Rescatada - Tatiana Garcia PDF
Rescatada - Tatiana Garcia PDF
Rescatada - Tatiana Garcia PDF
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Me quedé en su casa. A pesar de que había volado sin equipaje, allí tenía
todo un guardarropa para mí solo. Yo era su nuevo jefe de seguridad y todos
sus hombres, todos sin excepción, estaban subordinados a mis órdenes.
Algunos lo aceptaron mejor que otros, pero eso me daba igual. Ni fui para
caer bien ni me gusta tampoco hacerme odiar. Soy justo con el que trabaja bien
e implacable con el negligente.
No bebo jamás, no me drogo y no fumo. Pero no soy ningún santo. En
cuanto tengo tiempo, juego, voy a los casinos, corro en circuitos de velocidad
con coches preparados, practico el tiro a diario y me machaco el cuerpo, en
gimnasio si lo hay, o en un bosque si no, hasta que mis músculos me piden
clemencia.
No se la doy, es obvio, pero lo intentan, los remolones. Fui, en mis
tiempos adolescentes, instructor de defensa personal, Aikido y Judo. En el
suelo apenas tengo rivales. De pie no me defiendo mal, pero no me gusta
hablar de mi forma de luchar. No lucho en tatamis, no bailo con un árbitro
pendiente de mis movimientos. Mis luchas son todas reales, para defender a la
persona para la que trabajo o para protegerme yo mismo.
Jamás he participado en campeonatos de ninguna clase. No tengo que
demostrar nada. Entreno para ser el mejor en mi profesión. Enseño, de vez en
cuando, siempre cobrando mucho dinero, porque las clases lo merecen, a los
que trabajan conmigo o para mí, si los veo capaces de soportar la dureza de
mis clases, con golpes y movimientos reales, dolorosos, que nunca se olvidan
precisamente por ese motivo.
El dolor no es un buen profesor, no enseña por sí mismo, pero sí es un
buen aliado para refrescar la memoria.
Durante la primera semana no hubo salidas de F, por lo que permanecí en
la casa, conociendo a todo el personal e informando al jefe de las impresiones
que me producía cada uno. La pequeña fortuna que me pagaba era para que
también hiciera eso, sobre todo al principio. Como era verano, pude darme
algunos chapuzones en la piscina privada de F., que a mí me permitía utilizar
cuando quisiera.
Allí solo se bañaban las amantes de F, que no eran pocas. Unos bellezones
de escándalo; casi desnudas, se zambullían sin parar alrededor de mí. F. tenía
ya casi sesenta años y, aunque no había perdido su vigor, su cuerpo no podía
compararse con el mío.
Todas las chicas intentaban atraer mi atención, a pesar de que intentar algo
con alguna de ellas habría sido un error imperdonable. F. no me habría echado,
pero se habría llevado una pésima impresión de mí por no saber contener mis
instintos y no respetar el territorio de otro macho. Sus hembras eran suyas y
solo suyas. Yo apenas hablaba con ellas, pero sí las miraba; eso no estaba, en
ningún caso, prohibido.
Solía tener a cuatro fijas, todas rusas, y de vez en cuando, si celebraba una
fiesta, se añadían, durante algunos días, chicas españolas que iban en busca de
un bolsillo bien lleno, pero no solían durar mucho. Se asustaban de la salvaje
forma de beber de F. y de sus hombres. Él siempre decía que como nuestras
mujeres no había ninguna en todo el mundo. Tenía criterio para poder afirmar
eso. Había tenido amantes de todas las razas conocidas.
El sexo era uno de los vicios de F. Yo sabía lo peligroso que es para un
hombre como él tener esa pasión por el cuerpo femenino. En la época actual,
lo que parece una chica ligera de cascos, alocada y bailona, puede ser sin
problema un eficaz miembro del servicio secreto inglés, americano, israelí o
ruso, los mejores del mundo.
En los viajes no había jamás el menor problema. No tuve que intervenir
nunca, en ningún momento. F. me tenía más por chulería. Le gustaba decir que
tenía el mejor jefe de seguridad de Rusia, que se lo había quitado al estado
porque él siempre conseguía lo que quería.
Lo de siempre entre hombres con poder; vanidad, demasiada vanidad.
Íbamos con frecuencia a Italia. En el sur del país, en Nápoles y alrededores, F.
tenía contactos con la Camorra y también con algunos clanes de la
Ndràngheta de Calabria y Sicilia. Con la Camorra gestionaba la llegada
segura de centenares de camiones con residuos industriales peligrosos y restos
de centrales nucleares.
Muchos estados pagaban a estas mafias fortunas por que se deshicieran de
esos restos en el sur de la península italiana, que estaba infestada de basura
nuclear y otras porquerías nocivas que contaminaban toda la tierra a su
alrededor.
Con los italianos jamás había el más leve roce. De vez en cuando F. se
hacía cargo de algún cargamento para enterrarlo en secarrales de Castilla La
Mancha, Murcia o Almería, en lugares desiertos donde nunca nadie se pondría
a mirar. Untaba bien a quien debía para tener vía libre.
Con la mafia siciliana los tratos eran de drogas, armas y mujeres para los
miles de puticlubes españoles. Si a F. le gustaba mucho alguna prostituta
eslava, sobre todo rusa, aunque también podía ser moldava o rumana, se la
llevaba unos días a su casa.
De vez en cuando tenía ataques de generosidad y si la chica era buena, se
portaba bien y le caía en gracia, le daba un buen sobre y la certeza de que
estaría siempre protegida por él si algún cliente o dueño de club le hacía pasar
un mal rato. Y cumplía siempre sus promesas.
Pasó un año y esa tranquila y aburrida vida empezaba a cansarme. F.
volvió a pagarme la misma cantidad por permanecer con él otro "curso" más,
como le gustaba decir. Durante el primer curso no cogí vacaciones, no libré ni
un solo día entero, solo algunas horas una vez al mes.
Por eso, cuando llevaba tres meses en "segundo", F. me dio una semana de
vacaciones. Me sentía hastiado del eterno sol y del consiguiente calor de esa
zona del sur de Europa, pegada a África. Por eso, me fui al norte de Noruega a
esquiar y a relajarme un poco entre fiordos. Al cuarto día ocurrió lo
impensable. F. murió.
Pero no lo mataron, no lo cazaron sus numerosos enemigos. Se mató de la
manera más tonta. Resbaló en la piscina. Era de noche, había estado bebiendo
todo el día, casi no se tenía en pie. Cogió en brazos a su chica favorita, Nastia,
e intentó lanzarse con ella al agua. Debido a la borrachera, resbaló de mala
manera, cayendo de espaldas con tan mala suerte que todo el peso del cuerpo
de la chica recayó sobre su cuello.
Murió desnucado. La suerte para mí fue que yo no estaba de servicio. Me
llamaron y me contaron lo ocurrido. Yo había cobrado el dinero por todo el
año. ¿A quién iba a devolverle los ocho meses que ya no trabajaría? No volví
a Marbella.
La relación con esos hombres era profesional. No nos conocíamos. No me
gustaban, ni yo tampoco a ellos. Habría sido suicida tratar de seguir con ellos.
Apenas tenía allí cosas personales, solo varias pistolas y trajes que habían
sido pagados por F. Todo eso podía comprarlo yo.
Decidí quedarme en ese idílico paisaje nórdico dos semanas más. De
nuevo estaba libre. Esperaría. Tenía dinero de sobra para vivir varios años a
cuerpo de rey. Si alguien se interesaba por mí, escucharía la oferta. Si no, me
dedicaría a gozar de mi juventud.
Volví a Rusia. Allí, en la capital, junto a ex compañeros del servicio
secreto, amparados por el tejado que suponía la protección de una conocida
banda moscovita, abrí un restaurante de comida asiática (tailandesa, china,
japonesa, camboyana e india).
El restaurante era solo para gente especial, millonarios, oligarcas,
funcionarios del gobierno, policías a los que se les pagaba de otras formas,
etc. Los mejores productos de Asia, en especial pescados y mariscos, venían a
diario vía avión privado. Lo teníamos todo fresco, recién salido del mar.
El mejor producto de todo Moscú. Las camareras, todas ellas modelos de
lujo, servían las mesas con poca ropa. Después, para el que lo solicitara, se
daban servicios de masaje tailandés, con un espectacular catálogo de mujeres
que hizo que las reservas se multiplicaran en pocas semanas.
A los cuatro meses, era imposible solicitar mesa para ese mismo mes.
Muchos no se molestaban ni en comer. Se sentaban para guardar las
apariencias, pedían algo de vodka o vino y miraban los catálogos.
El dinero entraba a espuertas, mucho más de lo que habíamos previsto. Yo
sabía que sería una moda que terminaría por pasar. Previéndolo, me salí de la
sociedad cuando llevábamos un año y el local funcionaba a pleno rendimiento.
Ese restaurante ya no existe. Se lo terminó quedando la mafia que nos lo
protegía, como suele suceder.
El terreno estaba comprometido para construir casas de lujo en la zona,
pero nadie había avisado, como siempre ocurre en Rusia. Unos pocos tienen
toda la información, y la utilizan a conveniencia. Los demás están siempre
rezando para que siga la suerte. Pero ésta siempre termina por acabarse. Por
eso, prefiero anticiparme a esos golpes adversos de la diosa fortuna.
Me centré en no perder la forma física. Con el restaurante me había
relajado en ese sentido; había engordado tres kilos y eso no me hacía mucha
gracia. Podría volverme lento y eso, en mi profesión, era una muerte segura y
anunciada a los cuatro vientos. No buscaba trabajo, pero sabía que la liebre
podía saltar cuando menos lo esperase.
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Diez días después volví al mismo despacho. Me dijeron que Alexéi estaba
fuera, en un viaje de trabajo.
Por internet no encontré nada sobre ese dichoso Lei Zhang. Necesitaba la
información privilegiada que solo podía facilitarme Aliosha. El tiempo
pasaba.
Katia comenzaba a dar muestras de inquietud porque se iba acercando la
fecha y yo solo podía decirle que confiara en mí, que estaba preparando todo,
pero que tenía que confiar ciegamente. Tuve que decirle, para tranquilizarla,
que la seguridad de muchas personas dependía de que todo se mantuviera en
secreto.
Dejé pasar otra semana y volví a la oficina de Alexéi, en el distrito de
Lubianka, al norte de Moscú. Esta vez sí lo pillé.
-Pasa, Matvéi. Tengo noticias para ti. Siéntate, por favor.
El despacho de ese hombre era de lujo, pero no se estaba a gusto. Había
algo inquietante, extraño, que flotaba en el ambiente. Me alegré de haberme
salido a tiempo de ese nido de traiciones y venganzas.
-Tu joven chino es toda una figura. Al amparo de la riqueza y el poder de
su padre, pues es una de las manos derechas del actual presidente, y goza de
toda su confianza, organiza la distribución y venta de una gran parte de la
cocaína que circula por el este asiático, incluyendo Japón. Controla varios
grupos muy peligrosos de la Tríada (la mafia china) y tiene importantes y
buenas relaciones con sus homólogos en Japón, la Yakuza.
>>Es toda una joya, pero es intocable. De vez en cuando detienen a
subordinados suyos, que se cuidan mucho de declarar su nombre en los
juicios. Le gustan mucho las mujeres, sobre todo las rubias y blancas, y tiene
un harén propio a las afueras de Pekín. Es cruel con todo el mundo y
sanguinario con el que se pone por delante.
-Muy interesante, Aliosha -interrumpí, mientras pensaba que la cosa para
nosotros estaba mucho peor que antes. Un gran capo de la mafia china...Justo
lo que necesitaba.
-Hay una cosa interesante. El tío sabe luchar cuerpo a cuerpo. Ha tenido,
desde niño, a los mejores maestros del mundo de artes marciales. Todos los
luchadores importantes han pasado por su mansión de Pekín para instruirlo. Es
una especie de Bruce Lee moderno.
>>Adora la lucha y organiza con frecuencia combates, a veces sin reglas,
entre luchadores de todo el mundo. Él participa también. Jamás ha sido
derrotado. No sabemos si paga a los rivales, pero uno de mis hombres estuvo
allí, en una de esas peleas, y me ha asegurado que es mortal. Va solo a hacer
daño, da en los puntos dolorosos, se ensaña hasta límites inhumanos. Un
verdadero demonio, querido Matvéi.
-Al padre le supongo enterado de todo esto -dije.
-No sabemos hasta qué punto conoce todos los secretos de su hijo. De
todas formas, forma parte de la oligarquía comunista china y está siempre
preocupado por hacer más y más dinero. Tiene un proyecto con Mijaíl Zhigulin
para construir vías férreas por toda Asia, de trenes de alta velocidad.
>>Pero, y esto es interesante, y aquí tengo un informe sobre esto -dijo,
tendiéndomelo-, tiene el mismo proyecto con Zajar Bogdánovich, el magnate
del acero y los diamantes. Tendrá que hacerlo solo con uno de los dos.
Bogdánovich puede hacerlo por mucho menos dinero. Quizá este sobre pueda
ayudarte, amigo.
-Este sobre puede salvarnos la vida. Te doy las gracias de corazón,
Aliosh. No esperaba todo esto.
-Has sido tú, amigo, tú has pagado mucho dinero por obtener esto. Yo solo
sé mover los hilos, pero no manejo tanto dinero. Tengo más poder e influencia
que millones.
-¿Preferirías que fuera al contrario? -dije.
-Sinceramente, Matvéi, no -rio.
-Lo imaginaba. Si tienes tiempo, te invito a comer -ofrecí.
-Mira, acepto, pero soy yo el que invita. Estás en mi territorio. ¿Sigues sin
beber?
-Sí. Pero hoy puedo hacer una excepción. Beberé un vaso, solo uno, por ti.
-¡¡Matvéi Orlov va a saltarse sus estrictas normas por un generalucho
como yo!! Ver para creer.
-La ocasión lo merece.
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Esa misma tarde le conté todo a Katia. Le dije quién era, en realidad, su
prometido, le repetí todo lo que me había contado Aliosha. Tenía incluso algún
documento que podía corroborarlo. Después, le conté el gran proyecto de la
construcción de vías y compra de los trenes. El padre de Lei iba a traicionar al
suyo, pero no sabíamos cómo.
-Hay que decírselo a mi padre, Matvéi. En cuanto lo sepa, se pondrá tan
furioso que romperá toda relación con él y yo seré libre. Entonces, nos iremos
lejos de aquí, sin miedo a nada.
-Puede reaccionar mal, o no creyéndoselo. No ha firmado aún nada con
ese Zajar, aunque todo apunta a que va a hacerlo, pues los costes son mucho
más bajos con él. No pierdo nada con intentarlo. ¿Está en casa ahora?
-Sí, ha venido hace un rato. No parece de buen humor -dijo ella.
-Llámalo -pedí.
Mijaíl Zhigulin se sentó en su sillón favorito, una pequeña y vieja butaca
que había pertenecido a su abuelo materno. Decía que en ningún sitio se
encontraba mejor y no se desprendía de ella.
-¿Ocurre algo, chicos? -dijo, sospechando alguna extraña noticia ante esa
convocatoria.
-Mijaíl, me has pagado mucho dinero, mucho. Parte de él lo he utilizado en
buscar información sobre Lei Zhang. ¿Sabes a qué se dedica realmente?
-Supongo que continúa los negocios de su padre, es muy rico.
Entonces le expliqué sus actividades. No podía creerlo. El asunto del
harén lo hizo enrojecer. Quise que Katia estuviera delante, para ejercer más
presión.
-No puedo creerlo, es un criminal sin principios ni reglas -exclamó.
-Katia estaría en verdadero peligro ante esa bestia. No voy a entregarla,
Mijaíl, no a ese diablo chino.
-¿Cómo echarme ahora atrás? ¿Cómo le explico al padre, que quizá
desconozca los turbios negocios del hijo, que no habrá boda? Sin tener en
cuenta que el negocio se me va a pique, aunque aún quedan algunos flecos
que...
-Dime, Mijaíl, ¿cuáles son esos flecos?
-Todavía hay un fuerte tira y afloja con los precios, pero nosotros ya no
podemos bajar más. Hemos hecho un buen precio para un enorme negocio que
me ha jurado que hará solo conmigo. Pero está apretando, es un tiburón
insaciable, lo quiere todo.
-¿Qué me dirías si te cuento que ese gran negocio, el de las vías y los
trenes de alta velocidad, lo va a hacer con otro empresario? -pregunté.
-Eso es imposible, Matvéi. Hijo, de esto no entiendes. Es posible que
tengas a mucha gente conocida en altas esferas. No sé cómo has podido
enterarte, la verdad, es alto secreto. Puede que el hijo sea lo que me dices,
vale, pero esto no. Solo quedan las firmas, está todo en marcha.
-Hay un hombre que hace lo mismo a mucho menos precio, y va a
decantarse por él -anuncié, jugándome el todo por el todo, sin saber si me
mataría por esa, para él, blasfemia imperdonable.
-Dime el nombre, Matvéi. Dímelo o te mato aquí mismo, lo juro.
-No solo te diré el nombre. Es que tengo documentos que lo prueban. Mira,
echa un vistazo al contenido de este sobre.
Le dejé que lo leyera con calma. El color de su cara fue pasando del
blanco verdoso al rojo, y después al morado. Nos preocupó, parecía que iba a
darle un síncope. No tenía noticia de los tratos del señor Zhang con su rival.
Entonces, estalló. Se levantó de la butaca, pateó una mesa de cristal, que
hizo añicos, empezó a lanzar todo tipo de objetos que iba encontrando contra
los cristales de la gran terraza, al tiempo que gritaba los peores insultos que
conocía, que no eran pocos.
El ataque le duró unos dos minutos. Le dije a Katia que lo dejara, eso lo
calmaría, se estaba agotando físicamente, necesitaba algo así, una explosión
física, para que no le diera un síncope.
Si lo guardaba dentro, sería peor. Cuando el salón quedó como un campo
de batalla, Zhigulin se vino abajo. Agotó su energía y se sentó en el suelo,
entre restos de jarrones de cara porcelana y cristales de la terraza.
Katia se acercó a su padre y lo consoló. Les dejé solos.
Media hora después, Mijaíl me llamó.
-Quiero agradecerte todo lo que has hecho por mí y por mi hija, Matvéi.
Saber esto ha supuesto el disgusto de mi vida, pero todavía no había realizado
mucha inversión, aunque es cierto que voy a perder muchos millones, pero
puedo arreglarlo. Ahora lo que quiero es saber tu opinión. ¿Lo mato hoy o lo
dejo para mañana?
-Mijaíl, es una vaca sagrada del poder en China. No podemos acercarnos.
Podrías decirle la verdad, pero no te lo aconsejo.
-No puedo hablar con ese hijo de puta. Quería llevarse a mi hija, a mi
tesoro, para casarla con ese degenerado de mierda, con ese asesino, con ese
putero.
-Te recomiendo, y tengo experiencia en este tipo de situaciones, traiciones
y mentiras, que hagas como que no sabes nada -expuse-. Dale tiempo, analiza
lo que te cuenta, presiónale con la firma del acuerdo. Tendrá que darte alguna
respuesta.
-No sé, no estoy de humor de momento. Ahora, con tu permiso, voy a
emborracharme hasta perder el conocimiento.
Mijaíl bebió durante toda la noche, como bebe un ruso, atacando al vaso y
a la botella, en una lucha de tú a tú, donde el ruso pierde siempre, pero la
bebida también, pues no queda ni gota en las botellas. Terminó cantando cerca
de las piscina antiguas canciones militares de la época de la Gran Guerra
Patria donde la Unión Soviética venció a los nazis.
Katia y yo queríamos decirle a Mijaíl que nos amábamos, pero no veíamos
el momento. A Zhigulin no se le pasaba el disgusto por la traición del magnate
chino.
Una semana después, una llamada facilitó las cosas. El padre de Lei llamó
a Mijaíl, en persona. Le dijo que el precio era muy alto y que cancelaban el
proyecto, pero que se ofrecía a colaborar con él, ya que iban a ser consuegros,
en futuras operaciones.
Mijaíl, sin nada que perder, le contó que sabía todo sobre el proyecto con
Zajar. El chino, sin capacidad para reaccionar, pues no se esperaba que el ruso
lo supiera, disimuló, fingiendo que se oía mal, que la llamada se perdía.
Mijaíl, sonriendo, colgó el auricular.
Zhigulin intuyó la verdad. Su gran enemigo, Zajar Bogdánovich, había
llegado a ese acuerdo con el chino para arruinarlo a él.
Entre las dos partes, harían que tuviera que hacer una fabulosa inversión
en material y en sobornos a cientos de políticos por donde pasarían los trenes,
y una vez estuviera todo a punto para empezar, ¡zas!, cualquier excusa por
parte del chino habría dejado a Mijaíl en la ruina más absoluta.
Por eso, quiso agradecerme los servicios prestados.
-Matvéi, no soy estúpido. Al principio no me di cuenta, pero ahora lo veo
claro. Haberte tomado todas estas molestias solo para salvar a Katia, y
también a mí, no puede ser porque sí. Dime la verdad, ¿te gusta mi hija?
-No solo me gusta, Mijaíl. La amo con toda mi alma. Sí. Aunque me mates
por haber incumplido lo principal del pacto, que era enamorarme, no he
podido evitarlo.
-Lo suponía. Y estoy feliz por ti y por ella. Solo puedo daros mi bendición.
Cuídala.
Me miró a los ojos, que estaban humedecidos.
-Cuídala como no he sabido hacerlo yo. Tú sí sabes. Y quieres.
Cuando parecía que ya nada impediría nuestra felicidad, Mijaíl recibió un
mensaje en su correo electrónico.
Ruso, los negocios de mi padre no son cosa mía. No sé qué ha ocurrido,
pero la boda sigue en pie y yo espero a mi princesa blanca. Le daré todo. La
próxima semana ha de estar en Pekín, sin falta.
Lei Zhang
Los insultos de Mijaíl hacia el chino se oyeron hasta en Mongolia. Le pedí
que me dejara ayudarlo una vez más, ya que le debía mucho, pues gracias a él
había conocido a Katia.
Le expliqué que un hombre así no renuncia a un capricho. Mataría a quien
fuera hasta que Katia fuera suya. Se había convertido en su obsesión.
Contesté a Lei con el siguiente correo electrónico:
Chino, Katia no está en venta. Ella es mía, como yo soy suyo. Jamás
estará contigo, pero tienes la oportunidad de librarte de mí. Te reto a una
lucha a muerte en tu país, en tu Pekín. Tú y yo, mano a mano, solos. Sin
armas. Dicen que nadie te ha derrotado. Quizá sea porque pagas a los
rivales. Pero a mí no puedes sobornarme. Si el miedo te deja escribir, espero
tu respuesta.
Matvéi Orlov
La respuesta no se hizo esperar, como imaginaba.
Matvéi, me gusta mucho tu propuesta. Ya estoy esperándote. Será un
placer destrozarte. Disfruta como quieras de tus últimas setenta y dos horas.
Dentro de tres días, delante del Templo del Cielo, en Pekín, a las doce del
mediodía. Te recogerá un coche y te llevará hasta mí.
Katia y Mijaíl me rogaron, me suplicaron y hasta se arrodillaron para que
no fuera. Pero ellos no lo entendían. Jamás estaríamos seguros ya, nunca. Esa
era la solución. En una pelea pactada, a muerte, aceptada por ambos, podía
matarlo.
-O él a ti, Matvéi. Y, aunque puedas acabar con él, que quizá puedas,
¿cómo sales luego de ahí?
-Supongo que andando, si me queda algún hueso sano. Y si no, en silla de
ruedas o en camilla, pero vamos a ser libres, querida.
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Tres días más tarde entraba en una de las mansiones de Lei Zhang.
Me esperaba vestido con un pantalón bombacho negro, del que colgaba el
nudo de un cinturón morado; estaba desnudo de cintura para arriba. Tenía un
cuerpo muy parecido al de Bruce Lee.
Ese tipo parecía que vivía obsesionado. Sus pasiones lo dominaban. Había
entrenado y hecho dieta para tener un cuerpo similar al de la famosa estrella
de cine, pero no era tan espectacular.
-Una cosa tengo que reconocerte, ruso -dijo en inglés, el único idioma
extranjero que conozco-; huevos te sobran. Y me gusta eso. No vas a salir vivo
de aquí, y lo sabes. Incluso si lograras matarme, cosa harto improbable, te
pegarán dos tiros en la cabeza. Eso sí, te prometo una muerte rápida y digna.
Lo mereces. Cuando quieras, empezamos.
-Estoy listo -dije.
Acostumbrado a rivales que eran luchadores profesionales, pero siempre
de deportes, con reglas y árbitro, no esperaba a alguien como yo, que
esperaría el momento preciso para colocar un golpe, solo uno, pero mortal. Si
para ello era preciso recibir un severo castigo, estaba preparado. Me había
preparado toda la vida para un combate como este. Lei tenía veinte años
menos que yo, pero eso no me preocupaba.
Me lanzó algunos puñetazos, eléctricos, debo reconocerlo, para medirme.
Esquivé todos con facilidad. Era rápido, pensé al principio, pero nada fuera
de lo común. Tenía una técnica perfecta en cada golpe. Después pasó a
combinar patadas con puños, rodilla y codo.
Recibí tres puñetazos en el pecho, un rodillazo en el estómago y un codazo
que bloqueó mi hombro derecho. Un mosquito me habría hecho más daño. A
cambio, él se llevó un único golpe, en la garganta, con la palma de la mano.
No pude colocarlo bien, debido a la posición. Medio segundo antes y la pelea
habría terminado para él, pero pudo medio esquivarlo.
Le costaba respirar. El golpe había hecho su efecto. Entonces cambió todo.
Solo había estado calentando. De repente, una apisonadora humana descargó
sobre mí todo tipo de golpes, algunos nunca vistos. Con una velocidad
pasmosa enlazaba patadas con puñetazos, tanto en giro como en salto. Me
rompió la nariz y me saltó un diente.
Después, en una buena presa, me dislocó el hombro izquierdo, en una llave
de Jiu-jitsu. La llave era de rotura, pero conseguí moverme para que quedara
solo en dislocación. La cosa pintaba mal. Además se me escabulló cuando creí
tenerlo en el suelo, mi punto más fuerte.
-Te queda poco, ruso, muy poco. Aún no he empezado en serio. Creía que
tenías más clase. He recibido tres o cuatro golpes, es insuficiente para
derrotarme. Voy a hacerte una oferta. Tu vida a cambio de mi boda con Katia.
Paramos ya la pelea, pues estás perdido, pero salvas la vida, viene ella y tú te
largas a tu gran Rusia para siempre.
-¿Qué parte de la frase "a muerte" no te queda clara, chinito? -repliqué.
-Vaya, tu vida te importa una mierda. Eso está bien, hay que saber morir.
Pero será doloroso. Has elegido.
-Venga, bocazas, deja de hablar.
De un prodigioso salto, su pie iba a impactar sobre mi rostro, pero esa vez
lo cacé. Estaba esperándolo. Antes del viaje, estuve viendo los dos vídeos
clandestinos que me facilitó Alexéi sobre sus peleas.
Le gustaba terminar con espectaculares saltos con patada cuando se sentía
indudable vencedor. Con un rápido movimiento en círculo con mis manos, le
cogí el pie y se lo quebré por la parte del tobillo. El chasquido se oyó con
claridad. A cambio me llevé un brutal puñetazo en la boca, pero ya me daba
igual la desfiguración. No tenía sesión de fotos aquel día.
Incluso cojo, como lo dejé, seguía teniendo peligro. Del bolsillo del
pantalón sacó un pequeño estilete. Fui por él, yo estaba perdiendo también las
fuerzas; me costaba respirar, tenía una costilla fracturada. Dejé que me clavase
el pequeño estilete en el hombro.
A cambio de este sacrificio, conseguí agarrarlo, al fin, y derribarlo. En el
suelo no tengo rivales. Primero le tronché un brazo y después el otro. Continué
con la pierna sana, después, por riguroso orden, la segunda. Sus aullidos de
perdedor frustrado me dejaron medio sordo. ¡Qué pulmones!
Entonces, como colofón, le agarré el cuello, dispuesto a terminar
quebrándole la primera vértebra cervical.
-¡¡Alto!! Por favor, señor, por favor, es mi hijo. ¡No lo haga! Se lo ruego -
dijo el señor Zhang, en un mal inglés.
-Estoy aquí para salvar a la mujer que amo, señor. Su hijo ha dicho que no
parará hasta que la traiga a China. Ya no hay boda, ni trato, pero a él le da
igual -contesté.
-Lo sé, lo sé, y lo siento de verdad. Pero no va a hacer nada, le doy mi
palabra. He estado aquí todo el tiempo, esperando que alguien, como ha hecho
usted hoy, bendito día, le diera la lección de su vida.
>>Sabe luchar demasiado bien y me parecía algo imposible. Los pocos
que podrían haberlo vencido no querían intentarlo. He disfrutado con la paliza
que le ha dado. Ha lesionado ya a demasiados luchadores.
-No, no puedo confiar en su palabra, señor. Tengo que asegurarme que no
nos molestará nunca. Solo así podré vivir tranquilo. Si él sigue vivo, prefiero
que me maten ahora.
-Sé que mi hijo tiene negocios sucios, siempre lo he tapado, pero esta vez
es distinto. Sus caprichos han llegado demasiado lejos. Si no abandona su
actitud respecto a ustedes, pronto ingresará en una cárcel de seguridad de
China. Él sabe bien cómo son. No saldrá en muchos muchos años.
-Padre, ¿se ha vuelto loco? -dijo Lei en chino, sin poder soltarse de mi
presa.
-Dice que si me he vuelto loco -me tradujo-. No, no estoy loco, pero tú sí,
hijo. Es hora de que te reconduzcas. El trato con el señor Mijaíl fue solo para
dar placer a este hijo impresentable. Se volvió loco con esa mujer.
>>Pero no era rentable, no era bueno para empresas chinas, pero no podía
echarme atrás. Dígame, ¿fue usted quien descubrió todo? Tiene usted poder
para llegar a sitios donde nadie llega. Lo felicito.
-Gracias.
-Tiene usted que confiar en mi palabra. En China tengo autoridad suficiente
como para asegurarle que Lei no los molestará a ustedes jamás. Vuelva con su
chica y sean felices. Y mis respetos para señor Zhigulin. Cuando pase todo
esto, haremos negocios juntos, seguro. Por favor, no lo mate, usted parece
buena persona. Se lo pido como padre.
Solté a Lei. Zhang, el padre, se acercó a mí y me dio un abrazo. Me
llevaron a un hospital y allí tuve que estar dos semanas. Las heridas eran
serias. Jamás me habían dado una paliza como esa, pero, por Katia, me
pareció solo el arañazo de un gatito.
Mi amada Katia, a la que no permití venir conmigo, voló hasta Pekín
cuando le dije que estaba vivo. Estuvo en todo momento a mi lado. Lei Zhang
estaba en el mismo hospital, en otra planta. Necesitó de algunas operaciones
en las rodillas. Me dijeron que nunca volvería a andar bien.
-Dime que no lo has matado, Matvéi. Dímelo. Estoy feliz de que tú estés
vivo, solo eso me importaba, pero me gustaría saber que él también lo está.
-No lo hice. Su padre suplicó por su vida. Jura que nos dejará en paz y no
volverá a molestarnos. Pero, si lo hace, volveré y ya no habrá piedad.¿Puedes
besarme?
-Puedo, pero no sé... temo lastimarte, querido.
-Me lastimarías si no me besaras ahora mismo. ¡Estás preciosa!
C
Vivimos en Ámsterdam. Tenemos dos hijos. Katia es intérprete para una
buena empresa alemana y yo me limito a amarla y a cuidar de mis hijos, mis
perros y mis gatos. Me siento más libre que nunca con este par de terremotos.
No trabajo para nadie. Mis niños me necesitan más.
Matvéi es el hombre de mi vida. Me cuida, me mima y me respeta siempre.
Somos felices porque somos, los dos, libres. Y sí, le compré un caballo
blanco, en el que monta solo a veces para dar gusto a los caprichos de una
niña rica que estuvo llena de fantasías.
NOTA DE LA AUTORA
Si has disfrutado del libro, por favor considera dejar una review del
mismo (no tardas ni un minuto, lo sé yo). Eso ayuda muchísimo, no sólo a que
más gente lo lea y disfrute de él, sino a que yo siga escribiendo.
A continuación te dejo un enlace para entrar en mi lista de correo si
quieres enterarte de obras gratuitas o nuevas que salgan al mercado.
Finalmente, te dejo también otras obras — mías o de otras personas — que
creo serán de tu interés. Por si quieres seguir leyendo.
Nuevamente, gracias por disfrutar de mis obras. Eres lo mejor.
La Mujer Trofeo
Romance Amor Libre y Sexo con el Futbolista Millonario
— Comedia Erótica y Humor —
J*did@-mente Erótica
BDSM: Belén, Dominación, Sumisión y Marcos el Millonario
— Romance Oscuro y Erótica —
El Rompe-Olas
Romance Inesperado con el Ejecutivo de Vacaciones
— Erótica con Almas Gemelas —
“Bonus Track”
— Preview de “La Mujer Trofeo” —
Capítulo 1
Cuando era adolescente no me imaginé que mi vida sería así, eso por
descontado.
Mi madre, que es una crack, me metió en la cabeza desde niña que tenía
que ser independiente y hacer lo que yo quisiera. “Estudia lo que quieras,
aprende a valerte por ti misma y nunca mires atrás, Belén”, me decía.
Mis abuelos, a los que no llegué a conocer hasta que eran muy viejitos,
fueron siempre muy estrictos con ella. En estos casos, lo más normal es que la
chavala salga por donde menos te lo esperas, así que siguiendo esa lógica mi
madre apareció a los dieciocho con un bombo de padre desconocido y la
echaron de casa.
Del bombo, por si no te lo imaginabas, salí yo. Y así, durante la mayor
parte de mi vida seguí el consejo de mi madre para vivir igual que ella había
vivido: libre, independiente… y pobre como una rata.
Aceleramos la película, nos saltamos unas cuantas escenas y aparezco en
una tumbona blanca junto a una piscina más grande que la casa en la que me
crie. Llevo puestas gafas de sol de Dolce & Gabana, un bikini exclusivo de
Carolina Herrera y, a pesar de que no han sonado todavía las doce del
mediodía, me estoy tomando el medio gin-tonic que me ha preparado el
servicio.
Pese al ligero regusto amargo que me deja en la boca, cada sorbo me sabe
a triunfo. Un triunfo que no he alcanzado gracias a mi trabajo (a ver cómo se
hace una rica siendo psicóloga cuando el empleo mejor pagado que he tenido
ha sido en el Mercadona), pero que no por ello es menos meritorio.
Sí, he pegado un braguetazo.
Sí, soy una esposa trofeo.
Y no, no me arrepiento de ello. Ni lo más mínimo.
Mi madre no está demasiado orgullosa de mí. Supongo que habría
preferido que siguiera escaldándome las manos de lavaplatos en un
restaurante, o las rodillas como fregona en una empresa de limpieza que hacía
malabarismos con mi contrato para pagarme lo menos posible y tener la
capacidad de echarme sin que pudiese decir esta boca es mía.
Si habéis escuchado lo primero que he dicho, sabréis por qué. Mi madre
cree que una mujer no debería buscar un esposo (o esposa, que es muy
moderna) que la mantenga. A pesar de todo, mi infancia y adolescencia fueron
estupendas, y ella se dejó los cuernos para que yo fuese a la universidad.
“¿Por qué has tenido que optar por el camino fácil, Belén?”, me dijo
desolada cuando le expliqué el arreglo.
Pues porque estaba hasta el moño, por eso. Hasta el moño de esforzarme y
que no diera frutos, de pelearme con el mundo para encontrar el pequeño
espacio en el que se me permitiera ser feliz. Hasta el moño de seguir
convenciones sociales, buscar el amor, creer en el mérito del trabajo, ser una
mujer diez y actuar siempre como si la siguiente generación de chicas jóvenes
fuese a tenerme a mí como ejemplo.
Porque la vida está para vivirla, y si encuentras un atajo… Bueno, pues
habrá que ver a dónde conduce, ¿no? Con todo, mi madre debería estar
orgullosa de una cosa. Aunque el arreglo haya sido más bien decimonónico, he
llegado hasta aquí de la manera más racional, práctica y moderna posible.
Estoy bebiendo un trago del gin-tonic cuando veo aparecer a Vanessa
Schumacher al otro lado de la piscina. Los hielos tintinean cuando los dejo a
la sombra de la tumbona. Viene con un vestido de noche largo y con los
zapatos de tacón en la mano. Al menos se ha dado una ducha y el pelo largo y
rubio le gotea sobre los hombros. Parece como si no se esperase encontrarme
aquí.
Tímida, levanta la mirada y sonríe. Hace un gesto de saludo con la mano
libre y yo la imito. No hemos hablado mucho, pero me cae bien, así que le
indico que se acerque. Si se acaba de despertar, seguro que tiene hambre.
Vanessa cruza el espacio que nos separa franqueando la piscina. Deja los
zapatos en el suelo antes de sentarse en la tumbona que le señalo. Está algo
inquieta, pero siempre he sido cordial con ella, así que no tarda en obedecer y
relajarse.
—¿Quieres desayunar algo? —pregunto mientras se sienta en la tumbona
con un crujido.
—Vale —dice con un leve acento alemán. Tiene unos ojos grises muy
bonitos que hacen que su rostro resplandezca. Es joven; debe de rondar los
veintipocos y le ha sabido sacar todo el jugo a su tipazo germánico. La he
visto posando en portadas de revistas de moda y corazón desde antes de que
yo misma apareciera. De cerca, sorprende su aparente candidez. Cualquiera
diría que es una mujer casada y curtida en este mundo de apariencias.
Le pido a una de las mujeres del servicio que le traiga el desayuno a
Vanessa. Aparece con una bandeja de platos variados mientras Vanessa y yo
hablamos del tiempo, de la playa y de la fiesta en la que estuvo anoche.
Cuando le da el primer mordisco a una tostada con mantequilla light y
mermelada de naranja amarga, aparece mi marido por la misma puerta de la
que ha salido ella.
¿Veis? Os había dicho que, pese a lo anticuado del planteamiento, lo
habíamos llevado a cabo con estilo y practicidad.
Javier ronda los treinta y cinco y lleva un año retirado, pero conserva la
buena forma de un futbolista. Alto y fibroso, con la piel bronceada por las
horas de entrenamiento al aire libre, tiene unos pectorales bien formados y una
tableta de chocolate con sus ocho onzas y todo.
Aunque tiene el pecho y el abdomen cubiertos por una ligera mata de
vello, parece suave al tacto y no se extiende, como en otros hombres, por los
hombros y la espalda. En este caso, mi maridito se ha encargado de
decorárselos con tatuajes tribales y nombres de gente que le importa. Ninguno
es el mío. Y digo que su vello debe de ser suave porque nunca se lo he tocado.
A decir verdad, nuestro contacto se ha limitado a ponernos las alianzas, a
darnos algún que otro casto beso y a tomarnos de la mano frente a las cámaras.
El resto se lo dejo a Vanessa y a las decenas de chicas que se debe de tirar
aquí y allá. Nuestro acuerdo no precisaba ningún contacto más íntimo que ese,
después de todo.
Así descrito suena de lo más atractivo, ¿verdad? Un macho alfa en todo su
esplendor, de los que te ponen mirando a Cuenca antes de que se te pase por la
cabeza que no te ha dado ni los buenos días. Eso es porque todavía no os he
dicho cómo habla.
Pero esperad, que se nos acerca. Trae una sonrisa de suficiencia en los
labios bajo la barba de varios días. Ni se ha puesto pantalones, el tío, pero
supongo que ni Vanessa, ni el servicio, ni yo nos vamos a escandalizar por
verle en calzoncillos.
Se aproxima a Vanessa, gruñe un saludo, le roba una tostada y le pega un
mordisco. Y después de mirarnos a las dos, que hasta hace un segundo
estábamos charlando tan ricamente, dice con la boca llena:
—Qué bien que seáis amigas, qué bien. El próximo día te llamo y nos
hacemos un trío, ¿eh, Belén?
Le falta una sobada de paquete para ganar el premio a machote bocazas del
año, pero parece que está demasiado ocupado echando mano del desayuno de
Vanessa como para regalarnos un gesto tan español.
Vanessa sonríe con nerviosismo, como si no supiera qué decir. Yo le doy
un trago al gin-tonic para ahorrarme una lindeza. No es que el comentario me
escandalice (después de todo, he tenido mi ración de desenfreno sexual y los
tríos no me disgustan precisamente), pero siempre me ha parecido curioso que
haya hombres que crean que esa es la mejor manera de proponer uno.
Como conozco a Javier, sé que está bastante seguro de que el universo gira
en torno a su pene y que tanto Vanessa como yo tenemos que usar toda nuestra
voluntad para evitar arrojarnos sobre su cuerpo semidesnudo y adorar su
miembro como el motivo y fin de nuestra existencia.
A veces no puedo evitar dejarle caer que no es así, pero no quiero
ridiculizarle delante de su amante. Ya lo hace él solito.
—Qué cosas dices, Javier —responde ella, y le da un manotazo cuando
trata de cogerle el vaso de zumo—. ¡Vale ya, que es mi desayuno!
—¿Por qué no pides tú algo de comer? —pregunto mirándole por encima
de las gafas de sol.
—Porque en la cocina no hay de lo que yo quiero —dice Javier.
Me guiña el ojo y se quita los calzoncillos sin ningún pudor. No tiene
marca de bronceado; en el sótano tenemos una cama de rayos UVA a la que
suele darle uso semanal. Nos deleita con una muestra rápida de su culo
esculpido en piedra antes de saltar de cabeza a la piscina. Unas gotas me
salpican en el tobillo y me obligan a encoger los pies.
Suspiro y me vuelvo hacia Vanessa. Ella aún le mira con cierta lujuria,
pero niega con la cabeza con una sonrisa secreta. A veces me pregunto por
qué, de entre todos los tíos a los que podría tirarse, ha elegido al idiota de
Javier.
—Debería irme ya —dice dejando a un lado la bandeja—. Gracias por el
desayuno, Belén.
—No hay de qué, mujer. Ya que eres una invitada y este zopenco no se
porta como un verdadero anfitrión, algo tengo que hacer yo.
Vanessa se levanta y recoge sus zapatos.
—No seas mala. Tienes suerte de tenerle, ¿sabes?
Bufo una carcajada.
—Sí, no lo dudo.
—Lo digo en serio. Al menos le gustas. A veces me gustaría que Michel se
sintiera atraído por mí.
No hay verdadera tristeza en su voz, sino quizá cierta curiosidad. Michel
St. Dennis, jugador del Deportivo Chamartín y antiguo compañero de Javier,
es su marido. Al igual que Javier y yo, Vanessa y Michel tienen un arreglo
matrimonial muy moderno.
Vanessa, que es modelo profesional, cuenta con el apoyo económico y
publicitario que necesita para continuar con su carrera. Michel, que está
dentro del armario, necesitaba una fachada heterosexual que le permita seguir
jugando en un equipo de Primera sin que los rumores le fastidien los contratos
publicitarios ni los directivos del club se le echen encima.
Como dicen los ingleses: una situación win-win.
—Michel es un cielo —le respondo. Alguna vez hemos quedado los cuatro
a cenar en algún restaurante para que nos saquen fotos juntos, y me cae bien—.
Javier sólo me pretende porque sabe que no me interesa. Es así de narcisista.
No se puede creer que no haya caído rendida a sus encantos.
Vanessa sonríe y se encoge de hombros.
—No es tan malo como crees. Además, es sincero.
—Mira, en eso te doy la razón. Es raro encontrar hombres así. —Doy un
sorbo a mi cubata—. ¿Quieres que le diga a Pedro que te lleve a casa?
—No, gracias. Prefiero pedirme un taxi.
—Vale, pues hasta la próxima.
—Adiós, guapa.
Vanessa se va y me deja sola con mis gafas, mi bikini y mi gin-tonic. Y mi
maridito, que está haciendo largos en la piscina en modo Michael Phelps
mientras bufa y ruge como un dragón. No tengo muy claro de si se está
pavoneando o sólo ejercitando, pero corta el agua con sus brazadas de
nadador como si quisiera desbordarla.
A veces me pregunto si sería tan entusiasta en la cama, y me imagino
debajo de él en medio de una follada vikinga. ¿Vanessa grita tan alto por darle
emoción, o porque Javier es así de bueno?
Y en todo caso, ¿qué más me da? Esto es un arreglo moderno y práctico, y
yo tengo una varita Hitachi que vale por cien machos ibéricos de medio pelo.
Una mujer con la cabeza bien amueblada no necesita mucho más que eso.
Javier
Disfruto de la atención de Belén durante unos largos. Después se levanta
como si nada, recoge el gin-tonic y la revista insulsa que debe de haber estado
leyendo y se larga.
Se larga.
Me detengo en mitad de la piscina y me paso la mano por la cara para
enjuagarme el agua. Apenas puedo creer lo que veo. Estoy a cien, con el pulso
como un tambor y los músculos hinchados por el ejercicio, y ella se va. ¡Se
va!
A veces me pregunto si no me he casado con una lesbiana. O con una
frígida. Pues anda que sería buena puntería. Yo, que he ganado todos los títulos
que se puedan ganar en un club europeo (la Liga, la Copa, la Súper Copa, la
Champions… Ya me entiendes) y que marqué el gol que nos dio la victoria en
aquella final en Milán (bueno, en realidad fue de penalti y Jáuregui ya había
marcado uno antes, pero ese fue el que nos aseguró que ganábamos).
La Mujer Trofeo
Romance Amor Libre y Sexo con el Futbolista Millonario
— Comedia Erótica y Humor —
Ah, y…
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Gracias.