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I- DOCTRINA Y PRÁCTICA
Una comunidad, un modo de vida, un sistema de creencias, una observancia
litúrgica, una tradición; el cristianismo es todo eso y más. Cada uno de estos
aspectos del cristianismo tiene afinidades con otras creencias, aunque cada
una de éstas también muestra señas particulares, consecuencia de su origen y
evolución. Teniendo en cuenta esto, es una ayuda, y de hecho se hace
inevitable, estudiar las ideas e instituciones del cristianismo de forma
comparativa, relacionándolas con las afinidades que tienen con otras
religiones. Sin embargo, resulta asimismo importante el estudio de los rasgos
distintivos que son exclusivos del cristianismo.
a) Principales enseñanzas
b) Culto
Cualquiera que sea su organización institucional, la comunidad de fe dentro de
la Iglesia es la primera condición para proceder al culto cristiano. Todos los
cristianos de las distintas tradiciones han subrayado el papel trascendente de la
devoción y de la oración individual, tal y como lo indicó Jesús. Pero él
también instituyó una oración universal, el Padrenuestro, cuyas primeras
palabras subrayan la naturaleza y el sentido de comunidad que tiene el culto:
“Padre Nuestro que estás en el cielo”. A partir del Nuevo Testamento, se
estableció que el día que toda la comunidad cristiana destinaría a la adoración
sería “el primer día de la semana”, el domingo, en conmemoración de la
resurrección de Cristo. Lo mismo que el shabat judío, el domingo se destina al
descanso. También es el día en que los creyentes se reúnen para oír la lectura
y la predicación de la palabra de Dios recogida en la Biblia, para participar en
los sacramentos y para rezar, alabar al Señor y darle gracias. Las necesidades
del culto en comunidad han motivado la creación de miles de himnos, coros y
cantos, así como de música instrumental, en especial para órgano. Desde el
siglo IV, las comunidades cristianas han edificado construcciones especiales
destinadas al culto, un hecho decisivo en la historia de la arquitectura y del
arte en general. Véase Basílica; Iglesia (arquitectura); Arte y arquitectura
paleocristianas; Himno; Oración.
c) Vida cristiana
d) Escatología
Sin embargo, dentro de la doctrina cristiana late la idea de esta época de oro,
representada en la esperanza cristiana de una vida eterna. Jesús se refirió a esta
esperanza con tanta insistencia que muchos de sus seguidores estaban a la
espera del fin del mundo de un modo declarado y abierto, pues con ese fin sus
vidas alcanzarían el reino de la eternidad. Desde el siglo I, esta expectación
creó una actitud de flujo y reflujo, alcanzando a veces niveles de gran
intensidad, y otras veces de una aparente aceptación del mundo en sus formas
más crueles. Los credos de la Iglesia se refieren a esta esperanza usando el
lenguaje de la resurrección, de una nueva vida, participando de la gloria de
Cristo resucitado. Teniendo estos símbolos en cuenta, el cristianismo debería
considerarse como una religión espiritual, y en ocasiones se ha limitado
exclusivamente a cumplir este papel. Pero, a través de la historia de la Iglesia,
la esperanza cristiana también ha servido para motivar el desarrollo de una
vida terrenal más conforme a los deseos de Dios según fue revelado por
Cristo.
2- CONCILIOS Y CREDOS
3- PERSECUCIÓN
Sin embargo, el cristianismo tuvo primero que asentar su relación con el orden
político. Dentro del Imperio romano, y como secta judía, la Iglesia cristiana
primitiva compartió la misma categoría que tenía el judaísmo, pero antes de la
muerte del emperador Nerón en el 68 ya se le consideraba rival de la religión
imperial romana. Las causas de esta hostilidad hacia los cristianos no eran
siempre las mismas y, por lo general, la oposición y las persecuciones tenían
causas muy concretas. Sin embargo, la lealtad que los cristianos mostraban
hacia su Señor Jesús, era irreconciliable con la veneración que existía hacia el
emperador como deidad, y los emperadores como Trajano y Marco Aurelio,
que estaban comprometidos de manera más profunda con mantener la unidad
ideológica del Imperio, veían en los cristianos una amenaza para sus
propósitos; fueron ellos quienes decidieron poner fin a la amenaza. Al igual
que en la historia de otras religiones, en especial la del islam, la oposición a la
nueva religión creaba el efecto inverso al que se pretendía y, como señaló el
epigrama de Tertuliano, miembro de la Iglesia del norte de África, “la sangre
de los mártires se transformará en la semilla de cristianos”. A comienzos del
siglo IV el mundo cristiano había crecido tanto en número y en fuerza, que
para Roma era preciso tomar una decisión: erradicarlo o aceptarlo. El
emperador Diocleciano trató de eliminar el cristianismo, pero fracasó; el
emperador Constantino I el Grande optó por contemporizar, y acabó creando
un imperio cristiano.
4- LA ACEPTACIÓN OFICIAL
5- EL CRISTIANISMO EN ORIENTE
Uno de los actos del emperador Constantino que tuvo más repercusión dentro
del mundo cristiano, fue su decisión, en el año 330, de trasladar la capital del
Imperio desde Roma hasta una “Nueva Roma”, la ciudad de Bizancio, en el
punto más oriental del mar Mediterráneo. La nueva capital, Constantinopla
(actual Estambul), así llamada en honor del emperador, se transformó también
en el centro intelectual y religioso del mundo cristiano de Oriente. Mientras
que el mundo cristiano de Occidente se fue centralizando de forma progresiva:
una pirámide cuya cima la constituía el papa de Roma (véase Papado), los
principales centros del mundo oriental, Constantinopla, Jerusalén, Antioquía y
Alejandría, se desarrollaron de forma autónoma. El emperador de
Constantinopla tenía una posición muy destacada en la vida de la Iglesia. Por
ejemplo, él era quien convocaba y presidía los concilios generales de la
Iglesia, órganos supremos de la legislación eclesiástica con respecto a la fe y a
los códigos morales. Esta relación especial que surgió entre la Iglesia y el
Estado se denominó, con una simplificación excesiva, cesar o papismo.
Fomentó una cultura cristiana (como lo atestigua la gran basílica de Santa
Sofía en Constantinopla, erigida por el emperador Justiniano I), que unió y
sintetizó elementos cristianos y de la antigüedad clásica.
El conflicto con respecto a la adoración de las imágenes resultó ser tan grave
porque amenazaba un rasgo fundamental de la Iglesia de Oriente: su liturgia.
El cristianismo de Oriente era, y sigue siendo, una forma de culto a partir del
cual surge una forma de vivir y de pensar. La palabra griega ortodoxia (junto
con su sinónimo, en esloveno, pravoslavie) se refiere a la manera correcta de
alabar a Dios, lo cual resulta indisociable del modo correcto de proclamar la
verdadera doctrina de Dios y de vivir de acuerdo con su voluntad. Este énfasis
aportó a la liturgia y a la teología de Oriente una categoría que los
observadores occidentales, incluso durante la edad media, caracterizarían
como mística, categoría que se intensificó por la fuerte influencia que ejercía
el neoplatonismo sobre la filosofía bizantina. A pesar de que el monaquismo
de Oriente, por lo general, se mostraba hostil ante estas corrientes filosóficas
de pensamiento, se llevaba a la práctica una vida de devoción bajo la
influencia de los escritos de los padres de la Iglesia y de teólogos, como san
Basilio, que habían asumido un cristianismo helenístico del que partían
muchas de esas ideas filosóficas.
7. LA REFORMA Y LA CONTRARREFORMA
La reacción que han tenido las iglesias ante su incorporación a un mundo más
moderno y cambiante, también ha producido el hecho sin precedentes que
supone el incremento en el interés por los asuntos teológicos. Los teólogos
protestantes Jonathan Edwards y Friedrich Schleiermacher y los pensadores
católicos Blaise Pascal y John Henry Newman tomaron en sus manos la
misión de reorientar las tradicionales apologías de la fe, basándose en
experiencias religiosas propias, como una forma de hacer válida la realidad de
Dios. En el siglo XIX fue cuando se realizaron más investigaciones históricas
acerca del desarrollo de las ideas e instituciones cristianas. Este estudio
subrayó que no había una modalidad en particular de doctrina o estructura
eclesiástica que pudiera afirmar ser absoluta y última. Estos estudios también
sirvieron a otros teólogos para reinterpretar el mensaje de Cristo. A pesar de
que la investigación literaria de los textos bíblicos era contemplada con mucho
recelo por los más conservadores, sirvió para obtener nuevos datos sobre
cómo se habían compuesto y reunido las distintas partes de la Biblia. El
estudio de la liturgia, junto con el reconocimiento de que las formas antiguas
no siempre tenían sentido en la era moderna, estimuló la reforma del culto.
Durante los últimos 25 años del siglo XX, los movimientos misioneros de la
Iglesia llevaron la fe cristiana por todo el mundo. La adaptación de las
costumbres nativas plantea problemas teológicos y de tradición, como, por
ejemplo, conseguir que las tribus africanas polígamas adopten una vida
familiar cristiana.
I. Contenido y autoridad
En la LXXLXX Septuaginta (vs. gr. del AT) los libros están dispuestos
según la semejanza de su contenido. Al Pentateuco siguen los libros
históricos, y estos van seguidos por los libros poéticos y sapienciales, y
estos a su vez por los profetas. Es este orden el que, en sus aspectos
esenciales, se ha adoptado (a través de la Vg.Vg. Vulgata latina) en la
mayoría de las ediciones cristianas de la Biblia. En algunos aspectos
este orden respeta mejor el orden cronológico del contenido narrativo
que el de la Biblia hebrea; por ejemplo, Rut aparece inmediatamente
después de Jueces (ya que registra cosas que ocurrieron “en los días en
que gobernaban los jueces”), y la obra del Cronista aparece en el
siguiente orden: Crónicas, Esdras, Nehemías.
Pero los escritos del ATAT Antiguo Testamento no sólo registran esta
doble revelación progresiva de Dios; al mismo tiempo registran la
respuesta del hombre a esa revelación de Dios, respuesta que a veces es
de obediencia, pero con demasiada frecuencia de desobediencia;
expresada tanto en hechos como en palabras. En este antiguo registro
de la respuesta de aquellos a quienes llegó la palabra de Dios, el NTNT
Nuevo Testamento encuentra instrucciones prácticas para el cristiano;
de la rebelión de los israelitas en el desierto y los desastres a que esto
dio lugar escribe Pablo: “Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y
están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado
los fines de los siglos” (1 Co. 10.11).
V. El mensaje de la Biblia
Lo que legitima un libro para que pueda formar parte del canon del
ATAT Antiguo Testamento o el NTNT Nuevo Testamento no es
solamente el que sea antiguo, informativo, y útil, y que durante mucho
tiempo el pueblo de Dios lo haya leído y valorado, sino el hecho de
contar con la autoridad de Dios para lo que dice. Dios habló a través del
autor humano para enseñar a su pueblo lo que debe creer y cómo debe
comportarse. No es solamente un registro de revelaciones, sino la
forma escrita permanente de la revelación. Es esto lo que queremos
expresar cuando decimos que la Biblia es “inspirada” (véase *
Inspiración), y esto hace que los libros de la Biblia sean diferentes de
todos los demás libros en este sentido.
Como los libros en ambas secciones fueron escritos por una variedad de
autores, y generalmente son independientes entre sí, bien puede haber
ocurrido que se los haya reconocido como canónicos individualmente,
en épocas diferentes, y que al principio hayan formado una sola
colección miscelánea. Luego, cuando ya hacía tiempo que habían
desaparecido los dones proféticos, y se vio que su número se había
completado, se los clasificó más cuidadosamente, y se los dividió en dos
secciones diferentes. “Los libros” a que se refiere Dn. 9.2 pueden haber
sido un cuerpo de obras en formación, poco organizado, que contenía,
no solamente obras de profetas como Jeremías, sino también de
salmistas como David. La tradición que vemos en 2 Mac. 2.13, referente
a la biblioteca de Nehemías, refleja la existencia de una colección
mixta: “había reunido una biblioteca y puesto en ella los libros de los
reyes, los de los profetas y los libros de David y las cartas de los reyes
sobre las ofrendas” (°nc°nc E. Nácar Fuster, A. Colunga, Sagrada
Biblia, 5ª eds. 1953). La antigüedad de esta tradición se ve, no
solamente en la posibilidad de que tal acción haya sido necesaria
después de la calamidad del exilio, sino también por el hecho de que
“las cartas de los reyes sobre las ofrendas” simplemente se preservaban
a causa de su importancia, y todavía no se habían incluido en el libro de
Esdras (6.3–12; 7.12–26). Tenía que pasar cierto tiempo para que se
completaran libros como el de Esdras, para que se reconocieran como
canónicos los últimos libros, y para comprender que el don profético
había cesado; y sólo cuando todo esto ocurrió pudo hacerse una firme
división entre Profetas y Hagiógrafos, como también el ordenamiento
cuidadoso de sus respectivos contenidos. La división ya se había hecho
hacia fines del ss.ss. siglo(s) II a.C.a.C. antes de Cristo, cuando se
compuso el prólogo a la versión gr.gr. griego de Eclesiástico. Esto se
evidencia porque en repetidas oportunidades dicho prólogo se refiere a
las tres secciones del canon. Pero parece probable que la división
databa de mucho tiempo atrás, porque aún no se le había dado nombre
a la tercera sección del canon: el escritor llama a la primera sección “la
Ley”, a la segunda (en razón de su contenido) “los Profetas” o “las
Profecías”; pero simplemente describe la tercera sección como “los
otros que han seguido sus pasos”, “los otros libros ancestrales”, “el
resto de los libros”. Este lenguaje sugiere un grupo de libros fijo y
completo, pero menos antiguo y no tan bien establecido como los libros
que contiene. También Filón (De Vita Contemplativa 25) y Cristo (Lc.
24.44), ya en el ss.ss. siglo(s) I d.C.d.C. después de Cristo, se refieren a
las tres secciones; ambos llaman a la tercera sección por su nombre
primitivo de “los Salmos”.
VII. Recapitulación
Podemos hacer una recapitulación siguiendo individualmente los
vaivenes de cada uno de los libros del NTNT Nuevo Testamento. Los
cuatro evangelios circularon con relativa independencia hasta la
formación del canon cuádruple. Marcos fue aparentemente eclipsado
por sus dos “expansiones”, pero no sumergido. Lucas, a pesar de los
auspicios de Marción, no parece haber encontrado oposición. Mateo
desde muy temprano adquirió aquella posición predominante que
ocupó hasta la moderna era de erudición. Juan fue un caso algo
diferente, pues a fines del ss.ss. siglo(s) II tuvo bastante oposición,
entre los cuales se pueden mencionar los denominados Alogoi y el
presbítero romano Gayo como ejemplos; esto, sin duda, se debió a
algunas dificultades que aún subsisten en torno a ciertos aspectos de su
trasfondo, origen, y circulación inicial. Una vez aceptado, su prestigio
aumentó constantemente, y llegó a ser de inmenso valor para dilucidar
las grandes controversias y definiciones doctrinales. Los Hechos de los
Apóstoles no se prestaba para ser utilizado en la liturgia o la
controversia; no aparece con mucha frecuencia hasta después de la
época de Ireneo; desde ahí en adelante ocupa su lugar firmemente
como parte integrante de las sagradas Escrituras. El corpus paulino fue
reconocido ampliamente como parte de las Escrituras desde los
primeros tiempos. Aparentemente Marción no aceptaba las epístolas
pastorales; aparte de esta objeción no tenemos noticias de ninguna
duda respecto a ellas, y ya Policarpo las considera autorizadas. Por otra
parte, Hebreos siguió siendo objeto de disputa por varios siglos. En el
EE este (punto cardinal); elohísta, se sabe que Panteno y Clemente de
Alejandría discutieron los problemas críticos de su paternidad literaria;
Orígenes solucionó la cuestión dando por sentado que aquí el
pensamiento paulino fue expresado por un autor anónimo; Eusebio y
algunos otros informaron acerca de las dudas de occidente, pero
después de Orígenes la carta fue aceptada en el E. Es de notar que la
carta ocupa el primer lugar después de Romanos en el papiro (p46) de
Chester Beatty perteneciente al ss.ss. siglo(s) III. En occidente
persistieron las dudas desde los primeros tiempos: Ireneo no la aceptó
como paulina, Tertuliano y otras fuentes africanas le dan poca
importancia, “Ambrosiáster” no escribió ningún comentario sobre ella,
actitud que fue seguida por Pelagio. Los concilios de Hipona y Cartago
separan Hebreos del resto de las epístolas paulinas en su enumeración
canónica, y Jerónimo informa que en sus días la opinión de Roma
seguía siendo contraria a su autenticidad. La cuestión no se consideró
solucionada hasta un siglo después aprox.aprox. aproximadamente El
corpus de las epístolas universales es, evidentemente, una creación
tardía, posterior al establecimiento de la estructura esencial del canon a
fines del ss.ss. siglo(s) II. La constitución exacta del mismo varía de
iglesia en iglesia, y de un Padre de la iglesia a otro. La primera epístola
de Juan ocupa un lugar seguro desde los tiempos de Ireneo; la segunda
y la tercera se mencionan poco, y a veces (como en el canon muratorio)
persiste la duda sobre si se hace referencia a ambas. Por supuesto que
esto podría atribuirse a su poco volumen o aparente falta de valor
teológico. La primera epístola de Pedro también tiene su lugar, aunque
menos seguro (nótense, sin embargo, las ambigüedades del canon
muratorio); la segunda todavía figuraba entre los “libros discutidos” en
la época de Eusebio. La posición de Santiago y Judas fluctúa según la
iglesia, la época, y el discernimiento individual. (Aquí podemos
observar que Judas y 2 Pedro están agrupadas en una desigual
colección de literatura religiosa en un solo volumen en un papiro de la
colección de Bodmer.) Para ser incluidos en este corpus parecerían
haber rivalizado con todas ellas obras tales como el Pastor, Bernabé, la
Didajé, la “correspondencia” elementina, todas las cuales parecen
haber sido reconocidas y utilizadas esporádicamente como escriturales.
El Apocalipsis de Juan sufrió oposición en dos oportunidades: una vez
en el ss.ss. siglo(s) II por su aparente apoyo a las pretensiones de
Montano a la inspiración profética, y otra vez al final del ss.ss. siglo(s)
III por razones críticas, por comparación con el Evangelio de Juan, en
la controversia entre los Dionisios de Roma y Alejandría. Ambas
especies de dudas contribuyeron a mantener la desconfianza en que fue
tenido por las iglesias griegas, y su muy tardía aceptación en las iglesias
siriaca y armenia. En el OO oeste, contrariamente, muy pronto se le
acordó un lugar prominente; fue traducido al latín en por lo menos tres
ocasiones, y se le dedicaron numerosos comentarios a partir de
Victorino de Pettau (martirizado en el 304).