Religion & Spirituality > Wicca / Witchcraft">
¿A Quién Teme El Diablo - Pablo Palazuelo Basaldua
¿A Quién Teme El Diablo - Pablo Palazuelo Basaldua
¿A Quién Teme El Diablo - Pablo Palazuelo Basaldua
quién
teme
el
diablo?
Pablo Palazuelo
© Pablo Palazuelo, 2018
Diseño de cubiertas
Pablo Palazuelo
Más información en
www.ppalazuelo.com
Prólogo
Primera parte: Él
El Brujo
El Escorpión
La garganta Azul
La Vieja Dama del Bronx
Y Dios creó a la mujer
El Monte de los Olivos
Ya no hay secretos
Epílogo
Agradecimientos
La azafata temblaba, y, cuando tomó la pequeña bandeja con sus manos, esta
vibró, y, con ella, el vaso con agua que iba encima.
—Vamos allá —murmuró con pesadumbre.
Se encaminó hacia el pasajero que tanto la atemorizaba, el del asiento
16A, el que tenía al resto del pasaje y la tripulación deseando que el avión
aterrizase en el aeropuerto internacional de Panamá para bajarse de él y
perderlo de vista.
—Su agua —dijo ella cuando se presentó ante Patrick.
Se derramó un poco de líquido al pasarle el vaso, pero a él no pareció
importarle. De hecho, ni miró a la azafata.
En otras condiciones, ella lo habría considerado una descortesía, pero no
en esta ocasión. A fin de cuentas, era mejor que verle la cara a ese hombre, a
ese monstruo. A pesar de ello, volvió a hacerlo, volvió a mirarlo. Miró las
cicatrices que había bajo sus gafas, miro las que su barba dejaba entrever. Y
descubrió que, pese a todo, había algo bello en aquel rostro, algo atractivo.
Era Mariah Mow, también conocida como Ma Mow, Madre, la Dama, Mamá
y un sinfín más de variantes, pero sobre todo la Vieja Dama del Bronx.
Sus apodos habían cambiado con el tiempo para adaptarse a su aspecto
físico y su edad. Curiosamente, nadie sabía cuántos años tenía. Eran muchos,
sí, eso lo sabían todos, pero nadie era capaz de precisar cuántos. Algunos
apuntaban a los setenta. Otros, en cambio, decían que ya había cumplido los
cien y que, si aparentaba menos, era por su juventud de espíritu.
Mamá vivía en la mítica calle Charlotte desde tiempos inmemoriales,
desde alguna remota fecha que ni los más viejos del lugar eran capaces de
recordar. El caserón en el que moraba se asemejaba a una mansión, pero
decrépita y falta de mantenimiento, con fachadas oscurecidas por la
contaminación y la humedad, tejados plagados de nidos y contraventanas
imposibles de cerrar. Era, asimismo, como un recuerdo de las peores épocas
del barrio, cuando estaba asolado por los incendios, el crack y la heroína,
cuando incluso la Madre Teresa de Calcuta tuvo que abrir uno de sus centros
allí.
Y, el día en el que se impuso el toque de queda a los menores de edad,
ella decidió encerrarse en su morada, para convertir su destartalado caserón
en un sitio lleno de magia. Lo haría para dedicarse a los niños, solo que sería
de un modo especial: les contaría historias, narraciones que sus jóvenes
oyentes nunca sabrían con certeza si pertenecían a un pasado mejor o
formaban parte de un mundo fantástico e imaginario.
¿Y para qué contarles tales historias? Sencillamente, porque la mayoría
de su público eran chicos desarraigados, miembros de familias
desestructuradas, con pésimos ejemplos paternos, y que, por lo tanto,
resultaban más que proclives a caer en la delincuencia y las drogas. Pretendía,
así, alejarlos de las calles durante un rato, pero también darles lecciones
morales de forma atractiva y sutil a fin de que no las rechazasen. En
definitiva, se trataba de historias revestidas del necesario filtro infantil, cuya
finalidad última era transmitirles una útil moraleja sobre el bien y el mal.
Lo hacía, además, para saber de sus vidas, para conocer de primera mano
los problemas que los acuciaban, para saber en todo momento, con la
inocente perspectiva de un niño, qué es lo que sucedía en el mundo que la
rodeaba. ¿Y cómo lo conseguía? Pues pidiéndoles, a cambio del derecho a
disfrutar de sus narraciones, que ellos mismos le contasen una historia, ya
fuera real o ficticia, propia o de un tercero.
Y, como no disponía de ingresos regulares, todos sus gastos los
sufragaba desde hacía mucho tiempo gracias a las modestas pero generosas
donaciones de la gente que la admiraba.
Así era Mariah Mow, así era la Vieja Dama del Bronx.
Y sería precisamente ella quien advertiría a David y a Patrick del
inmenso peligro que correrían.
15 años antes
Era solo un cerro sin nombre, aunque muchos del pueblo le llamaban el
Monte de los Olivos por algunos árboles de ese tipo que había en él. Sin
embargo, para los habitantes de la solitaria casa que se hallaba en lo alto
del cerro, era, sobre todo, el lugar en el que su familia había vivido durante
generaciones.
A la casa se accedía por un camino de tierra que se encontraba
bordeado por adelfas, una flor que se veía cada vez con más frecuencia por
la zona, como si fuera una plaga bíblica que avanzase lenta pero
inexorablemente.
Las tierras que rodeaban el cerro eran también el sitio en el que los
miembros de la familia se habían dedicado a la producción de miel durante
el tiempo que habían ocupado la vivienda. No obstante, esa época había
llegado ahora a su fin.
Un reciente problema de calidad con la miel les había impedido vender
su producción. Eso los condujo a la quiebra. El único consuelo que
obtuvieron en todo el proceso fue el dinero que cobraron de la póliza de
apicultores, aunque, por desgracia, no cubrió más que una pequeña parte de
las deudas.
De esa manera se anunciaba el final de su vida en el campo, en la que
había sido la morada familiar durante tanto tiempo; un sitio aislado pero
tranquilo, desde el que se podía disfrutar de unas magníficas vistas del valle
de San Felipe, en California, y donde nunca había tenido lugar ningún hecho
relevante y, menos aún, violento.
Hasta esa noche.
Era un cerro sin nombre, aunque muchos del pueblo le llamaban el Monte de
los Olivos por algunos árboles de ese tipo que había en él. Sin embargo,
para los habitantes de la zona y todos aquellos curiosos que se interesaron
por los hechos de aquella noche, el lugar pasó a ser conocido como Cerro
Muerto.
Cuando los hermanos fueron socorridos, llevaban varios días tumbados
en el suelo, de costado, atados a las sillas. Se encontraban, además,
desnutridos y deshidratados, esto último de gravedad.
Llevó su tiempo que la mano de Mathias se recobrara de los golpes
recibidos, recuperación que, por desgracia, nunca llegó a ser completa y que
dejó como secuela una cierta pérdida de movilidad. Por el contrario, la
luxación de rodilla que le produjo uno de los mazazos experimentó una
rápida mejoría gracias a una acertada intervención quirúrgica.
Por otro lado, el mazazo que Mathias recibió en el tórax le rompió una
costilla y le causó una fisura en un pulmón. Fue una lesión similar a la que
acabó con la vida de Harvey, pero de mucha menos gravedad debido a que el
respaldo de la silla amortiguó el golpe. Aun así, el equipo médico del
hospital de Rancho Mirage lo obligó a que se tomará un largo periodo de
reposo.
En cuanto a sus padres, solo se pudo certificar su defunción. Las
causas: politraumatismos, amputaciones, quemaduras, pérdida de sangre…
Respecto a los cuatro asaltantes, las causas médicas de su fallecimiento
eran claras; Katya, la chica, de un traumatismo craneoencefálico; Harvey,
su novio, de politraumatismo de tórax; Joel, el cabecilla, de un coma
diabético que, por no ser atendido a tiempo, lo condujo a la muerte. En su
caso, la policía descubrió, además, que Joel desconocía que era diabético.
Por último, Max, el grandullón, murió de un fallo cardiaco, producido,
quizá, por la presencia en su organismo de digitoxigenina, nerina,
oleandrina y oleondrosida, elementos muy tóxicos que tienen, entre otras
consecuencias, la de generar problemas cardiacos e intestinales.
El forense trató de hallar una explicación a ese envenenamiento, el cual
pudiera haberse producido por la ingesta de algún alimento que contuviera
tales toxinas. En este sentido, descubrió que Max había tomado una gran
cantidad de miel que contenía esos elementos.
Pero ¿quién y por qué había asesinado a los Cuatro Jinetes de formas
tan variadas y curiosas?
Los dos hermanos no aportaron pistas claras al respecto y, cuando los
agentes trataron de profundizar en esas cuestiones, Tanner y Mathias
respondieron con evasivas y contradicciones. Alegaron que el estado de
estrés y miedo les había impedido ser plenamente conscientes de los terribles
sucesos experimentados y que eso les imposibilitaba recordar bien aquella
noche.
Entonces surgieron varias teorías, que, ante la absurda e inexplicable
falta de respuesta de Tanner y Mathias, no tardaron en verse acompañadas
de fabulaciones.
Por un lado, no podían imputarse tales actos a los dos hermanos, ni
siquiera en defensa propia. Al fin y al cabo, se hallaban atados e
inmovilizados cuando los encontraron. Esto conducía a la inequívoca
conclusión de que tenía que existir otra persona involucrada en los sucesos
de aquella noche.
Podía tratarse de alguien más de la banda, alguien de quién los dos
chicos no contaran nada, quizá por miedo a represalias, quizá por
desmemoria, surgida del trauma experimentado. Aunque también podía ser
una persona ajena a los Cuatro Jinetes que, de alguna forma, hubiese
ayudado a los dos hermanos a deshacerse de los atacantes.
Esta última opción era la que más verosimilitud tenía, pero entonces
surgían más preguntas. ¿Por qué fue tan cruel su salvador? ¿Por qué no
avisó a la policía cuando todo hubo terminado? ¿Por qué abandonó a su
suerte a los dos hermanos si su intención era rescatarles?
Al final se concluyó que hubo otro asaltante, un quinto jinete, que los
mató a todos. A los padres, por el dinero; a sus socios, por riñas entre ellos.
Y que luego se fue con el botín, dejando vivos a los hijos, en quienes ya no
tenía interés, además de pensar, por algún motivo, que no podrían
reconocerle ni, por lo tanto, denunciarle.
No obstante, en alguna ocasión, durante los interrogatorios, la policía
llegó a intuir que los hermanos se referían a una presencia extraña en la
casa, una entidad siniestra y cruel, capaz incluso de provocar la muerte de
una mujer embarazada, y que causó un ataque de locura entre los atacantes
y por el que se mataron entre ellos. En ese aspecto, los más atrevidos
aventuraron, además, la posibilidad de que los habitantes de la casa se
hallaran inmunizados contra esa locura inducida.
Hubo otras teorías, a cuál más alocada, y que solo sirvieron para que
corrieran todo tipo de rumores. Por todo ello, se decidió no importunar más
a los hermanos con interminables interrogatorios que no conducían a nada,
sin perjuicio de la investigación de ese quinto jinete y, en menor medida, de
la misteriosa presencia que hubiera podido intervenir aquella noche. En
cualquier caso, se haría sin dedicarle demasiados medios ni tiempo.
Sin embargo, cuando se corrió el rumor de la posible presencia de una
entidad paranormal en Cerro Muerto, el lugar se llenó de todo tipo de
curiosos e investigadores, que le otorgaron una notoriedad que ya nunca
perdería.
Ya no hay secretos
—Una historia terrible —comentó Tricia—, pero no veo qué relación guarda
contigo.
—Hubo un quinto jinete.
Tricia se quedó atónita ante las palabras de Patrick.
—¿Con eso me quieres decir que eras tú?
—En cierto modo.
—¿Qué es eso de «en cierto modo»?
—Que yo no formaba parte de la banda.
—No entiendo nada. Ni siquiera alcanzo a imaginarte cometiendo
semejantes crímenes. Casi me creo más ese rollo de la presencia maligna.
—Eso también ocurrió.
—Ahora solo falta que me digas que también eras esa presencia.
—Lo era.
La incredulidad de Tricia aumentó hasta límites insospechados.
—¿También lo eras en «cierto modo»?
Patrick le sonrió con dulzura.
—Échate de nuevo en la cama —le ordenó él.
Ella lo hizo, pero sin dejar de mirarlo, sin dejar de estudiar a un Patrick a
quien cada vez comprendía menos.
—Yo soy Tanner —comenzó a explicar él—, y Mathias es David, el que
ahora es el padre David, solo que nos cambiamos los nombres de forma legal
para llevar una vida anónima y tranquila después de los sucesos de Cerro
Muerto. Y, por ese mismo deseo, decidimos no contar la verdad a la policía.
—Tanner… Es increíble. Y eso que lo había pensado en algún momento,
mientras me contabas la historia de Cerro Muerto. Y Mathias… Por fin he
conocido a tu hermano. Mejor aún, por fin he conocido hasta su nombre.
—Me alegro, pero déjame terminar.
—No sé si quiero que lo hagas. Esta historia empieza a no gustarme.
—Querías que te la contara.
Tricia permaneció pensativa, rumiando su propia petición, hasta que le
indicó a Patrick que prosiguiera.
—Cuando yo era pequeño, mis padres me enseñaron a ser receloso, a
esconder mi secreto y a utilizarlo solo en casos de extrema necesidad. Era
también una forma de evitar los malos ratos que sufría después de cada
experiencia. Y luego estaban los sentimientos de culpabilidad.
—¿No usabas tu don para hacer el bien?
—A veces lo utilizaba para hacer daño a los que me caían mal.
—Para hacer daño… ¿Eso nos devuelve a Cerro Muerto?
—En cierto modo, pero mi historia aún no ha llegado a ese punto. Hasta
entonces, mi vida se desarrolló con cierta normalidad. Y todo fue así hasta
que mis padres se arruinaron. Eso ocurrió cuando les fue imposible vender la
miel a causa de la adelfa.
—Conozco la flor y sé que afecta negativamente a la miel que producen
las abejas cuando recolectan el néctar en esa planta.
—El caso es que, después de la quiebra del negocio familiar, llegaron los
embargos, y el banco se quedó con la casa y las cosas de desecho que
abandonamos en ella, entre ellas, miel contaminada, alcohol demasiado fuerte
para cualquiera en su sano juicio y la famosa caja vacía de antibióticos. En
cuanto a nosotros, solo pudimos conservar una pequeña parte de la
indemnización del seguro.
—¿Llegasteis a sacar del banco ese dinero?
—No, nunca. Habría sido una temeridad.
—De manera que Katya se equivocó.
—Y fue una equivocación terrible.
—Me surge otra duda. ¿Por qué volvisteis a la casa aquella noche?
—Pretendía ser una visita fugaz, a modo de despedida.
—Entiendo. ¿Cómo murieron de verdad los Cuatro Jinetes? Hablo del
origen de sus disputas. Me resulta inexplicable.
—Es sencillo si piensas que siempre es posible encontrar una fisura en el
más sólido de los muros. En este caso, el muro era la banda y la fisura, sus
evidentes desavenencias personales y sus caracteres violentos. Después solo
tuve que hurgar en sus cuerpos para dar con la herramienta que agrandase esa
brecha y se desatara la violencia. Y esa herramienta fue que los Cuatro
Jinetes se acercaron a mí, me hablaron a la cara, y, sin saberlo, me lo
contaron todo de sí mismos. Así fue cómo supe que Katya estaba
embarazada.
—Mataste a una mujer embarazada. Es… es… Lo siento, pero nunca
podré digerir algo así. Siempre te querré, pero lo de Katya… será una losa
con la que tendré que aprender a convivir.
—No lo hice.
—¿Cómo que no? Es cierto que no la mataste, pero causaste su muerte
con tus habilidades. ¡Y murió un bebé! ¡Un ser puro, inocente!
—Te repito que no lo hice.
—¿No? ¿Quién fue, entonces? ¿Esa siniestra entidad que habitaba la
casa? ¿El misterioso quinto jinete? Fuiste tú, Patrick, tú. Y tienes que cargar
con esa culpa. Acéptalo de una vez o nunca dejarás de sufrir.
—El bebé ya estaba muerto.
Tricia enmudeció durante unos segundos.
—¿La madre no lo sabía? —inquirió ella cuando recuperó el habla.
—No.
—¿Y tú fuiste capaz de averiguar algo del bebé que ni conocía su
madre?
—¡Pues claro, no es tan difícil!
—¿De qué murió el niño, entonces?
—Supongo que de una combinación de drogas y alcohol.
—¡¿Y por qué no me lo has dicho antes?! ¡Eres un…! ¿Por qué me has
hecho creer que lo habías matado?
—Porque necesitaba ponerte a prueba para saber si eras capaz de ver en
mí algo más que a un monstruo. Y lo has visto.
Tricia se mostró emocionada y lo besó varias veces con ternura.
—Patrick, —dijo después— eres una persona a la que creo que nadie
podría darle una negativa, y no lo digo por tu don. Pero ahora cuéntame cómo
manipulaste a los Cuatro Jinetes.
—No quiero entrar en detalles. No me gusta hacerlo.
—Está bien, pero dime por qué alertaste a Harvey del inminente ataque
de Joel.
—Yo necesitaba que se matasen entre ellos, pero que lo hicieran
hiriéndose antes de gravedad el uno al otro, para que no llegara a haber un
ganador claro. De lo contrario, el vencedor nos mataría después a David y a
mí.
—Última pregunta. ¿Qué le ocurrió a Max?
—Ese grandullón era bobo de solemnidad. Además, su corazón era muy
frágil por culpa de su tamaño y sobrepeso. Eso causaba que se le acelerase el
pulso con facilidad. Pero lo que de verdad resultó determinante fue que
consumiera miel envenenada con néctar de adelfa, cuyas toxinas agravaron
sus problemas cardiacos.
—Y lo detectaste.
—Sí, igual que me percaté de su miedo.
—¿Max? ¿Esa noche? ¿Miedo de qué?
—Me hice la misma pregunta y solo se me ocurrió que fuera miedo a la
oscuridad.
—¿De verdad tenía nictofobia?
—Como si fuera un crío.
—Y le tendiste la trampa de la bomba de agua.
—Y la del sótano, con su presencia maligna.
—Con la que le diste el golpe de gracia.
—Sí, justo a medianoche, el momento programado para sufrir el corte de
luz por falta de pago.
—Es increíble. Todo es increíble. Tanto como lo era antes. Por eso debo
reconocer algo terrible, y es que estoy tentada de verte actuar en una situación
así. Es como las ganas que se sienten de ver una buena película de terror.
—Ojalá nunca ocurra, Tricia, nunca.
Ella observó la cara triste de Patrick.
—Vamos, anímate —le pidió Tricia en un tono reconfortante.
—Siempre he tenido presentes los consejos de mis padres, sobre todo
tras Cerro Muerto. Desde entonces, nunca he olvidado el riesgo que
conllevaría volver a perder el control. Podría provocar otra matanza.
—Cerro Muerto no fue una matanza.
Patrick no hizo caso de la matización y prosiguió hablando:
—Luego vino mi encuentro con el Escorpión. Fue definitivo. Me recluí y
me juré no volver a usar mi habilidad. Para ello, me fue de mucha utilidad el
apoyo de David. Él me ayudó a superarlo y a controlarme. El bueno de
David… Una persona ya de por sí de fuertes creencias religiosas y que
decidió ingresar en la Iglesia y consagrar su vida a Dios.
—¿Era un modo de «expiar» tus supuestos pecados de Cerro Muerto?
—Sí, pero también su sentimiento de culpa por su súplica en Cerro
Muerto de que yo hiciera que finalizase aquel tormento.
—¿Intuía de lo que eras capaz?
—Por supuesto. Si hasta habíamos hablado de ello alguna vez. De ahí su
cargo de conciencia y que eligiera el camino de Dios, y de ahí que ahora yo
me sienta obligado a atender su petición.
—Patrick, no debes sentirte culpable por los hechos de Cerro Muerto.
—Matar es siempre un pecado terrible.
—Solo actuaste en legítima defensa y no provocaste la muerte del bebé.
La réplica del Brujo se limitó a un rostro lleno de vergüenza, que forzó a
Tricia a pensar que quizá lo relatado por él no fuera la historia completa.
—¿Hay algo más? —preguntó ella.
Un atronador silencio le hizo comprender que sí lo había.
—¿Cuál es tu verdadero pecado?
Patrick alzó la cabeza y la miró a los ojos.
—Disfruté. Disfruté con la sensación de poder, con mi capacidad de
quitarle la vida a una persona.
El horror invadió a Tricia, pero también un fuerte sentimiento de pena
por Patrick, lo que provocó que se le humedeciesen los ojos. Consideraba que
lo que él pudiera haber disfrutado en Cerro Muerto no se debía más que a un
irrefrenable deseo de venganza. No podía ser de otra manera, era imposible.
De ahí, suponía ella, esa sensación de amargura constante en la que Patrick
vivía sumido.
—Disfruté desde el momento en el que me dirigí por primera vez a uno
de los Cuatro Jinetes —continuó Patrick—, cuando le dije a Harvey ese
«Tenemos que hablar» que te he contado, cuando decidí matarlos a todos.
—Pareces recordar muy bien esas tres palabras.
—Tenemos que hablar, tenemos que hablar…, sí… ¿Cómo podría
olvidarlas? Piensa que el Escorpión me las repitió justo antes de desfigurarme
la cara. ¿Casualidad? ¿Una jugarreta del destino?
—No te mortifiques más.
Ambos se fundieron en un abrazo.
—Todo eso pertenece al pasado. Y todo lo que hiciste estuvo justificado
—Ella lo besó. Lo hizo con fuerza, y, al cabo de un rato, largo y caliente, se
apartó para plantear otra cuestión—. ¿Cuántas antiguas novias tienes por ahí?
—¿Por qué?
—Es para saber si tienes que disculparte con más mujeres.
Se apartó de él y se tumbó en la cama boca arriba, con un rostro
sonriente y mezcla de dulzura y pasión.
Segunda parte
Ellas
Las mujeres no son iguales que los hombres
Nervios. Esa era la palabra que mejor describía el panorama que Patrick
tenía ahora ante sí. Nervios, pero también pánico. El resultado, con todas las
amantes acurrucadas contra una esquina, era similar al de una masa carnosa y
revuelta que temblaba y se estremecía a un ritmo frenético. Porque, sin lugar
a dudas, las mujeres ya tenían claro cuál era el cometido del Brujo. Y, sin
lugar a dudas, una de ellas presentía la inminencia de su muerte.
Patrick las estudió, estudió también cómo iban vestidas, con una
seductora lencería femenina.
—No sirve, esta ropa no sirve —protestó el Brujo de repente.
—¿Eres marica? —le espetó Tommy.
—No es eso. Es que no duermen con ella.
—¿Qué clase de tío fetichista eres?
—Debes confiar en mí.
—Eso nunca, pero te conseguiré los pijamas, los usados.
—Tommy —dijo Isamar—, no encontramos nuestros pijamas.
—Los dejamos en la lavandería y ya no están —añadió Susan—.
Alguien los ha cogido.
—Es verdad, —apuntó Elaina—. Yo misma ayudé a la señora Adelia a
bajarlos.
Patrick pensó en su jugada, hecha para ganar tiempo, y en lo bien que le
había salido. No obstante, continuaba sin tener claro qué es lo que debía
hacer para salir del atolladero.
—Patrick, ¿tú no sabrás algo de todo esto?
—Así no puedo trabajar. Esto es un circo.
—Sí, mi circo. Y tú eres el payaso de la pista central.
—Tommy, tú quieres resultados, y yo necesito tranquilidad para
dártelos.
—¿Qué significa eso?
—Déjame ir a sus habitaciones y estar un rato a solas con ellas.
—Sería un trabajo bien jodido. Je, je, je. Y nunca mejor dicho. Quizá
hasta tuviera que cobrarte. Así que no, nada de cotilleos a solas con mis
chicas.
—¿Las vigilas con cámaras?
—Ya sabes que sí.
—Entonces, no tienes nada que temer.
—Puede que las cámaras no sean suficiente.
—Estoy esposado, Butler montará guardia ante la puerta y no hay forma
de escapar del edificio. ¿Qué podría hacer? Vamos, dame lo que pido.
Error, pedirle algo de esa manera fue un error. El Brujo lo comprendió al
ver cómo cambiaba el rostro de Tommy al de alguien sediento de sangre. Y,
por un momento, Patrick tuvo la impresión de que Tommy le haría matar, de
que ordenaría a cualquiera de sus matones que le reventara la cabeza a golpes
contra el suelo. No obstante, la fortuna pareció sonreírle.
—Recuerda, tío raro —masculló Tommy—, soy el único que da órdenes
aquí. Y no habrá más avisos.
—Sí, eso, volvamos a empezar —dijo Tommy con una sonrisa bastante
cínica—. Solo que, a falta de David, será Tricia quien participe en el juego.
—Solo una cosa antes de empezar: ¿has enviado a Tricia con Aretha?
—¡Maldita alimaña! ¡¿Cómo lo has sabido?!
Tommy se enfureció como no lo había hecho hasta ahora. Cerró los
puños con fuerza, causando que se le hinchasen las venas de las manos y los
antebrazos, y soltó un grito de rabia. Butler, por su parte, volvió a golpear al
Brujo con la culata, esta vez en las costillas, tirándolo al suelo y provocando
que Patrick sintiera cómo crujían algunos de sus huesos.
—¿Quién coño le ha hablado a este suicida de las fosas comunes de
Brooks? —protestó el Gallo.
Nadie respondió, ni las chicas ni los sicarios. Ni siquiera hicieron
ademán de hablar. Tan solo Patrick se atrevió a decir algo.
—Las cosas nunca son como uno se las espera, no conmigo.
—¿Eso significa que nunca has tenido la intención de cumplir nuestro
pacto?
—Puede significar muchas cosas, y no suelen ser positivas.
—Butler, siéntalo en la silla y métele la escopeta en la boca.
El conserje obedeció con entusiasmo.
—Joder, no le cabe. Y mira que es bocazas.
La doble boca del cañón del arma chocaba una y otra vez contra los
dientes de Patrick.
—¿Para quién no son positivas esas cosas? —preguntó Tommy—. ¿Para
las chicas?
—No.
—¿Tricia?
—Tampoco.
—¿Mis hombres?
Patrick negó con un movimiento de cabeza.
—No queda más gente —argumentó Tommy.
—Quedas tú.
Troy, Gunner y Butler miraron a Tommy con cara de sorpresa. Luego lo
hicieron entre sí ante la falta de reacción de Tommy.
—¿Qué ha querido decir? —le preguntó Butler a Tommy.
—Mátalo —le conminó su jefe.
—Quiero saber qué ha querido decir.
—He dicho que lo mates.
Butler amartilló la recortada y la colocó contra el oído de Patrick.
—Le agrandaré, encantado, las orejas a este idiota, pero antes quiero
saber si tú, Tommy, buscas a una amante traidora o en realidad se trata de
algo diferente.
—¡No seas imbécil! ¡Solo pretende liarte! ¡Ahora mátalo!
—Todavía me pregunto cómo un desconocido del que todavía no
sabemos ni su nombre pudo prácticamente aniquilar a nuestro grupo con tanta
facilidad. Es algo que no me quito de la cabeza.
—Para eso hemos metido al Brujo en esto; para que nos ayude después
de limpiar este edificio.
Butler le dio un empujón con la recortada a Patrick.
—¿Tú qué opinas?
—Tommy sabe que las chicas se la están pegando —contestó Patrick—.
Las conoce bien. Son sus amantes. Pero también sabe que nada de lo que
hacen es posible sin la ayuda de uno de su grupo. Por eso me encargó que las
interrogara; para deducir quién es ese cómplice según sea la chica a la que yo
acuse.
—¿Y luego?
—Matarlo cuando menos se lo espere.
—Parece un plan genial —Otro empujón con la recortada—. ¿Y quién es
ese cabrón, tío feo?
—¡Mientes, maldito brujo! —chilló Coria con un rostro cargado de odio
e indignación—. Te odio. Confundes a la gente. Les robas sus secretos y los
destruyes utilizando contra ellos eso que les arrancas sin que se den cuenta.
Troy le propinó un puñetazo en la cara para que la mujer guardara
silencio.
—¿Quién te ha pedido tu opinión?
—¿Es que no os dais cuenta? Solo miente y engaña.
Tommy dio una orden:
—Troy, que no vuelva a interrumpirnos, que nunca más vuelva a
interrumpirnos.
Pero la chica continuó hablando:
—Ahora dará un nombre cualquiera y os dirá que ese es un traidor. ¿No
lo veis? Primero logra que os creáis esa historia y…
El sicario le volvió a pegar, pero ahora con su arma. Le produjo un corte
la mejilla, y ella empezó a sangrar.
—Si existe un Dios, más le vale no mirar lo que voy a hacer —murmuró
Troy.
Volvió a golpearla. Y otro golpe. Y otro. Y otro. Y otro… Y siempre
con los gritos de dolor de Coria eclipsados por los de rabia de Troy.
Este continuó con su ataque, con golpes cada vez más fuertes, que iban
deformando la cara de la chica, desgarrando su piel y causándole hemorragias
y moratones, hasta arrebatarle su belleza para siempre.
—Troy, déjala ya y reserva fuerzas. Puede que la jornada sea muy larga
—le aconsejó Butler.
—¿Lo ves, Patrick? —indicó Tommy—. Es un peligro no tenernos
contentos. Somos unos miserables sin alma.
—¿Y por qué puede que el traidor sea uno de nosotros y no uno del
grupo de Brooks? —preguntó Troy de repente.
Patrick se avino a responder:
—Yo no he dicho que sea alguien de aquí.
—Lo has dado a entender.
—¿Es que sois los únicos que pasáis por aquí?
—Somos los únicos que siempre estamos aquí. El grupo de Brooks solo
viene de vez en cuando.
Tommy se enfadó con su sicario.
—Le estás contando demasiadas cosas.
Troy comprendió su metedura de pata y amenazó a Patrick:
—Le voy a volar la tapa de los sesos a este cretino.
Gunner también intervino:
—¿Troy, por qué has pensado que era uno de nosotros?
Troy retrocedió dos pasos y se colocó de espaldas a la pared. Pero antes
de que pudiera hacer nada más, se escuchó una detonación.
La recortada de Butler había vuelto a hablar, y la fuerza de su voz había
derribado a Troy con la misma facilidad con la que lo hizo con la Virgen de
Laredo.
Troy se revolvió de dolor en el suelo, maldijo algo ininteligible y miró la
creciente mancha de sangre de su camisa.
—¿Qué has hecho, Butler, que has hecho?
—Tu explicación no era convincente.
—No, no lo era —confirmó Tommy.
Troy se abrió la camisa y observó el desastre en el que se había
convertido su barriga, con multitud de agujeros por los que manaba sangre.
—Yo solo pensaba en posibilidades. Todo es culpa de este maldito
Brujo.
Tommy interrumpió sus explicaciones cubriéndole la cabeza con una de
las bolsas de plástico transparente.
—Tus impresiones no interesan a nadie. Ya no.
Anudó con fuerza la bolsa alrededor del cuello de Troy y le sujetó los
brazos para impedir que se la soltara.
—Déjate llevar. No te resistas. Con tu herida, será rápido.
El plástico se empañó con celeridad, y enseguida empezaron las
convulsiones de Troy. Luego se orinó encima, y su lengua pareció estirarse
hasta salirse de la boca como si una serpiente escapara de su madriguera.
Tres minutos más tarde, Troy estaba muerto.
Tommy aún jadeaba por golpear a Butler con todas sus fuerzas.
—Adiós, imbécil —Cogió la recortada y tiró el hierro de marcar—.
Luego me ocuparé de vosotras, sobre todo de ti, Coria.
Sus antiguas amantes se hallaban aterradas. Coria, además, lloraba de
manera desconsolada.
—Sí, Coria, llora por él. Te vendrá bien desahogarte antes de limpiar sus
restos con la lengua. Aunque, ya puesta, lo limpiarás todo en este sitio. Lo
necesita más que nunca. Da verdadero asco. Y tú, Patrick, que sepas que, a
estas horas, Tricia ya será un desecho humano.
—No es cierto. Me sigues necesitando para dar con el otro, y mi
colaboración solo es posible si Tricia sigue indemne. Es más, antes no has
subido para llamar y ordenar la muerte de Tricia, sino para coger tu pistola.
La cara de Tommy mostró su habitual sonrisa cínica.
—No se te escapa nada. Lo malo de tu análisis es eso de tu colaboración.
Es solo teoría. La práctica no ha sido exactamente así. Cuesta lograr que
colabores. Pero los dos sabemos que las cosas cambiarán.
—Quizá el precio que tengas que pagar sea demasiado alto.
—No lo creas. Por ejemplo, estos tres que han muerto ya no me servían
de mucho. Estaban paralizados por el miedo y casi no me ayudaban a
reconstruir mi negocio. Pero tú sí lo harás. No se te puede engañar. Lo
averiguas todo. Y eso es muy útil. Y, si no, mira lo que ha ocurrido. Te has
cargado al equipo que tenía aquí librándome de tener que hacerlo yo. A mí
me habría sido casi imposible. Habrían sospechado al menor movimiento
extraño mío. Por eso te dejé entrar en este edificio. Por eso y por todo lo que
aún tienes que hacer para mí, pero sobre todo por esa identidad que aún tienes
que averiguar para mí. Y, si lo logras, quizá te permita conocer algo de lo que
venías buscando: mi nuevo negocio, ese por el que tantísimo interés sentía tu
hermano —Tommy parecía divertido con todo aquello—. Por cierto, ¿por
qué no te largaste cuando empezaste a sospechar que este no era un edificio
normal y que mis chicas no eran simples vecinas? No dejo de preguntármelo.
—Ya estábamos atrapados, y la única opción era continuar hasta el final.
Pero hay algo más.
—Veo que nuestra asociación va a estar llena de sorpresas.
—Tu plan tiene dos fallos. El primero, tus chicas —las señaló con la
mirada—. ¿Qué vas a hacer con ellas?
Tommy respondió sin dignarse a mirarlas:
—Ahora sobran, como los tres que correteaban por aquí hasta hace poco.
Esa fue la gota que colmó el vaso, la gota que Patrick andaba buscando
para terminar de provocar la reacción de rabia de Coria, la que le diera
suficiente valor y fuerza para vencer su miedo, su dolor y su parálisis. Y, así,
la chica a la que tanto había interrogado Patrick y que había llegado a
empatizar con él se levantó y caminó hasta colocarse casi detrás de Tommy.
Coria observó de cerca a su captor, lo estudió con detenimiento,
fijándose en su cara, su boca, sus labios…, en todo aquello que había odiado
durante tanto tiempo.
—¿Y el segundo fallo? —preguntó Tommy.
—No te necesito vivo.
Una conmoción sacudió al Gallo, haciéndole temblar.
—¡¿Qué?!
Patrick se puso de pie y le mostró un rostro frío e inexpresivo como el de
un cadáver.
—En la vida hay cosas peores que la muerte, y yo soy la peor de todas
ellas.
Y el Diablo tuvo miedo al escuchar aquellas palabras, porque, por fin, lo
comprendió todo.
—Eras tú, maldito… ¡Eras tú! ¡Siempre lo has sido! ¡Antes y ahora! ¡Y
nunca ha habido un verdadero traidor en mi grupo! ¡No te hace falta! ¡Nunca
te ha hecho falta! ¡Ni cuando trataste de descubrir y robarme mi secreto la
primera vez ni ahora con Tricia y tu hermano! —Tommy tenía el cuello tan
hinchado por la rabia que parecía que se hubiera tragado un barril repleto de
pólvora, y estuviera a punto de hacer explosión—. Eres muy hábil. Lograste
liquidar a mi equipo casi por completo sin que nadie supiera que se trataba de
ti. Si hasta conseguiste que la policía se deshiciera del Escorpión en tu lugar.
Pero sigues sin conocer eso que llevas tanto tiempo buscando.
Entretanto, Coria recordaba la rabia que sintió cuando fue secuestrada.
También todo el odio que sintió, todo el odio acumulado desde aquel día. Y
entonces estalló.
Con ambas manos aún atadas, cogió el hierro con el que marcaban a
todas las que como ella se negaban a aceptar su destino y con él descargó un
fuerte golpe en la nuca de Tommy.
Coria chilló del esfuerzo, Tommy lo hizo por el golpe y el resto de las
mujeres, al ver las gotas de sangre volar por los aires y caerles encima.
La calma sobrevino justo a continuación, tras caer Tommy de bruces
contra el suelo. El silencio fue ensordecedor, insoportable, incluso. Eso
provocó que Isamar se levantara y echara a correr hacia el cuerpo sin vida de
Gunner.
—Las llaves, las llaves… —Rebuscó en los bolsillos de aquel hombre
hasta dar con lo que buscaba: un juego de llaves. Sonrió, mostró con orgullo
su preciado trofeo y se fue a liberar a Patrick—. No sé qué has hecho, pero,
gracias, muchas gracias —le dijo mientras le quitaba las esposas.
Coria también se hallaba eufórica.
—Pensaba que me habías traicionado. Pero ahora lo entiendo. Solo
buscabas que cayeran en la trampa. Aunque lo de Butler… ¿Era necesario?
¿De verdad era necesario?
—Butler no te quería —le explicó él—. Solo te veía como un medio de
conseguir lo que deseaba y, para eso, te hizo creer que te amaba.
Coria le dio un beso en la mejilla sin importarle lo sucia que estaba.
—¿Y qué era eso que chillaba Tommy, lo de que habías sido tú?
—Mejor hablamos de ello cuando estemos lejos de aquí.
Coria pareció tranquilizarse.
—Todo ha terminado —dijo ella después.
—No, aún no.
Patrick le cogió el juego de llaves a Isamar y caminó hasta Tommy,
quien despertaba de la inconsciencia.
—Todavía estoy vivo —le gruñó el delincuente—. No se acaba conmigo
así como así.
—No será por mucho tiempo.
Tommy trató de levantarse, pero fue incapaz de incorporarse lo más
mínimo. Algo fallaba en su interior, algo roto por el golpe.
—¡Llévame a mi apartamento! —ordenó entonces.
El resto de las mujeres se acercó a ellos.
—Mátalo, Patrick —pidió Geneva—. Tú mismo has dicho que esto no
había terminado.
—Ninguna de nosotras te delatará —añadió Susan—. Puedes estar
seguro.
Isamar opinaba igual:
—Es verdad, nadie dirá nada.
—No lo harás —dijo el Gallo—. Al contrario, me mantendrás con vida,
porque solo así te asegurarás de que nada malo le sucede a Tricia.
Patrick negó con la cabeza.
—Ya te lo he dicho. No te necesito vivo. No te necesito vivo para nada.
Ni siquiera para salvar a Tricia.
—Eso es, ¿para qué lo queremos vivo? —preguntó Geneva.
—Haz que se calle, Patrick. Mátalo —exigió Isamar.
—Debéis hacerlo vosotras. Para mí, ha sido suficiente por hoy.
Retrocedió unos pasos y las dejó frente a frente con el Diablo.
Las mujeres rodearon a su secuestrador. Lo miraron con odio, con rabia
y armadas con el hierro con el que las marcaban y con la recortada con la que
Butler había impuesto su ley durante tanto tiempo.
Patrick, entretanto, salió del sótano y cerró la puerta.
—¿Qué haces? —le preguntó Coria cuando se apercibió de ello.
—Asegurarme de que nadie dirá nada.
—No dejéis que se vaya —suplicó Tommy desde el suelo—. No dejéis
que se vaya.
El Brujo bloqueó la puerta con el candado. Y ese pequeño ruido sonó
como una explosión en los oídos de los que quedaron encerrados en el
segundo sótano.
—Patrick, ¿qué ocurre? —preguntó Coria a través de la reja de la puerta.
—Esto aún no ha terminado.
—¿Qué estás diciendo? Vamos, abre. Te ayudaremos con lo que sea.
—No lo entiendes. No puede haber testigos.
El Brujo desapareció escaleras arriba, llegó al primer sótano y se metió
en el cuarto de la caldera.
—¡Ábrenos, ábrenos! —le chillaba Coria desde abajo con desesperación.
Se sumaron otros gritos de mujer, igual de desesperados.
—¡Por favor, sácanos de aquí!
15 años antes
Las depresiones y los mareos tras las experiencias sinestésicas eran una
falacia. Sus investigaciones para diferentes autoridades eran una tapadera. Y
su reclusión en un faro para vivir alejado de la gente y en contacto con las
mariposas monarca también era una farsa.
Todo era mentira a pesar de ser real.
La intención: crear la coartada perfecta, la de un hombre atormentado,
que, pese a todo, ayudaba a los demás de manera altruista. Y la causa se
encontraba en la trágica noche de Cerro Muerto, cuando Patrick descubrió el
placer de manipular y matar a la gente, lo que lo empujó a convertirse en un
criminal.
Ahora, el nuevo e inquietante negocio de Tommy, el que Patrick tanto
había anhelado descubrir para hacerse con él, estaba llamado a ser, además, el
que le permitiría esclarecer el misterioso pasado de Aretha y el que lo
ayudaría a salvar a Tricia de una muerte cierta.
—Tricia… —Patrick pensó en ella, en lo mucho que la echaba de menos
—, no te perderé por segunda vez. Iré a la frontera y te buscaré sin descanso,
hasta encontrarte —Apretó los puños con fuerza—. Y mataré a todos los que
se interpongan en mi camino.
Continuará
Agradecimientos