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Pacientes Borderline Ulanosky

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Fronteras, bordes, límites.

Patricia Ulanosky1

Introducción:

Para algunos analistas son inclasificables. Para otros, conforman la mayor parte de
la demanda clínica actual. Esto presupone que el buen neurótico, aquel que se debate en el
conflicto psíquico entre el deseo y la prohibición, cedió parte de su protagonismo a los
trastornos narcisistas. Dentro de ellos a las patologías fronterizas.
Si esto es así ¿qué incidencia imprimieron, para su emergencia, los cambios
culturales y sociales de las últimas décadas? Giro histórico que generó otra modalidad de
“malestar en la cultura”, produciendo desequilibrios subjetivos, por resquebrajamientos de
referencias, modelos e ideales2.
Que se los nomine “patologías actuales” no especifica que no hayan existido desde
siempre3. Significa que las coyunturas políticas, sociales, económicas y culturales pudieron
coadyuvar en quiebres de previos narcisismos lábiles.
La realidad, a mi juicio, provoca rupturas o desorganiza sólo cuando encuentra un
terreno fértil. Es decir, un yo con grietas profundas y fallas en su constitución que le
impiden defenderse y hacer frente satisfactoriamente a los vasallajes a los que está
sometido; (Ello, R.E, Super Yo) (Freud, 1923).
Esta hipótesis no desconoce que la realidad avasalla en algunos momentos
históricos provocando confusión, depresiones y angustias intensas. Asimismo, la asunción
de la alteridad (yo-noyo), la diferencia sexual y entre la vida y la muerte (los tres límites
fundamentales) ningún sujeto los alcanza completamente ni de una vez y para siempre. Sin
embargo, un narcisismo aceptablemente configurado, con una matriz base de
identificaciones que le den soporte, tiene la plasticidad y los recursos necesarios para
reconstituirse; se desequilibra produciendo síntomas, pero sin desorganizarse.
Los analistas hoy, prestamos atención a las vicisitudes narcisistas de la existencia,
de la identidad y de la autoestima, además de los avatares del deseo. No sólo en los
pacientes que presentan patologías “yoicas” sino también en las desestabilizaciones
narcisistas de los neuróticos.

1
mart_ulan@fibertel.com.ar
2
“Las transformaciones producidas en la cultura son consustanciales con las alteraciones en la subjetividad.
La pregunta que surge es si ese cambio produce un nuevo sujeto que reformula la clínica y, con ella, el
aparato conceptual en que se basa su dispositivo, o, por el contrario, si la clínica muestra a un mismo sujeto
invariante. Dilucidar esta cuestión es fundamental para entender no sólo al analizando sino el ser y el hacer
del analista” (Ulanosky,2003)
3
( En 1884) Hughes, designa el término borderline por primera vez, llamaba así a los estados borderline de la
locura, “personas que pasaron toda su vida de uno u otro lado de la línea”. H. Claude hablaba de
ezquizomanías, F.Alexander (1927) los denominó “carácter neurótico”. Stern (1938) por primera vez formaliza
el término Borderline para referirse a pacientes que presentaban una “hemorragia mental” definida como
intolerancia al dolor psíquico, H. Deutche (1942) se ocupó de las personalidades “como si”, entre otros.

Patricia Ulanosky 1
Freud, desde los inicios del psicoanálisis, dedicó gran parte de su investigación al
estudio de las Neurosis. Puso especial énfasis en el conflicto sexual y la angustia de
castración, siendo el Edipo su complejo nuclear. Algunos desarrollos post-freudianos4,
pusieron la mira y teorizaron las Patologías del Yo y sus angustias de desintegración,
teniendo al Narcisismo como su nudo central. Es en la articulación de ambos que cada
psiquismo se irá organizando.
Esto implica que cada sujeto que nos consulta es portador de una organización psíquica
singular, productora de síntomas en particular, que tenemos que desentrañar.
Las fronteras ente cuadros o estructuras psicopatológicas se desdibujan a la hora de
escuchar a un paciente. Los límites no son puros. En cada uno Narciso y Edipo se harán oír.
En aquellos cuyo narcisismo ha logrado una conformación más estable, el conflicto edípico
tendrá más resonancia. En otros, los reclamos del “yo” tendrán prioridad.
Este deslizamiento teórico-clínico incidió, para algunos tratamientos, en el replanteo
y modificación del dispositivo analítico clásico, de su método y de su técnica.
En este capítulo me centraré en el estudio clínico de las patologías límites o
fronterizas. Presentaré un caso a modo de ejemplo, para acompañar el desarrollo teórico.

Las patologías fronterizas:


Se los denomina “fronterizos, borders, límites”, aludiendo tanto a su organización
psíquica como a las fronteras de la analizabilidad con las que nos topamos y hasta las
cuales ellos acceden.
Son sujetos que acarrean un enorme sufrimiento por sentirse inconsistentes, con
poco valor, con dudas acerca de su propia existencia e identidad.
Desde su infancia han sido privados de un espejo, de una mirada y de un discurso que les
devolviera una imagen cohesiva y deseada de sí mismos con la cual identificarse,
reconocerse y quererse; como correlato se han visto en la necesidad de sobrevivir y para
ello han convocado a sus objetos, entre ellos al analista, anhelando hallar una prótesis de sí
mismos, incondicionalidad, sostén, y un aparato para pensarse.
La sensación de vacío, las depresiones, los desbordes afectivos, las impulsiones, la
intolerancia, no los definen sino que están enraizados en las fallas primarias de su
constitución psíquica. La dependencia a un objeto es vivida por ellos como una herida
contra su integridad narcisista. Muchas veces desertan del análisis porque prefieren
abandonar antes de sentirse abandonados.
Las patologías de borde nos implican en cada tratamiento convocando no solo
nuestro saber, nuestra imaginación, intuición y empatía sino también nuestro
funcionamiento mental.
Las certezas acerca del encuadre y los preceptos técnicos que el psicoanálisis propuso son
cuestionados por la propia dinámica que exige respuestas in situ. La estancia y desarrollo
de cada etapa y/o sesión del proceso terapéutico trancurren en una “estable inestabilidad”,
como denominó (en 1974) Melita Schmideberg a los tratamientos de estos pacientes.
El dilema con el cual se enfrenta el analista es cómo responder adecuadamente a la
demanda del paciente manteniendo el encuadre y sin perturbar el proceso terapéutico.

4
Kohut, Winicott, Aulagnier, Green, entre otros.

Patricia Ulanosky 2
Alberto, (así lo llamaré), cuando consultó sufría un delirio paranoide transitorio.
Se mostró desconfiado, abrumado, físicamente desmejorado, con una mirada torva. Un par
de meses atrás había sido estafado por un empleado al mismo tiempo que se enteró de que
su amante, a quien no veía desde hacía pocos meses, estaba en estado de embarazo
avanzado y no tenía dudas de que era suyo.
Pese a los consejos de su padre y un psiquiatra que lo atendía, de olvidarse y de
desentenderse del asunto, Alberto buscaba ayuda porque sentía que toda la situación lo
sobrepasaba y atacaba su capacidad de pensar.
Cuando entraba en ese estado, se perturbaba su capacidad de reflexión. Su ansiedad y
angustia cobraban una intensidad tal, que solo podía calmarla por medio de alguna
actuación
Estos hechos, vividos como traumáticos, despertaron ansiedades paranoides y ayudaron a
conformar un pseudo delirio que fue cediendo en la medida en que el paciente fue
instalándose en la transferencia y sintiéndose amparado.
Describió su adolescencia como una etapa de promiscuidad sexual, drogas, y de una
profunda indiscriminación.
Tenía serios problemas con el manejo del tiempo, no podía administrarlo. Refería ataques
de impulsividad y violencia momentáneos (fuera de sesión) que funcionaban como
descarga, después de lo cual se tranquilizaba.

Pese a que su alocución era coherente, en las primeras entrevistas experimenté un


temor físico, como si “algo” amenazante sobrevolara sin que se asociara a ningún
contenido explícito de su discurso. Esta sensación desapareció a medida que fui conociendo
su manera particular de dirigirse.
Este elemento, entre otros, me fue de utilidad para guiarme en un “posible” diagnóstico5, ya
que es frecuente que estos pacientes hagan uso del discurso como acto, sin tener conciencia
de ello. Que el fin sea provocar sensaciones en el analista, para que sienta lo que no pueden
sentir o representar, más que el propósito de comunicar contenidos ya que lo que se pone en
juego en la sesión ocurre “entre dos objetos más que entre dos personas” (Green,1972). Más
adelante volveré sobre este punto.
He encontrado en varios pacientes, como en Alberto, que la realidad los excede, los
desorganiza y les provoca intensas angustias, no sólo por la dificultad que encuentran en
metabolizar y simbolizar las grandes magnitudes de estímulo, que les provoca un efecto
traumático, sino que eso conlleva, en muchos casos, el no poder hacerse responsables de
sus propias acciones y las consecuencias concomitantes, que les vuelven como un
boomerang.
Son seres que sufren de excesos, tanto del orden interno pulsional, como del afuera,
de la realidad exterior. La manera que encuentran de tramitarlos es por medio de
descargas, en el cuerpo (amenazas o intentos de suicidio, conductas autolesivas: cortarse,
rasguñarse quemarse, golpearse) como actuaciones en el afuera y con los otros. He ahí gran
parte de su peligrosidad.
Los fines de estas impulsiones pueden ser diversos: aliviar estados afectivos que resultan
intolerables, castigarse, expresar enojo o rabia, sentir dolor.
5
Elaborar un “posible” diagnóstico, influye en mí, para adecuar la cualidad de mis intervenciones y la técnica,
en particular, a utilizar. Asimismo me guía en la construcción, siempre abierta y dinámica, de objetivos y de
un proyecto terapéutico. No apunta a clasificar estructuras psicopatológicas ni a una búsqueda de certezas, ya
que la complejidad de cada sujeto no lo permite.

Patricia Ulanosky 3
Presentan una dificultad, cuando no una imposibilidad, en traducir las cantidades de
apremio en significaciones que adjudiquen un sentido a través de metáforas y
simbolizaciones.
Son sujetos que han tenido fallas primarias en la constitución de su psiquismo por defecto,
de lo que no se inscribió, o por exceso, de lo que no pudo tramitarse adecuadamente, en
quienes el proceso secundario de pensamiento se ve interferido por el funcionamiento
primario.

En ocasiones Alberto tenía reacciones emocionales exageradas, escenas de tipo


histérico, reacciones impulsivas, ingería alcohol o droga, o buscaba descargas sexuales
perentorias para librarse de la sensación de desborde o de vacío emocional.

Cuando la angustia es demasiado intensa inunda al psiquismo impotentizando y


paralizando su capacidad de discernir. La distancia óptima que se requiere para poner en
práctica el juicio de atribución, que les permita evaluar y contrastar, así como la tolerancia
a la espera y la demora en dar una respuesta, desaparecen; las impulsiones y la descarga
inmediata sustituyen al poder de decisión.
El descontrol impulsivo suele ser crónico, repetitivo y con gran potencial
autoagresivo: físico y/o psíquico. Generalmente es vivido como egosintónico durante el
episodio mismo, ya sea el alcoholismo, la drogadicción, la bulimia, la sexualidad o el
derroche, pero puede convertirse en egodistónico una vez finalizado, al confrontarse con
las consecuencias, pudiendo provocar sentimientos de enojo, culpa y vergüenza. Este era el
caso de Alberto, no podía controlarse, pasaba de un estado de indiscriminación y
omnipotencia a sentirse como un chico sorprendido con temor a ser abandonado.
Si bien la situación que atravesaba era difícil objetivamente, su reacción era descontrolada.
Le disparó las ansiedades más arcaicas.
Que la magnitud de un apremio sea demasiado intensa no depende del valor
absoluto del mismo, sino de las fallas en los mecanismos de metabolización: proceso
secundario, una matriz identificatoria de base y la internalización de vínculos objetales
sostenedores que los protejan de la desorganización. Se defienden de un temor a la
fragmentación del yo.

Su casamiento tuvo por intento el de ordenarse. El vínculo con su mujer era


anaclítico, no sabía moverse ni hacer nada si no estaba bajo su tutela. Ella le llevaba la
agenda, era su enfermera, le administraba sus medicamentos, se ocupaba de su ropa, de
todas sus necesidades, del dinero que traía al hogar ya que él bien podía malgastarlo o
dilapidarlo pues se sentía inútil e impedido para administrar.
Su dependencia era absoluta al mismo tiempo que los otros, sus objetos, eran considerados
por él como prolongaciones suyas. Exigía incondicionalidad y se ponía rabioso cuando no
respondían a sus necesidades y deseos en “su” tiempo y forma. Era muy demandante y
entraba ocasionalmente en estados de confusión.

El paciente borderline vive el objeto en función de la satisfacción de sus


necesidades. No alcanzan la constancia objetal, es decir, la carga de representante psíquico
constante de objeto independiente del estado de necesidad. Un rasgo que presentan es la
manipulación del otro para así intentar dominarlo y que el objeto haga lo que ellos
necesiten.

Patricia Ulanosky 4
En la transferencia, esta modalidad se repite con diversas técnicas: victimismo, conductas
psicopáticas, seducción, etc. Cuando no lo logran pueden aparecer reacciones agresivas.
Estas situaciones ponen a prueba la tolerancia a no “contra-actuar” y la plasticidad del
analista para no permitir ser manipulado y así poder dirigir la cura.

Alberto sufría severas depresiones y temores, dependía del estado de ánimo de su


mujer o de Lisa, su ex amante. En ocasiones cumplía una función de” antidepresivo del
otro” para paliar su propia depresión. Necesitaba sentir entero y disponible al objeto para
calmarse. Se sentía muy inseguro ante la posibilidad de tomar alguna decisión solo.
Necesitaba constantemente sentirse aprobado por el otro. En algunas oportunidades
parecía una hoja al viento; cambiaba de dirección de acuerdo a las opiniones que
encontraba en el camino.

La organización psíquica de un sujeto humano va a depender de la manera


particular en que fue narcisizado y subjetivado. Incluye tanto la gratificación de los
primeros sentimientos de omnipotencia e incondicionalidad del objeto como de su
frustración progresiva, es decir, de los límites impuestos por el objeto cuando cumple con
su acción específica y su función ayudando al tránsito de reconocimiento y aceptación de la
diferencia yo-no yo, de la alteridad, de la diferencia sexual, de la espera, que no requiera ser
desestimada, ni desmentida ni negada.
En la primera infancia, es la madre la encargada de dar sentido al llanto y a los
gestos de su bebé 6 así como también de cumplir con la función para-estímulos (internos y
externos) que los dosifique y ayude a su hijo a metabolizarlos y significar según las
posibilidades de maduración de su yo, hasta que éste pueda cumplirla por sí mismo.
Es en la decodificación de los signos de su bebé y en la codificación (desde hábitos
hasta imágenes y discursos de sí, de las cuales dependerá parte de la autoestima del niño)
que se irán generando y entramando significaciones y sentido con las cuales se identificará
el niño en un principio, para luego en su desarrollo poder evaluarlas, cuestionarlas y
encontrar las propias.
En los pacientes con estas organizaciones psíquicas, el yo no ha podido internalizar
dichas funciones. Han quedado a expensas de la intensidad de los estímulos sin mediación
satisfactoria.
Se requiere de parte de la madre de un “deseo de ser madre de ese hijo”, de poder
identificarse con su bebé en su sentir y en sus posibilidades de aprehender los signos que
recibe, de una capacidad de empatía, de contención, de tolerancia a la frustración, a la
demora, a la alteridad.
Estas capacidades pueden fallar en madres que están sumidas en duelos de difícil
elaboración, traumatismos o fallas en su propia narcisización. El espectro es amplio. Una de
ellas es la madre de un sujeto borderline.

6
“La capacidad de captar el afecto de otro precede a la adquisición del lenguaje y el niño no puede
sino reaccionar ante la vivencia afectiva de su madre, mientras que la capacidad de la madre de captar las
emociones de su hijo y de responder a las mismas, depende de su deseo de dar un sentido a sus gritos y a sus
gestos. Fuera de lo que representa para su madre, el niño no tiene existencia psíquica posible: fuente de
vida para su hijo, la madre es también su aparato para pensar.”(Mc.Dougall, 1982)

Patricia Ulanosky 5
Quisiera explayarme en este punto que me parece central. En este escenario
podemos imaginar una madre que abandona a su hijo a la buena de Dios o que es muy
“mala” y lo ultraja, lo injuria, lo castiga. Seguramente de esas madres saldrán hijos con
patologías más o menos severas.
Pero sin llegar tan lejos, hay madres que están presentes en cuerpo pero ausentes en
alma, que se conectan formalmente con sus hijos, colmando sus necesidades básicas;
(hambre, sueño, vestimenta) pero sin deseo ni investimiento libidinal por ese hijo, o están
muy preocupadas y ocupadas en satisfacer sus propias necesidades narcisistas; no tienen
mirada más que para sí mismas y sus hijos pueden ser vividos como potenciales
competidores a quienes tienen que neutralizar o marginar.
Es en esos casos también que la comunicación primaria, preverbal; la proyección
de deseo y de contacto corpóreo-sensorial, la devolución de una mirada que confirme su
existencia y su valor y el discurso identificatorio de base necesario para que el niño vaya
conformando su incipiente identidad;( todo ello imprescindible para la estructuración de su
narcisismo), falla o está ausente. Lo cual, incidirá y afectará en la organización psíquica
del niño, en sus sentimientos de existencia, de identidad y de estima de sí.
Las consecuencias aparejadas en el niño serán la desconfianza de sí mismo, la
necesidad permanente de confirmación y aprobación del otro, la incertidumbre acerca del
propio sentimiento de existencia (despersonalización), una baja autovaloración, duelos de
difícil resolución y angustias de fragmentación, fusión y abandono.
Este proceso se va a articular con la manera particular en que se incluye el tercero.
La presencia-ausencia real del padre y en el cumplimiento de su función, el deseo de la
madre hacia el padre, la autorización o idealización y desvalorización de su palabra, la
autoridad o autoritarismo en la implementación de la ley, etc,.
De la combinatoria de estas dos líneas será la resultante ya que no es lo mismo caerse al
vacío que tener una red que amortigüe la caída.
.Con estas reflexiones puntualizo la importancia del “otro” en la constitución del
psiquismo de un sujeto. Es “en y por” la trama intersubjetiva que un sujeto adviene.
A partir de ahí la dialéctica intra-inter (el otro) y transsubjetivo (los discursos e ideales de la
cultura) comandará la vida de cada uno7.

El dilema que atormentaba a Alberto no era la preocupación por lo que le podía


pasar a su mujer o qué podía ella sentir si se enteraba de la situación que él estaba
viviendo sino por lo que le podía pasar a él. La idea de vivir solo lo aterraba, lo torturaba.
No soportaba el estado de soledad.

La tolerancia a la frustración, como la “capacidad de estar solo” (Winicott, 1975), el


niño las va adquiriendo progresivamente en la medida en que haya una internalización
adecuada y constante de objetos amparadores. Cuando este proceso se ve perturbado, la
soledad es vivida como aniquiladora y se sienten desesperar (no pueden esperar, ni tener
esperanza). Quedan fijados a un registro de la necesidad que debe ser satisfecha
perentoriamente. En caso contrario, la angustia y la ansiedad se intensifican.

7
“Considero que lo singular, lo vincular y lo social se enhebran de modos peculiares en una trama que
entreteje lo uno y lo múltiple de modo irrepetible en cada sujeto. No se trata, pues, ni de una yuxtaposición
indiferenciada ni de una sumatoria de tres dimensiones separadas como compatimentos estancos. Sino, más
bien, de una conjunción nunca ausente de conflicto, abierta, y heterogénea. (Sternbach, 2003)

Patricia Ulanosky 6
La intolerancia a estar solos convoca al afán de aferrarse a la voz o a la presencia
física del otro, cuando esto no es posible suelen suplantarlo por la droga, el alcohol, el sexo,
el alimento en un atracón, etc.
El sexo en esta dimensión es más un intento de supervivencia y de aferramiento que
satisfacción de un deseo.

Cuando Alberto entraba en una crisis de angustia me llamaba. Oír mi voz lo


tranquilizaba y apaciguaba.

Al principio de su tratamiento los llamados eran continuos, se daban en cualquier


momento. En la medida en que fue sintiéndose menos débil, éstos fueron cediendo hasta
desaparecer.
Como técnica con estos pacientes en los períodos de separaciones más prolongadas: (fines
de semana largos, vacaciones o en crisis de angustia) les propongo que me llamen si lo
necesitan. El saber que pueden hacerlo es suficiente (la mayoría no lo llevan a cabo), y
alcanza para tranquilizarse.
Dado el tipo de relación anaclítica o de apoyo que establecen, la percepción de
que puede existir una separación, un rechazo o alguna forma de pérdida de apoyo de un
objeto externo, incide directamente en su autoestima y en su sentimiento de existencia.
Puede darse el caso de que se defiendan y congelen cualquier expresión de afecto
ante la inminencia de una ausencia y que en el lapso en el cual transcurre la separación, se
produzcan actuaciones del tipo de promiscuidad sexual, droga, bulimia, como forma de
vengarse del objeto que sienten que los abandona. En la medida de que no hay una
discriminación con el objeto, no toman conciencia del daño que se autoinfligen.

En Alberto su sentimiento de existencia y de estima de sí estaban comprometidos.


Pese a tener un desempeño satisfactorio en su profesión, sentía que actuaba con piloto
automático, no se conectaba verdaderamente con sus afectos, se sentía como un chico
débil siempre al borde de fragmentarse. Compartía la misma profesión del padre y entró a
trabajar en su compañía. A la sazón, era Alberto quien estaba al frente de la misma.
Su desorden interno lo contrarrestaba con una adicción al trabajo donde su mujer, sus
padres y sus empleados organizaban su agenda, sus actividades y lo asistían en lo que
necesitaba. Aunque su organización externa era satisfactoria, vivía todo como una
exigencia que estaba a punto de desorganizarlo y que le excedía.
Siempre lo acompañó la sensación de que él no había hecho nada por sí mismo,
que no había evaluado ni decidido su destino, la elección de la carrera, por ejemplo, que
se acomodó donde le dijeron que debía estar, “el discurso del otro”, y que cumplió.

Tomar conciencia de este mecanismo no significa que estuviera en condiciones de


modificarlo. A diferencia de un paciente neurótico, cuyo conflicto psíquico se manifiesta en
la esfera del deseo y la prohibición, y que a través del juego de la libre asociación puede
develar “otro discurso”, “otra escena”; el paciente borderline siente que está amenazada su
existencia psíquica. Cuando hay perturbaciones en la organización yoica la angustia no
puede ser procesada como señal sino que se vive como amenaza de aniquilación y es poco
canalizable por la simbolización.

Patricia Ulanosky 7
Las ansiedades y angustias de separación y fragmentación que Alberto podía sentir por
intentar un destino y un deseo propio, no le permitían llevarlo a cabo, ya que en dicha
angustia estaba comprometido su sentimiento de existencia.
El sentimiento de sí o de continuidad de la existencia depende primariamente de la
articulación entre el yo corporal y el yo como instancia psíquica que en estos pacientes se
encuentra perturbado. Esta escisión entre lo somático y lo psíquico los protege contra la
destrucción absoluta pero les impide el libre funcionamiento de la simbolización, la
creatividad y la imaginación. Como correlato se instala el vacío.
Gran parte de sus actuaciones y sus impulsiones son para paliar este sentimiento. Aunque
anhelan experimentar emociones genuinas no pueden tolerarlas. De ahí la inestabilidad y
labilidad de sus relaciones.
Debido al estallido de sus afectos como a su tendencia a la actuación, así como
la alternancia entre la idealización cuando se sentía gratificado y la devaluación cuando
se frustraba, sus relaciones sociales estaban perturbadas así como la dificultad para
valorar sus logros, todo ello incidía en la alteración que presentaba en el sentimiento de
estima de sí.

Existe a menudo en el paciente borderline una insatisfacción permanente, una


frustración constante. Los objetivos son inalcanzables o cuando se alcanzan, pierden valor
inmediatamente.
En algunos casos es común que exista una disociación entre una parte operativa y
adaptativa que les permite funcionar en lo laboral o profesional, aunque generalmente
acompañado de una angustia difusa y crónica, y otra parte de su yo que está desconectada o
escindida que no interviene en los vínculos con el ambiente, el resultado de esta disociación
es que no pueden integrarse y asociarse con lo emocional y afectivo. Esta dificultad hace
que sus logros no sean vividos como propios, sino que los minimizan o les invade una
sensación de extrañeza.
Por otro lado, en los pacientes con esta patología, la tendencia a evitar el displacer se hace
más fuerte que la búsqueda de placer, constantemente deben luchar contra la impotencia, el
desamparo y la frustración.

Alberto sufría por adelantado la posible pérdida de sus padres. Si bien todavía
eran jóvenes y no sufrían enfermedades, sentía que sin ellos no iba a poder sobrevivir. Lo
que proyectaba en su mujer era un sentimiento similar.

La transferencia fue masiva e idealizada desde el inicio. Yo, su terapeuta, al igual


que su mujer, debía solucionarle sus problemas. Era imperativo en esa cuestión.

Este punto se tornó delicado. Estos pacientes pueden presentar el síndrome de


difusión de la identidad. Son sujetos cuyos valores y opiniones pueden mimetizarse con los
que los rodean. La inseguridad en sus propias resoluciones como su necesidad de
aprobación del otro, lo abonan.
En la relación terapéutica las intervenciones del terapeuta pueden ser vividas como órdenes.
La formulación de las mismas deben ser muy cuidadas, atendiendo de no aseverar ya que
estos pacientes son proclives a dar un carácter de certeza al discurso del otro.

Patricia Ulanosky 8
En una ocasión, en el quinto o sexto año de su tratamiento, él afirmaba que yo le
había dicho que tomara una decisión. Tras un comentario mío que apuntaba a mostrar el
carácter potencial de mi intervención, Alberto me dice:

A: “Cuide lo que me dice porque tengo el yo débil y le hago tomar las decisiones
que yo no tomo”

El comienzo de nuestros encuentros fueron dificultosos, llegaba a sesión cinco, en


ocasiones, tres minutos antes del final de la misma.
Esta primera situación me llevó a considerar cual debía ser mi respuesta y mi manejo.
A diferencia de lo que tal vez, pienso en voz alta, con otro paciente podría poner un límite
y plantear la cuestión de que en ese corto período es imposible trabajar,
contratransferencialmente sentí que Alberto hacía un verdadero esfuerzo por llegar y que
no podía. Por otro lado y fundamentalmente, necesitaba probar que yo no desaparecía,
que lo esperaba, que seguía estando allí aunque él no viniera.
Me probaba. Esta conclusión debía devolvérsela, trabajé en esta línea, lo atendía ese corto
tiempo, valorando su presencia hasta que llegaba el próximo paciente. Hubo ocasiones en
las cuales, mientras subía en el ascensor, tocaban el timbre. El llegaba hasta mi puerta,
me saludaba y se iba.
Si bien las interpretaciones existían, mi paciencia (en muchos momentos impaciente), el
sostén, la permanencia del objeto-analista, tuvieron gran relevancia en este tratamiento.

Al instalarse rápidamente la transferencia, se activan prematuramente relaciones


objetales conflictivas y ambivalentes, aparece una proyección masiva y caótica que muestra
una alternancia entre la idealización y la devaluación. No escapa a esta descripción la
posible aparición de una transferencia erótica con características perverso polimorfas
infantiles.

Alberto intentaba seducirme con bromas o piropos como una de las maneras que
encontraba de atacar el encuadre. Lo ponía a prueba permanentemente. Valoraba la
relación terapéutica pero en algunos momentos le provocaba bronca y tal vez humillación
el tener que ajustarse a los horarios de sesión. En esos momentos me devaluaba, se
burlaba o me contradecía rebelándose, a lo que seguía la aceptación y sumisión por temor
al abandono en caso de que yo me enojara y no quisiera seguir con el tratamiento. Este
ciclo se repetía frecuentemente.

Como contrapartida, estos pacientes pueden despertar en el terapeuta sentimientos


contratransferenciales de enojo, impotencia, frustración y hasta sentimientos hostiles, así
como sentimientos de rescate y salvación que pueden provocar la sobreinvolucración del
analista y la ruptura del encuadre psicoterapéutico.
El análisis de la contratransferencia es un elemento de gran importancia y se torna
vital para prevenir el acting-out del terapeuta.
El equilibrio es lo más difícil. Nosotros también trabajamos en el borde.

Con el tiempo los cinco minutos pasaron a quince, después a diez, a treinta, a cinco
otra vez, hasta que el vínculo analítico se fue consolidando y aunque nunca llegó en

Patricia Ulanosky 9
horario ni estuvo todo el tiempo de sesión, puedo afirmar hoy, después de varios años, que
Alberto siempre intentó cuidar su tratamiento con lo que podía y tenía.

Comprender que trabajamos con lo que tiene y puede un paciente tiene importancia
para no forzar situaciones. La resistencia del propio analista puede enmascararse detrás de
su persistencia en la búsqueda de asociaciones y eslabones en el discurso. El modelo
psicoanalítico “asociación libre-atención flotante” no funciona, por lo menos en un primer
tiempo del proceso. Las interpretaciones no van dirigidas únicamente a los contenidos
reprimidos del Ello, sino directamente al yo y a un Super yo que está a sus anchas frente a
un yo tan débil. Nuestro trabajo es crear representaciones con las cuales el yo vaya
lentamente adquiriendo consistencia y pueda identificarse. A construír una historia para ese
yo, en forma conjunta.
Para estar en condiciones de emprender un psicoanálisis, para desarticular,
desidentificar y desarmar tenemos que estar frente a un yo armado que tolere, a su manera,
los embates pulsionales.
Lo que está en juego son heridas narcisistas de difícil cicatrización o traumas que
mantienen intacto sus efectos, o representaciones que no fueron inscriptas y el trabajo
terapéutico más que analítico, en el sentido de deconstruír y develar y reformular un
discurso, es el de ir construyendo una relación objetal “posible” diferente, un cambio en la
organización psíquica, a través y por el vínculo. De ahí la exigencia que comprometen estos
pacientes.
Aunque haya resonancia inconsciente, es la tarea del analista estar alerta a lo que el
paciente le hace sentir, atento a sus afectos y sensaciones corporales, como la de prestar su
funcionamiento mental y sus propias representaciones para dar un sentido que no está.
Este es uno de los bordes con el cual nos topamos los analistas formados en las teorías de la
técnica psicoanalítica de la neutralidad y la abstinencia. Cada sesión convoca no sólo
interpretaciones o señalamientos sino también actos, no actuaciones, que son necesarios
para que el proceso se desenvuelva.
En la transferencia se reviven todas las modalidades de relación objetal que
implementan, en especial, la espera de incondicionalidad. Son pacientes que ponen a
prueba si el continente del terapeuta puede albergar sus contenidos y la capacidad del
terapeuta de “soportar”, en la doble acepción del término, las proyecciones masivas erótico-
agresivas como las transgresiones al encuadre.
El diagnóstico de estos pacientes no es simple de realizar. Salvo en los casos de
extrema gravedad: intentos de suicidio, autoagresiones explícitas que comprometen la
autoconservación y que deben tratarse preferentemente en un marco institucional; el
paciente borderline presenta una sintomatología polineurótica que puede esconder un
trastorno narcisista complejo.
Esta fachada neurótica es la que puede desorientarnos y hacernos insistir en una
técnica y un encuadre inadecuado cuando no iatrogénico.

Si bien nunca expresó verbalmente ninguna intención de suicidarse, por las dudas,
casi automáticamente, yo cerraba la ventana de mi consultorio cuando llegaba la hora de
su sesión.

Patricia Ulanosky 10
No tengo ninguna explicación racional de por qué lo hacía, pero “algo”, como
explicité al comienzo de este trabajo, me llevaba a tomar precauciones que no suelo tomar
con otros pacientes.
Ese “algo” que se manifiesta en un campo no representacional, no verbalizado, es una
transmisión que hace el paciente al analista.
Esas son sensaciones a las que debemos estar atentos y que difícilmente encontremos
asociaciones en el paciente, juntos tendremos que ir construyendo y adjudicando un
sentido.
Respecto a los síntomas neuróticos, pueden presentar fobias diversas, especialmente
aquellas que refieren al cuerpo y a la percepción del sujeto por el otro (fobia de la mirada,
de hablar en público), la relación con el objeto está sometida a la regulación con la
distancia a través de mecanismos agora y claustrofóbicos que los pueden invalidar
socialmente.
Asimismo síntomas obsesivo-compulsivos que tienden a racionalizar y se vuelven
sintónicos con el yo. Las conversiones, carentes de erotización y fantasmatización, en
oportunidades, están asociadas a situaciones de agresión y manipulación. Los temores
hipocondríacos toman la forma de preocupación invasora con respecto a la salud física y/o
psíquica.

En Alberto era notable. Cuando entraba en crisis temía volverse loco.

Estas organizaciones psíquicas se diferencian de las psicosis en que no está


comprometido el juicio de realidad ni inventan una lengua personal como es la del delirio.
En estados de confusión, la imposibilidad de comunicarse consigo mismo y con el otro, de
ordenar sus ideas, hace que el discurso esté al servicio de evacuar, de proyectar en el otro, y
la posibilidad de elaborar pseudos delirios transitorios, como fue el caso de Alberto en un
comienzo. Durante situaciones de gran tensión pueden experimentar alteraciones
perceptuales y cognitivas: episodios paranoides, pensamiento mágico, despersonalización o
ideas de referencia. Son síntomas transitorios y en general remiten cuando entran en
contacto con un objeto que sienten como protector.
Pese a presentar síntomas neuróticos, las defensas que utilizan son más primarias.
La escisión es el mecanismo de defensa princeps. De esta manera al tener disociadas las
representaciones antagónicas se protegen de tomar contacto con aquellas que resultan
intolerables, por la angustia que pudiera provocarles, por ejemplo; proyectándolas en el
otro, afuera. La idealización, como otro mecanismo defensivo, es la tendencia a ver los
objetos totalmente buenos para protegerse de los malos sin embargo no hay real estima del
objeto sino necesidad de su protección.
La fusión con un objeto ideal desvanece los límites yoicos, como ocurre en la transferencia,
dando lugar a transferencias masivas y exigentes.
Estos pacientes alternan entre una relación que refleja su aferramiento y sus exigencias a un
objeto idealizado, con lo cual varían entre un sentimiento de indefensión y de
omnipotencia. En un plano profundo, la persona idealizada es tratada de forma posesiva
como prolongación de sí mismo.

A los pocos meses de comenzar su tratamiento, era de tal intensidad la angustia y el


ahogo de Alberto por mantener la disociación, a través de su secreto, que le pregunté si
valía la pena tanto sufrimiento. Si no sería mejor blanquear la situación ante su mujer y

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aliviar así la tensión que le impedía vivir. Esta intervención apuntaba a que pudiera
descomprimirlo y bajara sus fantasías persecutorias que eran aterradoras. Así lo hizo, su
mujer aceptó la situación y pudo criar a sus dos hijos.

El tratamiento de Alberto se dio en tres tiempos. Después de tres años se sentía más
compensado y empezó a faltar y decidió que mis honorarios eran altos (los podía pagar sin
dificultad) y que iba a seguir un tratamiento con un terapeuta de su obra social. Al cabo de
un año, me llamó para agradecerme por haberlo ayudado, por haberle dicho la verdad a
su mujer, haciendo hincapié en que yo había sido la única persona que le había
aconsejado a hacerlo. Me pareció que me agradecía por haberlo ayudado a integrarse a
la vez que volvía a mí por sentirse protegido. Así comenzó la segunda etapa.

En ambos tiempos, sus proyecciones y la alternancia de idealizaciones y


devaluaciones en la transferencia se hicieron presentes. Afuera tenía disociada
marcadamente, por un lado, la idealización de su mujer,( la describía como una “santa”
que pese a sus locuras le aceptaba todo, lo cuidaba, lo bancaba) y por otro, el objeto
persecutorio estaba fijado en su ex amante con quien tenía una relación pasional, no
sexual. En ella descargaba sus impulsiones, su violencia verbal y en alguna oportunidad
hasta física. Consideraba a ambas mujeres como prolongaciones suyas que debían estar
dispuestas a hacer lo que él quería en el momento que se le ocurriera. Mantenía un vínculo
indiscriminado con las dos. Lo que cabe suponer que ellas también lo tenían con él. Se
hacía cargo económicamente de las dos casas, y consideraba que podía entrar y salir de
ambas cuando se le antojara. Lo hacía intempestivamente. No había límites. Las dos
mujeres aceptaban la situación. No podían poner reparos, él lograba manipularlas, con
actos agresivos( con su ex) o siendo víctima, estando enfermo, (con las dos). Hubo
momentos de mucho desorden y desorganización.

Alberto era cariñoso con sus hijos y sentía verdadera preocupación más que
ocupación por ellos. Sin embargo, tenía una tendencia a invertir los roles y los obligaba a
sobreadaptarse y a hacer el esfuerzo de comprender que su padre era débil, estaba
enfermo y necesitaba de ellos. Sus hijos presenciaron varias de sus impulsiones sin que él
midiera las consecuencias. En ocasiones, manipulaba cierto manejo de la culpa donde
parecía una competencia a ver quien era más infantil, si sus hijos o él.

Hubo muchas situaciones, en especial cuando aparecía este material en la sesión, en


que mis intervenciones eran directas en lo real y directivas. Apuntaban a que discriminara y
a mostrarle lo que podía y lo que no debía hacer frente y con sus hijos, para que pudiera
protegerlos.
El tratamiento estuvo dirigido fundamentalmente a que pudiera discriminar,
aceptar la alteridad, a que incrementara la tolerancia a la frustración, a integrar sus partes
escindidas. Después de otros tres años volvió a abandonar ¿Sería demasiado?

Cinco años después volvió a llamarme durante una crisis de angustia que sentía
que lo desbordaba pero ya no lo desorganizaba. Los objetos estaban invertidos, idealizaba
a su ex amante y devaluaba a su mujer aunque presentó una mayor capacidad para tolerar
la ambivalencia, ninguna de las dos a esa altura eran ni santas ni brujas. En la medida en
que su yo estaba más integrado, más armado, podía decir cosas que nunca había

Patricia Ulanosky 12
mencionado antes. Que se aburría con su mujer, que se sentía vacío, que trabajaba diez
horas por día para no fastidiarse. Expresaba deseos de experimentar cosas nuevas. Estaba
en condiciones de empezar a resignificar su historia y así lo hicimos. Se asombraba de no
sentir tanta necesidad del otro y empezó a fantasear con la posibilidad de separarse de su
mujer que también incluía la separación de sus padres. Deseaba por primera vez vivir
solo.

Quisiera puntualizar que en esta tercera etapa mis sentimientos


contratransferenciales tuvieron una cualidad diferente. Ya no sentía la necesidad de cerrar
la ventana, “no lo llevaba a casa después de sesión” ni me quedaba preocupada por lo que
pudiera pasarle. Mantenía sus rasgos psicopáticos y manipuladores pero apareció el humor.
Podía tomar distancia de lo que le pasaba y adquirió la capacidad de reírse de sí mismo
cuando yo le mostraba o interpretaba sus intenciones, como un pícaro que se siente
embocado.
La intersubjetividad, el encuentro con el “otro” y con los sucesivos otros, induce al
aparato a un procesamiento de complejización vincular. Cada encuentro convoca modelos
relacionales preestablecidos a la vez que permite una transformación subjetiva a partir de lo
nuevo. El encuentro con el analista, desde esta perspectiva, permite generar una modalidad
vincular inédita y no sólo reediciones transferenciales. En Alberto se produjeron cambios
psíquicos (a lo largo de su tratamiento y de su vida) que posibilitaron el comienzo de un
trabajo de análisis, cualitativamente diferente, en el último tramo.
Tener medianamente claro la función del terapeuta no significa que sea una labor
fácil. Todo lo contrario, estos pacientes nos ponen permanentemente a prueba, nos intiman
en cuanto presencia, en cuanto existencia, sin embargo en su tendencia a la
indiscriminación nos contrarrestan cuando intentamos interpretar.

Alberto oscilaba entre descalificar y desestimar mis intervenciones y esperarlas


al mismo tiempo.

Son pacientes que anhelan fusionarse con el otro, crean una dependencia intensa y
ficticia, en la medida en que no hay una preocupación y una estima real por el otro, y al
mismo tiempo temen quedar atrapados. Sus temores oscilan entre ser abandonados y ser
tragados, sus angustias alternan entre la separación y la intrusión.
Esto hace que la medida de nuestra intervención debe equilibrarse. Si interpretamos
demasiado rápido e intentamos llenar el vacío, podemos ser confundidos con la intrusión
del objeto malo. Si quedamos por demás en silencio, repetimos la inaccesibildad del objeto
anhelado y frustrante.
El anhelo de fusión promueve la indiscriminación con el otro y es uno de los
motivos por lo que les cuesta aceptar los límites que impone el encuadre. En la
transferencia es marcado el intento por transgredirlo, tanto el horario como los honorarios
marcan un corte en esa relación dual que establecen y que necesitan perpetuar. Es la
presencia del tercero que quieren o necesitan desestimar.

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Dos viñetas clínicas. Escuchemos

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Analía: Siento ira. Estoy llena de ira. Por eso me la meto para adentro, me la morfo. Como
los atracones. No puedo ordenarme, no tengo control sobre nada. Ahora me peleo con
todos, soy…estoy intolerante. No quiero pensar, Yo no quiero conectarme con mis
sentimientos. Si lo hago no puedo controlarlo, me superan, me angustian, me sobrepasan.
No sé ser madre… Mi mamá era un desastre, lo cuenta como una gracia, y yo me lleno de
bronca, siempre dice que a nosotros nos criaba la mucama, cuando nacíamos nos entregaba,
ella se rajaba, no se ocupaba de nada…….. Cuando era chica salíamos a la noche con mis
amigas y ellas decían que tenían que volver a las dos porque los padres les ponían esa
condición, yo miraba y decía que sí, que a mi también, pero no era cierto, a mí nunca me
decían nada ni me esperaban……………Mi casa se me cae, es un desastre pero no me
puedo ocupar de nada. Está todo sucio, roto, mi marido me dice que soy igual que mi
mamá, yo no lo había pensado, pero es así, me muero………… No puedo jugar, me agarra
ansiedad, prefiero ponerles un video (a los chicos), es más fácil.

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Paula: … me miró y me llamó por mi nombre, dijo: “Paula”, y yo me sorprendí, no podía


creer que me mirara a mí, que podía verme, yo sentía que era invisible, que no tenía cara,
me pregunté ¿a quién mira? ¿Cómo puede verme? …..…………….ayer estaba sola y me
trepaba por las paredes, no me bancaba, estaba muy ansiosa, necesitaba verlo, es solo
verlo… tenía trabajo acá en el centro, pero no podía, yo me decía pará, pará, pero no podía,
era más fuerte que yo… agarré el auto, me metí en la panamericana , iba como a 140 y
llegué a Benavidez , solo quería verlo… cuando lo ví, recién ahí me tranquilicé…a veces
llamo diez veces seguidas a su casa solo para escuchar su voz en el contestador, cuando
oigo su voz me calmo…………… en el sueño… el auto era antiguo, uno de esos con
ruedas finitas, y había una máscara tirada en la calle, una de esas máscaras gruesas de goma
que se usan en carnaval para disfrazarse… esas que los ojos y la boca son agujeros
vacíos… estaba aplastada, vacía y cuando el auto la pisó, de la máscara salió como un
aullido… decía….auxiiiliooo … socorro…ayúdenme…

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Consideraciones finales:
La semiología de los pacientes borderline puede variar en cada caso. Sin embargo,
lo que comparten son sus modalidades defensivas así como sus angustias y terrores de
desintegración.
Hubo una falla en la organización temprana de su psiquismo que impidió o perturbó
el establecimiento de identificaciones que dieran certeza y continuidad a su existencia y a
su autovaloración.
El dolor psíquico que supone enfrentarse a la soledad para estos sujetos es
inmenso, se les hace insoportable y los objetos, incluyo al analista en la transferencia,
funcionan como prótesis salvadoras. Lo que el tratamiento debería proveer durante el
proceso es, a través de la continuidad del mismo, representaciones psíquicas que vayan
reorganizando ese psiquismo fallido.
Esta es una tarea nada sencilla, ya que en la mayoría de los casos, los pacientes
desertan cuando se sienten más armados, más fuertes o menos débiles y repiten con el

Patricia Ulanosky 14
analista la superficialidad y la labilidad de sus vínculos y la poca consistencia en la
continuidad de sus objetivos.
Lo que sostiene en principio el tratamiento de estos pacientes es la presencia del
terapeuta-objeto como forma de crear una nueva modalidad vincular, que permita lograr
una mayor confianza en el otro y en sí mismo. Es un juego de contenidos y continentes. El
analista presta o regala, (sería más apropiado decir), representaciones-contenido al mismo
tiempo que ofrece un lugar-continente donde albergarlas.
Los vínculos interpersonales son inestables porque están al servicio de paliar
necesidades, y no de satisfacer deseos. Son objetos de la necesidad, de ahí su carácter
perentorio y superficial. El objeto debe calmar, sostener, y ser incondicional. Esto mismo se
espera del analista.
Son pacientes que promueven una gran exigencia por su tendencia a la actuación,
tanto en el discurso como en el acto, así como también por los mecanismos de defensa que
utilizan que son muy primitivos: La escisión y evacuación en el otro de lo expulsado, la
idealización cuando se sienten gratificados, y su contrapartida, la devaluación cuando se
sienten frustrados, la negación, las identificaciones proyectivas.
El diálogo terapéutico puede ser vivido por el analista como vacío de contenido al
no asociarse con lo emocional del paciente. Es ahí que el analista debe enfocar en sus
propios afectos y emociones que le darán la pista de las emociones de su paciente. La labor
es que el paciente pueda reintroyectar lo que depositó en su terapeuta.
Como contrapartida de una transferencia masiva y caótica, se presentan intensos
sentimientos contratransferenciales que van desde el enojo, la impotencia o la frustración
hasta sentimientos salvadores. Son pacientes que provocan y manipulan porque
permanentemente están atentos a los vaivenes y a las reacciones del objeto.
Las angustias que sienten son directamente proporcionales a la manera en que viven
al objeto: intrusivo u abandonante. Anhelan la fusión pero temen ser tragados. Cuando
consiguen tomar distancia temen a la separación.
Detrás de las defensas contra un objeto intrusivo se esconde la demanda de que el
analista hable por él y se funda en él.
El hecho de comprender el funcionamiento psíquico de estos pacientes, de entender
el sentido de su búsqueda, de identificarnos con su sufrimiento no quiere decir que sean
aptos para el proceso analítico.
Nuestro “saber” no nos inmuniza de sentir afectos contradictorios y en momentos
francamente hostiles. Son pacientes muy movilizantes, lo cual implica que debemos estar
dispuestos a emprender un compromiso afectivo intenso.
Es nuestra ética como analistas la que debe primar a la hora de aceptar atender a uno
de estos pacientes, para no repetir en su historia, por lo menos aquí con nosotros, otro
posible fracaso.

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