Social Science > Gender Studies">
Showalter
Showalter
Showalter
(EE.UU., 1941)
Con su libro A Literature o f Their Own: British Women Novelists from Bronte to Les-
sing, 1977 [Una literatura propia: novelistas británicas de Bronte a Lessing], (evi
dente alusión al texto de Virginia Woolf, Un cuarto propio), Elaine Showalter, profe
sora universitaria de Rutgers y Princeton, se convertía en punto de ineludible refe
rencia para la crítica literaria feminista. Después del primer impulso dado por la
crítica «de la imagen de la mujer» en la obra escrita por hombres (Millett, 1970),
Showalter proponía en ese texto una reinterpretación de las obras debidas a muje
res, sobre la base de la experiencia común compartida por ellas, y antecedía al
esfuerzo de interpretar la subjetividad creadora femenina en The M adwom an in the
Attic, 1979 [La loca del desván].
Autora de la idea de dividir en tres etapas la creación literaria feminista —imita
ción (femenina); revuelta (feminista) y autorreconocimiento (hembra)—, Showalter
propone distinguir entre crítica feminista y ginocrítica, en su conferencia «Toward a
Feminist Poetics», 1979 [Hacia una poética feminista]. La primera de ellas estaría
relacionada con la lectura, por parte de las mujeres, de textos de autoría masculina; la
segunda, con la mujer como escritora. En un momento de cuestionamiento a la au
sencia de teoría en la crítica literaria feminista, a su empirismo representacional,
Showalter habla de un impasse de la teoría en la crítica feminista a causa del carácter
masculino de esa teoría.
En un texto posterior, «Feminist Criticismin the Wildemess», 1981 («La críti
ca feminista en el desierto», 1999), Showalter pone de manifiesto la multiplicidad
de estrategias, puntos de vista y reclamos dentro de la crítica literaria feminista, la
ausencia de unificación. Pero igualmente defiende la necesidad de la teoría para
la crítica literaria feminista; establece los vínculos de esta crítica con sus antece
dentes —marxismo, desconstrucción, psicoanálisis—; revisa la relación con el es
tructuralismo y el postestructuralismo, vistos en los setenta como un «discurso
masculino pernicioso»; y tiende puentes con el concepto de «escritura femenina»
por parte de la crítica francesa, en razón de sus comunes «afiliaciones intelectua
les y energías retóricas». En última instancia, para ella la crítica feminista inglesa
(marxista y orientada hacia la opresión), la francesa (psicoanalítica y orientada
hacia la represión) y la estadounidense (textual y orientada hacia la expresión)
son ginocéntricas.
3
80 TEXTOS DE TEORÍAS Y CRÍTICA LITERARIAS
LA CRÍTICA FEMINISTA EN EL DESIERTO1
Sin embargo, lo que se consideró un impasse teórico era, en realidad, una fase
evolutiva. La ética del despertar ha sido sucedida, al menos en las universidades, por
una segunda etapa que se caracteriza por la angustia ante el aislamiento de la crítica
feminista respecto de una comunidad crítica cada vez más interesada en la teoría e
indiferente a la escritura femenina. La cuestión de cómo debe definirse la crítica
feminista en relación con las nuevas teorías críticas y con los teóricos ha ocasionado
agudos debates en Europa y Estados Unidos. Nina Auerbach ha señalado la ausencia
de diálogo y se pregunta si la crítica feminista debe aceptar responsabilidad por ello:
Las críticas feministas parecen particularmente reacias a definirse ante los no inicia
dos. En cierto sentido nuestra hermandad se ha vuelto demasiado poderosa; como
escuela, la confianza en nosotras es tan fuerte que rechazamos comunicamos con las
redes del poder y la respetabilidad que deseamos cambiar.9
Pero, más que rehusar comunicarse con estas redes, la crítica feminista en reali
dad les ha hablado directamente en sus propios medios de difusión: PMLA, Diacrítics,
Tel Quel, New Literaty Histoiy y Critical Enquiry. Para la crítica feminista en busca de
esclarecimiento, la proliferación de comunicados puede en sí resultar confusa.
Existen dos modalidades definidas de crítica feminista, y fusionarlas (como es
costumbre en la mayoría de los comentaristas) conduce a una perplejidad perma
nente ante sus potencialidades teóricas. La primera modalidad es ideológica; se ocu
pa de la feminista como lectora, y ofrece lecturas feministas de textos que examinan
las imágenes y los estereotipos de la mujer en la literatura, las omisiones y los falsos
conceptos acerca de la mujer en la crítica, y el lugar asignado a la mujer en los
sistemas semióticos. Esto no es todo lo que una lectura feminista ofrece; puede ser
también, como Adrienne Rich propone, un acto de liberación intelectual:
Una crítica radical de la literatura, feminista en su impulso, tomaría la obra, ante todo,
como un indicio de cómo vivimos y hemos vivido, cómo se nos ha inducido a imaginar
nos a nosotras mismas, cómo el lenguaje nos ha atrapado, al mismo tiempo que nos ha
liberado, cómo el acto mismo de nombrar ha sido hasta ahora una prerrogativa mascu
lina, y cómo podemos comenzar a ver y a nombrar —y, por lo tanto, a vivir— de nuevo.10
9. Nina Auerbach, «Feminist Criticism Reviewed», en Gender and Literaiy Voice, Janet Told (ed.),
Nueva York, Holmes & Meier, 1979, p. 35.
10. Adrienne Rich, «When We Dead Awaken: Writing as Re-Vision», On Lies, Secrets, and Silence,
Nueva York, W.W. Norton, 1979, p. 35.
11. Annette Kolodny, «Dancing through the Minefield: Some Observations on the Theory, Practice,
and Politics of a Feminist Literary Theory». Kolodny hace una defensa teórica completa de la necesi
dad de una hermenéutica feminista, en «Some Notes on Defining a “Feminist Literary Criticism”»,
Critical Inquiry, 2, otoño de 1975, pp. 75-92; «A Map for Rereading; or Gender and the Interpretation of
Literary Texts», y «The Theory of Feminist Criticism» (conferencia dictada en el National Center for
the Humanities, Conference on Feminist Criticism, Research Triangle Park, N.C., marzo de 1981).
12. Sandra M. Gilbert, «What Do Feminist Critics Want? A Postcard from the Volcano», en Elaine
Showalter (ed.), The New Feminist Criticism: Essays on Woman, Literature and Theory, Nueva York,
Pantheon Books, 1985.
tros principios básicos en los modelos androcéntricos —aun cuando los revisemos
al añadir el marco de referencia feminista—, no aprenderemos nada nuevo. Y cuan
do el proceso es tan unilateral, cuando los críticos se ufanan de su ignorancia acer
ca de la crítica feminista, resulta desalentador encontrar críticas feministas ansio
sas de obtener la aprobación de los «padres blancos», que no escuchan ni contes
tan. Algunas críticas feministas se han propuesto un revisionismo que se convierte
en una especie de homenaje; han hecho de Lacan el hombre galante de Diacritics, y
han forzado a Pierre Macherey a recorrer esos oscuros callejones de la psique que
Engels no se atrevía a pisar. De acuerdo con Christiane Makward, el problema es
aún más serio en Francia que en Estados Unidos: «Si el pensamiento neofeminista
parece haberse detenido —escribe Makward—, se debe a que continúa alimentán
dose del discurso de los maestros».13
Es tiempo ya de que la crítica feminista decida entre la religión y el revisionis
mo, podemos reclamar algún campo teórico firme como nuestro. Al exigir una crí
tica feminista genuinamente centrada en la mujer, coherente de modo indepen
diente e intelectual, no pretendo alentar las fantasías separatistas de las visionarias
feministas radicales, o excluir de nuestro ejercicio crítico una variedad de herra
mientas intelectuales. Necesitamos indagar más acuciosamente qué deseamos sa
ber y cómo encontrar las respuestas a las preguntas que provienen de nuestra expe
riencia. No creo que la crítica feminista pueda encontrar un pasado útil en la tradi
ción crítica androcéntrica. Tiene más que aprender de los estudios sobre la mujer
que de los estudios sobre literatura inglesa; más que aprender de la teoría feminista
internacional que de otro seminario sobre los maestros. Debe encontrar su propio
objeto de estudio, su propio sistema, su propia teoría y su propia voz. Como escribe
Rich sobre el poema de Emily Dickinson «I Am in Danger..., Sir», debemos elegir el
establecer, por fin, la discusión bajo nuestras propias premisas.
13. Christiane Makward, «To Be or Not to Be... A Feminist Speaker», en The Future o f Difference,
Hester Eisenstein y Alfred Jardine (eds.), Boston, G.K. Hall, 1980, p. 102. Sobre Lacan, véase Jane
Gallop, «The Ladies' Man», en Diacritics, 6, invierno de 1976, pp. 28-34; sobre Macherey, véase, del
Marxist-Feminist Literature Collective, «Women s Writing».
Creo que fue en la década pasada cuando se inició el proceso de definir lo femenino. La
crítica feminista ha cambiado gradualmente su interés central por las lecturas revisio
nistas, hacia una investigación sostenida sobre la literatura escrita por mujeres. La
segunda modalidad de crítica feminista, engendrada por este proceso, es el estudio de
las mujeres como escritoras, y sus objetos de estudio son la historia, los estilos, los
temas, los géneros y las estructuras de la escritura de mujeres; la psicodinámica de la
creatividad femenina; la trayectoria individual o colectiva en las carreras de las muje
res; y la evolución, así como las leyes, de la tradición literaria femenina. No existe un
término en inglés para este discurso crítico especializado, así que he inventado el térmi
no «ginocrítica». A diferencia de la crítica feminista, la ginocrítica ofrece muchas opor
tunidades teóricas. Considerar como objeto principal la escritura femenina nos obliga a
dar el salto hacia una nueva perspectiva conceptual y a redefinir la naturaleza del pro
blema teórico que enfrentamos. Ya no es más el dilema ideológico de reconciliar plura
lismos revisionistas, sino la cuestión esencial de la diferencia: ¿cómo constituir a las
mujeres como grupo literario definido? ¿Cuál es la diferencia de la escritura femenina?
Pienso que Patricia Meyer Spacks fue la primera crítica académica en notar este
cambio de la crítica feminista, de lo androcéntrico a lo ginocéntrico. En The Femóle
Imagination (1975), Meyer Spacks señala que pocas teóricas feministas se habían
interesado por la escritura femenina. La manera en que Simone de Beauvoir escribe
acerca de las escritoras, en El segundo sexo, «siempre sugiere una tendencia a priori a
considerarlas con menos seriedad que a sus contrapartes masculinas»; Maiy Ellmann,
en Thinking about Women, describe el éxito literario de las mujeres como una evasión
de las categorías de ser mujer; y, de acuerdo con Spacks, Kate Millett, en Sexual Poli-
tics, «tiene poco interés en escritoras de literatura».14 El amplio estudio de Spacks
inaugura un nuevo período en la crítica y la historia literarias feministas que, una y
otra vez, se planteaban la pregunta de cómo la escritura femenina había sido diferen
te, cómo la condición de mujer dio cuerpo a la expresión creativa de las mujeres. En
libros como Literary Women de Ellen Moers (1976), A Literature ofTheir Own de Elai
ne Showalter (1977), Womarís Fiction de Nina Baym (1978), The Madwoman in the
Attic de Sandra Gilbert y Susan Gubar (1979), Women Writers and Poetic Identity de
Margaret Homans (1980), y en cientos de ensayos y artículos, la escritura femenina se
afirmó como el proyecto central de los estudios literarios feministas.
Este cambio de énfasis lo encontramos también en la crítica feminista euro
pea. Hasta la fecha, la mayoría de los comentarios sobre el discurso crítico feminista
francés acentúa su disimilitud fundamental con la orientación empírica esta
dounidense; su escaso apoyo intelectual en la lingüística, el marxismo, el psicoaná
lisis neofreudiano y lacaniano, y la desconstrucción derridiana. A pesar de estas
diferencias, los nuevos feminismos franceses tienen, sin embargo, mucho en co
mún con las teorías feministas radicales estadounidenses, en términos de afinida
des intelectuales y energías retóricas. El concepto de écriture féminine, inscripción
del cuerpo femenino y diferencia femenina en el lenguaje y el texto, es una formula
ción teórica significativa de la crítica feminista francesa, a pesar de que describa
una posibilidad utópica más que una práctica literaria. Héléne Cixous, una de las
principales defensoras de la écriture féminine, ha admitido que sólo con algunas
14. Patricia Meyer Spacks, The Female Imagination, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1975, pp. 19, 32.
3
86 TEXTOS DE TEORÍAS Y CRÍTICA LITERARIAS
La crítica feminista en el desierto
excepciones «no hay aún una escritura que inscriba la feminidad», y Nancy Miller
explica que la éenture féminine «privilegia una textualidad avantgarde, una produc
ción literaria de finales del siglo XX, y es, fundamentalmente, una esperanza, si no un
mapa, para el futuro».15No obstante, el concepto écñture féminine brinda una for
ma de hablar sobre lo escrito por mujeres, que reafirma el valor de lo femenino e
identifica al proyecto teórico de la crítica feminista como el análisis de la diferencia.
En años recientes, las traducciones de los importantes trabajos de Julia Kristeva,
Cixous y Luce Irigaray, así como la excelente colección New French Feminisms, han
hecho más accesible la crítica francesa a las académicas feministas estadounidenses.16
La crítica feminista inglesa, que incorpora la teoría feminista francesa y la
marxista, pero con una orientación más tradicional hacia la interpretación del tex
to, ha variado también su enfoque hacia la escritura femenina.17El énfasis en cada
país es diferente: la crítica feminista inglesa, esencialmente marxista, hace hincapié
en la opresión; la crítica feminista francesa, esencialmente psicoanalítica, hace hin
capié en la represión; la crítica feminista estadounidense, esencialmente textual,
hace hincapié en la expresión. Todas, sin embargo, se han convertido en ginocéntri-
cas. Todas luchan por encontrar una terminología que rescate lo femenino de sus
asociaciones estereotipadas con la inferioridad.
Definir la diferencia única de la escritura femenina, como Woolf y Cixous advier
ten, es una tarea escurridiza y demandante. ¿Es la diferencia una cuestión de estilo?
¿De género? ¿De experiencia? ¿O se produce en el proceso de lectura, como sostienen
algunas críticas de lo textual? Spacks llama «una divergencia delicada» a la diferencia
de la escritura femenina, poniendo de manifiesto la naturaleza sutil y evasiva de la
práctica femenina de la escritura. Sin embargo, la delicada divergencia de los textos
escritos por mujeres nos desafía a que respondamos con la misma delicadeza y preci
sión a las pequeñas, aunque cruciales, desviaciones, a las cargas acumulables de ex
periencia y exclusión, que han dejado su huella en la historia de la escritura femenina.
Antes de que podamos trazar esta historia, debemos develarla paciente y escrupulo
samente; nuestras teorías deben tener bases sólidas en la lectura y la investigación.
Pero a través de la ginocrítica tenemos la oportunidad de aprender algo sólido, perdu
rable y real acerca de la relación de las mujeres con la cultura literaria.
Las teorías sobre la escritura femenina hacen uso, en la actualidad, de cuatro
modelos de diferencia: biológico, lingüístico, psicoanalítico y cultural. Cada uno
constituye un esfuerzo por definir y diferenciar los rasgos distintivos de una escrito
ra y de un texto escrito por una mujer; cada modelo representa también una escuela
de crítica feminista ginocéntrica con sus propios textos, estilos y métodos favoritos.
15. Héléne Cixous, «The Laugh of the Medusa», traducción de Keith y Paula Cohén, en Signs, 1,
verano de Century Literary Imagination, New Haven, Conn., Yale University Press, 1979, pp. 6-7.
16. Para un panorama general, véase Donna C. Stanton, «Language and Revolution: The Franco-
American Dis-Connection», en Eisenstein y Jardine, Future and Difference, pp. 73-87, y Elaine Marks e
Isabelle de Courtivron (eds.), New French Feminisms. La abreviatura NFF se empleará a lo largo de mi
ensayo acompañada del nombre de la traductora entre paréntesis. La traducción al español de las
citas tomadas de NFF es de Argentina Rodríguez.
17. Dos textos importantes son el manifiesto del Marxist-Feminist Literature Collective, «Womens
Writing», y los trabajos de los encuentros sobre mujer y literatura, Mary Jacobus (ed), Womens Wri-
ting and Writing about Women, Nueva York, Bames & Noble Imports, 1979.
18. Sandra M. Gilbert y Susan Gubar, The Madwoman in the Attic: The Woman Wñter and the
Nineteenth Century Literary Imagination, New Haven, Conn., Yale University Press, 1979, pp. 6-7.
19. Nina Auerbach, reseña de Madwoman, en Victorian Studies, 23, verano de 1980, p. 506.
Henry Esmond, comenta con jovialidad: «Supongo que habrán escuchado que
Thackeray está preñado con veinte partes, y si no se ha equivocado en sus cálculos,
espera la primera entrega para Navidad».20(Si escribir significa, de manera metafó
rica, dar a luz, ¿de qué órgano pueden los hombres generar textos?)
Algunas críticas feministas radicales, principalmente en Francia, pero también
en Estados Unidos, insisten en que debemos leer estas metáforas como algo más
que meras diversiones; que debemos repensar y redefinir seriamente la diferencia
ción biológica y su relación con la escritura femenina. Argumentan que «la escritu
ra femenina proviene del cuerpo, que nuestra diferenciación sexual es también nues
tra fuente».21 En OfWoman Bom, Adrienne Rich explica su convicción de que...
[...] la biología femenina [...] posee implicaciones más radicales que las que hemos
llegado a apreciar. El pensamiento patriarcal limita la biología femenina a sus propias
y restringidas especificaciones. La visión feminista se ha apartado de la biología feme
nina por estas razones; llegará, creo, a percibir nuestra cualidad física como un recur
so en vez de un destino. Para vivir una vida plenamente humana, necesitamos no sólo
controlar nuestros cuerpos [...] debemos tocar la unidad y la resonancia de nuestra
cualidad física, el territorio corporal de nuestra inteligencia.22
20. Douglas Jerrold, citado en Kathleen Tillotson, Novéis o f the Eighteen-Forties, Londres, Oxford
University Press, 1961, p. 39. James Joyce delineó al creador como femenino y a la creación literaria
como un proceso de gestación; véase Richard Ellmann, James Joyce: A Biography, Londres, Oxford
University Press, 1959, pp. 306-308.
21. Carolyn G. Burke, «Report from Paris: Women s Writing and the Women s Movement», en
Signs, 3, verano de 1978, p. 851.
22. Adrienne Rich, OfWoman Bom: Motherhood as Experience and Institution, Nueva York, W.W.
Norton, 1976, p. 62. La crítica biofeminista ha influido en otras disciplinas, v. gr., críticas de arte como
Judy Chicago y Lucy Lippard sugieren que las artistas se sienten atraídas por la urgencia de utilizar
una iconografía vaginal o uterina como punto central, así como líneas curvas y formas táctiles y
sensuales. Véase Lucy Lippard, From the Center: Feminist Essays on Women s Art, Nueva York, E.P.
Dutton, 1976.
23. Alicia Ostriker, «Body Language Imageiy of the Body in Women s Poetry», en The State o f the
Language, Leonard Michaels y Cristopher Ricks (eds.), Berkeley, University of California Press, 1980,
pp. 247-263, y Terence Diggory, «Armoured Women, Naked Men: Dickinson, Whitman, and Their
Successors», en Shakespeare^ Sisters: Essays on Women Poets, Sandra M. Gilbert y Susan Gubar (eds.),
Bloomington, Indiana University Press, 1979, pp, 135-150.
24. Rachel Blau DuPlessis, «Washing Blood», en Feminist Studies, n.° 4, junio de 1978, p. 10. Todo
el número constituye un documento importante sobre crítica feminista.
25. Nancy K. Miller, «Womens Autobiography in France: For a Dialectics of Identification», en
Women and Language in Literature and Society, Sally McConnell-Ginet, Ruth Borker y Nelly Furman
(eds.), Nueva York, Praeger, 1980, p. 271.
Es por medio del lenguaje como definimos y categorizamos áreas de diferencia y se
mejanza, las cuales, a su vez, nos permiten comprender el mundo que nos rodea. Las
categorizaciones centradas en lo masculino predominan en el inglés estadounidense y
conforman, sutilmente, nuestra comprensión y percepción de la realidad; es por esto
que la atención ha ido en aumento hacia los aspectos inherentemente opresivos para
la mujer en un sistema de lenguaje construido por el hombre.26
26. Nelly Furman, «The Study of Women and Language: Comment on Vol. 3, No. 3», en Signs, 4,
otoño de 1978, p. 182.
27. Carolyn G. Burke, op. cit., p. 844.
Pero los eruditos que desean un lenguaje femenino que sea intelectual y teórico,
que actúe dentro de la academia, se enfrentan a lo que parece una paradoja imposible,
como Xaviére Gauthier se lamenta: «Mientras las mujeres permanezcan silenciosas,
estarán fuera del proceso histórico. Pero si comienzan a hablar y escribir como lo
hacen los hombres, entrarán en la historia sojuzgadas y alienadas; ésta es una historia
que, hablando lógicamente, su lenguaje debe romper» (traducción, del inglés al fran
cés, de Marilyn A. August, NFF, pp. 162-163). Lo que necesitamos, propone Maiy
Jacobus, es una escritura femenina que trabaje dentro del discurso «masculino», pero
que trabaje incesantemente para desconstruirlo: «para escribir lo que no se puede
escribir», y de acuerdo con Shoshana Feldman, «el desafío que actualmente enfrenta
la mujer es nada menos que el de «reinventar» el lenguaje [...] hablar no sólo en
contra, sino fuera de la estructura falogocéntrica especular, de establecer un discurso
cuya condición no sería definida por la falacia del significado masculino».28
Más allá de la retórica, ¿qué nos pueden decir sobre las perspectivas de un
lenguaje femenino las investigaciones lingüísticas, históricas y antropológicas? Ante
todo, el concepto de un lenguaje femenino no se origina en la crítica feminista; es
muy antiguo y aparece con frecuencia en el folclor y el mito. En esos mitos, la
esencia del lenguaje femenino es su carácter secreto; lo que realmente se describe
es la fantasía masculina de la naturaleza enigmática de lo femenino. Herodoto, por
ejemplo, relata que las amazonas eran unas lingüistas competentes que dominaban
con facilidad los lenguajes de sus antagonistas masculinos, aunque los hombres
nunca pudieron aprender el lenguaje de las mujeres. En The White Goddess, Robert
Graves argumenta, de manera romántica, que un lenguaje femenino existió ya en
una etapa matriarcal de la prehistoria; después de una gran batalla entre los sexos,
y con la derrota del matriarcado, el lenguaje femenino se volvió clandestino, para
sobrevivir en los cultos misteriosos de Elisio y Corinto y en los aquelarres de brujas
en Europa Occidental. Viajeros y misioneros de los siglos XVII y x v m trajeron consi
go relatos de «lenguajes femeninos» entre los indios de América del Norte, los afri
canos y los asiáticos (las diferencias de estructuras lingüísticas que relataron fue
ron, por lo general, superficiales). Existe alguna evidencia etnográfica de que las
mujeres en ciertas culturas han desarrollado una forma privada de comunicación
que surge de su necesidad de hacer frente al silencio que la vida pública les impone.
En las religiones extáticas, por ejemplo, las mujeres hablan con mayor frecuencia
que los hombres, en lenguas secretas, fenómeno que los antropólogos atribuyen a
su relativa inarticulación en el discurso religioso formal. Pero estos «lenguajes»
femeninos ritualizados e ininteligibles no eran causa de regocijo; de hecho, eran
condenadas a morir en la hoguera por la sospecha de que las brujas tenían conoci
mientos esotéricos, así como de poseer un lenguaje.29
Desde una perspectiva política, existen paralelos interesantes entre el proble
ma feminista de un lenguaje femenino y el recurrente «tema del lenguaje» en la
28. Mary Jacobus, «The Difference of View», en Women’s Writing and Writing about Women, pp. 12
13. Shoshana Feldman, «Women and Madness: The Critical Phallacy», en Diacritics, 5, invierno de
1975, p. 10.
29. Sobre el lenguaje de las mujeres, véase Sarah B. Pomeroy, Goddesses, Whores, Wives, and Slaves:
Women in Classical Antiquity, Nueva York, Schocken Books, 1976, p. 24; Sally McConnell-Ginet, «Lin-
guistics and Feminist Challenge», en Women and Language, p. 14; y Joan M. Lewis, Ecstatic Religión,
1971, citado en Shiiiey Ardener (ed.), Pereeiving Women, Nueva York, Halsted Press, 1978, p. 50.
30. Clifford Geertz, The Interpretation o f Cultures, Nueva York, Basic Books, 1973, pp. 241-242.
31. Sally McConnell-Ginet, op. cit., pp. 13, 16.
cerrando cortinas no es literatura. Todo lo que tenemos debe ser expresado —mente
y cuerpo—, proceso de increíble dificultad y peligro».32
«Todo lo que tenemos debe ser expresado —mente y cuerpo—...». En vez de
querer limitar el rango lingüístico de la mujer, debemos luchar para abrirlo y exten
derlo. Los huecos en el discurso, los espacios, vacíos y silencios no constituyen los
espacios donde se revela la conciencia femenina, sino las cortinas de la «casa-pri
sión del lenguaje». A la literatura femenina aún la rondan los fantasmas del lengua
je reprimido, y hasta que hayamos exorcizado esos fantasmas, no debe ser en el
lenguaje en donde basemos nuestra teoría de la diferencia.
El falo como significante tiene una posición central y crucial en el lenguaje, porque si
el lenguaje encama la ley patriarcal de la cultura, sus significados básicos se refieren
al proceso recurrente por el cual se adquiere la diferencia sexual y la subjetividad [...]
Por lo tanto, el acceso de la niña a lo simbólico, i.e., al lenguaje y sus leyes, siempre es
negativo y/o mediado por una relación intrasubjetiva con un tercer término, pues se
caracteriza por una identificación con la falta.34
32. Virginia Woolf, «Speech, Manuscript Notes», en The Pargiters: The Novel-Essay Portion o f the
Years 1882-1941, Mitchell A. Leaska (ed.), Nueva York, New York Public Library, 1977, p. 164.
33. Citado en Erika Freeman, Insights: Conversations with Theodor Reik, Prentice Hall, Englewood
Cliffs, N.J., 1971, p. 166. Reik continúa: «Pero, qué demonios, ¡escribir! La tarea más importante de la
mujer es traer hijos al mundo».
34. Cora Kaplan, «Language and Gender», texto inédito, University of Sussex, 1977, p. 3.
De esta manera, la soledad de la artista, sus sentimientos de alienación hacia los pre
decesores masculinos, aunados a su necesidad de precursoras y sucesoras hermanas,
o su aguda conciencia de necesitar un público femenino, junto con el temor por el
antagonismo de sus lectores masculinos, su timidez culturalmente condicionada fren
te a la autodramatización, su pavor ante la autoridad patriarcal del arte, su angustia
por lo inapropiado de la creación femenina —todos estos fenómenos de «inferiori
dad»—, marcan la lucha de la escritora por la autodefinición artística y diferencian
sus esfuerzos de autocreación de aquéllos de su contraparte masculina.35
ninos, de Annis Pratt; el estudio langiano del yo dividido en las obras de ficción
escritas por mujeres, de Barbara Rigney; y el análisis eriksoniano del espacio inte
rior de la escritura femenina del siglo XIX, de Ann Douglas.36En los últimos años, las
críticas han pensado en la posibilidad de un nuevo psicoanálisis feminista que no
revise la teoría freudiana, sino que, en su lugar, haga énfasis en el desarrollo y cons
trucción de identidades de género.
La nueva obra más dramática y prometedora del psicoanálisis feminista estu
dia la etapa preedípica y el proceso de diferenciación psico-sexual. The Reproduc-
ñon ofMothering: Psychoanalysis and the Sociology o f Gender (1978), de Nancy Cho-
dorow, ha ejercido gran influencia en los estudios sobre la mujer. Chodorow revisa
los conceptos psicoanalíticos tradicionales de diferenciación, el proceso a través del
cual el niño o la niña llega a percibir al ser como ajeno y a desarrollar las fronteras
del ego y el cuerpo. Como la diferenciación se logra en relación con la madre (la
proveedora principal), las actitudes hacia la madre «emergen en la diferenciación
más temprana del yo»; «la madre, que es mujer, se convierte y permanece, para los
hijos de ambos géneros, como el Otro o el objeto».37 El niño o la niña desarrolla su
identidad medular de género en forma concomitante con la diferenciación, pero el
proceso no es el mismo para niños que para niñas. El niño debe aprender su identi
dad de género en forma negativa, al no ser mujer, y esta diferenciación requiere
refuerzos constantes. En contraste, para la niña la identidad medular de género es
positiva y se construye a partir de la semejanza, la continuidad y la identificación
con la madre. Las dificultades de la mujer con la identidad femenina llegan después
de la fase edípica, durante la cual el poder masculino y la hegemonía cultural con
fieren a las diferencias de sexo un valor transformado. La obra de Chodorow sugie
re que la paternidad compartida, la participación de los hombres de manera pri
mordial en el cuidado de niños y niñas, tendrá un profundo efecto en cómo percibi
mos la diferencia de sexos, la identidad de género y la preferencia sexual.
Pero, ¿cuál es la importancia del psicoanálisis feminista para la crítica litera
ria? Un remanente temático es el interés de la crítica por la configuración madre-
hija como fuente de creatividad femenina.38 La atrevida investigación de Elizabeth
Abel sobre la amistad femenina en las novelas de escritoras contemporáneas utiliza
la teoría de Chodorow para mostrar cómo no tan sólo las relaciones entre los perso
najes femeninos, sino también las relaciones entre escritoras, están determinadas
por la psicodinámica de la solidaridad femenina. Abel confronta, además, el para
digma de historia literaria en Bloom, pero, a diferencia de Gilbert y Gubar, ella
observa «un modelo femenino triple», en el que la relación edípica con la tradición
36. Véase Annis Pratt, «The New Feminist Criticism», en Joan I. Roberts, Beyond Intellectual Sexism:
A New Woman, A New Reality, Nueva York, Longman, 1976; Barbara H. Rigney, Madness and Sexual
Politics in the Feminist Novel: Studies in Bronte, Woolf, Lessing y Atwood, Madison, University of Wis-
consin Press, 1978; y Ann Douglas, «Mrs. Sigoumey and the Sensibility of Inner Space», en New
England Quarterley, 45, junio de 1972, pp. 163-181.
37. Nancy Chodorow, «Gender, Relation, and the Difference in Psychoanalytic Perspective », en
Eisenstein y Jardine, Future o f Difference, p. 11. Véase, además, Chodorow et a l , «On the Reproduction
of Mothering: A Methodological Debate», en Signs, 6, primavera de 1981, pp. 482-514.
38. Véase, v. gr., Cathy M. Davidson y E.M. Broner, The Lost Tradition: Mothers and Daughters in
Literature, Nueva York, Frederick Ungar, 1980; este texto está más orientado hacia mitos e imágenes de
matrilinaje que hacia la redefinición de la identidad femenina.
39. Elizabeth Abel, «(E)Merging Identities: The Dynamics of Female Friendship in Contemporary
Fiction by Women», en Signs, 6, primavera de 1981, p. 434.
Las mujeres se han quedado fuera de la historia no por conspiraciones malignas de los
hombres en general o de los historiadores en particular, sino porque nosotras hemos
considerado la historia en términos centrados en el hombre. Hemos pasado por alto a
las mujeres y sus actividades porque formulamos preguntas a la historia que son in
apropiadas para las mujeres. Para rectificar esto, e iluminar las áreas oscuras de la
historia, debemos, durante un tiempo, enfocamos a una investigación centrada en la
mujer, considerando la posibilidad de la existencia de una cultura femenina dentro de
la cultura general que comparten hombres y mujeres. La historia debe incluir un rela
to de la experiencia femenina a través del tiempo y debiera incluir el desarrollo de una
conciencia feminista como un aspecto esencial del pasado de las mujeres. Ésta es la
tarea principal de la historia de las mujeres. La pregunta central que surge es: ¿cómo
sería la historia si se viera a través de los ojos de las mujeres y estuviera ordenada por
valores definidos por ellas?40
40. Gerda Lemer, «The Challenge of Women s History», en The Majority Finds Its Past: Placing
Women in History, Nueva York, Oxford University Press, 1979; para todas las referencias subsiguientes
a este texto se empleará la abreviatura MFP entre corchetes.
3
98 TEXTOS DE TEORÍAS Y CRÍTICA LITERARIAS
La crítica feminista en el desierto
41. Véase, v. gr., Tillie Olsen, Silences, Nueva York, Delacorte Press, 1978; Sheila Rowbotham,
Woman’s Consciousness, Maris World, Nueva York, Penguin Books, 1974, pp. 31-37; y Marcia Landy,
«The Silent Woman: Towards a Feminist Critique», en Diamond y Edwards, The Authority o f Experien-
ce (véase nota 7), pp. 16-27.
42. Edwin Ardener, «Belief and the Problem of Women», en Perceiving Women (véase nota 28), p. 3.
43. Mari McCarty, «Possessing Female Space: The Tender Shoot», en Womerís Studies, 8,1981, p. 368.
44. Susan Lanser y Evelyn Torton Beck, «(Why) Are There No Great Women Critics? And What
Difference Does It Make?», en The Prism o f Sex: Essays in the Sociology o f Knowledge, Beck y Julia A.
Sherman (eds.); Madison, University of Wisconsin Press, 3979, p. 86.
45. Myra Jehlen, «Archimedes and the Paradox of Feminist Criticism», en Signs, 6, otoño de 1981, p. 582.
46. Barbara Smith, op. cit., p. 174, Véase también, Gloria T. Hull, «Afro-American Women Poets: A
Bio-Critical Survey», en Gilbert y Gubar, Shakespeares Sisters, pp. 165-182, y Elaine Marks, «Lesbian
Intertextuality», en Homosexualization and French Literature, Marks y George Stambolian (eds.), Itha-
ca, N.Y., Comell University Press, 1979.
47. Margaret Anne Doody, «George Eliot and the Eighteenth-Centuiy Novel», en Nineteenth Cen-
tury Fiction, 35, diciembre de 1985, pp. 267-268.
48. Véase, v. gr., Judith Wilt, GhóSts o f the Gothic: Austen, Eliot, and Lawrence, Princeton, N.J.,
Princeton University Press, 1980.
49. Véanse Ann Douglas, The Feminization o f American Culture, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1977;
Nina Baym, Womaris Fiction: A Guide to Novéis by and about Women in America, 1820-1870, Ithaca,
N.Y., Comell University Press, 1978; y Jane P. Tompkins, «Sentimental Power: Unele Toms Cabin and
the Politics of Literary History», en Elaine Showalter (ed.), The New Feminist Criticism: Essays on
Woman, Literature and Theory, Nueva York, Pantheon Books, 1985.
Y las críticas feministas nos han hecho conscientes de que Virginia Woolf pertene
ció a una tradición diferente de la del modernismo, y que esta tradición emerge en
su obra, precisamente en aquellos lugares donde la crítica ha encontrado, hasta
ahora, oscuridades, evasiones, improbabilidades e imperfecciones.50
Nuestras teorías actuales sobre influencia literaria también deben ponerse a prue
ba en términos de la escritura femenina. Si un texto escrito por un hombre, como
Bloom y Edward Said sostienen, se procrea por línea paterna, entonces un texto escrito
por una mujer no sólo se procrea por línea materna, sino también es el producto del
padre y la madre; el texto confronta a los precursores paternos y matemos, y tiene que
habérselas con los problemas y ventajas de ambas herencias. Woolf declara, en A Room
of Ones Own, que «una mujer que escribe, piensa el pasado a través de sus madres».
Pero una escritora piensa, de manera inevitable, también a través de sus padres; sólo los
escritores pueden olvidar o silenciar la mitad de su ascendencia. La cultura dominante
no tiene por qué tomar en cuenta a los silenciados, excepto para reñir con «la parte
femenina» en ella. Por tanto, necesitamos relatos sobre influencia más sutiles y flexi
bles, no sólo para explicar la escritura femenina, sino también para entender por qué la
escritura masculina se resiste a reconocer a las precursoras femeninas.
Primero debemos ir más allá de la suposición de que las escritoras imitan a los
hombres que las precedieron o los revisan, y que este simple dualismo resulta adecuado
para describir las influencias en un texto femenino. I.A. Richards comentó una vez que la
influencia de G.E. Moore tuvo un enorme impacto negativo en su obra: «Me siento el
anverso de él Donde en él hay un agujero, en mí hay una protuberancia».51Muy a menu
do el lugar de la mujer en la tradición literaria se traduce en la burda topografía de
agujero y protuberancia, con Milton, Byron o Emerson, de un lado, como los protuberan
tes personajes imaginarios, y la literatura femenina, de Aphra Behn a Adrienne Rich, del
otro lado, como la agujereada superficie lunar de lagunas revisionistas. Una de las gran
des ventajas del modelo cultural femenino consiste en mostrar cómo la tradición femeni
na puede ser, al mismo tiempo, una fuente positiva de fuerza y solidaridad, así como una
fuente negativa de impotencia; una tradición que puede generar sus propias experiencias
y símbolos que no constituyen, simplemente, el anverso de la tradición masculina.
¿Cómo puede un modelo cultural de escritura femenina ayudamos a leer un
texto escrito por una mujer? Una implicación de este modelo es que la literatura
femenina puede leerse como un discurso a dos voces, que encierra una historia
«dominante» y una «silenciada», lo que Gilbert y Gubar denominan «palimpsesto».
Lo he descrito en otra parte como un problema objeto-campo en el que debemos
mantener a la vista, de manera simultánea, dos textos alternativos y oscilantes: «En
la más pura crítica literaria feminista se nos [...] presenta con una alteración radical
de nuestra visión, una exigencia de que hallemos significado en lo que antes era un
espacio vacío. La trama ortodoxa retrocede, y otra trama, hasta entonces sumergi
da en el anonimato de un segundo plano, adquiere un relieve atrevido, similar a una
huella». Miller también observa «otro texto» en la literatura escrita por mujeres,
«más o menos silenciado de una novela a otra», pero «siempre ahí para ser leído».52
50. Véase, v. gr, el análisis sobre Woolf, en Sandra M. Gilbert, «Costumes of the Mind: Transves-
tism as Metaphor in Modem Literature», en Critical Inquiry, 7, invierno de 1980, pp. 391-417.
51. LA. Richards, citado en John Paul Russo, «A Study in Influence: The Moore-Richards Para-
digm», en Critical Enquiry, 5, verano de 1979, p. 687.
52. Showalter, «Literary Criticism», p. 435; Miller, «Emphasis Added», p. 344. A modo de ejemplo,
mientras que la lectura de Jane Eyre siempre se había realizado en relación con un modo social y de ficción
Otra estrategia interpretativa para la crítica feminista podría ser el análisis con-
textual que el antropólogo Clifford Geertz denomina «descripción densa». Geertz
exige descripciones que busquen comprender el significado de fenómenos y pro
ductos culturales «identificando las estructuras de significación [...] y determinan
do su campo social y su valor».53Una descripción de la escritura femenina genuina-
mente «densa» insistiría en el género y en la tradición literaria femenina, entre los
múltiples estratos que conforman la fuerza del significado en un texto. Debemos
aceptar que ninguna descripción podrá ser lo suficientemente «densa» para dar
cuenta de todos los factores que conforman una obra de arte. Pero podemos aspirar
a ello, incluso como ideal inalcanzable.
Al sugerir la utilidad de un modelo cultural de escritura femenina para la em
presa de la crítica feminista, no pretendo reemplazar al psicoanálisis por la antro
pología cultural como respuesta a todos nuestros problemas teóricos, o entronizar
a Ardener y Geertz como los nuevos padres blancos, en sustitución de Freud, Lacan
y Bloom. Ninguna teoría, aun la más sugerente, puede ser un sustituto del conoci
miento profundo y extenso del texto femenino, que constituye nuestro objeto de
estudio esencial. La antropología cultural y la historia social pueden ofrecemos
quizás una terminología y un diagrama de la situación cultural de la mujer. Pero las
críticas feministas deben emplear este concepto en relación con lo que las mujeres
escriben en realidad, no en relación con un ideal teórico, político, metafórico o
visionario de aquello que las mujeres debieran escribir.
Comencé este ensayo recordando que hace algunos años las críticas feminis
tas pensaron que realizábamos una peregrinación hacia la tierra prometida, en la
que el género perdería su poder, en la que todos los textos serían iguales y carece
rían de sexo, como los ángeles. Pero mientras con mayor precisión entendamos la
especificidad de la escritura femenina no como un producto temporal del sexis-
mo, sino como una realidad fundamental y continuamente determinante, con
más claridad comprenderemos que hemos errado el camino. Quizá nunca arribe
mos a la tierra prometida, ya que cuando las críticas feministas vean que nuestra
tarea es el estudio de la escritura femenina, nos daremos cuenta de que, para
nosotras, la tierra prometida no reside en la universalidad serena e indiferenciada
de los textos, sino en el tumultuoso e intrigante desierto de la diferencia misma.
«dominante» implícito y, por lo tanto, considerado imperfecto, las lecturas feministas colocan en primer
término a las estrategias simbólicas silenciadas, y exploran la credibilidad y la coherencia de esta novela a
partir de sus propios términos. Las críticas feministas reexaminan puntos de vista como los de Richard
Chase, quien describe a Rochester como castrado, dando así a entender que la neurosis de Jane se debe a
envidia del pene; y de G. Armour Craig, quien ve la novela como la lucha de Jane por superarse, y considera
a Jane como un ser saludable dentro de su propio sistema, es decir, la sociedad femenina. Véanse, Chase, «The
Brontés; or Myth Domesticated», en Jane Eyre, Nueva York, W.W. Norton, 1971, pp. 462-471; Craig,
«The Unpoetic Compromise: On the Relation between Prívate Vision and Social Order in Nineteenth Cen
tura English Fiction», en Self and Society, Mark Schorer (ed.), 1956, Nueva York, pp. 30-41; Nancy Pell,
«Resistance, Rebellion, and Mamage: The Economics of Jane Eyi'e», en Nineteenth Centiuy Fiction, 31, marzo
de 1977, pp. 327-420; Helen Moglen, Cíiarlotte Bronte: The Self Conceived, Nueva York, W.W. Norton, 1977;
Adrienne Rich, «Jane Eyre: The Temptations of a Motherless Woman», MS, octubre de 1973; y Marianne
Adams, <Jane Eyre: Womans Estate», en Diamond y Edwards, The Authority o f Experience, pp. 137-159.
53. Clifford Geertz, op. cit., p. 9.