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Laberinto Sentimental JA Marina Resumen
Laberinto Sentimental JA Marina Resumen
Laberinto Sentimental JA Marina Resumen
En este libro, J. A. Marina va a repetir muchas veces que “los sentimientos nos avisan de la
marcha de nuestros intereses y proyectos. Están centrados sobre el yo. Todos estamos
implicados en nuestros afectos” (pág. 172). Bueno, esto vale para todos los sentimientos
menos para el amor, que está centrado en otra persona y es el balance de otra vida que nos
afecta. Más que sentimiento, el amor es el deseo de que la otra persona exista, desear su bien.
La finalidad práctica de esta ciencia será “emprender una reforma del entendimiento humano,
que a su vez nos obligará a un cambio en los sistemas educativos” (p.13).
3. TESIS
“El sentimiento es una experiencia consciente que sintetiza los datos que tenemos acerca de
las transacciones entre mis deseos, expectativas o creencias, y la realidad” (p. 33). Es el
resultado de un balance, evaluación o síntesis entre mis deseos, expectativas o creencias y la
realidad.
“La respuesta sentimental ante una situación depende de la estructura personal. En los
sentimientos, como en una placa holográfica, está resumida gran parte de la personalidad. Hay
diferentes estilos sentimentales: optimistas y pesimistas, lábiles y estables, miedosos o
atrevidos, sensibles o insensibles. En último término, la razón de que en un momento dado
experimentemos un sentimiento correcto, con una intensidad determinada, depende de
nuestra personalidad afectiva” (p. 93).
“Lo que sentimos está determinado por elementos coyunturales y estructurales. Coyunturales
son los que cambian continuamente: la situación real, mis intereses momentáneos, el estado
en que me encuentro. Los estructurales son más estables y se refieren a lo que con gran
vaguedad llamamos temperamento, carácter o personalidad” (p. 93).
“Para que una situación produzca respuestas sentimentales diferentes en diferentes sujetos
tiene que haber una estructura encargada de dar significado a los datos que el sujeto recibe.
Un suceso puede entenderse desde distintos esquemas interpretativos.” (ps. 93-94).
Esquema sentimental
“Esquema es una estructura neuronal que asimila, interpreta, guarda y produce información.
Son sistemas operativos capaces de aprender. O, lo que es igual, modificables por la
información que reciben. Híbridos de fisiología y significado” (p. 96). Por ejemplo, “coger
una pelota” es un esquema muscular o “atacar a todo lo que entre en el nido y no emita el
sonido de un polluelo” es un esquema de actuación de las pavas.
Pues bien, la personalidad “puede considerarse como un sistema integrado por esquemas
afectivos, cognitivos y motores.” (p. 97). “Si cada uno tememos cosas distintas es porque
tenemos diferentes organismos afectivos. Estos organismos afectivos que interpretan,
seleccionan y lanzan a la conciencia sus productos sentimentales están compuestos por
esquemas” (p. 98).
1. SITUACIÓN REAL
2. DESEOS
3. CREENCIAS Y EXPECTATIVAS: aquí entraría la influencia del aprendizaje, de los
hábitos educativos y de las normas sociales. Esto explica, entre otras cosas, las
diferencias culturales a la hora de sentir o potenciar o no ciertos sentimientos.
4. AUTOPERCEPCIÓN: es la idea que el sujeto tiene sobre sí mismo y sus capacidades.
Es el modo como nos contamos nuestra propia vida. Por ejemplo, uno puede
responder con agresividad ante una situación porque entiende que es motivo de
orgullo destruir un obstáculo en vez de enfrentarlo.
J. A. Marina insiste en que “los deseos están antes y después de los sentimientos. Los
engendran y son engendrados” (p. 102). Lo que nos causa placer y alegría (o su contrario), las
experiencias consumatorias, es lo que nos ayuda a descubrir nuestros íntimos deseos. Así por
ejemplo, detrás de la envidia (sentimiento) hay un deseo de ser preferido. “Por debajo de los
sentimientos siempre actúa algún deseo” (p. 114).
“El deseo suele ir acompañado de una constelación sentimental (…) porque sin el
acompañamiento sentimental, sin la inquietud, angustia, impaciencia, desasosiego, los deseos
carecen de energía” (p. 107). “El deseo no lleva a la acción, pero es la antesala del querer, que
sí es activo” (p. 107).
“La inteligencia humana prolonga los deseos con los proyectos, que nos permiten dirigir la
acción y seducirnos desde lejos. Por ello son uno de los vectores dinámicos que intervienen en
nuestro balance emocional” (p. 112). Aclara J. A. Marina que “las metas no significan nada si
no se las enlaza con las fuentes subjetivas de las que nacen: los deseos y los proyectos” (p.
114).
“Todo proyecto expande o concreta un deseo, pero no todo deseo es un proyecto” (p. 129).
Las CREENCIAS son “la representación básica del mundo mantenida por la memoria”, “son
hábitos mentales, que funcionan con la misma constancia que los hábitos musculares”.
Como ejemplo, podemos hablar de que en la génesis de las depresiones hay una creencia
básica e implícita que puede formularse así: “si soy agradable, no me sucederán cosas malas”.
Luego puede ocurrir que las cosas vayan mal y uno se sienta des-agradable (con lo cual viene
la depresión y la culpabilidad) o que, sabiendo que ha sido agradable, y viendo que las cosas
van mal, sienta cólera o indignación.
Las EXPECTATIVAS son nuestras predicciones de futuro. “Lo que esperamos es fuente de
sentimientos buenos o malos, de decepciones o triunfos” (p. 137). También las
COSTUMBRES definen el contenido de los sentimientos como lo demuestra el pudor que ya
no es lo que era.
5.3. LA AUTOIMAGEN
“El sentimiento de la propia eficacia, sea real o ilusa, nos resulta agradable y estimulante. Va
acompañada de un sentimiento de seguridad, estimula la acción. Puede vivirse subjetivamente
como orgullo (…).” (pág. 155).
“Los sentimientos hacia nosotros mismos, el modo como evaluamos nuestra eficacia, o
nuestra capacidad para evaluar tareas o enfrentarnos con problemas, no es un sentimiento
más, sino que va a intervenir como ingrediente en múltiples sentimientos” (p. 157). Uno
puede desarrollar un carácter pesimista que resaltará un sentimiento de la propia incapacidad
o un carácter optimista que no caiga en esa tendencia autodestructiva. El estilo pesimista usa
razones para explicar los sucesos desagradables que son personales (“es culpa mía”),
permanentes (“siempre va a ser así”) y expansivas (“esto va a destruir mi vida entera”). “Por
el contrario, el modo optimista de explicar las cosas propone causas contrarias: hay cosas que
no dependen del sujeto, las malas situaciones no van a durar siempre y no ocupan toda su
vida, sin tan sólo una parcela de ella” (pág. 167). La educación determina esta propensión
optimista u optimista.
Hay tres causas principales que determinan el estilo de interpretación afectiva de un sujeto: el
modo como la madre le explica los sucesos (“el optimismo o pesimismo de la madre va a ser
recibido por el niño como si fuera la propia estructura de la realidad” p. 167); el modo como
los adultos critican el comportamiento de los niños (no es lo mismo regañar apelando a
razones específicas, temporales y no expansivas –estabas distraído mientras explicaba esto--
que hacerlo apelando a causas permanentes –“siempre estás distraído/a”) y, finalmente, el
modo como los niños han superado las crisis importantes de su vida (los que las han superado
bien, no se las ha quedado cronificada, se enfrentan de manera optimista con las siguientes
crisis de su vida).
Ya sabemos que en nuestro balance sentimental hay ingredientes que son coyunturales y
cambian de caso en caso (como la situación real) y otros que son estructurales y dependen de
nuestro carácter que funciona así como un destino biográfico. “Nuestro estilo de sentir es
depresivo, furibundo, exaltado, melancólico, abúlico, optimista, pesimista, amoroso, híspido.
Éste es el caso que más me interesa, cuando no son las cosas sino el modo como
interpretamos las cosas lo que nos hace felices o desdichados” (págs. 207-208). Todos
preferimos la alegría a la tristeza y el ánimo a la depresión, pero el problema está en que “al
llegar a la edad adulta nos encontramos con un estilo sentimental hecho que (…) configura el
núcleo duro de nuestra personalidad” (pág. 208).
Cuando estudiamos las conversiones religiosas, que suponen un segundo nacimiento donde el
sujeto encuentra sentido y significado, nos damos cuenta de que lo que cambia son las
creencias que el sujeto tiene sobre la realidad y sobre sí mismo. Estos cambios se pueden
producir también de forma gradual por medios educativos o terapéuticos. Se trata de
“conseguir una reestructuración afectiva, que para ser profunda ha de afectar a lo que he
llamado memoria personal” (pág. 216). Y para ello, según Marina, “el único agarradero
seguro para cualquier cambio es la acción”.
“Su eficacia es doble. En primer lugar, la simple realización de un acto es un elemento real
que influye en nuestra vida mental. Pero, además, y tal vez habría que decir “sobre todo”, la
conciencia de ser autores de la propia acción, de poder alterar aunque sea brevemente la rueda
del destino, aumenta el sentimiento de eficacia –la cuarta partida del balance--, que, por lo
que sabemos, ejerce una influencia definitiva en todo proceso de cambio” (pág. 216). Se trata
de ir creando nuevos hábitos por repetición de actos que modelen nuestro carácter, tal como
ya dijo Aristóteles.
Marina considera que hay que invertir en la educación emocional. Se trata de ayudar a dirigir
el dinamismo del desarrollo hacia una “personalidad afectiva que nos haga más accesible la
felicidad o que al menos ponga menos obstáculos” (pág. 216). “El mejor carácter será el que
haga más accesible la felicidad” (pág. 220).
La felicidad objetiva tiene que ver con la posesión de derechos. Los ingredientes de la
felicidad subjetiva son el sentimiento de seguridad, “que nos libra de los miedos y nos
capacita para disfrutar de las relaciones personales”; el sentimiento de plenitud (llevar a cabo
una ocupación felicitaria); la intensidad; la alegría (la conciencia de estar alcanzando nuestras
metas); el sentimiento del propio poder (gastar energía creadoramente, decía E. Fromm, y
tener autoestima) y la autosuficiencia (vivir de forma libre y autónoma).
Educar la voluntad
“La llamada educación de la voluntad queda incluida así en la educación de la inteligencia.
Consiste en educar al sujeto para que sepa proponerse fines, motivarse a sí mismo y aguantar
el esfuerzo. Las tres funciones aparecen en el ámbito de la afectividad. La incapacidad de
inventar fines se da en la depresión, la apatía, el aburrimiento, el desánimo, que son, todos
ellos, hábitos sentimentales. La capacidad de motivarse a sí mismo incluye el aprendizaje de
la atención voluntaria, que está en el origen de la afectividad, el juego con los móviles
internos, la eliminación de los bloqueos afectivos. Todo ser humano es un organismo deseante
dotado de inteligencia. Cuando la capacidad apetitiva desaparece, hay que buscar una causa,
biológica o psicológica. Posiblemente, una impotencia aprendida. Por último, la aptitud para
mantener el esfuerzo, soportar el estrés, aplazar el premio, aguantar la novedad, son también
rasgos sentimentales. Lo que llamábamos “fuerza de voluntad” no es más que una
determinada gestión de nuestra afectividad. Un fenómeno complejo, una modulación de la
inteligencia sentimental: la inteligencia valerosa que no renuncia a una meta por la dificultad
que puede entrañar” (p. 225).
Sentimientos y moral
Desde un punto de vista moral debemos fomentar aquellos sentimientos que no anulan nuestra
libertad, aquellos que no inciten a conductas perturbadoras de la convivencia y la
comunicación (como la furia) y aquellos que sean adecuados a un valor presente.
“A partir de nuestra vida afectiva hemos inventado valores y ahora queremos tener los
sentimientos adecuados. Sentimientos que son, por lo tanto, creaciones nuestras también. Esta
inadecuación entre los sentimientos reales que tenemos y los que nos parece adecuado tener,
somete a nuestra vida afectiva a una tensión que puede enriquecernos o destruirnos.
Vamos a encargar a la educación que se esfuerce por adecuar la estructura afectiva personal a
la estructura objetiva de los valores. Se trata de convertir un valor pensado en un valor
vivido” (pág. 241).
Del mismo modo que se puede educar el gusto estético utilizando argumentos, se puede
educar el gusto moral. “Necesitamos que la inteligencia nos diga qué sentimientos debemos
profundizar, cambiar, abolir” (pág. 242). “Los valores pensados pueden convertirse en
motivos porque nos seducen desde lejos con una posibilidad que cambia nuestras creencias,
estimula deseos dormidos o dispersos, permite evaluar la realidad de otra manera, o me
permite comprenderme de forma distinta. Cambian, pues, las partidas de nuestro balance
sentimental. O, al menos, pueden hacerlo. Así comienza la invención ética” (pág. 245).
7. CONCLUSIÓN
La creación sentimental que reclaman nuestros desasosegados corazones supone una reforma
de la inteligencia humana. Se trata de buscar “la racionalidad poética” y con ello cambiar el
régimen sentimental del náufrago haciéndole navegante” (págs. 245-246). A J. A. Marina le
“parece indispensable emprender una poética de la acción que invente un mundo más amable
y más interesante” (pág. 247).
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1. Sentimientos unidos al conatus (la energía con que una cosa se mantiene en su ser):
Intranquilidad/tranquilidad, exaltación/depresión, alerta/reposo, ánimo/desánimo,
impulso a la actividad/cansancio, esfuerzo/relajación.
2. Experiencia de que algo se presenta como relevante o nuevo: interés, curiosidad,
sorpresa, admiración y respeto.
3. Experiencia de la falta de interés de las cosas y por las cosas: aburrimiento
(sensación de que el tiempo se alarga).
4. Experiencia como algo favorable, placentero, útil: atracción (acompaña o delata
nuestras metas).
5. Experiencia de algo como desfavorable, doloroso: aversión, odio, asco.
6. Experiencia de que nuestras necesidades, deseos, proyectos, se están cumpliendo:
alegría
7. Experiencia de que nuestras necesidades, deseos o proyectos no se van a realizar
o no se han realizado: frustración, tristeza.
8. Experiencia de que algo amenaza nuestras metas y nuestra integridad: miedo.
9. Experiencia de que algo obstaculiza nuestros fines: resignación, impotencia o furia.
10. Experiencia de que alguien impide, obstaculiza o imposibilita nuestros fines no
solo por su comportamiento, sino por el simple hecho de existir: odio, envidia.
11. Experiencia de que alguien facilita, posibilita o realiza nuestros fines no solo por
su comportamiento, sino por el hecho de existir: amor.
12. Experiencia de la desaparición de un mal o de su disminución: alivio.
13. Experiencia de la incapacidad para prevenir o controlar mi relación con el
mundo: indefensión, inseguridad, impotencia.
14. Experiencia de inseguridad por el futuro, del miedo a lo posible, de la ausencia de
salidas: angustia, desesperanza.
15. Experiencia de la seguridad, de la confianza en lo posible, de la fe en una salida:
esperanza.
16. Experiencia de sentirse juzgado por el grupo en el que quiero integrarme, temor
a perder el respeto o el afecto del otro, miedo al juicio ajeno: vergüenza. (Es un
gran regulador social).
17. Experiencia de juzgarse responsable de un acto malo: culpa, … remordimiento,
pena, contrición, arrepentimiento.
18. Experiencia de ser juzgado bien por los demás o por uno mismo: orgullo.
19. Experiencia de los sucesos ocurridos a otra persona. Participar de su alegría:
congratulación. Alegrarme de sus desgracias: en español no hay nombre, en inglés:
gloating.
La furia siempre va resultar beneficiosa a un animal que únicamente se mueve por su instinto
de supervivencia. El problema está en los humanos, que hemos salido de la esfera de la
naturaleza para crear un mundo cultural. Para nosotros, por ejemplo, la furia, en determinados
contextos sociales, puede ser un motivo de que no consigamos alcanzar nuestros fines.
El hombre, como ser biológico y cultural, necesita satisfacer sus necesidades y precisa
interactuar con su entorno para vivir de la mejor manera. “Las cosas nos interesan cuando
afectan a nuestros intereses. Y nuestros intereses son vivir y satisfacer las urgencias de nuestra
naturaleza, que es una compleja mezcla de biología y cultura” (p. 80). “Nuestros órganos
sensitivos nos proporcionan datos sobre lo que nos rodea y sobre nosotros mismos. Pero
necesitamos, además, reconocer lo conveniente y lo perjudicial, lo bueno y lo malo –lo que,
resumiendo, llamamos valores--, porque estamos forzados a actuar” (p. 80).
En esta selva de opciones, tenemos tres modos de orientar nuestros pasos. “Primero, las
sensaciones de placer y dolor. En segundo lugar, los deseos, las ganas. Por último, los
sentimientos. Sin estas experiencias, que revelan un mundo hosco o amable, cálido o gélido,
no sabría cómo obrar. Los afectos aparecen en el reino de la acción. En las apreturas del
vivir. Son un eslabón consciente en la cadena de la motivación.
Los sentimientos son también el balance de la interacción entre nuestras necesidades y la
realidad. Nos sirven para rastrear nuestras necesidades. Todo acontecimiento que produzca
en nosotros una resonancia afectiva es importante por alguna razón” (p. 81).