Kusch Esbozo de Una Antropologia Filosfica Americana
Kusch Esbozo de Una Antropologia Filosfica Americana
Kusch Esbozo de Una Antropologia Filosfica Americana
Lo humano en América
Sin embargo ¿por qué la intuición de Scheler conviene a nuestro planteo? Haber
puesto lo humano en toda su exterioridad para instrumentar desde ahí un
pensamiento pretendidamente interior constituye una manifiesta contradicción,
pero precisamente por su carácter apodíctico resulta de una evidente sugestión.
¿No será que el momento histórico en que acaece la polémica, o sea el siglo XX
europeo, se produce en medio de una saturación analítica sobre qué pasa con el
hombre, que los lleva a oponer a los dos autores cuando en realidad tendrían que
haberse complementado?
Quizás será preciso antes hacer una diferencia entre filosofar y pensar.
Filosofar supone una actividad profesional con las reglas de juego dictaminadas
por un código acuñado por una actitud en cierto modo cientificista y académica.
El pensar en cambio se refiere a la totalidad, implica una toma de conciencia que
forzosamente habrá de ser asistemática. Pero el pensar contiene al filosofar, y este
último queda a la zaga del pensar mismo enredado en lo puramente entitativo.
Y esto es tan primario como cuando el indígena marca el lugar sagrado para
asumir su religiosidad, a fin de utilizar todas las líneas de fuerza que restablezcan
su diálogo con los dioses. Pensar no dista mucho más que encontrar algo así
como los dioses al final del camino, especialmente cuando no se cree en ellos.
Y como andan metidos los dioses se gana la globalidad del acto pensante,
porque se entorpece la claridad del lugar filosófico. Por eso se da una cierta
penumbra lógica, donde hay que negar mucho antes que afirmar, y donde es
incluso indiferente discernir entre la afirmación y la negación. Una apófansis o
una determinación haría perder la globalidad, turbaría la verdad total presentida
en el episodio pequeño de la estufa, pero que centra el ombligo filosófico.
Por ejemplo, ¿qué son una constitución o una ley física cuando éstas son
reflexionadas desde el lugar filosófico? La dirección natural del pensamiento
apunta a que lo importante es la conclusión, en suma la constitución en sí o la
ley física.
La constitución está ahí con su peso óntico e igual está la ley física. Las
acompaña una seguridad, y ésta parece total. ¿Acaso puede variar la constitución
o la ley física, en el sentido de adoptar otra forma que diga esto es?
Desde los rascacielos que llenan las calles principales de sus ciudades,
hasta las afirmaciones sobre la soberanía, las repúblicas dicen que son. Pero
¿esta afirmación es total o puede haber dudas? Si ocurriera lo mismo que con
la constitución, ¿a qué se referiría el estar de ellas? O mejor, en tanto este estar es
impensable, ¿en qué medida este estar incidiría en el es de las repúblicas? Quizá
haría a la sospecha de un desgarramiento o disolución posible que motiva ese
evidente fondo de culpa que apresura el peso óntico para lograr la fijeza y la
rigidez republicana sin lograrlo totalmente. A nadie escapa que a través de la
consistencia del quehacer oficial siempre campea una gran mentira que refuerza
la actitud agresiva fundada aparentemente en supuestos principios.
Si fuera así, ¿dónde ubicar el centro filosófico para pensar la cuestión? ¿Es
que peligra el mismo filosofar cuando éste se va más allá del margen de lo que es
y se interna en lo que está dado como estar?
Por este lado se plantea el problema del fondo que asoma por entremedio
y por detrás de lo que es. Y es curioso que sea inevitable pensar el fondo como
Ab-grund, o sea como abismo. Pero cabe preguntar, ¿el modo de ver el es como
lo consolidado y el pensar en un abismo como un fundamento caído (Abgrund)
no se deberá a un modo prejuicioso de pensar, que es asignable al modo cómo
piensa Occidente sus propios problemas?
Por ejemplo, una constitución no resulta del azar. Tampoco las leyes físico-
matemáticas surgen del azar. Sin embargo en la estructura de la constitución hay
un acertar sobre la índole de la constitución de acuerdo con un contexto social
dado y para un futuro. Y para ello se estabiliza la cuestión y se dice que debió ser
así y no de otra manera, o sea se fija el tiempo. Aquí se abre la sospecha sobre la
existencia de una trampa del ser.
Y si esto fuera así, ¿de dónde proviene que pensemos sobre una anterioridad,
como si se tratara de un trasfondo que fuera condición de la constitución y de la
ley, que no podemos determinar, pero que está? A partir de este está, conseguimos
el es de la constitución y de la ley física. Es más, no podemos negar que se está a
través de la constitución como si se tratara de una planificación para ser. Se trata
de una finalidad cerrada que se proyecta hacia el tiempo. En cierta medida fija
a éste, lo detiene, para que la constitución sirva siempre de previsión. Lo mismo
ocurre con las leyes físicas. Es el tiempo para algo, para ser.
Podría pensarse que lo que está dado y que hace al estar del fundamento,
es el infierno adonde debería descender la reflexión. Ahí está la muerte, la no-
vida, el desorden en el sentido de lo inhabitual. Es el descenso del pensar al fondo
del lugar filosófico, donde se diluye lo que soy, el ser al que me aferro, y donde no
logro determinar qué es lo que está, pero donde todo lo que está pesa con todo
su misterio.
¿Pero no seremos víctimas de una mecánica del pensar? ¿Por qué sino
de un lado todo es blanco, del otro, todo es negro? ¿Es que estamos sobre el
límite del pensamiento, pero de un pensar de cosas, donde rige el principio del
tercero excluido, para asomarnos a un ámbito donde se impone una lógica de
los contrarios, donde no se excluye la tercera posibilidad, donde recuperamos
la globalidad del pensar en el centro del lugar filosófico? Quizá ahí se da el
misterio de la verdadera sofía, quizá la fe o la esperanza. Y es que ahí perdemos
la seguridad que nos brinda la conciencia racional para entrar, en cierto modo,
en las tensiones dramáticas de la conciencia simbólica. Se nos reemplazan los
objetos por los símbolos, y éstos, por más que sean habituales a la existencia, no
responden a un modo de ser sin más, sino a un modo de ser que está, o sea se
enredan con el fondo de nuestra existencia. Ahí carecemos de instrumental, y es
sospechoso que en la clasificación de los entes del universo no se hayan incluido
los símbolos como otro modo de ser entes. ¿Será que este otro modo de ser ente
socavaba el pensamiento occidental?
Fenomenología de la afirmación
pero detrás me presiona un Qué que no logro aprehender, pero que esconde el
fundamento diluido en lo impensable y en lo indefinido del existir mismo.
Es más, pareciera que la circularidad del Qué mayor convierte lo que afirmo
en un juego frustrante. Es el juego del ser, que cae en su propia trampa ya que no
puede invertir el proceso y decir el esto es de las cosas, en el área del me afirmo.
Como el artista del hambre de Kafka, no comprendo el sentido del Qué definitivo
que presiona desde lo impensable.
panes o no, pero donde pudiera darse el sentido del porqué de mi necesidad en
general, incluso el de los panes?
Se diría que la trampa no es sólo del ser, sino que se da también en el otro
lado, pero a la inversa, ya que sintiéndome fundado no sé cual es el fundamento.
Está incluso en el hecho de que un débil mental siempre logra ubicarse en el me
afirmo, aunque nunca logre afirmar.
Pero esto es salir por el otro polo, ya no de mi pensar racional, sino del
simbólico, porque se me abre la necesidad de ver qué hay más acá de las cosas, en
la regresión al mundo de lo impensable, pero como lo no pensado aún. Si el me
afirmo supone una alteridad, institucionalizo u ontologizo la otra polaridad. Esto
es absurdo, pero es inevitable, precisamente por motivos racionales, casi como si
buscara la causa. Es también un modo de transferir el esto es al me afirmo, pero
en su plenitud, aunque también en toda su ambigüedad, ya que de nada vale
hacerlo, porque nunca podré decir, como digo a las cosas, esto es a esa alteridad.
Además, si hay una alteridad es porque ya todo está dado. Pierdo ahí la
originalidad del juego de afirmar o montar un mundo sobre afirmaciones. Paso
Quizá surja todo esto del hecho de haber pensado desde el lugar filosófico.
El lugar hace al estar. A esto llegamos al cabo de una actitud analítica, barajando
para ello una terminología en cierto modo racional, pero que en realidad resulta
de la vivisección del problema y no de su globalidad.
Ahora bien ¿a qué se refiere ese “saber” referido a la vida? Entre otras cosas
menta el “ganarse” la vida, o sea sugiere una estructura lúdica, así como también
una “filosofía de la vida”. Esto se acentúa cuando, referido a un joven, uno dice
“le falta vivir”, porque hay que “saber vivir”. ¿Es que el vivir mismo, por aquello de
“ganarse” la vida, refiere a un juego, pero para ganar y no para perder? ¿Qué es lo
que se “gana”? Gana la vida misma, en tanto llena el cosmos, y se tiene “derecho”
a ella, porque éste no está poblado de cosas mecánicas. Además relativiza el es
mediante un “saber” vivir y una “filosofía de la vida”, a efectos de restablecer el
peso de lo ya dado como estar, en búsqueda de un fundamento oculto. Y en todo
esto lo lúdico del vivir restituye la fluencia del estar, donde el esto es de las cosas
no pasa de una posibilidad, para regresar y cumplir con la circularidad del vivir.
un estado especial que se llama muerte, en el cual, en cierta medida, se vive “la
otra vida”, vida en suma, pero de otra manera, ya con el cuerpo frío, o con penas
como los condenados, y quizá con una culpa moral que lo convierte en duende.
En ese sentido se regresa del siendo del ser hacia el estar como si hubiera
una apelación a lo impensable del estar, para lograr a través de lo lúdico el acierto
fundante, la posibilidad de ser sin la transición del siendo. Pero como eso no es
Por ejemplo, la diferencia entre los caudillos argentinos y los que querían
organizar el país a partir de 1853 se debe a un diferente modo de asumir el
juego. Frente al juego arquetípico de los primeros, se oponía el juego serio de
los que impusieron la Constitución. Ambos se distancian en su diferencia pero se
asemejan en su estructura. El juego es en el fondo el diagrama de lo arquetípico,
y esto hace a lo fundante, o sea a tomar en serio el propio juego. Por eso ambos
eran igualmente verdaderos, y la diferencia consiste en el centro donde ubicaban
su actitud lúdica. Los caudillos lo ubicaban en su suelo, los otros, en el puerto por
donde comunicaban con el extranjero. Los primeros mantenían su lugar filosófico,
los otros, lo prefiguraban para una estrategia económica, o sea postergaban su
lugar para cuando hubiera orden.
Preguntar aquí por el Qué no tiene sentido, porque los símbolos entran
en el área de lo pre-óntico, pero no por ser entes, sino por ser de una onticidad
diferente, una onticidad que no se consolida o que se desvanece en su
indeterminación, pero que entra como levadura y razón de ser en el existir en
general. Y es a partir de este existir, desde el cual se instrumenta el juego de las
determinaciones desde lo que está. Aquí es donde se recurre a la posibilidad
lúdica de decir esto es al pan o a la mesa, pero sólo como una graficación de
un itinerario, pero capturado siempre, en lo más profundo, por una circularidad
reiterativa que transciende a la mesa y al pan.
Para responder a esto corresponde una dialéctica que obre por constitución
y desvanecimiento de lo que es, a fin de retomar en el otro extremo la senda de
la desazón que va hacia la alteridad, en medio de la ambigüedad desesperante
de los símbolos. Se trata para ello de pasar de la libertad del juego hacia las raíces
de éste como reglas dadas, en donde la ratio ya no dice con claridad cuáles son
dichas reglas, sino que están dadas como circuitos cerrados, como los únicos a ser
cumplidos para que se dé lo humano.
Por eso, ni aun cuando hay ciencia se podría dejar de abordar por negación
lo teológico, en el sentido de la teología negativa. De ahí la visión de una doble
trampa, por una parte, la del juego de existir para determinar y asegurar, donde el
ser trampea con la seguridad, y, por la otra, la inseguridad, donde la ambigüedad
del símbolo trampea con lo que sugiere sobre la seguridad del fundamento, pero
donde el fundamento pertenece a otro orden que va más allá o más acá de la
ratio, demasiado metido en el misterio del me afirmo, donde me enajeno en la
posibilidad de ser pensado.
El Qué mayor golpea con una insistencia circular al qué menor que
pregunta por el metal. La muerte o la vida quedan para el Qué mayor y es inútil
buscar el remedio en las cosas. Pero ambos son tramposos. La trampa de jugar a
lo determinado del ser que los estructuralistas explotan admirable y estérilmente,
y la trampa del estar que avasalla con la posibilidad de un fundamento. Y en todo
esto el tropiezo con el símbolo abstracto de la posibilidad de ser pensado.
Y si es así ¿qué piensa? Piensa que “esto es pan” para que yo coma. Por eso
tengo necesidad de él y por eso es grave que falte. Y es que ya tengo los circuitos
trazados para lograrlo. Desde el robo hasta la macro-economía no se da otra cosa
que lo que contiene ya el circuito del trueque, que responde a la circularidad no
sólo de mi hambre, sino de todo el hambre que va desde el simple pan hasta
la pregunta metafísica. Esto mal que nos pese nos asimila a los quechuas. Si no,
será porque hemos invertido la fórmula de ser hombres de tal modo que en vez
de efectivizar el estar-siendo, incurrimos en la trampa de ser para estar. ¿Es que el
estar es transmutable? Esto hace a la trampa del estar, pero está. El estar presiona,
aun cuando se invierta la fórmula.
una institucionalización de una voluntad cultural que nos es ajena, de tal modo
que ellas deberían plantearse en nuestro caso de otro modo?
Por eso lo cultural no consiste en el reposo del libro, sino que surge siempre
sobre el conflicto suscitado en la pregunta por el fundamento. Lo cultural es en
este sentido un juego dramático o el acto del juego mismo en toda su desnudez,
en tanto busca lograr infructuosamente la desgarrante coincidencia entre
lo que trasciende y la finitud. Cultura es entonces el balbuceo que marca esa
coincidencia como un intento de diálogo, pero sólo a flor de piel, porque nunca
logra decir toda la palabra.
Por eso a lo fundamental del arte se accede con el desvanecimiento del es,
con un cuadro perdido en un gerundivo siendo, a fin de llegar a lo que no quedó o
de lo cual no hay constancia. Es la paradoja del arte. En la medida en que el artista
logra trascender la verdad de su acto, es cuando el hecho en sí o el cuadro, tiene
valor. Vale en suma por lo que no representa, pero sí por el margen de instalación
desde un estar.
Pero pese a la fuerza, los mismos que la ejercen al fin de cuentas difieren
la presencia de un mundo concreto con toda falta de seriedad, para acceder
a la alteridad o simplemente a lo otro, la otra posibilidad a partir de un juego
asumido ocultamente. Se difiere el qué de la afirmación para refugiarse detrás
del me afirmo, y regresar por el lado de los símbolos hacia donde se presiente la
fuente, a través del segundo significado, donde se ubica el puro hecho de estar,
en los límites mismos del dejarse estar.
Ahí es donde podría surgir, por falta de fe, el concepto de la nada como
una forma simbólica de mostrar la inutilidad o la trampa del ser mismo. Es la
trampa metafísica de la palabra, y de sus consecuencias, la larga literatura sobre
la comunicación y la convivencia social, que no logra remediar la comunicación
de lo humano mismo, porque todo lo que diga no pasará de simples remiendos
de un modelo de hombre fabricado para la ansiedad y la eficiencia.
juego de los otros, pero es incapaz de asumir por impotencia el propio juego.
Por eso la esterilidad de nuestro saber en derecho, economía, ciencia en general
o arte. Es que aquí cabe la doble vertiente: o se sumerge uno en una de estas
disciplinas y pone en evidencia su propia esterilidad o se coloca al margen para
asumir un juego propio, pero pierde la eficiencia de su acción. La conciencia
de que existe una posibilidad total de jugar para ser se estrella contra el juego
establecido de la seriedad imperial.
el magma humano original que es el pueblo. Por eso de las veinte y tantas
civilizaciones que contabiliza Toynbee, y que fueron todos distintos ejercicios
del juego o distintos tipos de afirmación para montar estilos para decir esto es,
pese a ello, siempre quedó el magma básico de lo popular que rescata lo humano
hasta la próxima experiencia civilizatoria. Y esto es siempre en el estar no más,
en una reiteración de lo obvio, pero dentro del misterio de la circularidad que
exige siempre lo mismo, a partir de una constante conciencia ontológica de la
invalidez, casi como si flotara a través de la historia la constante pregunta de ¿por
qué lo absoluto presiona al hombre a existir; y no más bien lo abandona para que
desaparezca?
Ahora bien, cómo concebir a partir de todo esto lo que habría que hacer.
Quizá no hay nada que hacer. Quizá en todo caso concebir la civilización como
esencialmente móvil y dinámica. Porque la cuestión no está en lo cuantitativo,
como ser en la reunión de conocimientos técnicos en sociología o economía.
Estos cuantifican la cuestión y forzosamente cancelan lo humano dado que está.
¿Podría fundarse una comunidad montada sobre pautas cualitativas?
Todo lo dicho hasta aquí surge del reconocimiento de una así llamada
de-formación de lo humano, pero que supone naturalmente una otra formación
en el campo de las posibilidades del estar-siendo como juego. Esta fórmula deja
constancia de una gama total de lo humano, pero también de su indefinición
radical, y además de su finitud en el campo de decir esto es. Una finitud que hace
a la fecundidad de lo humano. Una fecundidad que es relativa, porque sólo es
compensatoria, ya se llame trueque, macro-economía o cohete interplanetario.
Todo esto lo sugirió una informante popular de Salta. Ella dio los elementos
y las áreas para pensar. No puede pensarse mucho más allá de ciertos campos.
Que la realidad no sea fundante, que existe una presión de lo Otro a través de una
convivencia con lo absoluto, que la invalidez configura un estar-siendo donde lo
afirmativo es una simple graficación, y que el juego es un medio angustioso para
inquirir por un fundamento que nunca se concreta.
Notas
* Del libro del mismo nombre publicado por Ed. CASTAÑEDA, 1978, pp. 101-146.
1
KUSCH, R., La negación en el pensamiento popular, Ed. Cimarrón, Bs. As., cap. 2.