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Análisis de Alumbramiento, de Víctor Erice

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ANÁLISIS DE ALUMBRAMIENTO, DE VÍCTOR ERICE

Alumbramiento​, o ​Lifeline​, su título original, es un cortometraje dirigido por el cineasta


español Víctor Erice (autor de ​El espíritu de la colmena, El sur ​y ​El sol del membrillo​, entre
otros) que forma parte de una película episódico estrenada en 2002 llamada ​Ten Minutes
Older: The Trumpet.​ Esta película reúne siete cortometrajes independientes entre sí pero
conectados por la misma temática: el tiempo. Contando con realizadores de la talla de Aki
Kaurismäki y Spike Lee entre otros, este proyecto solo constaba de dos requerimientos para
sus cortometrajes: no podían superar los diez minutos de duración y debían contener un
reloj, ese objeto que sirve para marcar el paso del tiempo, la principal temática de esta obra.
La temática, el tiempo; el contexto, 1940. El escenario es una aldea que se podría
considerar “fantasma”, ubicada en la España rural olvidada por una postguerra devastadora,
que bien recuerda a los escenarios que se encargó de inmortalizar Luis García Berlanga en
obras como ​Bienvenido, Mr. Marshall​.
Este film no fue presentado en los cines debido a problemas de distribución, pero
desde su estreno ha ganado un gran respeto y admiración por los críticos y espectadores
de cine independiente y de autor.

Nada más comienza este cortometraje, lo primero que oímos es el llanto de un bebé, Luisín,
cuyo cuerpo recién nacido también es lo primero que vemos cuando el negro inicial
desaparece. Acompañado por unos Primeros Planos y unos Planos Detalle -muy
recurrentes durante todo el corto- vemos un recorrido inicial por la habitación donde
descansan la madre y el bebé, quien empieza a dejar una mancha de sangre cada vez más
grande en su ropa.
Después de esta escena, podemos ver como un niño dibuja un reloj en su muñeca,
haciendo ya evidente que la importancia del tiempo va a estar presente durante toda la
obra, que va a recordárnoslo continuamente. Junto un encabalgamiento de sonido,
volvemos a ver la mancha del bebé y, acto seguido, se nos presenta la fuente de ese sonido
que empezamos a escuchar hace unos segundos: un reloj, esta vez ubicado en el salón de
lo que viene a parecer la casa de la familia. En esta escena, vemos a un hombre dormir en
un sofá, y, gracias a una panorámica vertical, se nos muestran los cuadros situados encima
de él, testigos y recordatorios del paso del tiempo.
Alternando con planos de la madre descansando, el bebé, y su mancha de sangre,
realizamos un recorrido por el pueblo, con el tiempo recordándonos su constante e
inevitable paso. Ya sea a través del rítmico martillar de un hombre afilando su herramienta,
el movimiento de una máquina de coser, el acompasado segar de la hierba o el trenzar
silencioso de unos cordones, el tiempo se nos presenta de múltiples formas, obligándonos a
ser conscientes continuamente del paso de este, siempre destacando los Primeros Planos y
los Planos Detalle, con algunas excepciones.
Con un gato negro colándose en la habitación donde reposan la madre y el bebé,
este último despierta llorando; y con él su madre, viendo la sangre que hay en la ropa del
bebé y avisando a toda la aldea: “¡El crío, que se muere el crío!”. Todos los habitantes dejan
de hacer lo que estaban haciendo y van corriendo a la casa donde la curandera tratará de
sanar al bebé. Esta vez, volvemos a ver un breve recorrido por la aldea, con los sonidos del
reloj marcando el paso del tiempo.
Finalmente, después de una operación exitosa, y acompañado por el cantar
de una mujer que no llegamos a ver en pantalla, Luisín es devuelto a su madre, la mujer
sigue tendiendo, el niño que anteriormente tatuó el tiempo en su muñeca, borra el reloj
pintado, los dos hombres siguen segando las tierras, el reloj sigue marcando, y el tiempo
sigue pasando.

Luisín ha sido marcado por el tiempo y el contexto en el cual ha nacido. Podemos observar
evidencias de este contexto de postguerra en el diario que usa como mantel la panadera o,
de una manera más sutil, observando el casco militar que lleva puesto el espantapájaros. A
su vez, el blanco y negro del film connota esa sensación atemporal y de remotidad, muy
acertado en mi opinión y muy bien utilizado por el director.

En cuanto a la fotografía, lo que más destacable me parece es la brillante fotografía que


vemos durante toda la obra, destacando los Primeros Planos y los Planos Detalle, aunque a
veces se nos deja ver una visión más abierta del pueblo y sus habitantes, como el Gran
Plano General del pueblo que vemos en un momento de la obra o los Planos Generales
cuando se nos muestra el exterior del pueblo.
En la parte del sonido, este corto carece prácticamente de diálogo y de sonido más
allá de los sonidos naturales del campo y la aldea. Es curioso como aun así, los pocos
sonidos que escuchamos parecen seguir un compás que recuerda al ritmo que siguen les
agujas de un reloj. El diálogo está presenta pocos momentos, siendo estos la escena en la
que dos niñas y dos niños juegan dentro de un coche y, más tarde, el momento desde que
la madre de Luisín despierta hasta que el bebé es devuelto a ella. También podemos
apreciar en la banda sonora una canción que canta una mujer en el final de la obra, aunque
es un sonido extradiegético, ya que la fuente del sonido no pertenece al espacio fílmico.

En conclusión, me ha parecido una obra realmente buena, que comunica muchísimo de una
manera muy sutil pero muy bien pensada y ejecutada durante todo el corte. Invita -o más
bien exige- a reflexionar sobre la inevitabilidad del tiempo y su paso, y sobre aquella España
rural y remota que el régimen Falangista dejó abandonada.

Oliver Barnosi Ribas

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