Semiótica para Principiantes. Daniel Chandler, 1998 PDF
Semiótica para Principiantes. Daniel Chandler, 1998 PDF
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yes descubiertas por la semiología serán aplicables
a la lingüística, y en el futuro esta ciencia circuns-
cribirá una área bien-definida dentro de la masa
de los hechos antropológicos’ (Saussure, citado en
Hawkes, 1977: 123).
14
influenciada por su prominencia en el trabajo del
Centro de Estudios Contemporáneos Culturales
(Centre for Contemporary Cultural Studies, CCCS)
de la Universidad de Birmingham. Esto fue durante
el tiempo que el centro estuvo bajo la dirección del
sociólogo neo-Marxista Stuart Hall (1969-79). Aun-
que ahora es menos central (por lo menos desde la
perspectiva de su forma temprana más ‘estructura-
lista’), sigue siendo esencial para cualquier persona
en el campo de la comprensión de los medios masi-
vos de comunicación. Sin embargo, lo que uno tiene
que evaluar es si la semiótica le es útil para aclarar
cualquier inquietud que se tenga acerca de tales me-
dios. Nótese que el término de Saussure ‘semiología’
se emplea algunas veces para referirse a la tradición
saussuriana, en tanto que el término ‘semiótica’ al-
gunas veces se refiere a la tradición peirciana, pero
con todo, hoy en día empleamos el término ‘semió-
tica’ en el mismo sentido que todos usan, es decir,
como un término-paraguas que abriga a todo un
ámbito de estudio (Nöth, 1990: 14).
La definición más breve conocida de la se-
miótica es, el ‘estudio de los signos’ (o la ‘teoría de
los signos’). Involucra el estudio tanto de lo que son
conocidos como ‘signos’ del idioma cotidiano, co-
mo de cualquier cosa que ‘representa’ algo más. En
un sentido semiótico, los signos incluyen palabras,
imágenes, sonidos, gestos y objetos. Estos signos no
son estudiados aisladamente, pero más como parte
de un ‘sistema de signos’ semióticos (como un me-
dio o un género). Stam et al., definen a la semiótica
más ampliamente como ‘el estudio de los signos, los
significados y los significantes’ (1992: 1). Dicho de
una manera más sencilla, los semióticos estudian có-
mo se hacen los significados. Para John Fiske y John
Hartley ‘las preocupaciones centrales de la semióti-
15
ca… son… la relación entre un signo y su significa-
do; y la manera en que los signos son combinados
para formar códigos’ (1978: 37). C. W. Morris divi-
dió la disciplina en tres ramas:
16
argumentó: ‘No hay razón para suponer que lo que
recurre con más frecuencia es lo más importante o
lo más significante, pues un texto es, claramente,
una estructura total, y el lugar ocupado por los dife-
rentes elementos es más importante que el número
de veces en que estos se repiten, (Burgelin, 1968:
319; también citado en Woollacott, 1982: 93). Con-
siderando que el análisis de contenido se enfoca en el
contenido explícito y tiende a sugerir que esto repre-
senta a un significado sencillo y fijo, los estudios se-
mióticos se enfocan en el sistema de reglas que go-
biernan el ‘discurso’ comprendido en los textos de
los medios (textos mediáticos), acentuando el papel
del contexto semiótico en la formación de las signi-
ficaciones (ver Woollacott, 1982: 93-4). Sin embar-
go, algunos investigadores han combinado el análisis
semiótico con el análisis de contenido. En Gran Bre-
taña, un buen ejemplo de esto es el Grupo de los
Media de la Universidad de Glasgow (Glasgow Uni-
versity Media Group, GMG, 1980).
Algunos analistas definen a la semiótica co-
mo ‘la ciencia de los signos’. Sin embargo, el térmi-
no ‘ciencia’ es un mal indicador; como dice James
Monaco, la semiótica ‘definitivamente no es una
ciencia en el sentido en que lo son la física y la biolo-
gía’. (Monaco, 1981:140). La semiótica no es estric-
tamente una ciencia empírica, aunque Bob Hodge y
David Tripp sí emplean métodos empíricos en su
clásico estudio sobre ‘Los niños y la Televisión’
(1986). Al respecto, John Fiske anota que:
17
cos no hacen ningún intento de probar o refutar
sus teorías con métodos objetivos y científicos.
(Fiske, 1982: 118)
18
un estilo que varía desde lo obscuro hasta lo incom-
prensible’ (Lewis, 1991: 25); otro crítico anotó que
‘los semióticos nos cuentan cosas que nosotros ya
sabemos en un lenguaje que nosotros jamás com-
prenderemos’ (Paddy Whannel, citado en Seiter,
1992: 1). En este sentido, el acercamiento inicial a la
semiótica puede ser más fácil si se utilizan fuentes
secundarias (ver lecturas recomendadas).
Dada la influencia de Saussure, y porque la
lingüística es una disciplina mucho más consolidada
que los estudios de otros sistemas de signos, la se-
miótica se sostiene profundamente en los conceptos
lingüísticos. Mientras Saussure trató a la lingüística
como a una parte de la semiótica, Roland Barthes y
otros semióticos han tratado a esta ciencia como si
fuera sólo una parte de la lingüística (Burgin, 1982:
50). En la actualidad, los semióticos usualmente se
refieren a las películas, a los programas de televisión
y radio, a los carteles de anuncios y a otras manifes-
taciones por el estilo como ‘textos’, y Fiske y Hartley
(1978) se refirieron a la ‘lectura de la televisión’. Los
medios como la televisión y el cine son tratados por
algunos semióticos como ‘lenguajes’. El asunto se
tiende a mover alrededor de si el cine está más cerca
de lo que nosotros tratamos como ‘realidad’ en
nuestra experiencia propia del mundo cotidiano, o
si tiene más en común con un sistema simbólico,
como la escritura (ver Lapsley & Westlake, 1988:
38).
Por ello, algunos se refieren a la ‘gramática’
de los medios más que al lenguaje de estos (ver Mo-
naco, 1981:121 sigs). Para James Monaco, ‘el cine no
tiene ninguna gramática’, y él ofrece una crítica útil
de las analogías locuaces entre técnicas fílmicas y la
gramática del lenguaje natural (ibid., 129). Es decir
que existe el peligro de tratar de forzar a todos los
19
medios a un marco lingüístico. Con respecto a la fo-
tografía (aunque uno podría decir lo mismo para el
cine y la televisión), Victor Burgin insiste que:
20
Los Signos
21
terial del signo - es algo que se puede ver, escuchar,
tocar, oler o saborear. En cambio, el significado es
una construcción mental - o sea, no es una cosa ma-
terial para nada. La relación entre el significante y
significado es conocida como la ‘significación’, y es-
to es representado en el diagrama Saussuriano con la
flecha de ‘doble cabeza’.
He aquí un ejemplo:
22
un ‘envase’, es problemática, pues tiende a apoyar a
la ecuación del contenido con el sentido. Esto suce-
de porque esta representación implica que el signifi-
cado puede ser extraído sin un proceso activo de in-
terpretación y que la forma no es significativa en sí
misma (Chandler, 1995: 104-6; ver también Nöth,
1990: 61).
Nótese que a diferencia del modelo del signo
de Peirce (explicado más adelante), el modelo de
Saussure excluye la referencia a un objeto en el
mundo (la referencia es solamente a un concepto
mental y a una ‘imagen-sonido’). Su concepción de
la significación fue puramente estructural. Por lo
tanto, tal modelo puede verse como un soporte de la
noción que dice que el lenguaje no ‘refleja’ la reali-
dad sino que la construye. Sin embargo, hay quienes
criticaron su desapego del contexto social (Gardiner,
1992: 11).
No hay una relación directa y ‘transparente’
entre el significante y el significado. Saussure tam-
bién enfatizó la arbitrariedad del signo (a pesar de
que se enfocaba en los signos lingüísticos y que veía
al lenguaje como al sistema de signos más importan-
te). En el contexto del lenguaje natural, él señaló que
no hay una conexión necesaria entre el significante y
el significado: la relación es puramente convencional
y arbitraria. Tampoco hay una conexión entre el so-
nido o la forma de una palabra y el concepto al cual
se refiere. Cada lenguaje comprende diferentes dis-
tinciones entre un significante y otro (p.e. ‘árbol’ y
‘mármol’) y entre un significado y otro (p.e. ‘árbol’
y ‘arbusto’). Si uno acepta a la arbitrariedad de la re-
lación, entonces se podría argüir, contra toda intui-
ción, que ‘el significado es formado por el signifi-
cante (y no viceversa)’ (Bignell,1997: 12). John Har-
tley añade que el significado también es arbitrario en
23
relación al ‘continuum de impresiones-de-sentido
percibidas del mundo’ (Hartley,1982: 17). La arbi-
trariedad de los signos subraya el alcance para su in-
terpretación. Los signos tienen significados múlti-
ples y no singulares. Dentro de un solo lenguaje, un
significante puede referirse a muchos significados, y
un significado puede estar referido por muchos sig-
nificantes. Algunos analistas son críticos en cuanto
se refiere a la postura que sostiene que la relación del
significante al significado, aún en el lenguaje, es
completamente arbitraria (p.e. Lewis, 1991: 29). Las
palabras onomatopeícas son mencionadas muchas
veces en este contexto, aunque algunos semióticos
replican que esto no explica el por qué de la variabi-
lidad entre los lenguajes diferentes en sus palabras
para los mismos sonidos (notablemente los sonidos
hechos por animales familiares). La convencionali-
dad relativa de las relaciones entre los significados y
los significantes es un punto sobre el que volveré
luego.
24
• El Representamen: la forma que el signo to-
ma (no necesariamente material);
• Un Interpretante: que no es un intérprete si-
no el sentido que da el signo;
• Un Objeto: al cual el signo se refiere.
25
La intención de la línea quebrada en la base
del triángulo es indicar que no necesariamente existe
una relación observable entre el signo-vehículo y el
referente. Nótese que al contrario del significado abs-
tracto de Saussure, el referente es un objeto en el
mundo. Sin embargo, queda claro que los signos
pueden referirse tanto a los conceptos abstractos,
como también a los objetos físicos.
La noción de la importancia del hacer-senti-
do (que requiere de un intérprete, aunque Peirce no
lo menciona en su tríada) ha tenido un atractivo
particular para los teóricos de los media, quienes se-
ñalan la importancia del proceso activo de la inter-
pretación, y por lo tanto niegan la ecuación del
‘contenido’ y el significado. Muchos de estos teóri-
cos aluden a los triángulos semióticos en que los in-
térpretes (o los ‘usuarios’) del signo sobresalen ex-
plícitamente (en vez del ‘sentido’ o el ‘interpretan-
te’). Esto ilumina el proceso de la semiosis (el cual es
un concepto muy Peirciano). El sentido de un signo
no está incluido dentro de éste, sino que surge de su
interpretación. Ya sea que se adopte un modelo diá-
dico o triádico, el papel del intérprete se debe tomar
en cuenta - dentro del modelo formal del signo, o
como una parte esencial del proceso de la semiosis.
David Sless arguye que ‘las declaraciones sobre los
usuarios, los signos o los referentes jamás se pueden
hacer aisladamente. Un informe sobre uno de ellos
siempre contiene implicaciones acerca de los otros
dos’ (1986: 6).
Nótese que los semióticos (ya sean Saussuria-
nos o Peircianos) hacen una distinción entre un sig-
no y un ‘signo-vehículo’ (este último es un ‘signifi-
cante’ para los Saussurianos y un ‘representamen’
para los Peircianos). El signo es más que sólo un sig-
no-vehículo (Nöth, 1990: 79). El término ‘signo’ es a
26
veces empleado sin mucho fundamento, así que a
esta distinción no siempre se la puede sostener (has-
ta Saussure y Peirce eran culpables de esto, de vez en
cuando). Por ejemplo, en la estructura Saussuriana
la distinción entre el signo y el significante puede
volverse poco clara.
Mientras que Saussure enfatizó la naturaleza
arbitraria del signo (lingüístico), muchos semióticos
hicieron hincapié en el hecho de que los signos difie-
ren en cuanto a cómo son arbitrarios o convencio-
nales (o, por contraste, qué tan ‘transparentes’ son).
Basándose en las ideas de Peirce, los semióticos han
sacado tres modos de las relaciones entre los signos-
vehículos y sus referentes. Por razones que explicaré
más adelante, escogí el concepto de ‘modos de rela-
ción’ planteado por Terence Hawkes (1977: 129) en
lugar del concepto convencional de ‘tipos de signos’.
Estos son los modos de relación:
27
del aire, una pisada, una huella digital, un
golpe en la puerta, el pulso, y el dolor)
28
e imagen), símbolo (discurso y escritura), e índice
(como el efecto de lo que se filma). Los signos icóni-
cos dominan, aunque algunos signos fílmicos son
bastante arbitrarios, como la ‘disolvencia’ que signi-
fica que una escena de la memoria de alguien está
por seguir.
James Monaco sugiere que ‘en la película, el
significante y el significado son casi idénticos… La
ventaja de los sistemas de lenguaje, es que hay una
gran diferencia entre el significante y el significado;
la ventaja del cine es que no la hay’ (Monaco, 181:
127-8). Los signos icónicos e índices son particular-
mente susceptibles a ser leídos como ‘naturales’ por-
que estos son menos arbitrarios que los signos sim-
bólicos. El cine, la televisión y la fotografía son me-
nos confiables que los signos escritos o simbólicos,
por esta razón, plantean una brecha menos obvia
entre el signo y su significado, lo que les hace que
parezcan ofrecer ‘reflejos de la realidad’. Necesita-
mos recordar que una fotografía o una película no
graba un evento, sólo graba una posibilidad entre un
número infinito de éstas. Roland Barthes argumentó
que tales medios sirven a una función ideológica,
porque estos parecen registrar en lugar de transfor-
mar o de significar (Woollacott, 1982: 99; ver tam-
bién Hall, 1980: 132).
Los términos ‘motivación’ y ‘limitación’ a ve-
ces se usan para describir en qué medida el significa-
do determina al significante. Cuanto más ‘limitado’
es un significante por su significado, más ‘motivado’
es el signo: los signos icónicos son altamente moti-
vados; mientras que los signos simbólicos son inmo-
tivados. Si el signo es menos motivado, se requiere
de un mayor aprendizaje de una convención acorda-
da. La mayoría de semióticos arguyen que todos los
29
signos son convencionales. Al respecto, Fiske indica
que:
30
mientos difusos, equivocadamente sugieren que los
términos alineados verticalmente a continuación,
son sinónimos:
31
términos semióticos sociales; no como una propie-
dad absoluta del signo-vehículo, pero sólo en cuanto
les importe, en cualquier situación dada (para pro-
pósitos particulares), a quienes estén involucrados
en la utilización del signo. Las diferencias diminutas
en un patrón, como en el caso de las variaciones en
el patrón en los reversos de las cartas de un mismo
naipe, podrían ser una cuestión de vida o muerte
para los jugadores de cartas; en cambio, las diferen-
cias estilísticas en el diseño de cada carta (como en el
As de Picas), son muy apreciadas por los colectores,
porque estas diferencias son características distinti-
vas de los diferentes naipes.
He aludido a la distinción problemática entre
la forma y el contenido. Andrew Tudor hace una
distinción más sutil; ofrece una matriz derivada de
la teoría de Christian Metz (1981) y se aparta de lo
que dice Louis Hjelmslev. Él traza cuatro elementos
de los signos (Tudor, 1974: 110; el formato ha sido
adaptado aquí).
32
Thwaites et al. enumeran siete funciones de
los signos, usando un modelo basado en el de Ro-
man Jakobson (adaptado por Dell Hymes). Ellos
consideran que todas éstas son ‘necesarias para que
cualquier actividad del signo se lleve a cabo’ (1994:
18).
33
rencial, a los aspectos del mundo de las expe-
riencias, fuera de su sistema particular de sig-
nos’;
• La meta función interpersonal.- ‘para pro-
yectar las relaciones entre el productor de un
signo… y el receptor/reproductor de ese sig-
no’; y
• La meta función textual.- ‘para formar tex-
tos, es decir, conjuntos de signos que son co-
herentes, tanto internamente como dentro
del contexto en que y para el cual fueron pro-
ducidos’.
34
La Denotación
y la Connotación
61
adicional. En esta estructura, la connotación es un
signo que se deriva del significante de un signo de-
notativo (entonces, la denotación lleva a una suce-
sión de connotaciones). Esto tiende a sugerir que la
denotación es un significado fundamental y prima-
rio - la cual es una noción que muchos comentaris-
tas han desafiado. Luego, Barthes mismo dio la prio-
ridad a la connotación.
Las connotaciones ‘no derivan del propio sig-
no, sino de la manera en que la sociedad usa y valora
tanto al significante, como al significado’ (Fiske &
Hartley, 1978: 41). Un automóvil puede connotar
virilidad o libertad en las culturas occidentales. La
elecciones de las palabras usadas, frecuentemente in-
volucran connotaciones, como en las referencias a
‘huelgas’ vs. ‘disputas’, ‘demandas gremiales’ vs.
‘ofertas de gestión’, y así sucesivamente. La metáfora
y la metonimia envuelven a la connotación.
Tony Thwaites y sus colegas ofrecen una de-
finición de las connotaciones de un signo como a un
‘conjunto de sus significados posibles’ y una de las
denotaciones como a ‘la connotación más estable y
aparentemente más verificable de todas éstas’ (1994:
57). Dominic Strinati pone en relieve al tema: ‘¿Exis-
te tal cosa como la denotación pura?’ (1995: 125) ¿Es
la denotación solamente otra connotación? Thwaites
et al. insisten en que ‘todos los signos son connotati-
vos’; las denotaciones sólo son las connotaciones
dominantes y éstas pueden ser vistas como los signi-
ficados ‘verdaderos’ de los signos y de los textos
(1994: 63, 75). En un ensayo muy importante, el so-
ciólogo británico Stuart Hall comenta acerca de este
tema:
62
‘El término ‘denotación’ es ampliamente equiparado
con la significación literal de un signo: porque este es
reconocido casi universalmente, esto sucede especial-
mente cuando el discurso visual está siendo emplea-
do. La ‘denotación’ ha sido confundida muchas ve-
ces con una transcripción literal de la ‘realidad’ en el
lenguaje - y por lo tanto con el ‘signo natural’, que
ha sido producido sin la intervención de un código.
Por otra parte, la ‘connotación’ es empleada sólo pa-
ra referirse a significaciones asociativas menos arre-
gladas y, por lo tanto, más convencionalizadas y
cambiables, las cuales varían de una manera muy
clara de ejemplo a ejemplo y consecuentemente de-
ben depender de la intervención de códigos. ‘Noso-
tros no usamos la distinción denotación/connotación
de la manera descrita. Desde nuestro punto de vista,
la distinción sólo es analítica. En el análisis es útil
tener la capacidad de aplicar una regla estricta y bá-
sica, que distinga los aspectos de un signo que pare-
cen ser tomados (en cualquier comunidad del len-
guaje y en cualquier punto del tiempo), como su sig-
nificado ‘literal’ (la denotación) desde los significa-
dos más asociativos para el signo que son posibles de
generar (connotación). Pero las distinciones analíti-
cas no deben ser confundidas con las distinciones en
el mundo real. Habrá muy pocas ocasiones en don-
de los signos organizados en un discurso signifiquen
únicamente su significado ‘literal’ (el cual es, aproxi-
mada y universalmente consensuado). En el discurso
real la mayoría de los signos combinarán tanto los
aspectos denotativos y connotativos (como redefini-
mos arriba). Entonces, se puede preguntar, ¿por qué
retenemos la distinción?. Es principalmente una
cuestión de valor analítico. Es porque parece que los
signos adquieren su valor ideológico total… al nivel
de sus significaciones ‘asociativas’ (es decir los que
están en el nivel connotativo) - aparentemente los
‘significados’ no están compuestos en la percepción
natural (es decir, estos no son totalmente naturaliza-
63
dos), y su fluidez de significado y de asociación pue-
den ser más explotados y transformados. Preguntar,
¿por qué retenemos la distinción?. Es principalmente
una cuestión de valor analítico. Es porque parece
que los signos adquieren su valor ideológico total…
al nivel de sus significaciones ‘asociativas’ (es decir
los que están en el nivel connotativo) - aparente-
mente los ‘significados’ no están compuestos en la
percepción natural (es decir, estos no son totalmente
naturalizados), y su fluidez de significado y de aso-
ciación pueden ser más explotados y transformados.
Esta es la razón por la que es al nivel connotativo del
signo que las ideologías circunstanciales alteran y
transforman la significación. A este nivel nosotros
podemos ver más claramente la intervención activa
de las ideologías en y sobre el discurso... Esto no sig-
nifica que el significado denotativo o ‘literal’ esté
afuera de la ideología. En efecto, nosotros podríamos
decir que su valor ideológico está fuertemente fijado
- porque éste ha llegado a ser tan universal y ‘natu-
ral’ en su totalidad. Entonces, los términos ‘denota-
ción’ y ‘connotación’ son herramientas analíticas
meramente útiles para distinguir, (en contextos par-
ticulares), entre los diferentes niveles en los que las
ideologías y los discursos se entrecruzan y no para
distinguir la presencia/ausencia de ideología en el
lenguaje’ (1980: 132-3).
64
be incluir en el cuadro del foco, de la abertura, del
ángulo de cámara, de la calidad de la película y así
sucesivamente. La denotación es lo que es fotografia-
do, mientras que la connotación es cómo es fotogra-
fiado’ (1982: 91). Por su parte, Victor Burgin plan-
teó la noción de que una fotografía reproduce a su
objeto, insistiendo en que ‘la fotografía se abstrae de,
y mediatiza, lo real’ (Burgin, 1982: 61): nosotros no
confundimos el uno del otro.
Al nivel connotativo, las signos son más ‘po-
lisémicos’ y están más abiertos a la interpretación.
Sin embargo, aquí existe el peligro de acentuar a la
‘subjetividad individual’ de la connotación: los co-
mentaristas como Fiske enfatizan las respuestas ‘in-
tersubjetivas’, que son compartidas, en algún grado,
por los miembros de una misma cultura; con cual-
quier ejemplo individual, únicamente una gama li-
mitada de connotaciones tendrían algún sentido
(Fiske & Hartley, 1978: 46). Thwaites et al. añaden
que las ‘connotaciones no son simplemente lo que
uno entiende de un signo personalmente: sino que
son lo que los códigos a los que uno tiene acceso en-
tienden de un signo’ (1994: 57). Las connotaciones se
relacionan a los factores tales como las clases, las eda-
des, los géneros y la etnicidad.
Tanto las connotaciones como las denotacio-
nes están sujetas, no sólo a la variabilidad socio-cul-
tural, pero también a los factores históricos: éstas
cambian a través del tiempo. Los signos referentes a
los grupos que no tienen el poder (tales como las
‘mujeres’), pueden ser vistos como habiendo tenido
denotaciones mucho más negativas, así como con-
notaciones más negativas, de los que tienen ahora.
Esto se da porque estos han sido estructurados den-
tro de los códigos dominantes y autoritativos de su
tiempo - incluyendo hasta a los códigos científicos
65
supuestamente ‘objetivos’ (Thwaites et al., 1994:
59).
Como lo manifiesta Fiske, ‘A veces es fácil
leer a los valores connotativos como si fueran he-
chos denotativos; uno de los objetivos principales
del análisis semiótico es el de proveernos con un
método analítico y con un marco mental para prote-
gernos contra este tipo de lectura incorrecta’ (1982:
92).
La connotación se relaciona con lo que Ro-
land Barthes denomina como el mito. Barthes argu-
ye que los órdenes de significación llamados denota-
ción y connotación se combinan para producir a la
ideología - lo que John Hartley ha descrito como el
tercer orden de la significación (1982: 217). El uso po-
pular del término ‘mito’ sugiere que éste se refiere a
las creencias demostrablemente falsas, pero el uso
semiótico del término no sugiere esto necesariamen-
te. Los mitos culturales expresan, y sirven para orga-
nizar, maneras compartidas para conceptualizar al-
go (Fiske, 1982: 93-5; Fiske & Hartley, 1978: 41).
Tony Thwaites y sus colegas añaden que los ‘signos y
los códigos son producidos por los mitos culturales
y reproducen a los mismos’ (1994:73). La connota-
ción es una función ideológica y sirve para que los
valores compartidos, las actitudes y las creencias pa-
rezcan ‘naturales’, ‘normales’, ‘patentes’, ‘de sentido
común’ y hasta ‘verdades’. Por ejemplo, los progra-
mas de noticias británicos aluden al mito de que ‘to-
dos nosotros favorecemos a la moderación’. ‘El efec-
to extremo de los mitos es el de esconder a los traba-
jos semióticos de los signos y de los códigos pertene-
cientes a un texto. Las denotaciones parecen ser tan
verdaderas, que los signos parecen ser las cosas en sí
mismas… Los mitos convierten a los signos sociales
en hechos’ (ibid.). De acuerdo con Thwaites et al., ‘el
66
mito emerge en los textos al nivel de los códigos’
(ibid.).
Las diferencias entre los tres tipos de signifi-
cación no están claramente definidas, pero para los
propósitos descriptivos y analíticos, algunos teóricos
distinguen a estos niveles en los siguientes términos:
el primer tipo (o el nivel denotativo) de la significa-
ción es visto como si fuese esencialmente represen-
tacional y relativamente contenido-en-sí; el segundo
tipo (connotativo) de la significación refleja a los va-
lores ‘expresivos’ que se encuentran conectados a un
signo; en el tercer tipo (mitológico o ideológico) de
la significación, el signo refleja conceptos que son
muy variables culturalmente, y subestima una vista
mundial en particular - como por ejemplo, la mas-
culinidad, la feminidad, la libertad, el individualis-
mo, el objetivismo y así sucesivamente (Fiske &
Hartley, 1978: 40-47; Hartley, 1982: 26-30). Susan
Hayward ofrece un ejemplo útil de estos tres tipos
de significación en relación a una fotografía de Ma-
rilyn Monroe:
67
’En el nivel denotativo esta es una fotografía de la
estrella cinematográfica Marilyn Monroe. En un
nivel connotativo nosotros asociamos a esta foto-
grafía con las cualidades de estrella de Marilyn
Monroe, como son su encanto, su sexualidad y su
belleza - si es que esta es una fotografía temprana
de ella - pero la asociamos a ésta con su depresión,
su problema de drogas y su muerte a destiempo, si
es que esta es una de las últimas fotografías toma-
das de ella. En el nivel mítico, comprendemos a
este signo como el activador del mito de Holly-
wood: a la máquina de los sueños que produce en-
canto en la forma de las estrellas que construye,
pero también a la máquina de los sueños que pue-
de aplastar lo que construye - todo con una visión
del beneficio y del provecho’ (1996: 310).
68
Los Códigos
81
Como anota Jonathan Bignell, el concepto de
un código es ‘muy útil para dividir a los signos en
grupos’ (1997: 10). De la misma manera, varios teó-
ricos han encontrado que resulta conveniente dividir
a los mismos códigos en grupos. Una variedad de ti-
pologías de códigos se pueden encontrar en la litera-
tura semiótica (p.e. Fiske, 1989a: 321-6: ver también
las tipologías de Eco y Barthes que se indican abajo).
Sólo me referiré acá a aquéllas que son mencionadas
más ampliamente en el contexto de los estudios de
los media y de la comunicación (la estructura tripar-
tita es mi propuesta).
82
Los Códigos Textuales
83
bertad, al patriarcado, a la raza, a la clase, al
materialismo, al capitalismo, al progresismo
y al ‘cientificismo’ (Fiske, 1987: 5; Fiske,
1989a:315; ver también Thwaites et al., 1994:
capítulo 8); otros códigos importantes - tales
como los estereotipos de género - merecen fi-
gurar aquí también (pero nótese que todos
los códigos pueden verse como ideológicos).
84
1981: 30). Típicamente, estas convenciones son
inexplícitas, y normalmente nosotros no estamos
conscientes de los papeles que éstas juegan. Para los
usuarios de los códigos dominantes y los de rango
más amplio, los significados que son generados den-
tro de tales códigos tienden a parecer ‘obvios’ y ‘na-
turales’.
85
y a alejarnos de lo que Umberto Eco denomina la
‘descodificación aberrante’, aunque los textos me-
diáticos si varían en su alcance de apertura a la inter-
pretación (ver Fiske, 1982: 86; 113-115). La ‘imper-
meabilidad’ de los mismos códigos semióticos varía
de la clausura limitada por las leyes de los códigos
lógicos (tales como los códigos computacionales), a
la soltura interpretativa de los códigos ideológicos.
John Corner (1980) sugiere que es posible que los
‘códigos’ definidos sin cohesión no pueden ser des-
critos útilmente como tales.
Los códigos no son sistemas estáticos, sino
dinámicos y cambian a través del tiempo; por lo tan-
to, estos están situados tanto histórica como socio-
culturalmente. Giraud llama codificación a la forma
en que tales convenciones se establecen. Al respecto,
Metz demuestra cómo en el cine de Hollywood, el
sombrero blanco llegó a ser codificado como el sig-
nificante de un ‘buen’ vaquero; eventualmente, esta
convención llegó a ser sobre-empleada y pronto se la
abandonó (Fiske & Hartley, 1978: 63).
Hodge y Tripp anotan que ‘lo fundamental a
todo análisis semiótico es el hecho de que cualquier
sistema de signos (el código semiótico) es llevado
por un medio material, que tiene sus propios princi-
pios de estructura ‘ (1986: 17). El medio no es ‘neu-
tral’. En efecto, como lo anota Umberto Eco, el me-
dio puede estar ya ‘cargado con una significación
cultural’ (Eco, 1976: 267). El cine y la televisión in-
volucran tanto a los códigos auditivos como a los vi-
suales. Los códigos cinematográficos y televisuales
incluyen al género, al trabajo de la cámara (o sea, el
tamaño del cuadro, el enfoque, los movimientos de
los lentes, los movimientos de la cámara, los ángu-
los, los lentes escogidos y el encuadre), a la edición
(es decir, los cortes y los fades, y las proporciones y
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el ritmo), a la manipulación del tiempo (que involu-
cra a la compresión, a los flash-backs, a los flash-for-
wards y a la cámara lenta), a la iluminación, al color,
al sonido (principalmente la banda sonora y la mú-
sica), a los gráficos y al estilo narrativo. Christian
Metz agregó a estos el estilo autoral, y distinguió a
los códigos de los subcódigos; la distinción radicaba
en que el subcódigo era una elección en particular
que venía desde dentro de un código (p.e. el ‘wes-
tern’ dentro del género). La dimensión sintagmática
era una relación de combinación entre códigos y
subcódigos diferentes; en cambio, la dimensión pa-
radigmática era aquella de la elección de subcódigos
particulares, por medio del realizador de la película,
dentro de un código (Lapsley & Westlake, 1988: 42-
3). Como Metz ha señalado que, ‘una película no es
el ‘cine’ de un extremo a otro’ (citado en Nöth,
1990: 468), entonces el cine y la televisión tienen
muchos códigos que no son específicos a estos me-
dios.
Algunos códigos son únicos a (o por lo me-
nos son característicos de) un medio específico, o a
un medio estrechamente relacionado (p.e. el ‘fade a
negro’ en el cine y en la televisión); otros son com-
partidos por (o son similares en) varios medios (p.e.
los cortes de escena); y algunos se obtienen de prác-
ticas culturales que no están ligados al medio (p.e. el
lenguaje corporal) (Monaco, 1981: 146). Algunos
códigos son más específicos a géneros particulares
dentro de un medio. Algunos otros están más vincu-
lados ampliamente, ya sea al dominio de la ciencia
(los ‘códigos lógicos’, que suprimen a la connota-
ción y a la diversidad de la interpretación) o al cam-
po de las artes (los ‘códigos estéticos’, que celebran a
la connotación y a la diversidad de la interpreta-
ción), aunque tales diferencias son disparidades de
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grado, antes que de tipo (ver Fiske & Hartley, 1978:
60-63).
Los códigos que son ‘realistas’, de todas ma-
neras son convencionales. Como anota Catherine
Belsey, ‘el realismo no es plausible porque refleja al
mundo, sino porque es construido por lo (discursi-
vamente) familiar’ (1980:47). La familiaridad de las
prácticas rutinarias vuelve invisible a su mediación.
En el contexto de la pintura, el historiador del arte,
Ernst Gombrich (1977), ha ilustrado (por ejemplo,
en relación a John Constable) cómo los códigos es-
téticos que parecen casi ‘fotográficos’ para algunos
observadores de hoy en día, se diferencian mucho
del tiempo de su producción, cuando eran conside-
rados como raros y radicales. Eco añade que los ob-
servadores tempranos del arte Impresionista no po-
dían reconocer al objeto representado y que declara-
ron que la vida real no era así (Eco, 1976: 254). Jo-
nathan Bignell anota que ‘los códigos de los gestos y
las expresiones corporales y faciales de los actores de
las películas mudas, pertenecían a las convenciones
que connotaban realismo cuando fueron hechas y
cuando fueron vistas por primera vez’ (Bignell,
1997: 193), mientras que ahora, tales códigos se des-
tacan como ‘irrealistas’. Aún ahora, a la mayoría de
las audiencias occidentales, las convenciones del ci-
ne americano temprano, parecen mucho más ‘realis-
tas’ que las convenciones del cine Italiano moderno,
porque éstas segundas son mucho menos familiares.
Tales ejemplos son recordatorios útiles de que los
retratos de la ‘realidad’, aún en los signos icónicos,
envuelven a los códigos variables, los cuales aún no
han sido aprendidos, y que con la experiencia, estos
llegan a ser dados-por-supuestos como si fueran
transparentes y obvios. Eco arguye que es un equí-
voco el considerar a tales signos como menos ‘con-
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vencionales’ que a otros tipos de signos (1976: 190 y
sigs). Hasta el cine y la fotografía involucran a los
códigos convencionales.
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a las imágenes: los códigos de percepción, los códi-
gos de transmisión, los códigos de reconocimiento,
los códigos tonales, los códigos icónicos, los códigos
iconográficos, los códigos de gusto y de sensibilidad,
los códigos retóricos, los códigos estilísticos y los có-
digos del inconsciente (Lapsley & Westlake, 1988:
44; Eco, 1982: 35-8). En su libro S/Z (1974), Roland
Barthes especificó cinco códigos que son utilizados
en la lectura: los hermeneúticos (los puntos narrati-
vos decisivos); los proairéticos (las acciones narrati-
vas básicas); los culturales (conocimiento social an-
terior); los sémicos (los códigos relacionados al me-
dio) y los simbólicos (temas) (Ver Silverman,1983,
capítulo 6). El valor de cualquiera de estas tipologías
debe ser claramente fijado, en los términos de la luz
interpretativa que puede dar al fenómeno al que está
acostumbrado a explorar.
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