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Testimonios

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¿Por qué la escuela?  [*]


Florencia Dassen
 
Como todos saben, desde el momento que se instaló en 1995 el dispositivo del pase en la Escuela de la Orientación
Lacaniana, los modos de entrada a ella son dos: por la admisión y por el pase. Yo decidí, sin pertenecer a la Escuela, pedir
el pase conclusivo, siendo ésta por lo tanto la vía que me llevó a ser tanto A.E como miembro de la Escuela. Atravesar por
este dispositivo fue un momento segundo respecto de un primer momento de acercamiento a la Escuela. Y ambos
momentos se articularon en un mismo eje: el eje de la interrogación por mi relación con el psicoanálisis.

Cuando la Escuela se funda, siendo mi analista uno de sus fundadores, yo estaba aún en análisis. Mi relación con el saber
psicoanalítico en ese momento era débil. Débil en tanto me hallaba en un momento de renegación del saber sobre la
castración, bajo la forma de una disputa con el padre. La estructura institucional que mejor se avenía a ese rasgo era una
estructura de grupo, con un líder al cual identificarse, que obturara entonces lo insoportable de la pregunta por mi deseo. Así
es como decido apostar a un pequeño grupo, y no a la Escuela, cuya fundación fue un acontecimiento para mí.

Aproximadamente dos años más tarde mi análisis finalizaba.

El rasgo de identificación al líder era precisamente la pelea con el padre, y este rasgo entonces cae cuando me encuentro en
una posición subjetiva de fin de análisis. Si bien el Ideal ya no tenía la función de velar el objeto causa, yo persistí, insistí, un
año más en ese grupo. El estatuto que doy a este lapso es el de un momento cínico, como saldo del fin de análisis. Es decir
que hay un resto separado de la cadena significante, producto del análisis, y a su vez una negativización del Otro de la
transferencia, y no hay una nueva relación al Otro. Existe un saber sobre la economía de goce que me divide, pero en una
posición de identificación al desecho, como desecho de ese grupo incluso. Hay entonces desconexión del Otro.

Cuando abandoné la causa neurótica que justificaba estar en ese grupo, no se constituyó entonces, hasta un tiempo
después, una causa analítica, que diera cuenta del destino fecundo del resto del análisis. Es a través de un trabajo, que
contenía una pregunta por la diferencia entre el modo de hacer de un escritor con la pulsión de muerte y el de un analista,
que se hace evidente cómo ese mismo trabajo me interrogó. Me interrogó en el punto en el que mi decisión por el
psicoanálisis no era sin cierta tensión con otro deseo, el del escritor. La pregunta que recorre ese trabajo, es una pregunta
por la mediación de ese goce, un cese por lo tanto de la posición cínica, posición que hace a una relación inmediata con su
goce, en el cuerpo. El efecto de ese trabajo revela a su vez que mi posición era una mancha en el espejo del grupo. Era un
grupo que se sostenía sobre la creencia en la identidad del analista, por lo tanto creían saber qué es un analista, y
finalmente todo el criterio era que el que no se reflejaba en el espejo, no lo era. Así se impone mi renuncia a ese grupo,
renuncia que incluye la decisión de acercarme a la Escuela. El llamado al Otro de la Escuela es efecto entonces de la
pregunta por el deseo del analista, pregunta que incluye la necesariedad del Otro, el Otro del psicoanálisis.

Una vez en la Escuela, una nueva evidencia aparece: la posición de espectadora, que hasta ahora me había satisfecho,
produce angustia; si se quiere, el psicoanálisis comenzaba a tomar la forma de un síntoma, padecía del psicoanálisis mismo,
y no se dejaba dejar.

Nunca hasta ese momento la hiancia entre autorizarme en la práctica del psicoanálisis, y dar pruebas de ello en un registro
colectivo, se había hecho sentir. El primer efecto del Otro de la Escuela, si lo tengo que resumir en una fórmula, es: ser
practicante y tener análisis no es suficiente para estar en una institución de enseñanza y transmisión del psicoanálisis. Algo
hacía obstáculo a la transferencia de trabajo y a ofrecer las pruebas de mi deseo del analista en la Escuela. Ese obstáculo
era el amor de transferencia como resto de identificación al saber.

Así, decidí empezar por la raíz, pedir la entrada a la Escuela testimoniando la relación a mi inconsciente. En tantas vueltas
dadas, poner finalmente a prueba mi deseo del analista por las marcas de mi análisis.

El Otro del pase, no es el Otro de la Escuela. Si éste fue un llamado a un registro colectivo que hubiese estado concernido
por una formación seria del analista, el Otro del pase es un llamado a la verificación de lo que yo consideraba que tenía un
valor: mi análisis. Así se impone la demanda de pase, unos meses más tarde. Esta demanda incluye mi deseo de entrar a la
Escuela, y mi deseo de verificar el fin de análisis. Hay que destacar que el pase se impone en tensión con la Escuela como
institución, no sin ella, sino por ella y en ella. La Escuela como institución, tiene en su seno un agujero, la barra del Otro de la
Escuela se llama pase, y es en ese agujero que el pasante viene a alojar su testimonio. Hay dos decisiones: entrar a la
Escuela y hacer el pase. Ambas hacen al compromiso con el deseo del analista. Lo que anuda ambas decisiones es lo real
de la economía del goce develada en el fin de análisis: ¿cómo hacer para que ese goce, el mío, se ligue al ejercicio del
saber en el psicoanálisis?

Así es como me presento al pase con dos certezas y una pregunta; la certeza de que había arribado a un real, producto del

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fin de análisis, y de que el psicoanálisis no constituía un nuevo ideal, y la pregunta, de si el mío era o no un final de análisis.

Hacer el pase comienza con dos estados de indudable importancia: la sorpresa y la confianza. La sorpresa estalla con el
llamado del Secretariado del pase, ante el que uno ya no puede retroceder. Luego, está el sorteo de los pasadores, único
momento del dispositivo en el que el pasante no está obligado a dar razones de nada, por lo tanto minuto del puro azar, que
no exige demostración. Y que provocará otra sorpresa, ahora a los pasadores. Era un 26 de diciembre; ese mismo día
sorprendí con mi llamado a los dos, nos deseamos felicidades, y nos dimos cita para la primera semana del nuevo año.

El encuentro con los pasadores fue muy grato. Ambos demostraron la sensibilidad por el lugar que les tocaba. Inspiraron
inmediatamente mi confianza. Ambos interrogaron, cada uno desde su posición: uno con su silencio, para al final hacer las
preguntas necesarias; el otro con sus preguntas por todos los detalles del cuadro, para finalmente guardar silencio. La lógica
del análisis se fue desplegando tal como yo la había elaborado antes de hacer la demanda de pase, hasta la última
entrevista con cada pasador en las que se me hizo evidente que una vuelta más se había realizado. El real había quedado
anudado al síntoma de la demanda de análisis, con una certeza y demostración que no había previamente. Un contorneo
más de la pulsión se escribía en el pase mismo. En cada una de las identificaciones fundamentales, se había verificado que
el objeto de goce en juego era el mismo. Esto es, no sólo poder arribar a lo real del objeto, sino también demostrar que allí
está la ecuación de la operación del análisis: despejar la causa.

Si tengo que decir en una fórmula qué tocó el pase, qué pude verificar sin haber tenido la intención de hacerlo, podría ser:
despertó una exigencia ética del deseo del analista, que había leído muchas veces en los libros, pero que nunca me había
tocado, hasta después del pase. Decir que la ética hace al goce, es decir que si un analista se hace de objeto a, se hace
producir de objeto a, con objeto a, eso mismo es lo que se transmite. Se transmite, en tanto no tiene ser, pero es causa de
saber, por eso la transmisión del psicoanálisis tiene su soporte en la letra. El entusiasmo es un afecto analítico, si por
analítico entendemos una relación peculiar al saber, a un saber que se funda en lo real del goce, a un saber que cada uno
tendrá entonces que inventar. Es en este invento que hay ética del analista. El resto de goce cuya escritura es el contorneo
mismo del agujero, es una escritura que en tanto tal mantiene la interrogación abierta por el psicoanálisis, único modo de
mantener la causa viva. Está el objeto a, dijo Lacan, ex-siste por haberío yo construido. Pero también dijo que la función del
objeto a es inseparable de la división del sujeto, división soporte del deseo. Deseo del analista, fórmula a veces ya gastada,
es deseo y no goce, pero es un deseo que se funda en lo real del goce. La ética del cínico es goce sin conexión al Otro del
deseo, sino al Otro del cuerpo; la ética del analista, en cambio, es una ética que anuda deseo y goce. El pase, puedo
concluir, permitió este pasaje de la posición cínica a la del analista, en tanto el acto de hacer el pase es el acto de llevar al
Campo del Otro, el Otro vaciado de su ser, ese resto éxtimo de goce producido en el fin de análisis, y que en el pase devino
letra. El pasante se honra de su confianza en el ser de saber de la Escuela, y la Escuela se honra de estar abierta a la
sorpresa de lo nuevo.

Si mi análisis condujo a la caída y destitución de las cicatrices del Edipo y, al despejar su causa, al surgimiento de un sujeto
nuevo, el pase fue la conclusión de un camino cargado de escansiones, el camino de la interrogación de por qué el
psicoanálisis, y a la verificación de un deseo nuevo, el del analista. Un camino que fue en mí como supo decir Lacan: "Yo no
tuve que ponerle ninguna intención, sólo tuve que seguir", y yo agrego: seguir es una decisión.

Todo en el psicoanálisis se sabe después; así el pase como acto exige que el analizante que devino analista continúe, siga,
en tanto analizante la lectura de cada vuelta inédita de la pulsión en su nuevo destino: el del bien decir en la transmisión de
su acto.

TESTIMONIO DE PASE

Mariel Alderete de Weskamp

(*) Escuel Freudiana de Buenos Aires; 1999.

Estoy hoy con Uds. intentando una tarea que de entrada conozco imposible:
testimoniar un pase. Todo lo que diga será demasiado poco o demasiado mucho.

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Sin embargo, deseo acercarme a la posibilidad de hacerlo, testimoniando entonces
de los acontecimientos, de los sueños, y de lo que considere pertinente para
realizar dicho propósito.

Me pregunto que me mueve a hacerlo.

Cuando fui notificada de mi nominación, sentí gran alegría, que se expresó de la


siguiente manera: "me alegro que algo se haya transmitido".

Es algo de la transmisión posible lo que me empuja a intentar realizarla, y la


expresaría de la siguiente manera: que lo que para mí fue el recorrido de mi
análisis, motivo de descubrimiento, de liberación, de pacificación, trabajo recreado
en el pase, pueda ser un aporte a la clínica del fin de análisis y a la clínica del
pase.

De entrada digo: no es lo mismo clínica del fin de análisis que clínica del pase.

Aunque sean solidarios, a veces se superpongan, se entrelacen, son dos


momentos, dos tiempos distintos.

El fin de análisis acontece y de él se sabe casi como una certeza, a la manera


sensible: "sentí que aquella era la última vez, que algo se había consumado".

Del trabajo en el pase se sabe en su transcurrir, que es el haber sido en el pasado,


y siendo en momentos puntuales, evanescentes. En ese transcurrir se realiza la
clínica del propio análisis.

Al respecto, diré que algo de la relación con el tiempo me resultó modificada


terminado el trabajo de pase.

Especificaré de que manera. Creo que uno de los efectos del fin de análisis es vivir
en el presente, sabiendo que hay una historia en el pasado que marca, y que es
posible hacer algo con esa marca, para no vivir esperando que en el futuro algo
pase.

Eso me había acontecido. Pero lo que me sucedió es que tal relación con el tiempo
se me aligeró aun más. El sentido de cada acto, en cada minuto, estaba
determinado en sí mismo, con la posibilidad de disfrutarlo, saborearlo, como algo
único y exquisito.

Mi primer análisis había transcurrido muchos años antes. Lo comencé desde mi


padecimiento subjetivo, pero no dejo de estar signado por un interés creciente por
el psicoanálisis, y el descubrimiento de la obra freudiana.

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Sentí allí que algo se ponía en funcionamiento, una maquinaria que nunca dejaría
de trabajar. El descubrimiento del inconciente y sus formaciones marcaron asi el
transcurrir de ese análisis, que terminó años después con el alivio del
padecimiento del síntoma.

La segunda vuelta de mi análisis se produjo por darme cuenta que había que
avanzar un poco más. Esa segunda vuelta, que considero necesaria, lo fue con
una analista mujer, quien prestó su cuerpo para que se reeditara en la
transferencia el vínculo pre-edípico. Transité con aquella analista un largo
recorrido, no muy fácil, pero que muchas veces lograba sorprenderme. Allí
descubrí mi pasión por el saber del Inconciente.

Después de haber terminado formalmente el análisis con aquella analista, volví dos
veces.

La primera, para tramitar un resto, cierta impotencia en la que me dejaba la voz en


su versión más superyoica. De allí salí con una sensación de liberación, y mi
cuerpo se desató de aquella pesada certeza, recuperando la alegría del
movimiento.

Uno de los primeros efectos que apareció por aquel entonces, y que recordé este
mañana, es que dejé de fumar, sin darme cuenta. Era demasiado joven para
precipitar la muerte, era joven para vivir, era adulta para decidir entre la vida y la
muerte.

La segunda fue después de la muerte de mi madre, para testimoniar de lo que


aquella muerte me había producido, y de lo Real que allí me había encontrado.

Las palabras con las cuales nos despedimos, marcaron para las dos el final de la
relación transferencial, relación que ya había caído, pero que necesitaba ser
sancionada. Recuerdo que salí sabiendo que ya nunca volvería.

En ese análisis adquirí una gran confianza en el hacer del inconciente, de manera
que los sueños comenzaron cada vez mas a "decir", dejando transparentar el
deseo, en vez de presentarse como enigmas para su interpretación.

En los años siguientes, produje trabajos en los que intentaba teorizar y cernir la
posición femenina, trabajo que venia realizando desde hacía ya algún tiempo, pero
a los que el duelo por la madre que yo venia transitando, prestaba nueva luz.

Después de terminar mi análisis, estaba satisfecha, aliviada, en una posición


subjetiva que me era totalmente nueva. Me encontraba una y otra vez en el terreno
de lo posible. Había dejado de estar protegida por ese "capullo" que había sido la
relación analítica, salir de la sensación de estar tan dedicado a sí mismo, la
intimidad, el lugar mas preciado, para simplemente vivir, tomando decisiones. La
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consistencia de las decisiones era distinta, sabiendo que se elige, perdiendo
siempre otra cosa.

Mi camino en el Psicoanálisis, transitado desde hacía muchos años, viró y se


transformó en una decidida apuesta, en parte inseparable de mi vida.

Sumergida en ese entonces en el trabajo de Escuela, el testimonio de los


integrantes del Jurado de Pase me conmovió y despertó mi interés.

Al tiempo fui convocada a trabajar como pasadora.

En el curso de este trabajo, del cual di testimonio, tuve un extraño sueño.

Extraño sueño que mientras era relatado como parte del testimonio de pasadora
ante el Jurado, de repente y en un momento, iluminó con total claridad y dio
nuevos relieves a operaciones de mi análisis.

Un solo objeto, el de ese sueño, de un pregnancia imaginaria increíble, me


indicaba el punto en el cual se había resumido años de vida, años de análisis,
operaciones importantes, líneas significantes.

Parecía como si un elemento al abrirse, al desplegarse, cambiar de forma,


entreabría hasta el fondo de la primera infancia, la historia que me signaba, y lo
que con ello había podido hacer.

Este objeto del sueño fue cambiando paulatinamente de forma en los próximos
meses, insistiendo, molestando, hasta el punto en que resultaba difícil dejar de
prestar atención a todo lo que me significaba.

Insistió hasta el momento en que guío mi mano, y me encontré dibujando una letra,
la letra E mayúscula.

Chaleco salvavidas, chaleco compensador para buceo, dibujado una y otra vez, se
transformó en E mayúscula, manuscrita y redondita.

Mi mano dibujó, y luego leí, letra E ¿ de quién? De Elvira, el nombre de mi madre

Comprendí allí que me era necesario pedir testimoniar. Tanta insistencia


necesitaba el espacio necesario para hablar de ella, y entendí que el dispositivo de
Pase era el adecuado.

Para escribir la carta al Jurado, compre el papel más fino y la mejor lapicera que
encontré por la zona de mi casa. No era un acto de pulcritud, ni un ritual. Estaba
absolutamente ligado a mi historia y no podía ser de otra manera.

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Muy pronto me encontré con el nombre de los que serian mis pasadores y el
trabajo comenzó.

En épocas anteriores al pedido de pase, yo había pensado lo difícil que seria


hablar del propio análisis con quien no es.... el analista. ¿Cómo decir, cómo
transmitir, sin entrar en todas aquellas historias que uno despliega en el análisis?

Con sorpresa descubrí que era muy fácil. Es difícil, sin embargo, intentar describir
de que manera esto es posible por la particular disposición del pasador, que se
ofrece en la experiencia, como un semejante, analista. A ellos mi agradecimiento
por el trabajo compartido.

Comenzando a describir de alguna manera lo que allí pasó, dire que uno supone
que hará una cierta historización del análisis. De hecho lo hace, y se es analista
del propio análisis, historiza, hace cierta clínica, pero llega un momento en que se
encuentra con los puntos de máximo dolor. Ya no es el mismo, algo en el ha
cambiado, yo diría que de color. Se sabe que ya fue.

De la posición de historizar, de encontrar conexiones lógicas, aparece un elemento


siempre sabido, pero que ilumina de otra manera. Puntos de relámpago, desarman
lo hasta allí armado, encuentros con lo Real.

Me sucedió que durante el trabajo con la primera pasadora, escribí y mucho.


Parecía que estaba dando vueltas, buscando los hechos, agrupando, ordenando.
Las vueltas sin duda repasaban aquellas realizadas en el análisis, pero eran cada
vez mas cortas, mas precisas, más económicas en el sentido libidinal y apuntaban
muy precisamente hacia muy pocas cosas.

Con el segundo pasador, este proceso se dirigió hacia muy pocas imágenes, y de
repente culminaron en una pintura en la cual mi mano pintó, sin que yo lo supiera,
pintó en el fondo del mar, aquello en que se había tornado la letra E, una raya
manta, condensación de muchos elementos, escritura necesaria. Fue esa una
escritura que me produjo un júbilo inenarrable, júbilo que sé venia anunciando
desde ya hacia un tiempo, en el que pude exponer algunas de mis pinturas, en
Buenos Aires y en Barcelona, a la mirada del espectador.

Intentaré ahora transmitirles que pasó en el entre-medio.

En este momento las palabras se me ponen más difíciles, no alcanzan para decir
lo que yo quiero. Se me aparecen formas, sensaciones, imágenes; pero mucha
dificultad para enhebrarlas en un hilo discursivo. Tendrán que aceptar fragmentos,
que como cuadros, se ofrecen al espectador, que allí arma su obra, y pacifica la
mirada.

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Apenas pedido el pase, tuve el siguiente sueño: Un muro con ventanas con
postigones cerrados. Pienso en el sueño: son los buceos que me faltan.

Al despertar: ventanas que se abren. Son los buceos que ahora voy a realizar.
Sensación de alegría y espera.

Después de la primera entrevista, tengo el siguiente sueño: Veo en el sueño un


afiche que pinté. Tres planos, enlazados a la manera de un nudo borromeo, en el
centro tienen un círculo negro. Los tres planos son cada uno de color diferente:
rojo, verde y azul.

Al despertar: Los tres planos están enlazados a la manera de R.S.I., en vez de los


redondeles de hilo. El círculo negro es el ojo, reducido a su mínima expresión,
vaciado.

Recuerdo que quería pintar el chaleco salvavidas en el fondo del mar.

Estos dos sueños indican las dos actividades que inicie al tiempo de finalizar mi
análisis.

La pintura apareció casi sin darme cuenta, tomando progresivamente mi vida, y


siendo fuente de mucho placer.

El buceo fue una actividad que pude realizar después de una larga lucha entre el
miedo y el deseo.

¿Qué como fue?. Me encontraba al lado de un mar azul y transparente, el mas


hermoso que había conocido. Nada allí había de ominoso.

Desde la superficie divisaba las profundidades, y deseaba y no podía.

Esa fue una noche de gran angustia, en la que sentí la presencia de la muerte.

Allí supe, por vez primera, que el miedo no defiende de la muerte, solo de la
angustia.

En un momento fulgurante descubrí que era lo que me retenía en la superficie: un


desfallecimiento del Otro primordial había signado el vacío como mortal. Descubrí
allí que el salto al vacío puede ser un salto al vacío controlado, un salto a la vida.

Que si el salto al vacío es controlado, tiene riesgos, como cualquier acto de la vida,
pero no es un acto de suicidio.

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Es asi que pienso el pase como un salto al vacío controlado. Es un riesgo. Hay un
pequeño temor y ansiedad. Un gran deseo siempre compensado. Lo que se
encuentra es familiar y extraño al mismo tiempo.

Es así, entonces, que salté y me sumergí, hasta el fondo.

Lo que encontré bajo el agua es indescriptible. El cuerpo disfruta de la casi total


ingravidez. No hay voz, solo belleza.

Una vieja foto del álbum familiar me mira: la pequeña niña en medio de sus
padres, abrazándolos, sosteniendo, sostenida.

La mirada es fotografía. Hay otras fotografías. La mirada del padre fotografía,


escribe poemas. Aquella mirada fue cayendo en el camino del análisis. La mirada
que fotografiaba, mirada de reconocimiento, mirada siempre demandada, fue
duelado junto con el duelo de mi padre.

Yo no me veía- en un video, video familiar que se filmó en aquella época.

Comencé a mirar el mundo y sus objetos, quizás con otros ojos, y ellos fueron
naturaleza muerta en mis cuadros.

Un escrito del momento del testimonio:

El chaleco se dibujaba, chaleco de fuerza de la locura, chaleco de buceo, chaleco


de la vida. Y era una letra, letra E de Elvira y el nombre elidido, lo que me falta.

Giraba hacia arriba y era ancla que flotaba y no hundía. Y era forma de los brazos
que abrazaban, pero abiertos, ya no en el abrazo que sostiene y retiene.

De la ultima vez que me encontré con la que fue mi analista: fui para hablar con
ella el dolor insoportable, no solo de la pérdida, sino de esta separación del cuerpo
que llamo desprendimiento, ya que solo se desprende lo que estuvo unido por la
sangre.

Mi particular descubrimiento: el fin de análisis de una mujer no es sin este


desprendimiento de lo Real del cuerpo de la madre. Descubrimiento que yo pongo
en palabras de una y mil maneras en mis escritos, escrituras del cuerpo que vengo
produciendo.

De aquella vez salí sabiendo que era la ultima, que algo se había consumado.

Comenzó allí el trabajo de duelo. Del desprendimiento, de la carne que está unida
por la sangre, por la sangre que une y ata, la sangre fue vino del cáliz.

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Y el vino fue color para la tela blanca de las pinturas que salían de mis manos, que
una y otra vez pintaban formas que bordeaban un vacío.

Y el cuadro era para ser mirado por otros.

En un duermevela, la vieja foto del álbum familiar, aquella de la niña en el medio


de los padres, con los brazos hacia arriba, dibujó asombrosamente la letra Y griega
mayúscula. Esa letra Y, la que separa y une, separaba Mari y El.

Esa letra estaba inscripta, trenzada en la intimidad del tejido, dibujando mi cuerpo.

Y esto fue un descubrimiento, ya que el nombre propio, quizá por efecto de una
marca, se desarmaba y como en un caleidoscopio, mostraba escenas del fantasma
y las posiciones que allí se habían jugado.

Recuperé en el pase los colores del afiche pintado en el sueño, colores que para
un pintor tienen un error: deberían haber sido amarillo, rojo y azul, los tres colores
primarios.

El rojo es de la sangre, el azul, el de las letras de la cadena significante de algún


sueño, el verde, el de aquella pequeña lapicera que me regaló mi padre para que
escribiera, objeto amorosamente cuidado, que me fue robado y que recupero a
veces cuando escribo. El negro, vacío de mirada, oscuridad del interior, pero no ya
amenazante.

La raya manta: es el animal que más me fascina del fondo del mar. Se eleva de la
arena, con la cual está absolutamente mimetizada, y comienza un delicado baile,
con sus aletas libres y sueltas.

Sueño de la manta, sueño soñado en el transcurso de mi análisis, que me había


permitido situar, por medio de la ordenación Simbólica, el exacto orden del deseo,
y salir de la tragedia edípica.

La raya manta, pintura que salió de mis manos, condensación de la letra E y Y,


oscuridad temida y descubierta como aguas límpidas y transparentes, brazos por
fin libres, aleteando, bailando, buceando una y otra vez, aceptando el riesgo de la
vida.

Y por fin, punto y raya, raya que traza, raya final. Por ahora.

Mariel Alderete de Weskamp

Agosto de 1999

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