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Argumento Del Designio. David Hume

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Intro. Filo.

Moderna
Taller: Argumento del designio
Jhon Jairo Ortega M, Wiliam Alejandro Cuervo y Nayef Torres
19 Agos. 2019

El presente texto tiene el objetivo de ilustrar y explicar la discusión en torno al argumento del
designio desarrollado en los textos Diálogos sobre la religión natural (1994) de David hume y El
milagro del teísmo (1994) de J. L. Mackie. Para ello, primero se hará una breve explicación sobre
la temática principal desarrollada en dicho tópico en aras de contextualizar al lector; y segundo,
la introducción y desarrollo de la tesis alrededor de las dos vías de argumentación que defienden
la existencia de dios: la argumentación por analogía con el recurso a posteriori y probalista, y la
argumentación mediante el orden mental de ideas o relaciones lógicas a priori.
Inicialmente el texto parte de un prólogo escrito por el propio Pánfilo el cual presenta los
personajes involucrados y del mismo modo, ofrece las razones a favor del estilo dialógico utilizado
para la redacción del texto en el que se indica que mientras muchas obras de la antigüedad están
redactadas en forma de diálogo, dicho método había sido abandonado por alguna parte de la
filosofía posterior. Frente a ello, Hume acota que muchas de estas obras dialógicas carecen de
naturalidad, en vista de que los personajes suelen adoptar la relación del maestro y el pupilo, y
que tienden a perder tiempo en transiciones innecesarias que no suelen ocurrir en una
sistematicidad argumentativa. No obstante, luego de dicha exposición se afirma que el diálogo es
propicio para abordar temas de relevancia filosófica como el que trata el texto. Así pues, el
dialogo consta de 12 apartados en los que el mismo Pánfilo narra los distintos argumentos que
exponen Filón, Demea y Cleantes en torno a la defensa y critica del argumento del designio.
Cleantes lo defiende por la vía a posteriori y probalista, en otras palabras, “argumenta por
analogía de acuerdo con el sentido común, y su conclusion es que existe un dios que se asemeja
mucho a la mente humana” (Mackie, 1994. p: 162); Demea defiende la existencia de dios
mediante “argumentos a priori, sosteniendo que dan una certeza de dicha existencia que el
argumento del designio no puede proporcionar” (p: 162). Y por último, Filón hace el papel del
escéptico, el personaje que de manera meticulosa y conveniente hace uso de los argumentos de
sus interlocutores para criticarlos.

Pues bien, demostrar la existencia Dios en pro de afirmar que es la causa creadora de todo aquello
que compone al universo, de todo lo que nos rodea, o mejor, del universo mismo, ha sido hasta
el momento una empresa imposible de concretar, de conseguir. Pareciese que todos los caminos
convenientes para alcanzar este propósito guardasen a mitad del mismo una serie de encomios
que impiden lograrlo. Si es por la vía empírica, es decir, mediante la experiencia directa sobre la
conexión entre los cuerpos del universo, sobre los procesos evolutivos de los sistemas en la tierra
o sobre fenómenos físicos, o cosmológicos, cualquier alternativa que se haya elegido, siempre la
luz de un obstáculo ha eclipsado el buen andar de aquellos que han pretendido alcanzar tal
propósito. Y si no es por ésta sino mediante una relación lógica del pensamiento de la idea de una
causa primera, entendida como una necesidad lógica derivada de la relación causa-efecto que se
evidencia en los eventos de la naturaleza, también resulta infructífera, insatisfactoria, pues un
análisis sobre el contenido de la misma muestra los vicios, las incongruencias que insatisfacen lo
manifiesto en la conclusion. A saber, que todo cuanto existe es designio de un ente superior, dios.
Así, lo dicho antaño puede ser una de las conclusiones derivables del Dialogo de David Hume, o
mejor, de las distintas argumentaciones que la historia ha presenciado a favor de la de la
existencia de Dios.

“Lo que cuenta, pues, como indicios o señales de un designio, son aquellas características en las
que los objetos naturales se asemejan a las maquinas hechas por el hombre: el ajustamiento de
las partes y lo que puede considerarse como la adaptación de medios a fines” (p: 161). La armonía
notoria en los distintos sistemas y organismos hasta hoy conocidos del universo, es indicio de un
designador, de un creador inicial que lo planificó de tal manera, pues mírese el equilibrio del
sistema solar, su calculado funcionamiento, la regularidad predecible de los planetas cuando
giran alrededor del sol, en fin, un orden que no parece estar ahí al azar; la perfecta adaptación de
los ecosistemas en la tierra, la manera como los animales establecen un equilibrio dentro de su
hábitat que les permite, hasta cierta época, su conservación y adaptación; la presencia de la
sucesión de Fibonacci en diferentes partes de la naturaleza: la sucesión de Fibonacci en el espiral
del girasol, en el caparazón de los caracoles, en las flores; el espiral de Fibonacci y la proporción
aurea en la formación de tormentas… innumerables designios. Una geometría perfecta ¿Acaso
esto no es parecido a lo creado por el hombre?, o mejor, ¿lo que está en la naturaleza no está de
tal modo que es correcto compararlo con todo aquello creado o fabricado por el hombre? Es
decir, si una casa, un reloj, un carro, un computador o La estación espacial internacional están
armoniosamente ordenados, diseñados, es porque un diseñador, un designador lo quiso así; lo
hizo así. Gozan de esas características no porque otro factor lo diseñó, sino porque fue designio
del hombre hacerlo tal cual. Entonces, parece que la causa de la perfecta armonía que poseen los
sistemas de la naturaleza no es otra que la existencia de un designador, de un dios; de un ente
que soltó a rodar al universo y determinó al tiempo sus características.

Redondeada así la defensa en favor del argumento del designio, en seguida es pertinente poner
la lupa sobre la misma. Observar si el cimiento sobre el que se sostiene resiste la fuerza de un
examen. Así pues, surgen interrogantes y problemas paralelos con respecto al desarrollo de citada
defensa: ¿la conclusión derivada de la analogía es satisfactoria?, ¿cumple con los requisitos de la
lógica, es coherente?, ¿las explicaciones alternativas basadas en fenómenos naturales,
denominadas explicaciones a posteriori, exponen una “causa primera” demostrable
empíricamente? Adviértase que si un sujeto está bajo dosis de “opio”, si es un sujeto perceptual
altamente pasivo o padece una dificultad lógica en relacionar ideas, recibirá y adicionará
nombrada conclusion a su vieja lista de creencias sin ningún problema; y si por el contrario no es
poseedor de estas condiciones, por medio de su voz emitirá algunos detalles de su intelecto que
señalen la incongruencia y vaguedad del argumento. Concedido todo esto, tráigase al presente el
escenario en donde nuestro personaje acotará los detalles acerca del argumento: primero,
afirmar que los cuerpos y sistemas de la naturaleza son designios de un dios porque guardan
similar ordenamiento y perfección como los hechos por el hombre, resulta lejano, inverosímil,
pues “no sería posible derivar de la misma de manera razonable inferencia nueva alguna respecto
al mundo o a la vida humana” (p: 165). Dicho enunciado general debiese permitir ganar
información sobre los fenómenos de la naturaleza, tal cual como lo permiten las generalizaciones
de la ciencia, ¿acaso se ha obtenido conocimiento del mundo con ayuda de esta generalización?
Sin comprometerse con el futuro, hasta el momento, parece que no. En cambio, si lo ha hecho la
ciencia. Por ejemplo, se ha ganado información con el enunciado sobre la gravedad universal de
Newton, pues por medio del mismo es posible predecir la posición exacta de los planetas del
sistema solar. Otra observación al argumento, es que supone un dios “como aquello que causa,
explica, o es responsable de, el mundo natural” (p: 165). O mejor, se impone un ente
todopoderoso, por decirlo de algún modo, capaz de dar origen, perfección y orden a universos,
sin tener prueba alguna de su existencia, mínima que esta sea. Así pues, del hecho de imponer o
introducir tal entidad adhiriéndole mencionados efectos, “no puede seguirse ninguna conclusion”
(p: 165).
Por otro lado, se puede objetarle a la defensa del argumento, que la analogía en tanto que emplea
los criterios de orden y perfección, no cubre en su totalidad el objeto de su dominio, a saber,
todos los cuerpos y/o sistemas del mundo. Dicho brevemente, algún sistema del dominio de la
analogía queda excluido del conjunto, y por tanto, la afirmación de que todos los sistemas de la
naturaleza son ordenados, perfectos y predecibles como los hechos por el hombre, hasta la fecha,
es falso. El sistema subatómico estudiado por la física moderna es un claro ejemplo de ello. La
incertidumbre, el caos o el desorden que padece no permiten como en el sistema solar, por
ejemplo, predecir el lugar exacto de su posición, debido a la dualidad onda-corpúsculo de sus
partículas. “¿Dios juega a los dados?”; Einstein diría que no. Lo que sí se puede concluir, más allá
de la posibilidad de la existencia de un dios, es que el argumento es contradictorio, pues las
evidencias experimentales corroboran tal afirmación. Mírese otro caso: si alguien afirmara con
carácter de alabanza que tal perfección del sistema solar no puede ser sino por designio, por
ingenio de dios; se le respondería: es menester ingenio para hacer “un modelo artificial del
sistema solar, precisamente porque no puede usar las leyes gravitacionales, pero no es necesario
tal ingenio para hacer un sistema solar gravitacional gobernado” (p: 170), pues la concurrencia
de los distintos cuerpos generan las fuerzas, el ensamblaje; el estado de su ordenamiento.

Como se puede ver, la defensa hacia el argumento no se agota como tampoco las críticas a las
nuevas alternativas. Éstas y aquéllas pueden llenar la lista, por ejemplo: otra alternativa
naturalista de las “supuestas señales de designio” (p: 171), es mediante explicación de los
organismos teniendo en cuenta sus procesos de generación y vegetación, evolución orgánica o
por acción de energía radicante. Sin embargo, como se dijo antaño, los problemas vuelven a
surgir, dado que si se explica el surgimiento de un organismo mediante su proceso de generación
o vegetación, aun cuando se haya explicado paso a paso su proceso, también se tendría que
hacerlo tal cual con sus padres y “antepasados de los que es producto” (p: Ibid). Y si se explica
por evolución orgánica el surgimiento de la especie, también se tendría que hacerlo con “los
organismos primitivos de los cuales comenzó la evolución “(p: Ibid). En fin, lo cierto es que tras
una explicación debe haber una sucesión de explicaciones que llevan a quien lo hace hasta lo más
remoto, dígase, hasta el punto donde es prácticamente imposible escudriñar. De tal modo, el
teísta sin posibilidad de seguir explicando la sucesión de eventos, de nuevo toma la hipótesis de
dios como causa primera.

Pues bien, dado que empíricamente no ha sido posible dar razones que satisfagan lo concluido
en el argumento, la próxima elección del teísta es argumentar de manera a priori para lograrlo.
En otras palabras, luego que siempre las explicaciones sobre las supuestas “señales de designio”
han necesitado una y otra vez de una cadena posterior de explicaciones, la opción es introducir
mediante el orden mental la idea de un dios que se explica por sí misma. Empero, ¿cuál es la razón
que permite suponer que el orden mental no necesita explicación? (p: 173), esto por un lado. Y
lo otro es: cuando se dice que la idea mental de un dios se explica por sí misma, implícitamente
contiene la tesis del argumento cosmológico de que dios es la causa primera de todas las cosas,
“aunque tomada del argumento ontológico, de que Dios es un ser necesario, un ser que no podría
no haber existido” (p: Ibid).

Finalmente, tal como se manifestó antaño, el intento de afirmar que los sistemas y organismos
que componen el mundo son designios de un ente creador al igual que los hombres, resulta vago
y remoto. El universo puede que guarde la señal de una prueba de que es designio de un dios,
creo, tampoco se puede negar, pero de ninguna manera de esto se puede suponer con entera
certeza que en verdad lo sea, pues los indicios, las pruebas, las corroboraciones contradicen tal
afirmación. Es dogmático y parcial adicionar dicha afirmación a la lista de creencias cuando los
hechos del mundo dicen otra cosa; bueno, a menos que el sujeto deje a un lado la idea del maligno
engañador cartesiano.

Referencia bibliográfica

Hume, D. (1994). Diálogos sobre la religión natural. Madrid: Editorial Tecnos

Mickie, J. M. (1994). EL MILAGRO DEL TEÍSMO: ARGUMENTOS EN FAVOR Y EN CONTRA DE LA


EXISTENCIA DE DIOS. Madrid: Editorial Tecnos

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