Religious Belief And Doctrine">
Jesucristo, Perfecto Hombre
Jesucristo, Perfecto Hombre
Jesucristo, Perfecto Hombre
1
Gaudium et spes, 22
2
M. González Gil, Cristo el misterio de Dios, p. 276
conviviesen, se encontró que había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería exponerla a la infamia, penco repudiarla en
secreto (...) un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no
temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido es obra del
Espíritu Santo (...). Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por
medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán
Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros (Mt 1,18-23).
3
Concilio de Letrán (31.X.649) (DS 503)
4
Concilio I de Constantinopla, Symbolum (DS 150)
5
S. León Magno, Ep. Lectis dilectionis tuae, 13.VI.449 (DS 291)
6
Pablo IV, Const. Cum quorumdam, 7.VIII.1555 (DS 1880)
surgido por medio de ella de la humanidad histórica (El, que venía de lo Alto) se ha
insertado en la historia humana»7.
Sólo es indigno de Dios el pecado. Por esta razón, el Verbo pudo haber tomado
sobre sí una naturaleza humana concebida de modo natural, es decir, sin el milagro
de la virginidad. Pero una vez que la concepción, virginal fue el camino escogido por
Dios para entrar en este mundo, la teología ha señalado diversos motivos de
conveniencia.
Entre otros, se señala que, desde un punto de vista cristológico, era sumamente
conveniente que Jesús, por ser Persona divina, no tuviese otro padre en la tierra8.
Además, la concepción virginal manifiesta con claridad admirable que Cristo es un
don exclusivo de Dios Padre a la humanidad y, en primer lugar, a Santa María.
7
J. H. Nicolas, Synthése dogmatique, Ed. Univesritaires Fribourg, Beauchesne, Paris 1986, 467
8
Cfr. Tertuliano, De carne Christi, 18; STh, III, q. 28, a.1
9
Cfr. San León Magno, Ep. Lectis dilectionis tuae (DS 292)
10
Cfr. Concilio Vaticano II, Decr. Ad gentes (AG), n. 3; Const. Gaudium et spes (GS), n. 22; Juan Pablo
II, Enc. Redemptor hominis, 4. III, 1979, n. 8
11
Recordar que el docetismo fue una herejía de los primeros siglos del cristianismo que sostenía que
Jesús tenía un cuerpo APARENTE, FALSO.
la verdad...» (Jn 8,40). También los Apóstoles hablan de la humanidad de Cristo como
de algo evidente; por ejemplo, San Pablo dirá que «…uno solo es el mediador entre Dios
y los hombres: el hombre Cristo-Jesús» (1Tim 2,5; cfr. Rom 5,15; 1Cor 15,21-22). Y dirá de
Cristo que es «nacido de mujer, nacido bajo la Ley» (Gal 4,4).
La raíz de estos errores –que la Iglesia tuvo que combatir durante siglos–, se
encuentra, en parte, en las doctrinas maniqueas12 y gnósticas13, que consideraban la
12
Es una religión o secta religiosa, que toma su nombre de su fundador Mani o Manes (216-277), llamado
también Manikaios en las fuentes griegas y Manichaeus en las fuentes latinas. La base del sistema
maniqueo es un dualismo radical acerca de Dios. Desde toda la eternidad -según el maniqueísmo- hay
dos seres o principios supremos de igual orden y dignidad: el principio de la luz (el Bien) y el de las
tinieblas (el Mal). Pero ambos principios se hallan en una situación de antítesis irreconciliable. Cada
uno tiene su propio imperio; la región de la luz está situada en el Norte, la de las tinieblas en el Sur.
Ambas regiones están sometidas a sendos reyes: el imperio de la luz, al Padre de la Grandeza, y el reino
del mal al Príncipe de las Tinieblas. Entre los dos principios y sus respectivos reinos se entabla una
guerra, en la que el reino de las tinieblas trata de destruir al de la luz. Para defensa de su reino crea el
Padre de la Grandeza al primer hombre, quien con sus cinco hijos se apresta a combatir, pero son
vencidos por el mal. El primer hombre se da cuenta de su desventura y pide ayuda al Padre de la
Grandeza. Este, después de una serie de emanaciones intermedias, desprende de sí al espíritu viviente,
que libra al hombre de la materia mala y lo redime.
Este espíritu viviente y salvador será Jesús, que ocupa un lugar preeminente en la doctrina maniquea.
El mismo Mani se intitulaba, «Apóstol de Jesucristo, por la Providencia de Dios Padre» ( Ep. de
Fundamento , pr.). Al lado de Jesús coloca también a Buda y a Zoroastro. Todos ellos -incluido el propio
Mani- son representantes de la luz. Antes de Mani, a esos representantes se les asignaron partes
limitadas del mundo: Buda se estableció en la India, Zoroastro en Persia, Jesús en Judea o, en todo caso,
en el mundo occidental; Mani, en cambio, -como postrer enviado de la luz- se considera realizador de
una misión universal.
13
El gnosticismo es una amalgama de doctrinas místicas (religiones caldeas, persas y egipcias),
filosóficas (sobre todo platónicas) y cosmogónicas. Tuvo una rápida propagación. Esta doctrina aplicada
al Salvador conduce directamente al docetismo, por considerar que la materia es mala, y, en
consecuencia, negar que Cristo tuviera verdadero cuerpo material.
realidad material y, más en concreto, el cuerpo humano, como algo perverso, y, por
consiguiente, coma totalmente inconveniente para ser asumido por Dios14. La raíz de
este rechazo se encuentra también en el profundo escándalo que provocaba en ellos
el misterio de la encarnación: ¿Cómo es posible que el eterno, el todopoderoso, se
anonade a sí mismo, se haga hombre, pequeñito, tomando sobre sí algo
temporal, caduco, carnal?
De ahí que los docetas no acaben de aceptar que el Hijo Unigénito del Padre se
ha hecho un verdadero hombre, nacido de (ex) una mujer; un hombre que crece
lentamente, que sufre de verdad, que padece el hambre y la sed, que muere con
tremenda muerte humana. El rechazo de los docetas llega hasta el ridículo. Así
Basílides dirá que en el Calvario es Simón de Cirene quien sustituye a Cristo,
muriendo en lugar de Él 15. Todo, antes que aceptar sencillamente la Revelación: Que
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
14
El gnóstico encuentra dentro de sí mismo la sustancia de la propia salvación, y la encuentra
inevitablemente ya que ha nacido con ella. De ahí que pueda darse gnosis sin salvador, pero no
salvación sin gnosis (conocimiento), como señala Cornelis. La salvación viene en y por la gnosis –por la
autoconciencia que el gnóstico tiene de sí mismo–, no por el salvador, que es objeto secundario, ya que
no es el redentor, sino el mero portador de un mensaje salvífico cuya eficacia depende exclusivamente
de la naturaleza –si es gnóstico o no–, de quien lo recibe. De ahí que, frente a los cristianos que tanta
importancia daban a la Humanidad del Señor, los gnósticos nieguen la realidad del cuerpo de Cristo.
15
Así resume San Ireneo la doctrina de Basílides sobre este punto: “El (Cristo) se apareció entonces como
hombre, sobre la tierra, a las naciones de estas potestades y obró milagros. Por eso no fue el mismo que
sufrió la muerte, sino Simón, cierto hombre de Cirene, que fue forzado a llevar la cruz en su lugar. Este
último, transfigurado por él de manera que pudiera tomársele por Jesús, fue crucificado por ignorancia y
error, mientras Jesús, que se había transformado en Simón y estaba a su lado, se reía de ellos” (Adversus
haereses, 1,24,4)
Valentin aducía a su favor 1Cor 15,47: El primer hombre, salido de la tierra, es
terreno; el segundo, viene del cielo. Para la recta intelección de este texto, como escribe
S. Tomás de Aquino, se debe tener en cuenta que «Cristo descendió del cielo de dos
modos: uno, por razón de la naturaleza divina, no porque ésta dejase de estar en la
gloria, sino porque comenzó a existir en la tierra de un modo nuevo; otro, por razón de
su cuerpo, no porque éste descendiese del cielo en cuanto sustancia, sino porque fue
formado por el poder divino del Espíritu Santo»16.
Ya el apóstol San Juan tuvo que combatir estos errores: Muchos son –escribe–
los seductores que han aparecido en el mundo, que no confiesan que Jesús ha venido
en carne (2Jn 7; cfr. 1Jn 4,1-2). En el Nuevo Testamento, encontramos testimonios
clarísimos, no sólo de la humanidad de Jesús en general, sino también de la realidad
material de su cuerpo: en efecto, Jesús necesita comer y beber (cfr. Mt 4,2; 11,19; Jn 4,7;
19,28), dormir (cfr. Mt 8,24) y reposar (cfr. Jn 4,6). Además, Cristo puso de manifiesto
la verdad de su carne sufriendo la pasión y una muerte verdaderamente humana,
corporal. Las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona
divina del Hijo de Dios, pues Él ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo hasta
tal punto que, «la fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo
de la fe cristiana»17.
16
Summa Theologiae III, q.5, a.2, ad 1
17
Catecismo de la Iglesia Católica (CatIC), n. 463; 477
18
En sus cartas, escritas mientras caminaba al martirio en Roma, ataca con fuerza a los docetas y subraya
cómo la verdad de la redención está ligada a la verdad de la encarnación. Aquí un ejemplo: «Él es linaje
de David e hijo de María; que de verdad nació, comió y bebió; que padeció efectivamente persecución bajo
el poder de Poncio Pilato, fue crucificado realmente en la cruz y murió y resucitó de entre los muertos»
(Ad. Trall., 10. Cfr. También Ad Smirn., 1,1-2; 7,8; Ad Eph. 7,2)
19
«Como por la desobediencia de un hombre hecho de tierra vil muchos se hicieron pecadores y perdeiron
la vida, así era preciso que por la obediencia de un hombre nacido de mujer virgen muchos fuesen
justificados y recibieran la salvación (…). Pero si no aceptamos padecer verdaderamente por él, lo
confesamos mentiroso, ya que nos exhorta a sufrir y a poner la otra mejilla, sin haber sufrido él primero
verdaderamente. En tal caso, nos engañó al mostrársenos como no era, y también al exhortarnos a
sobrellevar lo que él no sobrellevó» (Adv. Haer., III, 18,6-7)
20
«Envió Dios a su Hijo, hecho de mujer. ¿Acaso dice a través de una mujer o en una mujer? Esto es lo
más exacto: que dice que fue hecho mejor que nació: pues diciendo que fue hecho, consignó que el Verbo
se hizo carne, y reafirmó la carne tomada de la Virgen» (De carne Christi, 20)
3. La verdad del alma de Cristo
Entre quienes rechazan la perfecta humanidad de Cristo, hay que enumerar
también a los que negaban que Jesús tuviese verdadera alma humana. Los
autores más destacados de esta herejía son Arrio y Apolinar de Laodicea «el joven».
Según ellos, el Verbo (la persona del Hijo) desempeñaría en Jesús las funciones
de alma, al menos, de alma intelectiva (se denomina así cuando se quiere referir a la
inteligencia, al conocimiento). Así lo afirmaba Arrio, sacerdote que vivió en
Alejandría (†336), que además de este error, cometía el de negarle al Verbo (a Dios
Hijo) la perfecta divinidad. Para Arrio, el Verbo era «un dios de segunda categoría»,
una criatura, aunque la primera y más perfecta. Fue precisamente este error sobre la
divinidad de Cristo la raíz de que le negase también su alma humana, pues Arrio
intentaba probar que el Hijo, en su divinidad, era inferior al Padre con aquellos
testimonios de la Escritura que muestran en Cristo alguna flaqueza propia de una
verdadera humanidad. Para que no pudieran rechazarse sus argumentos diciendo que
esos textos convenían a Cristo según su naturaleza humana, pero no según la divina,
Arrio negó que hubiera alma en Cristo con el fin de que, no pudiéndose atribuir ciertas
cosas a su humanidad, como rezar, admirarse, obedecer, en consecuencia fuese
necesario decir que correspondían al Verbo que, por tanto, sería inferior al Padre 21.
21
Cfr. S. Tomás de Aquino, Summa contra Gentes, IV, 32
alma está triste hasta el punto de morir (Mt 26,38); Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu (Lc 23,46). Contra la doctrina de Apolinar combatieron diversos Padres de
la Iglesia, es decir, diferentes cristianos teólogos de los primeros siglos de la Iglesia,
entre ellos destaca San Gregorio de Nisa (335-395)22.
22
En su obra Adversus Apollinaristas ad Theophilum episcopum Alexandrinum y Antirheticus adversos
Apollinarem refuta paso a paso la obra herética de Apolinar Demostración de la encarnacion de Dios en
la imagen de hombre, de forma que los fragmentos que cita Gregorio son los únicos que se conservan
de esta obra de Apolinar. Gregorio argumenta que lo que no fue tomado no fue curado, y que el Buen
Pastor, al tomar sobre sí la oveja –la naturaleza humana–, no tomó sólo su piel –la carne–, sino también
lo que le da vida y la hace realmente humana: el alma
23
Cfr. AG n. 3
24
San Gregorio Nacianceno, Epistola 101.
25
DS 76
al que directamente pertenece, como Jesús de Nazaret es con pleno título miembro de la
gran familia humana»26.
La fe cristiana no sólo confiesa que el Verbo se hizo carne (Jn 1,14), sino que es
descendiente de David (cfr. Lc 1,32; Hch 2,29-31), y nuevo Adán (cfr. Rom 5). Es decir,
la doctrina de la fe enseña no sólo que Jesucristo es perfecto hombre, sino además
que es hombre de nuestra raza, descendiente de Adán, que se ha insertado
plenamente en nuestra historia, de tal forma que ha tomado sobre sí, en cuanto
nuevo Adán, a la humanidad entera. Como dice el Concilio Vaticano II, «en
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir (cfr. Rom 5,14), es decir,
Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del
Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación (...). El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto
modo con todo hombre»27.
Esa estrecha unión que, en razón de la encarnación, existe entre Cristo y cada
uno de los hombres explica el modo en que es llevada a cabo nuestra redención. Cristo
satisface por nuestros pecados. Se pone aquí de relieve una misteriosa solidaridad
entre los hombres y, sobre todo, entre Cristo y cada uno de los hombres. Puesto que
se hace solidario de nuestra humanidad para redimirnos.
Al tomar sobre sí la naturaleza humana, el Hijo de Dios quiso asumir con ella
las características naturales de esta humanidad y, entre ellas, la pasibilidad (es decir,
el sufrimiento físico, la experiencia de las pasiones) y la mortalidad. Aunque, en
nosotros, esas características son consecuencias del pecado de Adán, en sí mismas son
naturales, es decir, derivadas de la constitución material-espiritual del hombre. En
efecto, Adán fue constituido, en un principio, libre de todo sufrimiento y de la muerte,
en virtud de un don especial (preternatural) recibido de Dios, don que perdió al pecar.
En Cristo, que está absolutamente libre de pecado, la capacidad de sufrir y morir no
fueron, por tanto, una consecuencia del pecado, sino de la naturaleza humana que
quiso asumir, como descendiente de Adán, sin aquellos dones especiales
(preternaturales), para redimirnos a través de su Pasión y de su Muerte.
26
Juan Pablo II, Discurso, 4.II.1987
27
Cfr. GS n. 22
28
Cfr. San Agustín, De Trinitate, XIII, 18.
Como enseña San Pablo, por un hombre entró el pecado en el mundo y por el
pecado la muerte, pero donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, de forma que
por la justicia de otro hombre, Jesucristo, llega a todos la justificación, pues así como,
por la desobediencia de uno, muchos fueron hechos pecadores, así también, por la
obediencia de uno, muchos serán hechos justos (cfr. Rom 5,12-20). Los variados y
múltiples aspectos que la teología considera en el misterio de la Redención han de ser
considerados a la luz de la solidaridad del género humano con Cristo y, sobre todo, de
Cristo con el género humano en razón de ser Él el nuevo Adán.
29
J. Daniélou, Cristo e noi, Ed. Paoline, Alba, 3ra. Ed. 1968, 43.