Cultura Contemporánea
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Lo importante es darse cuenta de que estas prácticas sociales derivadas del sistema
tecno-económico van tejiendo un mundo cultural lleno de artilugios mecánicos o
electrónicos. Un mundo artificial, alejado profundamente de la naturaleza y marcado
a fuego por la lógica funcional. De ahí que se vaya configurando una cultura, es decir,
unos modos de ver la realidad, de valorarla y darle sentido.
Lo más grave de estas prácticas sociales funcionales y del estilo de vida y de cultura
que están configurando es su dinamismo. Tienden a colonizar más y más espacios,
en una suerte de lógica funcional imperialista. Bajo el influjo de este modo objetivista
y funcional de percibir la realidad y la vida, van cayendo las relaciones
interpersonales y actividades tan profundamente humanas como la educación o la
política. Hay una especie de contaminación funcional generalizada, que no se detiene
ante ningún ámbito de la vida humana. Asimismo este dinamismo funcionalista tiende
a mundializarse: no hay cultura que lo detenga. Y ya hemos indicado que su
penetración no es neutra: lleva consigo un modo causalista, mecanicista y
mensurador de ver y tratar con la realidad. De ahí el enorme impacto de esta cultura
tecnológica sobre las sociedades y culturas preindustriales o pretecnológicas.
La catequesis debiera ayudar a aceptar una fe cristiana con convicción, pero sin
rigidez, en una situación pluralista y relativista. En el fondo late el serio problema
personal y social de la identidad en nuestra sociedad. La fe tiene que colaborar a la
constitución de una identidad con contornos definidos, pero abierta al ancho mundo
de hoy. Una tarea difícil, pues, como estamos viendo a través de los conflictos de
nuestro tiempo, quizá el desgarro cultural de nuestro mundo actual pase por esta
doble confrontación que ha quedado brevemente caracterizada a través de los dos
rasgos –más bien un conjunto de rasgos– que representan la homogeneización
funcional, por un lado, y la globalización multicultural y relativista, por otro. A decir de
bastantes analistas sociales, aquí está la ruptura cultural de nuestro tiempo y la gran
tarea de hoy: conjugar la funcionalidad homogeneizadora en lo instrumental,
científico-técnico y productivo, con la diferenciación cultural y el relativismo. La
religión cristiana está llamada a colaborar para suturar este desgarro.
Esta misma indecisión se capta mediante las diversas explicaciones que se dan de la
crisis al hilo de las tendencias actuales. Las teorías socioculturales de la crisis son
ellas mismas análisis y posturas frente al problema; de ahí que nos sirvan como
muestras de las diversas visiones actuales sobre la situación social y cultural. La
pluralidad de visiones concuerda en un punto: la crisis cultural de nuestro tiempo;
pero las causas a las que atribuyen el diagnóstico difieren mucho entre sí, lo mismo
que las soluciones entrevistas. Aquí prima una visión estructural del problema, que
muy bien puede verse como complementaria de la anterior.
La salida avistada corre por el camino de los muchos y pequeños relatos o proyectos
de sentido: la aceptación de un relativismo cultural y de valores que, prácticamente,
declara temporales, coyunturales y rescindibles todos los sentidos de la vida. El
desafío de este relativismo para la fe cristiana es muy serio. Puede aportar la
recuperación de una dimensión más estética y menos logicista y funcionalista de la
vida, con lo que se abre al símbolo y a la profundidad inagotable de la realidad; pero
puede desembocar fácilmente en un consumismo de sensaciones y un relativismo
propicio para los sincretismos religiosos del tipo de los nuevos cultos. La tarea con la
que se enfrenta el educador es la de aprovechar el potencial crítico frente a los
malestares y miserias de la modernidad, sin vender a bajo precio los valores
transmitidos por esta. La contaminación posmoderna tenderá a acentuar las
dimensiones experienciales, afectivas, estéticas de la fe cristiana, con olvido o alergia
hacia las crítico-intelectuales y político-estructurales.
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