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Santa Clara, Mujer de Contemplación

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"Fija tu mente en el espejo de la eternidad,

fija tu alma en el esplendor de la gloria,


fija tu corazón en la figura de la divina sustancia
y transfórmate toda entera por la contemplación, en imagen de su divinidad"
(3 CtIn 3).
1. La contemplación
Santa Clara escribe a Santa Inés de Praga. Le está enseñando a contemplar. Ella no le
manda hablar, cantar o reflexionar; le dice que ponga su mente, su alma y su corazón en
Jesucristo. No dice palabra alguna sobre Jesucristo, pero le recuerda a la Segunda Persona de
la Trinidad, cuando lo llama Espejo de la Eternidad, Esplendor de la Gloria y Figura de la Divina
Sustancia. Le dice que ponga en Él toda nuestra capacidad de comprender (la mente), toda
nuestra capacidad de amar (el corazón) y toda nuestra capacidad de vivir en el mundo de Dios
(el alma). Las palabras mente, alma y corazón, de uso frecuente en la Biblia, se usan
habitualmente en un sentido abstracto, referidas a realidades que no podemos tocar ni
definir. Clara, muy femenina, las hace concretas, dándoles objetos perfectamente visibles: el
espejo, el esplendor, la figura. Ese puente equilibra los valores más abstractos, ya sea de
gloria, de sustancia divina y de divinidad.
Santa Clara no se refiere al cuerpo ni a nuestras facultades exteriores (que ella recuerda
muy bien en otros pasajes de sus escritos). Por tanto está hablando de la interioridad, de
aquello que tenemos en lo más profundo de nosotros mismos, del Reino de Dios "dentro de
nosotros".
Nosotros estamos acostumbrados a una visión masculina de la realidad, asumida toda
desde el exterior. Desde esa posición, pretender sumergirnos en la interioridad, supone casi
una violencia. Clara se ubica en el punto opuesto: todo fluye naturalmente de la interioridad.
En la parte final del párrafo citado, afirma que la contemplación transforma en la imagen de
la
Divinidad. Es decir, la contemplación no es solamente una consideración, una atención puesta
en Dios, sino una transformación en Jesucristo. Si nos entregamos totalmente a Él, Él nos
transformará.
También es interesante observar aquí que ella no se ubica en nuestras perspectivas
comunes de modificar el mundo desde fuera de nosotros: la transformada es nuestra propia
identidad, que luego, realizando el plan de la creación, aportará una contribución válida, eficaz
y muy natural para transformar el universo, en colaboración con toda la familia humana, a
través de toda la historia. Eso es la realización del Reino.
"Fija tu mente en el espejo de la eternidad,
fija tu alma en el esplendor de la gloria,
fija tu corazón en la figura de la divina sustancia
y transfórmate toda entera por la contemplación, en imagen de su divinidad"
(3 CtIn 3).
2. Jesucristo
Nosotros vemos a Dios tan sólo indirectamente, como en un espejo, y el espejo es
Jesucristo, Dios hecho hombre. Nosotros amamos a Dios, la Gloria, pero sólo logramos
columbrar el esplendor de la Gloria, los rayos de su Luz que nos llegan - y el esplendor es
Jesucristo. De la sustancia divina sólo logramos vivir su figura, todo aquello que nos llegó en
Jesucristo. Jesucristo es el objeto total de nuestra contemplación. Cuando contemplamos, lo
que entra por nuestros ojos, los ojos tanto del cuerpo como del espíritu, es Jesucristo.
Jesucristo es el punto máximo de cuanto Dios tiene que decirnos. Desde el más pequeño
grano de polvo de la tierra al universo ilimitado, desde el mínimo vestigio humano al esplendor
radiante de una personalidad, Dios nos comunica su Palabra, que crece en la medida en que
nosotros crecemos y hacemos crecer a nuestro mundo. Vivir a Jesucristo no es establecer una
mera relación emocional con él: es afirmarse en Él como en lo más sólido y verdadero que
existe para nosotros. Ése es un descubrimiento del masculino, que el buen femenino tiene muy
en cuenta. Las dos visiones son complementarias.
Pero, además, Jesucristo es también el sujeto de nuestra contemplación y oración. Es
decir, cuando contemplamos, cuando oramos, es Jesús quien se dirige al Padre en nosotros.
Por Él tenemos acceso a la Trinidad. Somos transformados en la "imagen de la Divinidad" para
poder orar.
No podemos perder de vista que Jesucristo es el sujeto que mueve todo el universo, que es
Él quien realiza la salvación de la humanidad, que es Él la voz de toda la Iglesia en oración
ante Dios, que es Él, dentro de nosotros, quien actualiza todo nuestro diálogo personal con la
Divinidad.
En la doctrina de Santa Clara, contemplar es poner toda nuestra interioridad en Jesucristo, y
es ver, asistir a Jesucristo, colocándonos totalmente en la Trinidad.
Jesús se hace presente en nuestro corazón por el Espíritu Santo que mora en nuestro
interior. Sin él, no podemos decir siquiera "¡Señor!"; sin Él no sabemos rezar. Pero, en la
medida en que Él aumenta esa presencia por nuestra colaboración, hace crecer también el
deseo, porque somos la Esposa del Apocalipsis que clama cada vez más intensamente junto
con el Espíritu: "¡Ven, Señor, ven!". La presencia aumenta el deseo.
Y el deseo nos arrastra indefectiblemente a la raíz de la Trinidad. Unidos con el Espíritu, nos
hacemos uno con Cristo y dialogamos con el Padre: se cierra el círculo de nuestra Vida en
plenitud. Estamos con el Dios de nuestra interioridad, el mismo que gobierna el mundo y
preside su Reino.
Como escribió Clara a Inés de Praga:
". .. los cielos, con las demás criaturas, no pueden abarcar a su Creador; pero el alma
fiel y sólo ella viene a ser su morada y asiento, y se hace tan sólo en virtud de la
caridad, de la que carecen los impíos. Así lo afirma la misma Verdad: Quien me ama
será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él y moraremos en él" (3 CtIn4).
"Fija tu mente en el espejo de la eternidad,
fija tu alma en el esplendor de la gloria,
fija tu corazón en la figura de la divina sustancia
y transfórmate toda entera por la contemplación, en imagen de su divinidad"
(3 CtIn 3).

3. La posición de Santa Clara


Santa Clara habla de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad con expresiones bíblicas
muy elevadas, pero no lo hace como teóloga, porque no es teórica ni tampoco intelectual. Nos
presenta aspectos que impactan a nuestros sentidos: espejo, esplendor, figura, y que nos
asumen completamente porque nos transforman. Ésa es la manera femenina de ver y vivir las
cosas: adentrándose en ellas, formando parte, transformándose. Tendremos que aprender con
Santa Clara a descubrir toda la riqueza del femenino que hay en nuestra naturaleza, para poder
recuperar en nosotros y en todo el mundo una vida en plenitud para nosotros personalmente,
para la familia franciscana, para la Iglesia y para toda la humanidad.
Muchas veces se quiso entender como lenguaje de mujeres cierta manera de hablar, rica en
diminutivos y llena de detalles. O se lo atribuyó a un lenguaje romántico. Dejando de lado las
exageraciones, podemos decir que hay alguna verdad en eso.
Los diminutivos son un modo de expresar cariño y sentimientos y, de hecho, el femenino se
destaca por involucrarse con las personas y con las cosas. Siempre siente todo más cercano,
sin la distancia en que el masculino suele colocarse.
La capacidad de fijarse en los detalles es también propia de una visión lunar, que se atiene
lo concreto y juzga más con el sentimiento que con la razón abstracta.
Pero, además del cariño y de los detalles objetivos, creo que el lenguaje del femenino es
también más rico en simbolismos. Define menos, separa menos, usa menos términos técnicos
y prefiere palabras sugerentes que dejan un camino abierto para descubrir más tesoros en las
realidades que nos envuelven.
La contemplación de Santa Clara usa pocos diminutivos, pero muchas expresiones afectivas.
No acumula detalles, pero destaca siempre algunos muy característicos. Y se mantiene abierta
permanentemente al símbolo, porque no quiere encerrar en las palabras la riqueza de los
pensamientos que va insinuando.
Es muy importante destacar que no se trata solamente de una expresión exterior femenina,
sino de toda una manera diferente de elaborar los contenidos de la interioridad. Y, como no se
deja llevar por las abstracciones, las ideas y las teorías, mantiene siempre abiertos los canales
de la transformación. Todos nosotros, tanto los hombres como las mujeres, deberíamos actuar
así.
DE LA LEYENDA DE SANTA CLARA

Del ferventísimo amor al Crucificado

30. Le es familiar el llanto sobre la pasión del Señor; y unas veces apura, de las sagradas heridas,
la amargura de la mirra; otras veces sorbe los más dulces gozos. Le embriagan vehementemente
las lágrimas de Cristo paciente, y la memoria le reproduce continuamente a aquel a quien el amor
había grabado profundamente en su corazón. Enseña a las novicias a llorar a Cristo crucificado;
y, a un tiempo, lo que enseña de palabra lo ejemplifica con hechos. En efecto, cuando en privado
las exhortaba a tales afectos, antes que la abundancia de las palabras fluía el riego de sus
lágrimas.

Sexta y nona son las horas del día en las que con mayor compunción se emociona de ordinario,
queriendo inmolarse con el Señor inmolado. Precisamente ocurrió en una ocasión durante la hora
de nona que, mientras oraba en la celda, el diablo, golpeándola en la mejilla, le inyectó de sangre
un ojo y le dejó lívido el párpado.

Para alimentar su alma ininterrumpidamente en las delicias del Crucificado, meditaba muy a
menudo la oración de las cinco llagas del Señor (1). Aprendió el Oficio de la Cruz, tal como lo
había compuesto el amador de la cruz Francisco, y lo recitaba frecuentemente con afecto devoto
como él. Ceñíase bajo el vestido, sobre la carne, una cuerdecilla anudada con trece nudos,
memorial secreto de las heridas del Salvador.
Hermanos, oremos siguiendo el ejemplo de nuestra madre y hermana Clara oremos al Señor con
la fe puesta en Él y digámosle:
Llevanos en pos de ti, Señor

Tú que eres el solo santo y el sumo bien,


- haz que se aumente el número de los santos en tu Iglesia, para que te amen y conduzcan a los
demás a tu amor.

Tú que nos dejaste un dechado de perfección en santa Clara,


- concédenos seguir su ejemplo, viviendo en pobreza y humildad.

Tú, Señor Jesús, que eres el camino, la esperanza y la vida, infunde a la Orden la vitalidad del
evangelio,
- para que, imitando a santa Clara, nos convirtamos en verdaderos hijos de la Iglesia.

Tú que eres fuente de la verdadera sabiduría, inflama nuestros corazones en tu amor,


- para que, cumpliendo tus palabras, sepamos elegir siempre la mejor parte.

Tú que quieres de tus elegidos frutos abundantes de paciencia, concédenos los dones del Espíritu
Santo,
- para que seamos fieles a sus inspiraciones y sepamos compartir entre nuestros hermanos la paz
y la alegría.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Con sencillez y humildad digamos la oración que Jesús nos enseñó: Padre nuestro.

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