Philosophical Theories">
La Educación Como Búsqueda. Filosofía y Pedagogía PDF
La Educación Como Búsqueda. Filosofía y Pedagogía PDF
La Educación Como Búsqueda. Filosofía y Pedagogía PDF
Filosofía y Pedagogía
3
Filosofía y Pedagogía
4
INTRODUCCIÓN
CAPITULO 6.-El liberador encuentro con el otro. Pedagogía del oprimido de Paulo
Freire
5
6
En este libro se encuentra reflejado parte del trabajo de algunos años en los que he
mantenido una vinculación con la educación en el ámbito formal, como profesor
universitario con docencia en la facultad de Ciencias de la Educación de la
Universidad de Granada. Siempre he considerado el trabajo docente en la universidad
como parte de ese acto intrínsecamente humano y humanizante en que consiste
educar. A lo largo de varios años, pues, y a partir de la docencia, he combinado
lecturas, trabajos de investigación y una continua reflexión sobre la pedagogía, en una
completa simbiosis de teoría y praxis. De hecho, los muchos alumnos de cuya
enseñanza y evaluación he sido responsable, con sus inquietudes, dudas e intereses,
han ido marcándome el desarrollo teórico y ampliando, también, mis inquietudes
intelectuales. A partir de las clases, he debido estudiar, con placer, algunos aspectos
de la pedagogía y de la filosofía de la educación, relacionados con la vida cotidiana
en las aulas donde he ejercido. Y, desde esta praxis, he ido pensando y perfilando una
concepción del objetivo básico deseable para toda persona bien educada.
Precisar qué entendemos por «persona bien educada» no es fácil. Antes bien,
describir con exactitud qué pretendemos hacer cuando educamos es muy difícil, pues
se confunden a veces los deseos con las realidades, el currículum oficial y consciente
con el currículum oculto, como señalara Iván Illich. Además, las palabras preña das
de significados que aluden a hechos diversos y complejos, como ocurre con el
término «educar» o «educación» (palabras como también «amor», «libertad»,
«verdad», «arte», etc.), tienen el peligro de causar una dispersión del discurso, que
tiende a abstraerse y a generalizar en exceso.
7
enseguida, retornar a las profundidades de la vida real.
Es bueno recordar, aun con la extrema brevedad de estas líneas introductorias, las
presentes consideraciones, en un tiempo en que la filosofía de la educación, en el
discurso general de la pedagogía, parece requerir una continua justificación ante los
numerosos cambios en los planes de estudio de la enseñanza en todos los niveles. Se
oyen acusaciones según las cuales los filósofos y teóricos de la educación «andarían
por las nubes». Pero creo que es precisamente en tiempos de cambios y adecuación
de los planes de estudio a la realidad (¿qué realidad?) cuando resulta imprescindible,
más que nunca, este momento de la reflexión teórica sobre lo que se pretende y los
modelos perseguidos, para mejorar la práctica docente esclareciendo adónde vamos o
adónde queremos ir. Como es bien conocido, uno mismo es preso de sus propios
prejuicios, tal vez de manera inevitable; pero si ni siquiera se molesta en intentar salir
de ellos y verlos con algún distanciamiento crítico, oteando el hori zonte, aunque sea
por unos segundos, el barco acaba perdiéndose en la inmensidad del mar y termina
arrastrado por la corriente. Y ésta es, sencillamente, la utilidad de la filosofía para los
pedagogos y futuros pedagogos que estudian hoy en las universidades.
Está claro, y ya lo he indicado, que mis alumnos han sido para mí maestros. Entre
otras cosas, me han enseñado este valor y utilidad de la filosofía, en tiempo de
cambios que ocultan la realidad de un atemporal pensamiento único. De esto tratan,
de manera general, los ensayos que constituyen el presente libro. En conjunto, irán
retratando algo que he preferido no definir expresa y explícitamente. En realidad,
todo el libro es la definición de ese algo problemático. Hablo, por supuesto, de la
educación como acontecimiento humano. La educación de generaciones jóvenes,
pero también de todos con todos. La educación que reproduce, pero también la
educación que transforma. El paradigma de la filosofía liberadora de Paulo Freire
tendrá un justo lugar central en mis reflexiones, como lo tiene ya en la historia pasada
y presente de la pedagogía del siglo xx y comienzos del xxi.
8
considerados a menudo a lo largo del pasado siglo. Y entre las numerosas
perspectivas y autores de este reciente y turbulento siglo que podrían indicarse, deseo
también destacar, por su influencia en Freire e importancia para entender los procesos
educativos, la denominada expresamente «filosofía dialógica», uno de cuyos
principales exponentes es el pensador judío Martin Buber. Ya el significativo título
de su libro más conocido Yo y tú aborda esta naturaleza tran sitiva en el hombre, que
necesita de la relación «humanizante» con un tú, contrapuesta a la cosificación de una
relación entre «ellos».
Para Buber, la relación con el otro antecede a todo conocimiento; es algo a lo que
se tiende como seres humanos, y en lo que nos apoyamos para desarrollarnos y
crearnos. También para Lévinas, en la base del fenómeno humano y, previamente a
toda elaboración metafísica, lingüística o cultural posterior, existe una ética entendida
como relación a-lógica con el otro que nos constituye. Esta relación ética básica
subyace a todo lenguaje, o sea, se da en un nivel preliminar, y está implícita después
en toda actividad humana. Lejos del solipsismo al que remiten otras filosofías, aquí el
diálogo, entendido como relación (no necesariamente lingüística) con el otro, resulta
fundamental e imprescindible. Se resalta que no existe desarrollo personal como
extensión de un hipotético yo solitario y omnisciente, sino que, por debajo de ese
mismo yo, está la relación establecida previa y arracionalmente con el otro.
9
Pero ya que he asumido, de hecho, ir presentando la temática específica de los
distintos ensayos o capítulos, voy a procurar en las líneas que siguen abordar esta
tarea, aunque brevemente. Comienza el libro con un capítulo que coloca el punto de
vista en lo particular de la vida concreta, en un enfoque existencial que, desde el
ateísmo y la ausencia de sentido y fundamentos, destaca el aspecto trágico y doloroso
de la existencia. Si queremos seguir creyendo en la humanidad, huérfana tras la
nietzscheana muerte de Dios, debemos encontrar una manera de justificar la
esperanza y la educación desde el presupuesto de esta orfandad esencial. Educar
supone necesariamente tener esperanza, como expresa Fernando Savater en El valor
de educar, desear un bien para la humanidad presente y futura. Este bien implica un
posicionamiento ético, una apuesta por los valores que expresan y realizan la humana
vinculación con el otro. La humanidad, a fin de cuentas, es ese otro que somos y que
no somos al mismo tiempo. Para desarrollar este vínculo, más allá del egoísmo
hobbesiano y del individualismo liberal, tenemos que apostar por una ética dialógica,
en efecto, pero ya sin seguridades metafísicas ni teológicas. Como afirma la profesora
Remedios Ávila, concluyó la era de los grandes sistemas metafísicos (que no implica
ni mucho menos el fin de la metafísica)'.
De hecho, suelo incluir en las clases de filosofía que imparto para futuros
educadores el pensamiento de Albert Camus. Sus reflexiones nos conducen a un
planteamiento en la clase de cuestiones ineludibles, aunque imposibles a estas alturas
de responder de manera absoluta con sistemas metafísicos a la vieja usanza, como
señalara Kant al resaltar las limitaciones de la razón pura desde su criticismo. Me
interesa subrayar del pensador franco-argelino, sobre todo, el notable intento de
fundamentar una ética capaz de llegar al sacrificio y al riesgo, que, sin embargo, es
lúcidamente consciente de la pérdida de los fundamentos para establecer una moral
tras la muerte de Dios. Camus reconoce el sinsentido básico de la existencia humana
y, sin engañarse, el triunfo del mal sobre el bien... Las ratas siempre acechan bajo la
10
luz del Mediterráneo, y la epidemia de peste puede retornar en cualquier momento.
Por eso, su intento tiene un evidente carácter heroico y trágico, pues se sabe abocado
a un fracaso inevitable. Pero casi como un malabarista echa mano de la compasión y
hace una especie de apuesta absurda por el bien, con lo que justifica la fraternidad
casi a contracorriente de la realidad. O sea, pone de manifiesto, sin tapujos, el
sufrimiento y la frustración continua que acarrea existir, aunque se revuelve contra él
en un acto de insolente rebelión. Es como si se debatiera a duras penas contra la
evidencia de que los verdugos parecen triunfar sobre las víctimas y de que, en
general, el mal prevalece.
11
libre).
Si bien los estoicos no fueron tan combativos como los extravagantes cínicos
(Diógenes, etc.), sí propugnaban, a su manera, una mejora social, ejerciendo una
contundente crítica a la forma de vida convencional. Quisiera recordar una frecuente
metáfora muy usada por todos los estoicos. Aquella en la que la vida embargada por
el dinero, el poder y la ambición constituye, en realidad, una vida inmadura, de
manera que lo que tanto quita el sueño a los adultos es similar a los juegos de niños
que pasan el tiempo con simulacros, tomándoselos en serio. Los juguetes de los niños
producen la risa de quien los contempla, como algo infantil, pasajero, falso, que en
realidad carece de importancia. Se diría que son como una trampa.
12
Fundamentalmente, los estoicos fueron pedagogos. De hecho, quisiera destacar el
notable programa educativo que constituyen las Cartas a Lucilio de Séneca. Esta
abundante colección de epístolas o cartas, que Séneca dedica a un amigo que persigue
la sabiduría (o sea, que busca hacer efectiva la «buena vida») y escritas por el
cordobés al final de su vida, suponen un inteligentísimo y lleno de sensibilidad (sí, he
dicho «sensibilidad») programa que va introduciendo progresiva y sutilmente al
discípulo en el ideal de la buena vida, capaz de afrontar el dolor. Y esto nos interesa
especialmente a quienes, siglos después, nos hallamos preocupados por la educación.
Séneca educa a Lucilio citando y apoyándose en los que se suponía que eran
«enemigos» de los estoicos, los epicúreos. Aprovecha toda la tradición antigua, que
transmite dosificadamente, en el momento oportuno, y al hilo de las preguntas,
inquietudes y avatares de la vida de su discípulo. Por tanto, es un proyecto educativo
paciente, largo y que tiene como principal instrumento la atenta escucha por parte del
maestro Séneca. Cuando puede, éste abandona los oropeles y seriedades que
obstaculizan, antes que educan, y recurre a la ironía, los ejemplos bien escogidos, el
lenguaje directo que se va complicando en una suerte de espiral que eleva a su
discípulo. Séneca no muestra interés por producir en éste veneración, y, sobre todo,
manifiesta una sincera preocupación por su aprendizaje y «felicidad» (entendida
como dominio de sí mismo, o superación del sufrimiento). Recurre, por supuesto, a
los afectos, e incluye siempre lo corporal en su antropología básica. A veces
argumenta, otras persuade, y parece que como educador lo que hace es infundir o
contagiar el fuego de la sabiduría. Es, podría decirse en efecto, transmisor de un
cierto fuego.
En las cartas hay mucha, mucha humanidad. Séneca, como es evidente, parece
contradecir numerosos prejuicios acerca del estoicismo, por lo que hay quien se
cuestiona su lugar entre dichos filósofos, algunos de los cua les fueron muy
intelectualistas. Porque Séneca parece comprender hondamente al ser humano, y sabe
salirse de los moldes de la teoría cuando hay que hacerlo, con amplitud de mente y de
miras. Creo que esto lo llevó a una forma de vida que aunque algunos, con sarcasmo
fácil, acusaron de incoherente, no lo fue, sino más bien al contrario. Fue un sabio y un
maestro que todavía hoy nos enseña una pedagogía útil, inteligente y efectiva.
Pero, desde luego, no puede ocultarse que sigue existiendo el sufrimiento, y, aun
más, un amplio remanente del mismo a lo largo de toda la historia, una macabra
herencia de injusticias que no puede ni debe negarse y que nos desafía e interpela.
13
Los imperios, en este sentido, son el reverso de este dolor acumulado, que nos
impulsa a considerarlo en el tercer capítulo. En el mismo, paso a abordar la
«peligrosa» problemática de la memoria y el sufrimiento de las generaciones pasadas,
un sufrimiento que subyace al presente, y que porta, como un eco, las esperanzas
olvidadas de quienes vieron frustrados sus anhelos de justicia. Aquí resulta ineludible
acudir a la filosofía de la historia de Walter Benjamin y relacionarla con una
educación que tuviera en cuenta estas resonancias de una justicia frustrada, esa
herencia, en su mayor parte, de sangre y horror que cimenta nuestros privilegios. Se
trata de realizar una educación responsable ante el pasado, que recuperase y
actualizase dicha herencia, para, al mismo tiempo, tornar la mirada hacia un futuro
esperanzador que resulta recuperado por dicha actualización. Abordo, paralelamente,
la problemática de una educación utópica, crítica y emancipadora. Se trata de una
labor responsable, que responde al sufrimiento de las generaciones que nos
precedieron y que tiene en cuenta a las generaciones que continuarán en el futuro.
Como dijo Adorno, resulta imposible soslayar este deber y educar como si Auschwitz
no hubiera ocurrido. De todo esto nos ocuparemos en nuestro esfuerzo por
caracterizar una educación que aporte un sentido a las personas que vienen, que
verdaderamente transforme y, sobre todo, evite que se cometan los mismos errores.
Trato aquí, pues, la educación como actividad esencialmente crítica y utópica,
«preparando» respuestas pedagógicas como la representada por Paulo Freire.
14
desprestigiado asunto de los fines ocultos, como él decía, de todo proceso educativo
formal. Nos enfrenta, pues, a ciertas verdades incómodas.
15
entendemos por tolerancia, cuando hablamos de ello, en un mundo cada vez más
globalizado en el que amenazan los fundamentalismos de todos los colores, la
solapada supresión de los derechos básicos y el atrincheramiento en posturas cada vez
más intransigentes. Puede leerse en cualquier momento, y espero que sea útil en los
foros educativos en los que se aborde el tema.
Por último, deseo recalcar que numerosas preguntas quedarán en el aire tras la
lectura del libro. La obra que el lector tiene delante es, realmente, una excusa para
repensar la educación. Todo educador, consciente o inconscientemente, debe tomar
partido. Mi mayor objetivo es ayudar a ello, con la aportación de mi trabajo. He
intentado integrar y relacionar algunas visiones filosóficas y pedagógicas, cada una
de las cuales, desde luego, requeriría un nuevo libro por separado, y no simples
capítulos. Y si tras la lectura del libro, además, se despiertan inquietudes para
impulsar la consulta de las fuentes y autores citados, puedo darme por muy
satisfecho.
16
Educar desde el absurdo. La educación como perseverante tarea ética
1. INTRODUCCIÓN
Para no ceder a esta asfixia causada por el dolor de la mera existencia desnuda,
eliminamos de ésta todo fundamento o sentido trascendente, como ocurre en el
sistema filosófico de Schopenhauer, voy a seguir la trayectoria intelectual de alguien
que desde el más hondo desamparo, pero con la lectura de Nietzsche como
salvavidas, desembocó en una extraña afirmación a contrapelo de la vida, y, yendo
aún más lejos, elaboró una suerte de ética absurda. Me refiero, desde luego, al escritor
y pensador de posguerra Albert Camus, controvertido y singular intelectual, cuya
obra se dio en una convulsa etapa del siglo xx. Basándome en su pensamiento,
elaboraré un esbozo de lo que podría denominarse «educación a contrapelo», que no
es sino una propuesta de educación para mejorar sociedades e individuos, en el
sentido de procurarles los medios para su felicidad; una educación que entenderé en
el marco de una solidaridad sin esperanza, pues no abandonaré en ningún momento,
como hizo el autor franco-argelino, la total carencia de apoyos firmes de tipo
religioso o metafísico que sirvan para orientar la acción y dar sentido a un proyecto
utópico. El recorrido, llegado al último parágrafo de este capítulo, irá desde el
17
desconsuelo y la desesperanza nihilista hasta el vitalismo egoísta y, finalmente, a la
educación como apuesta ética por el hombre, siempre a ciegas y en permanente
rebelión contra un mal que parece vencer todas las batallas y tener la última palabra.
18
acordado nosotros, los que las sufrimos. Frente al cosmos de explicaciones y sistemas
que, como un sueño, habíamos parido, nos vemos obligados a aceptar en estos casos
una realidad distinta de la que nos habíamos figurado, en la que ya no sabemos
orientarnos y por la que vagamos sin rumbo. Por eso, hay cierta lucidez en estas
situaciones.
2. EL PESIMISMO LÚCIDO
19
satisfecho. Pero la satisfacción verdadera no existe, puesto que es el punto de partida
de un nuevo deseo, también dificultado y origen de nuevos dolores. Jamás hay
descanso final; por tanto, jamás hay límites ni términos para el dolor»'.
La ilusión supina del ser humano, individuo y especie, sería la de creer que sus
deseos de dominio y conocimiento serán satisfechos, que alguna vez obtendría las
anheladas respuestas. En este sentido, el Camus de El mito de Sísifo aconseja
abandonar las falsas esperanzas. Ciertos escritores contemporáneos, como Kafka,
describen este mundo sin esperanza. También para Sartre en La náusea toda finalidad
y justificación más allá de lo meramente actual y fáctico carecen de razón. Pero,
entonces, ¿dónde apoyarnos para caminar en el mundo hostil? Y me refiero, entre
otras cosas, a los derechos humanos. ¿Qué posibilidad de elaborar una ética nos
resta? Esta idea la formula varias veces Camus: «Bajo la mortal iluminación de este
destino aparece la inutilidad. Ninguna moral ni ningún esfuerzo son justificables a
priori ante las sangrientas matemáticas que ordenan nuestra condición»11. Gran parte
de la filosofía contemporánea conoce la evidencia de este absurdo, esta vacuidad del
mundo e impotencia del hombre que lo habita12. En el segundo capítulo, trataremos
esta idea desde una perspectiva distinta: la filosofía estoica. En ese momento,
procuraré relacionar esta actitud impotente, resignada, con una ética y praxis
transformadora, aun cuando soy consciente de la dificultad y objeciones que se
pueden plantear a ello. El existencialismo sí intenta también, y de nuevo me centro en
Camus especialmente, una acción política y una ética desde un cierto heroísmo
trágico que sí creo que puede transformar el mundo. Intentaré exponerlo en el último
20
apartado de este capítulo y, como he dicho, en el Capítulo 2 retornaré a esto desde la
perspectiva de la filosofía estoica. Aunque, como es evidente, a veces la conexión
entre perspectivas que tienen puntos de partida y contextos tan distintos es
complicada y, seguramente, casi imposible.
21
Cuando Camus propone aceptar el absurdo, afirma que equivale a aceptar que
«Todas las grandes acciones y todos los grandes pensamientos tienen un comienzo
irrisorio»15; es decir, aceptar el absurdo radical significa percatarse de que la
existencia y cada uno de sus acontecimientos resultan banales. O, dicho en términos
más precisos, equivale a asumir la contingencia del hombre y el propio mundo, como
ya Nietzsche había formulado. Pero, del mismo modo que Nietzsche, Camus da un
vuelco al pesimismo, en su última etapa, en cuanto que considera que de la
aceptación de la contingencia resulta una cierta liberación y cura. Como momento
previo a esta liberación de índole nietzscheana, debemos ubicar nos en el núcleo del
sufrimiento, partiendo de la carencia y pérdida del sentido.
22
Esta conclusión puede generar tristeza porque evoca la realidad de que nos
constituye la muerte17. Si algo perdura, son las imágenes o fantasmas nebulosos de
una realidad pasada. Estas imágenes poseen las mismas características de cualquier
imagen procedente de los sueños o la literatura, lo cual nos asemejaría,
incómodamente, a los entes de ficción. En efecto, en el tiempo pasado, la realidad y
la ficción se confunden, y es en este sentido que en Vida de Don Quijote y Sancho, en
una discusión que se entabla entre el ventero y el cura, Miguel de Unamuno
concluye:
Gritos de las entrañas del alma ha arrancado a los poetas de los tiempos
todos esta tremenda visión del fluir de las olas de la vida, desde el «sueño de
una sombra» [...], de Píndaro, hasta La vida es sueño, de Calderón, y el
«estamos hechos de la madera de los sueños», de Shakespeare, sentencia esta
última aún más trágica que la del castellano, pues mientras en aquélla sólo se
declara sueño a nuestra vida, mas no a nosotros, los soñadores de ella, el
inglés nos hace también a nosotros sueño, sueño que sueña19.
23
Nietzsche, en la interpretación del teólogo Johann Baptist Metz20. El autor germano
se refiere a un tiempo cíclico que no es más que una ilusión de tiempo, pues al
carecer de historia lineal, el tiempo, por muy fluido que sea, es un eterno presente, sin
historia ni proyección futura. Frente a esto, curiosamente, es la introducción del
tiempo en la monotonía de lo eternamente cambiante, pero incambiante, la que puede
salvar el presente y dotar de un sentido a la existencia de los seres humanos. Porque
el presente eterno (como monótona sucesión de instantes presentes) no es,
ciertamente, la eternidad. Un personaje de Sartre lo describe certeramente en La
náusea:
Esta fluidez del mundo, este caos terrible de los instantes que se suceden sin más,
esta profunda carencia de sentido, en definitiva, la percibimos sobre todo en el
encuentro con la muerte de alguien querido o con la enfermedad. Pero de esa vivencia
terrible puede sobrevenir la iluminación. Como afirma Padilla que nos muestra
Unamuno: «[...] por medio del dolor, la conciencia descubre su limitación, su
contingencia, su condena al espacio y al tiempo, y experimenta una avidez
ontológica, una necesidad de liberación para volver al infinito. Por el sufrimiento el
alma entra en contacto con la divinidad, con ese mundo misterioso de lo nouménico.
Esto explica ese sentido de liberación que ofrece a nuestro autor el suicidio y que
tanto reitera en sus novelas y dramas»22. La conclusión a que nos vemos abocados es
la de la inanidad de todo lo que se nos aparece.
24
dolorosamente vivido como muerte y final. Una vuelta de tuerca en la que Camus, a
quien continuaremos siguiendo de cerca, salta del espanto a la afirmación vital de
corte nietzscheano y, finalmente, a la ética como heroísmo trágico y apuesta absurda.
Esto último nos permitirá salvar y justificar la tarea educativa, como se verá, a pesar
de haber puesto el acento y el punto de partida en el sinsentido.
25
regida por la pena de muerte generalizada»26. Tal es su rabia, que puede desembocar
en un rechazo visceral del mundo y la vida humana, o bien en una aceptación
conservadora de lo que es, por no ser capaz de echar mano de valores universales,
que entiende sin fundamento tras la muerte de Dios. En cualquier caso, como se
explica en el segundo gran ensayo de Camus (El hombre rebelde), «Cada vez que [el
hombre] deifica el rechazo total de lo que es, el no absoluto, mata. Cada vez que
acepta ciegamente lo que es y grita el sí absoluto, mata»27. Ambas salidas, la
negadora y la ciegamente conservadora, desembocan en la misma destrucción.
26
ni justificar los valores o fundamentar la unidad y coherencia del universo, ya no hay
vuelta atrás: el hombre ha perdido su dignidad, su sentido y su moral. Por eso, el
desesperado se deja arrastrar por la ignominia y se regodea en el mal y la
podredumbre humana. Dostoyevski nos ofrece estos caracteres que reflejan las
consecuencias de un pensamiento sin raíz en lo universal. La fórmula «Si Dios no
existe todo está permitido» lo expresa. Porque, al perder su sustento divino,
paradójicamente, la vida humana «liberada» de Dios ha dejado de ser noble y sagrada
para estos seres de ficción.
27
todo un sistema de falsedades sobre el progreso y el perfeccionamiento de la cultura
humana. Se nos ocultaría que los anhelos humanos no tienen una realización final,
que la existencia es una representación sin guión en un teatro sin público, que «La
vida es una sombra tan sólo que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume
su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia narrada por
un idiota, llena de estruendo y furia que nada 3s
Este recelo ante una educación vinculada a la vieja y superada idea de progreso36
se desprende de algunos pensamientos de Unamuno: «Para Unamuno, lo que
llamamos progreso es en realidad retroceso, porque nos está separando, alejando de la
armonía con la naturaleza: nos está desterrando cada vez más del Paraíso»37. La
razón nos alejaría de la verdadera felicidad de «no ser en todo.» En la novela Amor y
pedagogía del autor vasco, la pedagogía como ciencia ocultaría la dolorosa verdad
sobre la «fluyente» vida humana: «Don Avito Carrascal, profundamente estúpido,
vacía su vida de contenido humano, paso a paso, en nombre de sus esquemas, aunque
constantemente tropieza con lo real, y entonces se dice en voz baja: "Caíste, caíste y
volverás a caer"»311. La pedagogía científica contribuiría, según esta idea, a la
prolongación del vano dolor creando falsas expectativas, imponiendo un corsé a la
dinámica realidad e intentando ocultar el dolor inherente a la vida humana. Ésta es la
matización que el filósofo vasco hace de la pedagogía de su tiempo. Como se afirma
en un artículo aparecido en una prestigiosa revista de pedagogía, sobre el
pensamiento educativo de Unamuno, éste «[...] estimaba que la ciencia se convierte
en otra religión cuando deviene en un mero positivismo. Da a la ciencia el justo valor,
desprotegiéndola del ropaje mitológico con la que le vistió el positivismo
decimonónico»39. La certidumbre de las ciencias, como un conjunto ordenado de
hechos que se explican, oculta el carácter inabarcable de lo real.
28
defender, agónicamente, lo que ha quedado desnudo tras la desacralización del
mundo, desembocando en el individualismo y el conformismo más exacerbados. En
este caso, se actuaría respecto a la enseñanza como se haría en relación con la vida,
desde la vana afirmación de lo que hay. Esto implicaría la enseñanza sin fe, que
afirma lo único que aparece con densidad, provisionalmente, delante de los ojos del
desesperado: el momento presente. Estos educadores harían en su trabajo sólo lo que
resulta socialmente avalado. Entonces, cabe cualquier contenido, mientras sea útil (o
lo parezca). Vale todo porque nada vale; porque nada vale para transformar. «Si no se
cree en nada, si nada tiene sentido y si no podemos afirmar ningún valor, todo es
posible y nada tiene importancia»41. Desde la desesperación, más o menos patente,
se educa sin un proyecto convincente, a sabiendas de que todo acabará devorado por
la nada. Es lógico que el desesperado niegue la cultura, el conocimiento, el progreso
y la felicidad. No nos engañemos. Vive en una constante y freudiana nostalgia de
muerte (sentimiento oceánico, que decía Freud). En el fondo, no hay más meta ni
realidad, para él, que el dolor. Un dolor insoportable que padece con
estremecimiento. A la evidencia del absurdo reacciona gimiendo, en un demencial
pataleo. Aunque hay que destacar la gran paradoja que le es propia: se ve tan afectado
por el absurdo porque querría, con todas sus fuerzas, poder vivir a la medida de sus
deseos y afirmar el valor del ser humano. Anhela para el hombre una vida con sentido
y justa, sin los límites que cercenan sus esperanzas. Si el mundo se acoplara al ser
humano y a sus deseos de sentido y justicia, acaso cesaría de perseguir la muerte.
29
positivas del mismo y aplicándolas a su labor educativa. Sigo par cialmente la
perspectiva del filósofo galo43, de connotaciones nietzscheanas como acabo de
señalar, para guiarme en la descripción de este enfoque. Camus, rechazando la lógica
suicida del desesperado, afirma: «Anteriormente se trataba de saber si la vida, para
ser vivida, debía tener un sentido. Ahora parece, por el contrario, que se la vivirá
mejor cuanto menos sentido tenga. Vivir una experiencia, un destino, es aceptarlo
plenamente. Ahora bien, no se vivirá ese destino, sabiéndolo absurdo, si no se hace
todo para mantener ante sí ese absurdo iluminado por la conciencia»44. Esto es una
auténtica vuelta de tuerca respecto a la desesperación ya descrita. Ahora, habríamos
de aceptar plenamente el absurdo destino del hombre. Se trataría de asumirlo sin
anclarnos en la negación asesina y afirmando el desnudo valor de la existencia. A la
pregunta sobre si merece la pena vivir una vida sin sentido, en un universo sordo y
ajeno, ahora cabría responder que sí. Por eso, en el pedagogo absurdo, sí es posible
hablar propiamente de una cierta pedagogía, ya que se afirma lo que el pedagogo
desesperado niega, o sea, la existencia humana, y se abre la posibilidad de una
educación no destructiva. Se puede educar, por tanto, pero de una forma que debería
evitar los viejos errores, según traza Camus en su obra El mito de Sísifo.
30
porque se lo considera emparentado con las visiones fundamentalistas y totalitarias) a
la existencia y al mundo. Contra lo que pudiera parecer, el hombre que alberga
esperanzas es el que resulta candidato para la tristeza, según lo expresa Camus: «[...]
los tristes tienen dos razones para estarlo, ignoran o esperan»45. Por el contrario, «lo
propio del hombre absurdo es no creer en el sentido profundo de las cosas»46. El
pedagogo absurdo procura, en consecuencia, la reconciliación con una finitud que no
empaña el dolor desbordado por causa de la muerte. Tanto su vida como su
enseñanza están impregnadas de recio estoicismo. Su posición, en efecto, guarda
grandes similitudes con el estoicismo, como voy a considerar y explicar en el
próximo capítulo. La inteligencia, en el hombre absurdo, ha llegado al punto álgido
de conocer los propios límites. «[La inteligencia] morirá al mismo tiempo que este
cuerpo. Pero en saberlo está su libertad»47. En este sentido, la pedagogía del absurdo
es valiente porque acepta una realidad que no es como el hombre siempre ha deseado.
Estoicamente valiente, podemos decir. Nos conmina a que dejemos fluir nues tra
humilde existencia con sencillez, desde la aceptación de sus límites.
Es así que el pedagogo absurdo ama a los seres humanos en sus limitaciones, no
la idea de Hombre o cualquier otra que se haya hecho. Los acepta en su singularidad.
Puede exclamar que siente un amor caritativo por ellos, pero no un amor abstracto y
sin rostro, sino un amor cordial de persona a persona que, sobre todo, desarrollará el
segundo Camus. Esto quiere decir que respeta escrupulosamente la libertad de las
personas que se educan, e incluso siente verdadero anhelo de que ellos se realicen a sí
mismos, con los pies en el suelo de su finitud. Acepta sus valientes elecciones y
también comprende sus cobardías. Amarlos es eso, por ahora. Amarlos, para él, es
quererlos como son, sin guiones ni personajes que hayan de representar, como ellos
eligen ser y sin pretender encontrar en ellos el santo que no son.
31
del educando constituirán su futuro. El educador, como hombre absurdo que desea
contagiar a su educando la realidad del absurdo, sólo describe y ayuda a mirar:
«Describir, tal es la suprema ambición de un pensamiento absurdo »49 Nada más
lejos de la idea de unos contenidos programados con los que encorsetar el
pensamiento.
32
momento presente, para toparse con muros por todas partes. Ayuda a captar las cosas
con el poder del asombro, desde múltiples perspectivas, y ensaya relaciones entre
ellas, casi como un juego, para regresar extenuado a la ignorancia básica de sólo
conocer el instante. No permanece inmóvil ni aboga por la quietud, desde luego,
porque detenerse es una forma de adelantar la inevitable muerte, que, aunque se
acepta, no se la desea como sí lo hace el desesperado. De hecho, ama este universo de
singularidades y «siente lo que esta aventura tiene de desgarrador e insustituible»
33
en la medida en que la acción se desarrolla a sabiendas de que no es posible la
fundamentación y el actuar seguro, tras haber muerto Dios. Se trata de una apuesta a
ciegas, pero por el hombre sin más, y una rebelión contra el mal aun llevando todas
las de perder. En la mortal epidemia del relato al que me he referido, todos los
personajes saben que se la juegan si permanecen en la ciudad, a pesar de lo cual
muchos se obstinan en ello sin la clara recompensa de ninguna vida futura, como es el
caso del médico ateo doctor Rieux. En su labor, éste palpa dolores reales, porciones
de humanidad sufrientes. No espera encontrarse más que hombres finitos, y esto es,
admirablemente, su único premio. Obra sin esperar otra recompensa, consciente de
que reina todo tipo de injusticia, en una tarea de afirmación inútil de sí mismo y de
sus pacientes. Que el mundo es injusto y carente de sentido se lo gritan la
enfermedad, la muerte y todos los inacabables sufrimientos humanos. Pero este
médico no se detiene en su obstinación por el bien ni se abandona a la locura como el
desalmado Iván Karamázov o Kirilov, de quienes he hablado en líneas anteriores.
Todas las personas que se rebelan contra el mal repiten, de algún modo, esta acción
sin queja ni reproche, estoicamente, sin reclamar nada a la divinidad que han perdido.
Desde esa convicción, se podría desarrollar una labor pedagógica que hubiese por
fin descubierto al otro (que, como expresan Buber y Lévinas en su filosofía dialógica,
en el fondo siempre estuvo ahí). La comprensión ha requerido el dolor,
lamentablemente, pero se trata de un dolor que termina por acallarse tarde o
temprano. Porque una vida vivida con intensidad supone, desde este enfoque, haber
sufrido y haber sido capaz de percibir, a pesar de todo, cierta extraña verdad en medio
de ese sufrimiento. Ésta es una dura regla de la condición humana. En este sentido,
afirma Miguel de Unamuno: «El dolor es la sustancia de la vida y la raíz de la
personalidad, pues sólo sufriendo se es persona. Y es universal, y lo que a todos los
34
seres nos une es el dolor, [...]»60. Existe, pues, una sabiduría del dolor, que
Unamuno, como Camus, realza61, en la medida en que la experiencia del mismo nos
hace tomar conciencia de nuestro propio ser y abrirnos a los demás seres por la
caridad .compasiva62
35
en la batalla contra el mal y la injusticia. No podemos residir eternamente en los
Olimpos del solipsismo contemplativo. Se resentiría nuestra humanidad, pues el
hombre es ser de andar con los otros, como se explicará en posteriores capítulos.
BIBLIOGRAFÍA
36
ÁVILA, R., «Pesimismo y filosofía en A.Schopenhauer», Pensamiento: Revista de
Investigación e Información Filosófica, 177 (45), 1989, págs. 57-75.
MÉLICH, J.-C., «La sabiduría de lo incierto. Sobre ética y educación desde un punto
de vista literario», Educar, 31, 2003, págs. 33-45.
37
ROBLES, L., «Otra lectura de San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno», Boletín de
la Institución Libre de Enseñanza (2." Época), 48 (2002), págs. 81-111.
SUBIRATS, H., «El hombre sublevado», Claves de Razón Práctica, 95 (1999), págs.
70-74.
38
Educación para resistir. Filosofía estoica y pedagogía'
'Existe una versión reducida de este capítulo, publicada como artículo: «La
filosofía como pedagogía en el Estoicismo tardío romano», Revista Española de
Pedagogía, 237, vol. 65 (2007), págs. 317-332.
1. INTRODUCCIÓN
Deseo recalcar que el presente capítulo sólo se refiere a los autores del llamado
estoicismo tardío: Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. Se trata de un período de la
historia de la filosofía que ostenta peculiaridades específicas, con el cual culmina una
longeva escuela filosófica nacida en el denominado período helenístico, que tuvo una
enorme trascendencia en la Antigüedad, hasta la irrupción y generalización del
cristianismo en la sociedad, en el cual influyó en sus desarrollos teóricos. Los autores
39
que voy a considerar representan la cima del pensamiento estoico y aportan los rasgos
específicos del carácter romano a la escuela en la que, con particularidades
individuales, desarrollan su labor filosófica.
Este capítulo tan sólo pretende ser una breve contribución a la actualización del
debate en torno al valor del estoicismo, mostrando su presencia en autores tan
vinculados al pensamiento pedagógico como Rousseau. Pero no es éste un estudio
exhaustivo que recoja todos los elementos del estoicismo y ni siquiera de los autores
presentados. Tampoco se recogen cuestiones concretas como la discusión acerca del
grado de pertenencia de Séneca a la corriente estoica. No pretendo exponer lo que ya
está largamente desarrollado en otras obras, sino realizar una lectura global del
estoicismo romano que nos ayude a considerar aspectos para la educación del siglo
xxi.
Karl Jaspers dice en su obra sobre la historia del pensamiento que todo filósofo se
define según su posicionamiento respecto a Sócrates2. Esta observación es bastante
compartida, pues resulta innegable que, de hecho, el eco de la vida y muerte del
inconformista ateniense resuena a lo largo de todo el pensamiento occidental. Durante
siglos se le ha admirado, cuestionado o a veces detestado, cada vez que se ha
pretendido reflexionar sobre la propia cultura occidental, como hizo
paradigmáticamente Nietzsche. Sin ningún género de dudas, como muestra Jaspers, el
ateniense ha supuesto un referente continuo en nuestra civilización, que sólo puede
compararse en importancia con otras figuras especulares en las que los seres humanos
nos hemos contemplado y buscado a nosotros mismos, como son Buda, Confucio o
Jesús.
40
perspectiva, y dicho en pocas palabras, todos los individuos se educan mutuamente al
mismo tiempo que filosofan. Jaspers también destaca este aspecto de la pedagogía-
filosofía socrática, que copiaron los estoicos: «Para Sócrates la educación no es un
quehacer inciden tal operado por el que sabe en aquel que no sabe, sino el ámbito
donde los hombres a través del mutuo contacto llegan a sí mismos al revelárseles lo
verdadero. Al pretender ayudar a los jóvenes, ellos, por su parte, lo ayudaban a él.
Esto acontece del modo siguiente: descubriendo las dificultades de lo aparentemente
evidente, desconcertando, forzando a pensar y enseñando a buscar, interrogando
siempre y no eludiendo la respuesta, todo ello en función de la idea fundamental de
que la verdad es aquello que une a los hombres»3.
41
filosofía socrática. Es harto conocida la creencia socrática expresada en el Gorgias de
que es peor cometer injusticia que recibirla, contradiciendo el «sentido común»
imperante'. En el citado diálogo se acaba poniendo de manifiesto, a partir de la
discusión sobre la disciplina retórica y acerca de si ésta se ocupa de una verdad moral
universal (la justicia) o no, que el hombre debe elegir entre dos opciones morales
básicas; en realidad, dos formas de vida y dos maneras de conducirse en relación con
el prójimo: 1) Anteponer intereses individuales considerados en confrontación con los
intereses de los demás, desde la creencia darwiniana de que ley es la prevalencia del
más fuerte en la guerra de todos contra todos. El individuo, aquí, sería como un
organismo que tiende a crecer y perpetuarse, conquistando su medio en abierta
competencia y pugna con los otros. 2) Anteponer una virtud que prevalece por
encima de intereses personales. En la realización de esta virtud, entendida en el
mundo antiguo como función del hombre por excelencia, nos humanizamos. Virtus,
como la areté para Aristóteles, es la cualidad específicamente humana y de su
realización depende nuestra superación de la mera animalidad. La apuesta por una
virtud universal que, en vez de separar, une a los hombres, como se hace en esta
segunda opción moral, puede contradecir ciertos modelos sociales basados en la
competencia y la pugna de los seres humanos entre sí. Daría cabida a una tensión
entre lo que hay y lo que debe haber, promoviendo desde el ideal de hombre virtuoso
una labor crítica respecto a la sociedad establecida.
42
Centrándonos en las consecuencias prácticas de la idea de hombre socrática, se
puede afirmar que el tábano de Atenas parece estar formulando (en realidad,
anticipando), sin duda, una máxima estoica cuando afirma que es peor cometer una
injusticia que la propia muerte. «Porque nadie teme la muerte en sí misma, excepto el
que es totalmente irracional y cobarde; lo que sí teme es cometer injusticia»8. La
muerte es menospreciada y puede superarse mediante una adecuada dosis de valentía
y razón. Sin embargo, al obrar injustamente, nos ale jamos de nuestra salud y
humanidad. Esto representa, precisamente, el núcleo de la ética estoica.
Como es notorio, en la lectura que del ateniense hacen Séneca, Epicteto y Marco
Aurelio, se detienen también en sus cualidades personales, en la coherencia y valentía
que muestra y en su compromiso ético con la curación del mal producido por la
ignorancia (ignorancia acerca de lo que de verdad vale para los hombres). Sócrates se
convierte para ellos, fundamentalmente, en un modelo ético que admiran9. Por eso, y
es preciso recalcarlo, los estoicos poseyeron una vocación indiscutiblemente rebelde,
en el sentido de que su idea de salud humana los lleva, como al ateniense, a
enfrentarse (pasivamente) con el poder corrupto y abusivo que reinaba en la sociedad
en la cual vivieron. Tanto es así que, de hecho, este elemento de confrontación con el
poder resulta, para María Zambrano, conformador y decisivo en la filosofía de
Séneca, idea que pone de manifiesto en un hermoso ensayo que dedica al filósofo
cordobés"
43
la indiferencia ante los deseos, placeres y dolores, ante el cambio y los avatares
propios de la vida mortal. Frente a la dialéctica amo-esclavo, como formas posesivas
de relación con los demás, el estoico las trasciende separándose del mundo y
refugiándose en la intimidad del sujeto escindido. Por eso, estoicos pueden ser un
emperador (Marco Aurelio) y un esclavo (Epicteto). La libertad en el estoicismo le es
reservada a cualquiera que opte por el dominio de sí mismo, siendo indiferente el
papel que cumpla en la sociedad. El pensamiento del estoico se centra en la segura
posesión del mismo por el sujeto, sin más contenidos que ése, porque se encuentra en
ella la libertad del individuo12. Es decir, el sujeto acierta, al menos, a ser libre
refugiándose, hondamente asolado, en su interioridad.
44
griego del cambio sí vislumbraba14
Por tanto, en la medida en que en nuestros días vivimos una época de gran
desconcierto «posmoderno», Séneca nos resulta más familiar que Sócrates. Quizás, el
carácter débil de la razón en la actualidad, que viene de vueltas de un colosal fracaso,
nos acerca más a la resignación pesimista del hispano romano que a la fe racional de
un filósofo, en el fondo más optimista, como fue Sócrates. La figura del estoico
Séneca es figura de épocas de descreimiento y fracaso. Lo dice con aplomo, de
nuevo, María Zambrano, «Séneca aparecerá vivo siempre que ante la inexorabilidad
de la muerte y del poder humano se encuentre, entre una fe que se extingue y otra que
llega, una Razón desvalida»Is
Como hemos señalado, Albert Camus es un autor preocupado por la salvación del
hombre en medio del absurdo de su existencia, es decir, en medio de la falta de
45
sentido. Esta consideración de partida es exactamente la misma que la del estoico.
Una consideración fuertemente criticada por ciertas filosofías, desde luego. Pero creo
que, aun a sabiendas del peligro de que desde una posición estoica se pueda incurrir
en un criticable quietismo, se puede insistir en que sí es cierto que en torno al hombre
persiste un cierto horror esencial, representado por la muerte y el denominado mal
físico, que, queramos o no, golpean trágicamente nuestra existencia. Que de la finitud
podemos extraer fuerza para el encuentro con lo humano, con el otro, etc., es cierto,
pero no olvidemos que la enfermedad y la muerte, por más que confiemos en el amor
y la necesaria actividad humana para combatir las injusticias, continúan estando ahí
cual clamorosos interrogantes. Permanecen como quejas ante el más puro y básico
absurdo, en el sentido en que lo expresa brillantemente el teólogo Johann Baptist
Metz16. El fracaso que supone la muerte es la experiencia fundamental que, tanto
para Albert Camus como para el estoicismo, resulta el hecho constitutivo del hombre.
Es nuestra marca de nacimiento con la que, consecuentemente, debe contar también
la filosofía.
46
Lo que, en definitiva, tanto Camus como el estoicismo vienen a decirnos, y ésta es
su semejanza, es: «Sigue la recta razón, en comunión con el universo, sé moderado,
obra bien, sea tu recompensa la propia acción honesta. Y nada más.» Elaboran una
ética que, desde luego, no garantiza ni la inmortalidad, en el sentido de perduración
personal, ni, aun menos, el éxito medido por los valores usuales: poder, fama, dinero.
Ésta es una idea central que se va destilando, con contenido pesimismo, en la lectura
de las Meditaciones de Marco Au relio: la insistencia en que el obrar bien ya es
recompensa y que eso basta como orientación en el proceloso océano de la existencia.
Como señala Ferrater Mora, muy acertadamente, «de modo análogo a los
neoplatónicos, los estoicos representaban la transposición al plano filosófico del afán
común de salvación y aun la expresión de esta salvación en la forma de vida del
sabio»18. Una salvación que se materializa en una forma de vida terrenal, pero a la
que aún le falta un pensamiento escatológico definido, en el sentido del principio
esperanza de Bloch, y que sí se puede reconocer en el marxismo o el cristianismo.
En cualquier caso, comparten los filósofos estoicos con Camus una concepción
esencialmente pesimista del mundo, como lugar de sufrimiento y dolor, pero es
preciso resaltar que, de una manera mucho más definida que el autor francés,
encontrarán una cierta curación en la tranquilidad del ánimo y la imperturbabilidad
(ataraxia). Hay una meta práctica más definida que la que ofrece el autor franco-
argelino. Los filósofos de la Estoa superan las viejas ilusiones y los mitos que
dotaban de unidad y sentido al mundo, pero, más contundentemente que en la
filosofía camusiana, también la angustia producida por dicha superación. Lo que el
estoico nos aconseja como cura consiste en tomar las riendas de nuestras opiniones y
controlar el estado de ánimo, buscando la mayor estabilidad psicológica posible, que
nos ponga a resguardo del azote del mundo. Su propuesta de salvación es, pues, hallar
refugio en una interioridad, descrita con mayor profundidad que en toda la filosofía
clásica anterior, donde permanecer libres de los azares de la fortuna. Porque de lo que
se trata es de resistir, de defenderse del ataque avasallador del mundo y responder a la
injusticia sin un pensamiento social y político revolucionario claramente desarrollado
en los tiempos de la Roma imperial. Como certeramente lo expresa María Zambrano:
«Soportar la vida. Conllevarla dignamente. La dignidad es el único resquicio para el
estoico, lo más parecido a la libertad personal, pero más conmovedor a nuestros ojos,
porque no tiene horizonte alguno; dignidad a la desesperada»19
47
y desmesura del mundo. Esto es muy evidente en las Meditaciones de Marco Aurelio.
Es algo sobre lo que el emperador filósofo insiste a menudo. Así, por ejemplo,
afirma: «Contempla desde arriba innumerables rebaños, infinidad de ritos y todo tipo
de travesía marítima en medio de tempestades y bonanza, diversidad de seres que
nacen, conviven y se van. Reflexiona también sobre la vida por otros vivida tiempo
ha, sobre la que vivirán con posterioridad a ti y sobre la que actualmente viven en los
pueblos extranjeros; y cuántos hombres ni siquiera conocen tu nombre y cuántos lo
olvidarán rapidísimamente y cuántos, que tal vez ahora te elogian, muy pronto te
vituperarán; y cómo ni el recuerdo ni la fama, ni, en suma, ninguna otra cosa merece
ser mencionada»20.
48
Creo que la filosofía de Camus y la filosofía estoica pueden considerarse de
madurez porque presuponen que el filósofo, pasada la ensoñación infantil y de vuelta
del fracaso, haya de sentar la cabeza; o sea, que llega a conocer el límite brutal que
cercena atávicas ilusiones, tras haber sufrido el dolor de la finitud. Como describe
Hegel, la conciencia estoica es una conciencia escindida que vivencia la separación
entre el sujeto pensante y el mundo. El mundo puede sentirse, desde la separación,
como una realidad desoladora, una mezcolanza que, en el fondo, nos resulta ajena. Y
así parece verlo el estoico. Bien es cierto que las metafísicas que ensayan los estoicos,
bien sea la atomista-materialista o la de un monismo divino que dota al mundo de
unidad y sentido, intentan superar la conciencia de la escisión, integrando al sujeto en
el cosmos «bien hecho». Pero me parece, tras una lectura atenta de los autores
estoicos de época romana, que el desconcierto metafísico permanece. El propio
Marco Aurelio, aunque parece apuntar a una solución teísta, duda en bastantes
ocasiones sobre qué sea finalmente el universo. Así, proclama sentenciosamente en
un aforismo: «O bien una necesidad del destino y un orden inviolable, o bien una
providencia aplacable, o un caos fortuito, sin dirección»23.
49
comportamientos quietistas, pero, como he apuntado, muestra una faceta más
combativa de lo que se dice y que paso a analizar con mayor detenimiento en el
epígrafe siguiente.
Así pues, la «caída» del hombre, o sea, la vida inauténtica o impropia, ocurre al
convertir lo externo, los objetos y las opiniones ajenas, en el principio rector de
nuestra vida, en oposición a lo que parte de la interioridad. Por eso, Epicteto
comienza su Manual dividiendo el mundo entre lo que depende de nosotros y lo que
no. Lo segundo es indiferente y nos debe producir precisamente eso: indiferencia.
Para los estoicos hay, pues, dos tipos de existencia diametralmente opuestas, como
señala María José Criado en su tesis doctoral sobre Séneca: «Existencia errada, es
exteriorizada, perdida, sin rebasar la esfera de los objetos. Hay acierto, cuando la
existencia se hace interiorizada y, sin prescindir, sin renunciar a lo externo, [...] el
hombre, sin necesidad de lo que no depende de él, se hace dueño de sí mismo»26.
50
cualitativamente «humanizándonos». Esta perspectiva está en consonancia con
muchas definiciones que desde la pedagogía se han hecho de la educación, que la han
entendido como proceso perfectivo que tiende a un cierto ideal de persona. Y, por
otro lado, tendríamos un proceso instructivo, en el que se acumulan los
malentendidos y los modelos erróneos, que tiende hacia los valores imperantes en la
sociedad establecida. Este último proceso nos iría alejando de nuestra felicidad
potencial.
51
la dignidad, y cuya tendencia natural es la ayuda mutua, en tanto el prójimo y uno
mismo forman parte de una realidad cósmica singular. No sólo no encontramos la
«guerra de todos contra todos» en el corazón del hombre, sino justo la tendencia
contraria. Así, se puede leer con total claridad en el propio Séneca, al hilo de su
meditación acerca de la ira: «El hombre ha nacido para la ayuda mutua»29. Cuando
no es así, es porque la persona actúa sin cuestionarse lo que hace y no se ha ejercitado
apropiadamente en la reflexión y el control de sus pensamientos. Entonces, estamos
ante un sujeto que no es dueño de sí mismo y que actúa por inercia, dejándose
arrastrar pasivamente y asumiendo valores existentes que niegan su realización como
persona. En este sentido el cordobés lo expresa: «No es posible - lo precisaré - andar
por el camino recto: nos desvían los padres, nos desvían los siervos. Nadie se
equivoca solamente para sí, sino que difunde su locura en los más allegados y sufre, a
su vez, la de éstos. Y por ello en cada hombre se dan los vicios del vulgo, porque el
vulgo se los ha comunicado» 30. Y con mayor claridad aun: «En efecto, te equivocas
si piensas que los vicios nacen con nosotros: nos han venido encima, se nos han
introducido. Por eso las advertencias constantes nos harán rechazar las falsas
opiniones que se oyen en derredor nuestro»".
De hecho, como afirma más adelante: «Una gran parte de la salud está en haber
abandonado a los instigadores de la locura y en mantenernos alejados de ese contacto
mutuamente nocivo» 32. Así pues, Séneca nos plantea un método de reeducación a
quienes hayan comprendido esta demencia generalizada y deseen curarse de ella33.
Porque, como él mismo dice: «[...] en esto consiste la sabiduría: en retornar a la
naturaleza y ser restituido en aquel puesto del que nos había expulsado el extravío
común»34.
Del mismo modo que Séneca, Rousseau pretende en su programa educativo, sobre
todo, formar un carácter y un temperamento apto para afrontar los sufrimientos. En
las páginas iniciales de Emilio puede apreciarse de nuevo el estrecho vínculo que une
a la pedagogía rousseauniana con la de Séneca: «En el orden natural, por ser todos los
52
hombres iguales, su vocación común es el estado de hombre, y quien está bien
educado para ése no puede cumplir mal los que se relacionan con él. Poco me importa
que destinen a mi alumno a la espada, a la Iglesia o a los tribunales. Antes que la
vocación de los padres, la naturaleza lo llama a la vida humana. Vivir es el oficio que
quiero enseñarle. [...] todo lo que un hombre debe ser sabrá serlo, llegado el caso, tan
bien como cualquier otro, y por más que la fortuna le haga cambiar de puesto, estará
siempre en el suyo»36.
Más adelante, continúa Rousseau con una idea que bien podía haber firmado
Séneca: «Nuestro verdadero estudio es el de la condición humana. Aquel de nosotros
que mejor sepa soportar los bienes y los males de esta vida es en mi opinión el mejor
educado»37. En efecto, para Rousseau, si la filosofía persigue la felicidad del
hombre, su tarea principal ha de ser formar su carácter, es decir, educarlo. En el
carácter libre del hombre bien educado estaría el basamento sobre el que, en un
segundo momento, se elevaría el edificio de El contrato social. El autor ginebrino
parece haberse apropiado el énfasis estoico en la educación como posible antesala de
una sociedad mejor. Una educación que para Séneca también consiste en despertar la
bon dad natural de quien se educa, sacarla a flote, tal como Rousseau proyectará
hacer en su educación negativa: «El alma lleva en sí los gérmenes de todos los
buenos impulsos que se despiertan mediante una exhortación no de modo diverso a
como la chispa impulsada por un leve soplo difunde el fuego: la virtud se yergue
cuando se la apremia e impulsa»3S.
53
Se trata de hacer un trabajo dirigido a la forma de comprender las cosas. La persona
educada acostumbra usar el pensamiento en una labor de relativización de los males y
el sufrimiento. El efecto de la pedagogía estoica ha de ser la adquisición de este
hábito mental de ver distintos aspectos de los mismos acontecimientos. Epicteto
resulta especialmente rico en esto. El liberto nos exhorta a ejercitar la facultad de ver
las cosas en todas sus caras, centrándonos en la positiva40.
54
la vida uno no se presta a la refutación y odiamos al que nos refuta. Sócrates, sin
embargo, hablaba de "no vivir una vida no sometida a examen".» Sócrates sostenía
que una vida sin examen no es vivir humano43. Sócrates, en efecto, así lo sostiene en
Apología44
55
materia de uno mismo, convertirla en nuestra propia carne52. Como buen estoico,
concede la mayor importancia a las acciones, más que a los ejercicios del intelecto53
También para Séneca fa filosofía es, más aun que para ningún otro estoico, una
praxis. Una praxis que se torna labor pedagógica sobre todo en las Epístolas a
Lucilio, que constituyen una lección de sabiduría estoica certeramente dosificada. Las
cartas transmiten una encantadora atmósfera de sincera intimidad, en un espíritu que
nos recuerda al Rousseau de las Confesiones. Son una obra de madurez,
enormemente personal y cálida, en la que Séneca vuelca la doctrina que a esas alturas
ya había pasado a configurar su propio ser54. Y lo hace para educar, desarrollando
una tarea formativa que, en realidad, consiste en compartir convicciones con un
amigo al hilo de sucesos cotidianos. Dos amigos, Lucilio y Séneca, que se van
conformando el uno al otro el carácter, a través de la conversación. En las Epístolas
se desarrolla un proceso educativo con meandros, fluyente como el río de la vida.
Desde el espíritu de enorme paz interior y tranquilidad de los últimos años de su vida,
retirado y presintiendo su fatal desenlace, Séneca elabora la educación no sólo de
Lucilio, sino de quien aborde la gratísima lectura de estas cartas, felizmente
conservadas para la posteridad.
Vemos en las Epístolas la educación como algo que sucede entre amigos,
simétricamente. Porque, como afirma Martha Nussbaum en su excelente trabajo al
que ya nos hemos referido varias veces: «Los estoicos respetan la independencia
racional del discípulo y tienen muchísimo cuidado en dejar claro que la participación
no entraña en modo alguno sumisión»55. Es tarea del hombre hacerse a sí mismo,
con esfuerzo, descubriendo formas de vida en consonancia con su dignidad, con su
especificidad humana.
56
un tú a tú lejos del distanciamiento existente tradicionalmente entre maestro y
discípulo, entablando una relación horizontal y sanamente respetuosa.
57
nuestra existencia, nos vemos abrumados por el sufrimiento y nos
lamentamos; pero esto debe cesar en la penúltima etapa y en la última
resolverse en serena resignación, en conformidad con el destino. Sócrates es
este gran ejemplo: Cuando parece pertinente el aplastante dolor, surge el
gran sosiego penetrado de amor que abre el alma. La muerte ya no importa;
no es encubierta, pero la vida propiamente dicha no es vida para morir, sino
vida para el bien59
58
hace intelectualizándolo. Al pensar el mundo y pensarse él, el hombre se eleva y
puede contemplar desde lo alto la vida como si mirara un mapa, con el mismo
distanciamiento propio del científico. Entonces, todo lo que nos llena e impresiona
normalmente, en la forma de vida comúnmente aceptada, aparece como una leve
ensoñación. Este procedimiento queda expresado en la certera máxima de Epicteto:
«La muerte, el destierro y todas las cosas que parecen terribles tenlas ante los ojos a
diario, pero la que más de todas la muerte, y nunca darás cabida en tu ánimo a
ninguna bajeza ni anhelarás nada en demasía»63. Esta contemplación «desde lo alto»
que empequeñece las cosas llega a extremarse y repetirse con abundancia en el
pensamiento de Marco Aurelio. García Gual dice al respecto: «[...] Marco Aurelio
actúa en un mundo inconmensurable, en un momento perdido en la inmensidad del
tiempo [...]. Esa mirada desde lo alto reduce las dimensiones humanas a puntos
móviles en un espacio sin límites»64
En el fondo, quizás, el ideal del estoico remite a una especie de apacible final que
recuerda poderosamente al nirvana budista, un final sin violencia, que acogemos sin
pestañear ni mover un solo músculo de la cara, casi con alivio. De hecho, así fue el
final de Séneca, el modo en que éste escogió morir, como afirma María Zambrano:
Hay una decidida actitud ascética y pesimista de la que participan los autores que
hemos estudiado y que los conduce a una mansa resignación. Magistralmente, el
Poema de los dones de Borges describe esta actitud suave y recia al mismo tiempo.
¿Qué puede hacer si no el hombre? Si no hay a quién elevar una queja, tras la muerte
de Dios, lo sensato sería la aceptación muda. Los estoicos suelen contraponer la
actitud infantil de dejarse arrastrar a la desesperación y las pasiones que nos sacuden
y llenan de inestabilidad, con la actitud del hombre maduro, el sabio, que desde su
atalaya las domina. Y las domina no dejándose dominar por ellas.
59
paciente. Esta salud, como modelo ideal, es la auténtica felicidad, que coincide con el
desenvolvimiento de una naturaleza humana, con la realización de la virtud (virtus)
como rasgo específicamente humano. Y, de este modo, llegaríamos a la madurez, que
en el ser humano significaría aceptación sin engaños de su condición mortal, en el
sentido tratado en el capítulo primero.
BIBLIOGRAFÍA
CRIADO, M.' J., El ideal de perfección del hombre en Séneca, Madrid, Editorial de la
Universidad Complutense de Madrid, 1988.
60
ELORDuY, E., El estoicismo (tomo I), Madrid, Gredos, 1972.
JASPEAS, K., Los grandes filósofos. Los hombres decisivos: Sócrates, Buda,
Confucio, Jesús, Madrid, Tecnos, 1996.
61
La educación como rememoración de las aniquiladas esperanzas de los
vencidos
1. INTRODUCCIÓN
62
Como primer movimiento en esta dirección hemos de desmarcarnos de la
concepción ingenua vinculada a los enfoques positivistas, que considera a la sociedad
presente como el producto de un victorioso progreso lineal y ascendente. Esta visión
del progreso, como expondremos, tan sólo representa a los vencedores, en la medida
en que constituye su perspectiva parcial. Para ahondar en esta crítica describiré en
primer lugar la filosofía de la historia de Walter Benjamin, que destaca como rasgo
predominante en la historia humana el silenciado protagonismo de los vencidos y
excluidos. Desde esta perspectiva, se puede defender que la pedagogía y la educación
deberían hacerse cargo de la herencia de opresión que nos donan los siglos, si
pretenden verdaderamente colaborar en la emancipación y en una sociedad más justa.
63
moría se alza un puente que nos trae desde el pasado, saltando sobre el tiempo del
reloj, un acopio de retazos de sueños que irrumpen en el presente amnésico al cual
son convocados. Llegan como verdades procedentes de antaño, aun cuando sólo
luzcan durante unos pocos instantes. Ahora bien, en esos instantes se colman antiguos
anhelos y nuestra existencia, brevemente, se torna humana, porque ha vuelto a
orientarse hacia el sol que brilló en la inocencia del origen. Nos podemos, pues,
referir a la labor del nuevo historiador propuesto por Benjamin como la de quien
resucita algún amable recuerdo de la infancia, que es capaz de hacernos mejores,
aunque sea sólo durante pocas ocasiones3.
La propuesta que traza Benjamin, por tanto, es la de una historia, narrada por un
modelo de historiador que él denomina «materialista», que incluya en el relato del
devenir humano el sufrimiento concreto de los individuos masacrados, y que, aun
64
más, parta de este sufrimiento a la hora de interpretar la historia. Así, el historiador
puede comenzar preguntándose por el exterminio de los pueblos masacrados para que
la historia lineal siga su victorioso curso, siendo capaz de constatar que, si el pasado
fuera contado por los vencidos, la alegre cadena del progreso daría un vuelco,
llegando a subvertirse el relato oficial. Lo que para la historiografía convencional ha
sido una simple excepción se constituiría como la auténtica regla de la historia. De
este modo lo expresa José Antonio Zamora, en su excelente libro sobre el
pensamiento de Adorno, filósofo afín y amigo de Benjamin:
Frente a este amnésico optimismo, Walter Benjamin afirma, en la Tesis VII, que
los bienes materiales del presente, vistos con el ojo del historiador materialista que él
propugna, «Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han
creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. No hay un
65
solo documento de cultura que no lo sea a la vez de barbarie»'. O sea, que si
contemplamos la historia con los ojos de este nuevo tipo de historiador sabremos que
la barbarie ha acompañado constantemente al progreso como su sombra. Para
Benjamin, en efecto, la barbarie es un rasgo esencial de lo que hemos denominado
«progreso», algo que anida en el interior de la cultura9.
66
vencedores, el pasado debe removerse. Es preciso rebuscar en los márgenes, escuchar
y sentir las ausencias, dar voz a quienes no la tuvieron". Nuestro presente y futuro se
transforman, entonces, con el estudio de las posibilidades que se multiplican en cada
lección. En cualquier caso, el relato de los perdedores impugna la concepción de la
sociedad presente como totalidad homogénea, vinculada a un pasado claro y lineal.
Los vencidos siembran de dudas las interpretaciones oficiales que la sociedad hace de
sí misma, de manera que el cosmos social se llena de grietas por donde se cuelan las
posibilidades no realizadas. Es en este sentido como cabe decir que las vidas
absurdamente negadas de las personas de carne y hueso asesinadas en Auschwitz nos
aleccionan: cuestionan, en definitiva, nuestro cómodo universo y bienestar.
A continuación, ahondaremos en esta lección que el pasado nos lega desde las
tinieblas. La lección de un horror que está junto a nosotros, silenciosamente presente
en nuestras convenciones. Lo hago, con Benjamin, desde la convicción de que este
inconformista pesimismo es el primer paso necesario para una auténtica
transformación de las sociedades humanas16
Primo Levi forma parte de quienes fueron privados de su carácter humano en los
terribles lager o campos de exterminio de la Alemania nazi. En un momento en el que
toda lógica anterior se deshizo fue el azar, como él mismo admite, el que lo convirtió
en superviviente y testigo. Porque aquello fue una injusticia radical. De hecho, en
realidad, el auténtico testigo fue quien pereció en el horror, y acabó tragado por él, de
manera que ni sobrevivió ni pudo contarlo. Así lo considera el propio Levi:
67
han tocado fondo. Quien lo ha hecho, quien ha visto a la Gorgona, no ha
vuelto para contarlo, o ha vuelto mudo; son ellos, los «musulmanes», los
hundidos, los verdaderos testigos, aquellos cuya declaración habría podido
tener un significado general".
Del mismo modo que Benjamin, Kafka ahonda en lo arruinado para atisbar alguna
esperanza (aunque no lo parezca). Este escritor rebusca en los estragos causados por
la neurosis propia de su tiempo, con el fin de descubrir en el fondo de la misma una
sanación. Se introduce de lleno en la herida infligida al hombre contemporáneo, en
una opción por lo funesto parecida a la benjaminiana; o sea, la suya es una búsqueda
de sabiduría, justamente allí donde la enfermedad y el mal han hecho estragos y
parecen haber triunfado. Con brillantez lo afirma Adorno:
Para Adorno, como para Kafka, el horror ronda más cerca de lo que creemos.
Surge en lo más corriente y cotidiano; está presente en los rasgos característicos y
definitorios de nuestra forma de vida. El horror como fracaso del hombre, que
convive con nosotros, silencioso e invisible e impugna las optimistas explicaciones
convencionales, lo hallamos expresado en los débiles e inadaptados que no encajan
con la estructura del presente. De esta manera, creo que debemos mirar hacia los
excluidos por el proceso de la globalización22.
68
permanente. Por eso, debemos dejarnos educar por los seres marginales. Como afirma
Reyes Mate en su comentario a la Tesis XVI de Walter Benjamin: «Para captar con
finura las injusticias pasadas hay que partir de una sensibilidad aguda para las
injusticias presentes. Ése es el pase de acceso al pasado oculto, un pasado que, una
vez des-velado, potenciará la sensibilidad del historiador. Esa potenciación
funcionará igual que un revelador más potente a la hora de desvelar nuevas injusticias
que hasta ahora escapaban al revelado inferior»23. Tal vez sea ya el momento de
renunciar a los datos positivos y hechos corrientes para, con una mirada que se sitúe
por encima de la ciencia, dejar que irrumpa el tiempo de la víctima en el tiempo
homogéneo de los vencedores.
69
determinado y negativo»28.
Creo que la primera consecuencia que podemos extraer para la pedagogía a partir
de las consideraciones de Benjamin o Adorno, es que ésta debería eludir la ideología
del progreso continuo que, según dichas consideraciones, encubre tal falsedad. Se
trata, además, de que, en el campo de las denominadas ciencias de la educación,
superemos la obstinación por el dato o el hecho empírico, que pueden implicar una
notable ausencia de empatía para con el sufrimiento de los otros, pasados y actuales.
70
voz, por ella hablaba un proyecto de reducción del hombre y de toda idea
emancipatoria»33
[...] el pedagogo sería, sobre todo, aquel que desenmascara las formas de
control social de producción del discurso, aquel que desenmascara el poder
constitutivo del sentido de las acciones educativas. No entiendo, entonces, la
figura del pedagogo como aquella que crea los programas de integración en
una cultura concreta, ni la del educador como aquél encargado de transmitir
los contenidos científicos y los valores constitutivos de un sistema social3s
Además, sería tarea del educador la preocupación por la memoria, por su cuidado.
Una memoria que, en la línea de Benjamin o Adorno, sirva para impugnar el progreso
que sacrifica a los inadaptados, generando víctimas y oprimidos a su paso. Es ésta
una pedagogía deseosa de transmitir la herencia de sufrimiento que, como decía
Benjamin, puede encaminarnos hacia una suerte de emancipación de todos los seres
humanos. Es preciso para el educador entender la mejora social en esta línea de
recuperación de la verdad silenciada que se halla depositada en las víctimas y no en la
dirección de la historia contada por los opresores.
71
ampliamente considerada por Iván Illich, autor del que me ocuparé en un capítulo
siguiente. Como es sabido, este pensador revisó los que consideró grandes mitos de
nuestra civilización, para propugnar lo que podríamos denominar una revitalización
de la propia vida. Esta revitalización de la existencia pasaría por aligerarla del
imperio de la técnica. Según él, la ciencia, la escuela o la medicina, en cuanto saberes
técnicos institucionalizados y dominados por profesionales, imponen un corsé a los
seres humanos que, en definitiva, anula la interacción espontánea y original entre las
personas37. Así, la crítica radical de Illich a la escolarización guarda estrecha
relación con la crítica que también lleva a cabo de la sacralización idolátrica del
progreso tecnológico3S.
72
indiferente del competidor aislado, a la que él alude, exista en nuestra sociedad de
principios del siglo xxi. Como es sabido, un valor propio del mundo capitalista de
consumo y del neoliberalismo es, precisamente, la competencia entre los individuos.
Es necesario que nos preguntemos hasta qué punto esto es así, y si estamos más cerca
de lo que creemos de las condiciones que pueden alimentar el surgimiento de nuevas
formas de fascismo.
En cualquier caso, pienso que, como dice Adorno, el horror de Auschwitz no debe
olvidarse, al menos si queremos que no se repita. En un artículo sobre educación
afirma: «Ahí radica, en medida nada desdeñable, el peligro de que el terror se repita,
en mantenerlo lejos de nosotros y apartar con violencia a quien ose hablar del mismo,
[...]»41. Auschwitz, en efecto, debe constar como una suerte de boya que marca un
lugar concreto donde la humanidad tocó, verdaderamente, fondo; donde, desde la
perspectiva de los pensadores de la Primera Escuela de Fráncfort, el curso de la
modernidad condujo a la peor de las posibilidades que portaba en sí misma42. En
nuestros días, pues, Auschwitz representa una metáfora que nos advierte del horror
totalitario (¡y de su posible cercanía!). En este sentido, es una experiencia que no
debe obviarse, como por otro lado tantos, además de Adorno, han señalado y siguen
afirmando en nuestros días43.
73
autoritaria (además del ya mencionado Iván Illich). Por ejemplo, toda la denominada
pedagogía no directiva y el activismo pedagógico, por señalar un movimiento de
entre los numerosos que han existido. Para estas teorías y experiencias en nuevas
formas de educación, Auschwitz representa la antítesis extrema46
Creo que cobra sentido la remembranza del terrible lager para la pedagogía
cuando asumimos que la educación realiza paradigmáticamente su cometido a través
de estructuras horizontales en las relaciones humanas47, y la practicamos como una
relación dialógica a la manera de Paulo Freire48. El profesor Mélich precisa también
que la relación ética con el otro no es una relación de poder, no se basa en el interés
por dominar. Dice:
Hay ética porque no sólo existo yo, sino que junto a mí y frente a mí hay
alguien, un otro concreto, un rostro, y porque yo respondo del otro más allá
del nexo biológico, de la norma social, o de la ley política. Hay ética porque
el poder no tiene la última palabra, porque las relaciones humanas, las
relaciones con los otros, pueden sustraerse al poder49.
La prueba que aporta Arendt de esta característica es que Eichmann era incapaz
de pensar sin echar mano de frases hechas o clichés. Arendt lo expresa así:
74
cada vez que refería algún incidente o acontecimiento importante para él. [...]
Cuanto más se le escuchaba, más evidente era que su incapacidad para hablar
iba estrechamente unida a su incapacidad para pensar, particularmente, para
pensar desde el punto de vista de otra persona. No era posible establecer
comunicación con él, no porque mintiera, sino porque estaba rodeado por la
más segura de las protecciones contra las palabras y la presencia de otros, y
por ende contra la realidad como t
Todo lo descrito por Arendt apunta a una profunda dependencia, por parte del
organizador de la «Solución Final», de juicios y valores externos que nunca se
cuestionó. Se limitó a obedecer y hacer con profesionalidad su trabajo, con la eficacia
de un buen burócrata, estimando que cumplía con su obligación. Pero, en realidad, su
asunción de los valores avalados por su sociedad, eludiendo la reflexión acerca de lo
bueno y lo malo, fue lo que lo convirtió en un monstruo; su completa e irreflexiva
identificación con ellos. Eficiencia y horror se unieron en él. Como explica Reyes
Mate, a partir del caso de Eichmann: «El mal se expresa en esa falta de juicio, en ese
modo de pensar capaz de generar conocimientos pero incapaz de distinguir entre lo
bueno y lo malo»52. Eichmann descartó la ética y la reflexión crítica, al tiempo que
abrazó de lleno una racionalidad positiva e instrumental.
Para evitar esta amenaza, las ciencias, todas valiosísimas, deben tener como
objetivo lo humano. Claro está que lo humano no es algo definido, sino misterioso;
una menesterosidad surgida de la finitud que la pedagogía debe contemplar; pero en
todo caso, lo humano, como señalan los autores estudiados en este trabajo, debe
incluir la memoria del sufrimiento de las víctimas. Si no es así, sin memoria ni
75
reflexión, la pedagogía, como la propia sociedad que la alberga, se dejaría gobernar a
ciegas por la ideología positivista, colaborando con la peligrosa muerte del sujeto
cercana al universo totalitario. La pérdida de la memoria supone la perpetuación del
desconsuelo y del clamor sin respuesta, en un mundo abocado al eterno presente y, a
lo sumo, a la experimentación lúdico-nietzscheana53.
La educación que pretenda evitar que, bajo ningún concepto, se repita Auschwitz,
debe propiciar el salto del tigre al pasado al que se refiere Benjamin, mediante una
lectura fragmentaria de una tradición recuperada en la que lo predominante son los
proyectos truncados, y, por tanto, siempre incompleta y necesitada de nuevas
lecturas. El educador ha de ser capaz de hacer brillar el rastro de los ausentes a
quienes nos debemos, mostrando el mudo discurso de los huecos que componen la
totalidad y se intercalan entre los hechos de los que trata la ciencia. Una educación,
imaginemos, que sería orientada por la enorme, ingente masa de los analfabetos, por
la clamorosa ausencia de los que faltan a ella, por la sangre de quienes la propiciaron.
La subversión que esto repre senta, en la medida en que supone apearse del tren del
progreso que circula frenético y ciego, significa, en la concepción de Benjamin, el
auténtico salto hacia delante, la salida airosa que comienza el nuevo tiempo en el que
los relojes se detienen. De este novedoso trato con el pasado emergería la verdadera
transformación social.
BIBLIOGRAFÍA
BENJAMIN, W., «El origen del "Trauerspiel" alemán», en Obras, libro I1vol. 1,
Madrid, Abada, 2006.
76
Educación. Revista Interuniversitaria, 18 (2006), págs. 201-227.
GANDLER, S., «¿Por qué el ángel de la historia mira hacia atrás? Acerca de las tesis
Sobre el concepto de historia de Walter Benjamin», Utopía y Praxis
Latinoamericana. Revista Internacional de Filosofía Iberoamericana y Teoría
Social, eneromarzo, año 8, 20 (2003), págs. 7-39.
LowY, M., Walter Benjamin: Aviso de incendio, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2002.
77
-«La sabiduría de lo incierto. Sobre ética y educación desde un punto de vista
literario», Educar, 31 (2003), págs. 33-45.
MÉLICH, J.-C. y BARCENA, F., «La palabra del otro. Una crítica del principio de
autonomía en educación», Revista Española de Pedagogía, 214 (1999), págs. 465-
484.
PAQUOT, T., «La résistance selon Ivan Illich», Le Monde Diplomatique, pág. 28.
(Versión castellana de la edición española, enero de 2003).
PÉREZ LUNA, E., «La pedagogía que vendrá: Más allá de la cultura escolar
positivista», Utopía y Praxis Latinoamericana. Revista Internacional de Filosofía
Iberoamericana y Teoría Social, 23 (2003), págs. 87-95
-«Paulo Freire y la cultura escolar: condiciones para una escuela viva», Eca Estudios
Centroamericanos, 696, vol. 61 (2006), págs. 1033-1042.
ZAMORA, J. A., Th. W.Adorno. Pensar contra la barbarie, Madrid, Trotta, 2004.
78
La pedagogía desde la combativa inocencia. La mirada subversiva de Iván
Illich
1. INTRODUCCIÓN
La mirada inocente que le era propia condujo a Iván Illich a una concepción de la
acción educativa que podemos calificar de combativa. Esto es lógico si tenemos en
cuenta desde qué lugar desarrolló lo más importante de su labor, o sea, América
Latina, y con qué realidades se topó, en consecuencia'. La verdad es que no hay que
disponer de una gran agudeza visual para percibir en tales lares cuán irracionales son
79
nuestra forma de vida y estructuras sociales. La injusticia de nuestro mundo golpea
allí con mayor fuerza, mostrando con crudeza la necesidad de que toda educación, si
pretende ser útil, se haga cargo de ello. Se puede decir que la perentoria necesidad de
una praxis transgresora se manifiesta mejor en las realidades de fuerte opresión,
porque salta a la vista. En el denominado Tercer Mundo, puede palparse cómo la
injusticia no es sólo una mera cuestión puntual, sino estructural, que afecta al propio
sistema en sí, a su naturaleza.
La mirada inocente de Iván Illich supone, sobre todo, una percepción muy
negativa del progreso tecnológico y del mundo moderno. Pero hemos de destacar que
su crítica no es un hecho solitario y nos parece, aun más, que corresponde a un
sentimiento bastante generalizado a lo largo del dramático siglo pasado y que hoy ha
cuajado, por ejemplo, en los movimientos ecologistas. La Escuela de Fráncfort, el
freudomarxismo, los movimientos contraculturales de los años 60 y 70, etc., llegaron
a una conclusión similar, desde enfoques diferentes: nos hemos alejado de un modelo
humano de sociedad. Es decir, vivimos existencias deshumanizadas que, en el fondo,
80
nadie habría querido vivir, si hubiera podido elegirlo. Está claro que la crítica radical
a la escuela de Illich se relaciona, sobre todo, con el cuestionamiento de un modelo
de vida. Las alternativas que este autor sugiere procuran aproximarse a un modelo de
salud humana, es decir, a un tipo de organización social en el que nuestras existencias
serían, supuestamente, más felices y provechosas. Pero siendo consecuente con el
carácter utópico de su pensamiento, jamás detalla con exactitud el dibujo de esa
futura y posible salud humana.
En los temas estudiados por nuestro utópico pensador se refleja la vastedad de los
campos de aplicación de sus teorías. A todas luces, era un alma inquieta y capaz de
argumentar con lógica las hipótesis en apariencia más extravagantes, dando la
sensación de que siempre escribía dotado de un gran sentido común. Desde luego, la
idea básica y principal que caracteriza a todo su pensamiento es el cuestionamiento
de la sociedad dirigida por expertos-técnicos y la consecuente profesionalización de
la enseñanza. Con esto, se situó en un punto de vista que representaba una crítica
tanto a la política de los países capitalistas, como a la desarrollada en los países
comunistas. Así, leemos que afirma en una entrevista:
[...1 creo haber podido observar que en cada campo hasta ahora analizado, el
instrumento material de producción puede adquirir ciertas características
meramente técnicas por las cuales impone, a toda sociedad que adopte este
medio como instrumento de producción, unas relaciones sociales
profundamente explotadoras y altamente injustas. Este es mi punto de
partida4.
Nuestro autor revisó los que consideró grandes mitos de nuestra civilización, para
propugnar lo que podríamos denominar una revitalización de la propia vida. Esta
revitalización de la existencia pasa por aligerarla de los distintos corsés
institucionales que, según él, la violentan. La ciencia, la escuela o la medicina, en
cuanto saberes institucionalizados, imponen un corsé al entendimiento que anula la
interacción humana espontánea y original. En definitiva, las instituciones no sólo no
nos ayudan a vivir una vida mejor, sino que, enfatiza Illich, nos sustraen por
completo de la posibilidad de ella. Así lo expresa con toda claridad:
81
Además, la crítica de Illich a la escolarización guarda estrecha relación con la
crítica que también hace al consumismo. Así lo afirma un editor de su obra y amigo
suyo:
Desde luego, las propuestas de Illich tienen sentido dentro de una concepción
específica del hombre. Para él, el ser humano es, fundamentalmente, persona libre
que se realiza, activa y creativamente, colaborando con los demás. Nos lo muestra
idealmente viviendo con mayor austeridad que en nuestras actuales sociedades de
consumo, pero, a cambio, con un mayor dominio sobre su destino vital y entorno. Se
trata de un ser humano que vive con menos comodidad material que en la sociedad
consumista, pero participa en su cultura, realizando su potencial de creatividad y
libertad. Así, dice: «El hombre reencontrará la alegría de la sobriedad y de la
austeridad, reaprendiendo a depender del otro, en vez de convertirse en esclavo de la
energía y de la burocracia todopoderosa»'.
En definitiva, las instituciones, que indiscutiblemente nos han hecho la vida más
82
cómoda en lo material, constituyen un arma de doble filo, porque generan en todos
nosotros una paralizante dependencia y pasividad. Nos acabamos acostumbrando a
que ellas nos organicen y faciliten la vida, pagando el precio de acabar
sometiéndonos a su lógica. Será desde esta convicción que llevará a cabo su crítica a
la escolarización. Una crítica que, como hemos dicho, parte de una nueva manera de
ver las cosas aparentemente más normales y habituales, del ejercicio de una mirada
inocentemente original.
Haría falta elaborar una historia de la necesidad de educación (más que una
historia de la educación). Como señala Antoni Tort (2003):
Illich constata que el ecosistema específico de la escuela se halla lejos del entorno
real en donde fluye la vida y somos personas. Este alejamiento se refleja,
sintomáticamente, en una escisión de la cultura humana entre lo popular, por una
parte, y lo académico o escolar, por otra. De modo que nuestro autor afirma que:
83
en masa de saber, mediante grados parecidos a los que la alquimia logra en su
purificación de la materia.
84
la cuestión estribaría, desde la perspectiva radical que estamos exponiendo, en
comprender que el problema es la propia escuela en cuanto tal, en lo que supone de
ritualización y profesionalización del proceso de enseñanza-aprendizaje que
inevitablemente conlleva. El malestar de la escuela reside justo en la suplantación de
un proceso más sencillo y natural. Porque, como nos señala el pensador austriaco:
«Lo principal del aprendizaje sobreviene casualmente, e incluso el aprendizaje más
intencional no es el resultado de una instrucción programada» 1s
Creo que todos estos críticos yerran debido a que no toman en cuenta el
aspecto ritual de la enseñanza, como lo he llamado en otro trabajo y que en
éste me propongo denominar el «currículum oculto», la estructura que sirve
de base de sustento a lo que se conoce como «efecto de certificación»16
La consecuencia del paso por la escuela sería una suerte de alejamiento del
85
hombre de su propia esencia (sociable y fraternal), resultando de ello una mutilación,
como nuestro autor subraya en numerosas ocasiones:
El sujeto así alienado vive la reglamentación del saber como una opresión
anónima, cuya fuente le resulta invisible e imposible de señalar. Es la consecuencia
de la sociedad del experto (tecnocracia) en la que los ciudadanos han aprendido
inconscientemente que su acceso a la realidad tiene que ser mediatizado:
Que la educación escolar puede tener un potente efecto alienador no ha sido una
crítica tan sólo de los autores de la desescolarización21. También lo encontramos,
con argumentos más o menos próximos, en Ferriére22, la educación liberadora de
Paulo Freire23 y la pedagogía y la praxis de la escuela Summerhill que fundara el
escocés A. S. Nei1124. En todos ellos encontramos destacado el hecho de que en las
formas más directivas de educación, la actividad y la creatividad se convierten en
privi legio exclusivo del experto, en cuya autoridad descansa el conocimiento y la
transmisión del mismo. Así, educar llega a ser una actividad unidireccional en la que
el educando adopta un comportamiento pasivo y es «dirigido» en el proceso de su
propio crecimiento y aprendizaje.
86
menudo tienen en mente una concepción de escuela autoritaria o directiva que no
siempre se corresponde con la idea común que se suele tener del autoritarismo. Es
preciso resaltarlo. No siempre el autoritarismo que ellos critican equivale al
expresado por el lema «la letra con sangre entra». De hecho, para muchos de ellos:
Yo creo que la idea de libertad para los niños no era errónea, pero sí que
la idea de la libertad ha sido pervertida casi siempre. Para examinar con
claridad este asunto, debemos empezar por comprender la naturaleza de la
libertad, y para ello debemos distinguir entre autoridad evidente y autoridad
anónima16.
87
Una forma recurrente de regresar a este paraíso originario ha sido, en los pueblos
y en los individuos, el sometimiento más o menos consciente a una autoridad,
cobijándose bajo su manto y amparo, de modo que disminuya el peso que la libertad
coloca sobre el sujeto. Y es a partir de esta profunda necesidad como se constituye y
recibe su fuerza la «autoridad anónima». El autoritarismo, con uno u otro matiz, se
aprovecha de la necesidad de «guía» producida por el miedo que la libertad puede
generar en los seres humanos.
Hemos de tener presente que la violencia ejercida por parte de los alumnos
88
también participa de una lógica autoritaria. Porque si el niño hace todo lo que quiere,
no existe libertad real, sino una degeneración de las relaciones humanas y la
educación que Neill denomina «licencia». De algún modo, el niño se ha sentido
esclavo, ha percibido que se le ha conducido sutilmente contra sí mismo, hacia
valores extraños, etc. Ha aprendido que las relaciones humanas consisten en abusar
unos de otros. Y si puede, abusa él también. Ha interiorizado la lógica del poder y el
dominio.
Para que se diese la auténtica libertad, el niño no puede carecer de derechos, pero
tampoco debe tenerlos todos. Es una sutil línea que se expresa en el elocuente y
conocido lema que enuncia Neill: «La libertad significa hacer lo que se quiera
mientras no se invada la libertad de los demás. El resultado es la autodisciplina» 30.
La libertad requiere, por tanto, el aprendizaje de la propia responsabilidad y la
convivencia. Con la claridad que lo caracteriza, Neill lo expresa: «el autocontrol
implica la capacidad para pensar en los demás, para respetar el derecho de los demás
[...] El hombre autocontrolado no se sienta a la mesa con otros comensales y se sirve
la mitad del contenido de la ensaladera»31. Y el niño, para ser libre, debe aprender
este autocontrol que parte de la estimación solidaria del otro. Éste es el objetivo
supremo de escuelas como Summerhill.
Todos los crímenes, todos los odios, todas las guerras, pueden reducirse a
infelicidad. Este libro intenta hacer ver cómo nace la infelicidad, cómo
arruina las vidas humanas, y cómo pueden criarse los niños de manera que
no se presente nunca una proporción crecida de esa infelicidad12.
89
también, de Erich Fromm o Wilhelm Reich.
Pero Iván Illich llega más lejos aun. Como afirma el estudioso de su obra Antoni
Tort:
Para Illich resulta fundamental entender la escuela como el producto de una forma
concreta, y criticable, de sociedad humana, concluyendo que es necesaria una
transformación profunda y general que abarque a toda la cultura humana y acabe
superando la propia idea de «escuela» o «escolarización».
90
crítico de la educación as pira a una praxis educativa en la que no haya escisión entre
el pensamiento y la acción. Así, podemos leer: «Me estoy refiriendo aquí acerca de
una praxis en la cual el sujeto cognoscente es un sujeto actuante, una praxis en la cual
asumimos la responsabilidad de la historia y de una visión del mundo que "aún no
es"»38.
91
pretenden reubicar la educación en su dinamismo y espontaneidad43. Persiguen
devolver a la relación educativa su naturaleza de vinculación grata y creativa de los
seres humanos entre sí. En general, en palabras de Antoni Tort, Illich propugna
«tramas o redes educacionales que aumenten la oportunidad de que cada cual
transforme cada momento de sus vidas en un momento de aprendizaje. La
transferencia de la responsabilidad de educación hacia las instituciones, señalaba, no
deja de ser un suicidio espiritual»44. Todas sus propuestas, por muy descabelladas
que parezcan, se comprenden desde esta idea motriz. Su propósito también puede
definirse, según nos esclarece la lectura de uno de sus libros más cercanos en el
tiempo, como la devolución al ciudadano de su espacio vital, donde él pueda
desarrollarse y ser persona. Se trata de una reivindicación de la intimidad y del
espacio individual donde el sujeto es dueño y creador, que se contrapone al espacio
aséptico y racionalizado de las ciudades contemporáneas (y de la escuela) que nos
invade45. En los colegios el ámbito impersonal y mecánico se apodera de los sujetos
que dejan de serlo, y que se ven obligados a someterse a una racionalidad ajena, la
cual parece adquirir vida propia e imponerse a los hombres estableciendo sus reglas.
La crítica de Illich es, en realidad, una crítica a las instituciones que cuadriculan
la existencia humana apropiándose de ella. Como afirma él mismo: «Al insistir en un
"espacio" interior me defiendo contra la geometrización de mi intimidad, contra su
reducción a una noción algebraica equivalente a un espacio exterior que ha sido
reducido a dimensiones cartesianas»46. Pretende esbozar, en este sentido, una
sociedad que facilite la expresión y la participación de todas las personas, en espacios
culturales aptos para ello. Y en todo esto no hace sino enlazar con una corriente
autocrítica de la propia modernidad. En efecto, la teoría desescolarizadora es, como
los movimientos contraculturales de los años 60 y 70, una alternativa con raíces en la
propia modernidad, en sus planteamientos más radicales y autocríticos surgidos ya en
el propio siglo xviü con Rousseau, entre otros autores. Creemos que, por tanto, Illich
es heredero de una Ilustración que se opone a las consecuencias alienantes de la
propia Ilustración. Cuando dialogamos con Illich, lo hacemos con uno de los últimos
pensadores utópicos que, desde luego, constituyen una herencia de la modernidad
ilustrada, en cuanto razón que se cuestiona a sí misma.
Pero nuestra civilización tal vez no sea capaz de superar la razón burocrática y
conquistadora, antes fuente de alienación y dominio que de emancipación. Quizás nos
encaminemos a un cierre escéptico y desencantado de la Ilustración, como ya se palpa
desde hace tiempo en el llamado pensamiento posmoderno. La alternativa optimista
92
de Illich, que entronca con una fuerte y dieciochesca fe en el ser humano, se
contrapone a la tristeza de la sociedad que anticipa la película Blade Runner o la
amargura de las últimas reflexiones de Guillermo en la novela El nombre de la rosa
de Umberto Eco. Porque quizás la era del vacío, como la denomina Lipovetsky, sea,
en el fondo, una época triste que se viste de fiesta.
BIBLIOGRAFÍA
FROMM, E., El miedo a la libertad, trad. de G.Germani, Buenos Aires, Paidós, 1976.
93
de los niños, trad. de F.M.Torner, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1994,
págs. 9-15.
-H20 y las aguas del olvido, trad. de J.M.Shert, Madrid, Cátedra, 1989.
ILLICH, L; GINTIS, H.; GREER, C.; POSTMAN, N.; GROSS, R.; FAIRFIELD, R.
P. y cols., Un mundo sin escuelas, trad. de M.A.Pulido, México, Nueva Imagen,
1977.
NEILL, A. S., Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños,
trad. de F.M.Torner, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1994.
PAQUOT, T., «La résistance selon Ivan Illich», Le Monde Diplomatique, enero de
2003, pág. 28 (versión castellana de la edición española).
SPRING, J., Introducción a 'la educación radical, trad. de F.Velasco, Madrid, Akal,
1987.
94
ToRT, A., «Iván Illich: la desescolarización o la educación sin escuela», en J.Trilla
(comp.), El legado pedagógico del siglo XX para la escuela del siglo XXI,
Barcelona, Graó, 2002.
-«Los silencios y las palabras de Iván Illich», Cuadernos de Pedagogía, 323 (2003),
págs. 81-83.
95
Cultura escolar y cultura popular. La educación participatival
1. INTRODUCCIÓN
96
necesidad de la escuela como institución (de la llamada «educación formal») y de la
figura del educador profesional, aunque sí se señalarán amplias objeciones a su usual
manera de funcionamiento. También continuará vigente la línea crítica y el profundo
cuestionamiento global de la estructura de la sociedad que conocemos, por lo que la
reflexión que sigue sí implicará, como en el autor austriaco que hemos estudiado en
el capítulo anterior, una reflexión que impugnará en gran medida las tendencias e
inercias presentes en nuestra forma de vida.
97
recogida y estudiada con detalle por el sociólogo Bourdieus. Si nos centramos en el
ejemplo de la música, tenemos que ésta se ha dividido básicamente en dos campos,
uno popular, de disfrute mayoritario, y otro académico, considerado serio o culto,
cuya producción y goce están reservados a un porcentaje menor de la población. Esto
mismo sucede con todo el conocimiento y las artes. El universo vital de una persona
puede ceñirse a lo popular o abarcar también parte de lo «selecto», según unas
circunstancias concretas.
98
todo caso, para ganar concursos televisivos, pero cabría preguntarse ¿qué significa
realmente para la gran mayoría de los ciudadanos?
Bourdieu describe y, en parte, explica el fenómeno que nos ocupa (el de la muerte
del conocimiento en la escuela), en La distinción y La reproducción', como resultado
de la división de la sociedad en clases que manejan su propio universo cultural en
función de la presencia de éste en la educación no reglada. En efecto, quizás la clave
podría estar en lo que se ha vivido fuera de la escuela, en la denominada educación
informal.
Así pues, todo el saber que se administre al niño debería ser un saber vivo en el
propio educador, si queremos que actúe como un fármaco emancipador. Y el mejor
examen para averiguar si esto es así será la propia vida y actos del mismo, como bien
decían los filósofos estoicos. En este sentido, una frase de un clásico, lejos de ser un
inmutable y reverenciado monumento marmóreo, debe pasar a formar parte de uno
mismo y abrir un cierto sentido lúdico, de modo semejante a lo señalado por
Nietzsche.
Un consejo, que al respecto nos da Jorge Luis Borgeslo es que se lean los clásicos
99
en las fuentes directas, a ser posible, antes que emprender la lectura de estudios o
críticas. Se trata de que la persona que se forma en la escuela, si es posible, digiera
por sí misma el conocimiento y lo haga propio, pero siempre con el espíritu hedónico
que tanto señalara y cultivara el escritor argentino. Porque la educación es goce
compartido, en este sentido, de la tradición. El saber es y ha de ser visto como una
forma de felicidad para que viva. El saber ha de disfrutarse y compartirse o se
transformará en erudición solipsista, en estigma que señala y divide a los seres
humanos, como señalara por extenso Bourdieu. La lectura directa de los «grandes
hombres» puede equipararse a la idea de gozar pensando, lo que, al fin y al cabo, es la
vieja pretensión humanista e ilustrada. El joven aprendiz llegará a ser, lejos de una
caricatura, una verdadera persona. Tratará con los hombres de carne y hueso y con los
hombres plasmados en los libros. De hecho, un libro será para él un trozo de vida.
100
indagadora y creativa.
101
Freire, retomando la consigna ilustrada de «Atrévete a saber», propone una
educación como práctica de la libertad que nos faculte para reencontrarnos con el
mundo. Ésta es la idea fundamental de su pedagogía. La cultura escolar vuelve a ser
un instrumento de acción con repercusión directa en la sociedad. Primero, el ser
humano ha de leer-comprender el mundo, y a eso se dirige la alfabetización (que se
lleva a cabo al mismo tiempo que se piensa y discute sobre ella y la existencia de los
propios alumnos). Se trata del estudio y conocimiento de las causas, de las líneas
maestras de nuestra sociedad y de nuestro tiempo, que todos podemos emprender con
algún esfuerzo. Y después, la transformación. Por fin, una escuela útil, hermanada
con la vida. Recordemos que un sentido de la razón por el que apuesta la Ilustración
no es sino la transformación del mundo"'. Desde luego, el autor brasileño se mueve
en un enfoque que enfatiza la capacidad de la superestructura de cultura e ideas para
incidir en la infraestructura y transformarla. Ya llevaré a cabo en el próximo capítulo
un esbozo de las fuentes e influencias en el pedagogo de Recife, en este caso, las de
un marxismo que mitiga el economicismo de las interpretaciones más ortodoxas.
Pero, retornando a lo que me ocupa en este momento, está claro que la sana y
natural interacción entre los sujetos humanos y la cultura se ha quebrado; a la vista
está. La realidad se nos muestra fragmentada y el individuo asiste solitario e
impotente a la marcha de un mundo que no controla. El marxismo lo ha denominado
con el concepto hegeliano de «alienación»19. En nuestro tiempo, Bourdieu, a quien
ya nos hemos referido, nos describe un universo de lo humano escindido en el que la
acción transformadora pertenecería a las clases dominantes o a ciertos sectores
controlados indirectamente por ellas, que configuran el sistema de creencias y formas
de ser (habitus) del resto, confinados a la inacción o a la falsa acción impotente. Es
decir, la estratificación social continúa rigiendo en nuestras sociedades y, además,
existe, según el autor francés, una fuerte endogamia en las clases sociales, que están
definidas, entre otros factores, por su «subcultura» característica. Sólo las clases más
elevadas viven la cultura escolar como algo propio, pero lo que tiene un origen social
se psicologiza, es decir, se lo explica exclusivamente mediante causas de tipo
psicológico que enfatizan los factores individuales y olvidan lo social. Esto supone
una sutil violencia que Bourdieu denomina «violencia simbólica». Se culpabiliza al
individuo por no poseer lo que socialmente se le ha negado.
102
maneras. Por ejemplo, generando la ilusión de que las cosas cambian, sin que lo
hagan realmente. La participación en la marcha de la cultura, en este sentido, se
hallaría canalizada hacia ámbitos no centrales, de manera que el sistema, grosso
modo, no puede ser modificado. De ahí la proliferación de modas, juegos, fiestas,
sectas, etc., tan propia de la denominada era posmoderna. Se trata de subrealidades
que movilizan a los seres humanos y en las que éstos se realizan falsamente, ya que
no deciden, sino que son manipulados. No gobiernan de manera real su propia
cultura. La creación que pueden ejercer en estos ámbitos superficiales es nula, la
transformación real del mundo es cero. Aparentemente todo cambia, pero en lo
sustancial, de hecho, nada cambia. Todo en el pensamiento, hábitos y gustos de las
personas pertenecientes a las clases sociales bajas y medias contribuiría a perpetuar
esta extraña situación. Y es esta situación la que pienso que refleja y contribuye a la
separación entre una cultura escolar que no llega a tener lugar en la realidad vital y
una cultura popular que, en muchos casos, implica una actividad miope o
desorientada que es fácilmente manipulable. Sin embargo, Freire afirma con total
claridad que «al defender el esfuerzo permanente de reflexión de los oprimidos sobre
sus condiciones concretas, no estamos pretendiendo llevar a cabo un juego a nivel
meramente intelectual. Por el contrario estamos convencidos de que la reflexión, si es
verdadera reflexión, conduce a la práctica»20.
103
posible y apela a su propia experiencia pedagógica que le lleva a afirmar que no son
las diferencias de civilización las que impiden que se lleven a cabo las
confrontaciones intelectuales26.
Es preciso, sin embargo, señalar que la impugnación de las propias creencias tras
una discusión socrática puede ser muy difícil de sobrellevar. Así lo constatamos de
continuo en la vida cotidiana. En este sentido, se ha matizado el beneficio que el
diálogo socrático, con su primera parte de feroz crítica a las creencias personales,
pueda causar como técnica educativa27. La clave, como señala Perarsky, estribaría en
conocer el carácter del educando, si éste es capaz de soportar la crítica a sus creen
cias. Se requiere una gran dosis de valor para estar dispuesto a emprender el camino
de la duda que precede a la búsqueda en común de la verdad.
104
nuestro tiempo, genera actitudes intolerantes. Es ésta una opinión antigua en la
reflexión pedagógica, que ya afirmaba a principios del siglo xx Ferriére31.
Por tanto, contra las actuales tendencias más o menos explícitas y los modelos de
persona propuestos32, creo que hay que tomar con reticencias la generalizada defensa
explícita e implícita en nuestros días de la competitividad en las relaciones humanas.
En este sentido, debemos concebir el aprendizaje cooperativo, sobre todo, como la
eliminación de la competitividad que, a veces sutilmente, se da en el aula. Es decir, la
cooperación no consistiría en la mera creación de grupos de trabajo entre los
alumnos, ni en que algunas actividades se realicen en grupo de manera puntual, sino
en que el espíritu y prácticas cooperativos reinen continuamente en clase. Desde esta
óptica la cooperación no consiste sólo en trabajar en grupo. De hecho, no habría por
qué rechazar el, muchas veces necesario, trabajo individual. Lo principal sería relegar
el trabajo competitivo. En esto pienso que reside la clave del aprendizaje cooperativo.
Si ordenamos a los niños por grupos para que realicen torneos o competiciones
entre ellos, no estamos transmitiendo el auténtico sentido de la cooperación. En estos
casos, la competición implica exclusión de otros grupos y conflictos, aunque se
estimule la solidaridad intragrupal. Justamente así ocurre en los fenómenos racistas,
basados en la elevación del propio grupo como valor supremo y la exclusión de los
otros, con quienes se compite para hacerse con ciertos privilegios. Esto,
evidentemente, no es cooperación. Por tanto, por aprendi zaje cooperativo
entendemos aquel que fomenta la participación en actividades grupales para realizar
tareas comunes, basando la motivación en la propia tarea en sí, no en tratar de hacerla
mejor que los demás. Enseñar mediante y para la colaboración implica que el niño
aprenda a dar y a pedir ayuda y que nunca se sienta comparado con sus iguales.
Cooperar implica que todos participen sin temores.
105
comunicativas y lingüísticas. En actividades en pequeños grupos se promueve la
atmósfera positiva necesaria para una interacción en el aula satisfactoria. Los
estudiantes que trabajan juntos en grupos heterogéneos asumen responsabilidades
respecto al aprendizaje de los compañeros y desarrollan una mayor receptividad hacia
el aprendizaje y el lenguaje. [...]»34. Todo esto se traduce en un mejor rendimiento y
en la promoción de las habilidades sociales y la igualdad, objetivos fundamentales de
la educación del ciudadano de hoy, como señala Rodríguez Neira35; y no digamos en
el aprendizaje de los propios va lores democráticos36. No vamos a extendernos más
en algo que está bien estudiado y probado, de manera que casi todos los especialistas
en educación lo aceptan37.
106
superar (cultura escolar versus cultura popular) la puede administrar la propia escuela
al adquirir modelos auténticamente democráticos (participativos) de funcionamiento.
Partimos de que el niño viva lo que se le dice.
4. LA EDUCACIÓN DEMOCRÁTICA
107
respeto, para construir desde ahí. De hecho, por métodos democráticos es posible
desembocar en la segregación racial y la discri minación. Esto, por supuesto, hay que
evitarlo. En este sentido, abundan los ejemplos en que los intereses de algunos
grupos, que pueden ser incluso mayoritarios, se oponen a la propia democracia. Una
escuela democrática y pública ha de ofrecer acceso a un amplio conjunto de ideas y a
un examen crítico de las mismas, lo cual puede oponerse a los intereses particulares
de ciertos grupos, como ocurre con los fundamentalistas de todos los colores y
credos. Estos grupos exigen que los contenidos se limiten a los que se basan
exclusivamente en los valores de su propio grupo.
Por lo dicho hasta ahora, está claro que la democracia no se debe limitar al acceso
por igual de todos al centro escolar, es decir, la plena escolarización. La democracia
debería impregnar todo el funcionamiento de los colegios. Esto implica grandes
cambios y tiene sus escollos, desde luego, como bien analiza Navarro Perales44 quien
al final de un interesante artículo propone como conclusión tangible medidas
concretas para reestructurar la escuela hacia una auténtica cultura participativa. Entre
otras cosas, apunta, habría que evitar que se cuelen los sesgos y prejuicios de la calle
en la vida escolar. Contra esto debemos estar alerta, aunque, desgraciadamente, es
demasiado fácil que cuanto ocurre externa mente disipe las posibilidades que se
originan en las experiencias democráticas en la escuela. Por eso, la pretensión de
defender la democracia ha de superar al propio marco escolar. Este marco, en todo
caso, sería un buen instrumento para extender la democracia a toda la sociedad.
Sociedad y escuela, para que la educación repercuta en la vida de las personas, han de
caminar juntas45
Conviene tener en cuenta las condiciones adversas que existen en la sociedad, con
el fin de combatirlas de forma activa y de que lo adquirido en la escuela tenga un
efecto duradero46. Un mundo consumista y escéptico no parece que sea muy
108
democrático, si nos fijamos en sus principios básicos y en los efectos que causa en las
personas. Nuestro propósito, pues, iría más allá de la mera implantación de un clima
democrático en la escuela. No tiene sentido enseñar democracia en la escuela si existe
al mismo tiempo una sociedad pasiva y autocomplaciente. Como tanto se ha dicho en
numerosos escritos, los educadores democráticos no sólo intentan disminuir las
desigualdades sociales en la escuela, sino cambiar efectivamente las condiciones que
las crean. O sea, que la democratización de la escuela no se lleva a cabo para que se
quede en sí misma, sino que hemos de llegar más lejos. Trabajar la democracia en la
escuela es una forma de transformar la sociedad, que comienza con la crítica y la
impugnación de una realidad que se nos vende como la única e invariable. Educar en
el espíritu crítico y el diálogo (y recuperar un talante utópico en la enseñanza), como
razona Giroux47, parece mejor alternativa a una educación que normalmente se
reduce, entre otros fines lamentables, a perpetuar un conocimiento castrado que se
acaba ubicando en los cementerios de las academias.
5. EL CURRÍCULO DEMOCRÁTICO
109
su propio carácter advenedizo en la escena socio-política.»so Según han señalado
numerosos autores, los currículos reflejan lo que alguien quiere que sea importante
saber y suponen, muchas veces, una utilización interesada del conocimiento.
110
menos una inquietud por el cambio. Esto se podría reforzar, como hemos explicado,
con la asunción de roles activos y de una enseñanza participativa que, al mismo
tiempo que transmite el conocimiento, lo va construyendo.
BIBLIOGRAFÍA
BOURDIEU, P., La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus,
2000.
111
FATHMAN, A. K. y KESSLER, C., «Cooperative Language Learning in School
Contexts», Annual Review of Applied Linguistic, 13 (1993), págs. 127-140.
Citado y traducido por Fernando Trujillo.
GIROux, H. A., Los profesores como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica del
aprendizaje, Madrid, Paidós-MEC, 1997.
112
ILLICH, L, La sociedad desescolarizada, Barcelona, Barral, 1971.
MUÑOZ, A., «El diálogo crítico popperiano: reflexiones para una educación
intercultural», Aprender a Pensar. Revista Iberoamericana, 16, 2.° semestre
(1997), págs. 18-30.
PÉREZ TAPIAS, J. A., Claves humanistas para una educación democrática. De los
valores humanos al hombre como valor, Madrid, Anaya, 1996.
RODRÍGUEZ NEIRA, T., «La figura del ciudadano. Condiciones para una
intervención socioeducativa», Bordón, 54 (1) (2002), págs. 133-149.
113
SANTOS, M., «Participación, democracia y educación: cultura escolar y cultura
popular», Revista de Educación (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte),
339, enero-abril (2006), págs. 883-901.
114
El liberador encuentro con el otro. Pedagogía del oprimido de Paulo Freire 1
1. INTRODUCCIÓN
115
liberación o es con el otro, o no lo es. Es un punto fundamental que marca la senda de
la auténtica libertad, una utopía que, como en el caso de Illich, no define con
exactitud lo que corresponde definir a otras personas, ya revertidas en protagonistas
de su propio destino.
116
bancaria».
117
cuenta que comenzó una charla con un juego de preguntas y respuestas con el que
reveló con el poder de la evidencia cómo ciertos campesinos analfabetos que
afirmaban ser ignorantes, en realidad, eran sabios13
Por supuesto, descubrir la sabiduría del otro por parte del educador requiere
humildad. Como el propio Freire afirma: «No hay [...] diálogo si no hay humildad. La
pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no
puede ser un acto arrogante»14. Freire se opone a toda arrogancia y a la separación
tajante entre los participantes en un proceso educativo: «La educación debe comenzar
por la superación de la contradicción educador-educando. Debe fundarse en la
conciliación de sus polos, de tal manera que ambos se hagan, simultáneamente,
educadores y educandos»1s En realidad, toda su educación liberadora, en oposición a
la educación bancaria, posee un carácter recíproco, es decir, se da «de todos con
todos». Esto presupone un sentimiento profundamente arraigado en el educador de
que el otro vale, además de una sincera fe en los seres humanos, en su poder creador
para dotarse de un destino, y en que este destino puede adecuarse a sus necesidades
profundas. Así, dice con total claridad: «Su creencia debe estar empapada de una
profunda creencia en los hombres. Creencia en su poder creador»16
Sin embargo, en oposición a dicha necesidad humana de ser con los demás se alza
lo que en ocasiones el brasileño denomina «verticalidad». Por este concepto vamos a
entender, en una primera aproximación, una forma de concebir el mundo que tiene su
reflejo en el modelo piramidal de la sociedad. Es decir, alude a una determinada
lógica en la percepción del mundo y en la organización de las relaciones humanas,
118
que funciona jerarquizando a los seres humanos y produciendo estructuras verticales
en las sociedades. Esto quiere decir que hay una forma vertical de entender el mundo.
La verticalidad como manera de pensar y percibir la realidad es, desde luego, una
ideología, en tanto que pensamiento legitimador de una sociedad caracterizada por la
escisión y separación entre sus miembros. Implica la ordenación, a menudo
119
inconsciente, que el sujeto hace de las demás personas, una ordenación vertical en la
que se le sitúa a él y a los demás en una escala de arribas y abajos. Por eso, el sujeto
se torna competitivo, rivalizando con el otro y cosificándolo, en la medida en que lo
considera sólo según su situación respecto a los grados de la escala jerárquica
interiorizada. Según esto, la persona del otro tiende a ser tratada como un objeto.
Así pues, esta persona que asume las escalas sociales en lo más profundo de su
carácter y se identifica con ellas está alienada. Recogemos la definición de alienación
(o enajenación) del propio Fromm: «Entendemos por enajenación un modo de
experiencia en que la persona se siente a sí misma como un extraño. Podría decirse
que ha sido enajenado de sí mismo. No se siente a sí mismo como centro de su
120
mundo, como creador de sus propios actos, sino que sus actos y las consecuencias de
ellos se han convertido en amos suyos, a los cuales obedece y a los cuales quizás
hasta adora. La persona enajenada no tiene contacto consigo misma, lo mismo que no
lo tiene con ninguna otra persona. Él, como todos los demás, se siente como se
sienten las cosas, con los sentidos y con el sentido común, pero al mismo tiempo sin
relacionarse productivamente consigo mismo y con el mundo exterior»27.
121
alturas de la pirámide existe una sangrante sordera, muchas veces, al clamor del otro,
porque la apertura a la horizontalidad que incluye a todas las voces resulta imposible
si se teme escucharlas. No se puede aceptar a un otro del que nos protegemos,
temerosos, porque cuestiona nuestro lugar inmutable en un catálogo de seres,
clasificados según su valía.
122
Una consecuencia lógica de todo lo que hemos explicado es que, si se cree en una
educación de tipo horizontal, contrapuesta a toda suerte de verticalidades propias de
la educación bancaria, una tarea fundamental para todo educador sería la
identificación y superación de su propia verticalidad; o sea, de las inercias psíquicas
que lo predisponen en contra del diálogo. Pero la pedagogía freiriana parece apuntar
más lejos que la visión psicologicista de Fromm. En este sentido, como afirma el
profesor Dussel, «no es la sola inteligencia teórica o moral (esto se supone, pero no es
el objetivo principal), ni siquiera el desbloqueo pulsional hacia una normal tensión
del orden afectivo (á la Freud, que también se supone), sino algo completamente
distinto: Freire intenta la educación de la víctima en el proceso mismo histórico,
comunitario y real por el que deja de ser víctima» 32. Entonces, la horizontalización
de las relaciones humanas que propone llevar a cabo en el acto educativo es una
ubicación factual del oprimido fuera de la estructura opresora. Es decir, en toda
educación liberadora se realiza de hecho la utopía de unas relaciones humanas
auténticas, que desde la perspectiva del pedagogo brasileño han de ser
«horizontales». Pero esto apunta a una doble transformación en el corazón de la
persona y en las estructuras sociales.
123
3. IDEOLOGÍA Y «CONCIENTIZACIÓN»
124
[...]»35.
125
4. LA SITUACIÓN LÍMITE COMO PUNTO DE PARTIDA DE LA PEDAGOGÍA
Freire hace partir toda educación que se pretenda liberadora de la propia realidad
vital del oprimido. Insiste en que para tender a una vida mejor hay que situarse en el
punto de vista y la realidad del oprimido. Dicho en otras palabras, su pedagogía trata
de ubicarse en la situación límite como punto de partida para la posterior
concientización y comprensión crítica de la realidad a que me he referido en el
epígrafe anterior. Esta idea es expresada con claridad por el propio pedagogo, cuando
se interroga directamente: «¿Quién mejor que los oprimidos se encontrará preparado
para entender el signifi cado terrible de una sociedad opresora?»39 Pues bien, a la
hora de enfocar este tema, Freire se muestra deudor de sus lecturas e influencias
existencialistas y personalistas, en un sentido que esclareceré a continuación. En
primer lugar, me referiré al filósofo existencialista alemán Jaspers, que él cita
abundantemente en sus obras principales40. Freire se inspira en la noción de
situación límite de éste, pero le da un nuevo sentido, según expresa Enrique Dussel41
126
hombre y que apunta a su propia superación en la historia, en la forma de una
humanización de la historia. Apunta a la utopía superadora, como las situaciones
límites en Jaspers apuntaban a una existencia más completa. Por eso, la educación
liberadora parte de la realidad en la que se encuentra el educando oprimido. Como el
pedagogo de Recife dice, «Será a partir de la situación presente, existencial y
concreta, reflejando el conjunto de aspiraciones del pueblo, que podremos organizar
el contenido programático de la educación y acrecentaremos la acción
revolucionaria»46 Esta realidad del oprimido son las estructuras de dominación que
lo constituyen como oprimido. Como es sabido, en su práctica pedagógica, Freire se
situó en la máxima negatividad posible, la del oprimido que busca su educación, que
con su silencio apunta al escándalo de su mala educación (de su educación como
excluido) y a la necesidad de su superación. En este sentido, el educando oprimido en
el límite, para Freire, es sobre todo el adulto analfabeto y pobre47.
Hay que resaltar que la aspiración de Freire es llegar a un encuentro del ser
humano consigo mismo, a partir de la referida situación límite de los analfabetos. La
liberación del oprimido es la liberación de todos los hombres. Certeramente, lo
afirma: «La pedagogía del oprimido, que busca la restauración de la intersubjetividad,
aparece como la pedagogía del hombre»48. En este sentido, su pedagogía apunta a la
situación en la que todos los seres humanos puedan hablar y, sobre todo, escucharse.
Desembocamos, por tanto, en el diálogo como característica específicamente humana
y humanizante. En Freire, la utopía es, fundamentalmente, diálogo. Esto se asemeja a
algunos autores contemporáneos que, como Jaspers, se mueven en la órbita
existencialista y personalista, y que enfatizan este carácter básico de la cualidad
relacional humana. A continuación, se desarrollará este punto.
127
cierto de mí si no estoy también cierto del otro»50. El filósofo existencialista, con su
habitual laconismo, desarrolla en una de sus obras principales la idea de que uno no
llega a ser uno mismo si no es a través de la comunicación (existencial) con un tú
libre.
128
contagiado por éste. Vivir, en este sentido, supone estar abierto a una realidad con la
cual entro en una especie de comunicación. No existimos en el solipsismo sino en la
comunicación, en la apertura al otro. Así, afirma el filósofo francés: «Romper, en
consecuencia, de una vez por todas con las metáforas que representan a la conciencia
como un círculo luminoso alrededor del cual no habría para ella sino tinieblas. Es al
contrario, es la sombra quien ocupa el centro»56. Y esa luz periférica brilla con su
mayor intensidad en la persona del otro. Un otro no cosificado, no convertido en
objeto. Siempre que sea así, que nuestra relación no sea una relación con una cosa, el
otro ser humano nos afectará profundamente.
Pero sobre todo, como cima de este pensamiento acerca de la relación con el otro
y la otredad, se sitúa el filósofo Lévinas, quien se refiere a la ética como una relación
básica (y fundacional) con lo ajeno, con lo otro que no somos físicamente, pero a lo
que debemos el propio ser. Para Lévinas, en efecto, la ética precede a toda sabiduría y
entronca con profundidades muy por debajo de los discursos y las elaboraciones
racionales. En este sentido, los profesores Mélich y Bárcena apuntan a una educación
que se haga cargo del otro, que lo acoja y tenga en cuenta su rostro. Y un necesario
camino en este proceso pasa por la asunción de que «el otro, es decir, la memoria de
la víctima, sabe lo que el vencedor ha olvidado: que el presente no es sólo el efecto de
la acción del vencedor sino también que está construido sobre los cadáveres de las
129
víctimas»60. Es decir, el reconocimiento del rostro del otro requiere el
reconocimiento del sufrimiento en la historia humana, aspecto que estudiamos en el
capítulo tercero. En este sentido, «Auschwitz nos enseña que nada puede ser ajeno a
un posicionamiento ético. Un posicionamiento ético significa tomarse en serio al otro,
es decir, poner al otro como punto de partida. El dolor del otro, del que no tiene
poder, del que no tiene palabra, es también mi dolor, un dolor que es constitutivo de
mi subjetividad humana»61. También el profesor Reyes Mate se refiere a la memoria
de ese otro silenciado, como el lodazal de invisible sufrimiento donde se hunden los
cimientos de la civilización62.
Todo esto remite a una fundamental apertura del hombre y la historia, cuestión
que también aparece considerada de manera especial por el personalismo cristiano de
Mounier. Hay una gran afinidad entre Mounier y la pedagogía freiriana. Para Freire,
educar también consistiría en mostrar implícitamente que no existen planes a priori,
que sólo las elecciones personales del educando constituirán su futuro. Así, la función
de los edu cadores sería acercar su libertad al educando. Dicho de otro modo, el
educador educaría para cierta responsabilidad (y desde cierta responsabilidad hacia el
otro, añadiría Lévinas).
130
un destino, ni glorioso ni miserable. El educador, desde esta perspectiva, debería
partir de la profundización en el momento presente. De hecho, partir de la realidad
del educando es la única forma de impedir una relación violenta, de no violentarlo y,
por tanto, de no bancarizar la educación.
La libertad y el compromiso vertebran, pues, toda acción educativa. Estos son los
ejes de la educación personalista que propugna Mounier65. El personalismo cristiano
sintetiza, como hemos dicho, gran parte del enfoque y los planteamientos que
cimentan la pedagogía de la liberación freiriana. De manera reveladora, Mounier
afirma: «La educación no mira esencialmente ni al ciudadano, ni al profesional, ni al
personaje social. No tiene como función rectora hacer unos ciudadanos conscientes,
unos buenos patriotas o pequeños fascistas, o pequeños comunistas o pequeños
mundanos. Tiene como misión despertar personas capaces de vivir y de
comprometerse como personas»66. La concepción antropológica de una persona
esencialmente libre, comprometida con unos ciertos valores y abierta al otro
caracteriza la visión de este autor. Para él, la continua transformación de lo humano
resulta el rasgo vital y de finitorio de la existencia. Una visión dinámica frente a la
visión estática que caracteriza las concepciones que Freire denomina «bancarias».
La persona realizada en su relación dialógica con el mundo y con los demás seres
humanos, por una parte, y la apertura e indeterminación de su destino, por otra,
parecen el punto «final» de la pedagogía de la liberación que desarrolla Paulo Freire.
Aunque el diálogo, además de punto final, es el medio continuamente presente en la
pedagogía, si ésta pretende ser liberadora, o sea, si pretende generar un cauce de
expresión y elaboración humana de la realidad. El fin siempre está presente en los
medios. Citando de nuevo al filósofo latinoamericano Enrique Dussel, deseo señalar
en este sentido que la pedagogía de Freire «es una pedagogía planetaria que se
propone el surgimiento de una conciencia ético-crítica. Su acción educadora tiende,
entonces, no sólo a un mejoramiento cognitivo, aun de las víctimas sociales, o
afectivo pulsional, sino a la producción de una conciencia ético-crítica que se origina
en las mismas víctimas por ser los sujetos históricos privilegiados de su propia
liberación. El acto pedagógico crítico se ejerce en el sujeto mismo y en su praxis de
transformación: la liberación así es el "lugar" y el "propósito" de esta pedagogía»67.
131
describir primero qué entiendo por horizontalidad, qué uso hago de esta palabra. De
manera general, con ella aludo a una vieja idea ilustrada, la expresada también con la
palabra «fraternidad», o utopía de una «sociedad de hermanos». Y podemos
retroceder aun más, pues la idea es tan vieja como el cristianismo, el estoicismo,
algunas utopías del Renacimiento e incluso ciertos mitos68.
Pero, matizando algo más, yo creo que puede hablarse de horizontalidad como
una disposición psíquica y social, interior y exterior al sujeto, en la cual ningún
hombre anula la libre expresión y el desarrollo del otro, de manera que todos pueden
manifestarse sin hallar un obstáculo en el otro, sino, antes bien, un apoyo para el
propio crecimiento. Desde luego, para que esto ocurra ha de darse una cierta igualdad
de derecho entre los individuos, siendo preciso que la sociedad adopte un tipo de
estructura política de corte democrático. Es la situación contraria a lo que he
denominado anteriormente verticalidad. Como ocurre con ésta, la horizontalidad
impregna ámbitos muy profundos de la persona: los de su carácter. De nuevo, como
en la verticalidad, tenemos una estrecha conexión que une lo interno y lo externo del
hombre. En la horizontalidad, el tipo de relación entre los individuos está basado en
la ayuda mutua, lejos de toda relación de dependencia y dominio, propias, como
vimos, de la configuración vertical. La clave, y en esto retornamos a Erich Fromm, es
la aparición en la psique del individuo de un auténtico interés por el otro69.
Paulo Freire relata en un párrafo no muy conocido de uno de sus últimos libros
que, siendo niño, descubrió el dinamismo del mundo y las relaciones humanas, se
topó con el carácter imperfecto e inacabado de la realidad, en la que «todo fluye». De
dicho descubrimiento resultó una suerte de desahogo y liberación.
132
orilla de un hondo barrizal de donde, con mucho esfuerzo, milagrosamente
me salvaron. [...] La seguridad retornó en la medida en que, necesitado de
ella, procuraba encontrarla no en ella misma sino en las relaciones entre mi
padre y mi madre. Es allí donde debería estar. Por la mañana, cuando me
levanté percibí satisfecho que mi seguridad estaba en la forma como mis
padres hablaban entre sí y me hablaban71.
133
extranjero que cuestiona nuestro mundo, se facilita que éste se exprese y aporte. La
horizontalidad permite la participación común en una cultura que, hecha por todos, no
se detiene en ninguna forma predeterminada. Se asume que la cultura está siendo, en
permanente proceso de reconstrucción. En este sentido, por ejemplo, la identidad
cultural ya no es algo fijo, sino que se trata de un horizonte que nunca es alcanzado
por completo y que también se halla en movimiento.
134
encuentro con la realidad, lejos de las figuraciones que nos han engañado demasiado
tiempo, además de haber causado un enorme sufrimiento. Y es justo por ese
sufrimiento que habríamos de tomar en serio, de una vez, el encuentro con nuestra
responsabilidad para re-crear juntos la cultura, en un permanente proceso. En la
horizontalidad liberadora el hombre ya no combate con la realidad ni trata de forzarla
como si fuera algo ajeno y extraño, sino que la asume y forma parte de ella,
realizándose como ser humano y dando rienda suelta a su amor olvidado.
BIBLIOGRAFÍA
BouRDIEU, P., La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus,
2000.
DTAZ, C., El anarquismo como fenómeno político moral, Madrid, Zero, 1978.
135
FERRIERE, A., La escuela activa, Barcelona, Herder, 1982.
FREIRE, P., La educación como práctica de la libertad, Madrid, Siglo XXI, 1989.
GIROux H. A., Los profesores como intelectuales. Hacia una pedagogía crítica del
aprendizaje, Madrid, Paidós-MEC, 1997.
136
LÉVINAS, E., Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Salamanca,
Sígueme, 1999.
MÉLICH, J.-C. y BARCENA, F., «La palabra del otro. Una crítica del principio de
autonomía en educación», Revista Española de Pedagogía, 214 (1999), págs. 465-
484.
MUÑOZ, A., «El diálogo crítico popperiano: reflexiones para una educación
intercultural», Aprender a pensar. Revista Iberoamericana, 16 (1997), 2.°
semestre, págs. 18-30.
NEILL, A. S., Summerhill. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños,
Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1994.
RODRÍGUEZ NEIRA, T., «La figura del ciudadano. Condiciones para una
intervención socioeducativa», Bordón, 54,1 (2002), págs. 133-149.
137
«Paulo Freire y la cultura escolar: condiciones para una escuela viva», Eca. Estudios
Centroamericanos, 696, 200, vol. 61, págs. 1033-1042.
TRILLA, J. (coord.), El legado pedagógico del siglo XX para la escuela del siglo
XXI, Barcelona, Graó, 2002.
138
Sentidos de la tolerancia: reflexiones para la educación actual a partir de la
tradición griega'
1. INTRODUCCIÓN
139
respeto entre personas de diversas razas, culturas, religiones y costumbres'.
Mi objetivo en las páginas que siguen, como he señalado, será rastrear los
orígenes remotos, anteriores a las disputas religiosas acaecidas por la Reforma, de
este valor educativo tan necesario y actual. Nos servirá el recorrido para elaborar
140
algunas reflexiones que puedan servir para la práctica educativa y comprender mejor
las cuestiones actuales.
Todo ello implica el cuestionamiento del saber que se posee y, por tanto, la
inclusión de los demás, de sus modos y perspectivas, en la construcción del
conocimiento. Con tales supuestos resulta imposible racionalmente una postura
excluyente o totalitaria.
141
Asumo que es muy difícil la interpretación del pensamiento presocrático, debido a
que los textos nos han llegado pocos y fragmentarios, y también a las grandes y
brillantes interpretaciones que se han dado en la historia de la filosofía y el
pensamiento contemporáneo. Yo no puedo aludir a todas ellas y me limitaré sólo a
comentar someramente algún aspecto de algún filósofo presocrático. Me apoyaré en
especial en las notas e introducciones del prestigioso trabajo de Kirk y Bernabé14
Respecto a la traducción de los textos originales griegos, en el mencionado trabajo se
traducen y comentan las fuentes directas de cada uno de los filósofos más antiguos,
que yo citaré en la versión castellana de la obra. Yo seguiré la edición que cito, pero
escogeré nada más que las aportaciones significativas para el objetivo principal de
este último capítulo. De nuevo, no pretendo realizar un estudio histórico ni
exhaustivo y, por esto mismo, no voy a ocuparme de todos y cada uno de los
llamados presocráticos. En realidad, para perfilar la postura intelec tual que se
relaciona con los futuros sentidos del valor «tolerancia», me basta con considerar
unos apuntes acerca de Jenófanes y Heráclito.
142
Y es que claro, ningún hombre lo ha visto, ni será) conocedor de la
divinidad ni de cuanto digo sobre todas las cuestiones./ Pues incluso si
lograse el mayor éxito al expresar algo perfecto,/ ni siquiera él lo sabría. Lo
que a todos se nos alcanza es conjetura./ Téngase tales conjeturas por
semejantes a verdades19
A los dioses achacaron Homero y Hesíodo todo aquello/ que entre los
hombres es motivo de vergüenza y de reproche: Robar, adulterar y engañarse
unos a otros21.
Mas los mortales se creen que los dioses han nacido/ y que tienen la
misma voz, porte y vestimenta que ellos22.
Pero aunque el mundo es movimiento y diversidad, existe una unidad y, por tanto,
la posibilidad de comprenderlo. Así lo manifiestan algunos de sus famosos aforismos,
como señala Kirk24. Este matiz es importante, si queremos diferenciar lo que es una
143
búsqueda ardua de la verdad, como será la concepción socrática del conocimiento, del
mero «encogerse de hombros» propio del escepticismo extremo al que llegarán
algunos sofistas. Heráclito parece no desistir en la búsqueda y posibilidad de hallar el
meollo de las cosas, el principio que une a los opuestos y subyace a los cambios.
Existen en él, así pues, los siguientes elementos que confirman y completan la visión
de Jenófanes:
Apunta, por tanto, nuestro filósofo a una concepción de la sabiduría como algo
que descubre lo oculto en lo visible. Se señala hacia un nuevo saber que se opone al
saber mitológico. Por eso, no sólo Heráclito, sino todos los presocráticos, artífices de
este nuevo enfoque, practicarán una ruptura con la tradición y una crítica social. Es en
ese sentido en el que afirma que «no hay que hablar y actuar como hijos de nuestros
padres»3Ó. Por ejemplo, las prácticas religiosas habitualmente celebradas son para
Heráclito ridículas y absurdas y no pierde oca Sión de ejercer sobre ellas una crítica
144
sarcástica que nos recuerda a la de Jenófanes.
145
considerada ésta la unidad básica subyacente.
En síntesis, pues, podemos concluir que lo que vemos, el mundo que conocemos,
se define por una diversidad que lo convierte en casi inexplicable. Como en el mito
bíblico de la Torre de Babel35, la diferencia es lo propio del mundo y del ser
humano. Parece que es lo propio de una naturaleza imperfecta o sublunar. Pero desde
luego, la tolerancia, con sus distintos matices, sólo puede florecer a partir de la
asunción de esta evidencia por parte de los hombres y las naciones. Consistirá, en
cierto modo, en la aceptación realista y resignada del cambio y la diversidad
abrumadora (diversidad de credos religiosos en los siglos de la Reforma). Mas, según
aceptemos que existen o no lugares comunes en medio del torbellino de lo real,
tendremos dos futuras ideas de «tolerancia» ya prefiguradas en la reflexión en torno
al cambio:
146
interlocutor, sin que exista pretensión alguna de descubrir verdad o falsedad en los
discursos. Es la primera forma adoptada por el escepticismo (tomado como punto de
partida y de llegada), que, como postura intelectual y vital, siempre ha acompañado la
historia humana. Por eso, entendemos que hay una clara vinculación con un
escepticismo muy actual que desconfía de los grandes sistemas explicativos de la
realidad. Se trata del espíritu liviano, intrascendente, fácilmente risueño de la
posmodernidad.
Los sofistas, pues, adoptan una actitud relativista desde su profundo escepticismo.
Su abandono de la filosofía de la physis así lo demuestra: ¿para qué seguir
discutiendo acerca de tales cuestiones, si jamás llegaremos a conocer la verdad? Pero
también en los problemas del hombre y la sociedad se muestran relativistas; habían
podido comprobar en sus numerosos viajes que no hay dos pueblos que tengan las
mismas leyes ni las mismas costumbres. Es un relativismo que se extiende al campo
moral. Si las cosas son como a uno se le aparecen, no hay cosas buenas ni malas en sí
mismas, pues no existe una norma trascendente de conducta. Por eso, pusieron en tela
de juicio la polis en su forma tradicional, realizando una aguda labor crítica e
impulsando nuevas ideas.
Pero, a veces, su verbo se prestaba a todo tipo de manipulaciones por parte de los
espíritus más ambiciosos e individualistas de la época. Sin freno moral ni de ningún
tipo, la palabra y las ideas se disparan en todas direcciones. No es de extrañar, pues,
que la figura del sofista aparezca revestida de una notable ambigüedad. El
escepticismo moral supone un peligroso caldo de cultivo para actitudes conservadoras
e incluso fanatismos que pueden colársenos subrepticiamente en medio de una at
mósfera de descontrolada permisividad. El mejor ejemplo del relativismo, que
deviene en subjetivismo, es el sofista Protágoras, quien insistió en que la tradición
social no es la verdad absoluta, pero sí es la norma para el buen ciudadano. Lo
caracteriza un relativismo y una visión dinámica de la realidad que lo relaciona con el
147
todo fluye heraclíteo del que hemos hablado. Como consecuencia, adopta un
subjetivismo sensorial y un fuerte relativismo que culmina en el escepticismo. Desde
luego, no habiendo nada estable y percibiendo cada uno la realidad a su manera, no
puede haber una verdad universal, sino tantas verdades como individuos. Cada uno es
la norma de su verdad, lo que equivale a que todas las apariencias son verdaderas. Lo
que es verdad para uno no lo es para otro. Las cosas ni son ni no son, puesto que
están en perpetuo cambio. Solamente son verdad en cuanto que nos aparecen, y su
verdad consiste en cómo nos aparecen.
148
Pero se puede llegar aun más lejos. La línea más radical del escepticismo sofístico
lleva el nombre de Gorgias. Este sofista también posee un trasfondo filosófico que
parece inspirado en los presocráticos más críticos, llegando hasta los límites más
extremos del agnosticismo y del nihilismo, pues no sólo niega la realidad del espacio,
del vacío, del movimiento y del tiempo y de las cosas particulares, sino hasta la
misma existencia del ser: «[...] en el libro intitulado Sobre lo que no es o sobre la
naturaleza [Gorgias] desarrolla tres argumentos sucesivos. El primero es que nada
existe; el segundo, que, aun en el caso de que algo exista, es inaprensible para el
hombre; y el tercero, que, aun cuando fuera aprensible, no puede ser comunicado ni
explicado a otros»42. De nuevo, no conocemos más que apariencias. Por eso, in curre
en un escepticismo radical y renuncia a responder sobre la verdad y la moralidad.
Platón lo hace protagonista de un famoso diálogo en el que discrepa con Sócrates
sobre la moral universal y defiende, también, la ley del más fuerte. Ante el
relativismo del nomos, propone el imperio de la physis, donde gobierna esta ley
despiadada. Gorgias representa el ala más radical del escepticismo sofístico y su
confrontación con la figura de Sócrates nos puede servir para perfilar los dos futuros
sentidos de la tolerancia que presiden nuestro tiempo.
Como en todo, los griegos fueron maestros y precursores, y su estudio aún nos
orienta y nos ayuda a conocer el presente. Los sofistas constituyen un lejano
precedente de la posmodernidad y su tolerancia permisiva. Ésta propugnará, como es
sabido, un «todo vale igual» desde un profundo escepticismo. La tolerancia sería, en
este caso, enmudecimiento respecto a la afirmación de verdades y asunción del
caudal heraclíteo. Todo ello abonado por un intenso espíritu cosmopolita que, siglos
después, también cultivarán de lleno los filósofos estoicos.
Desde esta visión, no tiene sentido una educación que enseñe verdades o cómo
hallarlas43. La educación será la ejercitación en el dominio de la palabra como
instrumento persuasivo. Se persigue lo meramente práctico y el interés particular. Los
sofistas son maestros de retórica que, extremando su relativismo, se encogen de hom
bros ante un buen o mal uso de la misma. Algo parecido al tan escuchado hoy día
«cada uno tiene sus valores personales, que no se pueden confrontar con los de los
demás ni cambiar»; o esa visión del diálogo (televisivo) como mera confluencia de
puntos de vista dispares que ni siquiera esperan llegar a un acuerdo. Sócrates, como
expongo a continuación, significa una revisión crítica de tales extremos.
149
Paradigmática en nuestro recorrido resulta la figura de Sócrates. Él es, en efecto,
el primer gran maestro de la tolerancia entendida como aceptación. Por tolerancia,
aquí estamos entendiendo no sólo el respeto al otro, sino su inclusión positiva en
nuestro mundo, en la medida en que encierra una parte (perspectiva) de verdad. Éste
es el sentido positivo de la misma, que se desprende, según creo, de la filosofía
socrática. Esta filosofía puede resumirse como un proceso de búsqueda de la verdad
en el que se parte de la duda acerca de las propias creencias y se incluye a los demás
como compañeros en dicha búsqueda, al menos en los primeros diálogos escritos por
Platón, denominados «socráticos». Todavía, desde luego, no se define expresamente
algo parecido a la idea de tolerancia que hoy manejamos, pero los principales rasgos
de ésta y su fundamentación basada en la dificultad a la hora de hallar verdades y en
la imposibilidad de que una persona por sí sola conozca la realidad y tenga acceso a
certezas, aparecen plenamente en la figura de este filósofo. Resulta esclarecedor,
como digo, que nos remitamos a los primeros diálogos de Platón, en los cuales se
perfila la figura de un Sócrates que reclama y usa la crítica y la colaboración de
perspectivas como instrumentos de prospección en la realidad.
En efecto, es en los primeros diálogos escritos por su discípulo Platón donde nos
encontramos más fielmente caracterizado el talante de Sócrates44. De éstos, pienso
que son especialmente relevantes la Apología y el Critón. En ellos, nos encontramos
con una de las primeras y más bien elaboradas definiciones y defensa de la tolerancia
en cuanto actitud intelectual que precede a la búsqueda y hallazgo de verdades. Ello
conlleva la apuesta por un valor concreto: la humildad. La actitud tolerante ante la
búsqueda de verdades parte de la propia humildad intelectual, que es consciente de la
necesidad de trabajar en común para conocer. Esta búsqueda del conocimiento se ha
de hacer en diálogo y confrontación con las opiniones ajenas. Para aprender, hemos
de estar dispuestos a ejercer la crítica de las propias convicciones y a escuchar a los
demás. Hay que reconocer que no se sabe nada. Este es el principio de la sabiduría,
como el pensador deja claro en la Apología45
150
tolerancia muy actual, consistente en un respeto desenfrenado y permisivo («todo
vale igual»).
151
totalidad y universalidad de lo divino y de lo humano»50. Esto supone la perfilación
de una cosmovisión que, con raíces en Sócrates, ha apostado definitivamente por el
hallazgo de verdades frente al caos de las apariencias donde reinaba la sofística.
La educación que incluye la tolerancia positiva como valor marco implica, pues,
la presencia del diálogo racional. Se puede decir que éste requiere aquélla. Éste
necesita que se dé un acuerdo unánimemente aceptado en escuchar a los demás y en
aceptar la intervención de las distintas voces. Debe haber una especie de pacto por el
que todos nos comprometamos a respetar y oír la opinión ajena.
Es preciso, sin embargo, señalar que la impugnación de las propias creencias tras
una discusión socrática puede ser muy dura de sobrellevar. Así lo constatamos de
continuo en la vida cotidiana y académica. En este sentido, se ha matizado el
beneficio que el diálogo socrático, con su primera parte de feroz crítica a las creencias
personales, pueda causar como técnica educativa54. El propio Dewey nos advierte de
ciertos peligros en su conocida obra Democracia y educación`. La cuestión, como
señala Perarsky, sería conocer el carácter del educando, si éste es capaz de soportar la
crítica a sus creencias. Se requiere una gran dosis de valor para estar dispuesto a
152
emprender el camino de la duda que precede a la búsqueda en común de la verdad.
Ahora, podemos elaborar una conclusión final de lo dicho en este capítulo, una
vez se han contrapuesto estos dos sentidos básicos que tanto en la vieja Grecia, a
manera de antecedentes remotos, como hoy día, ostenta el término que nos ocupa.
5. CONCLUSIÓN
Hemos revisado los antecedentes remotos de dos sentidos con los que hoy se
define el valor «tolerancia». En primer lugar, el pensamiento presocrático, del que
hemos destacado a Jenófanes y Heráclito, apunta a una tolerancia como aceptación
del cambio y la diversidad, sin posibilidad de conocimiento. Pero también a una
tolerancia que presupone una unidad profunda subyacente al cambio y que habría que
conocer a través de la diferencia. Una suerte de verdad más o menos cognoscible.
Existe una tensión entre ambos extremos que será la que se desarrollará, propiamente,
entre la sofística y la filosofía socrática. La primera apunta al tipo de tolerancia que
hoy tenemos en el pensamiento y la forma de vida posmodernos, es decir, como
respeto sin límites. La filosofía socrática, en cambio, representa una idea más
próxima a la Ilustración de tolerancia, que, por encima del puro respeto sin más,
acepta al otro porque se confía en que nos puede aportar conocimiento acerca de la
realidad, una realidad de la que pueden extraerse verdades.
Pero, dicho esto, hay que destacar que es difícil hoy día llegar a mantener
convicciones y respuestas como las mantenidas por la Ilustración. Es cierto que lo
ingenuo de su visión ha sido rectificado por autores contemporáneos que han puesto
153
de manifiesto lo contradictorio de muchos de sus planteamientos o su carácter
etnocéntrico. Pero también resulta difícil conformarse con un escepticismo que, como
estación de llegada, posee los peligros que ampliamente se han señalado.
Para complicar el asunto aun más, cabe pensar que tal vez escepticismo radical y
filosofía socrática no son movimientos tan diferentes del pensar filosófico que en sus
inicios y siempre ha mantenido un carácter crítico. De hecho, Hanah Arendt
encuentra un escepticismo soterrado en Sócrates, así como hay quien interpreta el
demoledor pensamiento de Nietzsche como elemento ilustrado, nacido de una
exageración de la tendencia más vieja habida en la propia filosofía, y que ha
conducido a una suerte de suicidios del propio pensamiento y la metafísica en la
posmodernidad. Son múltiples, pues, los aspectos de un tema fascinante que nos
conduciría a reflexionar acerca de la naturaleza y alcance del saber filosófico. En
cualquier caso, la duda ha hecho mella y ha dejado un cierto malestar imborrable.
Estos asuntos desbordan el propósito de este libro y prefiero concluir aquí, resaltando
que, lejos de ser un trabajo cerrado y redondo en sí mismo, mantiene el carácter de
obra abierta que anuncié al comienzo.
BIBLIOGRAFÍA
EYMAR, C., El valor de la democracia. Una visión desde la tolerancia, Madrid, San
Pablo, 1997.
154
HESSEN, J., Teoría del conocimiento, Madrid, Espasa Calpe, 1981.
KNOx, D. K., «Socrates: The first professor», Innovative Higher Education, 23(2)
(1998), págs. 115-126.
PLATÓN, Apología de Sócrates. Critón. Carta VII, Madrid, Espasa Calpe, 1997.
155
-El mito del marco común, Barcelona, Paidós, 1997.
SAMONS, L. J., «Sócrates, Virtue, and the Modern Profesor», Journal of Education,
182 (2) (2000), págs. 19-27.
156
TÍTULOS PUBLICADOS
157
1 Cfr. R.Ávila, El desafío del nihilismo. La reflexión metafísica como piedad del
pensar, Madrid, Trotta, 2005.
158
16 A.Camus, ob. cit., págs. 24-27.
159
de Dios», se puede optar, como muestra y critica Camus en El hombre rebelde, por el
sueño y el opio, en una suerte de retorno desconsolado y patético, una especie de
vuelta atrás motivada por cierto hórror vacui. Mas, a pesar del mencionado
movimiento de retroceso, seguimos en la órbita del nihilismo más radical, que ya no
podemos abandonar.
31 H.Subirats, «El hombre sublevado», Claves de Razón Práctica, 95, 1999, págs.
70-74, pág. 71.
ss J.C.Mélich y E Bárcena, «La palabra del otro. Una crítica del principio de
autonomía en educación», Revista Española de Pedagogía, 214, 1999, págs. 465-484;
pág. 466.
160
43 Cfr. A.Camus, El mito de Sísifo, ob. cit., págs. 61 y sigs.
49 ídem.
57 Tenemos en mente en las líneas que siguen, como modelo, al doctor Rieux de
la novela La peste de Camus. Lo que vamos a expresar a continuación puede ubicarse
en el segundo Camus, el del ensayo El hombre rebelde, según el cual la rebelión
positiva contra el sinsentido, más allá del nihilismo destructivo o la contemplación
quietista del hombre absurdo, consiste en el ejercicio del bien desde la compasión por
los demás y la hermandad de los hombres en el sufrimiento.
161
58 Véase A.Camus, El hombre rebelde, ob. cit.
65 ídem.
162
Véase M.C.Nussbaum, La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética
helenística, Barcelona, Paidós, 2003.
7 Gorgias, 474b.
8 Gorgias, 522e.
9 Dice Epicteto: «Y tú, si todavía no eres un Sócrates, debes vivir queriendo ser
precisamente como Sócrates» (Manual, 51, 3). Alude a Sócrates varias veces en el
Manual, (23, 12; 46, 1) y las Disertaciones por Arriano (v. gr. 1, 2, 36). También para
Séneca el ateniense es ejemplar en muchos sentidos. Por su cumplimiento del deber y
la aceptación de la muerte, es mencionado varias veces en las Epístolas a Lucillo
(Epístolas, 70, 9; 98, 12; 104, 27-28). Y en los Diálogos las alusiones a Sócrates son
aun más abundantes (Mariné, 2000, 423). Marco Aurelio también introduce en sus
Meditaciones citas textuales y hasta párrafos completos de las palabras que Platón
pone en boca de Sócrates, en especial en la Apología y el Gorgias (Meditaciones, VII,
44, 45, 46). Las alusiones indirectas a Platón y Sócrates son también abundantes (v.
gr. Meditaciones, VII, 48; VIII, 3).
163
20 Marco Aurelio, Meditaciones, IX, 30.
22 Fedón, 67e.
29 Ira, 1, 5, 2 Séneca.
164
38 Séneca, Epístolas, 94, 29.
56 Epicteto, Manuscritos, 5.
165
58 C.García Gual (introducción general), Marco Aurelio, Meditaciones, Madrid,
Gredos, 2001, pág. 23.
61 Gorgias, 500c.
166
y con nuestra felicidad el duelo: la conciencia de que tenemos parte en una culpa»
(Max Horkheimer, Anhelo de justicia. Teoría crítica y religión, Madrid, Trotta, 2000,
pág. 120).
12 S.Gandler, «¿Por qué el ángel de la historia mira hacia atrás? Acerca de las
tesis Sobre el concepto de historia de Walter Benjamín», Utopía y Praxis
Latinoamericana. Revista Internacional de Filosofía Iberoamericana y Teoría Social,
enero-marzo, año 8, núm. 20 (2003), páginas 7-39, pág. 16.
167
víctima triunfe sobre el verdugo. Cfr. Horkheimer, ob. cit., pág. 226. La conversión
de nuestro mundo en un mundo administrado en el que desaparecerá la libertad y la
autonomía del individuo avanza imparable. Qué duda cabe de que este pesimismo
fatalista del último Horkheimer puede resultar paralizante y preilustrado. Cfr. Juan
Antonio Estrada, La teoría crítica de Max Horkheimer. Del socialismo ético a la
resignación, Granada, Universidad de Granada, 1990, págs. 216-217.
19 Hay que decir que la experiencia vivida en el campo, la de un mal absoluto que
podíamos definir como la plena deshumanización, el total despojo de la cualidad
humana, evidenció para numerosos prisioneros el absoluto sinsentido del mundo y la
ausencia de toda esperanza. Tanto Primo Levi como otro superviviente, Jean Améry,
jamás recuperaron su fe en el ser humano ni la creencia en Dios. El brutal absurdo
que vivieron los llevó a convencerse de que no hay salvación para el género humano,
de que resulta inútil buscar una explicación redentora para la estrepitosa caída de lo
humano que significó aquello. Cfr. J. Améry, Más allá de la culpa y la expiación.
Tentativas de superación de una víctima de la violencia, Valencia, Pre-Textos, 2004,
pág. 79.
21 Th. W.Adorno, Crítica cultural y sociedad, Madrid, Sarpe, 1984, pág. 161.
168
28 R.Mate, ob. cit., 2003, pág. 120.
ss E.Pérez Luna, «La pedagogía que vendrá: Más allá de la cultura escolar
positivista», Utopía y Praxis Latinoamericana. Revista Internacional de Filosofía
Iberoamericana y Teoría Social, 23 (2003), págs. 8795, pág. 94.
39 Í.Illich, H2O y las aguas del olvido, Madrid, Cátedra, 1989, página 47.
169
38 Cfr. T.Paquot, «La résistance selon Ivan Illich», Le Monde Diplomatique,
enero de 2003, pág. 28 (versión castellana de la edición española).
170
13 J.B.Metz, ob. cit.
1 De su especial vínculo con América Latina, más allá del mero hecho biográfico
de haberse ubicado primero en Puerto Rico y, sobre todo, en México, da fe
recientemente Leonardo Boff, quien lo considera «uno de los grandes profetas
latinoamericanos», por su concepto de «convivencialidad». Cfr. Leonardo Boff, El
cuidado esencial. Ética de lo humano. Compasión por la tierra, Madrid, Trotta, 2002,
págs. 100-103. Su discurso, que pretende ser universal, parte y se elabora desde la
realidad latinoamericana. Como ha ocurrido con tantos, América Latina le dio
importantes claves, posiblemente, para comprender, interpretar y cuestionar el tipo de
sociedad (global) en que nos hallamos todos.
4 1. Illich, «Conversando con Iván Illich», ob. cit., págs. 16-23. pág. 16.
Ídem.
171
323 (2003), págs. 81-83; pág. 81.
23 Cfr. P.Freire, Pedagogía del oprimido, trad. de J.Mellado, Madrid, Siglo XXI,
1992.
172
26 E.Fromm, «Prólogo», en A.S.Neill, Summerhill, Un punto de vista radical
sobre la educación de los niños, trad. de F.M.Torner, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1994, págs. 9-15. pág. 9.
29 ídem.
34 Ídem.
38 ídem.
173
solamente la denominada «educación formal», sino que en muchos aspectos, también
la «educación informal» y la «educación no formal». En realidad, se trata de algo más
básico que podíamos denominar «mentalidad escolar». Desde ésta, cabe entender, por
ejemplo, la figura de un ministro de Educación, que para Illich resulta ilógica.
«Llamo aquí ministro de educación a un personaje de fábula, quiero decir, a la
institución que puede determinar qué cosa van a hacer el maestro y el alumno cuando
estén juntos en la clase» (Illich, ob. cit., 1975, pág. 17). En esto se desmarca tanto de
la visión conservadora y liberal como de la izquierda marxista, y constituye el aspecto
más aprovechable de su crítica, a juicio de Fernández Enguita: «Ese fue el gran
acierto de Illich: captar el hecho de que las profesiones y sus clientelas dependientes
(a la vez que la estratificación social del trabajo de acuerdo con la cuali ficación)
forman parte de otra relación de poder, que son otro pilar de desigualdad, sólo que
basado en la distribución asimétrica del conocimiento en vez de en los medios de
producción o el mando sobre las personas» (Manuel Fernández Enguita, «Una
reconsideración», Cuadernos de Pedagogía, 323 [2003], págs. 77-80, pág. 79). No
obstante, este mismo autor hace un balance finalmente negativo de la visión del
austriaco y de toda crítica a las instituciones (o «burocracias», en palabras de Illich):
«Illich nos ayudó a abrir los ojos ante la dinámica opresiva inherente a la institución
escolar y los intereses corporativos de la profesión, pero sin proponer otra respuesta
que el retorno imposible a un pasado inexistente. No era una utopía, sino una ucronía.
La tarea de quienes creen posible otra educación no estriba en imaginar un
implausible mundo desinstitucionalizado, sino en democratizar de arriba abajo unas
instituciones de las que no sabríamos prescindir» (ibíd., pág. 80).
45 1. Illich, H20 y las aguas del olvido, trad. de J.M.Shert, Madrid, Cátedra, 1989,
págs. 24-29.
174
4 Así lo entiende la llamada Pedagogía Crítica, cuyas reflexiones son recogidas y
sintetizadas en Ayuste y cols., Planteamientos de la pedagogía crítica. Comunicar y
transformar, Barcelona, Graó, 1999. Este enfoque procura, sobre todo, el
perfeccionamiento del hombre y la sociedad, pero, lejos de los dogmatismos de las
viejas izquierdas, procura alternativas surgidas del diálogo y la interacción (ibíd.,
págs. 53-60). La renuncia a una alternativa bien definida a lo que hay no nos exime
de ejercer la crítica.
175
14 Montaigne, De la educación de los hijos, Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1998, pág. 19.
20 P.Freire, Pedagogía del oprimido, Madrid, Siglo XXI, 1992, pág. 67.
24 Esto ha sido señalado, entre muchos otros, por A.Muñoz, «El diálogo crítico
popperiano: reflexiones para una educación intercultu ral», Aprender a pensar.
176
Revista Iberoamericana, 16, 2.° semestre (1997), págs. 18-30; A.Cortina, Ética de la
sociedad civil, Madrid, Anaya, 1994; Ética mínima. Introducción a la filosofía
práctica, Madrid, Tecnos, 2000.
~i P.Freire, ob. cit., 1989, pág. 104. Así lo proponen también Flecha y Miquel
(R.Flecha, y V.Miquel, «Globalización dialógica», Revista de Educación, núm.
extraordinario [2001], págs. 317-326) en un artículo cuyas reflexiones comparto. Se
trata, según ellos, de aprovechar las posibilidades de contacto y diálogo que tiene
nuestro tiempo para justo eso: dialogar. En la escuela se intentaría crear una
comunidad de aprendizaje en la que se diese pie a la participación de todas las
personas de la propia escuela y de su entorno. Una comunidad para que todos
dialoguen («globalización dialógica»). Respecto a la exclusión que genera el
neoliberalismo, que equivale a la quiebra de la participación de cientos de millones de
personas en su propio destino, la bibliografía existente sobre este asunto es
abundantísima y bien conocida.
32 A grandes rasgos, según Erich Fromm, el hombre actual confunde el tener con
el ser e, incapaz de colaborar, movido por su deseo de poseer objetos, en el otro sólo
puede ver un rival. Se da, por tanto, una cosificación del otro como extensión
posesiva del propio yo o bien como conversión del mismo en rival. En este último
caso, la persona del otro deja de serlo, para convertirse en un obstáculo en el
desarrollo del yo envidioso y competitivo. Cfr. E.Fromm, ¿Tener o ser? Madrid,
Fondo de Cultura Económica, 1999.
177
37 Para un listado completo y muy bien documentado de las ventajas del
aprendizaje cooperativo, véase T.Panitz, «Sixty-seven benefits of cooperative
learning». Disponible en http://home.capecod.net/?tpanitz/ starterpages/articles.htm
(1997). En una investigación de hace unos años también se concluye una importante
serie de ventajas que serían lo que consideramos los logros más deseables de todo
proceso educativo que se encamine a la paz y la felicidad de las personas: P.Gavilán,
«Repercusión del aprendizaje cooperativo sobre el rendimiento y desarrollo personal
y social de los estudiantes», Revista de Ciencias de la Educación, 192 (2002), págs.
505-521, véanse págs. 517-519.
178
caracterizados tanto por una fuerte implantación en el territorio y por una activa
aceptación de la diversidad social del mismo, como por una fuerte identificación de
sus componentes con un proyecto de centro bien definido» (J.Subirats, «Participación
y responsabilidades de la comunidad en la educación», Revista de Educación, 330
(2003), págs. 217-236, pág. 235).
179
ss J.Seoane, «Educación y democracia», Claves de Razón Práctica, 121 (2002),
págs. 59-64, pág. 61.
2 J.Trilla, (coord.) El legado pedagógico del siglo XX para la escuela del siglo
XXI, Barcelona, Graó, 2002; J.L.Barrio, «La transformación educativa y social en las
comunidades de aprendizaje», Teoría de la Educación. Revista Interuniversitaria, 17
(2005), págs. 129-156, pág. 135; M.C.Cruz, «Orígenes de la educación popular en
Chalatenango: una innovación educativa (Parte 1)», Estudios Centroamericanos (eca),
año LIX, septiembre, 671 (2004), págs. 897-925, págs. 901-902.
180
Iberoamericana de Educación, 33 (2003), Madrid, OEI, págs. 55-70, pág. 67.
P.Freire, pedagogía del oprimido, Madrid, Siglo XXI, 1992, pág. 45.
1° ídem.
181
26 En la base de los fenómenos fascistas y autoritarios estaría esta suerte de
vivencia enajenada, que, según Fromm, es buscada por el propio sujeto (a menudo
inconscientemente) que siente lo que él denomina «miedo a la libertad». Debido a
dicho miedo hacia lo que la libertad y la autonomía implican de separatidad, a la
amarga sensación de soledad e incertidumbre que acompañan a los primeros pasos
del sujeto hacia la autonomía y madurez psíquicas, el individuo se anula y enajena, en
una clase de postura regresiva a estadios de inmadurez. Cfr. Fromm, ob. cit., 1976.
182
contrario, en el apoyo mutuo. Son conocidos los esfuerzos de Kropotkin por justificar
el papel evolutivo que en el mundo natural han tenido los comportamientos altruistas
y este apoyo mutuo, en oposición a la idea de una contienda universal entre los
individuos en la que la supervivencia del más fuerte es la regla y el motor de la
evolución (C.Díaz, El anarquismo como fenómeno político moral, Madrid, Zero,
1978, págs. 34-41; F.García Moriyón, Del socialismo utópico al anarquismo, Madrid,
Cincel, 1990, pág. 59).
183
47 E.Dussel, ob. cit., pág. 433.
53 ídem.
s9 J.-C. Mélich y F.Bárcena, «La palabra del otro. Una crítica del principio de
autonomía en educación», Revista Española de Pedagogía, 214 (1999), págs. 465-
484, pág. 478.
60 J.-c. Mélich y F.Bárcena, «La palabra del otro. Una crítica del principio de
autonomía en educación», Revista Española de Pedagogía, 214 (1999), págs. 465-
484, pág. 478.
184
64 J.-P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Madrid, Santillana, 1996,
pág. 22.
68 Hesíodo sitúa la guerra de los hombres entre sí en las estirpes degeneradas que
se alejan de la mítica «Edad de Oro» que nos refiere en Trabajos y días (Trab. 106-
195). La imaginación de una edad dorada cuya principal característica es la
convivencia pacífica y la tolerancia entre los seres humanos ha tenido cierta
recurrencia en la historia.
185
ciudadanía universal», Revista Española de Pedagogía, 211 (1998), págs. 529-560.
Cfr. págs. 545-550.
6 Básicamente, hoy día podemos considerar tres sentidos del término: a) una
tolerancia como permisividad absoluta, como un «todo vale» sin límite; b) una
tolerancia como apreciación positiva de la diferencia, que acepta que el otro es
poseedor de una perspectiva que nos puede enriquecer; c) una tolerancia negativa que
equivale a un mero consentimiento de la diferencia por parte de quien cree poseer la
verdad. En el presente artículo nos centraremos en los antecedentes de los dos
primeros sentidos, porque el tercero se asocia más con los siglos de la Reforma
protestante.
186
8 J.Locke, Carta sobre la tolerancia, Madrid, Tecnos, 1998.
18 Fr. 20.
19 Fr. 35.
20 Fr. 1.20.
21 Fr. 15.
22 Fr. 17.
187
24 G.S.Kirk, 1981, págs. 273 y sigs.
25 Fr. 10.
26Fr.11.
27 Fr. 12.
28 Fr. 13.
29 Fr. 14.
30 Fr. 89.
32 Fr. 91.
33 Fr. 92.
31 Fr. 90.
3 s Gen. 1 1.
38 Teeteto, 166-7.
188
41 Platón, República, 1, 338E-9a.
189
48 Véase Rep. VII.
s' En nuestro contexto español, podemos citar entre muchos otros trabajos:
M.Cruz, (ed.), Tolerancia o barbarie, Barcelona, Gedisa, 1998; Etxeberría, X.,
Perspectivas de la tolerancia, Bilbao, Universidad de Deusto, 1997; C.Eymar, El
valor de la democracia. Una visión desde la tolerancia, Madrid, San Pablo, 1997, etc.
190
Índice
INTRODUCCIÓN 6
CAPÍTULO 1.-Educar desde el absurdo. La educación como
16
perseverante tarea ética
CAPÍTULO 2.-Educación para resistir. Filosofía estoica y
38
pedagogía
CAPITULO 3.-La educación como rememoración de las
61
aniquiladas esperanzas de los vencidos
CAPITULO 4.-La pedagogía desde la combativa inocencia. La
78
mirada subversiva de Iván Illich
CAPITULO 5.-Cultura escolar y cultura popular. La educación
95
participativa
CAPITULO 6.-El liberador encuentro con el otro. Pedagogía del
114
oprimido de Paulo Freire
CAPITULO 7.-Sentidos de la tolerancia: reflexiones para la
138
educación actual a partir de la tradición
Pero ya que he asumido, de hecho, ir presentando la temática
158
específica de los distintos ensayos o c
Una vez en la posición de lúcida asunción del aspecto trágico de
158
la existencia y toda ética, nos cab
En este primer capítulo se abordan algunas consecuencias para la
158
educación que se pueden extraer de
Entenderemos por el absurdo, en las líneas que siguen y según la
158
definición de Camus, el contraste e
Está claro que, en un primer momento, el pesimismo conlleva
158
una valoración fundamentalmente negativa
Así ocurre si consideramos que la vida es una explosión de
158
necesidades que reclaman ser satisfecha
lo cual significa que «toda vida es dolor»5. 158
tema del filósofo alemán, como señala Maceiras: «La aspiración
158
continuada e insatisfecha de la volun
El sufrimiento sin fin de la vida humana remite al hecho,
158
observado por Schopenhauer, de que la real
La comprensión de nuestra condición sobreviene a partir de los
191
grandes fracasos. Creo que también tr
cual todo adquiere una desmesurada dificultad. El filósofo Albert
158
Camus lo expresa certeramente: «Du
Entonces, nos sorprendemos, como expresa la conocida imagen
158
existencialista, abocados a habitar un
La ilusión supina del ser humano, individuo y especie, sería la de
158
creer que sus deseos de dominio y
Gran parte de la filosofía contemporánea conoce la evidencia de
158
este absurdo, esta vacuidad del mu
Volviendo a Schopenhauer, para él, la perspectiva pesimista
158
resulta lúcida, desde la óptica que esto
quier víctima inocente. El mal resulta un escándalo y es, así lo
158
grita el indignado corazón del homb
Cuando Camus propone aceptar el absurdo, afirma que equivale
158
a aceptar que «Todas las grandes accion
La constatación de la banalidad de la existencia puede darse, por
158
ejemplo, en el momento concreto en
Esta conclusión puede generar tristeza porque evoca la realidad
159
de que nos constituye la muerte17.
Pero véngase acá el señor licenciado, y dígame: ahora, al
159
presente, y en el momento en que vuestra m
fluir de las olas de la vida, desde el «sueño de una sombra» [...],
159
de Píndaro, hasta La vida es sue
Los recuerdos son un remedo de la realidad, ecos de un instante
159
perdido para siempre. En este sentid
[...]; es inútil que hurgue en el pasado, sólo saco restos de
159
imágenes y no sé muy bien lo que repre
Esta fluidez del mundo, este caos terrible de los instantes que se
159
suceden sin más, esta profunda ca
Ante la ausencia de un fundamento metafísico que legitime la
159
opción por unos valores y una ordenació
En las líneas precedentes ha quedado ampliamente desarrollada
159
la idea del filósofo de que el entorno
Tras la frustración inconmensurable de los seres humanos y su
159
decepción cósmica, puede surgir la act
192
Y en la concepción de Camus, el nihilista es quien reacciona
violentamente ante un universo injust 159
193