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El Dia Internacional Del Euskera
El Dia Internacional Del Euskera
El Dia Internacional Del Euskera
03 de Diciembre
En el año 1545 resonó en tierra vasca un grito generoso: era el navarro Bernardo
Dechepare que, al publicar en esta fecha el primer libro impreso de lengua vasca,
instaba a sus compatriotas al cultivo literario de su idioma y a hacerlo conocer fuera de
nuestras fronteras como la primera de nuestras características espirituales y uno de los
más puros y ricos valores de nuestro acerbo racial: "Euskera, abil mundu guzira"
(Lengua vasca, ve a todas partes del mundo), cantaba Dechepare, exclamando en otro
de sus entusiastas versos: "Euskaldun den gizon orok altxa beza burua" (Que todo
hombre que habla el vasco levante la cabeza). Pudo ser el libro de Dechepare heraldo
de nuestro Renacimiento en aquellos siglos de emancipación de lenguas nacionales
europeas, pero las circunstancias lo quisieron de otro modo. Hacía poco más de treinta
años que se había consumado la ruina y división del glorioso Estado vascón —Navarra
— núcleo y centro de nuestra nacionalidad por obra y gracia de la felonía, "por vía de
maña y furto" para emplear las mismas palabras del usurpador. La pequeña parte de
Navarra, en que Dechepare escribía, giraba ya en la órbita de Francia; la parte
principal del antiguo reino recibía, a ritmo acelerado, el espíritu de Castilla, y plumas
navarras de aquel siglo, como Malón de Chaide y Estella, o vizcaínas como la de Ercilla
o guipuzcoanas como la de Garibay, juzgaban ya a la lengua de sus apellidos, a la
"lingua navarrorum", como la llamara el rey vascón Sancho el Sabio, como menos apta
para vehículo de su inspiración y de la galanura de sus conceptos.
Fueron vanos también otros generosos intentos renacentistas como los de Axular y
Oihenart, siquiera la obra de aquél plasmará en su libro Gero que continúa siendo,
hasta el día de hoy, la obra cumbre de nuestra literatura. Vanos también, aunque
nunca totalmente infructuosos, los esfuerzos que a principios del siglo XVIII realizó el
brillante trío Larramendi-Mendiburu-Kardaberaz al que debemos obras fundamentales
—la primera gramática, el primer diccionario, el primer tratado de retórica en vasco...
— El movimiento de resurrección eficaz y pleno no llegaba. Por una aparente paradoja,
él no se produjo hasta fines del pasado siglo, es decir, hasta que la consumación de la
ruina de las libertades vascas hizo estremecer al alma misma de la raza, presa,
durante siglos, de un suicida letargo.
Coincidió también esta época con el desarrollo y esplendor de los estudios filológicos
en Europa, determinando que sabios de todos los rincones de la misma iniciaran una
peregrinación científica que aún perdura, atraídos a nuestra tierra por el misterioso
encanto de una lengua a la cual no se le conocen madre ni hermanos y que ya era
vieja, con vejez de siglos, cuando ninguno de los idiomas nacionales de la actual
Europa había soñado en nacer. Eran el alemán Guillermo de Humboldt, y el francés
Luis Luciano Bonaparte, el holandés Van Eys, el italiano Trombetti, el inglés Dodgson,
el húngaro Ribary, el ruso Nicolaus Marr y el austríaco Hugo Schuchardt, para no citar
más que a un puñado de hombres eminentes de los diversos países europeos. El
interés que en estos extranjeros suscitaba nuestro idioma, si no llegó a conmover las
capas populares, indudablemente sirvió de acicate a muchos estudiosos vascos que
hubieran de sentir el rubor de que gente de fuera viniera a descubrirnos el mejor de
nuestros tesoros, ignorado de nosotros mismos. Pero había otra motivación más
poderosa y amplia: el pueblo, a su brusco despertar sacudido por el latigazo de la
pérdida de las libertades seculares, fue comprendiendo rápidamente que ellas no
tenían mejor tutor ni más poderoso amparo que el idioma propio. Y la lucha por la
dignificación y cultivo de éste comenzó a un ritmo desconocido en los siglos
precedentes. Las prensas vascas comenzaron a gemir en una continua producción de
gramáticas y diccionarios, manuales de conversación y prontuarios: tomos de poesía
que con Lauaxeta, Orixe, Lizar-di... alcanzaron cumbres líricas nunca hasta entonces
soñadas; obras de teatro, novelas, periódicos íntegramente redactados en lengua
vasca o aquellos en que la sección en esta lengua era nutrida y vigorosa. El euskera
iba escalando posiciones definitivas para ocupar el pueblo que le corresponde en el
concierto universal de las letras y las ciencias, cuando nos llegó la guerra...
Pero no evocaremos negras sombras en este día de alegría y esperanza. Sólo haremos
constar, una vez más, que son maravillosas las reservas de vitalidad de los pueblos y
que es con la violencia y con la persecución como se mata su alma. He aquí que al
cabo de años en que el silencio de la muerte parecía haberse señoreado para siempre
de nuestra tierra, los vascos de todo el mundo acuerdan celebrar el comienzo de la
gran cruzada por la resurrección del verbo de la raza. E instituyen como día simbólico
el 3 de diciembre, es decir, la festividad de uno de nuestros hombres de proyección
universalista más eminente, Francisco de Xabier, aquel santo navarro de corazón de
fuego que, muy pocos años después de que su coterráneo Dechepare publicase su
libro, moría en las soledades de su misión china pronunciando sus últimas palabras en
el mismo idioma que aprendiera las primeras en el regazo de su santa madre, "la triste
María de Azpilicuela".
Recordamos hoy lo que decía aquel patriota irlandés que, al considerar la lucha
terriblemente desigual que su pueblo mantenía por entonces con el coloso británico,
manifestaba que si era cierto que las fuerzas de éste eran capaces de aniquilar su
patria, el pueblo irlandés esgrimía contra él un arma que le hacía invencible: la
esperanza; una esperanza que llenaba la tierra y los aires de Irlanda y podía surcar y
surcaba los mares de todo el mundo sin que la poderosa flota de Albión pudiera
contralorear su marcha. Y esta esperanza triunfó.
Así es también la nuestra en este día que dedicamos al verbo de nuestra raza, con una
fe en su destino triunfal que no hay poder humano capaz de quebrantar, con un amor
en nuestros corazones hecho de todos los más puros y poderosos amores que en
pecho de hombre puedan latir.
Con esta esperanza acometemos nuestra empresa. Y en ella triunfaremos. Por que si
es proverbial en estas tierras, amigos uruguayos, nuestra tenacidad en todo lo que
emprendemos, pensad la que habremos de poner en este negocio en el que nos
jugamos entero el honor de nuestros propios apellidos.
LA LENGUA VASCA
Porque es antiguo, señores, nuestro idioma vasco. Las lenguas romances que fueron
brotando como flores nuevas del gigantesco cuerpo descompuesto del romano imperio
no habían hecho aún su aparición. El español, el francés, el italiano, el portugués, el
gallego, el catalán provenzal... no habían soñado aún con sus primeros balbuceos, y
nuestro idioma era ya viejo, con vejez de siglos, en nuestra vieja tierra vasca. Aquellas
tribus etrusco-sabinas, que iban a engendrar muy pronto a la Ciudad señora de
ciudades, no habían podido aún imaginar siquiera que, con sus rudos acentos, Marco
Tulio habría de llegar un día a la perfección del período armonioso y rotundo; Virgilio, a
las cumbres supremas del sentimiento y la elegancia; Horacio, a lo profundo de los
secretos de ese arte sutil que enseña a considerar cada palabra aislada como a una
piedra preciosa, que colocada y engastada en el lugar preciso que ese mismo arte
exige, hace de la unión de todas una joya de suprema maravilla, y ya nuestro idioma
— hacía siglos— había dado nombre a las cumbres, a los valles, a los ríos de nuestra
vieja tierra. La lengua griega, esa lengua a la que André Chenier pudo sin injusticia
llamar:
"Un langage sonore aux douceurs souveraines, Le plus beau qui soit né sur de lévres
humaines",
estaba muy lejos de haber llegado a la suprema perfección de los conceptos de Platón;
a la elocuencia fuerte, concisa, perfecta, inigualada de De-móstenes; a las cimas
altísimas de la poesía accesibles sólo a las alas de águila de Hornero, y nuestro idioma
era ya viejo, con vejez de siglos en nuestra vieja tierra vasca. Todos los idiomas del
fecundo tronco indoeuropeo, desde el alemán de que ya Tácito nos hablara, hasta el
sánscrito venerable, son de nacimiento posterior al vasco. Para encontrar la infancia de
éste es preciso remontarse a la época pre-aria. Allá, en los albores de la civilización,
hay una época oscura en que los hombres habitan en cavernas, viven de la caza y la
pesca; más tarde se inician en el pastoreo y asoma una agricultura rudimentaria. Esos
hombres se valen de unas armas e instrumentos toscamente fabricados en piedra. Los
nombres de esas armas e instrumentos aizkora (hacha), aizto (cuchillo), aizturrak
(tijeras), azkon (fiecha, dardo), azagai (jabalina), izkillu (arma), ezpata (espada),
ezten (punzón), azpil (plato), etc., etc., llevan codos el elemento aitz (peña, piedra),
que indica la materia de que estaban fabricados. Y esos nombres, que este pueblo de
la época lítica usaba, son los mismos que hoy en día los vascos corrientemente
empleamos.
Terminemos este capítulo de la antigüedad del vasco recordando aquel párrafo del
profesor André Lefevre: "El finés, el magyar y el turco, han sido depositados en Europa
por invasiones cuya fecha nos es conocida; pero, el establecimiento al pie de los
Pirineos occidentales del euskera y de los que lo hablan, es un hecho anterior a la
Historia y que ni la Antropología ni la Etnografía pueden explicar".
II ORÍGENES
Lo que hemos dicho de la antigüedad del vasco nos lleva como de la mano al problema
cuyo interrogante creo ya ver el rostro de muchos de vosotros. ¿Cuál es el origen del
euskera, de dónde viene, cuál es su madre, cuáles sus parientes?
Esta es, señores, la esfinge que hasta ahora no ha encontrado a ningún Edipo entre la
multitud de sabios que a ella se han acercado.
Quatrefages escribió que ei euskera es un idioma alófilo, esto es, separado de todos
los demás como la raza que lo habla. Pero no todos se han contentado con esto y las
hipótesis para emparentar el vasco con alguno de los idiomas o grupos de idiomas
conocidos son innumerables.
Así, Mahn creyó en un parentesco con los idiomas del Nuevo Mundo. Abbadíe pretendió
hallar semejanza entre el vasco y lenguas de México y el quichua. Charencey sostuvo
la semejanza del vasco con el algonquín del Canadá. Uhlenbeck lo ha relacionado con
los idiomas de América del Norte. Witney aseguró que hay en la estructura del vasco
más relación con las lenguas americanas que con las europeas. Han sido muchas veces
intentadas las comparaciones con el aimará, el quichua y el guaraní. Pero ya Julien
Vinson, en 1876, dio un golpe definitivo a estas supuestas relaciones. El estableció,
claramente, que no existe parentesco alguno entre el vasco y las lenguas americanas.
El vasco, dice, únicamente podría ser catalogado entre los idiomas americanos por su
carácter aglutinante y polisintético. Las afinidades —añade— que puedan darse entre
el vascuence y algunas lenguas americanas son más o menos extensibles a otros
idiomas europeos y asiáticos; son puramente externos y se explican perfectamente por
la igualdad de desarrollo o decadencia.
Una teoría muy seguida en el siglo pasado, y que aún hoy en día cuenta con
entusiastas mantenedores, es la del iberismo. Los vascos, según Hum-boldt y los de su
escuela, seríamos los representantes de los iberos, es decir, de los primitivos
habitantes de España. Habría habido una época en que el euskera fue el idioma de
toda la península. Las sucesivas invasiones fueron barriéndolo, hasta arrinconarlo y
reducirlo al pie de los Pirineos occidentales, donde hoy se mantiene.
Esta teoría, aparte de la seducción que sobre ciertos espíritus haya podido ejercer por
motivos no siempre puramente científicos, se basa principalmente en la existencia en
distintos lugares de la península ibérica de nombres toponímicos que parece pueden
ser explicados por el euskera. Contra ella cabe objetar: en primer lugar, que no sólo
en la Península sino fuera de ella, en Europa y otras partes del mundo existen nombres
que pueden explicarse, más o menos forzadamente, por el idioma vasco; en segundo
lugar, que las inscripciones llamadas ibéricas, por Hubner y otros estudiadas, no han
podido ser descifradas por el euskera; finalmente, que no se sabe gran cosa de los
iberos ni de su idioma: pretender resolver el problema del vasco por el ibero es querer
aclarar un enigma por medio de otro.
El parentesco con el celta puede decirse que hoy en día ha sido desechado por
completo.
Muchos autores, como Lcnormant, han creído ver una relación entre acadianos y
vascos. Otros como d'Abbadie comparan al vasco con el georgiano. Trombetti, por
primera vez, estudió las semejanzas del euskera con el camitico. Konrad Ostir halla
relación entre el vasco y el camitico y el semítico. Nikolaus Marr emparenta al vasco
con algunas lenguas caucásicas. Sayce comparó al vasco con la antigua lengua de
caldea. Guillermo Lcibnitz intenta descifrar al vasco por el copto. Wiseman opinaba que
había afinidad entre el vasco y el antiguo egipcio. Schuchardt ha comparado al vasco
con el núbico. Las afinidades con las lenguas de la familia eslava han sido objeto de los
estudios de Topolovsek, y el príncipe Luis Luciano de Bonaparte lia revelado las
supuestas analogías del vasco con las lenguas finesas.
Todas estas teorías y otras que con ellas forman legión os darán idea del misterio que
sigue envolviendo al origen de la lengua vasca. Misterio que algún día, quizás no
lejano, tenga su solución; misterio que apasiona a los sabios de casi todas las
naciones. Habéis oído ya muchos de sus nombres: podría añadir otros. Dejadme que
os cite sólo, como ejemplos típicos entre los franceses, al príncipe Bonaparte, caballero
andante de la señora Euskera; entre los alemanes de Stempf, de quien la pasión
euskeráfila se apodera hasta el punto de convertir a aquel negociante de vinos
radicado en Burdeos, en uno de los primeros estudiosos de nuestros viejos textos;
entre los ingleses a Dodgson cuyo nombre ha sido registrado en todo hotel o posada
de nuestros pueblos euskaldunes; entre los rusos a Nikolaus Marr, el que fue ministro
de Cultura del gobierno bolchevique y que para aprender nuestro idioma se encerró
por unos días entre los muros del colegio de Padres Jesuítas de Loyola; entre los
austríacos, al no hace muchos años fallecido Hugo Schuchardt. Este hombre, príncipe
de la moderna filología europea, escribía al meritísimo vascófilo Julio de Urquijo algo
que los vascos por gratitud y por orgullo no podremos nunca olvidar. Hasta in articulo
morüs —escribía— su estudio predilecto sería el de la lengua vasca. Palabras que los
vascos no debemos olvidar por gratitud y por orgullo, y por algo más. Porque ellas
pueden servirnos de precioso estímulo, ¡si alguno necesitamos!, para amar, por sobre
todas las cosas, al idioma que por miles y miles de años fue el vehículo de los sentires
y quereres de incontables generaciones de antepasados; al idioma que dio su nombre
al pueblo en que nacimos, a la casa en que nos criamos, a los ríos y a las fuentes, a
los prados y a los montes en que de niños jugamos y que de mayores amamos; a la
tierra verde de nuestra raza santificada por los huesos blancos de nuestros mártires y
la sangre roja de nuestros héroes; el idioma que ha sido el mejor escudo de nuestra
libertad milenaria; al de nuestros padres recios y honrados, al de nuestras santas. No
podemos, señores, los vascos de esta generación, resignarnos a ser el eslabón roto de
aquella cadena de oro que enlaza nuestro presente ansioso de adelanto y progreso con
nuestro magnífico pasado de libertad irrenunciable. No estamos los vascos, señores, ni
podemos estar resignados a que pueda escupírsenos a la cara, con justicia, aquel
tremendo apostrofe de Shakespeare: "Sois como el indio vil que arroja una perla que
valía más que toda su tribu".
Habéis de saber, en primer término, que del millón y medio de habitantes con que
actualmente cuenta el País Vasco, escasamente la mitad hablan el euskera. Los
habitantes no euskaldunes corresponden a la gran masa de extraños que la
inmigración ha arrojado sobre nuestras tierras en el transcurso de estos ciento cuatro
años, desde que nuestras libertades nos fueron arrebatadas, o a vascos que habitan
comarcas de donde el euskera ha sido desplazado ya de antiguo, y, principalmente, en
este último siglo.
Nuestro idioma, resto de aquél que, como quiere una de las más autorizadas teorías
modernas, cubrió en épocas pre-arias todo el suelo de Europa, o en todo caso, y sin
recurrir a teoría alguna, el mismo que con su pueblo se extendía desde el Ebro al
Carona, natural asiento histórico de nuestra nacionalidad, ha quedado reducido,
geográficamente, en nuestros días, a Guipúzcoa, algo más de media Bizkaya, menos
de media Navarra y el norte de Alaba dentro de los territorios del país llamado vasco-
español, y las regiones de Zuberoa, Benabarra y la mayor parte de Laburdí en el
denominado vasco-francés.
Hay que hacer nota, antes de pasar adelante, que el euskera se divide en varios
dialectos. La clasificación más autorizada y generalmente admitida es la que considera
tres grupos dialectales: vizcaíno, vascon y pirenaico. El primero, integrado sólo y
exclusivamente por el vizcaíno, hablado en el antiguo Señorío y pequeñas zonas de
Alaba y Gipúzcoa. El segundo grupo, el vasco, abarca el guipuzcoano, el labortano y el
nabarro septentrional. Finalmente, el pirenaico lo integran el zuberoano y el
benabarro. La palma de la producción literaria se la lleva el segundo en el que se ha
escrito —en su variedad laburdina— la obra cumbre de la literatura clásica vasca: el
"Gero" del célebre Pedro de Axular. En este dialecto también y en su variedad alto-
nabarra escribió el guipuzcoano Mendiburu que ha sido llamado el Cicerón vasco. Por
su posición central —como el toscano en Italia o el castellano en España— este dialecto
está llamado a ser el de la ansiada unificación.
Hay que advertir que, aunque se dan estas diferencias dialectales, ellas no son tan
grandes como por algunos se ha proclamado: en lo fundamental, el idioma es uno.
Se ha hablado mucho de la dificultad del euskera, y corre por ahí la conseja de que el
mismo Diablo, luego de permanecer siete años en Euzka-di, hubo de alejarse
desesperado porque no lo pudo aprender. Esto me parece, señores, que es suponer
demasiado tonto al diablo, como no sea una manera de hacer ver su impotencia contra
un idioma en que la blasfemia no existe, contra una lengua limpia y digna por
naturaleza. Bien pudo decir, en este aspecto, el culto sacerdote vascólogo, don Patricio
de Orkaizte-gi, que a medida que el euskera pierde un metro lineal, la religiosidad y
las buenas costumbres pierden, en Euskadi, un metro cuadrado.
Para daros una idea fundamental y lo más clara posible del vasco, os lo voy a
presentar exponiendo su gramática en las cuatro partes en que, de niños, nos
enseñaban que se halla la gramática dividida: analogía, sintaxis, prosodia y ortografía.
La analogía, que enseña a conocer las palabras aisladas; la sintaxis, que nos da las
reglas, conforme a las cuales esas palabras aisladas han de concertarse para formar
oraciones correctas y cabales; la prosodia, que nos enseña a pronunciar esas palabras,
y, finalmente, la ortografía que nos da las normas para escribirlas.
Empezando por la ortografía, puedo deciros que difícilmente encontraréis otra que
presente menos dificultades que la vasca. Y esto, porque en el sistema adoptado por la
Academia de la Lengua Vasca y seguida umversalmente en el país —excepto en la
parte vasco-francesa, donde esperamos que no tarde en arraigar— se ha adoptado el
simple principio de que cada signo corresponde a un sonido y cada sonido es
representado siempre por el mismo signo.
No hace muchos días me decía un amigo que al hojear un libro vasco se había visto
abrumado por la extraordinaria abundancia de kas. Indudablemente, las kas tienen
que parecer muchas a los acostumbrados a un idioma como el español, donde esa
letra apenas se escribe. Pero, tened en cuenta que en nuestro idioma la k hace los
oficios desempeñados en español por tres letras: esa misma k, más la c y la q, letras,
estas dos, que en nuestro alfabeto no existen. La h con leve sonido aspirado sólo vive
en los dialectos pirenaicos, existiendo la c ni la h, tampoco empleamos la ch.
Sin acento y sin haches, sin posibles problemas entre bes y ves, entre ges y jotas,
creo que la ortografía vasca ha de presentarse como un verdadero ideal a tantos
mortales para quienes escribir una carta es someterse al más duro y cruel de los
suplicios.
En cuanto a la prosodia, sólo os diré que son muy pocos los sonidos vascos que os
puedan ser extraños. La tz que suena como la doble z que tiene un sonido muy
semejante al de la ch francesa o al representado por sh en inglés.
Desconocemos los vascos, lo mismo que vosotros los criollos, ese sonido fuerte
representado por la z o c española, única lengua, por cierto, de todas las neolatinas
que lo posee.
Los grupos de consonantes son opuestos al genio del euskera. Lo general y normal es
que consonantes y vocales concurran en la palabra en número parecido y apoyándose
mutuamente.
Y vamos con la sintaxis. Los que están acostumbrados a leer en las sucesivas ediciones
del diccionario de la Academia española aquella acepción de vascuence: "Lo que está
tan confuso y oscuro que no se puede entender", o aquéllos que recuerden, p. ej., las
disparatadas razones con que el vizcaíno Sancho de Azpeitia replica a don Quijote
antes de trabarse con él en descomunal batalla, es muy explicable —si no conocen la
lengua vasca— que se hayan formado un concepto bastante pintoresco, pero, desde
luego, completamente equivocado de la misma. A juzgar por la forma en que
Cervantes, que por tan divino modo hizo hablar a don Quijote, hace expresarse al
vizcaíno, pudiera llegar a pensarse que los de esta nación cuando —en su idioma—
quieren comunicar sus conceptos, arrojan al azar las palabras, como el jugador que,
tras agitar los dados en su cubilete, los lanza sobre la mesa en la espera de un golpe
afortunado. Y sin embargo, nada más lejos de la realidad. La construcción vasca nada
tiene que ver con esa supuesta anarquía. Las palabras vascas se conciertan en la frase
con arreglo a normas claras y precisas; sin excepciones, las más de las veces y
excluyendo, al mismo tiempo, toda rigidez.
Como no podemos descender aquí a la exposición de las reglas, daremos como una
condensación de su espíritu traducido en estos dos párrafos de Arana Goiri y Campion.
Dice Arana Goiri: "La sintaxis más característica del euskera establece este orden:
Todo-parte; Sustancia-accídente, Género-especie; Poseedor-poseído; Continente-
contenido; Naturaleza-circunstancia".
En cuanto al léxico genuino y propio del euskera, naturalmente, que es distinto y sin
analogías con el de otros idiomas. Pero no os dejéis intimidar; con unos cientos de
palabras y unas docenas de sufijos contaréis, en seguida, con elementos como para
defenderos airosamente en la lectura y en la conversación. Y aquí viene el hacer
resaltar la facilidad y la fecundidad de nuestro idioma en la creación de nuevas
palabras. Caeríais en el más grande de los errores, si por haberle visto tan antiguo
llegarais a suponer el euskera anquilosado y estéril. Todo lo contrario; él se presta,
naturalmente, a la creación de nuevas voces con una facilidad que no ya los idiomas
modernos, sino ni siquiera el socorrido griego, están muy lejos de alcanzar. El euskera
en manos de literatos, que lo conozcan a fondo y lo amen, ofrece posibilidades
magníficas para plegarse a las nuevas ideas y traducirlas y expresarlas concisa y
diáfanamente. En este aspecto le pueden ser aplicadas aquellas palabras del sabio
Schuchardt, en el congreso de Estudios vascos de Gernika: "Vascos, sois antiguos,
pero no viejos; yo os saludo como se saluda a la aurora". No es este aspecto el menor,
aunque no, ciertamente, el primero, mirando al cual los vascos nos aferramos al
idioma de nuestro pasado milenario, considerándolo como el verbo por excelencia de
nuestro porvenir de plenitud.
Cuenta el euskera con un vasto y completo sistema de prefijos, infijos y sufijos, estos
últimos, sobre todo. Hay sufijos que sirven, exclusivamente, para la formación de
sustantivos. Otros para la de adjetivos. Otros para la de los adverbios. Otros que se
utilizan para el sistema de relaciones gramaticales que, en otros idiomas, se expresa
por medio de preposiciones. La misma conjugación no es sino un vasto y admirable
sistema de afijación.
Muchos de vosotros habéis oído hablar, sin duda, del maravilloso verbo vasco. Su
perfección ha hecho pensar a los espíritus superiores en épocas desconocidas en que
nuestro pueblo habría llegado a alcanzar una civilización maravillosa. Sea de esto lo
que fuere, el hecho es que, por su poder sintético y la riqueza de sus formas, se
impone al espíritu del estu-dioso. En una sola flexión se reúnen los elementos
indicadores de tiempo, modo, sujeto, complemento directo, etc., etc., sin contar con
que esa misma flexión es capaz, a su vez, de recibir sufijos que traducen otras
diversas relaciones. Una es la forma de la conjugación respetuosa, otra la de la
familiar; unas son las flexiones cuando nos dirigimos a un varón y otras cuando
nuestro interlocutor es del sexo femenino. No os asuste, sin embargo, este aparato. La
decadencia de las lenguas se encarrila por la simplificación de las formas. Esa ley ¡alai
se está cumpliendo hace ya tiempo en la nuestra, de modo que podéis tener la
seguridad de entender y ser entendidos sin necesidad de llegar a dominar todo ese
complejo y rico sistema de nuestra conjugación. Aprendidas las flexiones de los dos
auxiliares ser y hacer, se emplean siempre de la misma manera, pudiendo decirse con
el tratadista López Mendizábal que la conjugación es única en sus dos formas transitiva
e intransitiva. Por otra parte, no hay verbos irregulares. ¡Qué lejos estamos en esto, lo
mismo que en las declinaciones, de la complicada maraña de clases, tipos y
excepciones de las gramáticas latina y griega!
¡Signo de libertad! Eso ha sido y es para nosotros el euskera. ¡Qué bien le cuadran a
ella, vascos que me oís, aquellos nobles versos de Mistral: "Langue d'amour, en toi est
la patrie, en toi la liberté...!" ¡Signo de libertad! Con tal carácter la vemos fielmente
reflejada a través de todas las vicisitudes de nuestra historia.
Tenemos que llegar al año 1545 para encontrar el primer libro impreso en lengua
vasca —"Linguae vasconum primitiae"— y con él el grito generoso de Bernardo de
Etxepare: "Euskara, yalgi adi kanpora; euskara, hábil mundu guzira" (Sal, lengua
vasca, ve a ser conocida del mundo entero). Pero este grito entusiasta, que llamaba a
todos los vascos al cultivo de su idioma sin par, apenas si es escuchado. Los vascos
más capaces siguen acudiendo a extrañas lenguas que estiman más aptas para la
expresión de sus conceptos. Era la decadencia nacional que lo arrastraba consigo todo,
empezando por la lengua que es como la evidencia misma de la estirpe. Cierto que
hubo chispazos aislados, como los que brotan de los pechos beneméritos de los
Larramendi, Mendiburu y Cardaberaz, de los Astarloas y Mo-gel, de los Chaos y
Abbadie; pero esto no bastaba. Tuvo que llegar, en el siglo pasado, el golpe
despiadado de la pérdida de nuestras libertades; tuvo que venir la persecución y el
desprecio; tuvieron que llegar aquellas legiones de notarios que no entendían y no
podían dar fe de la voluntad de los testadores; aquellos ejércitos de maestros que
desconocían, en absoluto, el idioma de los niños a quienes venían a instruir; la
proscripción en la escuela, en la que, con el infamante sistema del anillo, se pretendía
ahogar la voz de nuestra sangre, para que ésta, por fin, se despertase de su letargo de
centurias. Se rebelaba la sangre al contemplar estúpidamente perdida aquella libertad
a través de tantos milenios conservada. Y con aquel vigoroso despertar que clamaba
por nuestra libertad conculcada, vino el alumbramiento de las conciencias vascas que
comprendieron que no había salvación posible para el espíritu vasco fuera de las vías
fecundas del verbo de la raza. Y vino el Renacimiento. La labor era enorme. Había que
levantar en cada año de fiebrosa tarea lo que cada siglo de inconsciencia había
destruido en su lenga pero profunda labor de descomposición. Difícil, muy difícil era la
tarea, pero también, por ello mismo, ¡qué seductora para los pechos vascos! Y las
primeras asociaciones fueron surgiendo. Y fueron apareciendo las primeras
publicaciones y revistas que iban haciendo realidad el grito generoso de Etxepare. En
Gipuzkoa la revista "Euskal Erría" va dando calor a una floración de poetas euskéricos
que se llaman Bilinch, Baroja, Arzac, Artola... En Nabarra: Campión... Campión, aquel
joven diputado fuerista a quien un amigo no vasco increpa: "No te oigo hablar más que
de los vascos y de sus fueros y derechos y ni siquiera conoces el vascuence!" Cuatro
años después de haber tenido que devorar en silencio estas palabras, Campión las
devuelve, en magnífica reacción vasca, estampando su nombre en la portada de la
"Gramática de los cuatro dialectos literarios de la Lengua Vasca".
La reacción del Padre Arriandiaga fue algo por el estilo. Nacido en el pequeño
pueblecito euskaldun de Elantxobe, había ingresado, aún niño, en una orden religiosa.
La estancia prolongada durante varios años en conventos de Castilla hicieron que
olvidara su idioma natal. Al cabo de esos años de ausencia, vuelve a su país y su
madre vuelve a verlo. Figuraos las ansias de esa madre que durante tanto tiempo no
había podido ver a su hijo más que con esa doble vista del espíritu que sólo a las
madres les ha sido concedida. El joven religioso siente desgarrarse su corazón al darse
cuenta, de pronto, de que, desconocedor de su idioma natal, no puede entenderse con
su madre que, ignorante de todo otro, multiplica en euskera las frases que son, para el
hijo, como tesoros perdidos de ternuras infinitas. La resolución cuaja en aquel mismo
momento, rápida y firme. Aprende de nuevo su idioma y pronto llega a ser uno de sus
primeros cultivadores.
En Biskaia ha nacido un hombre que consagrará por entero una dilatada vida de
trabajo al resurgimiento del euskera. Funda las revistas "Ibai-zabal" y "Euskalzale",
escribe novelas, cuentos, poesías y piezas dramáticas en vasco: recorre uno por uno
los pueblos euskaldunes y publica su monumental Diccionario vasco-espafto-francés;
la Morfología, Euskalerriaren Ya-kintza. Miles de canciones y refranes, todo un tesoro
euskérico es recogido y preservado del olvido por el celo infatigable de don
Resurrección María de Azkue, director de la Academia de la Lengua Vasca, respetable y
queridísimo amigo mío a quien desde estas tierras envío un emocionado saludo.
Este nuevo espíritu iba dando frutos de salvación. Se crean cátedras de euskera en las
capitales vascas; se abren escuelas en que nuestro idioma ocupa el puesto de honor
que le es debido; y, tras la fundación de la benemérita "Sociedad de Estudios Vascos",
surge "Euskaltzaindi", la Academia de la Lengua Vasca. En la capital de Gipuzkoa abre
sus clases la Academia de Declamación. Nacen periódicos escritos, por vez primera,
totalmente en vasco. Se multiplican las revistas como "Antzerti" que da a luz docenas
y docenas de comedias escritas en vasco, "Euskal Esnales", "Euzkerea", "Gure Herria",
destacando entre todas la "Revista Internacional de los Estudios Vascos", altísimo
exponente de nuestra cultura. La sociedad "Euskaltzaleak", en Guipúzcoa, promueve
concursos literarios y torneos poéticos en los que destacan valores nuevos de la clase
de un "Li-zardi", un "Loramendi", un "Lauaxeta" y tantos otros poetas exquisitos, sin
olvidar a "Orixe" que en su retiro montañés compone el poema épico "Euskaldunak"
(Los vascos) que el advenimiento de la guerra no nos consintió gustar.
Que todo sea perdonado; los vascos podemos perdonarlo todo, hasta que, como decía
el gran escritor Francois Mauriac, se nos haya insultado y calumniado, como a Cristo,
en la misma cruz en que se nos clavó. Los vascos podemos perdonarlo todo. Lo que no
podemos, en manera alguna, es renunciar a nada de nuestro patrimonio nacional.
Convencidos de lo inconmovible de nuestros limpios derechos, marcharemos siempre
aferrados a ellos en procura de esa libertad cuyo alboreo creemos ya ver brillar.
Hacia la libertad varaos. Libertad que a nadie daña y a ninguno debe ofender. Libertad
que es un abrazo más estrecho con todos los pueblos libres del mundo. Libertad que
tanto significa como floración plena de todas nuestras características y en cabeza de
ellas de la lengua de nuestros apellidos. Sobre ella edificaremos nuestra libertad.
Porque para que ésta traduzca fielmente nuestros anhelos de un futuro pleno de
sustancia vasca; para que firmemente nos sustente y oriente en proyección de
eternidad, no podríamos encontrar cimiento más sólido que el que nos brinda esta roca
de nuestro idioma que, a través de un pasado de milenios, ha resistido
Tratar en español del problema del euskera es cosa que hace tiempo dejó de
interesarnos. Porque la experiencia nos dice que ello ha servido casi exclusivamente
para dos cosas: o una desmedida alabanza a nuestro idioma al que se alimentaba de
flores en su lecho de enfermo, o un tejer de lagrimeantes párrafos en torno a la
pérdida del mayor de nuestros tesoros, etc., etc. En resumen, y salvadas siempre las
buenas intenciones, puro sentimiento inoperante y cómoda sustitución del requerido
esfuerzo en lengua propia por la fácil loa o el aún más fácil lamento en la extraña.
Pero si esto es así, si hace tiempo que nos llegó la hora de escribir menos sobre el
euskera y más —todo lo posible— en euskera de lo cual la revista "Euzko Gogoa" nos
da el más alto de los ejemplos—, es obvio que todavía las circunstancias nos imponen
muchas veces el recurrir al castellano para tratar de hacer algo eficaz por nuestra
lengua. Los ponderados trabajos que los cultos compatriotas Jesús de Garriz y Yoseba
de Rezóla han publicado recientemente en estas mismas columnas y con el mismo
título que encabeza estas líneas son prueba de ello, y nos animan a terciar, pues,
como muy bien dice Rezóla, se puede estar o no conforme con el último manifiesto del
VIII Congreso de Estudios Vascos, pero ante un S.O.S. como el que el mismo
representa no se concibe la falta de reacción de los patriotas vascos.
Por nuestra parte, leímos con toda la atención que se merece el manifiesto de Estudios
Vascos y encontramos, en general, inobjetables todas sus declaraciones. Pero, con
toda sinceridad, encontramos también en ellas, —y perdónesenos si la falta de
información nos hiciera aparecer injustos— cierta falta de concreción. No basta con
establecer —muchas veces se ha hecho ya— que es preciso trabajar por el euskera en
la familia y en la escuela, en la calle y en la iglesia, en el teatro, en la radio, en la
prensa, en todas partes, en fin. Lo que tenemos que saber es cómo hemos de trabajar
en cada caso, cuáles son nuestras mejores posibilidades en cada uno, con qué recursos
contamos para ponernos a la obra. En una palabra, situar el problema vivo y palpitante
"hic et mine"; concretar un plan de acción eficaz e inmediato.
Y como se trata de cosa que nos duele en el corazón y sobre la cual tanto y tanto
tendríamos que decir a riesgo de terminar con la paciencia de todos los presuntos
lectores, atrepellamos aquí para concretar en unos pocos párrafos lo que, a nuestro
modo de ver, es más eficaz y factible hacer pro euskera en los momentos actuales. Al
hablar de lo factible, claro es que realísticamente dejamos de lado cartas de triunfo
tales como la escuela primaria, la primera de todas, pero, por ahora,
desgraciadamente inaccesible, y nos limitamos a unos pocos campos de acción en que
creemos se puede operar intensamente. Estos campos serían el libro, el periódico y el
teatro.
a.- EL LIBRO- Una de las mejores iniciativas en marcha es para nosotros la que encara
la integración de una lista de 500 suscriptores con lo que quedaría asegurada la
edición frecuente de libros de los que tenemos tan urgente necesidad. En ellos se
manifestarían nuestros mejores escritores —en ninguna época hemos contado con
tantos y tan buenos— animados a la producción por la seguridad de la salida de sus
obras. Y así llega-riamos cuanto antes a lo que tanto necesitamos, a la unificación del
euske-ra literario, para que, definitivamente, sea el instrumento de cultura nacional
que debe ser. Estimamos, pues, que es piedra fundamental de la reconstrucción
esukérica el encontrar estos 500 suscríptores.
En esto del periódico es donde quisiéramos recoger las inquietudes que nos llegan a
través de amables comunicaciones de Manuel de Irujo, que nos trasmite copia de una
carta de denso contenido que sobre literatura infantil euskérica suscribe Gonzalo
Nardiz. Como muy bien dice éste, disponemos de un instrumento poderoso para la
restauración del euskera si sabemos aprovechar la colosal voracidad infantil por las
revistas que sema-nalmente se ofrecen hoy en día a la insaciable curiosidad de los
niños del mundo entero. Esta revista, que nos parece fácil de editar, daría a unos
cuantos miles de niños vascos "un lenguaje euskérico al día" y los convertiría de
fervorosos lectores en "auténticos laboradores del futuro euskera".
c.- EL TEATRO.- Este es otro de los campos de actuación euskérica en que creemos
que actualmente más se debe insistir, porque los ensayos han demostrado que los
euskaldunes son muy aficionados, sobre todo al aire libre en plazas y frontones y que
ahora, mediante el micrófono alcanza posibilidades de que antes carecía. Contamos en
este plano con valores como Larzabal y otros, y no faltan elementos para la integración
de los cuadros dramáticos necesarios. Y goza el teatro de la ventaja de que la audición
y la lectura se complementan, pues no hay duda de que aquélla lleva a ésta que, a su
vez, es estimulada por la primera.
d.- DIRECCIÓN.- Creemos que reducida nuestra acción, hoy por hoy, al libro, el
periódico y el teatro, mucho se puede hacer por la vitalización de nuestro idioma a
través de estos tres medios —selección, niños, pueblo— con una condición: la de
encauzar todo lo posible las energías y unificar cuanto se pueda las dispersas
iniciativas. De nada nos va a servir esa magnífica idea de los 500 suscriptores de libros
si, como ya tenemos noticia, se trabaja con ella en dos lugares y direcciones
distintas... ninguna de las cuales llegará a la meta, porque si es posible que unidos
lleguemos a los 500, es más que dudoso que de la competencia salgan 1.000. En lugar
de las 30 revistas en la inmensa mayoría de las cuales la vida del euskera es anémica,
nos conformaríamos con media docena plenas de savia y que respondan a una
estimulante realidad. En una palabra, creemos que lo primero que se impone para una
eficaz labor pro-euskera es la concreción de esfuerzos que se realizan o puedan
realizarse en Euzkadi y en el exterior, mediante una Organización, una Dirección, un
Secretariado o como quiera llamársele, integrado por algunas personas de probada
responsabilidad que, penetradas de la capitalísima importancia del problema, se
dispongan a consagrarle lo mejor de su tiempo y energías.
Es preciso que estas personas cuenten con algunos pocos colaboradores capaces y lo
suficientemente retribuidos como para que no les distraiga de su trabajo ninguna otra
preocupación; es preciso para ello que ese Comité rector disponga de fondos —he aquí
el problema de los problemas— y que actúe a un ritmo que no decaiga, instigando y
vigilando el cumplimiento de los objetivos fijados; impulsando las iniciativas
particulares con cuya fecundidad hay que contar siempre, coordinándolas, y sumando,
en fin, su acción a las de cualquier otro organismo que, en cualquier plano, trabaje por
nuestro idioma. Y creando sin cesar, conciencia colectiva alrededor del problema.
Sabemos que estamos pidiendo algo muy difícil, algo que muchos reputarán imposible.
Pero, a grandes males, grandes remedios. Sinceramente creemos que mientras no
lleguemos a constituir una Organización así; económicamente fuerte, técnicamente
capaz y de actuación continua hacia metas definidas, salvo que la vuelta a nuestra
autodeterminación se produzca muy en breve, nada podrá impedir que el euskera siga,
a ritmo acelerado, su triste marcha descendente de estos años, pese al ejemplar
heroismo de unos cuantos luchadores y para eterna vergüenza de los vascos, sobre
todo de los pudientes que en su mano tuvieron la salvación del verbo de la raza.
LITERATURA VASCA
En el siglo XVI cuando la corriente literaria se inicia. Corriente cuyo caudal nunca es
muy abundoso y cuyo sonido peca, sin duda, de monótono, pero que es, de todos
modos, más digno de estudio de lo que por parte de los mismos vascos ha sido hasta
hace poco en que no sólo se ha comenzado a concederle la estima que merece, sino a
engrosar ese caudal con aportaciones que de día en día aumentan en riqueza y
calidad.
El tercer hecho es la Contrarreforma, que inspira otro género de literatura; son los
catecismos que, siguiendo las prescripciones del Concilio de Trento, van apareciendo
en las imprentas vascas desde Bilbao a Bayona. Así el de Sancho Elio (1561), el de
Betolaza (1596), etc., etc.
La segunda gran figura del siglo XVII es Arnaldo de Ohienart que en 1657 dio a la
estampa "Atsotitzak", hermosa colección de refranes muy rica en formas verbales
sintéticas, colección que viene a aumentar nuestro caudal paremiológico al cual habían
ya contribuido Garibay (1592), Ja edición anónima de Amberes (1596) verdadero
tesoro de léxico, la de Voltaire (1620), la de Isasti (1625) y otras como la Salguiz,
etc., etc. Pero donde resplandece el genio de Ohienart es en sus "NeurtHzak",
colección de poesías en las que se muestra como maestro difícilmente superado por
nadie en el género ligero.
El siglo XVIII se nos ofrece con tres grandes figuras: Larramendi, el impulsor;
Kardaberaz, el difusor; Mendiburu, el artista. Larramendi es autor de la primera
gramática, El imposible vencido o arte de la lengua vasca, (1729) y el primer
diccionario. Diccionario Trilingüe (1745). Kardaberaz es el gran difusor con sus
manuales de piedad de que inunda a toda Guipúzcoa; lástima que en él la corrección
no esté a la altura de la fecundidad. Pero el verdadero artista, el literato de esta
benemérita triada de jesuítas guipuzcoanos es el Padre Sebastián de Mendiburu,
llamado el Cicerón vasco por su elocuencia y que en sus tratados, p.ej. "Jesus'en
amore nekei dagoz-ten zenbait otoitz-gai" (Pamplona, 1759), por la fluidez y la pureza
de su léxico, juntamente con la riqueza de sus formas verbales, se coloca muy cerca
de Axular en el puesto de honor de las letras vascas. Otros escritores se dan en esta
época entre los cuales no dejaremos de citar a Juan Bautista de Aguirre, el de Asteasu,
cuyo Emkusaidiak puede citarse como una de las hermosas obras escritas en lengua
vasca.
Por el segundo tercio del siglo, a la terminación de la primera guerra carlista, se crea
un ambiente sentimental que da origen a un florecimiento poético en el que descuellan
Echegaray, Egaña, Artola, Otaegui, Serafín Baroja, Iparraguirre y Vilinch. Por esta
misma época en el norte del Bida-soa se instituyen Juegos Florales y surgen poetas
como Mendibil, Diba-rrart, Larralde y otros entre los que descuella Elizanburu. Y al
tiempo que esto sucede en Laburdi, en las montañas de Zuberoa el formidable
Etchaun, que ha sido llamado el Villon vasco, va convirtiendo en ardiente flor de poesía
su vida desgarrada.
En el último tercio del siglo XIX, a la terminación de la segunda guerra carlista, otro
movimiento vasquista se manifiesta con más ímpetu y consecuencias que el anterior.
Ya no es sólo cosa sentimental que, desde luego, vuelve a manifestarse en la obra de
José Manterola, impulsor de Juegos Florales y editor del Cancionero de su nombre; hay
que citar la labor de gran interés realizada por la revista "Euskal Erna" que agrupa a
poetas y prosistas; hay que destacar que del dominio casi exclusivo hasta entonces de
la poesía épica y lírica, se pasa al cultivo de la dramática, de la que en nuestra lengua
apenas se había hecho nada fuera de las "Pastorales" que desde el siglo XVI venían
representándose, casi con exclusividad, en la región de Zuberoa, y en la que a los
saínetes de Marcelino Soroa sigue la fecunda producción de Toribio Alzaga, formándose
así una escuela de dramaturgos entre los que corresponde citar a Barrióla, Inzagaray,
etc. Y, sobre todo, hay que saludar la aparición, en los últimos años del siglo XIX, de
Sabino Arana, el hombre a quien más debe el renacimiento del euskera, notable
filólogo y poeta, pero, sobre todo, el que al atacar con inmortal aliento la empresa del
Renacimiento vasco, dio al estudio de nuestras letras un sentido trascendental del que
hasta entonces había carecido. Coetáneo de él, aunque trabajando en otra dirección,
aparece el gran obrero de la euskeralogía don Resurrección María de Azkue con sus
numerosos y fundamentales trabajos científicos y literarios. Con ellos el gran Campíón
y otros ilustres cultores de nuestra lengua que en el año 1918 ve la fundación de su
Academia o "Euskaltzaindi".
La rebelión militar del año 36 vino a ahogar ese florecimiento y hemos debido pasar
negros lustros en los que parecía que la suerte del euskera y de sus letras estaba
sellada para siempre. Pero ha venido la reacción, poco a poco al principio y de modo
esporádico; cada vez más fuerte luego y en forma más organizada. Si algunos poetas
de la generación del 36 como Bedofla, Lauaxeta y Lizardi —el más grande de todos—
han desaparecido, ahí tenemos a Orixe que, con su hermosísimo poema
"Euskaldunak", se ha alzado con el cetro de nuestra épica. Numerosas poesías sueltas
ha publicado estos años marcando nuevos rumbos, especialmente en la métrica. Y
junto a su magistral traducción del Misal, nos acaba de dar una versión de las
Confesiones de San Agustín, que es una nueva contribución de oro que hace al idioma
nacional vasco. No podemos dejar de citar en este rápido bosquejo a Telesforo
Monzón-Olaso, el finísimo vate de "Urrun-dik", y Salvador Mitxelena, el autor de
"Arantzazu", hermoso poema religioso de honda raíz popular. Y que no quede sin
mención la hermosa antología Milla euskal olerki eder, en que el P. Onaindia nos ofrece
las flores de cinco siglos de poesía vasca.
Los escritores euskéricos aparecen cada vez más perfectos y abundantes. Nunca se ha
escrito tanto sobre tal variedad de temas y con tal corrección. Se siente el idioma que
cada día se va haciendo más dúctü en las plumas de sus cultores que se agrupan hoy,
en su inmensa mayoría, en las columnas de las dos grandes revistas "Eusko Gogoa" y
"Egan": la primera con más preocupación por los problemas de alta cultura; la
segunda, sin desdeñar dichos temas, se propone empresas de orden más práctico. Es
mucho el bien que ambas están haciendo y la trascendencia de su esfuerzo ha de
verse antes de mucho. Que Dios bendiga a las dos y a otras que como "Ze-ruko Argia",
"Arantzazu", etc., cumplen una labor muy encomiable.
Así tendrá que ser para corregir esa desviación de siglos en los que abandonando el
cultivo de los campos patrios, nuestros hombres más dotados acudieron a fecundar
extrañas lenguas con la energía de sus potencias creadoras y la gracia de su estilo. No
hablemos de Quintíliano y Prudencio, pero ¿quién de nosotros no ha lamentado el que
la obra de un Gonzalo de Berceo no haya sido plasmada en el idioma que todavía se
hablaba en el pueblo donde vio la luz el primer poeta de nombre conocido en lengua
castellana? Algo parecido podíamos decir del canciller Ayala del que arranca aquella
curiosa dinastía de sobrinos constituida por Pérez de Guzmán, el Marqués de
Santillana, Gómez Manrique y Jorge Manrique, aunque, desde luego, ninguno de ellos
fuese euskaldun. Vasco de estirpe fue también Fray Antonio de Guevara, el heraldo dei
barroquismo literario, e igualmente Alonso de Ercilla, el más excelente de los épicos en
lengua castellana. Vascos y escritores contemporáneos de él, los eximios místicos
Malón de Chaide, Diego de Estella y Alonso de Orozco. Igualmente el famoso Juan de
Huarte, autor del Examen de Ingenios, y de estirpe vasca tenemos en el siglo XVII a
Sor María de Agreda y Arana y a la "décima musa" Sor Juana Inés de la Cruz. Y en el
XVIII brillan los dos máximos fabulistas en lengua castellana Samaniego e Iriarte. De
nuestra estirpe proceden Espronceda y Larra, Echegaray y Caldos. Y pasando por el
poeta TVueba y el grupo de románticos vascos constituidos por Navarro Villosla-da,
Araquistain, Goizueta, Vicente Arana, llegamos a Campión, Iturralde, Olóriz,
Iturribarria, Arzadun, Maeztu, Salaverría, Bueno, Bengoechea, Grandmontagne, etc.,
hasta terminar con las dos grandes figuras de Miguel de Unamuno y Pío Baroja.
Ellos y otros del norte del Bidasoa como Duvergier de Hauranne, Garat, Chaho, Lande,
etc., hablan bien de la contribución que nuestros compatriotas han sabido prestar a la
gloria de extrañas lenguas. Reconozcamos que mucho de ello era inevitable y
pongamos todo nuestro esfuerzo para que no tenga por qué volver a suceder. Y el
camino no es otro que el del patriotismo que, sin desestimar nada de lo foráneo, nos
haga comprender que en nuestro propio verbo, tan apto como el que más para la
expresión de todos los matices del pensamiento, tenemos los vascos el vehículo
cultural que más nos cuadra y el único que nuestro pleno desarrollo nacional reclama.
EUSKERA Y PATRIA
Y sin embargo, ese día ha llegado. Días que parecen de plenitud en e! resurgimiento
de nuestra vieja patria muestran en desolador contraste a nuestro verbo, en constante
declinación que, si pronto no es contenida, significará su muerte y la ruina inevitable
de nuestra nacionalidad. Porque, es triste decirlo, pero estamos en la época de la
exaltación de lo "vasco" y del olvido de lo euskaldun". Y no hay razones con que esto
pueda abonarse, porque no las hay para justificar el suicidio. La culpa es nuestra, de
cada uno de nosotros que, agotándonos quizá con todo empeño en lo secundario,
estamos dejando que lo sustancial se nos vaya de entre las manos en irremediable
pérdida. Y no hablemos de situaciones de violencia y de la acción de agentes externos
y enemigos, lodo eso no tiene sino un relativo valor porque muy bien ha podido
escribir Karl Vossler que: "Una palabra, una forma lingüística, una lengua fenecen sólo
porque el interés espiritual del hablante se aparta de ellas, no porque otras palabras
hermanas u otras lenguas enemigas las derriban en tierra, ni porque las aprieten en un
rincón del mapa lingüístico, ni porque las hundan en el tufo de la catagíose o las
levanten a la zona glacial de la anaglose".
Estampamos las anteriores mal hilvanadas reflexiones a la vista de una carta que en la
sección "Asteko Berriak" de Euzko Deya último aparece. No que la carta en sí sea una
fuente de amargura; todo lo contrario; esta carta, que el señor Mix, polaco residente
en Nueva York escribe a núestro meritísimo amigo López Mendizábal en correcto y
hasta jugoso euske-ra aprendido en muy breve espacio de tiempo, sólo alegría puede
causarnos y sólo felicitaciones para este nuevo euskaldun del que, por lo que puede
verse, nuestro idioma tiene derecho a esperar mucho. Pero es el contraste que
inevitablemente se presenta a nuestro espíritu el que hace que éste se llene de
amargura. Porque el señor Mix da la razón de su interés por el vasco y del esfuerzo
que ha hecho para poseerlo: una de sus abuelas era vasca. Y nosotros inevitablemente
tenemos que pensar en los miles y miles de vascos que portan con orgullo sus
apellidos sonoros y proclaman dondequiera a su patria y pareciera que no se hubieran
parado nunca un momento a considerarlo.
LENGUA V NACIONALIDAD
Claro que se ha provisto de un autorizado mentor que es vasco y se llama nada menos
que Miguel de Unamuno. Pero el articulista debe saber que don Miguel, por tantos
títulos ilustre, en ningún modo lo es por su obra lingüística o filológica. Y lo que hace
más concretamente al caso, que en cuanto a conocedor del idioma vasco, nunca pasó
de mediocre, No habiendo aprendido de niño, es cierto que de mozo dedicó un tiempo
a su estudio. Pero ni llegó nunca a hablarlo bien, ni en la escritura pasaron sus obras
de tal cual poesía de buena voluntad. Con este bagaje se lanzó a opositar la cátedra de
idioma vasco creada por la Diputación de Vizcaya, y en esa competición fue netamente
superado. Al poco se extrañó a tierras de Castilla y apenas si se dedicó ya más al
cultivo de la lengua de sus treinta y dos apellidos, como él decía. Ocurría esto pocos
años antes de que escribiera ese trabajo en que se ampara el articulista para sostener
su tesis que concreta en varias afirmaciones que pasamos a examinar.
Dejando, por un momento, las muletas, se lanza el articulista por su cuenta a formular
esta pregunta: "¿Quién habla hoy vascuence en el país vasco?" Pues mire, señor, lo
habla más gente que en tiempo de Unamuno. Y no porque sus fronteras no hayan
retrocedido ante la inhumana persecución de las dictaduras de Primo de Rivera y
Franco que llegó incluso a arrancar las inscripciones vascas de las lápidas funerarias,
—dictaduras de las cuales, por cierto, el articulista se muestra, en este punto al
menos, como un entusiasta colaborador—, sino porque el aumento de la población así
lo establece. Y en cuanto a eso de que "esa lengua todavía se conserva a duras penas
en algunas apartadas aldeas del país", hemos de enterarle de que aún son cientos los
pueblos en que el euskera vive como idioma único o casi. Y sí desea ejemplos
concretos, ahí tenemos a Eibar, progresiva población de donde salen toda clase de
productos industriales, desde armas, hasta bicicletas y máquinas de coser, y cuyos
treinta mil habitantes no tienen otro vehículo de expresión que el vasco. Y la más
cosmopolita de nuestras ciudades, San Sebastián, donde a pesar de los millares de
extraños caídos allá en estos lustros, se puede oír hablar el vasco por todas partes.