Análisis de Alumbramiento, de Víctor Erice
Análisis de Alumbramiento, de Víctor Erice
Análisis de Alumbramiento, de Víctor Erice
Nada más comienza este cortometraje, lo primero que oímos es el llanto de un bebé, Luisín,
cuyo cuerpo recién nacido también es lo primero que vemos cuando el negro inicial
desaparece. Acompañado por unos Primeros Planos y unos Planos Detalle -muy
recurrentes durante todo el corto- vemos un recorrido inicial por la habitación donde
descansan la madre y el bebé, quien empieza a dejar una mancha de sangre cada vez más
grande en su ropa.
Después de esta escena, podemos ver como un niño dibuja un reloj en su muñeca,
haciendo ya evidente que la importancia del tiempo va a estar presente durante toda la
obra, que va a recordárnoslo continuamente. Junto un encabalgamiento de sonido,
volvemos a ver la mancha del bebé y, acto seguido, se nos presenta la fuente de ese sonido
que empezamos a escuchar hace unos segundos: un reloj, esta vez ubicado en el salón de
lo que viene a parecer la casa de la familia. En esta escena, vemos a un hombre dormir en
un sofá, y, gracias a una panorámica vertical, se nos muestran los cuadros situados encima
de él, testigos y recordatorios del paso del tiempo.
Alternando con planos de la madre descansando, el bebé, y su mancha de sangre,
realizamos un recorrido por el pueblo, con el tiempo recordándonos su constante e
inevitable paso. Ya sea a través del rítmico martillar de un hombre afilando su herramienta,
el movimiento de una máquina de coser, el acompasado segar de la hierba o el trenzar
silencioso de unos cordones, el tiempo se nos presenta de múltiples formas, obligándonos a
ser conscientes continuamente del paso de este, siempre destacando los Primeros Planos y
los Planos Detalle, con algunas excepciones.
Con un gato negro colándose en la habitación donde reposan la madre y el bebé,
este último despierta llorando; y con él su madre, viendo la sangre que hay en la ropa del
bebé y avisando a toda la aldea: “¡El crío, que se muere el crío!”. Todos los habitantes dejan
de hacer lo que estaban haciendo y van corriendo a la casa donde la curandera tratará de
sanar al bebé. Esta vez, volvemos a ver un breve recorrido por la aldea, con los sonidos del
reloj marcando el paso del tiempo.
Finalmente, después de una operación exitosa, y acompañado por el cantar
de una mujer que no llegamos a ver en pantalla, Luisín es devuelto a su madre, la mujer
sigue tendiendo, el niño que anteriormente tatuó el tiempo en su muñeca, borra el reloj
pintado, los dos hombres siguen segando las tierras, el reloj sigue marcando, y el tiempo
sigue pasando.
Luisín ha sido marcado por el tiempo y el contexto en el cual ha nacido. Podemos observar
evidencias de este contexto de postguerra en el diario que usa como mantel la panadera o,
de una manera más sutil, observando el casco militar que lleva puesto el espantapájaros. A
su vez, el blanco y negro del film connota esa sensación atemporal y de remotidad, muy
acertado en mi opinión y muy bien utilizado por el director.
En conclusión, me ha parecido una obra realmente buena, que comunica muchísimo de una
manera muy sutil pero muy bien pensada y ejecutada durante todo el corte. Invita -o más
bien exige- a reflexionar sobre la inevitabilidad del tiempo y su paso, y sobre aquella España
rural y remota que el régimen Falangista dejó abandonada.