Carta Pastoral A Las Cofradías
Carta Pastoral A Las Cofradías
Carta Pastoral A Las Cofradías
"Mirad que subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre será entregado a los
príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a
los gentiles" (Mc 10,33). Con estas palabras inicia el evangelista San Marcos el relato
de la Pasión del Señor. Con ellas, invita Jesús a sus discípulos a recorrer con Él el
camino que le llevará a consumar su misión salvadora. La subida a Jerusalén, que los
evangelistas presentan como la culminación de la vida histórica de Jesús, constituye el
modelo de vida del cristiano, comprometido a seguir al Maestro por el camino de la
Cruz. En los inicios de una nueva Cuaresma, tiempo propicio y favorable, en el que nos
preparamos para una participación activa y fructuosa en su Misterio Pascual, el Señor
nos dirige también a nosotros esta misma invitación.
1. Cuaresma y conversión.
La Cuaresma es, ante todo, tiempo de conversión, que no es otra cosa que la vuelta de
toda la persona, del hombre entero, a Dios. A ella nos invita el Señor por boca del
profeta Joel: "convertíos a mí de todo corazón... Rasgad los corazones y no las
vestiduras" (Jo 2,12-13). Efectivamente, nuestra conversión debe comenzar por el
corazón. No se trata, pues, de un cambio superficial, periférico, externo o simplemente
cosmético, sino de penetrar con hondura y verdad en las entretelas del corazón para
cambiar nuestros criterios y actitudes, abandonando nuestras cobardías, nuestra tibieza,
nuestra somnolencia, nuestras pequeñas o grandes infidelidades, nuestra resistencia
sorda a la gracia de Dios, nuestra instalación en la mediocridad o en el aburguesamiento
espiritual.
Junto al desierto y la oración, los otros caminos de la Cuaresma son la limosna discreta
y silenciosa, sólo conocida por el Padre que ve en lo secreto, como nos dice el Señor en
el Evangelio (Mt 6,2-4) y que sale al paso del hermano pobre y necesitado. A la limosna
hemos de unir las demás obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.
En su reciente Mensaje para la Cuaresma, el Santo Padre nos propone como peculiar
ejercicio cuaresmal en este año 2005, la atención preferente, el cuidado esmerado y el
servicio solícito a los ancianos, que deben estar en el centro de interés de las
comunidades parroquiales y de cada uno de los fieles. "Cuán importante es -nos dice el
Papa- que cada comunidad acompañe con comprensión y con cariño a aquellos
hermanos y hermanas que envejecen" (n. 4). Ellos, con su sabiduría acrecentada a lo
largo de toda una vida y con sus achaques y dolores ofrecidos al Señor como sacrificio
de holocausto, son un auténtico tesoro para nuestras comunidades eclesiales y una
auténtica fuente de energía sobrenatural para la Iglesia. El Papa nos pide una
sensibilidad especial con aquellos ancianos que viven en una situación de soledad.
En el servicio a los ancianos tenemos todos en esta Cuaresma un campo inmenso para el
ejercicio de las obras de misericordia: los familiares que les cuidan en casa con infinito
amor, viendo en su servicio un camino privilegiado de santificación, los sacerdotes que
visitan semanalmente a los ancianos y enfermos, entendiendo que éste es uno de los
aspectos capitales de su ministerio, los voluntarios que colaboran con las Religiosas en
el cuidado de los ancianos en asilos y residencias, y cada uno de nosotros, llamados a
compartir en estos días de Cuaresma y siempre nuestro tiempo, nuestra alegría y nuestro
afecto con nuestros familiares, amigos y vecinos ancianos y enfermos. En ellos nos
espera el Señor, pues Él se identifica especialmente con nuestros hermanos más pobres
y nadie es más pobre que aquel a quien le faltan las fuerzas y que en todo depende de
los demás.
Actitud de Cuaresma es también el ayuno que prepara el espíritu y lo hace más dócil a
la gracia de Dios; la mortificación voluntaria que nos une a la Pasión de Cristo; y la
aceptación del dolor, de las dificultades y sufrimientos que la vida de cada día, la
convivencia y nuestras propias limitaciones físicas o psicológicas nos deparan y que
hemos de ofrecer al Señor como sacrificio de alabanza y como reparación por nuestros
propios pecados y los pecados del mundo.
Pero antes de seguir adelante desearía establecer con precisión qué entiendo por
Hermandades y Cofradías. Con el Código de Derecho Canónico en la mano, tengo que
responder que las Hermandades y Cofradías son asociaciones de fieles aprobadas y
erigidas por la autoridad eclesiástica. Sus fines, según el canon 298, son "fomentar una
vida más perfecta, promover el culto público o la doctrina cristiana, o realizar otras
actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de
obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal".
Si nos atenemos, pues, a sus fines, las Hermandades y Cofradías son instituciones de
naturaleza religiosa, de un marcado sabor religioso y eclesial. Así ha sido a lo largo de
la historia. En nuestro caso, las Hermandades y Cofradías han sido para muchos
creyentes cordobeses camino de santificación, estímulo para amar más a Jesucristo, a la
Iglesia y a sus hermanos. Es una constatación que surge espontánea hojeando
simplemente algunas monografías publicadas en los últimos treinta años, en las que se
recoge la andadura histórica de algunas de las Hermandades más señeras. Y así tiene
que seguir siendo.
7. El peligro de la secularización.
8. Lo importante y lo decisivo.
En la vida de las Hermandades y Cofradías hay cosas importantes, que exigen mucha
dedicación y esmero por parte de sus miembros y muy especialmente de los Hermanos
Mayores y de las Juntas de Gobierno. Me refiero al cuidado de vuestras sagradas
imágenes, de sus tronos y mantos, de los cultos y tradiciones seculares, de los desfiles
procesionales, de vuestras costumbres anejas y venerables y de vuestras publicaciones y
revistas, tantas veces primorosamente editadas. Todo ello constituye la dimensión
cultural de las Hermandades y Cofradías, que yo no puedo negar ni condenar. Pero todo
esto, siendo importante, no es lo decisivo. Si las Hermandades sólo fueran cultura,
aspecto éste que valoran especialmente las instancias públicas y los Medios de
comunicación social, yo os aseguro que vuestro Obispo se sentiría escasamente
dispuesto a prestar atención al fenómeno religioso que representáis. Yo entiendo que
todo lo que acabo de mencionar es sólo el envoltorio o la fachada externa de la vida que
late en el seno de las Hermandades, del núcleo que las alienta, del misterio y el alma
que anima desde dentro y de modo invisible a las instituciones a las que representáis.
En nuestra Diócesis, por otra parte, y en toda Andalucía, la vida cofrade tiene una
importante relevancia social, realidad esta que vemos reflejada constantemente en los
Medios de comunicación social. Basta abrir los periódicos para conocer las numerosas
convocatorias o reseñas de los más diversos actos, pregones varios, presentación de
carteles o de publicaciones anuales, conciertos, conferencias de tipo histórico, artístico o
cultural, etc. No seré yo quien haga un juicio negativo de estas convocatorias y
actividades. Pero sí me permitiréis decir que esto sólo, siendo importante, no es lo
decisivo en la vida de las Hermandades. También en este caso podemos hablar del
envoltorio o de la fachada externa que sólo se justifica y legitima si aseguráis lo que
constituye el núcleo más profundo de la vida de estas instituciones a las que tanto
amáis: si ellas son para sus miembros camino de conversión, de santidad y de vida
cristiana, escuelas de formación en la fe; yunque de eclesialidad, de comunión y de
amor a la Iglesia; impulso de fraternidad, de solidaridad y servicio a los más pobres y
acicate y estímulo en el compromiso apostólico de sus miembros. Esto es lo decisivo y
transcendente. Si esto no existe, todo lo demás puede ser muy bello y meritorio, pero en
definitiva no será más que fuegos de artificio desde una perspectiva religiosa y eclesial.
El número del Plan Pastoral que acabo de citaros reconoce que el mundo de la
religiosidad popular "ha amortiguado entre nosotros los efectos de la secularización".
En nuestra Diócesis, la secularización probablemente es hoy, gracias a Dios, menos
intensa que en otras latitudes geográficas. Así me lo aseguraba hace algunos meses un
hermano Obispo que sirve a la Iglesia en Andalucía. Es mérito de todos, de los Obispos
que han servido a esta Iglesia, de los sacerdotes y de los laicos más comprometidos, y es
mérito también -y es este un tema sobre el que he reflexionado largamente en estos
meses- de las Hermandades y Cofradías, que han actuado como una especie de
microclima benéfico que ha mantenido fresco el humus cristiano de esta tierra. Es justo
reconocerlo y yo con mucho gusto lo reconozco con gozo, al mismo tiempo que doy
gracias a Dios y a todos vosotros.
Por el testimonio de mis hermanos Obispos de Andalucía sé también que en los últimos
treinta o cuarenta años se ha recorrido en esta región un camino apreciable en la
clarificación y robustecimiento de la genuina identidad religiosa de las Hermandades,
de acuerdo con el espíritu del Concilio Vaticano II y el nuevo Código de Derecho
Canónico. Pero hemos de reconocer que queda todavía un largo camino por hacer. En
ello estamos y este es el sentido y la finalidad de mi reunión con vosotros del pasado día
5 de febrero y también de esta modesta carta pastoral: que los Hermanos Mayores,
Juntas de Gobierno y Consiliarios conozcáis el pensamiento del Obispo sobre las
Hermandades y Cofradías, de modo que todos vayamos formando criterios comunes y
ampliamente compartidos en pos de la renovación de las instituciones a las que
servimos.
También vosotros y los miembros de vuestras Cofradías estáis llamados a ser apóstoles
y evangelizadores en vuestro hogar, en vuestro trabajo, en vuestra profesión y en todas
las circunstancias y ambientes que entretejen vuestra vida. Vuestra comunión con el
Señor debe traducirse en dinamismo apostólico y misionero: habéis de anunciar a
Jesucristo con obras y palabras. En primer lugar, con vuestro testimonio, con vuestros
criterios verdaderamente evangélicos, con vuestra vida intachable, con vuestra rectitud
moral en vuestro trabajo y con la ejemplaridad en el cumplimiento del deber.
Pero habéis de anunciar a Jesucristo también con la palabra. No os debe dar miedo ni
vergüenza hablar del Señor a nuestros hermanos, mostrándoles a Jesucristo como único
Salvador, único camino para el hombre y única esperanza para el mundo. En esta hora,
más que en épocas anteriores, ante el avance del laicismo militante, es urgente también
robustecer la presencia confesante de los católicos en la vida pública, sin complejos, sin
vergüenza, con decisión, valentía y convicción. En el XVII Centenario de los Mártires
de Córdoba y en el año de la Eucaristía, que inaugurábamos solemnemente el pasado 22
de enero en nuestra Catedral, que todos queremos celebrar como se merece, todos los
hijos de la Diócesis estamos convocados a renovar nuestra vida cristiana y nuestro
compromiso apostólico. También vosotros, los miembros de asociaciones de fieles
erigidas y aprobadas por la Iglesia, a ejemplo de nuestros Mártires Acisclo y Victoria,
Fausto, Genaro, Marcial y Zoilo, estáis emplazados a dar testimonio de Jesucristo a
nuestro mundo como heraldos de la nueva Evangelización.
El cristiano cofrade no puede ser un solitario, sino un solidario, un hermano, que sabe
trabajar en equipo, que participa en la vida de la parroquia, que se implica en la
catequesis, en la vida litúrgica, en la Cáritas parroquial, o en el Consejo de Pastoral
parroquial, compartiendo sus dones con sus otros hermanos cristianos. En la Diócesis y
en la parroquia no sobra nadie. No cabe, pues, automarginarse. Tampoco podemos
actuar como francotiradores. Todos somos necesarios a la hora de anunciar a Jesucristo
a nuestros hermanos. Hoy más que nunca, por la peculiar situación que está viviendo la
Iglesia en España, es preciso robustecer nuestra mutua comunión, aunar fuerzas,
abandonar las propias piraguas particulares para remar dentro de la barca grande y
magnífica que es la Iglesia, todos con el mismo ritmo y en la misma dirección.
Otro aspecto en el que las Juntas de Gobierno y los Hermanos Mayores habéis de poner
un énfasis especial es en todo aquello que dice relación con la dimensión social y
caritativa de las Hermandades. El cristiano cofrade no puede ser insensible a los
dolores, carencias y sufrimiento de sus hermanos. Todo lo contrario, ha vivir con los
ojos bien abiertos a las necesidades de los más pobres. La comunión con el Señor y el
culto a las imágenes de vuestros titulares ha de llevaros espontáneamente a vivir la
comunión con aquellos hermanos nuestros que han quedado en las cunetas del
desarrollo y que son imágenes vivientes del Señor. En los pobres y en los que sufren
habéis de descubrir el rostro ensangrentado de Cristo. Porque amáis a Cristo, no podéis
ser indiferentes a ninguna necesidad y dolor, pues como nos dice el Apóstol San Juan,
"nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve" (1 Jn
4,20).
Hay otro aspecto que no querría dejar de tocar. En páginas anteriores os he hablado del
peligro, si no reflejo y consciente, sí al menos involuntario e inconsciente, de subrayar y
poner en primer plano la dimensión cultural de la vida de vuestras instituciones, con
menoscabo de la entraña religiosa que les es propia. Es el peligro de la secularización
interna, a la que ya me he referido, que conlleva el desvanecimiento de la propia
identidad, que es la forma más sutil y menos repulsiva de vaciar de contenido la
religiosidad popular. Esto sucede, sobre todo, con las procesiones, que ciertamente
encierran indudables valores culturales. (Entre paréntesis os querría decir que el año
pasado, en mi primera Semana Santa en Andalucía, quedé deslumbrado por la belleza y
plasticidad de las procesiones de Córdoba y también por su tono de austera piedad y
seriedad). Pero no en todas partes es así. En muchos casos la secularización las ha
despojado del atuendo espiritual que les es propio, como expresión de la fe de la Iglesia
y como acto de culto. Las ha situado en clave cultural, como espectáculo tradicional,
folclórico, estético o costumbrista, susceptible incluso de ser declarado de interés
turístico.
La pastoral de juventud es una de las tres acciones prioritarias previstas por nuestro Plan
Diocesano de Pastoral "¡Levantaos! ¡Vamos!" (Mc 14,42) para el trienio 2005-2007. En
él insistimos en la urgencia de potenciar una pastoral juvenil recia y vigorosa, con
procesos serios de formación cristiana, en la que los jóvenes se inicien en la oración y
en el trato personal con Jesucristo y adquieran una clara identidad eclesial (n. 58-60). Es
la única pastoral juvenil posible, porque es la única que produce frutos de vida cristiana,
vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al compromiso militante en la sociedad
desde la vocación laical.
Es mucho lo que podéis hacer desde las Hermandades y Cofradías en este sentido.
Contad con la ayuda de la Delegación Diocesana de Pastoral de Juventud. Procurad que
vuestros jóvenes conozcan sus convocatorias, retiros y ejercicios espirituales para
jóvenes, la peregrinación anual a Guadalupe, los encuentros nacionales y las Jornadas
Mundiales de la Juventud, que tanto bien hacen a los jóvenes cordobeses que en ellas
participan. Brindáos a vuestros párrocos para acompañar a los jóvenes cofrades en los
grupos de preparación para la confirmación y en los grupos juveniles parroquiales.
No quisiera terminar sin decir una palabra a los Consiliarios, figura clave en la vida de
las Hermandades, cuya vitalidad en buena medida depende de vuestra implicación
generosa en su devenir. Una tentación a evitar por los equipos directivos de las
Hermandades es considerar al Consiliario como una figura prescindible o un mero
objeto decorativo. Las Hermandades deben utilizar vuestros servicios y consejos y
vosotros debéis brindaros a colaborar con ellas con generosidad, pues es mucho el bien
que podéis hacer.
Retorno de nuevo al argumento con que iniciaba esta carta pastoral, el espíritu de la
Cuaresma que estamos comenzando. Vividla con seriedad, desde el silencio, la oración,
el ayuno, la mortificación y la limosna. No olvidéis reconciliaros con el Señor y con la
Iglesia en el sacramento de la penitencia, que no ha pasado de moda. Participad con
unción religiosa en los ejercicios cuaresmales, el Via-Crucis y los Misereres, de tanta
tradición en Andalucía. Vivid también con hondura y autenticidad el Tríduo Pascual.
En las próximas semanas, va a ser muy importante para todos vosotros, hermanos
Cofrades, revivir una vez más vuestras tradiciones venerables. Tenéis un arduo e
importante trabajo por delante, la preparación de vuestros cultos y de vuestras
bellísimas procesiones, sin parangón con las de otras regiones. Creedme si os digo que
sólo una cosa es decisiva: nuestra vuelta al Señor, nuestra conversión a Él. Que nada
nos distraiga de lo esencial, Jesucristo, muerto y resucitado para nuestra salvación, que
es mucho más que una idea, un sentimiento, unas tradiciones e, incluso, que un sistema
de valores éticos y morales. Sólo el encuentro personal, hondo y cálido, con Jesucristo
salvador y redentor, vivo en su Iglesia, que transforma nuestras vidas desde dentro y
que se hace presente de modo eminente en la liturgia del Triduo Pascual, dará sentido y
autenticidad a todo lo demás. Que con la fuerza de su Espíritu, todos nos dejemos
reconciliar con Él, ganar y conquistar por Él. Éste será el mejor fruto de la Cuaresma
que estamos iniciando y de la Semana Santa que ya se adivina en lontananza.