Micro Machismo
Micro Machismo
Micro Machismo
Micromachismo es un término controversial que fue propuesto por el psicólogo Luis Bonino
Méndez que comprendería un amplio abanico de maniobras interpersonales y se señalaría como
la base y caldo de cultivo de las demás formas de la violencia de género o misoginia: maltrato
psicológico, emocional, físico, sexual y económico, que serían normalizados.1 Se trataría además
de prácticas legitimadas por el entorno social, en contraste con otras formas de violencia
machista denunciadas y condenadas habitualmente.2345
En la pareja, se manifestaría como formas de presión de baja intensidad, con las que las personas
intentarían detentar el poder y conseguir beneficios, en todos o en algunos ámbitos de la
relación:2
En el término, unió «micro», en referencia a lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los
límites de la evidencia; con el término "machismo", que designa la ideología de la dominación y
alude a los comportamientos de inferiorización de los hombres hacia las mujeres.7
El sociólogo francés Pierre Bourdieu habló de la "violencia suave" para referirse a los
estereotipos surgidos tras las conquistas en derechos de las mujeres del siglo XX. Para él se trata
de un neomachismo, una redefinición de antiguos comportamientos androcéntricos, que en
ciertos contextos del siglo XX en Occidente se consideran socialmente inaceptables, pero que los
desean seguir practicando para afianzar o recuperar poder. Se trataría de una nueva forma de
machismo más sutil, en una sociedad que lo tolera menos.89
La necesidad de términos como estos viene argumentada porque, según los defensores del
término, aunque la violencia de género suele conceptualizarse desde una perspectiva de poder y
control del género masculino sobre el femenino, se sigue prestando más atención a sus
manifestaciones físicas que a las psicológicas, a pesar de que las segundas son las más
características en estas relaciones. Esto responde en gran medida a las dificultades para
operacionalizar estos comportamientos.10
Además, las reflexiones sobre violencia simbólica y abusos cotidianos buscan poner en debate
aquellos elementos de la cultura que forman la base de la violencia contra las mujeres.1112
“Críticas al término”
Se critica tanto al término como a un uso inadecuado del mismo. En 2014, un periódico digital
español lanzó una iniciativa para recopilar situaciones que consideraban como micromachismos.
Sin embargo, varios lectores les acusaron de haber clasificado como micromachismos hechos
que entendían como agresiones graves y se lanzaba el debate sobre si el término podría resultar
una forma de restar importancia a algunas situaciones.1314
Desde el antifeminismo se considera que los micromachismos son una forma de victimismo y
por lo tanto no existen. (Wikipedia) (Autor: desconocido)
Está claro que a muchos hombres les cuesta asumir que una mujer les puede ganar el puesto por
sus capacidades, y se envenenan con chistes misóginos para denigrar a la mujer.
“Coercitivos”
En este tipo de micromachismos, el hombre ejerce una presión moral, psicológica o económica
para imponer su poder sobre las mujeres.
Pueden observarse cuando el hombre se sienta en el mejor sillón del salón de casa, controla el
mando del televisor u ocupa un mayor espacio en los lugares públicos (como por ejemplo en el
bus, como ya hemos comentado).
La distribución desigual del ejercicio del poder de dominio produce una asimetría relacional
cuyo eje central es la opción de género (femenino o masculino) debido a que la cultura patriarcal
ha legitimado la creencia de que el masculino es el único género con derecho al poder
autoafimativo. Es decir, ser hombre supone tener derecho a ser individuo pleno con todos sus
derechos y a ejercerlos.
El sistema patriarcal y la cultura androcéntrica niega ese derecho a las mujeres, quedando los
hombres en una posición superior, ejerciendo poder de control y dominio sobre ellas como
resultado de la ecuación protección a cambio de obediencia, una de las claves que queda
claramente reflejada en el contrato de pareja tradicional.
La división sexual del trabajo que aún adjudica de forma naturalizada y automática el
espacio doméstico a la mujer.
Este artículo pretende visualizar los micromachismos existentes en la sociedad actual que,
sustentados en los estereotipos de género, ayudan a perpetuar las relaciones desiguales.
Los micromachismos son aquellas conductas sutiles y cotidianas que constituyen estrategias de
control que atentan contra la autonomía personal de las mujeres, suelen ser invisibles e
incluso pueden estar legitimadas por el entorno social.
Autores como Luis Bonino lo definen como prácticas de dominación y violencia masculina en la
vida cotidiana que incluyen un amplio abanico de conductas interpersonales que tienen por
objetivo:
Resistir el aumento de poder personal y/o interpersonal de una mujer con la que se
vincula o bien aprovecharse de dicho poder.
Estas conductas son “micro-abusos” y son efectivas debido a que el orden social imperante las
ratifica al ejercerse de forma reiterada hasta lograr una disminución importante de la autonomía
de las mujeres y son tan sutiles que suelen pasar inadvertidas tanto para quien las padece como
quien las observa.
“Ejemplos de tipos de micromachismos’
Luis Bonino estableció una tipología de los tipos de micromachismos clasificándolos en:
1. Micromachismos utilitarios
Son aquellos que fuerzan la disponibilidad femenina aprovechándose de diferentes aspectos
domésticos y de cuidado del comportamiento femenino tradicional con el objetivo de
beneficiarse de ellos. Se realizan especialmente en el ámbito doméstico.
3. Micromachismos de crisis
Fuerzan la permanencia en el estatus desigualitario cuando éstos se desequilibran debido a un
aumento de poder personal de la mujer o bien por la diminución del poder del hombre. Son
conductas tales como el hipercontrol, el falso apoyo, la resistencia pasiva y el
distanciamiento emocional, rehuir la crítica y la negociación, prometer y hacer méritos,
victimismo y dar lástima.
“Concluyendo”
Los diferentes tipos de micromachismos producen múltiples efectos en la calidad de vida de
las mujeres entre ellos el agotamiento emocional, bloqueo mental, limitación de la libertad,
irritabilidad, baja autoestima e inseguridad.
Es necesario cambiar esta forma de dominio que continúa en nuestra sociedad actual, para ello es
necesario que a nivel individual ambos géneros participen. Ambos deberían reconocer,
identificar y ser conscientes de estos comportamientos y sus efectos, resistirse a ellos,
modificarlos por comportamientos más igualitarios y ayudar a los que los ejercen a identificarlos
y eliminarlos. Además, es necesario que los profesionales de los distintos ámbitos de actuación
(sanitario, educativo, terapéutico) sean conscientes de la existencia cotidiana de estas conductas,
sepan detectarlas y conozcan sus efectos con el objetivo de erradicarlas.
Referencias bibliográficas:
Son de uso reiterado aun en los varones “normales”, aquellos que desde el discurso social no
podrían ser llamados violentos, abusadores o especialmente controladores o machistas.
Uno muy común viene representado por aquellas situaciones en las que el hombre no se implica
en las tareas domésticas o familiares porque “no sabe” o porque “ella lo hace mejor”. En este
caso, obligar a la mujer a hacer lo que en una relación igualitaria debería ser cosa de dos supone
una maniobra de imposición de tareas que, de forma sutil, genera una importante sobrecarga en
ella.
Por último, podríamos mencionar como micromachismo aquellas situaciones en las que se
sobrevaloran los escasos aportes del varón –ya que habitualmente lo escaso suele vivirse como
valioso-mientras que se minimiza el reconocimiento de la mujer como persona, así como la valía
de sus necesidades, de sus valores y de sus aportes al bienestar psicofísico masculino y familiar.
Toda esta sintomatología genera un estado de ánimo depresivo-irritable en aumento, que genera
más autoculpabilización, resignación, empobrecimiento y claudicación.
Dicha normativa no solo propicia el dominio para los varones, sino también la subordinación
para las mujeres, para quienes promueve comportamientos “femeninos” -pasividad, evitación del
conflicto, complacencia, servicios al varón y necesidad de permiso o aprobación para hacer- que
ellas en su socialización asumen como propios, y cuya realización las coloca “naturalmente” en
una posición de subordinación.
Por otra parte, para ellos, el orden social sigue siendo un aliado poderoso, ya que otorga al varón,
por serlo, el “monopolio de la razón” y, derivado de ello, un poder moral que les hace crear un
contexto inquisitorio en el cual la mujer está en principio en falta o como acusada: “exageras’ y
“estás loca” son dos expresiones que reflejan claramente esta situación.
Por otro, mujeres y hombres han de trabajar por desactivar tanto la producción de
micromachismos como los efectos que causan. Hay que trabajar para que las mujeres logren
desarrollar estrategias de inmunización, así como que los hombres desactiven los
micromachismos de sus comportamientos y se habitúen a reconocerlos para motivar cambios
hacia la apertura igualitaria.
Para ello, es necesario lograr que ellos puedan estar dispuestos a una autocrítica sobre el ejercicio
cotidiano del poder e dominio y a reconocer el efecto de dicho ejercicio en las mujeres.
Para este activista originario de Bluefields, en Nicaragua la misoginia “tiene rostro mestizo” y
los medios de comunicación ignoran la dimensión de la violencia y cada una de sus formas en
diferentes etnias.
Según él, los afrodescendientes han vivido en una cultura más “matriarcal” en la que la mujer tiene
poder económico y poder de decisión en sus familias, esto ha propiciado un entorno menos violento, sin
embargo, aseguró que la cobertura de los medios de comunicación en temas de género y violencia ha
influido negativamente con la reproducción de patrones machistas de los “mestizos de occidente” a las
etnias caribeñas.
“La violencia en las comunidades afrodescendientes no se ve como algo normal, no es común ver a un
hombre afro de 35 años con una niña de 15, en las comunidades mestizas esto es normal”, explicó el
especialista.
Félix Madariaga, director del IEEPP, afirmó que los medios de comunicación en el país no
abordan los temas de violencia de la forma adecuada, y por esto han querido acercar a los
reporteros a los distintos observatorios de violencia y organizaciones defensoras de los derechos
humanos.
“Perseguimos que haya más intercambio entre el observatorio y los periodistas para que el
abordaje de la noticia se la adecuada”, afirmó Félix.
Para María Teresa Blandón, fundadora del Programa Feminista La Corriente, en la cobertura de
noticias de violencia los periodistas no están acudiendo a voces calificadas, “por eso hay
periodistas que siguen hablando de crímenes pasionales, de arrebatos que no pudieron controlar,
de celos, depresión, locura”, lamentó.
Además, explicó que la falta de análisis y contexto en las noticias permite que continúen
revictimizando a las víctimas de femicidios y de cualquier otro tipo de violencia.
Sobre el lenguaje sexista, Patricia Orozco, directora del programa radial Onda Local, afirmó en
su intervención, que hablar de mujeres en los medios es hablar de “las madres” y las “amas de
casa”.
“El sexismo hace creer a las mujeres que su función natural y única es el rol materno”,
cuestionó.
El desafío está en que los medios de comunicación logren conceptualizar, entender y utilizar
correctamente en sus abordajes periodísticos los diferentes términos como: machismo,
micromachismo, patriarcado, feminismo y sus distintas corrientes, agregó George Henríquez.
Por esta razón fueron también invitados al encuentro comunicadores que no pertenecen a los
medios tradicionales, sino que son blogueros y generadores de contenido multimedia.
Para María Teresa Blandón, las redes sociales son “un mecanismo de auditoría” para sus
usuarios. “Las redes nos están ayudando a que voces críticas no queden silenciadas”, señaló.
Buenas prácticas
Elizabeth Romero, periodista de La Prensa, Argentina Olivas, directora de Radios Vos en
Matagalpa y Anagilmara Vílchez, editora de Ni fueron invitadas para discutir «buenas prácticas»
en el abordaje de temas de violencia y género. Las tres fueron panelistas y compartieron sus
experiencias al cubrir historias que involucran a mujeres, a víctimas y a sobrevivientes de la
violencia en Nicaragua.