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Durkheim El Totem Como Nombre

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Capítulo primero

Las creencias propiamente totémicas

I. - El tótem como nombre y como emblema

Nuestro estudio comprenderá naturalmente dos partes. Ya


que toda religión está compuesta de representaciones y de
practicas rituales, debemos tratar sucesivamente creencias y ri-
tos que son propios de la religión totémica. Sin duda, esos dos
elementos de la vida religiosa son demasiado estrechamente
solidarios como para que sea posible separarlos radicalmente.
Aunque, en principio, el culto deriva de las creencias, reaccio-
na sobre ellas; el mito se modela frecuentemente sobre el rito
para explicarlo, sobre todo cuando su sentido no es o ya no es
aparente. Inversamente, hay creencias que no se manifiestan
claramente más que a través de los ritos que las expresan. Las
dos partes del análisis no pueden, pues, no penetrarse. Sin
embargo, esos dos órdenes de hechos son demasiado diferen-
tes como para que sea indispensable estudiarlos separadamen-
te. Y como es imposible comprender una religión cuando se
ignoran las ideas sobre las cuales se basa, debemos tratar de
conocer ante todo estas últimos.
No obstante, nuestra intención no es recordar aquí todas las
especulaciones en las cuales ha tomado parte el pensamiento
religioso ni aun de los mismos australianos. Lo que queremos
alcanzar son las nociones elementales que están en la base de
la religión; pero no podríamos tratar de seguirlas desde estas

168
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 169

sociedades a través de todos los desarrollos, a veces tan enma-


rañados, que la imaginación mitológica les ha dado. Cierta-
mente, nos serviremos de la mitos cuando puedan ayudarnos
a comprender mejor esas nociones fundamentales, pero sin
hacer de la mitología misma el objeto de nuestro estudio. Por
otra parte, en tanto ella es una obra de arte, no pertenece a la
ciencia de las religiones. Además, los procesos mentales de los
cuales resulta son de una complejidad demasiado grande co-
mo para que puedan estudiarse indirectamente y al pasar. Es
un problema difícil y que debe ser tratado en sí mismo, por sí
mismo y según un método que le sea especial.
Pero entre las creencias sobre las que se basa la religión to-
témica, las más importantes son naturalmente las que concier-
nen al tótem; debemos comenzar, pues, por ellas.

En la base de la mayoría de las tribus australianas, encontra-


mos un grupo que tiene un lugar preponderante en la vida co-
lectiva: es el clan. Dos rasgos esenciales lo caracterizan.
En primer lugar, los individuos que lo componen se consi-
deran unidos por un vínculo de parentesco, pero de una natu-
raleza muy especial. Este parentesco no proviene de que man-
tienen unos con otros relaciones definidas de consanguinidad;
son parientes por el solo hecho de que llevan el mismo nom-
bre. No son padres, madres, hijos o hijas, tíos o sobrinos uno
de los otros en el sentido que actualmente damos a esas expre-
siones; y sin embargo se consideran formando una misma fa-
milia, amplia o estrecha según las dimensiones del clan, por el
solo hecho de que están colectivamente designados por la
misma palabra. Y si decimos que se consideran como de una
misma familia, es que se reconocen unos a otros deberes idén-
170 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

ticos a los que, en todo tiempo, han incumbido a los parientes:


deberes de asistencia, de venganza, de duelo, obligación de no
casarse entre sí, etc.
Pero, en este primer rasgo, el clan no se distingue de la gens
romana o del γενος griego; pues el parentesco de los gentiles,
también, provenía exclusivamente de que todos los miembros
de la gens llevaban el mismo nombre 1 , el nomen gentilicium. Y
sin duda, en un sentido, la gens es un clan; pero es una varie-
dad del género que no debe confundirse con el clan australia-
no 2 . Lo que diferencia a este último es que el nombre que lleva
es también el de una especie determinada de cosas materiales
con las cuales cree mantener relaciones muy particulares de
cuya naturaleza hablaremos más tarde; sobre todo son relacio-
nes de parentesco. La especie de cosas que sirve para designar
colectivamente al clan se llama su tótem. El tótem del clan es
también el de cada uno de sus miembros.
Cada clan tiene un tótem que le pertenece; dos clanes dife-
rentes de una misma tribu no podrían tener el mismo. En efec-
to, se forma parte de un clan por el solo hecho de que se lleva
un cierto nombre. Todos aquellos, pues, que llevan ese nombre
son sus miembros con el mismo título; cualquiera que sea la
manera en que estén repartidos sobre el territorio tribal, man-
tienen todos, unos con otros, las mismas relaciones de paren-
tesco 3 . En consecuencia, dos grupos que tienen un mismo tó-

1
Es la definición que da Cicerón de la gentileza: Gentiles sunt qui inter se eodem
nomine sunt (Top. 6).
2
Puede decirse, de una manera general, que el clan es un grupo familiar donde el pa-
rentesco resulta únicamente de la comunidad del nombre; en ese sentido es que la
gens es un clan. Pero, en el género así constituido, el clan totémico es una especie
particular.
3
En una cierta medida, esos vínculos de solidaridad se extienden más allá de las
fronteras de la tribu. Cuando individuos de tribus diferentes tienen un mismo tó-
tem, tienen unos hacia otros deberes particulares. El hecho está expresamente
afirmado respecto a ciertas tribus de América del Norte (ver Frazer, Totemism
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 171

tem no pueden ser más que dos secciones de un mismo clan.


Sin duda, frecuentemente sucede que un clan no reside entero
en una misma localidad, sino que cuenta representantes en lu-
gares diferentes. Su unidad, sin embargo, no deja de ser senti-
da aun cuando no tenga base geográfica.
En cuanto a la palabra tótem, es la que emplean los Ojib-
way, tribu algonquina, para designar la especie de cosas cuyo
nombre lleva el clan 4 . Aunque la expresión no tenga nada de
australiano 5 y no se encuentre siquiera más que en una sola
sociedad de América, los etnógrafos la han adoptado definiti-
vamente y se sirven de ella para denominar, de una manera
general, la institución que estamos describiendo. Schoolcraft es
el primero que ha extendido así el sentido de la palabra y ha
hablado de un “sistema totémico” 6 . Esta extensión, de la que
hay numerosos ejemplos en etnografía, no carece seguramente
de inconvenientes. No es normal que una institución de esta
importancia lleve un nombre casual, tomado de un idioma es-
trechamente local, y que no recuerde de ningún modo los ca-
racteres distintivos de la cosa que expresa. Pero hoy, este mo-
do de emplear la palabra es tan universalmente aceptado que
sería un exceso de purismo rebelarse contra su uso 7 .

and Exogamy, III, pp. 57, 81, 199, 356-357). Los textos relativos a Australia son
menos explícitos. Es probable sin embargo que la prohibición del matrimonio en-
tre miembros de un mismo tótem sea internacional.
4
Morgan; Ancient Society, p. 165.
5
En Australia, las palabras empleadas varían según las tribus. En las regiones obser-
vadas por Grey, se decía Kobon; los Dieri dicen Murdu (Howitt, Nat. Tr. of S. E.
Aust., p. 91), los Narrinyeri, Mgaite (Taplin, en Curr, II, p. 244), los warramunga,
Mungai o Mungaii (North Tr., p. 754), etcétera.
6
Indian Tribes of the United States, IV, p. 86.
7
Y sin embargo esta forma de la palabra es tanto más lamentable cuanto que no sa-
bemos siquiera con exactitud cómo es su ortografía. Unos escriben toodain, o do-
dain o ododam (ver Frazer, Totemism, p. 1) El sentido mismo del término no está
determinado exactamente. Si se lo compara con el lenguaje del primer observador
172 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

Los objetos que sirven de tótems pertenecen, en la mayoría


de los casos, ya sea al reino vegetal ya sea al reino animal, pero
principalmente a este último. En cuanto a las cosas inanima-
das, se emplean mucho más raramente. Sobre más de 500
nombres totémicos contados por Howitt entre las tribus del
sudeste australiano, sólo hay casi una cuarentena que no sean
nombres de plantas o de animales: son las nubes, la lluvia, el
granizo, la helada, la luna, el sol, el viento, el otoño, el verano,
el invierno, ciertas estrellas, el trueno, el fuego, el humo, el
agua, el ocre rojo, el mar. Se notará el lugar muy restringido de
los cuerpos celestes y aún, más generalmente, de los grandes
fenómenos cósmicos que, sin embargo, estaban destinados a
una fortuna tan grande en la continuación del desarrollo reli-
gioso. Entre todos los clanes de los cuales nos habla Howitt, no
hay más que dos que tienen por tótem la luna 8 , dos el sol 9 , tres
una estrella 10 , tres el trueno 11 , dos los relámpagos 12 . Sólo la llu-
via es excepción; al contrario, es muy frecuente 13 .
Tales son los tótems que podrían llamarse normales. Pero el

de los ojibway, J. Long, la palabra tótem designaría al genio protector, al tótem


individual del cual hablaremos más adelante (lib. prim., cap. IV) y no al tótem del
clan. Pero los testimonios de los otros exploradores tienen formalmente el sentido
contrario (ver sobre este punto Frazer, Totemism and Exogamy, III, pp. 49-52).
8
Los wotjobaluk (p. 121) y los buandik (p. 123).
9
Los mismos.
10
Los Wolgal (p. 102), los wotjobaluk y los buandik.
11
Los muruburra (p. 177), los wotjobaluk y los buandik.
12
Los buandik y los kaiabara (p. 116). Se notará que todos estos ejemplos están to-
mados solamente de cinco tribus.
13
Del mismo modo, sobre 204 tipos de tótems, contados por Spencer y Gillen en
gran cantidad de tribus, 188 son de animales o de plantas. Los objetos inanimados
son el boomerang, el agua fría, la oscuridad, el fuego, el relámpago, la luna, el
ocre rojo, la resina, el agua salada, la estrella de la tarde, la piedra, el sol, el agua,
el remolino, el viento, el granizo (North Tr., p. 773. Cf. Frazer, Totemism and
Exogamy, I, pp 253-254).
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 173

totemismo tiene sus anomalías. Así, sucede que el tótem sea,


no un objeto entero, sino una parte de un objeto. El hecho pa-
rece bastante raro en Australia 14 ; Howitt sólo cita un ejemplo 15 .
Sin embargo, podría bien suceder que se encontrara con cierta
frecuencia en las tribus donde los grupos totémicos se han
subdividido en exceso; se diría que los tótems mismos debie-
ron fragmentarse para poder suministrar nombres a esas múl-
tiples divisiones. Eso parece haberse producido entre los aran-
da y los loritja. Strehlow ha contado en esas dos sociedades
hasta 442 tótems entre los cuales muchos designan no una es-
pecie animal, sino un órgano particular de los animales de esta
especie, por ejemplo, la cola, el estómago de la zarigüeya, la
grasa del canguro, etc. 16
Hemos visto que, normalmente, el tótem no es un indivi-
duo, sino una especie o una variedad: no es tal canguro, tal
cuervo, sino el canguro o el avestruz en general. A veces, sin
embargo, es un objeto particular. Ante todo, forzosamente es
ese caso todas las veces en que es una cosa única en su género
que sirve de tótem, como el sol, la luna, tal constelación, etc.
Pero ocurre también que los clanes tomen su nombre de tal
pliegue o depresión del terreno, geográficamente determina-
do, de tal hormiguero, etc. No conocemos, es cierto, más que
un pequeño número de ejemplos en Australia; Strehlow cita,
no obstante algunos 17 . Pero las causas mismas que han dado

14
Frazer (Totemism, pp. 10 y 13) cita casos bastante numerosos y hasta hace de él
un género aparte que llama split-totems Pero esos ejemplos están tomados de tri-
bus donde el totemismo está profundamente alterado, como en Samoa o en las is-
las de Bengala.
15
Howitt, Nat. Tr., p. 107.
16
Ver los cuadros hechos por Strehlow, Die aranda und loritja-Stämme, II pp. 61-72
(cf. III, pp 13-17). Es notable que esos tótems fragmentarios sean exclusivamente
tótems animales.
17
Strehlow, II, pp 52 y 72.
174 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

nacimiento a esos tótems anormales demuestran que son de


un origen relativamente reciente. En efecto, lo que ha hecho
erigir en tótems a ciertos lugares, es que se cree que un ante-
pasado mítico se ha detenido o ha realizado allí algún acto de
su vida legendaria 18 . Pues bien, esos antepasados nos son pre-
sentados, al mismo tiempo, en los mitos como perteneciendo
ellos mismos a clanes que tenían tótems perfectamente regula-
res, es decir, tomados de especies animales o vegetales. Las
denominaciones totémicas que conmemoran los hechos y ges-
tas de esos héroes no pueden, pues, haber sido primitivas, sino
que corresponden a una forma de totemismo ya derivada y
desviada. Es lícito preguntarse si los tótems meteorológicos no
tienen el mismo origen; pues el sol, la luna, los astros son fre-
cuentemente identificados con los antepasados de la época fa-
bulosa 19 .
Algunas veces, pero no menos excepcionalmente, un ante-
pasado o un grupo de antepasados sirve directamente de tó-
tem. El clan se nombra entonces, no según una cosa o una es-
pecie de cosas reales, sino según un ser puramente mítico.
Spencer y Gillen habían ya señalado dos o tres tótems de este
tipo. Entre los warramunga y entre los Tjingilli, existe un clan
que lleva el nombre de un antepasado, llamado Thaballa, y
que parece encarnar la alegría 20 . Otro clan warramunga lleva

18
Por ejemplo uno de esos tótems es una cavidad donde un antepasado del tótem del
Gato salvaje ha reposado; otro es una galería subterránea donde un antepasado
del clan del Ratón ha cavado, etc. (ibíd, p. 72)
19
Nat. Tr., p. 561 y sig. Strehlow, II. p. 71. n° 2 Howitt. Nat. Tr., p. 286 y sig.; “On
Australian Medicine Men”, J. A. I, XVI, p. 53, “Further notes on the Australian
Class Systems”. J. A. I. XVIII p. 63 y siguientes.
20
Thaballa significa el muchacho que ríe, según la traducción de Spencer y Gillen.
Los miembros del clan que lleva su nombre creen oír reír en las rocas que les sir-
ven de residencia (North Tr., pp. 207, 215, 227, nota). Según el mito relatado (p.
422), habría habido un grupo inicial de Thaballa míticos (cf. p. 208). El clan de
los Kati, de los hombres plenamente desarrollados, full/grown men como dicen
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 175

el nombre de una serpiente fabulosa, monstruosa, llamada


Wollunqua, de la cual se cree que ha descendido el clan 21 . De-
bemos a Strehlow algunos hechos similares 22 . En todos los ca-
sos, es bastante fácil entrever lo que ha debido suceder. Bajo la
influencia de causas diversas, por el desarrollo mismo del pen-
samiento mitológico, el tótem colectivo e impersonal se ha bo-
rrado ante ciertos personajes míticos que han pasado a primer
plano y se han transformado ellos mismos en tótems.
Esas diferentes irregularidades, por interesantes que pue-
dan ser, por otra parte, no tienen, pues, nada que nos obligue a
modificar nuestra definición del tótem. No constituyen, como
se ha creído a veces 23 , otras tantas especies de tótems más o
menos irreductibles unos a los otros y al tótem normal, tal co-
mo lo hemos definido. Son solamente formas secundarias y a
veces aberrantes de una sola y misma noción que es, en mu-
cho, la más general y que puede con toda razón considerarse
también como la más primitiva.
En cuanto a la manera con la cual se adquiere el nombre to-
témico, interesa más al reclutamiento y a la organización del
clan que a la religión; pertenece pues a la sociología de la fami-
lia más que a la sociología religiosa 24 . Por eso nos limitaremos

Spencer y Gillen, bien parece ser del mismo tipo (North Tr., p. 207 ).
21
North. Tr., p. 226 y siguientes.
22
Strehlow, II, pp. 71-72. Strehlow cita entre los loritja y los aranda un tótem que
recuerda mucho al de la serpiente Wollumqua: es el tótem de la serpiente mítica
del agua.
23
Es el caso de Klaatsch, en su artículo ya citado (ver más arriba. p. 103, n. 22)
24
Así como lo hemos indicado en el capítulo precedente, el totemismo interesa a la
vez al problema de la religión y al problema de la familia, ya que el clan es una
familia. Los dos problemas, en las sociedades inferiores, son estrechamente soli-
darios. Pero ambos son demasiado complejos como para que no sea indispensable
tratarlos separadamente. No se puede comprender, por otra parte, la organización
familiar primitiva antes de conocer las ideas religiosas primitivas: pues éstas sir-
ven de principios a aquélla. Por eso era necesario estudiar el totemismo como re-
176 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

a indicar sumariamente los principios más esenciales que rigen


la materia.
Según las tribus, se usan tres reglas diferentes.
Es un gran número, hasta puede decirse el mayor número
de sociedades, el niño tiene por tótem el de su madre, por de-
recho de nacimiento: es lo que sucede entre los Dieri, los ura-
bunna del centro de Australia meridional: los Wotjobaluk, los
Gournditch-Mara de Victoria; los Kamilaroi, los Wiradjuri, los
Wonghibon, los Euahlayi de la Nueva Gales del Sur; los Wa-
kelbura, los Pitta-Pitta, los Kurnandaburi del Queensland, pa-
ra no citar más que los nombres más importantes. En este caso,
como, en virtud de la regla exogámica, la madre es obligato-
riamente de distinto tótem que su marido y como por otra par-
te, vive en la localidad de este último, los miembros de un
mismo tótem están necesariamente dispersos en localidades
diferentes según los azares de los matrimonios que se contra-
en. Resulta de esto que el grupo totémico carece de base terri-
torial.
En otras partes, el tótem se trasmite por línea paterna. Esta
vez, como el niño permanece junto a su padre, el grupo local
está formado esencialmente por la gente que pertenece al
mismo tótem; solamente las mujeres casadas representan allí
tótems extranjeros. Dicho de otro modo, cada localidad tiene
su tótem particular. Hasta épocas recientes, ese modo de orga-
nización sólo se había encontrado en Australia, en tribus don-
de el totemismo está en decadencia, por ejemplo, entre los Na-
rrinyeri, donde el tótem ya no tiene casi carácter religioso 25 . Se
creía, pues, con fundamento que había una estrecha relación
entre el sistema totémico y la filiación en línea uterina. Pero

ligión antes de estudiar el clan totémico como agrupamiento familiar.


25
Ver Taplin, The Narrinyeri Tribe, Curr, II, pp. 244-245; Howitt Nat. Tr., p. 131.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 177

Spencer y Gillen han observado, en la parte septentrional del


centro australiano, todo un grupo de tribus donde la religión
totémica se practica todavía y donde sin embargo la transmi-
sión del tótem se hace por línea paterna: son los warramunga,
los Gnanji, los Umbaia, los Binbinga, los Mara y los Anula 26 .
Por fin, se observa una tercera combinación entre los aran-
da y los loritja. Aquí, el tótem del niño no es necesariamente el
de su madre ni el de su padre; es el del antepasado mítico que,
por procedimientos que los observadores nos relatan de mo-
dos diferentes 27 , ha venido a fecundar míticamente a la madre
en el momento de la concepción. Una técnica determinada
permite reconocer cuál es este antepasado y a qué grupo toté-
mico pertenece 28 . Pero, como el azar es el que hace que tal an-
tepasado se haya encontrado en las proximidades de la madre
antes que tal otro, el tótem del niño depende finalmente de
circunstancias fortuitas 29 .
Fuera y por encima de los tótems de los clanes, están los tó-

26
North. Tr., pp 163, 169, 170, 172. Hay que hacer notar, sin embargo. que en todas
estas tribus, salvo los Mara y los Anula, la transmisión del tótem por línea paterna
no sería más que el hecho más general, pero incluiría excepciones.
27
Según Spencer y Gillen (Nat. Tr., p. 123 y sig.), el alma del antepasado se reen-
carnaría en el cuerpo de la madre y llegaría a ser el alma del niño; según Strehlow
(II, p. 51 y sig.), la concepción, aunque obra del antepasado, no implicaría una re-
encarnación; pero, en una y otra interpretación, el tótem propio del niño no de-
pende necesariamente del de sus padres.
28
Nat. Tr., p. 133; Strehlow, II, p. 53.
29
En gran parte, es la localidad donde la madre cree haber concebido la que deter-
mina el tótem del niño. Cada tótem, como veremos, tiene su centro, y los antepa-
sados frecuentan preferentemente los lugares que sirven de centro a sus tótems
respectivos. El tótem del niño es, pues, aquél al que pertenece la localidad donde
la madre cree haber concebido. Por otra parte, como ésta debe encontrarse más a
menudo cerca del lugar que sirve de centro totémico a su marido, el niño debe ser
más generalmente del mismo tótem que el padre. Esto explica, sin duda, como, en
cada localidad, la mayor parte de los habitantes pertenecen al mismo tótem (Nat.
Tr., página 9).
178 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

tems de las fratrías que, aunque no difieren en naturaleza de


los primeros, deben sin embargo distinguirse de ellos.
Se llama fratría a un grupo de clanes que están unidos entre
sí por vínculos particulares de fraternidad. Normalmente, una
tribu australiana está dividida en dos fratrías entre las cuales
están repartidos los diferentes clanes. Hay, sin duda, socieda-
des donde esta organización ha desaparecido; pero todo hace
creer que ella ha sido general. En todo caso, no existen, en
Australia, tribus donde el número de fratrías sea superior a
dos.
Ahora bien, en casi todos los casos donde las fratrías llevan
un nombre cuyo sentido se ha podido establecer, ese nombre
es el de un animal; es pues, parece, un tótem. Esto es lo que
bien ha demostrado A. Lang en una reciente obra 30 . Así, entre
los Gournditch-Mara (Victoria), las fratrías se llaman una Kro-
kitch y la otra Kaputch; la primera de estas palabras significa
cacatúa blanca, la segunda, cacatúa negra 31 . Las mismas expre-
siones se encuentran, en totalidad o en parte, entre los Buan-
dik y los Wotjobaluk 32 . Entre los Wurun-Jerri, los nombres
empleados son Bunfil y Waang que quieren decir halcón y
cuervo 33 . Las palabras Mukwara y Kilpara se usan con el mis-
mo objeto en gran número de tribus de Nueva Gales del Sur 34 ;
designan los mismos animales 35 . Del mismo modo el halcón y
el cuervo han dado sus nombres a los fratrías de los Ngarigo,

30
The secret of the Tótem, p. 159 y sig. Cf. Fison y Howitt, Kamilaroi and Kurnai,
pp. 40 y 41; John Mathew, Eaglehawk and Crow; Thomas, Kinship and Mar-
riage in Australia, pp. 52 y siguientes.
31
Howitt, Nat. Tr., p. 124.
32
Howitt op. cit., pp 121, 123, 124. Curr, III, p. 461.
33
Howitt p. 126.
34
Howitt, p. 98 y siguientes.
35
Curr, II, p. 165; Brough Smyth, I, p. 423; Howitt, op. cit., p. 429.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 179

de los Wolgal 36 . Entre los Kuinmurbura, son la cacatúa blanca


y el cuervo 37 . Se podrían citar otros ejemplos. Se llega a ver de
este modo en la fratría un antiguo clan que se habría desmem-
brado; los clanes actuales serían el producto de ese desmem-
bramiento, y la solidaridad que los une, un recuerdo de su
primitiva unidad 38 . Es cierto que, en ciertas tribus, las fratrías
ya no tienen, parece, nombres determinados; en otras, donde
esos nombres existen, su sentido ni siquiera es conocido por
los indígenas. Pero no hay nada en esto que pueda sorprender.
Las fratrías son ciertamente una institución primitiva, pues en
todas partes están en vía de regresión; los clanes, salidos de
ellas, son los que han pasado al primer plano. Es natural pues
que los nombres que ellas llevaban se hayan poco a poco bo-
rrado de las memorias, o que se haya dejado de comprender-
los; pues debían pertenecer a una lengua muy arcaica que ya
no está en uso. Lo prueba el hecho de que, en muchos casos
donde sabemos de qué animal lleva el nombre la fratría, la pa-
labra que designa a este animal en la lengua corriente es to-
talmente diferente de la que sirve para denominarlo 39 .
Entre el tótem de la fratría y los tótems de los clanes, existe
como una relación de subordinación. En efecto, cada clan, en
principio, pertenece a una fratría y sólo a una; es totalmente
excepcional que cuente representantes en la otra fratría. El ca-

36
Howitt, pp. 101, 102..
37
J. Mathew, Two Representative Tribes of Queensland, p. 139.
38
Se podría, en apoyo de esta hipótesis, dar otras razones; pero habría que hacer in-
tervenir consideraciones relativas a la organización familiar, y tenemos que sepa-
rar los dos estudios. La cuestión, sólo interesa, por otra parte, secundariamente a
nuestro tema.
39
Por ejemplo, Mukwara, que designa una fratría entre los Barkinji, los Paruinji, los
Milpulko, significa, según Brough Smyth, águila halcón; ahora bien, entre los
clanes comprendidos en esta fratría, hay uno que tiene por tótem el águila halcón.
Pero aquí, este animal se designa con la palabra Bilyara. Se encontrarán muchos
casos del mismo tipo, citados por Lang, op. cit, p. 162.
180 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

so no se encuentra casi más que en ciertas tribus del centro,


sobre todo en los aranda 40 ; todavía, aún allí donde, por in-
fluencias perturbadoras, se producen encabalgamientos en ese
tipo, el grueso del clan está comprendido todo entero en una
de las dos mitades de la tribu; sólo una minoría se encuentra
del otro lado 41 . La regla es pues, que las dos fratrías no se pe-
netran; en consecuencia, el círculo de los tótems que puede
llevar un individuo está predeterminado por la fratría a la cual
pertenece. Dicho de otro modo, el tótem de la fratría es como
un género del cual los tótems de los clanes son especies. Ve-
remos más adelante que esta comparación no es puramente
metafórica.
Además de las fratrías y los clanes, se encuentra frecuente-
mente en las sociedades australianas otro grupo secundario
que no carece de cierta individualidad: son las clases matri-
moniales.
Con este nombre se designan subdivisiones de la fratría que
son de número variable según las tribus: se encuentran dos o
cuatro por fratría 42 . Su reclutamiento y su funcionamiento es-
tán regulados por los dos siguientes principios: l°) En cada fra-
tría, cada generación pertenece a una clase distinta que la ge-

40
Spencer y Gillen, Nat. Tr., p. 115. Según Howitt (op. cit., pp. 121 y 454), entre los
Wotjobaluk, el clan del Pelícano estaría igualmente representado en las dos fratrí-
as. El hecho nos parece dudoso. Sería muy posible que esos dos clanes tengan por
tótems dos especies diferentes de pelícanos. Eso parece surgir de las indicaciones
dadas por Mathews sobre la misma tribu (“Aboriginal Tribes of N. S. Wales a.
Victoria”, en journal and Proceedings of the Royal Society of N. S. Wales, 1904,
pp. 287-288.
41
Ver sobre esta cuestión nuestra memoria sobre: “Le totemisme”, en Aneé sociolo-
gique, t. V, p. 82 y siguientes.
42
Ver sobre esta cuestión de las clases australianas en general nuestra memoria so-
bre: “La prohibición de l’inceste”, en Aneé sociol., I, p. 9 y sig, y más especial-
mente sobre las tribus de ocho clases: “L’organisation matrimoniale des sociétés
australiennes’, en Année sociol., VIII, pp. 118-147.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 181

neración inmediatamente precedente. Cuando no hay, pues,


más que dos clases por fratría, alternan necesariamente una
con la otra en cada generación. Los niños son de la clase de la
cual sus padres no forman parte; pero los nietos son de la
misma que sus abuelos. Así, entre los Kamilaroi la fratría Ku-
pathin comprende dos clases, Ippai y Kumbo; la fratría Dilbi,
otras dos que se llaman Murri y Kubbi. Como la filiación se
hace por línea uterina, el niño es de la fratría de su madre; si
ella es una Kupathin, él mismo será un Kupathin. Pero si ella
es de la clase Ippai, será un Kumbo; luego sus hijos, si es una
niña, estarán de nuevo en la clase Ippai. Del mismo modo, los
niños de las mujeres de la clase Murri serán de la clase Kubbi,
y los niños de las mujeres de Kubbi serán Murri otra vez.
Cuando hay cuatro clases por fratría, en lugar de dos, el siste-
ma es más complejo, pero el principio es el mismo. Esas cuatro
clases, en efecto, forman dos parejas de dos clases cada una, y
esas dos clases alternan una con la otra, en cada generación, de
la manera que acaba de indicarse. 2°) Los miembros de una
clase no pueden, en principio 43 , contraer matrimonio más que
con una sola de las clases de la otra fratría. Los Ippai deben ca-
sarse en la clase Kubbi; los Murri, en la clase Kumbo. Porque
esta organización afecta profundamente las relaciones matri-
moniales les damos a estos grupos el nombre de clases matri-
moniales.
Pues bien, se ha preguntado si esas clases no tenían a veces
tótems como las fratrías y como los clanes.
Lo que ha planteado la cuestión es que, en ciertas tribus del

43
Ese principio no se ha mantenido en todas partes con igual rigor. En las tribus del
centro de ocho clases, sobre todo, además de la clase con la cual está permitido
regularmente el matrimonio, no hay otra con la cual se tiene una especie de con-
nubium secundario (Spencer y Gillen, North. Tr., p. 196). Lo mismo ocurre en
ciertas tribus de cuatro clases. Cada clase puede elegir entre las dos clases de la
otra fratría. Es el caso de los Kabi (ver Mathew, en Curr, III, p. 162).
182 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

Queensland, cada clase matrimonial está sometida a interdic-


ciones alimentarias que les son especiales. Los individuos que
la componen deben abstenerse de la carne de ciertos animales
que las otras clases pueden consumir libremente 44 . ¿Acaso esos
animales no serían tótems?
Pero la interdicción alimentaria no es el signo característico
del totemismo. El tótem es, primero y ante todo, un nombre, y
como veremos, un emblema. Pues bien, en las sociedades de
las que acabamos de hablar, no existe clase matrimonial que
lleve un nombre de animal o de planta o que se sirva de un
emblema 45 . Es posible, sin duda, que esas prohibiciones estén
derivadas indirectamente del totemismo. Puede suponerse que
los animales que esas interdicciones protegen serían primiti-
vamente tótems de clanes que habrían desaparecido, mientras
que las clases matrimoniales se habrían mantenido. Es cierto,
en efecto, que a veces tienen una fuerza de resistencia que no
tienen los clanes. En consecuencia, las interdicciones, destitui-
das de sus soportes primitivos, se habrían generalizado en la
extensión de cada clase, ya que no existían otros grupos con
los cuales pudieran relacionarse. Pero se ve que, si esta regla-
mentación ha nacido del totemismo, no representa más que
una forma debilitada y desnaturalizada del mismo 46 .

44
Ver Roth, Ethnological Studies among the North/West/Central Queensland Abo-
rigines, p. 56 y sig., Palmer, “Notes on some Australian Tribes”, J. A. I., XIII
(1884), p. 302 y siguientes.
45
Se cita, sin embargo, algunas tribus donde las clases matrimoniales llevan nom-
bres de animales o de plantas: es el caso de los Kabi (Mathew, Two Representati-
ve tribes, p. 150), de tribus observadas por MFS. Bates (“The Marriage Laws a
Customs of the W. Austral. Aborigines”, en Victorian Geographical Journal,
XXIII-XXIV, p. 47) y quizás de dos tribus observadas por Palmer. Pero estos
hechos son muy raros, su significación está mal establecida. Por otra parte, no es
sorprendente que las clases, como los grupos sexuales, hayan adoptado a veces
nombres de animales. Esta extensión excepcional de las denominaciones totémi-
cas no modifica en nada nuestra concepción del totemismo.
46
La misma explicación se aplica quizás a algunas otras tribus del sudeste y del oes-
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 183

Todo lo que acaba de decirse del tótem en las sociedades


australianas, se aplica a las tribus indígenas de América del
Norte. Toda la diferencia es que, en estas últimas, la organiza-
ción totémica tiene una firmeza de contornos y una estabilidad
que faltan en Australia. Los clanes australianos no son sim-
plemente muy numerosos; son, para una misma tribu, un nú-
mero casi ilimitado. Los observadores citan algunos a título de
ejemplos, pero sin lograr nunca darnos una lista completa. Es
que en ningún momento esta lista se ha detenido definitiva-
mente. El mismo proceso de segmentación que ha desmem-
brado primitivamente a la fratría y que ha dado nacimiento a
los clanes propiamente dichos, se continúa sin término en el
interior de estos últimos; como consecuencia de este progresi-
vo desmigajamiento, un clan sólo tiene a menudo un efectivo
de los más reducidos 47 . En América, al contrario, el sistema to-

te donde, si creemos a los informadores de Howitt, se encontrarían igualmente tó-


tems especialmente afectados a cada clase matrimonial. Sería el caso de los Wi-
rad juri, los Wakelbura, los Bunta/Mura del río Bulloo (Howitt, Nat. Tr., pp. 210,
221, 226). No obstante, los testimonios que ha recogido son, según confiesa, sos-
pechosos. De hecho, de las mismas listas que ha confeccionado, resulta que mu-
chos tótems se encuentran igualmente en las dos clases de la misma fratría.
La explicación que proponemos según Frazer (Totemism and Exogamy, p. 531 y
sig.), provoca, por otra parte, una dificultad. En principio, cada clan y, en conse-
cuencia, cada tótem están representados indiferentemente en las dos clases de una
misma fratría, ya que una de esas clases es la de los hijos y la otra la de los padres
de quienes los primeros toman sus tótems. Cuando las clases desaparecieron,
pues las interdicciones totémicas que sobrevivían habrían debido permanecer
comunes a las dos clases matrimoniales, mientras que, en los casos citados, cada
clase tiene las suyas propias. ¿De dónde proviene esta diferenciación? El ejemplo
de los Kaiabara (tribu del sur del Queensland) permite quizás entrever cómo se ha
producido esta diferenciación. En esta tribu, los niños tienen el tótem de su ma-
dre, pero particularizado por medio de un signo distintivo. Si la madre tiene por
tótem el águila halcón negra, el del niño es el águila halcón blanca (Howitt, Nat.
Tr., p. 229). Hay aquí como una primera tendencia de los tótems a diferenciarse
según las clases matrimoniales.
47
Una tribu de algunos cientos de cabezas cuenta a veces hasta 50 o 60 clanes y has-
ta muchos más. Ver sobre este punto Durkheim y Mauss, “De quelques formes
primitives de classification”, en Anné sociologique, t. VI, p. 28, n° 1.
184 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

témico tiene formas mejor definidas. Aunque las tribus sean


allí, en término medio, sensiblemente más voluminosas que en
Australia, los clanes son menos numerosos. Una misma tribu
cuenta raramente más de una decena de ellos 48 y frecuente-
mente menos; cada uno de ellos constituye pues un agrupa-
miento mucho más importante. Pero sobre todo su número es
mejor determinar: se sabe cuántos hay y nos lo dicen 49 .
Esta diferencia reside en la superioridad de la técnica social.
Los grupos sociales, desde el momento en que esas tribus se
han observado por primera vez, estaban fuertemente arraiga-
dos al suelo, en consecuencia, eran más capaces de resistir a las
fuerzas dispersivas que los asaltaban. Al mismo tiempo, la so-
ciedad tenía ya un muy vivo sentimiento de su unidad como
para permanecer inconsciente de sí misma y de las partes que
la componían. El ejemplo de América nos sirve así para expli-
car mejor lo que es la organización basada en clanes. Nos en-
gañaríamos si juzgáramos a esta última sólo según el aspecto
que actualmente presenta en Australia. Está allí, en efecto, en
un estado de fluctuación y de disolución que no tiene nada de
normal; hay que ver en ella más bien el producto de una dege-
neración, imputable tanto a la usura natural del tiempo como a
la acción desorganizadora de los blancos. Sin duda, es poco
probable que los clanes australianos hayan tenido nunca las
dimensiones y la sólida estructura de los clanes americanos.
Sin embargo, ha debido haber un momento en que la distancia
entre unos y otros eran menos considerables que hoy; pues las
sociedades de América no habrían logrado nunca hacerse una

48
Salvo los indios Pueblo del suroeste donde son más numerosos. Ver Hodge “Pue-
blo Indian Clans”, en American Anthropologist, 1ª serie, t. IX, p. 345 y sig. Puede
preguntarse sin embargo si los grupos que llevan esos tótems son clanes o sub-
clanes.
49
Ver los cuadros confeccionados por Morgan, en Ancient Society, pp. 153-185.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 185

osatura tan sólida si el clan hubiera estado hecho siempre de


una materia tan fluida e inconsistente.
Esta mayor estabilidad ha permitido también al sistema ar-
caico de las fratrías mantenerse en América con una nitidez y
un relieve que no tiene en Australia. Acabamos de ver que, en
este último continente, la fratría está en decadencia en todas
partes; muy frecuentemente, no es más que un agrupamiento
anónimo; cuando tiene un nombre, o ya no se lo comprende o,
en todo caso, no puede decir gran cosa al espíritu del indígena,
pues está tomado de una lengua extranjera o que ya no se
habla. Por eso, no hemos podido inferir la existencia de tótems
de fratrías más que a partir de algunas sobrevivencias, tan po-
co marcadas en su mayor parte, que han escapado a cantidad
de observadores. Al contrario, en ciertos puntos de América,
ese mismo sistema ha permanecido en el primer plano. Las
tribus de la costa del noroeste, los Tlinkit y los Haida sobre to-
do, han llegado ya a un grado de civilización relativamente
avanzado; y sin embargo están divididas en dos fratrías que se
subdividen a su vez en un cierto número de clanes: fratrías del
Cuervo y del Lobo entre los Tlinkit 50 del Águila y del Cuervo
entre los Haida 51 . Y esta división no es simplemente nominal;
corresponde a un estado siempre actual de las costumbres y
marca profundamente la vida. La distancia moral que separa
los clanes es poca cosa al lado de la que separa las fratrías 52 . El
nombre que cada una de ellas lleva no es solamente una pala-
bra cuyo sentido se ha olvidado o se sabe sólo vagamente; es

50
Krause, Die Tlinkit Indianer, p. 112, Swanton, Social Condition, Beliefs and Lin-
guistic Relationship of the Tlingit Indians in XXVIth. Rep., p. 398.
51
Swanton, Contributions to the Ethnology of the Haida, p. 62.
52
“The distinction between the two clans is absolute in every respect”, dice Swan-
ton, p. 68; él llama clanes a lo que nosotros damos el nombre de fratrías. Las dos
fratrías, dice en otra parte, son, una en relación con la otra, como dos pueblos ex-
tranjeros.
186 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

un tótem con toda la fuerza del término; tiene todos sus atri-
butos esenciales, tal como serán descritos más adelante 53 . Aun
en este punto, en consecuencia, nos interesaba no descuidar
las tribus de América, ya que podemos observar allí directa-
mente esos tótems de fratrías de los que Australia no nos ofre-
ce más que oscuros vestigios.

II

Pero el tótem no es solamente un nombre; es un emblema, un


verdadero blasón, cuyos analogías con el blasón heráldico se
han notado a menudo. “Cada familia, dice Grey hablando de
los australianos, adopta un animal o un vegetal como su escu-
do y su marca (as their crest and sign)” 54 ; y lo que Grey llama
una familia es indudablemente un clan. “La organización aus-
traliana, dicen igualmente Fison y Howitt, muestra que el tó-
tem es, ante todo, el blasón de un grupo (the badge of a
group)” 55 . Schoolcraft se expresa con los mismos términos so-
bre los tótems de los indios de America del Norte: “El tótem,
dice, es, de hecho, un dibujo que corresponde a los emblemas
heráldicos de las naciones civilizadas, y que cada persona está
autorizada a llevar como prueba de la identidad de la familia a
la cual pertenece. Lo cual demuestra la verdadera etimología

53
El tótem de los clanes propiamente dicho está todavía, al menos entre los Haida,
más alterado que el tótem de las fratrías. La costumbre, en efecto, que permite a
un clan dar o vender el derecho de llevar su tótem, da por resultado que cada clan
tiene una pluralidad de tótems entre los cuales algunos les son comunes con otros
clanes (ver Swanton, pp. 107 y 268). Porque Swanton llama clanes a las fratrías,
está obligado a dar el nombre de familia a los clanes propiamente dichos, y de
houssehold a las verdaderas familias. Pero el sentido real de la terminología que
adopta no es dudoso.
54
Journal of two Expeditions in N. W. and W. Australie, II, p. 228.
55
Kamilaroi and Kurnai, p. 165.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 187

de la palabra, que se deriva de dodaim que significa pueblo o


residencia de un grupo familiar” 56 . Por eso, cuando los indios
entran en relaciones con los europeos y se establecen contratos
entre unos y otros, cada clan sellaba con su tótem los tratados
así concluidos 57 .
Los nobles de la época feudal esculpían, grababan, repre-
sentaban de todas las maneras sus blasones sobre las paredes
de sus castillos, sobre sus armas, sobre los objetos de todo tipo
que les pertenecían: lo negros de Australia, los indios de Amé-
rica del Norte hacen lo mismo con sus tótems. Los indios que
acompañaban a Samuel Hearne pintaban sus tótems sobre sus
escudos antes de ir al combate 58 . Según Charlevoix, ciertas tri-
bus indígenas tenían, en tiempo de guerra, verdaderas insig-
nias, hechas con trozos de corteza atados en la punta de una
vara y sobre los cuales se representaban los tótems 59 . Entre los
Tlinkit, cuando estalla un conflicto entre dos clanes, los cam-
peones de los dos grupos enemigos llevan sobre la cabeza un
casco sobre el que se encuentran representados sus tótems
respectivos 60 . Entre los iroqueses, se ponía sobre cada wig-
wam, como marca del clan, la piel del animal que servía de tó-
tem 61 . Según otro observador, el animal disecado estaba para-

56
Indian Tribes, 1, p. 420. Cf. I, p. 52. Esta etimología es, por otra parte, muy cues-
tionable. Cf. “Handbook of American Indians Uorth of Mexico” (Smithsonian In-
stit. Bur. of Ethnol., 2ª parte, s.v. Tótem, p. 787).
57
Schoolcraft, Indian Tribes, III, p. 184. Garrick Mallery, “Picture/Writing of the
Americans Indians”, en Tenth Rep., 1893, p. 377.
58
Hearne, Journey to the Northern Ocean, p. 148 (citado por Frazer, Totemism,
página 30).
59
Charlevoix, Histoire et description de la Nouvelle France, V, p. 329.
60
Krause, Tlinkit/Indianer, p. 248.
61
Erminnie A. Smith, “Myths of the Iroquois”, en Second Rep., of the Bureau of
Ethnol., p. 78.
188 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

do ante la puerta 62 . Entre los wyandot cada clan tiene sus or-
namentos propios y sus pinturas distintivas 63 . Entre los omaha
y más generalmente entre los sioux, el tótem se pinta sobre la
tienda 64 .
Allí donde la sociedad se ha transformado en sedentaria,
donde la tienda está reemplazada por la casa, donde las artes
plásticas son ya más desarrolladas, el tótem está grabado sobre
madera y sobre las paredes. Eso ocurre, por ejemplo, entre los
haida, los tsimshian, los salish, los tlinkit. “Un ornamento muy
particular de la casa entre los tlinkit - dice Krause -, son los
blasones del tótem.” Son formas animales, combinadas en cier-
tos casos con formas humanas, y esculpidas sobre postes, que
se elevan junto a la puerta de entrada y que tienen hasta 15
metros de altura; están generalmente pintados con colores
muy vivos 65 . Sin embargo, en un pueblo tlinkit, esas represen-
taciones totémicas no son muy numerosas; no se las encuentra
casi más que delante de las casas de los jefes y de los ricos. Son
mucho más frecuentes en la tribu vecina de los haida; allí,
siempre hay muchas por casa 66 . Con sus múltiples postes es-
culpidos que se levantan de todos lados y a veces a una gran
altura, un pueblo haida da la impresión de una ciudad santa,
toda erizada de campanarios o de alminares minúsculos 67 . En-
tre los salish, a menudo el tótem está representado sobre las

62
Dodge, Our wild Indians, p. 225.
63
Powell, “Wyandot Government’, en I. Annual Report the Bureau of Ethnology
(1881), p. 64.
64
Dorsey, “Omaha Sociology”, Third Rep, pp. 229, 240, 248.
65
Krause, op. cit, p. 130-131.
66
Krause, p. 308.
67
Ver una fotografía de un pueblo Haida en Swanton, op. cit, Pl IX Cf. Tylor, “To-
tem post of the Haida Village of Masset”, J. A. I., nueva serie, I, p. 133.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 189

paredes interiores de la casa 68 . Se lo encuentra, por otra parte,


sobre las canoas, sobre los utensilios de todo tipo, y sobre los
monumentos funerarios 69 .
Los ejemplos que preceden están exclusivamente tomados
de los indios de América del Norte. Es que esas esculturas,
esos grabados, esas figuraciones permanentes no son posibles
más que allí donde la técnica de las artes plásticas ya ha llega-
do a un grado de perfeccionamiento que las tribus australianas
no han alcanzado todavía. En consecuencia, las representacio-
nes totémicas del tipo de las que acaban de mencionarse son
más raras y menos aparentes en Australia que en América. Sin
embargo, se citan casos de ellas. Entre los warramunga, al fin
de las ceremonias mortuorias, se entierran los huesos del
muerto, previamente desecados y reducidos a polvo; junto al
lugar donde son depositados de este modo, se traza en el suelo
una figura representativa del tótem 70 . Entre los mara y los
anula, el cuerpo se coloca en un trozo de madera hueca que es-
tá igualmente decorada con dibujos característicos del tótem 71 .
En Nueva Gales del Sur, Oxley ha encontrado grabadas sobre
árboles, cerca de la tumba donde estaba enterrado un indíge-
na 72 , figuras a las que Brough Smyth atribuye un carácter to-
témico. Los indígenas del Alto Darling graban sobre sus escu-

68
Hill Tout, “Report on the Ethnology of the Statlumb of British Columbia”, J. A. I.,
t. XXXV, 1905, p. 155.
69
Krause, op. cit., p. 230; Swanton, Haida, p. 129, 135 y sig.; Schoolcraft, Indian
Tribes, I, p. 52-53, 337, 356. En ese último caso, el tótem está representado dado
vueltas en signo de duelo. Se encuentran costumbres similares entre los Creek (C.
Swan, en Schoolcraft, Indian Tribes of the United States, V, p. 165), entre los
Delaware (Heckewelder, An Account of the History, Manners and Customs of the
Indian Nations who once inhabited Pennsylvania, p. 246-247).
70
Spencer y Gillen, North. Tr., p. 168, 537, 540.
71
Spencer y Gillen, ibíd, p. 174.
72
Brough Smyth, The Aborigines of Victoria, I, p. 99, n.
190 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

dos imágenes totémicas 73 . Según Collins, casi todos los utensi-


lios están cubiertos de ornamentos que, verosímilmente, tienen
la misma significación; se encuentran figuras del mismo tipo
sobre las rocas 74 . Esos dibujos totémicos podrían aún ser más
frecuentes de lo que parece; pues, por razones que serán ex-
puestas más adelante, no es siempre fácil percibir cuál es su
verdadero sentido.
Esos diferentes hechos dan ya idea del lugar considerable
que tiene el tótem en la vida social de los primitivos. Sin em-
bargo, hasta el presente, se nos ha aparecido como relativa-
mente exterior al hombre; pues solamente sobre las cosas lo
hemos visto representado. Pero las imágenes totémicas no es-
tán solamente reproducidas sobre los muros de las casas, las
paredes de las canoas, los instrumentos y las tumbas; se las
encuentra sobre el cuerpo mismo de los hombres. Éstos no po-
nen su blasón solamente sobre los objetos que poseen, lo lle-
van sobre su persona; está impreso en su carne, forma parte de
ellos mismos y ese modo de representación es aún, y en mu-
cho, el más importante.
Es, en efecto, una regla muy general que los miembros de
cada clan traten de darse el aspecto exterior de su tótem. Entre
los tlinkit, en ciertas fiestas religiosas, el personaje encargado
de la dirección de la ceremonia lleva una vestimenta que re-
presenta, en totalidad o en parte, el cuerpo del animal cuyo
nombre lleva el clan 75 . Máscaras especiales se emplean con ese
fin. Se encuentran las mismas prácticas en todo el noroeste
americano 76 . La misma costumbre se da en los minnitaree

73
Brough Smyth, I, p. 284. Strehlow cita un hecho del mismo tipo entre los aranda
(III, p. 68).
74
An account of the English Colony en N. S. Wales, II, p. 381.
75
Krause, p. 327.
76
Swanton, “Social Condition, Beliefs and Linguistic relationship of the Tlingit In-
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 191

cuando van al combate 77 , en los indios pueblo 78 . Por otra parte,


cuando el tótem es un pájaro, los individuos llevan sobre la
cabeza plumas de este pájaro 79 . Entre los iowa, cada clan tiene
una manera especial de cortarse los cabellos. En el clan del
Aguila, dos grandes mechones se acomodan sobre la parte de
adelante de la cabeza, mientras que otro cuelga por atrás; en el
clan del Búfalo, se los dispone en forma de cuernos 80 . Entre los
omaha, se encuentran dispositivos análogos: cada clan tiene su
peinado. En el clan de la Tortuga, por ejemplo, los cabellos es-
tán rapados salvo seis bucles, dos de cada lado de la cabeza,
uno adelante y uno detrás, de manera que imitan las patas, la
cabeza y la cola del animal 81 .
Pero lo más frecuente es que sobre el cuerpo mismo esté
impresa la marca totémica: hay allí un modo de representación
que está al mismo alcance de las sociedades menos avanzadas.
Se ha preguntado a veces si el rito tan frecuente que consiste
en arrancar al joven los dos dientes superiores en la época de
la pubertad no tendría por objeto reproducir la forma del tó-
tem. El hecho no está establecido; pero es notable que, a veces,
los mismos indígenas explican así esta costumbre. Por ejem-
plo, entre los aranda, la extracción de los dientes sólo es prac-
ticada en el clan de la lluvia y del agua; pues bien, según la
tradición, esta operación tendría por objeto hacer las fisonomí-

dians”, en XXIVth Rep., p. 425 y sig.; Boas, The Social Organization and the Se-
cret Societies of the Kwakiutl Indians, p. 358.
77
Frazer, Totemism, p. 26.
78
Bourke. The Snake Dance of the Moquis of Arizona, p. 229, J. W. Fewkes, “The
Group of Tusayan Ceremonials called Katcinas”, en XVth Rep., 1897, pp. 251-
263.
79
Müller, Geschichte der Amerikanischen Urreligionen, p. 327.
80
Schoolcraft, Indian Tribes, III, p. 269.
81
Dorsey, “Omaha Sociol”, Third Rep., pp. 229, 238, 240, 245.
192 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

as semejantes a ciertas nubes negras, con bordes claros, que se


cree anuncian la próxima llegada de la lluvia y que, por esta
razón, se consideran cosas de la misma familia 82 . Esto prueba
que el indígena mismo tiene conciencia de que esas deforma-
ciones tienen por objeto darle, al menos convencionalmente, el
aspecto de su tótem. Entre esos mismos aranda, en el curso de
los ritos de la subincisión, se practican cortes determinados
sobre las hermanas y la futura mujer del novicio; de esto resul-
tan cicatrices cuya forma es igualmente representada sobre un
objeto sagrado, del cual hablaremos en seguida, y que se llama
churinga; ahora bien, veremos que las líneas así dibujadas so-
bre las churingas son emblemáticas del tótem 83 . Entre los kai-
tish, el euro se considera pariente cercano de la lluvia 84 ; la gen-
te del clan de la lluvia lleva en las orejas pequeños aros hechos
con dientes de euro 85 . Entre los yerkia, durante la iniciación, se
inflinge al joven un cierto número de heridas en la cara que
dejan cicatrices: el número y la forma de esas cicatrices varían
según los tótems 86 . Uno de los informantes de Fison señala el
mismo hecho en las tribus que ha observado 87 . Según Howitt,
existiría una relación del mismo tipo, en los dieri, entre ciertas
escarificaciones y el tótem del agua 88 . En cuanto a los indios
del noroeste, la costumbre de tatuarse el tótem es, entre ellos,
de una gran generalidad 89 .

82
Spencer y Gillen, Nat. Tr., p. 451.
83
Spencer y Gillen, ibíd, p. 257.
84
Se verá mas adelante (lib. I, cap. IV), lo que significan esas relaciones de paren-
tesco.
85
Spencer y Gillen, North, Tr., p. 296.
86
Howitt, Nat. Tr., p. 744-746; cf. p. 129.
87
Kamilaroi and Kurnai, p. 66, nota. El hecho, es cierto, es cuestionado por otros
informadores.
88
Howitt, Nat. Tr., p. 74.
89
Swanton, Contributions to the Ethnology of the Haida, p. 41 y sig., Pl. XX y XI;
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 193

Pero si los tatuajes que se realizan por medio de mutilacio-


nes o de escarificaciones no siempre tienen una significación
totémica 90 , otra cosa ocurre con los simples dibujos efectuados
sobre el cuerpo: son, la mayoría de las veces, representativos
del tótem. El indígena, es cierto, no los lleva de una manera co-
tidiana. Cuando se dedica a ocupaciones puramente utilitarias,
cuando los pequeños grupos familiares se dispersan para ca-
zar y para pescar, no se molesta con ese traje que no deja de
ser complicado. Pero cuando los clanes se reúnen para vivir
una vida común y ocuparse juntos de las ceremonias religio-
sas, se adorna obligatoriamente con él. Cada una de esas ce-
remonias, como veremos, concierne a un tótem particular y, en
principio, los ritos que se relacionan con un tótem sólo pueden
cumplirlos gente de ese tótem. Pues bien, los que operan 91 , que
desempeñan el papel de oficiantes, y hasta a veces los que asis-
ten como espectadores, llevan siempre sobre el cuerpo dibujos
que representan al tótem 92 . Uno de los ritos principales de la
iniciación, el que hace ingresar al joven en la vida religiosa de
la tribu, consiste precisamente en pintarle sobre el cuerpo el

Boas, The Social Organization of the Kwakiutl, p. 318; Swanton, Tlingit, Pl. XVI
y sig. En un caso, extranjero por otra parte, a las dos regiones etnográficas que es-
tudiamos más especialmente, esos tatuajes se practican sobre los animales que
pertenecen al clan. Los Bechuana del sur de África están divididos en un cierto
número de clanes, la gente del cocodrilo, por ejemplo, hacen en las orejas de su
ganado una incisión que recuerda, por su forma, la boca del animal (Casalis, Les
Basoutos p. 221). Según Robertson Smith, la misma costumbre habría existido
entre los antiguos árabes (Kinship and Marriage in early Arabia, p. 212-214).
90
Hay algunos que, según Spencer y Gillen, no tendrían ningún sentido religioso (v.
Nat. Tr., p. 41-42; North. Tr., p. 45, 54-56).
91
Entre los aranda, la regla incluye excepciones que se explicarán más adelante.
92
Spencer y Gillen, Nat. Tr., p. 162; North. Tr., p. 179, 259, 292, 295-296; Schulze,
loc. cit., p. 21. Lo que se representa así, no siempre es el tótem mismo, sino uno
de los objetos que, asociados a ese tótem, se consideran cosas de la misma fami-
lia.
194 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

símbolo totémico 93 . Es cierto que, entre los aranda, el dibujo


así trazado no representa siempre y necesariamente el tótem
del iniciado 94 ; pero es una excepción, debida sin duda al esta-
do de perturbación en que se encuentra la organización toté-
mica de esta tribu 95 . Por lo demás, aun entre los aranda, en el

93
Es el caso, por ejemplo, de los warramunga, los Walpari, los Wulmala, los Tjingi-
lli, los Umbaia, los Unmatjera (North. Tr., p. 348, 339). Entre los warramunga, en
el momento en que se ejecuta el dibujo, los operadores dirigen al iniciado las si-
guientes palabras: “Esta marca pertenece a vuestra localidad (your place) no fijéis
los ojos en otra localidad”. “Este lenguaje significa, dicen Spencer y Gillen, que
el joven no debe intervenir en otras ceremonias más que las que conciernen a su
tótem; testimonian igualmente la estrecha vinculación que se supone existe entre
un hombre su tótem y el lugar especialmente consagrado a ese tótem” (North. Tr.,
p. 584). Entre los warramunga, el tótem se transmite del padre a los niños; en
consecuencia, cada localidad tiene el suyo.
94
Spencer y Gillen, Nat. Tr., p. 2l5, 241, 376.
95
Se recuerda (ver más arriba, p. 150) que, en esta tribu, el niño puede tener un tó-
tem distinto que el de su padre o de su madre y, más generalmente, de sus parien-
tes. Ahora bien, los parientes de una y otra parte, son los operadores designados
para las ceremonias de la iniciación. En consecuencia, como un hombre, en prin-
cipio, sólo tiene cualidad de operador o de oficiante para las ceremonias de su tó-
tem, se sigue que, en ciertos caso, los ritos a los que el niño es iniciado concier-
nen forzosamente a un tótem distinto al suyo. Es así como las pinturas ejecutadas
sobre el cuerpo del novicio no representan necesariamente al tótem de este últi-
mo: se encontrará casos de este tipo en; Spencer y Gillen, Nat. Tr., p. 229. Lo que
muestra bien, por otra parte, que allí hay una anomalía es que, no obstante, las ce-
remonias de la circuncisión pertenecen esencialmente al tótem que predomina en
el grupo local del iniciado, es decir al tótem que sería el del iniciado mismo, si la
organización totémica no estuviera perturbada, si fuera entre los aranda lo que es
entre los warramunga (ver Spencer y Gillen, ibíd, p. 219).
La misma perturbación ha tenido otra consecuencia. De una manera general, tiene
por efecto distender un poco los vínculos que unen cada tótem a un grupo deter-
minado, ya que un mismo tótem puede contar miembros en todos los grupos loca-
les posibles, y hasta en las dos fratrías indistintamente. La idea de que las cere-
monias de un tótem podía celebrarlas un individuo de un tótem diferente - idea
que es contraria a los principios mismos del totemismo, como lo veremos mejor
aún en lo que continua - ha podido establecerse así sin provocar demasiadas resis-
tencias. Se ha admitido que un hombre a quien un espíritu revelaba la fórmula de
una ceremonia tenía cualidad para presidirla, aun cuando no era del tótem intere-
sado (Nat. Tr., p. 519). Pero lo que prueba que esa es una excepción a la regla y
el producto de una especie de tolerancia, es que el beneficiario de la fórmula así
revelada no tiene libre disposición de ella; si la transmite - y esas transmisiones
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 195

momento más solemne de la iniciación, ya que es su corona-


miento y su consagración, cuando se permite al neófito pene-
trar en el santuario donde se conservan todos los objetos sa-
grados que pertenecen al clan, se ejecuta sobre él una pintura
emblemática: ahora bien, esta vez es el tótem del joven que se
representa así 96 . Los vínculos que unen el individuo con su tó-
tem son aún tan estrechos que, en las tribus de la costa noroes-
te de América del Norte, el emblema del clan se pinta no so-
lamente sobre los vivos, sino también sobre los muertos: antes
de sepultar el cadáver, se le coloca la marca totémica 97 .

III

Esas decoraciones totémicas ya permiten presentir que el tó-


tem no es solamente un nombre y un emblema. En el curso de
ceremonias religiosas ellas son el tótem, al mismo tiempo que
él es una etiqueta colectiva, con carácter religioso. Y en efecto,
en relación con él las cosas se clasifican en sagradas y en pro-
fanas. Es el tipo mismo de las cosas sagradas.
Las tribus de Australia central, principalmente los aranda,
los loritja, los kaitish, los ummatjera, los ilpirra 98 , se sirven
constantemente en sus ritos de ciertos instrumentos que, entre
los aranda, se llaman, según Spencer y Gillen, churingas, y, se-

son frecuentes - no puede ser más que a un miembro del tótem con el cual se re-
lacionan el rito (Nat. Tr., ibíd.).
96
Nat. Tr., p. 140. En ese caso, el novicio conserva la decoración con la que así se lo
ha adornado hasta que, por efecto del tiempo, se borra por sí misma.
97
Boas, “General Report on the Indians of British Columbia”, en British Association
for the Advancement of Science, Fifth Rep. of the Committee on the N. W. Tribes
of the Dominion of Canadá, p. 41.
98
También hay entre los warramunga, pero en menor número que en los aranda, y
no figuran en las ceremonias totémicas aunque tienen un cierto lugar en los mitos
(North. Tr., p. 163).
196 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

gún Strehlow, tjurunga 99 . Son pedazos de madera o trozos de


piedra pulida, con formas muy variadas, pero generalmente
ovales o alargadas 100 . Cada grupo totémico posee una colec-
ción más o menos importante de ellas. Pues bien, sobre cada una
de ellas, se encuentra grabado un dibujo que representa el tótem de
ese mismo grupo 101 . Cierto número de esas churingas están
horadadas, en una de sus extremidades, con un agujero por el
cual pasa un hilo, hecho con cabellos humanos o con pelos de
zarigüeya.
Los objetos de madera y horadados de este modo sirven
exactamente a los mismos fines que esos instrumentos de culto
que los etnógrafos inglesa han llamado bull-roarers. Por medio
del lazo del cual están colgados, se los hace remolinear rápi-
damente en el aire, de manera que producen una especie de
zumbido idéntico al de los diablos que aún sirven de juguetes
para nuestros niños; ese ruido ensordecedor tiene una signifi-
cación ritual y acompaña todas las ceremonias de cierta impor-
tancia. Estos tipos de churinga son, pues, verdaderos bull-
roarers. Pero existen otros que no son de madera o que no es-
tán horadados; consecuentemente, no pueden ser empleados
de ese modo. Inspiran, sin embargo los mismos sentimientos
de respeto religioso.
Toda churinga, en efecto, cualquiera que sea el fin con que
se la emplee, cuenta entre las cosas más eminentemente sagra-
das, y no hay ninguna que la supere en dignidad religiosa. Es
esto lo que indica la palabra que sirve para designarla. Al

99
En otras tribus se emplean otros nombres. Damos un sentido genérico al término
aranda porque en esta tribu las churingas tienen el mayor lugar y han sido las más
estudiadas.
100
Strehlow, II, p. 81.
101
Hay algunas, pero pequeña cantidad, que no llevan ningún dibujo aparente (ver
Spencer y Gillen, Nat. Tr., p. 144).
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 197

mismo tiempo que un sustantivo, es también un adjetivo que


significa sagrado. Así, entre los nombres que lleva cada aran-
da, existe uno tan sagrado que está prohibido revelarlo a un
extranjero; no se lo pronuncia sino muy raramente, en voz ba-
ja, en una suerte de murmullo misterioso. Ahora bien, este
nombre es aritna churinga (aritna quiere decir nombre) 102 . Más
generalmente, la palabra churinga designa todos los actos ri-
tuales; por ejemplo, ilia churinga significa el culto del Aves-
truz 103 . La churinga sin más, empleada substantivamente, es
pues la cosa que tiene por característica esencial el ser sagrada.
Así los profanos, es decir las mujeres y los jóvenes no iniciados
todavía en la vida religiosa, no pueden tocar ni aun ver a las
churingas; solamente se les permite mirarlas de lejos, y aun es-
to en raras ocasiones 104 .
Las churingas se conservan piadosamente en un lugar es-
pecial que entre los aranda se llama el ertnatunga 105 . Es una ca-
vidad, una especie de pequeño subterráneo disimulado en un
sitio desierto. Su entrada está cuidadosamente cerrada por

102
Nat. Tr., pp. 139 y 648; Strehlow, II, p. 75.
103
Strehlow, que escribe Tjurunga, da una traducción un poco diferente de la pala-
bra. “Esta palabra - dice - significa aquello que es secreto y personal (der eigene
peheime). Tju es una vieja palabra que significa escondido, secreto, y runga quie-
re decir lo que me es propio.” Pero Kempe, que tiene en la materia más autoridad
que Strehlow, traduce tju por grande, poderoso, sagrado (Kempe, “Vocabulary of
the Tribus inhabiting Macdonnell Rangers”, s. v. Tju, en Transaction of the R.
society of Victoria, t. XIII). Por otra parte, la traducción de Strehlow no se aleja,
en el fondo, de la precedente como podría creerse a primera vista; pues lo secreto,
es lo que se sustrae al conocimiento de los profanos, es decir, lo sagrado. En
cuanto a la significación atribuida a la palabra runga, nos parece muy dudosa. Las
ceremonias del avestruz pertenecen a todos los miembros del clan del avestruz;
todos pueden participar en ellas; no son, pues, cosa personal de ninguno de ellos.
104
Nat. Tr., pp. 130-132; Strehlow, II, p. 78. Una mujer que ha visto una churinga y
el hombre que se la ha mostrado, son ambos condenados a muerte.
105
Strehlow denomina a este lugar, definido exactamente con los mismos términos
que emplean Spencer y Gillen, arknanaua en lugar de ertnatulunga (Strehlow, 11,
p. 78).
198 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

medio de piedras hábilmente dispuestas, que el extranjero que


pasa a su lado no puede sospechar que, junto a él, se encuentra
el tesoro religioso del clan. El carácter sagrado de las churin-
gas es tal que se transmite al lugar donde están depositados;
las mujeres, los no iniciados no pueden aproximarse a él. Los
jóvenes tienen acceso sólo cuando la iniciación ha terminado
completamente: aun hay algunos que no son considerados
dignos de tal favor sino después de muchos años de prue-
bas 106 . La religiosidad del lugar irradia aún más lejos y se co-
munica a todos los alrededores: todo lo que se encuentra allí
participa del mismo carácter y, por esta razón, está sustraído al
alcance profano. Supongamos que un hombre es perseguido
por otro. Si llega hasta el ertnatulunga, está salvado; no se lo
puede capturar allí 107 . También un animal herido que se refu-
gia allí debe ser respetado 108 . Allí las querellas están prohibi-
das. Es un lugar de paz, como se dirá en las sociedades ger-
mánicas, es el santuario del grupo totémico, es un verdadero
lugar de asilo.
Pero las virtudes de la churinga no sólo se manifiestan por
el modo en que se mantiene al profano a distancia. Si está ais-
lada de este modo, es porque es una cosa de alto valor religio-
so y cuya pérdida lesionaría gravemente a la colectividad y a
los individuos. Tiene toda suerte de propiedades maravillosos:
cura las heridas por contacto, sobre todo las que resultan de la

106
North. Tr., p. 270: Nat. Tr., p. 140.
107
Nat. Tr., p. 135.
108
Strehlow, II, p. 78. Strehlow dice, sin embargo, que un asesino que se refugia
cerca de un ertnatulunga es perseguido hasta allí y matado sin piedad. Nos resulta
un poco difícil conciliar este hecho con el privilegio del que gozan los animales,
y nos preguntamos si el mayor rigor con que se trata al criminal no es reciente, y
si no debe atribuirse a un debilitamiento del tabú que protegía primitivamente al
ertnatulunga.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 199

circuncisión 109 ; tiene la misma eficacia contra la enfermedad 110 ;


sirve para hacer crecer la barba 111 ; confiere importantes pode-
res a la especie totémica, cuya reproducción normal asegura 112
a los hombres fuerza, coraje, perseverancia, al contrario, de-
prime y debilita a sus enemigos. Esta última creencia está aún
tan fuertemente arraigada que si, cuando dos combatientes es-
tán luchando, y uno de ellos se da cuenta de que su adversario
lleva consigo churingas en seguida pierde confianza y su de-
rrota es segura 113 . Por esto no hay instrumento ritual que tenga
un lugar más importante en las ceremonias religiosas 114 . Por
una especie de unción se comunica sus poderes, ya sea a los
oficiantes o a los asistentes; para esto, después de haberlas in-
duido de grasa, se las frota contra los miembros, contra el es-
tómago de los fieles 115 . O bien se las cubre con un plumón que
vuela y se dispersa en todas direcciones cuando se las hace gi-
rar; esta es una manera de diseminar las virtudes que están en
ellas 116 .
Pero no solamente son útiles a los individuos; la suerte del
clan entero está colectivamente ligada a la suya. Su pérdida es
un desastre; es la desgracia más grande que pueda suceder al

109
Nat. Tr., p. 248.
110
Ibíd., p. 545-546. Strehlow, II, p. 79. Por ejemplo, el polvo desprendido por fro-
tación de una churinga de piedra y disuelto en agua, constituye una poción que
devuelve la salud a los enfermos.
111
Nat. Tr., P. 545-546. Strehlow (II, p. 79) niega el hecho.
112
Por ejemplo, una churinga del tótem del Aje, depositada en el suelo, hace crecer
allí los ajes North. Tr., p. 275). Tiene el mismo poder sobre los animales (Streh-
low II, P. 76, 78; III, P.- 3, 7).
113
Nat. Tr., p. 135; Strehlow, II, p. 79.
114
North. Tr., P. 278.
115
Ibíd., p. 180.
116
Ibíd., 272-273.
200 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

grupo 117 . Algunas veces dejan el ertnatulunga, por ejemplo


cuando se las presta a algún grupo extranjero 118 . Entonces hay
un verdadero duelo público. Durante dos semanas la gente del
tótem llora, se lamenta, el cuerpo untado con arcilla blanca,
como hace cuando ha perdido a alguno de sus parientes 119 .
Por esto las churingas no se dejan a disposición de los par-
ticulares; el ertnatulunga donde se conservan está puesto bajo
la vigilancia del jefe del grupo. Cada individuo tiene, sin duda,
derechos especiales sobre algunas 120 ; sin embargo, en alguna
medida, aunque sea el propietario, sólo puede servirse de ellas
con el consentimiento y bajo la dirección del jefe. Es un tesoro
colectivo; es el arca santa del clan 121 , La devoción de la que son
objeto muestra, por otra parte, el alto valor que se les atribuye.
Sólo se las maneja con un respeto traducido por la solemnidad
de los gestos 122 . Se las cuida, se las engrasa, se las frota, se las
pule, y, cuando se las lleva de una localidad a otra, se lo hace
en medio de ceremonias que testimonian que se ve en este
desplazamiento un acto de la mayor importancia 123 .

117
Nat. Tr., p. 135.
118
Un grupo toma prestado de otro sus churingas, con la idea de que éstas le comu-
nicarán alguna de las virtudes que poseen, que su presencia realzará la vitalidad
de los individuos y de la colectividad (Nat. Tr., p. 158 y siguientes).
119
Ibíd., P. 136.
120
Cada individuo está unido por un vínculo particular, en primer término a una chu-
ringa especial que le sirve de prenda de vida, luego a las que ha recibido de sus
padres por herencia.
121
Nat. Tr., p. 154, North. Tr., p. 193. Tal es el sello colectivo que tienen las churin-
gas, que reemplazan a los bastones de los mensajeros que llevan, en otras tribus,
los individuos enviados a grupos extranjeros para convocarlos a alguna ceremo-
nia (Nat. Tr., pp. 141-142).
122
Ibíd, p. 326. Hay que hacer notar que los bull-roarers son empleados del mismo
modo (Matheys, “Aboriginal Tribes of N. S. Wales and Victoria, en Journal of
Roy. Soc. of N. S. Wales, XXXVIII, pp. 307-308).
123
Nat. Tr., pp. 161, 250 y siguientes.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 201

Ahora bien, en sí mismas, las churingas son objetos de ma-


dera y de piedra como tantos otros; sólo se distinguen de las
cosas profanas del mismo tipo por una particularidad: sobre
ellas está grabada o dibujada la marca totémica. Es, pues, esta
marca y sólo ella la que les confiere el carácter sagrado. Es
verdad que, según Spencer y Gillen, la churinga serviría de re-
sidencia a un alma de antepasado, y sería la presencia de esta
alma la que le conferiría sus propiedades 124 . Por su parte,
Strehlow, declarando inexacta esta interpretación, propone
otra que no difiere sensiblemente de la precedente: la churinga
sería considerada como una imagen del cuerpo del antepasado
o como el cuerpo mismo 125 . Serían también, pues, los senti-
mientos inspirados por el antepasado que se transportarían
sobre el objeto material y harían de él una especie de fetiche.
Pero ante todo, una y otra concepción - que, por otra parte, no
difieren casi, salvo en la letra del mito - han sido manifiesta-
mente forjadas demasiado tarde como para hacer inteligible el
carácter sagrado atribuido a las churingas. En la constitución
de estas piezas de madera y de estos trozos de piedra, no hay
nada que las predestine a ser consideradas como asiento de un
alma de antepasado o como la imagen de su cuerpo. Si los
hombres, pues, han imaginado este mito, se debe al deseo de
explicarse a sí mismos el respeto religioso que les inspiraban
estas cosas, y de ningún modo a que este respeto estuviera de-
terminado por el mito. Esta explicación, como tantas explica-
ciones míticas, sólo resuelve el problema por el problema
mismo, repetido en términos ligeramente diferentes; pues de-
cir que la churinga es sagrada y decir que mantiene tal o cual
relación con un ser sagrado, es enunciar el mismo hecho de

124
Ibíd, p. 138.
125
Strehlow, I, Vorworet, in fine; II, pp. 76, 77 y 82 Para los aranda, es el cuerpo
mismo del antepasado para los loritja solamente su imagen.
202 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

dos maneras; no es explicarlo. Por otra parte, según opinión de


Spencer y Guillen, hay aún entre los aranda churingas que son
fabricadas, a vista y ciencia de todo el mundo, por los ancianos
del grupo 126 ; éstas no proceden, evidentemente, de los grandes
antepasados. Tienen, no obstante, con algunas diferencias de
grado, la misma eficacia que las otras y se conservan de la
misma manera. Por fin, existen tribus enteras donde de ningún
modo se concibe a la churinga asociada a un espíritu 127 . Su na-
turaleza religiosa proviene, pues, de otra fuente, ¿y de dónde
podría venir si no del sello totémico que lleva? Así, en reali-
dad, es a esta imagen que se dirigen las demostraciones del ri-
to; ella santifica a1 objeto sobre el cual está grabada.
Pero existen, entre los aranda y en las tribus vecinas, otros
dos instrumentos litúrgicos netamente relacionados con el tó-
tem y con la churinga misma, que entra de ordinario en su
composición: son el nurtunja y el waninga.
El nurtunja 128 , que se encuentra entre los aranda del Norte y
en sus vecinos inmediatos 129 , está hecho esencialmente por un
soporte vertical que consiste en una lanza, o en muchas lanzas
reunidas en un haz, o bien en una simple vara 130 . A su alrede-

126
Cuando nace un niño, la madre indica al padre el lugar donde cree que el alma
del antepasado ha penetrado en ella. El padre, acompañado de algunos parientes
se dirige a ese lugar y allí busca la churinga que el antepasado, según se cree, ha
dejado caer en el momento en que se ha reencarnado. Si se la encuentra es, sin
duda, porque algún anciano del grupo totémico la ha puesto allí (la hipótesis es de
Spencer y Gillen). Si no se la descubre, se hace una nueva churinga siguiendo una
técnica determinada Nat. Tr., p. 132. Cf. Strehlow, II, p. 80).
127
Es el caso de los warramunga, de los urabunna, de los worgaia, de los umbaia, de
los tjingilli, de los gnanji (North. Tr., pp. 258, 275-276). Entonces, dicen Spencer
y Gillen, they were regarded as of special value because of their association with
a totem (ibíd, p. 276). Hay ejemplos del mismo hecho entre los aranda (Nat. Tr.,
página 156).
128
Strehlow escribe tnatanja (op. cit., 1, pp. 4-5).
129
Los kaitish, los ilpirra, los unmatjera; pero es raro entre estos últimos.
130
La vara se reemplaza algunas veces por churingas muy largas, puestas de un cabo
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 203

dor se sostienen manojos de hierbas, atados con cinturones o


cintas, hechas de cabellos. Encima se agrega plumón dispuesto
en círculos o en líneas paralelas que corren de arriba a abajo
del soporte. La punta se decora con plumas de águila/halcón.
Ésta es, por otra parte, la forma más general y típica; permite
todo tipo de variantes según los casos particulares 131 .
El waninga, que se encuentra únicamente entre los aranda
del Sur, entre los urabunna y los loritja, no es más que un solo
y único modelo. Consiste, también, reducido a sus elementos
más esenciales, en un soporte vertical, formado por un palo de
más de un pie de largo o por una lanza de muchos metros de
altura, cortada por una o por dos piezas transversales 132 . En el
primer caso, se parece a una cruz. Cordones hechos con cabe-
llos humanos o con piel de zarigüeya o de bandicoot, atravie-
san en diagonal el espacio comprendido entre los brazos de la
cruz y las extremidades del eje central; están apretados los
unos contra los otros y constituyen una red que tiene forma de
rombo. Cuando hay dos barras transversales, estos cordones
van de una a otra y, desde allí, a la punta y a la base del sopor-
te. A veces están cubiertos por una capa de plumón bastante
espeso como para disimularlos a las miradas. El waninga pa-
rece así una verdadera bandera 133 .

al otro.
131
A veces, en la punta del nurtunja, se suspende otro más pequeño. En otros casos,
el nurtunja tiene la forma de una cruz o de una T. Más raramente, falta el soporte
central (Nat. Tr. pp. 298-300, 360-364, 627).
132
A veces, estas barras transversales son tres.
133
Nat. Tr., pp. 231-234, 306-310, 627. Además del nurtunja y del waninga, Spencer
y Gillen distinguen un tercer tipo de poste o bandera sagrada: es el kauaua (Nat.
Tr., pp. 364, 370, 629), cuyas funciones, confiesan francamente, por otra parte no
han podido determinar exactamente. Hacen notar solamente que el kauaua “es
visto como algo común a los miembros de todos los tótems”. Pero según Streh-
low (III, p. 23, n. 2), el kauaua del que hablan Spencer y Gillen sería simplemente
el nurtunja del tótem del Gato salvaje. Como este animal es objeto de un culto
204 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

Ahora bien, el nurtunja y el waninga, que figuran en multi-


tud de ritos importantes, son objeto de un respeto religioso, en
todo semejante al que inspiran las churingas. Se procede a su
confección y a su erección con la mayor solemnidad. Fijos en la
tierra o llevados por un oficiante, marcan el punto central de la
ceremonia: a su alrededor tienen lugar las danzas y se desarro-
llan los ritos. Durante la iniciación se conduce al novicio al pie
de un nurtunja que se ha erigido para la circunstancia. “He
ahí, le dicen, el nurtunja de tu padre; ya ha servido para hacer
muchos jóvenes”. Después de esto el iniciado debe besar al
nurtunja 134 . Por medio de este beso entra en relación con el
principio religioso que se considera reside allí; es una verda-
dera comunión que debe dar al joven la fuerza necesaria para
soportar la terrible operación de la subincisión 135 . Por otra par-
te, el nurtunja cumple un papel considerable en la mitología
de estas sociedades. Los mitos relatan que, en los tiempos fa-
bulosos de los grandes antepasados, el territorio de la tribu ya
estaba surcado en todas direcciones por compañías compues-
tas exclusivamente por individuos de un mismo tótem 136 . Ca-
da una de estas tropas llevaba con ella un nurtunja. Cuando se
detenía para acampar, la gente, antes de dispersarse para ca-
zar, fijaba en la tierra su nurtunja en cuyo extremo colgaban
las churingas 137 . Es decir que le confiaban todo lo que tenían
de más precioso. Era al mismo tiempo una especie de estan-
darte que servía de centro de reunión del grupo. No podemos
menos que asombrarnos de las analogías que presenta el nur-

tribal, se explica que la generación de la que es objeto su nurtunja sea común a


todos los clanes.
134
North. Tr., p. 342; Nat. Tr., p. 309.
135
Nat. Tr., p. 255.
136
Ibíd., caps. X y XI.
137
Ibíd., pp. 138, 144.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 205

tunja con el poste sagrado de los omaha 138 .


Ahora bien, este carácter sagrado sólo puede provenir de
una causa: que el representa materialmente al tótem. En efecto,
las líneas verticales o los anillos de plumón que lo cubren, o
bien aun los cordones, de colores diferentes, que juntan los
brazos del waninga con el eje central, no están dispuestos arbi-
trariamente, a gusto de los operadores, sino que obligatoria-
mente deben tomar una forma determinada estrechamente por
la tradición y que, en el pensamiento de los indígenas, repre-
senta al tótem 139 . Aquí no hay más que preguntarse, como en
el caso de las churingas, si la veneración de que es objeto este
instrumento ritual no es sólo un reflejo de la que inspiran los
antepasados; pues es regla que cada nurtunja o cada waninga
sólo dura mientras es realiza la ceremonia en la que es utiliza-
do. Se lo confecciona de nuevo y en todas sus partes, cada vez
que es necesario y, una vez cumplido el rito, se lo despoja de
sus ornamentos y se dispersan los elementos de los cuales está
compuesto 140 . No es, pues, nada más que una imagen - y una
imagen temporaria - del tótem y, en consecuencia, es con este
carácter, y sólo con este carácter, que cumple un papel religio-
so.
De este modo, la churinga, el nurtunja, el waninga, deben
únicamente su naturaleza religiosa al hecho de que llevan so-
bre sí el emblema totémico. Es este emblema el que es sagrado.

138
Ver Dorsey, “Siouan Cults”, XIth Rep., p. 413: “Omaha Society”, IIIrd Rep., p.
234. Es cierto que sólo hay un poste sagrado para la tribu, mientras que hay un
nurtunja por clan. Pero el principio es el mismo.
139
Nat. Tr, pp. 232, 30, 313, etc.; North. Tr., pp. 182, 186, etcétera.
140
Nat. Tr., p. 346. Se dice, es verdad, que el nurtunja representa la lanza del antepa-
sado que, en los tiempos del Alcheringa, se hallaba a la cabeza de cada clan. Pero
sólo es una representación simbólica de ella; no es una especie de reliquia, como
la churinga, que se cree emana del antepasado mismo. Aquí se muestra particu-
larmente el carácter secundario de la interpretación.
206 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

También mantiene este carácter sobre cualquier objeto donde


sea representado. A veces se los pinta sobre las rocas; estas
pinturas son denominadas churinga ilkinia, dibujos sagrados 141 .
Las decoraciones con que se adornan oficiantes y asistentes en
las ceremonias religiosas llevan el mismo nombre: a las muje-
res y a los niños les está prohibido verlas 142 . En el curso de
ciertos ritos el tótem se dibuja en el suelo. Ya la técnica de la
operación testimonia los sentimientos que inspira este dibujo y
el alto valor que se le atribuye; está, en efecto, trazado sobre
un terreno que previamente ha sido regado, saturado de san-
gre humana 143 , y más adelante veremos que la sangre es ya, en
sí misma, un líquido sagrado que sólo sirve para los oficios
piadosos. Luego, una vez que la imagen ha sido ejecutada, los
fieles permanecen sentados en la tierra ante ella con la actitud
de la devoción más pura 144 . Con la condición de otorgar a la
palabra un sentido apropiado a la mentalidad del primitivo, se
puede decir que la adoran. Es esto lo que permite comprender
por qué el blasón totémico ha permanecido, para los indios de
América del Norte, un objeto muy precioso: está siempre ro-
deado de una suerte de aureola religiosa.
Pero para comprender por qué las representaciones totémi-
cas son tan sagradas, no deja de ser interesante saber en qué
consisten.
Entre los indios de América del Norte, son imágenes, pin-
tadas, grabadas o esculpidas, que tratan de reproducir, lo más
fielmente posible el aspecto exterior del animal totémico. Los
procedimientos empleados son los mismos que usamos aún

141
Nat. Tr., p. 614 y sig., sobre todo p. 617; North Tr., p. 749.
142
Nat. Tr., p. 624.
143
Ibíd., p. 179.
144
Nat. Tr., p. 181.
LIBRO SEGUNDO: LAS CREENCIAS ELEMENTALES 207

hoy en casos similares, salvo que son, en general, más grose-


ros. Pero no sucede lo mismo en Australia y, naturalmente, es
en las sociedades australianas donde hay que buscar el origen
de estas figuraciones. Aunque el australiano pueda aparecer
bastante capaz de imitar, al menos de un modo rudimentario,
las formas de las cosas 145 , las decoraciones sagradas parecen,
frecuentemente, extrañas a toda preocupación de este género:
consisten esencialmente en dibujos geométricos ejecutados so-
bre las churingas o sobre el cuerpo de los hombres. Son líneas,
rectas o curvas, pintadas de modos diferentes 146 , y cuya reu-
nión no tiene y no puede tener sino un sentido convencional.
La relación entre la figura y la cosa figurada es hasta tal punto
indirecta y lejana, que no podemos percibirla si no estamos
advertidos. Sólo los miembros del clan pueden decir cuál es el
sentido atribuido por ellos a tal o cual combinación de lí-
neas 147 . En general, hombres y mujeres se representan con se-
micírculos, los animales con círculos completos o con espira-
les 148 , las huellas de un hombre o de un animal con líneas de
puntos etc. La significación de las figuras que se obtienen por
estos procedimientos es aun tan arbitraria, que un dibujo idén-
tico puede tener dos sentidos diferentes para la gente de dos
tótems y representar acá tal animal, en otra parte otro animal o
una planta. Esto es quizás más evidente en el caso de los nur-
tunja y de los waninga. Cada uno de ellos representa un tótem
diferente. Pero los elementos escasos y muy simples que en-
tran en su composición no podrían dar lugar a combinaciones

145
Ver ejemplos en Spencer y Gillen, Nat. Tr., fig. 131. Se verá allí dibujos, muchos
de los cuales tienen por objeto, evidentemente, la representación de animales, de
plantas, de cabezas humanas, etc., por supuesto muy esquemáticamente.
146
Nat. Tr., p. 617; Nat. Tr., p. 716 y siguientes.
147
Nat. Tr., p. 145; Strehlow, II, p. 80.
148
Ibíd., p. 151.
208 LAS FORMAS ELEMENTALES DE LA VIDA RELIGIOSA

muy variadas. De esto resulta que dos nurtunja pueden tener


exactamente la misma forma y expresar dos cosas tan diferen-
tes como un gomero y un avestruz 149 . En el momento en que se
confecciona el nurtunja, se le da un sentido que conserva du-
rante toda la ceremonia, pero que, en suma, está fijado por la
convención.
Estos hechos prueban que, si el australiano se siente tan
fuertemente inclinado a representar la figura de su tótem, no
es para tener ante sus ojos un retrato que renueve perpetua-
mente la imagen de éste; sino que es simplemente porque sien-
te la necesidad de representarse la idea que se hace de él por
medio de un signo material, exterior, cualquiera que sea, por
otra parte, este signo. No podemos todavía tratar de compren-
der que es lo que ha obligado de tal modo al primitivo a escri-
bir sobre su persona y sobre diferentes objetos la noción que
tenía de su tótem; pero era tan importante precisar desde el
comienzo la naturaleza de la necesidad que ha hecho surgir es-
tas múltiples representaciones figurativas 150 .

149
Ibíd., p. 346.
150
Por otra parte, no es raro que estos dibujos y pinturas no tengan al mismo tiempo,
un carácter estético; es una primera forma de arte. Ya que es también y sobre todo
un lenguaje escrito, se sigue que los orígenes del dibujo y los de la escritura se
confunden. Es muy probable que el hombre ha debido comenzar a dibujar, menos
para fijar sobre madera o piedra formas bellas que encantaban sus sentidos, que
para traducir materialmente su pensamiento (cf. Schoolcraft, Indien Tribes, 1, p.
405; Dorsey, Siouan Cults, p. 394 y siguientes).

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