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SANTIDAD

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SANTIDAD

Que significa:
El significado bíblico de santidad proviene de la traducción hebrea de la palabra
“santo” que significa “separado” y es por esto que la santidad se considera una
característica de las personas que se mantienen alejadas y separadas de todo
aquello es que es impuro o impío para el Señor, es por esto que Dios es
considerado como la Santidad suprema, pues es perfecto en todo sentido

En las sagradas escrituras también se hace referencia a que la santidad se aplica


a todo aquello que está relacionado con la adoración y servicio a Dios, cómo lo
son los lugares santos, las celebraciones santas y toda herramienta u objeto santo
para la adoración del señor, que debía ser tratado con sumo respeto pero que
nunca habían de ser adorados.

Aunque los seres humanos somos imperfectos, Dios nos dice a través de la Biblia
que es posible ser considerados como santos si dedicamos nuestra vida a
obedecer sus mandatos, demostrando nuestra voluntad espiritual tanto con
nuestras acciones como con nuestras palabras, cumpliendo sus leyes y normas,
limpios de toda corrupción ética y moral de nuestro ser. La santidad y pureza
espiritual no es una carga sino como una muestra inmensa que los seres humanos
podemos sentir hacia el amor a Dios y su palabra.

SANTO: Somos llamados a ser diferentes porque tenemos un DIOS diferente.


Nuestro DIOS se revela como “SANTO” “qadosh” en hebreo. “Porque yo soy
Jehová vuestro DIOS; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque
yo soy santo” (Lev 11:44). Lo que significa la separación de lo mundano, profano o
normal y para apartarnos o consagrarnos para vivir bajo sus preceptos.

Según la revelación bíblica, la santidad es:


 Un atributo de Dios y de Su Espíritu
 una virtud indispensable de todo verdadero creyente
 un atributo de ciertos lugares, objetos, días, fechas, acciones, etc.

El término hebreo “kadosh” significa puro y, especialmente, moral y


espiritualmente. En ocasiones se debe traducir “separado”, puesto aparte,
consagrado (Lc. 2:23, citando a Ex. 13:2). Algunos autores presentan con
demasiada exclusividad el concepto de separación, pero sí es cierto que la pureza
consiste en estar separado de toda contaminación de todo pecado (Lev. 19-22
donde se repite en varias ocasiones la orden de ser santo) Cuando Isaías oyó a
los serafines proclamar: “¡Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos!”, Isaías
clamó: “¡Ay de mí!, que soy muerto, porque siendo hombre de labios inmundos,
han visto mis ojos al Rey…” Entonces fue su iniquidad quitada y expiado su
pecado (Is. 6:2-7). Aquí tenemos expresada la purificación para ser santo. Según
2 Cr. 29:15 los levitas se santifican a fin de poder purificar la casa de Jehová. Ser
santo es lo opuesto a estar contaminado (Hag. 2:12, 13; Lev. 11:43, 44).
El NT emplea el término “hagios” que también en ocasiones significa separado,
consagrado, puesto aparte (Lc. 2:23), pero con mayor frecuencia “puro”. Ser santo
es ser sin “mancha, ni arruga ni cosa semejante” (Ef. 5:26-27). Y en 2 Co. 7:1 se
lee: “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando
la santidad en el temor de Dios.”
Si en ocasiones se trata, en el AT, de cuestiones de santidad esencialmente ritual,
tenemos en ello sombras que se desarrollan en enseñanzas de unos principios de
santidad profundamente espiritual y moral. En la santidad ritual del AT se hallan
objetos santos: lugares, moradas, ciudades, vestiduras, pero, de una manera muy
especial, el Tabernáculo y el Templo con todo lo que servía para el culto.
Había además santas convocaciones, una nación y pueblo santos, etc. (Ex. 20:8;
30:31; 31:10; Lev. 21:7; 23:4; Núm. 5:17).
Nuestra santidad está estrechamente relacionada con la de Dios. “Habéis, pues,
de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos
para que seáis míos” (Lev. 20:26). Si este pasaje menciona la separación, también
todo el capítulo habla de pureza de conducta.
Acerca de la santidad de Dios, la Biblia declara lo siguiente: La santidad de Dios
es Su cualidad absoluta y fundamental. Su pureza absoluta, inmaculada,
manifiesta Su gloria deslumbrante y eterna. “Santo, santo, santo, Jehová de los
ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Is. 6:3; 57:15). Esta santidad nos
impulsa a la adoración: “¡Exaltad a Jehová nuestro Dios, y postraos ante el
estrado de sus pies; Él es santo!” (Sal. 99:5; 103:1). “Alegraos, justos, en Jehová,
y alabad la memoria de su santidad” (Sal. 97:12; Ex. 15:11; Is. 12:6).
La santidad de Dios se manifiesta a la vez en Su justicia y en Su amor. Su justicia
lo obliga a castigar al pecador; pero es inseparable de Su amor, que desea
salvarlo. “No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir… Dios soy… el
Santo…” (Os. 11:9). Una justicia sin amor no sería santa; no lo es la justicia
implacable de un tribunal. Pero un amor sin justicia tampoco es santo; no lo es el
amor sin severidad de una madre débil.
El arca del pacto ilustra muy bien esto: el propiciatorio, la cubierta de oro en la que
se hacía la aspersión de sangre expiatoria, simboliza la gracia y amor de Dios;
pero debajo de este propiciatorio se conservaba el rollo de la Ley, que
representaba la justicia del Dios que perdona. Porque el objetivo de Dios al
perdonar es el restablecimiento del orden moral. Esta es la esencia de la santidad,
sobre la que velaban simbólicamente los dos querubines de oro.
Son numerosos los pasajes bíblicos que asocian estrechamente la justicia y el
amor de Dios, estando siempre sobreentendida la noción de la santidad, al menos
en el contexto. Los términos utilizados son, en ocasiones, “fidelidad y bondad”, “ira
y misericordia”, “castigo y gracia”. El Decálogo afirma que Dios castiga la
iniquidad, pero también que muestra misericordia (Ex. 20:5-6). Se puede citar
también el Sal. 78:38; Is. 54:5-8; 57:15-18; 60:9-10; Sal. 98:1-3.
El Señor reprocha a los fariseos que descuiden “la justicia y el amor de Dios” (Lc.
11:42). Pablo afirma que la gracia reina por la justicia, y que “El cumplimiento de
la ley es el amor” (Ro. 5:21; 11:22; 13:10). La santidad de Dios, de la que depende
la nuestra, es así en realidad una combinación de una justicia o pureza absoluta
con un infinito amor. Ello nos lleva a constatar que la suprema manifestación de la
santidad de Dios viene a ser la muerte expiatoria de Su Hijo. La cruz del Calvario
es la sublime expresión de la unidad manifestada entre Su severa justicia y Su
amor redentor. En cuanto a la importancia de la santidad del creyente, es
menester recordar que Cristo volverá “para ser glorificado en sus santos” (1 Ts.
1:10).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

1. Antiguo Testamento. De qāḏôš, «santo», y qōḏeš, «santidad», que


aparece más de 830 veces. De etimología oscura, la idea radical de la palabra
hebrea, religiosamente considerada, es la de separación y consagración:
separación de lo que es común o inmundo; consagración a lo que es divino,
sagrado, puro.
2. Aplicada a Dios. Significa (a) su separación de toda la creación y de su
trascendencia sobre ella; en resumen, su supremacía, majestad y reverencial
gloria, como en Ex. 3:4, 5; y (b) el carácter inmaculado de su carácter como en Lv.
11:44, repetido en 1 P. 1:16.
3. Aplicada a objetos e instituciones. Son «santas» no en sí mismas, sino
en su uso como cosas fuera de los usos comunes y dedicados al servicio de Dios.
Es típico el reiterado uso de «santo» en Éxodo y Levítico con referencia a objetos
tan diversos como el tabernáculo y sus muebles, ofrendas, agua, vestiduras
sacerdotales y la tierra.
4. Aplicada a los seres humanos. En estos casos, por lo general la
«santidad» apunta a una santidad ceremonial que proviene del haber realizado
actos o ritos apropiados de consagración, como en Ex. 29:1. En otras ocasiones la
santidad apunta a un nivel de mayor profundidad, y se refiere a la justicia ética del
ser humano, como en Ex. 19:2; Sal. 15:1ss.; Is. 57:15.

Son principalmente los Salmos y los Profetas los que se apartan del significado
ceremonial de la palabra «santidad» para enriquecer el concepto con una realidad
moral.

1. Nuevo Testamento. Se expresa con la palabra hagios, sus derivados y


cognados.
2. En general: desarrolla y completa el aspecto ético espiritual de la santidad
del AT.
3. Específicamente: 1. El estado de quienes, por la fe, han sido unidos con
Cristo, cuya perfecta justicia se les imputa. 1 Co. 1:30. Sin embargo, esta
imputación de justicia no se considera válida a menos que vaya acompañada por
aquella santidad impartida que debe ser resultado de la unión del creyente con
Cristo, a quien se le describe como siendo él mismo la negación y destrucción del
pecado. 1 Jn. 2:1–6. 2. La cualidad moral del carácter y las acciones de aquellos
que, debido a la morada del Espíritu en ellos, participan de la naturaleza de Cristo
y consienten en ser gobernados por él. Ro. 6:22; 2 Co. 7:1; 1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:7;
3:6–9. Implícita en la naturaleza moral de la relación del cristiano con Cristo está la
imposibilidad moral de una continuación voluntaria en el pecado. Cristo y el
pecado no pueden estar en paz en el mismo corazón. Nota: La medida de
santidad disponible para el cristiano (ya sea en cuanto a la medida en que parcial
y progresivamente extirpa, contrarresta efectivamente, o expulsa enteramente el
mal de la naturaleza humana) es una cuestión sobre la que la tradición teológica
se divide, siendo las principales variantes el agustinianismo calvinista y el
arminianismo wesleyano. 3. El carácter implícito e ideal de todo el cuerpo de
Cristo, la iglesia, en que la señal corporativa de santidad se ve en el hecho de la
relación de la iglesia con Dios por medio de Cristo. Cf. Ef. 1:4; 1 P. 2:9.

III. Historia de la iglesia. Los siguientes son los énfasis particulares que se
encuentran en la enseñanza y prácticas de grupos cristianos:

1. Santidad oculta, como en el caso del gnosticismo de los primeros tiempos,


en el cual el orden material se consideraba malo y la santidad radicaba, por lo
tanto, en cierta percepción o gnosis impartida al iniciado, a saber, que la
santificación del alma consistía en su exaltación por sobre el mundo sensorial, y
su inmersión en la  plenitud divina.
2. Santidad mística, como en la experiencia de quienes exaltan la unión con
Dios en un sentimiento y visión puros por sobre la instrumentalidad de la Palabra
de Dios, o aun por sobre la mediación del Hijo de Dios.
3. Santidad sacramental, como en el caso del catolicismo romano con su
enseñanza de la gracia objetivamente proporcionada en los sacramentos, y
lograda meritoriamente en el proceso de santificación por medio de obras.
4. Santidad ascética, como la del monasticismo en que se sostiene que una
vida de retiro es más santa que la vida de trabajo o vocación común.
5. Santidad posicional, en la que se ve al cristiano «santo» en virtud del hecho
de estar «en Cristo», aunque es ineludiblemente pecador, pero aún sometido a
Cristo para luchar por una plena santificación a través de los medios de gracia y la
obediencia a los mandamientos.
6. Santidad experimental. Este punto de vista trata de andar sobre la fina línea
que divide el concepto de santidad como una perfección sin pecado (que se
repudia porque pertenece solamente a Cristo), y la santidad como una perfección
con pecado (que se rechaza porque no hace justicia a los pasajes de liberación y
victoria del NT). Esta posición enseña que es posible lograr ahora un corazón
puro, lo cual se consigue por el poder del Espíritu Santo, en una comunión con
Dios en amor.

Nota: Quienes deseen evaluar ambos lados de la cuestión sobre si la santidad del
creyente como se presenta, por ejemplo, en la Primera Epístola de Juan, es en el
mejor de los casos sólo un ideal religioso con exigentes implicaciones, o si es una
experiencia que se puede lograr dentro de los límites de la fragilidad humana,
deben leer R.N. Flew, The Idea of Perfection in Christian Theology, Oxford
University Press, Londres, 1934, pp. 92–117; G.G. Findley, Fellowship In The Life
Eternal, Hodder and Stoughton, Londres, 1909, pp. 253–269, y Charles Gore, The
Epistles of St. John, John Murray, Londres, 1920.

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