Este documento discute la perplejidad actual sobre la muerte y la vida después de la muerte. Resume las principales creencias cristianas sobre la resurrección de Cristo y la nuestra, y cómo la esperanza en la resurrección ha dado fortaleza a los cristianos a lo largo de la historia. Sin embargo, hoy en día el secularismo y el escepticismo plantean dudas sobre esta esperanza. El documento busca reafirmar las verdades de la fe católica sobre el destino futuro para fortalecer la esperanza.
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Este documento discute la perplejidad actual sobre la muerte y la vida después de la muerte. Resume las principales creencias cristianas sobre la resurrección de Cristo y la nuestra, y cómo la esperanza en la resurrección ha dado fortaleza a los cristianos a lo largo de la historia. Sin embargo, hoy en día el secularismo y el escepticismo plantean dudas sobre esta esperanza. El documento busca reafirmar las verdades de la fe católica sobre el destino futuro para fortalecer la esperanza.
Este documento discute la perplejidad actual sobre la muerte y la vida después de la muerte. Resume las principales creencias cristianas sobre la resurrección de Cristo y la nuestra, y cómo la esperanza en la resurrección ha dado fortaleza a los cristianos a lo largo de la historia. Sin embargo, hoy en día el secularismo y el escepticismo plantean dudas sobre esta esperanza. El documento busca reafirmar las verdades de la fe católica sobre el destino futuro para fortalecer la esperanza.
Este documento discute la perplejidad actual sobre la muerte y la vida después de la muerte. Resume las principales creencias cristianas sobre la resurrección de Cristo y la nuestra, y cómo la esperanza en la resurrección ha dado fortaleza a los cristianos a lo largo de la historia. Sin embargo, hoy en día el secularismo y el escepticismo plantean dudas sobre esta esperanza. El documento busca reafirmar las verdades de la fe católica sobre el destino futuro para fortalecer la esperanza.
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Algunas cuestiones actuales
de escatología (1990)
Texto del documento aprobado «in forma specifica»
por la Comisión teológica internacional(487)
Sumario
Introducción: La perplejidad hoy frecuente ante la
muerte y la existencia después de la muerte
La esperanza cristiana de la resurrección
1. La resurrección de Cristo y la nuestra
2. La parusía de Cristo, nuestra resurrección
3. La comunión con Cristo inmediatamente después
de la muerte según el Nuevo Testamento
4. La realidad de la resurrección en el contexto
teológico actual
5. El hombre llamado a la resurrección
6. La muerte cristiana
7. El «consorcio vital» de todos los miembros de la
Iglesia en Cristo
8. Purificación del alma para el encuentro con Cristo
glorioso
9. Irrepetibilidad y unicidad de la vida humana. Los
problemas de la reencarnación 10. La grandeza del designio divino y la seriedad de la vida humana
11. La ley de la oración-la ley de la fe
Introducción
La perplejidad hoy frecuente ante la muerte y la
existencia después de la muerte
1. Sin la afirmación de la resurrección de Cristo la fe
cristiana se hace vacía (cf. 1 Cor 15, 14). Pero al haber una conexión íntima entre el hecho de la resurrección de Cristo y la esperanza de nuestra futura resurrección (cf. 1 Cor 15, 12), Cristo resucitado constituye también el fundamento de nuestra esperanza, que se abre más allá de los límites de esta vida terrestre. Pues «si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más dignos de compasión de todos los hombres» (1 Cor 15, 19). Sin tal esperanza sería imposible llevar adelante una vida cristiana.
Esta conexión entre la firme esperanza de la vida
futura y la posibilidad de responder a las exigencias de la vida cristiana se percibía con claridad ya en la Iglesia primitiva. Ya entonces se recordaba que los Apóstoles habían obtenido la gloria por los padecimientos(488); y también aquellos que eran conducidos al martirio, encontraban fortaleza en la esperanza de alcanzar a Cristo por la muerte, y en la esperanza de la propia resurrección futura(489). Los santos hasta nuestros tiempos, movidos por esta esperanza o apoyados en ella, dieron la vida por el martirio o la entregaron al servicio de Cristo y de los hermanos. Ellos ofrecen un testimonio, mirando al cual los demás cristianos en su camino hacia Cristo se hacen más fuertes. Tal esperanza levanta el corazón de los cristianos a las cosas celestes, sin separarlos de cumplir también las obligaciones de este mundo, porque «la espera [...] de una nueva tierra no debe debilitar, sino más bien alentar, la solicitud por perfeccionar esta tierra»(490).
Sin embargo, el mundo actual pone múltiples insidias
a esta esperanza cristiana. Pues el mundo actual está fuertemente afectado por el secularismo «el cual consiste en una visión autonomista del hombre y del mundo, que prescinde de la dimensión del misterio, la descuida e incluso la niega. Este inmanentismo es una reducción de la visión integral del hombre»(491). El secularismo constituye como la atmósfera en que viven muchísimos cristianos de nuestro tiempo. Sólo con dificultad pueden librarse de su influjo. Por ello, no es extraño que también entre algunos cristianos surjan perplejidades acerca de la esperanza escatológica. Frecuentemente miran con ansiedad la muerte futura; los atormenta no sólo «el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, el temor de una perpetua desaparición»(492). Los cristianos en todos los tiempos de la historia han estado expuestos a tentaciones de duda. Pero, en nuestros días, las ansiedades de muchos cristianos parecen indicar una debilidad de la esperanza.
Como «la fe es garantía de lo que se espera, la
prueba de las realidades que no se ven» (Heb 11, 1), convendrá tener más constantemente presentes las verdades de la fe católica sobre la propia suerte futura. Intentaremos reunirlas en una síntesis, subrayando, sobre todo, aquellos aspectos de ellas que pueden dar directamente una respuesta a las ansiedades actuales. La fe sostendrá a la esperanza.
Pero antes de emprender esta tarea, hay que
describir los principales elementos de los que parecen proceder las ansiedades actuales. Hay que reconocer que, en nuestros días, la fe de los cristianos se ve sacudida no sólo por influjos que deban ser considerados externos a la Iglesia. Hoy puede descubrirse la existencia de una cierta «penumbra teológica». No faltan algunas nuevas interpretaciones de los dogmas que los fieles perciben como si en ellas se pusieran en duda la misma divinidad de Cristo o la realidad de su resurrección. Los fieles no reciben de ellas apoyo alguno para la fe, sino más bien ocasión para dudar de otras muchas verdades de la fe. La imagen de Cristo que deducen de tales reinterpretaciones, no puede proteger su esperanza. En el campo directamente escatológico deben recordarse «las controversias teológicas largamente difundidas en la opinión pública, y de las que la mayor parte de los fieles no está en condiciones de discernir ni el objeto ni el alcance. Se oye discutir sobre la existencia del alma, sobre el significado de la supervivencia; asimismo, se pregunta qué relación hay entre la muerte del cristiano y la resurrección universal. Todo ello desorienta al pueblo cristiano, al no reconocer ya su vocabulario y sus nociones familiares»(493). Tales dudas teológicas ejercen frecuentemente un influjo no pequeño en la catequesis y en la predicación; pues cuando se imparte la doctrina, o se manifiestan de nuevo o llevan al silencio acerca de las verdades escatológicas.
Con el fenómeno del secularismo está
inmediatamente unida la persuasión ampliamente difundida, y por cierto no sin la ayuda de los medios de comunicación, de que el hombre, como las demás cosas que están en el espacio y el tiempo, sería completamente material y con la muerte se desharía totalmente. Además la cultura actual que se desarrolla en este contexto histórico, procura por todos los medios dejar en el olvido a la muerte y los interrogantes que están inevitablemente unidos a ella. Por otra parte, la esperanza se ve sacudida por el pesimismo acerca de la bondad misma de la naturaleza humana, el cual nace del aumento de angustias y aflicciones. Después de la crueldad inmensa que los hombres de nuestro siglo mostraron en la segunda guerra mundial, se esperaba bastante generalmente que los hombres enseñados por la acerba experiencia intaurarían un orden mejor de libertad y justicia. Sin embargo, en un breve espacio de tiempo, siguió una amarga decepción: «Pues hoy crecen por todas partes el hambre, la opresión, la injusticia y la guerra, las torturas y el terrorismo y otras formas de violencia de cualquier clase»(494). En las naciones ricas, muchísimos se ven atraídos «a la idolatría de la comodidad material (al llamado consumismo)»(495), y se despreocupan de todos los prójimos. Es fácil pensar que el hombre actual, esclavo, en tal grado, de los instintos y concupiscencias y sediento exclusivamente de los bienes terrenos, no está destinado a un fin superior.
De este modo, muchos hombres dudan si la muerte
conduce a la nada o a una nueva vida. Entre los que piensan que hay una vida después de la muerte, muchos la imaginan de nuevo en la tierra por la reencarnación, de modo que el curso de nuestra vida terrestre no sería único. El indiferentismo religioso duda del fundamento de la esperanza de una vida eterna, es decir, si se apoya en la promesa de Dios por Jesucristo o hay que ponerlo en otro salvador que hay que esperar. La «penumbra teológica» favorece ulteriormente este indiferentismo, al suscitar dudas sobre la verdadera imagen de Cristo, las cuales hacen difícil a muchos cristianos esperar en Él.
2. También se silencia hoy la escatología por otros
motivos, de los que indicamos al menos uno: el renacimiento de la tendencia a establecer una escatología intramundana. Se trata de una tendencia bien conocida en la historia de la teología y que desde la Edad Media constituye lo que se suele llamar «la posteridad espiritual de Joaquín de Fiore»(496).
Esta tendencia se da en ciertos teólogos de la
liberación que insisten de tal manera en la importancia de construir el reino de Dios ya dentro de nuestra historia, que la salvación que transciende la historia, parece pasar a un segundo plano de atención. Ciertamente tales teólogos, de ninguna manera, niegan la verdad de las realidades posteriores a la vida humana y a la historia. Pero cuando se coloca el reino de Dios en una sociedad sin clases, la «tercera edad» en la que estarían vigentes el «Evangelio eterno» (Apoc 14, 6-7) y el reino del Espíritu, se introduce en una forma nueva a través de una versión secularizada de ella(497). De este modo, se traslada un cierto _ó÷áôov dentro del tiempo histórico. Ese _ó÷áôov no se presenta como último absoluta, sino relativamente. Sin embargo, la praxis cristiana se dirige con tal exclusividad a establecerlo, que surge una lectura reductiva del Evangelio en la que lo que pertenece a las realidades absolutamente últimas, se silencia en gran parte. En este sentido, en tal sistema teológico, el hombre «se sitúa en la perspectiva de un mesianismo temporal, el cual es una de las expresiones más radicales de la secularización del Reino de Dios y de su absorción en la inmanencia de la historia humana»(498).
La esperanza teologal pierde su plena fuerza siempre
que se la sustituye por un dinamismo político. Esto sucede, cuando de la dimensión política se hace «la dimensión principal y exclusiva, que conduce a una lectura reductora de la Escritura»(499). Es necesario advertir que un modo de proponer la escatología que introduzca una lectura reductiva del Evangelio, no se puede admitir, aunque no se asumieran elementos algunos del sistema marxista que difícilmente fueran conciliables con el cristianismo.
Es conocido que el marxismo clásico consideró a la
religión como el «opio» del pueblo; pues la religión «orientando la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrestre»(500). Tal acusación carece de fundamento objetivo. Es más bien el materialismo el que priva al hombre, de verdaderos motivos para edificar el mundo. ¿Por qué habría que luchar, si no hay nada que nos espere después de la vida terrena? «Comamos y bebamos, que mañana moriremos» (Is 22, 13). Por el contrario, es cierto «que la importancia de los deberes terrenos no se disminuye por la esperanza del más allá, sino que más bien su cumplimiento se apoya en nuevos motivos»(501).
No podemos, sin embargo, excluir que hayan
existido no pocos cristianos que pensando mucho en el mundo futuro, hayan elegido un camino pietístico abandonando las obligaciones sociales. Hay que rechazar tal modo de proceder. Por el contrario, tampoco es lícito por un olvido del mundo futuro hacer una versión meramente «temporalística» del cristianismo en la vida personal o en el ejercicio pastoral. La noción de liberación «integral» propuesta por el magisterio de la Iglesia(502) conserva, a la vez, el equilibrio y las riquezas de los diversos elementos del mensaje evangélico(503). Por ello, esta noción nos enseña la verdadera actitud del cristianismo y el modo correcto de la acción pastoral, en cuanto que indica que hay que apartar y superar las oposiciones falsas e inútiles entre la misión espiritual y la diaconía a favor del mundo(504). Finalmente esta noción es la verdadera expresión de la caridad hacia los hermanos, ya que intenta liberarlos absolutamente de toda esclavitud y, en primer lugar, de la esclavitud del corazón. Si el cristiano se preocupa de liberar íntegramente a los otros, no se cerrará en modo alguno dentro de sí mismo.
3. La respuesta cristiana a las perplejidades del
hombre actual, como también al hombre de cualquier tiempo, tiene a Cristo resucitado como fundamento y se contiene en la esperanza de la gloriosa resurrección futura de todos los que sean de Cristo(505), la cual se hará a imagen de la resurrección del mismo Cristo: «como hemos llevado la imagen del [Adán] terreno, llevaremos la imagen del [Adán] celeste» (1 Cor 15, 49), es decir, del mismo Cristo resucitado. Nuestra resurrección será un acontecimiento eclesial en conexión con la parusía del Señor, cuando se haya completado el número de los hermanos (cf. Apoc 6, 11). Mientras tanto hay, inmediatamente después de la muerte, una comunión de los bienaventurados con Cristo resucitado que, si es necesario, presupone una purificación escatológica. La comunión con Cristo resucitado, previa a nuestra resurrección final, implica una determinada concepción antropológica y una visión de la muerte, que son específicamente cristianas. En Cristo que resucitó, y por Él, se entiende la «comunicación de bienes»(506) que existe entre todos los miembros de la Iglesia, de la que el Señor resucitado es la cabeza. Cristo es el fin y la meta de nuestra existencia; a Él debemos encaminarnos con el auxilio de su gracia en esta breve vida terrestre. La seria responsabilidad de este camino puede verse por la infinita grandeza de Aquel hacia el que nos dirigimos. Esperamos a Cristo, y no otra existencia terrena semejante a ésta, como supremo cumplimiento de todos nuestros deseos.
La esperanza cristiana de la resurrección
1. La resurrección de Cristo y la nuestra
1.1. El Apóstol Pablo escribía a los Corintios: «Pues
os trasmití en primer lugar lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado; y que resucitó al tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15, 3-4). Ahora bien, Cristo no sólo resucitó de hecho, sino que es «la resurrección y la vida» (Jn 11, 25) y también la esperanza de nuestra resurrección. Por ello, los cristianos hoy, como en tiempos pasados, en el Credo Niceno-Constantinopolitano, en la misma «fórmula de la tradición inmortal de la santa Iglesia de Dios»(507), en la que profesan la fe en Jesucristo que «resucitó al tercer día según las Escrituras», añaden: «Esperamos la resurrección de los muertos»(508). En esta profesión de fe resuenan los testimonios del Nuevo Testamento: «los que murieron en Cristo, resucitarán» (1 Tes 4, 16). «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que duermen» (1 Cor 15, 20). Este modo de hablar implica que el hecho de la resurrección de Cristo no es algo cerrado en sí mismo, sino que ha de extenderse alguna vez a los que son de Cristo. Al ser nuestra resurrección futura «la extensión de la misma Resurrección de Cristo a los hombres»(509), se entiende bien que la resurrección del Señor es ejemplar de nuestra resurrección. La resurrección de Cristo es también la causa de nuestra resurrección futura: «porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos» (1 Cor 15, 21). Por el nacimiento bautismal de la Iglesia y del Espíritu Santo resucitamos sacramentalmente en Cristo resucitado (cf. Col 2, 12). La resurrección de los que son de Cristo debe considerarse como la culminación del misterio ya comenzado en el bautismo. Por ello se presenta como la comunión suprema con Cristo y con los hermanos y también como el más alto objeto de esperanza: «y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes 4, 17; «estaremos» ¡en plural!). Por tanto, la resurrección final gloriosa será la comunión perfectísima, también corporal, entre los que son de Cristo, ya resucitados, y el Señor glorioso. De todas estas cosas aparece que la resurrección del Señor es como el espacio de nuestra futura resurrección gloriosa y que nuestra misma resurrección futura ha de interpretarse como un acontecimiento eclesial.
Por esta fe, como Pablo en el Areópago, también los
cristianos de nuestro tiempo, al afirmar esta resurrección de los muertos, son objeto de burla (cf. Hech 17, 32). La situación actual en este punto no es diversa de la que Orígenes describía en su tiempo: «Además, el misterio de la resurrección, por no ser entendido, es comentado con mofa por los infieles»(510).
Este ataque y esta burla no consiguieron que los
cristianos de los primeros siglos dejaran de profesar su fe en la resurrección, o los teólogos primitivos, de exponerla. Todos los símbolos de la fe, como el ya citado, culminan en este artículo de la resurrección. La resurrección de los muertos es «el tema monográfico más frecuente de la teología preconstantiniana; apenas existe una obra de la teología cristiana primitiva que no hable de la resurrección»(511). Tampoco tiene que asustarnos la oposición actual.
La profesión de la resurrección desde el tiempo
patrístico se hace de manera completamente realística. Parece que la fórmula «resurrección de la carne» entró en el Símbolo romano antiguo, y después de él en otros muchos, para evitar una interpretación espiritualística de la resurrección que por influjo gnóstico atraía a algunos cristianos(512). En el Concilio XI de Toledo (675) se expone la doctrina de modo reflejo: se rechaza que la resurrección se haga «en una carne aérea o en otra cualquiera»; la fe se refiere a la resurrección «en esta [carne] en que vivimos, subsistimos y nos movemos»; esta confesión se hace por el «ejemplo de nuestra Cabeza», es decir, a la luz de la resurrección de Cristo(513). Esta última alusión a Cristo resucitado muestra que el realismo hay que mantenerlo de modo que no excluya la transformación de los cuerpos que viven en la tierra, en cuerpos gloriosos. Pero un cuerpo etéreo, que sería una creación nueva, no corresponde a la realidad de la resurrección de Cristo e introduciría, por ello, un elemento mítico. Los Padres de este Concilio presuponen aquella concepción de la resurrección de Cristo que es la única coherente con las afirmaciones bíblicas sobre el sepulcro vacío y sobre las apariciones de Jesús resucitado (recuérdese el uso del verbo _öèç para expresar las apariciones del Señor resucitado y, entre los relatos de apariciones, las llamadas «escenas de reconocimiento»); sin embargo, esa resurrección mantiene la tensión entre continuidad real del cuerpo (el cuerpo que estuvo clavado en la cruz, es el mismo cuerpo que ha resucitado y se manifiesta a los discípulos) y la transformación gloriosa de ese mismo cuerpo. Jesús resucitado no sólo invitó a los discípulos para que lo palparan, porque «un espíritu no tiene carne y huesos como veis que tengo yo», sino que les mostró las manos y los pies para que comprobaran «que yo soy el mismo» (Lc 24, 39: _ôé _þ å_ìé á_ôüò); sin embargo, en su resurrección no volvió a las condiciones de la vida terrestre y mortal. Así también al mantener el realismo para la resurrección futura de los muertos, no olvidamos, en modo alguno, que nuestra verdadera carne en la resurrección será conforme al cuerpo de la gloria de Cristo (cf. Flp 3, 21). Este cuerpo que ahora está configurado por el alma (øõ÷Þ), en la resurrección gloriosa será configurado por el espíritu (ðvå_ìá) (cf. 1 Cor 15, 44).
1.2. En la historia de este dogma constituye una
novedad (al menos, después que se superó aquella tendencia que apareció en el siglo II por influjo de los gnósticos), el hecho de que en nuestro tiempo algunos teólogos someten este realismo a crítica. La representación tradicional de la resurrección les parece demasiado tosca. Especialmente las descripciones demasiado físicas del acontecimiento de la resurrección suscitan dificultad. Por ello, se busca, a veces, refugio en cierta explicación espiritualística de ella. Para ello piden una nueva interpretación de las afirmaciones tradicionales sobre la resurrección.
La hermenéutica teológica de las afirmaciones
escatológicas debe ser correcta(514). No se las puede tratar como afirmaciones que se refieren meramente al futuro (que, en cuanto tales, tienen otra situación lógica que las afirmaciones sobre realidades pretéritas y presentes que pueden describirse prácticamente como objetos comprobables), porque aunque con respecto a nosotros todavía no hayan sucedido y, en este sentido, sean futuras, en Cristo ya se han realizado. Para evitar las exageraciones tanto por una descripción excesivamente física como por una espiritualización de los acontecimientos, se pueden indicar ciertas líneas fundamentales.
1.2.1. Pertenece a una hermenéutica propiamente
teológica, la plena aceptación de las verdades reveladas. Dios tiene ciencia del futuro que puede también revelar al hombre como verdad digna de fe.
1.2.2. Esto se ha manifestado en la resurrección de
Cristo, a la que se refiere toda la literatura patrística, cuando habla de la resurrección de los muertos. Lo que crecía en el pueblo escogido en esperanza, se ha hecho realidad en la resurrección de Cristo. Aceptada por la fe, la resurrección de Cristo significa algo definitivo también para la resurrección de los muertos.
Instrucción La Conversión Pastoral de La Comunidad Parroquial Al Servicio de La Misión Evangelizadora de La Iglesia A Cargo de La Congregación para El Clero