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Una Profecía Feliz. Juan Francisco Correas y Ariela Kreimer

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Una profecía feliz

Juan Francisco Correas


Ariela Kreimer

Resumen

Partiendo de una hipótesis de Borges, que postula que los textos tienen la capacidad de crear a
sus propios lectores, intentamos en éstas páginas indagar cómo funciona esta operación y qué
consecuencias acarrea.

Observamos que el “proceso de creación de lectores” supone la adquisición por parte del
sujeto (el lector) de una clave precisa para interpretar un tipo de texto. A cada género
corresponden una o más claves, siendo éstas acumulativas. Cada clave, a su vez, es utilizada
naturalmente por el lector como un medio para percibir y evaluar la realidad. Y si a esto
agregamos que el libro otorga valores diversos, escalas de ordenamiento, conocimientos
múltiples, principios estéticos, etcétera, llegamos a la conclusión de que el libro transforma
totalmente la relación del individuo con el mundo y, por ende, con el grupo social al que
pertenece.

Sin embargo, observamos que la hipótesis de la “creación de lectores” puede tener tanto
consecuencias positivas como negativas; ya que los libros compuestos específicamente para
satisfacer las necesidades del mercado estandarizan al lector y lo privan de las opciones y
claves que históricamente dedujo de los libros, y que significaron en cada caso un progreso.
Este empobrecimiento del sujeto lector supone un grave estancamiento cultural y, si se
sostiene –como nosotros lo hacemos– que la cultura es uno de los pilares del orden social, las
consecuencias sociales de este tipo de lecturas suponen un atraso.

Una profecía feliz


Frecuentar los libros trae consecuencias; pensemos por ejemplo en San Agustín, quien
siguiendo el sibilino consejo de una canción infantil encontró las respuestas que tanto ansiaba,
con sólo “tomar y leer” un libro. En la vereda opuesta, el Inca Atahualpa tuvo la desgracia de
toparse con un libro que nada le dijo, literalmente, y tanto silencio sólo sirvió para presagiar
tragedias; su libertad, su reino y luego su vida se perdieron tras tan fatídico encuentro.
Sin llegar a esos extremos, el libro incide en la vida de todos nosotros, y no sólo en el plano
individual, sino como sociedad. Y las consecuencias pueden ser buenas o malas, según los
libros que nos toquen en suerte, y las intenciones de quienes nos los alcancen...

Jorge Luis Borges, en su ensayo El cuento policial, manifiesta que Edgar Allan Poe al escribir
sus ficciones policiales (La carta robada, Los crímenes de la Rue Morgue, etc.) a la vez que
inició el género policial, creó el tipo de lector de este género. Sus primeros lectores “no
estaban educados como nosotros, no eran una invención de Poe como lo somos nosotros.
Nosotros, al leer una novela policial, somos una invención de Edgar Allan Poe”1.

1
Borges, Jorge Luis. El cuento policial, Borges Oral. Obras Completas. Vol. IV. Emecé, Barcelona, 1996.
Proponiendo un procedimiento similar, podemos pensar que también Borges creó el lector de
sus propias ficciones. En nuestros días, cada vez que nos acercamos a sus relatos, sabemos
que tenemos que desconfiar; su falsa modestia, sus erudiciones inventadas, el personaje de
Borges entrometiéndose en la ficción... A partir de su lectura aprendimos, entre otras cosas,
que el narrador puede, y tal vez debe, mentirnos a favor de la eficacia del relato. No es
presuntuoso decir que luego de leer a Borges somos lectores más precavidos.

Como él mismo dice, “los géneros literarios dependen, quizás, menos de los textos que del
modo en que éstos son leídos”2. Para dar un ejemplo de esto, la verdad que no encontré
ninguno mejor que el que utiliza Borges. Él se imagina un lector, acostumbrado a leer
ficciones policiales, que se topa con El Quijote y al leer "En un lugar de la Mancha, de cuyo
nombre no quiero acordarme" se ve abatido por toda clase de sospechas. Seguramente no
sucedió en la Mancha..., ¿por qué no quiere acordarse del lugar? Seguramente es el culpable,
Cervantes es un asesino.

Ítalo Calvino, en el apartado que le dedica al autor de El aleph en su libro Por qué leer los
clásicos, sostiene una hipótesis muy interesante. Calvino dice que "la invención fundamental
de Borges (...) , fue fingir que el libro que quería escribir estaba ya escrito, escrito por otro,
por un hipotético autor desconocido, un autor de otra lengua, de otra cultura3" y lo que él hace
es describir, recapitular y reseñar ese libro hipotético. No es original decir que el objeto de la
literatura de Borges es "la biblioteca", pero esto nos da un indicio de lo infinitamente
productivo que puede ser el hecho de leer.

Ahora bien, este trabajo no intenta entusiasmarlos en la lectura de Borges ni de Poe (ni
siquiera de Calvino), aunque se halle implícita la premisa de que no tiene sentido la
promoción de la lectura por la lectura en sí, sino que sería bueno hacer promoción de y a la
buena literatura, aquélla que reavive la imaginación y posea "la apariencia de eternidad que
deben tener todas las criaturas del arte"4.

Actualmente, cuando está tan en boga cambiar la idea de "hábito de lectura" por la idea de
"lectura por placer" es bueno rescatar una carta que le escribió Kafka a su amigo Oskar
Pollak, que va más allá de estas dos tendencias contrapuestas.

"En general, creo que sólo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen, si el libro que estamos
leyendo no nos obliga a despertarnos como un mazazo en el cráneo, ¿para qué molestarnos en leerlo?
¿Para que nos haga felices, como dices tú? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos
ningún libro! (...) Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros"5.

Tal vez la idea de "mazazo en el cráneo" suene un poco cruel para estimular a los niños, e
incluso alejada de las "eternas criaturas del arte", sin embargo no creo que esté del todo
equivocada. Ese "despertar violento" que nos proponen los buenos libros es lo que enriquece
nuestro universo de posibilidades.

Podemos ver un buen ejemplo en La historia interminable, de Michael Ende. Bastián se siente
un ladrón por haberse llevado aquel libro de tapas color cobre de la librería del señor
Koreander. Analiza sus posibilidades inmediatas...

"Tenía que irse. Y lo mejor era hacerlo ya. ¿Pero a dónde?

2
Ibídem.
3
Calvino, Italo, Jorge Luis Borges. Por qué leer los clásicos, Tusquets, Barcelona, 1995.
4
Borges, Jorge Luis. María Esther Vázquez, Los nombres de la muerte, Prólogos con un prólogo de prólogos.
Obras Completas. Vol. IV. Emecé, Barcelona, 1996.
5
Manguel, Alberto, Una historia de la lectura, Grupo Editorial Norma, Santa Fe de Bogotá, 1999.
"Bastián había leído en los libros historias de muchachos que se enrolan en un buque y se van a correr
mundo para hacer fortuna, algunos se hacían también piratas o héroes, y otros volvían ricos a su patria,
unos años más tarde, sin que nadie sospechase quiénes eran."6

Sus opciones son aquéllas que ha leído. Y aunque finalmente se decide por el desván de su
colegio, en su pensamiento conviven alternativas reales e imaginarias. Esa es la diferencia
entre una persona que lee y una que no lo hace; el lector siempre tiene más opciones. No
importa que muchas de ellas no puedan llevarse a cabo en el plano de lo real, lo importante es
desterrar el determinismo que lleva a pensar que las cosas pueden ser sólo de una manera.

Cuando Ítalo Calvino destaca los motivos de Por qué leer los clásicos, analiza el efecto de las
buenas lecturas a edad temprana. "Las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por
impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de
la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan forma a la
experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas
de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen
actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad
madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros
mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. Hay en la obra una fuerza especial
que consigue hacerse olvidar como tal pero que deja su simiente."7

La lectura agrega, completa al individuo. No sólo nos acerca ideas concretas –relativas a
valores, a estética o a cuestiones de orden intelectual– sino que también propone claves para
la comprensión e interpretación de este gran libro, de infinitas páginas, al cual llamamos
universo.

Ahora bien, hasta aquí hemos visto cómo opera la literatura. Cabe señalar –y aquí comienzan
los problemas– que esta maravillosa capacidad de crear lectores no es exclusiva de los buenos
libros, sino que se extiende a los mediocres, y aún a los pésimos. Incluso la existencia de otros
"textos", ajenos a los libros, determina el modo de leer.

Aunque suene extraño, hoy en día los niños son "lectores" desde antes de conocer las letras.
Un chico de dos años puede reconocer y "leer" marcas comerciales antes de ir a la escuela,
porque ya cuenta con cientos de horas-televisión antes de ver escrita la A en un pizarrón.
Entonces, al encontrarse con los libros, ya tiene un modo de leer, ya es un lector que decidirá
qué genero y qué sentido le imprimirá a los textos.

Siendo como es, tan fácil de predecir cuáles serán sus hábitos, ya que estarán en gran parte
determinados por la televisión y por la publicidad, los niños, al igual que los adultos, pueden
estandarizarse y constituirse en una "franja etaria", presa fácil para la conquista del mercado
editorial, que reproduce fórmulas probadas y elimina riesgos.

Tal vez este problema tenga que ver más con la escritura que con la lectura, pero creo que no
es bueno deslindar responsabilidades. Si bien la mayoría de nosotros no podemos influir en
los textos que se editan, sí podemos ejercer la promoción de buenos textos. Ana María
Machado hablaba en el último congreso internacional del IBBY de la diferencia entre libros
para niños y literatura infantil. Se producen y editan cientos de libros anualmente pero
¿cuántos de ellos son literatura y cuántos simplemente "productos" que responden a las
recetas conocidas? La famosa escritora brasileña (galardonada en el año 2001 con el premio
Andersen) sostiene que sólo puede ser efectivo y afectivo el puente entre las generaciones si

6
Ende, Michael, La historia interminable, RBA Editores, Barcelona, 1993.
7
Calvino, Italo. Op. Cit.
los textos nacen de "la necesidad íntima e impostergable de un adulto que desea dirigirse a un
niño"8 y remarca que el hincapié debe hacerse en el sustantivo literatura y no en el hecho de
que sea dirigida a los más pequeños.

Las grandes obras de la literatura infantil son anteriores a las colecciones editoriales. Los
cuentos de los hermanos Grimm o de Perrault, Alicia en el país de las maravillas, Los viajes
de Gulliver o La historia interminable no responden a las nuevas recetas que dicen que para
que un texto sea legible a tal edad, tiene que tener tantos personajes o tal cantidad de páginas.
Es más, estos libros ni siquiera se clasifican por edad en las colecciones a las cuales
pertenecen.

Pero vayamos a la literatura en general, veamos aquellos eficaces productos que hoy se
rotulan como literatura. Si las buenas lecturas agregan posibilidades y claves para entender el
mundo, no es un exabrupto decir que los malos libros no hacen más que sustraerlas; los
resultados están a la vista y no es válido desconocerlos. Probablemente, los productos más
típicos de una industria editorial dedicada al éxito fácil a escala mundial no sean esos libros
chatos y adocenados que agobian los anaqueles de las librerías, sino los ejércitos de lectores
apáticos y estandarizados, incapaces de leer la realidad sino en una sola clave; en la única
posible, según aseguran esos libros que leen.

No podemos pensar en una función social para la lectura si no sabemos sobre qué principios
se basa la sociedad que lee, o qué dirección intenta ésta llevar, si pretende llevar alguna.
¿Busca respuestas nuestra sociedad? Esperemos que las busque en los libros que prometan
"un mazazo en el cráneo", porque en otra parte difícilmente encuentre más que lugares
comunes, consuelo en cuotas y lecciones de segunda mano.

¿Será capaz de entender la lección, si la encuentra, la sociedad lectora de nuestros días? A


este respecto sólo podemos plantear dudas... ¿Qué clase de lectores han creado los libros estos
últimos años? ¿Qué nuevas "claves" se les han develado?

El escepticismo no es una solución. De nosotros depende que los buenos libros circulen y que
los malos simplemente no sean requeridos; no existe otro modo de fomentar la lectura. Si
creemos en el poder del libro para abrir nuevos caminos y para dotar de múltiples sentidos a la
realidad, tenemos claro que la lectura es una herramienta poderosa para operar en la sociedad,
para mejorarla. La cura para nuestros males ya debe estar consignada en alguna de las
incontables páginas que merecen ser leídas, pero necesitamos dar con la clave que nos permita
dar sentido a las palabras.

Kafka decía que "uno lee para hacer preguntas". Alberto Manguel, en su libro Una historia de
la lectura, cuenta que antiguamente se utilizaban pasajes de libros, elegidos al azar, para
predecir el futuro. Virgilio era la fuente preferida para la adivinación pagana en Roma ya
desde antes de Constantino; copias de sus poemas se conservaban, para consultarlos, en varios
de los templos dedicados a la diosa Fortuna.

Si bien este tipo de lectura oracular ha pasado de moda ¡qué bueno sería que pudiéramos
encontrar en los libros alguna respuesta! Hoy, cuando ya no quedan templos dedicados a la
diosa Fortuna, y ésta parece haberse olvidado de nuestro país, seguimos teniendo libros y
sería maravilloso que pudiéramos encontrar en ellos un porvenir venturoso. Y pienso en los

8
Machado, Ana María, "Palabras que superan la brecha generacional. Los libros para niños. Un puente entre los
adultos y los niños" Conferencia pronunciada en el marco de 28 vo. Congreso de Literatura Infantil y Juvenil.
IBBY, International board on books for young people, Basilea, Suiza, Septiembre-octubre 2002. (traducción de
Alicia Salvi)
niños y pienso en la responsabilidad que tenemos los adultos por su futuro. Y cada uno, desde
el lugar en que se encuentra (docentes, bibliotecarios, escritores, editores) puede ser un aliado.
Asumamos, entonces, la misión de dejarles una profecía feliz.

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