Flor de Las Nieves - Eduardo Alejandro Holmberg PDF
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1812 - - . -
TI'O-LITO "LA BUENO' AIIIU'·
- - - BOLIVAR 210 - - -
rLO~ D~ LAS NI~\1~S
CAPITULO l.
La quena migiCa.
-j Cuando yo tenga una caña!
-¿ Y cuándo será, pues' ...
- ¡ No es verdad, Simón, que á tí te
gUf.!taría que yo tuviese una caña 1
-¡Ya lo creo!
-Cortaría dos pedazos así, de dos
paimol5, y el resto lo guardaríamos.
Después haría dos quenas (.), una para
vos, Simón, fijate, con un lado en punta
y un cuadra<iito en ella; después, más
abajo, un agujero bien pequeño, que se
pueda tapar fácilmente. y al medio, pa-
ra que suene como el viento, doa dedos
-Blanca.
~i Blanca' ,Dónde está la vega en
que vives'
-No comprendo.
-¡No eres de estas punas!
-Soy de muy lejos; del valle de
Lerma.
-¡ y cómo estás aquU
-Unos arrieros que pasaban me ro-
baron. Mi madre, enferma, esperaba á
mi padre que había ido á los cerros á
contar una hacienda. Eran muy malos.
Me escondieron en un caj6n grande
como una petaca. Creo que después,
asustados de lo que habían hecho, me
dejaron en el camino. ,No es verdad
que fueron malos'
-1 Muy- -malos !--repitió Simón.
-·Si; muy malos.
- ¡ Cuántos años tienes T
-Diez.
-¿ Sabes contarlos'
-¡Ya lo creo!
-¡ y diez son más que siete'
- j Claro es que si!
-26-
La pisana montañesa.
La 80mbra de un hombre se perfiló
en la puerta del rancho y éste se obs-
cureció cual si la hubieran entornado.
Traía un rollo de tientos y el clilchillo
con que había estado trabajando. In-
móvil, contempló un momento á Blan-
ca, que, para defenderse del frio, suplía
la escasez de sus ropas con el amor
del fuego.
- i Sabe hilar Y-preguntó á. la mujer
que estaba afuera.
Esta se asomó también.
-No me parece. Las señoritas de
aUá tienen 188 manos muy delicadas y
es muy huahua (.) todav1a.
(.) a.lII1&u. - Cri.~1Il". que 110 c.minl .1iD.
D. mal e4". por l . . . . .ra de ••r.
-82-
( * ) T.mbo ind.ieo.
eamiDoI antlpo •.
c.... de dete.ulo en 101
-~-
Lu primeras Dieves~
't
tes tirones á la cadena que parecía que
la fuera á cortar, Entonces el cazador
z que le dijo:
-.¿ Para qué te empeñas en asustar-
, si Pacha Mama me manda?
.. n cuanto el perro oyó. ésto se echó
en 1 suelo, quedándose inmóvil. Tiró
el azador de la argolla, la· tierra se
abr " y, bajando ])or una gran esca-
lera~ penetró en aquella profundidad
en <flC estaban los tesoros de Pacha
l\ram'~ .
._¿ ~ría su palacio !-pregunt6 Blan-
ca, qu~ con las cejas alzadas escuchl;l.ba
el relato de Simón,
I
Ni el guanaco.
-Kaicaicaravicovich ... Clt ) relinchó
el guanaco lanzándose hacia el valle.
y Simón, al descubrilo huyendo, se
preguntó:
_. ¿ Por qué corre espantado el ani-
mal' ¿ Qué habrá visto al otro lado del
cerro? ..
Cuando Simón, tomando la senda
que traía el guanaco, llegó al otro lado)
también huyó mucho más espantado
que aquél.
Aún repetían los ecos las melodíaR
de ]a flauta de piedra, y vagando sus
.'
INDICE
Fág.
I. LA QUENA MÁGiCA •••••••• , .• ,',., 3
II. DUERMEN LOS DIOSES ..... ____ , •• 17
III. LA. PIZARRA MONTAÑESA ••• __ • __ " 31
IV. LAS PRIMERAS NIEVES •••• , , • ___ • _ 46
Y. LAS ILLAS DE PLATA .. " " , ••• " , 67
VI. Los INCAS PERDIDOS •• , , .. , • , , , , 79
VII. NI EL GUANACO .. , . . . . . . , . . . . . . . 97,
VIII. 'EN EL PAtS DE LAS CA~AS ...... , 111