de las
grandes obras que realiza Dios en las almas durante la va iluminativa es
hacer esa purificacin ms fina que realizan los dones. De manera que, por
medio de la desolacin, el alma de la cruz va alcanzando esa pureza que
necesita para agradar a Jess, para consolarle y para alcanzar de l la
gracia y la pureza para las almas.
***
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CAPTULO XXIII
AMOR Y VA UNITIVA
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CAPTULO XXIV
AMOR Y UNIN TRANSFORMANTE
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CAPTULO XXV
AMOR Y MISIN DEL ALMA TRANSFORMADA
mirarlos, no como los vemos aqu, por las pobres biografas que hacen los
hombres, y que slo nos presentan algo muy exterior y muy fragmentario,
sino penetrar en las almas de los santos y conocerlas, tales como son: cada
santo como una reproduccin de Jess. Pero ninguno igual a otro. Todos
son Jess, y cada uno es diferente. Debe ser algo maravilloso.
Francisco de Ass le imita en su pobreza; Francisco Javier, en su celo
apostlico; Ludivina de Schiedan, en su Pasin; Teresa de Jess, en su
contemplacin silenciosa y dulcsima; Teresa de Lisieux, en su sencillez,
en su humildad, en su pequeez. Y as de los dems...
De tal suerte, que aun cuando todos los que llegan a la perfeccin
tienen que seguir a Jess, cada cual habr de seguirle conforme a la familia
espiritual a la que pertenece y a la vocacin especial que tiene.
De manera que en esta ltima etapa de la vida espiritual como que se
acentan las diferencias que hay entre las distintas almas por razn de su
misin propia.
***
Cmo deben las almas ser Cristo en la espiritualidad de la cruz?
Pero antes de contestar esta pregunta quiero hacer otra observacin
que me parece importante.
La misin de un alma o de una familia espiritual se comprende mejor
en la perfeccin de las obras que tiene que realizar, de tal manera que, al
explicar esta ltima etapa de la vida espiritual, procurar hacer entender
mejor el espritu propio de la cruz. No porque solamente haya de realizarse
este espritu en esa cumbre; hay que realizarlo durante todo el camino de la
vida espiritual, sino porque se comprende mejor una cosa cuando es
perfecta.
Por ejemplo, qu se conoce mejor, una semilla o un rbol? Sin duda
que un rbol. Las semillas se parecen tanto unas a otras! Slo un perito
puede discernir si sta es semilla de trigo o de cebada; si se, de naranja o
de lima. En cambio, los rboles ya formados y perfectos se pueden
distinguir perfectamente uno de otro, porque ostentan los caracteres
propios de cada especie.
Por eso nunca se conoce mejor el espritu de una familia religiosa
que cuando se ve en toda su perfeccin.
Ahora, por consiguiente, es tiempo de que se pueda ver en conjunto,
en todo su esplendor, en toda su plenitud, el espritu de la cruz.
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CAPTULO XXVI
AMOR Y CARACTERES DEL ESPRITU DE LA CRUZ
Con qu solicitud ha dispuesto todas las cosas para que Jess sea
glorificado y para que reine sobre todas las criaturas!
Nuestro amor debe ser as, un amor solcito, un amor que procure
hacer por Jess todo lo que nos sea posible hacer. No un amor ocioso, no
un amor puramente contemplativo, sino un amor que envuelva a Jess en
consuelo y que haga por l todo lo que sea necesario, todo lo que sea
posible.
Y esta solicitud debe impulsar el alma a la abnegacin, ha de llevarla
hasta la inmolacin, como deca en la definicin que di del espritu de la
cruz.
Vislumbramos el amor que deben tenerle a Cristo las almas de la
cruz? Un amor singular, un amor desinteresado, tierno, solcito, un amor
trasunto del amor del Padre...
***
Pero, puesto que el Espritu Santo se hace el Espritu del alma
transformada, tambin esta alma tiene que amar al Padre celestial como le
ama Jess.
Si es Jess, tiene que imitar los sentimientos del Corazn divino y,
por consiguiente, su amor al Padre debe ser un destello del amor de Jess.
El apstol San Pablo nos lo dice: Que haya en vosotros los mismos
sentimientos que en Cristo Jess.
Y en Cristo Jess, en su Corazn divino, el sentimiento que domina
es el amor al Padre. Cmo le amaba!
He observado que lo nico que haca perder a Jess su divina
serenidad era el amor al Padre. Nuestro Seor traa en su Corazn
verdaderos prodigios de amor y de dolor, pero saba ocultarlos. Qu
serenidad la suya!
Pero hubo momentos en que Jess se emocion y perdi su
serenidad.
En una ocasin, dirigindose a su Padre, dice la Escritura que se
regocij en el Espritu Santo. Cuando, levantando sus ojos al cielo,
hablaba con su Padre celestial, se entusiasmaba, como que sala fuera de
S.
En la vspera de su Pasin, cuando despus de la Cena dirigi aquella
plegaria tan sentida a su divino Padre, le embarg la emocin.
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CAPTULO XXVII
AMOR Y DOLOR EN LA UNIN TRANSFORMANTE
Para que haya dolor se necesita que haya luz y conocimiento. Cuando
estamos sufriendo cualquiera enfermedad dolorosa en alguno de nuestros
miembros, si nos dan anestesia dejamos de sufrir, porque ya no hay
conocimiento, ya no se siente.
En otro orden, cuando no nos damos cuenta de una desgracia, de un
mal que nos ha sobrevenido, no sufrimos, y hasta dice un adagio vulgar:
Ojos que no ven, corazn que no siente.
Para sufrir se necesita conocer, se necesita ver.
Para que Jess sufriera estos dolores ntimos necesitaba conocer esa
montaa de dolor y de iniquidad que llevaba sobre su Corazn. Cmo la
conoca? Por la visin beatfica? No, porque la visin beatfica no hace
sufrir. Y no hace sufrir, entre otras razones, porque se ve el conjunto.
En el cielo, ni nuestros pecados cometidos en la tierra han de estorbar
nuestra felicidad. Cuando en el cielo los recordemos, nos hemos de quedar
tranquilos... Por qu? Porque nuestros pecados entran ya en el conjunto
de los designios de Dios, y cmo esos pecados son como las sombras de
un cuadro magnfico...
Imaginmonos un gran cuadro, enorme, pintado en un gran
acantilado; un cuadro que vemos desde lejos; las sombras; y las luces se
combinan, y se ve bellsimo. Si se acerca uno y ve nada ms las sombras,
aquello es feo, no ve uno ms que sombras. Pero a cierta distancia, la sombra y la luz se combinan y se ve todo armonioso y bellsimo.
En el cielo as se ve todo con la visin beatfica; de manera que
herejas, persecuciones, pecados, no son ms que sombras de un cuadro
grandioso... La historia humana, que tiene tan grandes aberraciones y tan
terribles catstrofes, se ha de ver preciosa a la luz de la gloria.
Y por la visin beatfica as vio Jess todo.
Pero cuando la luz con la que se miran esas cosas no es la visin
beatfica, sino la luz del don de sabidura; cuando enfocaba el Espritu
Santo ese don a los pecados y a los colores de la Humanidad, Nuestro
Seor slo vea las sombras, y, por consiguiente, sufra inmensamente en
su Corazn. El don de sabidura es el que les muestra a las almas todos
esos matices divinos de dolor que hicieron sufrir a Jess. Y, por
consiguiente, las almas participan de aquellos tremendos dolores.
***
Pero tiene todava otro aspecto este dolor de las almas transformadas.
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CAPTULO XXVIII
AMOR Y FECUNDIDAD DEL ALMA TRANSFORMADA
Y Jess quiso que aquella hora se detuviera, que aquella hora sonara
siempre; y sin detener el tiempo perpetu su sacrificio.
Monseor Gay dice que Jess de dos maneras perpetu su sacrificio:
en la Eucarista y en las almas. Por eso dice: Nunca faltar en la tierra ni
la Eucarista ni el martirio.
En la Eucarista se perpeta el sacrificio, porque el sacrificio de la
Eucarista es el sacrificio mstico del Cuerpo real. En las almas se perpeta
el sacrificio de Jess, porque es el sacrificio real del Cuerpo mstico.
San Pablo nos revel este misterio cuando dijo con la audacia que le
caracteriza: Completo lo que falta a la Pasin de Cristo.
A primera vista causa extraeza. Qu poda faltar a la Pasin de
Cristo? Si era una obra completa; ms todava, era una sobreabundante! Y
suponiendo que le hubiera faltado, quin eres t, Pablo, y qu somos
cualquiera de nosotros para completar a Jess su Pasin, para completar su
obra? Y, sin embargo, San Pablo dijo una gran verdad. San Agustn lo
explica: Qu le falt a la Pasin de Cristo? Que despus de haber sufrido
la cabeza, sufrieran los miembros; que despus de haberse inmolado el
Cuerpo real, se inmolara el Cuerpo mstico.
Cada vez que sufrimos completamos el sacrificio de Jess. El
sacrificio de las almas es la prolongacin del sacrificio de Jess. Y cuando
sufren con l, y cuando sufren por l, y cuando sufren en l, el sacrificio
de Jess es el que se prolonga y tiene, sin duda alguna, singular eficacia;
en cierto modo tiene la eficacia misma del sacrificio de Jess.
Por eso el alma que sufre con l, que se inmola con El, que se ofrece
con l, ejerce un maravilloso y fecundsimo apostolado y contina el
sacrificio de Jess.
Por eso se le ha podido llamar a este apostolado SACERDOCIO
MSTICO, porque, en realidad, es propio del sacerdote ofrecer el sacrificio.
Y si nosotros, los que hemos recibido el carcter sacerdotal por medio de
la ordenacin, ofrecemos el sacrificio mstico del Cuerpo real de Jess en
el altar, todas las almas que estn unidas con Jess y que se inmolan con l
y que prolongan as el sacrificio del Calvario, ofrecen el sacrificio real del
Cuerpo mstico de Jess y aunque de otra manera que los sacerdotes
participan tambin del sacerdocio de Jess.
Ofrecernos, y ofrecemos en unin con Jess y ofrecernos por la
gloria de Dios y por el bien de las almas, es prolongar el sacrificio del
Calvario, es ejercer, en cierta manera, un acto sacerdotal.
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Esto lo hacen admirablemente las almas transformadas: como son
Jess, al ofrecerse a s mismas ofrecen a Jess; al ofrecer a Jess se
ofrecen tambin ellas mismas. Y se ofrecen por las mismas intenciones de
Jess: por la gloria de su Padre celestial, por el bien de las almas. Es el
sacrificio del Calvario que se prolonga en el Cuerpo mstico de Cristo.
Quiz cuando no se reflexiona mucho en esto se pensar que esa
oblacin de Jess al Padre celestial, que repetimos muchas veces, es como
una devocin cualquiera, como cualquiera otra oracin que se nos ensea a
rezar. No; este ofrecimiento del Verbo tiene un gran fondo: all palpita el
espritu de la cruz; es algo muy caracterstico de l. Las almas de la cruz
deben ofrecer al Verbo y con l ofrecerse a s mismas al Padre
celestial.
Reflexionemos en toda la amplitud y en toda la profundidad qu
tiene esa oblacin; significa una unin muy ntima con Jess, porque si nos
ofreciramos solos, nuestra oblacin no tendra importancia; la nica
vctima agradable al Padre celestial por s misma es Jess. Nosotros
podemos ser vctimas y podemos ser agradables al Padre, pero slo en
unin con Jess.
Para hacer debidamente ese acto de oblacin de Jess al Padre es
preciso que el alma est unida con Jess; ms an, que est transformada
en Jess.
Y ese ofrecimiento es un ofrecimiento formal, serio; como deca en
alguno de los captulos anteriores, no es como esas frases de cortesa:
Estoy a las rdenes de usted. Esta es su casa... No, sta es una oblacin
seria; al hacerla le decimos a Nuestro Seor que estamos dispuestos a ser
inmolados. Nuestro Seor puede tomarnos la palabra.
Y ms cuando, por razn de nuestra vocacin, estamos destinados a
la inmolacin, al sacrificio. No es una palabra vana, es una oblacin
sincera que agrada a Nuestro Seor y que puede realizarla.
Cuando ofrecemos al Verbo y con l nos ofrecemos nosotros
mismos, le decimos al Padre celestial: Seor, yo me ofrezco para que, en
unin con Jess, tu Sacerdote y tu Vctima, se prolongue en m el
sacrificio del Calvario.
Esa oblacin viene del amor, es virtualmente dolor, porque es
aceptacin de sacrificio, y tiene como fruto la pureza.
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CAPTULO XXIX
EPLOGO
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