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Antonio Gascón Ricao - Brujeria en La Barcelona de Los Siglos XIX Y XX PDF

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Brujeria en la Barcelona de los siglos XIX Y XX

Antonio Gascón Ricao


Cuando surge en una tertulia de amigos el tema de la brujería, mental e instintivamente, nos
retrotraemos a siglos pasados ubicando la historia en lugares lejanos, recónditos y oscuros, pues
parece inimaginable que semejante hecho haya podido acaecer en nuestro entorno próximo, o en
populosas ciudades como Barcelona y, aún menos, en tiempos modernos. Pero los hechos son
tozudos y demuestran lo contrario, otra cosa es su interpretación, las causas o el medio social en que
se produjeron.Dentro de la gran variedad de encantamientos o sortilegios existentes, en esta
ocasión, sólo vamos a tratar de tres tipos muy concretos. El primero, de ser cierto o de no dudar de
los testimonios, ríanse Uds. de las actuales motos de agua o de los superyates que abarrotan los
puertos deportivos de nuestras costas. El segundo de ellos es muy típico de la magia imitativa,
practicado probablemente desde la noche de los tiempos y todavía en uso entre algunas culturas
primitivas, que de creer y ser bien ejecutado, sus resultados podrían llegar a producir efectos
devastadores.

Y por último, el tercero, es el conocido más vulgarmente como el de los "responsos". Cuya sencilla
fórmula o su amplio espectro de aplicación creemos puede resultar de interés, ya que la bondad de
su eficacia sería una panacea casi mágica en la lucha contra la delincuencia, en particular, contra los
amigos de lo ajeno.

Ahora, sin más, bastará con retroceder apenas un siglo para entrar de la mano, en unos casos del
folklorista catalán Joan Amades y en otros de la propia prensa local, en el submundo de la antigua
brujería barcelonesa.

LAS BRUJAS DEL SOMORROSTRO

Hace apenas unos años, tras el Cementerio Viejo del Poble Nou lindante a la playa, lugar donde hoy
se ubica la llamada Villa Olímpica, todavía se podía ver una barriada de barracas conocida
popularmente como el Somorrostro. En los últimos años de su existencia era un lugar habitado
habitualmente por familias gitanas, uno de sus personajes más populares fue, sin duda, la gran
"bailaora" gitana, Carmen Amaya.

Pero, el origen del lugar en los principios del siglo XII, o el de sus primitivos habitantes no
provenía precisamente de los gitanos, sino de la pesca y de humildes marineros barceloneses, al
varar por las noches en él sus barcas, lo que daría lugar a la existencia cercana de un pequeño
poblado de chabolas marineras que sobrevivió siglos, y que acabó trasformándose en la popular
barriada del Somorrostro. Sobre el mismo lugar, pero ya entre los finales del siglo XIX o los
principios del XX, corrieron por Barcelona dos historias muy similares que algunos calificaron,
según el caso, como: "el asunto de las brujas del Somorrostro" y otros como "el misterio de la barca
embrujada".

En ambos casos se conocen o el nombre propio o el apodo de sus protagonistas. El primero de ellos
era conocido como Flavio, mientras que el segundo tenía por mote el "Mitja Lluna", el "Media
Luna". Hombres honrados, muy simples y poco dados a las historias tenebrosas, habían sido
víctimas de un extraño sortilegio, detalle que viene dado al coincidir curiosamente sus testimonios
respecto a tan singular experiencia.

El asunto empezó con un hecho chocante. Una madrugada cuando los pescadores se disponían a
botar sus barcas, uno de ellos observó sorprendido que la suya, varada desde la tarde anterior,
estaba completamente mojada como si hubiera estado navegando toda la noche. El hecho en sí no
hubiera tenido más importancia sino se hubiera repetido, al reproducirse puntualmente en los días
sucesivos. El pescador, un poco mosqueado, decidió poner un fin a la historia, tratando, de paso, de
conocer a los graciosos que cada noche y sin su permiso se daban un "paseo" nocturno en su barca.

De esta forma, sin avisar a nadie conocido, una noche se ocultó con una lona en la obra muerta de la
barca y quedó a la espera. No habría transcurrido mucho tiempo, cuando inopinadamente hicieron
su aparición unos pájaros de una especie desconocida por el pescador, que se fueron posando
lentamente sobre la barca en número de siete. De pronto, ante la atónita mirada del oculto pescador,
los pájaros se transformaron en siete mujeres, algunas desconocidas y otras familiares de los
propios pescadores vecinos de las barracas sitas en la misma playa.

El pobre hombre no salía de su asombro, y ante tal maravilla decidió oportunamente permanecer
mudo y oculto. Las mujeres, mientras, comenzaron a entonar un inquietante cántico. Al concluir
aquel, la barca empezó a deslizarse sola por la arena en dirección a las olas, primero suavemente y
poco a poco adquiriendo cada vez más velocidad. Apenas tocó el agua, la barca inició una loca y
vertiginosa carrera, que a cada instante se aceleraba más y más. El pescador, que asistía aterrorizado
a la experiencia, creyendo que estaba viviendo una horrible pesadilla, quedó paralizado ante
semejante prodigio.

No había transcurrido, según él, una hora, cuando la embarcación bruscamente frenó en su loca
carrera quedando varada en una tierra extraña. Las mujeres, punto seguido, tras metamorfosearse de
nuevo en pájaros, emprendieron el vuelo dejando así sólo al atribulado pescador. Este sin dudarlo
un instante saltó a tierra, viendo con asombro que aquel sitio nada tenía de común con los lugares
por él conocidos, ya que lo exótico de las plantas o de los árboles, le recordaron las viejas historias
relatadas por otros pescadores, pero tras sus estancias en las Américas.

El hombre para convencerse a sí mismo, o en el futuro a los demás, decidió cortar con su cuchillo
marinero unas cuantas ramas y diferentes frutos, volviendo tras ello a ocultarse con la lona. No
había trascurrido mucho tiempo cuando hicieron su aparición los -por llamarlos de alguna manera-
pájaros, que tornándose de nuevo en mujeres, volvieron a entonar la ya conocida salmodia.

El viaje de regreso fue igual de rápido y portentoso, y tras quedar de nuevo la barca varada y
húmeda en la playa del Somorrostro, las brujas, pues es de imaginar que aquello deberían ser, se
convirtieron de nuevo en pájaros que majestuosamente se alejaron rumbo a poniente. Como
recordatorio de aquella experiencia, quedaron para recuerdo del marinero o de sus amigos y
conocidos unas pocas y marchitas hojas de plantas tropicales y unos mustios frutos desconocidos,
únicas pruebas que pudo aportar sobre lo acontecido, pero que testificaban, en cierta forma, que la
aventura no había sido precisamente un sueño.

Esta sorprendente historia no es patrimonio único de la playa barcelonesa del Somorrostro, pues
pescadores de Mataró, de la Costa Brava o de Tarragona, afirmaban haber padecido la misma o
similar aventura. Lo difícil es discernir con el tiempo cuánto hubo de real o cuánto de inventado en
ella. Pero, se imaginan que la historia fuera real...

EL EMBRUJO DE LAS AGUJAS

Es de sobras conocido que una de las habilidades más comunes de las brujas consiste en clavar
agujas o cortar con unas tijeras un corazón, el hígado o los riñones de un animal, y así, el daño
causado en dichos órganos animales se puede reproducir de igual forma en la persona a la que se
pretende perjudicar.
Lo que ya no es tan conocido es que se tienen noticias de tres casos concretos sobre dicha práctica,
que tuvieron lugar en Barcelona durante los principios del siglo XX, al ser recogidos en aquella
ocasión por la propia prensa de la época. El primero de ellos tuvo lugar apenas iniciado el siglo y
más concretamente en la entonces llamada Villa de Gracia. El incidente se hizo público al aparecer
en las páginas de sucesos del diario "El Barcelonés", donde además se daban todo lujo de detalles
sobre aquella tenebrosa historia.

Según la historia periodística, un vecino de la calle Mayor, al salir una madrugada camino del
trabajo, se encontró en el picaporte de su piso y sujeto con una cinta, un paquete que contenía el
corazón de un cordero atravesado por unas cuarenta o cincuenta agujas de cabeza, entrelazadas y
coronadas por una aguja saquera. Curioso el hombre, tras descolgarlo, procedió a abrirlo totalmente,
descubriendo en su interior un papel doblado con todo cuidado, en el que una mano poco experta en
caligrafía había escrito torpemente: "Morirás, morirás, morirás".

Pero por desgracia para los lectores, estos se quedaron en la más absoluta ignorancia sobre a quién
en concreto estaba dirigido el macabro mensaje, ya que en el mismo piso convivían otras cuatro
personas más y el papel no señalaba nombre alguno, o sobre si la historia concluyó o no en final
fatídico, pues en los días sucesivos el diario guardó, curiosamente, un sepulcral silencio. Una
verdadera y auténtica pena.

Unos años más tarde, en 1914, será el diario "La Veu de Catalunya" el que insertó en sus páginas de
sucesos el acaecido en la calle Salvadors, sita en la propia Ciudad Condal. En aquella ocasión, el
protagonista era un jornalero de 48 años que venia observando desde hacía ya algunos días cómo su
mujer ocultaba cuidadosamente bajo el lecho conyugal un objeto harto singular, pues se trataba de
una simple y vulgar maceta o tiesto.

El hombre, al final intrigado, decidió un día examinar con detalle la maceta y su contenido. Cual no
sería su sorpresa al encontrar en ella, clavadas en la tierra, no un modesto geranio o cualquier otra
planta habitual, sino unas enormes tijeras y un sinfín de agujas de cabeza negra plantadas de una
manera muy peculiar. Escamado, pues creyó reconocer en ello un remedio de brujas, se empezó a
explicar su mal de estómago de los últimos días o los disgustos que había sufrido últimamente con
sus compañeros de trabajo.

Alarmado corrió a denunciar a su mujer a la comisaría más cercana, suplicando que se procediera a
interrogar a fondo a su más que previsible verdugo. Interrogada la buena mujer, no dudó en explicar
a los agentes de la autoridad que tal remedio no era nada malo, tal como mal pensaba su marido,
sino que su única y lícita pretensión era el tratar de liberarlo, con este "bondadoso" encantamiento,
del influjo que una supuesta "mala mujer" ejercía sobre él.

En cuanto a los dolores intestinales, siguió explicando la mujer, eran producto de la glotonería de su
cónyuge, ya que éste tenía por costumbre ingerir una enorme cantidad de fruta acompañada de
abundante agua fresca. Apostillando que en cuanto a los problemas con sus compañeros no eran
más que las consecuencias del habitual mal genio de su "costilla". El marido, como es lógico,
protestó enérgicamente insistiendo que lo del tiesto no podía ser nada bueno ya que podía acabar
concluyendo funestamente para él.

Los municipales, considerándose árbitros muy poco cualificados para resolver tan complicado caso
de medicina "trascendental", decidieron, sin más, remitir el caso y la pareja al juzgado de guardia.
El juez, tras escucharlos atentamente, se limitó a despedirlos enérgicamente, no sin antes darles
acertados y paternales consejos sobre cómo debería ser la convivencia en pareja. Nuevamente, al
igual que en el caso anterior, la prensa volvió a dejar en la inopia a sus lectores al no molestarse en
reseguir la noticia, explicando la conclusión de tan inquietante y tenebroso caso.
La tercera noticia periodística apareció el año 1918, y el suceso tuvo lugar en la calle Peu de la
Creu, de Barcelona, donde numerosos vecinos pudieron ver cómo los barrenderos de la brigada
municipal de limpieza arrastraban, mezclado con la basura, un enorme corazón de animal
atravesado por una multitud de agujas, que al parecer debería haber lanzado a la calle algún
desconocido vecino, al encontrárselo campeando amenazante sobre su puerta. El "reporter" no lo
hizo constar en la noticia, pero, es de suponer que el desprecio a tan temible encantamiento fue
fruto de una larga reflexión por parte de la posible víctima, primando finalmente la valentía y la
cordura de ésta.

Desgraciadamente, al no tener más noticias puntuales del final en ninguno de los tres casos, solo
cabe divagar sobre el destino final sufrido por las posibles víctimas a las que estaba dirigida tan
"mortal" práctica, ignorándose por ello si murieron retorciéndose entre terribles dolores, o por el
contrario murieron dulcemente y por causas naturales. Una incógnita que, en todos los casos, sólo
las brujas operantes, caso de existir, nos podrían haber resuelto.

LOS LLAMADOS RESPONSOS DE LA MUERTE

En Cataluña, hasta los años treinta del siglo pasado, era muy habitual la costumbre de hacer decir
los llamados "responsos de la muerte" cuando se pretendía hacer mal a una persona. Este tipo de
oraciones maléficas acostumbraban a seguir las mismas pautas que las propias oraciones católicas
de difuntos, es decir, los habituales responsos.

La diferencia residía en que el "recitante" hacía quemar un cirio boca a bajo, mientras murmuraba la
fórmula mágica, y tal como se consumía la cera, estaba aceptado que igualmente se consumía la
persona a la cual se dirigían los mortales "responsos". Este tipo de ceremonias solían hacerse
cuando se pensaba que se había recibido algún mal o perjuicio y no se conocía ni sospechaba quién
era el causante, aunque habitualmente también se practicaba cuando alguien había sido victima de
un vulgar robo, pretendiendo con ello acabar para siempre con el "caco".

Pero, si el ladrón arrepentido devolvía lo robado se celebraban los "responsos" al revés, y así el
perjudicado, rompiéndose el hechizo, recobraba la salud. En este caso se procedía a quemar el cirio,
como es habitual, es decir, cabeza para arriba. Este tipo de ceremonias fue práctica bastante común
entre el colectivo de las lavanderas barcelonesas que las solían encargar al perder alguna pieza de
ropa o si habían sido, en un momento dado, objeto de robo. De esta manera creían que obligaban así
al posible ladrón a tornarla.

Entre los casos más conocidos de dicha práctica está el de una lavandera conocida con el apodo de
"la Quimeta del Marino", que trabajaba en el lavadero existente a principios de siglo XX en la calle
Peu de la Creu, la cual venía sufriendo habitualmente la desaparición de algunas piezas de ropa.
Sospechando de otra compañera conocida por la "Llarga Bruta", encargó decir los "responsos",
poniéndose punto seguido la supuesta víctima enferma. Unos días más tarde, misteriosamente,
aparecieron para sorpresa de la Quimeta, gran parte de las piezas desaparecidas sin que se supiera
quién las había tornado.

En 1914 otra lavandera del mismo lavadero, llamada Filomena "la Roja", encontró a faltar unos
calzoncillos nuevos, y nada más decir los "responsos", una compañera de la cual sospechaba que
pudiera ser la ladrona, se fue consumiendo hasta morir unos pocos días más tarde. La historia volvió
a repetirse el año 1933, esta vez, en el lavadero del Palmar situado en la calle del Carmen. La
víctima del robo era conocida por la "Leona". En aquella ocasión fueron dos piezas nuevas, pero
tras realizar la oportuna ceremonia, dos días más tarde, apareció la ropa sustraída.
Se desconoce quién o quiénes eran las personas que oficiaban de común aquellas ceremonias
concretas, pero no la tarifa que se acostumbraba a pagar y que era de peseta y media. Curiosamente
esta ceremonia ya se practicaba en los finales del siglo anterior, y en el caso de los otros dos casos
documentados fueron también mujeres quienes la encargaron o la practicaron.

En 1870, una trabajadora en la fábrica de artículos de punto Alomar y Cía., de Barcelona, llamada
Angelita "Gana", se encontró el pañuelo de abrigo y el de cabeza, cortados metódicamente con unas
tijeras. Sospechando de dos compañeras llamadas, respectivamente, Teresa "Gran" y Roseta
"Graciosa", quiso castigarlas para que pagaran su posible delito. En aquellos días oficiaba el
"responso" un cura de la parroquia de Sant Agustí el Vell, sito en calle Comercio, que hacía pagar
por sus servicios una peseta. Pero, nuestra amiga, finalmente se lo repensó y no se decidió a
encargarla.

Según otro testimonio, el de María Martret, sobre el año 1880, cuando ella era pequeña y vivía con
su madre en la calle de las Egipciacas, les robaron toda la ropa que guardaban en un arcón,
ignorando quién podría haber sido el autor del robo. La madre de María se hizo entonces con un
libro de conjuros donde aparecía la fórmula del "responso". Así, ni corta ni perezosa, se puso manos
a la obra quemando la correspondiente vela al revés y emplazando al desconocido ladrón a morir o
a devolver la ropa. Dos días más tarde aparecía al pie de la puerta del piso un hatillo con toda la
ropa sustraída.

En todos los casos, los testimonios se dieron en su día por auténticos, al recogerlos el folclorista
catalán Joan Amades, un hecho de por sí muy inquietante, al igual que también se conoce con todo
detalle la fórmula aplicada, pero comprenderá el amable lector que no vamos a ser nosotros los
responsables de una posible epidemia de "consunciones". Pero, no duden que, en algunas ocasiones
y a la vista de la famosa "inseguridad ciudadana", estamos muy tentados a hacerla pública y que sea
lo que Dios o el Diablo quieran.

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