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Cinco Lecciones Sobre La Teoria de Jacques Lacan Capítulo 1

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Nasio (2005) Cinco lecciones sobre la teoría de Jacques Lacan

Nasio comienza el texto enunciando los dos principios fundamentales de la teoría psicoanalítica de
Jacques Lacan, uno relativo al inconsciente: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”,
otro relativo al goce “no hay relación sexual”. Comienza por el concepto de síntoma, que será el nexo
que nos llevará primero al principio relativo al inconsciente y luego al relativo al goce.

El síntoma es un acontecimiento en el análisis, una de las figuras bajo las cuales se representa la
experiencia. La experiencia es un fenómeno puntual, es una serie de momentos esperados por el
psicoanalista, de momentos fugaces e incluso ideales, tan ideales como los puntos en geometría. Este
punto se presenta como ese instante en el cual el paciente dice y no sabe lo que dice, el instante del
balbuceo, el instante en el que la palabra desfallece.

Los psicoanalistas lacanianos se diferencian de los lingüistas en que se interesan en el lenguaje, pero
particularmente en el límite con el que el lenguaje tropieza. Estamos atentos a los momentos en los
que el lenguaje patina, y la lengua se traba.

Por ejemplo, en un sueño, estamos más atentos a la manera en que el sueño es relatado, que al sueño
mismo. Y dentro del relato, estaremos más atentos aún al punto preciso en que el paciente duda, y dice
“no sé, no me acuerdo de nada más...” Es a este punto al que denominamos experiencia, la cara
perceptible de una experiencia: un balbuceo, una duda, una palabra que se nos escapa.

La experiencia constituye el punto límite de una palabra, el instante en el cual la palabra falla. Allí
donde la palabra falla, aparece el goce: la teoría analítica postula que en el momento en el cual el
paciente es superado por su decir, surge el goce.

En psicoanálisis, el síntoma se nos muestra no sólo como un trastorno que nos hace sufrir, sino sobre
todo como un malestar que se nos impone más allá de nosotros, y que nos interpela. Un malestar que
describimos con palabras singulares, y con metáforas inesperadas. Pero ante todo, el síntoma es un
acto involuntario, producido más allá de toda intencionalidad, y de todo saber consciente: el síntoma
es una manifestación del inconsciente.
Un síntoma reviste tres características.

La primera es la manera en la cual el paciente dice su sufrimiento, los detalles inesperados de su relato
y, en particular, sus palabras improvisadas.

La segunda característica del síntoma es la teoría formulada por el analizante para comprender su
malestar. El paciente construye su teoría personal, su teoría de bolsillo, para tratar de explicar su
sufrimiento. Si en un análisis, durante las entrevistas preliminares, por ejemplo, el sujeto no está
intrigado por sus propios cuestionamientos, entonces será el psicoanalista el que deberá favorecer el
surgimiento de una “teoría” conduciendo al paciente a interrogarse sobre sí mismo.

A medida que en análisis el paciente va interpretando y diciéndose el porqué de su sufrimiento, se


instala un fenómeno esencial: el analista pasa a ser el destinatario del síntoma. He aquí la tercera
característica del síntoma, el psicoanalista forma parte del síntoma, es decir, el síntoma apela a la
presencia del psicoanalista y la incluye. En una cura el síntoma está tan ligado a la presencia del
clínico que el uno recuerda al otro, cuando sufro me acuerdo de mi analista, y cuando pienso en él
recuerdo mi sufrimiento.

Esta tercera característica es la que abre la puerta a lo que denominamos la transferencia analítica, y lo
que diferencia al psicoanálisis de cualquier psicoterapia. Tanto es así que Nasio dice que podríamos
definir la transferencia como el momento particular de la relación analítica en el cual el analista forma
parte del síntoma del paciente. Esto es lo que Lacan denomina sujeto- supuesto- saber.

La expresión sujeto- supuesto- saber no significa solamente que el analizante supone que el analista
detenta un saber acerca de él, sino fundamentalmente de suponerlo en el origen de su sufrimiento o de
cualquier acontecimiento inesperado.

Las características del síntoma pueden ser abordadas también bajo otro ángulo conceptual,
distinguiendo dos caras del síntoma: una cara signo, y una cara significante.

Un síntoma es un signo. Acaece un suceso doloroso y sorprendente, el paciente lo explica y de


inmediato sitúa al analista en el rol de ser a un tiempo el Otro del síntoma y la causa del síntoma. Esa
es la definición de signo que propone Lacan: un signo es lo que representa algo para alguien. El signo
constituye el factor que favorece la instalación y el desarrollo de la transferencia.

La cara significante del síntoma está directamente relacionada con la estructura del inconsciente. La
cara significante del síntoma nos dice: este sufrimiento que se me impone, fuera de mi voluntad, es un
acontecimiento entre otros acontecimientos que están rigurosamente ligados a él, un acontecimiento
que, en contraposición con el signo, carece de sentido.

El significante es una categoría formal, no descriptiva. Un significante puede ser un lapsus, un sueño,
el relato del sueño, un detalle en ese relato, incluso un gesto, un sonido, hasta un silencio o una
interpretación del psicoanalista.

El significante es un acontecimiento involuntario, desprovisto de sentido, y pronto a repetirse. El


síntoma es un significante si lo consideramos como un acontecimiento del cual no controlo ni la
causa, ni el sentido, ni la repetición: “Siempre me enamoro de hombres casados”.
El significante es involuntario, ya que se realiza más allá de toda intencionalidad y saber consciente.
Está desprovisto de sentido ya que no significa nada, no llama ni a una suposición del analizante ni a
una construcción del psicoanalista: el significante ​es​,​ ​sin más. El significante permanece ligado a otros
significantes, es ​Uno ​entre otros con los cuales se articula, es ese ​Uno p​ articular, perceptible por el
analizante o por el analista, los otros con los cuales se encadena no lo son.

El significante jamás hay que imaginarlo solo, dice Lacan: un significante sólo es significante para
otros significantes. Esto quiere decir que una vez que viene el significante, recuerda los significantes
ya pasados, y anuncia la llegada inevitable del próximo significante. Nos encontramos aquí ante el
problema de la repetición. Desde el punto de vista de su realidad individual, todos los síntomas son
diferentes y jamás se repiten idénticos a sí mismos. Desde el punto de vista de su valor formal y
significante todos los síntomas son idénticos porque todos se manifiestan uno por uno en el lugar del
Uno.​

Lacan escribe el acontecimiento significante como S​1​ donde 1 indica que se trata de un
acontecimiento único y S representa el significante (y por lo tanto implica que es ​Uno,​ que se impone,
que se desconoce su sentido, y que se repite).

Tomar el sufrimiento del síntoma bajo el ángulo de la causa implica hacer del mismo un signo;
mientras que sorprenderme por padecer este mismo malestar en un instante propicio, como si
estuviera impuesto por un saber que ignoro, implica reconocerlo como significante.

El inconsciente es del orden de un saber que el sujeto porta pero que ignora. El inconsciente no solo es
el saber que conduce al sujeto a decir la palabra justa en el momento justo sin saber sin embargo lo
que dice, sino que también es el saber que ordena la repetición de la misma palabra, más tarde y en
otro lugar. El inconsciente es entonces un saber, no sólo porque ​sabe ​situar tal palabra en tal instante,
sino también porque garantiza lo propio de la repetición: el inconsciente es el saber de la repetición.

Que un significante se repita idéntico a otro quiere decir que hay siempre un acontecimiento que
ocupa el casillero formal del ​Uno.​ El inconsciente es el movimiento que asegura la repetición, es un
proceso constantemente activo que no cesa de exteriorizarse mediante actos, acontecimientos o
palabras que reúnen las tres condiciones antes vistas, que definen a un significante.

Imaginemos que un síntoma se manifiesta bajo la forma de una palabra que se me escapa. Ese síntoma
aparece inicialmente en mí pero podrá repetirse luego en otra parte, por ejemplo en la palabra de otro
sujeto con el cual mantengo un lazo de transferencia. El significante se repite ocupando el casillero del
Uno,​ indistintamente en una persona o en otra. Es decir no hay estructura de uno y no hay
inconsciente de uno. Podemos decir que la interpretación repite hoy, en el decir del analista, un
síntoma manifestado ayer en el decir del analizante. O podemos decir que la interpretación formulada
por el analista actualiza el inconsciente del analizante, o incluso que la interpretación pone en acto el
inconsciente del análisis. Se trata de un proceso que sólo se pone en marcha a condición de una
relación transferencial bien establecida.

Este es el argumento que funda el primer principio que define al inconsciente como un saber que tiene
la estructura de un lenguaje. El inconsciente es una cadena virtual de acontecimientos o de “decires”
que puede actualizarse en un “dicho” oportuno que el sujeto dice sin saber lo que dice. Este dicho
puede surgir tanto en uno como en otro de los ​partenaires d​ el análisis. Cuando surge en el analizante
lo denominamos síntoma, lapsus, chiste, cuando surge en el psicoanalista lo denominamos
interpretación.

Si el inconsciente es una estructura de significantes repetitivos que se actualizan en un “dicho”


enunciado por uno u otro de los sujetos analíticos, de esto se deduce que el inconsciente no puede ser
individual, sujeto a cada uno, y en consecuencia no podremos asignar un inconsciente propio del
analista y un inconsciente propio del analizante. El inconsciente no es individual ni colectivo sino que
se produce en el espacio del entre- dos, como una entidad única que atraviesa y engloba a uno y otro
de los actores del análisis.

El primer principio fundamental entonces enuncia “El inconsciente está estructurado como un
lenguaje”. Cuando Lacan anunció su fórmula por primera vez concebía la cadena inconsciente de los
decires de acuerdo con las categorías lingüísticas de metáfora y metonimia. más tarde recurrió al
aparato conceptual de la lógica formal.

El segundo principio fundamental concierne al goce y se enuncia “No hay relación sexual”. Para
comprender el sentido del concepto de goce, Nasio recurre nuevamente al síntoma en la teoría
freudiana.

El aspecto más evidente de un síntoma, el más tangible para aquel que lo sufre, es el hecho mismo de
sufrir, el sentimiento doloroso provocado por el trastorno psíquico. Los síntomas son manifestaciones
penosas, actos aparentemente inútiles que se realizan con profunda aversión.

Pero si bien para el Yo el síntoma significa padecer a causa del significante, para el inconsciente
significa gozar de una satisfacción. El síntoma es sufrimiento para el Yo, alivio para el inconsciente.
Es precisamente este efecto liberador y apaciguador del síntoma el que consideramos como una de las
figuras principales del goce.

La teoría del goce propuesta por Lacan distingue tres modos de gozar: el goce fálico, el plus de goce y
el goce del Otro.

A fin de dar cuenta de la teoría lacaniana de goce, Nasio recurre a la tesis freudiana de la energía
psíquica. Según Freud, el ser humano está atravesado por la aspiración, siempre constante y jamás
realizada, de alcanzar un fin imposible, el de la felicidad absoluta, felicidad que reviste diferentes
figuras, entre las cuales está la de un hipotético placer sexual absoluto experimentado durante el
incesto. Esta aspiración que se denomina deseo, este impulso originado en las zonas erógenas del
cuerpo, genera un estado penoso de tensión psíquica, que aumenta más, es más exacerbada, en tanto
más refrenada esté por la represión.

Ante el muro de la represión, el empuje del deseo se ve constreñido a tomar dos vías opuestas: la vía
de la descarga a través de la cual la energía se libera y se disipa, y la vía de la retención, en la cual la
energía se conserva y se acumula como una energía residual. Una parte atraviesa la represión y se
descarga bajo la forma del gasto energético que acompaña a cada una de las manifestaciones del
inconsciente. La otra parte, que no logra sortear la barrera de la represión, es un exceso de energía que
sobreexcita las zonas erógenas, y sobreactiva constantemente el nivel de la tensión interna. Un tercer
destino de la energía psíquica, una tercera posibilidad absolutamente hipotética, es la descarga total de
la energía (una descarga realizada sin el freno de la represión ni de ningún otro límite).
Nasio propone que esta energía psíquica, con sus tres destinos, correspondería a lo que Lacan designa
con el término de goce, con los tres estados característicos del gozar, el goce fálico, el plus de goce y
el goce del Otro.

El goce fálico correspondería a la energía disipada en el momento de la descarga parcial y que tiene
como efecto un alivio relativo, un alivio incompleto de la tensión inconsciente. Esta categoría de goce
se denomina fálico porque el límite que abre y cierra el acceso a la descarga es el falo (Freud hubiera
dicho la represión). Lo esencial de la función fática consiste en abrir y cerrar el acceso del goce al
exterior, al exterior de los acontecimientos inesperados, de las palabras, de los fantasmas, y del
conjunto de las producciones exteriores del inconsciente, entre ellas el síntoma.

El plus de goce correspondería al goce que permanece retenido en el interior del sistema psíquico y al
cual el falo le impide la salida. El adverbio Plus indica que la energía no descargada, el goce residual,
es un exceso que incrementa constantemente la intensidad de la tensión interna. Este goce residual
permanece anclado en las zonas erógenas y orificiales del cuerpo, y las mantiene en un estado
permanente de erogeneidad.

El goce del Otro, estado fundamentalmente hipotético que correspondería al caso ideal en el cual la
tensión habría sido totalmente descargada sin el freno de ningún límite. Es el goce que el sujeto
supone al Otro siendo también el Otro un ser supuesto.

El goce siempre es sexual, no en el sentido de genital, sino en el sentido de que está marcado por su
destino mítico de deber consumarse en el acto incestuoso, de ser el goce experimentado por el Otro
bajo la forma de un placer sexual absoluto, donde el Otro es cualquier personaje mítico, ya sea Dios,
la madre, o el propio sujeto en un fantasma de omnipotencia.

La experiencia clínica indica que el ser humano encuentra todo tipo de obstáculos representados por el
lenguaje, los significantes y en particular el falo, límites todos que interrumpen la curva ideal hacia la
plena realización del deseo, es decir, hacia el goce.

Ese lugar que denominamos goce del Otro, pensando en el niño que lo ambiciona o le teme, no es
solamente aquel del incesto imposible, es también, para nosotros, psicoanalistas, el lugar del saber
imposible. La relación sexual no sólo es imposible de realizar por el sujeto, sino que también es
imposible de conceptualizar formalmente por la teoría, imposible de escribir con signos y letras que
dirían de qué naturaleza sería el goce si esa relación se consumara. En otras palabras, el goce es en el
inconsciente y en la teoría, un lugar vacío de significantes. De ahí la fórmula que propuso Lacan: “No
hay relación sexual”, es decir, no hay relación simbólica entre un supuesto significante del goce
masculino y un supuesto significante del goce femenino, porque en el inconsciente no hay
significantes que signifiquen el goce del uno y del otro, imaginado en cada caso como goce absoluto.
Al no haber significantes que signifiquen el goce absoluto, no puede haber relación entre dos
significantes ausentes.

Desde el punto de vista del goce, el encuentro sexual entre un hombre y una mujer no concierne a dos
seres, sino a lugares parciales del cuerpo. Es el encuentro entre mi cuerpo y una parte del cuerpo de mi
partenaire, entre diferentes focos de goce locales.

El concepto de falo está estrechamente ligado al de goce. En la teoría lacaniana, la palabra falo no
designa el órgano genital masculino. Es el nombre de un significante particular, que tiene por función
significar todo aquello que depende de cerca o de lejos de la dimensión sexual. El falo no es el
significante del goce (ya que el goce se resiste a ser representado), pero baliza el trayecto del goce -si
pensamos en el flujo de la energía que circula- o baliza el trayecto del deseo -si pensamos en este
mismo flujo orientado hacia un fin-- El falo es el significante que marca y significa cada una de las
etapas de este trayecto. Marca el origen del goce, materializado por los orificios erógenos, marca el
obstáculo con el que se encuentra el goce (represión), marca también las exteriorizaciones del goce
bajo la forma del síntoma, de los fantasmas o de la acción, y es el umbral más allá del cual se abre el
mundo mítico del goce del Otro.

Estos son, según Nasio, los dos principios fundamentales de la teoría lacaniana, “el inconsciente es un
saber estructurado como un lenguaje”, y “no hay relación sexual”. Estos dos principios definen toda
una manera de pensar el análisis. En la medida que yo reconozca el inconsciente estructurado,
concebiré, por ejemplo, la interpretación como una manifestación en el psicoanalista del inconsciente
del analizante. Y en la medida que reconozca que no hay relación sexual, concebiré, por ejemplo, que
el goce residual, el plus-de-goce, es el motor de la cura analítica, el centro que domina el proceso de
un análisis.

Preguntas a Nasio:

¿Cómo se pueden relacionar los dos conceptos presentados, el inconsciente y el goce?

Lo inconsciente puede ser entendido como una cadena de significantes en acto, a la que le falta un
elemento. Ese elemento es aquel que hubiera debido representar al goce. El goce no tiene una
representación significante precisa, es un agujero en el seno del sistema significante, siempre
recubierto por el velo de los fantasmas y de los síntomas.

Freud nos recuerda que el individuo busca siempre la felicidad. Luego, que alza obstáculos para no
alcanzarla jamás. Entonces, finalmente ¿qué encuentra?

Una felicidad modesta. El psicoanálisis descubre que los seres hablantes nos contentamos finalmente
con muy poco. La felicidad efectiva, la felicidad encontrada concretamente, es en realidad una
satisfacción limitada, que se obtiene con pocos medios. Cualquier otra satisfacción más allá de este
límite es lo que el psicoanálisis denomina goce del Otro.

El ser hablante no quiere el goce sin medida, se niega a gozar, no quiere ni puede gozar. Encontramos
la mejor ilustración de esto en el campo de la clínica, ya que podemos definir al neurótico como aquel
que hace todo lo necesario para no gozar en lo absoluto. Y, está claro, una manera de no gozar en lo
absoluto es gozar poco, es decir, realizar parcialmente el deseo. Hay dos medios gracias a los cuales el
neurótico goza parcialmente para evitar experimentar un goce máximo (goce del Otro): el síntoma
(goce fálico), y el fantasma (plus de goce).

El mejor ejemplo de esto es la histeria: un histérico es aquel que crea

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