La Evolución Creativa
La Evolución Creativa
La Evolución Creativa
Actualmente, se sostiene que creatividad e inteligencia tienen una estrecha relación, pero que son
dos dimensiones diferentes de nuestro mundo psíquico; no necesariamente son más inteligentes
las personas altamente creativas, ni son más creativas las que tienen un alto CI.
Parte de la confusión acerca de lo que es la creatividad se debe al hecho de que, durante siglos, la
creatividad se ha cubierto de un halo místico-religioso. Por ello, prácticamente hasta el siglo XX, su
estudio no se ha abordado científicamente.
Aún así, desde tiempos remotos, nos ha fascinado y nos hemos esforzado por tratar de explicar su
esencia mediante la filosofía y, más recientemente, aplicando el método científico, sobre todo
desde la Psicología.
La creatividad en la Antigüedad
Los filósofos helenos trataron de explicar la creatividad mediante la divinidad. Entendían que la
creatividad era una suerte de inspiración sobrenatural, un capricho de dioses. La persona creativa
se consideraba un recipiente vacío que un ser divino llenaba con la inspiración necesaria para que
crease productos o ideas.
Por ejemplo, Platón sostenía que el poeta era un ser sagrado, poseído por los dioses, que solo podía
crear lo que le dictasen sus musas (Platón, 1871). Desde esta perspectiva, la creatividad era un don
accesible a unos pocos elegidos, lo que supone una visión aristocrática de la misma que perdurará
hasta el Renacimiento.
En esta etapa, la concepción divina de la creatividad se va desdibujando para dar paso a la idea
del rasgo hereditario. Simultáneamente, emerge una concepción humanística, desde la que el
hombre ya no es un ser abandonado a su destino o a los designios divinos, sino coautor de su propio
devenir.
Durante el Renacimiento se retoma el gusto por la estética y el arte, el autor recupera la autoría de
sus obras y algunos otros valores helenos. Se trata de un periodo en el que renace lo clásico. La
producción artística crece espectacularmente y, consecuentemente, también crece el interés por
estudiar la mente del individuo creativo.
El debate sobre la creatividad, en esta época, se centra en la dualidad “nature versus nurture”
(biología o crianza), aunque sin mayor apoyo empírico. Uno de los primeros tratados sobre el
ingenio humano pertenece a Juan Huarte de San Juan, médico español que en 1575 publicó su obra
“Examen de ingenios para las ciencias”, precursora de la Psicología Diferencial y de la Orientación
Profesional. A principios del siglo XVIII, gracias a figuras como Copérnico, Galileo, Hobbes, Locke y
Newton, crece la confianza en la ciencia al tiempo que crece la fe en la capacidad humana para
resolver sus problemas mediante el esfuerzo mental. Se consolida el Humanismo.
La primera investigación relevante de la modernidad sobre el proceso creativo tiene lugar en 1767
de la mano de William Duff, quien analizará las cualidades del genio original, diferenciándolo del
talento. Duff sostiene que el talento no se acompaña de innovación, mientras que el genio original
sí. Los puntos de vista de este autor son muy similares a los aportes científicos recientes, de hecho,
fue el primero en apuntar hacia la naturaleza biopsicosocial del acto creativo, desmitificándolo y
adelantándose dos siglos a la Teoría Biopsicosocial de la Creatividad (Dacey y Lennon, 1998).
Contrariamente, durante esta misma época, y alimentando el debate, Kant entendió la creatividad
como algo innato, un don de la naturaleza, que no puede ser entrenado y que constituye un rasgo
intelectual del individuo.
La creatividad en la posmodernidad
Durante el siglo XIX predominó la concepción de rasgo hereditario. La creatividad era un rasgo
característico de los varones y llevó bastante tiempo asumir que pudieran existir mujeres creativas.
Esa idea se fue reforzando desde la Medicina, con diferentes hallazgos sobre la heredabilidad de
rasgos físicos. Un apasionante debate entre Lamarck y Darwin sobre herencia genética acaparó la
atención científica durante gran parte del siglo. El primero defendía que los rasgos aprendidos
podían traspasarse entre generaciones consecutivas, mientras que Darwin (1859) demostró que los
cambios genéticos no son tan inmediatos, ni resultado de la práctica o del aprendizaje, sino que
ocurren mediante mutaciones aleatorias durante la filogenia de las especies, para lo que se
requieren grandes periodos de tiempo.
A pesar del interesante trabajo de Galton, la psicología del siglo XIX y principios del XX estaba
interesada por procesos psicológicos más simples, siguiendo la trayectoria marcada por
el Conductismo, que rechazaba el mentalismo o estudio de procesos no observables.
El dominio conductista aplazó el estudio de la creatividad hasta la segunda mitad del siglo XX, con
la excepción de un par de líneas supervivientes al positivismo, el Psicoanálisis y la Gestalt.
Los gestálticos sostienen que el pensamiento creativo es la formación y alteración de gestalts, cuyos
elementos tienen relaciones complejas formando una estructura con cierta estabilidad, por lo que
no son simples asociaciones de elementos.Explican la creatividad centrándose en la estructura del
problema, afirmando que la mente del creador tiene la habilidad de pasar de unas estructuras a
otras más estables. Así, el insight, o nueva comprensión espontánea del problema (fenómeno ¡Ahá!
o ¡eureka!), ocurre cuando una estructura mental se transforma súbitamente en otra más estable.
Esto significa que las soluciones creativas suelen obtenerse al mirar de una nueva manera una
gestalt existente, es decir, cuando cambiamos la posición desde la que analizamos el problema.
Según la Gestalt, cuando obtenemos un nuevo punto de vista sobre el conjunto, en lugar de
reorganizar sus elementos, emerge la creatividad.
Durante la segunda mitad del siglo XX, y siguiendo la tradición iniciada por Guilford en 1950, la
creatividad ha sido un importante objeto de estudio de la Psicología Diferencial y de la Psicología
Cognitiva, aunque no exclusivamente de ellas. Desde ambas tradiciones, el abordaje ha sido
fundamentalmente empírico, empleándose la historiometría, los estudios ideográficos, la
psicometría o los estudios meta-analíticos, entre otras herramientas metodológicas.
Así, durante la última década, han proliferado las investigaciones sobre creatividad, y la oferta de
programas de entrenamiento y capacitación han crecido significativamente. Tal es el interés por
comprenderla que la investigación se extiende más allá de la academia, y ocupa a todo tipo de
instituciones, incluidas las gubernamentales. Su estudio trasciende del análisis individual, incluso
del grupal u organizacional, para abordar, por ejemplo, las sociedades creativas o las clases
creativas, con índices para medirlas, tales como: Euro-creativity index (Florida y Tinagli, 2004);
Creative City Index (Hartley et al., 2012); The Global Creativity Index (The Martin Prosperity Institute,
2011) o el Índice de creatividad en Bilbao y Bizkaia (Landry, 2010).
Desde la Grecia Clásica hasta nuestros días, y a pesar de los grandes esfuerzos que seguimos
dedicando a analizarla, ni siquiera hemos conseguido alcanzar una definición universal de
creatividad, por lo que aún estamos lejos de comprender su esencia. Tal vez, con los nuevos
enfoques y tecnologías aplicadas al estudio psicológico, como es el caso de la prometedora
neurociencia cognitiva, podamos descubrir las claves de este complejo e intrigante fenómeno
mental y, finalmente, el siglo XXI llegue a convertirse en el testigo histórico de tal hito.