Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Apuntes Historia Contemporánea

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 110

TEMA 1.

La Primera Guerra Mundial


1. El detonante
El 28 de junio de 1914, un nacionalista serbio, Gavrilo Princip, vinculado a la clandestina “Mano Negra” asesinaba
en Sarajevo al heredero del trono austro-húngaro archiduque Francisco Fernando y su esposa, la duquesa Sofía Chotek.
El 23 de julio, Austria-Hungría daba un ultimátum de 48 horas a Serbia para que reconociera su participación, permitiese
que su policía investigase en territorio serbio y prohibiera las organizaciones nacionalistas. Cinco días más tarde Austria-
Hungría declaraba la guerra a Serbia ante la negativa a aceptar tan humillantes condiciones. El 30 de julio, Rusia, en
apoyo a Serbia, movilizó sus tropas, que implicaba la declaración de guerra a Austria-Hungría. Al día siguiente, Alema-
nia, que tenía un pacto con esta, exigió a Rusia parar sus ejércitos, pero la negativa de Nicolás II supuso la declaración
de guerra entre Alemania y Rusia. Francia, que tenía acuerdo con Rusia, movilizó tropas. El 3 de agosto Alemania
declaró la guerra a Francia y comenzó a invadir Bélgica. GB aliada de Rusia y Francia, se veía comprometida por un
acuerdo con Bélgica como defensora de su libertad firmado en 1839, así que GB declaró la guerra a Alemania. En los
días siguientes, Austria-Hungría declaraba la guerra a Rusia, Francia y GB.
2. Causas profundas
La Guerra fue resultado final de varias causas: enfrentamiento permanente entre imperios, sistema de alianzas entre
potencias y avispero nacionalista de los Balcanes, que provocó una reacción en cadena.
Europa, a fines del XIX y principios del XX, concentraba el mayor poder económico y militar del planeta. La revo-
lución industrial se había extendido, mientras que la economía funcionaba conectada en todo el mundo. El fuerte desa-
rrollo económico y científico estaba ligado con el Imperialismo. Los países industrializados necesitaban importar mate-
rias primas y exportar sus artículos para su crecimiento económico, también colocar excedentes de capital para obtener
mayores beneficios. GB era el Imperio más poderoso con superioridad militar en el mar. Aunque Alemania, con fuerte
crecimiento económico, reclamaba posición en el expansionismo colonial. La necesidad de cada potencia de hacerse
con mercados, controlar territorios que le permitiera su desarrollo económico y ponerlos a salvo de intervenciones de
otros provocó el incremento de la industria de guerra y un fuerte militarismo. En el cambio de siglo se produjeron
enfrentamientos en los que el problema colonial se encontraba entre las causas: la guerra de los Boers, en Sudáfrica –
entre colonos neerlandeses y GB-, en la que el litigio era las minas de oro y diamantes; y la de los Boxers en China,
levantamiento con un fuerte cariz antioccidental – anticolonial - motivado por las injusticias que sufría la población.
Dos naciones irrumpían en el colonialismo internacional: EEUU y Japón. EEUU venció a España en 1898, arreba-
tándole Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam; Japón derrotó a Rusia en 1905. La victoria japonesa, una sorpresa para el
mundo occidental, significó el comienzo de la expansión nipona por Asia, que tuvo una de sus primeras manifestaciones
en la ocupación de Corea en 1910. Para Rusia, la derrota supuso el inicio de revueltas que preparaban la Revolución de
1917. Alemania inició, en 1898, la construcción de una escuadra para competir con la inglesa, lo que puso en alerta al
resto y generó recelos con GB.
Este imperialismo, con la carrera armamentística y desconfianza que generaba, facultó alianzas para dar cierta esta-
bilidad al sistema ante la inexistencia de organismos internacionales que mantuvieran equilibrio. El desarrollo econó-
mico alemán y su expansión en África llenaron de reticencias a ingleses y franceses, que no olvidaban la pérdida de
Alsacia y Lorena. Von Bismarck, antes de su retiro en 1890, quiso asegurar la unidad y prosperidad alemana mediante
una alianza militar con Austria-Hungría, a la que se sumó Italia. Esta Triple Alianza acordó que si uno de los firmantes
entraba en guerra, los otros le apoyarían. Bismarck alcanzó otro acuerdo con Rusia, enemiga de Austria-Hungría en los
Balcanes, para asegurar más esta paz necesaria a sus intereses. Pero tras el retiro los alemanes abandonaron este último,
que fue aprovechado por Francia para llegar a una alianza con la Rusia zarista en 1894.
A principios de siglo, en pleno desarrollo alemán, ingleses y franceses abandonaban sus recelos colonialistas y fir-
maban una “entente cordiale” que, aunque no aseguraba su implicación en caso de guerra, estrechaba sus relaciones.
Francia facilitó la aproximación entre GB y Rusia y en 1907 firmaban en San Petersburgo una “entente” que limitaba
sus esferas de influencia en Persia y Afganistán. El doble acuerdo franco-ruso y anglo-ruso facultó la actuación conjunta
de los tres en la Triple Entente. Los países de la Entente no adquirieron ningún compromiso en caso de conflicto bélico.
Italia se fue alejando del acuerdo con Alemania y Austria-Hungría y acercándose a Francia e Inglaterra para salvaguardar
intereses en el Mediterráneo. Al inicio de los 10 del siglo XX, el sistema de alianzas dividía a Europa en dos: Alemania
y Austria-Hungría; y la Entente entre Gran Bretaña, Francia y Rusia.
Esta situación suponía que cualquier incidente pudiera convertirse en enfrentamiento armado grande. Fue especial-
mente peligrosa en el dominio de Marruecos, con una política alemana agresiva que intentaba debilitar el entendimiento

1
entre Francia y GB mediante el ataque a los intereses coloniales franceses; pero también en los Balcanes, donde los
nacionalismos incitaban al enfrentamiento entre Rusia y Austria-Hungría.
En Marruecos hubo dos crisis; en la primera Guillermo II de Alemania pronunció un discurso en Tánger, en 1905,
en la que defendió la independencia de Marruecos frente a Francia y España, y reclamó la libertad de comercio en la
zona. A requerimiento de Alemania, se convocó una Conferencia Internacional en Algeciras, en enero 1906, donde los
alemanes intentaron frenar la expansión francesa en la zona. El Acta de Algeciras aceptaba la división del territorio
marroquí entre Francia y España, con el beneplácito del resto de potencias. Alemania, sólo con apoyo de Austria-Hun-
gría, había conseguido lo contrario de lo que pretendía: que GB estrechara sus lazos con Francia, cuyos intereses defen-
dió en todo momento durante la Conferencia.
En 1911, la entrada de la cañonera alemana Panther en Agadir por el incumplimiento de los acuerdos de Algeciras
– argüían la ocupación de Fez y Meknés por los franceses -, provocó otra situación peligrosa. Se superó con el recono-
cimiento de Alemania de los derechos coloniales de Francia en Marruecos, a cambio de concesiones territoriales en el
Congo Francés.
En los Balcanes, el nacionalismo serbio salía en defensa de los eslavos que vivían en los imperios austro-húngaro y
otomano. Rusia había vuelto su mirada a los Balcanes, donde además de propios intereses apoyaba a Serbia y sus aspi-
raciones independentistas. En 1908, Austria-Hungría se anexionaba Bosnia-Herzegovina, con lo que desbarataba las
pretensiones serbias. Rusia, debilitada por su derrota en Oriente y los conflictos internos, no pudo apoyar a Serbia.
En 1912, las reivindicaciones de Grecia, Serbia y Bulgaria sobre Macedonia los enfrentaron con Turquía, que se
encontraba en guerra con Italia por Trípoli y las islas del Dodecaneso. Turquía fue vencida, pero surgieron diferencias
entre los vencedores. Así que en 1913, explotó la segunda guerra de los Balcanes. Grecia y Serbia declaraban la guerra
a Bulgaria, que quería más parte de Macedonia. Rumanía y Turquía vieron la oportunidad de recuperar posiciones y se
unieron contra Bulgaria. El Tratado de Bucarest de 1913 certificaba la derrota de Bulgaria y la ocupación rumana de
antiguos territorios en litigio, mientras que Grecia y Serbia se repartían Macedonia. Serbia, a pesar de las ventajas terri-
toriales obtenidas, veía frustrados su salida al mar, pues si bien había ocupado Albania, en la paz tuvo que aceptar la
constitución de un reino independiente, impuesto por las potencias y que reforzaba la posición austro-hungara. Tras esta
segunda guerra, nadie estaba satisfecho: Austria-Hungría porque veía el engrandecimiento de Serbia; ésta porque no
había conseguido lo que se proponía; y Rusia porque su apoyo al expansionismo serbio se había visto mancillado por la
victoria diplomática austro-húngara.
Los Balcanes se convirtieron en el polvorín de Europa, así que el asesinato del archiduque Francisco Fernando en
Sarajevo, en junio de 1914, fue la chispa que lo hizo saltar en pedazos y arrastró al continente europeo a un conflicto
bélico que, con el paso del tiempo, llegó a tener dimensión mundial.
3. La oposición a la guerra
La reacción de las potencias ante la declaración de guerra de Austria-Hungría a Serbia no se puede entender como
deseo de las potencias a enfrentarse. Alemania intentó frenar a Austria-Hungría, Francia hacía lo propio con Rusia,
mientras que GB promovía una conferencia internacional para buscar una salida al conflicto. Las posiciones intransi-
gentes de Austria-Hungría y Rusia arrastraron al resto a una guerra que hacía tiempo era motivo de discusión en los
países. Aunque la mayoría de gente quería la paz, desde hacía años se veía la guerra como irremediable.
La oposición más importante provino de las filas socialistas. Los partidos socialistas se habían integrado en la es-
tructura de los países nacionales y llegado el conflicto tuvieron que decidir entre las bases ideológicas y la llamada de
la nación. No faltaron advertencias de líderes socialistas europeos en sus países que recogió la II Internacional en el
Congreso de Stuttgart, en 1907, donde señalaba su oposición a cualquier conflicto armado. Entre los líderes más activos
destacaron al francés Jean Jaurès, lo que le costó la vida a manos de un nacionalista francés en París en julio de 1914.
Los obreros franceses no podían abstraerse de su nacionalismo, y no olvidaban Alsacia y Lorena. Los dirigentes Guesde
y Vaillant según avanzaban los acontecimientos, formaron parte del gobierno de unidad francés para afrontar el conflicto
en agosto de 1914.
En Alemania, el enfrentamiento entre miembros del Partido Socialista Alemán (SPD) fue en aumento. En los años
previos, sólo una minoría con Liebknecht y Rosa Luxemburgo, se opusieron mientras que sus compañeros de partido y
la masa obrera se unían al orgullo nacional que invadía la sociedad. El SPD se opuso en diferentes congresos de la
Internacional Socialista a declarar la huelga general si se declaraba la guerra. Con la guerra los sindicatos hicieron fe
explicita de su deber nacional y los socialistas mostraron apoyo al gobierno.

2
En Inglaterra, los laboristas proclamaron su oposición y votaron en contra de los presupuestos para el conflicto en
el Parlamento. Pero la mayoría de obreros hicieron rectificar a sus líderes y apoyaron la contienda. Los laboristas entra-
ron en el gobierno a fines de 1916.
4. El desarrollo de la guerra
Por un lado, las Potencias Centrales, Alemania y Austria-Hungría; por otro, los Aliados con Francia, Gran Bretaña
y Rusia. Se fueron incorporando países que dieron a la guerra carácter mundial. En agosto de 1914, Japón entraba con
los Aliados; Turquía con los países centrales en octubre; como Bulgaria en septiembre del 15. En mayo de 1915, Italia
ingresaba en el bando aliado, en marzo y agosto de 1916 Portugal y Rumanía. La entrada de EEUU fue en abril de 1917,
dos meses después Grecia completaba los aliados. El resto de países europeos mantuvieron la neutralidad como España,
aunque la sociedad española mostró preferencias. Las fuerzas conservadoras se posicionaron a favor de las potencias
centrales, los progresistas apoyaron a los aliados. Los socialistas se situaron, en principio, en contra, aunque durante el
desarrollo se inclinaron al lado de Francia e Inglaterra como defensores de la democracia, pero también porque veían en
su victoria la lucha por la libertad de los pueblos oprimidos y porque en su seno llevaban, según defendían, el germen
de la revolución.
La posición de Alemania entre Francia y Rusia le hacía partir con cierta inferioridad al tener dos frentes en sus
fronteras. El Estado Mayor alemán ya había reflexionado sobre esto en 1892. El Plan Schlieffen preveía un ataque rápido
contra Francia a través de Bélgica que hiciera capitular al país galo y atender en exclusiva el frente ruso. Alemania puso
en marcha el Plan en agosto de 1914. La penetración alemana en Francia por Bélgica fue muy rápida, en pocos días
llegaban al Marne, próximo a París. Este avance hizo pensar al General Moltke que había conseguido una ventaja defi-
nitiva en el frente occidental y trasladó efectivos al frente oriental, donde los rusos avanzaban. El General francés Joffre,
en unión de fuerzas inglesas, contraatacó y estabilizo el frente. La victoria franco-inglesa en el Marne, entre el 5 y 12 de
septiembre, significó la retirada alemana hasta el Aisne, en Lorena. Los dos ejércitos se dirigieron en marcha apresurada
hacia el mar, con idea de ocupar los puertos. Esto provocó la construcción de una larga línea de trincheras que iba desde
el Mar del Norte a Suiza, donde quedaron parapetados e inmovilizados los dos ejércitos durante casi cuatro años.
Los rusos penetraron en Prusia, pero la llegada de efectivos alemanes de occidente dio la victoria alemana en las
batallas de Tannenberg, en agosto, y de los Lagos Masurianos, en septiembre, y Prusia quedó liberada. El ejército ruso
avanzó a Galitzia pero un contraataque de las fuerzas centrales estabilizó el frente. Los serbios detuvieron la invasión
austro-húngara y el frente oriental quedó estabilizado. La guerra de movimientos había dado paso a una de posiciones,
donde las trincheras se convirtieron en la imagen de la Gran Guerra.
En agosto, Japón había entrado en guerra con Alemania, para apoderarse de sus zonas en China y en el Pacífico de
las Islas Marshall y las Carolinas y extender su dominio en el Lejano Oriente. En enero de 1915, convertía Manchuria y
China del norte en su protectorado. En octubre de 1914, barcos turcos habían bombardeado puertos rusos en el Mar
Negro. Los aliados declaraban la guerra a Turquía que se unía a las potencias centrales y creaba preocupación a Inglaterra
por su proximidad a los dominios ingleses de Egipto y la India.
La batalla en el mar, determinante para la entrada de EEUU, había provocado las primeras escaramuzas entre las dos
armadas más poderosas, inglesa y alemana. GB patrullaba las costas alemanas para evitar la entrada de mercancías. Esta
situación provocó las primeras quejas de países neutrales, entre ellos EEUU, que defendían el derecho de libre comercio
en los mares de productos que no tuviesen utilidad militar.
Los ejércitos aliados atacaron en Champagne y Artois, pero no obtuvieron resultados. Si cosecharon un éxito diplo-
mático al sumar a Italia, previa promesa de concesiones territoriales. La entrada de Italia era importante pues abría un
frente al sur de Austria-Hungría. Las potencias centrales compensaron el desequilibrio con Bulgaria, a quien se prometió
beneficios territoriales.
Alemanes y austro-húngaros atacaron la parte débil aliada: Rusia desde primavera de 1915 y fueron ocupando Gali-
tzia, Polonia y Lituania, llegando a las puertas de Ucrania. El ejército ruso había sufrido la baja de 2 millones de hombres,
entre muertos, heridos y prisioneros y empezaba a escasear armamento y víveres. Los aliados, con la idea de conectar
con los rusos y aliviar su situación, lanzaron una ofensiva en Turquía, con su punto más importante en Galípoli, en abril
de 1915. Desembarcaron 450.000 hombres, en su mayoría australianos y neozelandeses. Fue un fracaso, además de no
conseguir el objetivo, 150.000 hombres murieron o resultaron heridos tras ocho meses. A fines de 1915, los ejércitos
centrales ocupaban Serbia, Montenegro y Albania, mientras que Bulgaria entraba en Macedonia.
Los submarinos alemanes, en respuesta a la actuación de la armada inglesa, comenzaron el bloqueo de las Islas
Británicas en febrero de 1915. En mayo, el barco de pasajeros Lusitania, entre N. York y Liverpool, fue hundido con
1.200 pasajeros muertos, más de100 estadounidenses. Woodrow Wilson, advirtió a los alemanes que cualquier otro acto
3
de esta naturaleza sería considerado como “deliberadamente inamistoso”. Los alemanes rectificaron y durante dos años
utilizaron sus submarinos de forma más restringida.
A pesar de los avances centrales en el frente oriental, ambos bandos sabían que la batalla definitiva se produciría en
la zona occidental. Los alemanes atacaron, en febrero de 1916, Verdún, confiada al General Petain, quien acuñó el “no
pasaran”. Los bombardeos y los ataques de la infantería alemana fueron constantes durante los seis meses de asedio. La
resistencia de Verdún se convirtió en un emblema nacionalista francés. Las pérdidas fueron excepcionales para ambos,
cerca de medio millón de bajas cada uno. Los aliados diseñaron un ataque en el Somme, para aliviar el cerco de Verdún,
aunque tuvo que ser aplazado y Cuando comenzó la batalla del Somme, en julio, los bombardeos aliados se combinaron
con carros de combate ingleses y oleadas de soldados de infantería. En los cuatro de batalla, los aliados sólo avanzaron
pocos kilómetros, con 500.000 soldados alemanes y unos 600.000 entre franceses e ingleses como bajas. El frente occi-
dental continuaba estancado. Los rusos iniciaron, en junio de 1916, un fuerte ataque que obligó a los alemanes a retirar
tropas de Verdún, el principio del fin del cerco. A pesar del rápido avance ruso, con 400.000 prisioneros alemanes, un
duro contraataque les hizo replegarse y perder cerca de un millón de combatientes.
La guerra en el mar continuaba sin grandes batallas hasta el enfrentamiento en Jutlandia, entre Alemania y GB el 31
de mayo y el 1 de junio de 1916. La mayor batalla naval no tuvo vencedor claro, con lo que el poderío inglés en el mar
continuaba junto al bloqueo que tanto daño estaba haciendo a la economía alemana.
La guerra también se decidía en maniobras diplomáticas desde prácticamente el inicio. Aliados y países centrales no
perdían ocasión de dirigirse a los grupos descontentos de los territorios controlados por el bando enemigo. Los aliados
ofrecían la independencia a las minorías nacionalistas del Imperio Austro-Húngaro. Los ingleses provocaron, con el
coronel T.E. Lawrence – “Lawrence de Arabia” –, una insurrección de tribus árabes contra el Imperio Otomano; lo que
no les impidió prometer, en la nota de Balfour de 1917, una nación judía en Palestina. Alemania prometía una Polonia
independiente, incitaba el nacionalismo ucraniano y promovía la insurrección en Egipto o apoyaba a los irlandeses contra
GB y a los argelinos contra Francia. Hasta buscaba apoyos en EEUU. El secretario de estado alemán para Asuntos
Extranjeros, Arthur Zimmermann, envió un telegrama, en enero de 1917, a la legación alemana en Ciudad de México
en el que se informaba al presidente que si EEUU entraba en guerra con Alemania, ésta apoyaría para recuperar las
pérdidas territoriales del conflicto de 848. El telegrama, enviado también al embajador alemán en Washington, fue in-
terceptado y publicado por periódicos estadounidenses, causando fuerte preocupación en la opinión pública. Pero el
pueblo estadounidense, según interpretaban sus dirigentes, no quería entrar. Wilson, en su reelección, en noviembre de
1916, prometió mantener a EEUU al margen. De hecho, protagonizó dos intentos de paz, una solución al conflicto en la
que todos los implicados pudieran salvar su honor, “paz sin victoria”. Pero tanto aliados como potencias centrales qui-
sieron imponer unas condiciones tan duras al contrario que lo impidieron.
Los años de guerra hacían mella en los principales dirigentes y en la población. Carlos I de Austria, durante 1917,
realizó varios contactos con Francia para una paz por separado. Entre las cláusulas del armisticio figuraban la devolución
de Alsacia y Lorena a Francia y la independencia de Bélgica. El primer ministro francés, Clemenceau, hizo públicas las
negociaciones ante las declaraciones del ministro de exteriores austriaco en las que aseguraba que era Francia la que
había solicitado las conversaciones. Estas revelaciones colocaron al emperador en situación delicada ante Guillermo II,
a quien tuvo que hacer declaración pública de lealtad.
En Alemania también surgían cada vez mas voces que abogaban por el fin de la guerra. Organizaciones que habían
defendido el inicio de la contienda, se enfrentaban en significativas disensiones. Dirigentes del SPD exigían la vuelta al
objetivo revolucionario y la oposición a la guerra, lo que provocó, en abril de 1917, su escisión. El nuevo Partido Social
Democrático Independiente (USPD), cuyo primer presidente Hugo Haase, contó con la adhesión de los “espartaquistas”
– tomaban el nombre de Espartaco, el esclavo que se levantó contra el Imperio Romano -, Liebknecht y Luxemburgo.
Entre las pretensiones del partido figuraba el fin de la contienda sin beneficios territoriales para Alemania. En diversas
ciudades se realizaron huelgas para protestar por la escasez que tuvieron un repunte durante 1918, donde las exigencias
de paz se mezclaban con llamamientos a la revolución y, en el caso del Imperio Austro-Húngaro, con reivindicaciones
nacionalistas.
5. La Revolución Rusa
5.1. El fin del imperio zarista
A fines del XIX, Rusia era atrasado en relación con el resto de Europa. Seguía en el absolutismo, y sus estructuras
sociales y económicas se encontraban anquilosadas con predominio agrícola. Los campesinos eran el 80% de población,
pero la tierra estaba en manos de una nobleza que los mantuvo como siervos hasta 1861, cuando Alejandro II abolió la
servidumbre. Los campesinos recibieron parte de la tierra que habían trabajado, por la que tuvieron que pagar
4
importantes cargas a los señores. No significó un cambio importante y siguieron con escasez y miseria, por lo que
muchos se fueron a las ciudades donde se desarrollaba industria incipiente.
En las dos últimas décadas del XIX, Rusia se fue industrializando con ayuda de capital extranjero. La industrializa-
ción implicó transformaciones económicas y sociales similares a las de otros lugares de Europa, la población asalariada
fue en aumento y los obreros soportaban largas jornadas de trabajo o salarios mínimos. Hubo una cuestión que difirió:
la concentración de trabajadores en las fábricas rusas. Casi la mitad de los obreros trabajaban en empresas de más de
500 operarios, lo que favoreció la concienciación de clase de este nuevo proletariado. Otra circunstancia que la diferen-
ciaba era la falta de derechos sindicales y de huelga por lo que cualquier protesta implicaba graves enfrentamientos con
empresarios y poderes públicos.
Nicolas II dirigía de forma absolutista, apoyado en un gran ejército y en la Iglesia ortodoxa. Estaba en contra de
cualquier cambio que implicara merma de sus poderes, por lo que no aceptaba ningún tipo de control ni representación
política. Con el cambio de siglo, aparecieron grupos opositores. La primera oposición vino del medio rural, donde los
anarquistas promovían el cambio en la estructura de la propiedad agraria y la transformación de la sociedad, apoyándose
en acciones violentas. En 1901, se fundó el partido Social Revolucionario, que defendía los intereses de los campesinos,
a quienes señalaba como sujetos de la futura revolución.
Los obreros de las ciudades tuvieron en el partido Social Demócrata, constituido en 1898, su baluarte. Los socialde-
mócratas pensaban que el proletariado urbano era la clase revolucionaria llamada a dirigir la sociedad que nacería tras
el fin del capitalismo. En 1903, el partido Social Demócrata quedó dividido entre revolucionarios bolcheviques (mayo-
ría) y moderados mencheviques (minoría). En los primeros, Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, se convirtió en el principal
dirigente. Lenin defendía la actuación de una minoría muy concienciada que dirigiera el partido en su cúspide de forma
autoritaria, los mencheviques apostaban por un partido más amplio y menos centralizado. Los bolcheviques querían una
revolución socialista e implantar la dictadura del proletariado, mientras que los mencheviques estaban dispuestos a co-
laborar con liberales y demócratas para realizar los cambios necesarios en la sociedad.
El partido Social Revolucionario y el Social Demócrata eran clandestinos y sus militantes jóvenes intelectuales de
clase alta y media. Si en Europa, la legalización de partidos socialistas había facilitado su integración en el sistema
democrático, en Rusia, su clandestinidad ayudó al triunfo de posiciones extremistas, defensoras de la vía revolucionaria.
Dentro de la oposición, se constituyó, en 1905, el partido Constitucional Demócrata (KD) - “cadetes” -, partido liberal
formado por la burguesía urbana junto con los terratenientes, y cuyo objetivo fundamental era la constitución de un
parlamento elegido por sufragio.
5.2 La Revolución de 1905
Las causas que provocaron la revolución de 1905 hay que buscarlas en la difusión de ideas socialistas y liberales
desde la propaganda realizada por partidos políticos que exigían una sociedad más justa y democrática; y las protestas
de campesinos y obreros que reclamaban mejoras. Las derrotas sufridas por el ejército ruso en su guerra colonialista
contra Japón, en 1905, actuaron como desencadenante.
Los obreros realizaron peticiones que pretendían hacer llegar al Zar. En enero de 1905, una manifestación de 200.000
ciudadanos se dirigió al Palacio de Invierno en S Petersburgo. Solicitaban jornada de 8 horas, incremento de salario,
sustitución de funcionarios corruptos y una asamblea constituyente elegida democráticamente. El ejército ruso que cus-
todiaba el palacio disparó causando la muerte a trescientas personas e hiriendo a más de mil. Fue el “domingo san-
griento”, inicio de una serie de huelgas y levantamientos revolucionarios que comenzaron en San Petersburgo y se ex-
tendieron por el país.
El partido Social Demócrata, con mayoría menchevique, organizó soviets (consejos) de trabajadores en las princi-
pales ciudades y promovió una huelga general. Los dirigentes del partido Social Revolucionario capitaneaban la ocupa-
ción de tierras de los campesinos. Los “cadetes” apoyaban el movimiento con esperanza de lograr sus aspiraciones
liberales. Ante la grave situación, el Zar prometió libertades, una constitución y una Duma (asamblea) con poderes
legislativos. Eran suficientes para los demócratas liberales pero no para los socialistas. La vuelta del ejército de Extremo
Oriente posibilitó la represión y el fin de la revolución.
Nicolás II no cumplió. Aunque convocó la Duma entre 1906 y 1916, no permitió ningún tipo de control sobre su
actuación, ni la participación real del pueblo, ni un régimen democrático. Entre 1906 y 1911, su primer ministro,
Stolypin, realizó cambios para mejorar la situación del campesinado, que incluía la posibilidad de abandonar la comuna
donde trabajaban o reformas en la propiedad. Las medidas fueron insuficientes, por lo que los campesinos siguieron
viviendo en la miseria y reclamando tierra para trabajar.

5
5.3 La Revolución de febrero de 1917
La entrada de Rusia en la IGM no contó con el apoyo de la inmensa mayoría de población. Las derrotas, las pérdidas
territoriales, la muerte de dos millones de soldados, acompañadas de una grave crisis económica, la escasez de alimentos
y la acción decidida de los revolucionarios rusos provocaron la revolución de 1917.
Tuvo dos fases, la primera en febrero de 1917 - marzo según el calendario occidental -, y en octubre - noviembre
para occidente -. La de febrero fue una revolución democrática, pero derivó, por el impulso de los dirigentes bolchevi-
ques, hacia un régimen comunista. El origen está en la oposición de la población a la participación en la guerra mundial.
Al descontento por la evolución de la contienda, se unió una crisis económica que provocó el desabastecimiento en las
ciudades. La población se movilizó provocando motines y huelgas en San Petersburgo - nombre de raíz germana que
cambió por Petrogrado con el inicio de la guerra mundial -.
En la capital se organizó un soviet de Diputados de los Obreros y Soldados, el Zar reaccionó disolviendo la Duma.
Esta eligió un comité de parlamentarios que compartió el poder en la ciudad con el soviet. El comité de la Duma cons-
tituyó un gobierno provisional con el príncipe Lvov como presidente. En el gobierno estaba el representante del partido
Social Revolucionario, Kerensky. El Zar intentó hacerse con el control, pero los soldados de Petrogrado se habían su-
mado a la revolución y Nicolas II abdicó el 17 de marzo de 1917.
El gobierno provisional publicó un programa moderado, democrático y constitucionalista, con libertad de reunión y
opinión, derecho de huelga, abolición de privilegios o asamblea constituyente mediante sufragio universal masculino.
Frente al gobierno provisional se alzaba el soviet de Obreros que, formado por social revolucionarios, mencheviques y
bolcheviques, defendía ideas socialistas.
5.4 La revolución de octubre
La decisión del gobierno de no poner fin a la presencia en la guerra fue decisiva. Entendió que la retirada podía
implicar dura reacción aliada y la pérdida de territorios, por lo que intentó convencer a obreros y soldados para continuar
para defensa del régimen democrático. Los soviets de Petrogrado y Moscú entendían prioritario la salida inmediata y
convocaron manifestaciones contra la decisión del gobierno. La llegada de Lenin en abril de 1917, procedente de Suiza
donde había pasado los años de guerra, dio un impulso a la revolución. Lenin defendió, en sus “tesis de abril”, el fin de
la participación y exigió todo el poder para los soviets.
El gobierno provisional prometía reformas, pero no llegaban. Las revueltas se sucedían y se creaban soviets en toda
Rusia, al tiempo que las derrotas continuaban en el frente. El gobierno provisional de Lvov dimitió y Kerensky ocupó
el puesto de primer ministro. En julio, los bolcheviques protagonizaron un levantamiento armado que fracasó, algunos
dirigentes fueron detenidos mientras que otros, como Lenin, lograron huir.
En agosto, un antiguo general zarista, Kornilov, intentó un golpe de estado, pero fue derrotado por los soldados y
revolucionarios de Petrogrado, con actuación destacada bolchevique. Este intento supuso el descrédito de Kerensky y el
reconocimiento popular de los bolcheviques que incrementaron su presencia en los soviets. Lenin lanzó su: ¡Todo el
poder a los soviets!, al tiempo que supo interpretar la situación y los deseos del pueblo en un programa: paz inmediata
con las potencias centrales, reparto de tierras entre campesinos, control obrero de las fábricas y entrega de poder a los
soviets. El soviet de Petrogrado, que desde el principio estuvo en manos de socialrevolucionarios y mencheviques, pasó,
desde septiembre, a estar dominado por los bolcheviques, que colocaron como presidente a Trotski.
El 10 de octubre, Lenin imponía sus tesis revolucionarias en el Comité Central del partido bolchevique, que decidía
la insurrección para alcanzar el poder. Se fijaba la fecha del 25 de octubre, día en el que se celebraba en Petrogrado el
II Congreso de Soviets de Rusia. En los días 24 y 25, la Guardia Roja dirigida por Trotski, junto con los marinos de la
base de Kronstadt y soldados y obreros simpatizantes bolcheviques ocuparon lugares clave como la oficina de teléfonos,
las estaciones de ferrocarril o las instalaciones eléctricas. La sede del gobierno, el Palacio de Invierno, fue ocupada el
día 25, Kerensky huía a EEUU.
El Congreso de los Soviets nombró gobierno, bajo nombre de Consejo de Comisarios del Pueblo. Lenin fue el pre-
sidente Trotsky, en Asuntos Exteriores; Stalin, en Nacionalidades; Lunacharsky, en Cultura; Antonov Ovseenko, como
ministro de Guerra o Rykov, en Interior. Lenin presentó dos medidas: negociaciones para una paz justa sin anexiones
ni indemnizaciones y confiscación de la propiedad de la tierra sin compensaciones para su distribución entre los campe-
sinos.
Tras el triunfo de la revolución, el gobierno celebró elecciones para Asamblea Constituyente el 12 de noviembre de
1917. Los bolcheviques obtuvieron el 25% de votos, los social-revolucionarios el 60%. La Asamblea se constituyó en
enero de 1918 e inmediatamente Lenin la disolvió. No había llevado a cabo la revolución para establecer un régimen
6
democrático, sino para instaurar la dictadura del proletariado. Fueron prohibidos los partidos liberales y constituciona-
listas, que pasaron a filas de la contrarrevolución, mientras que los mencheviques y socialrevolucionarios mantuvieron
la legalidad algunos meses. En marzo de 1918, el partido bolchevique pasó a denominarse Partido Comunista.
Tras difíciles conversaciones, firmaron el tratado de Brest Litovsk con Alemania, en marzo de 1918, por el que Rusia
perdía Polonia, Finlandia, Letonia, Estonia, Lituania, Georgia y Ucrania. Además de las mermas territoriales, los pro-
blemas derivados de la participación rusa en la guerra vinieron de sus antiguos aliados, que se unieron a las fuerzas
contrarrevolucionarias para acabar con el poder bolchevique.
Rusia se vio envuelta en una guerra civil con participación de las potencias extranjeras. Los bolcheviques estaban
solos frente a liberales, demócratas, burgueses y campesinos propietarios, a los que se fueron uniendo, según la represión
se extendía, los social-revolucionarios y mencheviques; por otra parte, se enfrentaron a las potencias occidentales, que
ayudaron al conglomerado contrarrevolucionario con la esperanza de conseguir la vuelta de Rusia a la guerra mundial.
Las fuerzas internacionales estuvieron formadas por japoneses, que veían la posibilidad de ampliar su imperio a costa
del ruso, estadounidenses, franceses e ingleses.

6. La victoria de los aliados


La revolución en Rusia provocó una difícil situación para las potencias aliadas que se vio compensada con la entrada
de EEUU en guerra. El cambio de táctica de Alemania en la guerra submarina facilitó la beligerancia norteamericana.
El bloqueo inglés hacía cada vez más daño a Alemania que entendió que la única forma de sacudirse el problema y
conseguir la victoria era llevar la lucha submarina hasta sus últimas consecuencias. Alemania reanudó, en febrero de
1917, el bloqueo naval a las Islas Británicas, con advertencia de que hundiría cualquier barco que se dirigiese a puertos
británicos, independiente de la mercancía .Pensaban que podían acabar con GB en seis meses, tiempo que consideraban
insuficiente para que EEUU, en caso de que les declarara la guerra, pudiera transportar tropas a Europa. El presidente
norteamericano rompió las relaciones diplomáticas. La opinión pública americana conoció el telegrama Zimmermann.
El hundimiento de varios barcos con bandera estadounidense por submarinos alemanes supuso el fin de las reticencias.
EEUU declaraba la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917. En un principio, la guerra submarina consiguió el objetivo
previsto: el hundimiento de buen número de barcos y la reducción de reservas de alimentos en las Islas Británicas, las
medidas de los aliados, como cargas de profundidad, minas y, principalmente, la organización de desplazamientos en
convoy - en el que iban barcos mercantes y de guerra -, disminuyeron su efectividad.
A la espera de las tropas norteamericanas, el frente occidental, durante 1917, continuó estancado. Lo que no impidió
desgastadoras batallas, como Passchendaele, en verano de 1917, donde los ingleses perdieron cerca de 400.000 hombres,
o la de Caporetto, en octubre, donde los italianos sufrieron una dura derrota con medio millón de bajas, entre muertos y
prisioneros. Donde los aliados progresaron fue en Oriente Medio: los ingleses entraron en Bagdad, en marzo, y “La-
wrence de Arabia”, al frente de tribus árabes, tomó Aqaba, en julio, mientras que tropas inglesas ocupaban Jerusalén en
diciembre.
En Alemania, mientras que el gobierno alemán deseaba negociaciones para un acuerdo de paz, la cúpula militar, con
los generales Ludendorff y Hindenburg a la cabeza, lo rechazaban. Los responsables militares diseñaron un ataque ma-
sivo en el frente occidental, en marzo de 1918, con más de 3 millones de soldados, la última gran ofensiva alemana. El
avance fue espectacular los primeros meses, llegando a cruzar el Marne y llegar cerca de París. Pero el ejército francés
del General Foch, que dirigía todas las fuerzas aliadas incluidas las norteamericanas, detuvo el avance y contraatacó,
haciendo retroceder a los alemanes hasta el Aísne. Esta segunda Batalla del Marne fue determinante. El ejército alemán
estaba prácticamente agotado. Los aliados mantuvieron la iniciativa; los americanos, en septiembre, atacaron en la Ar-
gonne, en las Ardenas, los ingleses en Flandes. Los generales alemanes reconocieron ante el Kaiser su imposibilidad de
ganar la guerra, y aconsejaron la formación de un gobierno, lo más plural posible, para enfrentarse a las negociaciones
de paz.
Los países que habían luchado al lado de las potencias centrales fueron cerrando su participación en la guerra. Bul-
garia firmó el armisticio en Salónica el 30 de septiembre. En Oriente Medio, los ingleses, en colaboración con los árabes,
tomaban Amán, en septiembre, y Damasco, a principios de octubre. Los franceses entraban en Beirut. Turquía pedía el
alto el fuego y, el 30 de octubre, firmaba el armisticio.
Austria-Hungría iba a protagonizar su última batalla en el frente sur. El ejército italiano ganó la decisiva Batalla de
Vittorio Veneto, con 400.000 prisioneros. Fue el fin del Imperio Austro-Húngaro y también el punto final para Alemania.
El Kaiser había nombrado el gobierno solicitado por los militares, y las negociaciones de paz comenzaron mientras
7
continuaba la guerra. Las conversaciones se dilataban sin acuerdo, además Ludendorff llevaba a cabo una política de
destrucción en los territorios que abandonaba y de resistencia a ultranza, que provocaron la desconfianza aliada. El
gobierno alemán cesó a Ludendorff. La caída de Austria-Hungría fue determinante. La orden dada a los marineros para
librar su última batalla naval contra los ingleses, a fines de octubre, provocó el amotinamiento en el puerto de Kiel. A la
rebelión de marinos le sucedió la de los soldados de tierra y las de trabajadores en las principales ciudades. El 9 de
noviembre el jefe del gobierno nombrado por el Kaiser para las negociaciones de paz, el príncipe Max Von Baden, cedía
el poder al líder del Partido Socialista Alemán, Friedrich Ebert. El mismo día, para evitar disturbios y la actuación de
una minoría revolucionaria, Guillermo II fue obligado a abdicar. La comisión encargada de negociar firmó el armisticio
el 11 de noviembre de 1918. La I Guerra Mundial había terminado.
7. Características de la Gran Guerra
La IGM tuvo características especiales. Era la primera vez que un conflicto bélico adquiría el carácter de mundial,
pues habían participado países de todos los continentes y desarrollado en buena parte del mundo. Fue una guerra total
porque no afectó sólo a soldados, sino que repercutió en la población civil de retaguardia. Todos los recursos se emplea-
ron en la guerra y la industria se reconvirtió con el objetivo de producir materiales para el frente. Cada Estado intervino
en todos los resortes de su economía, se pasó de un liberalismo económico al control exhaustivo en el comercio, la
producción, la distribución de los productos, la moneda...
Aparecieron nuevas formas de guerra y nuevas armas. Con el estancamiento de los frentes, la guerra de trincheras
fue característica. Los ataques mantenían un esquema básico: fuerte ataque de artillería durante días, seguido de grandes
oleadas de soldados de infantería. Las trincheras representan la imagen de esta guerra. Lugares insalubres con largas
alambradas de espino, donde las condiciones eran inhumanas y se extendían las enfermedades; y entre trincheras, de uno
y otro bando, una tierra de nadie donde se acumulaban los cadáveres.
En armamento, la gran revolución fueron las ametralladoras, con su capacidad de tiro que destruía la formación de
atacantes. La artillería logró un gran desarrollo, su precisión y calibre aumentaron con el paso del conflicto. El cañón
más espectacular fue Gran Berta, de Alemania, con calibre de 420 m/m. Aparecieron los carros de combate o tanques,
utilizados por los ingleses, aunque no alcanzaron el rendimiento de guerras posteriores. Se emplearon como apoyo a la
infantería o para destrucción de trincheras. Los productos químicos, prohibidas por la Conferencia de la Haya de julio
de 1899, hicieron acto de presencia. El más popular fue el gas mostaza que producía ampollas; otros eran más letales
como el fosgeno, gas asfixiante. En contra de ellos se inventaron las máscaras, que redujeron su efectividad.
En el mar, la mayor innovación fue el submarino por Alemania. En contra de ellos se emplearon las cargas de
profundidad, minas y convoyes. En el aire los Zeppelines fueron usados para el bombardeo de ciudades, pero con escasa
repercusión. Los aviones de caza aparecieron en 1915. El alemán Von Richthofen – el “Barón Rojo” – fue el aviador
más conocido, prototipo de caballerosidad de la época y héroe nacional. Aparecieron las fotografías aéreas, los lanza-
bombas y la inclusión de la ametralladora en los aviones, pero también la artillería antiaérea. En cuanto a los transportes
los más utilizados fueron el ferrocarril y el automóvil, mientras que en comunicación fueron esenciales la radio, el
teléfono y el telégrafo.
En un breve balance de pérdidas humanas, hay que señalar que la guerra costó 10 millones de muertos, mientras que
los heridos se cifran en aproximadamente el doble. Cada una de las principales potencias sufrió una pérdida de entre uno
y dos millones de soldados. Por su parte, EEUU tuvo más de 100.000 muertos, y es que el ejército norteamericano sólo
combatió los últimos meses de la guerra, aunque su intervención fue decisiva para la victoria final de los aliados.

8
TEMA 2. Las Paces: Derrotas y victorias pírricas
La IGM provocó uno de los cambios más radicales en el panorama internacional de la historia. La guerra resultó
nefasta para los tres Imperios europeos: Alemania, Austria-Hungría y Rusia. Mientras que la revolución bolchevique
provocó la desaparición del último, el impulso nacionalista, supuso el ocaso del Imperio de los Habsburgo. A la abdica-
ción de Carlos I, el 12 de noviembre de 1918, le siguió la proclamación de repúblicas en Austria y Hungría. Anticipán-
dose a las conversaciones de paz de París, nuevas naciones, como Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía, iban sur-
giendo de las cenizas del viejo Imperio.
Alemania sufría convulsiones internas en los últimos instantes de guerra. Ludendorff había constatado ante Gui-
llermo II su imposibilidad de ganar y aconsejó un gobierno de amplia representación democrática para iniciar negocia-
ciones. El ejército no quería estar en la firma de un tratado que certificaba su derrota. Esta circunstancia, con importantes
repercusiones para el futuro de Alemania, fue apoyada de forma inconsciente por Wilson, al imponer como condición
a la apertura de negociaciones el trato con un gobierno democrático.
Alemania iniciaba el camino de las reformas que le llevaba a la proclamación de una monarquía constitucional. Pero
para muchos alemanes la firma de una paz con los aliados podía ser más ventajosa si se rompía con el viejo régimen, si
se prescindía del Kaiser y Alemania se presentaba como república democrática. A principios de noviembre, los marine-
ros en Kiel se amotinaron y en varias ciudades alemanas se formaron consejos de soldados y obreros, mientras que
socialistas y sindicalistas llamaban a la huelga general.. Estos acontecimientos hay que situarlos en el deseo de la pobla-
ción de poner fin a la guerra más que en el inicio de un movimiento revolucionario, que sólo pretendía una minoría
radicalizada. En este contexto, Guillermo II abdicó el 9 de noviembre. Dos días más tarde, Alemania se convertía en
una república.
2.- Reordenación territorial: destrucción de Imperios y nacimiento de naciones
2.1.- Las bases de los acuerdos
El 18 de enero de 1919, 70 representantes de 27 países se reunieron en París para formalizar el fin de la guerra, pero
la situación distaba de encontrarse asentada. Rusia ruso estaba en manos bolcheviques, en una guerra civil en la que el
Ejército Blanco era apoyado por Japón, EEUU, Francia e Inglaterra. Quedaba apartada de cualquier relación internacio-
nal, y las potencias imponían una cuarentena ante el miedo a la expansión de la revolución, así que no participó en las
negociaciones.
Los antiguos imperios Alemán y Austro-Húngaro sufrían división territorial y constitución de nuevas repúblicas en
las que no existían fronteras delimitadas ni gobiernos verdaderamente representativos. Se añadía el miedo a la propaga-
ción de la revolución que se incrementó con la agitación social que recorrió Europa y EEUU entre 1919 y 1922, conse-
cuencia del ejemplo bolchevique y de la crisis económica de posguerra. Así que a las sublevaciones “espartaquistas” en
Alemania y el estado comunista en Hungría de Bela Kun, se unía la ocupación de fábricas y tierras en Italia y las huelgas
en sectores claves de la economía en Francia; en GB, el Partido Laborista emergía con fuerza en 1918, con más del 20%
de los votos.
Otro motivo de inquietud occidental eran los partidos comunistas en consonancia con el régimen socialista ruso. La
III Internacional Comunista – Komintern -, constituida en Rusia en 1919, agrupaba a socialistas extremistas, en oposi-
ción a los moderados. El komintern, además de criticar el escaso bagaje revolucionario de la II Internacional – consti-
tuida en 1889, agrupó a los partidos socialistas - promovía la lucha en cada país con el objetivo de destruir la sociedad
burguesa y la instauración de Repúblicas de Soviets.
En este contexto, los vencedores se reunieron en París con varias cuestiones. Las negociaciones abordaron de forma
primordial dos asuntos: acabar con el caos territorial en el este de Europa y frenar el avance de la revolución bolchevique.
Era necesario reestructurar los vacíos por el hundimiento de los grandes imperios, teniendo en cuenta la necesidad de
aislar al régimen bolchevique y controlar a Alemania para evitar futuros conflictos. Los movimientos nacionales, me-
diante la formación de nuevos estados, fueron los llamados a solucionar ambos. Las negociaciones intentaron dar satis-
facción a las demandas de las potencias vencedoras de la contienda y, por último, poner las bases sólidas de una paz que
impidiera un nuevo conflicto armado.
A pesar de la numerosa presencia de delegaciones, las cuestiones importantes fueron decididas por las 4 potencias
vencedoras: Wilson, por EEUU, David Lloyd George, de Inglaterra, Clemenceau, Francia y Víctor Emmanuel Orlando,
por Italia. El norteamericano ejerció como líder ya que la intervención de EEUU había sido determinante para el resul-
tado. Wilson llegó a Europa en enero de 1919 y visitó ciudades de los países vencedores, donde fue recibido con entu-
siasmo. Representaba una nueva época en la que la democracia era el valor primordial. Su discurso señalaba que todas

9
las naciones, independiente del resultado de guerra, trabajaran por un mundo que superara las diferencias y en el que la
razón se impusiera a la fuerza en la resolución de conflictos. Para conseguirlo pensaba que la diplomacia tenía que ganar
en transparencia, por lo que se mostraba contrario a tratados secretos. Defendía “pactos abiertos” donde los principios
se impusieran a otros intereses. Era un planteamiento moralista, que si bien se podía acoplar a un país como el suyo de
larga tradición democrática, era de difícil aplicación en una Europa variopinta y en reconstrucción.
El punto de partida de las negociaciones fue un documento presentado en enero de 1919 por Wilson con 14 puntos
donde proponía: abolición de diplomacia secreta; Libertad de navegación en los mares, en guerra y en paz; Eliminación
de las barreras para el comercio internacional; Reducción de armamento; Satisfacción de las pretensiones coloniales
justas; Evacuación del área rusa ocupada por las potencias centrales; Restauración de la soberanía a Bélgica; Restaura-
ción a Francia de Alsacia y Lorena; Rectificación de fronteras italianas; Libre acceso a la independencia de los pueblos
que conformaban el antiguo Imperio Austro Húngaro; Evacuación de Rumania, Serbia y Montenegro; Independencia
de Turquía, apertura de los estrechos e independencia de los pueblos no turcos del antiguo Imperio Otomano; Creación
de un Estado polaco independiente con libre acceso al mar; y creación de una Sociedad de Naciones que garantizara la
paz.
Las potencias aliadas se sentían reticentes a aceptar el plan. Para Francia era fundamental el control de Alemania,
ante una posible agresión, y la garantía de que las pérdidas provocadas por la guerra iban a ser satisfechas. GB quería
limitar lo que se refería a la libertad de navegación. Además, su posición separada del continente le permitía rebajar las
pretensiones de control de Alemania que deseaban los franceses. Italia quería hacer valer los acuerdos secretos firmados
en 1915 con las potencias aliadas lo que chocaba con la nueva diplomacia que defendía Wilson, quien no se sentía
obligado por dichos acuerdos.
Las negociaciones se extendieron más de un año. Los vencedores firmaron 5 tratados con los derrotados: St. Ger-
main, con Austria; Trianon, con Hungría; Neuilly, con Bulgaria; Sèvres con Turquía; y Versalles con Alemania. Los
acuerdos contaron con el problema de que los vencidos no participaron, tampoco Rusia. Es decir, fueron una paz im-
puesta por los vencedores, lo que supuso una humillación para los vencidos.
2.2 El Tratado de Versalles
El más importante, firmado con Alemania en junio de 1919. Las negociaciones contaron con la presión de Francia,
que anteponía su seguridad, sin olvidar imponer sanciones y obligar al pago de reparaciones de guerra. Los franceses
señalaban su proximidad y que la guerra en la frontera occidental se había librado en su territorio. GB tenía como
objetivos el mantenimiento de su supremacía en los mares y la protección de sus intereses coloniales. Una vez conse-
guidas ambas, con la desaparición de la flota y el imperio colonial alemán, los ingleses rebajaron exigencias. Wilson
pretendía la confección de una paz estable por lo que intentó rebajar las pretensiones francesas ante el miedo de que
unas cláusulas abusivas significaran la vuelta de hostilidades.
A pesar de las buenas intenciones de Wilson, algunas cláusulas terminaron como germen de futuros conflictos. El
art. 231 – del “delito de guerra” -: “los gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, que Alemania y
sus asociados son responsables, por haber causado, de todas las pérdidas y de todos los daños sufridos por los gobiernos
aliados y asociados y sus naciones como consecuencia de la guerra, que les fue impuesta por la agresión de Alemania y
sus aliados”. Los alemanes se sintieron ofendidos pues les nombraba como únicos responsables y se les obligaba a
admitir su culpabilidad. Esta redacción abría la posibilidad a grupos radicales alemanes de abanderar la recuperación
del orgullo nacional en detrimento, entre otras cuestiones, de la nueva república democrática.

Alemania. Perdía Alsacia y Lorena que pasaban a Francia, que obtenía por 15 años las minas de carbón del Sarre
que sería administrado por la Sociedad de Naciones hasta 1935, cuando se realizaría un plebiscito para decidir su futuro.
Eupen y Malmedy se incorporaban a Bélgica; Scheleswig a Dinamarca; la Alta Silesia, Posnania y el pasillo polaco,
territorios del este de Alemania, pasaban a Polonia; se prohibió la unión de Alemania y Austria. Además, dejaba sin
efecto el Tratado que las potencias centrales habían firmado con los bolcheviques en Brest-Litovsk y Finlandia, Lituania,
Letonia y Estonia eran reconocidas independientes.
Alemania perdía toda sus colonias. En un principio la Sociedad de Naciones se hizo cargo para, a continuación, ser
administradas por diferentes potencias. Las principales colonias africanas dependieron de Francia y GB. El Congo Belga
extendió sus fronteras y el África suroccidental alemana pasó a la Unión del África del Sur. La Nueva Guinea alemana
y las islas Salomón controladas por Australia y Samoa por N Zelanda. Japón de las islas del Pacífico al norte del Ecuador
y de buena parte de los derechos de Alemania en China.

10
El ejército alemán quedaba reducido a 100.000 soldados, se suprimía el servicio militar obligatorio y Renania que-
daba desmilitarizada. Se limitaba la industria armamentística y le prohibía poseer aviación, submarinos y artillería pe-
sada. La flota debía ser entregada a los aliados como pago de las indemnizaciones de guerra. Los marinos prefirieron
hundirla en Scapa Flow antes de sufrir tal humillación.
Las indemnizaciones de guerra, en el art. 233: “El importe total de los susodichos perjuicios, por los cuales es debida
una indemnización por parte de Alemania, será fijado por una comisión interaliada que tomará el nombre de Comisión
de las Indemnizaciones”. Las cantidades presentadas por los vencedores fueron extraordinarias, queriendo cargar a
Alemania con el total de reparaciones, lo que hacía imposible su satisfacción. Los principales países habían contraído
una fuerte deuda con EEUU para gastos bélicos. La conferencia no señaló ninguna cantidad y dejó la cuestión a una
comisión posterior. En la Conferencia de Londres de 1921, esta comisión fijó la cantidad en 6.500 millones de libras
más intereses.
Los acuerdos, fruto de una difícil negociación entre vencedores que llegó a buen término por la flexibilidad de
Wilson, más interesado en sus ideas como la creación de la Sociedad de Naciones, también por la ausencia alemana.
Cuando los aliados les presentaron el documento, en mayo de 1919, se negaron a firmarlo. A mediados de junio, eran
los aliados los que se negaban a aceptar la contraoferta y amenazaban con reanudar la guerra. El presidente alemán Ebert
corroboró con el mando de su ejército la imposibilidad de otro conflicto y firmó. Como ningún alemán estaba dispuesto
a cargar con ello la situación provocó la crisis del gobierno de Scheidermann, al que le sustituyó el socialdemócrata
Bauer. Una coalición de socialdemócratas y católicos fueron los encargados de firmar el Tratado el 28 de junio de 1919
en la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles.
2.3.- El Tratado de Saint Germain
Se firmó el 10 de septiembre de 1919 entre aliados y Austria. El nuevo estado sufría gran recorte territorial. Austria,
con población de raza y lengua alemana, se le prohibía la unión con Alemania. El Tratado le separaba de la otra parte
del Imperio: Hungría, y declaraba independiente Yugoslavia, Checoslovaquia y Polonia. Esta recibía Galitzia; Checos-
lovaquia con Bohemia, Moravia y la Silesia austriaca; Yugoslavia tomaba Eslovenia, Dalmacia, Bosnia y Herzegovina.
El Trentino, Istria y Trieste a Italia. El ejército austriaco quedaba en 30.000
2.4.- El Tratado de Trianón
Firmado el 4 de junio de 1920, Hungría perdía cerca de dos terceras partes de su territorio y su población se reducía
a menos de la mitad. Rumanía se hizo con el control de Tansilvania; Checoslovaquia recibía Eslovaquia y Rutenia;
mientras que Yugoslavia obtenía Croacia, Eslovenia, Batchka y Banato.
2.5.- El tratado de Neuilly
Bulgaria firmó el Tratado de Neuilly el 27 de noviembre de 1919. Según sus cláusulas la Tracia mediterránea pasaba
a Grecia, aunque se permitió a Bulgaria conservar una salida al mar. Por su parte, Rumanía percibía Dobrudja y Yugos-
lavia pasaba a controlar Montenegro. Italia no veía colmadas sus aspiraciones de hacerse con Albania, que se constituía
en estado independiente. El Tratado reducía considerablemente los efectivos del ejército búlgaro que, desde este mo-
mento, no podía sobrepasar los 20.000 soldados.
2.6.- El Tratado de Sèvres
Se firmó con Turquía el 10 de agosto de 1920. Sus posesiones pasaban a depender de la Sociedad de Naciones para
ser administradas como mandatos. Obligaba a Turquía a internacionalizar los Estrechos. El Kurdistán consiguió la au-
tonomía, Armenia su independencia. GB administraría Irak, Palestina, Chipre y Arabia y Francia Siria y el Libano. Italia
el sur de Anatolia, Dodecaneso, Rodas y Adalía. A Grecia Esmirna, Tracia, Gallipoli y las islas del egeo no italianas.
La nueva república turca sólo poseía una ciudad en Europa: Estambul. Su ejército quedaba limitado a 50.000 hombres.
La dureza del Tratado, firmado por los representantes del sultán Mohamed VI, provocó el levantamiento de los nacio-
nalistas turcos, encabezados por Mustafá Kemal, “Atatürk”, que situó su capital en Ankara. Se negó a aceptar el Tratado,
lo que venció la balanza a su favor en el país. Entre 1920 y 1923 recuperó parte de los territorios perdidos, convocó
elecciones y reunió al parlamento en Ankara. En la guerra contra Grecia, recobró Esmirna y obligó a los griegos a un
armisticio en octubre de 1921. Expulsó al sultán y proclamó la República turca en 1923. El ímpetu nacionalista hacía
prever una guerra en la región contra las potencias aliadas, lo que obligó a la revisión del Tratado. El nuevo acuerdo se
firmó en 1923 en Lausanne; Turquía recuperaba Anatolia, Armenia, Kurdistán y Tracia Oriental y renunciaba a los
territorios bajo mandato de Francia y GB. En 1921, Turquía había firmado un tratado con Rusia que impidió el

11
aislamiento de ésta hacia el Cáucaso. Rusia y Turquía rectificaron los acuerdos firmados por los primeros con los ale-
manes en BrestLitovsk y anularon la independencia de Armenia y Georgia.
2.7.- Significado de los Tratados
Los tratados firmados supusieron la desaparición de los imperios Austro-Húngaro, Alemán, Ruso y Otomano. Ser-
vían para dar forma a dos fines que perseguían los vencedores: Reestructurar el mapa de Europa y evitar la difusión
bolchevique. El primero significó el triunfo del nacionalismo, que Wilson lo hacía consustancial con el progresismo, el
liberalismo y la democracia. En consecuencia, la Europa de después de la guerra era muy diferente a la del inicio.
Aunque las potencias aliadas sólo certificaron lo que era una realidad pues más de un estado nacional ya estaba en
formación al inicio de las conversaciones.
En concreto se constituyeron 7 nuevos estados independientes: Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Che-
coslovaquia y Yugoslavia. Los cinco primeros junto a Rumanía formaban un “cordón sanitario” de estados anticomu-
nistas, en gran medida integrados en territorios que antes eran de la Rusia zarista, lo que aseguraba su oposición a la
República de los Soviets. Las tres repúblicas bálticas nunca habían sido estados nacionales; Polonia recuperaba su in-
dependencia tras 120 años; y Rumania había ganado terreno con territorios del Imperio Austro-Húngaro. Checoslova-
quia se constituyó desde la base de antiguos territorios checos e los Habsburgo, a los que se añadió Eslovaquia y Rutenia.
Yugoslavia desde las aspiraciones nacionalistas de los eslavos del sur. Un problema fue la realidad multiétnica, pues
tenían minorías de estados vecinos: húngaros en Checoslovaquia, polacos en Lituania o búlgaros en Rumanía. Problemas
en el origen de la IGM quedaban sin solución y estuvieron presentes en la siguiente, como la reclamación de Hitler sobre
los Sudetes.
Austria-Hungría conformaban dos repúblicas independientes. Grecia amplió sus territorios a costa del antiguo Im-
perio Otomano. De él había surgido Turquía convertida en república, con grandes pérdidas territoriales. Italia había
conseguido anexiones, pero menos que las que señalaba el tratado de 1915 y mostró su enojo al señalar que los benefi-
ciados del reparto en África y el Próximo Oriente habían sido Francia y Gran Bretaña.
Los alemanes pensaban que la proclamación de la república y los ideales democráticos implicaría cierta benevolencia
en los acuerdos de paz, pero no fue así, a pesar de que alguna potencia vencedora pusiera en duda su idoneidad y hasta
su más improbable realización. A las pérdidas territoriales, se unieron las indemnizaciones y la cláusula de culpabilidad,
sentida como humillante. En la firma los militares estuvieron ausentes y la responsabilidad recayó sobre unos políticos
que poco tenían que ver con el desarrollo de la guerra. Que estos políticos representantes del nuevo régimen firmaran el
acuerdo en sustitución de los responsables del conflicto fue un error. Este requisito que, impuesto por Wilson, facilitó
el descrédito de los políticos firmantes y de la república constituida. En los años siguientes, los jefes del ejército y grupos
reaccionarios mantuvieron, en contra de la realidad, que los acuerdos firmados fueron a espalda de los militares y una
traición a la patria.
Otras cuestiones hicieron del Tratado de Versalles algo difícil de cumplir: el principal valedor de los pactos, EEUU,
nunca los ratificaron, el Senado rechazó el trabajo de Wilson, incluida la negativa al acuerdo con ingleses y franceses
de colaboración en caso de ataque alemán y la Sociedad de Naciones. Pero la rectificación a la política del presidente
vino también del pueblo. El republicano Warren G. Harding venció en noviembre de 1920, lo que implicó la rectificación
de la política internacional.
Estas circunstancias lastraron los acuerdos porque su gran valedor no los ratificó y porque Europa había perdido su
papel hegemónico y aparecían Japón o EEUU. Alemania y la Rusia Soviética sufrieron el veto en el escenario político
internacional. La primera requerida en Versalles sólo para la rúbrica, la segunda apartada de la mesa. Cuando estos
países volvieron a la escena internacional fue difícil mantener lo pactado, acuerdo que a la postre sólo contaba con el
apoyo de Francia y GB, pues Italia descontenta, estaba condenado al fracaso.
3.- La Sociedad de Naciones
Apuesta de Wilson fue la Sociedad de Naciones, organismo internacional llamado a suplir las deficiencias del sis-
tema diplomático, cuyas estructuras se basaban en diplomacia secreta y política de alianzas. Wilson “acuerdos transpa-
rentes a los que se llegaría de forma transparente”.
Una comisión presidida por Wilson redactó los estatutos en febrero de 1919. Se puso su sede en Ginebra. Su órgano
principal fue la Asamblea con los 42 países miembros, con estructura democrática que otorgaba un voto por delegación.
Hasta 1926 Alemania no se incorporará; la Unión Soviética, en 1934. Los estatutos señalaban la constitución de un
Consejo de 9 estados, 5 permanentes: EEUU, Inglaterra, Francia, Italia y Japón. EEUU no ingresó en el organismo que
había nacido bajo impuso de su presidente por decisión del Senado, un duro golpe para la credibilidad de la institución.

12
Órganos como el Consejo contaba con una presencia europea que no se correspondía con la realidad de la nueva situación
internacional. Los estatutos preveían un Tribunal Internacional de Justicia, con sede en la Haya, y la Organización In-
ternacional del Trabajo (OIT), para la legislación laboral. Su primer secretario general fue el británico Eric Drummond,
hasta 1933.
La misión principal era la solución de pleitos entre naciones de forma democrática y pacífica, evitando la posibilidad
de una guerra. Para ello contaba con la fuerza de sus decisiones, que incluían condenas y sanciones para los países
transgresores del orden internacional. Pero no contaba con una autoridad internacional ni mecanismos de fuerza y legales
para llevar a cabo sus resoluciones. En la mayoría de casos lo único que podía realizar eran sanciones difíciles de aplicar.
Era vista como un organismo en manos de Francia y GB.
Aunque todo indica que no hubiera podido evitar el enfrentamiento entre grandes potencias, demostró cierta eficacia
en solucionar problemas menores en los 20. En el conflicto entre Finlandia y Suecia por las islas Aland, en la división
de Silesia entre Polonia y Alemania, en la negociación por la isla de Corfú entre Italia y Grecia, o en la inclusión de
Mosul en Iraq en detrimento de Turquía. La nueva era de diplomacia tuvo su principal y esperanzadora representación
en los acuerdos de Locarno de 1925. Alemania firmó un tratado con Francia y Bélgica en el que garantizaba de las
fronteras existentes. Con Polonia y Checoslovaquia firmó tratados de arbitraje por los que, a pesar de no reconocer las
fronteras con estos países resultantes de las negociaciones de paz, se comprometía a no intentar cambiarlas por la fuerza.
Francia firmó acuerdos de ayuda militar con Polonia y Checoslovaquia en el caso de ser atacadas por Alemania. GB se
comprometió a usar la fuerza en caso de ataque alemán a Francia y Bélgica, no a Polonia y Checoslovaquia. Los ingleses
entendían que su seguridad estaría amenazada con un ataque de Alemania en el flanco occidental, no en el oriental. El
inicio de la IIGM lo pondría en evidencia. Esta buena relación internacional tuvo su colofón en 1928 cuando 65 países
firmaron un acuerdo en París entre Francia y EEUU en el que se comprometían a la resolución de cualquier conflicto
mediante la negociación, nunca con la fuerza de las armas.
4.- Fin de la hegemonía europea
La I Guerra Mundial cambió la relación de fuerzas entre Europa y el resto del mundo. A los cambios políticos
acaecidos en buena parte del continente, hubo que añadir los cambios económicos y sociales, tanto en el plano interna-
cional como en cada una de las naciones, provocados por el duro y largo conflicto armado.
4.1 El impacto económico de la guerra
Hasta el conflicto bélico, los estados aplicaban el sistema capitalista de forma ortodoxa. Aunque los poderes públicos
intervenían cada vez en mayor medida en materia económica – mediante protección del mercado con las tarifas aduane-
ras o el colonialismo para adquirir materias primas y mercados donde colocar productos -, en general se defendía el
liberalismo económico, donde las empresas gozaban de libertad en relación con el Estado. Todo sufrió una gran trans-
formación con la guerra que implicaba que los Estados controlaran el sistema económico para transformarlo y orientarlo
hacia la guerra; y que la economía de mercado diera paso a la planificación de la producción, distribución y consumo.
Las industrias cambiaron su producción habitual por aquella que era necesaria en el frente: Armamento, munición,
vehículos, uniformes,...
En GB, las industrias de armamento se multiplicaron por tres entre 1916 y 1918; se nacionalizaron sectores para el
esfuerzo bélico como ferrocarriles o marina mercante y se aplicó un control al consumo de productos, con atención a
los de primera necesidad. Alemania aplicó los mismos métodos que los aliados pero de forma más decidida porque,
debido a sus problemas de acceso al mar, sufrió la falta de alimentos. Se ejerció un fuerte control sobre el consumo de
productos básicos, aunque también de la producción. El gobierno creó industrias de nitratos, amplió la producción de
nitrógeno para explosivos, productos sintéticos como caucho o celulosa. Todas las industrias privadas del país trabajaban
bajo dirección del Estado, sometidas a criterios de producción del poder público. Igual sucedió con la distribución y el
consumo. Todos suprimieron la libre competencia, con lo que se antepuso la necesidad del producto a cualquier bús-
queda de beneficio.
Los gobiernos controlaron la producción de las fábricas y la apertura de industrias o el cierre de existentes sin tener
en cuenta el rendimiento de la producción, sólo con criterio de utilidad del producto para la guerra. Para ello fue sufi-
ciente el control del comercio exterior, ya que los gobiernos entregaban a cada industria las materias primas para la
producción, lo que implicaba el control de manufacturas.
Durante la contienda, el comercio internacional en manos de GB Francia y Alemania se interrumpió. En consecuen-
cia, EEUU y, en menor medida, Japón, pasaron a controlar parte de los mercados internacionales. Esta circunstancia
supuso un fuerte crecimiento económico de ambas, consecuencia de la fuerte demanda por el vacío de los países

13
europeos. EEUU aumentó su producción de carbón y petróleo y su renta nacional se duplicó entre 1913 y 1919. Japón
incrementó la venta de manufacturas a China, India y América del Sur.
Argentina y Brasil, que antes compraban a las potencias europeas, iniciaron la fabricación de productos para sustituir
las importaciones. En España, al igual que otros neutrales, no aprovecharon la guerra para cambiar estructuras para el
despegue económico, y se conformaron con el beneficio momentáneo.
El papel de Europa como gran industria del mundo tocó a su fin a lo que añadir el gran coste de la guerra. Inglaterra
gastó un 32% de su riqueza nacional, Francia un 30%, Italia un 26% y Alemania un 22%, EEUU sólo un 9%. Nueva
York se convirtió en el principal centro financiero en detrimento de Londres. Las exportaciones norteamericanas se
multiplicaron por tres entre 1914 y 1918, de 2.000 millones de dólares anuales a 6.000. Los destinatarios eran los países
europeos, que hacían frente al gasto militar con préstamos estadounidenses. En GB el presupuesto de gasto pasó de 200
millones de libras en 1913 a más de 2.500 al final de la guerra. Supuso el cambio de papeles desempeñados por cada
potencia: los europeos dejaban de actuar como acreedores y pasaban a deudores; si EEUU debía 4.000 millones de
dólares a Europa al inicio de la guerra, al final los países europeos acumulaban una de 10.000 millones con el nuevo
imperio.
Los grandes gastos por la guerra obligaban a los países a buscar medios para recaudar más fondos. Una solución
vino de la financiación mediante emisión de papel moneda, con venta de bonos o suscripción de créditos; lo que provocó
fuerte inflación. El índice de precios en GB se duplicó en los años de guerra, en Francia por tres. Las deudas de los
países beligerantes, unidas a la reconstrucción y los gastos sociales para mutilados, viudas y huérfanos, implicó fuertes
subidas de impuestos en la posguerra. Los mayores afectados fueron los trabajadores con un salario, los ahorradores y
funcionarios que vieron disminuido su nivel de vida.
Los perdedores tuvieron que hacer frente, además, a las indemnizaciones. Todo provocó una fuerte crisis económica
no superada hasta la primera mitad de los 20. Crisis que se notó en el desempleo, a principios de la veinte, GB contaba
con 2 millones de parados, Francia e Italia superaban el medio millón de desempleados.
La IGM supuso el fin de la hegemonía económica de Europa. Varias cuestiones influyeron: las destrucciones en los
países contendientes, especialmente Francia, Bélgica, Rusia y norte de Italia; la disminución en producción industrial,
un 40%, y en la agricultura, que bajó un 30%, respecto al inicio de la contienda. Se añade la reestructuración de sectores
productivos acabada la guerra, la pérdida de mercados internacionales y el quebranto financiero por el retraimiento de
capitales europeos; el fuerte endeudamiento de los países europeos con EEUU; la deuda nacional se multiplicó por 7 en
Francia, por 10 en GB y por 20 en Alemania. Igual balance negativo se puede hacer de la depreciación de las monedas
europeas respecto al dólar: la libra perdió un 27%, el franco un 63% y el marco llegó a perder hasta un 98%.
4.2.- El impacto social de la guerra
+La guerra no sólo trastocó las bases económicas y financieras en las que estaba asentada la sociedad, sino que
transformó en buena medida la realidad política y social de la época. Los ciudadanos de los países contendientes fueron
transformando su patriotismo de los primeros momentos en hastío, para dar paso a una hostilidad manifiesta ante la
inmensa sangría en que se convirtió el enfrentamiento. La oposición a la guerra estuvo presente también en el mismo
seno de las fuerzas armadas de los países beligerantes, así lo demuestran los levantamientos revolucionarios en la base
naval de Kronstadt, en Rusia, y de Kiel, en Alemania. En el mismo sentido, los socialistas, que no habían sabido oponerse
al estallido de la contienda, volvieron a ocupar, en el transcurso del conflicto, un puesto destacado en su oposición. Por
su parte, el movimiento obrero perteneciente a las grandes industrias volvió a encabezar el puesto antibelicista y revo-
lucionario que muchos de sus líderes habían defendido en los años preliminares a la guerra.
Los levantamientos revolucionarios que invadieron las principales ciudades europeas en los últimos meses de la
guerra estaban relacionados con el hastío que provocaba una guerra tan cruenta y larga, aunque no dejasen de mirar el
ejemplo de la revolución bolchevique. Lo sucedido en Rusia había elevado la esperanza de los partidos socialistas eu-
ropeos de conseguir la revolución social. En España, por ejemplo, las perspectivas de una revolución inminente provo-
caron el incremento de las movilizaciones de los trabajadores, en lo que se ha venido a denominar el “trienio bolchevi-
que” (1918-1921). Sin embargo, los dirigentes soviéticos cometieron un grave error que supuso la división del movi-
miento socialista y obrero. La creación de la III Internacional, que pretendía la unidad revolucionaria bajo la dirección
de Moscú, provocó la reacción contraria. El movimiento sindical internacional se dividió entre los partidarios del Ko-
mintern y los integrantes de la Federación Sindical Internacional, continuadora de la línea de la II Internacional. División
que también se produjo en el campo político, con el nacimiento de los partidos comunistas surgidos del seno de los
socialistas.

14
Si antes del inicio de la guerra los partidos socialistas estaban dispuestos a mantener su oposición al sistema hasta
la llegada de la revolución, con el fin de la contienda buena parte de estos socialistas moderados comenzaron a compartir
responsabilidades de gobierno en sus respectivos países. Entre 1917 y 1919 los socialistas formaron parte de los ejecu-
tivos en Suecia, Finlandia, Alemania, Austria y Bélgica, y más adelante en Gran Bretaña, Dinamarca y Noruega. Este
cambio de actuación socialista, además de surgir como reacción al intento de control bolchevique, estuvo facultado por
las facilidades que las fuerzas en el poder dieron a los partidos socialistas para integrarse en el sistema, en gran medida
por el miedo que la burguesía tenía a la extensión de la revolución soviética. No es casualidad, por lo tanto, que en este
contexto los gobiernos asumieran, además de un papel destacado en la economía de cada país, la responsabilidad de
combatir las desigualdades sociales mediante políticas de empleo y de seguridad social. Como no fue casualidad que los
gobiernos aprobaran algunas de las reivindicaciones más preciadas por el movimiento sindical; como fue la aceptación
de la jornada de 8 horas en la mayoría de los países europeos tras el fin de la guerra. En España, el gobierno del Conde
Romanones aprobó el decreto de la jornada de ocho horas en abril de 1919; eso sí, después de importantes conflictos
obreros en Cataluña, con mención especial a la famosa huelga de La Canadiense, iniciada en febrero de ese año. En el
mismo sentido, como hemos visto, la Conferencia de París acordó la creación de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), en el seno de la Sociedad de Naciones, una especie de asamblea internacional de sindicatos que tuvo
como objetivo la elaboración de una legislación laboral que obligaba su cumplimiento a los países firmantes.
Mención aparte merece los cambios acaecidos en el mundo laboral durante la guerra y, especialmente, la incorpora-
ción de la mujer. En primer lugar hay que señalar que durante la I Guerra Mundial no existió el trabajo forzado, ni los
prisioneros de guerra tuvieron que realizar ningún tipo de trabajo. Las juntas de reclutamiento de los países contendientes
seleccionaban a los hombres que debían incorporarse a los ejércitos y a aquellos que tenían que trabajar en las industrias
de guerra. Los trabajadores aceptaron las duras condiciones que impuso la guerra, su movilidad y hasta la negación de
sus derechos. Los sindicatos renunciaron a la disminución de horarios, a la subida de salarios y al derecho de huelga.
Esta situación se contrapone con la actuación de muchos industriales, comerciantes y especuladores que utilizaron la
coyuntura del momento para conseguir un rápido enriquecimiento.
Las numerosas bajas provocadas en el inicio de la guerra obligó a muchos hombres destinados a las fábricas a
incorporarse al frente. Las mujeres ocuparon sus puestos en industrias y oficinas. Trabajos que hasta ese momento habían
sido desempañados en exclusividad por los hombres pasaban a manos de las mujeres. Esta realidad no sólo cambió el
papel de la mujer en la sociedad, sino también sus relaciones personales y perspectivas de vida que, desde este momento,
se situaban más allá del hogar. En los años siguientes al conflicto la mujer alcanzó el derecho de voto en buena parte de
los países occidentales: Suecia, Países Bajos, Gran Bretaña, EEUU, Alemania, Austria..., en España hubo que esperar
hasta la proclamación de la II República en 1931.
Una última cuestión merece ser señalada: el control que los gobiernos intentaron sobre las ideas de los ciudadanos.
La propaganda y la censura se impusieron a la libertad de pensamiento, que sufrió el mismo control que la economía.
Cada nación intentaba convencer de la justicia de su participación en la guerra y de la sinrazón que invadía al otro bando.
En todos los lugares se impuso una intensa labor propagandística mediante conferencias, carteles, discursos..., en los
que políticos e intelectuales pretendían demostrar la superioridad de sus argumentos frente a los del enemigo. Se insti-
gaba al odio al adversario, cuestión que supuso un importante impedimento a la hora de alcanzar la paz una vez finalizado
el conflicto y, lo que fue más determinante, a la hora de construir el futuro.
A modo de conclusión, la IGM provocó importantes cambios políticos, económicos y sociales. En los primeros, la
guerra asestó un golpe definitivo a la antigua institución monárquica. Con su caída arrastró a la aristocracia y al mundo
cortesano que la rodeaba. En contrapartida, supuso la victoria de la democracia y los nacionalismos. Europa perdió el
papel hegemónico en el concierto internacional, al tiempo que los EEUU se convertían en el nuevo líder mundial.
La guerra supuso el fin del liberalismo económico. Los gobiernos durante la guerra controlaron los resortes de la
economía, y una vez terminada la contienda no permitieron su exclusión del mundo económico y financiero. El estado
tomó parte activa en las políticas de distribución económica de la riqueza y en la asistencia social. El desgaste político
de Europa se complementó con la pérdida de su primacía económica internacional. EEUU pasará a ser el país dominante,
mientras que otras naciones, como Japón y algunos estados sudamericanos, experimentaron un gran desarrollo.
Entre las consecuencias sociales cabe destacar la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar, lo que implicó
no sólo cambios en la vida individual, sino en los hábitos y costumbres de la sociedad. En las ciudades proliferaron los
mutilados de guerra y excombatientes que se habían ganado el respeto y la admiración de sus compatriotas. Lo contrario
que esos especuladores que habían utilizado la guerra para su enriquecimiento. La guerra supuso también el empobre-
cimiento de los trabajadores y ahorradores. Pero por encima de todo quedó el recuerdo imborrable de la muerte y la
destrucción, los rencores de las ofensas inflingidas, los problemas sin solucionar y una fuerte crisis de valores. Todo ello
antesala de una nueva Guerra Mundial.
15
Tema 3. Los inciertos años veinte
1. Los desajustes económicos de la guerra y de la paz (1919-1924)
La guerra tuvo graves efectos sobre la economía. Alemania vio liquidadas todas sus inversiones exteriores; las de
Francia e Inglaterra drásticamente reducidas. Antes de la guerra las inversiones exteriores de los tres eran 3/4 partes de
los capitales mundiales exportados, es fácil imaginar la repercusión de las pérdidas en la riqueza de Europa y en la
decadencia de sus posiciones mundiales.
Las enormes repercusiones financieras se deben a que, en vez de financiarse con aumentos impositivos, se hizo con
recursos al crédito de los bancos centrales que incrementaron la oferta de dinero considerando como “reservas” los
compromisos de pago de los gobiernos. En 1918 la oferta monetaria alemana había aumentado 9 veces; el déficit pre-
supuestario seis y la relación entre billetes de banco y depósitos había caído de casi del 60 al 10%. Los resultados:
inflación, depreciación de moneda y abandono de la paridad fija con el oro, antes fundamento de seguridad y fluidez de
los intercambios internacionales. Esta situación se agravó por la intensa presión de las deudas intergubernamentales y
por la política permisiva de los gobiernos, que sólo a partir de 1920-1921 comenzaron a adoptar medidas restrictivas de
ajuste económico y financiero.
Los efectos de la contienda generaron cambios estructurales profundos, uno de los más importantes la ruptura del
sistema económico internacional. Antes de 1914, a pesar de las prácticas proteccionistas y monopolísticas, había predo-
minado una economía internacionalizada de libre mercado. Tras la guerra, los desajustes monetarios y el abandono del
patrón oro liquidaron el principal instrumento de intercambio internacional. Los controles de los gobiernos sobre pre-
cios, producción, asignación de recursos y mano de obra, distorsionaron los mecanismos de mercado.
Europa perdió la hegemonía económica mundial, indiscutible en 1914. Los grandes beneficiarios fueron EE.UU. y
Japón, que vieron aumentada su capacidad productiva, liquidaron gran parte de las inversiones extranjeras y pudieron
expandirse por los mercados de ultramar que habían dejado las potencias europeas.
La superproducción fue otra consecuencia estructural de la contienda. El exceso de capacidad productiva se vio
impulsado por la guerra. Las necesidades bélicas dispararon la producción en sectores de interés estratégico, mientras
que la obligada sustitución de importaciones dio lugar a proliferación de industrias nacionales, que, rompiendo la espe-
cialización económica internacional, generaron excedentes. Los incrementos de productos primarios de los países de
ultramar para abastecer durante la guerra a los mercados europeos arrojaron, con la paz, una superproducción, que
hundió los precios mundiales y sumió en la ruina al sector agrícola de los países abastecedores.
A las negativas consecuencias de la guerra se añadieron los efectos económicos de las decisiones de la paz. Las
remodelaciones territoriales de Europa central y oriental resultaron onerosas, al crear unidades aduaneras y aumento de
fronteras políticas. Estos nuevos Estados hubieron de crear legislaciones civil, comercial y fiscal, líneas de comunicación
y monedas. El espacio económico del Imperio austrohúngaro se vino abajo y las políticas nacionalistas de los nuevos
Estados añadían un factor de dislocación que entorpecería cualquier posibilidad de recuperar la unidad económica an-
terior a 1914.
Otro problema generado por la guerra y agravado por la paz fueron los pagos internacionales. La financiación de la
contienda por los Aliados había dado lugar a un endeudamiento entre ellos. El principal y único acreedor neto era
EE.UU., al que seguían Inglaterra y Francia. Por otra parte, la decisión de los vencedores por responsabilizar a Alemania
de la guerra la obligaba a pagar las reparaciones por los daños infligidos a los Aliados y también las indemnizaciones
por los gastos de guerra que había provocado. Una Comisión de Reparaciones estableció la desmesurada cifra de 33.000
millones dólares, contando que había perdido zonas estratégicas industriales.
Aunque EE.UU. rechazaba la vinculación entre reparaciones y deudas interaliadas, ésta era una realidad. Los pagos
internacionales, por tanto, la economía mundial, se vieron comprometidos por las reparaciones. No sólo Alemania era
incapaz de asumirlas, sino que la presión que ejercían sobre su economía desató una espiral inflacionista que puso la
viabilidad económica de la nación al borde del colapso.
La economía de la paz se inició bajo inflación, herencia de la contienda, acentuada por las políticas permisivas de
los primeros tiempos de posguerra. Los grandes déficits generados por la reconstrucción, gastos sociales y, en el caso
alemán, la presión de las reparaciones, llevaron a los gobiernos a tolerar gasto inflacionista. Pero el proceso inflacionario
obedeció también al aumento de la demanda sobre stocks insuficientes. Hasta finales de 1920 la inflación representó un
factor coyuntural de importante reactivación económica, pero desde otoño el impulso se detuvo, y en 1921 hubo caída
brusca de producción, exportaciones y precios. La crisis, breve pero profunda, se generalizó, salvándose de momento
los países de Europa central, cuyas despreciadas monedas constituían estímulo temporal a las exportaciones.

16
Se acometieron políticas de ajuste para combatir la inflación, estabilizar la moneda y relanzar la economía sobre
bases sólidas. A mediados de la década la mayor parte de economías se encontraban en condiciones de entrar en una
fase de espectacular crecimiento.
2. Crisis de posguerra y primeras quiebras del sistema
2.1. El santuario soviético de la revolución mundial
Los primeros años de posguerra asistieron a una crisis social que puso en riesgo la estabilidad del sistema liberal.
Las clases trabajadoras tenían la sensación de haber entregado sus vidas al poder, aliado del capitalismo. Las clases
medias empobrecidas, miraban con hostil envidia al opulento capital y con temor a las protestas revolucionarias del
movimiento obrero. Todos salieron desengañados y sometidos a duros sacrificios económicos. La revolución del prole-
tariado o la rebeldía nacionalista de las clases medias atacaban la esencia del sistema liberal.
La revolución social no era una utopía, puesto que desde 1917 la Rusia bolchevique constituía ejemplo de revolución
proletaria. La dictadura comunista establecida a finales de ese año desencadenó la intervención de las potencias de la
Entente, con el objetivo de destruir el régimen y crear un segundo frente contra los alemanes, que en marzo de 1918
habían firmado una ventajosa paz con los soviéticos. Estas intervenciones resultaron un fracaso, de modo que los occi-
dentales apoyaron a los “rusos blancos”. Desunión de ejércitos contrarrevolucionarios, falta de apoyo social, tensión
revolucionaria de la dirección bolchevique y su capacidad organizativa, fueron razones de la victoria bolchevique.
Esa victoria había logrado instalar el poder revolucionario, pero el coste territorial, humano y económico fueron
formidables. Rusia había perdido casi 800.000 km2 y unos 30 millones de habitantes. Guerra, brutalidades de los con-
tendientes, requisas forzosas, indisciplina e incompetencia de los soviets de obreros que dirigían las industrias, genera-
ron un panorama de miseria y desabastecimiento. En 1921 habían muerto de hambre 5 millones de personas.
Esas condiciones tornaban inviable un proyecto político o nacional. Era necesaria la paz y medidas de estímulo
económicas. Surgió la “Nueva Política Económica” (NEP), impulsada por Lenin en el X Congreso del partido (marzo
de 1921). La NEP, que reintegraba la propiedad privada y a la economía de mercado gran parte de la economía agraria
e industrial, mientras conservaba un poderoso sector público, era una medida de realismo y coyuntural, para resucitar la
economía del país; un retroceso para tornar viable el horizonte de la revolución social. Mientras, los bolcheviques fueron
avanzando en la institucionalización revolucionaria del Estado, estableciendo en diciembre de 1922 una federación de
repúblicas (la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y adoptando, en febrero de 1924, una constitución controlada
por Lenin.
La NEP y la construcción institucional del Estado, forzados por la guerra civil y el aislamiento internacional, nunca
ocultaron el carácter revolucionario del sistema soviético, ni sus efectos expansivos. La crisis social de posguerra con-
virtió la revolución soviética en un catalizador de las tensiones que anegaron casi todos los países europeos. Revolución
social y contrarrevolución nacionalista fueron actores de un conflicto donde se dirimía la suerte del sistema liberal,
edificado en el XIX y victorioso antes de 1914. En los años siguientes a la paz, la amenaza revolucionaria puso en grave
riesgo el sistema en Alemania y generó las primeras quiebras en Italia y en España.
2.2. Alemania en el precipicio
El vacío político creado por la derrota y la abdicación del Káiser, el 9 de noviembre de 1918, llevó a los de Ebert
socialistas al poder. La extrema izquierda de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, con el ejemplo bolchevique e im-
pulsada por la crisis de la derrota, desencadenó entre el 6 y el 11 de enero de 1919 un sangriento movimiento revolu-
cionario en Berlín (revolución “espartaquista”), sofocado por el gobernador socialista Noske, con apoyo de los oficiales
del ejército. Otro tanto ocurrió con la revolución en Baviera, aplastada el 1 de mayo.
El 19 de enero fue elegida una Asamblea nacional que, reunida el 6 de febrero en Weimar, designó a Ebert como
Presidente del Reich. Éste confió la dirección del Gobierno (cancillería) al socialista Sheidemann, acompañado por
Noske como ministro del ejército y por el católico Erzbeger en Asuntos Exteriores. El 11 de agosto de 1919 la Asamblea
aprobó una nueva constitución, de carácter federal e intensamente democrática.
La nueva democracia estuvo hasta finales de 1923 pendiente de un hilo. A la idea de que Alemania no había sido
derrotada, sino traicionada por los políticos, se sumaban las imposiciones del Tratado de Versalles. El empobrecimiento
de trabajadores y clases medias contrastaba con la riqueza de quienes se aprovechaban de la depreciación del marco
para especular en mercados monetarios o bursátiles o adquirir industrias y empresas con préstamos que, cuando se
pagaban, estaban a precio de ganga.
La República de Weimar, gobernada por católicos y socialdemócratas vivió los primeros años de paz amenazada
por la izquierda revolucionaria y, sobre todo, por la extrema derecha nacionalista, que explotaba el peligro de revolución
17
social y el sentimiento de humillación por el castigo económico y recorte de la soberanía del tratado de Versalles. Para
sostenerse en este equilibrio inestable, el régimen tendió a transigir con uno u otro extremo cuando alguno intentaba
hacerse con el poder. Las revoluciones espartaquista y bávara habían sido derrotadas con apoyo de unidades francas del
antiguo ejército que encuadraban a sectores de extrema derecha. En 1920 el intento de un golpe de Estado en Berlín,
dirigido por el Dr. Kapp y apoyado por la “brigada báltica”, sólo pudo ser desarticulado por la huelga general de los
sindicatos, el ejército se había negado a disparar sobre las unidades revoltosas. En cambio, el propio ejército reprimió
sin contemplaciones las agitaciones obreras de Sajonia y del Rhur. El radicalismo nacionalista de la extrema derecha
ensangrentó también la vida política con los asesinatos de Matthias Erzbeger, en agosto de 1921, y de Walter Reathenau,
en junio de 1922.
Esa corriente de nacionalismo radical alimentó la refundación por el excombatiente austriaco Adolfo Hitler de un
partido que iría ganando activismo y visibilidad. Hitler y el “Partido Nacional-Socialista Alemán de los Trabajadores”
con un mensaje de nacionalismo radical, racista, social y antisemita, encontraba suelo fértil en el malestar económico,
temores sociales y frustraciones patrióticas de las clases medias, al tiempo que sugería un estratégico aprovechamiento
por los grupos conservadores del capitalismo industrial y financiero y por los círculos militares temerosos de la revolu-
ción comunista. El partido nazi reclutó parte de sus cuadros en algunos medios intelectuales radicalizados y sin proyec-
ción social o entre oficiales del ejército desmovilizados. Fue ganando con rapidez la calle, desplegando una propaganda
de combate, prodigando emblemas, uniformes y desfiles de agresividad y organizando una milicia armada (las S.A.),
verdadera tropa de asalto que aseguraba mediante la violencia el eficaz avance del partido “nazi”.
Sólidamente implantado en Baviera, el 8 y 9 de noviembre de 1923 el partido de Hitler intentó un golpe de Estado.
A pesar de contar con el emblemático apoyo del general Ludendorff, el “putsch” no prosperó. La población se retrajo y
la policía disparó contra los manifestantes. Hitler fue condenado a 5 años, donde escribió “Mi Lucha”. En los meses
siguientes la terrible crisis de las reparaciones encontró solución, mientras regresaba la prosperidad. La Alemania de-
mocrática de Weimar se había salvado. El nacionalismo radical y el propio partido de Hitler entraron en reflujo.
2.3. El triunfo fascista en Italia
En la Europa del Sur triunfo la contrarrevolución nacionalista, sobre todo en Italia, donde se instaló una dictadura
“fascista” que en los años siguientes inspiraría el avance de otras formas autoritarias, como en España, Portugal o en
muchos de los Estados surgidos en el este europeo.
La posguerra vino acompañada de frustración nacionalista por el fracaso de las perspectivas de expansión territorial
por el Adriático, crisis económica y financiera y de una agitación social que se tradujo en huelgas, ocupación de fábricas
y de tierras. El 20-21 de julio de 1919 se había declarado huelga general y el primer trimestre de 1920 hubo casi1/2
millón de trabajadores en huelga. Los gobiernos constitucionales eran incapaces de acometer reformas, mientras que
clases medias y grandes intereses agrarios e industriales se mostraban favorables a un poder fuerte.
El radicalismo de la extrema derecha hizo aparición desde final de la guerra, con milicias nacionalistas violentas,
creadas en Milán, en marzo de 1919, por Benito Mussolini, que había pasado del socialismo antibelicista a un naciona-
lismo intervencionista. Mussolini propugnaba una dictadura de Estado que acabase con el desorden social, restaurase la
grandeza de la nación e impulsase transformaciones económicas y sociales. Exaltaba violencia, militarismo, guerra y
atacaba a la revolución comunista y al decadente parlamentarismo de las democracias y el pacifismo de la Sociedad de
Naciones. Sus grupos fascistas se expandieron y desencadenaron contundentes “acciones punitivas”. En noviembre de
1921 el fascismo se organizó en partido político con amplio arraigo en todo el norte del país. Aunque su representación
parlamentaria era exigua, la división de la izquierda, la tardía aparición de los católicos y el descrédito de los constitu-
cionales, daban al partido de Mussolini un ascendiente social y moral, de regeneración nacionalista muy superior al que
podía deducirse de unos resultados electorales, por otra parte siempre bajo sospecha.
Consciente de su fuerza agitadora y del descrédito de las instituciones, en verano de 1922 el Consejo Nacional
Fascista reclamó la disolución del Parlamento. El 20 de octubre organizó una “marcha sobre Roma” desde el norte que,
para evitar una guerra civil, llevó a Víctor Manuel III a encargar gobierno a Mussolini. Desmoralizados, los prohombres
y las fuerzas políticas se rindieron con facilidad. La dictadura fue imponiéndose de forma progresiva. Bajo amenaza de
disolución, el Parlamento dio mayoritario voto de confianza a Mussolini con plenos poderes. La prensa comenzó a ser
amordazada, la administración depurada y militantes de extrema izquierda perseguidos. Tras una reforma electoral que
favorecía a la lista mayoritaria, en enero de 1924 el Parlamento fue disuelto. Las nuevas elecciones dieron aplastante
mayoría a los fascistas. El 10 de junio de 1924 el opositor socialista Matteotti fue asesinado. A principios de enero de
1925 anunció el modelo totalitario. La oposición, reprimida o exiliada, dejó de existir, mientras que las reformas cons-
titucionales de diciembre de 1925 y enero de 1926 concentraron el poder en el presidente del Gobierno, que sólo res-
pondía ante el Rey y adquiría facultades legislativas. La legislación de septiembre de 1928 convertía en una farsa el
18
sistema representativo. La nación se confundía con el Estado y éste con el Partido Fascista en manos del “Duce”. Era la
expresión de un modelo totalitario que marcaría el ideal de las contrarrevoluciones nacionalistas. La progresividad en
el establecimiento del régimen, el restablecimiento del orden, el éxito y la modernización económica, dieron un innega-
ble prestigio al régimen de Mussolini, admirado incluso en muchos medios del conservadurismo liberal europeo.
2.4. Las dictaduras ibéricas
La crisis del sistema liberal tuvo en España, en septiembre de 1923, desenlace dictatorial, consecuencia del apoyo
del monarca al pronunciamiento del general Primo de Rivera. La dictadura había obedecido de forma muy indirecta a
las frustraciones internacionales que habían sido determinantes en Italia. La incapacidad del régimen constitucional para
pacificar el Protectorado marroquí desasosegaba al país, desprestigiaba al régimen y generaba malestar en las fuerzas
armadas. Fueron relativamente similares a Italia los efectos de la crisis, la agitación social y la amenaza subversiva de
la extrema izquierda que caracterizaron la posguerra. Igualmente, paralelos eran la incapacidad de sus sistemas repre-
sentativos oligárquicos para generar reformas democratizadoras exigidas por la presión de la sociedad de masas.
La dictadura no surgió de ningún partido contrarrevolucionario “moderno” como el fascismo, sino que respondía a
la tradición del golpismo militar. El régimen pretendió sólo un paréntesis reformista y, cuando la liquidación moral y
política de las viejas estructuras imposibilitaron regresar a la normalidad, el dictador se mostró incapaz de articular un
modelo institucional alternativo y, falto de apoyos, optó por abandonar el poder en enero de 1930.
El resultado fue la satisfactoria solución del problema de Marruecos, el impulso de la prosperidad económica, el
desarrollo de una política internacional de prestigio fracasada, pero inteligente en las relaciones peninsulares e hispa-
noamericanas, y el restablecimiento del orden social, con represión del sindicalismo revolucionario y del exiguo comu-
nismo y de proscripción de los partidos políticos, todo sin que se llegara a la crueldad. La dictadura liquidó la vieja
política sin crear una estructura alternativa, provocando a su término un vacío de poder, que en abril de 1931 vendría a
llenar una avanzada democracia republicana.
En Portugal el régimen demoliberal de la I República, implantada en octubre de 1910 por el activismo revolucio-
nario popular de Lisboa ante la pasividad del ejército, conoció una vida atormentada. Los gobernantes se dispusieron a
modernizar al viejo Portugal con una política de radicalismo anticlerical. Ese choque de “civilizaciones” generó desde
el principio una situación endémica de crisis política y social, con períodos próximos a la guerra civil.
La tensión por meter al país en la guerra, por razones que combinaban la defensa de la independencia nacional y de
la soberanía colonial para apuntalar la República, añadió fuego a la disputa interna. El ejército, nada conforme con la
intervención y cada vez más distanciado del régimen, ensayó la dictadura, primero, entre enero y mayo de 1915, de
forma vacilante, y, por segunda vez, de forma más contundente, entre diciembre de 1917 y diciembre de 1918, acabando
esta por desembocar en una breve guerra civil (enero-febrero de 1919) concluida con la reposición de la democracia
republicana y el regreso de los radicales al poder.
Sin embargo, el aislamiento social del parlamentarismo republicano no pudo remontar la crisis social, económica y
financiera de posguerra, acentuada por el malestar social ante la incomprendida intervención en la guerra, sus conse-
cuencias económicas y la frustración por sus nulos resultados de regeneración internacional. El éxito de Primo de Rivera
estimuló las tendencias intervencionistas de las fuerzas armadas, que fueron superando sus divergencias. El 28 de mayo
de 1926 un movimiento militar, puso término al demoliberalismo republicano, estableciendo una dictadura militar.
La desastrosa gestión de los militares ahondó más la crisis financiera. En abril de 1928 llegó al gobierno, como
ministro de Finanzas, Oliveira Salazar, inteligente, pragmático, firme en sus convicciones y determinado en la voluntad
de ejercer con autoridad el poder, restauró la situación financiera y acometió con éxito entre 1930 y 1933 la instauración
de un “Estado Nuevo”, sólidamente constitucionalizado, desde el que ejercería una dictadura personal conservadora,
nacionalista, pretendidamente orientada por la razón y limitada por la “moral y el derecho”, lejos del liberalismo, hostil
al comunismo y diferenciada de las brutales experiencias totalitarias de otras latitudes.
3. Tiempo de discordia (1919-1924)
Las Paces de París crearon tensiones y frustraciones, destruyendo el equilibrio europeo sin aportar alternativa eficaz.
Antes de 1914 el poder mundial se distribuía entre 2 extraeuropeos (EE.UU. y Japón) y 5 europeos (Francia, Alemania,
Austria-Hungría, Rusia y el Reino Unido). Después de 1919 cayó la capacidad de liderazgo internacional de Europa,
mientras que EE.UU. y Japón ascendían como potencias de rango mundial. Más grave fue la desaparición de la escena
internacional del Imperio austrohúngaro, fragmentado en diversas nacionalidades, y la Rusia zarista, aislada por la re-
volución y por la naturaleza del régimen.

19
Se hundía el orden y los criterios internacionales que lo habían sostenido, pero la paz no conseguía establecerse,
porque las heridas de la guerra y la surrealista balcanización del nuevo mapa europeo mantenían vivos a los nacionalis-
mos, y porque la alternativa pacifista de la Sociedad de Naciones resultó una quimera.
Europa seguía con el problema de los nacionalismos insatisfechos o humillados. Alemania alimentaba revanchismo
que nunca desaparecería. Italia, frustrada en sus aspiraciones, derivó hacia una dictadura nacionalista. Francia, vivió en
el temor al restablecimiento del poder alemán, que trataba de aniquilar. Los países anglosajones, deseosos de normalizar
la situación europea, se separaban de Francia practicando una política más tolerante hacia Alemania.
El Pacto de la Sociedad de Naciones se había incorporado a cada uno de los tratados de paz. Sus primeros miembros
fueron los Aliados más 13 neutros, entre ellos España. Instalada en Ginebra, nació lastrada: no estuvieron los países
derrotados, ni la URSS, que hasta mediados de década vivió marginada, ni EE.UU. impulsores principales de la idea: el
19 de marzo de 1920 el Tratado de Versalles y con él el Pacto de la Sociedad de Naciones fueron rechazados por el
Senado norteamericano. La Sociedad de Naciones nacía huérfana de la que era ya la gran potencia mundial.
La eficacia de la organización se veía entorpecida por la exigencia de unanimidad en las decisiones del Consejo y
la carencia de mecanismo de autoridad impositiva. En realidad, las potencias de la Sociedad de Naciones continuaban
con la diplomacia clásica de acuerdos bilaterales o multilaterales. Francia, sin su tradicional alianza con Rusia, buscó
alianzas en la retaguardia alemana para contrarrestar el peligro alemán, animando la formación de la Pequeña Entente
(Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía), suscribiendo alianzas con ésta y con Polonia. Mientras, en 1922 Alemania y
la URSS firmaban el tratado de Rapallo (16/04/1922) por el que renunciaban a sus mutuas deudas de guerra. Alemania
era la primera potencia europea en reconocer al régimen soviético, logrando en contrapartida mediante acuerdos secretos
utilizar el territorio ruso para experimentar con armamento.
Entretanto, en la Conferencia de Washington entre noviembre de 1921 y febrero de 1922, EE.UU. conseguían fijar
su hegemonía naval, frenar el poder japonés emergente en la región e imponer sus intereses en el Extremo Oriente. En
el tratado de las cnco potencias sobre desarme, se estableció una jerarquía que situaba a EEUU y GB a la cabeza, en
situación paritaria, seguidas de Japón, Francia e Italia. El Tratado de “los Cuatro” (EEUU, Japón, Francia y GB) sobre
el Pacífico garantizaba el statu quo en la región, mientras GB renunciaba, presionada por EEUU, la alianza anglo –
japonesa de 1902. Otro tratado sobre China, comprometía a garantizar la independencia del país.
+La cuestión alemana tensionó las relaciones en los primeros años de posguerra. El gobierno alemán exigía cambios
y retrasaba los pagos. Británicos y norteamericanos eran favorables a moderar el “diktat” de Versalles, los franceses no
estaban dispuestos a alterarlo. Entre noviembre de 1921 y enero de 1922 el gobierno francés de Briand, se avino a
aceptar la propuesta del británico Lloyd George para una solución moderada. Entre noviembre de 1921 y enero de 1922
el gobierno francés de Briand, se avino a aceptar la propuesta del británico Lloyd George para una solución moderada.
En la Conferencia de Cannes (enero 1922), Francia aceptaría una moratoria en el pago, obteniendo la garantía inglesa
de intervención en caso de una futura agresión alemana. Pero la decidida oposición de los ministros franceses y del
Presidente de la República, forzó la dimisión de Briand, sustituido por Raymond Poincaré, dispuesto a imponer el cum-
plimiento del Tratado de Versalles.
En verano de 1922 la presión de las reparaciones llevó a Berlín a cesar el pago y reclamar una moratoria. El gobierno
francés, con Bélgica, ocupó militarmente la cuenca industrial del Ruhr el 11 de enero de 1923, obligando a la entrega
de la producción minera e industrial. El gobierno alemán replicó mediante la “resistencia pasiva”, ordenando la huelga
de trabajadores, lo que provocó incidentes graves y represalias de los franceses, que los sustituyeron con mineros y
soldados propios. Pero la “resistencia pasiva” fracasó. El pago de salarios a los huelguistas disparó la inflación, provo-
cando desestabilización política y social, con acciones revolucionarias de la extrema izquierda y del nacionalismo radical
de derechas. El gobierno de coalición del canciller Stresemann, nombrado el 31 de agosto de 1923, decidió poner fin a
la resistencia, acometer una reforma monetaria, por el Dr. Schacht, con estabilización del marco y su sustitución por la
unidad de una nueva moneda, el rentenmark, respaldada por una hipoteca sobre la industria y la tierra.
Alemania buscó y encontró el apoyo de las potencias anglosajonas para hallar una solución internacional al pago
de sus reparaciones. Francia, vencedora con la intervención en el Ruhr, perdía sin embargo la batalla diplomática.
4. Tiempo de esperanza (1924-1929)
4.1. Prosperidad económica
El Plan Dawes, aceptado en la Conferencia de Londres (julio-agosto de 1924 con franceses, británicos, norteameri-
canos y alemanes), ponía orden en los pagos internacionales: las reparaciones se escalonaban en varios años, mientras
que la economía alemana se dinamizaba con un empréstito internacional cubierto por capitales estadounidenses y otros
países. Retomado el pago de las reparaciones, fue posible comenzar la liquidación de las deudas contraídas por los
20
Aliados con EE.UU. Por otro lado, el saneamiento monetario y la recuperación de las economías permitieron el regreso
al patrón oro, siguiendo el ejemplo del Reino Unido, que en 1925 reinstaló la libra en la paridad anterior a la contienda.
Sobre esas bases de reconstrucción, estabilización de las monedas, normalización de pagos y circulación internacio-
nal de capitales, la expansión económica, auxiliada por la seguridad de la pacificación de las relaciones entre Estados,
se generalizó en el segundo lustro. El intenso desarrollo tecnológico y empresarial de la segunda ola industrializadora
iniciada a fines de XIX, alcanzó sus cotas más altas, con la expansión de la organización económica capitalista, de las
nuevas fuentes energéticas y de la industria de bienes de consumo duradero. La difusión del crédito para inversión y
consumo mantenía la fuerza de los mercados. A fines de la década el crecimiento de la producción industrial superaba
ampliamente los niveles anteriores a la contienda.
El crecimiento de Gran Bretaña había sido limitado porque en los 20 su economía reflejaba la pérdida de su hege-
monía mundial, acelerada por los efectos de la guerra. La demanda internacional de sus industrias desplomó y la ade-
cuación a las nuevas tecnologías de la segunda revolución resultaba más costosa por el peso de las viejas industrias. A
todo se sumó el regreso de la libra en 1925 al patrón oro con la excesiva paridad anterior a la guerra, tratando de
restablecer el tradicional predominio financiero de la City.
En Francia fue más satisfactorio. La reconstrucción tras la guerra fue rápida. La ayuda gubernamental cifrada en
las reparaciones que debía aportar Alemania y la caída del franco estimuló las exportaciones y permitió el relanzamiento
de la economía. Francia se incorporaba a la expansión del mercado de tecnología moderna, destacando el sector del
automóvil. La estabilización de la moneda (1926) y el regreso del franco al patrón oro (1928), con paridad moderada y
limitación de su convertibilidad, no tuvo el efecto, como en Inglaterra, de detener la expansión económica.
En Alemania el gran proceso inflacionario situó el arranque de su crecimiento en 1924, después de que la drástica
reforma monetaria y el flujo de capitales abierto por el Plan Dawes crearan las condiciones de expansión. La fase infla-
cionaria también había favorecido la formación de plantas y equipos industriales. Pero la agricultura continuaba depri-
mida, el paro era abundante, las exportaciones apenas sobrepasaban los niveles anteriores de la guerra y, sobre todo, la
expansión estaba ligada a los capitales extranjeros, lo que constituía una preocupante vulnerabilidad.
En Italia, la contienda había desorganizado la economía, pero afectó menos que en otros países. La reconstrucción
fue rápida. En 1922 la producción industrial y el producto interior habían superado los niveles de 1913 y la expansión
industrial continuó hasta 1926. Esta expansión se frenó desde 1926-27 cuando las circunstancias favorables del campo
y de la emigración llegaron a término, pero sobre todo por las consecuencias de la estabilización de la lira, en 1927, en
niveles sobrevalorados, que hundió las exportaciones, generó una grave deflación interior, estancó la producción indus-
trial y, entre 1926 y 1929, triplicó el número de parados.
Superada la intensa pero breve crisis de 1921, la economía de los EE.UU. creció imparable hasta final de la década.
Sin los efectos destructores de la guerra, con grandes recursos naturales, estructura empresarial concentrada y eficiente,
tecnología puntera, enorme mercado interior y poderosos recursos de capital, pasó definitivamente a liderar el poder
económico mundial. EE.UU. representaba un modelo ideal de organización, eficacia y prosperidad capitalistas, consti-
tuyendo un referente mundial del sistema económico de mercado sólo comparable en sus efectos emuladores a su con-
tramodelo soviético, con ascendiente en auge sobre buena parte de las clases trabajadoras europeas. La economía esta-
dounidense se había convertido en motor crediticio de la recuperación de Europa y otros lugares. El boom se concentró
de forma especial en el auge de la construcción, el desarrollo de la energía y las industrias nuevas como el automóvil.
Aunque existían grandes bolsas de pobreza, los y la renta per cápita eran altos y el paro era del 2%. A través de présta-
mos, inversiones exteriores e importaciones, la prosperidad americana contagiaba al resto del mundo.
Japón que en la guerra y la posguerra conoció gran despegue, creciendo su producción industrial más que las res-
tantes. Su riqueza nacional se duplicó entre 1905 y 1924 y la renta per cápita creció un 33%. Su economía exportaba
sobre todo a EEUU, China y la India, seda, algodón y artículos industriales, pero era tributaria de importaciones básicas,
como acero, máquinas, petróleo y productos alimenticios. El intenso crecimiento de población, la dependencia de im-
portaciones y de mercados de exportación para sus productos, amenazados por las políticas proteccionistas, eran factores
de precariedad, que a su vez estaban en el origen de tendencias políticas autoritarias y expansionistas.
La URSS, tras la guerra civil, conoció desde 1921 con la NEP y desde 1928, con la economía planificada, un avance
económico extraordinario. El Estado revolucionario saneó las cuentas públicas, con presupuestos equilibrados desde
1923, y ese año liquidó la inflación creando una nueva moneda. En 1928 la superficie cultivada y sus productos había
recuperado los niveles de 1913. En el sector industrial fueron menos positivos. En 1928, la recuperación económica, las
limitaciones de la vía de la NEP, los riesgos que ésta implicaba para el proyecto revolucionario socialista y el viraje
político de Stalin abrieron una etapa en la economía que pasó a manos del Estado. La agricultura se colectivizó, indus-
trias y comercio se nacionalizaron; la actividad económica quedó planificada. Los objetivos se centraron en el desarrollo
21
de las fuentes energéticas y de la industria de bienes de equipo. El precio humano fue muy alto, los salarios se redujeron,
lo que que sirvió para financiar las inversiones estatales.
4.2. Concordia internacional
+La recuperación económica, la normalización de los pagos y el relanzamiento de la economía internacional crearon
un clima favorable a la mejora de las relaciones entre los Estados y a un impulso de la fe en la Sociedad de Naciones.
En esa línea de distensión y pacifismo fue fundamental la reconciliación franco- alemana, guiada por las diplomacias
de sus ministros de Exteriores, Arístides Briand y Gutav Stresemann. En ambas se mezclaban dosis de idealismo paci-
fista con un sentido de la realidad, apostando por el entendimiento y la seguridad colectiva.
En 1924 la tentativa franco-británica (Protocolo de Ginebra) para reforzar los poderes de la Sociedad de Naciones,
no prosperó, pero en octubre de 1925, la Confederación de Locarno, impulsada por los británicos, dio un paso decisivo
en la pacificación. En el principal de sus acuerdos (pacto renano) Alemania reconocía la situación de sus fronteras
occidentales, con Francia y Bélgica, renunciando a Alsacia, Lorena, Eupen y Malmedy, y aceptaba no enviar tropas a la
zona desmilitarizada. Británicos e italianos salían garantes del acuerdo. En cambio, Alemania mantuvo abiertas en sus
fronteras orientales sus pretensiones revisionistas y Francia hubo de firmar tratados de garantía con Checoslovaquia y
Polonia. De Locarno salió el triunfo de la diplomacia, del espíritu de reconciliación y el reconocimiento parcial por la
diplomacia de Berlín del Tratado de Versalles; ingresando Alemania en la Sociedad de Naciones en septiembre de 1926.
La inercia pacifista tuvo en agosto de 1928 su elocuente, aunque simbólica, plasmación en el pacto de expresa
renuncia a la guerra y de búsqueda de procedimientos dialogados para la solución de conflictos suscrito entre Francia y
EE.UU. La mayoría de Estados europeos se sumaron al acuerdo.
Lo suscribió la Alemania de Stresemann, que en contrapartida presionó para adelantar la evacuación de las tropas
aliadas de ocupación en Renania. Los franceses se avinieron a condición de un plan definitivo sobre el pago de repara-
ciones. El 31 de agosto de 1929 en la Conferencia de la Haya se aprobó el Plan Young por el que se reducía el montante
y escalonaba aún más el pago, vinculando una parte a la decisión de Washington sobre el cobro de deudas aliadas, de
modo que cesarían en la medida en que éstas vinieran a condonarse. Por su parte los aliados aceptaban evacuar antici-
padamente los territorios renanos ocupados.
Ese espíritu de optimismo pacifista estaba lejos de tener arraigos sólidos. El revisionismo, latente en Alemania,
permanecía amenazante; en la Italia de Mussolini se concretaba en una desestabilizadora política de influencia sobre la
Europa danubiana y la costa adriática; el triunfo estalinista reactivaba las desconfianzas occidentales. Sobre todo, la
prosperidad económica, fundamento de la mejora de relaciones internacionales, era frágil. El movimiento alcista de
finales de los 20 ocultaba debilidades: sectores en crisis permanente, excedentes graves en el sector agrícola y carencia
de presión significativa sobre los recursos reales; el sistema monetario internacional resultaba provisional porque, a la
falta de patrón oro estable y del papel exclusivo que había tenido la libra antes de 1914, los capitales tendían a moverse
con facilidad, generando inestabilidad en unas economías internacionalizadas. En suma, con un nivel de internacionali-
zación por encima de la solidez de los mecanismos económico-internacionales requeridos y en contradicción con el
mantenimiento de las prácticas nacionalistas, cualquier crisis sobrevenida podía generar un desplome generalizado.
5. Las grandes democracias
La guerra y la paz habían tenido efectos contradictorios sobre el sistema liberal que habían afectado al prestigio y al
desarrollo político del modelo representativo. Más tarde, las frustraciones de la expectativa de la paz, la desorganización
económica y la presión social de posguerra habían ido generando experiencias autoritarias: Italia (1922), España (1923),
Polonia y Portugal (1926), Yugoslavia (1929), países bálticos. A fines de década la democracia se conservaba en Europa
Occidental (Francia, Reino Unido, Países Bajos, Bélgica y Suiza), Estados escandinavos y Checoslovaquia. Fuera de
Europa, los EE.UU. eran el genuino y gran bastión de la democracia liberal.
Por más que hubiera progresado el autoritarismo, la democracia era el régimen de los grandes Estados y éstos seguían
dominando con su influencia, cultura, economías hegemónicas, ascendiente político, imperios coloniales y poderío mi-
litar. En 1929, antes de la crisis, las democracias occidentales continuaban marcando la dirección de la historia.
5.1. El Reino Unido o el final controlado de la hegemonía mundial
En 1916 los liberales constituyen con los conservadores un gobierno de unidad nacional para enfrentarse a los pro-
blemas de la guerra, con Lloyd George. En las elecciones de diciembre de 1918, impuestas por el final de la contienda
y por vez primera con sufragio universal, triunfó por mayoría la coalición, bajo Lloyd George, liberal-conservadora.
Inglaterra vivió de forma aguda los problemas económicos y las tensiones sociales de la posguerra. Tras una intensa
explosión de la actividad económica, acompañada de inflación, entre primavera de 1920 y el verano de 1921 la
22
producción se estancó y los precios se disparaban, en marzo de 1921 los parados superaban los 2,5 millones. El movi-
miento obrero y la poderosa organización sindical que lo representaba (Trade Union Congress), se proyectaron con
intensidad, próximos al partido laboristas y alejados de los partidos comunistas, anecdóticos en GB. Los objetivos de la
lucha obrera se orientaban a aumentos salariales que contrarrestaran los efectos de la inflación, y a obtener de coberturas
de paro. A pesar de no poner en entredicho la legitimidad del sistema, la reivindicación fue más intensa que en otros
Estados, afectando sobre todo a los trabajadores de ferrocarriles y minería. El gobierno reaccionó con contundencia,
pero también aprobó medidas como el fomento de la construcción de viviendas sociales o el establecimiento del subsidio
de paro.
Forzado por la mayoría conservadora de la cámara, en octubre de 1922 terminaba el gobierno de coalición. Al frente
del gabinete se puso el líder conservador Bonar Law, que disolvió el Parlamento y convocó elecciones donde los con-
servadores alcanzaron mayoría absoluta. Enfermo y mayor, fue reemplazado en mayo de 1923 por Baldwin que, enfren-
tado a la persistencia de la crisis económica y social, postuló medidas proteccionistas que rompían con el librecambismo
de Inglaterra. En las elecciones generales de diciembre de 1923, los conservadores perdieron la mayoría absoluta. LA
suma de laboristas y liberales dieron el gobierno al laborista Ramsay MacDonald, en enero de 1924.
Pacifista, trató de reconciliar a Francia y Alemania, reconoció a la URSS e impulsó, junto con el francés Herriot, el
fracasado Protocolo de Ginebra. Introdujo reformas sociales, sobre todo en vivienda. Pero su gobierno duró poco, obli-
gado a convocar elecciones en octubre de 1924 por acusaciones de favoritismo. El resultado fue una aplastante victoria
de los conservadores de Baldwin. El partido liberal se hundía, sustituido por el laborismo como alternativa política.
El gobierno conservador de Baldwin se prolongó hasta final de década con un programa de regreso a la normalidad
y una pretendida gobernación sensata y eficaz. Pero la crisis de la hegemonía económica inglesa y la paridad de la libra
a 1914, perjudicaron el comercio de exportación y encogieron la actividad. Ante la política deflacionaria que impulsaba
el gobierno, los mineros decidieron pasar a la confrontación en julio de 1925. El desafío obrero fracasó porque los líderes
de las Trade Unions, dominadas por los moderados, decidieron detener el conflicto y porque el gobierno había actuado
con firmeza. Los salarios en las minas se redujeron y en 1927 el derecho de huelga quedaba limitado. En contrapartida
se ampliaron derechos sociales y políticos, mejoraron las pensiones y los subsidios de desempleo y rebajaron a 21 años
el derecho electoral de las mujeres. En el plano exterior, las tendencias derechistas del gabinete se dejaron sentir en la
ruptura de relaciones diplomáticas con la URSS en 1927.
La autonomía de Irlanda (“Home Rule”), aprobada en 1914, resultó paralizada por la guerra, lo que impulsó las
posiciones del nacionalismo extremista, organizado por el partido Sinn Fein, que en primavera de 1916 desencadenó
una revuelta reprimida por el gobierno. Tras el armisticio, las elecciones arrojaron una enorme mayoría de diputados
irlandeses del Sinn Fein, mientras que en los condados protestantes del Ulster triunfaban los unionistas. Rehusando
incorporarse a la representación de Westminster, los diputados del Sur se constituyeron en parlamento irlandés, procla-
maron la independencia de la República de Irlanda el 21 de enero de 1919, comenzando desde entonces una verdadera
guerra entre las fuerzas británicas y el Ejército Republicano Irlandés (IRA), organizado por Michael Collins.
Se impuso el pragmatismo negociador de Lloyd George y de los nacionalistas moderados de Michael Collins. El 23
de diciembre de 1920 el Government of Ireland Act establecía dos parlamentos, uno para el Sur y otro para el Ulster,
dominados tras las elecciones de mayo siguiente por el Sinn Fein y los unionistas respectivamente. Las negociaciones
entre el gobierno de Londres y los nacionalistas irlandeses abocaron a la firma del acuerdo del 6 de diciembre de 1921
que establecía en el Sur un “Estado Libre de Irlanda” como dominio de la Corona. El 7 de enero de 1922 el parlamento
irlandés aprobaba el acuerdo por mayoría. La oposición del líder radical Eamon De Valera dio lugar a una guerra civil
entre irlandeses, pese a lo cual los moderados se impusieron en las generales del 16 de junio. Al año siguiente De Valera
abandonó la lucha. Tras la abdicación de Eduardo VIII en 1936, Irlanda se negó a reconocer al nuevo soberano, y en
mayo de 1937 De Valera, en el poder, estableció una constitución republicana que en diciembre reconoció el gobierno
de Chamberlain. Aún miembro teórico de la Commonwealth, Irlanda mostraría su distante independencia negándose a
participar en la Segunda Guerra Mundial.
5.2. Francia o la nueva República vieja
El último tramo de guerra y las negociaciones de paz estuvieron dirigidos en Francia por Georges Clemenceau,
presidente del Gobierno entre noviembre de 1917 y noviembre de 1919. Dirigió al país hacia la victoria, persiguió a los
pacifistas y en el Tratado de Versalles impuso criterios de duro castigo contra Alemania. Criticado por la izquierda, por
excesivo, y por la derecha, por insuficiente, en octubre de 1919 fue ratificado por la cámara con abrumadora mayoría.
Las legislativas de noviembre de 1919 para renovar una cámara elegida en 1914, arrojaron una abultada mayoría del
“bloque nacional”, una coalición de centro-derecha. Clemenceau, derrotado por Dechanel en sus aspiraciones a la Pre-
sidencia de la República, abandonó definitivamente la vida política.
23
Las cuestiones exteriores, centradas en las relaciones con Alemania y la aplicación del tratado de Versalles, acapa-
raron gran parte de la actividad de gobernantes y la atención de la opinión pública. Entre 1920 y 1924 gobernaron
Alexandre Millerand, Aristides Briand y Raymond Poincaré. El gobierno de Millerand fue breve. Entre enero de 1921
y enero de 1922, Briand intentó en colaboración con Lloyd George una política de moderación frente Alemania que le
valió la caída. Le sucedió (enero de 1922 a junio de 1924) Poincaré, bajo su gobierno las tropas francesas ocuparon la
cuenca del Ruhr lo que, paradójicamente, acabaría conduciendo al encuentro de una solución del problema alemán.
Bajo los gobiernos del “bloque nacional” la III República, laica y anticlerical anterior al 14, fue moderándose. La
guerra, con su impulso al nacionalismo, había cambiado valores públicos. El temor de la revolución animaba la conci-
liación con el catolicismo. Los gobiernos del “bloque nacional” restablecieron las relaciones con el Vaticano (noviembre
1920). Las tendencias extremistas de la izquierda, influidas por la revolución soviética, ganaron ascendiente en el mo-
vimiento obrero. Bajo la presión de la poderosa III Internacional, el socialismo francés se dividió entre un partido co-
munista revolucionario (SFIC) y el reformista partido socialista (SFIO).
Las medidas favorables a la Iglesia y las dificultades financieras llevaron al agotamiento de los gobiernos del “blo-
que”. Frente a él, se constituyó una coalición de centro izquierda (cartel de izquierdas) con socialistas, radical-socialistas
y el ala izquierda del partido radical, que se impuso en las legislativas de 1924. Presionado por la cámara, la dimisión
del presidente de la República, Millerand, fue la primera pieza del cartel. Sustituido por Gaston Doumergue, éste entregó
el gobierno al radical Herriot. Con fe en la Sociedad de Naciones y partidario del entendimiento con Alemania, intentó
sin éxito, junto con el británico McDonald, impulsar las competencias de la institución ginebrina, y dirigió a Francia
por el diálogo internacional para resolver las reparaciones. Fracasó en los dos pilares de su proyecto interior: el regreso
a la política anticlerical y el saneamiento financiero. Caído Herriot, el gobierno de Painlevé que le sucedió, con Joseph
Caillaux en las Finanzas y Briand en Exteriores, vivió de los créditos y en el aumento de la inflación. Una sucesión de
crisis ministeriales condujo en julio de 1926 a una nueva llamada a Herriot, lo que desencadenó la protesta y la huida
de los capitales, llevando la cotización del franco a su punto más bajo.
Con el viraje de los radicales hacia la derecha, en julio de 1926 Poincaré constituyó un gobierno de centro derecha
(unión nacional) con objetivo de resolver la situación financiera. Adoptó medidas de reducción de gastos y aumento de
impuestos, que arreglaron presupuesto, fuga de capitales y desvalorización del franco. Pudo estabilizar la moneda y
retornarla en 1928 al patrón oro, aunque lejos de la paridad de 1914. La coyuntura de prosperidad le dieron una holgada
mayoría en las legislativas de 1928, manteniéndose en el poder hasta su renuncia, en julio de 1929, por motivos de salud.
Tras un quinquenio en que estuvo arrastrándose la crisis de posguerra, la era “Poincaré” fue tiempo de normalización,
prosperidad, entendimiento con Alemania y esperanza de un orden internacional pacífico bajo la Sociedad de Naciones.
5.3. Los EE.UU. nueva potencia mundial
La quiebra del tradicional aislacionismo con la participación en la guerra había sido un paréntesis. No era la idea de
Woodrow Wilson, su programa progresista de “nueva libertad” (reformas sociales, combate a los monopolios, defensa
de los pequeños empresarios…) tenía su correlato externo en una diplomacia abierta, derecho a autodeterminación de
los pueblos, democracia, paz y dialogo. Su sueño internacionalista, que vino a concretarse en la Sociedad de Naciones,
y que implicaba la participación de EE.UU. en el escenario internacional tras los tratados de paz de París, fue desauto-
rizado por la representación política y la opinión pública de su país. El tratado de Versalles y el pacto de la Sociedad de
Naciones, que tenían que ser ratificados por el Senado, fueron rechazados por la cámara en noviembre de 1919 y marzo
de 1920. Las elecciones presidenciales de noviembre de 1920 fueron ganadas por el republicano Warren G. Harding,
que defendía el regreso al “aislacionismo”.
Entre 1921 y 933 el país estuvo en manos del partido republicano, sucediéndose Warren Harding, Calvin Coolidge
y Herbert Hoover. Después de la grave crisis de superproducción de 1920-21, la era republicana presidió una fase de
crecimiento económico y prosperidad nunca vistas, lo que parecía reforzar la fe en los negocios, la autocomplacencia y
un nacionalismo nativista wasp (“White, Anglo-Saxon-Protestant”) que se dejó sentir en elocuentes actitudes sociales
(como las prácticas persecutorias del Ku-Klux-Klan), medidas puritanas (la “ley seca”) o la legislación imbuida de
xenofobia (tarifas aduaneras crecientes, de 1922 y 1930; severas cuotas de 1921 y 1924 para limitar la inmigración).
Sería erróneo identificar únicamente en la política y los políticos republicanos de los “felices veinte” a ese país
encerrado, casi oscurantista e irresponsable en la rienda suelta dada al capitalismo salvaje, que tan a menudo tiende a
presentarse. Pese a su rechazo diplomático de los compromisos de las paces de París, el poder económico y el ascen-
diente político de Washington dieron a la acción internacional norteamericana un papel sobresaliente en la resolución
de la crisis de la posguerra. Los planes Dawes(1924) y Young(1929) fueron básicamente norteamericanos, como lo
fueron la mayor parte de los capitales que permitieron resolver la cuestión de las reparaciones, la normalización de los

24
pagos internacionales, la recuperación de la economía alemana y, en definitiva, la entrada en la fase de la concordia que
caracterizó el segundo lustro de los veinte.
Tampoco las sucesivas Presidencias de la década fueron exactamente esa especie de paréntesis sin grandeza y de
bajo perfil entre los mandatos demócratas de Wilson y Roosevelt. Es cierto que las Presidencias de Harding y Coolidge
fueron anodinas. Pero Hoover como secretario de Comercio durante el mandato de sus predecesores y luego como
presidente dejó su impronta a lo largo de la década. Durante la guerra, bajo el mandato de Wilson, había desarrollado
una importante labor humanitaria en la Bélgica ocupada y, concluida ésta, fue el organizador de la distribución de la
ayuda norteamericana a la Europa devastada, en lo que vino a ser un claro precedente del Plan Marshall. La prosperidad
de los veinte, asociada a su larga gestión al frente de la economía norteamericana, reforzó su prestigio y le condujo en
1928 a la Casa Blanca. Creía en la libertad, pero también en las posibilidades de una ingeniería social de porte corpora-
tivista que organizase y armonizase las fuerzas económicas y los intereses sociales bajo el estímulo de la acción política.
Con esas ideas de intervención correctora y dinamizadora de la economía, se enfrentó a lo peor (1929-1933) de la crisis
del “29”. Por eso precisamente, porque era lo peor de la crisis, y también porque la larga era de Roosevelt forjó con
éxito su propia leyenda rosa y populista, la historia ha infravalorado injustamente al presidente Hoover y, por extensión,
a la década republicana de la que fue protagonista excepcional.

25
Tema 4. La gran crisis de los años 30

1. La crisis económica: el mundo empieza y no acaba en Wall Street


En octubre de 1929 el desplome de la cotización de las acciones de la Bolsa de NY comenzó una crisis económica
mundial de intensidad desconocida. Su punto más alto fue en 1933. Siguió una moderada recuperación, con recaída,
menos acusada, en 1937-38. Ninguna política consiguió atajarla, la guerra le puso fin. Su gravedad trascendió cualquier
explicación cíclica, con efectos demoledores sobre el orden social, la estabilidad política y la paz internacional.
A finales del 29 llegó a su término la precaria prosperidad de los años 20. Los precios, el comercio internacional y
la actividad de las empresas se hundieron, las inversiones se paralizaron y los parados alcanzaron niveles desconocidos.
Bajo el gran crecimiento del segundo lustro de los veinte, en gran medida estimulado por la expansiva política crediticia
del Banco de Inglaterra y de la Reserva Federal, se ocultaban deficiencias: abundantes recursos desempleados en el
sector industrial; excedentes en el agrario; dependencia del capital extranjero y de los pagos por reparaciones y deudas
interaliadas, mientras que el sistema monetario internacional era inestable y precario.
En EE.UU. esta situación podía resultar grave por la combinación de las deficiencias de la economía real con los
excesos de una financiación derivada hacia la especulación en Bolsa. La débil presión de la demanda sobre el exceso de
recursos llegaba a dramática en la agricultura, donde tras la guerra la superproducción estaba hundiendo precios y arrui-
nando familias endeudadas con bancos. La debilidad de la demanda frente a la capacidad productiva impulsada por las
nuevas tecnologías pudo neutralizarse algunos años con las facilidades crediticias al consumo, la exportación de capi-
tales y la canalización hacía el negocio bursátil de los excedentes del capital. Alimentados por una espiral especulativa,
la cotización de los títulos de las empresas en la bolsa se disparó, mientras que sus beneficios reales no reflejaban los
precios del mercado financiero. Cuando la realidad se impuso, con el pinchazo de la burbuja bursátil, ésta arrastró al
conjunto de la economía. El sistema crediticio, puesto al servicio de la especulación, se colapsó; la actividad de las
empresas se desplomó, los precios se hundieron y el paro representó el 27% de la población activa.
La crisis se extendió rápidamente por la creciente mundialización de la economía y del peso de la norteamericana.
El cierre del mercado de EE.UU. y la repatriación de capitales contribuyeron a la mundialización de la crisis. Entre 1929
– 32 la industria mundial se desplomó un 37% y los intercambios un 25%
Todo el planeta se vio afectado, más los países cuyas economías eran más dependientes del sistema económico y
financiero internacional, mientras que las más proclives a la autarquía fueron menos sensibles. Países pobres o poco
industrializados, dependientes de las exportaciones como los de Latinoamérica, la padecieron gravemente. Los del área
más desarrollada, pero dependientes de capitales y mercados extranjeros, como Alemania también,. Otros, menos ex-
puestos al exterior como España o Francia, se resintieron menos. Los modelos cerrados al exterior y a las leyes del
mercado, como la URSS, conocieron en los 30 un espectacular crecimiento.
La naturaleza internacional de la crisis reflejaba una economía que desde finales del XIX venía internacionalizán-
dose a gran velocidad. Pero mientras que antes de 1914 el sistema internacional de pagos y los equilibrios, dominados
por la libra-oro y el poder británico, creaban estabilidad, tras la Gran Guerra ni el sistema monetario ni el poder inter-
nacional eran sólidos, ni capaces de asegurar un escenario estable a la internacionalización de la economía. Las respues-
tas que generó acentuaron el proteccionismo que lejos de aportar soluciones agravaron el problema.
La colaboración internacional brilló por su ausencia. El fracaso de la conferencia económica de Londres (1933)
demostró la falta de solidaridad entre naciones y generalizó las prácticas económicas nacionalistas: devaluaciones, po-
líticas proteccionistas y tratados bilaterales. El esfuerzo realizado en septiembre de 1936, con el acuerdo tripartito entre
EE. UU., Inglaterra y Francia para la reducción progresiva de las medidas restrictivas a la libertad de cambios, se vio
abocado al fracaso por la recesión de 1937-38. Los únicos efectos positivos de colaboración se concretaron en pactos
regionales preferentes, como el convenio de Oslo de 1930, que vinculó a los países escandinavos con Bélgica, Holanda
y Luxemburgo. Pero este tipo de convenios perjudicaba también la relación con las zonas no incluidas en la preferencia.
La crisis se mantuvo toda la década, aunque con situaciones variables de uno a otro país: las dificultades fueron muy
grandes en EE.UU., Francia, Austria y Checoslovaquia. En Suecia y Gran Bretaña hubo una apreciable recuperación,
que en Alemania fue espectacular, mientras que URSS vivió un impresionante impulso de transformación económica.
Los países que, como Alemania o URSS, actuaron al margen del sistema de mercado, pudieron eludir los efectos de la
crisis. Aquellos que lo respetaron tuvieron graves dificultades. La protección y las devaluaciones tuvieron escaso efecto.

26
En la medida que hubo recuperación obedeció más a las fuerzas reales de la economía que a las de los gobiernos; y se
apoyó más en los mercados interiores que en los de exportación.
2. Las respuestas en el sistema
La crisis económica repercutió en todos los órdenes de la vida, agravando las tensiones ideológicas y las confronta-
ciones de clase de una sociedad que se estaban instalando en la “era de las masas”. Las potencias que encarnaban el
poder y la esencia de las libertades públicas, la democracia representativa y el dominio de la economía liberal tuvieron
que enfrentarse a una problemática gestión económica para superar la crisis, atajar el desempleo, neutralizar la crecida
de las tensiones sociales y asegurar la legitimación del sistema demoliberal. Otros Estados, sin tradición democrática
tan sólida, se deslizaron a formas autoritarias o totalitarias de un nacionalismo radical. El desprestigio del modelo de-
moliberal dio fuerza a URSS que se convirtió en gran potencia y referencia de las esperanzas revolucionarias proletarias.
2.1. Estados Unidos: la dudosa respuesta innovadora
El presidente Hoover puso en práctica una política intervencionista de gasto público, estímulos a la producción y
apoyo al sostenimiento de los salarios. Promovió la inflación del crédito, redujo los impuestos, incrementó las ayudas
gubernamentales a través de los bancos e incurrió deliberadamente en un enorme déficit. Una política bastante keyne-
siana cuyos resultados no consiguieron doblegar la crisis económica, que en 1932 alcanzaba su punto alto. La crisis le
pasó factura política. La influencia republicana, dominante en las cámaras en 1928, había sido sustituida por la de los
demócratas en el 32. En las presidenciales de noviembre de 1932 fue elegido el demócrata, Franklin Delano Roosevelt.
Roosevelt tenía una voluntad férrea, sentido pragmático y gran capacidad persuasiva. Fue un líder de la opinión, con
amplio apoyo en los medios populares. Estaba convencido de que la crisis exigía dotar al gobierno federal de los medios
necesarios para intervenir activamente en la vida económica; presentó como proyecto lo que denominó New Deal, una
versión, bien publicitada, de la estrategia de su predecesor.
Asesorado por un brain trust de profesores de economía política de la Universidad de Columbia, el New Deal se
concretó en un abigarrado conjunto de medidas, la mayoría adoptadas en los primeros cien días presidenciales. En el
plano monetario y financiero se abandonaba el patrón oro (junio 1933), devaluando el dólar un 40% para favorecer las
exportaciones y aliviar las deudas de los productores; se rebajaban los tipos de interés y se favorecían los créditos a los
granjeros y pequeños propietarios; se controlaba a la banca, estableciendo una garantía para los depósitos; se adoptaban
medidas para combatir la especulación financiera y bursátil.
En el sector agrícola puso en marcha generosas subvenciones (Agricultural Adjustment Act, mayo 1933) para reducir
áreas de cultivo de producciones fundamentales, como el algodón, permitiendo así el aumento de los precios. El coste
de la política agraria fue muy elevado.
La política industrial (National Industrial Recovery Act, junio 1933) trataba de reactivar la actividad de las empresas,
evitando la superproducción, impulsando la recuperación de precios, aumentando salarios y disminuyendo horas labo-
rales. Para ajustar al mercado la producción se favoreció la cartelización de empresas y se impulsó una política social
que favorecía a los asalariados y animaba la recuperación de la demanda. Se elaboró un código de trabajo modelo. El
gobierno federal intervino como mediador en conflictos laborales desde una Oficina Nacional de Trabajo, protegió la
acción sindical y el derecho de huelga y en 1935, estableció un sistema de jubilación por edad. Para combatir el paro,
en mayo de 1933 se estableció un fondo de ayuda a los desempleados. El modelo intervencionista más acabado del New
Deal fue la creación de una sociedad investida de poderes gubernamentales (Tennessee Valley Authority) para el desa-
rrollo integral de los recursos de la cuenca del Tennessee.
El balance económico del New Deal no fue positivo. La inversión privada permaneció débil e incluso pude verse
desalentada por el intervencionismo estatal. Después de una recuperación desde el punto alto de la crisis en 1933, la
depresión volvió a acentuarse en 1937-38. Sin embargo, si el gasto público no hubiera acudido a suplir el hundimiento
de las inversiones del sector privado, la crisis hubiera sido aún más intensa. La alternativa al intervencionismo guber-
namental de Hoover-Roosevelt sólo podía ser el ajuste automático de la economía, pero el coste social habría equivalido
a una tragedia colectiva que nadie estaba dispuesto a aceptar.
En el terreno político y de la política económica y social el New Deal difundió cambios de hondo calado. Las me-
didas resultaron innovadoras, sacrificando la ortodoxia monetaria y financiera en beneficio de una reactivación econó-
mica que pasaba por el déficit público, la inflación, la reglamentación del sistema productivo y financiero, el aumento
de las rentas salariales y todo mediante el refuerzo de los poderes presidenciales. L.aA oposición de la Corte Suprema
que sentenció inconstitucionales parte de las medidas del New Deal fue dominada por Roosevelt y su prestigio le valió
la relección en 1936,40 y 44, hasta su muerte den 1945

27
Contrariamente a lo que sugerían sus opositores, Roosevelt no trataba de hacer una revolución para acabar con el
sistema, sino adaptarlo para que sobreviviese. Su reformismo fue intenso, al punto que, al doblegar la oposición del
poder judicial, pudo hablarse de verdadera reforma constitucional de 1937. Confrontada a los intensos desafíos econó-
micos y sociales de los 30, la política norteamericana introdujo dos cambios profundos: el refuerzo del poder Federal
encarnado sobre todo en la Presidencia; y la noción de que el sistema capitalista no podía dejarse a merced de la auto-
rregulación del mercado y de que la protección de los intereses de los trabajadores constituía no sólo un deber de justicia
social, sino un instrumento ineludible de recuperación de la actividad económica.
2.2. El contramodelo francés
La Francia de entreguerras era una nación cansada, no sólo por el esfuerzo entre 1914-1919, sino por la agudización
de la debilidad demográfica, lastrada desde el XIX y crecida por la guerra, llegando a reducirse, afectando en su mayoría
a la población activa. El envejecimiento de la población favoreció la intensificación de una psicología colectiva domi-
nada por valores conservadores, que se inscribían con naturalidad en el aburguesamiento del régimen y en el peso del
mundo rural. Se les oponía la sociedad de trabajadores industriales, los partidos de izquierda y sindicatos, cuyas penurias
dificultaban la modernización e integración social, que se expresaban en discontinuos impulsos de lucha obrera. Las
tensiones ideológicas de derechas reaccionarias e izquierdas revolucionarias acabaron por generar en polarización entre
dos países y el debilitamiento del colectivo nacional para superar las dificultades que atravesaba la nación.
La realidad institucional y política de la III República se ajustaba mal al primado de lo económico y de lo social,
que desde el final de la Primera Guerra se imponía en todas partes. La parálisis de los gobiernos y de los parlamentos
ante la crisis monetaria y financiera de 1924-26 y frente a la recesión de los 30, generalizó la necesidad de reformas
profundas. El inmovilismo, reflejado en una notable estabilidad del cuerpo electoral, engendraba una profunda inesta-
bilidad de mayorías y gobiernos. El partido radical, centro que configuraba mayorías a derecha o a izquierda según
conviniera a su interés, representaba la combinación de inmovilismo e inestabilidad. Pero la inestabilidad obedecía sobre
todo a un excesivo dominio del poder legislativo sobre el ejecutivo: en 21 años Francia tuvo 42 gobiernos.
La dimisión de Poincaré por salud, en julio de 1929, abrió una inestabilidad donde se sucedieron efímeros e inope-
rantes gobiernos ante cuya impotencia habría de sobrevenir la catástrofe económica. Ésta alcanzó a Francia más tarde y
más moderadamente, puesto que las barreras aduaneras y la estructura más familiar de su agricultura y sus empresas
industriales la tornaban menos vulnerable a los efectos de la recesión internacional. Se dejó sentir desde 1931 y resultó
más continuada e intensa, sobre todo porque las autoridades respondieron más tarde y con medidas contraproducentes.
Las legislativas de mayo de 1932 dieron un gobierno presidido por Herriot, con socialistas y radicales. La caída del
gabinete, en diciembre, liquidó esta reedición del “bloque de izquierdas” del 24, para orientarse hacia el centro-derecha,
siempre con los radicales. Los importantes recursos de oro del Banco de Francia y la estabilización del franco en 1928
a niveles competitivos habían permitido suponer que se encontraba bien pertrechado para enfrentarse a la crisis. Pero el
incremento comparativo de los precios franceses ante la ola de devaluaciones, sobre todo de la libra (1931) y del dólar
(1932), dispararon el déficit. Los sucesores de Herriot, empeñados en evitar el déficit, optaron por la deflación de precios
y salarios. Las consecuencias, desastrosas: la caída de precios internos no pudo competir con las devaluaciones, pero la
actividad económica se contrajo más, el paro aumentó, y los efectos sobre rentas de productores, campesinos y asala-
riados se dejaron sentir en un descenso brusco del nivel de vida. La crispación social y la polarización ideológica se
agravaron, amenazando la paz social y el sistema político.
En febrero de 1934, a consecuencia de un asunto de corrupción (el “caso Stavisky”), el día 6 más de 100.000 perso-
nas, movilizadas contra el sistema por organizaciones de la derecha radical, intentaron asaltar el Parlamento. Se saldó
con un centenar de víctimas por las cargas de policía y dio lugar a una acción de protesta de comunistas y socialistas
que los días 9 y 12 llenaron también las calles de París con decenas de miles de manifestantes.
Los gobiernos de centro-derecha que se sucedieron tras la caída del gabinete de Daladier fueron incapaces de superar
la fractura política y social, al tiempo que se aferraban al recurso deflacionista. Frente a la amenaza de la derecha radical,
animada por la experiencia fascista, la crisis de febrero de 1934 fue el arranque de la unión de izquierdas para formar
un “frente popular”. Los comunistas, siguiendo consignas de la III Internacional (es decir, Stalin) desde 1935, impulsa-
ban ese “frente único” con socialistas y partidos burgueses democráticos para cerrar el paso al fascismo. Era una alianza
electoral, sin programa común, aunque con objetivos mínimos: defensa liberal, de las libertades sindicales y abandono
de la política económica ortodoxa para combatir la crisis. En torno a las alternativas polarizadas de izquierda y derecha,
Francia vivió en 1935 y principios de 1936 un ambiente de intensa movilización que el 26 de abril de 1936 llevó a las
urnas a casi un 85% del cuerpo electoral. Triunfó la coalición de centro izquierda.
El gobierno estaba integrado por radicales y socialistas, los comunistas debían asegurarle su apoyo. Presidido por
Léon Blum, de familia judía, suscitó tanto entusiasmo por parte de la izquierda como rechazo de sectores radicales de
28
la derecha que expresaron su antisemitismo con una propaganda injuriosa contra el presidente. Los comunistas no tar-
daron en acusar al gabinete de debilidad y promovieron un movimiento de huelgas con ocupación de fábricas. La guerra
civil de España acumuló mayor tensión sobre la opinión francesa, dividida entre derecha e izquierda, al punto de que el
gobierno hubo de renunciar a apoyar a la República ante el temor a provocar una confrontación en Francia.
Entre junio de 1936 y marzo de 1937 el gobierno de Blum puso en marcha una política similar a la del New Deal.
Los Acuerdos de Matignon (junio 1936) entre patronal y obreros establecieron el sistema de convenios colectivos, ele-
vación de salarios, reducción a 40 horas de la semana laboral y vacaciones pagadas. Trataba de mejorar la situación de
los trabajadores y estimular la demanda. Para favorecer las exportaciones, el franco perdió su paridad de 1928, deva-
luándose hasta 4 veces entre octubre de 1936 y mayo de 1938. Los resultados fueron decepcionantes. El empleo au-
mentó, pero la situación económica no logró enderezarse, al no obtenerse un aumento de productividad, la producción
tendió a retraerse y el aumento de sus costes salariales se trasladó a los precios que muy pronto superaron a los salarios,
la manteniéndose las causas del descontento y de las agitaciones sociales.
En junio de 1937 el bloqueo en el Senado de un proyecto que hubiera dado al Gobierno plenos poderes en materia
financiera, echó por tierra el gabinete de Léon Blum y con la experiencia frentepopulista que no se mantuvo con los
gabinetes radicales de Chautemps y Dadalier, orientados hacia los moderados.
2.3. Inglaterra: el relativo éxito del sentido común
GB resolvió bastante bien la crisis y no padeció las tensiones políticas francesas. De hecho, en los 20 cuando perdió
su hegemonía mundial y las desastrosas consecuencias del regreso al patrón oro (1925) provocaron un fuerte impacto
sobre sus posiciones económicas, generando importante contestación social. En general la recesión de los 30 fue com-
batida con medidas razonables, desde un sistema caracterizado por estabilidad y sentido de la responsabilidad nacional.
Fue un segundo gobierno laborista presidido por MacDonald, tras las elecciones de mayo de 1929, el que se enfrentó
a la llegada de la crisis. Los parados subieron de 1,2 millones en 1929 a 2,4 un año después. En julio de 1931 los
generosos préstamos al Estado y a Alemania habían dejado baja la solvencia del Banco de Inglaterra sujeto a masivas
retiradas de oro. Sin posibilidad de obtener créditos del extranjero, la libra se hundía. Los medios políticos estaban
divididos sobre las medidas para la crisis: la mayoría del laborismo postulaba un aumento de impuestos, la oposición
conservadora reclamaba austeridad en el gasto y un sistema proteccionista, manteniéndose el librecambio en las rela-
ciones con el Imperio. El primer ministro se inclinó por la conservadora. El grueso del partido le dejó, pero MacDonald
formó un gobierno con laboristas, conservadores y liberales. Fórmula de unión nacional mantenida hasta 1935.
Las medidas para combatir la recesión fueron mezcla de ortodoxia y heterodoxia económicas, combinadas con sen-
tido pragmático. Se evitó financiar la recuperación con déficits y se tomaron medidas para favorecer la actividad eco-
nómica y el empleo. El gobierno prestó ayuda a los parados, favoreció el desplazamiento de la mano de obra a regiones
con índices bajos de desempleo y trató de estimular la actividad industrial, facilitando a los empresarios el acceso a las
infraestructuras. Resultó innovadora la devaluación de la libra, que permitió reactivar las exportaciones, y la implanta-
ción de medidas proteccionistas para reservar el mercado interno. Se echaba por tierra una larga tradición librecambista.
Fue asimismo innovador el acuerdo adoptado en la conferencia imperial de Ottawa (julio-agosto 1932) de un sistema
de “preferencia imperial”, que trataba de favorecer el comercio en el interior del espacio británico.
Los resultados fueron desiguales según sectores. Los grandes centros textiles y construcción naval no recuperaron
los niveles de 1929, en cambio se desarrollaron mucho las nuevas industrias (mecánica y química) en la región de
Londres, y la construcción de viviendas creció vertiginosamente. El número de parados descendió de casi 3 1,7 en 1937.
Tras la dimisión de MacDonald, en junio de 1935, le sucedió el conservador Stanley Baldwin. Los conservadores
revalidaron su mayoría en las elecciones generales de noviembre de 1935. Bajo Baldwin primero y con Neville Cham-
berlain como primer ministro desde mayo de 1937, gobernaron el país hasta 1940. La política británica estuvo cada vez
más absorbida por los problemas internacionales por el expansionismo hitleriano. Los gastos militares comenzaron a
subir desde 1935, pero la pacifista opinión pública tardó en comprender la amenaza nazi y el gobierno hizo lo que pudo,
con concesiones, para frenar con concesiones el expansionismo germano.
2.4. España: una democracia extemporánea
La crisis económica, con sus tensiones sociales e ideológicas, se había dejado sentir en las grandes democracias,
aunque, salvo en Francia donde el sistema tenía cada vez más en contra a amplios sectores, su capacidad de resistencia
a los vientos autoritarios estaba fuera de dudas. El bloque demoliberal de Occidente se había agrandado con España que,
tras la caída de Primo de Rivera (1930) y la imposibilidad de una regeneración dentro de la Monarquía, había establecido
en abril de 1931 una república democrática (la II República) con tintes muy avanzados en materia social. Hasta noviem-
bre de 1933 el gobierno estuvo en manos de una coalición de republicanos de izquierda y socialistas, que trató de llevar
29
a cabo reformas políticas, sociales, territoriales y militares profundas, mientras que apostaba por un pacifismo interna-
cionalista basado en la Sociedad de Naciones. Pero las circunstancias eran las peores posibles para ese ensayo progre-
sista. Acosado por la izquierda revolucionaria del anarcosindicalismo y por la derecha contrarrevolucionaria, la coalición
de centro-izquierda se vino abajo, siendo sucedida en otoño de 1933 por un gobierno de centro-derecha, que se dedicó
a desmontar la obra del primer bienio. Los socialistas se echaron en brazos de la revolución con el pretexto de que el
advenimiento de las derechas a las instituciones anunciaba el triunfo del fascismo en España. La revolución de octubre
de 1934, duramente reprimida, no trajo el fascismo, pero fue un punto sin retorno en la confrontación entre las “dos
Españas”. La victoria de un “frente popular” en las elecciones de febrero de 1936, constituyó ya el pórtico de una larga
guerra civil (julio1936-abril 1939) que, ubicada en el escenario de las tensiones internacionales conducentes a la Se-
gunda Guerra Mundial, vendría a concluir con el establecimiento de la larga dictadura del general Franco (1939-1975).
3. Las respuestas contra el sistema
La crisis de los 30 (política, social, ideológica) fue terreno abonado para el ascenso de las tendencias opuestas al
sistema liberal, desde posiciones revolucionarias o contrarrevolucionarias.
3.1. La URSS de Stalin o el nacimiento del otro mundo
La Rusia soviética de los años treinta era consustancial al proyecto revolucionario de los bolcheviques desde su
triunfo a fines de 1917. Un año antes del crash de Wall Street, Stalin se había impuesto a Trotsky y el primer plan
quinquenal ponía término al accidentalismo de la NEP. Frente al internacionalismo revolucionario y la “revolución
permanente” de Trotsky, Stalin imponía una revolución nacional, identificada con un poder revolucionario despótico
sobre el partido, sobre el Estado y sobre el proletariado, cuya dictadura pretendía encarnar. Este totalitarismo estalinista
realizó una brutal revolución desde arriba para transformar al país en una potencia industrial. Los planes quinquenales
fueron la expresión en el terreno de la economía de una dictadura totalitaria.
En la década se pusieron en marcha tres planes quinquenales (1929-1933; 1933-1937; 1938-1941), el último, inte-
rrumpido por la invasión alemana. Se trató de un gigantesco esfuerzo de revolución industrial impuesta desde el poder,
desagrarizando y transfiriendo gran parte del potencial demográfico rural a la industria, modernizando el sector agrícola
y desarrollando la producción de bienes de capital. Los recursos de inversión procedieron básicamente de las plusvalías
del trabajo nacional “confiscadas” por el Estado mediante impuestos, bajos salarios y escasa prestaciones sociales. Los
resultados fueron espectaculares. En términos generales los planes cumplieron e incluso sobrepasaron los objetivos
previstos. Y en vísperas de la guerra, la URSS era una gran potencia.
Pero el coste social había sido tremendo. La industria de bienes de consumo fue sacrificada en beneficio de la de
bienes de producción. La industrialización se había financiado con enorme sacrificio de los recursos familiares. En el
campo, las colectivizaciones (en la práctica estatalizaciones) fueron traumáticas por la oposición de los campesinos que
preferían destruir sus propiedades antes que entrar en las granjas colectivas. El saldo en términos de víctimas fue enorme
y los resultados económicos de esta peculiar revolución agrícola resultaron muy inferiores a los de la industria.
En el poder político, desde diciembre de 1934 dio lugar a una masiva represión de disidentes y sospechosos frente
al dominio de Stalin. Las “purgas” se tradujeron en decenas de miles de deportaciones de bolcheviques a Siberia, donde
fueron sometidos a trabajos forzados o eliminados. Acusados de traición o de espionaje, muchas personalidades del
régimen, como Zinoviev, Kamenev (1936), Radek, generales como el mariscal Tukhachevski y otros (1937), Ryckov o
Bujarin (1938) fueron ejecutados, obligándoseles a autoinculparse de crímenes políticos inexistentes. Mediante la “au-
tocrítica” el partido quedó depurado de cualquier futura oposición a la tiranía estalinista. Las universidades fueron sa-
neadas, los historiadores y escritores silenciados o forzados a ponerse al servicio del culto a la personalidad de Stalin.
Esta URSS despótica fue percibida en los 30 por los comunistas y una parte de la intelectualidad occidental, como
el santuario de una revolución mundial que debía redimir al proletariado internacional de la miseria y de la nueva escla-
vitud generada por el capitalismo. La III Internacional (comunista) fue el instrumento del imperialismo ideológico de
Stalin. La llegada de Hitler al poder y el avance de autoritarismos de derecha, hizo comprender a la URSS que el combate
al fascismo resultaba prioritario, llevándola desde 1935 a promover “frentes populares” con las “caducas” fuerzas de las
democracias burguesas” para poner dique al avance del enemigo común. No duró mucho la alianza porque la evidencia
de que las democracias liberales estaban dispuestas a comprar la paz al precio de la transigencia con el expansionismo
nazi condujo a Stalin a sumarse al expolio polaco de Hitler.
3.2. Hitler en Alemania: la solución de la guerra
El derrumbe del edificio democrático europeo, aparentemente en plenitud tras la victoria aliada en la IGM, comenzó
en 1922 con la dictadura de Mussolini. En los años siguientes se habían impuesto otras en España, Portugal, Polonia,

30
Grecia, Hungría, Yugoslavia. Pero fueron las consecuencias de la crisis y la influencia de la “revolución” hitleriana los
catalizadores de la “era fascista” que a muchos pareció anunciar la entrada en una nueva fase histórica.
En Alemania, la insatisfacción nacionalista por la derrota de 1918 y las duras imposiciones de los vencedores, aliada
a las consecuencias de la crisis, proyectaron el ascenso electoral del partido nazi. La economía alemana fue especial-
mente sensible a la crisis del 29 por la dependencia de los capitales extranjeros. En julio de 1931 el Reichsbank hubo de
suspender pagos al exterior. Ante la caída de precios internacionales, el gobierno optó por una política deflacionaria,
decretando en diciembre de 1931 la reducción de salarios a nivel de 1927, que debía producir una reducción equivalente
de precios. Esa disminución no pudo competir con las devaluaciones de otros países, mientras que la deflación agravó
hasta límites desconocidos los efectos de la crisis, acentuando la inhibición de productores y consumidores y disparando
el paro. El país se había hundido. La respuesta fue el advenimiento al poder del Partido Alemán Nacional- Socialista de
los Trabajadores convertido por Hitler en una fuerza política arrolladora.
El proyecto hitleriano, expreso en Mi lucha, de 1925, se basaba en un nacionalismo racista que aspiraba a reunir
bajo el Reich al conjunto de población alemana dispersa en otros Estados y a ampliar el “espacio vital” europeo de la
nueva Alemania en dirección al Este. El objetivo declarado era la expansión territorial; su condición previa, el estable-
cimiento de un poder totalitario; el camino final, la guerra.
Su asalto al poder fue consecuencia del impacto económico y social de la crisis del 29. Sus consecuencias políticas
se reflejaron en una erosión del espectro de centro (socialdemócratas, católicos, liberales), soporte del régimen consti-
tucional de Weimar, y un crecimiento de las alternativas extremas, comunista y nazi. Los procesos electorales entre
1930 y 1932 convirtieron al partido de Hitler en fuerza mayoritaria, sin la cual era imposible gobernar. Señor de la calle,
a través de una milicia partidaria (las S.A.) y capitalizando la acomplejada conciencia nacionalista del alemán medio,
demagógicamente atraído con el señuelo “revolucionario” del doble combate a la “plutocracia” y al comunismo, en
enero de 1933 Hitler fue designado canciller por Hindenburg.
La imposición de la dictadura nazi fue rápida. En febrero de 1933, el incendio del Reichstag, del que se culpó a los
comunistas, puso en marcha su implantación. Una nueva Cámara, tras las elecciones de marzo, que dieron el 44% al
partido nazi, dio a Hitler plenos poderes. La constitución de Weimar había muerto. Al régimen de libertades sucedió un
Estado policial encarnado en la figura del Führer que persiguió todo tipo de oposición y depuró a su propio partido en
junio de 1934. Tras la muerte de Hindenburg, en agosto, la celebración el día 19 de un plebiscito, que arrojó un 90% de
votos favorables, puso también en manos de Hitler la jefatura del Estado, completando así el control de las instituciones.
La lucha contra la crisis, consonante con la naturaleza dictatorial del régimen, estableció una estricta política de
controles (salarios, precios, comercio exterior, cambios, mercados monetarios y de capitales), de planificación selectiva
y de impulso a las inversiones públicas, orientadas desde 1936 al rearme. El gasto gubernamental se disparó a costa del
privado y del consumo. Para hacer frente al enorme gasto público, se sacaron recursos del sector privado, limitando las
inversiones en industrias de consumo y frenando su demanda mediante estrictos controles de salarios y precios, aumento
de los impuestos y ahorro forzoso. El comercio exterior fue objeto de estricta regulación, limitando las importaciones
no esenciales y estimulando las exportaciones. Para evitar la salida de divisas, se firmaron acuerdos bilaterales de clea-
ring, sobre todo con países de la Europa sudoriental, que fueron entrando en la órbita económica del Reich, preparando
así su satelización política. Los resultados fueron espectaculares: el paro era prácticamente inexistente en 1938.
La eficacia contra la crisis, la utilización de una propaganda movilizadora y una máquina represiva aseguraron el
éxito de una extremosa experiencia totalitaria. Estaba condenada al desastre (de Alemania y de Europa) puesto que,
carente de divisas y mercados de exportación, y por tanto de los recursos propios de una normal economía de mercado,
sólo el pillaje internacional y la política armamentística eran capaces de sostener la regeneración alemana. Y, porque,
en último término, la confesada razón de ser de ese Estado totalitario era la realización de unos objetivos imperialistas
que pasaban por la guerra y la destrucción.
3.3. Salazar en Portugal: “un Estado tan fuerte que no precise ser violento”
Inscritas dentro del fenómeno de crisis del Estado liberal, las experiencias dictatoriales se extendieron en el período
de entreguerras y alcanzaron su más amplia expresión en los 30. La Italia fascista había creado un modelo desde 1922
que se radicalizó en los 30, pero perdió también en gran medida su liderazgo como referente desde el ascenso nazi. Otras
dictaduras se habían ido imponiendo en España (1923, 1939), en Portugal y Polonia (1926), en Grecia (1928), en Yu-
goslavia (1929), en Hungría (1932), en Austria y en Rumanía (1933), en Bulgaria (1934) y en los Estados bálticos. Sin
embargo, la naturaleza de estos regímenes era más autoritaria que totalitaria. Bajo una parafernalia simbológica y/o
institucional de aspecto fascistoide, encubrían a menudo simples dictaduras conservadoras cuyos objetivos eran siempre
más de control que de movilización social.

31
En Portugal, la crisis permanente de la República parlamentaria establecida en octubre de 1910 acabó desembocando
en un amplio movimiento militar (28 de mayo de 1926) que estableció una dictadura. Sin embargo, los militares fueron
unos gestores desastrosos, agravando la situación de la Hacienda Pública, e incapaces de articular un sistema alternativo
estable que conciliara la tradición liberal-constitucional con la eficacia administrativa y la solidez del poder. En abril de
1928 fue invitado a hacerse cargo de Finanzas el Dr. António de Oliveira Salazar; éste exigió poderes excepcionales en
materia financiera y logró enderezar las cuentas del Estado. El éxito agrandó su poder, pasando a ocupar la Presidencia
del Consejo de Ministros en julio de 1932 que no abandonaría hasta su retirada, por enfermedad, en septiembre de 1968.
La clave del ascenso y consolidación del poderoso ministro fue aportar a la dictadura ideas e instituciones que transfor-
maron una desorientada situación política de facto, de naturaleza militar, en un régimen de estirpe civilista y fundamen-
tación jurídica, estable y autoritario, a la vez que dotado de un entramado institucional no frontalmente antidemocrático
y de una praxis dictatorial relativamente templada.
La estructura del llamado Estado Novo quedó configurada en los primeros años treinta con la publicación del Acta
Colonial (1930), que establecía la indisoluble unión de Portugal y sus colonias; la formación de la Unión Nacional
(1932), mezcla de partido único y plataforma cívica de apoyo y legitimación del régimen; la Constitución política (1933),
modelo “ecléctico” que combinaba elementos autoritarios con otros del constitucionalismo liberal clásico; y los decretos
de organización corporativa (1933). La política económica salazarista (conciliando ortodoxia financiera, devaluación
del escudo, inversiones públicas y cartelización industrial) contribuyó de forma importante a amortiguar los efectos, en
sí mismo débiles, de la crisis mundial sobre el país. Las tensiones internacionales y la guerra de España (en las que
Salazar intervino en apoyo del franquismo) acentuaron los perfiles “fascistas” de la dictadura: creció la represión y se
crearon organizaciones tan representativas del nuevo estilo como la Legión Portuguesa y la Juventud Portuguesa. Pero
el régimen nunca llegó a alcanzar los niveles de crispación de otros países, la represión fue comparativamente bastante
moderada y el propio Salazar marcó expresas distancias con los regímenes totalitarios, que decía comprender, pero que
también condenaba por despóticos y ajenos a los valores de la sociedad. Como el franquismo, y aún de forma menos
problemática y más confortable, su neutralidad en la Segunda Guerra Mundial, permitió al salazarismo sobrevivir a la
caída de los fascismos en 1945 y prolongar la dictadura del Estado Novo hasta su derrumbe en abril de 1974.

32
Tema 5. El camino de la guerra
1. La quiebra de la seguridad colectiva (1931-1936)
1.1. Manchuria: el arranque del expansionismo japonés
La primera iniciativa contra el orden internacional procedió de Japón, cuyo desarrollo y presión demográfica se
vieron comprometidos por el cierre de los mercados internacionales por la crisis económica. Desde finales del XIX
Japón se había convertido en la potencia dominante en Extremo Oriente. Aliado de los occidentales en la guerra de
1914, la victoria de 1919 había reforzado sus posiciones en la región.
Esta situación preponderante era inaceptable para Inglaterra y sobre todo para EE. UU. La alianza anglo-japonesa
fue denunciada en 1921 y la presión norteamericana obligó a Tokio a aceptar una conferencia en Washington sobre
Extremo Oriente (noviembre 1921 a febrero 1922), cuyos acuerdos le forzaban a renunciar a las ventajas territoriales de
1919, comprometiéndole a respetar el statu quo y a limitar su rearme naval. Tokio conservaba sus privilegios en Man-
churia meridional y archipiélagos alemanes en el Pacífico. La presión demográfica y los intereses económicos mantenían
el expansionismo sostenido por los sectores militares. La idea de que en las 3 provincias manchúes había que liquidar
la administración china para desarrollar la expansión poblacional y económica pasó a ser objetivo persistente, estimulado
por la actitud antijaponesa del gobierno chino del Kuomintang, que había restablecido más o menos la unidad del Estado.
Hasta fines de década se había impuesto la política del sector liberal encarnada en el ministro de Exteriores, Shidehara,
partidario de procedimientos pacíficos de penetración comercial. Pero en 1930 el poder se desplazó hacia los medios
militares, representantes de un nacionalismo agresivo. El inmenso territorio vecino del Estado chino, que vivía en una
situación de crónica debilidad, se ofrecía como la mejor perspectiva para el expansionismo japonés.
Desde 1905 las tropas niponas ocupaban la “zona del ferrocarril” meridional de Manchuria, donde Japón ejercía su
influencia económica. El estallido en septiembre de 1931 de una bomba en el ferrocarril fue el pretexto para una acción
militar que en pocas semanas se extendió por toda la provincia. El 1 de Marzo de 1932 se proclamó la independencia,
respecto a China, de Manchuria que, bajo el nombre de Manchukúo y el poder nominal del príncipe Pu-Yi, quedaba de
hecho como un protectorado de Tokio.
Era una iniciativa doblemente grave porque China era también miembro de la Sociedad de Naciones, a la que el
gobierno de Pekín apeló. Los resultados de la respuesta internacional a esta agresión a los tratados, resultaron débiles.
La Sociedad de Naciones comenzó por evitar calificar a Japón de agresor, aceptando la posibilidad de una ampliación
de los privilegios económicos nipones en la región. Y, cuando vino a constituirse el Estado fantasma de Manchukúo, a
pesar de no reconocerle, surgió la solución de que las provincias manchúes recibieran un régimen de autonomía admi-
nistrativa. Sólo cuando la firmeza de Tokio tornó inviable cualquier solución de compromiso, la Sociedad de Naciones
exigió, en febrero de 1933, la retirada de las fuerzas japonesas y declaró formalmente que no reconocía a Manchukúo.
Pero ni calificó al Japón de agresor, ni contempló aplicar las sanciones previstas en el artículo 16 del Pacto. La debilidad
de la Sociedad de Naciones era reflejo de la debilidad de las grandes potencias con intereses en la zona, Inglaterra y
EE.UU., que no se atrevieron a enfrentarse a Japón.
La crisis de Manchuria fue mortal a los principios, tratados y organizaciones internacionales. Se había atentado
contra la soberanía de un Estado sin que el agresor sufriera otra sanción que la condena moral. Incluso la réplica a esa
condena había sido el abandono de Japón de la Sociedad de Naciones el 27 de marzo de 1932.
1.2. Etiopía en el objetivo expansionista italiano
La frustración del nacionalismo italiano por los acuerdos de Paz había estado en el origen de la dictadura fascista en
1922. Su política revisionista se había reflejado desde otoño de 1923 en una reactivación de su acción colonial en África
Oriental donde poseía Somalia y Eritrea. El sentido de estas colonias era la expansión hacia el Estado independiente de
Etiopía, que podía suministrar mercados y un territorio a la emigración italiana. La dictadura fascista basaba sus preten-
siones de expansión económica o política en Etiopía en el acuerdo firmado el 13 de diciembre de 1906 con Francia y
GB delimitando sus zonas de influencia en el Estado etíope. En 1925 de Roma había suscrito otro con Inglaterra, obte-
niendo el plácet británico para construir un ferrocarril y acometer una política de realizaciones en su zona de influencia
exclusiva. Sin embargo, en los años siguientes la resistencia del gobierno etíope frente a las ofertas económicas italianas
decidió al gobierno fascista a despejar la oposición del Negus por la fuerza. Desde 1932 se estudió para llevar una acción
militar y a finales de 1933 Mussolini consideraba que en tres años el problema debía quedar zanjado. Daba igual que
Etiopía fuera miembro de la Sociedad de Naciones, ante la que en 1926 el gobierno del Negus había denunciado el
tratado anglo-italiano como una amenaza para su independencia. A principios de los 30, Italia estaba dispuesta a ane-
xionarlo. Francia e Inglaterra conocían estas intenciones y se veían afectadas, pero las posibilidades de una respuesta
seria de las grandes democracias eran escasas. Los franceses, temerosos de las intenciones alemanas de anexionar
33
Austria, precisaban el apoyo de Italia para frenar las iniciativas germánicas, mientras que las fuerzas armadas y la marina
británicas estaban aún muy disminuidas.
1.3. Los primeros pasos del revisionismo alemán
Las primeras iniciativas alemanas para liquidar los acuerdos de posguerra fueron anteriores a la llegada de los nazis.
Los últimos gobiernos conservadores de la República de Weimar se vieron presionados por la crisis económica y por el
sentimiento nacionalista. Pretendieron además evitar el ascenso arrollador del nacionalsocialismo retirándole los argu-
mentos patrióticos en que basaba su estrategia.
La declaración del canciller Brüning, en junio de 1931, de que Alemania dejaría de pagar las reparaciones de guerra
fue la primera medida de revisión. La posición comprensiva de Inglaterra y EE.UU., dejó aislada a Francia, que tuvo
que cancelar unilateralmente las deudas interaliadas. Otro éxito del revisionismo alemán, en diciembre de 1932, fue
cuando el canciller Von Papen consiguió, también con beneplácito de Londres, que en la conferencia internacional de
desarme reunida en Ginebra en febrero se aceptase el principio de igualdad de derechos. Probablemente las potencias
democráticas temieron que una negativa acelerase la llegada de Hitler. Alemania tuvo que renunciar en septiembre de
1931 a un proyecto de unión aduanera con Austria (marzo de 1931), para combatir los efectos de la crisis, que hubiera
sido la antecámara de una unión política.
La llegada del nacionalsocialismo al poder en enero de 1933 supuso una aceleración brusca de un revisionismo
expansionista que en 6 años codujo a la guerra. Los objetivos hitlerianos apuntaban en una primera fase a la reconstruc-
ción de las fuerzas armadas y a la incorporación al Reich de las poblaciones alemanas de otros Estados, antes de acometer
la conquista del “espacio vital” en dirección al Este.
La política de incorporación de población alemana sólo tuvo éxito en el Sarre, cuya población segregada de Alema-
nia en 1919 y puesta bajo jurisdicción de la Sociedad de Naciones, debía decidir su futuro mediante referéndum. La
consulta del 13 de enero de 1935 arrojó un 90% de votos a favor del regreso a Alemania.
El objetivo de anexionarse Austria fracasó. Hitler actuó con cautela en el tema de las poblaciones alemanas en el
exterior y la cuestión de los alemanes en Polonia y las disputas por el pasillo de Dantzig, fueron relegadas. A propuesta
alemana, en enero de 1934 Varsovia y Berlín suscribieron un pacto de renuncia a la guerra.
La política de paz hacia Polonia tuvo su contrapartida en las iniciativas para incorporar a Austria. Aunque desde el
ascenso de Hitler el mayoritario apoyo de la opinión austriaca al Anschluss había sido sustituido por rechazo, el gobierno
alemán tenía dos bazas a favor: un partido nacionalsocialista austriaco y las luchas internas que enfrentaban al socialismo
con el gobierno del partido cristiano-social del canciller Dollfuss. Del 11 al 13 de febrero de 1934 Viena vivió una
batalla entre milicias socialistas y fuerzas gubernamentales y el 1 de mayo se instauró una constitución autoritaria. El
partido nazi austriaco trató de explotar la crisis interna preparando un golpe de Estado que acabó con la vida del canciller
Dollfuss (25 de julio de 1934) pero no cuajó, carente del respaldo de la población y las fuerzas del Estado. El nuevo
canciller Schusschnigg ocupó el poder sin oposición. Berlín no se movió en apoyo de los nazis austriacos por la oposi-
ción de Italia que había advertido su decisión de proteger, incluso por las armas, la independencia austriaca. En cambio,
las potencias democráticas estuvieron menos firmes, evitando vincularse de forma directa a la posición del gobierno
italiano.
La dictadura nazi actuó con contundencia en la cuestión del rearme, violando los compromisos y obligaciones in-
ternacionales. Francia, abandonada por Inglaterra, había aceptado en diciembre de 1932 la igualdad de derechos, pero,
a la hora de llevarla a cabo, proponía cuatro años para que pudieran entrar en juego mecanismos de control por la
Sociedad de Naciones. En mayo del 33 Hitler reclamó la puesta en práctica de la igualdad de derechos y, ante la negativa
francesa, el 14 de octubre abandonó la Conferencia de Desarme y la Sociedad de Naciones. Fue el comienzo de un
rearme clandestino que, desde marzo del 35, pasó a declararse abiertamente. Los británicos y los franceses no se enfren-
taron de forma eficaz a las iniciativas germánicas y esta pasividad dio una fácil victoria a Hitler.
1.4. Fracaso de la contención e impulso del bloque fascista
Ante el derrumbe de las estructuras internacionales para poner coto al revisionismo alemán, la diplomacia francesa
buscó desde 1934 el entendimiento con los países afectados por la política alemana: URSS e Italia. Esta barrera frente
al peligro germánico se concretó en la declaración de clausura de la Conferencia de Stresa(16 de abril de 1935) por
Francia, GB y en el tratado franco-ruso de ayuda mutua (mayo de 1935). Por la declaración de Stresa, se comprometían
a oponerse a cualquier medida que violara los tratados internacionales, mientras que el pacto franco-soviético compro-
metía a ayuda inmediata frente a agresión no provocada.

34
Ambos instrumentos diplomáticos estaban llenos de reservas. Los acuerdos de Stresa incluían arreglos coloniales
concernientes a los intereses italianos en Etiopía. Mussolini daba por sentado que Francia aceptaba sus pretensiones,
mientras ésta, habiéndose mostrado complaciente, alegaba que en sus cálculos sólo entraba el control económico del
territorio. En suma, el Duce vinculaba sus esfuerzos en defensa del statu quo europeo que tanto interesaba a Francia, a
la obtención de mano libre en su proyecto etíope. El acuerdo de Stresa nacía lastrado por un equívoco que a ninguno
interesaba despejar porque era resultado de intereses contradictorios.
Tampoco el pacto franco-soviético gozaba de entusiasmo en Moscú ni París, donde se le consideraba más una forma
de descargar los compromisos de Francia con Polonia y la Pequeña Entente e incluso de inquietar a Berlín induciéndole
a entablar negociaciones, que una extensión del sistema francés de alianzas en la retaguardia germánica. Por eso Francia
eludió la oferta de URSS para concretar el acuerdo con un pacto militar.
El frágil dique de Stresa se cayó ante la invasión italiana a Etiopía a primeros de octubre de 1935. La única posibi-
lidad de mantenerlo hubiera sido aceptar la conquista italiana que concluyo en marzo de 1936. Pero ante un hecho de
tanta gravedad las grandes potencias democráticas revelaron debilidad. Londres descartó la fuerza y optó por las san-
ciones de la Sociedad de Naciones. Se prohibía suministro de armas a Italia, concesión de créditos e importaciones de
la península. Pero no se contemplaban medidas como el bloqueo o el derecho de visitas, para hacer efectivas las sancio-
nes, mientras que el petróleo continuó siendo abastecido por los EE.UU.
La actitud francesa fue aún más débil. Apoyaba a Inglaterra en caso de que se produjera un enfrentamiento con
Italia, aunque no realizó ninguna exhibición de fuerza y votó por las sanciones. Ante la agresión, atrajo en diciembre al
ministro británico de Exteriores a la propuesta de un vergonzoso plan de reparto que entregaba a Italia 2/3 del territorio
etíope. La frontal oposición del parlamento de Londres echó por tierra el proyecto.
La diplomacia franco-británica pretendía oponerse a la agresión italiana sin pagar el precio de una ruptura del frente
de Stresa, vital para poner dique al peligro nazi. La determinación del Duce evidenció la debilidad de las democracias
ante las iniciativas revisionistas de las potencias dictatoriales. En diciembre de 1935 el gobierno fascista respondía a las
sanciones con la denuncia de los acuerdos franco-italianos de enero de 1935 y de la declaración de Stresa, de abril de
ese mismo año.
Entretanto, el tratado franco-ruso de mayo había entrado en una vía muerta. El gobierno francés desoyó las propues-
tas soviéticas para un acuerdo militar y retrasó hasta febrero de 1936 la ratificación parlamentaria del tratado. El debili-
tamiento de la relación y la liquidación del acuerdo entre las potencias democráticas y la Italia fascista habían destruido
el frágil muro diplomático que protegía la legalidad internacional.
Cuando la crisis de Etiopía tocaba a su fin, Alemania aprovechó para dar un paso más en la liquidación del Tratado
de Versalles. Pretextando que el pacto franco-soviético estaba en contradicción con los acuerdos de Locarno, en marzo
de 1936 Hitler anunció la entrada en la zona desmilitarizada de Renania. Hitler estaba convencido de que Francia no
reaccionaría, porque carecía el apoyo de Italia y de que Inglaterra, que en junio del 35 había firmado un ventajoso
acuerdo naval con Alemania, no querría perderlo. Hitler no se equivocó.
Francia, afectada por la remilitarización, no reaccionó. La actitud británica, aceptó, con malestar pero resignación,
y recomendó prudencia a los franceses, influyemdo en la actitud del gobierno de París, paralizado también por la im-
presión de que, a pesar de la alianza franco-polaca, el gobierno de Varsovia y en general las “alianzas de retaguardia”
no eran muy seguras en caso de guerra con Alemania. De nuevo se había impuesto en las democracias occidentales el
espíritu conciliador y acomplejado que se revelara en anteriores ocasiones.
2. Hacia la guerra (1936-1939)
2.1. Los conflictos periféricos: la guerra de España y la guerra chino-japonesa
En julio del 36, comenzaba en España la guerra civil. Esta obedeció sólo a circunstancias internas, aunque enseguida
adquirió dimensión internacional. Las dos “Españas” confrontadas recibieron apoyos del exterior.
La España franquista fue eficazmente auxiliada por Alemania, Italia y Portugal. Roma contemplaba un refuerzo de
sus posiciones en el Mediterráneo, con la obtención de bases en Baleares, la amenaza a Inglaterra en Gibraltar y, en
general, cierta satelización española a sus intereses en la región. Alemania valoraba la posibilidad de crear una amenaza
contra Francia en la frontera de los Pirineos y el acceso a importantes materias primas para su industria de guerra. Para
Portugal, la victoria franquista era políticamente deseable, puesto que el salazarismo entendía que la alternativa en Es-
paña era el triunfo de una situación revolucionaria que representaría una amenaza segura tanto para el régimen autori-
tario del Estado Novo como incluso para la propia independencia nacional, que la naturaleza federal e internacionalista
de la España roja no respetaría.
35
Las tres apoyaron de forma decidida a Franco, aunque con aportaciones distintas. La alemana con envío de especia-
listas, recursos técnicos y armamentísticos. La italiana, suministro de armas y blindados ligeros y un contingente de
voluntarios. El apoyo portugués en hombres fue modesto; en cambio, el logístico desde la frontera peninsular, el res-
paldo propagandístico al franquismo y, sobre todo, el auxilio diplomático en el marco de sus privilegiadas relaciones
con Inglaterra, resultaron extraordinariamente útiles a la causa de Franco.
La contrapartida fue sobre todo el apoyo que la URSS prestó a la República, a partir del otoño de 1936, bien direc-
tamente, bien con su patrocinio de la Internacional Comunista que organizó las Brigadas Internacionales, decisivas en
la defensa de Madrid. También la frontera francesa, tanto la pirenaica como la marítima, canalizó periódicamente armas
y hombres, franceses o no, con destino a la zona republicana.
Las potencias democráticas, Francia e Inglaterra, pretendieron aislar internacionalmente el conflicto español ante el
temor de que pudiera provocar una guerra general. Sus opiniones públicas distaban de sentir simpatía hacia la República.
Franceses y británicos impulsaron la firma de un acuerdo de “no intervención”, con un Comité de control en Londres.
La asimetría de los apoyos favoreció a la España franquista, colaborando a su victoria. La no intervención y su
incumplimiento fueron reflejo de la política de apaciguamiento de las potencias democráticas frente a las ofensivas
fascistas. El resultado fue un paso más en los desafíos de las dictaduras y un primer avance en el establecimiento de una
expresa solidaridad entre ellas a partir de su común actitud ante la guerra de España. En octubre de 1936 Italia y Ale-
mania firmaron un protocolo de solidaridad; nacía así el Eje Roma-Berlín.
Japón dio comienzo en julio del 37 una ofensiva contra China que se prolongaría durante la IIGM. Después del
establecimiento de su protectorado en Manchuria, en 1932, los japoneses habían proseguido su presión expansionista.
Las razones fueron políticas y, sobre todo, económicas, puesto que la fuerte presión demográfica y la crisis de las ex-
portaciones agrarias e industriales obstaculizaban la recuperación y extendían la pobreza y el paro. La presión militar
sobre China había continuado de forma intermitente tras la ocupación de Manchuria. El 25 de noviembre de 1936 Tokio
y Berlín suscribieron el Pacto Anti-Komintern, contra el comunismo internacional al que un año más tarde se adhirió
Italia. La respuesta de Moscú consistió en favorecer la aproximación de los comunistas chinos y los nacionalistas para
luchar juntos contra Japón.
Después de que en marzo de 1937 el gobierno de Tokio cayera en manos de los nacionalistas más intransigentes y
ante la resistencia china a abrirse a los intereses económicos de Japón, en julio de 1937 la estrategia de presión armada
dejó paso a la guerra abierta. Las campañas de 1937 y 1938 pusieron en manos de Japón la China del Norte, numerosos
puertos y el valle medio e inferior del Yang-Tsé-Kiang, territorio extendido por las regiones más importantes desde el
punto de vista económico. Pero el espacio rural y la guerrilla de nacionalistas y comunistas se le escapaban de las manos.
A fines de 1938 los japoneses detuvieron las ofensivas masivas, comprendieron que la forma de acabar con la resistencia
de Chiang Kai-shek era asfixiarle mediante el corte de vías de abastecimiento. China no acababa de doblegarse y la
guerra se prolongaría años.
Sin embargo, Japón había extendido sus tentáculos por el continente, con perjuicio de los intereses geopolíticos de
la URSS en la frontera norte y de la importante presencia económica de las potencias occidentales (Inglaterra y EE.UU.),
en las ciudades chinas. Pese a lo cual la reacción internacional fue inexistente por el alineamiento japonés con las po-
tencias fascistas.
2.2. La expansión nazi en Europa Centro-oriental: Austria, Checoslovaquia, Polonia
A fines de 1937 Alemania había destruido las cláusulas no territoriales del Tratado de Versalles, rearmándose y
remilitarizando Renania. En noviembre, Hitler anunció a sus colaboradores que había que acometer su programa de
expansión territorial, incorporando al Reich a las poblaciones alemanas del exterior.
En febrero de 1938 impuso al canciller austriaco Schuschnigg la entrada en el gobierno del nazi Seyss-Inquart, que
con el control de la policía debía realizar desde dentro la unión con Alemania. Cuando el canciller trató de despejar la
presión de Berlín mediante un plebiscito sobre el Anschluss, Hitler le forzó a renunciar, sustituido por el propio Seyss-
Inquart (11 de marzo), que al día siguiente abría las puertas a las tropas alemanas. La unión quedó proclamada y “lega-
lizada” por un plebiscito en ambos países (97% sí).
Las potencias no se movieron. Francia, como era habitual, mantuvo una actitud estrechamente dependiente de In-
glaterra, sin cuyo apoyo no se atrevía a actuar. Londres siempre había mostrado un claro rechazo a involucrarse en los
asuntos continentales y su gobierno conservador era partidario de una política de “apaciguamiento”. Italia se había ido
aproximando a Alemania. Por tanto, había ido aceptando lo que parecía inevitable, conformándose con que Berlín la
previniera con antelación, lo que por otra parte no sucedió.

36
A raíz de la imposición alemana al canciller Schuschnigg, hubo cierto amago de reconstrucción del frente anglo-
franco-italiano de abril de 1935 para oponerse a la anexión austriaca. Italia sugería el reconocimiento por Londres de la
anexión de Etiopía y la satisfacción a los intereses italianos en el Mediterráneo. Chamberlain se mostraba proclive, pero
el ministro del Foreing Office, Eden, condicionaba el acuerdo a la retirada de las tropas italianas de España. En cualquier
caso, la tentativa de reconstruir el dique contra el expansionismo nazi no pasó de allí. Pero el Duce estaba ya decidido
a orientar sus aspiraciones de grandeza hacia el Mare Nostrum, lo que exigía el apoyo de Berlín y la aceptación de las
pretensiones nazis.
Hitler se volvió hacia Checoslovaquia, con una minoría alemana de 3,2 millones en los Sudetes. La negativa del
presidente de la República checa, Benes, a negociar una solución bilateral con los alemanes de los Sudetes y los ataques
de la prensa germánica acabaron por desencadenar la crisis desde abril de 1938. En septiembre Hitler dejó claro que la
solución no sería la autonomía, sino la incorporación a Alemania.
Una vez más, todo dependía de la actitud de las otras potencias. La responsabilidad afectaba a Francia y URSS,
puesto que Inglaterra, cuando se firmaron los tratados de Locarno (1925), se negó a garantizar las fronteras de Checos-
lovaquia. Francia lo había hecho en el tratado de alianza firmado con Praga en octubre de 1925, y URSS, que había
suscrito una alianza con Checoslovaquia (mayo de 1935), se había comprometido a apoyo armado si París cumplía. El
retraimiento francés se apoyaba en la inferioridad militar, en las vacilaciones de los gobernantes checos y en la ausencia
de energía por parte de las otras potencias. La URSS, que no tenía fronteras con Checoslovaquia, precisaba la autoriza-
ción de tránsito de tropas por Polonia o Rumanía lo que ninguno aceptó. EE.UU., se mantuvieron como simples espec-
tadores de los asuntos europeos.
La crisis alcanzó su punto más alto en septiembre. El 5 Chamberlain viajó a Berchetesgaden para escuchar de Hitler
su voluntad de anexionar los Sudetes. Un ultimátum franco-británico forzó al presidente checo a aceptar la segregación.
Pero ahora Hitler exigía también que antes de octubre la población checa abandonase el territorio sin sus bienes. La
negativa franco-británica parecía que conduciría a la guerra, que se evitó por una iniciativa de Mussolini, a sugestión de
Chamberlain, de reunir una conferencia en Múnich (29-30 de septiembre). En ella Hitler aceptó escalonar entre el 1 y
el 10 de octubre la ocupación de los Sudetes y la liquidación de sus bienes por la población checa. La paz se había
salvado de momento.
Las consecuencias de Múnich fueron desastrosas: se había dado vía libre a la fuerza. Francia, perdió su prestigio, y
URSS, comprendiendo que no podía esperar nada de las democracias, se aproximó a Alemania. Tras un ultimátum, en
octubre, Polonia se anexionó el territorio checo de Teschen, mientras que Hungría se vio adjudicar por el Arbitraje italo-
alemán de Viena, en noviembre, un territorio al sur de Eslovaquia. Alemania se dispuso a acabar con Checoslovaquia.
Forzado por Hitler bajo amenaza de bombardeo, el nuevo presidente checo, Hacha, aceptó la llamada de las tropas nazis,
que entraron en Bohemia. Hitler creó el “Protectorado de Bohemia y Moravia”, mientras que Eslovaquia se segregaba
como satélite de Alemania. Hungría se anexionaba la Rutenia subcarpática y Hitler incorporaba la antigua ciudad pru-
siana de Memel. Mussolini, que no quería desperdiciar la ocasión para fortalecerse en el control del Adriático, conquis-
taba Albania.
Liquidada Checoslovaquia, Hitler dirigió sus objetivos expansionistas hacia Polonia, con la que en enero de 1934
había firmado un acuerdo por diez años de renuncia a la guerra. En marzo de 1939, el ministro de Extranjeros, Von
Ribbentrop, planteaba al embajador polaco las reivindicaciones alemanas: la ciudad de Dantzig y la concesión de un
pasillo extraterritorial de comunicación a través de territorio polaco con la Prusia Oriental. En realidad, el objetivo eran
acabar con Polonia. Desde abril se había fijado la fecha del 1 de septiembre para invadir. Ya plenamente conscientes de
la dinámica expansionista nazi, las potencias occidentales reaccionaron. El 31 de marzo el premier se declaró dispuesto
a ir a la guerra para defender la independencia de Polonia, y en agosto se formalizó una alianza anglo-polaca, que
completaba de la París y Varsovia de 1921.
Con las vistas en una guerra inevitable, desde la primavera del 39 se activaron los preparativos diplomáticos. La
Italia fascista, que desde la guerra civil española había ido estrechando su solidaridad con la Alemania nazi, firmó el 22
de mayo una alianza ofensiva con Berlín, el llamado pacto de acero.
La atracción de la URSS era clave para las democracias y para Alemania. Las negociaciones de franceses y británicos
con Moscú comenzaron en abril. Pese a las diferencias sobre la suerte de los países bálticos, a los que aspiraba la URSS,
el 24 de julio estaba listo el acuerdo. Ahora el obstáculo provino de Polonia que, temiendo más a los rusos que a los
alemanes, se negó a permitir la entrada en su territorio de tropas rusas.
Mientras los soviéticos negociaban también con los alemanes. Stalin desconfiaba de las democracias desde la con-
ferencia de Múnich. La URSS deseaba también expandirse a costa de los Estados bálticos, Polonia y Rumania, y sabía
que encontraría más facilidades en Alemania que en las democracias. El 23 de agosto Alemania y URSS firmaron un
37
pacto de no agresión, que en la práctica daba luz verde a la invasión de Polonia y un protocolo secreto, que dividía entre
ambas Polonia y entregaba como zona de influencia y de expansión soviética los Estados bálticos (Estonia, Letonia,
Lituania, Finlandia) y Besaravia, en poder de Rumania.
A última hora, franceses y británicos hicieron en vano una llamada a Alemania y trataron de promover negociaciones
germano-polacas. Italia trató de organizar una conferencia similar a la de Múnich, que las potencias occidentales única-
mente admitían si se evacuaba Polonia. El 3 de septiembre, Francia e Inglaterra declaraban la guerra a Alemania.
3. Las grandes potencias ante la guerra
La Italia de Mussolini gozaba de prestigio en los sectores conservadores internacionales porque había reconstruido
la economía nacional y era una barrera frente a las amenazas revolucionarias, sin caer en los peores excesos de los
regímenes totalitarios. Estaba presente en las grandes decisiones internacionales y había conseguido una situación do-
minante en el Mediterráneo. Su poder militar había resurgido mediante un aumento muy significativo de los gastos de
defensa.
Pero no tenía el respaldo de una economía sólida. La política de apoyar la economía agraria para evitar la emigración,
reducir la dependencia de alimentos extranjeros e impedir el aumento de las tensiones sociales urbanas, limitaba las
posibilidades de modernización económica. Los gastos del Estado en la preservación de una agricultura, atrasada y poco
rentable, y el impulso a las fuerzas armadas, limitaban la inversión en actividades industriales. La política autárquica,
que favorecía la ineficacia empresarial, obstaculizaba la entrada de capitales extranjeros que hubieran contribuido al
desarrollo. Su dependencia de las importaciones de materias primas y petróleo, le hacían muy, mientras que la escasez
de divisas era obstáculo a la importación de bienes.
Sus fuerzas armadas llegaban a fines de los 30 en mala situación. Las guerras de Abisinia y España habían consu-
mido recursos y desgastado el poder militar, que la carencia de divisas para importar máquinas de fabricación arma-
mentística y las limitaciones tecnológicas impedían su renovación. Por último, Mussolini no tenía ni mucho menos el
poder de Hitler. Italia era a finales de los 30 una potencia mucho más aparente que real.
Alemania en los 20 era una potencia limitada en su libertad de acción por los vencedores. Todo cambió en los 30
por la crisis económica y el ascenso de Hitler al poder. Pero había continuidades fundamentales: el intenso espíritu
nacionalista y revisionista, que concitó indiscutible apoyo social al régimen y el fuerte potencial industrial que conser-
vaba, a pesar de las crisis que había atravesado desde el final de la IGM. Hitler poseía un régimen sólido y muy popular,
con estructura y espíritu económicos favorables para convertir al país en la gran potencia mundial. El rearme alemán,
sobre todo desde 1935, fue espectacular.
Pero para afrontar este esfuerzo armamentístico la economía carecía de recursos a largo plazo. La planificación
económica era poco coherente y no tenía en cuenta las posibilidades reales de la economía. Para importar las materias
primas para el esfuerzo militar, ya no podía contar con los ingresos de sus exportaciones de artículos industriales, puesto
que la actividad estaba ahora centrada en fabricar armamento y los mercados exteriores se hallaban cerrados por la crisis
internacional, mientras que los gastos de la IGM y el pago de las reparaciones habían acrecentado el déficit de divisas
con las que hacer frente a las importaciones. Estas limitaciones sólo podían subsanarse con una fuerte presión sobre los
recursos individuales, acuerdos comerciales de trueque qué impidiesen la salida de divisas con los países de Europa
suroriental sobre los que ejercía una tutela y una política de pillaje para obtener materias primas estratégicas y oro de
los bancos centrales de los Estados anexionados (Austria Checoslovaquia Polonia)
La incapacidad de la economía alemana para afrontar los gastos armamentísticos impulsaba su política expansionista
abocada a una guerra, que Hitler preparaba para mediados de los 40, suponiendo erróneamente que las potencias occi-
dentales aceptarían la anexión de Polonia.
Japón había salido fortalecido de la IGM, que le había permitido aumentar su potencial industrial. Había liquidado
sus deudas, convirtiéndose en acreedor. En los 30 su actividad industrial había progresado a ritmo muy superior al de
todas las potencias, con excepción de la URSS. A pesar de las limitaciones por el tratado de Washington (1922), habían
desarrollado una marina poderosa y moderna. Además de unas fuerzas armadas poderosas y modernas, estaban bien
instruidos e imbuidos de un espíritu de abnegación y sacrificio que iba literalmente hasta la muerte, lo que representaba
un valor militar añadido de primer orden.
Si la expansión nipona en los 30 había obedecido en gran medida a necesidades económicas (materias primas, ali-
mentos y mercados), la dependencia estratégica exterior era su vulnerabilidad. El radio de su expansión por Asia era
enorme. La intervención en China desde 1937 no aseguró una victoria definitiva y exigía más esfuerzo. Para aislar a
China y acceder al petróleo y otras materias primas, se veía obligado a expandirse por el sudeste asiático, mientras en
el norte sostenía la presión militar de URSS. Dada su superioridad se imponía a holandeses, franceses e incluso
38
británicos, pero otra cosa era enfrentarse al tiempo con rusos y norteamericanos. La guerra con EE.UU. era un riesgo
excesivo, pero que resultaba inevitable por el potencial económico y la capacidad de estrangulamiento de suministros
estratégicos vitales que poseían los EE.UU.
Francia era la potencia más débil. En los años aun dominaban en prestigio e incluso económica. En 1930 poseía
una industria moderna y reservas de oro importantes. Pero en los años siguientes la deflación por la política de ortodoxia
monetaria y financiera de los gobiernos fue agravando su posición económica.
Las dificultades económicas repercutieron en la capacidad militar. Entre 1930 y 34 los gastos de defensa bajaron y
sólose incrementaron desde 1937, aunque la mayoría se destinó a reparar deficiencias. Sólo la marina, lo menos impor-
tante contra una ofensiva alemana, tenía calidad, la fuerza aérea realizó escasos progresos. La mayor debilidad militar
es que no existía estructura de coordinación y planteamiento estratégico de defensa.
Si la postración económica y el conservadurismo de los jefes militares limitaban su capacidad militar, la situación
sociopolítica constituía un serio agravante. La sociedad carecía de vigor demográfico y acusaba un de la III República
estaba muy desacreditado. La derecha radical temía y detestaba más a los “rojos” de dentro que a los nazis, mientras
que la extrema izquierda se oponía al aumento de los gastos de defensa.
Encaraba la futura guerra en estado de profunda desmoralización. Los medios políticos se enfrentaban a la amenaza
alemana con talante defensivo, entregado a que, llegado el momento, la opción más razonable era resistir la ofensiva y
esperar que el auxilio británico y norteamericano impusiera la victoria aliada. De hecho, la diplomacia francesa había
actuado con dependencia de la actitud adoptada por las potencias anglosajonas.
Inglaterra había salido de la IGM en mala para otro esfuerzo. El espíritu pacifista estaba extendido por el cansancio
y el escepticismo con los problemas internacionales. La cuestión social concentraba la atención de la opinión y de los
gobernantes. Aunque la crisis había sido menos intensa que en otras potencias, reducía las posibilidades de las necesi-
dades de defensa. Los gastos militares comenzaron a subir en 1936 y 2 años más tarde se inició un rearme grande. Las
debilidades de la economía, la preocupación de los gobernantes por el equilibrio presupuestario o el gasto social fueron
obstáculos que limitaron el desarrollo de las fuerzas armadas. Por otra parte, las tendencias aislacionistas, que rechaza-
ban complicar al país en los asuntos europeos, y la oposición de los dominios de la Corona (Canadá, Sudáfrica, Eire) a
toda implicación en problemas continentales, no favorecían la resistencia frente al expansionismo de las potencias fas-
cistas.
Inglaterra seguía siendo un poder mundial que tenía que defender intereses en lugares muy distantes, pero sus re-
cursos económicos y militares eran notablemente inferiores a los que había dispuesto antes de 1914. Su participación
en la industria mundial se había reducido mucho. Tenía intereses fuera de Europa, pero carecía de poder suficiente para
defenderlos de forma aislada y había perdido apoyos estratégicos vitales. Se le suma el espíritu pacifista y reacio a las
implicaciones europeas que exhibía la opinión, se entiende la diplomacia de transigencia con las potencias revisionistas
que caracterizó a la política externa británica hasta el año 39.
La suerte de las armas en una confrontación mundial dependería de las dos grandes potencias periféricas que después
de 1945 se repartirían la hegemonía mundial: URSS y EE.UU. Pero en los 30 sus capacidades eran sobre todo potencia-
les y sus posiciones ante un conflicto europeo no estaban claramente definidas.
Tras el hundimiento entre 1917 y 1922, la potencia económica y militar de la URSS había despegado desde fines de
los 20 por el asentamiento estalinista y los Planes Quinquenales. La “revolución agrícola”, con colectivización forzosa,
había lanzado masas de trabajadores al sector industrial, mientras que la reducción de la renta para el consumo había
permitido acumular formidables inversiones de capital en formación de trabajadores y técnicos y en el desarrollo de la
industria de bienes de equipamiento, ahora planificada desde el poder.
El agravamiento de la situación internacional dio enorme impulso a los gastos militares. Su potencia militar residía
más en la cantidad que en la calidad de sus armamentos, muy por debajo de la de los alemanes. Las purgas estalinistas
tuvieron efectos desastrosos sobre las fuerzas armadas. La URSS se encontraba en una situación delicada entre el ex-
pansionismo japonés y los designios alemanes de avanzar al Este. La desconfianza hacia las potencias de Europa occi-
dental acabó por llevar a concertar con Berlín un entendimiento de reparto territorial en los confines europeos de ambas,
del que fue principal e inmediata víctima Polonia.
En 20 el poder mundial de los EE.UU. era alto por su capacidad económica y la debilidad del resto, sobre todo de
Alemania y URSS. Era con diferencia la primera potencia en producción industrial y agrícola, en capacidad financiera
y reservas de oro. El aislacionismo de la opinión y la ausencia de rivales en el mundo, explican el repliegue de la
diplomacia y la escasa atención dedicada a la expansión de las fuerzas armadas.

39
La crisis económica de los 30 contrajo la economía norteamericana más que la de cualquier otra potencia. Entre
1929 y 1933 el PNB se había reducido más de la mitad, el valor de los artículos manufacturados había caído un 75% y
los parados casi se habían cuadruplicado. La gravedad de la crisis económica y la consecuente prioridad de las cuestiones
internas reforzaron las tendencias aislacionistas, debilitándose los vínculos con París y Londres para poner coto al revi-
sionismo de las potencias fascistas.
Desde 1937-1938 Roosevelt comenzó más comprometido con las democracias europeas y también se impulsaron
los gastos militares. Las dos debilidades de EE.UU. ante los desafíos al orden internacional eran el sentimiento aisla-
cionista dominante y los déficits en defensa. A finales de los 30 la economía norteamericana estaba infrautilizada y su
potencial de crecimiento era altísimo. Los alemanes y los japoneses lo sabían y parece que esta previsión sobre las
posibilidades norteamericanas de desequilibrar su capacidad militar les indujo a no retrasar más sus iniciativas bélicas.

40
Tema 6. La Segunda Guerra Mundial

1. Guerra total, guerra mundial


El 1 de septiembre de 1939 el ejército alemán cruzaba la frontera con Polonia. El 3 GB y Francia declaraban la
guerra a Alemania. Comenzaba la IIGM. Se originó en Europa y, en sus primeros compases, fue un conflicto interno,
después extendió por todo el planeta y alcanzó a la mayoría de la población mundial. Fue una guerra de gran duración,
en parte por las victorias iniciales alemanas y su control en toda Europa, lo que obligó a una larga etapa de recuperación.
Fue una guerra total ya que afectó a soldados y población civil. Los bombardeos aéreos sobre ciudades y las actuaciones
de los ejércitos de ocupación provocaron una sangría de la población civil sin precedentes. A diferencia de la anterior,
puede ser considerada más una guerra ideológica que entre estados; en más de un país hubo fuertes divisiones y enfren-
tamientos internos, cuando no una guerra civil entre simpatizantes del fascismo y antifascistas, que agrupaban desde
liberales a comunistas.
La guerra condicionó la economía de los países, cuyos recursos se emplearon con un objetivo bélico. Además im-
pulsó la investigación en la industria de guerra y en aquella cuyo objetivo era producir materiales para el frente, como
los productos sintéticos. El Estado, de nuevo, tomó las riendas de la economía, y la mujer volvió a ocupar puestos de
trabajo en fábricas y oficinas, esta vez sin la pretensión de abandonarlos luego.
En innovaciones técnicas en materia militar, la más importante fue la aviación. Aparecieron los bombarderos cua-
trimotores, capaces de transportar gran número de bombas. Antes de la guerra ya se pensaba en el uso de bombarderos
para la destrucción de la industria enemiga o debilitar psicológicamente a la población. Alemania ya lo había probado
en la Guerra Civil. Fue usado con cautela en los primeros momentos, pero con la Batalla de Inglaterra, ambos conten-
dientes atacaron ciudades enemigas. En ataque de centros industriales, los bombardeos fueron ganando, según avanzaba
el conflicto, en táctica y exactitud de sus ataques, aumentando los daños. La superioridad aliada se evidenció con los B-
17, capaces de transportar bombas a gran distancia. Tanto las potencias del Eje como los aliados mantuvieron una carrera
por conseguir la bomba atómica. Fueron los estadounidenses, con ayuda de científicos huidos de Alemania, los primeros.
En tierra lo más destacado fue el uso masivo de carros de combate. En principio Alemania utilizó los tanques en
situaciones en las que había una superioridad del enemigo. Esta táctica fue clave en la guerra relámpago durante los
primeros meses. En años siguientes los aliados perfeccionaron carros y su uso y terminaron siendo superiores. Apare-
cieron armamentos individuales como armas anticarro y fusiles de asalto, qué aumentaban la capacidad de fuego. Los
alemanes continuaron fabricando cañones de grandes dimensiones, aunque sin efectividad.
En el mar, los submarinos volvieron a destacar, al igual que los grandes buques. Más novedosa fueron los portaa-
viones. Otros barcos y lanchas para el traslado de tropas y desembarcos cumplieron una misión fundamental. El radar
fue importante para la guerra aérea y marítima. Las armas químicas y bacteriológicas apenas se utilizaron a diferencia
de lo sucedido en la anterior contienda.
2. El desarrollo de la contienda
2.1. “Blitzkrieg” (1939-1941)
El avance de las fuerzas armadas alemanas –Wehrmacht– en Polonia fue rápido. Las divisiones acorazadas con el
apoyo de la aviación –Luftwaffe– facilitaron la penetración de los soldados alemanes que invadieron en poco más de un
mes el territorio polaco. Era la guerra relámpago (Blitzkrieg). Alemania no podía permitirse una guerra de desgaste. El
Estado nazi no pensaba entrar en guerra hasta 1944, por lo que al inicio del conflicto el ejército no estaba completamente
preparado. Necesitaba una victoria rápida para ganar tiempo. A los pocos días del ataque alemán, el 17 de septiembre,
URSS había penetrado en la parte oriental de Polonia, de acuerdo al pacto firmado a finales de agosto. El 28 de sep-
tiembre Varsovia era ocupada y el 6 de octubre desaparecía cualquier resistencia. Alemania se anexionaba Danzig,
Posnania y Alta Silesia, y URSS volvía a ocupar los territorios arrebatados el fin de la IGM. El estado polaco quedó
como un pequeño territorio alrededor de Varsovia y Cracovia. A su frente se situó al nazi Hans Frank, como gobernador
al servicio del Reich.
Tras la derrota polaca, URSS pretendió establecer bases militares en los estados bálticos y Finlandia. Ésta se opuso.
El 30 de noviembre de 1939, los soviéticos atacaban y los finlandeses se refugiaban tras la línea Mannerheim. URSS
era expulsada de la Sociedad de Naciones en diciembre por ello. A pesar de la ayuda que ingleses y franceses enviaron
a finlandeses, la guerra concluyó en marzo de 1940. Por el tratado de Moscú, URSS ocupaba Hango, las islas Aland,
Carelia y Besarabia, aunque Finlandia mantenía su independencia.

41
En el frente occidental, se había convertido en una guerra de posiciones. Los franceses detrás de la línea Maginot,
mientras los alemanes tras la Sigfrido. Ambas se consideraban seguras contra el ataque de carros de combate. Este
estancamiento sin enfrentamientos supuso que se hablara de “guerra de pega” o “guerra en broma”. Todavía se pensaba
que el conflicto se podía solucionar sin lucha. Hitler realizó una oferta de paz a las dos potencias occidentales que fue
rechazada. Ambas partes intentaban ganar tiempo.
Pasado el invierno los alemanes reiniciaron su política de expansión. El 9 de abril atacaban Noruega. Esgrimían que
los ingleses intentaban cortar la llegada de hierro sueco a la industria alemana mediante minas en aguas noruegas. A
principios de mayo el sur del país escandinavo estaba ocupada. El Rey Haakon huyó a Inglaterra, mientras se instauraba
un gobierno provisional presidido por Vidkun Quisling, militar noruego fundador del partido nazi en su país. Al mismo
tiempo, los alemanes invadían Dinamarca.
El 10 de mayo, el ejército alemán atacaba el frente occidental. La guerra relámpago con ataque masivo de carros de
combate combinado con bombardeos y paracaidistas surtió efecto demoledor. En dos días los alemanes ocupaban Países
Bajos y Bélgica. Los holandeses capitularon. Los aliados esperaban el ataque por Bélgica, pero el avance se produjo en
las Ardenas, que los franceses consideraban imposible de traspasar con carros de combate. El 27 el rey belga, Leopoldo
III, pidió el armisticio. El ejército aliado quedaba en situación comprometida y se retiraron a Dunquerque para evacuar
a Inglaterra el mayor número de soldados, embarcando más de 330.000 hombres, aunque 40.000 franceses que cubrían
la retirada fueron hechos prisiones.
Las divisiones de carros blindados alemanes cruzaron la línea Maginot en el extremo noroccidental, donde no había
terminado de construirse. Avanzaban hacia el sur de Francia, mientras el gobierno de Paul Reynaud se instalaba en
Burdeos. El 13 de junio el ejército alemán desfilaba por las calles de París. Reynaud dimitió, sustituido por el mariscal
Petain que firmó el armisticio el 22 de junio. El III Reich ocupó 2/3 del territorio, quedando el restante en manos del
gobierno colaboracionista ubicado en Vichy bajo presidencia de Petain.
Mussolini también atacó Francia, pero cuando las posibilidades de defensa eran mínimas. El 10 de junio invadía
territorios fronterizos y luego se dirigió a Grecia y el norte de África. La entrada de Italia en la guerra implicaba que el
Mediterráneo se convertía en lugar de conflicto. En este punto la ayuda de España era fundamental. Dos días después
de la entrada de Italia, Franco abandonaba la neutralidad y se declaraba “no beligerante”. El 14 ocupaba la ciudad
internacional de Tánger y planificaba invadir Gibraltar, lo que supondría la entrada de España en guerra. Pero el agota-
miento de España por la guerra civil y la falta de buen equipamiento del ejército no lo facilitaba. En la reunión entre
Hitler y Franco en Hendaya, el 23 de octubre de 1940, el Fuhrer se mostró dispuesto a ayudar a España, y Franco expresó
su interés por participar en la guerra al lado del Eje, convencido de la victoria fascista, y admitió la futura adhesión al
Pacto Tripartito, pero no fijó el momento de la incorporación a las operaciones bélicas. En los meses siguientes, Hitler
presionó para la incorporación de España a la guerra, pero entre los dirigentes franquistas se imponía la prudencia.
2.2. La Batalla de Inglaterra
Tras caer Francia, los alemanes consideraron invadir GB. Allí, el conservador Winston Churchill era primer ministro
en un gobierno de Unidad Nacional tras la salida de Neville Chamberlain, quien continuó vacilando incluso tras la
ocupación alemana de Noruega. Churchill en su primer discurso dijo que no tenía nada más que ofrecer que “sangre,
esfuerzo, lágrimas y sudor”, y se comprometió a luchar hasta el final.
La Batalla comenzó el 10 de julio de 1940. Hitler, en un último intento de conseguir la desunión entre las potencias
aliadas lanzó una proposición de paz a los ingleses el 19 de julio, que fue rechazada. La invasión no podría realizarse
sin dominar antes el espacio aéreo, así que la Luftwaffe bombardeó intensamente ciudades y fábricas. Pero los alemanes
nunca controlaron el mar y el aire como para ocupar Inglaterra. Hitler decidió, a finales de octubre de 1940, posponer
la invasión y avanzar hacia el este.
La entrada de Italia en la guerra vaticinaba un enfrentamiento en el Norte de África. Los italianos, con sus colonias
de Libia y Abisinia, entraron en colisión con los ingleses, asentados en Egipto y África Oriental. El 13 de septiembre,
penetraron en Egipto con objetivo de avanzar al Canal de Suez, lo que implicaba el control del Mediterráneo. El ejército
italiano contó con la ayuda del Afrika Korps alemán, dirigido por el mariscal Erwin Rommel, y con colaboracionistas
franceses de Vichy, que aportaron suministros a través de Túnez.
En el sur de Europa el avance italiano sobre Grecia coincidió con el ataque alemán sobre Yugoslavia, lo que provocó
la retirada de más de 10.000 soldados ingleses hacia el mar. Países de la zona como Hungría, Rumanía y Bulgaria se
adhirieron a la alianza militar de las potencias del Eje. En los meses siguientes nuevos países como Yugoslavia y Croacia
entraban en la órbita de los dominadores de Europa.

42
2.3. La “Operación Barbarroja”
El pacto germano-soviético de 1939 nunca fue entendido por las potencias occidentales y seguramente tampoco
gozó de plena confianza entre los firmantes. El avance de URSS hacia los Balcanes y los intereses alemanes en la zona,
con la incorporación de parte de estos territorios, llenaba de interrogantes el mantenimiento del pacto. Hitler, consciente
de las riquezas naturales de URSS, inició el 22 de junio de 1941 el plan Barbarroja. Más de 3 millones atacaron URSS.
El avance fue espectacular. En otoño, los alemanes se habían apoderado de la Rusia Blanca, ocupaban parte de Ucrania,
Leningrado estaba sitiado y sus tropas estaban a 35 kms de Moscú. Pero el invierno y la dura resistencia rusa detuvieron
el avance a principios de diciembre.
Mientras, los japoneses bombardeaban la base norteamericana de Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), en las Islas
Hawai. Japón llevaba a cabo una política expansionista en Asia y reclamaba su “gran espacio oriental”. En China, había
colocado un gobierno títere en Nan-Kin, en verano de 1937, y habían ocupado Indochina en julio de 1941. EE.UU.
reaccionó con el embargo de exportaciones de productos importantes para la economía japonesa como hierro y acero,
y en noviembre de 1941 exigió el fin de ambas ocupaciones.
A pesar de que los intereses de ambas naciones terminarían chocando en el Pacífico y que sus relaciones estaban
deterioradas, el ataque a Pearl Harbor fue una sorpresa. Al día siguiente, EE.UU. y GB declaraban la guerra a Japón. El
11 de diciembre, Alemania e Italia hacían lo propio con EE.UU.
2.4. 1942, el dominio del Eje
Las potencias del Eje consiguieron durante 1942 la máxima extensión de su dominio. Cuatro zonas van a marcar el
fuerte empuje de sus ejércitos: el Pacífico, el Norte de África, el Atlántico y la Unión Soviética.
En enero de 1942, 26 países, entre ellos las principales potencias, GB, URSS y EE.UU., decidieron no acabar la
contienda hasta la derrota total del Eje. EE.UU. y GB coordinaron sus actuaciones bélicas en un Estado Mayor Combi-
nado y dieron prioridad a la guerra en Europa postergando el Pacífico. Así, los japoneses lograron importantes avances
tras Pearl Harbor. En los primeros 5 meses de 1942 ocuparon: Malasia, Indonesia, Filipinas, Birmania, Hong Kong,
Guam, Nueva Guinea y amenazaban Australia.
En el Norte de África, tras el avance italiano, los ingleses, a comienzos de 1941, habían entrado en Libia y Etiopía,
poniendo fin al dominio italiano en la zona. El protagonismo pasó a manos del Afrika Korps de Rommel, que a mediados
de 1942, había penetrado en Egipto. Los panzer alemanes lograron avanzar, a finales de agosto, hasta El Alamein, a 100
kms de Alejandría, con lo que la amenaza se cernía sobre el Canal de Suez.
Los submarinos alemanes controlaban las aguas del Atlántico. A principios de 1942, EE.UU. no estaba completa-
mente preparada para la guerra y pasaba por un momento de movilización y producción de material bélico. Así que en
buena parte de este año, los barcos ingleses y norteamericanos sufrieron ataques incluso cerca del continente americano,
imposibilitando la salida de tropas estadounidenses a Europa.
La ofensiva alemana en URSS tuvo su punto álgido en 1942. Hitler destituyó al general Von Brauchtisch y tomó el
mando de las operaciones. En mayo de 1942, intensificó el ataque sobre Crimea. En los meses siguientes dirigió sus
fuerzas a los campos petrolíferos del Cáucaso y Stalingrado, donde más de 22 divisiones intentaron cruzar el Volga. Los
rusos perdieron en esta batalla, la más atroz de toda la guerra, a más hombres que EE.UU. en toda la contienda. Igual
de terrorífico fue el asedio de Leningrado que duró 900 días, de septiembre de 1941 a enero de 1944. La resistencia rusa
en todos los frentes fue excepcional en unos momentos muy delicados: la cuenca industrial del Don estaba ocupada, al
igual que la zona de Ucrania, lo que provocaba escasez de alimentos. Los soviéticos decidieron el traslado de la industria
hacia el este. Con esta decisión se aseguraban la continuidad de una producción que, a pesar de todo, no había sido
seriamente dañada.
Todo comenzó a cambiar a finales de 1942. Los estadounidenses, al mando del general Douglas MacArthur, consi-
guieron victorias importantes liberando a Australia de la presión japonesa. Al final de año los americanos desembarca-
ban en Guadalcanal, en Islas Salomón, lo que suponía el fin del avance japonés y el inicio de la contraofensiva. La
fuerza submarina alemana fue perdiendo efectividad en el Atlántico, con lo que los aliados empezaron a planificar la
invasión de Europa desde Inglaterra. En el Norte de África las tropas inglesas de Montgomery lograron contener en
octubre de 1942 a los alemanes en El Alamein; un mes más tarde, el general Eisenhower, al mando de tropas estadou-
nidenses, desembarcaba desde el oeste. Ambos ejércitos vencieron en Túnez a Rommel en mayo de 1943. Por último,
los soviéticos lograron la victoria en Stalingrado, en febrero de 1943, donde capitularon 330.000 alemanes. Los rusos
comenzaron a avanzar hacia el oeste.

43
2.5. La victoria aliada
Desde África, las tropas aliadas cruzaron el Mediterráneo y en julio de 1943 entraron en Sicilia. Ante el avance
aliado, Mussolini dimitió y fue detenido. Víctor Manuel II, nombró un gobierno que solicitó el armisticio –firmado el 3
de septiembre- y declaró la guerra a Alemania. Italia fue admitida como “cobeligerante” por los aliados. Los alemanes
invadieron el norte de Italia, mientras que Mussolini escapaba de su encierro ayudado por tropas alemanas el 22 de
septiembre y se desplazaba al norte donde fundó la República Social Italiana –o República de Saló– bajo protección
alemana. El 4 de junio de 1944, los aliados entraban en Roma; y en abril de 1945, los partisanos detenían a Mussolini
cuando intentaba huir. Fue fusilado y descuartizado.
Dos días después de la entrada aliada en Roma, el 6 de junio de 1944, empezaba la operación Overlord: 100.000
hombres, principalmente ingleses y norteamericanos, desembarcaban al mando de Eisenhower en las costas de Norman-
día, el mayor desembarco de tropas por mar realizado en la historia. El avance fue más complicado que la entrada por
el sur de Italia debido a las importantes fortificaciones construidas por el ejército alemán. Además, el mejor estado de
las carreteras hacía que la comunicación entre las zonas de defensa fuera más fluida. París fue liberada el 25 de agosto.
En el sur los aliados desembarcaron en Provence el 15 de agosto y ocupar Marsella el 23. Ambos contingentes se unieron
en la zona de Dijon a mediados de septiembre. A finales del mismo mes cruzaban la frontera con Alemania en dirección
a Berlín.
En 1944, los rusos expulsaron a los alemanes de Ucrania, la Rusia Blanca, los Estados Bálticos y Polonia oriental.
En agosto llegaban a Varsovia, y en los meses siguientes a Rumania, Bulgaria y Hungría. En febrero alcanzaban el Oder,
a menos de 100 kms de Berlín, donde el general Zhukov reagrupó fuerzas. Mientras, los aliados se detuvieron en el
oeste cerca de Berlín. Eisenhower permitió que fueran las tropas rusas las primeras en entrar en la capital, como reco-
nocimiento al sacrificio realizado. Berlín fue ocupada entre el 25 de abril y el 2 de mayo. El 30 de abril, Hitler se
suicidaba en el bunker de la Chancillería. Ocho días después el almirante Karl Dönitz, designado sucesor por el Fuhrer,
firmaba la capitulación.
La caída de Alemania era el fin de las acciones en Europa, pero no el de la guerra. En el Pacífico, las fuerzas
americanas fueron ocupando entre enero de 1944 y marzo de 1945 Filipinas, las Marshall, las Carolinas y las Marianas.
Pusieron bases en islas cerca de Japón. Desde ellas y portaaviones desencadenaron un intenso bombardeo sobre Japón
desde mayo de 1945 que destruyó la flota y la industria nipona. A pesar de todo se pensaba que la rendición iba a ser
larga y costosa. Truman, que había sustituido a Roosevelt fallecido el 12 de abril de 1945, decidió lanzar la primera
bomba atómica de la historia. El 6 de agosto de 1945, el “Enola Gay”, bombardero cuatrimotor B-29, despegaba de
Tinian y dejaba caer a “Litte Boy”, bomba atómica de unos cuatro mil kilos de peso, a las 8:15 de la mañana en Hiros-
hima. La ciudad de 200.000 habitantes fue destruida, pereciendo más de 70.000 personas. Tres días más tarde lanzaban
“Fat Man” sobre Nagasaki que mató a más de 80.000 personas. Los japoneses pidieron la paz inmediatamente. El 2 de
septiembre de 1945 firmaban la rendición a bordo del acorazado “Missouri”. Japón pasaba a ser ocupado por EE.UU.,
aunque mantenía a su emperador, Hirohito, como jefe del Estado.
3. Las retaguardias
3.1. Las potencias combatientes
La IIGM influyó en mayor medida en la población porque las acciones bélicas dejaron de circunscribirse exclusiva-
mente al frente de batalla y los habitantes de ciudades y pueblos pasaron a ser un objetivo más.
Las potencias democráticas anglosajonas exigieron un gran esfuerzo productivo a su población. Su fuerza estaba en
el nivel de producción, y entendían que alargando la guerra aumentaban sus posibilidades de victoria. EE.UU. incre-
mentó de forma excepcional su producción; al final de la guerra, alcanzaba 2/3 de la producción mundial. En el orden
político, GB y EE.UU. mantuvieron el funcionamiento de sus instituciones. Las libertades y derechos ciudadanos fueron
respetados. Los medios de comunicación pudieron ejercer su libertad de informar de forma amplia y mantuvieron una
actitud crítica frente al poder. Aunque los ciudadanos británicos soportaron peores condiciones que los estadounidenses,
hubo un ambiente de ayuda colectiva que facilitó la superación de dificultades. En este ambiente de sacrificio y unidad,
Churchill fue elegido para conducir al país en la guerra, siendo relevado de su cargo una vez finalizada. Los ingleses
reconocían la actuación de su primer ministro durante la contienda, pero dudaban de su capacidad para gestionar los
tiempos de paz en los que los avances sociales debían ser importantes.
Uno de los problemas fundamentales a los que tuvo que enfrentarse GB fue la pérdida de control de sus colonias.
Mientras que en algunos casos la guerra estrechó los lazos con la metrópolis, como con Australia y Canadá, en otros se
vio la posibilidad de poner fin a años de sumisión. Dirigentes de países del Norte de África y asiáticos apoyaron a
alemanes o japoneses con el objetivo de acabar con el imperialismo occidental.
44
En EE.UU., en los primeros compases de la guerra, la opinión pública estaba dividida entre los que apoyaban la
intervención y los que se oponían. Roosevelt era partidario de intervenir, y su política facilitó la ayuda a los aliados. Si
en los 30 el gobierno defendió la neutralidad, en noviembre de 1939 aprobaba la ley “Cash and Carry” que permitía la
venta de armas a los aliados al contado. Esta política se puso de manifiesto con el envío de armas a Inglaterra en verano
de 1940. En marzo de 1941, Roosevelt aprobaba la ley de “Préstamo y Arriendo”, que permitía la compra de armas o
materias primas y alimentos a crédito. El país se preparaba para la posible entrada en el conflicto, lo que incluía reorga-
nización del ejército y ampliación de la fuerza aérea y la flota. Con el ataque a Pearl Harbor la opinión cambió. Algunas
minorías, como la población negra, mejoró sus condiciones de vida por su participación en la guerra, mientras que los
japoneses, en su mayoría ciudadanos norteamericanos, perdieron sus derechos y fueron internados en campos de con-
centración.
La Unión Soviética movilizó desde el principio todos sus efectivos. El sacrificio exigido a su población fue excep-
cional, y a pesar de que buena parte de sus recursos y territorios estuvieron en poder alemán, mantuvo una producción
alta, consecuencia de la decisión de trasladar la industria al Este. La política de tierra quemada durante el avance alemán
supuso una reducción considerable en su Renta Nacional. Además de los sacrificios derivados de un trabajo agotador
para mantener el nivel productivo, lo que incluyó disminución de salarios, la brutal acción de tropas alemanas en suelo
ruso castigó de forma especial a la población. Los dirigentes políticos y militares soviéticos y las autoridades en ciudades
y pueblos tomaron medidas que eliminaron libertades, derechos y divisiones entre la población civil. Las tropas fueron
obligadas a mantener la resistencia o iniciar el contraataque a cualquier precio. La Guerra Mundial en la URSS se
convirtió en la Gran Guerra Patriótica aunó el sentimiento nacional y a la que se supeditaron los esfuerzos para conseguir
la victoria.
En las potencias del Eje se intentó, en los primeros meses, que la población no sufriera los efectos de la contienda.
En Alemania, los ciudadanos no soportaron ningún tipo de restricción. La estrategia de Hitler de realizar una guerra
relámpago estaba relacionada con la necesidad de victoria rápida, ante la superioridad material de los aliados, que le
permitiera acceso a las materias primas para la industria. El Estado no acaparó todos los resortes de la economía, así que
se mantuvo la iniciativa privada, aunque en todo momento estuvo supeditada a las necesidades nazis. La economía
benefició por el expolio de los países ocupados: se incrementó la producción de petróleo en Hungría, en Noruega se
puso en marcha una importante industria de aluminio y de Polonia se desviaron grandes cantidades de minerales para la
industria germana.
En otros casos, países denominados neutrales colaboraban con Alemania. España aportó productos alimenticios y
wolframio. Franco pagaba la ayuda de Hitler en la guerra civil. La falta de hombres en la industria, requeridos para
engrosar el ejército, no fue suplida con mujeres alemanas, en parte por la ideología nazi, pero también porque usó mano
de obra forzosa de prisioneros, miembros de razas consideradas inferiores o por alemanes opositores. La sociedad nacida
de la victoria nazi implicaba unidad de pensamiento, con lo que se exacerbó el totalitarismo y la marginación y elimi-
nación de cualquiera que disintiera.
Italia tuvo que imponer restricciones a la población en los primeros meses de guerra. Mussolini unió su destino a
Hitler convencido de la superioridad alemana y su victoria. Sin embargo, la actuación de los dirigentes italianos fue
menos previsora que la de sus correligionarios e hicieron gala de una mayor improvisación. El régimen italiano mantuvo
el totalitarismo que había presidido su actuación desde la subida del Duce al poder y continuó ejerciendo la represión
contra los opositores de forma sistemática.
Japón tenía graves problemas con el suministro de productos, especialmente petróleo, que compraba a EE.UU. La
ocupación de territorios en Asia facilitó materias primas para la industria japonesa. A estas carencias se unía el problema
de mantener a una población sin recursos alimenticios adecuados, base de la justificación de su expansión colonial. La
sociedad japonesa estaba educada en una férrea disciplina. Sus enfrentamientos bélicos en las últimas décadas se habían
saldado con victoria, lo que unido a su avanzada tecnología militar y su concepto de honor y patriotismo les hacían
enemigo difícil. Mantuvieron la unidad y estuvieron dispuestos a defender cada isla y casa hasta el final. Solo las ex-
plosiones nucleares doblegó su espíritu de resistencia. El Consejo Supremo de Guerra dudó hasta el último momento
aceptar la rendición por miedo al levantamiento del ejército y la oposición de la población que prefería su sacrificio en
defensa del Emperador. Pero Hirohito aconsejó la aceptación. A pesar de esta decisión, hubo militares que, desperdiga-
dos por las islas del Pacífico, se negaron a aceptar la derrota y se mantuvieron en guerra hasta la década de los setenta.
3.2. El colaboracionismo
La victoria de las potencias del Eje llevaba implícito un Nuevo Orden que tenía sus bases en la ideología fascista.
Pero como sus victorias fueron temporales y su derrota final impidió su instauración, sus realizaciones fueron parciales
y tuvieron diferente aplicación dependiendo de la nación ocupada, ya fuera considerada inferior o asimilable.
45
Entre las naciones denominadas como inferiores, URSS y Polonia. En ambos, los alemanes buscaban la explotación
del territorio y sus habitantes. En URSS las tierras fueron consideradas propiedad de Alemania y sus ciudadanos utili-
zados como mano de obra servil, cuando no asesinados con la aplicación del terror. En Polonia la población fue tratada
de forma inhumana; se les redujo el suministro de alimentos a la mínima, se prohibieron derechos fundamentales y parte
importante de la población, incluidos niños, fueron desplazados a Alemania como mano de obra esclava.
En el lado opuesto, países que los alemanes consideraban racialmente asimilables. Austria, cuyos dirigentes fascistas
ocuparon puestos relevantes en el III Reich. En Dinamarca la ocupación se realizó de forma incruenta. La colaboración
que se estableció, como en Bélgica y Holanda, fue circunstancial y basada en mínimos que facultara la continuidad de
servicios básicos. Lo que no impedía la colaboración de aquellos que mantenían misma base ideológica. En Noruega
tuvo lugar uno de los casos más representativos de colaboracionismo, el de Vidkun Quisling, dirigente del partido fas-
cista noruego, cuyo apellido pasó a ser utilizado como sinónimo de colaborador o simpatizante nazi. Fue primer ministro
de Noruega entre 1942 y 1945.
En otros países preferían usar a partidos autoritarios y anticomunistas en la administración del país ocupado, lo que
no impedía la colaboración estrecha con partidos fascistas. En Rumania, apoyaron al militarista conservador Antones-
cum, en lugar de a Horia Sima, miembro de la Guardia de Hierro fascista. En Hungría se mantuvo en el poder al regente
Miklós Horthy, con un gobierno conservador. En 1944 el dirigente fascista húngaro del Partido de la Cruz Flechada,
Ferenc Szálasi se hizo con el poder. Por su parte, Yugoslavia fue dividida en el estado croata, bajo dominio italiano, y
la zona de Serbia, con administración alemana.
La rápida derrota francesa dejó sin respuesta a una mayoría de franceses. Entre ellos, los miembros del parlamento,
que aceptó la derrota y concedió plenos poderes a Petain. El régimen autoritario de Vichy contó con importantes cola-
boradores como Pierre Laval, que alcanzó la presidencia del gobierno entre 1942 y 1944. La colaboración estrecha entre
el gobierno de Laval y la Alemania nazi perjudicó a los miles de refugiados españoles que habían huido de la represión
franquista. Laval pretendió anular el acuerdo entre México y Francia que permitía la salida de refugiados a América,
con la pretensión de utilizarlos en los campos de trabajo alemanes. Su gobierno aprobó una disposición administrativa
que incrementaba las dificultades de los españoles que quisieran salir de Francia y estuvieran en edad de trabajar. Los
dirigentes de los partidos fascistas franceses, no estuvieron en Vichy, sino colaboraron con la administración alemana
en París, como Jacques Doriot, dirigente del Partido Popular Francés.
La colaboración incluyó en algunos casos la formación de ejércitos que combatieron junto con el alemán. Fue espe-
cialmente relevante a raíz del ataque a URSS. En buena parte de los países ocupados o los que se declararon neutrales,
pero eran afines a Alemania, se formaron ejércitos para combatir al comunismo: la Legión Walona en Bélgica, la Divi-
sión Vikingo en Noruega, la Legión de Voluntarios Franceses o la División Azul en España.
Japón llevó una política similar a la alemana. Explotaron territorios sin consideración. El discurso se basaba en el
antioccidentalismo. No faltaron colaboracionistas o nacionalistas que apoyaron las tropas japonesas para conseguir la
independencia de las metrópolis europeas, como el caso de Sukarno en Indonesia. De hecho, la descolonización de Asia
tuvo su punto álgido con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
3.3 Las resistencias
La diversidad en la colaboración con Alemania se repite en la resistencia que surgió en los países ocupados. Patrio-
tas, defensores de la libertad, luchadores antifascistas, personas que habían sufrido la represión nazi formaron parte de
los grupos de resistencia. Esta oposición al Nuevo Orden tuvo un momento clave en la invasión alemana de la Unión
Soviética. Desde este momento, los miembros de los partidos comunistas de los países ocupados desempeñaron un papel
fundamental en la resistencia a y en la reconstrucción y reorganización política de sus países una vez finalizada la
contienda.
Las decisiones del Parlamento francés y la asunción de poderes de Petain retrasaron la formación de la resistencia
francesa que tuvo diferentes puntos de organización: la interior que se formó desde los primeros momentos de ocupación
y tuvo en los “maquisards” los grupos más significativos; la exterior protagonizada por el General De Gaulle, quien se
opuso a la claudicación y tomó el exilio. En Inglaterra constituyó “Francia Libre”, con objetivo de expulsar de suelo
francés a las fuerzas de ocupación. Churchill le reconoció como “jefe de los franceses libres”. La Colaboración entre la
interior y el exilio fue más intensa desde 1942.
El dirigente de la resistencia interior, Jean Moulin, promovió, a principios de 1943, la unificación de los grupos en
el Comité Nacional de la Resistencia; labor que continuó George Bidalut, tras la detención y asesinato del primero por
la Gestapo. La actuación de la resistencia francesa fue dirigida a la realización de atentados y sabotajes y a la captación

46
de información que resultó clave para los ejércitos aliados, además de la publicación de folletos. De Gaulle supo incluir
a Francia entre los países vencedores, con lo que pudo desempeñar un papel importante en la inmediata posguerra.
En países como Italia y Yugoslavia la guerra desembocó, prácticamente, en guerra civil. En los primeros años, los
italianos formaron la resistencia en el exterior, aunque desde el armisticio en septiembre de 1943, la resistencia partisana
tuvo presencia destacada. El punto álgido es la constitución de la República Social de Mussolini en el norte del país, y
su final en la rendición de los alemanes en abril de 1945. Las acciones más frecuentes de los partisanos consistieron en
sabotajes contra las tropas de ocupación.
En Yugoslavia los enfrentamientos entre resistencia y fuerzas que apoyaron a los alemanes fueron especialmente
duros. La ocupación provocó la creación de un Estado croata dirigido por los ustachis de Ante Pavelic, líder fascista
croata, controlado por el III Reich. En Serbia, los chetniks del coronel monárquico Dragoljub Mihailovic, apoyados por
los alemanes se enfrentaron a la Resistencia partisana del comunista Joseph Broz, “Tito”. Este sería el vencedor y Yu-
goslavia se convirtió en el único caso de implantación de un régimen comunista en la Europa Oriental sin la intervención
de las tropas soviéticas en su avance a Berlín.
En Alemania, la resistencia al régimen nazi tuvo alcance limitado. La forma expeditiva con que los dirigentes se
enfrentaban a cualquier tipo de oposición hizo que fuese prácticamente inexistente. Al estallar la guerra mundial en
Alemania ya había 8.000 personas en campos de concentración. Según avanzaba la guerra y se vislumbraba la derrota,
la disidencia se hizo más presente. El ejemplo más representativo fue el intento de asesinato de Hitler en el complot
liderado por el coronel Claus Von Stauffenberg, la operación Walkiria.
3.4. Represión y holocausto
La brutalidad de los alemanes en la IIGM quedó patente en los países que ocuparon: torturas, ejecución de rehenes,
trabajos forzosos, campos de concentración, experimentación con seres humanos, cámaras de gas... En Croacia, el líder
fascista Pavelic promulgó, a semejanza de los nazis, leyes antisemitas y abrió el campo de exterminio de Jasenovac, con
80.000 personas asesinadas entre gitanos, serbios y comunistas. De la brutal represión no se libraron los alemanes: tras
el fracaso de la operación Walkiria fueron ejecutadas 7.000 personas. Uno de los países que sufrió la represión de forma
especial fue Polonia, donde el 20% de la población murió en la guerra. El general Hans Frank, gobernador del III Reich
en Polonia, ejecutaba 100 rehenes por cada soldado alemán asesinado. Más de 200.000 niños polacos fueron utilizados
como mano de obra esclava en Alemania. En el campo de Liblin fueron fusilados o gaseados miles de prisioneros
soviéticos.
En campos de concentración se realizaron experimentos médicos utilizando a seres humanos como cobayas. Huesos,
nervios y músculos fueron extraídos de los prisioneros para luego realizar trasplantes o injertos en operaciones que se
realizaban sin anestesia; se experimentó sobre el efecto de determinadas drogas,…
Japón no se quedó atrás en este tipo de experimentos. La Unidad 731, que llevó a cabo su actuación en Manchuria,
estaba formada por unos 2.000 japoneses que formaban un grupo de investigación sobre las armas biológicas. Para sus
estudios realizaron experimentos con humanos: disección en personas vivas, estudios sobre la agonía y la muerte,… A
las atrocidades cometidas por la Unidad 731, se puede añadir la actuación de las tropas japonesas en buena parte de
Asia: torturas, fusilamientos, represalias, violaciones,...
Mención aparte merece el Holocausto judío. El antisemitismo de Hitler estuvo detrás de su intento de hacer desapa-
recer a todo un pueblo. Las medidas represivas supusieron la emigración de Alemania de cerca de 250.000 personas
antes del inicio de la guerra. Pero las victorias alemanas volvieron a colocar bajo su dominio a miles de judíos que vivían
en las naciones ocupadas. Los dirigentes nazis pensaron, en un principio, en deportar a los judíos; aunque con la llegada
de las derrotas la actuación contra los judíos se fue endureciendo hasta desembocar en la “Solución final”, que no era
otra cosa que su completa eliminación. En la guerra con la URSS ya se pusieron en marcha medios de exterminio como
asesinatos masivos mediante fusilamientos, ejecuciones sumarias mediante un tiro en la nuca o la utilización de camio-
nes como cámaras de gas móviles. La eliminación racial o política realizada en los campos de exterminio aplicaba los
criterios de mínimo coste y máxima eficacia. En total, unos 6 millones de judíos fueron asesinados.

47
Tema 7. La reconstrucción de la paz: hacia un sistema bipolar

1. Las destrucciones de la guerra


Se han calculado en torno a 60 millones de muertos, con 35 de heridos y otros tantos refugiados o desplazados. El
paradójico resultado fue una composición étnica de muchos Estados más homogénea que en 1939.
La situación económica y humanitaria en 1945 era desastrosa por la devastación material. Las ciudades habían
sufrido más, sobre todo alemanas, británicas y japonesas. La falta de viviendas era un problema. La producción agrícola
cayó en picado y hambre, desnutrición, racionamiento y mercado negro fueran la regla. La capacidad productiva general
europea estaba al 50% respecto al 39. La no convertibilidad de monedas lastraba las transacciones comerciales y finan-
cieras. Los beligerantes habían salido arruinados: enormes deudas públicas e inflación, a veces con monedas sin valor.
Sólo había crecido el PIB, por la demanda de los beligerantes, en Argentina, Brasil, Canadá y, por supuesto, EE.UU.
convertido en la gran potencia industrial y el único país capaz de ofrecer ayuda a la reconstrucción.
El paisaje político era inquietante. Países invadidos y ocupados varias veces; ilegalidad, degradación moral y vio-
lencia convertidas en normalidad por las prácticas de la resistencia, el colaboracionismo y la represión; con viejas elites
e instituciones descreditadas por su ineficacia o ayuda al enemigo. Alemania había quedado devastada, ocupada mili-
tarmente, sin gobierno, ejército, ni autoridades locales, con riesgo de ser desmembrada y desindustrializada. El futuro
político de Europa central y oriental, bajo ocupación militar soviética, era también incierto. Stalin se encontraba al frente
de un Estado exhausto, con toda su parte occidental, la más industrial, asolada. Con el legado geopolítico de la Rusia
zarista en mente, se disponía a arrancar las máximas reparaciones de guerra, a solventar el problema de seguridad de la
URSS en el oeste y a engrandecerla con la anexión de lo perdido desde 1918 y reocupado desde 1939.
Había guerra civil en Grecia: milicias comunistas frente al gobierno monárquico respaldado por GB. También en
Yugoslavia, donde la ocupación nazi y la resistencia se habían superpuesto a los conflictos interétnicos, con victoria de
las milicias comunistas. Italia se encontraba en un clima de guerra civil en el norte por el enfrentamiento final entre
fascistas y antifascistas. Francia se enfrentaba al colapso de su aparato institucional, la Tercera República, y GB a la
ruina económica. La capacidad de influencia mundial de ambas había menguado y el coste de retener sus imperios
resultaba casi insostenible.
Japón fue despojado de sus últimas conquistas territoriales. Estaba aplastado, bajo control de las fuerzas de ocupa-
ción norteamericana. En China el corrupto régimen del Kuomintang de Chiang Kai-shek retomó su guerra contra los
comunistas de Mao Zedong sumiendo al país en la guerra civil. El Sudeste asiático se encontraba en plena ebullición
anticolonialista, situación que se repetía en Oriente Medio.
También fue una intensa conmoción moral, por la destrucción y muerte de la “guerra total”: bombardeo de ciudades
abiertas, armas nucleares, estrategias de terror, deportaciones masivas, campos de concentración y, sobre todo, de ex-
terminio. Como reacción, se buscó castigar a los culpables y a quienes habían colaborado con ellos. Los juicios de
Nuremberg y Tokio en 1945-1946 contra jerarcas nazis y japoneses, fueron los primeros por crímenes de guerra, contra
la humanidad o genocidio y precedente para una jurisprudencia internacional que culminó en 1998 con la creación de
un Tribunal Penal Internacional permanente. Además, se pusieron en marcha programas de reeducación en Alemania y
Japón para intentar cambiar sus culturas políticas. Su eficacia fue relativa porque durante décadas ambos pueblos se
sintieron más víctimas que verdugos.
La memoria colectiva que se fue construyendo después tuvo luces y sombras. Los vencedores recordaron a los caídos
y perpetuaron la idea de que había sido justa, motivo de orgullo nacional. En URSS se celebró la heroica resistencia
para reforzar el nacionalismo y legitimar la política estalinista. En EE.UU. se reforzó la autoimagen idealista de la
política exterior nacional. En Europa, con excepción de GB, los recuerdos fueron más conflictivos. Se glorifico la resis-
tencia antinazi y el antifascismo como nuevos mitos nacionales y se rehuyeron los episodios oscuros: colaboracionismo
y humillación de las derrotas y la ocupación. En Japón se impuso un pacifismo radical tras la experiencia nuclear, pero
hubo poca autocrítica. En Alemania la contrición oficial fue temprana y se concretó en compensaciones económicas y
políticas, vinculadas al Holocausto. Tuvieron que pasar décadas para que el revisionismo histórico cuestionar esta ima-
gen.
La tragedia del genocidio judío no fue asumida ni rememorada hasta bien entrada la posguerra. Tras años de propa-
ganda antisemita, los supervivientes judíos no fueron bien recibidos. En Europa Oriental llegaron a ser perseguidos y la
mayoría de campos de exterminio se destruyeron, sólo éxitos como El Diario de Ana Frank o los juicios antinazis de
Eichmann propiciaron su estudio científico. En Austria (la mitad de los guardianes de los campos) o Suiza (miserable

48
manejo de oro judío) las complicidades antisemitas no se admitieron hasta fechas muy recientes. En la Europa Central
y Oriental postcomunista aún queda camino para incorporar el Holocausto a su historia contemporánea.
2. Expectativas de cambio en 1945
La sacudida moral y el miedo a repetir errores que la habían propiciado llevaron a intentar reformar la organización
política y social en el ámbito nacional e internacional. Cayeron 5 monarquías: Italia, Rumanía, Bulgaria, Yugoslavia y
Albania. En varios países europeos se otorgó el voto a las mujeres y, sobre todo, en las primeras elecciones celebradas
ganaron opciones de izquierda o centro-izquierda. También los comunistas obtuvieron buenos resultados por su papel
en la resistencia. Churchill fue derrotado por los laboristas; en Francia el primer gabinete de la nueva IV República
liderada por De Gaulle incluía socialistas y comunistas; en Italia, las izquierdas alcanzaron el 40% de sufragios. En
Europa Central y Oriental, más allá de la influencia soviética, las primeras coaliciones que gobernaron también refleja-
ron la voluntad popular de romper con la política de preguerra. En las dos elecciones libres que se celebraron vencieron,
en Hungría, el Partido de los Pequeños Propietarios; y en Checoslovaquia, la izquierda (38% de voto comunista). En
EE.UU. el demócrata Harry Truman fue reelegido en 1948; en América Latina se vivió un cierto impulso democratizador
hasta1947-1948 y en Japón ganaron los socialdemócratas en el 47.
La reivindicación de mayor justicia social y equidad para las clases trabajadoras se plasmó en la fuerza de los sin-
dicatos, reorganizados sobre bases unitarias. Las plataformas (Confederaciones o Federaciones Generales del Trabajo)
de Francia, Italia o Bélgica coaligaron centrales sindicales católicas, socialistas y comunistas, constituyendo un grupo
de presión decisiva para lograr reivindicaciones salariales y laborales y a favor del pleno empleo y los sistemas de
protección social. En consecuencia, las coaliciones gobernantes que afrontaron la reconstrucción en Europa apostaron
por las reformas sociales.
La crisis de 1929 y la guerra influyeron para que todos confiaran en el papel del Estado como instrumento de rege-
neración nacional, regulador socioeconómico por excelencia. Se nacionalizaron sectores de la economía en muchos
países y se afrontaron reformas agrarias. Pero el Estado, además debía ser promotor de una sociedad más justa a través
de la expansión de servicios y seguros sociales. Se trató de implantar el modelo del Estado de bienestar, que tuvo su
paradigma en GB. Mientras, en la Europa bajo influencia soviética, había un modelo más radical, en teoría con parecidos
presupuestos de democracia social, pero sin elecciones libres.
En el ámbito internacional existía voluntad de fundar una organización que previniera conflictos bélicos. El meca-
nismo para establecer un sistema de seguridad mundial fue la ONU. Su base fue la Carta del Atlántico de 1941firmada
por GB y EE.UU. URSS aceptó sumarse en 1943 y, sobre un borrador establecido en Dumbarton Oaks en 1944 entre
EE.UU., GB, URSS y China, se creó la ONU en la Conferencia de San Francisco (junio del 45). Su Carta fundacional
fue firmada por 51 Estados, con la exclusión inicial de los vencidos. Se buscaba una estructura con más poder de actua-
ción que la Sociedad de Naciones. Sus instrumentos fueron Asamblea General, con una reunión anual de sus miembros
en igualdad de votos; Consejo de Seguridad, a modo de comité decisorio, con 11 países, 6 electivos y 5 permanentes
con derecho a veto (URSS, EE.UU., GB, Francia y China); más una Secretaría General cuyo titular, elegido por 5 años,
era gestor y representante máximo. Aparte se crearon organismos de cooperación internacional y un Tribunal de Justicia
Internacional. Sin embargo, la capacidad operativa de la ONU quedó lastrada por las reglas del Consejo de Seguridad:
sin cooperación entre sus miembros permanentes su parálisis era segura.
Había que reestructurar la economía para impedir crisis como la de 1929. También reactivar el comercio mundial y
crear un sistema de pagos fluido para superar proteccionismo y políticas autárquicas de los 30 que habían contribuido a
incrementar tensiones nacionalistas y la política de esferas de influencia. Las bases de un nuevo orden que fomentara la
cooperación económica entre los Estados se establecieron en julio de 1944 en la conferencia de Bretton Woods
(EE.UU.). Para que el mercado internacional funcionase era clave que las monedas fuesen convertibles unas en otras,
con tipos de cambios fijos, y que cada una quedara definida por un peso en oro ligado a su poder de compra real. Los
Estados se comprometieron a estabilizar su moneda y a equilibrar su Balanza de Pagos. El Fondo Monetario Internacio-
nal y el Banco Mundial (BIRD Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo), creados en julio de 1945,
supervisarían las paridades de las monedas y ayudar a países en dificultad con préstamos y créditos a largo plazo y bajo
interés. Se estudió crear una Organización Internacional de Comercio, aunque sólo se llegó a firmar en 1947 el GATT
(Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio): acuerdo de desarme arancelario para limitar las tentaciones autárquicas
por el que 25 países se comprometían a aplicarse la cláusula de nación más favorecida y a no usar el dumping ni con-
tingentes comerciales. Fórmula mínima hacia una mayor libertad de comercio, que sirvió durante décadas. La mala
situación posbélica hizo imposible durante años las nuevas reglas.

49
3. El fin de la cooperación interaliada: la Guerra Fría
3.1. La quiebra de la Gran Alianza
Muchas esperanzas que trajo la paz se frustraron por las tensiones entre socios de la Gran Alianza, en particular
EE.UU. y URSS. EE.UU. aparecía como claro triunfador, único gigante económico, además de militar. Los objetivos
nacionales definidos por Roosevelt, aparte de reconvertir la economía de guerra y contrarrestar el riesgo de una recesión
interna, eran evitar amenazas a la paz mundial desde la nueva organización internacional de seguridad, promoción del
libre comercio y, en lo posible, democracia y autodeterminación.
Stalin, con una inmensa reconstrucción por delante, quería aprovechar la ocupación militar soviética de 1944-1945
para conjurar las amenazas externas a la URSS y recuperar los antiguos territorios zaristas. Daba prioridad a las necesi-
dades de seguridad y poder sobre el objetivo ideológico de alentar una revolución comunista mundial, pero al tiempo
seguía creyendo en la hostilidad occidental. Deseaba un “cordón sanitario” en Europa Oriental y los Balcanes, con
gobiernos socialistas afines, para poner territorio de por medio y evitar un ataque por sorpresa del bloque capitalista;
también una salida al Mediterráneo, el control del Cáucaso y un colchón de seguridad en Extremo Oriente para alejar a
las potencias occidentales de las fronteras soviéticas.
Así, en 1945 las dos superpotencias buscaban un equilibrio de poder internacional que les asegurase una posición
de influencia en el mundo. Para cubrir sus objetivos, ambas necesitaban cierto grado de cooperación. Esta doble aspira-
ción se demostró poco realista. En cuanto desapareció el enemigo común, las relaciones se deterioraron y resultó impo-
sible llegar a acuerdos sobre temas básicos. La tensión y desconfianza aumentaron en 1946. En 1947, pese a la voluntad
inicial de ambas de impedir la ruptura, se puede hablar de Guerra Fría.
En 1945, entre las dos reuniones para organizar la posguerra, la Conferencia tripartita de Yalta (febrero) y la de
Potsdam (julio), se manifestaron las diferencias sobre fronteras y reparaciones de guerra de Alemania y, sobre todo, con
Polonia y Europa Centro-oriental. Como Stalin estaba decidido a crear una zona de influencia, conforme las tropas
habían ido ocupando los países desde 1944 se habían establecido gobiernos de coalición antifascista y asegurado posi-
ciones de poder a los partidos comunistas locales. Churchill había reconocido a Stalin la preponderancia soviética en la
zona en octubre de 1944, a cambio de la británica sobre Grecia; pero, en Yalta Roosevelt se mostró contrario a los planes
soviéticos. Sí aceptó la vaga promesa soviética de permitir allí elecciones libres fue porque no deseaba un enfrentamiento
prematuro y contar con Stalin para acabar con la guerra en Rusia y poner en marcha las nuevas instituciones internacio-
nales.
Las distancias interaliadas aumentaron a raíz de la Conferencia de Potsdam, entre Stalin, Attlee y Truman. Quedó
patente que la interpretación del futuro político de Europa oriental era divergente. No obstante, en la reunión se logró
una solución provisional para Alemania, reeducar a su población y mutilar su economía y ejército. Las cinco “des”
(desmilitarización, desnazificación, desindustrialización, democratización y descentralización) favorecían los intereses
de URSS, aunque no tanto como deseaba Stalin, porque los occidentales controlaban 2/3 de Alemania y empezaron a
dar pasos para mantenerlos fuera del alcance soviético. Mientras el proyecto de la ONU salía adelante, surgió la cuestión
nuclear. Las bombas atómicas sobre Japón, aunque aún no representasen una amenaza directa para URSS, eran una
demostración de poder y debilitaban la posición negociadora soviética: Stalin estimó que Washington quería ejercer un
chantaje con el arma nuclear. EE.UU. decidió excluir a la URSS de la ocupación de Japón. Stalin endureció sus posi-
ciones, ordenó un colosal proyecto para acceder a la tecnología nuclear y otros de rearme.
Habían surgido discrepancias económicas. Stalin había accedido a participar en Bretton Woods ante la perspectiva
de préstamos norteamericanos. Pero cuando los solicitó en 1945, las condiciones (libre comercio en Europa Oriental y
cumplimiento de los acuerdos de Yalta) fueron rechazadas. En mayo llegó la decisión de Truman de eliminar las ayudas
económicas de préstamo y arriendo que la URSS recibía desde 1941 y una menor disposición a aceptar las peticiones
soviéticas de reparaciones de guerra. Las posteriores negociaciones bilaterales sobre créditos y préstamos norteameri-
canos tampoco prosperaron y a principios de 1946 Moscú anunció que no se adhería a las instituciones de Bretton
Woods: preferían renunciar a las ayudas para no quedar en situación de dependencia.
A pesar de todo, parecía que aún había espacio para cierta cooperación. Llas reuniones de los ministros de Exteriores
de los vencedores entre diciembre de 1945 y junio de 1946 permitieron la apertura de la Conferencia de Paz de París,
que condujo a la firma (febrero de 1947) de tratados de paz con Italia, Rumanía, Hungría, Bulgaria y Finlandia, con
acuerdos definitivos sobre reparaciones y fronteras, incluidas las cesiones territoriales a URSS. Truman había recono-
cido a los gobiernos europeos impuestos por la URSS, había intentado facilitar un acuerdo entre comunistas y naciona-
listas en China y un acuerdo sobre energía atómica. Stalin había retirado sus tropas de Checoslovaquia, permitido elec-
ciones libres ahí, en Hungría y en su zona austriaca, Retirado tropas de Manchuria, desaconsejado la revolución a los
comunistas griegos, italianos y franceses y ayudado poco a los chinos .
50
Sin embargo, tanto en la administración Truman como en los gobiernos europeos occidentales había ido calando la
incompatibilidad de intereses con URSS y la urgencia de contener lo que empezó a percibirse como una política agresiva
en Europa Central-oriental (al facilitar o forzar el acceso al poder de los comunistas y la persecución de oponentes) y el
Cáucaso. Stalin, que había arrancado el control de Mongolia a China, había aplazado la retirada de tropas del norte de
Irán y apoyado el secesionismo azerí y kurdo en busca de petróleo; y exigió a Turquía participar en el control de los
Estrechos y bases navales en el Mediterráneo. Quería la anexión de las provincias orientales turcas para completar el
control de la zona del Cáucaso. Mientras, Tito ayudaba a los comunistas en la guerra civil griega y se entrevió el riesgo
de una creciente influencia comunista en Francia o Italia, dada su desastrosa situación socioeconómica.
En ese contexto, el diplomático George F. Kenan envió en febrero de 1946 su Telegrama largo, advirtiendo del
peligro expansionista soviético: Stalin nunca cooperaría con Occidente. Por tanto, se precisaba una política realista, de
contención a largo plazo, para impedir la expansión comunista en Occidente, y trazar unas fronteras claras de las res-
pectivas áreas de influencia. La primera parte de ese dictamen se convirtió en la base de la estrategia norteamericana
durante décadas. En marzo de 1946, EE.UU se opuso a las pretensiones soviéticas en Turquía y llevó al Consejo de
Seguridad de la ONU el tema de Irán. “Paciencia con firmeza” fue la nueva consigna: EE.UU. abandonaba la
pasividad. Ese mes Churchill, en su discurso de Fulton, recurría a la imagen del Telón de Acero para describir el peligro
soviético y llamar a la cooperación angloamericana.
Otra discrepancia surgió en torno a Alemania. Aunque en Potsdam se decidió considerar al país como una unidad
económica, cada una de las cuatro zonas funcionaba de manera autónoma. URSS (como Francia) perseguía acabar con
el poderío industrial alemán, pero EE.UU. y GB se opusieron. Consideraban vital la recuperación para la del resto de
Europa occidental, necesitaban reducir pronto costes de la ocupación y no querían que el descontento germano terminara
beneficiando a Moscú. Stalin no aceptó en 1945 una propuesta norteamericana de desmilitarizar Alemania por 25 años
por temor a que pudiera llevar a la negación del derecho de la URSS a mantener tropas en Europa Central y Balcanes.
En respuesta, desde mayo de 1946 se cortó el envío de reparaciones de las zonas occidentales a URSS. El siguiente paso
fue la unificación de las dos zonas de ocupación anglosajonas: la Bizona empezó a funcionar en enero de 1947. Mientras
unos optaban por reconstruir la industria e instituciones de Alemania occidental, Stalin buscaba una Alemania unificada
adscrita a su esfera, o como alternativa, neutralizar la zona occidental y crear su propia Alemania socialista en la parte
oriental. Los pasos dados por Occidente eran interpretados por Stalin como prueba de que EE.UU. deseaba sacar a la
URSS de Alemania y negarle su esfera de influencia en Europa Central.
El intento de tranquilizar a la URSS en el tema del monopolio nuclear también fracasó. El Plan Baruch consistía en
poner bajo supervisión de una agencia internacional los recursos mundiales de uranio y materias fisibles, para vigilar y
garantizar fines pacíficos. El proyecto se presentó en la ONU en junio de 1946, pero en su redacción final EE.UU.
insistió en retener el monopolio atómico. La URSS se opuso y planteó destruir y prohibir en adelante las armas nucleares.
El monopolio nuclear sólo sirvió para atizar la tensión bilateral y aceleró la carrera nuclear: en diciembre de 1946 la
URSS tenía su primer reactor atómico experimental y en junio de 1948 el primer reactor no experimental.
En 1946 la URSS había seguido incrementando su influencia y control en la Europa Centro-oriental, donde los
gobiernos fueron cayendo bajo dominio comunista: Bulgaria y Rumanía en otoño de 1946, y Polonia en enero de 1947.
Desde finales de 1946, Stalin también aceleró la “construcción del socialismo” en su zona alemana (creación de una
policía secreta y una fuerza paramilitar y rehabilitación de exnazis para reavivar el nacionalismo alemán), mientras
mantenía el discurso de una Alemania reunificada, neutral y desmilitarizada que permitía seguir culpando a los occi-
dentales de la división del país.
3.2. El asentamiento de la Guerra Fría
1947 fue el año decisivo. Los desencuentros, la creciente anarquía internacional y, sobre todo, la gravedad de la
situación económica y política de Europa Occidental en otoño-invierno de 1946-1947 llevaron a la administración Tru-
man a diseñar una estrategia de ayuda a Europa. En febrero de 1947 GB anunció que, por problemas económicos, no
podría seguir prestando ayuda anticomunista a Turquía y Grecia, ni pagar los costes de la ocupación alemana. Truman
aprovechó esto para lograr el apoyo del legislativo y aprobar el auxilio económico a Europa y un incremento del presu-
puesto militar contra la amenaza soviética. En un famoso discurso (12 de marzo) expuso que EE.UU. ayudaría “a los
pueblos libres que resistieran las tentativas de dominio por parte de minorías armadas o presiones exteriores”: la Doc-
trina Truman. Habló de dos modos de vida, dos concepciones del mundo opuestas: la contención se “ideologizaba”.
Tras fracasar un último intento de acuerdo sobre Alemania con URSS, George C. Marshall, Secretario de Estado, dio a
conocer el plan.
En principio del Plan Marshall estuvo abierto a URSS y los países de su área de influencia. Si no aceptaban, EE.UU.
podía tomar la iniciativa geopolítica y moral de la Guerra Fría, como sucedió. La percepción soviética fue que con dicho
51
Plan y la decisión de levantar Alemania se intentaba crear un bloque para aislar la URSS y debilitar su control sobre
Europa Oriental, así que forzó a sus Estados satélites a renunciar al programa y aceleró el proceso de control comunista
sobre Europa Oriental: cárcel, ejecución o exilio para los líderes agrarios de Bulgaria, Rumanía y Hungría, prohibición
de partidos de oposición y en Checoslovaquia, desaparición del único gobierno democrático de la zona en el golpe de
Praga de febrero de 1948. En septiembre de 1947, se creó la Cominform (Oficina de Información Comunista) para
coordinar y mantener bajo control al movimiento comunista internacional, que condenó el Plan Marshall como estrategia
para extender el poder norteamericano y provocar otra guerra. Poco después Moscú anunciaba el Plan Molotov, un
programa de asistencia económica a Europa. Además, se ordenó a partidos y sindicatos comunistas occidentales opo-
nerse al Plan Marshall, lo que provocó su expulsión de coaliciones de gobierno y su aislamiento.
En los primeros meses del 48 había democracias populares con gobierno comunistas controlados por Moscú en
todos los Estados de la Europa Oriental. La excepción era la Yugoslavia comunista de Tito, que optó por resistir el
control soviético, fue expulsada del Cominform y aceptó la ayuda de EEU. La ofensiva contra Tito fue comparable a la
campaña contra el trotskismo de los 30. Esto ratificó las percepciones occidentales sobre la necesidad de frenar al co-
munismo. Tras el golpe de Praga, se rubricó por 50 años el tratado militar de Bruselas en marzo de 1948, para asistencia
mutua entre los países del Benelux más Francia y Gran Bretaña, que formaban así la Unión Occidental. Entretanto seguía
adelante el Plan Marshall y se dieron los primeros pasos para erigir un estado independiente en Alemania Occidental.
EE.UU. se había encargado de reforzar las relaciones panamericanas con el Tratado Interamericano de Asistencia
Recíproca (TIAR o Tratado de Río de septiembre de 1947), para garantizar la seguridad continental, que se completó
con la Organización de Estados Americanos (OUA), en abril del 48. En Japón, desde principios de 1948 se dio primacía
a recuperar la economía japonesa. La respuesta de Stalin fue un giro en su política china, apoyando a los comunistas en
la guerra civil. La reacción soviética a la creación de un Estado alemán occidental fue la crisis de Berlín, primera de la
Guerra Fría. Stalin creó un marco en su zona de ocupación y ordenó el bloqueo de la parte occidental de junio de 1948
a mayo de 1949, con corte total de sus comunicaciones, en un intento de expulsar a los occidentales u obligarles a
renegociar el tema alemán. El bloqueo aceleró los planes occidentales, pues ayudó a crear la Tri-zona, a que los propios
alemanes occidentales aceptasen la división alemana y, sobre todo, la presencia anglosajona en Alemania que hasta
entonces carecía de legitimidad popular. En mayo de 1949 se aprobaba la Ley Fundamental por la que se creaba la
República Federal Alemana (RFA), operativa en septiembre, con Konrad Adenauer como canciller. En octubre la URSS
anunciaba la transformación de su zona ocupada en el nuevo Estado de la República Democrática Alemana (RDA). La
división de Alemania era el símbolo de la división de Europa en dos bloques.
La contención se militarizaba. En junio de 1948, EE.UU. había creado la IV Flota, para ser utilizada en el Medite-
rráneo Oriental en caso de peligro comunista y la Resolución Vanderberg del Senado permitía a Truman establecer
acuerdos regionales y colectivos de seguridad. Además, los Estados de Europa Occidental, conscientes de que necesi-
taban la asistencia militar de EE.UU., buscaron incluir a este país en una alianza militar europea. En abril de 1949 se
firmaba el Tratado del Atlántico Norte sobre la base del monopolio nuclear de EE.UU., con Canadá, GB, Francia,
Benelux, Portugal, Italia, Dinamarca, Noruega e Islandia. La nueva alianza suponía que EE.UU. se comprometía a una
presencia militar permanente en Europa. No sólo protegía de la URSS, también era garantía contra un futuro revan-
chismo germano. La respuesta soviética fue la creación en enero de 1949 del COMECON o CAME (Consejo de Ayuda
Mutua Económica), para coordinar el Plan Molotov y el comercio soviético con sus satélites europeos. El Pacto de
Varsovia se formalizó en 1955, pero la presencia militar soviética en la zona era un hecho.
Stalin parecía haber perdido este primer asalto entre 1947-1949. EE.UU. y sus aliados habían tomado la iniciativa
en Europa: Plan Marshall, OTAN, RFA, fin del bloqueo a Berlín, ayuda a Tito y no había indicios de una ruptura entre
países capitalistas. Pero en julio de 1949 URSS efectuó su primera prueba atómica en la atmósfera. El monopolio nuclear
había acabado y Truman tuvo que aprobar una ampliación del arsenal convencional y atómico más el programa para la
bomba termonuclear o de hidrógeno. Además, en octubre se producía la victoria comunista en China. Mao Zedong se
benefició de su labor en la resistencia antijaponesa, de la crisis económica del país, del apoyo del campesinado gracias
a la reforma agraria implantada, de la desmoralización del ejército y del abandono de las élites intelectuales al régimen
de Chiang Kai-shek.
El principal objetivo del nuevo régimen era la reconstrucción; pero la victoria de Mao, inspirado en el modelo
soviético, no dejaba de ampliar los dominios comunistas, como demostró el Tratado de Amistad chino-soviético de
febrero de 1950. En consecuencia, la geografía del conflicto de la Guerra Fría se expandió al continente, principal foco
de tensión en los 50: el segundo frente que comenzó en Corea y siguió en Indochina.
En 1949 la dinámica de enfrentamiento entre dos bloques liderados por las superpotencias estaba en marcha. El
término Guerra Fría lo divulgaron Bernard Baruch y Walter Lippmann desde 1947, aunque fue acuñado por George
Orwell en 1945. Este conflicto internacional no se cerró hasta 1991 y se caracterizó por una rivalidad y lucha en todos
52
los frentes (político, cultural, informativo, económico y militar), la creación de alianzas y una peligrosa carrera arma-
mentística. No se produjo un combate militar directo entre EE.UU. y la URSS, pero hubo graves crisis diplomáticas y
guerras que implicaron a sus aliados y protegidos.
4. La reconstrucción política y económica
Al acabar la guerra se perfilaron dos modelos antagónicos para la reconstrucción: el occidental, dependiente del
motor económico y militar norteamericano, basado en economía de mercado y democracia liberal; el modelo comunista,
inspirado y controlado por la URSS, con economías estatistas y democracias populares.
4.1. El Occidente capitalista
Desde abril de 1945 Truman fue el encargado de la desmovilización militar y la reconversión económica en EE.UU.
Siguió con el intervencionismo del New Deal de Roosevelt buscando mantener el pleno empleo, subir salarios mínimos
y mejorar los derechos sociales con su propio programa, el Fair Deal. Se encontró con la oposición del partido Repu-
blicano, inclinado a volver al liberalismo clásico y a una política aislacionista. La saneada economía de EE.UU. impidió
la recesión, pero el rápido crecimiento provocó inflación. Estas dificultades propiciaron una victoria republicana en las
legislativas de 1946. Esa reacción conservadora, apoyada por los demócratas del sur, entorpeció la política de Truman.
A pesar de su reelección en 1948, su programa de reformas para ampliar la sanidad pública y acabar con la discrimina-
ción negra no cuajó. Además, la alarma por la supuesta infiltración comunista preparó el terreno para le maccarthismo
desde 1950. La economía norteamericana siguió creciendo a ritmo vertiginoso, lo que favoreció estabilidad y consenso
interno. El dólar era patrón monetario mundial, EE.UU. controlaba amplios mercados, precios de referencia y la finan-
ciación internacional, contaba con la mayor producción industrial, la tecnología más avanzada, a lo que se sumaba su
enorme potencial militar y científico.
Más compleja fue la recuperación de Europa Occidental. Los programas de nacionalización y planificación econó-
mica indicativa para modernizar y reactivar los aparatos productivos tardaron en dar frutos. Los nuevos programas de
protección social incrementaron el gasto público en una coyuntura crítica. Ni la ayuda de emergencia de EE.UU. a través
del UNRRA o los préstamos bilaterales concedidos desde 1945 habían enderezado la situación. El riesgo de que un
deterioro de la situación pudiera abrir procesos de inestabilidad hizo que en 1947 EE.UU. se planeara una ayuda pro-
longada a Europa.
El Plan de Recuperación Europea (ERP) o Plan Marshall se puso en marcha en París en julio de 1947 con la parti-
cipación de 16 Estados. Supuso una inyección económica, en préstamos y donaciones, que entre 1948 y 1951 benefi-
ciaron a GB, Francia, Alemania Occidental e Italia y en menor medida a Grecia, Yugoslavia, Turquía, Bélgica, Luxem-
burgo, Holanda, Noruega, Dinamarca, Suecia y Portugal. El programa, cuyo objetivo técnico era la racionalización de
las economías europeas y la creación de un área de libre comercio para que Europa se integrara en el esquema de Bretton
Woods, obligó a los gobiernos a planificar mejor su economía y sus inversiones, forzó una mayor cooperación econó-
mica e integración comercial entre los participantes y ayudó a asumir la necesaria recuperación de la economía alemana.
Para gestionar los fondos del Plan, se creó en 1948 la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE), origen
de la Unión Europea de Pagos.
El Plan Marshall consistía en préstamos a largo plazo y donaciones de productos norteamericanos, materias primas,
bienes industriales o alimentos. Con éstas se generaba una contrapartida en moneda nacional que iba a para a un fondo
de desarrollo para inversiones en infraestructura, tecnología, financiación de déficits. La fácil adquisición de productos
básicos supuso una mejora inmediata del nivel de vida. También evitó lo que pudo haber sido una profunda crisis política
y facilitó la cooperación económica entre europeos, propiciando el proceso de integración europea de la década si-
guiente. La relación europea con EE.UU. desde 1945 fue, sin embargo, ambivalente y compleja, mezcla de gratitud,
envidia y resentimiento. Los vínculos transatlánticos fueron más sólidos que nunca, pero la creciente “americanización”
de Europa y la dependencia militar provocaron reacciones negativas al ser percibidas como amenazadoras para la cultura
y la independencia europeas.
En cualquier caso, compartieron un sistema político y económico de libertad y democracia. En 1947 los partidos
comunistas salieron de las coaliciones de gobierno occidentales y tras el golpe de Praga, se produjo un distanciamiento
entre socialistas y comunistas que se tradujo en la ruptura de la unidad sindical que se había mantenido hasta entonces,
lo que debilitó la unidad de acción de los trabajadores.
La moderación del electorado benefició a los partidos democratacristianos, que atrajeron un electorado amplio al
hacer suyos los programas del estado de bienestar y mantener cierta indefinición ideológica apelando a los valores de la
civilización cristiana, además de aprovechar las redes sociales de la iglesia católica. Solos o en coalición acapararon los
gobiernos de Europa Occidental. Las excepciones fueron GB, Suecia y Noruega, con gobiernos socialdemócratas y las
53
dictaduras de Francisco Franco y Antonio de Oliveira Salazar. El Franquismo, por Resolución de la ONU de diciembre
de 1946, fue condenado al ostracismo internacional por su estrecha relación con Alemania e Italia, a pesar de haber
emprendido desde 1943-1945 una operación de camuflaje ideológico: se despojó de la simbología fascista, dio más peso
político a la familia católica y aprobó una amnistía y diversas Leyes Fundamentales para adaptarse a los nuevos rumbos
democráticos occidentales. Salazar, que también suavizó desde 1945 los aspectos más duros de su dictadura, pudo be-
neficiarse del Plan Marshall y formar parte de la OTAN, en la que ingresó como fundador en 1949 por su buena relación
con GB, la posición estratégica de las Azores y la moderación del régimen.
En Japón la implantación del modelo occidental se produjo durante la ocupación militar norteamericana. Se impuso
nueva constitución (1947) con democracia parlamentaria, política de reeducación para acabar con el militarismo y minar
el poder de la oligarquía tradicional: abolición de la nobleza, reforma agraria y desmantelar los grandes complejos
económicos basados en clanes familiares. Se favoreció la expansión de la educación y la organización de sindicatos.
4.2. La URSS y la Europa Oriental
En 1945 Stalin era visto por sus ciudadanos como un héroe por haber salvado la URSS. Tras los sacrificios de la
guerra, decidió mantener un férreo control, sobre la base ideológica del nacionalismo ruso, el antisemitismo y el miedo
al Occidente capitalista. Acaparó un poder casi absoluto y el culto a su personalidad se hizo agobiante. Optó por ignorar
a las cámaras electivas e incluso al partido. Las fuerzas armadas y las élites políticas fueron depuradas, se reintrodujeron
los comisarios políticos. El sistema de campos de trabajos forzados o Gulag se volvió a llenar con minorías étnicas,
judíos, exprisioneros de guerra y cualquier sospechoso de colaboracionismo o contaminación ideológica. La ciencia y
la cultura también se vieron afectadas, con la campaña de “pureza ideológica” y reeducación contra las influencias
burguesas y occidentales, que dio lugar a un arte oficial y una cultura dirigista y chovinista rusa. Estas obsesiones se
plasmaron también en la prohibición de matrimonios entre soviéticos y extranjeros.
La tremenda destrucción por las acciones bélicas, las imposiciones alemanas y la política de tierra quemada deshi-
cieron parte de lo conseguido por los planes quinquenales de preguerra. Como Stalin prefirió renunciar a la ayuda de
Occidente, la reconstrucción y el proyecto de convertir URSS en una superpotencia se plantearon con recursos propios,
reparaciones de guerra y beneficios extraídos de las economías de su bloque europeo a través de la imposición de precios
en los acuerdos bilaterales firmados entre 1947-1948, el cobro de los gastos de las tropas de ocupación y las ganancias
obtenidas a través de sociedades mixtas. Stalin anunció un programa de reconstrucción de 15 años y un primer plan
Quinquenal muy ambicioso en marzo de 1946 que fue bastante exitoso en el ámbito industrial y energético, pero no
tanto en vivienda y agricultura. Los niveles de producción de preguerra se habían recuperado hacia 1950, pero el coste
social había sido muy alto.
Los países de Europa Central y Oriental evolucionaron al son marcado por Moscú, merced a la influencia de su
ejército de ocupación y la toma del poder por los partidos comunistas nacionales. Las tropas soviéticas se retiraron de
Checoslovaquia (1945) y Bulgaria (1947), pero siguieron en Hungría y Rumanía hasta avanzados los 50 y nunca se
marcharon de Alemania Oriental y, por tanto, de Polonia. En las “zonas liberadas” se instalaron gobiernos de coalición
o frentes nacionales, volviendo a la política de Frentes Populares, con representación de las fuerzas que habían tomado
parte en la resistencia. Terminaron convertidos en “democracias populares” pues, tras ganar la izquierda las elecciones
convocadas (con excepción de Hungría), con la presión soviética, los partidos comunistas o sus aliados comenzaban
controlando puestos claves de los gobiernos de coalición, como Interior. Conseguían depurar a miembros de otros par-
tidos con denuncias, detenciones, ejecuciones o forzando su exilio. Los partidos moderados eran prohibidos. Las elec-
ciones terminaban por perder sentido democrático y se convertían en meros plebiscitos, a menudo con recuentos mani-
pulados. Se beneficiaron del desprestigio de la clase política de preguerra, de la buena imagen por su labor de resistencia
y la popularidad de las nacionalizaciones y las reformas agrarias. También los trabajadores industriales y sus sindicatos
apoyaron a los comunistas atraídos por una sociedad sin clase; solo la Iglesia católica mostró oposición y sus jerarcas
fueron perseguidos
Los procesos variaron: fueron más rápidos donde el interés de Moscú era central y en los países menos industriali-
zados. En Polonia el Gobierno de Unidad Nacional de 1945 ya tenía mayoría comunista e inició nacionalizaciones,
colectivizaciones y persecución de la oposición. En Bulgaria los comunistas y sus aliados ya obtuvieron un 86% en las
elecciones de 1945 y fueron eliminando a los partidos de la oposición en 1947. En Rumanía, donde el partido comunista
era muy débil en 1945, la presión soviética forzó su entrada en el gobierno. Tras las elecciones de noviembre de 1946
prohibieron los partidos de la oposición y el rey huyó del país en 1947. En Alemania Oriental, la URSS decretó la
desnazificación, reforma agraria y nacionalizaciones industriales. En abril de 1946 promovieron la fusión de los partidos
socialistas y comunistas y cualquier oposición no comunista fue inviable. La RDA se proclamó en octubre de 1949.

54
En Hungría el Partido de los Pequeños Propietarios obtuvo el 57% en 1945, pero, por presión soviética, los comu-
nistas fueron incluidos en el gobierno. Desde allí debilitaron a los partidos de oposición. Absorbieron a los socialistas y
en 1949 fueron lista única. En el caso checo, los comunistas entraron al democrático y reformista gobierno en el exilio
de Benés. Su fuerza se manifestó en las elecciones de 1946, donde obtuvieron el 38%. El gobierno de coalición, presi-
dido por el comunista Gottwald renunció por presión soviética al Plan Marshall. La creciente tensión política por esta
decisión motivó la dimisión de los doce ministros no comunistas, aprovechada para establecer un gobierno comunista
monocolor, en una mezcla de golpe de Estado y revolución comunista en febrero de 1948. En mayo hubo elecciones de
lista única.
En la liberación de Albania y Yugoslavia apenas habían intervenido los soviéticos. El comunista Hoxha tomó el
poder en Albania desde diciembre de 1945, con un régimen ligado al yugoslavo hasta 1948. Josip Broz, Tito, contra la
opinión de Stalin, estableció desde noviembre de 1945 una República Federal Popular en Yugoslavia, con una constitu-
ción de modelo soviético. La socialización de la economía siguió las pautas estalinistas, pero terminó enfrentado con
Moscú por su rechazo a acatar las reglas comerciales, sus aspiraciones de influencia en los Balcanes, su apoyo los
comunistas griegos y su reivindicación de Trieste, acabando en ruptura en junio de 1948. Desde ahí Tito comenzó una
mayor descentralización política, abandonó la colectivización del campo y hubo un mayor participación popular de la
administración y la gestión de los medios de producción así como reprivatizaciones de empresas y servicios. Finlandia
pudo eludir el control soviético, aunque tuvo que renunciar al Plan Marshall. Los partidos demócratas resistieron la
presión de Moscú. Se mantuvo la democracia, aunque en compensación, el país se declaró neutral, siempre con una
cauta posición internacional para no provocar a la URSS.
El resto de las democracias populares europeas siguieron las directrices soviéticas, tanto en el ámbito político, como
económico, para construir una sociedad sin clases, comunista. La recuperación económica fue muy difícil por el daño
sufrido en guerra más las exacciones soviéticas. Se aprobaron Planes con objetivos obligatorios de promoción de la
industria pesada en detrimento de artículos de consumo y servicio. El proceso culminó en la integración comercial de
todas las economías, subordinadas a las necesidades de la URSS en el COMECON que se encargó de coordinarlo todo
desde 1949. El resultado fue la descompensación de las economías y su estancamiento y el aislamiento de la mitad
oriental de Europa respecto al resto del continente.
5. La primera fase de la descolonización
El origen de los movimientos nacionalistas en los territorios colonizados se remonta a entreguerras y tuvo que ver
con la explotación económica, la destrucción de estructuras culturales, políticas y culturales tradicionales y la desigual-
dad social y jurídica entre colonos y colonizados. Sus líderes, de una élite educada y occidentalizada, en principio sólo
reclamaban igualdad jurídica y autonomía en un marco federal, pero se radicalizaron ante la intransigencia de las poten-
cias, que respondieron sólo con represión. La IIGM aceleró el proceso ya que se rompió el mito de la imbatibilidad
europea y ambos contendientes trataron de ganarse a los pueblos colonizados. Los aliados, que se presentaban como
defensores de la libertad, la justicia y la democracia, habían aprobado en agosto de 1941 la Carta del Atlántico que
“reconocía el derecho de todos los pueblos a elegir su forma de gobierno”. Japón apoyó a los movimientos nacionalistas
en su lucha contra las potencias occidentales y otro tanto hizo Alemania en el Magreb. En 1942 el Partido del Congreso
invitaba a los ingleses a abandonar la India; en 1943 el sultán de Marruecos reclamaba a Roosevelt el fin del protectorado
francés y F. Abbas, una constitución para Argelia. En 1945 una conferencia panafricana reunida en Manchester exigía
autonomía para el África negra. También se produjo el despertar del panarabismo desde la fundación de la Liga Árabe
(El Cairo, marzo de 1945) contra la creación de un Estado judío en Palestina y a favor de la unidad árabe y del fin del
colonialismo en la zona.
Las superpotencias eran hostiles al imperialismo por razones ideológicas e históricas. Muchos movimientos nacio-
nalistas estaban inspirados en el comunismo y URSS apoyaba la emancipación colonial en nombre del marxismo. En
EE.UU. no era popular, los demócratas lo condenaban y los mercados coloniales protegidos eran contrarios a la libertad
comercial. Durante la guerra, habían alentado el nacionalismo norteafricano y dieron ejemplo otorgando independencia
a Filipinas en 1946. La ONU, que reconocía el principio de igualdad de derechos y autodeterminación en su carta fun-
dacional, se convirtió en tribuna para la causa anticolonialista.
Sin embargo, en 1945 las potencias imperiales europeas sólo se planteaban algunas reformas coloniales; nunca re-
nunciar a sus imperios, fuente de materias primas para la reconstrucción y único atributo que disimulaba su decadencia
tras la guerra. El problema fue su falta de medios económicos y militares para retenerlos. Sólo GB actuó con realismo
y se dispuso a transferir el poder en sus colonias asiáticas y a un proceso gradual para preparar la autonomía en África.
El proceso de descolonización que se abrió en 1945 afectó primero al Sudeste Asiático y Oriente Medio y, en se-
gunda oleada, a África. Las colonias británicas fueron las primeras en independizarse de forma pacífica. GB abandonó
55
India, Ceilán, Birmania y se retiró de Palestina entre 1947-1948, de Malasia en 1957 por sus recursos, ni de Singapur
(1958), ni renunció al control sobre algunos de Oriente Medio, ricos en petróleo.
En India se había iniciado la lucha décadas atrás, bajo el impulso de élites occidentalizadas, con Gandhi como difusor
desde 1914. El proceso se retrasó por el enfrentamiento entre las comunidades religiosas: hinduistas, representados por
el Partido del Congreso o Partido Nacional Indio, partidarios de conservar la unidad de la India, y la Liga Musulmana
que exigía la partición, con un Estado musulmán independiente por temor al dominio de la mayoría hindú. En agosto de
1947 nacieron dos Estados: la Unión India, con los territorios de mayoría hindú, y Pakistán, escindida en dos zonas
separadas por 1700 Km., de mayoría musulmana. Sin embargo, el proceso término en un conflicto entre ambas comu-
nidades, masacres y desplazamientos de refugiados de un Estado a otro. Un símbolo de este clima de intolerancia fue el
asesinato de M. Gandhi por un fanático hindú en 1948. En Birmania la Liga Antifascista para la Independencia del
Pueblo ganó las elecciones de abril de 1947 y proclamó la independencia sin adherirse a la Commonwealth. En 1948 se
declaraba la independencia de Ceilán, con autonomía desde 1946.
En las Indias holandesas, ocupadas por los japoneses desde 1942, los líderes nacionalistas Sukarno y Hatta procla-
maron la independencia en agosto del 45, pero Holanda no la reconoció y comenzó el conflicto. La resistencia naciona-
lista y la presión de la opinión pública internacional obligaron a la metrópoli a negociar e integrar a la República de
Indonesia en una Unión holandesa-indonesia a finales de 1946. Pero entre 1947-1948 Holanda intentó retomar con sus
tropas el control de la isla. Al final, las acciones de la guerrilla, la desobediencia civil de la población, la presión de los
nuevos países asiáticos, de EE.UU. y de la ONU obligaron a Holanda a admitir la plena soberanía de Indonesia en un
marco confederal, con Sukarno como jefe del ejecutivo, en diciembre de 1949. La independencia definitiva llegó cinco
años después y en 1963 incorporó la Nueva Guinea Occidental, último reducto holandés en la zona.
Francia optó por resistir, se aferró a las bondades de la asimilación cultural en sus colonias y se negó a negociar con
los movimientos nacionalistas. La Constitución de la IV República creó la llamada Unión Francesa (1946), de apariencia
federal, teórica unión con igualdad de derechos entre la metrópoli y los territorios ultramarinos; aunque sólo Francia
tenía capacidad decisoria y sólo los residentes europeos gozaban de derechos civiles plenos. Apenas sirvió para enmas-
carar la oposición de Francia a una verdadera autonomía o independencia, evidente cuando se empleó dura represión en
Argelia, Madagascar y, sobre todo, para retener Indochina. Allí el líder nacionalista Ho Chi Minh, fundador en 1930 del
partido comunista vietnamita, había creado en 1941 el Viet Minh, una liga para la independencia del Vietnam. En sep-
tiembre de 1945 proclamó el nacimiento de la República Democrática de Vietnam. Francia retomó pronto el control de
la zona y, en principio, pareció dispuesta a conceder autonomía: los acuerdos de marzo de 1946 con Ho Chi Minh
reconocían un Estado libre de Vietnam, en el marco de la Unión Francesa y de la Federación Indochina. No obstante,
De Gaulle endureció su política poco después, proclamó la separación de Cochinchina (en el Sur), bajo protectorado
francés, y bombardeó Haipong. La respuesta fue la matanza de decenas de europeos en Hanoi y el comienzo de una
guerra de descolonización que el Viet Minh peleó con guerrillas. La teórica independencia otorgada en 1948 a Vietnam,
Laos y Camboya (1949) no resolvió un conflicto internacionalizado. Sólo la humillante derrota de Dien Bien Phu en
1954 forzó la retirada francesa y la independencia de los tres países implicados, con Vietnam dividido en dos Estados.
En Oriente Medio, británicos y franceses retenían mandatos y protectorados desde el final de la Primera Guerra
Mundial. Siria y Líbano obtuvieron la independencia total de la Francia de Vichy a finales de 1943 por presión británica,
pero al acabar la guerra, el gobierno de De Gaulle intentó conservar su influencia en la zona. Sólo la presión angloame-
ricana y la creciente fuerza del panarabismo lo impidieron. Gran Bretaña pudo conservar su influencia sobre Egipto
(independiente en 1922) y Transjordania (independiente en 1946) y, en menor medida, sobre Irak (independiente desde
1930) e Irán, ocupados parcialmente durante la guerra. Peo en la zona quedaba pendiente el problema de Palestina,
también bajo mandato británico. La situación se hizo insostenible para los británicos, que anunciaron su retirada y el fin
de su mandato para agosto de 1948. La ONU intervino y propuso, en una Resolución de noviembre de 1947, la partición
en dos Estados más una zona internacional bajo control de Naciones Unidas en Jerusalén y Belén. Sin embargo, los
países árabes vecinos proclamaron la guerra santa contra la resolución, que tampoco fue aceptada por la parte judía. Los
choques sangrientos entre las dos partes comenzaron meses antes de que se proclamara el Estado de Israel (mayo de
1948), reconocido de inmediato por EE.UU. y la URSS. Para entonces las fuerzas armadas israelíes controlaban todo el
territorio previsto por la ONU excepto el desierto del Néguev y se enfrentaban a unidades militares de Egipto, Trans-
jordania, Irak, Líbano y Siria. La primera guerra árabe-israelí había comenzado. A pesar de la superioridad numérica
árabe, la baja calidad de su armamento, su mala coordinación militar y sus divisiones políticas determinaron su derrota.
Se acordó un alto el fuego en enero de 1949, pero nunca hubo acuerdo de paz. Los árabes estaban dispuestos a aceptar
la partición de 1947, pero la parte israelí no quiso asumir recortes. Los Estados árabes se negaron a reconocer a Israel,
organizaron su boicot económico y político y se declararon en estado de guerra permanente. El conflicto no había hecho
más que comenzar.

56
Tema 8. La transición de los cincuenta

1. La globalización de la Guerra Fría: la primera crisis periférica en Corea


La proclamación de la República Popular China obligó a Truman a extender a Asia la política de contención del
comunismo. La percepción de amenaza para EE.UU. se reflejó en el NSC-68, documento sobre seguridad redactado en
1950 en el Consejo de Seguridad Nacional que asumía que la URSS tenía aspiraciones de dominio mundial y trataría de
fomentar conflictos en cualquier parte. EE.UU., para neutralizar ese peligro, afrontó un costoso programa e interpretó
la Guerra Fría como guerra real en la que estaba en juego la civilización occidental. En este clima estalló el conflicto de
Corea (1950-1953).
Liberada en 1945 por los aliados, Corea quedó dividida en dos zonas (soviética y norteamericana). EE.UU. llevó la
cuestión a la ONU y se decidió celebrar elecciones en ambas, aunque sólo se realizaron en el Sur. En 1948, retiradas las
fuerzas de ocupación, había al norte un estado comunista apoyado por Moscú, muy militarizado, con Kim Il Sung y, en
el sur, un régimen poco democrático de Sygman Rhee protegido por EEUU. Kim Il Sung, en junio de 1950, con cono-
cimiento de China y URSS, trató de unificar. Ocupó buena parte del territorio surcoreano. Washington promovió la
intervención de la ONU y pudo enviar tropas bajo su cobertura con otros 19 países. Stalin no quiso ejercer su veto
porque deseaba que EE.UU. se enredara en una guerra con China para debilitar su prestigio y distraer su atención de
otros frentes. Desde septiembre de 1950, el general MacArthur dirigió una contraofensiva que logró traspasar la frontera,
pero hubo una rápida respuesta militar de China y los contingentes de EE.UU.-ONU retrocedieron. El frente se estabilizó
en noviembre de 1951 cerca de la frontera, sin embargo la guerra siguió y el número de bajas no cesó. En julio de 1953,
tras 2 millones de muertos, se cerró un acuerdo que no alteraba la frontera de 1950.
La crisis de Corea intensificó la atmósfera de miedo originando una radicalización ideológica. En URSS se vivió de
nuevo la cara dura del estalinismo. Stalin aceleró desde 1952 el programa de construcción del socialismo en Alemania
Oriental buscando una especie de baluarte para la guerra con Occidente. En EE.UU., el comunismo se convirtió en el
enemigo. El ambiente de temor y sospecha dio lugar al llamado McCartismo, por el nombre del senador que lo promovió.
Entre 1950 y 1954, a partir de casos reales de espionaje se desató una verdadera persecución judicial contra los sospe-
chosos de militancia comunista.
La vertiente cultural y propagandística de la Guerra Fría cobró más importancia porque las cuestiones de seguridad
eran inseparables del conflicto ideológico. Dos estilos de vida: capitalismo democrático y comunismo combatían, sobre
todo en Europa occidental. URSS tenía ventaja al disponer de aparatos de propaganda más eficaces que venían traba-
jando desde hacía décadas. Además, contaba con la simpatía de la intelectualidad y la nueva clase política europea. La
propaganda anticomunista estaba desprestigiada por su uso por los fascismos y autoritarismos de preguerra. De ahí el
éxito de iniciativas soviéticas como el Movimiento por la Paz Internacional, creado en 1948, que difundió una imagen
positiva de las posiciones soviéticas, pacifistas, frente al militarismo e imperialismo norteamericanos. El Llamamiento
de Estocolmo (1950) contra las armas nucleares fue su campaña más exitosa y tras la muerte de Stalin, la URSS pudo
aprovechar las declaraciones de sus sucesores a favor de la distensión. La respuesta anticomunista tomó cuerpo con el
Congreso para la Libertad Cultural (Berlín 1950), financiado por la Fundación Ford y la CIA. EE.UU. puso en marcha
programas y organismos para mejorar su imagen y la de sus objetivos de política exterior: el programa Fulbright, la
USIA (Agencia de Información de EE.UU.), las Casas de América, Radio Europa Libre… A su favor tuvo la influencia
de la cultura norteamericana y la creciente americanización de Europa Occidental; en contra, las suspicacias en torno a
las bases militares estadounidenses en muchos países, más el antiamericanismo tradicional contra una cultura estimada
mediocre y de masas y un nacionalismo que los percibía como amenaza.
La Guerra de Corea también repercutió en la planificación militar de EE.UU. Las polémicas directrices del NSC-68
fueron aceptadas en 1951 como doctrina oficial por Truman. Al marcar como objetivo el freno a la expansión comunista
indujeron la definitiva militarización de la estrategia de contención: expansión de la red de bases y alianzas militares
alrededor del perímetro de la URSS y gran incremento de presupuestos de Defensa. Otra lección de Corea fue la inefi-
cacia de tener armas atómicas en un conflicto limitado: era difícil señalar objetivos apropiados, se temía la reacción de
la opinión pública mundial, pero sobre todo podía provocar una intervención nuclear soviética. Para neutralizar esta
debilidad, Eisenhower advirtió (enero 1954) de que en caso de agresión comunista, respondería de forma global, inme-
diata y con todos los medios, incluidos nucleares, en lugar de una respuesta gradual como en Corea. Esgrimía la amenaza
de una destrucción mutua y optaba por estrategia de represalia nuclear que resultaba más barata y sencilla, dada la
superioridad norteamericana en número de armas y bases. Además, EE.UU. dispuso de la bomba de hidrógeno a fines
de 1952 y en 1954 la bomba de 15 megatones. Pasó de 300 a 800 armas nucleares, por 50 rusas.

57
La Guerra de Corea abrió 2 décadas de hostilidad entre EEUU y China. EE.UU. se convirtió en el guardián de la
estabilidad de la zona oeste del Pacífico. Se aceleró la independencia de Japón, lugar estratégico de EE.UU. en la región,
y su rehabilitación internacional. En 1954 se creaba la SEATO (Organización del Tratado del Sureste Asiático), con
EE.UU., Francia, GB, Australia, Nueva Zelanda, Filipinas, Tailandia y Pakistán. Además EEUU se comprometió a
apoyar a Francia en su guerra de Vietnam y a respaldar a Chiang Kai-shek en Taiwán y mandó ayuda militar a Birmania
y Tailandia.
Corea contribuyó a convertir a la OTAN en una verdadera alianza militar. El miedo a que el siguiente golpe comu-
nista fuera en Europa hizo que los aliados exigieran mayor compromiso de EE.UU. Truman aceptó y desde 1950 se
enviaron más tropas de combate a Europa. El Plan Marshall, cancelado en 1951, fue sustituido por ayuda militar. En
1952 la OTAN se dotaba de estructuras civiles y militares y EE.UU. empezaba a transferir armas nucleares a Europa,
aunque bajo su control. Para reforzar el flanco mediterráneo, Francia cedió a EE.UU. bases militares en Marruecos y se
integraron Grecia y Turquía. También se firmó un acuerdo bilateral con España en 1953 que ayudó a la rehabilitación
de la dictadura y su aceptación en la ONU en 1955. Incluso Tito recibió ayuda militar norteamericana.
Desaparecieron las reticencias europeas contra el rearme alemán. Hasta ese momento la solución propugnada por
EE.UU. había sido auspiciar la iniciativa francesa de crear un ejército europeo, con unidades de los seis países de la
CECA, donde integrar al alemán (Plan Pleven 1950), formando así la Comunidad Europea de Defensa (CED) aprobada
en 1952, sin EE.UU., pero vinculada a la OTAN. Finalmente, el parlamento francés no ratificó el tratado de la CED en
1954 y, como alternativa de urgencia, el Tratado de Bruselas de 1948 se amplió a Italia y a la RFA: nacía la Unión
Europea Occidental y Alemania ingresaba en la OTAN con el visto bueno francés. Además concluía el régimen de
ocupación en la RFA.
La respuesta soviética en 1955 fue el Pacto de Varsovia, alianza con Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría,
Polonia, Rumania, la RDA y la URSS como socios. Dicha organización no sólo protegía de cualquier agresión exterior,
sino también de los peligros de subversión o revolución interna; por eso pudo ser invocado por Moscú para intervenir
en Hungría en 1956. Además, la RDA fue dotada también de plena soberanía.
2. El primer deshielo frustrado: la desestalinización y la presidencia de Eisenhower
En 1953, Dwight D. Eisenhower, militar prestigioso, diplomático hábil y pragmático, se convirtió en Presidente y
buscó potenciar la seguridad nacional al menor coste, sin descartar negociar con URSS para rebajar tensión. En marzo
moría Stalin, su sucesión no se resolvió de inmediato, en principio se impuso una dirección colegiada (Malenkov, Beria
y Kruschev como hombres fuertes), pero desde su inicio provocó cambios en las vertientes de la política soviética. Se
abrió una oportunidad para rebajar la tensión entre las superpotencias.
Los nuevos líderes soviéticos necesitaban concentrarse en la problemática interna y preferían menor tensión exterior.
Indujeron a Corea del Norte y China a negociar para zanjar la guerra coreana y se mostraron dispuestos a frenar la
carrera armamentística. Eisenhower se mostró cauto al principio: no reaccionó cuando los tanques soviéticos aplastaron
las revueltas obreras en Berlín Oriental en junio de 1953. Eisenhower también estaba interesado en conciliar seguridad
con ahorro fiscal y el mejor camino era la distensión.
La confluencia de intereses de las dos hizo que se pudiera celebrar una primera conferencia de cancilleres en Berlín
a principios de 1954, pero no fructificó por la incompatibilidad en las soluciones propuestas para Alemania. Sin em-
bargo, zanjado el tema del rearme alemán en la OTAN, Kruschev, nuevo líder desde febrero de 1955, propició la solu-
ción al problema de Trieste (entre Yugoslavia e Italia) y la firma del tratado de paz con Austria, independiente y neutral
desde entonces. También por acuerdo entre las superpotencias, 20 estados entraron en la ONU entre 1955 y 1956 y tuvo
lugar una reunión sobre desarme en Ginebra (julio de 1955). Aunque sus resultados sobre el control de armas fueron
desalentadores, sirvió para dar confianza a Kruschev y para que la URSS reconociese a la RFA. Además, en febrero de
1956 Kruschev declaraba en el XX Congreso del PCUS la necesidad de una “coexistencia pacífica” entre los dos siste-
mas como única alternativa a una guerra mundial. En abril la Kominform era disuelta.
Este clima conciliador, llamado “espíritu de Ginebra”, apenas tuvo continuidad: se esfumó porque las crisis de 1956
(Hungría y Suez) acabaron con él. Ambas superpotencias habían seguido trabajando para incrementar su influencia en
el Tercer Mundo. En la parte soviética, Kruschev confiaba en la expansión mundial del comunismo y buscó reafirmar
la posición de URSS con alianzas con otros líderes y grupos revolucionarios-nacionalistas. Creía en la superioridad del
comunismo para llevar el bienestar a las masas trabajadoras y en la obligación de URSS de apoyar a los pueblos colo-
nizados. Además la dinámica de política interior había favorecido este discurso revolucionario-imperialista porque los
líderes postestalinistas habían ofrecido a las élites soviéticas estrategias encaminadas a reforzar la influencia soviética
en el mundo. Por eso la URSS multiplicó sus ayudas a los países en desarrollo, a los movimientos nacionalistas africanos
y, sobre todo, árabes.
58
El proyecto norteamericano quería bloquear la influencia soviética en esas áreas o hacerla retroceder. Además, no
percibió el cambio soviético y su nueva flexibilidad diplomática como una oportunidad, sino como una amenaza.
EE.UU. utilizó operaciones encubiertas de la CIA, que resultaban baratas y libres de control parlamentario con las se
derribaron algunos gobiernos en países que poseían materias primas o situados en puntos estratégicos. La mayoría de
veces no constituían una amenaza directa para EE.UU., pero sí para sus aliados europeos o Japón, que podían perder
fuentes de materias primas o mercados. Ejemplo fue el apoyo al golpe de estado en Guatemala que derribó a Jacobo
Arbenz y abrió una larga etapa de dictaduras. Más evidente fue la operación en Irán desde 1953 contra el gobierno de
Mosaddeq, que acabó con la instauración del régimen autoritario y prooccidental del sha Reza Pahlavi. Como barrera
contra el comunismo en Próximo Oriente, patrocinó en 1955 el Pacto de Bagdad, con Turquía, Irán, Pakistán y GB: una
alianza militar a la que solo se adhirió Irak (hasta 1958). Además la administración Eisenhower se mostró más neutral
en el conflicto árabe-israelí y, en principio, adoptó una actitud favorable a Nasser que creían podía dar más estabilidad
a la zona.
En Asia Oriental no se había aplacado el temor a la expansión comunista. Se mantuvo el presupuesto de que, si caía
Vietnam caerían otros. Cuando Francia abandonó Vietnam, EE.UU. no reconoció la división del territorio en el paralelo
17º acordada en la Conferencia de Ginebra de 1954. En el norte comunista se instauró la República Democrática de
Vietnam, con capital en Hanoi. Al sur, el emperador Bo Di, marioneta francesa, siguió al mando desde Saigón. Los
norteamericanos se convirtieron en sus protectores militares, con ayuda económica y militar, mientras la recién creada
SEATO extendía su defensa a Vietnam del Sur, Laos y Camboya. EE.UU. apoyó un golpe de estado en Vietnam del
Sur con el que comenzó la dictadura de Ngo Dinh Diem. La oposición a su régimen, el Vietcong, inició acciones para
derribarlo y unificar el país. Hacia 1958 ya había una guerra civil en la que EE.UU. estaba muy implicado.
Por otra parte, necesidades presupuestarias y avances tecnológicos alimentaron la carrera nuclear y la retórica ex-
tremista sobre su uso. En la parte soviética, las urgencias económicas internas contribuyeron de forma indirecta a ace-
lerar el programa nuclear. Apostó por desarrollar misiles balísticos para armas atómicas en vez de costosos bombarderos
de gran autonomía. En 1955, cuando EE.UU. inicio la producción del misil intercontinental (ICBM) Atlas y del Thor,
de alcance medio (IRBM), en la URSS probaron la bomba de 1,6 megatones; un año después, el primer misil balístico
de alcance medio y, por fin, en agosto de 1957 un misil intercontinental. En octubre, mostraron al mundo sus avances
con el lanzamiento del satélite Sputnik, cuya órbita llegó a EE.UU donde cundió la alarma y durante los años siguientes
se temió una superioridad tecnológica soviética acelerándose la carrera espacial y el programa de misiles, que tranquilizó
a la opinión pública. Kruschev había intentado crear la apariencia de un empate nuclear para debilitar a la OTAN y las
otras alianzas militares anticomunistas y no se amedrentó por la inferioridad atómica soviética. Pensó que el miedo a
una guerra nuclear en EE.UU. permitía a la URSS promocionar el comunismo en el Tercer Mundo. De ahí que desde
1956 (Suez) comenzase también a utilizar los misiles atómicos como argumento en las crisis internacionales. En conse-
cuencia, aunque en 1957 se creaba en la ONU la Agencia Internacional de Energía Atómica para controlar información
y materiales nucleares y facilitar el uso pacífico de esa energía, la suspensión de experimentos nucleares, negociada en
1958 entre las dos superpotencias, no duró ni tres años. Ninguno podía prescindir de la estrategia nuclear. El único logro
fue la firma en diciembre de 1959 del tratado de la Antártica, que desmilitarizaba la región y prohibía verter desechos
radiactivos allí. Mientras, la opinión pública, dirigentes políticos y científicos empezaron a reaccionar ante un conflicto
nuclear que podía destruir la Humanidad.
La década terminó con un repunte de tensión en otoño de 1958 que tuvo como escenarios Taiwán y Berlín. La crisis
con China se cerró pronto, porque EE.UU. no deseaba una escalada bélica y Pekín no recibió el apoyo nuclear soviético
que esperaba. Meses antes, URSS, temiendo que la RFA consiguiera el arma atómica, había propuesto una zona desnu-
clearizada en Europa Central, que no fue aceptada. Kruschev reaccionó presionando en Berlín. La ciudad, en territorio
de la RDA, servía como vía de escape para los que abandonaban el comunismo y refugiarse en Occidente. El creciente
número de deserciones desprestigiaba la RDA y la URSS. En noviembre de 1958, Kruschev conminó a las potencias
occidentales a acordar un modus vivendi sobre la ciudad antes de seis meses: o convertían Berlín en "ciudad libre” o
cedería el control de sus accesos occidentales a la RDA. Con este ultimátum pretendía una retirada militar occidental
para minar la credibilidad del compromiso norteamericano con la defensa de Europa, alimentar las oposiciones neutra-
listas y antinucleares que le beneficiaban y obligar a EE.UU. a negociar de igual a igual. No hubo respuesta occidental
y el tema se atascó. Kruschev dio marcha atrás y anuló el ultimátum y pudo viajar en visita oficial a EE.UU. en verano
de 1959. Incluso se preparó una cumbre en París en 1960 para tratar la prohibición definitiva de pruebas nucleares. Pero
el derribo de un avión espía norteamericano en territorio soviético, alteró el clima bilateral, la conferencia se anuló y
quedaron sin resolver el tema de las pruebas nucleares y la cuestión de Berlín.
En conclusión, ni en EE.UU. ni en la URSS estuvieron dispuestos a correr riesgos para alcanzar la paz en los 50.
Las visiones acerca de las amenazas y oportunidades del sistema internacional siguieron prisioneras de ideologías

59
antagónicas y de percepciones sobre seguridad nacional incompatibles. Al equipo de Eisenhower le preocupaba sobre
todo la situación de Alemania y que los nacionalistas revolucionarios se pudieran alinear con el comunismo. Kruschev
creía en la obligación soviética de ayudar a expandir la revolución comunista en el mundo y además, desde 1957 se vio
obligado a restaurar el prestigio de la URSS en el exterior, dañado tras los sucesos de 1956. Así que la guerra fría
continuó.
3. Desestalinación y disidencias en el bloque comunista
En 1953 la URSS era una potencia industrial pero a precio muy alto: el mundo rural sacrificado, bajo nivel de vida,
duras condiciones laborales y represión. Cuando Stalin murió, sus sucesores trataron de restablecer el orden “constitu-
cional” devolviendo atribuciones al estado en detrimento del partido. Diseñaron un gobierno colegiado y colectivo:
Malenkov, presidente del Consejo de Ministros, con 4 vicepresidentes, de los cuales Beria era el hombre fuerte. La
sucesión no terminó de resolverse hasta 1955, cuando Nikita Kruschev, que había venido desempeñando las funciones
de secretario general del partido único, se hizo con el poder.
El proyecto era humanizar el comunismo. Un primer paso fue limitar la represión; decretaron la amnistía para delitos
de hasta 5 años y prohibieron el uso rutinario de la tortura. Esta línea reformista promovida por Malenkov se confirmó
tras la eliminación de Beria y las revueltas en los campos de trabajo siberianos. En 1955 el control de la policía política
pasó al Comité Central, aunque la definitiva ruptura llegó con la denuncia de los crímenes del estalinismo que hizo
Kruschev en su informe secreto al XX Congreso de febrero de 1956. Unos cinco millones de prisioneros del gulag
fueron liberados desde 1953 tras la revisión de sus causas.
El otro objetivo interno fue mejorar el nivel de vida de la población. Para ello se reequilibró el V Plan Quinquenal
(1951-1955) dando impulso a la industria de bienes de consumo, vivienda y más facilidades para los agricultores de los
koljoses. También se flexibilizó la legislación laboral. Para disponer de recursos se previó limitar el incremento de gastos
militares, lo que obligaba a mejorar o, al menos, estabilizar las relaciones con Occidente, aunque temieran que EE.UU.
pudiera aprovechar su debilidad.
Desde 1956, Kruschev, una vez se deshizo de sus adversarios y asumió el cargo de comandante en jefe de la URSS,
profundizó las reformas. No obstante, nunca prescindió de cierto culto a la personalidad, ni rompió con la visión orto-
doxa acerca del antagonismo entre comunismo y capitalismo. Alcanzó su máximo poder entre 1958-1960, con gran
popularidad por las ventajas para la población de sus cambios económicos y sus reformas sociales. Incluso permitió
mayor libertad cultural, con muchas limitaciones, cierta democratización de la enseñanza superior y la rotación de los
cuadros del partido. Sin embargo, al final de década el rápido ascenso del nivel de vida experimentado desde 1953 se
estancó. Su programa agrícola de poner en explotación “tierras vírgenes” no dio resultado y tuvo que tomar medidas
para frenar el desarrollo de explotaciones agrícolas privadas, lo que provocó escasez de algunos productos. Por otra
parte, el programa armamentístico terminó resultando más oneroso de lo previsto. La ayuda masiva a China, los subsi-
dios a Polonia y Hungría desde 1956 y la generosidad con Egipto también incidieron negativamente, de modo que hubo
que anular los tres últimos años del plan quinquenal y anunciar uno nuevo de siete años.
En el resto de países del bloque comunista europeo a principios de los 50 continuaba el proceso de homologación
de sus sistemas políticos y económicos con el soviético. Se había conseguido cierto desarrollo económico y progresos
en escolarización, pero a costa de graves desequilibrios que quebraron el consenso político. Las disfunciones de la
modernización comunista suscitaron la crítica en las ciudades, en la nueva clase obrera, la universidad y los intelectuales.
Los primeros síntomas fueron las revueltas obreras de 1953 en Berlín, en la checa de Pilsen y en Bulgaria, todas repri-
midas. Tras cierta confusión inicial, los dirigentes soviéticos post-estalinistas buscaron extender a los países satélites
sus reformas en la planificación para mejorar el nivel de vida y relajar la represión. En los primeros años se hicieron
algunas rectificaciones económicas, se impusieron direcciones colegiadas, fueron relevados señalados estalinistas y
rehabilitados algunos dirigentes víctimas de los procesos de 1948-1952. En todos los países surgieron corrientes opues-
tas de renovadores e inmovilistas, pero, sobre todo, se generó un clima de esperanzas de evolución. Además, la recon-
ciliación de la URSS con la Yugoslavia de Tito en 1955 y la disolución de la Cominform (abril de 1956) parecían
mostrar que Moscú permitiría en adelante a sus satélites “distintos caminos hacia el socialismo”, haciendo compatibles
el comunismo y libertad nacional.
Las consecuencias de la desestalinización se manifestaron en pocos meses: al descontento por el bajo nivel de vida
se sumaron pulsiones nacionalistas, intelectuales críticos y un sistema con crisis de liderazgo político desde la muerte
de Stalin. Los problemas comenzaron en Polonia, primero con movilizaciones obreras por conflictos laborales, que
fueron reprimidas. Les siguió una oleada de protestas multitudinarias que pedían “paz y libertad”, la salida de los rusos
y la liberación del cardenal Wyszinski. Para contener el descontento fue rehabilitado Wladyslav Gomulka, prestigioso
líder comunista disidente, en la cárcel entre 1951-1954, que pronto inició un programa reformista. Cuando Moscú trató
60
de reemplazarle en octubre de 1956, Gomulka garantizó que mantendría el orden y no rompería con la URSS. Kruschev,
ante la alternativa de una llamada a la resistencia popular, cedió y no ordenó la intervención militar soviética prevista.
En Hungría, entre 1953-1955 había gobernado el reformista Imre Nagy, con programa de liberalizaciones. Fue ve-
tado por Moscú, relevado primero por el stalinista Matias Rákosi y finalmente por el prosoviético Erno Gero. La situa-
ción se complicó desde octubre de 1956, a raíz de una conmemoración histórica que derivó en homenaje a Laszlo Rajk
y otras víctimas stalinistas. Con lo que sucedía en Polonia, comenzaron manifestaciones de estudiantes organizados al
margen del partido único, con programa de reformas económicas y liberalización política. Moscú accedió a rehabilitar
a Nagy como presidente del consejo, pero las protestas adquirieron carácter de insurrección. Las tropas soviéticas se
retiraron tras el nombramiento de Janos Kadar como secretario del partido. Pero Nagy declaró el 30 de octubre su
voluntad de restaurar un sistema de partidos y salir del Pacto de Varsovia. Además existía alto riesgo de contagio: el
movimiento húngaro estaba prendiendo entre estudiantes rumanos, intelectuales búlgaros y había revueltas en el Báltico
y Ucrania Occidental así como manifestaciones y huelgas de hambre de estudiantes en Moscú y otras ciudades. Kruschev
tenía encima a los sectores duros del partido y a la burocracia nada proclives a la distensión. El 4 de noviembre las
tropas soviéticas intervinieron y aplastaron a los resistentes, que no recibieron la ayuda esperada de los países occiden-
tales. Nagy acabó fusilado en 1958; János Kádár, su sustituto en el gobierno hasta 1989, retomó, sin embargo, la senda
reformista, sobre todo en lo económico.
La revuelta húngara tuvo importantes consecuencias dentro y fuera del bloque soviético. En URSS el proceso de
liberalización se frenó de golpe y hubo oleada de arrestos; también un intento fallido de relevar a Kruschev en 1957
promovido por sus antiguos aliados al considerar que estaba debilitando el dominio soviético en Europa Oriental. El
líder salió fortalecido, pero desde ese momento introdujo cambios en política exterior para demostrar a partido y mili-
tares su capacidad para mantener y expandir el poder internacional.
En Europa, procuró equilibrar su control de la zona con ayuda económica y cierto grado de permisividad hacia
políticas de liberalización nacionales. Se abrieron las “vías nacionales hacia el socialismo”, que permitieron mayor
autonomía, sobre todo en política económica. El modelo general de planificación se flexibilizó. En algunos países los
criterios de elección de cargos comunistas empezaron a depender más de competencias profesionales que de la fiabilidad
política y también hubo más libertad para establecer relaciones comerciales con Occidente. Sin embargo, excepto Che-
coslovaquia donde la intelectualidad tuvo algo de margen, siguió el férreo control sobre la vida cultural. Pese a las lentas
mejoras del nivel de vida el sistema del “socialismo real” fue perdiendo legitimidad y surgió una disidencia de jóvenes
intelectuales. En paralelo, Yugoslavia volvió a enfriar sus relaciones y optó por una orientación autónoma no alineada
y acercarse a Occidente.
Occidente también defraudo. En 1956 quedó claro que EE.UU. no intervendría para liberar a la Europa del Este:
una cosa era propaganda y acciones secretas y otra la guerra. Comienza a funcionar una especie de pacto tácito que
dejaba a cada una libertad en su zona de influencia. La afiliación a partidos comunistas cayó en Europa Occidental y el
aura que la URSS había tenido entre la intelectualidad de izquierda se desvaneció.
El nuevo régimen comunista de China se enfrentaba a la necesidad de desarrollar un país de más de 600 millones de
personas. Para lograrlo, una de las primeras medidas fue socavar la estructura familiar patriarcal y las prácticas sociales
que sostenían el mundo campesino tradicional: con la ley matrimonial de 1950 se prohibieron el matrimonio concertado
y entre menores de edad, la bigamia, el concubinato y el infanticidio, se estableció el divorcio y se dio impulso a la
escolarización infantil. Se aprobó una amplia reforma agraria que redistribuyó las tierras de grandes propietarios y co-
munidades religiosas. Como complemento se aprobó en 1953 el Primer Plan Quinquenal para una industrialización
acelerada, dándose prioridad a la industria pesada sobre las necesidades del sector agrario. Estos procesos no se hicieron
sin violencia.
China debía desarrollar un país con 600.000.000 con gran tasa de crecimiento demográfico. Para ello socavó la
estructura familiar patriarcal con la ley de matrimonios de 1950 que prohibía el matrimonio concertado y entre menores
de edad la bigamia el concubinato y el infanticidio estableciendo el divorcio y se impulsó la escolarización. En cuestión
agraria se aprobó una amplia reforma qué re distribuyó las tierras de grandes propietarios y comunidades religiosas en
1953 se aprobó el primer plan quinquenal para una industrialización acelerada estos procesos fueron acompañados de
represión con 5.000.000 ejecutados y 10 de presos.
Bajo absoluto control del partido Comunista, se sancionó en 1954 una constitución centralista. Diferencias con el
modelo soviético fueron la no aceptación de minorías étnicas y la inexistencia de una policía política independiente del
estado. La peculiar política china tenía que ver con la personalidad de Mao, comunista ortodoxo pero a la vez influen-
ciado por el pensamiento tradicional chino.

61
Muchos estados y la ONU seguían reconociendo al gobierno nacionalista refugiado en Taiwán. La desestalinización
tuvo su reflejo en China con el movimiento de las “cien flores”, que supuso una efímera liberalización. Sin embargo,
ante las críticas al régimen, la campaña se cerró. Dada la lentitud de logros económicos, en lugar de buscar desarrollo
más equilibrado, Mao optó por criticar la desestalinización y endurecer la revolución. Se puso en marcha el “Gran salto
hacia delante”, que impuso brutal colectivización rural y lanzó una irracional campaña para acelerar la industrialización
en detrimento de la producción agrícola. La búsqueda de máxima productividad trajo caos económico y hambruna en
torno a 1960 que mató a casi 30 millones.
China puso en marcha un ejército moderno y buscó expandir su influencia exterior, sobre todo en Asia, donde se
implicó en los conflictos de Corea y Vietnam. Se erigió en defensora de todos los pueblos oprimidos por el imperialismo
y se opuso a la distensión con Occidente defendida por los líderes soviéticos post-estalinistas. Sus relaciones con la
URSS se deterioraron, sobre todo a raíz de la limitada ayuda soviética en la crisis de Taiwán con EE.UU. y de la estra-
tegia nuclear de Kruschev que relegaba a China a una posición secundaria en la jerarquía de las grandes potencias.
4. Las democracias occidentales y la Comunidad Europea
En EE.UU., Guerra de Corea y programa de rearme vinculado a la Guerra Fría fueron dos estímulos para la econo-
mía. A principios de los 50 era la primera potencia. La amplitud de su mercado interno tuvo como resultado una sociedad
de consumo de masas, en la que sólo indios, negros e inmigrantes permanecían como desfavorecidos. Truman había
presentado la Guerra Fría como un conflicto ideológico entre dos formas de vida para contrarrestar las tesis nacionalistas
y aislacionistas republicanas. No deseaba lanzar una cruzada ideológica, pero por presión de éstos, aceptó crear los
comités de lealtad, para investigar el pasado de los funcionarios federales y apoyó la legislación para crear la CIA y el
Consejo de Seguridad Nacional. Su principal consecuencia fue el MacCarthismo, reacción conservadora que explica,
en parte el triunfo republicano en noviembre de 1952. El nuevo presidente Eisenhower puso en marcha su programa de
“Republicanismo moderno” que implicó reducción de impuestos y menor control sobre la economía. Sin embargo, no
rompió con las políticas sociales heredadas de los demócratas. En 1954-55 el Tribunal Supremo hacía declarado ilegal
la segregación racial en enseñanza y transportes, en 1957 se abrió la lucha contra la discriminación electoral.
En Europa Occidental, gracias a las políticas puestas en marcha desde 1945 y al Plan Marshall, las economías recu-
peraron en 1953 reservas de oro y divisas de 1938. Hacia 1950 habían estabilizado precios y mejorado su balanza
exterior. La demanda por la Guerra de Corea ayudó y se entró crecimiento económico sostenido. La característica común
fue la estabilidad. La tensión de la Guerra Fría influyó de forma positiva. Funcionó un particular consenso para evitar
polarización política y enfrentamiento que pudiera tener el efecto de convulsionar el equilibrio que tanto había costado.
La izquierda socialdemócrata y los partidos democristianos reformistas siguieron monopolizando el poder, pero sus
programas se moderaron y despolitizaron.
En GB los conservadores acapararon el poder entre 1951 y 1964. Tuvieron que abordar el final del imperio y man-
tuvieron los programas sociales laboristas. El coste de éstos sumado a un gravoso gasto militar constituyeron una pesada
carga presupuestaria, que unida a unos salarios elevados determinó menor competitividad y un crecimiento económico
más moderado que el resto de Europa Occidental. En Italia, la Democracia Cristiana se mantuvo por encima del 40%
de votos y gobernó en coalición con pequeños partidos de centro hasta 1963. Su principal proyecto fue la campaña para
desarrollar el sur del país. En Bélgica y Holanda los partidos católicos reformistas también controlaron el gobierno
durante dos décadas y lograron la cooperación entre las comunidades culturales que dividían históricamente ambos
países. En Austria, los dos partidos mayoritarios, católicos y socialistas, optaron por gobernar en coalición hasta 1966.
La RFA, bajo Konrad Adenauer, restauró su plena soberanía, la integración político-defensiva en el occidente de-
mocrático y el resurgir de su economía con el “milagro alemán”. Las instituciones federales, con gobiernos estables y
cancilleres competentes, resultaron eficaces para fomentar la paz social. En contraste con los países vecinos, mantuvo
una única central sindical, que facilitó las relaciones sociales. La CDU gobernó hasta 1966, con socio minoritario, la
conservadora Unión Social Cristiana (CSU). El país también se benefició de la abundante mano de obra barata proce-
dente, primero, de los refugiados de la zona oriental y luego de los inmigrantes de Europa del Sur. La otra cara de su
éxito fue el olvido selectivo del pasado nazi. El proyecto europeísta y la prosperidad económica se convirtieron en los
nuevos estímulos de la sociedad alemana.
La estabilidad de la IV República francesa fue dificultosa, en parte por los costes de las guerras coloniales (Indo-
china, Argelia) que determinaron alta inflación y déficit pese a una alta tasa de crecimiento económico. Se sucedieron
inestables gobiernos de coalición, casi todos de centro que no se ponían de acuerdo, con la consiguiente parálisis guber-
nativa. La conflictividad laboral se mantuvo alta, en parte por la ascendencia del sindicato comunista de la CGT. En
1956 ganó las elecciones una coalición de centro-izquierda que culminó la descolonización de Túnez y Argelia, preparó
la de África Negra y firmó el Tratado de Roma, pero no pudo encarar la grave situación argelina. En mayo de 1958, ante
62
la actitud rebelde de los militares en Argelia, el Presidente Coty encargó gobierno a De Gaulle, quien consiguió de la
Asamblea Nacional poderes para preparar una constitución. Tras ganar referéndum, puso en marcha la V República,
con poder Ejecutivo reforzado en manos del Presidente y un sistema electoral mayoritario en dos vueltas que sustituía
al proporcional.
Las dictaduras ibéricas vivieron estabilidad política y relativo estancamiento económico. En España, con la oposi-
ción muy debilitada en el exilio, Franco reforzó su liderazgo entre familias políticas del Régimen y logró sus primeros
éxitos internacionales (Pactos con EE.UU. y Concordato de 1953 e ingreso en la ONU en 1955). Aparecieron signos de
intranquilidad a partir de 1956 crisis estudiantiles y guerra de Ifni; aunque el mayor problema era el económico, por el
fracaso del modelo autárquico. En Portugal, para el Estado Novo los 50 fueron tranquilos, con la oposición muy dividida,
la integración en la ONU (1955) y un atlantismo que garantizaba su estatus internacional. Los problemas afloraron al
final de década: fractura en el interior del régimen entre reformistas y ortodoxos, reorganización de oposición e inicio
del problema colonial en ONU.
En los 50 se dieron pasos decisivos en el proyecto de integración continental. La primera institución europeísta, el
Consejo de Europa, se creó en mayo de 1949, a partir del congreso organizado por el “Movimiento para la Unidad
Europea”. Su primer logro fue la “Convención Europea de Derechos Humanos” (1950).
El Plan Marshall no había acabado con aranceles y legislaciones proteccionistas europeos y, menos, crear un área
de libre cambio continental. Sólo se había formado una pequeña Unión Aduanera, el Benelux (1948).. Los grandes
estados solo visualizaban proyectos económicos a escala nacional. En 1950 otro obstáculo para avanzar en la integración
europea era la desconfianza que aún suscitaba Alemania. El “Plan Schumann” (ideado por Jean Monnet), puso en mar-
cha el proceso de integración de la RFA desde la creación de la CECA en abril de 1951(Tratado de París). Sólo era una
especie de cártel internacional (Francia, Italia, RFA y Benelux) para carbón y acero, pero era una revolución diplomática
en Europa, porque suponía la superación de la hostilidad franco-alemana. Por primera vez seis países europeos aceptaban
ceder una parte mínima de soberanía a favor de un organismo supranacional, la Alta Autoridad de la CECA.
Tras los avances en materia militar (estructuras europeas de la OTAN y la UEO), el siguiente paso en la integración
europea fue resultado de la Conferencia de la CECA en Mesina (1955), donde se empezó a negociar lo que fue el Tratado
de Roma de 1957. Nacía la Comunidad Económica Europea, un proyecto para un mercado único sin barreras aduaneras
(excepción de productos agrícolas), un arancel externo único, libre circulación de mano de obra y capitales, armoniza-
ción de legislación social y una institución para la investigación nuclear, EURATOM, para minimizar la dependencia
del petróleo árabe tras la crisis de Suez. Además se previó un parlamento con una función de control sobre las decisiones
de la Comisión y un Tribunal de Justicia.
GB y los países escandinavos quedaron al margen. Los británicos recelaban de cualquier proyecto federal y tenían
objeciones comerciales por la importancia de sus relaciones con los países de la Commonwealth. Además estaba su
nexo con EE.UU. y su desconfianza del nuevo eje continental franco-alemán. Autoexcluirse del proyecto convirtió a
Francia en el puntal de la Europa de los Seis. Desde Londres se auspició en 1959 un bloque comercial paralelo, aunque
sólo con desarme arancelario de productos industriales y sin tarifa exterior común: la Asociación Europea de Libre
Comercio (EFTA), con Irlanda, Austria, Dinamarca, Portugal, Noruega, Suecia, Suiza y Finlandia. Gracias a estas or-
ganizaciones económicas se incrementó el comercio intra y extracontinental europeo y se resolvió el problema del Sarre,
con su integración a Alemania.
En Japón, la demanda por la Guerra de Corea sirvió para reactivar su industria. Su posterior desarrollo fue especta-
cular. Las exportaciones se multiplicaron en cantidad y calidad (máquinas, motos, navíos...) y EE.UU. se convirtió en
su principal mercado. Las razones fueron escaso gasto militar, sistema educativo eficiente y selectivo, más la inversión
de los bancos en el sector industrial, tipos de interés bajos y el papel dirigista del estado, con un sistema de aranceles
que aseguró a la industria nacional el control del mercado interno. Además la mano de obra era abundante y barata. La
economía también se benefició de la estabilidad política, con dominio del partido Liberal-demócrata desde 1955. Al
final de década se había recuperado y había logrado respeto internacional: en 1955 entro en GATT, en 1956 en la ONU
y en 1964 organizó los Juegos Olímpicos.
5. El segundo impulso descolonizador: África del Norte y Oriente Medio. La crisis de Suez. El no-alineamiento y
la emergencia del Tercer Mundo
En los años centrales de los 50 tuvo lugar un segundo impulso descolonizador que afectó a los territorios asiáticos
de Francia (independencia de Vietnam y Camboya en 1954) y al Norte de África. El derrocamiento del sultán de Ma-
rruecos por el Residente General francés y su deportación en 1953 provocó una oleada de actos terroristas antifranceses
y se inició una guerra en Argelia sostenida por el Frente de Liberación Nacional (FLN). Esos factores aceleraron la
decisión de otorgar la independencia a Túnez y Marruecos en marzo de 1956. La España de Franco se vio forzada a
63
seguir la misma política en su parte norte del Protectorado marroquí inmediatamente después y, al año siguiente, en
1957 afrontar un conflicto militar en Ifni.
Desembarazarse de Argelia fue más complejo porque estaba considerada parte del territorio francés. Desde el Esta-
tuto de Argelia, de 1947, contaban con una Asamblea que garantizaba su preeminencia, reforzada por la manipulación
electoral ejercida contra el nacionalismo argelino. Un sector de éste optó por la lucha armada y logró el apoyo del resto:
la insurrección argelina, que estalló en 1954, se prolongó durante 8 años de guerra civil. En 1958 la situación provocó
la crisis definitiva de la IV República. Se cerró a partir de los Acuerdos de Évian (1962), un alto el fuego y un referéndum
que permitió la independencia de Argelia en julio de este año.
Libia había conseguido su independencia bajo patrocinio de la ONU en 1951, con Idris I al frente de una monarquía
constitucional ultraconservadora y prooccidental. Como el resto de países árabes, formalmente independientes, no tenía
control de sus recursos minerales (petróleo), en manos de compañías occidentales que, además, apoyaban al sionismo.
El único intento de nacionalizar el sector petrolífero, en Irán, había sido abortado en 1953. Egipto tomo el relevó. Pro-
tectorado británico entre 1914 y 1922, había mantenido desde entonces una relación de dependencia con GB que siguió
interfiriendo en la política interna de la deslegitimada monarquía egipcia. La derrota en Palestina, que conmocionó al
mundo árabe, tuvo pronto consecuencias en Egipto. En 1952, el rey Faruk fue derrocado por oficiales nacionalistas
contrarios a la presencia militar británica. Londres retiró sus tropas, pero ocupó el canal de Suez ante el temor de perder
el acceso. En dos años el coronel Gamal Abdul Nasser se convirtió en el hombre fuerte de un nuevo régimen. Sus
objetivos fueron una reforma agraria, la definitiva salida de Egipto de GB y que este concediera la autonomía a Sudán
(independiente en 1956). Londres accedió en 1954 ante el temor de perder el petróleo a través del canal. En junio de
1956 acabó la evacuación británica, pero para entonces Nasser se había erigido en líder del movimiento de países no
alineados y del panarabismo. Condenaba el colonialismo y se negó a entrar en el Pacto de Bagdad, se acercó al bloque
soviético y firmó un acuerdo para el suministro de armas checoslovacas (1955), aparte de reconocer a la China Comu-
nista. Rubricó una alianza militar anti-israelí con Arabia Saudí, Siria y Yemen y facilitó los ataques palestinos desde su
territorio. Con París y Londres en contra, se enemistó con EE.UU. por su acercamiento al bloque comunista, congelando
Washington la aportación para la presa de Aswan. La respuesta de Nasser fue la nacionalización de la franco- británica
Suez Canal Company el 26 de julio de 1956.
Mientras se celebraba una conferencia internacional en Londres para la solución pacífica del problema, Francia, GB
e Israel organizaron en secreto una invasión conjunta de Egipto. Inició el ataque Israel en octubre, con la ocupación del
Sinaí que sirvió de excusa para la intervención anglo-francesa. Pero sólo ocuparon la parte norte del Canal y Nasser
reaccionó hundiendo barcos en el Canal, que quedó fuera de servicio y cerró el oleoducto Irak-Siria-Líbano, con grave
daño para el suministro petrolífero de Europa Occidental. La torpeza de sus aliados enfadó a Eisenhower, quien promo-
vió una resolución de la ONU a favor de un alto el fuego. Ante la presión de EE.UU. y URSS, británicos y franceses se
retiraron; Israel lo hizo cuando recibió la garantía norteamericana de que sus barcos tendrían paso libre en el estrecho
de Tirán, su salida marítima al Índico.
La crisis ratificó la decadencia francesa, se resintió la economía británica, su influencia en Oriente Medio y sus
relaciones con EEUU. La crisis incrementó la popularidad de Nasser y estimuló sus ambiciones como líder regional. El
reforzamiento de lazos económicos y militares con el bloque soviético convirtió la región en escenario de confrontación
entre superpotencias. Eisenhower logró que el Legislativo norteamericano autorizara el uso de fuerza en el área y un
costoso programa de ayuda económica y militar a los países que resistieran los avances soviéticos. Esta estrategia para
llenar el vacío dejado por la influencia franco-británica se conoció como la “Doctrina Eisenhower” e incluyó el apoyo
a las monarquías árabes conservadoras y a Israel.
La crisis de Suez contribuyó a dar más visibilidad a lo que se llamó Tercer Mundo, bloque de países recién emergido.
Jóvenes estados que echaban a andar tras luchar por su independencia y que, a pesar de fragilidad política y graves
problemas de subdesarrollo, demostraron voluntad de hacerse oír y cierta reticencia a participar en la dinámica de la
Guerra Fría. Se fue creando entre ellos solidaridad basada en problemas compartidos de desarrollo, defensa del principio
de la autodeterminación de los pueblos y rechazo al intervencionismo. En abril de 1955, se organizó una conferencia
afroasiática en Bandung bajo lema de la no alineación y la condena del colonialismo quedando definidos los principios
básicos de la coexistencia pacífica y de la no alineación.
En principio las divisiones ideológicas, institucionales y culturales impidieron avanzar más al grupo. Pero la India
de Nehru, la Yugoslavia de Tito, el Egipto de Nasser y la Indonesia de Sukarno, decidieron profundizar sus lazos y
concertar su acción política para tratar de influir en las relaciones internacionales usando la equidistancia entre bloques
con el objetivo de presionar a ambas partes y acelerar el proceso de descolonización.

64
Tema 9. Desarrollo y democracia social en los sesenta
1. Crecimiento y desarrollo en el mundo capitalista: cambios sociales y políticos
En los 60 se vivió una coyuntura económica mundial de crecimiento sostenido, con incremento anual de PIB en
torno al 5% en Europa Occidental y 11% en Japón. América Latina y Asia experimentaron porcentajes de crecimiento
en torno al 8%. Pero sólo en Occidente se consiguió desarrollo sostenido con una rápida industrialización y el consumo
de energía se cuadruplico. Los sectores con papel motor fueron el siderúrgico (acero) y el petroquímico (plástico, textiles
sintéticos…); a los que se unieron las industrias electrónica, aeroespacial y nuclear. También fue momento de expansión
de la circulación por carretera y la industria automovilística que dinamizó otros sectores. Estos progresos industriales
estuvieron ligados a los científicos-técnicos (cibernética), que se aplicaron con rapidez a las comunicaciones y a la
automatización de la industria.
Las industrias crecieron y se concentraron, aparecieron las grandes multinacionales que aplicaron el principio de la
división internacional del trabajo. Los países occidentales industriales acapararon el 72.7% de las exportaciones mun-
diales. La interdependencia de las economías se vio favorecida por el mejor funcionamiento de los mecanismos creados
desde 1944 en Bretton Woods y el compromiso de los estados de mantener la convertibilidad de monedas, equilibrar
balanza de pagos y liberalizar los intercambios. En Europa, el proceso de integración reforzó estas tendencias.
En algunos países se mantuvo un potente sector público. En la mayoría proporcionó a las empresas financiación
privilegiada y pedidos. Además, lanzó programas de modernización, se preocupó por reducir los desequilibrios regio-
nales, desarrolló infraestructuras, promovió la escolarización y la investigación y también fomentó el empleo público.
En RFA y países escandinavos prestaron mucha atención a mitigar los conflictos sociales. El modelo consensuado desde
1945 de gasto público elevado, servicios sociales, fiscalidad progresiva y aumentos salariales moderados se manifestó
exitoso y alcanzó su apogeo en los sesenta.
El sector agropecuario experimentó una revolución por mecanización, aplicación científica, mejores abonos, fertili-
zantes y técnicas de regadío, mayor especialización, más formación y mejora de redes comerciales. Se incrementó mu-
cho la productividad. Este progreso terminó alcanzando áreas del Tercer Mundo.
Estos avances provocaron enormes transformaciones sociales. El crecimiento demográfico, el baby boom se tradujo
en incremento de población por la combinación de seguridad social, empleo y paz. También creció la esperanza de vida
pero, sobre todo, la pirámide poblacional rejuveneció. Este elemento, junto con la mayor escolarización, favoreció el
espíritu de empresa, de innovación y una mayor cualificación laboral. La mujer se incorporó con más intensidad al
mercado de trabajo. Hubo una disminución de la mano de obra agrícola y el consiguiente éxodo hacia las ciudades. Los
emigrantes de la Europa meridional, junto con los procedentes de excolonias, constituyeron un formidable caudal de
mano de obra barata para los países más industrializados.
En el mundo laboral, fue el apogeo del sector obrero industrial y la generalización del taylorismo y fordismo. En
muchos países el crecimiento económico garantizó casi el pleno empleo y amplias posibilidades de promoción, las
condiciones laborales mejoraron y la jornada laboral disminuyó. También se afirmó el sector terciario o de servicios.
En cambio el sector primario retrocedió de manera imparable.
Los salarios se multiplicaron, sumado a las prestaciones sociales del estado y a los sistemas impositivos redistribu-
tivos, permite explicar el crecimiento de las clases medias y la mejora de la situación de las clases populares. Al crecer
el poder adquisitivo, los hábitos de consumo cambiaron: menos gasto en alimentación y vestido y más en bienes dura-
deros como coches y electrodomésticos. No todo fueron bondades: sectores que perdieron pie o tardaron en recoger los
frutos de la nueva economía; xonas con industrias anticuadas (carbón, textil), pequeños comerciantes, trabajadores in-
migrantes no cualificados y minorías raciales en EEUU. Otros inconvenientes fueron la contaminación y otros daños al
medio ambiente, la urbanización descontrolada. A final de década se percibe descontento por la bajada de salarios por
la diminución del crecimiento.
La venta masiva de radios y televisores permitió una más rápida difusión de la información revolucionando las
formas de movilizar y hacer política. Los jóvenes dispusieron por primera vez de poder adquisitivo y utilizaron la moda
para marcar inconformismo. Se produjo una ruptura cultural que afectó a toda la sociedad. Un cambio de valores, re-
chazo a los convencionalismos y un proceso de secularización que afectaron a toda Europa. En el mundo laboral los
trabajadores dejaron de demandar sólo salarios mejores y jornadas más cortas, para pedir cambios en sus relaciones con
los jefes, una mayor autonomía profesional, incluso la autogestión.
En política, su plasmación más conocida fueron los movimientos de protesta de 1968, los más famosos en Francia,
pero también en Italia, Alemania, Checoslovaquia, Yugoslavia, Japón, México o EE.UU. En Europa, los jóvenes

65
universitarios más radicales, cansados del reformismo de la izquierda tradicional, atraídos por corrientes marxistas he-
terodoxas que se identificaban con prácticas revolucionarias del Tercer Mundo, con la guerra de Vietnam como catali-
zador de las movilizaciones, dieron vida a una nueva izquierda, con un espíritu en esencia libertario, que en algunos
países empezó a coquetear con la violencia. Su influencia política fue efímera, pero sus efectos culturales, sobre las
conciencias, valores y costumbres, fueron mucho más duraderos.
El demócrata John F. Kennedy se impuso en las elecciones de 1960 a Nixon, con un programa optimista e idealista:
la Nueva Frontera: proyecto en consonancia con la fase de crecimiento económico. Fijaba nuevas metas nacionales,
desde la conquista del espacio y los avances científicos a la resolución de problemas sociales pendientes. Sus primeros
pasos no fueron rompedores ni en política interior ni exterior. Buscó impulsar la economía norteamericana con una
bajada de impuestos, para favorecer inversiones y consumo, acompañada de un incremento del gasto público. No con-
siguió sacar adelante un seguro de salud universal, ni crear un Departamento de Asuntos Urbanos, ni ayuda federal para
la educación, pero con estas iniciativas dejó planteado el programa social que su sucesor se cumpliría. En integración
racial, supo atraer el voto negro al identificarse con la lucha de Martin Luther King, pero inicialmente no legisló sobre
ello porque no quería perder el apoyo de los demócratas del Sur. Fue la lucha de los activistas contra la segregación en
espacios públicos y la falta de derechos electorales en muchos estados lo que obligó a los hermanos Kennedy a tomar
conciencia de las implicaciones morales y su contradicción con los principios de libertad y democracia del sistema
político. El asesinato en Dallas, en noviembre de 1963, supuso tremenda sacudida psicológica para la sociedad.
La clase media mayoritaria seguía disfrutando de una vida confortable y de la nueva cultura de masas que difundía
los valores nacionales y cierto conformismo. Pero desde los 50 se estaban produciendo transformaciones sociales por
los movimientos migratorios desde zonas rurales y regiones pobres hacia zonas prosperas. Desde las universidades, los
jóvenes hippies rechazaban los valores capitalistas y se manifestaban a favor del retorno a la naturaleza, la vida en
comunidad, la liberación sexual y uso de drogas. El feminismo fue otro movimiento relevante. Mayor trascendencia
tuvieron las movilizaciones antisegregacionistas, con apoyo de iglesias y asociaciones religiosas de base que utilizaron
métodos de resistencia pacífica. Su impacto popular hizo que, a los pocos meses de llegar, Jonhson hiciera aprobar la
Civil Rights Act, el fin de toda discriminación racial en lugares públicos. Un año después la Voting Rights Act eliminaba
la desigualdad electoral.
Tras ganar las elecciones de noviembre de 1964, Lyndon B. Johnson se volcó en cumplir su programa que buscaba
igualdad de derechos para todos y acabar con la pobreza. Pero su fructífera política social se vio empañada por la guerra
de Vietnam: por el peso del gasto militar y por su impopularidad. En este clima surgieron movimientos inspirados en
Malcolm X (asesinado en 1965), que defendía la independencia del movimiento negro y se oponía a las políticas de
integración y a la línea moderada de Luther King. En 1968 Johnson renunció a presentarse a la reelección y en plena
campaña electoral fue asesinado M. L. King. Al poco mataron a Robert Kennedy, que se perfilaba como candidato
demócrata. En noviembre ganaba el republicano Nixon en un país noqueado por los magnicidios, la crisis económica,
la agitación social y una guerra inacabable en Vietnam que provocó un colapso moral duradero en la sociedad norte-
americana.
Las democracias de Europa Occidental siguieron administrando sus estados de bienestar sin muchos problemas hasta
final de década. El proceso de integración económica abierto con el Tratado de Roma de 1957 prosiguió con la entrada
en vigor en 1962 de la PAC (Política Agraria Común). En julio de 1968 se cerró la Unión Aduanera cuando todas las
tarifas comerciales entre miembros fueron eliminadas. No se avanzó en aspectos políticos. La aceptación de la atribución
de recursos para la PAC, que beneficiaba sobre todo a Francia, fue posible gracias a la colaboración de RFA. El enten-
dimiento entre ambos fue el motor de la CEE en esta etapa. Pero De Gaulle se opuso a cualquier avance hacia mayor
supranacionalidad o federalismo y optó por boicotear las decisiones retirándose del Consejo (crisis de la “silla vacía”
en 1965). Su proyecto alternativo era una Europa de la Patrias, una confederación política homogénea. Al final, aunque
llevó a la CEE al borde de la quiebra, logró mantener el voto por unanimidad en todas las decisiones de la Comunidad
y bloquear dos veces el ingreso de GB y, por tanto, de otros países de la EFTA. El único avance institucional fue la
fusión (1967) de los ejecutivos de las tres instituciones CECA, CEE y EURATOM y el compromiso para una cierta
división de poderes entre la Comisión y el Consejo de Ministros de la CEE.
En la RFA tras la retirada de Adenauer en 1963, la CDU siguió gobernando, con Erhard como canciller y desde
1966 con Kiesinger, quien optó por un gobierno de coalición con el SPD e incorporó a Willy Brandt, el líder socialde-
mócrata, como ministro de Exteriores. Este gabinete obtuvo relevantes éxitos económicos, aprobó leyes trascendentes
y promovió la normalización de relaciones con los países del Este.
En Austria desde 1964 a 1970 gobernaron los conservadores, empeñados en mantener el dinamismo económico del
país y dar mayor impulso al sector privado.

66
En Francia, De Gaulle gobernó hasta 1969 con un parlamento dominado por su partido UDR (Unión de demócratas
por la República desde 1967) . Se dedicó, primero, a estabilizar la economía francesa. Acentuó el aspecto presidencia-
lista del régimen republicano. Una vez que se desembarazó del problema argelino, se dispuso a frenar la decadencia de
Francia y recuperar condición de gran potencia económica y política. Para ello puso en marcha una política exterior
ambiciosa que complementó la industrialización y la modernización económica del país.
Su control sobre la política francesa comenzó a resquebrajarse desde las legislativas de 1967. La oposición se reor-
ganizó, el clima social se deterioró, se incrementaron huelgas y agitación universitaria, hasta desembocar en la crisis de
mayo de 1968. La represión contra unas protestas de los universitarios de Nanterre provocó una huelga estudiantil
general respaldada por parte de la intelectualidad. Además sirvió de detonante de una serie de huelgas y encierros que
generaron un movimiento de protesta social masiva. Gobierno, partidos y sindicatos se vieron desbordados. Tras la
disolución de la Asamblea y una inmensa manifestación de los gaullistas en París, en las elecciones de junio venció la
UDR por mayoría absoluta. Pero a los pocos meses, De Gaulle perdió un referéndum planteado para revalidar su con-
fianza. Dimitió en abril de 1969, relevado por George Pompidou, y murió poco después.
En Italia se consolidó el crecimiento económico de años anteriores, con un proyecto industrializador muy dirigido
por el estado, que provocó profundas transformaciones sociales. La emigración desde el sur pudo ser aprovechada en
las regiones industriales del norte y también otros países europeos. El marco político no fue muy estable teniendo en
cuenta las frecuentes crisis de gobierno y la alta conflictividad laboral. Desde 1963 terminó la hegemonía de la DC y se
sucedieron gobiernos de centro-izquierda. Aldo Moro inició gobiernos de coalición con los socialistas del PSI. Se abrió
un nuevo ciclo político caracterizado por el reformismo social.
GB siguió con problemas económicos. Los gobiernos, conservadores hasta 1964 y laboristas después siguieron al-
ternando políticas restrictivas, de control de la inflación y devaluación, con otras para promover el consumo y mejorar
la situación de las clases más desfavorecidas. El intento de Macmillan en 1961 de negociar la adhesión a la CEE como
remedio no dio resultado. En 1970 los conservadores volvieron al poder con Edgard Heath. Sólo en los países escandi-
navos se consolidó en esa década el monopolio de los socialdemócratas, con un consenso basado en la bonanza econó-
mica, un sólido estado de bienestar y la concertación entre gobierno, sindicatos y empresarios.
Las excepciones autoritarias fueron España, Portugal y Grecia. En España, siguió la dictadura de Franco, cuyos
gobiernos tecnócratas pusieron en marcha desde 1959 una política de racionalización y liberalización económica e in-
dustrialización dirigida que permitió un espectacular crecimiento económico. El proceso de modernización social se
aceleró. El régimen impulso una mínima apertura, pero hubo una creciente demanda de cambios políticos entre los
sectores más jóvenes y más concienciados.
En Portugal los 60 estuvo marcada por el problema colonial. El fracaso del golpe de Estado de Botelho Moniz al
frente de la cúpula militar en abril de 1961 decantó la dictadura hacia el inmovilismo interno y la resistencia colonial.
Ese año había comenzado la guerra en Angola, seguida en 1963 por Guinea y desde el año siguiente en Mozambique.
El esfuerzo militar conllevó cierta liberalización económica, sin embargo, el aislamiento internacional y los acelerados
cambios sociales generaron una creciente contestación interna.
En Grecia, las esperanzas reformistas que suscitó en 1964 el triunfo de Papandreu se vinieron abajo al estallar el
conflicto civil de Chipre. El arreglo de independencia acordado con GB en 1960 se rompió al estallar una guerra civil
entre la mayoría griega y la minoría turca, que enfrentó a los gobiernos de Atenas y Ankara. El clima de tensión dio pie
a un golpe de estado militar en Grecia: la dictadura de los Coroneles, hasta 1974.
2. La “segunda NEP” en la URSS y el bloque del Este
Las reformas de Kruschev no supusieron cambios esenciales en el centralismo democrático y el control de la eco-
nomía por el estado. Hubo mejoras salariales y del índice general del consumo. La jornada laboral y la edad de jubilación
se recortaron y los habitantes rurales recibieron pasaporte interior, lo que permitió legalizar el éxodo a las ciudades.
Estos logros, sumados al programa espacial y nuclear, expansión de la red de gas natural y el programa de construcción
de viviendas no compensaron los fracasos de Kruschev. Sus iniciativas agrarias no dieron resultado. El bienestar alcan-
zado fue inferior al prometido. Kruschev también perdió credibilidad con los intelectuales que querían más libertad y
terminó de perderla con sus fracasos exteriores. En octubre de 1964 era defenestrado por el Comité Central del partido
comunista mientras estaba en Crimea.
Le sucedió Leonidas Brezhnev, burócrata del partido. Con él la élite del partido, la administración y el ejército siguió
adquiriendo más poder. URSS se convirtió en una dictadura colectiva ejercida por un aparato del estado envejecido y
privilegiado. La hipertrofia burocrática, la corrupción y el anquilosamiento ideológico paralizaron el sistema. Se aban-
donó cualquier proyecto reformista. La producción agrícola e industrial siguió en ascenso, pero se mantuvo el ineficaz
67
modelo económico de la planificación centralizada, que convivía con una creciente economía sumergida, tolerada por
el estado comunista. El creciente descontento se manifestó con la resistencia pasiva de la mayoría, pero también con la
multiplicación de organizaciones de base.
En los países satélites, después de 1956 fue más fácil proseguir en la vía revisionista buscando alternativas, sobre
todo económicas, dentro del comunismo y aportando soluciones “nacionales” en el camino de construcción del socia-
lismo. El grado de reformismo aplicado varió según el país. En RDA, a principios de década se relajó un poco la repre-
sión y se aprobaron en 1963 reformas económicas descentralizadoras y liberalizadoras que permitieron un significativo
crecimiento económico. En Polonia Wladislaw Gomulka volvió en los años 60 a la represión contra intelectuales y clero
católico disidente y retomó el proceso de colectivización agrícola.
En Hungría, János Kádár procedió a una liberalización desde 1959. Permitió viajes al extranjero y mayor autonomía
a los católicos. En economía favoreció la industria de consumo y autorizó la venta libre de productos de la agricultura
privada. En 1968 aprobó el Nuevo Mecanismo Económico, que permitía establecer pequeñas empresas privadas. En
Checoslovaquia hubo un proceso paralelo, pero con distinto final. En 1967 el Congreso de Escritores se convirtió en un
foro de debate político muy crítico con el sistema. Pocos meses después el máximo dirigente Novotný fue relevado por
el reformista Alexander Dubcek, que en abril del 68 presentó un avanzado programa. Dubcek creía en una tercera vía,
un socialismo compatible con la libertad individual. Las presiones para rectificar que llegaron de Moscú fueron inútiles.
El 20 de agosto el sueño de la Primavera de Praga terminó en unas horas cuando soldados y tanques, soviéticos y de
los países vecinos, ocuparon el país. Los dirigentes checoslovacos tuvieron que abandonar el programa reformista.
El modelo yugoslavo siguió su camino. En 1965 Tito introducía la “economía socialista de mercado”, con liberali-
zación del comercio y las inversiones extranjeras, convertibilidad monetaria y mayor autonomía de las empresas que
facilitaron el crecimiento económico hasta 1973. Albania, país muy pobre bajo el poder autocrático y represor de Enver
Hoxha hasta 1985, optó en 1961 por el aislamiento al salirse del CAME y del Pacto de Varsovia para alinearse con
China. En Rumania tampoco hubo desestalinización: G. Gheorghiu-Dej hasta 1965 y Nicolaw Ceauçescu hasta 1989
mantuvieron una de las dictaduras comunistas más duras.
En China el fracaso del “Gran Salto hacia adelante” y la ruptura con la URSS, provocaron descontento entre los
dirigentes del partido. Mao se vio obligado a ceder la presidencia de la república a Liu Shaoqi, aunque conservó el
control sobre el partido. El cambio se tradujo en una política económica más racional desde 1961-1962, que dio prioridad
a la agricultura, con una reestructuración profunda de las comunas.
El gran líder se había retirado del primer plano tras el fracaso del Gran Salto hacia delante, pero desde 1962, cuando
vio que el poder se le escapaba, Mao denunció la deriva derechista de la revolución y lanzó un “movimiento de educación
social”: era la “Revolución cultural proletaria”. Esta campaña de movilización se inició en 1966, con apoyo de una parte
del ejército y de la dirección del partido.
Lo que se inició como una purga masiva, que debía afectar sobre todo al ámbito urbano, se descontroló y llevó en
1967 al borde de la guerra civil y al colapso de la autoridad gubernamental. Para frenar el movimiento, en septiembre
de 1967 hubo que recurrir al ejército en defensa del orden y aplastar las resistencias. En principio Mao se había deshecho
de los “derechistas”, pero en los años siguientes siguió la lucha entre facciones.
3. Rebrote y deshielo de la Guerra Fría
Kruschev dejó patente en la Asamblea General de la ONU de 1960, que estaba decidido a convertirse en el azote
del colonialismo. En enero de 1961 declaraba que su país apoyaría las “guerras de liberación nacional” para que, de esta
manera se decantaran hacia el socialismo y el Tercer Mundo se alinease con la URSS.
Tampoco las declaraciones iniciales de Kennedy fueron alentadoras. Tenía un discurso anticomunista duro, que
contemplaba la Guerra Fría como lucha entre el Bien y el Mal. No quería mostrar debilidad ante las amenazas de
Kruschev, máxime tras el fracaso de Bahía de Cochinos. Estaba dispuesto a detener a la URSS dónde y cómo hiciera
falta, sin prescindir de operaciones encubiertas de la CIA o contransurgencia.
En consecuencia, la primera cumbre entre ambos líderes (Viena, junio de 1961) no produjo resultados. Como Ken-
nedy se negó a acceder a las peticiones soviéticas sobre la retirada occidental de Berlín, Kruschev optó por volver a
presionar en esa ciudad. Ante la avalancha de emigrantes de la parte oriental autorizó a la RDA a construir el muro
(agosto 1961) para separar las dos zonas de Berlín. Y relanzó la carrera nuclear, anunciando que ponía fin a la moratoria
de suspensión de pruebas nucleares acordada en 1958.
La administración Kennedy alteró su doctrina nuclear. Se diseñó una estrategia que permitiera responder a cada
agresión comunista adaptando los medios a la naturaleza de la agresión, sin comprometerse a un enfrentamiento directo
68
y nuclear con URSS desde el principio. Así nació la doctrina de la respuesta flexible, del general Maxwell Taylor, más
eficaz en la reacción contra cualquier intento comunista de expandir su influencia por el Tercer Mundo, con la posibili-
dad de llegar hasta las armas atómicas si la escalada de tensión obligaba. Este cambio conllevó un incremento de fuerzas
convencionales y nucleares. Por tanto, hubo un aumento del presupuesto militar y del programa espacial: en 1962 John
Glenn orbitó sobre la tierra.
Kennedy se atuvo a la contención y siguió actuando contra cualquier posible ampliación de la esfera de influencia
mundial soviética. El lanzamiento de un programa anticomunista preventivo que ayudase al desarrollo de América La-
tina y sus tentativas de derrocar a Castro después de 1961 se enmarcan en esa línea. En cambio, su apoyo inicial a los
procesos de descolonización y su respeto al neutralismo de los nuevos países africanos se quedaron más bien en nada,
como se demostró en la crisis del Congo y en la escasa presión ejercida sobre el régimen racista de Sudáfrica y sobre
Portugal para poner bases en la Azores. También hubo continuidad en la política asiática; creía en un efecto dominó de
cualquier avance comunista: así que impidió el avance del Pathet Lao izquierdista en Laos, ordenó un compromiso
militar más decidido en Vietnam y apoyó a India contra China en 1962.
En 1962 Kruschev estimó compensar la inferioridad nuclear soviética para contrarrestar la posición de fuerza de
EE.UU. y obligarle a ceder en problemas pendientes, como Berlín. También se sintió obligado a sostener el régimen de
Castro en Cuba, único foco revolucionario de América Latina. Kruschev decidió instalar rampas de lanzamiento de
misiles nucleares en Cuba. En septiembre empezaron a llegar los misiles de alcance medio e intermedio. Cuando los
aviones espía norteamericanos descubrieron las instalaciones en construcción, Kennedy lo denunció públicamente y
decretó un bloqueo naval para impedir la llegada de más buques soviéticos, movilizó tropas para preparar una invasión
y puso en alerta misiles y bombarderos atómicos. La crisis de los misiles fue uno de los momentos en que la guerra
nuclear estuvo más cerca. Pero ambas partes percibieron el riesgo y se esforzaron por resolver la cuestión de forma
negociada. Se cerró un acuerdo entre Robert Kennedy y el embajador soviético en EE.UU. La URSS no instalaría los
misiles a cambio de que EE.UU. no invadiese Cuba, además Washington se comprometía a retirar los misiles Júpiter de
Turquía.
La crisis tuvo consecuencias relevantes en URSS y en la evolución de la Guerra Fría. Kennedy salió reforzado.
Kruschev perdió prestigio ante Cuba y China y su imagen interna también quedo dañada. Su relevo en octubre de 1964
no puede desligarse de la crisis de los misiles.
La conciencia general del riesgo corrido creó el clima propicio para retomar las negociaciones sobre el control de
armamentos. En junio de 1963 se instaló una línea directa entre el Kremlin y la Casa Blanca para evitar malentendidos
en momentos de crisis. En agosto, ambos países y Gran Bretaña firmaban un acuerdo para poner fin a los experimentos
nucleares atmosféricos. Comenzaba la etapa de la coexistencia pacífica.
3.1. Los problemas de las superpotencias con sus aliados desde 1964
Con Johnson de presidente, aunque mantuvo a los asesores de Kennedy, su prioridad no era la distensión, sino sus
programas sociales domésticos. Se proponía frustrar los triunfos revolucionarios en el Tercer Mundo e impedir una
derrota en Vietnam. Johnson y su equipo creyeron que EE.UU. tenía capacidad para afrontar semejantes tareas: pero la
guerra en Indochina demostró lo contrario y terminó convirtiéndose en su pesadilla.
Kruschev fue relevado en octubre de 1964 por una troika del Politburó que dejó paso a la hegemonía de Brezhnev
que optó por volver a la ortodoxia ideológica y la represión de disidencia. Poco preparado en temas internacionales y
rodeado de consejeros hostiles a Occidente, no se mostró en principio partidario de mejorar las relaciones con EE.UU,
menos aun cuando en 1965 se produjo la escalada de la guerra en Vietnam. Aumentó las ayudas a Vietnam del Norte
para mejorar relaciones con China aunque las empeoró con EEUU.
Pasado un tiempo, tanto Brezhnev como Johnson se mostraron interesados en recortar la tensión: el norteamericano
por las dificultades de Vietnam; el soviético por su deseo de evitar una guerra y para ganar tiempo a fin de cerrar la
brecha armamentística y tecnológica. Había un incentivo común, el peligro nuclear chino agravado desde 1966 por la
Revolución Cultural. Por último, ambas superpotencias se vieron afectadas a la vez por problemas de cohesión y lide-
razgo en el seno de sus respectivos bloques.
Las relaciones de EE.UU. con sus aliados europeos se habían ido tensando. Las metas norteamericanas eran tratar
de equilibrar la balanza comercial y de pagos con la región, cada vez más deficitaria para EE.UU sin obtener resultados
e incrementar la contribución de los socios europeos a la defensa del continente. La doctrina podía dañar la seguridad
europea si no había una reacción nuclear desde el principio. Las suspicacias aumentaron tras la crisis de los misiles.
Desde Washington habían intentado tranquilizar a sus aliados.

69
De Gaulle fue tajante. Empeñado en recuperar la potencia francesa, se negó a renunciar a su autonomía nuclear y
vetó a los británicos en la CEE, sobre todo por su relación con Washington. Para compensar, buscó un acuerdo con
Alemania que contrarrestase la influencia de Washington sobre RFA. Los problemas con Japón fueron similares. El
dinamismo de su economía y su proteccionismo perjudicaban los intereses económicos de EE.UU., que deseaba mayor
contribución japonesa para financiar la defensa del Pacífico. Además desde 1965 se forjó gran consenso nacional a favor
de la devolución por parte de EE.UU. de la soberanía sobre la base militar de Okinawa. Se llegó a un acuerdo en 1969
y en mayo de 1972 la isla era restituida a Japón.
En la Europa bajo su influencia Kruschev trató de compensar desde 1956 la obediencia política exigida con unas
relaciones económicas algo más favorables a los intereses nacionales de sus satélites, aunque el de la URSS siguiera
primando por encima. Sin embargo, aparte del tradicional no alineamiento yugoslavo, tuvo que consentir el viraje de
Albania hacia Pekín y la actitud nada dócil de Rumania. La reacción nacionalista de los dirigentes rumanos a las direc-
trices económicas soviéticas se tradujo en la negativa a autorizar maniobras del Pacto de Varsovia en su territorio;
tampoco participaron en la intervención militar en Checoslovaquia. Se acercaron a la Yugoslavia de Tito y mejoraron
sus relaciones con el bloque capitalista en busca de financiación para su proyecto de industrialización.
En cambio, la disidencia de Checoslovaquia no fue permitida por Moscú. La situación estratégica del país, su avan-
zada industria armamentística y sus minas de Uranio hacían de él un elemento relevante del Pacto de Varsovia. La
soberanía de sus satélites tenía un límite, si la hegemonía comunista se resquebrajaba, la intervención militar soviética
sería la respuesta.
También hubo tensión en las relaciones con Cuba tras la crisis de los misiles. Pero el gran problema de Moscú en
los 60 fue China. Mao quería desafiar la supremacía soviética en el mundo comunista y abogaba por la confrontación
con el imperialismo norteamericano como alternativa revolucionaria a la diplomacia de distensión. Las raíces del en-
frentamiento con la URSS venían de lejos. La neutralidad de Moscú en el primer choque de China con India (1959) fue
el último incidente antes de la ruptura oficial en 1960. Kruschev retiró sus técnicos de China y en 1961 condenó a Mao
por sostener la línea estalinista.
Desde ese momento los chinos desautorizaron la actitud soviética en las crisis de Berlín y Cuba, su neutralidad en
el conflicto chino-indio de 1962 y las iniciativas de coexistencia pacífica. Comenzó la rivalidad en el Tercer Mundo.
China se presentaba como nuevo líder ideológico del Tercer Mundo, como tercera vía y no sostuvo movimientos revo-
lucionarios de todo tipo. Desde Moscú se reprendió el dogmatismo de China. Esta tensión ideológica explica que en
marzo de 1969 un litigio fronterizo en torno al río Ussuri y en el Sing Kiang llevara al borde de la guerra. El inesperado
apoyo de Nixon a China abrió el camino para un diálogo chino-norteamericano que fructificó cuando en 1971 China era
reconocida miembro permanente del Consejo de Seguridad en lugar de Taiwán, pero la rivalidad con Moscú por el
liderazgo del comunismo no se cerró.
3.2. Enfrentamientos en el Tercer Mundo
Aunque desde 1964 funcionaron las reglas de la coexistencia pacífica, la competencia siguió en los países en desa-
rrollo, convertidos en teatros de guerras convencionales. La ONU no pudo hacer casi nada paralizada por la regla del
veto de su Consejo de Seguridad.
En Oriente Medio, tras Suez, EE.UU. había amarrado mejor su influencia estrechando lazos con Israel y los países
árabes moderados y había afianzado sus intereses petrolíferos. URSS aflojó sus relaciones con Israel, utilizó a regímenes
socialistas y nacionalistas árabes y apoyó el nacionalismo palestino. Pero ni la influencia de la URSS ni la de EE.UU.
fueron decisivas en el equilibrio de Oriente Medio. En junio de 1967, las tensiones regionales estallaron en la “Guerra
de los seis días”. Nasser, que quería conseguir la unidad política árabe utilizando la causa anti-sionista, había multipli-
cado sus provocaciones en 1966. Pidió en mayo la retirada de los cascos azules de la frontera del Sinaí, firmó un acuerdo
militar con Jordania y cerró el golfo de Aqaba, vital para la economía israelí. Israel bombardeó por sorpresa la aviación
egipcia el 5 de junio del 67, se apoderó de los territorios egipcios del Sinaí y Gaza más la Cisjordania jordana, ocupó
todo Jerusalén y los Altos del Golán sirios. El potencial desestabilizador de este conflicto en la zona y fuera de ella se
puso muy pronto de manifiesto. EE.UU., que había apoyado a Israel en la guerra, anudó aún más su alianza con este
país. Moscú optó por romper relaciones diplomáticas con Israel, que no restableció hasta 1991.
La guerra de Vietnam implicó a los tres países de la península de Indochina y terminó con derrota de EE.UU. y el
triunfo revolucionario en 1975. En Vietnam del Sur, el éxito de las acciones armadas del Vietcong, su control de amplias
zonas rurales gracias a la reforma agraria que impulsaba, frente al malestar ocasionado por la estrategia del gobierno de
Saigón de reagrupamiento forzados de población en aldeas estratégicas para evitar el contacto con el Vietcong fueron
los factores clave del golpe de estado con apoyo de EE.UU. La nueva dictadura militar no consiguió dominar la situa-
ción. Así que, tras el supuesto ataque a un buque estadounidense en el golfo de Tonkín (agosto de 1964), se inició una
70
intervención militar masiva de EE.UU. Johnson consiguió un cheque en blanco del Legislativo. De inmediato, ordenó
una campaña de bombardeo masivo sobre Vietnam del Norte y la ruta por la que le llegaban los suministros a través de
Laos, decretó el reclutamiento obligatorio y el envío masivo de tropas regulares norteamericanas.
Sin embargo estas medidas no se tradujeron en una victoria decisiva. Al contrario, el 31 de enero de 1968, una
centena de poblaciones del Sur e instalaciones norteamericanas sufrieron graves ataques del Vietcong y los norvietna-
mitas. Fueron repelidos, pero supusieron una derrota psicológica para EE.UU. Se desvaneció la esperanza de una victoria
militar a lo que se sumó los problemas de financiación del conflicto, el creciente rechazo a la guerra de la opinión pública
internacional e interna y la caída de la popularidad del presidente. En marzo de 1968 Johnson prometió no enviar más
soldados, renunció a presentarse a la reelección y anunció su disposición a negociar. La llegada de Nixon a la presidencia
en 1969 abrió la etapa de repliegue militar norteamericano, que acabó en 1973.
3.3. El camino hacia la distensión
Entre 1967 y 1972 se conjugaron diversos procesos internos y externos a las superpotencias que abrieron la senda
de la llamada distensión. En primer lugar, la desesperación de Johnson por acabar con la guerra de Vietnam. En plena
guerra árabe-israelí (junio de 1967), para conseguir la mediación soviética en dicho conflicto ofreció negociar una re-
ducción del armamento estratégico. La hostilidad china, la represión anticomunista en Indonesia y la derrota de sus
aliados árabes flexibilizaron la posición soviética. Ya en junio de 1968 la URSS, preocupada por las aspiraciones ató-
micas de la RFA y la carrera nuclear china, secundaba en la ONU el Tratado de No proliferación de armas atómicas,
para evitar que más estados dispusieran de éstas.
Otros procesos siguieron allanando más el diálogo. Brezhnev consiguió dominar el aparato del partido y se rodeó
de consejeros de mentalidad más abierta. El final de la crisis de Checoslovaquia, sin la temida intervención de la OTAN,
dio a Brezhnev confianza en su capacidad para resolver crisis internacionales.
Las iniciativas de los líderes occidentales vinieron a converger con la evolución soviética. Por un lado, la firma del
Tratado de Moscú, un pacto de no agresión entre la RFA y la URSS, tras convertirse Willy Brand en Canciller en 1969.
El nombramiento de Erich Honecker al frente de la RDA abrió el camino a la normalización de relaciones entre las dos
Alemanias.
Del lado norteamericano, la obsesión del equipo del nuevo presidente Nixon seguía siendo Vietnam. Moscú se
desentendió hasta 1971. El nuevo apoyo de la URSS a EE.UU. en Vietnam y los contactos personales Brezhnev-Kis-
singer, abrieron el camino para la visita de Nixon a Moscú en 1972, que cambió por completo el clima de las relaciones
bilaterales y sirvió de base para toda una serie de acuerdos políticos y económicos. Empezaba la era de la Distensión.

71
Tema 10. Mundialización y desarrollo (cambia de los apuntes al nuevo libro)
1. La gran oleada descolonizadora
Al finalizar los 50 seguían siendo colonias Argelia, Mauritania, Ifni y Sahara al norte y todo el Subsahara, excepto
Etiopía, Liberia y Sudáfrica. En los siguientes 15 años la mayoría conseguirían su independencia ante la incapacidad de
la metrópolis.
Desde 1945 las potencias coloniales buscaron una especie de segunda ocupación. La posesión de imperios podía
permitir a Francia y GB a conservar, a duras penas, el estatus de grandes potencias frente a las nuevas. Para Salazar o
Francia las colonias compensaban un poco la insignificancia internacional. Todos compartían el objetivo de explotar
recursos minerales y agrícolas de las colonias. Aplicaron políticas de represión y conciliación para mantenerlas: redes
de patronazgo y clientelismo entre las élites, promesas de concesiones políticas para convencer a los críticos y medidas
de represión contras los anticolonialistas radicales. El coste humano y político de estas medias fue demasiado grande.
No se hicieron las necesarias inversiones en industria, salud, vivienda educación o asistencia social. Casi siempre se
centraron en infraestructuras y recursos que beneficiaban a la metrópoli o los grupos económicos con intereses. El per-
sistente racismo colonias evidenció la limitación de las políticas liberalizadoras, sobre todo en los territorios donde los
colonos blancos eran más y se resistían a eliminar restricciones hacia los súbditos de color (Kenia, Angola o Argelia).
Cobró nueva fuerza el panafricanismo, movimiento consolidado en décadas anteriores que en 1945 se celebraba el
V Congreso Panafricano de Manchester. Los líderes tomaron allí conciencia de la problemática común, la necesidad de
movilizar a los africanos contra la explotación colonial y evitar que fueran divididos en múltiples estados frágiles y
rivales. Muchos apostaban por las federaciones para evitarlo. Algunos valoraron las promesas de federación de la IV
República Francesa o el modelo británico de Commonwealth; otros, con el comunismo como modelo, elaboraron pro-
puestas de “socialismo africano”. Pero la ideología con mayor poder fue el nacionalismo y su modelo de Estado –
nación.
Naciones Unidas exigió a las metrópolis el cumplimiento del Capítulo XI de la Carta sobre territorios no autónomos,
con la obligación de tener en cuenta los intereses de la población autóctona, velar por el desarrollo e informar al Secre-
tario General sobre la evolución del mismo. Con la crisis del Congo como fondo, La Asamblea General aprobó una
resolución que ratificaba la autodeterminación de los pueblos y denunciaba el imperialismo como obstáculo para la paz,
que fue amparada pronto por Kennedy y Kruschev que desde ese momento comenzaron a rivalizar por atraerse a los
nuevos países.
Otro elemento de deslegitimación fue la violencia para contener el auge del colonialismo, con casi todas las formas
de guerra sucia. La represión francesa en Madagascar tras la rebelión de 1957 provocó 80.000 muertos y en Argelia
desde 1954, un cuarto de millón; la británica fue en Ghana y contra los Mau – Mau en Kenia desde 1952; en el Congo
fue Bélgica; Holanda y Francia lo habían hecho en Java y Vietnam.
En consecuencia, sobre 1960, se aceleraría la descolonización, consumado con el traspaso pacífico de poder por
varios factores: opinión internacional hostil al colonialismo; menguante relevancia de las relaciones entre metrópoli y
colonia y progresivo aumento de las relaciones entre estas y EEUU y CEE; alto coste de seguir financiando inversiones
en ultramar.
1.1. La independencia del África francesa
Tenía 13 colonias: Madagascar; en el África Occidental: Mauritania, Mali, Níger, Alto Volta, Senegal, Guinea,
Costa de Marfil y Dahomey; en la oriental: Congo, Gabón, República Centroafricana y Chad. La opción ofrecida en la
Constitución de 1946, de integrarlas en la metrópoli a través de la Unión Francesa, no satisfizo las aspiraciones de los
nacionalistas africanos. Reclamaron la igualdad legal y social, crearon partidos y trabajaron en asambleas locales y en
el legislativo francés.
Desde 1956 se abrió un proceso que permitió la transferencia progresiva de soberanía. El gobierno aprobó un estatuto
para las colonias (Ley-marco Defferre), que suponía la definitiva participación de la población colonizada en la admi-
nistración: se reducía la discriminación jurídica entre ciudadanos franceses europeos y locales, se aceptaba la participa-
ción autóctona en las cámaras legislativas de la metrópoli y en cada territorio colonial, el sufragio universal y colegio
electoral único, y un consejo de gobierno electo como poder ejecutivo local, plena incorporación de africanos a la bu-
rocracia colonial y mayor respeto a su diversidad cultural. Tras la llegada de De Gaulle al poder: la Constitución de la
V República recogía el derecho de autodeterminación de los territorios de la nueva Comunidad francesa, especie de
Federación que incluía la metrópoli y sus 12 colonias africanas, convertidas en estados asociados si aceptaban en refe-
réndum. En principio sólo Guinea lo rechazó y se independizo en 1958, sufriendo el ostracismo.
72
El resto optó entre 1958-1961 por la independencia concertada, la mayoría dentro de la Comunidad Francesa para
beneficiarse de asistencia económica, militar y técnica. Mauritania nació como república islámica, muy dependiente
de Francia; la Federación de Mali y Senegal se escindió pronto en sendas repúblicas; en Senegal, Sedar Senghor se
mantuvo al frente hasta 1981, con un régimen presidencialista de partido único; Costa de Marfil, Alto Volta, Dahomey
(Benin), Chad, Níger y las Repúblicas Centroafrica y del Congo y Madagascar siguieron la misma suerte, también
los dos mandatos a cargo de Francia, antiguas colonias alemanas de Togo y Camerún.
1.2. La independencia del África británica
Se había abierto en 1946 una tímida reforma con la aprobación de nuevas constituciones por las que se creaba un
consejo legislativo con algunos miembros electos, aunque subordinado al gobernador británico. que fueron ampliando
sus poderes hacia una autonomía plena. Se planificaron inversiones, pero sufragadas con los ingresos generados por el
desarrollo británico en las colonias. En 1948, se aprobó una ley que reconoció a los habitantes de la Commonwealth y
las colonias como británicos que posibilitó la llegada como trabajadores legales hasta 1962.
La Commonwealth era una alianza de estados autónomos soberanos y se abrió la posibilidad de la incorporación de
las colonias según alcanzasen suficiente grado de autonomía y desarrollo. Una vez que el peso del nacionalismo quedara
patente en las elecciones locales,, se convocaría una Conferencia Constitucional para elaborar una constitución que, una
vez aprobada en referendo, se produciría la independencia. Se buscaba una descolonización negociada, de democracia
local que ayudaría a limitar la influencia comunista. Fue aceptado por la opinión pública metropolitana y las élites
nacionalistas, incluidos los más radicales.
Primero fue Ghana (Costa de Oro) que se independizó en 1957 e incluyó el Togo británico que sirvió de modelo al
resto. A partir de 1960, la mayoría del África Occidental (Nigeria, Sierra Leona y Gambia) y Oriental (Somalia,
Tanganica y Uganda) tras negociar con Gran Bretaña. A veces el proceso fue lento por las rivalidades étnicas o la
división entre los movimientos nacionalistas. En Nigeria había que poner de acuerdo a Ibos del este, poblaciones suda-
nesas (Hausa) islamizadas del norte, Yorubas del oeste, más Lagos, importante puerto comercial. Cada grupo contaba
con sus líderes, que luchaban por mayor autonomía y por la africanización de las instituciones coloniales contra el
dominio de los jefes tribales tradicionales. En 1951 y 1954 nuevas constituciones federales conllevaron una creciente
autonomía, hasta la independencia en 1960. Al año siguiente una parte del sur se unió al Camerún francés. Los lazos
con la metrópoli se cortaron en 1963 al proclamarse la República Federal. En 1967 comenzó la guerra de secesión de
Biafra.
En el África Oriental británica, más atrasada, el peso de los jefes tradicionales era importante, pero también existía
un grupo de colonos europeos y comerciantes árabes e indios. El primero en independizarse fue Somalia, como Repú-
blica en 1960. La siguiente el mandato de Tanganica en 1961. En 1964, la isla de Zanzíbar (habitada por árabes y
africanos), que había conseguido la independencia el año anterior, se unió a Tanganica creando la República Federal de
Tanzania.
La más problemática fue Kenia, donde los colonos europeos habían usurpado las tierras fértiles. Entre 1952-55 los
Mau Mau emprendieron una campaña de asesinatos de europeos, reprimida sin piedad por las autoridades coloniales.
No obstante, en 1954 se abrió el proceso institucional que posibilitó elecciones y la independencia en 1963.
En África Central, en 1963, se rompió la federación planteada en 1953 con la colonia de Rodesia del Sur (Zimbawe)
y los protectorados de Niasalandia (Malawi) y Rodesia del Norte (Zambia) con la esperanza de hacer sostenibles socie-
dades multirraciales. Sus instituciones estaban copadas por colonos europeos y contaban con el apoyo del gobierno
racista de Sudáfrica. Los partidos nacionalistas africanos querían acabar con la Federación. En 1959 fueron prohibidos
y se desató la represión. Sin embargo, en Niasalandia triunfaron los nacionalistas en las elecciones y Londres decidió
transferir el poder a un gobierno que abandonó la Federación y en 1964 proclamó la independencia de Malawi. Algo
parecido sucedió en Rodesia del Norte en las elecciones de 1962 y se constituyó un gobierno que en 1964 se declaró la
independencia de Zambia.
En Rhodesia del Sur los colonos blancos consiguieron prohibir el partido nacionalistas y ganar las elecciones de
1962. El Frente Rodesiano aprobó nuevas medidas segregacionistas y la represión de los nacionalistas. En 1965 se
proclamó la independencia y la salida de la Commonwealth con la oposición británica. El régimen racista resistió hasta
1979 apoyado por Sudáfrica. En 1979 nacía Zimbawe.
En la Unión Sudafricana se mantuvo el régimen segregacionista con leyes de discriminación racial. Se practicó la
más dura represión contra los movimientos nacionalistas negros, sobre todo contra el Consejo Nacional Africano de
Nelson Mandela. Esta política condujo a la ruptura con Gran Bretaña desde 1961, pero tuvieron que pasar tres décadas
más para que el aparheid fuera abrogado. Entretanto, en Namibia, excolonia alemana bajo control de la Unión
73
Sudafricana desde 1918, guerrillas nacionalistas (SWAPO) lucharon desde mediados de los sesenta hasta 1990 por la
independencia.
1.3. La independencia de las Áfricas belga, española y portuguesa
La independencia del Congo belga se hizo de forma precipitada. Grandes compañías explotaban las inmensas rique-
zas minerales con mano de obra local explotada, sin otorgar a los autóctonos ninguna participación política. La admi-
nistración belga ejercía control total, en colaboración con empresas y misioneros católicos. Pero el ejemplo de otras
colonias africanas, desarrollo económico y cambios sociales dieron lugar a una acelerada toma de conciencia nacional.
En las primeras elecciones municipales con participación africana (1957) ganó un líder nacionalista que solicitó elec-
ciones por sufragio universal y plena autonomía. En enero de 1959 se produjeron sangrientos motines en Leopolville.
La situación económica se había deteriorado y Bélgica optó por conceder la independencia en 1960. Pronto estalló la
guerra civil: la provincia de Katanga, al sur, rica en minerales, optó por la secesión apoyada por el capital belga que
explotaba la región. El gobierno congoleño pidió asistencia a la ONU y amenazó con solicitar ayuda a URSS. El país se
sumió en la anarquía: secesión de otras regiones, masacres étnicas e intervención militar. Cuando las tropas de la ONU
se negaron a luchar contra los secesionistas, el presidente Lumumba pidió material bélico a URSS, lo que supuso la
intervención de la CIA. Todo acabó con el golpe de estado del coronel Mobutu Sese Seko (1965) que inauguró una de
las más largas dictaduras africanas muy alineada con los intereses occidentales.
La independencia de Ruanda y Burundi, mandatos tutelados desde 1918, se vio empañada por el enfrentamiento
entre hutus y tutsis que tuvo lugar en ambos países. En Ruanda se proclamó la independencia en 1962, seguida del éxodo
de miles de tutsis hacia los países vecinos. Burundi optó por la monarquía constitucional
España y Portugal trataron de retener sus colonias. La dictadura de Salazar consideraba su imperio africano indis-
pensable para el desarrollo económico metropolitano y elemento central de la identidad nacional. Su respuesta a la
presión de los nuevos países afroasiáticos y de las ONU fue negar la existencia de colonias al transformar éstas (Guinea-
Bissau, Mozambique, Angola y las islas de Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe) en “provincias”. Sin embargo, la dureza
del régimen colonial (trabajo forzado, escasa atención a la educación y represión política) dio lugar a movimientos
nacionalistas apoyados por países vecinos o anticolonialistas (URRS, China). En Guinea-Bissau se inició una guerra de
guerrillas desde 1963, táctica imitada por Mozambique y Angola. Portugal sostuvo una pesada guerra en los tres, con el
apoyo de Sudáfrica y Rodesia del Sur y también de Francia y Alemania, una vez que su causa se convirtió en aliada de
los intereses occidentales. La resistencia portuguesa se derrumbó en 1974 cuando la “revolución de los claveles” hizo
caer la dictadura: 1975 fue el año de la independencia del imperio portugués, pero no de la paz en Angola y Mozambique.
La España de Franco optó por retener sus territorios aplicando una política de “provincialización”. Sin embargo, el
temor a otro aislamiento internacional por la presión de ONU y la demanda española por Gibraltar en ese organismo
llevaron a la dictadura a aceptar la descolonización, aunque con ritmo lento. En Guinea los primeros movimientos na-
cionalistas aparecieron a finales de los 50. En 1963 se aprobó un régimen de autonomía junto a un plan de desarrollo,
tratando de controlar el proceso de descolonización y proteger los intereses económicos españoles (caco, madera, y
café), fomentando apara ello un partido oficialista nacionalista conservador. Se celebró una conferencia constitucional,
mientras surgían fuerzas políticas más radicales. En 1968 se proclamó la independencia de Guinea como República
Federal. En las elecciones triunfó un paranoico personaje, Francisco Macía que antes de un año encarceló o asesinó a
sus rivales políticos e instauró una dictadura hasta que en 1979 fue derrocado por su sobrino Obieng.
En el Sahara, el descubrimiento y explotación de las minas de fosfatos de Fos-Bucra y las aspiraciones expansionis-
tas de Marruecos complicaron el proceso. En 1975 España se retiró del territorio sin concluir la descolonización, atena-
zada por la Marcha Verde justo en el momento en que la apertura de la transición política, con Franco hospitalizado,
resultaba inminente. Comenzó de inmediato la resistencia armada del Frente Polisario contra el control marroquí de su
territorio, que fue el inicio de un conflicto aún hoy irresuelto.
2. Desarrollo, neocolonialismo, opciones ideológicas e internacionales de los nuevos países.
Décadas de explotación colonial, de destrucción de estructuras económicas tradicionales, trabajo forzado, desigual-
dad jurídica y segregación racial, con la desestabilización de las sociedades y culturas indígenas, dejaron una impronta
duradera. Sus dificultades políticas y económicas tras la independencia se han achacado a la larga tutela colonial, por
no haberles preparado para romper los lazos de dependencia; de ahí auqe se haya presentado como un deber moral la
obligación de las ex metrópolis la prestación de ayuda.
Es difícil hacer un balance del legado del colonialismo: algunos países que nunca (o escasamente lo experimentaron
(Etiopía, Afganistán…) no han conseguido mejores niveles de desarrollo que los descolonizados; en muchos casos las
antiguas metrópolis sentaron las bases de la modernización en infraestructuras, sanidad…
74
La violencia poscolonial fue tan grave como en el periodo anterior. EL balance fue terrible: millones de personas
muertas o refugiadas pocos años después de las independencias. Aún así, todas las partes han presentado una versión
edulcorada de los procesos tratando de ocultar lo más oscuro de ellos.
Tras la independencia se establecieron nuevas relaciones de cooperación con las exmetrópolis a través de la Com-
monwealth, en el caso británico, y de acuerdos bilaterales con Francia o alguna potencia industrial fueron casis siempre
una forma de neocolonialismo, es decir, una forma indirecta de control a través de vías económicas, comerciales y
financieras, técnicas, incluso culturales, teniendo en cuenta que en muchos países las lenguas europeas se mantuvieron
como oficiales. Con la Guerra Fría, aunque ninguna superpotencia se involucró directamente, utilizaron métodos indi-
rectos de presión.
El subdesarrollo se convirtió en el rasgo común de estos países: economías muy desequilibradas con el sector pri-
mario dominante, industria muy débil y exportaciones reducidad a monocultivo de plantación o extracción minera. Sin
cuadros profesionales ni capitales nacionales, con gran dependencia del extranjero y, además, les perjudicó el deterioro
del precio de sus principales productos en el mercado internacional en esos años. Había un bajo nivel de vida y gran
precariedad laboral que suponía la expotación del trabajador que ponía más difícil romper el circuito de pobreza. La
integración de estas economías en el mercado mundial se hizo en condiciones de extrema vulnerabilidad, dada su de-
pendencia, su escasa diversificación y su fragilidad ante cambios en el proceso de producción o de la coyuntura econó-
mica internacional.
Todas esas deficiencias se vieron agudizadas por el rápido crecimiento de población. El relativo crecimiento econó-
mico no fue suficiente para una del bienestar general y sólo una parte se benefició. Desde 1970, los problemas de la
deuda contraída con los países industrializados empeoraron la situación. El resultado fue un mundo rural superpoblado,
que dio lugar a un enorme flujo de emigración a las ciudades y un proceso de rápida urbanización, concentrada en pocas
poblaciones sin servicios y rodeadas de cinturones de suburbios pobres. La sociedad era muy desigual, con una débil
clase media y un nivel de vida general muy bajo, malnutrición e insuficiencias médico-sanitarias; mucho paro, subem-
pleo y trabajo infantil; altos niveles de analfabetismo y carencias educativas que contribuían a la pervivencia de prejui-
cios, costumbres y tabúes ancestrales.
Tuvieron graves problemas para la construcción de sus estados nacionales. La multiplicidad étnica en muchos de
ellos por la arbitrariedad de las fronteras durante la etapa colonial, la introducción de poblaciones extranjeras o la pro-
moción de unos grupos étnicos sobre otros fomentadas por las administraciones coloniales o tras la independencia y su
utilización por intereses políticos y económicos nacionales o extranjeros provocaron que, en muchos casos, el etnicismo
se convirtiera en un lastre. A pesar de la creación de estados federales y de las políticas de nacionalización para fomentar
un sentimiento nacional, la prevalencia de las identidades étnicas ha provocado tragedias terribles.
Las guerras civiles más graves fueron en Congo, Eritrea, Camerún, Mali, Yemen, Omán, Kenia, Chad, Nigeria, Laos
y Camboya. Algunas por movimientos secesionistas, atizados por las potencias de la Guerra Fría, exmetrópolis o por
grandes compañías que apoyaban a grupos rivales con dinero, armamento o asesores militares. En Zaire (Congo Belga)
se dieron estos elementos desde 1960 con numerosos conflictos. En Angola fue alimentada por la intervención de tropas
cubana y sudafricanas, como interpuestos de la Guerra Fría.
Unos gobiernos optaron por mantener el sistema capitalista y la buena relación con la metrópoli, otros por la vía
socialista, aproximándose a China o URSS por lo que su relación con la metrópoli fue más compleja. Ninguna de las
dos garantizó un desarrollo armónico ni un sistema de libertades democráticas y la mayoría de países terminaron domi-
nados por regímenes autoritarios. Fue común el intervencionismo del ejército, administraciones poco competentes y
corruptas, personalismo político, mantenimiento del control por parte de las oligarquías tradicionales, ausencia de una
cultura democrática y una débil sociedad civil.
Por regiones, en el África subsahariana se sucedieron golpes de estado que impulsaron regímenes autoritarios y
dictaduras de diverso tipo, en la mayoría de los casos sobre la base de partidos y sindicatos únicos. En el Norte de África,
se consolidó la monarquía autoritaria de Marruecos, que con Hassan II alternó períodos muy represivos con ensayos de
liberalizar un régimen marcado por la corrupción y abusos de la administración. En Túnez, la monarquía del Bey fue
derrocada por un golpe de estado que dio el poder a Burguiba, con un régimen de partido único, reformista y moderni-
zador, despegado de la tradición islamista y árabe. Ambos adoptaron posición prooccidental, en contraste con Argelia,
donde se organizó una República democrática y popular, de religión oficial islámica, con el FLN como partido único
bajo principios del socialismo, desplazado en 1965 por el golpe de Huari Bumedian. El nuevo líder amplió el proceso
de nacionalización de la economía y dio apoyo a todo tipo de movimientos revolucionarios. Libia siguió un camino
similar a partir del golpe de estado de M. Gaddafi en 1969, con su socialismo árabe respetuoso con la doctrina islámica.

75
En Próximo y Medio Oriente, junto a las monarquías tradicionales y semifeudales de Arabia, Yemen, Jordania, Irán
y Afganistán, se mantuvieron regímenes inspirados en el socialismo de Nasser, en Egipto, y del Baas en Siria e Irak.
Estos últimos oponían a aquéllas un nacionalismo panarabista, laico y modernizador, atizado por el conflicto árabe-
israelí, aunque su rivalidad por el liderazgo de la causa pan-árabe les impidiera colaborar más entre sí. El islamismo
radical actual tiene mucho que ver con el fracaso del socialismo y del inmovilismo político tradicional a la hora de
conseguir un desarrollo socio – económico sostenido. La guerra de 1967 aceleró el declive de Nasser y su sueño pana-
rabista, y desestabilizó más la zona, e especial Jordania y Líbano. EL nacionalismo palestino (OLP), adoptó una estra-
tega de guerrilla con base en Jordania, donde llegó a crear una especie de estado dentro hasta que Hussein acabó con él
(Septiembre Negro). En 1968 y 1970 se produjeron sendos golpes de estado que dieron paso a regímenes más radicales
en Irak, con Saddam Hussein y Siria, Hafez el- Assad.
En Asia, sólo India, Ceilán, Malasia y Singapur lograron mantener una democracia parlamentaria de tipo occidental,
bien que con rasgos autoritarios en los dos últimos. En India, a pesar del éxito de sus planes quinquenales de industria-
lización y de la prioridad dada a la autosuficiencia alimentaria, la producción agraria no aumentó para cubrir las nece-
sidades de una población en crecimiento. La tensión con China obligó a incrementar el presupuesto militar. Desde 1964
hubo esscasez en un momento de crisis política por la muerte de Nehru y el conflicto contra Pakistán, cerrado en 1966,
tras intervenir URSS. Entonces llegó Indira Gandhi que afrontó una situación económica complicada (devaluó la rupia)
y tensiones étnico - religiosas (Punjab, Cachemira…) e internacionales (Pakistán)- El resto de países sufrieron dictaduras
de distinto tipo. Entretanto el sistema comunista se impuso en Corea del Norte, Mongolia, Vietnam y, finalmente, Laos
y Camboya.
En ámbito internacional, los países afroasiáticos fueron adquiriendo visibilidad pública a partir de Bandung (1955)
y siguieron reivindicando la necesidad de una coexistencia pacífica, rechazando la política de bloques y condenando el
colonialismo resistente. Sus plataformas de actuación fueron la Asamblea General de ONU, las organizaciones regio-
nales, como la OUA (Organización de la Unidad Africana, creada en 1963) y el Movimiento de Países no Alineados.
Sin embargo, la unidad fue más aparente que real por la heterogeneidad de sus miembros, las dificultades de los princi-
pales (India, Egipto…) y la división ideológica. Se produjeron un rosario de enfrentamientos entre países del bloque no
alineado. Además, el contexto internacional bipolar influyó negativamente, pues casi ningún país pudo sustraerse de la
atracción y presión de las grandes potencias
Las dificultades para crear una Tercera fuerza internacional independiente se confirmaron pronto. Las distancias
entre países revolucionarios, contrarios al imperialismo norteamericano y otros anticomunistas crecieron. A un lado los
países de America Latina, ligados a EEUU, a través de la OEA, más lo asiáticos de la ASEAN o africanos conservadores
como Túnez o Marruecos y al otro Cuba, China, Indonesia, Egipto o Arhgelia. Además la cuestión palestina contribuyó
a la división.
Más allá de las divisiones, el Movimiento de Países no Alineados se fue institucionalizando desde 1970 y ha sido
relevante no sólo por su denuncia al imperialismo, el neocolonialismo y el racismo, sino también por dotar de una
doctrina internacional orientadora a los nuevos países. Además ha servido para reivindicar medidas en busca de una
salida al subdesarrollo, problema común por encima de las divergencias políticas e ideológicas.
3. América Latina: entre el crecimiento y la revolución
Desde 1945 experimentó un crecimiento económico que no se tradujo en estabilidad política. La depresión de 1929
había tenido impacto en una economía basada en exportación de materias primas y productos agropecuarios, y muy
vulnerable a los vaivenes de comercio y financiación internacional. La reacción proteccionista se compaginó con una
reorientación de la economía: políticas de “sustitución de importaciones”, con facilidades para la puesta en marcha de
industrias de bienes de consumo e industrias ligeras. Los problemas comerciales en la IIGM facilitaron la continuidad
de esta política al dificultar la importación de manufacturas de países beligerantes, aunque la demanda bélica facilitó las
exportaciones de Brasil, México o Argentina.
Desde 1945 se mantuvieron las políticas autárquicas (aranceles, subsidios) y el modelo de industrialización. Pero
esta estrategia precisaba de nueva tecnología e infraestructuras, con inversiones que sólo el estado podía abordar. La
intervención estatal creció, protegió a las industrias nacientes y suplió a los inversores privados. Al tener garantizado
un mercado cautivo, los industriales dejaron de preocuparse por mejorar la productividad de sus empresas y el estado
terminó financiando empresas menos competitivas. Estas políticas fueron avaladas por los sindicatos que moderaron la
conflictividad a cambio de seguridad y salarios dignos. Además se beneficiaron de la fuerte demanda internacional de
la primera posguerra y de los años de la Guerra de Corea, con una coyuntura global expansiva hasta 1973; también de
las nuevas políticas de desarrollo de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina); de la creación del Banco
Interamericano de Desarrollo (1959); de la puesta en marcha del Área Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC)
76
en 1960, seguida de la fundación de organizaciones regionales como el Mercado Común Centroamericano (MCCA), la
Zona de Libre Comercio del Caribe (CARIFTA, 1968) y el Pacto Andino (1969); así como de la puesta en marcha de
la Alianza para el Progreso desde 1961 y de la llegada de inversiones externas, sobre todo norteamericanas.
La economía planificada e intervenida, justificada con discurso nacionalista se generalizó y, con ella, florecieron
empresas públicas, agencias encargadas de promover industria y productos nacionales, bancos de desarrollo... Este mo-
delo permitió que entre 1945 y 1973 aumentase el PIB y la producción industrial. Ese dinamismo redujo la dependencia
del exterior, amplió el peso del sector secundario y dio mayor integración de los mercados internos. Además, permitió
incrementar el gasto público, financió adelantos en comunicaciones, mejoras en sanidad y educación, más eficaz admi-
nistración pública y reformas agrarias. A corto plazo, hubo mayor movilidad social, mejor reparto de ingresos, se redujo
la pobreza Todo ello trajo un elevado crecimiento demográfico. Hubo resultados desiguales: se beneficiaron más, en
términos de modernización de estructuras productivas y crecimiento del mercado interno, las economías que antes adop-
taron estas políticas y con una base industrial previa (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Uruguay); menos,
los que siguieron basando su crecimiento en el modelo exportador de materias primas y se sumaron a la corriente prin-
cipal en los 60 (Bolivia, Ecuador, Paraguay, Perú, Venezuela, Centroamérica). Cuba se mantuvo al margen desde 1959
al adoptar el modelo de planificación central socialista.
En torno a 1973 la tendencia positiva cambió y se empezaron a manifestar las limitaciones de estas políticas: des-
cuido del sector agrícola y una industria subsidiada y protegida en expansión, pero poco competitiva, lo que se traducía
en un recorte de las exportaciones y la caída de divisas. Tampoco se encararon reformas estructurales necesarias. Los
compromisos con los sindicatos llevaron a mantener altos los salarios con contratos formales, pero la incapacidad para
crear suficientes puestos que absorbieran el crecimiento demográfico y la emigración de las áreas rurales hizo que el
paro y la pobreza volvieran a ser características. La crisis del petróleo de 1973 y 1979 más la de la deuda externa desde
1982 terminaron borrando buena parte de los avances
América Latina había vivido desde los 20 un proceso de cambio político acelerado, como consecuencia de los pro-
cesos de urbanización, secularización, alfabetización, movilización y demanda de participación política y reformas so-
ciales de grupos antes excluidos del marco impuesto por los regímenes liberales bajo control de oligarquías tradicionales.
A distinto ritmo, se fueron incorporando a la vida política los sectores medios urbanos y el proletariado industrial, sobre
todo. El impacto de la crisis de 1929 y de las corrientes autoritarias europeas, provocaron la proliferación de dictaduras
militares y regímenes autoritarios. En los 30 apenas Colombia y Costa Rica aguantaron con su sistema constitucional
intacto.
Las dictaduras patrimonialistas de Somoza en Nicaragua y Trujillo en República Dominicana fueron las más dura-
deras. Los otros gobiernos autoritarios fueron reflejo de los intereses de los sectores poderosos tradicionales, respaldados
por las fuerzas armadas y en algunos casos por una parte de las clases medias, asustadas por la crisis. Algunos ensayaron
un modelo político, el populismo, difícil de definir por sus heterogéneos componentes ideológicos y llamado a tener
gran continuidad en la región. Tuvo su raíz en la aparente incapacidad del liberalismo y sus élites económicas para
impulsar el bienestar general y en el nuevo protagonismo otorgado al Estado para cumplir ese objetivo interviniendo en
la economía. Así que se buscó un incremento de los poderes del ejecutivo (presidencialismo), con simultánea posterga-
ción de derechos y libertades individuales y valores democráticos, en aras del interés nacional y de la eficacia del estado
para generar desarrollo sin dependencia exterior. Se aderezó con un fuerte nacionalismo y antiimperialismo, mezclando
elementos fascistas y reaccionarios con otros progresistas. Con la excepción del peronismo, donde el sindicato Confe-
deración General del Trabajo (CGT) tuvo gran fuerza, solían convivir movimientos-partidos populares fuertes con sin-
dicatos débiles. Las políticas de gasto público y las fiscales engrasaban las lealtades creando clientelas políticas. La
propuesta ideológica pretendía ser una especie de tercera vía, entre el capitalismo y el socialismo.
La situación de pobreza y desigualdad más la debilidad institucional y el descrédito del sistema político explican el
atractivo del modelo en la región, tanto en países que aplicaron tempranamente las políticas de sustitución de importa-
ciones, de desarrollo hacia adentro, como en aquéllos que mantuvieron durante más tiempo el modelo económico ex-
portador. En ambos, la trayectoria fe la misma: un primer momento con éxitos con un programa de gasto público; surgen
problemas de déficit, inflación, fuga de capitales… que traen malestar. Lo spropotoptipos fueron el Estado Novo de
Getulio Vargas y el peronismo de Juan Domingo Perón.
El panorama autoritario de los 30 comenzó a cambiar conforme el signo de la IIGM basculó hacia el triunfo aliado.
Se abrieron procesos democratizadores, aunque en algunos casos tutelados por militares en la sombra. Esta tendencia
democratizadora fue contenida desde 1948 por golpes de estado favorecidos por el clima de Guerra Fría y la política
anticomunista de Washington En 1948 se creó la OEA (Organización de estados americanos) bajo hegemonía de EEUU
y se firmaron acuerdos bilaterales de asistencia militar, apoyó la prohibición de partidos comunistas en algunos países
y respaldó las dictaduras militares. Perú: Odría (1948 – 56); Venezuela, Pérez Jiménez (1948 – 59); Colombia: los
77
militares actuaron para poner fin a la tensión política, bajo gobiernos conservadores; Cuba, Batista (1952 – 59); Bolivia:
Stroessner (1954 – 89)
Las nuevas dictaduras anticomunistas se sumaron a las ya consolidadas en la región centroamericana y caribeña
donde la excepción fue Costa Rica, donde tras una corta guerra civil, se abolió el ejército para evitar injerencias. Figueras
Ferrer, primer mandatario tras la crisis, fundó un partido socialdemócrata que gobernó en alternancia con otro conser-
vador hasta 1974. En Argentina, el peronismo gobernó hasta 1955 y se extendió entre 1958 y 62. El Estado Novo fue
continuado entre 1956 y 61 por Kubitschek y Goulart entre 61 y 65. En Chile el conservador Ibáñez trató de imponer
una especia de peronismo (52-58) y el Ecuador Ibarra (52-56). En Bolivia, Estensoro puso en marcha importantes re-
formas aunque los resultado económicos fueron malos
A finales de los 50 y principios de los 60 se reabrieron procesos democráticos que fueron apoyados inicialmente
desde EE.UU. por Kennedy. Cayeron las dictaduras colombiana, venezolana y cubana y en 1961 Trujillo en la República
Dominicana fue asesinado. Luego hubo 7 golpes de estado hasta 1964, porque la evolución política del régimen de Fidel
Castro en Cuba tuvo un impacto imprevisto en la región. Ideológicamente, el movimiento guerrillero incluía sectores
liberales, progresistas y marxistas. Cuando el 1 de enero de 1959 cayó Batista, abandonado por EE.UU. meses antes,
Castro impulsó reformas económicas y sociales con amplio respaldo popular: reforma agraria y nacionalización de
industrias, bancos y refinerías de petróleo, campañas de alfabetización y mejoras sanitarias. Pero se resistió a institucio-
nalizar la revolución y a convocar elecciones y pronto impulsó un giro autoritario y personalista, con un discurso anti-
imperialista y nacionalista.
El régimen fue bien acogido por la opinión pública internacional y reconocido por EE.UU. Sin embargo, ante las
medidas contra intereses norteamericanos, EE.UU. comenzó a presionar con la amenaza de suprimir la cuota azucarera,
principal fuente de divisas. Castro se había declarado neutralista y dejado que los comunistas controlasen sectores polí-
ticos importantes. En febrero de 1960 URSS se ofreció a enviar petróleo y comprar azúcar para sostener el régimen
cubano y los lazos empezaron a alarmar a EEUU. El castrismo también había emprendido iniciativas en Panamá y
República Dominicana para extender la revolución. En enero de 1961 las relaciones con EE.UU. se rompieron y en abril
se produjo el fallido desembarco en Bahía Cochinos. La respuesta fue la definición del régimen cubano como República
Socialista. En 1962 vino la expulsión de la Cuba de la OEA, la crisis de los misiles la instauración del Partido Comunista
Cubano como único y la decisión de exportar el modelo revolucionario al resto de América y Asia que supuso enfria-
miento con URSS.
Desde EE.UU., para prevenir la expansión del castrismo, Kennedy puso en marcha en 1961 el programa de la
Alianza para el Progreso. La filosofía de partida era que sólo promoviendo un rápido crecimiento económico, con in-
dustrialización y reformas agrarias, más la ayuda de la integración económica regional, se podrían dar unas condiciones
económicas que, sumadas a programas de alfabetización y mejoras sanitarias y sociales, reformas fiscales y una mejor
distribución de la renta, permitieran la plena integración de las masas en un marco democrático. Todos los países, ex-
cepto Cuba, se adhirieron.
Sin embargo, buena parte de los gobiernos no afrontaron las reformas necesarias: la Alianza sólo resultó útil donde
hubo interlocutores dispuestos a colaborar en el proceso de democratización y modernización, como Venezuela, Bolivia
y Chile. Y, sobre todo, el programa reformista de Kennedy se desvirtuó al ser asesinado. Los gobiernos de Johnson y
Nixon no mantuvieron las mismas prioridades. La seguridad y la defensa de las inversiones primaron sobre los objetivos
de desarrollo. Desde Washington se empezó a considerar a las Fuerzas Armadas como un instrumento indispensable
para la contención del comunismo y la estabilidad política y se facilitó su rearme y modernización con tratados bilate-
rales.
En paralelo, la revolución cubana sirvió de acicate a la izquierda radical que imitó la creación de “focos” guerrilleros
rurales para la conquista del poder. Estos movimientos guerrilleros, respaldados por Cuba, quedaron enfrentados a veces
a los partidos comunistas prosoviéticos, cuyas estrategias de frente popular eran contrarias al empleo de la lucha armada
en el contexto americano según la consignas de Moscú.
La conjunción de estos elementos dio lugar a una política norteamericana más proclive a aceptar dictaduras militares
y mayor intervencionismo. Impulsó la condena a Cuba en la OEA, dio el visto bueno al derrocamiento del brasileño
Goulart y dejó de condicionar sus ayudas al carácter democrático de los gobiernos. En República Dominicana se autorizó
una intervención militar contra el izquierdista Bosch, derribado por un golpe militar. Cuando los simpatizantes o resta-
blecieron, estalló la guerra civil y una misión de marines acabó con el experimento.
Las reforzadas Fuerzas Armadas latinoamericanas comenzaron a participar en la prevención y lucha contra las gue-
rrillas revolucionarias. Nació la Doctrina de la Seguridad Nacional que dio cobertura ideológica a los golpes de estado
y a la consiguiente represión. Las FFAA se convertñian la espina dorsal de la sociedad y debían intervenir cuando los
78
intereses nacionales se vieran amenazados, siendo la marxista, la amenaza por excelencia. Cualquier método era váliso:
tortura, guerra sucia…
Ante el desequilibrio creciente entre crecimiento económico y demandas sociales, las nuevas formas de movilización
social y activismo político de carácter populista, toleradas por los regímenes constitucionales, dieron a los sectores más
afectados por los problemas económicos el cauce para expresar su descontento. La conflictividad social, atizada por el
nuevo radicalismo revolucionario en algunos países, amenazó la estabilidad de los gobiernos civiles, controlados casi
siempre por los grupos sociales dominantes. Estos últimos sintieron peligrar sus posiciones y se mostraron proclives a
soluciones de fuerza, considerando, además, que este tipo de salida institucional era necesaria a fin de acometer las
reestructuraciones necesarias para salir de la crisis, bien a través de políticas ortodoxas de ajuste, bien promoviendo un
cambio industrial acelerado. Como las Fuerzas Armadas estaban dispuestas para ejercer el papel de actores privilegiados
del proceso, el resultado fue una oleada de golpes militares.
Desde mediados de los 1960 se instauraron regímenes dictatoriales con rasgos distintos de los que habían caracteri-
zado a las dictaduras tradicionales que asaltaban el poder como solución temporal. Los nuevos regímenes trataban de
reorganizar la nación de acuerdo con una ideología, no con un proyecto político, sino pactando con las fuerzas sociales
más tradicionales. No sólo se restringían libertades civiles y sindicales, sino que se buscaba erradicar con cualquier
método las bases del poder de la izquierda.
El nuevo militarismo suponía el gobierno de la institución militar en bloque, como corporación, frente a las dicta-
duras personales, y prescindió de los partidos políticos en cuanto que organizaciones representativas de la sociedad civil
en el estado, porque prefería la apatía de las masas. Estas dictaduras funcionaron con una mentalidad jerárquica, bási-
camente conservadora. Al final, el ejecutivo dependía de la voluntad política de las Fuerzas Armadas y de la burocracia
técnica, únicos contrapesos del todopoderoso ejecutivo militar.
Hasta la década de los ochenta, bajo la sombra de la crisis económica de la deuda, no se pusieron en marcha los
procesos liberalizadores y de transición a la democracia que desembocaron en la restauración de sistemas constitucio-
nales y en la apertura política de aquellas democracias meramente formales.
Los caracteres represivos marcaron la trayectoria de casi todas las dictaduras, excepción de algunas reformistas y
nacionalistas: Alvarado en Perú (1968-75), Torren en Bolivia (1970-71) y Torrijos en Panmá (69-81) En Brasil, Goulart
que pretendía profundas reformas (legalizar el PC, voto a analfabetos…) fue depuesto en 1964. Los militares golpistas
empezaron un proyecto para reconstruir la sociedad combinando represión y estabilización económica que, tras unos
años de crecimiento, desde 1974 se enfrentaron a la impopularidad y el estancamiento económico. En Argentina, le
general Onganía acabó con su golpe con la alternacia de gobiernos civiles y militares tras la caída de Perón, pero la
división en las FFA, la movilización sindical y estudiantil desde 1969 y los sectores prodemocráticos obligaron al ge-
neral Lanusse a liquidar el régimen. Entre 73-76 durante las presidencias peronistas de Cámpora y J Domingo y Eva
Perón la crisis de agudizó y una Junta Militar se hizo con el poder (1976-82) presidida sucesivamente por Valera, Viola
y Galtieri que acabó con la crisis de las Malvinas.
En Chile, que atravesaba una profunda crisis, cayó Allende en 1973. LA radicalización del gobierno había llevado
a la polarización social. La extrema izquierda había articulado un movimiento guerrillero y la extrema derecha usaba la
violencia indiscriminadamente. Pinochet, con apoyo dela CIA, se hizo con el poder hasta 1989. Uruguay, en pleno
declive económico y agotamiento del sistema, recurrió en 1968 a la solución autoritaria, liderada por un civil, que se
transformó en militar en 1976. En Bolivia, Velasco Ibarra adoptó poderes dictatoriales con apoyo militar y en 1964, el
General Rodríguez Lara adoptó una dictadura militar hasta 1979. Ecuador tuvo gobiernos militares entre 1962 – 66.
Paraguay estuvo de 1954 a 1989 en manos del general Stroessner. Toda América Central (Excepto Costa Rica y Nica-
ragua desde 1979 con la Revolución Sandinistas) estuvo bajo el autoritarismo militar. Hasta los 80, bajo la sombra de
la crisis económica de la deuda, no se pusieron en marcha los procesos liberalizadores y de transición a la democracia
que desembocaron en la restauración de sistemas constitucionales y en la apertura política de las democracias meramente
formales

79
Tema 11. La crisis de los setenta

1. Los fundamentos económicos de la crisis


En octubre de 1973 tropas egipcias y sirias atacaron Israel por sorpresa aprovechando el Yom Kippur. Tras varios
días de iniciativa árabe, en tres semanas Israel impuso su superioridad atravesando el Canal de Suez y estableciendo su
control sobre la península del Sinaí. La guerra acabó por imposición del Consejo de Seguridad de ONU. En medio del
conflicto, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en su mayoría países árabes, incrementó los
precios del crudo y anunció su intención de usar el petróleo como instrumento en su lucha contra Israel. Así, dos meses
después de una inicial subida de más de un 160%, volvió a elevar el precio del barril, que multiplicó por 4 su valor
respecto a inicios de octubre. Era la mayor subida hasta esa fecha: el barril pasó de 1,62 dólares en enero de 1973 a 9,31
en enero de 1974, un 475%.
Este aumento se tradujo en una crisis de las economías occidentales que abrió una profunda fase recesiva cuya
intensidad hizo pensar que el mundo desarrollado se enfrentaba, más que a una crisis coyuntural, a una estructural
producida por el agotamiento del modelo de desarrollo vigente desde el fin de la IIGM. Como en 1929, volvió a aparecer
el debate entre mantener los beneficios de la economía de libre mercado y la necesidad de intervenir y disciplinar un
sistema capitalista que parecía producir crisis cíclicas cada vez más graves. Pero a diferencia de crisis anteriores, el
debate asumió en especial dos contenidos: el papel que los países del Tercer Mundo jugaban o debían jugar en las
relaciones económicas internacionales y la necesidad de reconsiderar el cada vez más importante conflicto Norte-Sur;
y la percepción acerca de los límites de un modelo de crecimiento basado en el consumo indiscriminado de recursos
naturales y la necesidad de revisar el modelo de desarrollo en una nueva perspectiva de sostenibilidad. La crisis ayudó
a popularizar el “crecimiento cero” que adquiriría relevancia al ser adoptado por un pensamiento ecologista en lento
pero imparable auge.
Lo esencial de la crisis de 1973 es que impactó en los cuatro ejes sustentadores del modelo de desarrollo seguido
hasta entonces: la revolución científico-técnica; una fuente de energía barata y abundante; un sistema monetario estable
y la expansión de la intervención del Estado.
Lo importante de la revolución científico-técnica de los 50 y 60 fue su capacidad para impactar en los procesos
productivos. Ello obligó a una racionalización del ciclo del producto, incluyendo las fases de comercialización y venta
a través de fórmulas de marketing y publicidad más sofisticadas. La revolución tecnológica estimuló la producción en
masa y la democratización del consumo, pero también que los beneficios empresariales pasaran a depender del abarata-
miento de costes de producción mediante la venta masiva del producto.
La industrialización de la ciencia obligó a ingentes inversiones en investigación, desarrollo e innovación, lo que
facilitó la expansión de multinacionales que aseguraban las cantidades invertidas por su capacidad para vender millones
de unidades. La extraordinaria importancia de estas convirtió al capitalismo en sinónimo de consumo de masas. La crisis
estimuló la búsqueda de salidas basadas en nuevas respuestas tecnológicas, que comenzaron a centrarse en la micro-
electrónica y de las telecomunicaciones, teniendo su período de maduración en los primeros 80 para irrumpir con fuerza
a finales de la década y ya plenamente en los 90.
El petróleo o el gas natural en los 70 representaban más del 60% del consumo total de energía. Lo fundamental de
la crisis de 1973 y de los incrementos de precios fue la convicción de las cualidades asociadas al petróleo, abundancia
y bajo precio, habían desaparecido. De hecho, comenzaron a proliferar informes como los del Club de Roma que aler-
taban sobre su finitud y de lo relativamente inmediato que podía ser, por lo menos en condiciones de rentabilidad. Las
alzas de 1973-74 alertó a los países occidentales acerca de su vulnerabilidad hacia un producto cuyo precio sólo contro-
laban parcialmente a través de sus multinacionales, pues el volumen de la producción estaba en manos de la OPEP.
El sistema monetario estable, imprescindible para garantizar pagos internacionales y las relaciones financieras y
comerciales mundiales, establecido en 1944, se ajustaba sobre la base de la convertibilidad del dólar en oro y el mante-
nimiento de un sistema de cambios fijos de las principales monedas del mundo.
Hasta los 60 el sistema cumplió su función a pesar de dos contradicciones de fondo: dado que la liquidez interna-
cional se basaba en la salida masiva de dólares de EE.UU., esto es, en el déficit de la balanza de pagos norteamericana,
a medida que este creció las posibilidades de que el dólar pudiera mantener estable su valor eran cada vez más pequeñas,
hasta poder hacer imposible la convertibilidad y el mantenimiento del valor fijo del dólar; dado que EE.UU. era el único
que podía mantener una situación de desequilibrio negativo de su balanza sin recurrir, como el resto, a costosos planes

80
de ajuste si incurría en déficit, el propio sistema estimulaba aumentos continuos de ese déficit, lo que generó una espiral
que acabó por disolver el mecanismo vigente.
De hecho, el proceso la ruptura comenzó a principios de los 70, cuando las reservas de oro norteamericanas cayeron
por debajo del volumen de los pasivos monetarios exteriores. El gobierno Nixon tuvo que reconocer en 1971 la no
convertibilidad del dólar y proceder a dos devaluaciones de moneda, lo que obligó a un reajuste de las paridades de otras
monedas destacando la apreciación el marco y la del yen. El sistema de cambios fijos dejó de existir en favor de un
sistema de cambios flotantes. Un sistema de cambios fijos obliga al país que incurre en déficit a una política interna
deflacionista y de ajuste para equilibrar cuentas a través de un incremento de sus exportaciones, mientras que un sistema
de cambios flotantes existe el recurso a la devaluación de la moneda para ganar competitividad. Por eso los países
prefirieron romper el sistema de Bretton Woods.
El Estado no sólo había asumido la prestación de los servicios sociales básicos en consonancia con el modelo de
Estado social y democrático de Derecho, sino que se había convertido en un agente económico extraordinariamente
activo que intervenía en numerosos ámbitos económicos además de ser un rígido agente de regulación de los mercados
a través de la llamada planificación indicativa.
La convergencia de los procesos de transformación de estos cuatro componentes del modelo de desarrollo fue lo
que dio a la crisis de los 70 esa apariencia global que pareció diferenciarla de una coyuntura bajista. En definitiva, fue
una más aunque especialmente grave, de las crisis cíclicas del capitalismo, pero en modo alguno una crisis radical del
sistema. De hecho, aunque cambió algunas visiones acerca de la realidad social, lo hizo sobre la base de una vuelta al
liberalismo. En otros términos, la respuesta general de las sociedades desarrolladas a la crisis del capitalismo de los años
70 fue profundizar en el capitalismo.
En definitiva, los fundamentos económicos de la crisis no pueden entenderse fuera del marco de unas sociedades
occidentales en acelerada evolución. Unas sociedades que aunque todavía estaban integrando buena parte de las pro-
puestas éticas, culturales y de estilo de vida surgidas a finales de los 60, ya reivindicaban la vuelta a valores más tradi-
cionales. El paro, la incertidumbre ante la situación económica y la pérdida de ciertas referencias axiológicas clásicas
generaron situación de inseguridad que reforzó la percepción de crisis.
2. La crisis del petróleo
La crisis petrolífera de 1973 afectó de forma directa a los costes de producción y, por tanto, a las posibilidades de
mantener una fórmula de beneficio basada en el abaratamiento de costes por la producción y venta en masa. La situación
obligó a reducción de costes vía mano de obra, lo que a medio plazo se tradujo en el estancamiento e incluso cierto
deterioro de la situación socioeconómica de muchos trabajadores.
En enero de 1974, la línea alcista se moderó, pero no descendió. De hecho, lo precios registraron en junio de 1979
un incremento acumulado del 56,18%, con el barril en 14,54 dólares. Desde junio, las desavenencias entre países pro-
ductores provocaron que en vez de fijarse precio único se estableciera una banda de fluctuación entre los 18 y los 23,5
dólares. Meses después se aceptó el principio de imposición unilateral de precios que llevó al crudo a bascular entre un
precio de 26 dólares en Arabia Saudí a los 37 dólares de Argelia. En todo caso, el precio del barril de petróleo había
experimentado un alza brutal, del 1.725% en apenas siete años.
Las dos devaluaciones del dólar de Nixon en 1971 y 1973 habían hecho perder valor real al petróleo ya que su
cotización se fijaba en dólares. Perjudicaron a las industrias europeas y japonesas frente a las norteamericanas, pero
también llenaron de inquietud a los países productores que vieron como su principal fuente de recursos perdía valor real
por una medida que escapaba a su control. Por eso intentaron presentar la decisión de subir el precio como reivindicación
de los países del Tercer Mundo a favor de la soberanía de sus recursos naturales y como forma legítima de mejorar esa
tasa real de intercambio que, desde su punto de vista, expresaba su situación de dependencia estructural respecto de los
países avanzados.
Pero estos argumentos de fondo no pueden hacer olvidar que los incrementos de precios fueron esencialmente un
instrumento más de guerra utilizado por los países árabes en su enfrentamiento contra Israel. Además de la subida de
precio, los productores árabes, iniciaron un bloqueo de suministro a los países que consideraban habían apoyado a Israel:
EEUU, Holanda, Portugal, Rhodesia y Sudáfrica. GB y Francia se vieron menos afectados al negarse a que EEUU usara
sus instalaciones para el apoyo de su aviaicón.
El aumento de precios del crudo tuvo consecuencias negativas para el Tercer Mundo. La factura energética reper-
cutió en una disminución de las importaciones de los países avanzados, lo que dio lugar a una bajada de precios de
productos básicos de exportación de los países menos desarrollados. Esta merma de ingresos llevó a muchos países a
buscar nuevas fuentes de financiación vía deuda, ya que la superabundancia de dólares por el incremento del precio del
81
crudo generó un exceso de liquidez crediticia internacional. Así, los petrodólares acabaron alimentando la deuda de
países no desarrollados creando un colapso financiero en muchos de ellos.
El impacto de la crisis fue mayor en Europa occidental que en EE.UU., ya que, aunque los norteamericanos asumie-
ron medidas de racionamiento de combustible, su dependencia energética era menor que la de los europeos. En ambas
partes se crearon reservas estratégicas para asegurar emergencia de abastecimiento durante un tiempo. La crisis también
hizo a Japón consciente de su dependencia energética y de su vulnerabilidad exterior, lo que agudizo la apuesta tecno-
lógica en sectores clave de su economía, especial el automovilístico, que comenzó a producir coches más eficientes, que
le permitió dominar el mercado los años siguientes.
En definitiva, el incremento de los precios petrolíferos impactó de forma profunda y duradera en la economía mun-
dial, tanto en los países desarrollados como en los menos avanzados. Sólo la URSS se libró de sus repercusiones directas
ya que era prácticamente autosuficiente.
3. La quiebra del modelo keynesiano de desarrollo
El keynesianismo se había configurado como teoría económica tras la IIGM al aportar propuestas divergentes y
novedosas respecto de las clásicas liberales. Su teoría del economista es inseparable de la crisis de 1929, de ahí que su
preocupación fuese explicar el ciclo económico y encontrar las condiciones en las que una economía llega al pleno
empleo. De forma simple el keynesianismo parte de que la renta se puede dedicar a inversión, ahorro o consumo. Inver-
sión y consumo son productivas, el ahorro no ya que deja recursos sin movilizar, lo que se traduce en paro. En conse-
cuencia, cuando el consumo o la inversión decaen, la economía decrece sin que haya mecanismos automáticos de co-
rrección ya que las decisiones de inversión están sometidas a entornos de incertidumbre que hace que la preferencia de
los hombres de negocios sea el ahorro.
Según Keynes el mercado tiende a dejar recursos ociosos que se traducen en desempleo, por lo que el Estado es el
único capaz de movilizar esos recursos no utilizados y el único que puede crear condiciones de certidumbre que animen
la inversión privada. Además, el intervencionismo estatal asegura un alto nivel de consumo, que es el motor del creci-
miento económico. No pretendía socializar la economía, pero afirmaba que el Estado podía ser igual de eficiente que el
mercado en asignación de recursos, por lo que debía ocuparse de estimular sectores en los que el mercado fallaba o en
los que, simplemente, no encontraba estímulos suficientes para entrar. El intervencionismo imprimía a la economía un
dinamismo que la orientaba hacia el pleno empleo, aunque a costa de niveles de inflación considerables y de alto gasto
público. El problema era de elección, y para los keynesianos era obvia: el pleno empleo era preferible al control de la
inflación y del déficit público.
El keynesianismo dio base económica al compromiso político e ideológico que desarrolló el Estado de Bienestar,
cuya legitimidad descansaba en la oferta de prestaciones sociales a los ciudadanos para mejorar sus condiciones de
bienestar y seguridad, lo que convirtió al Estado en el principal actor de las economías capitalistas desarrolladas. La
crisis de los 70 manifestó que ese modelo había alcanzado un punto que amenazaba con desbordarse. En primer lugar,
por la crisis fiscal del Estado, es decir, por la imposibilidad de elevar indefinidamente los impuestos como vía de finan-
ciación de un Estado cada vez más grande y costoso.
El segundo factor de la crisis se basaba en el concepto de expectativas crecientes: el desarrollo de amplias presta-
ciones sociales y la expansión continua de la intervención pública extendió la creencia de que existían derechos adqui-
ridos que el Estado debía garantizar en todo momento y circunstancia, lo que daba una enorme rigidez al gasto público.
Además grupos y personas presentaban demandas que el Estado debía aceptar por fines electorales y al satisfacerlas,
este estimulaba la presentación de más, creando un aumento de expectativas crecientes que hacía crecer al Estado y, en
consecuencia, el gasto público.
La crisis enfrentó al modelo por un lado, con que su lógica argumental era incapaz de explicar técnicamente la crisis
ya que la masiva intervención pública había creado ineficiencias que llevaron a los economistas liberales a hablar de los
fallos del Estado en idéntico sentido al utilizado por el economista inglés para justificar el recurso a lo público. Por otro,
se empezó también a cuestionar la idea de que lo público equivalía a expresión del interés general, en contraposición al
ámbito privado donde imperaba sólo el individual.
Los análisis críticos del modelo keynesiano insistían en una sobrepolitización del modelo que se traducía en una
fuerte base clientelar, ya que extendía una tendencia a la dependencia de amplias capas de la población. Ello suponía
según estas posiciones introducir una pasividad social incapaz de asumir criterios de competencia y mejora. Además,
las cargas fiscales daban extraordinario poder a los aparatos del Estado que eran quienes decidían lo que hacer con el
dinero recaudado, aspecto que restaba libertad al individuo para decidir cómo usar ese dinero que tenía que aportar como
impuesto, y dado que esa elección no siempre expresaba el interés general, lo probable era que se gastara de forma
82
ineficiente. El modelo entró en crisis por la contradicción existente entre la creencia de los individuos de tener derecho
a un progreso continuo de su bienestar a través de prestaciones crecientes del Estado y la imposibilidad de lo público de
generar ingresos para realizarlo.
4. La victoria de Friedman
Los defensores del liberalismo económico habían asumido desde el final de la IIGM un papel secundario en las
orientaciones generales de la política económica de los países occidentales. La crisis les dio la oportunidad de recuperar
posiciones de influencia perdidas y sus postulados pasaron a constituir referencias esenciales de las políticas económicas
puesta en marcha desde entonces.
Lo hicieron porque ofrecieron soluciones plausibles a problemas concretos a los que el keynesianismo no parecía
en condicione de responder; y porque al ser exitosas en GB y EE.UU., se aprovecharon de un proceso de expansión por
emulación y contagio fruto del poder y prestigio que volvieron a adquirir los norteamericanos. De ahí la importancia de
la escuela monetarista de Milton Friedman.
El monetarismo friedmaniano se inscribe en el liberalismo económico, aunque centrado en el análisis de los efectos
que genera la oferta monetaria sobre la economía. De forma simple, se resume en: la inflación guarda relación dorecta
con la oferta monetaria de una economía por lo que su control dependerá de que esa oferta crezca a una tasa constante
y moderada ya que una política monetaria expansiva o restrictiva crea crisis económica. Por tanto si la demanda crece
en exceso, hay que reducir la oferta monetaria y si la inversión cae, hay que ajustarla mediante una política monetaria
expansiva; el cuestionamiento de la curva de Phillips, de inspiración keynesiana y que establecía una relación inversa
entre paro e inflación, o sea, que la inflación iba asociada a un bajo desempleo. A juicio de Friedman los intentos de los
gobiernos de reducir el paro creando inflación podían ser efectivos como mucho a corto plazo, pero eran estériles a
medio y largo plazo. La única salida era eliminar las regulaciones políticas que impedían al mercado ajustar de forma
natural su tasa de paro.
La apuesta monetarista de Friedman se basaba en un ajuste de la masa monetaria circulante como vía de reducción
de la inflación, considerada principal desequilibrio estructural de una economía, y en garantizar una desregulación de
los mecanismos de intervención del Estado, ya que el mercado era el único proceso de intercambio elegido implícita-
mente por los ciudadanos. En otras palabras, su crítica al keynesianismo y a la primacía de lo público, era que tal opción
quebraba la libertad de los ciudadanos para elegir lo que querían, pues en esa elección eran sustituidos por unos gestores
que se arrogaban el derecho a decidir lo que creían que les interesaba. Friedman no hace más que asumir las tesis de
Friedrich Hayeck, con su premisa de que una excesiva intervención estatal llevaba inexorablemente a la instauración de
unas formas autoritarias de gobierno.
Las propuestas neoliberales se orientaron a una acción de gobierno no coercitiva, que no restringiera el libre desen-
volvimiento de agentes privados. Friedman no fue el responsable de la vuelta política a las soluciones liberales, pero fue
uno de sus grandes propagadores entre amplias capas y las élites políticas y culturales occidentales. Un éxito que se vio
exageradamente ampliado por el fracaso de las propuestas alternativas de gobiernos como el socialista francés presidido
por François Mitterrand desde 1981.
5. Las repercusiones políticas de la crisis
Los 70 fueron años políticamente contradictorios. Por un lado, la importancia de los medios de masas tendió a que
imagen y marketing político comenzaran a ser tan importantes como lo ideológico, obligando a los políticos a nuevas
fórmulas comunicativas más superficiales. Por otra, esa repolitización expresada en 1968 explotó en forma de terrorismo
ideológico de extrema izquierda. Grupos como la Baader-Mein-hof en la RFA, Brigadas Rojas en Italia, GRAPO o
FRAP en España, tiñeron de sangre una quimera revolucionaria e impregnaron ideológicamente a ETA o el IRA usaban
el terror para justificar reivindicaciones nacionalistas.
La incertidumbre frente a la crisis económica generó una tendencia electoral hacia soluciones conservadoras o de
preferencia hacia políticas de ajuste independiente del color político del partido gobernante. La obligación de los go-
biernos para asumir políticas anti – crisis primó electoralmente a los partidos liberales – conservadores y castigó a las
de izquierda, incapaces de poner soluciones diferentes.
La RFA representó este marco general. El gobierno de coalición entre socialdemócratas y liberales liderado por
Willy Brandt había llegado en 1969 con un programa que basculó hacia la izquierda. La crisis repercutió en un repunte
de la inflación que atemorizó a los alemanes. El problema acabó encontrando una solución inesperada cuando se destapó
que uno de los asesores más cercanos al canciller era un espía de la RDA. Este escándalo acabó con la carrera de Brandt,
sustituido por el también socialdemócrata Helmut Schmidt.

83
La política del nuevo canciller fue diametralmente opuesta a la hora de enfrentarse a los dos principales problemas:
terrorismo de extrema izquierda y crisis económica. Optó por la mano dura que culminó con la muerte no bien aclarada
de 3 responsables de Baader-Mein-hof. Se puso en marcha una clásica política de ajuste y control de la inflación basada
en reducir el gasto público, con lo que Alemania pudo transitar por la crisis de manera firme. El único factor negativo
fue un significativo aumento del paro.
Parecido consenso se dio en GB e Italia, dos de las economías más afectadas por la crisis. En GB, el consenso fue
tardío, lo que impidió medidas adecuadas contra la recesión. El poder de los sindicatos había obligado al gobierno
conservador de Edward Heath a adoptar desde 1972 una política intervencionista y de un recurso a las subvenciones que
había disparado el déficit público y una espiral inflacionista del 15% anual. El estallido de la crisis llevó al gobierno a
extremar las medidas de austeridad, aunque más que para luchar contra la crisis su objetivo fue romper el poder sindical.
La respuesta fue una huelga de mineros que paralizó el país. Tras años de indefinición traducidos en malos datos eco-
nómicos, el gobierno logró un acuerdo de mínimos con los sindicatos. El resultado fue una mejora de los principales
indicadores, aunque la fragilidad de la recuperación confirmó que los problemas económicos de GB tenían una dimen-
sión estructural profunda.
En Italia, el consenso social anti-crisis incluyó al partido comunista con un histórico giro hacia posiciones de inter-
vención activa en el sistema político y aunque no participó en el gobierno, apoyó parlamentariamente a la Democracia
Cristiana. Las razones no tenían sólo una base económica, también política, pues la extensión del terrorismo del MSI,
estaba generando un clima de ingobernabilidad. La crisis explotó las debilidades de la economía: inflación superó el
25%, la lira sufrió una fuerte devaluación en 1976 por el enorme déficit y el paro alcanzó cotas desconocidas. La iz-
quierda pretendía expansión de gasto y la derecha contenerlo. El compromiso del partido comunista fue a este respecto
decisivo pues proporcionó estabilidad para asentar la labor de gobierno y el apoyo a medidas de ajuste. Como resultado
la economía se recuperó y el gobierno, tras sufrir el golpe del secuestro y asesinato del líder democristiano Aldo Moro
por las Brigadas Rojas, mejoró su instrumento de lucha antiterrorista. Lo negativo fueron las altas tasas de desempleo.
6. Crisis económica y transiciones políticas en Portugal, Grecia y España
El impacto de la crisis fue especialmente relevante en Europa meridional ya que coincidió con sus transiciones hacia
la democracia. La primera dictadura en caer fue la portuguesa. Marcelo Caetano, sucesor de Salazar en 1968, se desmo-
ronó por un golpe de Estado de las Fuerzas Armadas debido a dos factores: imposibilidad de encontrar una solución a
las guerras coloniales que se habían empezado 13 años antes, y la incapacidad del régimen para transformar los impulsos
liberalizadores en un proyecto razonable de democratización. Aunque el período de Caetano fue de alto crecimiento
económico y transformaciones sociales, Portugal siguió sin encontrar una salida consistente a sus problemas de desa-
rrollo.
El proceso revolucionario fue complejo, aunque hasta 1975 siguió una línea de radicalización continua. Las elec-
ciones de abril dieron triunfo claro al partido socialista de Mario Soares, seguido del centro-derecha de Sá Carneiro. Sin
embargo, la extrema izquierda civil y militar intentó imponer una legitimidad revolucionaria que llevó al borde del
conflicto civil. La reacción de los sectores conservadores se trasladó al ámbito militar donde los elementos moderados
acabaron imponiéndose a los revolucionarios. El proceso de radicalización siguió, pero no impidió un sistema de demo-
cracia limitada y vigilada por los militares, constitucionalizada en 1976. EL consenso entre las dos grandes fuerzas
(partido socialista y partido socialista – demócrata) acabó con los rescoldos del periodo revolucionario. En 1982 una
reforma de la Constitución suprimió el Consejo de la Revolución y el control militar de la política. 5 años después, la
normalidad democrática se impuso definitivamente con la elección del primer presidente no militar de la República: el
socialista Mario Soares.
La crisis política ahondó más los problemas de una economía que había entrado desde finales de 1973 en un dete-
rioro. Los problemas de balanza de pagos e inflación acabaron incidiendo en la capacidad adquisitiva de los ciudadanos.
Pero, en sentido contrario, la Revolución permitió la puesta de cimientos de un Estado de Bienestar y aprobación de
medidas sociales y legislativas favorables a los trabajadores. Con los problemas de una transición compleja y de una
economía frágil, la democracia consiguió estabilizarse y cambiar de forma definitiva los marcos de inserción política,
ideológica y mental en dirección a las Comunidades Europeas. A ello contribuyó un esquema político de bipartidismo
imperfecto que en 1979 dio mayoría a una coalición de derecha. Un oscuro accidente descabezó la coalición al morir Sa
Carneiro y su sucesor Balmesao no pudo mantener la cohesión. En 1983 volvían los socialistas.
Grecia inició su transición en verano de 1974 aunque la dictadura había vivido su momento más crítico un año antes,
cuando un golpe militar de los sectores más inmovilistas de la Junta Militar había abortado el proceso de democratiza-
ción que se estaba abriendo. El golpe originó la protesta ciudadana, contestada por el poder mediante la represión y el
intento de buscar un factor exterior que cohesionara el país en torno a la nueva cúpula de poder: el apoyo a un golpe de
84
Estado pro-griego en Chipre. El intento de asesinato en julio de 1974 del máximo dirigente chipriota, el arzobispo
Makarios, fue respondido por Turquía con una intervención militar y la ocupación de su zona norte, lo que dejó a Grecia
y a Turquía al borde de la guerra. El fracaso de la acción obligó a los militares a buscar una salida política de la mano
del conservador Konstantin Karamanlins. Era el fin de la dictadura y el inicio de una democracia lastrada por la fuerte
crisis económica. El inicial protagonismo conservador cedió el testigo al partido socialista que gobernará hasta 1991.
El apoyo norteamericano a los militares y a la desafortunada intervención en Chipre generó una reacción popular
anti-norteamericana que acabó con el asesinato de su embajador en Chipre. El gobierno griego se vio obligado a retirarse
de la OTAN y forzó al VI flota a trasladar parte de su sistema logístico a bases italianas. Era la demostración de que las
transiciones de Portugal y Grecia representaron un grave problema político y estratégico para EE.UU. y para la estabi-
lidad del sistema defensivo de la OTAN.
En España la transición fue más sencilla por tres razones: el fuerte crecimiento económico de los 60 había transfor-
mado las condiciones estructurales, propiciando la aparición de una extensa clase media con cultura política de base
democrática, aunque caracterizada por la idea de transición ordenada; búsqueda del consenso para el cambio; la institu-
ción monárquica, que aglutinó una doble legitimidad: la de su condición de sucesor legal según leyes franquistas que
permitió controlar a los sectores más inmovilistas de la dictadura, y la derivada de su potencial papel democratizador,
que le permitió contar con el apoyo de los principales partidos políticos de la oposición democrática.
A pesar de esto, fue complejo por dos razones: porque tuvo que asumir una clara dimensión rupturista que eclipsara
cualquier idea de inmovilismo, papel que interpretó Adolfo Suárez; y porque tuvo que orientarse hacia una nueva es-
tructura del Estado que superara el centralismo franquista en favor de un principio autonomista. La actividad terrorista
(FRAP, ETA, GRAPO), introdujo un gran nivel de violencia en todo el proceso. También soportó presiones involucio-
nistas de ciertos sectores militares que acabaron conformando una corriente golpista que estalló en 1981 en un fallido
intento de golpe de Estado.
La transición tuvo que superar una situación de crisis económica que obligó a partidos políticos y agentes sociales
a buscar consenso contra los desequilibrios y acabar con la conflictividad social que impulsaban los sindicatos. En
octubre de 1977 se firmaron los Pactos de la Moncloa que establecían medidas de ajuste económico compensadas por
una ampliación de derechos civiles y políticos. Algunas de las medidas de ajuste anti-inflacionista fueron una política
monetaria tendente a reducir la masa monetaria, una política presupuestaria para limitar el crecimiento del gasto público
y aumentar ingresos del Estado y una política restrictiva para conseguir el equilibrio de la balanza de pagos que conllevó
la depreciación del valor de la peseta.
Políticamente, el período estuvo dominado por la UCD, amalgama de personalidades cuyo nexo dependía del ca-
risma de Adolfo Suárez. El PSOE había sufrido una renovación gracias a Felipe González, que representaba un liderazgo
más moderno que el de los socialistas del exilio. Su excelente imagen pública le permitió abanderar un proyecto de
cambio que atrajo a votantes de izquierda y a muchos de clase media. El socialismo acabó como alternativa de la iz-
quierda, por delante de unos partidos comunistas que perdieron parte de su atractivo electoral. Este crecimiento del
socialismo y la ruptura de la alternativa de centro-derecha de UCD, acabó dando a González su primera mayoría abso-
luta. El socialismo demostró una pujanza electoral grande y pareció definir un sistema nacional de partido hegemónico
compatible con dos subsistemas de mayoría nacionalista: Cataluña y País Vasco. De hecho, el centro-derecha nacional
vivió hasta 1990 un proceso de refundaciones y nuevos liderazgos hasta José María Aznar, que tras 3 intentos alcanzó
el poder en 1996.
La Constitución de 1978 concluyó la transición. Aprobada por referéndum el 6/12/78, establecía los nuevos princi-
pios y valores articuladores del sistema político de la democracia, que homologaban a España con cualquier país de su
entorno europeo y occidental, que se insertaría pronto en la OTAN y la CEE.
7. La transición internacional hacia la última Guerra Fría
El impacto de la guerra de Vietnam en la sociedad norteamericana fue extraordinario. Fue el factor catalizador de
ese descontento social que articuló la lucha por los derechos civiles y había demostrado la fuerte oposición de una parte
de la sociedad a las políticas de fuerza, lo que obligó a reevaluar la forma en la que se debía ejercer su liderazgo inter-
nacional. La política comenzó a acusar un repliegue tendente a aminorar las responsabilidades internacionales y a reducir
las condiciones de conflicto a través de la negociación directa con URSS. En el fondo, suponía el reconocimiento de
que la bipolaridad iba a ser permanente y que daba la imposibilidad de vencer al otro bloque, había que establecer un
modelo de coexistencia. Los efectos de la crisis y del caso Watergate obligaron a reconsiderar el papel internacional que
favoreció un clima de consenso.

85
Esta nueva concepción se plasmó en una triple dirección: búsqueda de soluciones a la guerra de Vietnam y al con-
flicto árabe-israelí, desarrollo de negociaciones directas de desarme entre ambas superpotencias y el establecimiento de
un esquema multilateral de cooperación y seguridad en Europa.
Las negociaciones de paz con Vietnam se iniciaron en 1969, pero se vieron salpicadas por acciones militares en
Camboya (1970) y Laos (1971). Los bombardeos sobre el país con gases químicos no se interrumpieron hasta 1973
cuando se decidió la salida definitiva de tropas. EE.UU. continuó participando en el conflicto hasta 1975 a través de
ayuda económica a Vietnam del Sur que cayó cuando cesó. Vietnam se reunificó bajo el régimen comunista de Ho Chi
Minh. La derrota moral, y en buena medida también material, de EE.UU. se había completado, aunque el precio de la
victoria había sido demasiado alto incluso para los vencedores.
La mediación en el conflicto árabe-israelí fue más positiva para los americanos. El secretario de Estado Henry Kis-
singer llevó a cabo la llamada diplomacia de ida y vuelta consistente en viajes continuos a Egipto, Siria e Israel. Consi-
guió la reapertura del Canal de Suez, la retirada parcial de Israel del Sinaí y del Golán y Egipto de la órbita soviética.
Pero siguió sin resolver el problema que era la creación de un Estado palestino.
Las negociaciones para la reducción de armamentos tuvieron como gran logro los acuerdos SALT de limitación en
los sistemas de misiles antibalísticos y congelación por 5 años de unidades ofensivas. El esquema de reducción de los
compromisos asumidos para el mantenimiento del orden internacional y de negociación entre las superpotencias supuso
la revisión del papel que EE.UU. debía desempeñar en Europa. Ya desde 1969 Alemania había adoptado una política
autónoma de apertura al Este (Ostpolitik) cuyo objetivo había sido asentar un esquema de seguridad europeo y de dis-
tensión Este/Oeste. El artífice fue el canciller socialdemócrata Willy Brandt y sus instrumentos fueron los acuerdos de
1970 firmados por la RFA con URRS, Polonia y Checoslovaquia y el acuerdo de 1972 entre las dos Alemanias, que
aceptaba el statu quo de Europa oriental, la inviolabilidad de fronteras y el reconocimiento de dos Estados alemanes.
Esto, hizo que muchos Estados occidentales reconocieran a la RDA y que ambas Alemanias pasaran a ser miembros de
ONU desde 1973. Este clima propició una Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa en la que participaron
todos los Estados excepto Albania, más EEUU y Canadá. El resultado, recogido en el Acta de Helsinki de 1975 fue
pobre en resultados concretos, aunque estableció un foro de diálogo multilateral que acabó institucionalizado.
La distensión comenzó a cambiar desde 1976 bajo la Administración Carter. Aparentemente, la insistencia de la
presidencia en la defensa de los DDHH acabó con un endurecimiento del régimen soviético temeroso de que ese discurso
calara en los países de la Europa del Este sensibles a la disidencia. Pero la razón de fondo fue la política expansiva de
URSS por Asia y África. La influencia soviética se extendió por Irak, Afganistán, Yemen del Sur, Tanzania, Mozambi-
que, Angola, Madagascar, Etiopía, Libia, Argelia, llegando al Sahara occidental mediante ayuda militar y económica
en favor del Frente Polisario.
La URSS demostraba una capacidad expansiva extraordinaria que amenazaba con expulsar a EE.UU. de zonas esen-
ciales desde un punto de vista estratégico y económico, lo que convenció a amplios sectores norteamericanos de lo
limitado de su estrategia de distensión. El reconocimiento de China por parte de los EE.UU. en 1979 encendió todas las
alarmas en Moscú, temeroso de una alianza chino-norteamericana.
El estallido de la revolución islamista en Irán acabó con un bastión esencial para EE.UU. y desestabilizó nuevamente
el precario mercado de abastecimiento del crudo. La nueva subida del precio del petróleo tuvo consecuencias todavía
más devastadoras sobre las economías occidentales, alcanzando también a las principales economías de la Europa del
Este que empezaron a acumular fuertes déficits y aumentos espectaculares de su deuda. La crisis hizo todavía más difícil
cualquier posibilidad de acuerdo que, finalmente, acabo por desvanecerse después de que en diciembre de ese año tropas
soviéticas cruzaran las fronteras de Afganistán. La Guerra Fría pareció volver a cobrar una intensidad que no había
tenido a lo largo de los últimos diez años.

86
Tema 12. El desplome del universo comunista
1. La recuperación de los poderes atlánticos: británicos y norteamericanos
Tras una década de predominio político, ideológico y cultural de la izquierda, los 70 finalizaron con un giro a posi-
ciones liberal-conservadoras. Era el inicio de la “revolución conservadora” en alusión a la llegada al poder de Thatcher
y Reagan en los EE.UU., y a la capacidad de ambos para exportar sus ideas por todo el mundo. Sin embargo, el concepto
es exagerado. Los 80 supusieron el triunfo parcial del liberalismo económico y, en general, una expansión de las ideas
y cosmovisiones conservadoras, pero este predominio estuvo lejos de ser absoluto ya que las alternativas socialdemó-
cratas siguieron teniendo enorme fuerza. Incluso es cuestionable que ambos desarrollaran un proyecto coherente y aca-
bado de neoliberalismo.
1.1. La Gran Bretaña de Margaret Thatcher
En 1979 el RU estaba en profunda crisis, y aunque había conseguido cierta estabilidad en 1977-78, la opinión pública
tenía la sensación de que el país había entrado en fase de decadencia. El poder de los sindicatos sobre el poder político,
la revitalización de la actividad terrorista en Irlanda del Norte y la reducción del poder adquisitivo de una parte impor-
tante de población que había originado conflictividad social con tintes xenófobos, parecían haber evaporado cualquier
ideal colectivo basado en el convencimiento de ser una sociedad rica.
La llegada conservadora fue inseparable de la percepción de crisis, descontento y pérdida de peso del país en los
últimos años laboristas. De ahí la amplia aceptación de sus reformas basadas en el concepto de capitalismo social. Pero
Thatcher se encontró con la nueva subida del petróleo, que volvió a sumir a las economías europeas en situación de
inestabilidad. El resultado fue que su primera legislatura resultó un fracaso.
La nueva recesión obligó a Thatcher a limitar su programa de reformas y a aumentar el gasto público para hacer
frente al desempleo, que llegó al 12% en 1981 el más alto de la CEE, y para salvar a numerosas empresas públicas de
la bancarrota. También subió los impuestos contradiciendo su discurso y su inicial línea de recortes impositivos. Ni aun
así pudo equilibrar las cuentas públicas. Por si fuera poco, los crecientes disturbios sociales acabaron estallando en
acciones de gran violencia en las grandes ciudades.
Todo cambió el 2 de abril de 1982 cuando la dictadura militar argentina decidió ocupar el enclave colonial de las
Islas Malvinas. El gobierno británico mandó una potente flota de guerra que entre mayo y junio restauró su dominio.
Una ola de orgullo nacional se apoderó de los británicos, lo apoyaron en masa e incluso abandonaron a un laborismo
que había manifestado una inconsistente oposición a la guerra. La fácil victoria coincidió con una recuperación de la
economía internacional que influyó en una mejoría de los indicadores económicos del país. La lucha contra la inflación
y la política de ajuste estructural empezaron también a dar sus frutos y en 1983 la recuperación era ya un hecho. El único
factor negativo siguió siendo el elevado nivel de desempleo.
Este cambio fue aprovechado por Thatcher para adelantar elecciones a junio con rotunda victoria del partido con-
servador. El sistema electoral dio a la Primera Ministra una mayoría amplia para desarrollar su programa. El único freno
que podía venir de los sindicatos desapareció tras el fracaso de la huelga de 1984 de los mineros. Tras meses de conflicto
los huelguistas abandonaron sin conseguir arrancar ningún compromiso. La victoria gubernamental permitió que ese
segundo mandato de poder conservador fuera incontestable.
Los resultados de este segundo mandato fueron notables en términos económicos y discutibles en sociales. El país
creció de forma sostenida a ritmo que doblaba los restantes países de la CEE. Se crearon más de un millón de empleos.
La inflación se controló en niveles bajos y la industria incrementó su productividad. Los problemas fueron en sectores
industriales poco competitivos que fueron desmantelados y en una peligrosa desinversión pública en sectores como
sanidad o educación. Si bien la política de privatizaciones fue acertada, originó problemas en sectores como las comu-
nicaciones, al introducir ineficiencias en las formas de gestión.
La política thatcherista transformó la estructura económica, pero no consiguió grandes logros en la disminución de
la presencia del Estado en la economía ya que aunque había bajado 4 puntos del PIB, seguía representando el 44%. Fue
un balance para una tercera victoria en 1987. Pero el cansancio era evidente si bien el voto conservador permaneció
estable, el laborista aumentó. El ocaso político de Thatcher no fue fruto de una derrota electoral sino de su partido, que
decidió usar en 1990 a John Mayor como estandarte.
1.2. La crisis norteamericana: entre Nixon y Carter
En 1980, Ronald Reagan sustituía al demócrata Carter. Cogía una sociedad presidida por el pesimismo. El origen
de esta frustración colectiva venía desde la reelección de Richard Nixon en 1972. La presidencia de Nixon se inició en
1968 con pretensión de restaurar la ley y el orden. Desde el punto de vista internacional los objetivos fueron encontrar
87
una salida digna a la guerra de Vietnam y redefinir el papel del país como superpotencia, lo que supuso establecer un
marco de acuerdo directo con URSS para limitación de armamentos, y una peculiar política de reconocimiento y apro-
ximación a China que tuvo como consecuencia la expulsión de Taiwán como miembro permanente del Consejo de
Seguridad de ONU y su sustitución por el gobierno de Beijing. Desde el punto de vista interno se orientó a hacer frente
a las crecientes debilidades de la economía norteamericana, asumiendo la ruptura de la paridad entre el dólar y el oro y
la devaluación de la moneda.
La buena percepción popular de la primera legislatura le valió la reelección frente a un demócrata atípico, George
MacGovern, el más izquierdista presentado nunca por este partido. Pero lo que se presumía un plácido mandato se
convirtió en fracaso. Primero en Vietnam, dónde la negociación asumió una doble y oscura fórmula: uso de bombardeos
masivos sobre la población, y la “vietnamización” del conflicto, esto, sustitución de la acción militar directa por el apoyo
al gobierno pro-norteamericano de Vietnam del Sur, y la extensión del conflicto a Laos y Camboya. En segundo, en
América Latina, donde el apoyo de la CIA al derrocamiento de Salvador Allende extendió la percepción de complicidad
de Washington con la brutalidad represiva de la Junta Militar y, por extensión, con las dictaduras militares del Cono
Sur. Y por la implicación presidencial en las escuchas ilegales al partido demócrata en el edificio Watergate. El escán-
dalo salpicó el prestigio de la presidencia, lo que obligó a Nixon a dimitir el 8 de agosto de 1974. Gerald Ford accedía
a la presidencia.
Ford nunca superó el déficit de legitimidad de su acceso sin refrendo popular. Tampoco pudo distanciarse de su
predecesor como para elevar el prestigio de la más alta magistratura del país. Su decisión de exonerar a Nixon de los
delitos cometidos estableció una relación de dependencia de la que nunca pudo zafarse. En el plano internacional Ford
asumió la tesis del descompromiso hacia Vietnam, lo que acabó con la guerra en 1975. La evacuación de la embajada
norteamericana en Saigón tuvo el simbolismo de una amarga derrota.
El plano interno fue igualmente negativo. Intentó sin éxito una política de estímulo del consumo y la inversión a
través de una rebaja de impuestos a las clases más pudientes y asumió una línea de lucha contra la inflación y de reduc-
ción del gasto público. El resultado fue una enorme tasa de desempleo. A pesar de su baja popularidad, Ford decidió
intentar su reelección. Fue su último fracaso.
Las elecciones de 1976 dieron el triunfo a Jimmy Carter, semidesconocido candidato demócrata sin gran presencia
entre el “establishment” de Washington. Adoptó en los primeros años un tono moralista, no exento de ingenuidad y de
retórica inconcreta, y un estilo de proximidad al pueblo con un populismo demagógico. Mostró interés por las políticas
sociales plasmado en la creación del Departamento de Educación, y de promoción de las minorías raciales. Pero su
política de lucha contra la inflación y del estímulo económico resultó poco efectiva. Igual que su política exterior,
dubitativa. En América Latina su discurso acerca de justicia, democracia y DDHH tuvo dos caras: permitió la caída de
la dictadura de Somoza en Nicaragua y su sustitución por un gobierno revolucionario que muy fue monopolizado por el
sandinismo; permitió los acuerdos Carter/Torrijos con el gobierno de Panamá, que preveían la cesión al país centroa-
mericano de la plena soberanía del Canal en 1999 a cambio de un compromiso de neutralidad permanente.
Desde 1977 las posiciones internacionales Carter fueron de mayor preocupación por los problemas de seguridad al
ser consciente de que sus decisiones eran percibidas como expresión de debilidad. Pero el cambio llegó tarde y nunca
fue completo. Al revés, todas las contradicciones estallaron en 1979 en Irán y Afganistán. En el primero, la tibieza
demostrada hacia el Sha Reza Palhevi se tradujo en un estímulo para el triunfo de la revolución islámica liderada por
Jomeini.
Para buena parte de norteamericanos la invasión soviética de Afganistán fue otra demostración de la debilidad in-
ternacional del país y el fracaso de las políticas de reconocimiento hacia Moscú. La idea de que una política de firmeza
acabó imponiéndose entre amplias capas. La falta de liderazgo, la confusa política exterior y la incapacidad para hacer
frente a la delicada situación económica del país acabaron con la popularidad de un presidente que había despertado
enormes esperanzas al principio de su mandato.
1.3. Ronald Reagan o el restablecimiento del poder
Reagan era un presidente de ideas simples pero claras, basadas en los valores tradicionales del espíritu norteameri-
cano: creencia en Dios, en esfuerzo personal, iniciativa privada y actitud emprendedora. Su Administración debió asumir
una contradicción irresoluble: compaginar una perspectiva socioeconómica en la que el papel del Estado debía reducirse
al mínimo con una política internacional basada en el rearme y la hipertrofia de los instrumentos de poder del Estado.
Esta contradicción hizo que el ideal liberal que impregnó su presidencia no pudiera generar un modelo coherente e
integrado.

88
Tomó posesión con la liberación de rehenes de la embajada en Irán, que después daría lugar al “Irangate” tras
conocerse que se habían vendido armas a Irán para armar a la contra nicaragüense, con unos primeros pasos de contenido
económico: diseñó una política fiscal basada en una reducción de impuestos como forma de reactivar la economía y una
simultánea, y también apreciable, disminución de gastos del gobierno federal; introdujo una política monetaria restric-
tiva que elevó los tipos de interés y le permitió atraer gran cantidad de inversiones extranjeras que tuvieron efecto
positivo. Su perspectiva individualista privilegió la actividad empresarial disminuyendo elementos de regulación que a
su juicio distorsionaban el libre desarrollo del mercado. Pero su atípica política internacional le obligó a elevar los gastos
militares, con lo que la disminución del gasto público sólo se realizó de forma parcial. De hecho, su política liberal no
alcanzó el principal postulado de esa corriente ideológica: disminuir el déficit público ni el comercial, al final de su
mandato los principales desequilibrios de la economía.
Los resultados económicos fueron notables, aunque con importantes sombras como una persistente bolsa de pobreza
(el 14,5% de población) y diferenciación social. Tras un pequeño pero importante momento de ajuste en 1982, la eco-
nomía norteamericana entró en una fuerte y consistente fase expansiva. Su victoria frente al candidato demócrata Walter
Mondale fue aplastante.
Los reiterados triunfos conservadores en el Reino Unido y la abrumadora reelección de Reagan demostraron que
más allá de sus indudables éxitos económicos, la firme política internacional mantenida por ambos gobiernos había
producido una fuerte revitalización de la moral colectiva de sus respectivos ciudadanos.
2. La URSS de Gorbachov y la imposible “tercera NEP”
2.1. La agonía de la ortodoxia y el triunfo de Gorbachov
En noviembre de 1982 moría Breznev, último representante de la burocracia de partido único y la férrea ortodoxia
comunista. Su avanzada edad, igual que la de sus colaboradores, en especial la de su ministro de Exteriores, Andrei
Gromyco, había generado una imagen de gobierno gerontocrático que simbolizaba el anquilosamiento del régimen. La
herencia de Brezhnev era envenenada: guerra de imposible victoria en Afganistán; contestación interna al poder comu-
nista en los países de Europa oriental; situación económica delicada que no hacía más que agravarse y parálisis de la
maquinaria política y administrativa del país.
La descomposición del régimen había hecho aflorar la tensión interna en el partido entre un ala liberalizadora y
reformista y otra inmovilista. Esta tensión explica la compleja sucesión de Breznev: primero a favor de un reformista
de avanzada edad, Yuri Andropov; y tras su muerte, por un gris representante de la gerontocracia más conservadora,
Kostantin Chernienko.
En 1985 la indefinición política seguía en el mismo punto, pero ese vacío político seguía deteriorando las condicio-
nes socioeconómicas. De ahí que la lucha interna dentro del partido acabara girando en favor de los reformistas que
lograron imponer en la secretaria general a Mijaíl Gorbachov. Ese 11 de marzo comenzaba, aunque nadie lo sospechara,
el principio del fin de la URSS.
Gorbachov era reformista, no demócrata. Su pretensión fue modernizar, flexibilizar y liberalizar un sistema que
estaba dando síntomas de parálisis, no iniciar una transición del comunismo a la democracia. Lo que ocurrió es que la
crisis del comunismo soviético no era una coyuntural sino que tenía una profunda dimensión estructural: era la crisis
del modelo político, económico y social basado en la planificación centralizada y en la negación del mercado como
mecanismo de asignación eficiente de los recursos.
2.2. El camino de la reforma
La línea reformista de Gorbachov se basó en tres pilares: nuevo pensamiento político del que derivó una nueva
concepción del papel de URSS en el mundo; reestructuración del modelo productivo o perestroika; y una nueva política
de transparencia e información o glasnost.
La nueva propuesta ideológica derivaba de la renuncia a seguir manteniendo la ficción de paridad con el mundo
capitalista y la aceptación de que el país no podía seguir el ritmo impuesto por EE.UU. La carrera armamentística
obligaba a más de 1/5 de presupuesto a gastos militares. La propuesta de Reagan de una nueva Iniciativa Estratégica de
Defensa fue el punto culminante de esa política de renuncia a seguir la carrera armamentística que suponía aceptar la
superioridad competitiva del modelo capitalista. Por eso mismo se revistió con una argumentación que evitara el reco-
nocimiento público de la debilidad de la posición soviética.
La capacidad de comunicación de Gorbachov y su aspecto relativamente joven (54 años), aparentemente dialogante,
con talante y nuevas ideas le permitieron una excelente imagen internacional beneficiosa para sus planes reformistas.
Ganó el favor de la opinión pública mundial, con el que pretendía favorecer los cambios. El momento decisivo de esta
89
revisión conceptual se produjo en el XXVII Congreso del PCUS en 1986. La idea de referencia era la de interdependen-
cia global, es decir, una nueva forma más dinámica de encarar las relaciones internacionales superadora de la tradicional
y más estática concepción de la coexistencia pacífica.
Esta idea fue bien acogida en Europa Occidental y con reticencias iniciales, en EE.UU., lo que obligó a Reagan a
contactos con el soviético en acuerdos concretos. Pero el fin último de esta orientación soviética era preservar el estatus
internacional de la URSS en un momento en el que su capacidad material no se lo permitía.
A mediados de los 80 URSS se debatía en una contradicción, pues era una superpotencia política y militar, la segunda
industrial del mundo, pero era un pobre socio comercial e incapaz de satisfacer necesidades alimenticias y producir
bienes de consumo para garantizar un nivel de vida suficiente para su población.
Esta incapacidad impedía al régimen encontrar una forma de legitimidad que sustituyera en compromiso ideológico
de los primeros decenios posrevolucionarios. A medida que esa legitimidad ideológica fue decayendo, parte de la po-
blación se situó en los deseos de cambio político, expresados a través de una minoritaria disidencia que aunque podía
ser fácilmente reprimida no dejaba de manifestar la debilidad del sistema, y la aceptación resignada que mostraba la
mayoría y que se manifestaba en desmoralización ciudadana. Por eso no es extraño que la primera reforma de Gorbachov
intentara acabar con las tasas de alcoholismo. Esta situación moral llegó a su punto máximo con el desastre de Chernóbil
el 26 de abril de 1986. Pero más que los daños inmediatos, la explosión evidenció en el interior y en el exterior la
incapacidad para mantener niveles mínimos de seguridad en estas instalaciones.
La necesidad de introducir cambios sistema era evidente. Reformas que se orientaron en: apertura y liberalización
de la economía, incluyendo reformas en empresas públicas y una ley de cooperativas que introducía gestión privada en
algunos ámbitos; asunción de determinados mecanismos de mercado, especialmente instrumentos de competencia, ade-
cuación de precios a las leyes de oferta y demanda e incentivos a la producción y al trabajo mediante estímulo salarial
a la productividad y aceptación parcial de la propiedad privada.
Estas medidas liberalizadoras mostraron sus limitaciones ya que operaban en un marco institucional rígido para ser
efectivas. Por eso, a partir de 1987 el reformismo se aceleró asumiendo una orientación más integral tendente a cambiar
ese entorno político negativo que le restaba virtualidad. Gorbachov aceptaba que no era posible introducir un mecanismo
de liberalización económica sin asumir cierto grado de liberalización del sistema político, aunque ello significara admitir
ciertos riesgos para el mantenimiento de las estructuras de poder vigentes. Esta orientación daría lugar a la glasnost.
La glasnost era indispensable para que la política de reforma fuera creíble. Se traduce por transparencia y supuso la
posibilidad de disfrutar de unas condiciones inéditas de libertad en el debate periodístico y académico sobre los proble-
mas del país. La glasnost supuso la aparición de conceptos hasta entonces desterrados del lenguaje político como libertad
individual, libertad de expresión o libertad religiosa.
Esta nueva era de libertad generó consensos sociales en torno a la dirección que debía asumir la salida de la crisis.
Como reacción a tantos años de dirigismo y de intangibilidad de dogmas de planificación centralizada, la apertura hizo
que el debate político acabara por desacreditar el modelo, al tiempo que se abría paso el aprecio por las fórmulas vigentes
en ese Occidente aparentemente tan exitoso.
2.3. El derrumbe de la URSS
Aunque la intención de Gorbachov nunca fue la quiebra del Estado, su política reformista abrió una dinámica impa-
rable de quiebra de todo el sistema socialista, pues acabó inutilizando a sus dos bases de poder: el partido comunista,
clave para mantener el sistema de dominación política, y el ejército, para la unidad e integridad territorial. Sin ellos el
Estado acabó en una espiral de autodestrucción que hizo inviable cualquier reforma. El PIB se desplomó y el sistema
productivo y comercial entró en desorganización completa ya que ni funcionaba el sistema de planificación centralizada
ni éste había sido sustituido por un sistema de mercado. La gravedad de la situación y el hundimiento de la economía
hicieron recaer las críticas en Gorbachov y su política reformista. Los sectores ultras comenzaron a prepararse para
retomar el poder por la fuerza. Las reformas habían acabado de romper los frágiles equilibrios políticos, sociales, eco-
nómicos y nacionales.
El reformismo de Gorbachov fue superado por un rupturismo que propició la aparición de liderazgos como el de
Yeltsin y que asumieron una soberanía nacional desconectada del poder soviético. Yeltsin, expulsado en 1987 del PCUS,
fue elegido en 1990 presidente del Parlamento ruso, lo que le permitió presentarse como representante de una entidad
política todavía no reconocida pera existente de hecho como era Rusia. Lo mismo hicieron los líderes de otras repúblicas.
Lituania fue la primera en declarar unilateralmente su independencia en 1990 aunque tuvo que ser suspendida hasta
1991 por la reacción militar soviética y la ocupación de Vilnius.

90
El punto final se desarrolló a lo largo de 1991 y tuvo como gran protagonista a Yeltsin. La reacción de los ultras
estalló en un intento de golpe de Estado el 19 de agosto. La falta de liderazgo militar y la reacción contraria del pueblo
de Moscú frustraron la intentona y la imagen de Yeltsin haciendo frente al avance de los tanques acabó por convertirlo
en referencia de la nueva situación. El golpe precipitó los acontecimientos: a principios de diciembre, Ucrania votaba
por su independencia y días más tarde los nuevos líderes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia acordaban por la declaración
de Belovezhskaya Pusha la Unión de Estados Independientes. El día 21, 8 repúblicas más abandonaban la URSS y se
sumaban a la nueva entidad. Estonia, Letonia y Moldavia optaron por su independencia. En navidad un Gorbachov
aislado dimitió de sus cargos. La bandera roja fue arriada del Kremlin y sustituida por la nueva bandera rusa. URSS
había dejado oficialmente de existir.
3. El final de la Guerra Fría
A pesar de sus problemas internos, los 70 había tenido carácter expansivo para URSS, sobre todo en África, incluso
agresivo, con la instalación de misiles amenazando países de Europa occidental. Esta política alimentó doble respuesta:
varios gobiernos europeos se mostraron partidarios de continuar con la política de conciliación que buenos resultados
parecía haber deparado en los primeros 70; sectores cada vez más mayoritarios en EE.UU. y RU apostaban por firmeza
anticomunista. Esta disyuntiva se manifestó cuando en diciembre de 1979 tropas soviéticas traspasaron las fronteras de
Afganistán en apoyo del gobierno pro-soviético de Kabul.
La tibia respuesta internacional a la guerra de Afganistán, limitada a un simbólico boicot a los JJOO de Moscú,
acabó agrandando esa divergencia entre Washington, Londres y sus aliados europeos, que pensaban que un país lejano
como Afganistán no merecía poner en riesgo los avances conseguidos en la seguridad en Europa. Pero la situación en
Polonia trastocó las líneas generales del enfrentamiento Este-Oeste.
A comienzos de 1970 el régimen comunista polaco se había enfrentado a una oposición obrera que había obligado
a sustituir al duro Gomulka por el tecnócrata Gierek. 9 años después las protestas resucitaron, pero con un movimiento
obrero se había organizado en un sindicato clandestino, Solidaridad. Las protestas obligaron al gobierno a reconocer la
existencia del sindicato, lo que le costó el cargo a Gierek. En 1981 el gobierno fue asumido por el general Jaruzelski
que inició una política de represión que llevó a la cárcel a los principales dirigentes sindicales. La sombra de una inter-
vención soviética sobrevoló durante el período de crisis, lo que pareció dar razón a quienes como Reagan abogaban por
una política de firmeza basada en la necesidad de un fuerte rearme que asegurara el restablecimiento de la hegemonía
política y militar de los EE.UU.
La llegada de Gorbachov a la secretaria general del PCUS cambió la situación. La formulación del pensamiento
político, la consecuente revisión del papel que la URSS debía desempeñar en el mundo y su apuesta por la cooperación
y el consenso obligaron al presidente Reagan a una reorientación parcial de sus posiciones.
Si bien la aceptación de esta negociación tuvo por parte del presidente norteamericano un carácter instrumental,
nunca se hubieran alcanzado acuerdos concretos si esa aceptación del diálogo no hubiera sido también un objetivo
mantenido por Washington. De ahí que tras un encuentro preliminar en Reikiavik en 1986, los acuerdos comenzaran a
sucederse: en diciembre de 1987 se concluyó el Tratado de Washington, con la eliminación verificable de armas nuclea-
res de corto y medio alcance; al año siguiente, a iniciativa norteamericana, se iniciaron las negociaciones STAR para la
reducción de armas nucleares estratégicas, que culminaron en julio de 1991 con un acuerdo firmado por Gorbachov y
Bush; en marzo de 1989 se iniciaron en Viena las conversaciones para la reducción de fuerzas convencionales en Europa,
que finalizaron con el acuerdo de Ottawa de 1990. Entre estas negociaciones, en diciembre de 1988 Gorbachov había
anunciado en la Asamblea General de ONU una reducción unilateral de efectivos de sus fuerzas armadas y la retirada
de tropas de la Europa oriental. Finalmente, el 15 de febrero del 1989, el Ejército Rojo se retiró de Afganistán.
Por otra parte, la política soviética de retraimiento había cortado los apoyos económicos y militares a países que en
América, Asia o África habían servido como soporte de su expansión internacional, lo que contribuyó a una relajación
de las tensiones internacionales.
El 2 y 3 de diciembre de 1989, poco después de caer el Muro, Bush y Gorbachov, celebraron la Cumbre de Malta
en la que se dio por terminada la Guerra Fría. La declaración final anunciaba solemnemente el inicio de una nueva etapa
en las relaciones internacionales, y el presidente norteamericano se comprometía a ayudar a la nueva URSS a integrarse
en la comunidad internacional.
4. El colapso del Este
Con Breznev el concepto de soberanía limitada había permitido a URSS intervenir en Europa del Este para preservar
la hegemonía comunista. Pero esta política de coacción fue contraproducente por aumentar las disidencias internas al

91
poder comunista; por crear rechazo en algunos partidos comunistas de Europa occidental; y por ayudar a romper con
los efectos legitimadores de los intelectuales de la izquierda europea occidental.
Aunque existían núcleos de oposición cada vez más visibles en la mayoría de “democracias populares”, el caso más
significativo fue Polonia, ya que a la resistencia de los obreros se unía la proyección internacional de una resistencia en
la que la Iglesia fue decisivo, sobre todo, desde la elección de Juan Pablo II. En esta situación de oposición, la política
de apertura de Gorbachov fue entendida como oportunidad para la democracia. Por eso cuando el secretario general del
PCUS aseguró que URSS no iba a intervenir en apoyo de los gobiernos comunistas de Europa del Este, las presiones
internas derribaron estructuras de poder que demostraron su fragilidad, lo que puede explicarse por incapacidad para
generar mínimas condiciones de legitimidad. Pero aunque la caída de estos regímenes fue rápida, los procesos de tran-
sición que se iniciaron en 1989 fueron complejos con múltiples dimensiones: por las diversas formas en las que cayeron
los regímenes comunistas; porque junto a los procesos de transición política se iniciaron otros de transición a economías
de libre mercado; el cambio incluyó elementos culturales y de identidad nacional conflictivos; y porque se inició un
proceso de inserción internacional nuevo cuya meta fue la incorporación de muchos de estos países a la Unión Europea.
Se diferencian tres modelos de ruptura de los regímenes de la Europa del Este:
El primero fue el de transición liderado por oposición de fuera del régimen. El típico fue Polonia, donde la contes-
tación a la política represiva de Jaruzelski llevó al gobierno a la disyuntiva de extremar la represión o aceptar las exi-
gencias de Solidaridad de ser reconocido e iniciar una transición a la democracia. Jaruzelski consideró que sin apoyo
soviético no era posible una política de resistencia y apostó en abril de 1989 por convocar elecciones generales aun
siendo consciente de que el partido comunista no tenía posibilidad de victoria. Las elecciones de junio permitieron el
primer gobierno no comunista de la Europa del Este.
Este esquema siguió Checoslovaquia, donde “Foro Cívico” lideró la revuelta contra el Gustav Husak. Los intentos
de contener las demandas democráticas acabaron tras el fallido intento de reprimir una manifestación estudiantil el 17
de noviembre. El gobierno comunista se derrumbó, lo que permitió un gobierno presidido por Vaclav Havel. La “Revo-
lución de terciopelo” vivió su momento más complejo con las demandas secesionistas de Eslovaquia, que acabaron
fracturando el país aunque de forma pacífica y consensuada. En 1993 se produjo la partición efectiva y el surgimiento
de la República Checa y de Eslovaquia.
El segundo modelo, el de los sectores reformistas de los partidos comunistas que se impusieron al sustituir a los
representantes de la ortodoxia inmovilista. En Hungría, en 1988 los reformistas expulsaron a Kadar dando lugar a una
transición en tres fases: introducción del multipartidismo, disolución del partido comunista y convocatoria de elecciones
democráticas. En Bulgaria se produjo un golpe interno que apartó del poder a Yivkov e inició la transición. Con algunas
variaciones, también fue el caso de la RDA, el más importante, pues abrió la puerta, gracias al empeño del Canciller
Kohl, a la reunificación.
El colapso de la RDA se aceleró por la decisión húngara de abrir fronteras con Austria, lo que fue aprovechado por
miles de alemanes del Este para huir hacia a RFA a través de Checoslovaquia, Hungría y Austria. La primera opción de
Honnecker fue recurrir a la represión, pero la inhibición de Moscú y la proliferación de manifestaciones contra el go-
bierno comunista llevaron el triunfo a sectores reformistas y a la salida de Honnecker. El nuevo gobierno no pudo
contener a una población que llegaba en masa a las inmediaciones del Muro para derribarlo. El 9 de noviembre caía
oficialmente el símbolo representativo de la Guerra Fría y de la dictadura comunista. Desde entonces se abrió un proceso
de reunificación que concluyó en octubre de 1990 con la regionalización de la RDA y su incorporación como nuevos
Länders al conjunto nacional.
El último en iniciar su transición fue Albania. El dominio absoluto que Enver Hoxha había ejercido durante décadas
se tradujo en una situación insostenible de aislamiento y pobreza que hizo que tras la caída del dictador en 1991 una
parte importante de la población saliera del país en busca de un futuro mejor.
El último modelo fue el de transición violenta, aunque existieron diferencias entre el caso rumano y el yugoslavo.
En Rumania el uso de violencia se explica por el odio a la forma de gobierno paternalista pero despótica de Ceaucescu,
por el carácter patrimonialista con el que ejerció el poder y por el terror que despertaba su policía, la Securitate. La
muchedumbre acabó aplaudiendo el juicio sumarísimo que dictaminó el ajusticiamiento del dictador y su mujer, en un
proceso con alrededor de 2000 víctimas. En Yugoslavia la violencia estalló a posteriori por el proceso de descomposi-
ción nacional que siguió al derrumbe del régimen comunista. La primera independencia fue la de Eslovenia en 1991, la
única que no desencadenó una guerra abierta. Las de Croacia en 1991 y Bosnia-Herzegovina y Macedonia en 1992,
acabaron en violentos conflictos armados.

92
La descomposición de la Europa del Este transformó ampliamente el mapa geopolítico europeo e introdujo nuevas
expectativas de ampliación en la Unión Europea. La nueva Europa se iba a dibujar sobre un conjunto de 27 países que
alteraba por completo los marcos institucionales y funcionales por los que transcurría el proceso de integración. Y la
ampliación conllevó necesariamente introducir nuevos y complejos factores de heterogeneidad, pues los países del Este
presentaban unos niveles de desarrollo muy diferentes y varios de ellos también unas prácticas democráticas muy defi-
citarias. Ello obligó a partir de 1989 a la puesta en marcha de cuantiosos programas de ayuda para la transición encami-
nados a facilitar los procesos de adhesión.
5. La revolución del proceso de integración europea y el estímulo a la modernización de España y Portugal
La incorporación en 1972 del RU, Irlanda y Dinamarca a las Comunidades Europeas había permitido cierta profun-
dización en los instrumentos de integración expresada en medidas como sufragio universal directo de los miembros del
Parlamento Europeo, una presidencia del Consejo Europeo rotatoria y reducción de los márgenes de fluctuación de las
monedas de los miembros como primer paso para un Sistema Monetario Europeo. Además, a lo largo de los 70 se
adoptaron el principio de Cooperación Política Europea (mecanismo de coordinación de políticas exteriores, en deter-
minados ámbitos) y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (para transferir recursos para infraestructuras e inversión
productiva a las regiones más pobres).
En 80 la Comunidad acometió una ampliación con Grecia (1981), Portugal y España (1986). La nueva Europa de
los 12 se enfrentó a una dinámica contradictoria: por un lado, la apuesta integracionista de líderes como Kolh, Miterrand
o González; por otro, las resistencias del gobierno de Thatcher cuya influencia generó un proceso de renacionalización
y salvaguardia de intereses nacionales, cuyo ejemplo fue el cheque británico (aceptación obligada de una reducción de
las aportaciones que este país realizaba al presupuesto comunitario).
Esta dinámica contradictoria acabó consolidándose tras la firma del Acta Única Europea, de 1986 que marcó el
impulso definitivo hacia la creación del mercado único a través de un proceso de convergencia normativa para armonizar
las legislaciones nacionales en varios ámbitos, incluyendo aspectos de cohesión social. El RU se negó a aceptar la
ampliación de la regulación comunitaria a los derechos laborales y sociales, lo que obligó a una solución de compromiso
basada en posiciones de exención en determinados ámbitos, lo que si por una parte se consideró que podría permitir que
determinados países pudieran progresar en la comunitarización de ciertas políticas, en realidad, abrió una tendencia de
avance a distintas velocidades potencialmente negativo para la cohesión y homogeneidad internas del espacio comuni-
tario.
La acelerada descomposición de URSS y los regímenes comunistas de Europa del Este y la reunificación de Ale-
mania transformaron por el equilibrio geopolítico y geoeconómico de Europa. La respuesta comunitaria fue un impulso
integracionista cuyo instrumento jurídico fue el Tratado de la Unión Europea (TUE) de 1992.
La apuesta esencial de lo acordado en Maastricht fue superar el objetivo económico del proceso para adoptar una
vertiente netamente política. Aparecía oficialmente el término Unión Europea, aunque sin personalidad jurídica propia
y se establecía un esquema basado en tres pilares: El primero, supranacional, englobaba el conjunto de políticas e insti-
tuciones de la CE y lo relativo a las tres fases que debían conducir a la Unión Económica y Monetaria: cumplimiento
de criterios de convergencia de las grandes magnitudes macroeconómicas, un Banco Central Europeo encargado de la
política monetaria y la sustitución progresiva de monedas nacionales por el euro. 11 países (España, Portugal, Italia,
Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo, Francia, Alemania, Austria, Irlanda y Finlandia) alcanzaron este objetivo, Grecia
fue en principio rechazada para ser reincorporada en 2001. RU y Suecia quedaron fuera por decisión propia, y Dinamarca
por la negativa de sus ciudadanos a ratificar el paso a la moneda única.
Los dos pilares restantes siguieron anclados en el ámbito de la intergubernamentalidad, por lo que el avance inte-
gracionista fue limitado. La Política Exterior y de Seguridad Común solo articulaba algunos mecanismos que permitían
a los miembros establecer determinadas acciones y fijar posiciones comunes. El pilar relativo a Asuntos de Justicia e
Interior (AJI) era más novedoso, aunque ya en 1990 se había creado el espacio Schengen.
El Tratado de la Unión Europea introdujo otros 2 conceptos importantes. Uno, el de ciudadanía europea, extendía a
los ciudadanos europeos residentes en otro país de la Unión el derecho de voto en elecciones locales y europeas. El
segundo era el de subsidiariedad y se refería a la distribución de competencias entre UE y los Estados. Finalmente el
TUE reforzó los mecanismos de cohesión regional creando un Fondo de Cohesión que debía proporcionar ayuda finan-
ciera a los países con un PIB inferior al 90% de la media comunitaria. Los cuatro países receptores del nuevo fondo
fueron España, Irlanda, Portugal y Grecia. En lo que no se avanzó nada fue en materia social, aspecto que quedó relegado
a un simple anexo final sin fuerza jurídica vinculante.

93
A pesar de los avances y del optimismo oficial, el Tratado de Maastricht encontró fuertes reticencias ciudadanas
para su ratificación. En Dinamarca obtuvo un resultado negativo y sólo la aceptación de una cláusula general de exclu-
sión relativa a la tercera fase de la Unión Económica y Monetaria y a los asuntos de defensa permitió su aprobación tras
un segundo referéndum. El episodio demostró las carencias por las que pasaba el proceso. En primer lugar, la pugna
entre las urgencias coyunturales por atraer nuevos miembros y las necesidades estructurales de una profundización en
la integración para un marco institucional eficiente que permitiese racionalizar los procedimientos formales y los ins-
trumentos de toma de decisiones. En segundo, la imposibilidad para ofrecer a los ciudadanos un esquema atractivo,
comprensible, transparente y participativo. El resultado fue una incoherente sucesión de tratados y proyectos que lejos
de ofrecer estabilidad sumió a la Unión en una evidente crisis de identidad, eficacia y estabilidad.
A pesar de sus problemas, la UE resultó crucial durante los años 80 y 90 para el progreso de sus miembros menos
desarrollados: Irlanda, España, Portugal, y en menor medida, Grecia. El caso más sobresaliente es el de los países ibé-
ricos, que supieron combinar de forma satisfactoria los recursos de la UE con unas acertadas políticas de ajuste y mo-
dernización que permitieron a ambos dar un salto en su desarrollo.
En Portugal, el gran protagonista político fue desde 1985 y hasta 1995 el conservador Aníbal Cavaco Silva. Tras
dos primeros años de mandato limitado dada su dependencia del Partido Renovador Democrático, en 1987 consiguió
para su partido la primera mayoría absoluta, que le permitió implementar un amplio programa de reformas liberalizado-
ras y privatizadoras cuyo fin fue acabar con la rémora de un Estado excesivamente paternalista, sobredimensionado e
ineficiente. Para ello afrontó una segunda reforma constitucional que acabara con ciertos vestigios revolucionarios y, en
especial, con ese desiderátum de construcción de una sociedad socialista que todavía pervivía y su sustitución por un
modelo de economía de libre mercado en un Estado social y de derecho homologable a cualquiera de Europa occidental.
El éxito de las políticas de Cavaco Silva le permitió una segunda mayoría absoluta en de 1991, pero la crisis de 1992-
93 rompió esa idea de crecimiento. En 1995 renunció a ser el candidato y un año después perdió las presidenciales frente
al socialista Jorge Sampaio. A pesar de sus contradicciones y limitaciones, Portugal experimentó un acelerado desarro-
lló.
Conclusión parecida se puede aplicar a España, aunque en este caso, el protagonista fue el líder socialista Felipe
González, también el primero en alcanzar en 1982 una mayoría absoluta. González asumió un difícil programa de ajuste
cuyas expresiones más duras fueron la reconversión industrial que tuvo que afrontar a pesar de ser consciente del coste
social que representaba para su liderazgo político, y los planes de flexibilización del mercado de trabajo, que le valieron
dos huelgas generales por los sindicatos. Igualmente tuvo que convencer a su partido y a los votantes socialistas de
ratificar la permanencia de España en la Alianza Atlántica. Los gobiernos de González fueron decisivos para la extensión
del Estado del Bienestar en España, especialmente en educación, sanidad y seguridad social. Su principal debilidad fue
la incapacidad para atajar la corrupción que empezaron a aflorar en una España en crecimiento. Pero el salto al desarrollo
experimentado por el país fue extraordinario a pesar de evidentes limitaciones y debilidades, especialmente la incapaci-
dad para afrontar con éxito el endémico desempleo. Ese salto cualitativo se reflejó en una nueva imagen internacional
que no sólo homologó al país con el resto de países desarrollados y democráticos de su entorno, sino que le permitió
ejercer una presencia y una influencia regional e internacional crecientes.
En definitiva, la europeización de los países peninsulares fue ampliamente exitosa, lo que permitió a ambos una
desconocida capacidad para abandonar posiciones periféricas y reubicarse dentro de una Europa en plena redefinición
geopolítica y geoeconómica.

94
Tema 13. Heterogeneidad, conflicto y ruptura: una mirada al Sur
1. Sur o Tercer Mundo, algo más que un problema conceptual
El concepto “Tercer Mundo” fue utilizado por primera vez en los 50 para el espacio político de los países que dentro
de la dinámica de la Guerra Fría no pertenecían ni al mundo capitalista ni al comunista, con la característica común de
subdesarrollo. A pesar de su popularidad y su gran fuerza expresiva este concepto era demasiado amplio e impreciso,
de ahí que al hilo del avance de nuevas teorías sobre el desarrollo perdiera protagonismo en favor de otro que expresaba
mejor la realidad de una bipolaridad más profunda y estructural que la que enfrentaba al Este con el Oeste: era el con-
flicto Norte/Sur.
La base teórica del concepto enlazaba con las teorías de la dependencia según las cuales el desarrollo capitalista no
era neutro sino que conformaba una realidad dual que se alimentaba recíprocamente: el capitalismo creaba un centro
desarrollado (Norte) que se alimentaba de una periferia subdesarrollada (Sur) a la que imponía condiciones de explota-
ción y dependencia que perpetuaban su pobreza. Por tanto, cabían dos soluciones: una radical pero inviable, que preten-
día la desconexión con ese Norte capitalista para conformar una vía de relación Sur-Sur igualitaria; otra, reformista, se
orientó a introducir cambios en la economía internacional para mejorar los ingresos de los países del Sur. Esta línea se
concretó en varios programas de estabilización de precios de determinados productos agrícolas y minerales que evitaran
las oscilaciones que se producían en los mercados mundiales de productos primarios, base esencial y en muchos casos
única de sus exportaciones. También se introdujeron instrumentos de reducción preferencial y unilateral de derechos
aduaneros.
El momento culminante de esta política reivindicativa fueron las resoluciones aprobadas por la Asamblea General
de las Naciones Unidas en diciembre de 1974 sobre un nuevo orden económico internacional más participativo y equi-
tativo. Los principios se resumían en 4 apartados: libertad de cada país para adoptar el sistema político, social, y econó-
mico que considerara y disponibilidad sobre sus recursos naturales, sus actividades económicas y sobre las actividades
que las empresas transnacionales realizaran en su territorio; transformación estructural de los intercambios comerciales
internacionales con la introducción de un tratamiento preferencial y no recíproco para los productos de exportación de
los países del Sur e instrumentos que les permitiera disfrutar de condiciones favorables para su acceso a la ciencia y a
la tecnología modernas, y seguridad en las transferencias financieras internacionales; aumento de las actividades de
asistencia al desarrollo no condicionadas por razones políticas o militares; y mejorar sus condiciones de participación
en las relaciones económicas internacionales aumentando su cuota de poder en los principales foros de la economía
mundial.
Para los países del Norte las condiciones existentes distaban de ser tan injustas. En su opinión las causas del subde-
sarrollo tenían origen interno, por lo que sólo aceptaron introducir algunas modificaciones parciales en las relaciones
comerciales internacionales y aumentar sus contribuciones de cooperación para el desarrollo.
El problema fue que el equilibro Norte/Sur era para los países avanzados secundario, pues aunque la crisis del crudo
les hizo conscientes de su vulnerabilidad relativa, sus preocupaciones se dirigían a gestionar las nuevas relaciones de
interdependencia en el mundo desarrollado.
La recuperación económica de los países europeos, el ascenso de Japón a potencia económica y la pérdida relativa
de peso de EEUU en la economía habían transformado los equilibrios de poder entre los países avanzados, al mismo
tiempo que estaban haciendo más complejas las relaciones internacionales ya que esas condiciones de interdependencia
habían creado problemas económicos, tecnológicos, sociales o ecológicos.
El problema básico fue la aparición de dos formas de encarar el futuro de la economía internacional. Para los países
avanzados la fórmula era progresar en la interdependencia y la integración de la economía internacional, mientras que
los del Sur partían de la idea de dependencia y su objetivo era transformar una estructura capitalista que consideraban
injusta. Para muchos países desarrollados esta insistencia en los factores externos tenía un único fin legitimador de los
regímenes dictatoriales y de partido único que habían aflorado en muchos países del Sur, por lo que no cabía posibilidad
de desarrollo sin una profunda transformación política en dirección a la democracia, lo que para el Sur era una demos-
tración de injerencia neocolonial.
En todo caso, el fracaso de sus propuestas demostró la fragilidad del Sur como actor internacional definido y su
incapacidad para mantener condiciones de presión suficientes para alcanzar objetivos comunes. La diversidad de cami-
nos y el diferente éxito de cada experiencia desarrollista demostró que no era cierto que el sistema económico interna-
cional imponía una dinámica de dependencia imposible de modificar. La dependencia no era inherente a un sistema
subdesarrollado, y la marginalidad el resultado de la forma en la que el sistema operaba. En conclusión, aunque el Sur

95
dejó de ser realidad tangible, continuó siendo un concepto de contenido simbólico y fuerza en la conformación ideoló-
gica desde la que millones de personas comprendían el mundo.
2. El cambio de modelo de desarrollo de América Latina
América Latina esquivado la crisis de 1973 manteniendo hasta finales de década un crecimiento basado en el modelo
de sustitución de importaciones implantado 30 años antes. Pero ese crecimiento era frágil ya que se mantenía por la
financiación externa, es decir, gracias a la deuda. El aumento del precio del petróleo había inundado de petrodólares la
banca internacional, por lo que las posibilidades de crédito parecieron ilimitadas.
Todo cambió cuando la Administración Reagan elevó los tipos de interés para captar financiación internacional. De
forma súbita, la deuda alcanzó proporciones extraordinarias, lo que llevó a la mayoría de economías latinoamericanas
al borde de la bancarrota. La crisis de la deuda puso de manifiesto las carencias del modelo de desarrollo y las contra-
dicciones de un subcontinente con rasgos estructurales propios del subdesarrollo.
El desarrollo entre los 50 y 70 fue un desarrollo parcial que apenas tuvo efecto redistributivo. Transformó el dimi-
nuto núcleo de la élite dirigente tradicional, pero fracasó a la hora de crear sociedades estables de amplias clases medias
y étnicamente inclusivas. El desarrollo fue capitalizado por población blanca y mestiza, negros y mulatos siguieron
como grueso de población pobre mientras que los indios no dejaron de ser población excluida. De hecho, el mapa del
desarrollo coincidía básicamente con la estructura racial de la población.
A pesar de todo, ese desarrollo fue suficiente para generar procesos sociales de cambio que al no encontrar salidas
adecuadas acabaron añadiéndose al cúmulo de problemas sociales. Las migraciones del campo a la ciudad no alimenta-
ron con mano de obra el desarrollo de industria y servicios, más bien crearon un mundo rural abandonado y depauperado
y la de unos conglomerados urbanos con masas de marginados, que originaron delincuencia y violencia individual y
organizada. El aumento demográfico contribuyó a aumentar los desequilibrios ya que crearon sociedades muy jóvenes
incapaces de encontrar salidas laborales suficientes.
El crecimiento económico había sido significativo pero ni había reducido de forma importante la población que
vivía en la pobreza ni había mejorado la redistribución de la renta, por lo que las apuestas ideológicas de signo revolu-
cionario siguieron encontrando fuerte predicamento.
La antítesis reacción/revolución dio lugar a inestabilidad política y a golpes de Estado que asentaron la tradicional
disposición de los militares a intervenir. Pero mientras que en los 50 y 60 había basculado ideológicamente entre derecha
e izquierda, lo característico de los 70 fueron regímenes autoritarios duros cuyo objetivo fue acabar con las corrientes
revolucionarias. Todos los golpes de Estado de militares siguieron este esquema: Bolivia (1971), Chile y Uruguay
(1973), Perú (1975), Argentina y Ecuador (1976), a los que habría que sumar la continuidad de la dictadura brasileña
tras el golpe de 1964 y la de Stroessner en Paraguay. Todos ensayaron un desarrollismo autoritario de éxito desigual,
pues mientras en Brasil y sobre todo Chile los resultados fueron apreciables, en el resto no lo fueron en absoluto, desta-
cando Argentina.
El endurecimiento de los regímenes políticos se propagó a todos los países. La revolución institucionalizada mexi-
cana se hizo más dura e ineficaz, escondiendo esa ineficacia con un frenético endeudamiento externo que amenazó la
estabilidad financiera del país. O en Cuba el régimen castrista se convirtió en dictadura.
A finales de los 70 el modelo de desarrollo por sustitución de importación entró en crisis, lo que obligó a las econo-
mías latinoamericanas a introducir fuertes medidas de ajuste y una nueva orientación estratégica.
La recesión fue en gran medida consecuencia de la deuda externa de la mayoría de países. A principios de los 80
Brasil alcanzó una deuda de 65.000 millones de dólares, México más de 55.000, Argentina de 24.000 y Venezuela
15.000. Esto obligó a restringir importaciones y a orientar las economías hacia el exterior para obtener recursos para
acometer las cargas financieras de la deuda, mientras que los déficits obligaron a devaluaciones de moneda que agrava-
ron la inflación y empobrecieron más a la población. También se establecieron programas de reducción de déficits
públicos, que llevaron amplias privatizaciones de empresas públicas con resultados desiguales, ya que si por un lado
ayudaron a consolidar presupuestos más equilibrados, por otro estimularon la corrupción.
En definitiva, el ajuste y el cambio de modelo de desarrollo de los 80 tuvieron una negativa repercusión social a
corto plazo, aunque a medio y largo resultaron imprescindibles para una mínima estabilidad económica. Pero lo más
importante es que ayudaron a transformar la cultura política y económica. Esto permitió un importante proceso de tran-
sición política que a lo largo de los años 80 reinstauró la democracia.
Las transiciones contaron con apoyo de EEUU, que 20 años antes había favorecido soluciones autoritarias basándose
en la doctrina de seguridad nacional, según la cual había que apoyar regímenes barrera frente a una expansión comunista
96
que, desde su perspectiva, ya había establecido el castrismo como punta de lanza de penetración en el continente. La
zona que más sufrió esta evolución fue Centroamérica.
La justificación se inscribió en la Guerra Fría, pues para la Administración Reagan el sandinismo era un instrumento
del comunismo soviético para llegar a las puertas de Norteamérica. Otras visiones, como la de Felipe González, insis-
tieron en que el conflicto centroamericano tenía un fundamento social basado en la insostenible pobreza y explotación
de millones de personas. EE.UU. tampoco renunció a seguir interviniendo directamente en América Latina, aunque las
operaciones fueron limitadas: Granada (1983) y Panamá (1989).
Los cárteles del narcotráfico en Colombia y su relación con las guerrillas revolucionarias surgidas en los 60, en
especial FARC, lo sumieron en estado de guerra civil latente. En los 80 la violencia alcanzó extraordinarias cotas, al
tiempo que la capacidad económica de las mafias de la droga les permitió penetrar en ámbitos de la vida pública, creando
un sistema de corrupción que amenazó la viabilidad del Estado colombiano.
La crisis sirvió de estímulo para las propuestas de integración regional. Pero fue un proceso complejo, lleno de
proyectos de alcance limitado. Las rivalidades nacionales y la incapacidad de los dirigentes para definir un proyecto
coherente restaron posibilidades de éxito a las fórmulas integracionistas ensayadas.
3. El Asia dual: del dinamismo de los “dragones” a las persistentes masas de miseria
A lo largo del XX la historia de Asia estuvo marcada por cuatro factores: expansión del comunismo, pobreza en
amplias zonas, extensión del autoritarismo político y fuerza expansiva del modelo de desarrollo capitalista japonés, que
dio lugar durante los 70 y 80 a un desarrollo regional que situó a muchos países del área en el ámbito del mundo
desarrollado. La influencia del capitalismo nipón hizo que mucho de los regímenes de la zona tendieran a sustituir la
rigidez ideológica por un pragmatismo orientado a un capitalismo de Estado que, sin renunciar al autoritarismo político,
permitiera mejorar la situación económica. La excepción fue Corea del Norte, donde la dictadura de Kim Il Sung lo
mantuvo en condiciones de aislamiento y pobreza extremas.
El ejemplo de esta evolución fue China. Los 70 tuvieron dos factores esenciales: el recuerdo amargo de la Revolu-
ción Cultural emprendida en los 60 y cuyo resultado fue un fracaso; la muerte de Mao ZeDong y el declive del maoísmo
como doctrina política, en septiembre de 1976, que originó una dura lucha por el poder entre el grupo de los Cuatro y
los sectores más pragmáticos que querían una estructura política fuerte pero flexible que permitiera emprender una
modernización económica. Tras la muerte de Mao, el poder pasó a Hua Guofeng, gris dirigente del partido sin apoyos
por lo que fue incapaz de frenar el ascenso de Den Xiaoping, líder de esa línea pragmática que triunfó y artífice del
cambio de rumbo a través de las cuatro modernizaciones: económica, agrícola, científica y tecnológica y la de la defensa
nacional.
Tres principales reformas: sustitución de los programas de industrialización basados en el desarrollo de industria
pesada y grandes infraestructuras por planes de estímulo de la pequeña industria de bienes de consumo; permitir que los
excedentes de producción agrícola pudieran ser comercializados por los campesinos directamente; introducir el principio
de autonomía en la gestión de las empresas públicas, que después de pagar una cuota al Estado podían reinvertir sus
beneficios en su desarrollo. En definitiva, la reforma se encaminó a introducir mecanismos de mercado y de propiedad
privada en la gestión económica, limitando la intervención centralizada del Estado.
Las reformas estimularon el crecimiento, mejoraron el sistema de rentas campesinas y permitieron aumentar el nivel
de vida. Para asegurar el crecimiento las autoridades asumieron una política antinatalista basada en la política del hijo
único, que limitó la descendencia a un solo hijo salvo para las minorías étnicas, para quienes no existía limitación o en
el mundo rural que permitía un segundo si el primero era niña.
La liberalización de la economía y la apertura al exterior se completaron con un proceso de restauración nacional
basado en la devolución de enclaves que todavía continuaban sometidos a dominación colonial. En diciembre de 1984
China llegó a un acuerdo con GB para la restitución de Hong Kong en 1997 con el compromiso de mantenimiento del
sistema político, económico y social. Meses después, con Portugal, para Macao en 1999. La fórmula de devolución dio
origen al lema “un país, dos sistemas”, que hacía referencia a la posibilidad de compaginar estructura política comunista
con estructura económica capitalista y de respeto de las libertades individuales, que a nadie escapaba tenía como final
convencer a Taiwán de su reingreso.
El desarrollo y la liberalización política aparecen sectores de oposición democrática especialmente entre estudiantes,
que protagonizaron en 1989 una manifestación a favor de la democracia y los DDHH en Beijing, en la plaza de Tian-
nanmen, reprimida por el ejército. El número real de muertos es una incógnita. Políticamente, la matanza de Tiannanmen
produjo un reflujo conservador en el núcleo de poder del partido comunista que obligó a Den Xiaoping a asumir perso-
nalmente la defensa de la política de reforma económica que se había visto amenazada por la revuelta. El partido
97
comunista frenó las demandas democratizadoras pero a costa del desprestigio internacional, sólo matizado por los in-
tereses de su condición de enorme mercado potencial.
Proceso parecido aunque más tardío y de menor intensidad fue Vietnam. Tras el triunfo de Ho Chi Minh en 1975 el
país sufrió un integrismo ideológico que le llevó a intervenir en 1978 en Camboya contra el gobierno de Pol Pot y los
pro-chinos jemeres rojos. La intervención vietnamita se prolongó hasta 1989, momento en el que el fin del apoyo so-
viético aconsejó retirarse e iniciar un lento proceso de normalización culminado en 1993 con la restauración de la mo-
narquía.
La salida de Camboya puso fin a 43 años de guerra, y con la paz llegó el pragmatismo. El gobierno de Hanói
emprendió una lenta vía de apertura y liberalización económica que desde finales de los 90 propició cierto crecimiento
económico, aunque siempre relativo dada la situación de partida de completa destrucción del país. Con todo, la evolución
de Vietnam fue seguida por Camboya.
Indochina resulta llamativo en términos históricos. Francia mantuvo una brutal guerra colonial cuyo único resultado
real fue crear una respuesta nacionalista que obligó al país europeo a retirarse. EEUU se empantanó en una guerra para
impedir la extensión del comunismo, y el resultado del conflicto fue la aparición de regímenes comunistas en todos los
Estados de la zona. Dictaduras represivas que intentaron un primitivo colectivismo agrario que originó hambrunas con
millones de muertes.
Los procesos de apertura económica emprendidos por varios países asiáticos se vieron influidos por la fuerza cen-
trífuga e integradora que desde los 70 tuvo el capitalismo japonés, motor de desarrollo regional que permitió la eclosión
de los dragones asiáticos y la conformación de un modelo de desarrollo peculiar y exitoso que incluyó a países como
Singapur, Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur, Malasia, Tailandia e Indonesia.
La crisis de 1973 demostró la dependencia energética japonesa, lo que repercutió en una contracción de los altísimos
niveles de crecimiento económicos de los 60, que habían superado el 10% anual. Con todo, en los siguientes años el
PIB continuó creciendo a una media del 3,6% lo que permitió convertirse en la tercera economía del mundo por detrás
de EEUU y URSS. El milagro japonés se basó en un modelo de producción de alta tecnología y alto valor añadido
orientado a la exportación, lo que le permitió acumular grandes superávits comerciales que convirtieron a Japón en un
potente inversor internacional.
Esta capacidad expansiva del capitalismo japonés le permitió actuar durante los 70 y 80 como locomotora de creci-
miento de la región Asia-Pacífico y como emulación para varios países. Los aspectos de este modelo: gran capacidad
de ahorro y fácil conversión de ese ahorro en inversión productiva; una mano de obra especializada y cualificada, lo que
indicaba la mejoría de los índices educativos que permitió gran productividad sin exagerados costes laborales, lo que
unido a una eficiente organización del trabajo generó economías muy competitivas; estructura financiero-empresarial
interrelacionada e interdependiente, capaz de mantener elevados niveles de liquidez y solvencia empresariales a través
de la articulación de enormes conglomerados oligopólicos; incremento constante y rápido de la renta per cápita, que
indica una aceptable socialización del crecimiento y la extensión de los mercados interiores que pasaron a consumir un
porcentaje importante de su producción; fuerte inversión en investigación, desarrollo e innovación, que permitió un
desarrollo tecnológico sin precedentes que aplicado a la industria fue un instrumento de competitividad esencial para
garantizar la fácil introducción de las producciones asiáticas en los mercados mundiales; enorme incremento de los
intercambios regionales que a inicios de los 90 se habían duplicado con respecto a 20 años antes, representando un 7,6%
del comercio mundial, nivel parecido al que representaba el comercio entre EEUU y Europa occidental; un sistema de
economía libre de mercado pero con presencia fuerte del Estado que asumió el papel de agente dinamizador de la eco-
nomía y de intermediario entre los sectores económicos nacionales. Lo negativo de este intervencionismo fue la confu-
sión entre lo público y lo privado que introdujo opacidad en el sistema político.
Estos componentes permitieron a estos países obtener altos niveles de crecimiento, que hizo que varios de ellos
alcanzaran y aún superaran a muchos países considerados avanzados. El modelo de los dragones asiáticos se basó en un
Estado eficiente en términos económicos, pero no siempre democrático en políticos. Asumieron esa forma Japón y Hong
Kong, mientras que en otros casos la democracia se alternó con fases autoritarias para conformar modelos políticos más
autoritarios que democráticos como Corea del Sur.
Frente al dinamismo de los dragones asiáticos, Asia meridional continuó con bajos índices de desarrollo y altos
índices de inestabilidad política. El país que más personas identificarían con el pacifismo, India, ha vivido casi en guerra
permanente durante los 30 años tras su independencia: guerras indo-pakistaníes de 1948-1949 y 1965-1966, guerra
contra China en 1962, y nuevamente con Pakistán en 1971-72. El resultado de este último, militarmente favorable al
ejército indio, fue una fragmentación territorial con el surgimiento de Bangladesh, paupérrimo Estado de más de 75
millones de personas. Los conflictos fronterizos en Cachemira obligaron tanto a India como a Pakistán a un exorbitado
98
gasto militar, dando lugar a la aparente paradoja de que dos Estados nuclearizados presentaban tasas de pobreza extra-
ordinariamente altas.
Los problemas territoriales expresaban la complejidad social y religiosa de la India. El hinduismo, aunque mayori-
tario, seguía conviviendo con otras religiones importantes: musulmanes, cristianos, sijs y budistas. Pero lo esencial es
que muchas de estas minorías se concentraban territorialmente, articulando respuestas independentistas al centralismo
hindú que derivaron en manifestaciones terroristas: Indira Gandhi fue asesinada por terroristas sijs en 1984 al que su
hijo Rajiv Gandhi en 1991, esta vez a manos de tamiles. La heterogeneidad religiosa ponía en riesgo la integridad
territorial y la primacía del hinduismo y del sistema de castas en el que se asienta, ponía en riesgo la cohesión social y
los principios democráticos.
La India política estuvo décadas capitalizada por los sucesores de Nerhu, la familia Gandhi, que orientaron hacia un
socialismo con pretensiones de originalidad que combinó un papel activo en el foro de los países no alineados con una
fuerte dependencia política y económica respecto de URSS. El resultado fue mediocre, lo que llevó en 1991 a buscar
una liberalización de la economía e integración en la economía internacional que estimuló el crecimiento, aunque a
principios de los 90 seguía siendo el país con más pobres.
Pakistán y Birmania son ejemplo de regímenes militares de orientación dispar pero resultados similares. Pakistán
vivió tras su independencia una inestabilidad interna que convirtió al Ejército en el principal actor político. El autorita-
rismo militar favoreció una inserción internacional cercana a EEUU. En 1971 Pakistán afrontó la independencia de su
parte oriental, Bangladesh, tras la guerra civil en la que los bengalíes recibieron ayuda india. El nuevo país se convirtió
en ejemplo de la extrema pobreza asiática, fruto de una inestabilidad política permanente. En Birmania se estableció
una dictadura militar socialista que nacionalizó la economía, lo que extendió más unos niveles de pobreza ya insosteni-
bles. En 1989 cambió su nombre por Myanmar dentro de un proceso de apertura política que pareció anunciar cierta
evolución democrática. Sri Lanka se vióp paralizado por la guerra civil que enfrentó a la minoría tamil de origen indio
con la población cingalesa de adscripción budista. La inestabilidad social impidió cualquier mínima posibilidad de desa-
rrollo.
4. Oriente Próximo y el mundo árabe
La evolución de esta zona estuvo marcada en los 70 y 80 por dos procesos: la imposible acomodación del Estado de
Israel en Palestina y la extensión de un islamismo cada vez más radicalizado y que tendió a crear fuertes perturbaciones
internas en la mayoría de Estados de la región.
La cuarta guerra árabe-israelí de octubre de 1973 tuvo tres consecuencias: la descomposición del frente árabe con
la progresiva desvinculación de Egipto, que acabó reconociendo a Israel y legitimando un Estado judío en Palestina; el
aumento del protagonismo de EEUU en la región; la extensión del conflicto al Líbano.
En Líbano existía un frágil equilibrio de poder entre la población cristiana y la musulmana que primaba a los pri-
meros, pues con los años el aumento de población musulmana había hecho que los cristianos pasaran a 1/3 de población.
La ruptura definitiva se produjo en 1975 cuando llegaron unos 300.000 refugiados palestinos que se sumaron a las
milicias musulmanas. En 1976 su triunfo parecía inminente, pero una sorpresiva intervención de Siria al lado de las
facciones cristianas evitó su hundimiento. La posición de Siria se explica por su deseo de evitar un Líbano “palestini-
zado”. Un año después Siria rectificó y por presión de Libia, Argelia, Irak y Yemen del Sur, volvió al apoyo a los
ejércitos musulmanes y palestinos. La nueva política siria orientó a Israel hacia el lado cristiano, propiciando su parti-
cipación en la guerra después de sufrir un duro atentado terrorista en su capital. La internacionalización del conflicto
llevó al Consejo de Seguridad de ONU a aprobar una misión de interposición que dividió el país: la zona norte controlada
por Siria y la sur en manos cristianas.
En 1982 el conflicto se reprodujo. Israel respondió a los ataques que se lanzaban desde los campos de refugiados
palestinos con una ofensiva que le llevó a Beirut oeste y expulsar a miles de palestinos. La ofensiva fue aprovechada
por falanges cristianas para penetrar en los campos de refugiados de Sabra y Chatila donde ocasionaron cientos de
víctimas. La ocupación del sector oeste de la capital libanesa obligó a la OLP a instalarse en Túnez. En 1983 se llegó a
un principio de acuerdo. En 1990, falanges cristianas y tropas sirias volvieron a entrar en combate hasta que un año
después se firmó un tratado de paz con el régimen de Damasco.
El alejamiento de la OLP de Yasser Arafat de Palestina cambió su estrategia de lucha. En 1987 esta nueva táctica se
puso de manifiesto cuando jóvenes palestinos de las franjas ocupadas de Gaza y Cisjordania atacaron con piedras al
ejército israelí. La Intifada apareció en un escenario que parecía de imposible solución.
La extensión de un islamismo más radicalizado tuvo como factor esencial la revolución iraní de 1979 que acabó con
el régimen pro-americano del Sha Reza Pahlevi. Desde principios de los 70 la contestación social al gobierno del Sha
99
había aumentado. La concentración de riqueza en manos de pocos, la pobreza y un régimen despótico y corrupto propi-
ciaron una idea de regeneración asociada a un sistema de gobierno “justo” basado en el Corán y en la sharia, la ley
coránica. Las corrientes chiíes acabaron imponiéndose dentro de una oposición heterogénea en la que convivían con
revolucionarios de izquierda e intelectuales occidentalizados. El 16 de enero de 1979 el Sha huyó de Teherán y en
febrero Jomeini llegó a la capital para liderar dos meses después la proclamación oficial de la República Islámica de
Irán.
La Revolución iraní rompió los frágiles equilibrios en la zona especialmente por su carácter de modelo a seguir para
las corrientes islamistas afroasiáticas, por su oposición a la existencia de Israel y por su hostilidad a EEUU, que asistió
a un declive de su influencia en la zona. Sin embargo, los inicios fueron difíciles pues un año después entró en guerra
contra Irak. La guerra, hasta 1988 sin un vencedor claro, tuvo un efecto legitimador de ambos regímenes. En Irán afianzó
el gobierno religioso de los ayatolás, ahogando una incipiente contestación social, al tiempo que sirvió para acelerar la
islamización y acabar con la oposición laica; en Irak asentó a Sadam Hussein y ocultó la represión ejercida especialmente
contra la minoría kurda del norte.
El nuevo Irán se convirtió en un factor indirecto de perturbación para las monarquías medievales del Golfo, que
vieron como crecieron las demandas de islamización radical y de ruptura con los aliados occidentales. Idéntico creci-
miento del islamismo experimentó Turquía, donde el ejército acabó como principal baluarte de la herencia laicista y
modernizadora de Kemal Ataturk. El islamismo acabó alimentando con toda intensidad el nacionalismo afgano opuesto
a la invasión de las tropas soviéticas iniciada en 1979.
Las demandas del islamismo radical se propagaron por el Magreb, especialmente en Argelia, sumiéndolo en una
situación de práctica guerra civil. A inicios de los 70 el régimen de Huari Bumedian evolucionaba hacia un sistema de
partido único y nacionalización de la economía al estilo soviético. De hecho, a pesar de su actividad dentro de la Orga-
nización de Países no Alineados, se convirtió en una base soviética y en punto de acogida de movimientos revoluciona-
rios y de apoyo de los movimientos de liberación nacional marxistas del continente. La muerde de Bumedian en 1978
cambió la situación por la asfixia económica que las medidas de nacionalización habían causado y que los recursos del
petróleo y el gas natural no podían equilibrar. La pésima situación económica originó fuertes protestas sociales capita-
lizadas por los sectores islamistas radicalizados, cada vez más proclives a actuar mediante la violencia terrorista.
La caída del bloque soviético rompió los mecanismos de inserción internacional del país, lo que incidió en una
disgregación acentuada de las estructuras de poder. El pujante islamismo aglutinado en torno al Frente Islámico de
Salvación (FIS), legalizado en 1989, consiguió ganar al año siguiente las elecciones municipales y en 1991 la primera
vuelta de las legislativas, planteando una contradicción irresoluble: el aprovechamiento de los cauces democráticos por
un partido cuyo programa se basaba en la destrucción de esa democracia. El problema encontró salida militar. En 1992
un golpe de Estado ilegalizó al FIS, que se transformó en los Grupos Islámicos Armados (GIA) que llevaron a una a
espiral de violencia terrorista y represión gubernamental.
Marruecos, Libia y Túnez vivieron situaciones de mayor estabilidad, dada la fortaleza de sus gobiernos. En Marrue-
cos la monarquía de Hasan II combinó elementos de apertura con criterios represivos que dieron al régimen un carácter
autoritario, arbitrario y con corrupción. Los problemas sociales fueron ocultados bajo el irredentismo nacionalista sobre
el Sáhara o Ceuta y Melilla, que el régimen usó como válvula de descompresión de los graves problemas internos.
En Libia, en 1969 un golpe de Estado había llevado al poder al coronel Gadafi que estableció una dictadura perso-
nalista que recordaba al nasserismo por sus objetivos nacionalistas y socialistas. Sus posiciones anti-occidentales y sus
pretensiones de liderazgo panárabe le llevaron a un activo papel internacional, primero como impulsor de nuevas enti-
dades territoriales de carácter federativo de imposible viabilidad (uniones con Egipto y Sudán en 1969, con Egipto y
Siria en 1971, con Túnez en 1974, en 1981 con Siria y en 1984 con Marruecos); segundo, como actor militar con su
intervención en Chad entre 1983 y 1988; y como agente impulsor de acciones terroristas como las llevadas a cabo en
1989 contra 2 aviones comerciales occidentales.
Por su parte, la dictadura de Habibi Burguiba en Túnez creó un sistema político personalista, pro-occidental y con
una legislación inusual en un país musulmán al apartarse de la tradición islámica. La estabilidad política creó una eco-
nomía relativamente exitosa basada en el turismo, una agricultura moderna y exportación de fosfatos, aunque comenzó
su agotamiento desde 1983. La crisis animó manifestaciones de carácter islamista, lo que llevó a la caída de Burguiba y
su sustitución en 1987 por Ben Alí. El nuevo presidente optó por una política de dureza hacia el islamismo radical,
negándose a legalizarlos.
El Magreb no fue inmune a la fuerza expansiva del islamismo radicalizado, aunque la fortaleza de sus regímenes de
poder personal consiguió establecer una fuerte barrera a su capacidad de penetración. Sin embargo, no dejó de suponer

100
un factor de inestabilidad política que se sumó a los factores económicos y sociales basados en las enormes desigualda-
des existentes, para crear una situación de acentuada fragilidad en la zona.
5. África subsahariana: ¿un futuro imposible?
África subsahariana es el estereotipo clásico y desalentador del Sur pobre, hasta constituir un subcontinente excluido,
que no dejó de acentuarse en los 70 y 80. El África subsahariana era la región de las carencias absolutas, donde la línea
entre vida y muerte se volvió prácticamente invisible para millones de personas.
Las explicaciones para esta situación han basculado entre dos. Para unos, la pobreza estructural era el fruto de la
situación de explotación y dependencia que originó el colonialismo europeo agravado por la inserción involuntaria del
continente en la dinámica de la Guerra Fría. Para otros, residió en el fracaso del Estado poscolonial y la incapacidad de
los dirigentes africanos para establecer estructuras políticas viables. Esta teoría alcanzó relieve con el concepto de “Es-
tados fallidos”, que aludía a la quiebra de cualquier acuerdo institucional básico que permitiera un consenso social
mínimo que garantizara condiciones de gobernabilidad suficientes. Durante los 70 y 80 se pueden destacar cuatro fac-
tores de conflicto esenciales: el neocolonialismo; la dinámica bipolarizada de la Guerra Fría; el fracaso del Estado pos-
colonial; y la política racista y de apartheid.
Los factores neocolonialistas fueron especialmente visibles en África central, asociados sobre todo a la política
francesa, tendente a estimular los conflictos para obtener posiciones de ventaja en la explotación de recursos naturales.
En Chad, que alcanzó la independencia en 1960 con apoyo francés a las facciones animista y cristianas de Français
Tombalbaye frente a la mayoría musulmana, París estuvo detrás de la deriva autoritaria del nuevo presidente y de la
formación de una dictadura de partido único que desembocó desde 1964 en guerra contra la oposición musulmana,
favorable a un régimen marxista, con apoyo libio y de Sudán. En 1969 Francia intervino, pero la llegada de Gadafi
redobló la injerencia libia. En 1973 Libia ocupó el norte provocando una reacción nacionalista que llevó al presidente a
una política de integración y consolidación nacional. Esta estrategia tuvo como consecuencia la marginación de la mi-
noría cristiana que apoyada por Francia acabó en 1975 protagonizando un golpe de Estado que instauró una dictadura
militar orientada contra los musulmanes. Desde entonces Chad vivió una cruenta guerra civil sostenida por Libia y
Francia. En 1989 se consiguió un acuerdo de paz con Libia. La firma de acuerdos fueron evaluados por Francia como
contrarios a sus intereses básicos, por lo que decidió retirar su apoyo al presidente Habré y favorecer en 1990 otro golpe
de Estado que situó a Idriss Déby al frente. Este gobierno, vinculado estrechamente a París, inició un proceso de pacifi-
cación envuelto en enormes dificultades ya que la guerra había situado al país en la más absoluta miseria.
La Guerra Fría hipertrofió las condiciones de conflicto del continente, aunque su principal manifestación se dio en
las independencias de las colonias portuguesas de Angola, Mozambique y Guinea. El carácter revolucionario de la
transición portuguesa se trasladó a las colonias, lo que dio lugar a un proceso de independencia capitalizado por los
movimientos de liberación nacional de filiación marxista. Todos evolucionaron hacia dictaduras de partido único con
problemas de legitimación. La dependencia de estos respecto de Moscú y subsidiariamente de La Habana incrementó el
temor occidental al expansionismo soviético, lo que favoreció el apoyo a las facciones contra los regímenes. En Angola
el gobierno marxista-leninista del MPLA tuvo que hacer frete a la resistencia armada del FNLA y de la UNITA, soste-
nidas por EEUU, Zaire, Rhodesia y Sudáfrica y desde 1894 también los intentos secesionistas de la región de Cabinda.
La guerra no remitió hasta finales de los 80, cuando las tropas cubanas abandonaron el país. Los acuerdos de paz con-
templaron el abandono oficial del marxismo-leninismo y la celebración de elecciones multipartidistas que ganó el
MPLA.
En Mozambique el FRELIMO instauró una dictadura dependiente de URSS con la firma de un tratado de amistad y
cooperación en 1977. Desde 1980 se generalizó el enfrentamiento entre el FRELIMO y la guerrilla del RENAMO apo-
yada por Sudáfrica. La guerra destrozó el país, obligando a ambas a un acuerdo que permitiese encontrar una salida a la
situación de pobreza y hambre. En 1984 se consiguió un acuerdo con Sudáfrica, en 1989 se abandonó el marxismo-
leninismo como ideología oficial y tres años más tarde se firmaron los acuerdos de paz entre el FELIMO y la RENAMO.
Las explicaciones que priorizan los aspectos internos de conflicto conectan con el fin de los sueños mantenidos en
los 60 de la africanidad o la negritud que debían llevar al desarrollo y que hicieron del socialismo la base de sus proyectos
ideológicos. Pero el argumento ideológico es insuficiente para explicar esa quiebra del Estado postcolonial, pues las
experiencias desarrollistas de tinte occidentalizante tampoco alcanzaron un éxito significativo. Así lo demostraron Costa
de Marfil y Kenia, donde una orientación pro-occidental no fue óbice para regímenes autoritarios presidencialistas en
los que la concentración de riqueza creó inestabilidad.
El concepto negritud mantenido por el senegalés Sénghor aludía a una forma de ser que debía ser interpretada por
una élite dirigente que mediante el control del Estado llevara a los países a su desarrollo. Esta vía africana se plasmó
desde 1962 en un sistema de partido único y socialización de la economía que resultó un fracaso, lo que obligó a un
101
lento proceso de liberalización política y económica. En 1976 el partido único adoptó nombre de partido socialista
abandonando ese ideal casi autárquico de desarrollo autocentrado mantenido por el dictador. En 1981 Sénghor abandonó
el poder y en 1982 el país se enzarzó e guerra con Gambia.
Las mismas contradicciones las encontramos en las formulaciones de las vías africanas al socialismo del guineano
Sékou Touré, de Mobido Keita en Malí, de Julius Nyerere en Tanzania o del coronel Kérékou en Benín. En principio,
la pretensión era tomar como modelos de desarrollo a los países del Este europeo haciendo del Estado un agente activo
de desarrollo, pero el resultado real en todos los casos fue la creación de dictaduras socialistas de partido único y de
fuerte contenido represivo.
La imposibilidad de encontrar un modelo de desarrollo que asumiera las características culturales africanas pero que
no cayera en dictaduras, llenó al subcontinente de experiencias políticas fallidas, cuando no regímenes despóticos o de
apropiación basados en la corrupción. En Uganda un golpe de Estado militar permitió en 1971 la llegada del general Idi
Amín Dadá, con un régimen presidencialista de violencia represiva. Entró en una guerra civil contra varios grupos. En
1986 el Ejército Nacional de Resistencia de Mousavini alcanzó el poder gracias a la ayuda militar tanzana. En Zaire la
dictadura de Mobutu Sese Seko, desde 1965 hasta 1997, se estableció gracias al apoyo de Francia y EEUU. Mobutu
consiguió un poder personal absoluto y un sistema de apropiación de las riquezas mientras la población se sumía en la
miseria. La bajada de precios del cobalto y del cobre llevó al país a la bancarrota con niveles de inflación muy altos. El
resultado fue el hundimiento de la economía y la formación de grupos de lucha armada, entre ellos el Partido Revolu-
cionario del Pueblo de Kabila que fue ganado apoyos internacionales que le permitieron llegar al poder. En Etiopía la
caída del emperador Haile Selassie en 1974 abrió un régimen marxista-leninista de violencia liderado por Menghistu.
El régimen sobrevivía por su dependencia de Moscú y acabó desmoronándose cuando la URSS desapareció.
Nigeria, el más poblado de toda África y uno de los más ricos por su petróleo, es el ejemplo típico de país estructu-
ralmente corrupto. La subida del crudo incrementó las ganancias, pero esa riqueza tuvo un efecto negativo: enriqueció
a la pequeña elite dirigente y empobreció a la población al generar una espiral inflacionista. En 1975 un golpe de Estado
llevó al gobierno a sectores reformistas que abrieron un tímido proceso de reforma que acabó en 1983 con otro golpe de
Estado involucionista que prohibió la constitución y los partidos políticos. Tres años después otro golpe militar por
Ibrahim Babanguida proclamó otra constitución y convocó elecciones. Pero en 1993 los sectores militares volvieron al
poder, iniciando un régimen de fuerte represión.
Nigeria representa el conjunto de países sometidos a fuerte inestabilidad por el dominio de riquezas naturales y de
las dificultades de los dirigentes africanos para articular unas estructuras estatales que carecían de cualquier mínima
homogeneidad cultural o étnica y, en consecuencia, de una base social estable y suficiente.
El proceso de cambio más decisivo se produjo en Sudáfrica con la desaparición del apartheid, una de las situaciones
institucionales de violación de DDHH de la historia africana. En 1990 el gobierno de Friedrick de Klerk inició el des-
mantelamiento jurídico y político legitimado por un plebiscito entre la comunidad blanca. Excarceló a los principales
dirigentes negros, entre ellos Nelson Mandela, en prisión 28 años. En 1994 se celebraron las primeras elecciones que
dieron el triunfo a Nelson Mandela. El nombramiento de Klerk como vicepresidente y la elección de varios blancos para
el gobierno fueron señal de que la mayoría negra renunciaba a cualquier política que mirase al pasado. La ruptura del
apartheid también permitió la autodeterminación de Namibia, el último gran país africano en alcanzar su independencia.
A excepción de Sudáfrica, único país de desarrollo medio de la zona aunque con enormes diferencias sociales, los
países del África subsahariana fracasaron en encontrar un modelo viable de desarrollo humano.
6. El mundo a las puertas del siglo XXI
Algunas líneas básicas que después de casi dos décadas del fin de la Guerra Fría continúan abiertas:
La cuestión del orden internacional, pues el inicial unilateralismo de EEUU parece haber remitido mucho. Hay
difusión del poder y consolidación de los Estados emergentes cuyos índices de desarrollo hacen pensar en un cambio en
la estructura de poder internacional. El factor esencial es China como potencia económica.
Frente a esta dinámica de cambio, parte del mundo sigue en la miseria y el subdesarrollo o el exclusivismo cultural
y el integrismo religioso, sin soluciones solventes para abordar estos problemas.
Contradicción entre un mundo más homogeneizado e integrado y las mayores reivindicaciones de heterogeneidad.
Ello habla de la complejidad de un mundo cada vez más cambiante, más fluido y, en consecuencia, más inestable. Y, en
fin, una cuarta línea básica que alude a las contradicciones presentes en la mayoría de sociedades democráticas en torno
a las demandas de participación, seguridad y progreso y las dificultades cada vez más profundas de los líderes políticos
para establecer mecanismos o generar ideas que transmitan esa confianza a los ciudadanos. La crisis de las ideologías,
la crisis de la política y, especialmente, la crisis de la representación, con un creciente desvanecimiento de los liderazgos

102
políticos y sociales y una potente separación entre los ciudadanos y sus representantes, hacen necesario buscar nuevos
criterios de legitimidad.

Tema 14. Pensamiento y cultura en el siglo XX


1. La crisis finisecular
En sentido amplio, desde 1890 a comienzos de la IGM se extiende la Belle Époque. París se convirtió en el símbolo
la era. Se le dio el sobrenombre de “ciudad de la luz”. Fue la época dorada de la expansión colonial y de una fe sin
límites en el progreso y en los valores y principios que regían en las sociedades europeas.

El capitalismo necesitaba nuevas materias primas y mercados. A la vez había una modernización que suponía la
disolución de las comunidades rurales tradicionales y el aumento de las grandes ciudades. Pero esa necesidad de creci-
miento capitalista encerraba contradicciones y desigualdades sociales. Unido a un sentimiento de progreso indefinido y
de arrogancia nacionalista que llevaron a la IGM
Los cambios en las sociedades europeas fueron objeto de estudio la Sociología que entre 1890 y 1914 alcanzó su
madurez. La mayoría de científicos sociales analizaron las causas de lo que el novelista Maurice Barrés llamó des-
arraigo. Emile Durkein acuñó el término anomia para el desasosiego que se produce en las personas cuando pierden
sus referentes anteriores y no encuentran una autoridad social reconocible. Max Weber se convirtió, por su parte, en un
líder intelectual y político para los alemanes de su generación.
En estos años se gestó la idea de que la sociedad occidental estaba en crisis. Los siglos XVIII y XIX habían estado
presididos por la razón. Ahora se entraba en la “era de la sinrazón” y las tendencias irracionalistas empezaban a impreg-
nar el pensamiento. Los intelectuales se conformaron como grupo social definido en oposición a una sociedad burguesa
vulgarizada y masificada. Esa oposición se asentaba en la creencia de que el predominio de la razón del XIX, había
conducido a un pragmatismo materialista de la clase burguesa que rechazaban. Se iba a producir una disociación entre
intelectuales y los modos burgueses, a pesar de que la mayoría procedía de ella. Un exponente de ese espíritu fue Frie-
drich Nietzsche. Sus obras fueron un revulsivo para la Europa finisecular y sus ideas alimentaron ese nacionalismo
emergente. Para Nietzsche la excesiva racionalidad de épocas anteriores había llevado a un auge de lo materialista,
pragmático y escéptico en su entorno vacío y mediocre. Había que volver a un primitivismo basado en un heroísmo y
en la fuerza de la voluntad inconsciente. Sus ideas influyeron en la formación de los postulados del nacionalsocialismo,
pero él no fue nacionalista ni militarista. Tampoco racista ni antisemita. Despreciaba la vulgaridad, la mediocridad y lo
inauténtico. Filósofo de la fuerza vital, de la voluntad de poder, de la capacidad de acción del superhombre, sondeó el
mundo del inconsciente y se convirtió en precursor de Sigmund Freud y de Carl Gustav Jung.
También el filósofo francés Henri Bergson contribuyó al afianzamiento de ese irracionalismo característico de
la época. Para él la realidad sólo se podía captar mediante esa facultad intuitiva.
En el XIX la revolución industrial había puesto en evidencia la vinculación estrecha entre ciencia y técnica. El
científico, el técnico, el inventor trabajaban para dominar la naturaleza hacia un progreso material. En la última década
aparecieron inventos: telegrafía sin hilos, automóvil o nuevas fuentes de energía como petróleo o electricidad. Entre los
físicos y matemáticos destacan Albert Einstein, Max Planck o Marie Curie. Con ellos la Física se adentraba en el espacio
interior (de los electrones) y en el espacio intangible (de las radiaciones).
Otro de los grandes conformadores del pensamiento occidental, Freud, publicaba en 1901 La interpretación de los
sueños. Fue un científico que basó sus teorías en la experimentación clínica sistemática. Su importancia viene por el
estudio de la psique humana. Pero él no inventó la idea del inconsciente. Muchos escritores habían sondeado en las
profundidades del “alma” en busca de respuestas al comportamiento humano. Freud, desarrolló y sistematizó las ideas
acerca del inconsciente, dando origen al Psicoanálisis.
A principios de los 80 del XIX una generación de escritores rechazaban los postulados del Realismo naturalista.
Fueron los simbolistas y decadentes que se recrearon en una escritura preciosista y de una gran artificiosidad. El héroe
literario era la figura del dandy sofisticado y depravado, flor marchita de una civilización en crisis, del que Oscar Wilde
ofreció un buen ejemplo en su obra El retrato de Dorian Gray. De otro lado, la influencia de Freud se proyectó en el
Simbolismo que tuvo su mejor expresión en la poesía.
En abril de 1874 se celebraba en París la primera exposición de pintores impresionistas. La repulsa de la crítica fue
unánime. Ese rechazo provenía de lo que esa pintura tenía de nuevo desde los puntos de vista técnico, temático y com-
positivo. El impresionista quería pintar lo que veía, tal y como lo veía, pero lo que le diferenciaba de los realistas era el
103
tratamiento que daba a los temas y sobre todo la técnica, ya que el pintor pretendía recrear lo que sus ojos percibían en
un momento determinado, con luz y atmósfera precisas. Para ello pintaron “al natural” y trataron de captar la variedad
de un motivo en distintos momentos temporales.
El Fauvismo apareció como grupo en 1905. Fauves (fieras) se lo dio un crítico por el empleo del color en su forma
pura y directa, sin relación con lo que representaban. Destaca Henri Matisse. En cuanto al Expresionismo tiene un
precedente en la pintura postimpresionista de Van Gogh. También su origen se sitúa en 1905, en Alemania. El Expre-
sionismo no se limitó a un estilo pictórico sino que suponía una actitud ante la vida en la que la influencia de las ideas
freudianas era patente. Los escritores y los artistas expresionistas interiorizaban la realidad que de nuevo emergía como
expresión de la propia subjetividad anímica y existencial.
Otro pintor postimpresionista, Paul Cézanne, suele considerarse como el precursor del Cubismo que tuvo una pri-
mera expresión en 1907, en la obra de Pablo Picasso Las señoritas de la calle de Aviñón. Entre los escultores, el propio
Picasso, Constantin Brancusi, Henry Moore, Pablo Gargallo o Julio González. En el Cubismo se suelen distinguir la
tendencia analítica y la sintética.
Otros ismos artísticos de estos primeros años fueron el Futurismo y el Abstraccionismo. El Futurismo centró su
temática pictórica y escultórica en la ciudad y en todo lo que ella aparecía como reflejo de modernidad. Este movimiento
tuvo una clara impronta italiana. En cuanto a la Abstracción se suele considerar una acuarela pintada en 1910 por Was-
sily Kandinsky como el primer cuadro abstracto. El cuadro de Marcel Duchamp Desnudo bajando una escalera, ex-
puesto por primera vez en Barcelona en 1912, es un ejemplo de mezcla de Cubismo, Futurismo y Abstracción.
El Simbolismo iba a tener puntos de coincidencia con otra tendencia que surgió a fines del XIX: el Modernismo que
se manifestó en la arquitectura y las artes decorativas. En sus orígenes y del Modernismo están los Prerrafaelistas ingle-
ses, pintores y decoradores que, a mediados del XIX, se sintieron atraídos por lo medieval, el temprano Renacimiento
italiano y lo bizantino. El Modernismo es un arte eminentemente decorativo.
El panorama musical con el que se abrió el siglo fue una ruptura con la tradición musical vigente, a la par que se
daba una relación estrecha entre música y vanguardias artísticas que tuvo su reflejo en los ballets ahora de moda. Des-
tacaron los ballets rusos de Sergei Diaghilev creados en 1909. A caballo entre los dos siglos está la obra de los dos
últimos románticos Richard Strauss y Gustav Mahler. Más experimentalista fue Ravel
Las figuras que dominaron en la primera mitad del siglo fueron Igor Stravinski, Béla Bartók y Arnold Schönberg.
Crearon una música con un ritmo quebrado y disonante, pero la concepción musical de cada uno era diferente. Schönberg
ocupa un lugar especial por ser quien inventó el sistema de las 12 notas musicales.
La radio se configuró como el primer medio de comunicación de masas del siglo XX. Los dos prototipos básicos
de radio que se adoptaron en los diferentes países, fueron proporcionados por la radiodifusión británica con la organi-
zación de la BBC y por la estadounidense asentada en la publicidad comercial.
Con la aparición del cine a fines del XIX es resultado de un largo proceso de investigación que se remonta a siglos
atrás. Se configuró, al igual que había ocurrido con la fotografía, como arte de lo real. Las primeras películas con argu-
mento y con sentido comercial fueron producidas por Charles Pathé y por Leon Gaumont, destacando también los trucos
de Georges Méliès.
2. La cultura de entreguerras: entre la “deshumanización” y el compromiso
Antes de la Gran Guerra, en ambientes sociales e intelectuales, el estado de ánimo belicista. Se veía con carácter
romántico. Necesario para “purificar” Europa, hacerla salir de la crisis en la que se encontraba. Pocos intelectuales
(Bertrand Russell, Herman Hasse) clamaron contra ese espíritu y apenas fueron escuchados.
El choque brutal con la guerra produjo en los intelectuales, muchos alistados en los primeros momentos, un profundo
pesimismo. La crisis no sólo no se había superado, se había ahondado, quedando bien reflejada esa conciencia en La
decadencia de Occidente (1918) de Oswald Spengler, también en el Ulysses de Joyce o La Montaña Mágica de Thomas
Mann. La desilusión de posguerra llevó a algunos escritores e intelectuales a expatriarse y a otros a dejarse cautivar por
culturas no europeas en deseo de encontrar alternativas de vida
En los 20, mientras Europa se reconstruía y la gente empezaba a “vivir” de nuevo (felices 20), el movimiento femi-
nista alcanzó su madurez. Las dos reivindicaciones básicas eran el derecho a poseer bienes y la posibilidad de las solteras
a ejercer una profesión. En la búsqueda del voto, la pauta la marcaron las sufragistas británicas, con posturas provoca-
doras, principalmente la Women´s Social and Political Union de Emmeline Panhurst. Entre 1917 y 37 la mayoría de
países reconocieron el voto.

104
La consolidación de los movimientos socialista y anarquista influyó de forma determinante en el desarrollo del
feminismo y en el planteamiento de sus reivindicaciones, ya que se vinculó la opresión que sufría la clase obrera con la
opresión secular de la mujer inmersa en una sociedad patriarcal. El movimiento de mujeres socialistas alemanas liderado
por Clara Zetkin fue el que alcanzó una mayor fuerza, promoviendo una serie de medidas tendentes a la igualdad entre
hombres y mujeres.
En el movimiento obrero, se afianzaron los partidos obreros nacionales y diferentes corrientes ideológicas, especial-
mente en Francia y Alemania, este, a fines del XIX con tres líneas: la revisionista de Bernstein, la centrista de Karl
Kaustky y la revolucionaria de Liebknecht y Rosa Luxemburgo. Esto llevó a la II Internacional en París, en 1889. En
sus Congresos se debatieron cuestiones referidas a las versiones ortodoxas y revisionistas del pensamiento de Marx y
tácticas. Preocuparon el tema colonial y la guerra.
El apoyo de los partidos obreros a sus países en los inicios de la Gran Guerra provocó una fuerte crisis en la II
Internacional y su desaparición. Poco después de iniciada la contienda fue lanzada por Lenin la idea de crear una III
Internacional. El impacto de la Revolución de Octubre en Rusia, en 1917, fue decisivo para que este proyecto llegara a
ser una realidad.
El proceso de radicalización de clases sería característico. Para dirigir ese “choque” era necesario dotar al movi-
miento obrero de una dirección internacional. Es el origen de la III Internacional (Internacional Comunista o Komintern),
cuyo Congreso constituyente fue en Petrogrado en marzo de 1919. Se exigiría a los partidos comunistas nacionales
subordinación a Moscú. La instrumentalización de la Internacional por los dirigentes del Partido Comunista de la Unión
Soviética, fue la principal causa que llevaría a su disolución en 1943.
Los ismos habían llevado a literatura y arte a su agotamiento por el camino de la deshumanización. A fines de los
20 se imponía una realidad económica y social conflictiva ante la cual el intelectual tenía que adoptar compromiso. La
influencia de la Revolución Rusa y los acontecimientos con el Partido Comunista en el poder, ejercieron en la mayoría
de intelectuales fascinación. A esto no fue ajena la atracción por arte, literatura y cine soviéticos. Se imponía el realismo
social que tuvo su expresión en URSS en el Realismo Socialista desde 1932 por la Unión de Escritores Soviéticos que
exigía supeditación al partido. En varios países surgieron filiales. También voces contra eses “dirigismo” de supeditar
el arte a la Revolución y muchos abandonaron el partido.
Antes de que estallara la guerra se había producido la decadencia de parte de los ismos que tuvieron su momento
entre 1905 y 1912. Aunque durante la guerra y posguerra tendencias como Expresionismo con Dix
A la destrucción provocada por la guerra, los artistas respondían con el anti-arte, lo absurdo, protesta negativa. Sus
exposiciones, funciones teatrales y espectáculos eran una continua provocación a la que en algunos casos el público
respondió de manera violenta. Dadá creó un movimiento que influiría en el arte posterior.
En 1922 Tzara hacía pública la Oración fúnebre por Dadá y en 1924 André Breton sacaba el primer Manifiesto
Surrealista. El Surrealismo tenía lejanos antecesores como El Bosco y precedentes cercanos en la Pintura Metafísica.
Se distinguieron dos corrientes: en una los artistas adoptaron el automatismo en la ejecución de obras que se orientó
hacia la abstracción, la otra partía de la razón para indagar lo inconsciente, hacia una figuración asentada en un mundo
de ficción y fantasía mágicas. Uno de los representantes más destacados de la primera tendencia fue Max Ernst.
En entreguerras la arquitectura Funcional alcanzó su mejor expresión. En 1930 Le Corbusier realizaba la Ville Sa-
voye. Tras la IIGM su estilo evolucionaría hacia un Organicismo del que es reflejo la original iglesia de Notre-Dame
Ronchamp. En EEUU destacar Frank Lloyd Wright que entendía la arquitectura como un conjunto de elementos desde
el interior al espacio externo con el que deben fundirse.
Ya en entreguerras EEUU se estaba convirtiendo en centro de vanguardias literarias artísticas, pero la aportación
más genuinamente americana a la cultura occidental fue el Jazz. El auge de esta música era un reflejo el proceso de
ennegrecimiento de la sociedad blanca, en el que la música ocupaba vanguardia. Surgió en Nueva Orleans, siguió ruta
a Saint Louis, Chicago y New York. El Jazz fue rápidamente aceptado y asimilado por los músicos blancos y empezó
pronto a gozar del favor del público.
3. Cultura de masas y sociedad de consumo
Si la IGM había generado en los intelectuales cultura del pesimismo, la II añadió a las secuelas de guerra, un balance
de muertos sin precedentes, el horror del exterminio nazi y la bomba atómica sobre seres humanos. También desplaza-
mientos de población no conocidos. Muchos intelectuales abandonaron Europa y se instalaron en el continente ameri-
cano, en especial en EE.UU., donde continuaron su obra y ejercieron su magisterio.

105
El espíritu “romántico” teñido de belicismo que había animado a los intelectuales en los inicios de la Gran Guerra,
no se produjo en 1939. Las circunstancias históricas eran muy diferentes. La mayor parte de los intelectuales apoyaron
la causa de los aliados, pero algunos se decantaron en favor de Alemania e Italia.
El final de la guerra condujo a un retroceso de ideologías y del activismo político de los 30. La fascinación de los
intelectuales por la URSS se había diluido ante la política estalinista. El desencanto definitivo vino en 1948 con los
sucesos de Checoslovaquia o en 1956 cuando, tras la muerte de Stalin y el descubrimiento de algunas atrocidades del
régimen, ocuparon Budapest. El marxismo-leninismo se fragmentó en movimientos que poco tenían que ver con el
marxismo “ortodoxo”, a los que se adhirieron los jóvenes universitarios rebeldes de los 60 (la Nueva Izquierda).
La atmósfera de la cultura occidental en los 50 tuvo expresión en la filosofía existencialista y en el teatro del absurdo.
El existencialismo había aparecido en entreguerras bajo influencia del vitalismo de Nietzsche y de la fenomenología.
Entre los filósofos existencialistas destaca Jean Paul Sartre. Escéptico, nihilista, ateo, su obra contiene profundas refle-
xiones sobre la existencia. Para Sartre el hombre busca realizarse mediante la libertad en el existir, pero sin poder llegar
nunca a esa realización. Sartre desarrolló un fuerte activismo un tanto errático. En los 60 se convirtió en uno de los
líderes del radicalismo juvenil.
En las últimas décadas del siglo XX, entre los grandes problemas a los que se ha visto abocada la humanidad, están
el exagerado tecnicismo que invade todos los aspectos de la vida humana y la magnitud de la información que afecta
tanto al mundo del pensamiento como a la sociedad.
La revolución tecnológica que vivimos empezó a manifestarse a mediados de siglo con el desarrollo de la Revolu-
ción Industrial. Desde entonces se daría una fuerte imbricación entre ciencia y aplicaciones técnicas, en especial en la
industria que llevó aparejado una vinculación entre investigación científica, normalmente recluida en la esfera univer-
sitaria o en institutos e investigación promovida por las industrias. La IGM proporcionó ejemplos significativos de la
eficacia de los conocimientos científicos en su aplicación a la industria bélica. Esto fue más patente durante la guerra de
1939-1945.
La teoría de la relatividad de Einstein y la cuantificación de la energía de Planck están en la base de una nueva visión
del universo que tiene su proyección en la conquista del espacio y, en la mecánica cuántica, en el desarrollo de la
electrónica, el rayo láser, los materiales semiconductores... La existencia se ve condicionada por continuos avances
científicos que afectan a todos los niveles de la vida cotidiana, social y profesional.
La IIGM cerró el período de vanguardias en arte. A mediados de siglo, se debatía entre la figuración y la no figura-
ción. Esto se proyectó en una serie de corrientes dentro de las que se pueden insertar las obras de pintores y escultores
producidas desde los años 50. Estas corrientes, sucedidas con rapidez e imponiéndose unas a otras, han provocado una
crisis en torno a la identidad de la creación.
Se desarrolló en Europa y EEUU, en los 40 y 50, el Expresionismo Abstracto y el Informalismo. Ambas se proyec-
taron a inicios de los 60 en la Nueva Abstracción. En España el Informalismo estuvo representado por los grupos Dau
al Set, del que destaca la pintura de Antoni Tápies, y El Paso formado en torno a Antonio Saura. La pintura figurativa
tiene un representante de la talla de Francis Bacon.
Otras corrientes son el Op-art, el Arte Cinético y el Pop-Art. Las dos primeras surgieron a mediados de los 50 de la
confluencia de la Nueva Abstracción con el desarrollo tecnológico. La influencia de los ready-mades dadaístas se pro-
yectó en el Pop-Art donde destacan Andy Warhol y Roy Lichtenstein. Como reacción al Pop-Art surgió el Minimal Art
basado en formas geométricas en un espacio con el que guardaban estrecha relación.
Como derivación del dadaísmo está el Nuevo Realismo, tendencia de los 60 que usaba objetos reales como medio
de expresión artística. A principios de los 70 apareció en EE.UU. el Hiperrealismo, corriente figurativa que intentaba
transmitir una visión de la realidad tan objetiva como la realidad misma.
En el campo de la música “culta”, la obligada dispersión que impuso la Segunda Guerra Mundial llevó a los grandes
compositores como Schönberg o Stravinski a EE.UU. Coexistieron dos métodos de composición: la música concreta
que trabajaba sobre sonido pregrabado en el que se prescindía de tono y armonía y la música compuesta por medios
electrónicos. En los 60 y 70 los compositores combinaban música electrónica y tradicional, mezclando los electrónicos
desde un panel con el sonido en vivo. Una serie de músicos experimentaron en una línea de música “indeterminada”, es
decir música sin forma concreta.
La aplicación de elementos tecnológicos a la música como ordenadores o rayo láser, está revolucionando composi-
ción y ejecución musical. En las últimas décadas destaca la simbiosis entre música “culta” y popular. Músicos clásicos
participan con grupos pop y algunos creadores Erock han estudiado con maestros clásicos.
106
En la segunda mitad de siglo se vinculó la música pop y los jóvenes que buscaban identidad personal. En este
sentido, la música negra americana sufrió por parte de las casas discográficas y de los disc-jockeys radiofónicos un
proceso de adaptación para hacerla popular entre una audiencia de jóvenes blancos.
En los 60 y 70 la música popular británica y americana se convirtieron en un modo de vida para los jóvenes. El
rock'n roll había demostrado como crear lenguaje común y forma de vida de y para ellos, la beat generation. Ahora la
música aparecía como el mejor exponente de una contracultura que se oponía a los valores vigentes.
En los 70 y 80 los grandes festivales fueron sustituidos por el disco sound. Fiebre del sábado noche fue clave para
el afianzamiento. Los sintetizadores (la techno-pop) o la música por ordenador, ha ofrecido posibilidades insospechadas
y nuevos caminos de experimentación.
Se pasó de una economía de producción a otra de consumo, en la llamada sociedad del bienestar, en la que el modelo
de vida se asienta en el consumo, en predisposición a comprar al margen de necesidades. No importa tanto la disponi-
bilidad salarial como su comportamiento ante los inagotables y efímeros bienes que la industria produce y la publicidad
vende. El ciudadano es un consumidor y todo lo que le rodea se orienta en esta dirección; más que hablar de los derechos
de la persona se habla de los derechos del consumidor.
El estilo de vida de esta sociedad consumista se caracteriza por su estandarización. Toda la ciudad es un inmenso
escaparate que seduce a las personas que trabajan para tener “libertad” para consumir.
A la vez en este tipo de sociedad las diferencias de clase quedan difuminadas. Todos son más o menos iguales. Las
distinciones vienen marcadas por los diversos niveles de consumo, ya que el desarrollo económico ha posibilitado el
acceso de la mayor parte de la población a bienes de consumo.
La sociedad de consumo ha generado una cultura que se basa en una forma de producir, difundir y disfrutar el hecho
cultural, puesto al alcance de todos por los medios de comunicación de masas, en especial por la prensa, la televisión y
los medios de edición escrita y audiovisual. Es la mass culture o la tercera cultura (Edgar Morin). Esta cultura se aco-
moda a las mismas leyes que rigen la economía de consumo, presenta un carácter industrial, estandarizado y anónimo e
impregna todos los espacios de la vida cotidiana de hombres y mujeres.
Quizás sea la televisión el objeto que mejor simboliza esta mass culture y el comedor o la sala de estar el espacio de
sociabilidad por excelencia. Por último las posibilidades ilimitadas de internet en todos los ámbitos de la vida, están
modificando hábitos y costumbres sociales que afectan a las relaciones y a la comunicación (redes sociales) entre las
personas.

107
Tema 15. Iglesia, religiosidad y secularización (siglo XX)

1. La Iglesia católica y el mundo moderno


A fines del XVIII los católicos eran el grupo cristiano más numeroso en relación con protestantes y ortodoxos, y el
más organizado en torno al Papa. De otro lado, la iglesia católica poseía cuantiosos bienes en todos los países debido a
donaciones de devotos y a privilegios que había ido adquiriendo a lo largo de los siglos.
Los monarcas ilustrados y los filósofos atacaron el poder de la iglesia desde varios frentes: los estados pretendían
controlar los bienes afirmando su autoridad por encima de las iglesias nacionales. En cuanto a los filósofos, asentados
en el principio de la razón como iluminadora de toda verdad, rechazaron de plano los dogmas, la revelación sobrenatural
y la fe, es decir, todo lo que no se podía explicar racionalmente.
Con estos planteamientos no extraña que a lo largo del XIX la confrontación entre iglesia católica y estados fuera
caballo de batalla. El avance de ciencia, técnica y progreso económico traducido en sucesivas cotas de bienestar, se
convirtieron en esa lucha en buenos avales de lo que se llamaban las libertades modernas.
Los estados americanos independientes entablaron relación cordial con la iglesia católica, acrecentada por la afluen-
cia de inmigrantes europeos. Los revolucionarios franceses llevaron una persecución religiosa sin precedentes, provo-
cando la escisión entre iglesia y Revolución. La descristianización alcanzó punto álgido durante el Terror. La invasión
de Italia por el ejército al mando de Napoleón y en la entrada de las tropas en Roma, condujo a la dispersión de la curia
y al cautiverio del pontífice Pío VI en Valence- sur-Rhône (1797).
Con la Restauración en 1815 hubo un renacimiento de la fe y la espiritualidad en amplias capas de países europeos.
El Congreso de Viena devolvió los estados de la Iglesia al Papa y restableció órdenes y congregaciones religiosas o la
Compañía de Jesús. Esto se tradujo en numerosos movimientos de renovación de la fe: el abbé Coudrin fundó los Padres
Picpus, Madeleine Sophie Barat, la Sociedad del Sagrado Corazón...
Pero no se había solucionado el problema entre Iglesia y liberalismo. El enfrentamiento se produjo con Gregorio
XVI y Pío IX. En el contexto revolucionario de 1830, intelectuales católicos franceses intentaron desde el periódico
L'Avenir un acercamiento. Pero Gregorio XVI en 1832, condenó la conducta. A pesar de esa condena, continuaron
trabajando para la aceptación de las libertades políticas modernas. Este movimiento católico liberal adquirió especial
importancia en Francia y su influencia se extendió por otros países.
Aunque las diferencias con los gobiernos marcaron el pontificado de Gregorio XVI y a pesar de que en casi todos
los países se estaban imponiendo medidas para condicionar por parte de los estados la influencia de las iglesias nacio-
nales, éstas lograron estar presentes en la vida social y política a través de sus fieles. Con Gregorio XVI adquirió im-
portancia la actividad misionera, sobre todo en los continentes asiático y americano.
Le sucedió Pío IX (1846-1870) quien apoyó el Risorgimento que aspiraba a la unidad de Italia. Tras los sucesos
revolucionarios de 1848 y 1849 el Papa se volvió más cauto. El pontificado de Pío IX estuvo jalonado por aconteci-
mientos de gran trascendencia para la iglesia. En 1845 John Henry Newman, uno de los principales representantes del
Movimiento Oxford, se convertía al catolicismo influyendo de manera decisiva en el incremento de esta confesión
religiosa en Inglaterra, país en el que se restablecía la jerarquía católica en 1850.
En 1854 el Papa declaraba el dogma de la Inmaculada Concepción y en la encíclica Quanta Cura (1864) y en el
Syllabus, condenada el liberalismo. Convocó el Concilio Vaticano I, abierto en diciembre de 1869. El inicio de la guerra
franco-prusiana y la ocupación de Roma por piamonteses, interrumpieron las sesiones. En octubre quedó oficialmente
suspendido. El principal objetivo fue proclamar la infalibilidad del Papa, lo cual despertó profundo recelo en los ámbitos
de los gobiernos. A pesar de todo, el 18 de julio de 1870 se votó con 533 votos a favor la infalibilidad del Papa.
El 20 de septiembre de 1870 Roma era ocupada por Italia. Desde entonces el Papa se iba a considerar prisionero de
los italianos en reclusión voluntaria en el Vaticano. Un plebiscito celebrado el 2 de octubre aprobaba la anexión de
Roma al reino de Italia y pocos meses después la ciudad era proclamada capital.
Entre 1878 y 1903 ocupó la sede pontificia León XIII. Su preparación intelectual y su talante abierto, permitieron
un diálogo entre iglesia y gobiernos liberales, aunque no consiguió un acuerdo con el estado italiano en la cuestión
romana. El aspecto más importante de su pontificado fue la orientación del comportamiento de los católicos. Marcando
distancias con sus antecesores, distinguió entre el liberalismo como doctrina filosófica y el liberalismo político,
108
aceptando facetas positivas. Aunque se mostraba más comprensivo, seguía sin aceptar la presencia real que éstas tenían
ya en la vida social y política de los países europeos.
2. La Iglesia católica ante los retos del siglo XX
En los primeros años de siglo el cristianismo se estaba extendiendo al compás de la expansión colonial por los
continentes africano y asiático. De otro lado, la continua inmigración de europeos de religión católica hacia EE.UU. y
Canadá contribuyó a crear en ambos países amplios e influyentes focos de esta creencia.
Pío X en E supremi apostolatus exponía la necesidad de definir la doctrina de la iglesia para hacer frente al moder-
nismo que, asentado en un agnosticismo, perseguía someter la fe a la razón. A esto se unía el hecho de que ese espíritu
científico, que impregnó el siglo anterior, había penetrado en la esfera religiosa.
Desde un punto de vista sociológico, el conflicto entre razón y ciencia afectaba a las capas ocultas de las poblaciones
europeas y, en otro nivel, a la clase trabajadora urbana influida por el socialismo marxista y por el anarquismo. A fines
del XIX se había iniciado un alejamiento entre clases trabajadoras e Iglesia.
Contribuyendo al cuestionamiento de la fe cristiana era el hecho de que la expansión por otros continentes ponía en
contacto a los europeos con culturas que profesaban otras creencias, en la base de las cuales había ideas arquetípicas
similares a las del cristianismo. Esto, unido a ese deseo de comprobar la fiabilidad histórica de los textos, contribuía a
ver las religiones como expresiones de cultura de las sociedades y civilizaciones.
También en los primeros años del siglo la iglesia tuvo que enfrentarse con las posturas anticlericales de los gobiernos
de Francia, Portugal, España y México.
Benedicto XV sucedió a Pío X al inicio de la IGM. Lanzó varias propuestas de paz que fueron desoídas. Procuró
también desarrollar una labor caritativa hacia la población civil y los prisioneros de guerra. No pudo intervenir directa-
mente en las conversaciones de Paz de Versalles, pero su neutralidad durante la guerra y la eficacia de la labor humani-
taria que había llevado a cabo, le depararon amplio prestigio internacional.
En febrero de 1922 Pío XI sucedió a Benedicto XV. Siguiendo la línea, estuvo marcado por deseo de asegurar la
paz en el mundo, progresivamente amenazado conforme se afianzaban los movimientos totalitarios. Junto a esto, el Papa
desarrolló una intensa actividad doctrinal mediante una serie de encíclicas y documentos que trataban de fijar la postura
de la iglesia ante las nuevas situaciones.
El afianzamiento de los totalitarismos en los 30 y la radicalización de posturas en el movimiento obrero internacio-
nal, condujo a la Iglesia a situaciones difíciles y en algunos casos a persecución. El triunfo de la Revolución de 1917
significó el inicio de persecuciones contra cristianos ortodoxos y católicos, ya que para el régimen salido de la revolu-
ción, la nueva sociedad era incompatible con cualquier creencia religiosa.
Con respecto a Italia, la victoria electoral del fascismo en 1924 y el deseo de Mussolini de arreglar de forma defini-
tiva la cuestión romana, condujo a un acercamiento. En febrero del 29 se firmaban los Pactos Lateranenses por los que
Pío XI aceptaba Roma como capital y parte del país. El régimen fascista, a su vez, reconocía la soberanía temporal del
Papa sobre el pequeño estado de la Ciudad del Vaticano.
En Alemania, las relaciones fueron cordiales en un primer momento con la firma de un Concordato en julio de 1933.
Desde 1935 en que se promulgaron las leyes sobre esterilización, la iglesia se manifestó contraria y se inició la perse-
cución nazi contra católicos que se acentuó en la IIGM. Un número significativo de sacerdotes católicos acabaron en
campos de concentración y exterminio como Dachau.
En España, la implantación de la Segunda República supuso un intento de modernización de la vida social, a la par
que un deseo por parte de los nuevos dirigentes de regular las relaciones entre la iglesia y el estado en la línea ensayada
ya en Francia. La fuerte oposición de los católicos y de las clases más conservadoras de la sociedad dio al traste con
estos deseos.
Poco antes del inicio de la IIGM fallecía Pío XI. Su sucesor Pío XII (1939-1958), envió a los beligerantes propuestas
de paz y tomó medidas para ayudar a las poblaciones civiles afectadas por la guerra, así como a los prisioneros consti-
tuyéndose en intermediario para los canjes de los mismos. Pero el compromiso con la dictadura de Franco en España y
la actitud ambigua hacia las potencias del eje, al igual que con la Francia colaboracionista de Vichy, hizo que, en algunos
sectores, se acusara al Papa de cierta colaboración.
La división de Europa en bloques tras la guerra, acentuó los problemas de la iglesia sobre todo en los países bajo la
órbita de la Unión Soviética. Tampoco le favoreció la expansión del comunismo en África y en Asia.

109
No obstante, en los años de posguerra se produjeron circunstancias que llevaron a un florecimiento de la religiosidad
en las sociedades europeas occidentales y EEUU. Después de los padecimientos, la religión ofreció a muchas personas
un refugio ante la imposibilidad de comprender los males que aquejaban a las sociedades. Este alivio fue proporcionado
no sólo por las religiones oficiales, también por nuevos grupos religiosos y sectas que trataban de atraer masas de inmi-
grantes desplazadas tras la guerra y a los grupos urbanos marginales. La iglesia católica trató de contrarrestarlo subra-
yando el contenido social del evangelio y desarrollando funciones sociales a través de instituciones cuya creación pro-
pició, sobre todo las organizaciones juveniles como la YMCA y la YWCA.
A fines de los 50 se veía necesario un “aggiornamento” o compromiso de la iglesia con las nuevas formas de orga-
nización social. Era necesario afianzar el diálogo entre grupos cristianos y una adaptación a las situaciones en los países
africanos y asiáticos del proceso de descolonización. Se tenían que encauzar los movimientos surgidos en el seno de la
iglesia que abarcaban ámbitos de renovación litúrgica, hexégesis bíblica y teología kerigmática. Y regular la actuación
de los seglares católicos en la vida de sus respectivas comunidades, mientras el clero se debía centrar en su doble misión
de apostolado y administración de los sacramentos.
Fue Juan XXIII quien convocó un concilio. Su pontificado fue breve (1958 a junio de 1963), pero su simpatía, su
preocupación social y su empeño en dialogar con todos los pueblos de cualquier confesión. La convocatoria del Concilio
Vaticano II la hizo Juan XXIII a través de la bula Humanae salutis el 25 de diciembre del 61. La apertura fue en octubre
de 1962 y asistieron más de 3.000 obispos y 85 embajadores. Juan XXIII falleció cuando se preparaba la segunda,
continuado por Pablo VI, hasta su clausura en diciembre de 1965.
Hubo un interés continuado en amplios sectores sociales y de la clase política de los países en los que la religión
católica tenía peso. Las deliberaciones del Concilio se plasmaron en 17 documentos entre los que destacan la constitu-
ción pastoral Lumen Gentium sobre la organización de la iglesia y el papel activo de los católicos laicos en la vida de la
misma y la Gaudium et Spes acerca del ecumenismo de la iglesia.
Tras el breve pontificado de Juan Pablo I (33 días), le sucedió, en octubre de 1978, el cardenal polaco Karol Wojtyla,
como Juan Pablo II en un deseo de continuar las líneas de sus predecesores trazadas en el Concilio Vaticano II. Su
vitalidad la desplegó en sus numerosos viajes a países de todos los continentes a los que trató de llevar un mensaje
evangélico renovado y revitalizado con las aportaciones de esa nueva forma de vivir y de sentir la religión que se instaló
en el mundo cristiano desde mediados de los años 70.
La Teología de la Liberación surgió tras el Concilio por la acción de una serie de teólogos, que consideraban que la
tradición aceptada hasta entonces ya no era suficiente para dar respuesta a las necesidades de liberación de los seres
humanos, en especial de los más pobres y de las víctimas de la opresión y de la injusticia en los países de Latinoamérica
(donde nació el movimiento) y en otros del Tercer Mundo.

110

También podría gustarte