San Basilio Magno. Papa
San Basilio Magno. Papa
San Basilio Magno. Papa
religiosas de su familia, una noble familia de Cesarea de Capadocia, que entre sus miembros
contaba mrtires, obispos y ascetas ilustres, y cuyo jefe era ahora un brillante profesor de
elocuencia de la provincia del Ponto.
Al volver a su patria, despus de cumplidos los veinticinco aos, Basilio se sinti
impresionado por el ejemplo de su hermana Macrina, que llevaba en casa la vida austera de
las vrgenes consagradas a Dios. Comencdice l mismoa despertarme como de un
profundo sueo, a abrir los ojos, a mirar la verdadera luz del Evangelio y a reconocer la
vanidad de la sabidura humana. Como signo de una resolucin firme, recibi el bautismo, y
deseando conocer con ms claridad la voluntad divina, viaj durante dos aos por todo el
Oriente, desde el Nilo hasta el Tigris, visitando los santuarios famosos, escuchando a los
doctores de la fe, discutiendo con los filsofos, admirando a los grandes solitarios y
robusteciendo el entusiasmo de su fe con la visita de los Santos Lugares. Rico con estos
tesoros de experiencias, se apresur a poner en prctica aquella vida de perfeccin que
haba aprendido de los anacoretas de Egipto y Mesopotamia, establecindose en un valle
risueo de la provincia del Ponto, junto a la corriente del Iris. Con l viven otros ascetas, que
forman una especie de crculo amistoso, cuyo lazo es el amor, caldeado en la oracin, en el
trabajo manual e intelectual y en la noble conversacin, donde se estudiaban los ms altos
problemas de la filosofa y de la teologa. Este es el momento en que Basilio recibe aquella
misiva en que se le invitaba a formar parte de aquel otro crculo laico que Juliano empezaba
a organizar en la corte. No conocemos su respuesta. Tal vez no vio en la invitacin imperial
ms que un nuevo indicio de refinada hipocresa y el afn de imitar las bellas instituciones
del cristianismo. Es un hecho que Basilio despreci aquella tentacin peligrosa, prefiriendo la
compaa de los cenobitas del Iris, entre los cuales figuraban su hermano Gregorio de Nissa
y su amigo Gregorio de Nacianzo. Con ellos reza, ayuna y trabaja. Los gobierna, pero sin que
nadie se d cuenta de que hay un superior. Todo en su direccin es discrecin y sabidura. Se
levantan al despuntar el da para alabar a Dios con la oracin y el canto de los himnos. Leen
los libros sagrados y contemplan a los santos personajes de la Biblia como estatuas
vivientes e imgenes animadas. La oracin alterna con el estudio. No se impone el silencio
absoluto, pero tampoco se habla intilmente; es preciso reflexionar antes de hablar, y
disciplinar hasta el tono de la voz. De cuando en cuando, Basilio rene a sus compaeros en
torno suyo, los instruye, resuelve sus dudas y los gua por los caminos de la perfeccin. As
nacen sus Reglas Mayores y Menores, suma de catequesis monacal, que sealan una etapa
esencial en el desarrollo de la vida cenobtica. Con ella, la cultura oriental se junta a la
tradicin pacomiana, el ideal monstico es enriquecido e iluminado con las claridades del
espritu griego.
Aquel monasterio de Iris, donde a los encantos del espritu se juntaban las ms
esplndidas bellezas naturales, pareca haber nacido a impulso de un capricho pasajero, pero
en realidad llevaba en s la vitalidad de una creacin nueva y vigorosa. Por l la vida de
comunidad iba a ocupar finalmente el puesto que le corresponda dentro del cristianismo.
Hasta ahora el aislamiento anacortico se ha considerado como la cima de la perfeccin. El
mismo ideal de San Pacomio es un homenaje a la vida de los anacoretas. Su monasterio nos
da la impresin de un cercado donde el individuo puede vivir seguro. Hay una rgida
disciplina exterior, pero cada cual tiene libertad completa para organizar su vida asctica. El
objeto de aquella minuciosa reglamentacin no es la comunidad, sino el individuo. El aprecio
excesivo de la soledad ofusca a aquellos legisladores egipcios. Piensan que el trato con los
hombres aparta de la compaa de los ngeles, y si aceptan el cenobio es porque el desierto
carece de lo necesario para vivir, y est lleno de fieras y serpientes. San Basilio se da cuenta
de que hay un punto flaco en estas tendencias: es el olvido del precepto fundamental del
amor, y ello le lleva a sentar la tesis contraria: el claustro no es un producto de la necesidad,
sino el ideal ms puro del cristianismo. Familiarizado con el concepto de la ciudad griega, va
a demoler la supremaca del aislamiento con una crtica profunda y radical, en la cual
descubre crudamente los grandes peligros de la soledad y analiza las ventajas de la
convivencia. A semejanza de la Iglesia, el monasterio se le presenta como un organismo en
el cual cada miembro tiene su destino particular. Un espritu comn anima y penetra el
conjunto, transmitiendo la savia vital hasta las ltimas articulaciones.
Esta enseanza pareci tan nueva, que no fue aceptada sin resistencia, y slo
lentamente lleg a propagarse por los centros ascticos del Oriente, que siguen considerando
a San Basilio como su maestro y legislador. Lo es efectivamente. Si no cre el monaquismo
oriental, le infundi una vida nueva cuando se hallaba amenazado de un gran peligro; el de
llegar a ser una sociedad de trabajadores que rezan, o de rezadores que se matan a fuerza
de penitencias. El encauzamiento de la corriente impetuosa que pobl las soledades de Siria
y Egipto trajo el movimiento metdico, militarizado y enfermo de espritu. Se necesitaba un
alma nueva, una sangre joven, algo interno y vital, un corazn palpitante y vigoroso, y esta
espiritualizacin del ideal monstico fue tambin obra de San Basilio. Volvi a renacer el
primitivo entusiasmo, y el milagro se realiz con la repeticin machacona de un solo
principio: el cumplimiento de la voluntad de Dios. Si el asilamiento corporal quedaba
reemplazado por el recogimiento del alma, el cumplimiento de la voluntad divina sustitua a
la red complicada de la primitiva ascesis. Sus obras no tienen de suyo importancia ninguna;
todo depende del espritu con que se las hace. Las mayores penitencias, hechas por
satisfacer la voluntad propia, no sirven de nada. De aqu nace la discrecin de Basilio en su
obra legisladora. De este modo elevaba el ideal monstico y a la vez le extenda: le elevaba
hacia Dios y le extenda hacia el mundo. Nada del mundo que fuese noble, bueno y bello, era
extrao a la vida monacal; la misma cultura pagana poda penetrar en el claustro, purificada
por el bautismo y la penitencia. El claustro no ser un liceo, ciertamente, pero el hlito de
Atenas penetrar en l; la vida religiosa se convertir en una filosofa, el abad en un maestro
y el monje en un campen de la verdad. La pluma y el libro reemplazan a los cestos y a las
esteras. Tal es la evolucin que San Basilio realiza en la historia del monasterio. Sus reglas,
ms doctrinales que dispositivas, son a la vez obra de psiclogo y de observador. Aspira a
ordenar, a completar y corregir la legislacin anterior. Discierne, rechaza y perfecciona con
actitud de crtico, y sepulta para siempre muchas ideas que antes se haban aceptado como
oro de ley.
sus
contemporneos.
Se
una
violencia
semejante,
le
escriba:
Tambin t has cado en la red, tambin t has sido arrastrado al sacrificio. De todas
maneras, en estos tiempos miserables, oscurecidos por tantos cismas y tantos escndalos,
creo que nuestro deber es aceptar sencillamente esa dignidad terrible que han puesto sobre
nuestras cabezas. As pensaba tambin Basilio; empieza a trabajar con entusiasmo en la
predicacin y en el ministerio, en las obras de caridad y en el campo de la controversia. Su
celo se extiende, cuando en 370 los obispos de Capadocia le colocaron sobre la sede
metropolitana de Cesrea.
Fue el tipo autntico del obispo, padre del pueblo, amigo de los desgraciados,
inflexible en la fe, infatigable en la caridad. Seguidor escrupuloso de la pobreza evanglica,
slo tena una tnica, no admita en su mesa ms que pan y legumbres, rechazaba todas las
pompas que iban ya rodeando a la dignidad episcopal; pero al mismo tiempo embelleca la
ciudad y dispona de inmensos tesoros para socorrer a los necesitados. Era aqul un tiempo
de revueltas civiles, en que el capricho de los funcionarios haca veces de ley, y en que los
pueblos encontraban en los obispos sus mejores apoyos contra la arbitrariedad y la tirana.
Una gran parte de la correspondencia de Basilio tiene por objeto cumplir con este oficio
episcopal. Escribe a sus amigos, a los prefectos, al emperador; unas veces pide el arreglo de
un puente, otras la remisin de impuestos a una ciudad devastada por la inundacin, otras el
perdn de un culpable o la rehabilitacin de un inocente. Si un padre rie con su hijo porque
se ha hecho cristiano, Basilio interviene y los reconcilia; si un amo trata con dureza a sus
esclavos, Basilio est all para recordarle la suavidad evanglica. No hay miseria, culpable o
no culpable, no hay inters pblico o particular que no encuentre en l un abogado. En cada
circunscripcin de su dicesis establece un hospicio. En la capital levanta un establecimiento
de beneficencia, que es como una nueva ciudad. Se llama la casa de los pobres. Es a la vez
hospital, alberguera y universidad. En unos edificios reciben la enseanza los nios y los
jvenes, en otros se hospedan los peregrinos, en otros tienen sus habitaciones los ancianos y
los enfermos. Cada sexo tiene sus departamentos especiales; vastos jardines separan los
distintos pabellones; en el fondo se levanta la leprosera, y en el centro est la iglesia,
adornada con todos los esplendores del culto triunfante, dominando, como foco de
consuelo, aquel refugio de todos los dolores, que la gratitud pblica seguir llamando un
siglo ms tarde la Basiliada. Por toda la periferia hormiguea una poblacin de vigilantes,
caridad
triunfante
y arrebatada.
importuna, odiosa, insoportable. Es sta: vende todo lo que tienes y dselo a los pobres.
Ah! Si el Seor hubiese dicho: arrojad vuestro dinero en un abismo de placeres culpables,
prodigadlo con las mujeres perdidas, comprad diamantes, muebles, pinturas; entonces
vosotros, ricos del siglo, triunfarais. Qu demencia! Conocis las ruinas gigantescas que
dominan nuestra ciudad como un aglomerado de rocas artificiales. En qu siglo fueron
levantadas estas fortificaciones hoy desmanteladas? No lo s; pero s que entonces haba
pobres aqu, y que en lugar de socorrerlos, los ricos preferan gastar su dinero en estas
construcciones locas. Pero el tiempo ha soplado sobre esas piedras ciclpeas, las ha
derribado como juguetes de nio, y el dueo de esos palacios arruinados gime ahora en el
infierno. Ms insinuante, aunque tal vez menos pattico, deca en otra ocasin: Cuando
penetro en la casa de un rico opulento y sin entraas, cuando contemplo la magnificencia del
dorado y de los mrmoles, pienso interiormente en la locura de ese hombre, que decora con
tanto lujo los objetos inanimados y deja su alma abandonada. Qu gusto puedes tener en
contemplar tus sillas de marfil, tus mesas de plata, tus lechos de oro, cuando a tu puerta
piden pan millares de hambrientos? Pero dirs: Yo no puedo socorrer a tantos. Y yo te
respondo: El anillo que llevas en el dedo con el rub, el zafiro o el diamante que le enriquece,
podra librar a veinte presos por deudas. Tu guardarropa bastara para vestir a una tribu
entera. Y, sin embargo, te niegas a dar un bolo a la indigencia. No lo olvides: el pan que t
no comes pertenece al que tiene hambre; el vestido que t no usas pertenece al que va
desnudo; el dinero que t malgastas es oro del indigente.
Empujado por aquel anhelo generoso de proteger a cuantos eran vctimas de la
injusticia, Basilio no dudaba en afrontar el peligro y la calumnia. Una viuda perseguida por
un magistrado que quiere casarse con ella contra su voluntad, se refugia en la iglesia de
Cesarea y recibe hospedaje en la casa del obispo. El prefecto se present en Cesarea, y
llamando a Basilio ante su tribunal, se atrevi a exteriorizar las ms infames insinuaciones.
Se hizo una investigacin en la casa episcopal; los lictoresdice Gregorio de Nacianzo
osaron penetrar en la modesta celda de Basilio, sin respeto a los ngeles del Cielo, testigos
de las virtudes sublimes que all practicaba este hombre humilde. Entre tanto, Basilio
permaneca tranquilo delante del prefecto:
Que le despojen del mantodijo ste.
Estoy dispuestorespondi Basilioa quitarme tambin la tnica, si os place.
ser
un
lenitivo
excelente,
porque,
como
podis
advertir,
estoy
sufriendo
San Dmaso pidiendo su ayuda, pero la idea que en Roma se formaba de la situacin del
Oriente era muy confusa. Hasta entre sus ntimos encontraba traidores. Tres aos hace
escriba a uno de ellosque he dejado la palabra a la envidia y al odio. El dolor que he
sentido lo he encerrado en mi pecho. Pero al fin me veo obligado a hablar y a desafiar a mi
mayor enemigo a que presente una acusacin seria contra mi doctrina, mi vida o mis
costumbres. Jams he hecho traicin a la fe. Como la recib, siendo nio, sobre las rodillas de
mi abuela Macrina, as la predico y as la ensear hasta mi ltimo aliento. Hace veinte aos,
t estabas conmigo en la soledad del Ponto, tomando parte en aquella vida de penitencia,
juntamente con mi amigo Gregorio. Recuerdo que a veces pasbamos el ro para ir a
escuchar las cosas celestes que nos deca mi santa madre. Dime, por favor, es que
entonces, cuando todo nos era comn por el derecho de una amistad llena de confianza, me
oste pronunciar alguna de esas blasfemias?
Un da, en Nacianzo, asista Gregorio a un banquete, invitado por un alto personaje.
Despus de hablar de los sucesos del da, recay la conversacin sobre los dos amigos. Me
felicitaban de ser amado por tiescriba el Nacianceno al da siguiente, recordaban nuestra
vida de estudiantes en Atenas, ensalzaban tu elocuencia, ponan tu nombre sobre las nubes.
De repente, un monje de apariencia austera se levanta y dice: Basta de mentiras! Yo
tambin admiro el genio de Basilio y de Gregorio, pero les falta lo mejor, la ortodoxia.
Qu audacia es sta?exclam yo. Quin te ha hecho definidor de dogmas?
Escchamedijo el asceta. Vengo de Cesarea; all he odo un discurso del obispo.
Imposible hablar con ms elocuencia del Padre y del Hijo; pero al tratar del Espritu Santo,
sus palabras eran torpes y oscuras. Hubirase dicho un ro que da vueltas a un peasco para
ir a esconderse en la arena.
No era este monje el nico que crea ver sombras en la enseanza del obispo de
Cesarea sobre la tercera Persona de la Santsima Trinidad. Basilio vise obligado a
justificarse, y lo hizo en un bello tratado, que con abundancia de lenguaje y seguridad
maravillosa expone por primera vez en la Iglesia la teologa completa del Espritu Santo. De
esta manera las circunstancias le iban empujando poco a poco a enriquecer la literatura
cristiana. Era uno de esos hombres que muestran alientos intrpidos cuando se ven
obligados moralmente a obrar, y que slo se deciden a salir del retiro movidos por un deber
imperioso. Gregorio alude a su hablar premioso, que l mismo atribuye a la pesadez
capadociana. Eunomio aade que se estremeca cada vez que se encerraba en su habitacin
para trabajar, y si vamos a creer a Filistorgio, se prestaba con dificultad a las discusiones.
Pero ms que en las luchas dogmticas, nos interesa verle instruyendo a los pobres
habitantes de Cesarea y levantndolos a Dios por la contemplacin de la Naturaleza. Es el
asunto de las homilas que llevan el nombre de Hexamern, porque en ellas se explican las
maravillas de los seis das de la Creacin. Libanio, el retrico pagano, lloraba leyndolas.
Jamsdecaescrib yo cosa semejante. Y no es de Atenas de donde salen estas obras
maestras, sino de Capadocia! No se engaar Basilio al pensar que no habita la mansin de
las musas? Noresponda Basilio; mi nica gloria es ser el discpulo de los pescadores.
Esta frase explica el genio de aquella oratoria y nos da el secreto de su influencia sobre la
multitud. Los juegos de palabras, los torneos literarios, los vanos oropeles, que Libanio
admiraba, eran en Basilio una cosa involuntaria y accidental. Es un orador, ciertamente, el
primer orador que ha tenido la Iglesia, porque Orgenes haba dogmatizado como un profesor
y Atanasio haba arengado como un general. Basilio habla a todos los pblicos con un
lenguaje natural y sabio a la vez, con una frase cuya elegancia no disminuye la simplicidad y
la fuerza. Su palabra se alimenta de recuerdos clsicos, y, sin embargo, corre con una
espontaneidad, que la hace accesible a todas las inteligencias. Para Gregorio, la palabra es
con frecuencia penacho de adorno; para Basilio es siempre una espada, cuya empuadura,
por muy bien cincelada que parezca, slo sirve para meter ms adentro la hoja. Focio
colocaba al obispo de Cesarea entre los ms grandes escritores clsicos, por el orden y la
claridad de los pensamientos, por la propiedad del lenguaje, por la elegancia y la
naturalidad; la crtica moderna admira en l el equilibrio perfecto de la especulacin y la
erudicin, de la .retrica y las dotes de gobierno, y Feneln se inclina reverente ante el
orador grave, sentencioso y austero, ante el hombre que ha meditado todos los detalles del
Evangelio, ante el sutil conocedor de las enfermedades del hombre y ante el gran maestro de
direccin de las almas. Sin perder nada de su familiaridad, aquella elocuencia se nos
presenta ms brillante en las descripciones del Hexamern, donde se encuentra el genio
griego con toda su belleza nativa, dulcemente animado de un colorido oriental, pero siempre
armonioso y puro. Si alguna vezdeca Basiliohabis pensado en el Hacedor de todas las
cosas, cuando en una noche serena paseis vuestra vista por la hermosura inenarrable de los
astros; si alguna vez habis considerado durante el da las maravillas de la luz, venid, dejad
que os conduzca como de la mano a travs de los prodigios del universo. Describe luego las
bellezas de la tierra, el orden, los perfumes, los colores, la msica de las cosas, y concluye:
Si estas cosas visibles son tan admirables, qu sern las invisibles? Ese sol perecedero y,
sin embargo, tan hermoso, nos ofrece asunto de admiracin inagotable. Qu ser el sol de
la justicia divina en su soberana hermosura?
Los artesanos de Cesarea amaban estos apstrofes vibrantes, los escuchaban
anhelantes y respondan a ellos con lgrimas y aplausos. Cuando la muerte apag aquella
voz, nada poda consolarlos. El dolor rayaba con la demencia; lloraban hasta los judos y los
paganos; la multitud corri sollozando a tocar por ltima vez el cuerpo inerte. Algunos
murieron sofocados; y los demsdice San Gregorioenvidiaron la suerte de estas
vctimas funerarias, y as colocaron a mi amigo en el sepulcro de sus abuelos: cerca de los
obispos, el obispo; el mrtir, cerca de los mrtires, y junto a los predicadores, la gran voz
que sigue vibrando siempre en mis odos.
Otro de los grandes doctores orientales, defensor, como Atanasio, de la divinidad del
Verbo, pero muy distinto en su carcter, en su estilo, en sus procedimientos. Atanasio, puro
telogo, desdea la literatura; a pesar de su conocimiento de la filosofa helnica y de la
mitologa, es elocuente a fuerza de evitar la elocuencia; Gregorio, en cambio, acudir a todos
los artificios del talento oratorio para expresar las verdades del cristianismo en una lengua
no indigna de Lisias o de Platn. Es un representante autntico del genio griego en su
primitiva belleza, ms abundante acaso y menos tico, pero siempre armonioso y puro,
aunque iluminado por dulces matices orientales.
Gregorio no era un heleno, sino un asitico. Haba nacido en Arianzo, un pueblecito
de Capadocia, cercano de Nacianzo, la pequea ciudad donde luego fij su residencia. A los
veinte aos le encontramos en Atenas entregado con pasin al estudio de las bellas letras;
pero antes haba recorrido ya todo el curso de la filosofa helnica en las escuelas de Cesarea
y Alejandra. En las aulas atenienses se encontr un joven de su tierra, cuyo nombre iba a
pasar a la posteridad estrechamente unido con el suyo. Era el futuro obispo de Cesarea, San
Basilio. Con temperamentos diferentes, el uno ms austero y el otro ms apacible, el uno
mejor ordenado por las enseanzas de la ciencia y el otro ms arrebatado por los arranques
del amor divino, ambos eran igualmente fervorosos en la oracin, igualmente puros en sus
costumbres, igualmente entusiastas de las letras; la poesa y la elocuencia. Ya entonces uno
de los ms famosos retricos paganos de aquel tiempo, Libanio, sola decir con tristeza que
aquellos dos discpulos del Evangelio hubieran sido capaces de resucitar las maravillas de los
propsito
para
gustar
aquella
vida
de
dej convencer fcilmente, y algo ms tarde figuraba entre los miembros ms fervorosos de
aquella comunidad ideal. Todo all era sobriedad y sencillez. Se araba el campo, se regaba el
jardn, se explotaba el bosque y se aprovechaban las canteras cercanas. Una gran parte del
da estaba consagrada a la oracin, a los cantos religiosos, al estudio de las letras cristianas
y a la instruccin de algunos jvenes venidos de Grecia y de Asia. Basilio y Gregorio
componan magnficos discursos y bellos poemas. Juliano el Apstata acababa de arrojar la
mscara. Uno de sus primeros cuidados haba sido prohibir a los cristianos el estudio de la
elocuencia y de las letras profanas. Para nosotrosdeca irnicamente, las artes de
Grecia, juntamente con el culto de los dioses; para vosotros, la ignorancia y la rusticidad:
sta es vuestra sabidura. Sus prfidas disposiciones slo sirvieron para arraigar ms en los
maestros cristianos el amor de aquellas ciencias, en que vean un arma de defensa y de
victoria. Todo te lo dejoresponda Gregorio, indignado, las riquezas, el nacimiento, la
gloria, la autoridad, los bienes todos de aqu abajo, que se desvanecen como un sueo; pero
la elocuencia es ma; y no me pesan los trabajos ni las peregrinaciones emprendidas por
tierra y por mar para conquistarla.
Los das pnticos dejaron en el alma del monje poeta un recuerdo imborrable. Ms
tarde, en medio de las preocupaciones de la vida episcopal, los recordar como los ms
felices de su vida. Quin me devolverexclamabaaquellas salmodias, aquellas vigilias,
aquellas ascensiones al Cielo por medio de la oracin, aquella vida libre del cuerpo, aquella
concordia de las almas, que se dirigan juntas hacia Dios? No he olvidado aquel bosque en
que trabajbamos, aquellos rboles que plantbamos, aquellas piedras que tallbamos; no
he olvidado aquel pltano, ms precioso que el pltano de oro de Jerjes, junto al cual vena a
sentarse, no un rey con toda la pompa de su grandeza, sino un monje que lloraba sus
pecados. Yo le plant, y t, mi precioso amigodeca Gregorio, refirindose a Basilio, le
regaste. Dios le hizo crecer para nuestra gloria, como recuerdo de nuestros asiduos
trabajos.
Nombrado metropolitano de Cesrea, Basilio oblig a su amigo a aceptar el
episcopado de Ssimo, una poblacin insignificante de los confines de la Capadocia,
amenazada constantemente por bandas de herejes y bandoleros. Gregorio haba tenido
siempre horror al episcopado; pero el que ahora se le ofreca tena casi un aspecto burlesco.
Qu voy a hacer en los desiertos de Ssimo?se preguntaba con amargura. Soy acaso
un carabinero, para ir en busca de bandidos? Poco falt para que se enturbiasen las
relaciones entre aquellos grandes hombres. La santidad no le impeda a Gregorio exhalar
estas amargas quejas: Segn se va a las montaas, en el cruce de tres caminos, hay una
poblacin horrible, sin agua, sin rboles, sin vegetacin, sin habitantes. Slo ruido de carros,
polvo, clamores de aduaneros, cepos, cadenas, alaridos de contrabandistas puestos en
cuestin de tormento. Esta es mi ciudad episcopal. El pueblo se recluta de vagabundos
fugitivos, proscritos y salteadores de caminos. Estos son mis fieles; sta es la silla que me
regala el omnipotente Basilio desde la cumbre de su trono primacial. Qu munificencia! Qu
recuerdo tan conmovedor de nuestra vida comn en Atenas! Basilio tena sus razones para
obrar de aquella manera, aunque l mismo comprenda que no haca un gran favor a su
darse cuenta de que el extranjero estaba tramando contra l un complot infame: quera,
nada menos, suplantarle en la sede constantinopolitana, y hasta lleg a hacerse consagrar
por algunos obispos de extraccin dudosa.
Una vez ms, Gregorio haba dado pruebas de que
su bondad rayaba en candor, de que le faltaba la
penetracin que sirve para descubrir la astucia de
los
malvados.
Mortificado
por
aquella
de los vagos deseos, en los gritos profundos y desgarradores del dolor metafsico y de las
dolencias del alma. Es una poesa subjetiva, tierna, grave y austera, pero iluminada por las
esperanzas de la religin. En las mayores turbaciones, la fe viene a serenar el espritu del
poeta y a hacerle prorrumpir en gritos de alborozo.
Atormentado por la tristezaleemos en una de estas deliciosas meditaciones, me sent
ayer a la sombra del bosque opaco; nadie estaba conmigo, porque, en mis males, amo el
consuelo de conversar a solas con mi alma. El soplo del aire, mezclado a las voces de los
pjaros, dejaba caer un dulce sueo de las copas de los rboles. Las cigarras, ocultas en la
hierba, estremecan el bosque; un agua transparente baaba mis pies, refrescando la
alameda; pero yo, absorto en mi dolor, miraba indiferente todas estas cosas, porque el
placer es odioso en las horas amargas. Del fondo de mi corazn agitado saltaban estas
palabras: Qu soy? Qu fui en otro tiempo? Cul ser mi paradero? Lo ignoro. Otros ms
sabios que yo lo ignoran tambin. Envuelto entre nubes, ando de aqu para all, sin tener
cosa alguna, ni siquiera el sueo de lo que deseo. Vamos tropezando por caminos oscuros
bajo el peso de la tiniebla de los sentidos. Yo soy, dices; pero, qu cosa? Porque lo que era,
ya desapareci, y ahora soy otra cosa. Paso con la rapidez de esta corriente. Nadie cruza dos
veces por el mismo bosque; nadie ve dos veces unos mismos ojos. En medio de estas
incertidumbres, el poeta se detiene aterrado; se irrita contra s mismo, retracta sus palabras
y cae de rodillas adorando a la Trinidad. Ahora, las tinieblasdice; luego, la verdad;
entonces, contemplando a Dios o devorado por las llamas, comprenders todas las cosas.
Estas palabrasaadedisiparon mi dolor. Atardeca cuando sal del bosque para encerrarme
en casa. Iba rindome de la locura de los hombres, y a la vez sintiendo las heridas de los
combates de mi espritu atormentado.
Es una de las fiestas ms antiguas del ciclo litrgico. Ya en el siglo III nos hablan de ella los
Padres orientales. LIambasela Epifana, que quiere decir manifestacin, y en ella se
conmemoraba, sobre todo, la manifestacin del Hijo de Dios al mundo por medio de aquella
voz que se oy sobre l en el momento de ser bautizado por San Juan: ste es mi Hijo muy
amado, en quien tengo todas mis complacencias. A la conmemoracin de este Misterio se
uni pronto la del primer milagro en las bodas de Cana; y no tard en celebrarse tambin,
bajo el mismo ttulo de Epifana, la revelacin de Jess a los gentiles por medio de la estrella
milagrosa cuya luz alumbr el camino de los Magos. Para los occidentales, que aceptan la
fiesta alrededor del ao 400, la Epifana es, ante todo, el da de los Reyes Magos.
La historia de aquellos personajes misteriosos, que adoraron a Jess pocos das despus de
su nacimiento, aparece en el Evangelio de San Mateo. Magos los llama el sagrado texto, es
decir, sacerdotes, y como tales, hombres respetados en su tierra por el prestigio de la
sabidura y por la influencia de la virtud. No eran reyes, pero eran los consejeros y los
seores de los reyes, los que transmitan a los reyes la voluntad de Dios, los que
interpretaban los sueos, sacrificaban las vctimas, ofrecan las libaciones, posean los
secretos de la tierra y lean el porvenir en las combinaciones estelares. Todo esto significa la
palabra mogh en la lengua de los persas.
Venan
de
Persia,
de
las
regiones
del
pinturas
de
las
Catacumbas
estos
generosos peregrinos de la luz. Sacerdotes de una religin superior a los antiguos cultos
idoltricos, adoradores de Auramazda, el grande, el luminoso, el hermoso, el activo, el
inteligente, eran los depositarios de las tradiciones primitivas, los portavoces de los anhelos
religiosos de su tiempo. Sus antepasados haban vivido en contacto con los profetas de
Israel, haban conocido los libros de la revelacin judaica, y tal vez en sus cenculos se
repeta con veneracin la profeca de Balaam: He aqu lo que anuncia el hombre que ha
odo la palabra de Dios, el hombre que ha conocido el pensamiento divino, el hombre que ha
visto las visiones de Dios. Yo le veo en la lejana; le descubro en los horizontes del porvenir.
Una estrella saldr de Jacob y un cetro se levantar en Israel. En aquella misma ciudad de
Babilonia, centro de los imperios mesopotmicos, haba vivido uno de los ms grandes
videntes, Daniel, el intrprete prodigioso de sueos, el juez supremo de los sabios de
Caldea; el que, junto a las aguas del Eufrates, en una visin memorable, haba adivinado los
aos y los meses que faltaban para el advenimiento del Mesas. La vieja profeca del ministro
de Nabucodonosor estaba prxima a cumplirse. As lo decan los sutiles calculadores y
descifradores de los ladrillos cficos y los signos astrolgicos. Por todo el Orientedice el
historiador de los Csarescorra el rumor de que un gran Rey se iba a levantar en Judea
para conquistar el mundo.
En medio de esta expectacin, tres de aquellos sabios descubrieron una estrella desconocida.
He aqu el signo del gran Reyse dijeron mutuamente, recordando las antiguas profecas;
vayamos en su busca, y ofrezcmosle nuestras ms ricas ofrendas. Otra luz ms misteriosa,
la de la fe, empezaba a brillar en su corazn. Ella les lanz a una aventura que debi hacer
rer a muchos de sus compaeros. Se vistieron de sus brillantes clmides de seda, reunieron
sus esclavos del Cucaso y de Etiopa, cargaron en sus camellos los ms ricos presentes, y
con las alforjas bien provistas caminaron en direccin a la tierra de que haba hablado el
adivino de Moab. Fue un viaje de meses, primero por las llanuras polvorientas de la
Mesopotamia, despus por el desierto interminable de los nmadas, hasta llegar a Edesa,
frontera del mundo romano; a Palmira, la del oasis, que se convertir en una gran ciudad; a
las ridas riberas del mar Muerto. En los puestos de las guarniciones, entre los grupos de los
mercaderes y en medio de las caravanas espan cualquier noticia que pueda referirse a lo
que es el objeto de su viaje. Pero nadie habla de aquella estrella que ellos han visto, ni de
aquel Rey que buscan. A veces se deciden a preguntar claramente; pero las gentes levantan
los hombros y los miran con ojos burlones. Mas he aqu la ciudad torreada de los ungidos de
Dios: al fin van a salir de dudas. Jerusaln estaba acostumbrada a ver pasar por sus calles
las recuas de los camellos de Oriente, montados por prncipes y comerciantes, relucientes
con sus cadenas de oro y sus policromas vestiduras. Pero ahora fue grande la sorpresa
cuando por las plazas y mercados corri de boca en boca la pregunta de aquellos
extranjeros: Dnde est el Rey de los judos que acaba de nacer? Hemos visto su estrella
en el Oriente, y venimos a adorarle.
Los judos tenan su viejo rey en Herodes el Grande. Durante treinta aos, el astuto idumeo
se haba sostenido en el trono haciendo esfuerzos desesperados. En vano intentaba hacer
olvidar su origen; en vano encarcelaba y asesinaba para suprimir a los ltimos descendientes
de Judas Macabeo; en vano derramaba torrentes de sangre en su misma familia. Su carcter
suspicaz vea peligros por todas partes. Como todo usurpador, se asustaba de una sombra. Y
he aqu que sbitamente llega a sus odos la noticia de aquellos extranjeros, que hablan de
un recin nacido destinado al trono donde le han puesto las legiones de Roma. Siempre
diplomtico, disimula el terror que le agita, rene a los principales miembros del Sanedrn y
les propone la gran cuestin: Dnde ha de nacer el Mesas? El Consejo delibera, se
revuelven los libros santos, y algunos de los sacerdotes ms ilustrados recuerdan el texto de
Micheas: Y t, Beln, tierra de Jud, no sers la ltima entre las principales de Jud, porque
de ti ha de salir el Jefe que apacentar a mi pueblo. S, es en Beln, deciden
unnimemente, y transmiten la respuesta al soberano.
Herodes ha tomado su resolucin. Dispuesto a alejar cuanto antes a los Magos, para evitar
rumores en la ciudad, se entrevista con ellos, finge entrar en sus miras, les interroga
minuciosamente acerca del astro que les gua, y cuando lo sabe ya todo, les habla de esta
manera: Id a Beln, buscad con cuidado ese nio, y cuando le hayis encontrado, enviadme
la nueva, pues tambin yo quiero ir a adorarle. Era el lenguaje de la prudencia y a la vez el
de la irona. Para el viejo zorro, aquellos orientales eran unos pobres visionarios; pero, por lo
que pudiese suceder, no estaba de ms tomar las medidas convenientes. En estas pesquisas
haba pasado la mayor parte del da, y ya empezaba a anochecer cuando los Magos se
disponan a dejar la Ciudad Santa. A los pocos pasos la estrella milagrosa aparece de nuevo
ante ellos, invitndoles a proseguir su viaje, y llenndoles de grande alegra, hasta que una
hora ms tarde se detuvo repentinamente. Lo que a su vista se ofreca no era un palacio
deslumbrante, sino una casa baja y pobre. Entraron sin vacilar, y all encontraron al Nio con
Mara, su Madre, ambos iluminados de celestial hermosura. Y sucedi aquella noche una cosa
admirable: a los pies de la Virgen, que estrecha al recin nacido entre sus brazos, se
prosternan los tres sabios, arrastrando por el polvo sus mantos bordados de oro y adorando
a Dios, oculto en humildes paales. A la puerta se agolpa su squito, los camellos doblan la
rodilla, y los servidores descargan preciosos cofres de marfil: all estn los tesoros que los
Magos ofrecen a Jess: el oro, el incienso y la mirra, o la goma amarillenta y agria del
blsamodendron. El Nio sonre, la Madre habla de las cosas prodigiosas que ha obrado el
Seor en los ltimos das: el nacimiento milagroso, los cantos de los ngeles, la visita de los
pastores. Tal vez ofrece a sus huspedes algo del queso que le trajeron en la noche de
Navidad. Los Magos escuchan maravillados, y en el hijo de un obrero reconocen al Dios de la
eternidad, al Rey universal de todas las cosas, y al hombre destinado a los dolores y la
muerte. Es el simbolismo de los tres dones que dejaron delante de l. Despus, llevando en
el corazn el jbilo de un tesoro mayor, se volvieron a su tierra.
Esto es lo que dice el texto sagrado. La leyenda
se encargar de transformar a los sabios en
reyes
poderosos,
poniendo
la
vistindolos
corona
sobre
de
sus
prpura,
frentes,
Barcelona era ya entonces la gran ciudad mediterrnea, la de los ricos magnates, la de las
grandes empresas mercantiles, la de las audacias guerreras, encaminadas a enriquecer y
extender la patria. Los sabios empiezan tambin a distinguirse dentro de sus muros, a la
misma altura que los guerreros y los comerciantes. As el maestro Raimundo, gran lumbrera
del espritu en aquel siglo en que brillan como soles Alberto Magno y San Buenaventura. La
juventud acude a recibir su enseanza, los barceloneses le consideran como la gloria de su
ciudad, y Don Jaime, el pequeo rey de diez aos, que despus ser tan grande, le mira con
veneracin y se siente orgulloso de tenerle en su reino. Raimundo lleva en sus venas la
sangre de los barones de Peafort, que tienen su castillo en Olrdola; pero ms que la
nobleza, ms an que los lauros guerreros, le interesa la conquista del saber. Largos aos ha
estudiado en Bolonia, ha conocido a los grandes maestros de la poca, se ha hecho maestro,
a su vez, y ha empezado a ensear. Es el primer canonista de la cristiandad, y en Teologa
emula a los mejores. Ahora (1219), el sabio acaba de volver a su patria; es gua espiritual de
los pequeos y de los grandes, interviene en los Consejos reales, tiene una buena canonja,
y, con ttulo de capiscol, ensea en el claustro catedralicio las muchas cosas que aprendi en
los aos de su peregrinacin cientfica.
Por su ctedra y por su confesionario pasan los
hijos de los mercaderes y de los caballeros:
ambiciones de saber, ambiciones de triunfar, y
algunas veces, tambin, ambiciones de ser santo.
Estas
son,
sobre
todo, las
que el cannigo
que
sabe
ungir
el
Decreto
con
el
Piensa
en
la
escuela,
pero
piensa
de
los
estudiosos
reclamaban
jurdica con los cnones y las decretales. Ellos condensan y asimilan, respectivamente, la
jurisprudencia antigua y la filosofa antigua en forma perfectamente organizada, no con la
rigidez del sistema, sino con la flexibilidad del ser vivo; no con arrogancia de hierofantes,
sino con la intuicin certera de la verdad y con la tmida modestia de quienes han analizado
tantos sistemas y descubierto tantos errores.
Vstago de una familia de rancia estirpe, que en otros tiempos haba disfrutado las altas
magistraturas de la ciudad patricia, Eulogio naci cuando el poder muslmico se consolidaba
en su tierra andaluza. Las apostasas eran innumerables; pero en su casa, mermada
materialmente por la dominacin extranjera, se conservaba intacto el tesoro espiritual del
pasado. Su abuelo, el viejo Eulogio, olvida leyendo la Biblia la malicia de los tiempos. Pero
cuando el almudano, desde la torre de la mezquita cercana, lanza su grito estentreo
El
sentimiento
de
su
indignidad
le
aterra,
mis
crmenes
me
atormentaban;
vea
su
los suyos? Paulo Alvaro, que penetr en todas las intimidades de su vida, los desconoce; slo
sabe que todas las obras de su vida estaban llenas de luz; que de su bondad, de su
humildad y de su caridad poda dar testimonio el amor que todos le profesaban; que su afn
de cada da era acercarse ms al Cielo, y que gema constantemente porque le pesaba
mucho el fardillo de su cuerpo. Noches enteras se pasaba en oracin regando con sus
lgrimas el pavimento de la iglesia de San Zoilo. Al estudio sucedan largas y encendidas
meditaciones; a las meditaciones, ayunos austeros y severas penitencias, cumpliendo as
aquel aforismo espiritual de su maestro: Si quieres que tu oracin vuele hasta Dios, pona
dos alas: el ayuno y la limosna. Esto no le bastaba. En su cuerpo senta los ardores de la
juventud; y el recuerdo de algunas ligerezas pasadas vino a turbar su memoria. Para domar
el primero y borrar las segundas, pens tomar el bculo de peregrino y hacer a pie el viaje a
Roma. Ir de Andaluca a Roma era entonces poco menos que imposible. Pronto ver Eulogio
cuan difcil es pasar los Pirineos. Con vivos colores le pintaron ahora los suyos la dificultad de
la empresa, pero sin hacerle vacilar. Su madre llor y le llam mal hijo; sus hermanas se
colgaron a su cuello; Alvaro calific de locura aquella resolucin. Fue casi preciso acudir a la
violencia. Todosdiceresistimos aquella tentativa, y al fin logramos detenerle, pero no
persuadirle.
Eulogio se veng de aquella derrota, ausentndose de casa largas temporadas. La nostalgia
de la soledad le persegua siempre, y cada da senta con ms fuerza su voz misteriosa y
sutil. Eran todos los sntomas de esa inquietud sagrada y deleitosa que sobreviene con
frecuencia a los grandes espritus. Dos fuerzas contrarias le arrastraban, y de ah proceda su
tormento. Hubiera deseado estar en la parroquia y en el monasterio, salvar almas y vivir a
solas con Dios. Al fin, logr combinarlas misteriosamente, gozando de las glorias divinas de
la una sin apagar las santas ambiciones de la otra. Recorra los monasterios que entonces
rodeaban a Crdoba como un cinturn sagrado, hablaba con los santos anacoretas, imitaba
sus penitencias, viva su misma vida, y despus de algn tiempo volva a aparecer para
adornar la iglesia con la doctrina de su boca. Pisaba el camino del siglo doliente y
ansioso, pero volva de nuevo a emprender su vida de amores sacerdotales y triunfos
apostlicos. En la montaa se le vea derramando lgrimas de penitencia; en la ciudad se
opona como un muro de bronce a la relajacin y a la apostasa. No callarexclamaba;
ser como un perro, que nunca se cansa de defender los intereses de su seor, y tanto ms
ladra y acomete cuanto ms le hieren y atormentan.
En 845 emprende un viaje famoso en busca de sus hermanos, a quienes los azares de la
vida comercial haban llevado hasta las regiones del Rin. Eulogio no pudo pasar los Pirineos.
Lleg primero a Catalua, maltratada entonces por una guerra feroz. Quiso luego atravesar
por el paso de Roncesvalles, pero tambin all encontr el tropiezo de la confusin poltica y
las bandas guerreras. Mientras volva la paz, recorri los principales santuarios de Navarra,
dejando amigos en todas partes. Los grandes monasterios, las escuelas ms florecientes, los
centros donde florecan los hombres ilustres por su sabidura y su virtud, ocuparon durante
varios meses la atencin del piadoso viajero, sin olvidarse tampoco de preguntar por sus
hermanos a los peregrinos que cruzaban por las gargantas de Valcarlos. Supo, al fin, de
ellos, y con noticias consoladoras dio la vuelta a su patria. La familia abandonadanos dice
l mismorecibi a su peregrino y a su seor, despus de tan larga ausencia, alegrndose
como si saliese del sepulcro.
No fue mucho lo que ese viaje ense a Eulogio acerca de la verdadera situacin poltica y
religiosa de Espaa. Los cordobeses no saban a punto fijo lo que pasaba en el Norte, y a
juzgar por lo que nos dicen las historias rabes, deban creer que se trataba nicamente de
unos cuantos grupos de malhechores salvajes y rebeldes a toda autoridad. La realidad era
ms seria y de mejor agero para los defensores de la tradicin espaola. En Toledo, en
Pamplona y en Zaragoza, Eulogio conoci a muchos hombres de buena voluntad, que vivan
en la esperanza de das mejores. Si antes se haba distinguido ya como uno de los ms
ilustres representantes de la Espaa antigua, ahora se consagr con nuevos bros a restaurar
todas las formas de la cultura isidoriana, amenazadas de muerte: lengua, literatura, religin,
vida monstica, espritu y costumbres. Junto a la baslica de San Zoilo cre una escuela que
no tard en convertirse en un centro de espaolismo mirado con desconfianza por las
autoridades musulmanas y con entusiasmo por toda la juventud andaluza, que no poda
plegarse a la dominacin extranjera.
Fuera de las aulas continuaba su obra renovadora, consagrando el tiempo que le dejaba libre
el ministerio a restaurar el haber literario de la poca visigoda, olvidado, adulterado, disperso
y, en gran parte, perdido. Quera resucitar el pasado, formar una biblioteca como la que
Isidoro haba reunido en Sevilla. Empez a buscar manuscritos por todas partes, a
comprarlos, a copiarlos y a hacerlos copiar. De Navarra vino cargado de libros: obras de
Porfirio, de Avieno, de Horacio, de Juvenal, de San Agustn. Cada dadice Alvaronos
daba a conocer nuevos tesoros y cosas admirables desconocidas. Dirase que las encontraba
entre las viejas ruinas o cavando en las entraas de la tierra. Muchos de aquellos cdices se
hallaban en un estado lamentable; unos, ajados por el tiempo e incompletos; otros,
corrodos por la humedad; otros, lastimosamente viciados y adulterados. Para volverlos a
su primer estado, Eulogio correga las cosas viciadas, reformaba lo que estaba roto y
deteriorado, remozaba lo viejo y caduco, y todo lo que a l llegaba de los antiguos varones lo
volva a nueva vida. No hay sabio alguno que pueda ponderar aquel afn incansable, aquella
sed de aprender y ensear que adornaba su alma. Qu volmenes no conoci? Qu
ingenios permanecieron para l ocultos, bien fuesen catlicos o herejes, filsofos o poetas
gentiles? Qu versos hay cuya armona l ignorase Dnde estn los himnos o peregrinos
opsculos que no recorriese su hermossima mirada? Y oh admirable suavidad de su alma!
contina diciendo Alvaro, nunca quiso saber cosa alguna para s solo, sino que todo nos lo
entregaba a nosotros. A todos los que con l vivamos nos comunicaba la luz de sus obras y
el resplandor de su ingenio; y se lo ha comunicado tambin a los venideros. Para todos
derramaba su luz el siervo coronado de Cristo, luminoso en todos sus caminos: luminoso
cuando andaba, luminoso cuando volva, lmpido, nectreo y lleno de dulcedumbre.
En aquel ardor febril haba una generosa tendencia nacionalista. El maestro de San Zoilo se
haba constituido en jefe de un partido que reuna a los ms sanos y fervorosos partidarios
de la religin cristiana, y cuyas intenciones no eran revolucionarias ni violentas. Los espritus
se hallaban en un grado de exaltacin que slo era la reaccin contra la opresin de los
musulmanes. No haba persecucin propiamente dicha, pero la misma ley haca la vida
insoportable para un cristiano; y a la ley se juntaban las consecuencias del fanatismo
popular, ms intolerante an tratndose de monjes o sacerdotes. Su presencia en la calle
daba lugar ordinariamente a alguna escena desagradable. Los nios gritaban contra ellos
toda suerte de injurias; los jvenes cantaban canciones satricas; las personas mayores
movan
la
cabeza
lanzando
miradas
burlonas
colricas
murmurando
palabras
gran nmero de cristianos. Una noche de tristeza invada ahora el alma del noble luchador.
En otro tiempoescribe desde el calabozotodo era para m tranquilidad y sosiego; en mi
casa haba paz y amor y yo era feliz en ella. Pero, de repente, la alarma ensombreci todos
los corazones, nos turbamos todos, y la ciudad entera se estremeci. No obstante, era tal
su valor, que desde la crcel misma, desafiando las iras del emir y las del metropolitano,
public su Memorial.
Estos meses de su encierro fueron de una actividad increble. Mientras los dems se
entregaban al ocio y al descansodice su amigo, l lea y rezaba, sin acordarse de las
cadenas, recogiendo siempre la miel de los buenos libros y paladendola con la boca y con el
corazn. Lo que ahora le preocupaba era la restauracin de la prosodia latina. Tal vez es
ste uno de los momentos ms bellos de su vida; tiene la espada sobre la cabeza, y todava
se acuerda del porvenir de la cultura hispanolatina. Los sabios de Espaanos dice Alvaro
haban perdido la nocin del verso clsico; Eulogio la va a resucitar, aprovechando las largas
horas de la prisin, propicias para esta labor de paciencia y observacin menuda. En la
semioscuridad de su encierro, el prisionero lea y relea los poemas de la antigedad, y al
poco tiempo ya poda comunicar a sus discpulos las leyes del hexmetro, del yambo y del
sfico, despertando entre sus discpulos un renacimiento de la poesa. Al mismo tiempo
alienta a los que vacilan, cansados de las molestias de la prisin, escribe una larga carta a su
amigo el obispo de Pamplona, y redacta el Documento Martirial, que, destinado a sostener en
un momento de debilidad a las dos vrgenes Flora y Mara, tuvo el xito ms completo.
Diez aos dur aquella lucha pica. Durante ellos,
la existencia de Eulogio es un herosmo continuo,
tenso y jovial. Ya no ensea en San Zoilo; su
escuela ha sido disuelta, pero sigue siendo el
doctor de los mozrabes, el orculo de la religin
perseguida. Resiste a los secretarios del emir,
hace enmudecer en un concilio a los obispos
comprados
por
Abderramn,
sufre
las
Juezdijo, tengo un deber sagrado, y ese deber me obliga a dar la luz de la fe a los que
me la piden. A nadie puedo negrsela si de veras busca los caminos de la vida que son
santos. Es la misin del sacerdote, es una exigencia de la religin verdadera, es el mandato
de mi Seor Jesucristo. Esta joven vino a que la instruyese en la fe, y francamente te digo
que la he instruido, como te instruira a ti de muy buena gana si me lo pidieses.
Ahmed mir, hizo una seal a los sayones y mand traer las varas.
Para qu quieres eso?pregunt Eulogio al verlas.
Para sacarte el almarespondi el cad.
Noreplic valientemente el sacerdote. No creas que vas a destrozar mis miembros con
los azotes. Si quieres devolver mi alma al que la cri, es mejor que afiles la espada. Mira,
soy cristiano y lo he sido siempre. Confieso que Cristo, Hijo de Mara, es verdadero Hijo de
Dios, y vuestro profeta un impostor, un adltero, un endemoniado, que os lleva por el
camino de la perdicin.
Repentinamente, Eulogio haba tomado su partido, el de morir sellando con su sangre los
principios de toda su vida. Su proselitismo no era suficiente para merecer la pena capital. El
juez quera imponerle un castigo ignominioso; mas para l, el ltimo hispanorromano, el
descendiente ilustre de una familia senatorial, era preferible la muerte. Y ahora era ya reo de
muerte por haber blasfemado de Mahoma. Sin embargo, Aben Ziad no se atrevi a cargar
con una responsabilidad como aqulla. Eulogio era el primado electo de Espaa y el
sacerdote ms respetado de los cordobeses y su ejecucin poda ocasionar complicaciones en
Crdoba, en Toledo y hasta en los pases del Norte. Se le llev al alczar, y all se improvis
un tribunal, formado por los ms altos personajes del gobierno: visires, eunucos; secretarios
y oficiales de la guardia real. Uno de ellos, ntimo de Eulogio, llense de compasin al verle,
y le habl con todo el afecto de un amigo:
Comprendole dijoque los idiotas y los tontos vayan a entregar intilmente su cabeza al
verdugo; pero t, que eres respetado por todo el mundo a causa de tu virtud y tu sabidura,
es posible que cometas ese disparate? Escchame, te lo ruego; cede un solo momento a la
necesidad irremediable, pronuncia una sola palabra, y despus piensa lo que ms te
convenga; nosotros te prometemos, mis colegas y yo, que jams te hemos de buscar ni
molestar.
Eulogio dej escapar una sonrisa de indulgencia y de agradecimiento, pero su respuesta fue
firme:
Oh, si supieses lo que nos espera a los adoradores de Cristo! Si yo pudiese trasladar a tu
pecho lo que siento en el mo! Entonces no me hablaras como me hablas, sino que te
apresuraras a dejar alegremente esos honores mundanos.
Y continu disertando sobre las promesas del Evangelio, sobre la paz de los servidores de
Dios, sobre los goces del reino celeste y sobre la vanidad de las cosas mundanas.
suspirada,
atributos
revelndole
divinos:
la
sucesivamente
unidad
absoluta,
los
la
Admir,
sobre
todo,
aquellas
palabras
profundas de cuantas nos ofrece la historia de las controversias arrianas. Las discusiones de
Atanasio son ms personales, ms violentas, ms apasionadas. Reflejan el ambiente de la
lucha. Hilario, en cambio, se mueve en el campo de las ideas eternas; tiene menos fuego,
pero hay ms orden en su lgica. El obispo no se olvida del rtor que brill en las escuelas
durante los das de su mocedad. El patricio conserva los ademanes heredados de elegancia y
dignidad. Escoge la diccin, distribuye sabiamente las partes y desarrolla las ideas de una
manera armoniosa. A diferencia de otros autores eclesisticos, Hilario tiene en todo
momento la preocupacin de escribir bien, de dar amplitud al perodo, de multiplicar las
imgenes y presentarlas artsticamente, de dejar las frases con rtmicas cadencias. Es un
concienzudo discpulo de Quintiliano, como lo observ ya San Jernimo. Tena como principio
que el que maneja la palabra de Dios debe hacer honor al Autor de esa palabra; como el
notario de un rey debe estar a la altura de la grandeza de su amo. Al fin de la obra sobre la
Trinidad, leemos estas palabras: El Apstol no nos ha enseado una fe desnuda y pobre de
razn. Es verdad que la fe es lo ms necesario para la salvacin; pero si no la adorna la
ciencia, podr acaso en la hora del combate encontrar un refugio para defenderse, pero no
podr avanzar contra el enemigo con la certidumbre de vencer. Ser como el campamento en
que los dbiles se refugian, pero no se lanzar al combate con la audacia del guerrero.
Esta fe ilustrada es la que daba alientos al gran campen de Nicea. Fuerte con ella, recorra
las provincias asiticas destrozando monstruos de errores, se presentaba en el Concilio de
Seleucia (359), defenda la ortodoxia contra todos los obispos del Oriente arriano, llegaba a
Constantinopla, consegua una audiencia del emperador; y viendo que todos aquellos
esfuerzos resultaban intiles, asqueado por la atmsfera de opresin, de violencia y de
hipocresa que reinaba en la corte, dejaba escapar su indignacin en un escrito amargo, en
que el alma altiva del patricio y del cristiano se revolvi iracunda contra los atropellos de la
tirana. Pas, al fin, el tiempo de callarescriba Hilario; los mercenarios han huido, y el
pastor debe levantar la voz.
Todo el mundo sabe que desde que soy un proscrito, nunca he dejado de confesar la fe, pero
sin rechazar ningn medio aceptable y honroso de establecer la paz. Y pues he guardado el
silencio hasta ahora, de suerte que ni la amargura de las injurias ha podido hacerme hablar,
es evidente que si al fin levanto la voz con la libertad de un cristiano, no soy impelido por la
pasin humana. Quisiera haber vivido en tiempo de Decio y de Nern. Inflamado por el
Espritu Santo, sostenido por la misericordia de Dios, me hubiera redo de la tortura y del
fuego, y ni la cruz misma me hubiera aterrado... Mas he aqu que ahora combatimos contra
un perseguidor disfrazado, contra un enemigo que acaricia, con el anticristo Constancio. No
nos condena para hacernos nacer a la vida; nos enriquece para llevarnos a la muerte. No nos
encierra en una crcel para hacernos libres; nos honra en su palacio para esclavizarnos. No
corta nuestra cabeza con la espada; mata nuestra alma con el oro. No nos amenaza con la
hoguera; pero enciende secretamente el fuego del infierno. Reprime la hereja para que no
haya cristianos; honra a los sacerdotes para que no haya obispos; edifica iglesias para
demoler la fe Pero yo te declaro, oh Constancio!, lo que hubiera dicho a Nern, a Decio y a
Maximiano: combates contra Dios; te levantas contra su Iglesia; persigues a los santos;
odias a los predicadores de Cristo; arruinas la religin; eres un tirano, no de las cosas
humanas, sino de las divinas
Algunos meses ms tarde, Hilario entraba
triunfalmente
en
su
ciudad
episcopal.
arrianos
trabajaron
para
que
se
en
obras
exegticas:
como
los
tratados sobre los Misterios, sobre los Salmos y sobre San Mateo, que nos revelan al
discpulo y admirador de Orgenes en la interpretacin alegrica de las Escrituras. Hilario
haba aprendido mucho de los Padres griegos; pero su pensamiento es siempre original y
personal, siempre atrevido y profundo. El contacto con el Oriente le hizo tambin poeta. Fue
en Frigia donde oy por vez primera la poesa religiosa de los orientales, que l transplant
antes que nadie al Occidente. Conservamos an tres himnos suyos, que nos encantan por la
sobria elegancia de la forma. Oh t, que eres el verdadero astro del dadice en el himno a
la maana, no aquel cuya luz efmera anuncia la plida aurora; t que brillas ms que el
sol, t que eres pleno da y luz soberana, ven, ilumina lo ntimo de mi corazn... Soy indigno
de levantar hacia las brillantes estrellas mis ojos infortunados, que el peso abrumador de mis
culpas inclina hacia la tierra. Oh, Cristo, ten piedad de los que has redimido!
Pero el ltimo gesto que conocemos de Hilario es gesto de luchador. Haba pasado la reaccin
pagana de Juliano; con Jovino, el Evangelio vuelve a subir al trono; reaparece la ambicin
entre el episcopado hertico y comienzan de nuevo las querellas dogmticas. En Occidente el
arrianismo est representado por Auxencio de Miln. Hilario le ataca pblicamente, es
arrastrado ante el cuestor por introducir la discordia en la Iglesia milanesa, y con este motivo
pronuncia un discurso memorable: Hay que deplorardicela miseria de nuestro siglo, en
que se cree que los hombres pueden proteger a Dios, en que se trabaja para defender a
Cristo con las intrigas del mundo. Decidme, vosotros que os creis obispos, necesitaron
algn patrocinio los Apstoles para predicar el Evangelio? Fund Pablo las iglesias en edictos
de prncipes?... Pero hoy, oh dolor!, se impone por la fuerza una fe acatada antao a pesar
de hogueras y calabozos.
Siempre el batallador ardiente, hasta en la extrema vejez; siempre la frase nerviosa y
violenta; siempre, como deca el solitario de Beln, el Rdano de elocuencia, rpido e
impetuoso.
SAN ANTONIO EL
GRANDE
Abad
(251-356)
Memoria
obligatoria
17 de enero
La palabra famosa del Evangelio que pobl el desierto de anacoretas fue tambin la que
movi al primero y ms grande de ellos. Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes,
distribuye el dinero a los pobres, y sgueme. Antonio tena veinte aos cuando este consejo,
recogido un da al desgaire en la asamblea de los cristianos, empez a escarabajear en el
fondo de su alma. Poco despus venda sus ciento cincuenta yugadas de tierra, dejaba su
casa, sala de su ciudad de Coman, cerca de Heraclea, entre el bajo Egipto y la Tebaida, y
desapareca en la vasta soledad.
Refugise primero en un desierto que se extiende cerca de Menfis, en la parte oriental del
Nilo; vivi despus algn tiempo en un sepulcro antiguo; pas ms tarde a un castillo
arruinado, que fue su morada durante veinte aos, y, finalmente, remontando el curso del
Nilo, lleg hasta cerca de Tebas, camin luego hacia el Oriente, y, despus de recorrer unas
treinta millas, vio una pequea montaa que se alzaba a pocas leguas del mar Rojo, y al pie
de ella una fuente abundante, sombreada por frondosas palmeras. All construy una choza
de dos varas en cuadro, que fue su residencia definitiva.
Pero el que haba huido de los hombres se encontraba la soledad poblada de demonios. El
espritu del mal, que haba adivinado en aquel joven el padre de una raza heroica, se
presenta delante de l con sus innumerables transformaciones y sus especies infinitas. Sus
ejrcitos invaden la arena que ha de ser durante siglos el campo de las mayores hazaas.
Antonio vea el mundo cubierto por las redes de sus asechanzas, y el enemigo se le
presentaba como un monstruo disforme, cuya cabeza tocaba con las nubes y en cuyas garras
quedaban prendidas muchas almas que intentaban volar hasta Dios. Terribles y prfidos son
nuestros adversariosdir ms tarde a sus discpulos. Sus multitudes llenan el espacio.
Estn siempre cerca de nosotros. Entre ellos existe una gran soledad. Dejando a los ms
sabios explicar su naturaleza, contentmonos con enterarnos de las astucias que usan en sus
asaltos contra nosotros.
Era un experimentado quien hablaba. Al principio
de su vida eremtica tuvo que luchar con las ms
patticas estratagemas del infierno. Coronados
de rosas o de cuernos, enormes como torres o
diminutos e impalpables como duendes; bellos
como dioses paganos majestuosos e hirsutos
como profetas hebreos, transformados en larvas
o
cubiertos
aposturas
de
de
pstulas
efebos
repugnantes,
encantadores
con
con
en
algn
religioso,
se
cruzaban
en
su
camino
pidindole
sus
bendiciones. Otras veces, viendo que estos ardides eran estriles, turbaban sus sueos,
sugirindole visiones de grandeza y podero. Pero como el santo demostraba el ms absoluto
desdn por los esplendores terrenales, Satans pona en juego todo el podero de sus
legiones malditas. Ni un paso poda dar el solitario sin ver surgir de la tierra piaras
innumerables
de
puercos
que
gruan
espantosamente,
manadas
de
chacales
que
Frutos de esta lucha encarnizada fueron una paciencia celestial, una dulzura serfica, una
calma infinita. Antonio haba penetrado desde este mundo en la serenidad de los escogidos.
Las gentes iban a verle, y, aunque ni por su traje ni por sus maneras tena distintivo alguno,
le reconocan apenas se encontraban frente a l. Un solitario acostumbraba a hacerle cada
ao una visita, pero sin decirle nunca una sola palabra. Como el santo le preguntase la causa
de aquel silencio: Padre morespondi l, con veros me basta. Hasta su celda llegaban
los sacerdotes de los dolos, los obispos catlicos, los doctores de la Iglesia y los sabios
paganos. Una vez pregunt a dos de ellos, que haban venido atrados por la curiosidad:
Por qu, oh filsofos, os habis molestado por ver a un insensato? No te creemos tal
respondieron ellos; al contrario, la sabidura ha descendido sobre tu cabeza. Si creis
que soy sabioreplic l, debis imitarme; pues no es de cuerdos huir de aquello que se
aprecia. A Ddimo, el famoso sabio cristiano, le pregunt si estaba triste por haber perdido
la vista, y como l contestase afirmativamente, replic Antonio: Es extrao que un hombre
tan sensato como vos eche de menos los ojos, que nos son comunes con las moscas,
teniendo la luz ms preciosa de los Apstoles y los santos.
La vida del hombre de Dios, como se le llamaba, era el ms puro espejo de la
bienaventuranza. Vencedor de todas las tentaciones, dirase que su ser haba sido creador
para resumir la santidad perfecta. Si los hombres acudan a su celda, no era menor el
concurso de los bienaventurados. Desvanecidos los artificios del infierno a la voz del Seor,
visitas celestes empezaban a ofrecerle el serfico espectculo de todas las beatitudes. Sus
actos ms insignificantes dictbanselos aquellos luminosos visitantes. Los ngeles viajaban
con l, le introducan en el secreto de los corazones, velaban su sueo y le revelaban las
cosas lejanas. Ninguna huella de amargura haba quedado en l de los dolores pasados.
Oyndolo, creerase or a un nio en cuyo pecho no ha palpitado la menor pasin malsana.
Una sonrisa serfica floreca perennemente en sus labios, y sus ojos eran como dos
manantiales de aguas inmaculadas. Los rezos y las lgrimasdecapurifican hasta lo ms
impuro. Y agregaba: Los ms puros son los que con ms frecuencia se ven acosados por
las arteras maas del demonio.
El demonio segua presentndose delante de l, pero Antonio le trataba como a un vencido.
En su visita a Pablo, el eremita centenario, que viva al otro lado del Nilo, se le apareci
metamorfoseado en toda suerte de animales fabulosos, centauros, dragones, hipogrifos y
arpas. En un valledice San Jernimovio un hombrecillo pequeo, que tena las narices
corvas y la frente spera, con unos cornezuelos y pies de cabra en la ltima parte del cuerpo.
Sin turbarse con este espectculo, Antonio asi como buen soldado el escudo de la fe y la
cota de la esperanza; pero el animal, manifestando sus intenciones pacficas, le trajo unos
dtiles para el camino; lo cual, visto por el santo, se detuvo y pregunt: Quin eres? Yo
soy mortalrespondi el trasgoy uno de los habitadores del yermo, a quien la gentilidad
reverencia con el nombre de stiros, faunos e ncubos; y vengo a ti, por embajador de mi
gente, a pedirte que ruegues por nosotros al Dios comn de todos, el cual sabemos que vino
por la salud del mundo. Oyendo estas cosas, el viejo caminante regaba su rostro con
muchas lgrimas y holgbase mucho por la gloria de Cristo y cada de Satans, e hiriendo
con su bculo la tierra, deca: Ay de ti, Alejandra, que adoras a los monstruos en lugar de
Dios! Ay de ti, ciudad ramera, en quien han concurrido todos los vicios del mundo! Qu
podrs decir ahora, pues las bestias confiesan a Cristo, y t te postras delante de los
monstruos? Y para que se crea su relato, aade San Jernimo que en tiempo del emperador
Constantino se trajo a Alejandra un hombre como ste, que fue la admiracin de todo el
pueblo; y despus de muerto, salaron el cuerpo y lo llevaron a Antioqua para que el
emperador lo viese.
Entretanto, Antonio se haba convertido en
padre
de
un
pueblo
nuevo.
Eran
los
inhospitalarias
los
arenales
siendo buenos, y nos creemos buenos siendo perversos. Pero Dios conoce el secreto de la
verdad. As, hermanos, dejmoslo todo a su juicio, no oyendo sino la voz de nuestra
conciencia. A los que se sentan torturados por las inquietudes del mal, reprendales
diciendo: Nada es tan vano como la desesperacin. Llorad, que las lgrimas lavan el alma;
llorad sin descanso, hasta que la losa de plomo que pesa sobre vosotros se derrita con el
calor de vuestras lgrimas. A los que carecan de paciencia, comparbalos a una casa de
bella fachada, pero saqueada por los salteadores, y a los avaros les deca: Hijos mos,
dejadme que os diga lo que me ha enseado la experiencia. La vida del hombre es
brevsima, comparada con los siglos que han de seguir. Trabajamos en la tierra y heredamos
en el cielo. Un hombre que diese una dracma de cobre por cien de oro, dara poco y ganara
mucho. As har aquel que, seor de toda la tierra, renuncie a ella para ganarse el Paraso.
A qu adquirir lo que no podemos llevar con nosotros? Busquemos lo que nos ha de seguir
siempre: la prudencia, la justicia, la dulzura y el amor de Cristo.
Sus cleras las guardaba Antonio para los herejes. A los cien aos no dudaba en presentarse
en Alejandra para amedrentarlos; mas pronto apareca de nuevo en la montaa de Colzn
cultivando su via, regando sus coles, haciendo esteras, pasando la noche en oracin y
clamando cuando amaneca: Oh sol, por qu vienes a distraerme con tus rayos? Por qu
me robas la claridad de la verdadera luz? Hasta que vio en lontananza brillar el sol que
nunca se esconde. Entonces llam a sus discpulos, les dio las ltimas recomendaciones, les
mand ocultar su cuerpo para que no le adorasen los egipcios, y, despus de entregarles su
cilicio en herencia, puso su espritu en manos de sus compaeros, los ngeles, que le
llevaron al cielo. Su tnica la hered San Atanasio, patriarca de Alejandra, que fue su
bigrafo y el primero de sus admiradores.
Es la primera de las grandes figuras que nos ofrece la historia de la Iglesia espaola. A
mediados del siglo III, cuando Basilides y Marcial, los obispos libelticos de la Espaa
occidental, escandalizaban a los cristianos con su cobarda, Fructuoso avanzaba hacia la
hoguera con un gesto lleno de grandeza y dignidad. Noblemente haba gobernado antes la
iglesia de Tarragona, la primera ciudad de la Espaa citerior. Pocas se haban mostrado tan
adictas a las leyes, a las costumbres y a los dioses del Imperio romano. El culto al Csar y a
Roma haba nacido dentro de sus muros, y el medio millar de inscripciones que se han
encontrado entre las ruinas son una prueba elocuente de una romanizacin ferviente y
completa. Un da, cuando los habitantes de Tarragona refirieron a Augusto que en su altar
haba nacido una palmera, dicen que respondi con irona: Eso prueba lo mucho que subs a
l. Pero, sin duda, el dios estaba entonces de mal humor, porque los tarraconenses le
dieron muestras constantes de una devocin entusiasta.
No obstante, el Cristianismo se propagaba en la gran ciudad mediterrnea. Tal vez fue San
Pablo el primero que dej all la semilla. En 250 el jefe de la pequea cristiandad era un
hombre que tena todo el aliento de los grandes pastores. Respetado de los fieles lo mismo
que de los paganos, era uno de los ms eminentes personajes del municipio. En la peste
terrible que entonces asolaba al Imperio dio pruebas de aquella caridad heroica que por
aquellos mismos das ejercitaban Cipriano en Cartago, Dionisio en Alejandra y Gregorio
Taumaturgo en Neocesarea. Pero la ley es implacable. Gobernaba entonces el Imperio
Valeriano. Era dulce y buenodice una de sus vctimas, el patriarca de Alejandra;
ninguno
de
sus
predecesores,
ni
siquiera
los
que
haban
profesado
pblica
clandestinamente la fe, tuvo para los hermanos una acogida tan afectuosa y familiar. Su
casa, llena de hombres piadosos, pareca una iglesia. De este hombre excelente, la tirana
de la poltica hizo un perseguidor. Dominado por una camarilla de fanticos, lleg a
imaginarse que frente al Imperio haba un poder tenebroso, poseedor de inmensas riquezas
y causante de todas las crisis econmicas por que atravesaba el Estado. Ese poder, le
dijeron, es la Iglesia de los cristianos.
En 257 apareca un edicto por el cual los jefes de las iglesias se vean obligados a ofrecer
sacrificios a las divinidades del Imperio. En los primeros das del ao siguiente, la polica
imperial arrestaba a Fructuoso en Tarragona y le encerraba en la crcel con dos de sus
diconos, Eulogio y Augurio. Toda la fraternidad de los cristianos pas por la prisin,
presentndole sus donativos y rogndole que les tuviese presentes en su confesin. El obispo
segua predicando y catequizando, y, aunque encadenado, tuvo la alegra de bautizar a un
convertido. Siete das ms tarde, los tres detenidos comparecan ante el tribunal.
Introducid al obispo Fructuoso y a sus diconos
orden el gobernador Emiliano.
Aqu
estnrespondieron
los
oficiales.
comenz el interrogatorio.
Conoces
las
rdenes
del
emperador?
pregunt Emiliano.
No las conozco, pero soy cristianorespondi l
obispo.
Pues exigen que adores a los dioses.
Yo adoro a un solo Dios, que ha hecho el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.
No sabes que hay dioses?
No s nada de eso.
Pues lo aprenders.
Fructuoso levant los ojos al cielo y rez silenciosamente.
Quinrepuso el gobernadorpodr ser obedecido, temido, honrado, si se rehsa el culto
a los dioses y la adoracin a los emperadores?
Despus, dirigindose hacia el dicono Augurio, aadi:
No escuches lo que Fructuoso te dice.
Tambin yoreplic el diconoador al Dios omnipotente.
encerraron las cenizas en un mismo sarcfago, para que recibiesen juntos la corona los que
juntos haban alcanzado la victoria.
Tal fue la muerte con que el gran obispo dio testimonio de su fe. Aquella serenidad
impresion profundamente a todos sus conciudadanos, y uno de ellos, testigo de vista, nos
ha conservado la emocin en un relato de una sencillez maravillosa, digna de la grandeza del
hroe. Es uno de los documentos ms venerables de la antigua Iglesia de Espaa.
SAN SEBASTIAN
Mrtir
(302?)
Memoria libre
20 de enero
Tambin se celebra Fructuoso de Tarragona
Numerosos eran los soldados cristianos en los ejrcitos imperiales al comenzar el siglo IV.
Maximiano y Galerio, hostiles a su religin, aceptaban su presencia, lo mismo que
Diocleciano y Constancio, que les favorecan. No se exiga de ellos ningn acto contrario a su
fe; se les grababa en la frente el monograma del emperador y se les colgaba al cuello una
medalla con su imagen; pero nada ms. Y he aqu que, de repente, como dice el historiador
Eusebio, mientras la situacin de las iglesias permaneca inclume y los fieles guardaban
completa libertad para reunirse, la persecucin empieza a ensaarse de una manera
insensible en las legiones.
Este primer amago de la persecucin general
vena de Galerio, el mayor enemigo que tenan
los cristianos en el colegio imperial. Este
labriego fantico de Dacia acababa de humillar
al rey de los persas y de agregar cinco
provincias
al
Imperio.
Orgulloso
con
sus
victorias, empezaba a ejercer sobre Diocleciano aquel dominio que har del viejo emperador
un juguete de sus feroces instintos. Del campamento de Galerio la persecucin se extiende al
de Maximiano Hrcules, que reside entonces en Italia. Soldado de suerte, activo y enrgico.
Maximiano era un hombre sin educacin, libertino y sanguinario, avaro y despilfarrador a la
vez. Derramar sangre era para l una diversin. Por clculo y por temperamento, acogi con
entusiasmo la actitud del Csar, que haba llevado sus ejrcitos hasta ms all del Eufrates.
Ahora bien; a su mismo lado, dentro del palacio, haba un joven oficial, jefe de una de las
cohortes pretorianas. Generoso y bizarro en su conducta, afable y corts en las palabras y en
el trato, tan abnegado respecto de s mismo como solcito cuando se trataba de sus
semejantes, reuniendo en su persona la nobleza hermanada con la sencillez, y la prudencia
con la grandeza de alma, se haba atrado la simpata de cuantos le trataban, de cualquiera
condicin que fuesen. Nadie poda dudar de su lealtad al emperador, pero todo el mundo
saba que era cristiano. Sebastin no lo disimulaba. Entraba en los subterrneos de las
Catacumbas, favoreca a sus correligionarios en la corte, hua, cuando le era posible, del
coliseo y del anfiteatro, y en sus gestos, en sus palabras, en su vida, tena una dignidad y
una nobleza que no parecan propias de un soldado a quien sonrean una juventud lozana y
un porvenir brillante. En el entusiasmo de su ideal religioso, aprovechaba todas las ocasiones
que se le ofrecan para propagar la fe entre sus compaeros de armas. Era un apstol, un
propagandista, cuya palabra ardiente sostena a los que vacilaban, llevaba la luz a los que
caminaban en la duda, llenaba de valor a los que se preparaban para luchar. No haba dejado
de ver la tormenta que se avecinaba; pero, lejos de infundirle temor, aquello le enardeca
ms an, y poco a poco senta que la gracia del martirio iba madurando en su pecho.
Al fin vino la acusacin temida y deseada a la vez. El joven oficial compareci delante del
emperador. Maximiano, hombre tosco y sin educacin ninguna, que apenas saba expresarse
en un latn decente, le habl con su lenguaje vulgar y soez. Las creencias religiosas de
Sebastin equivalan para l a la ms negra traicin. Parecale un milagro que un cristiano
hubiera estado mandando a los hombres de su guardia y que l estuviese con vida.
Conminle a sacrificar, pero encontr una resuelta negativa. Ciego entonces de furor, llam a
los soldados de su cohorte, y all mismo, en el parque, atado a un rbol, despojado de los
distintivos de la milicia, mand que le asaeteasen. As se le ha imaginado la tradicin popular
a travs de las edades cristianas; as le han representado los artistas en el lienzo y en el
mrmol. El grupo de arqueros brbaros cubre sus miembros atlticos de una selva de
flechas; manan arroyos de sangre de su carne despedazada; tiembla su cuerpo estremecido
por el dolor, oprimido por los nudosos cordeles; sus ojos se clavan en el cielo suplicantes e
indulgentes; sus labios sonren en un gesto de accin de gracias, y su frente varonil,
nimbada de un halo de luz, permanece erguida, aceptando la plenitud del sacrificio. Hasta
que las fuerzas faltan, la vida se agota, y el rostro cae sobre el pecho, erizado de hierros
punzantes. Los legionarios, vacas las aljabas, se retiran mascullando torpes canciones. Han
cumplido su tarea...
SANTA INS
Virgen y mtir
( 305)
Era en los ltimos meses del ao 304. En Roma, la golfera ociosa y fantica rodeaba al
emperador de ruidosas aclamaciones que le hacan olvidar las maldiciones de las provincias.
En el gran circo hubo corridas de carros en honor de Ceres. Vencidos los azules, contra los
cuales apostaba Maximiano Hrcules, estall el entusiasmo popular en gritos y aclamaciones
rtmicas, a las que el emperador responda sonriendo feliz y agitando frenticamente las
manos. Despus la turba clam doce veces: Vence, Augusto; pero acaba con los cristianos.
Es el gusto del pueblo, no queremos cristianos. Unos das despus Maximiano someta a la
aprobacin de los padres conscriptos el siguiente decreto: Doy mi permiso para que
dondequiera que haya cristianos sean arrestados por el prefecto de la ciudad o por sus
subalternos y obligados a sacrificar a los dioses. As empez en Occidente la persecucin
que Galerio haba impuesto en Oriente a la debilidad de Diocleciano.
Entre las primeras vctimas romanas hay que contar a
una de las figuras ms graciosas, a una de las heronas
ms populares del martirologio cristiano: Santa Ins. Las
actas de su martirio inspiran poca confianza, pero su
historia admirable est garantizada por los relatos de
algunos de los ms grandes escritores del siglo IV. Era
casi una nia cuando la arrastraron al templo de los
dolos. Tena trece aos, dice San Agustn, es decir, la
edad en que las doncellas de Roma eran ya nbiles. El
despecho de un pretendiente la delat al prefecto Qu
halagosdice San Ambrosioemple el perseguidor para
seducirla! Qu esfuerzos hizo para obtener que aceptase
el casamiento! Pero ella responda, intrpida: Esperar que me vais a convencer sera hacer
injuria a mi divino Esposo. El primero que me ha escogido, se recibir mi fe. Verdugo, por
qu tardas? Perezca este cuerpo, que, a pesar mo, puede ser amado por los ojos de la
carne. El juez, irritado por tanta audacia, cambi de sistema. A qu amenazas no acudi
para hacerla temblar? Habl del tormento del fuego, pero elladice San Dmasopisote
valientemente la rabia del tirano cuando quiso entregar a las llamas su noble cuerpo, y
domin con dbiles fuerzas un inmenso terror. En vano la hicieron pasar por la tortura,
canta, a su vez. Prudencio; intrpida y con valor altivo, estaba de pie sin temblar, y ofreca
espontneamente a los garfios sus delicados miembros, alegre de dar su sangre generosa.
Anuncia luego el juez un suplicio ms terrible para una virgen cristiana. Si es fcildice
vencer el dolor y despreciar la muerte, hay algo ms precioso para el pudor de una doncella.
Voy a llevar a esta muchacha a un lupanar pblico; si no se refugia junto al altar y pide la
proteccin de Minerva, la virgen a quien ella se empea en despreciar, toda la juventud se
acercar a ella para hacerla esclava de sus caprichos. Ins responde serenamente: Haz lo
que quieras; pero te prevengo que Cristo no se olvida de los suyos; est con los que aman la
pureza, y no permitir que sea profanado el tesoro de su santa integridad. Hundirs el hierro
impo en mi pecho, pero no manchars mis miembros con el pecado.
Dios hizo el prodigio que esperaba la fe. Bajo las arcadas del estadio de Alejandro Severo
haba una casa de prostitucin. All fue expuesta la nia al fuego criminal de la lujuria; pero
el lugar qued santificado por la virtud de Dios, y sobre aquel mismo solar, frente a lo que es
hoy la plaza Navona, se alza hasta nuestros das la iglesia de Santa Ins. San Dmaso
cuenta que los cabellos, extendidos a lo largo del cuerpo, cubrieron los miembros desnudos
de la virgen; Prudencio aade que slo un joven se atrevi a mirarla con ojos impuros, y ya
se dispona a acercarse a ella, cuando un pjaro de fuego baj sobre l como un relmpago.
Cegado por la luz, cay palpitante en el polvo, de donde sus compaeros le levantaron
exnime. El hecho caus profunda impresin; la multitud miraba a la joven con un terror
sagrado, pero los jueces exigieron el cumplimiento de la ley, condenando a Ins a morir por
la espada. Miradladice San Ambrosio; est de pie, firme y serena; reza con la cabeza
inclinada. Tiembla el brazo del verdugo, su rostro palidece; la virgen, entretanto, aguarda
valerosamente. El hierro cae: un solo golpe basta para tronchar la cabeza, y la muerte
llega antes que el dolor.
Este bello morir impresion vivamente a los contemporneos de la herona. En aquella
actitud, la generacin que sigui a las persecuciones descubri un alma fuerte y exquisita. La
admiracin popular recoge su historia con respeto y amor; la imaginacin crea en torno suyo
una potica leyenda; su nombre penetra en el canon sagrado del Sacrificio universal; los
poetas la cantan; los doctores celebran su gracia celestial y su varonil energa; Prudencio la
ve remontndose al cielo entre coros de ngeles y aplastando la cabeza de la serpiente, que
se enrosca, humillada, bajo su pie vencedor, y San Ambrosio le consagra una de sus pginas
ms inspiradas. Cmo hablar dignamenteexclamade aquello cuyo solo nombre encierra
ya su elogio? Solamente pronunciarle es sacar a relucir un ttulo de pureza. Pero ya es una
alabanza abundante aquella que no es preciso buscar, que existe por s misma. Cllese la
retrica, retrese la elocuencia. Slo una palabra, slo un nombre basta. Que los ancianos y
los nios y los jvenes canten. Todos los hombres celebran a esta mrtir, porque no pueden
decir su nombre sin alabarla. Cuanto ms tierna era su edad, ms admirable es su fe. En su
cuerpecito apenas haba sitio para las heridas. Pero s la espada no encontraba dnde herir,
ella tena fuerza para vencer a la espada. No marcha la esposa al tlamo nupcial tan
presurosa como esta nia al lugar del suplicio. Va adornada, no de una cabellera trenzada
artificiosamente, sino de Cristo; va coronada,
no de flores, sino de gracia y castidad.
Los siglos se transmiten unos a otros esta
veneracin
entusiasta.
De
la
poesa
la
tnica y coronada a la manera bizantina. La escultura gtica empieza ya a poner a sus pies el
cordero simblico, que recuerda su nombre y su virginidad. Los artistas del Renacimiento nos
ofrecen su imagen aureolada de gloria, inflamada en ardor de santidad, envuelta en
arreboles de gracia y de belleza. Cmo olvidar la Ins de Carlos Dolci, cuya dulce hermosura
atrae con encanto irresistible? Blancura de lirio en las facciones; cuello alabastrino como
varal de azucena; ojos claros, con reflejos que parecen un anticipo de la eterna luz; frente
lmpida, como un cristal blandamente acariciado por un alba misteriosa; cabellera
abundante, recogida tras de las orejas, finas como ptalos de rosa; la figura entera, baada
de inefable poesa. As deba de ser aquella herona, que, a pesar suyo, era amada por los
ojos de la carne.
mrtir fue colocado sobre un lecho de hierro incandescente, supremo grado de la tortura,
dice Prudencio, que, como antiguo magistrado, conoca bien estos matices jurdicos. Nada
puede quebrantar la fortaleza de su espritu. Quien hubiera visto en aquel momento la
serenidad de su rostro, habra dicho que l era el juez y su atormentador el reo. Cansado de
sangre y de lucha, Daciano mand que lo llevasen a la crcel.
Entretanto, se acercaba una fiesta solemne para todo el Imperio. Era el vigsimo aniversario
los vicennales, como se deca entoncesdel reinado de Diocleciano. Los regocijos
empezaron en Roma el 20 de noviembre del ao 303, en presencia del emperador. Hubo
carreras en el circo, combates de gladiadores, distribuciones extraordinarias de dinero, y el
complemento obligado de una amnista general. Al mismo tiempo que los criminales de
derecho comn, la mayor parte de los cristianos recobraron la libertad. Slo unos pocos se
vieron excluidos del perdn, y entre ellos estaba el arcediano de Zaragoza. El emperador se
alejaba de Roma antes de terminar el ao, cansado de aquella serie interminable de festejos,
procesiones, juegos y banquetes. La libertad del pueblo romano, el aire burln de aquella
plebe privilegiada, que se crea con derecho a osarlo todo, exasperaban su mal humor,
acostumbrado a la rgida etiqueta y a las adoraciones silenciosas de una corte oriental. El
primero de enero de 304 tomaba en Ravena su noveno consulado; tres semanas despus se
encaminaba hacia Salona, y al mismo tiempo terminaba su martirio el glorioso prisionero de
Valencia.
Prudencio, que parece haber visto su prisin, nos la describe
con estas palabras: Hay en lo ms hondo del calabozo un
lugar ms negro que las mismas tinieblas, cerrado y ahogado
por las piedras de una bveda baja y estrecha. Reina all una
noche eterna, que jams disipa el astro del da; all tiene su
infierno la prisin horrible. En este agujero subterrneo
yaca Vicente, con los pies hundidos en los cepos. Estaba
tendido en tierra, y, por un refinamiento de barbarie, el suelo
estaba cubierto de cascos de cermica y piedras puntiagudas.
De pronto, dicen los relatos del siglo IV, la ciega crcel se
ilumina; perfumes extraos reemplazan los vapores ftidos;
el suelo se cubre de flores; rmpense los cepos y cadenas; se
oye batir de alas anglicas, y el mrtir recibe las alegres embajadas de los bienaventurados.
El prodigio conmueve a la ciudad; el mismo Daciano vacila entre la ira, el dolor y la
vergenza de la derrota. Quiere empezar de nuevo la lucha, pero sabe que en aquel cuerpo
ya no queda espacio para las heridas. Hay que curarle, para doblegarle con nuevos
tormentos. El carcelero obedece con alegra, porque el trato con el mrtir le ha dado la fe.
Saca a Vicente de la inmunda cripta; le cubre de limpios vestidos y le coloca en un blando
lecho. La multitud de los fieles entra en la crcel y rodea al hroe. Unos le felicitan por su
victoria, otros besan los surcos abiertos por los hierros, otros le curan las llagas con
ungentos, ponen sus labios sobre la sangre que mana de ellas o la recogen en lienzos, que
llevan a sus casas como reliquias preciosas. Entre estas muestras de amor, el invicto dicono
fue a recibir el premio de su combate, burlando las esperanzas del perseguidor.
Escucha nuestras plegarias, s ante el trono del Padre el til abogado de nuestras miserias.
Por ti, por aquel calabozo en que se acrecent tu gloria, por las cadenas, por las llamas, por
los garfios de hierro, por el cepo que oprimi tus pies, por los cascos de vidrio que hicieron
florecer tus mritos, por el pequeo lecho que nosotros, tus hijos, besamos con santo
temblor, ten piedad de nuestras oraciones, a fin de que Cristo, aplacado, nos preste un odo
favorable y no nos impute nuestras ofensas. As rezaba el cantor de los mrtires antes de
terminar el siglo que haba iluminado las hogueras de la persecucin, y algunos aos
despus, San Agustn preguntaba a los pescadores de Hipona: Qu regin, qu provincia,
en cuanto abarca el Imperio romano o el dominio del nombre de Cristo, no celebra con jbilo
la gloria del dicono Vicente? Quin conocera hoy el nombre de Daciano si no hubiera ledo
la pasin del mrtir?
Imposicin de la casulla a San Ildefonso de Toledo (Annimo, siglo XVII, Iglesia de Santo Domingo, Bogot - Colombia)
SAN ILDEFONSO
Obispo
( 669)
Memoria libre
23 de enero
Era temeroso de Dios, religioso, lleno de piedad; en su andar, grave y modesto; paciente y
amable en su conducta; insuperable en la sabidura; agudo para razonar, y tan favorecido en
las gracias de la elocuencia, que, cuando hablaba, dijrase que no era un hombre, sino que
el mismo Dios hablaba por su boca. As dice de l uno de sus discpulos.
fue
el
cuarto.
Coronado
leal,
ilumine
con
su
misericordia
preveniente,
alborea la gloria del Amado. As pintara Murillo al Coronado leal, al gran arzobispo de
Toledo...
Et cuando plogo a Cristo, al celestial Seor,
fin Sant Ildefonso, precioso confesor;
onrrle la Gloriosa, Madre del Criador,
dile grand onrra al cuerpo, al alma muy mayor.
Lo mismo que Santa Teresa, San Francisco de Sales tuvo poca suerte con los pintores. Los
retratos que de l nos quedan son irritantes; alguno hasta ridculo. Los bigrafos, en cambio,
nos describen una fisonoma ideal. Este nio benditodice uno de ellostenia impresos en
toda su persona los caracteres de la bondad; su rostro estaba siempre alegre, sus ojos eran
dulces, su mirada amante, y todo su exterior tan modesto, que pareca un ngel. Otro nos
da detalles ms minuciosos: Era de sana constitucin y de elevada estatura; tena la cabeza
fuerte y bien formada, calva en la parte superior, pero adornada en la inferior de cabellos
rubios, o, mejor, castaos; frente ancha y despejada, ojos cubiertos de cejas elevadas y bien
arqueadas, mejillas encendidas con vivos colores, boca dulce, fisonoma benvola, tez
delicada, y todas las facciones de una finura exquisita. No se puede dudar de su belleza
rubia, florida, deslumbrante, que le caus numerosas molestias. Fue muchas veces tentado,
y rudamente, por diversas personas, dice Santa Chantal; y aade: Oh Dios mo! Me
atrever a decirlo? Me parece que nuestro bienaventurado Padre era una imagen viva en que
estaba pintado el Hijo de Dios y Seor nuestro. Fue el mismo Santo el que hizo a la
baronesa la confidencia de sus tentaciones. En una carta le deca: Tambin yo he sido
atacado por todos los medios en una edad dbil e inexperta; pero nunca mir a aquella
gente sino para escupirla en la nariz.
En su castillo saboyano de Sales, entre la vegetacin riente de un valle alpino, haba recibido,
con una educacin esmerada, la orientacin religiosa suficiente para resistir aquellas luchas
de vida de estudiante y sus primeros aos de clrigo. Montas, de espritu sutil, desconfiado
por las enseanzas de una observacin aguda, despejse pronto de aquella credulidad
excesiva, que se refleja en varias ancdotas de su infancia. Pero su corazn profundo tenda
naturalmente hacia el candor de los nios: No s si me conocis bienescriba a Santa
Chantal. No soy muy prudente; es una virtud que no amo con exceso. Me gusta, porque es
forzoso poseerla. En realidad, tampoco soy simple; pero es una maravilla el ardor con que
amo la simplicidad. Ciertamente, las pequeas y blancas palomitas son ms agradables que
las serpientes, y si fuese preciso juntar las cualidades de la una con las de la otra, yo no
dara la simplicidad de la paloma a la serpiente, sino la prudencia de la serpiente a la
paloma.
Esto
es,
precisamente,
lo
que
se
haba
dulce,
lo
ms
natural
que
se
ha
visto
jams.
Hablaba
bajo,
gravemente,
sus tropiezos, y est ya maduro para escribir la Introduccin a la vida devota. La aparicin
de Filotea fue uno de los ms grandes acontecimientos de principios del siglo XVII. Su xito
prodigioso seala una de las etapas de la historia del pensamiento y de la vida cristiana. Es
poco todo lo que se diga sobre la gracia del estilo, la finura de la idea y la profundidad de los
anlisis morales; pero ms que todo esto vale la originalidad de la empresa que con su obra
acometa el obispo de Ginebra. Su propsito era llevar la piedad a todo el mundo, aplicarla a
la vida comn; presentarla, sin mancharse con el naturalismo de un Montaigne, tan dulce y
tan amable, que al practicarla se sintiese el hombre, a ejemplo suyo, ser tan hombre como
si no fuese nada ms. Si el hombre es con demasiada frecuencia un animal severo, spero
y rudo, es preciso suavizarle y ablandarle con la miel y el azcar de la devocin. No es
una herejapreguntabaquerer desterrar la vida devota de la compaa de los soldados,
del taller de los artesanos, del palacio de los prncipes y del hogar de los casados? Ante
todo, Francisco siente la necesidad de destruir la estpida figura de una virtud triste,
quejumbrosa, despechada, amenazadora, destructora, confinada en un pen, rodeada de
espinas, espantajo de las gentes, la virtud del cuello torcido, en que l estuvo a punto de
caer durante su adolescencia. Tambin aqu lo que caracteriza a San Francisco es la
suavidad. Se ha propuesto colocar al alma en una actitud de suavidad con Dios, consigo
misma y con las dems almas. Quiero una piedad dulce, suave, agradable, apacible; en una
palabra, una piedad franca y que se haga amar de Dios primeramente, y luego de los
hombres. Todo en la vida espiritual debe ser pacfico y alegre. Desde que aparece la
inquietud, hay algo que no es puro; las mismas virtudes, que se pierden a veces por
sobrepasarlas, han de ser deseadas sin demasiada aspereza.
La amenidad del estilo contribuye a aumentar la impresin amable que nos causa la lectura
de Filotea. Hay que tener presente, sin embargo, que el ascetismo de San Francisco de
Sales, como todo ascetismo cristiano, exige sacrificio. Se le ha llamado, acaso con
exageracin, el ms mortificante de los santos; pero es la verdad que l, como San Juan de
la Cruz, nos conduce a la mortificacin, a la lucha, al renunciamiento. En medio de tanta
suavidad. Filotea tiene que estar dispuesta a tres cosas esenciales: a los exmenes de
conciencia, que abren los ojos sobre una cantidad de pecados que viven disfrazados en
nuestro interior; a las meditaciones, que ponen ante nosotros las perspectivas de la virtud,
y a la prctica de los deberes de su estado, que hace penetrar la devocin en nuestro
corazn, en nuestro espritu y en nuestra vida. Sin embargo, y aqu est el matiz propio del
obispo de Ginebra, en el camino de la virtud y en el renunciamiento al amor propio; ms
aprovechan la calma y la paciencia, que una actitud violenta y un ardor provocativo. Conoce
San Francisco la estrategia ignaciana; mas para l, el ms
seguro medio de perfeccin es combatir el amor propio, no
declarndole la guerra, sino despreciando sus ataques.
Saba, no obstante, acomodarse a las necesidades de las
almas. Con Santa Juana Francisca Fremiot de Chantal se
muestra duro, exigente y minucioso; a veces, hasta cruel.
En el primer encuentro que tuvo con ella, encontrndola
Sucede con frecuencia, entre las perdices, que las unas roban los huevos de las otras para
incubarlos. Y mirad qu cosa ms rara: el perdign nacido y alimentado bajo las alas de una
perdiz extraa, al primer reclamo que oye de su verdadera madre, abandona a la que hurt
el huevo, vuelve a su primera madre y se agrega a la pollada, por la correspondencia que
tiene con su primer origen.
Esto mismo, dice San Francisco de Sales, sucede con corazn humano. Educado en medio de
las cosas materiales, bajo las alas de la naturaleza, no puede dejar de estremecerse cuando
la voz de Dios llega hasta l. Por otra parte, Dios habla, habla constantemente, se inclina
hacia la criatura, la busca, la invita al abrazo de la unin. No es esto bastante para sentirse
arrebatado por el ms legtimo optimismo? As piensa Francisco, y no le asusta el triste
espectculo del combate sin tregua entre el hombre superior y el inferior; al contrario,
triunfa de este dualismo, tratando a la parte inferior del alma como un husped molesto,
ciertamente, pero ridculo, despreciable, inofensivo desde que se ha cesado de escucharle.
Mi conductadiceest llena de una gran variedad de imperfecciones contrarias, y el bien
que quiero no lo hago; sin embargo, s muy bien que, en verdad y sin fingimiento, lo quiero
con una voluntad inviolable.
Benjamn, lobo rapaz; por la maana coger la presa; por la larde repartir el botn, haba
dicho el viejo patriarca, con la voz apagada del moribundo. La profeca de Jacob se cumple
en Saulo, el ms ilustre de los descendientes de Benjamn: en la maana fogosa de la
adolescencia se lanza, como lobo carnicero, a devorar las ovejas de Cristo; en la tarde de su
vida recorre el mundo para dar generosamente a los hambrientos el pan de la salvacin. Es
San Lucas, un discpulo suyo, quien nos cuenta la historia prodigiosa de la luz meridiana que
realiz la transformacin.
Todo haba contribuido a hacer del joven un celador intransigente de la pureza de la Ley.
Aunque nacido en la dispersin, era fariseo e hijo de fariseos. Su fe mosaica se haba
robustecido ante los espectculos repugnantes que le ofreca el paganismo en su ciudad
natal. La Cilicia tena fama de ser una de las provincias ms corrompidas del mundo; y Tarso,
patria de Pablo, era su capital. En sus plazas mezclbase el ruidoso cotorreo de filsofos y
retores; pero aquella dialctica huera y pretenciosa no puede atraer las miradas del que un
da dir de aquellos sabios que Dios los ha entregado a las pasiones vergonzosas, a la
ignominia y a un sentido depravado. Son los doctores de Israel los que obsesionan su mente
mientras, nio an, trenza en la casa paterna los pelos de las cabras que crecen en las faldas
del Tauro y teje las lonas groseras de los tabernculos del desierto. Adolescente, se sienta en
el templo de la Ciudad Santa a los pies de Gamaliel, el doctor de los doctores. Aquella
doctrina, cuyo principal objetivo era acercar los espritus a la Ley, acrecienta los prejuicios
fanticos del discpulo. Ha crecido en un medio helenstico; pero ni siquiera ha hecho
esfuerzos para dominar su lengua. La sabidura griega le tiene tambin indiferente. Habla el
arameo; le habla en el hogar, en la calle y en la escuela; en Tarso, en Jerusaln y en el
camino de Damasco. El arameo ser toda su vida la expresin natural de su idea. Ms tarde,
cuando hable a los gentiles en la lengua que ellos entienden, su acento, su gramtica, su
lgica delatarn desde el primer momento al extranjero, al semita. Quiere ser hebreo, slo
hebreo. Hijo de la Ley, recoge con avidez la doctrina del maestro admirado; joven escriba,
deja escapar su furia proselitista en fogosas exhortaciones; doctor a su vez, lucha por el
triunfo del mosasmo, del mosasmo inflexible y puro como en sus primeros das.
Este hombre deba ser necesariamente un enemigo de la
Iglesia naciente. No vio nunca a Jess en la carne.
Mientras el Nazareno predicaba y mora, l estaba fuera
de Palestina. Tal vez, como otros contemporneos suyos,
corra las tierras y los mares para ganar adictos al reino
prximo del Mesas. Cuando vuelve a Jerusaln, los
discpulos
del
Crucificado
forman
ya
un
nmero
amenaza con el ltigo, los tormentos y la muerte. En aquel acceso de locuradice l mismo
, no haba nada que me detuviese, con tal de borrar el nombre de Jess.
Los discpulos andan fugitivos, se refugian en las ciudades vecinas, y ya en Damasco muchos
judos invocan al Crucificado. Saulo les sigue hasta all. Lleno de amenazas, anhelando la
sangre de los discpulos del Seor, presentse al gran sacerdote, y le pidi cartas para las
sinagogas de Damasco, a fin de capturar a los hombres y mujeres de esta secta y traerlos
presos a Jerusaln. Orgulloso con la recomendacin del pontfice, deja la Ciudad Santa,
atraviesa los barrancos de Iturea, penetra en los ridos arenales de Siria, y, en medio del
desierto, encuentra el oasis esplndido que riega el Abana bblico; all, entre bosques
aromticos de higueras y granados, entre vergeles de naranjos y limoneros, entre murmullos
de aguas y de pjaros, se alza Damasco, la ciudad blanca, que es ya, segn la bella figura
del poeta rabe, una red de perlas sobre un tapiz de esmeralda.
Son las doce del da cuando Saulo atraviesa las primeras avenidas de jardines; el sol oriental
incendia la atmsfera; la ciudad duerme bajo el peso del calor del da. Saulo, al frente de su
escolta, sobre su corcel rabe, en el lento caminar de aquel medioda, acaricia en su espritu
sueos de gloria; los triunfos cercanos, la ciudad llena de su nombre, los vtores de sus
correligionarios, la destruccin de los revoltosos, la ley de Moiss vengada. De repente, una
gran claridad envuelve a los viajeros. Todos caen a tierra, llenos de espanto. Entretanto, el
jefe dialoga con un desconocido: Saulo, Saulo, por qu me persigues?, dice la voz
misteriosa. Y l responde: Quin sois vos, Seor? Y la voz: Yo soy Jess de Nazareth, a
quien t persigues. Duro es para ti dar coces contra el aguijn. Aterrado, tembloroso,
implor entonces el mancebo: Seor, qu queris que haga? Haba resonado la voz que
quebranta los cedros del Lbano y hace temblar a las montaas. Todos los sueos del
fariseo haban cado por tierra; todo el odio de su alma haba desaparecido. Levntatele
dijo Jessy entra en la ciudad; all te dirn lo que tienes que hacer.
Pablo se levant, extendi los brazos, busc a tientas el camino. Sus ojos estaban abiertos,
pero no vean nada. Conducido de la mano por sus acompaantes, entraron en la ciudad,
encaminndose a la avenida Euceia, calle largusima, la principal de la poblacin, que
atravesaba de Este a Oeste, recta y regular (de aqu su nombre), ancha de cien pies,
bordeada a uno y otro lado de prticos corintios y cortada en la parte central por un arco de
triunfo. El que se haba imaginado una entrada ruidosa, cruzaba ahora la calle trmulo y
avergonzado, sin ver a la multitud, que le observaba con curiosidad mezclada de compasin
y pasmo. Conducido a la casa de un hebreo llamado Judas, permaneci all tres das, sin
comer ni beber. Tal era la impresin que el suceso haba causado en su espritu. Ayunaba y
rezaba, sin querer hablar con nadie. El recuerdo de los fieles que haba perseguido, los gritos
de las vctimas en la tortura, la sangre de Esteban, sus ltimas palabras, su mirada postrera,
todo esto inquietaba su alma con un escalofro que se pareca al remordimiento. Al mismo
tiempo, la voz de Jess segua resonando en su alma con una suavidad que le causaba
nuevo tormento: Por qu me persigues?
En la violencia del dolor, Saulo dirigase al cielo, y con la oracin, un rayo de esperanza
iluminaba su ser. Empezaba a creer. La gracia le llegaba torrencialmente. Al tercer da tuvo
un rapto: parecale que un hombre se acercaba a l, pona las manos sobre su frente y le
curaba. Poco despus, un hombre entraba en la casa preguntando por Saulo de Tarso.
Llevado a presencia del joven, extendi las manos sobre su cabeza y dijo: Saulo, hermano
mo, el Seor Jess, que se te apareci en el camino, me enva a fin de que veas y seas lleno
del Espritu Santo. Al mismo tiempo, se le cayeron de los ojos unas como escamas, y
advirti que vea de nuevo. Sin embargo, aquella claridad dej huella en l para toda la vida.
Aquella enfermedad de que nos habla en sus cartas y que tanto le haca sufrir era una
enfermedad de la vista.
El hombre que el convertido tena delante se llamaba Ananas. Era, dicen los Actos, un alma
segn la Ley, a cuya virtud daban testimonio todos los judos de la ciudad. En su semblante
brillaba aquella dulce gravedad, aquella serenidad anglica que ya antes haba advertido en
los discpulos de Jess. Toda su actitud expresaba el perdn. Saulo, a pesar del abatimiento
de los tres das de ayuno y de angustia, le escuchaba con avidez, reciba complacido la
enseanza evanglica y se mostraba ya un discpulo entusiasta de la Cruz. El Dios de mis
padresle dijo Ananaste ha escogido para conocer su voluntad, para ver lo justo y
escuchar la voz de su boca; porque t sers su testigo delante de todos los hombres de
cuanto has visto y odo. Pero qu tardas? Levntate, recibe el Bautismo y lava tus pecados
invocando su nombre. En Damasco todas las casas tenan su fuente, rodeada de rosas y
azahares. Saulo se levant y fue bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu
Santo. Permaneci luego algunos das con los discpulos del Seor, preguntndoles por los
milagros, las parbolas, la vida y la Pasin del Maestro. Esta fue para el nefito, que renaca
en el agua y el Espritu, la leche de la infancia espiritual. Robustecido con el divino
alimento, su fe empez a manifestarse en predicaciones vehementes, declarando en las
casas y en las sinagogas que Jess era el Hijo de Dios.
Saulo se haba convertido en Pablo; el perseguidor,
en el apstol de los gentiles; el enemigo de los
discpulos de Jess, en vaso de eleccin y predicador
de la verdad. La sinagoga perda al ms celoso de sus
defensores, la Iglesia ganaba al ms temible de sus
adversarios. Transformado por una gracia irresistible,
el genio pona toda su potencia al servicio de la
nueva
religin;
apasionamiento;
la
la
sinceridad,
elocuencia,
toda
todo
su
su
audacia
La vida del convertido va a ser un relmpago que culebrea durante treinta aos a travs de
un Imperio. El carcter de Saulo nos le revela el rayo que le hiri. A San Agustn el libro lo
abruma y lo convence; a los Magos los gua una estrella; a San Pablo un rayo lo derriba y lo
ciega, en pleno da, bajo las miradas de los hombres, entre el bullir de la urbe populosa. El
hombre de accin es dominado y consagrado por la accin, radicalmente, instantneamente.
Suena en los aires el reproche rpido y severo. Slo eso basta. No hay excusas, no hay
vacilaciones. Sorprendido, derribado, subyugado por la luz, el herido no pierde un solo
instante en reflexionar ni en observar, ni siquiera en examinar lo que pasa en torno suyo y
dentro de s. Slo piensa una cosa: que todo lo antiguo pas para siempre, que es preciso
cambiar de rumbo, que hay que hacer otra cosa. Pero, cul? Cualquiera que sea, est
dispuesto a hacerla con toda la sinceridad de su alma. Jams se ha visto una transformacin
ms completa. Quedaba el hombre, con todos sus arrebatos, con todas sus violencias; nada
de sus antiguos sentimientos y de sus antiguas ideas, de su orgullo, de su odio, de su sed de
sangre. Dios haba cogido el vaso, lo haba variado de su propia ignominia, y, lleno de su
gracia, lo presentaba al mundo como un vaso de eleccin.
SAN TIMOTEO
Obispo
(Siglo I)
Memoria obligatoria
26 de enero
Tambin se celebra San Tito
Iconium, la capital de Licaonia, queda atrs; enfrente, la cadena interminable del Tauro; a
derecha e izquierda, llanuras pantanosas, tristes arenales, estepas abrasadas del sol, sobre
las cuales caminan las ovejas en rebaos numerosos y saltan los asnos salvajes. Dos
hombres atraviesan estas landas, las ms pobres del Asia Menor. Un sombro macizo, que
corona un volcn apagado, desprendindose de la cadena montaosa, se yergue en medio
de la llanura. Es el Kara Dagh, el cabezo negro. A sus pies se acurruca la pequea ciudad de
Listris, donde acaban de entrar los dos peregrinos.
Lo que despus sucedi es bien conocido por el relat de San
Lucas: un paraltico echa a andar milagrosamente; los sencillos
habitantes se conmueven: Son dos dioses del Olimpo, se dicen
unos a otros; Bernab, el hombre de la bella y majestuosa
presencia, es transformado en Jpiter; Pablo, feo y pequeo, pero
elocuente, debe ser seguramente Mercurio. Llega el sacerdote con
las vctimas; el pueblo se dispone a adorar y sacrificar, mientras
los extranjeros se hurtan al entusiasmo popular. Entretanto,
aparecen los judos que persiguen a Pablo por todas las ciudades
del Asia; discuten, intrigan, calumnian, y los que antes eran
dioses se convierten ahora en infames hechiceros. La chusma los
insulta, los apedrea, y, medio muertos, los arroja fuera de la
ciudad. Al da siguiente, al recobrar el conocimiento, Pablo se encontr en una casa modesta,
donde dos mujeres y un adolescente rodeaban su lecho. Las dos mujeres se llamaban Eunice
y Lois, y el adolescente, hijo de Eunice, responda al nombre de Timoteo. Los tres eran
fervientes israelitas, amantes de la ley de Moiss y asiduos en la leccin de las Escrituras.
No obstante, dominados por la elocuencia de su husped, aceptaron fcilmente su doctrina
y pidieron el Bautismo. Esto sucedi el ao 46 de nuestra Era.
Un lustro despus, recorriendo nuevamente las iglesias del Asia, Pablo encontr en el hogar
de Eunice la misma fe, la misma hospitalidad, el mismo entusiasmo por la nueva doctrina. El
germen plantado en el alma del adolescente habase desarrollado de una manera esplndida.
Viole transformado en un hombre perfecto, constituido en la plenitud de Cristo, tan
amable por la gracia como por la naturaleza. Ardiendo en deseo de lanzarle al ministerio de
la predicacin evanglica, pregunt por l en Listris, en Derbe, en Iconium; y como en todas
partes le hablaban del joven con elogio, asocile a sus trabajos y le puso en el nmero de los
pastores de la Iglesia. El Apstol y todos los sacerdotes impusieron sobre l las manos, y la
gracia descendi con una fuerza que el Apstol no olvidar jams. En los ltimos meses de
su vida hablaba de ella como de un fuego que haba consumido en su discpulo todo espritu
de temor, propio de la Antigua Alianza, para reemplazarlo por el espritu de Jess, espritu
de fuerza, de amor y de sabidura.
Pero, hijo de matrimonio mixto, Timoteo era un incircunciso, y esto le impeda subir a la
tribuna de las sinagogas y entorpeca su ministerio entre los israelitas. Para obviar estos
inconvenientes, Pablo, hombre de resoluciones, obr con rapidez. Tomando al jovendice
San Lucas, le circuncid por su propia mano, a causa de los judos, pues todos saban que
su padre haba sido pagano. Era un gesto de concordia, un clculo de diplomacia. El rito
exterior le importaba poco. Jams consinti que Tito se sometiese a l, pues semejante
veinte
aos,
slo
algunas
separaciones,
breves,
el ao 65 Pablo le escribe desde Macedonia una epstola, que es el manual del ministerio
pastoral. Familiarmente, como cuando charlaban sentados en los bancos de los mesones, le
va recordando los varios aspectos de su actividad evanglica: buen orden en las asambleas
litrgicas, deferencia respetuosa con los poderes romanos, sumo cuidado en la eleccin de
los jefes de las comunidades, armona, honradez y pureza en las familias cristianas,
circunspeccin y firmeza para mantener la autoridad de una Iglesia que es la asamblea del
Dios vivo, la columna y firmamento de la verdad y la mirada mstica donde se realiza el gran
misterio de la piedad, y, sobre todo, mucha vigilancia frente a la charlatanera de los
herejes y sus fbulas y sus genealogas interminables: locuras impertinentes, cuentos de
viejas, doctrinas diablicas, enseadas por hipcritas, cuya conciencia est tiznada con los
vicios, a pesar de su aparente austeridad, que los llevaba a condenar el matrimonio y el uso
de la carne. Por la delicadeza de su estmago, y acaso tambin para evitar la vana
ostentacin de los impostores, el maestro ruega a su discpulo, con una afectuosa
condescendencia, que use un poco de vino en sus comidas. Las prcticas externas valen
poco; la piedad es lo que importa; la piedad, que es til para todo.
Dos aos ms tarde. Pablo est preso en Roma. Ya ha sufrido un interrogatorio y aguarda el
segundo. Presiente su fin cercano, y slo una cosa le duele: no tener junto a s en los ltimos
momentos al ms querido de sus discpulos. En este trance le escribe otra vez. Es una carta
doliente y apremiante: Mi corazn est triste; voy a terminar mi peregrinacin; todos me
abandonan, me siento aislado; ven a mi lado, pasa por Troade y treme la pnula, los libros
y los pergaminos que dej en casa de Cazpo; ven pronto, que esto se acaba.
Aqu terminan las noticias autnticas del ms ilustre de los discpulos de San Pablo. Eusebio
de Cesarea cuenta que volvi y que muri mrtir aos despus. Lo cierto es que fue a
juntarse en el cielo con el que tanto le quiso en la tierra. Combati el buen combate, fijo
siempre su corazn en el Dios que hace vivir todo lo que vive, y la mirada de su mente en
la ltima recomendacin de su maestro: Oh Timoteo!, guarda el depsito que te he
confiado.
SAN TITO
Obispo
(Siglo I)
Memoria obligatoria
26 de enero
Tambin se celebra San Timoteo
Tuvo San Pablo dos discpulos predilectos: Timoteo y Tito. Timoteo fue ms tiernamente
amado; Tito, ms vivamente estimado como instrumento utilsimo en los momentos difciles,
en las misiones espinosas. Timoteo es el admirador sumiso e incondicional que apenas puede
separarse del lado de su maestro; Tito, el colaborador hecho a todos los peligros y aventuras
evanglicas. Viene de la gentilidad, mientras que su compaero viene del judaismo. Es
menos afectivo, pero ms enrgico, ms fuerte en las contradicciones y ms experimentado
en los negocios. San Pablo le llama su ayuda preciosa, su hijo querido, su amadsimo
hermano.
Maestro y discpulo se conocieron en la ciudad
de Antioqua. Buen catador de hombres. Pablo
abre a aquel hijo del paganismo los tesoros de
su caridad, le asocia a su apostolado, y en el
ao 52 le lleva en su compaa al concilio de
Jerusaln. La presencia de Tito fue all objeto
de vivas discusiones, que fcilmente hubieran
degenerado en un cisma. Pensaba la mayora
que era necesario circuncidar a los gentiles y
hacerles guardar la ley de Moiss. Ahora bien:
Tito no estaba circuncidado, era el nico
incircunciso de la Iglesia de Jerusaln. Cmo
admitirle en los gapes que se celebraban cada domingo? Todo gentil, todo proslito que no
se haba transformado en hijo de Israel por la circuncisin, era a los ojos de los hebreos un
ser inmundo, con el cual estaba prohibida toda comunicacin. En consecuencia, los rigoristas
exigan en el discpulo de Antioqua este rito sangriento para entrar en relaciones con l.
Otros, ms moderados, vean al compaero de Pablo, convertido en hermano por la fe,
mediante la ablucin del bautismo. La contienda fue reida, y, como era natural. Pablo se
puso de parte de su discpulo; pero, evitando toda participacin en las discusiones pblicas,
quiso entenderse por las buenas con los tres Apstoles que estaban presentes en la Ciudad
Santa: Pedro, Juan y Santiago.
Los dos primeros fueron fciles de persuadir. Hombres en quienes Cristo haba dilatado la
caridad, entraron inmediatamente en las amplias miras que guiaban al Apstol de las gentes.
Santiago se rindi algo ms tarde, pero tambin l qued desarmado ante la lgica de aquel
hombre ilustre ya en la Iglesia por sus xitos apostlicos. Pablo reclam la libertad absoluta
frente a la ley mosaica, y la obtuvo. Convnose en que la circuncisin no era necesaria; pero,
concediendo tambin algo a los puritanos, pidise que, por respeto al templo de Jerusaln y
a la presencia de Yahv, Tito fuese circuncidado. Pablo se opuso a esta solucin, juzgndolo
una debilidad intil y un peligro para la fe, y tambin ahora sali victorioso.
Desde el ao 55 se hace ms ntimo todava el trato entre el maestro y el discpulo. Tito va
con el Apstol en su tercera misin: Asia Menor, Macedonia, Acaia, Jerusaln... En feso,
Pablo recibi noticias inquietantes de la cristiandad de Corinto: haba sediciones, rebeldas,
escndalos, cismas. Crev el Apstol que nadie como Apolo, el sabio doctor alejandrino, a
quien los corintios estimaban por su buena presencia y su palabra elegante, podra
restablecer la calma; pero el de Alejandra rehus aceptar la peligrosa misin. Entonces
Pablo puso los ojos en Tito, el compaero abnegado de quien poda decir a las iglesias que
caminaba guiado por su mismo espritu y siguiendo sus mismas huellas. A pesar de su celo
ordinario, de su arrojo ante el peligro y de su tendencia a recibir tranquilamente las cosas,
Tito dud algn tiempo, algo asustado de la mala fama que tenan los de Corinto.
Representle Pablo las cualidades que le haran bienquisto de aquella iglesia, y al fin le
convenci, encargndole otro ministerio en Acaia: la colecta para los cristianos de Jerusaln.
Quera de esta manera contribuir a la alegra de la Iglesia madre, viendo en estas limosnas
un homenaie a su supremaca y al mismo tiempo una muestra de agradecimiento por la
condescendencia que haban tenido con l con motivo del concilio.
Desde feso, el Apstol se traslad a Trade, donde esperaba encontrar a su discpulo, vuelto
ya de la capital de Acaia. Pero, con gran decepcin suya, vio que Tito no haba llegado
todava. La idea de Corinto le obsesionaba. Cmo haba recibido aquella comunidad a su
delegado? Y la carta que con l les enviara, aquella carta escrita en la grande afliccin, con
el corazn oprimido y las lgrimas en los ojos, que impresin haba hecho entre ellos?
Aguijoneado por la incertidumbre, pas a Macedonia, y all le llegaron por fin las noticias
suspiradas. La embajada de Tito haba tenido un xito completo. Gracias a su conocimiento
de los hombres, la epstola de San Pablo, lejos de ser despreciada, haba conmovido todos
los corazones. Leda en la asamblea de los hermanos, consiguise con ella ms de lo que se
poda
esperar:
las
facciones
hostiles,
reconciliadas;
los
rebeldes;
movidos
al
arrepentimiento; los calumniadores de Pablo, obligados a pedir perdn para evitar el castigo;
los escandalosos, entregados a Satans en el nombre del Seor Jess, para ser
prontamente reconciliados por la penitencia. El genio de Tito le inclinaba a la mansedumbre,
y as, desde su llegada supo dar a su viaje un aspecto de indulgencia y de reconciliacin. Al
principio, los hermanos le miraban con desconfianza y temor, pero no tard en establecerse
una corriente mutua de afecto y de consideracin.
Este relato llen de alegra el corazn del Apstol. Inmediatamente dict a Timoteo una carta
destinada a felicitar a sus queridos corintios por su generosa conducta. Timoteo era el
secretario. Tito era el embajador. Tambin esta vez recibi el encargo de llevarla; pero ahora
iba ms contento que antes. Tena gana de verse de nuevo entre aquella comunidad de
Corinto, amable hasta en sus extravos, que le haba mostrado tanta docilidad, tanto cario,
tanto respeto y un arrepentimiento tan rpido y sincero. La ausencia slo haba servido para
hacerle sentir ms profundamente aquel amor, nacido en uno de los momentos ms difciles
de su vida. En Corinto se le reuni algn tiempo despus San Pablo, y juntos se dirigieron a
la Ciudad Santa para entregar la ayuda fraternal de las iglesias de Acaia y Macedonia.
Vienen despus el alboroto de Jerusaln, el arresto de Pablotan dramticamente contado
por San Lucas, su viaje de Cesarea a Roma, la primera cautividad, el viaje a Espaa, la
vuelta a Oriente. Nuevamente vemos a maestro y discpulo trabajando en el mismo campo.
Desembarcan en Creta, cuyas comunidades vivan en el abandono, sin jefes, en perpetuo
peligro de extraviarse y a merced de las tendencias judaizantes. Eran grupos de fieles
formados de aluvin, que no hacan ms que vegetar, pues nadie haba hecho an una
evangelizacin seria en la isla. Reclamado por las iglesias del Asia Menor, Pablo tuvo que
ausentarse al poco tiempo, encargando a su discpulo el cuidado de predicar y de organizar
la jerarqua en Creta. Era una tarea que requera un tacto especial. Los cretenses se haban
adquirido una triste reputacin por su carcter y sus costumbres. Cretizar, en griego, era
sinnimo de mentir. Los escritores antiguos les llaman avaros, rapaces, astutos, propensos al
engao; y la impresin que sac San Pablo en el breve tiempo que pas entre ellos fue muy
poco halagea. Estos defectos se manifestaban tambin en los primeros cristianos de la
tierra. Si en algunos la gracia haba llegado a destruir los instintos de la naturaleza, haba
otros que slo eran cristianos de nombre. Hacen profesin de conocer a Diosdir de ellos
San Pablo, pero le niegan con sus obras, hacindose abominables, rebeldes e intiles para
todo acto bueno. Razn, conciencia, todo en ellos est manchado. Adems, los judaizantes
empezaban a sembrar tambin all la cizaa. Eran numerosos los charlatanes que, a vueltas
del nombre de Cristo, llevaban all los sueos ms absurdos de su fantasa. La fe les
importaba poco; lo que queran era hacer dinero predicando la nueva doctrina, y
desgraciadamente eran muchas las familias ganadas por sus astucias.
A falta de Pablo, Tito era el hombre ms capaz
de salvar el Evangelio en la isla. Ya saba lo
que de su valor poda esperarse en las horas
crticas. Pero lo que ms estimaba el Apstol
en su discpulo era el desinters con que se
entregaba a la predicacin de la buena nueva. En otro tiempo, para tapar la boca a las
acusaciones de los corintios, no haba tenido ms que recordarles la generosidad de su
compaero. Por ventura Tito se enriqueci a vuestra costa? No hemos caminado siempre
con el mismo espritu? No hemos seguido las mismas huellas? Este desprendimiento era
ahora mucho ms precioso como contraste con la avaricia de los embaucadores.
Al lado del Apstol, Tito se haba convertido tambin en un organizador. Las iglesias insulares
reflorecieron; el misionero las recorri una tras otra, fortalecindolas con su predicacin,
ponindolas en guardia contra los herejes y dotndolas de una jerarqua. An no haba
terminado su misin, cuando, en otoo del ao 66, recibi una carta por la que San Pablo,
desde la costa de Asia, le encargaba que viniese a su lado. Pero antes deba dejar el
cristianismo bien arraigado en la isla, con su doctrina alta y noble, con su moral pura y
santa.
Ante
tododice
el
maestro
al
discpulo,
mucha
autoridad
frente
los
Triunfo de Santo Tomas de Aquino (Benozzo Gozzoli, 1471, museo de Louvre, Paris - Francia)
Muchos son los que ven en Santo Toms la luz del mundo, y a boca llena le llaman el doctor
incomparable; pero no todos conocen su verdadera fisonoma. Se le imagina hiertico,
impasible, y en realidad es un atleta, un luchador.
De su infancia sabemos muy poco. Transcurre en Montecasino, en la casa matriz de la Orden
de San Benito. Desde la edad prematura de los cinco aos viste ya el hbito del patriarca de
los monjes, canta salmos en el coro y aprende las artes liberales en la escuela monacal. Sus
padres, los condes de Aquino, creen prepararle de esta manera para ser abad del
monasterio, es decir, uno de los seores ms ricos y poderosos de Italia. Pero en 1239
estalla la guerra entre el emperador Federico II y el papa Gregorio IX. Montecasino,
ciudadela del papismo, es sitiado y saqueado; los monjes evacan el claustro, la juventud se
dispersa, y Toms vuelve al castillo familiar.
De esta primera parte de la vida del Doctor Anglico hay
que retener dos ancdotas, que son verdaderos presagios.
Sucedidice el bigrafoque su madre fue a baarse a
la playa de Npoles, y llev consigo al nio y a la nodriza.
Habiendo sta dejado al nio en un soportal donde suele
sentarse la gente, tom l un trozo de pergamino que
estaba tirado en el suelo. Quiso la nodriza arrebatrselo
de la mano, pero el nio empez a llorar fuertemente,
apretando su tesoro de tal manera, que la nodriza se vio
obligada
ceder.
Acudi
la
madre,
ms
Ya en la escuela de Montecasino, cuando Toms tena apenas siete aos, preguntaba con
frecuencia a sus maestros: Qu es Dios? Tratbanselo de explicar, pero su inteligencia
infantil buscaba siempre respuestas ms luminosas. Toda la vida de aquel que iba a ser uno
de los ms grandes doctores de la cristiandad iba a consumirse en la solucin de este
problema; y cuando un da el Cielo se le abra para darle la respuesta completa, la pluma se
caer de sus manos y no tardar en enmudecer.
Al salir de la abada, Toms fue llevado a la Universidad de Npoles. Sus padres no haban
abandonado el proyecto de hacer de l un abad cumplido. Pero el joven estudiante se
encontr all con los Hermanos Predicadores, que acababan de fundar un convento en la
ciudad. El personal universitario se senta entonces arrastrado hacia la Orden de Santo
Domingo, recin instituida; Toms se dej llevar del contagio, y se acercaba ya a los veinte
aos cuando fue vestido del hbito blanco. Aqu empieza su primera lucha. Su padre haba
muerto; pero su madre, Teodora de Theate, de la familia de los Caraccioli, de la raza de los
terribles jefes normandos Guiscardo, Bohemundo y Tancredo, era una condesa feudal
autoritaria, dura y altiva. Al sentir que se frustraban sus planes, se present en el convento
con squito numeroso y reclam a su hijo. Le dijeron que fray Toms estaba camino de
Roma, y hacia Roma se dirigi ella. En Roma, un nuevo chasco. Fray Toms acababa de
marchar, acompaando al general de la Orden. Irritada, furiosa por aquel ultraje hecho a su
autoridad materna, envi un despacho a sus hijos, que estaban en el ejrcito de Federico II,
ordenndoles que vigilasen los caminos y le trajesen preso a su hermano.
Precisamente, el general dominico, que se diriga a Bolonia, tena que pasar junto a los
lugares donde estaban acantonadas las tropas imperiales. Era un da de primavera. Un poco
antes de llegar a Aquapendente, los viajeros se sentaron a la sombra de unos arbustos para
tomar su frugal alimento. De pronto, galopar de caballos. Entre los jinetes distingui Toms a
su hermano Rainaldo. Estaba descubierto. A pesar de las reclamaciones del general, la
soldadesca se arroj sobre l, y despus de intentar intilmente quitarle el hbito, le coloc
en una de las cabalgaduras y parti a todo galope.
Alegrse la condesa de ver a su hijo, pero era la alegra de la victoria, no la del amor. Es
probable que nunca desapareciera de su alma el resentimiento provocado por aquellas idas y
venidas. Ni siquiera intent ganar la voluntad del joven por la ternura maternal. Al contrario,
desde el primer momento mand que le encerrasen en una torre del castillo seorial. Slo
sus dos hijas Marotta y Teodora podan acercarse a l para convencerle, con caricias y
argumentos, de que tomase el hbito que haba llevado de nio. No se le trat
inhumanamente, pero s con severidad. El encierro era bastante oscuro, aunque haba la luz
suficiente para leer, y un dominico de Npoles logr, burlando la vigilancia de los guardias,
hacer llegar hasta el prisionero mensajes de consolacin y libros de meditacin y de estudio,
como la Biblia, los Sofismas de Aristteles y las Sentencias de Pedro Lombardo. Toms
estudiaba y rezaba; y aunque se cerraba a todas las splicas de sus hermanas, reciba
gustoso sus visitas.
La vigilancia se hizo ms estrecha cuando los dos hermanos vinieron del ejrcito.
Acostumbrados a la vida galante de los palacios, a las costumbres sensuales de la caballera
Rainaldo fue uno de los buenos poetas erticos de aquel tiempo, resolvieron someter al
bello adolescente a una prueba brutal. Trajeron de Npoles una de sus amigas, clebre por
su belleza, y despus de decirle lo que deseaban de ella, la introdujeron una noche en la
torre. Todo el mundo sabe lo que sucedi; todo el mundo sabe cmo Toms, cogiendo de la
chimenea un tizn inflamado; hizo huir a aquella pobre mujer, y luego al demonio tentador,
trazando una cruz negra en la muralla. Bien sabido es tambin lo que pas aquella noche:
cuando Toms dorma profundamente, entraron en su habitacin dos ngeles, se acercaron a
l y le pusieron un ceidor incandescente. El joven lanz un grito de angustia y despert. En
adelante no volvera a sentir en su alma las mordeduras de lo que llamaba San Pablo el
aguijn de la carne.
Tanta constancia lleg a cansar a los carceleros. La condesa se vio virtualmente vencida; sus
hijos tuvieron que ausentarse de nuevo, y las dos hermanas no acertaban a comprender del
todo el motivo de aquella oposicin. El fraile napolitano que surta de libros al preso crey
llegado el momento de tentar un golpe atrevido. Tirle una soga desde el pie de la fortaleza,
le invit a bajar por ella a favor de la oscuridad, y en el exterior aguard l con dos
cabalgaduras. La aventura tuvo un xito completo.
Un ao despus, fray Toms figuraba ya entre los oyentes de Alberto Magno en el colegio de
Santiago, de Pars. Fue el discpulo ms humilde y ms dcil, verdadero modelo de disciplina
intelectual hasta para los ms altos espritus. Pasivo, en el noble sentido que da a esta
palabra la filosofa tomista, entregse a la meditacin tenaz de la enseanza del maestro, a
una labor ntima y constante de asimilacin, de integracin. Este carcter reflexivo le alejaba
de los recreos, de las discusiones, de las conversaciones. Era un taciturno. Sus condiscpulos
empezaron a darle un mote, que aunque tena su punta de desdn, no era del todo
desgraciado. Llambanle el buey mudo. El mismo exterior de fray Toms justificaba el
apelativo. Era de una talla gigantesca, gordo y algo pesado. Sus carnes eran blandas, fofas,
las carnes molles, que l juzgar despus las ms favorables para el esludio. Era una
estructura fisiolgica ms nortea que meridional, ms germnica que griega. Tres
calificativosmagnus, grossus, brumusresumen los rasgos esenciales de aquella fisonoma.
La tez morena era precisamente lo que haba en l de meridional, lo que haba heredado de
su padre, juntamente con una sensibilidad exquisita, pues era, como dice el bigrafo,
maravillosamente pasible.
Los genios se atraen o se rechazan, pero se comprenden, y si Toms pas algn tiempo
inadvertido a los ojos de sus condiscpulos, no le sucedi lo mismo con el maestro.
Precisamente, la cualidad suprema de Alberto el Grande era la penetracin. Enteramente
autntico es el episodio que se ha llamado, con justicia, la revelacin del genio de Santo
Toms de Aquino. Toms tena veinticinco aos. Su maestro crey llegado el momento de
darle a conocer, y lo provoc a una discusin delante de todos los discpulos. De una y otra
parte, los argumentos partan certeros, profundos, sutiles. Los estudiantes estaban mudos
los
errores
averrostas,
que
haban
maravillosamente realizada, que contar siempre como una de las mayores hazaas del
pensamiento humano.
Esta actividad intelectual tan fuerte, tan intensa, se juntaba con una vida de la ms alta y
frvida oracin. En Santo Toms, el telogo eclipsa casi al mstico, pero hay un momento en
su vida en que el mstico hace enmudecer por completo al telogo. No era muy dado a
penitencias extraordinarias; aunque sola leer frecuentemente las Conferencias de Casiano
con los Padres del desierto. Amaba el ayuno y el silencio, y por uno de sus discpulos
sabemos que uno de sus solaces favoritos consista en pasearse solo por el claustro, con
pasos lentos y grandes, la cabeza descubierta y levantada hacia el cielo. En Pars se abstena
de todo trato con el exterior. En relaciones constantes con el rey, el cual le enviaba sus
decretos por la tarde para que los revisase durante la noche, slo una vez quiso aceptar su
mesa. Su conducta se resume en estos consejos que daba a los dems: S lento para
hablar. Ama la celda. No rompas el hilo de tu meditacin. No te familiarices con nadie,
porque la familiaridad distrae del estudio. Evita, sobre todo, el ir y venir sin finalidad
ninguna.
La especulacin y la oracin eran dos hermanas excelentes en la vida del gran doctor: se
ayudaban, se mezclaban, se fundan. Cada vez que fray Toms tena que ensear, discutir,
escribir o estudiardice fray Reginaldo, su tierno amigo, acuda secretamente a la oracin,
y muy frecuentemente derramaba lgrimas antes de consagrarse al estudio de las verdades
divinas. Este doctor, que nos imaginamos flotando en las regiones serenas de la fra
intelectualidad, tena un alma impregnada de mstica piedad. Diciendo misa, descubriendo un
alto misterio, cantando el responsorio Media vita en el coro, las lgrimas inundaban sus
mejillas. Y muchas veces a las lgrimas suceda el xtasis. En l se juntaban dos xtasis de
difcil demarcacin: el especulativo y el mstico. Una vez tuvo el mdico que cauterizarle la
pierna. Como era tan sensible, temise que no resistira; pero l se ech algn tiempo antes
en el lecho, absorbise en sus especulaciones, y no sinti la quemadura. Esta manera de
anestesiarse le fue muy til en varias ocasiones, y la empleaba, sobre todo, siempre que el
cirujano del convento tena que abrirle la vena para sangrarle.
Como
se
ve,
tena
una
predisposicin
natural
para
los
xtasis
verdaderamente
sobrenaturales, que al fin de su vida se hicieron en l casi diarios. Es famoso aquel en que
oy una voz que le deca:
Bien has escrito de M, Toms; qu recompensa quieres recibir?
Slo Vos mismo, Seorrespondi el santo.
Un reflejo de esta vida asctica lo encontramos en la liturgia incomparable del Santsimo
Sacramento, y muy particularmente en los sermones del santo. Predic entre la concurrencia
estudiantil de la Sorbona, en la corte pontificia y en los grandes concursos del vulgo. En
Npoles habl diariamente durante una cuaresma, y su emocin al exponer la Pasin de
Cristo era tan comunicativa, que se vea precisado a interrumpir el discurso para dejar llorar
a los fieles. Estos sermones populares son modelos de claridad, de espontaneidad, de uncin
y, a veces, de lirismo.
Decamos que en Toms el mstico eclips al telogo. Veamos por qu. El 6 de diciembre de
1273 deca fray Toms la misa en la capilla de San Nicols, de Npoles. Arrebatado en
xtasis, tuvo una visin extraordinaria, y tan tenaz, que fue preciso volverle en s
violentamente. Desde entonces qued extraamente transformado. Haba llegado en la
Summa al tratado de los Sacramentos, y no escribi ms. Muy triste de que aquella grande
obra quedase incompleta, fray Reginaldo le importunaba, diciendo:
Padre, cmo podis dejar as ese libro, que habis empezado para la gloria de Dios y la
iluminacin del mundo?
Toms responda:
No puedo ms.
Pero de tal modo insisti aquel buen amigo, consejero, amanuense y confesor del santo, que
Toms se vio obligado a revelar su secreto:
No puedo msle dijo; lo que he escrito, comparado con lo que he visto, me parece
ahora como el heno.
Algn tiempo despus fue fray Toms a pasar unos das en casa de su hermana la condesa
de San Severino, a quien amaba tiernamente. Le agasajaron con esplendidez y con cario;
pero apenas pudieron sacar de l algunas palabras.
Qu le pasa a mi hermano?pregunt la condesa; le hablo y no responde; est como
estupefacto.
Fray Reginaldo respondi:
Desde el da de San Nicols se encuentra en este estado, y no ha vuelto a escribir ms.
No obstante, era preciso dirigirse al concilio de Lyon, para el cual haba recibido Toms una
invitacin personal del Papa Gregorio X. En el camino hizo un rodeo para visitar a su sobrina
Francisca, en el castillo de Paenza. Apenas haba llegado, cuando se sinti gravemente
enfermo, de una enfermedad extraa, que el mdico no acertaba a comprender. Haba
perdido completamente el apetito. Como le insistiesen que deba tomar alguna cosa, pidi
sardinas frescas; pero no las prob. Era un capricho de enfermo. Deseando morir en una
casa religiosa, mand que le transportasen al monasterio vecino de Fossanova. Al llegar,
pronunci estas palabras: Aqu est mi descanso. La hospitalidad de los hijos de San
Benito se una aqu a la gratitud ms profunda por el hombre que haba construido el gran
edificio de la sistematizacin teolgica del cristianismo. Los monjes se deshacan para alegrar
y consolar sus ltimos das. Veaseles trayendo sobre sus hombros la lea que haba de
calentar su cuarto en aquellas duras maanas del invierno. El maestro, emocionado, les
pregunt cmo poda pagarles tanta solicitud, y ellos le pidieron que les comentase el Cantar
de los Cantares. Fue el supremo esfuerzo; poco despus, el 7 de marzo de 1274, fray Toms
mora, sometiendo todos sus escritos a la correccin de la Santa Iglesia Romana. Mora de
haber visto a Dios; aquella enfermedad misteriosa haba empezado aquel da 6 de diciembre,
en que su espritu vido se pase por lo ms alto de los Cielos. Nadie que vea a Dios puede
vivir.
para el comercio. No sabe leer; an no ha hecho la primera comunin, pero nunca deja de
colocar su mercanca. Y despus se sube a un rbol o a una silla para observar a los
saltimbanquis. Sus ojos ardientes chispean de curiosidad, sus cabellos negros y ensortijados
se encrespan en los momentos de emocin. Quiere aprender el oficio, para reunir tambin l
a las multitudes y llevarlas a Dios.
A los nueve aos recibe el primer mensaje del Cielo:
Tuve un sueodice l mismo, un sueo que me
impresion
Parecile
profundamente
que
se
encontraba
para
entre
toda
un
la
vida.
corro
de
las mujeres. Van dispuestos a conocer los grandes secretos de la ciencia moderna; pero
antes tienen que or una leccin de catecismo, o la explicacin del Evangelio de aquel da, o
el relato de algn suceso bblico. Tal vez ms de uno se marcha impacientado, pero el
Boschetto sabe amenizar su sermn con alusiones a la prxima cosecha o con imgenes
caseras. Cuando termina la pltica, se santigua y empieza a manifestar sus habilidades. De
pronto, en lo mejor de un experimento, se interrumpe, diciendo: Ahora recemos el rosario.
Al fin, el pollo apareca decapitado sobre la alfombra, y acto seguido empezaba a cantar y
saltaba alborozado. Los circunstantes aplaudan, salvo alguno que pensaba si todo aquello
sera efecto de un pacto con el demonio; salvo, tambin, el hermanastro, que sola recibir al
vencedor a la puerta de casa con palabras como stas: Imbcil! Se han redo de ti. Qu
importa!contestaba Juan; se han divertido honestamente, se han librado de la blasfemia,
han rezado y han aprendido la doctrina cristiana.
Pero el hijo de Margarita no estaba satisfecho: quera ser sacerdote; una locura, tratndose
de un pobre aldeano sin medios para costear la carrera. Cerca de los Becci vive un
sacerdote, que se ofrece a ensearle; y empieza a aprender italiano, pues su lengua materna
era el piamonts. Diariamente recorre Juan los diez kilmetros que hay desde los Becchi a
Murialdo y desde Murialdo a los Becchi. Antes del alba ya est en su camino con el libro bajo
el brazo. Pero Antonio considera que aquello es perder tiempo. Italiano, latn! Para qu
sirve eso en una casa de labradores? Yo me he criado fuerte y no conozco esas cosas,
dice, con un argumento contundente. Y Juan le hace esta picante observacin: No sabes lo
que dices. Por muy ignorante que seas, nunca sers ms fuerte que nuestro burro. Como
consecuencia de aquella antipata, Juan tuvo que salir de casa y marchar a servir, a guardar
vacas en una casa ajena. Guardaba sus vacas, segua estudiando bajo los sauces y ganaba
quince liras anuales.
Dos aos ms tarde, un extrao alumno se presentaba en la escuela comunal de
Castelnuovo. Venia de los Becchi con los zapatos en la mano, para no embarrarlos; un zurrn
de pastor a la espalda, y en el zurrn, la comida: queso y pan. Los escolares le reciben con
risas maliciosas; los maestros, con miradas adustas. Con uno de ellos tiene que sostener
este dilogo:
Cmo te llamas?
Juan Bosco.
Cuntos aos tienes?
Diecisis.
Qu escuelas has frecuentado?
Ninguna.
Juan Bosco consigue a duras penas que le admitan a aprender latn. Cada maana llega a
Castelnuovo fatigado y jadeante, hasta que encuentra caritativo alojamiento en una familia
cristiana. Semanalmente su madre le lleva un saco de pan, que debe ser su desayuno, su
comida y su cena, y slo de tarde en tarde prueba un cazuelo de sopa humeante. Estudia
heroicamente, aunque los maestros no hacen caso de l. Al mismo tiempo perfecciona sus
habilidades de prestidigitador y se hace sastre, herrero, tocador de vihuela y cantor de
iglesias. Todo oficio es bueno para l. No slo aprenda lo que un da u otro podra servirle,
sino que de paso ganaba algunos sueldos para comprar libros. Tiene la pasin de los libros.
En una librera de viejo ve las obras de San Alfonso de Ligorio. Quiere comprarlas, pero no
tiene las veinte liras que cuestan. En esto le dicen que el pueblo cercano de Montana celebra
una gran fiesta, en la cual no falta el juego de la cucaa con premios. El Boschetto llega a
Montafia, ve el largo mstil plantado en medio de la plaza, un mstil pulido a garlopa y
jabonado, y se dispone a tomar parte en la lucha. Uno a uno van trepando los que intentan
la hazaa, y uno tras otro caen desalentados. A su vez, Juan se abraza al poste, avanza
despacio, cruza las piernas, descansa en los talones y se limpia las manos del jabn
escurridizo. Sube lentamente, pero seguro; y la multitud le contempla sin pestaear. Al llegar
a la cima, encuentra una bolsa, y en la bolsa las veinte liras que necesita para comprar las
obras de San Alfonso.
Al poco tiempo Juan ya no tiene nada que aprender en Castelnuovo, y gracias a la caridad de
algunas almas buenas, logra entrar en el liceo de Chieri, que es toda una ciudad. Al verle por
primera vez con sus pobres vestidos, con sus manazas de herrero y sus zapatos de aldeano,
el director le recibe con este exabrupto: Este mozarrn es un gran talento o un gran
burro. Bosco estudia con la tenacidad de su temperamento y a la vez aprende un oficio
nuevo, el de caballerizo. Sus condiscpulos le rodean, le admiran, le escuchan y le aman, y
entonces funda la Sociedad de la Alegra, una reunin de muchachos que trabajan y estudian
durante la semana, y el domingo se divierten. Las conversaciones malas, las blasfemias, los
malos ejemplos, los insultos, estn prohibidos en ella. Pero en todo Chieri los muchachos
ms alegres, los ms felices, son los amigos del Bochetto. Juan vive ahora en casa de un
confitero, que le ensea el oficio de la repostera y le propone una participacin ventajosa en
el negocio. l rechaza la oferta, resuelto a consagrarse a Dios. Durante algn tiempo piensa
hacerse franciscano; y al exponer a su madre la idea, recibe esta respuesta admirable: Slo
una cosa tengo que decirte, y es que examines tu vocacin, y despus la sigas sin vacilar. Lo
primero, la salvacin de tu alma. Hay quien me dice que te niegue mi permiso para hacerte
fraile, porque el da de maana podra necesitar de ti; pero yo no quiero nada ni espero
nada. He nacido en la pobreza y en ella quiero morir. Y ahora te digo solemnemente que si te
hicieras sacerdote y, por desventura, llegaras a ser rico, yo no ira nunca ms a verte.
A
los
sueos
franciscanos
sucedieron
los
anhelos
juglar. El 25 de octubre de 1835 viste por vez primera el hbito clerical, y en el fervor de su
nuevo estado, en la generosa plenitud de los veinte aos, se entrega completamente a Dios.
Desde ese da refiere l mismotuve que preocuparme ms seriamente de m. Era
preciso reformar la vida que hasta entonces haba llevado. Sin ser un criminal, haba sido
disipado, vanidoso, amigo de paseos, juegos, saltos y cosas parecidas, que me alegraban
momentneamente, pero que no me saciaban el corazn. Haba tenido todo el entusiasmo
de un apstol, pero ahora empezaba a darse cuenta del peligro de la accin exterior, cuando
no corre pareja con el cultivo de la vida interna. Recordaba la palabra del Kempis: Mejor es
esconderse y cuidar de s, que con descuido propio hacer milagros. Mucho le sirvi en esta
poca el trato con otro seminarista, espejo de inocencia, que se llamaba Luis Comollo, y le
consagr la ms dulce amistad. Con l hizo el Boschetto un pacto terrible, que desaprob
ms tarde. Los dos prometieron solemnemente que el primero que muriera volvera a este
mundo a avisar al otro de su destino. Y de tal manera les obsesionaba este pensamiento, que
no podan verse sin recordar el compromiso. Yo ser el que volver, deca Luis siempre. Y,
efectivamente, el 2 de abril de 1839 fue arrebatado a su amigo. Al da siguiente de su
sepulturadice Don Bosco, estbamos ya acostados todos los alumnos del curso de
teologa. Yo no poda dormir; lleno de inquietud, pensaba en nuestro pacto. Al sonar las
doce, un fragor sordo avanza por el corredor. Pareca un carro arrastrado por muchos
caballos. Los seminaristas se despertaron y corrieron despavoridos a cobijarse en un rincn
del dormitorio. Petrificado de horror, Bosco vio que se abra violentamente la puerta, y entre
una luz que se acercaba a su lecho, oy estas palabras: Bosco, Bosco, Bosco! Me he
salvado! Fue tal mi terroraade, que hubiera preferido morir.
El da 6 de junio de 1841, el pastorcillo de los Becchi deca su primera misa en la iglesia de
San Francisco, de Turn, y ese mismo da escriba estas palabras: El sacerdote no va solo al
Cielo ni al infierno; por eso me empear en observar las siguientes resoluciones: Ocupar
bien el tiempo; padecer, trabajar y humillarme en todo y siempre que se trate de salvar
almas; tomar por gua la caridad y dulzura de San Francisco de Sales; no conversar con
mujeres, si no es por una necesidad espiritual. Y cuando, unos das ms tarde, entraba en
su casuca de los Becchi, su madre, sentndose frente a l y poniendo sus manos sobre sus
rodillas, le mir cara a cara y le habl as: Ya eres sacerdote; dices misa, ests ms cerca
de Cristo. Pero acurdate, Juan, de mis palabras: comenzar a decir misa significa comenzar a
padecer. No lo advertirs en seguida; pero ms tarde vers que tu madre no te ha engaado.
Estoy segura de que todos los das rezars por m, est viva o muerta, y eso me basta. De ti
no quiero ms. T, en adelante, piensa en la salud de las almas. Un pronstico semejante
acababa de hacer acerca del ordenado un viejo sacerdote de Turn, que gozaba fama de
santo: Qu joven eres y qu inexperto!, le dijo tirndole de la sotana, cual si quisiera
desgarrrsela. La encontris acaso demasiado fina?, pregunt Juan Bosco. Qu
inexperto eres!repuso, con aire de profeta, Don Cottolengo. Los muchachos te rodearn
a millares; uno te tirar de la derecha, otro de la izquierda, y tu pobre sotana se har trizas;
procura hacerla de una tela ms fuerte.
Poco tiempo despus, Don Bosco se encuentra en Turn rodeado de biricchini, es decir, de
tunantes. Llega primero uno, y el nuevo sacerdote le recibe en la sacrista de la iglesia, le
acaricia, le ensea a santiguarse, a rezar y a leer. Este trae a otros seis, aprendices de
albail, pero ms acostumbrados a correr las calles que a manejar la llana. Don Bosco los
entretiene, contndoles historias edificantes, poniendo en juego todos los resortes de su
ingenio inagotable y ensendoles canciones compuestas por l mismo. Tal fue el origen de
aquellas reuniones de muchachos que el fundador llam oratorios festivos. Al mes son ya
ciento; a los tres meses, doscientos; aquellos golfillos, que acababan tal vez de salir de la
prisin, que no tenan educacin, ni trabajo, ni morada fija, escuchaban ahora religiosamente
le explicacin del Evangelio, aprendan la doctrina cristiana, y luego atravesaban las calles en
alegre procesin, entonando bellas canciones y buscando una iglesia donde or la misa. Obra
noble, esplndidamente civilizadora, pero que no todo el mundo supo comprender. Las
buenas gentes se escandalizaban de la alegra de aquella tropa bulliciosa, su extravagante
capitn era considerado como un loco, y las mismas autoridades, interesadas en sanear la
ciudad, se opusieron tercamente a aquella empresa disparatada. Los mismos curas
murmuraban de aquella educacin al aire libre, como de una cosa hertica, y fruncan el
entrecejo cuando Don Boco les deca: Mis biricchini no tienen parroquia, porque no tienen
domicilio ni familia. Si vosotros queris atraerlos, sea en buen hora; preparad un patio con
juegos y msica; enseadles catecismo, lecturas y cuentas; dadles tambin el desayuno y un
poco de merienda por la tarde; y buscadles trabajo en las fbricas, porque ellos quieren
ganarse la vida.
Todo esto era lo que Don Bosco haca con sus pequeuelos. Ninguna contradiccin poda
desalentarle; ninguna dificultad acobardarle. Quisieron detenerle, como a un revolucionario;
quisieron llevarle al manicomio, como a un demente; pero logr superar todos los obstculos
con su diplomacia maravillosa. Le desalojaron de los patios, de las iglesias y hasta de las
calles, y l busc un prado en las afueras de la ciudad. Mi misin es consagrarme a la
juventuddeca, poniendo una vibracin apasionada en el acento de su voz y un fulgor
extraordinario en sus ojos negros. La divina Providencia me ha mandado mis biricchini; y
cuantos ms vengan, mejor. Pareca un sonador, pero un instinto infalible le guiaba, o, por
mejor decir, una ciencia sobrenatural, en que se fundan equilibradamente la discrecin, la
prudencia y el don de gentes. Este juicio claro en medio del caos de los tiempos en que vive,
le saca triunfante de todas las luchas. Su institucin se ampla sin cesar; la turba de
chicuelos se multiplica; el Oratorio festivo se convierte en los Oratorios de San Francisco de
Sales, organismo permanente, que es al mismo tiempo taller, templo, escuela, saln de
juego y vivienda. All Don Bosco ensea el trabajo, la oracin, la msica, las letras y los
juegos; all su madre, mam Margarita, como dicen los muchachos, reparte un plato de
menestra, un pedazo de pan y un poco de fruta, si lo tiene. Y los nios viven contentos,
rezan, juegan, corren, trabajan y obedecen ciegamente las rdenes de su director. Los lobos
han sido transformados en corderos, y las gentes preguntan al prodigioso encantador: Pero,
cmo hacis para atraerlos de esa manera? Amndolos, responde l, sonriente.
Pero Don Bosco no es slo su educador, el educador ms grande de los tiempos modernos.
Su corazn de apstol le lleva a desarrollar su actividad en todos los campos donde se
combate a la Iglesia: predica, confiesa, escribe, propaga la devocin a Mara Auxiliadora,
discute con la palabra y con la pluma, se hace periodista, publica libros de ciencia y de
religin, confunde a los herejes, aconseja a los extraviados y deshace las tramas de los
enemigos de la fe. Es el tipo autntico del soldado de Cristo, del conquistador ambicioso de
almas. Los adversarios no pueden perdonarle sus derrotas y conjuran contra l. Muchas
veces pasan las balas silbando en torno suyo; muchas veces aguardan los asesinos la
ocasin propicia para asestar el golpe mortal; pero l sigue trabajando con el mismo aliento.
Un da el arma de fuego atraviesa su sotana: Bah! exclama l; mam Margarita tendr
que remendarla. Una providencia especial le saca de todos los peligros, y durante doce aos
un perro misterioso, un ejemplar imponente de la raza fuerte y gil de los perros de pastor,
apareca a su lado en medio de los momentos difciles. Muchas veces se le vio rondar en
torno al Oratorio; pero nadie pudo averiguar su origen. Se le llamaba el Gris. Una noche
dice Don Boscovolva solo a casa, con algn recelo, a causa de los numerosos atentados de
que fui vctima por aquel tiempo, cuando veo junto a m un porrazo, que de pronto me
asust; pero como no mostrase intenciones hostiles; y ms bien me hiciera carios, pronto
nos hicimos amigos, y me acompa hasta casa. Lo mismo que esa noche, ocurri otras
muchas veces.
El prestigio de Don Bosco se haba aumentado
prodigiosamente, y con su prestigio, su obra. Tena
colaboradores, se multiplicaban los discpulos, su
nombre corra por toda Italia, su instinto pasaba las
fronteras, se extenda por Francia y por Espaa y
llegaba a las naciones del otro lado del Ocano. Los
Pontfices aprobaban sus iniciativas, los pueblos le
admiraban, los prncipes le favorecan, y l segua
trabajando con la misma sencillez, con el mismo
fervor, con el mismo fruto que en sus primeros das. A
su lado trabajaban sus hijos, los Padres salesianos,
dominados de su mismo entusiasmo, empujados por
su mismo espritu. Burla burlando, ha logrado formar una de las ms bellas instituciones de
los tiempos modernos. Con legtima satisfaccin contempla a sus primeros biricchini
convertidos en hombres, en ciudadanos, en cristianos. Unos son carpinteros, otros
tipgrafos, otros sastres, otros ingenieros o militares. Algunos se han unido con l para
trabajar a su lado en aquella obra magnfica: se han hecho salesianos. Son maravillosos los
frutos de aquel sistema de enseanza. Porque, aunque no escribi obras de pedagoga, Don
Bosco transmiti a los suyos un sistema, y se lo expuso en unas pginas cuya extraordinaria
sencillez llega a desconcertarnos y casi a decepcionarnos. Para que vuestra palabradice a
los maestrostenga prestigio, es necesario que cada superior destruya su propio yo. Y
aade: Los jvenes son muy finos observadores, y advierten cundo en un superior hay
celos, envidia, soberbia, avidez de aparecer, y entonces su influencia est perdida. Ninguna
amistad particular con los alumnos; libertad completa para saltar, correr y levantar barullo a
sus anchas; confesin frecuente y misa cotidiana como columnas del edificio educativo, pero
sin obligar a nadie a recibir los sacramentos. Los castigos, slo en ltimo extremo, y, a ser
posible, nunca en pblico. El golpear, poner de rodillas y otras penas semejantes son cosas
que envilecen al que las impone. Jams castigos materialesdeca en una carta; nunca
palabras humillantes ni reproches severos delante de otros. En las clases resuene la palabra
dulce, caritativa, paciente.
Y as realiz el pastorcillo de los Becchi una de las obras ms nobles que han visto nuestros
das. Es una labor sobrehumana: miles de sacerdotes y de monjas se han formado en las
congregaciones por l fundadas; centenares de miles de alumnos salieron de sus escuelas,
millones de libros, revistas y folletos se imprimieron en sus talleres. Obra de amor, de
energa indomable, de paciencia infinita, de alegra y de luz.
En la Ley estaba escrito: Todo varn que abriere el seno de su madre, ser consagrado al
Seor. De este modo, exigiendo las primicias de la familia, como haba exigido las primicias
de la tierra, afirmaba Yahv su dominio soberano sobre Israel. Segn otro precepto, toda
mujer que haba dado a luz un hijo varn, quedaba impura, y por espacio de cuarenta das le
estaba prohibido acercarse al santuario. Terminado el plazo, poda ya subir al templo para
ofrecer en holocausto un cordero, o un pichn, o una trtola, por el pecado. As entraba de
nuevo en posesin de todos sus derechos de hija de Israel. Cuando la joven madre era
pobre, bastbale ofrecer dos pichones o dos tortolillos.
Cumplise tambin para Maradice San Lucasel
tiempo de la purificacin; y como quera dar
ejemplo de humildad y de obediencia a la Ley,
aunque su parto haba sido libre de toda sombra de
impureza, subi al monte Moria, donde el templo de
Salomn ostentaba la magnificencia de su fbrica
recin restaurada. En sus brazos llevaba al Nio y
junto a ella caminaba Jos con la jaula en que
dormitaban los voltiles.
Tmidamente atravesaron los dos galileos aquellos
magnficos prticos, aquellas mansiones doradas,
que llamar su Hijo, el mismo que ahora cuidan
solcitos, guaridas de ladrones. Temblorosos, pero sin perder su serena sencillez, atravesaron
el Palio de los Gentiles, bajo las miradas curiosas de los tratantes y de los levitas, que no
tardan en adivinar, bajo sus maneras humildes, dos oscuros provincianos. Ms all del Hell, o
atrio de las mujeres, encuentran la escalinata marmrea de las quince gradas guarnecidas de
bronce. All les sale al encuentro un sacerdote, que hisopea a la joven esposa con sangre,
despus de recibir la ofrenda de los pichones y los cinco siclos que se exigan como rescate
del recin nacido. El descendiente de Aarn crey, sin duda, libertar a un hombre y purificar
a una mujer; pero tan ilusoria era la purificacin como la liberacin. El rescatado y ofrecido
deba, segn el plan divino, sustituir l mismo a todas las ofrendas, a todas las primicias, a
todos los holocaustos, reemplazando a la Humanidad entera y representndola en el servicio
de Dios. Por derecho propio era el Rey universal y el Pontfice de la Nueva Alianza, nico
capaz de reconciliar al cielo con la tierra. Toda la tribu de Lev hubiera sido incapaz de
suplirlo; por eso, contra todas las apariencias viene ahora a constituirse vctima de su
sacerdocio. Treinta y tres aos ms tarde, clavado en una cruz, podr verse claramente que
los cinco siclos del sudor del carpinterocon qu divina fruicin los dara San Jos!no le
dispensaron de inmolarse a la gloria de su Padre, y se comprender cmo, siendo verdadero
sacrificador y nica vctima, reemplaz en un templo ms perfecto un sacerdocio estril y
unas vctimas impotentes.
Nada de esto adivinaron los ministros de la Ley antigua; no supieron descifrar la mirada de
aquel Hijo, no acertaron a leer en la frente de aquella Madre. Les importaba ms averiguar lo
que all en Roma soaba el seor de las naciones, y chismear a costa de los cabecillas que
aparecan en Galilea, o seguir, marrulleros, el humor luntico del tirano de Palestina. Y, sin
embargo, haban hablado los profetas y los orculos. Los paganos mismos aguardaban un
salvador prodigioso. No haba profetizado Ageo la gloria del templo nuevo, ilustrado por la
majestad del esperado dominador? No existan las visiones tan claras de Isaas? Y, sin
Detrs,
presenciando
conmovedora,
se
hallaba
esta
una
escena
mujer, una
SANTA GUEDA
Virgen y mrtir
( 251)
Memoria obligatoria
5 de febrero
Todas las generaciones cristianas han mirado con admiracin la varonil figura de esta herona
siciliana. Su nombre aparece en el canon de la Misa, se lee en los ms viejos calendarios, y
ya en el siglo IV cantaba su gloria el papa San Dmaso. Como sucede con frecuencia, la
devocin de los pueblos la ha perjudicado, envolvindola en las nubes de la leyenda, que nos
impiden ver el retrato verdadero de su alma. Sus actas son una de aquellas novelas
edificantes que tanto apasionaban a la Edad Media, pero que a nosotros nos impresionan
muy poco. Sin embargo, pueden recogerse en ellas rasgos autnticos que parecen eco de las
tradiciones histricas y hasta de los documentos notariales. As, por ejemplo, este dilogo
entre ella y el gobernador de Sicilia, que tan genuinamente nos refleja los sentimientos y el
lenguaje de los cristianos del siglo III:
Cul es tu condicin?
Soy de condicin libre y de noble nacimiento, y de
ello da testimonio todo mi linaje.
Si eres noble y de ilustre familia, por qu te
entregas a la vida de los esclavos?
Soy sierva de Cristo y, por tanto, de condicin servil.
Si en realidad fueses noble, te desdearas de hablar
de esa manera.
La verdadera nobleza es ser esclava de Cristo.
Adems de noble, gueda era bella, doble motivo para que el prefecto tratase de ganarla al
paganismo. Fueron largas las promesas y duras las amenazas. Hubo que resistir los
interrogatorios oficiales y las diablicas astucias de una mujer perversa, erudita en ganar
almas de doncellas a los vicios y al error. Derroche de oro, de ingenio, de tiempo y de
paciencia. Era la tctica que el emperador Decio haba trazado en aquella su persecucin
contra los cristianos, una persecucin fra, metdica, implacable. Todo derramamiento de
sangre deba estar sabiamente calculado. Lo que importa es el fin: aniquilar a los cristianos,
no matndolos a todoseran damasiados, sino hacindolos volver al culto oficial. La
muerte, s; pero cuando se ha perdido toda esperanza. Entretanto, todos los medios son
buenos: debilitar la paciencia de un recalcitrante, olvidndole meses y meses en la prisin;
llevar hasta poner en peligro su vida la crueldad de la tortura, y curar luego las heridas;
seducirle por medio de las proposiciones ms tentadoras: el dinero, el placer, los honores...
No importa hacer mrtires, sino apstatas, era la expresin con que resuma su poltica
religiosa aquel emperador austero, cmicamente austero, a quien Lactancio llamar
execrable animal.
gueda atraves victoriosamente todos stos peligros, aplicados con ingeniosa graduacin;
promesas de matrimonio envidiable, espejismos de honores y grandezas, furores de un amor
desairado, almbares y acedas de una vieja taimada, caricias de garfios acerados y
ardientes, angustias y oscuridad de crceles, cuchillos que tronchan las blancas azucenas de
sus pechos, azotes, ecleos, llamas y, al fin, la muerte. Catania, su patria, qued para
siempre decorada con su sangre y enriquecida con su velo virginal, aquel velo que recogi el
perfume de su cabellera, y que en muchas ocasiones amans las cleras del Etna cercano.
orilla
de
una
fuente,
apareca
en
las
alegre,
pareca
el
retrato
de
la
La
tendencias
en
repblica
le
ofreci
recompensa de su
dignidades
valor, pero
la
Estatua de Santa Escolstica en Montecassino - En el monasterio construdo sobre una colina rocosa a unas 80 millas
terrestres (130 km) al sur de Roma (Italia).
SANTA ESCOLSTICA
Virgen
(480-553)
Memoria libre
10 de febrero
las
ms
bellas
inspiradas
del
gran
pontfice.
Los dos hermanos se saludan. Benito bendice a Escolstica. Escolstica deja escapar unas
lgrimas; su voz tiembla. Tiene el presentimiento de que sta es la ltima entrevista. Est
ms locuaz que nunca. Quiere sacar su corazn y ponerlo en la palma de la mano; quiere
decir todas las cosas que no se atreva a decir otras veces, porque ante la gravedad de su
hermano le parecan nieras. Recuerda las alegras de la infancia, los das de Nursia, el
encanto del amor fraterno, sus ansias, sus temores, cuando el hermano, un adolescente
todava, se fue a estudiar a Roma; sus tristezas cuando desapareci de la ciudad para irse al
desierto. A veces se ruboriza de tener la mente puesta en aquellas cosas tan humanas, tan
balades. Pero el patriarca la conforta. Es antes de emigrar cuando la golondrina se adhiere
ms a la tierra en que cri sus pequeuelos y al nido que le sirvi de abrigo durante el
verano contra el sol y las tormentas.
El temor de la monja se serena. Las palabras de su hermano son orculos para ella. Le ama
entraablemente, le admira con un respeto de nia. Para ella es el hombre heroico que ha
sabido dejar todas las cosas para seguir a Cristo, el creador de una escuela perfecta de
ascetismo, el maestro, el organizador, el sabio, el fundador. Sin su ejemplo, cmo hubiera
encontrado ella la paz del claustro? Benito; en cambio, cree encontrar en su hermana el
germen de su alta vocacin. Qu era l, con toda la sabidura presuntuosa de las escuelas
romanas, con sus figuras retricas, con sus sueos de ambicin juvenil? Nada, cuando fijaba
la mirada en aquella nia linda, modesta, humilde, inocente, que slo pensaba en su
hermano; una rosa infatuada que abre su prpura en el tallo ms enhiesto del rosal; una
rosa embriagada en su propio perfume y en su fuego.
Mas de pronto te veo a mis pies, escondida, ruborosa, como una violeta entre la hierba
espesa de julio. Y t tenas razn.
As deca Benito, pero su hermana no estaba conforme con l. Discutieron con ese tesn a la
inversa que tienen los santos; pero el abad tena ms razones y argumentos que la abadesa.
Y fue el abad el que qued amo del campo y dueo de la palabra. Habl largamente, habl
con la maestra de quien haba aprendido tanto y enseado tanto; con la serenidad y el calor
de quien estaba lleno del espritu de todos los justos, con la seguridad de quien haba
explorado tan diligentemente los escalones de la humildad, por los cuales se baja hasta el
fuego central del amor. Pasaban las horas ligeras; escuchaba la monja en actitud exttica; la
luz se apagaba en la habitacin; en la cumbre del monte, el monasterio de San Benito
apareca envuelto en la calma indulgente y dorada del crepsculo. Entre las sombras de la
noche, llegan los ecos de la campana monacal; el esquiln de las monjas los repite en el
valle. Benito se levanta y pide la cogulla.
Qu es eso, hermano mo?pregunta Escolstica,
levantndose tambin.
Han tocado a Completas; tenemos el tiempo medido
para llegar al monasterio. Adis, recibe mi bendicin.
Una hora ms, hermano mo!suplic Escolstica. Habla, dime ms cosas todava.
No es posible. Adems, te lo he dicho todo.
Llegabas al punto preciso en que todo queda por decir.
Y en que no se puede aadir una palabra ms.
La palabra de Dios reemplazar la tuya. Rezaremos, cantaremos, cantaremos toda la
noche hasta el amanecer. Toda la noche para Dios!
Calma, hermana ma; no pidas cosas imposibles; la Regla obliga al abad como a los
monjes.
Escucha: es la ltima vez; el ao que viene ser tarde.
Oh hermana ma!
S, soy tu hermana; y t eres Benito, mi hermano. Sabes que soy vieja; que mi hora se
acerca, que no me vers ya en este mundo. Cmo podrs negarme lo que te pido?
No insistas, me llenas de pesar. Cre que habas llegado a comprender mejor el espritu de
la obediencia.
Y yo crea, permteme que te lo diga sencillamente, humildemente, crea que habas
llegado a comprender el espritu del amor.
Escolstica!
Vete, pues; ya s a quin dirigirme para conseguir la ltima alegra de mi vida. Voy a
pedrselo al que lee en el fondo de los corazones, al que no puede negrmelo.
Eso es tentar al Cielo, hermana ma.
No es tentar al Cielo abrirle nuestro corazn. Un momento: si el Cielo calla, podrs irte.
Una suavidad infinita vibraba en estas postreras palabras. Benito aguarda en pie, algo
inquieto. Escolstica se sienta, fija los brazos en la mesa de nogal, y esconde la cara entre
las manos. Ora y llora; su llanto es una oracin. Al mismo tiempo, el cielo se oscurece, la
tormenta ruge en las cumbres cercanas, se la siente avanzar, los relmpagos cruzan el cielo,
los truenos hacen temblar la pobre casita, y el agua baja, torrencial, por los flancos de la
montaa. Un monje enciende una lmpara. En este momento, Escolstica levanta la cabeza,
sonre a su hermano y le dice:
Qu, piensas marchar?
Pero, has sido t?...empieza a preguntar Benito.
Oh!responde ella; no creas que tengo poder alguno sobre la lluvia.
Entonces?...
Puedes irte a tu monasterio. Es el precepto de la Regla, s; pero ya ves: el amor no lo
quiere.
De suerte que el amor es ms fuerte que la Regla? Sin embargo, nuestra Regla es una
Regla de amor.
S, lleva al amor; pero el amor sube ms arriba.
Es verdad, hermana ma, perdname; ya te dije
antes que t tienes razn; la tienes siempre. Eres
como un jardn lleno de perfumes, como una fruta
madura para la mesa del gran Rey, como una fuente
que nunca se agota, como una flor hermoseada por la
frescura
del
roco.
Obedezcamos
al
amor;
Paisaje invernal, fro intenso y callado, da de helada calma. Los lamos altos extienden sus
brazos desnudos hacia un cielo plomizo, y en el silencio, juntamente con el caer de las aguas
torrenciales, se escucha el estrpito de los molinos que se levantan sobre el Gave. Llegan
ecos de la alegra popular que hierve en la plaza. Es el 11 de febrero, jueves de todos,
precursor del martes de carnaval, en Lourdes, la pequea ciudad pirenaica, que se asienta en
el extremo de los siete valles de Lavedn, entre las ltimas ondulaciones de las colinas que
terminan la llanura de Tarbes y los primeros escarpes de la cordillera. A un lado se yergue
una cima, y sobre la cima los muros desmantelados de una vieja fortaleza. La roca llamada
de Masabielle est adornada de musgos y taladrada de nichos naturales; al pie, el ro
sombreado de olmos y fresnos, y ms all, praderas con setos y tapiales.
Por aqu yerran, en esta maana de invierno, tres
nias, que buscan un poco de lea para el hogar de
Francisco Soubirous, el molinero. Hija del molinero es
una de ellas; Bernardita. Va a cumplir los catorce
aos, aunque no los representa. Es una naturaleza
dbil, plida, enfermiza, pero en sus ojos claros se
refleja la gracia de un alma inocente. Consagrada en
sus das infantiles a apacentar el rebao familiar, no
sabe leer, pero siente el encanto de los corderillos y
entiende el lenguaje de la Naturaleza.
Las tres nias van haciendo su hato, cuando he aqu que al otro lado de la corriente divisan
abundancia de ramas secas y de astillas esparcidas entre la hierba hmeda. Dos de ellas se
descalzan para ganar la opuesta orilla; Bernardita quiere imitarlas, pero tiene miedo al agua.
Est tan fra, y ella tan enferma! Echa unas piedras al cauce para saltar por encima, pero
todas desaparecen bajo las aguas. Al fin, se dispone a imitar a sus compaeras. Era la hora
del ngelus. Empezaba la nia a descalzarse, cuando oy en torno suyo un ruido de huracn;
pero al levantar la cabeza, vio, con gran asombro, que los chopos del Gave estaban
inmviles. Quiso continuar su operacin, y de nuevo se hall envuelta en aquella rfaga
fragorosa y misteriosa. Mir enfrente hacia la roca agujereada, y un grito de sorpresa qued
anudado a su garganta. Sus miembros empezaron a temblar; aterrada, desvanecida,
abrumada, se inclin sobre s misma, se dobl completamente y cay de rodillas. Ella misma
nos dice lo que vio: Alc los ojos, mir hacia un hueco de la pea y vi que se mova un rosal
silvestre que haba a la entrada, mas no los zarzales de al lado. Advert luego en el hueco un
resplandor, y en seguida apareci sobre el rosal una mujer hermossima, vestida de blanco,
la cual me salud inclinando la cabeza. Retroced asustada; quise llamar a mis compaeras y
no pude. Creyendo engaarme, me restregu los ojos; pero al abrirlos de nuevo, vi que la
aparicin me sonrea y me haca seas de que me acercase. Mas yo no me atreva; y no es
que tuviese miedo, pues el miedo nos hace huir; y yo me hubiera quedado mirndola toda la
vida.
Bernardita empez el rosario, pero sus ojos no podan apartarse de la imagen que le sonrea
en la boca de la gruta. Admir y analiz todas sus perfecciones. Era una joven de mediana
estatura, con la gracia de los veinte aos. Brillaba sobre su frente un halo de infinita pureza,
y en sus ojos azules el suave candor de la virginidad, con la gravedad tierna de la ms alta
de las maternidades. Sus labios respiraban bondad y mansedumbre divinas. Sus vestidos,
fabricados tal vez en el taller misterioso donde se viste el lirio de los campos, eran blancos
como la nieve inmaculada de las montaas. La falda, larga, de castos pliegues; un cinturn
azul como el cielo, medio anudado alrededor del cuerpo, y dejando caer por delante las
extremidades; por detrs, envolviendo en su vuelo la espalda y lo alto de los brazos, un
blanco velo que bajaba de la cabeza; y sobre la virginal desnudez de los pies, dos rosas de
color de oro. Ni sortijas, ni collar, ni diadema, ni joyas; slo un rosario de cuentas blancas
como la leche y de engarce amarillo, como las espigas maduras, penda de sus manos,
unidas en un gesto de oracin.
Pas un largo rato, el tiempo suficiente para rezar un rosario, y despus la figura de la cueva
desapareci. Bernardita tuvo la sensacin del que desciende. Mir en torno suyo. El Gave
segua corriendo a travs de los guijarros; pero nunca le haba parecido tan duro el
estruendo de las aguas. Vio luego a sus compaeras al otro lado del ro, y se descalz para ir
en su busca. El agua le pareci caliente.
Pero no habis visto nada?pregunt a las dos nias, que jugaban y danzaban al otro
lado del ro.
Nada!contestaron ellas. Y t?
Bernardita quiso callar, pero era ya tarde; sus amiguitas le tiraron de la lengua y le robaron
el secreto. El cuento llego hasta la madre, quien, como buena aldeana, contenta con los
milagros del Evangelio, puso a su hija una cara muy seria y le dijo:
Eso es una tontera; te prohibo ir hacia Masabielle.
No obstante, unos das despus, la buena molinera levant su prohibicin. Vedijo a su hija
; pero lleva un poco de agua bendita y chasela a la aparicin. Si viene de parte del
demonio, se desvanecer. Era la lgica cristiana de la gente sencilla. As se hizo. Presentse
la Seora, como Bernardita la llamaba; sonri a la nia, y recibi, inclinando la cabeza, el
roco del agua santa. Las apariciones continuaron durante el mes de febrero. Bernardita
llegaba, encenda una vela, empezaba el rosario y, a las pocas avemaras, la Seora se
presentaba en la gruta. En la nia se verificaba entonces una verdadera transfiguracin.
Veasela plida como la cera, con los ojos muy abiertos y fijos en el hueco de la pea. Tena
las manos juntas y el rosario entre los dedos; y sonrea con una dulzura inefable. No era
elladice un testigo de vista; era un ngel, que reflejaba en su rostro los resplandores de
la gloria. Al verla, muchos que estaban en pie doblaban las rodillas. Su ademn, unas veces
era de splica; otras, de accin de gracias. Lloraba, rea, pero era evidente que contemplaba
algo celestial. Esto, durante el xtasis; despus, ya no se ofreca a nuestros ojos ms que
una pobre aldeana.
A veces la aparicin hablaba con la vidente: Ven aqu durante quince das, le dijo una de
las primeras veces. Otras llambala por su nombre, la enseaba a rezar, la mandaba besar el
suelo, caminar de rodillas hasta la roca, o transmitir mensajes de penitencia. Un da, el 25 de
febrero, le orden que se lavase en la fuente. No haba fuente alguna en aquel lugar, pero
Bernardita escarb en el suelo con las manos y brot un manantial abundante. En otra
ocasin, Bernardita recibi el encargo de decir al prroco de Lourdes que levantase una
iglesia en el lugar de las apariciones. A la intimacin de arriba respondi el sacerdote: Est
bien; pero vas a decir a tu Seora que el cura de Lourdes no admite encargos de personas
desconocidas. Que diga quin es, y entonces veremos.
El cura era uno de los mayores adversarios que tenan aquellas visiones extraordinarias.
Desde el primer momento la ciudad se haba dividido en dos bandos, el de los amigos y el de
los enemigos de Bernardita. Pronto la simpata o la hostilidad se transmitieron a toda la
comarca. Se hablaba de comedia, de negocio, de perturbaciones cerebrales o nerviosas, de
intervencin demonaca. La ciencia y los peridicos empezaban a intervenir. Todo hace
suponer, se deca en tono doctoral, que esta joven padece de catalepsia. Las autoridades
tomaron cartas en el asunto: autoridades eclesisticas y civiles. Se cit a la nia, se la
interrog, se la amenaz. Los Soubirous estaban consternados a consecuencia de aquella
tormenta que se vena sobre su casa. Esto tiene que acabardeca el pobre molinero. Ya
estoy cansado de cuentos. Adversarios y simpatizantes, todos tenan los ojos fijos en la
gruta de Masabielle. Las turbas que acompaaban a la vidente en sus raptos se hacan cada
vez ms numerosas. Las dos nias del primer da, eran doscientas personas en la segunda
aparicin y dos mil en la tercera. Despus la concurrencia haba ido creciendo: curiosos,
devotos, escpticos y librepensadores.
Las apariciones continuaron en los primeros das de
marzo.
Luego
cesaron.
Bernardita
iba
diariamente,
Los gritos de los Padres en el segundo Concilio de Nicea (843) parecan haber despertado de
un largo sueo al Imperio bizantino. Los iconoclastas haban sido aniquilados; las imgenes
volvan a sonrer en sus nichos; el Islam empezaba a respetar aquel Imperio que haba
credo agonizante, y los ureos sueos de Justiniano iluminaban otra vez las riberas del
Bsforo. Con la tranquilidad religiosa y el prestigio poltico, vuelve tambin el renacimiento
literario. Los monjes del Studium escriben versos, historias y vidas de santos; la monja
Icasia enva a la corte sus bellos poemas msticos y profanos; el palacio de Magnaura se
transforma en Universidad, y el filsofo Len, el sabio ms ilustre de la ciudad, ensea
matemticas en la iglesia de los Cuarenta Mrtires. De su escuela salen los dos ms grandes
espritus que tuvo Bizancio en aquel siglo: el joven Constantino, hijo del estratega de
Tesalnica, y Focio, que no tardara en ser considerado como el jefe de aquel movimiento
patritico. Los dos son ntimos amigos; los dos revuelven juntos las obras de la antigedad
clsica y los escritos de los Santos Padres; los dos ponen el mismo entusiasmo en la
restauracin de las ms brillantes tradiciones bizantinas. Focio se inclina ms hacia las
letras; Constantino tiene la pasin de la filosofa, y en especial por la filosofa aristotlica. En
el crculo literario que rodea al maestro Len se discute acerca de las categoras, de la
materia y de la forma, del movimiento y del ser. Focio es ms ambicioso; no tarda en
apoderarse de La escuela de Lon; su influencia sobre la juventud aumenta constantemente,
y la ejerce con despotismo y pedantera, como conviene a un profesor, exigiendo de sus
discpulos una obediencia rigurosa y guardndolos celosamente para s solo. Constantino
frecuenta su casa, se aprovecha de su rica biblioteca y le escucha con admiracin; pero,
Le
arzobispados,
han
ofrecido
pero
ha
uno
de
preferido
los
ms
pinges
permanecer
en
bautismo. En sus disputas con los rabinos y los alfaques, el misionero revel las condiciones
del griego sutil, conocedor profundo de la teologa y dotado de un gran talento para la
controversia. Ninguna dificultad le asustaba, bien se tratase de la venida del Mesas, del
misterio de la Trinidad o de la observancia de la ley mosaica. El prncipe reconoci la
superioridad del cristianismo, y dio a sus subditos libertad para bautizarse. l mismo se
ofreci a aceptar la doctrina evanglica; pero fue una pura veleidad.
Cuando los embajadores volvieron a Constantinopla, la propaganda juda se hizo ms
intensa, el khagn se circuncid, y casi todo su pueblo acept la ley de Moiss, con un Jbilo
clamoroso de todo el mundo Judo, pues hasta en la lejana Crdoba, el rabino Chasdai,
ministro de Abderramn III, escriba al prncipe de los khzaros felicitndose de aquel
acontecimiento.
En su retorno a Constantinopla, Constantino di nuevas pruebas de su celo religioso,
combatiendo antiguos usos de origen pagano que se practicaban en la regin de File. Los
cristianos de aquella tierra seguan venerando un rbol sagrado, al cual daban el nombre de
Alejandro. Era una encina gigantesca, unida a un cerezo; varias veces al ao se reunan en
torno los habitantes de las cercanas, con excepcin de las mujeres, y ofrecan sacrificios.
Constantino se present en una de estas reuniones, areng al pueblo, y, pidiendo un hacha,
descarg el primer golpe sobre el rbol sagrado. Algo despusdice la leyenda, mientras
el filsofo se consolaba en Dios, llegaron a la capital del Imperio los embajadores del rey de
Moravia, Ratislao, con una carta en que decan al emperador: Nuestro pueblo acaba de
rechazar el paganismo y observa la religin cristiana, pero no tenemos nadie que nos ensee
la verdadera fe en nuestra lengua. Envanos un obispo y un maestro, porque de ti sale la
buena ley. La corte bizantina comprendi que tena delante una ocasin propicia para
extender su influencia entre los pueblos del centro de Europa. La Moravia se encontraba en
medio de la masa inmensa de tribus eslavas que confinaban con el Imperio franco. Todo el
valle del Morava hasta el Danubio, todo el territorio de la Eslovaquia actual y parte de los
eslovenos de Panonia obedecan al prncipe Ratislao. Ratislao era un hombre prctico; se
haba dado cuenta de que el porvenir de su pueblo, hostigado constantemente por los
ejrcitos germnicos, slo poda asegurarse por la aceptacin de una religin que era la de
los pueblos civilizados. Haba sinceridad en su conversin, pero no le faltaban tampoco
razones de Estado; y no quiere misioneros de Germania, porque ha visto en los germanos los
mayores enemigos de su raza.
La corte de Constantinopla pens desde el primer momento en el hombre que tan felizmente
haba cumplido otras misiones semejantes. Tal vez fue Focio el que propuso el nombramiento
de su amigo. Habiendo reunido su consejodice el hagigrafo, el emperador llam a
Constantino y le dijo: Ya s, oh filsofo!, que ests fatigado; pero nadie como t puede
realizar esta obra. Aquella obra era para asustar al ms valiente: Ratislao no se contentaba
con maestros que le instruyesen; quera tambin ver en su lengua las escrituras de los
cristianos. Viendo la dificultad, Constantino dijo al emperador:
Ir alegremente, a pesar de mi fatiga; pero sera necesaria una escritura propia para su
lengua.
Mis antecesoresreplic el emperadorla han buscado, pero intilmente.
En ese caso, mi iniciativa sera como la del que intenta escribir en el agua, y difcilmente
me librara de la nota de hereje.
Vete tranquiloconcluy Miguel III, y confa en las luces que Dios no niega a los que
confan en l.
Se trataba, por tanto, de traducir en eslavo las Sagradas Escrituras, cosa imposible y
absurda, puesto que los eslavos carecan an de caracteres, y no era fcil empresa el
encontrarlos. Ms de una vez, el joven filsofo, que desde nio conoca la lengua eslava, se
haba esforzado por transcribir algunas palabras con ayuda del alfabeto griego, pero siempre
con poco fruto. Ahora renov sus esfuerzos ms ahincadamente, y a los pocos das
presentaba en la corte su famosa escritura glogoltica, en que podan observarse influencias
griegas, copias, hebreas, persas y samaritanas. Inmediatamente comenz la traduccin de
los Evangelios. Despus de haber encontrado la escritura de la lengua eslava, inauguraba su
literatura. Ahora slo le faltaba escoger algunos compaeros para emprender el viaje. Su
hermano Metodio caminara junto a l como hombre de toda su confianza.
Al llegar a Moravia, los dos misioneros bizantinos chocaron con una fuerza que no esperaban
encontrar: la de los sacerdotes occidentales que les haban precedido en aquella tierra. Pero
el prncipe les protega con su apoyo, y adems los adversarios germnicos se sentan muy
inferiores a aquellos griegos finos, cultos y enrgicos, que hablaban la lengua del pas, que
conocan el carcter del pueblo, y que le presentaban la palabra de Dios envuelta en las
palabras que ellos haban odo en las rodillas de sus madres. Como los occidentales haban
introducido el rito latino, ellos empezaron a celebrar los oficios en griego, pero pronto se
dieron cuenta de los inconvenientes de aquel dualismo, y para evitarlos, Constantino hizo
una adaptacin de la liturgia griega y latina, y la tradujo al eslavo. El xito de esta iniciativa
fue completo; pero el Malodice la leyendaempez a despertar la envidia de los perversos.
Diosdecanno es glorificado en esta obra. Si fuese para l una obra agradable, no
hubiera hecho que estos pueblos le hubieran alabado desde el principio, escribiendo su
lengua con su propia escritura? Slo en tres lenguas est permitido rendir culto a Dios: en
hebreo, en griego y en latn.
A pesar de esta oposicin, Constantino sigui adelante, y slo pens en asegurar su obra con
la ordenacin de nuevos sacerdotes, pues los que haba llevado consigo ya no bastaban para
el nmero siempre creciente de los convertidos. Tomando en su compaa a Metodio y a un
grupo de discpulos, se despidi de Ratislao, con intencin de interesar en su causa a algn
prelado. Atravesando la parte inferior de Panonia, entr en relaciones con el prncipe Kocel,
que gobernaba aquella tierra como vasallo del Imperio germnico. Kocel aprendi la escritura
eslava, y puso bajo el magisterio de Constantino cincuenta jvenes de los que formaban su
squito. l mismo quiso acompaar a los peregrinos hasta las fronteras de su reino.
Pensando acaso embarcarse con direccin a Constantinopla, los dos hermanos llegaron a
Venecia; pero all tuvieron noticia del conflicto que acababa de estallar entre Roma y
Bizancio, y cuyo protagonista era su antiguo amigo el patriarca Focio. Ni Constantino ni
Metodio eran enemigos de Roma. Pertenecan a aquel grupo de monjes, numerosos en
Constantinopla, que vean en el obispo de Roma no slo el patriarca de Occidente, sino el
jefe supremo de la Iglesia, o como haba dicho Teodoro Studita unos aos antes, con aquella
elocuencia ampulosa que caracterizaba a los bizantinos: la luz del mundo, el prncipe de los
obispos, el seor y el maestro, el refugio de la salvacin, la ciudadela escogida de Dios y el
puerto seguro contra las tempestades de; la hereja. Constantino y Metodio amaban a su
patria, pero no hasta el punto de sacrificarle su fe. Sin embargo, los telogos de Venecia,
que son tambin enemigos de sus innovaciones, les echan en cara su origen bizantino y sus
relaciones con Focio, a quien acababa de excomulgar el Papa Nicols. Y no faltan
historiadores modernos que recogen las acusaciones lanzadas por los enemigos. Constantino,
ciertamente, haba sido amigo ntimo del patriarca; pero jams se haba comprometido con
respecto a l con aquellas declaraciones escritas que exiga de sus discpulos. Entraba en la
casa del maestro y asista a aquellas conferencias en que Focio lea los clsicos, explicaba los
textos difciles y diriga los trabajos de sus incondicionales; pero no aceptaba ciegamente sus
ideas. Ya entonces Constantino haba combatido pblicamente su doctrina de las dos almas
del hombre, dando una prueba de su amor a la verdad y de su dependencia de espritu. En
su ctedra de la Iglesia de los Doce apstoles, Constantino hablaba con tal libertad, que
pudo pensarse si Focio habra influido para alejarle de Constantinopla, con el propsito oculto
de deshacerse de un rival. En cuanto a Metodio, se le quiso atraer a la causa focista con el
cebo de una alta dignidad eclesistica; pero l declin la oferta. Despus de esta negativa, el
emperador y el patriarca quisieron ponerle al frente de uno de los ms famosos monasterios
constantinopolitanos, el de Policronio, que tena veinticuatro libras de renta, y esta vez
acept. Metodio era un hombre sencillo y humilde, que odiaba las grandes dignidades, y no
tena ms ambicin que vivir en un monasterio separado del mundo. Por lo dems, en 869,
cuando los dos hermanos salieron de Constantinopla, el cisma no haba estallado todava.
Existan, ciertamente, los dos partidos de ignacianos y focistas, que se combatan
furiosamente; pero Constantino y Metodio, a pesar de sus precedentes, lograron mantener
una neutralidad estricta mientras llegaba el desenlace.
De todas suertes, el xito de su misin quedaba en parte comprometido, y sus temores se
aumentaron al recibir una orden que les obligaba a presentarse en Roma para justificar su
conducta. Quien les llamaba era Nicols I; pero cuando llegaron, Adriano II haba subido ya
al trono pontificio (867). Su presencia fue para la cancillera romana el principio de un reida
discusin, en la que se mezclaban prejuicios personales y odios de raza. En el Consejo del
Pontfice haba hombres que odiaban cordialmente a los griegos; pero detrs de los dos
apstoles estaban los dos prncipes de Panonia y de Moravia. Pronto se vio que su ortodoxia
era inatacable; su profunda piedad atraa todas las miradas, y el saber de Constantino
provocaba toda la admiracin del clero romano, menos versados que los griegos en
cuestiones filosficas. Al lado mismo del Papa encontraron los misioneros una ayuda preciosa
en la persona de su bibliotecario, Anastasio, gran erudito, conocedor del griego y
familiarizado con el espritu oriental. Aunque de carcter diferente, los dos sabios se
comprendieron: se vean con frecuencia en la biblioteca papal, discutan de filosofa y de
religin, y paseaban juntos en las cercanas del Tber leyendo y comentando los escritos del
Areopagita, del cual eran los dos grandes admiradores. En sus cartas, Anastasio habla
siempre con profundo respeto del sabio bizantino. Varn de gran santidad, le llama en una
parte; hombre de vida apostlica, aade en otro lugar, y escribiendo a Carlos el Calvo, se
felicita de haber conocido a un gran varn y maestro de la vida apostlica, al filsofo
Constantino.
Adriano II solucion rpidamente aquel problema, que haba agitado en un principio a los
clrigos de Roma. Los discpulos de Constantino recibieron la ordenacin sacerdotal, las
traducciones eslavas recibieron una especie de consagracin al ser colocadas sobre el altar
de Santa Mara de Praesepe, y el pueblo de Roma asisti con avidez a los cultos de aquella
nueva liturgia. Pero este triunfo lleg en el momento en que la muerte rondaba en torno al
lecho de Constantino. El filsofo no volvera a ver aquella tierra por la cual se haba
sacrificado.
Tantas
fatigas
haban
agotado
sus
fuerzas,
siempre
precarias,
y,
comprendindolo as, se retir a un monasterio romano, visti el hbito monacal, y all pas
los ltimos das orando y dando las ltimas instrucciones a sus discpulos. Rodeado de
aquella multitud de jvenes abnegados, se extingui dulcemente en brazos de Metodio el 4
de febrero del ao 869.
Metodio se encamin de nuevo al centro de Europa
para tranquilizar a sus nefitos, que le aguardaban
con impaciencia; pero al ao siguiente reciba en
Roma, de manos del Papa, la consagracin episcopal.
Entre tanto, un trgico suceso le privaba en Moravia
de su mejor protector: traicionado por su sobrino
Svatopluk, Ratislao caa en poder de sus enemigos los
germanos, quienes, despus de sacarle los ojos, le
encerraron en un monasterio. Metodio mismo cay
prisionero de los obispos de Passau, Salzburgo y
Freissing,
que
pretendan
tener
una
jurisdiccin
impona duro sacrificio: el abandono de la liturgia eslava. Era una satisfaccin que el Papa
haba querido dar a sus enemigos, y que pona a los misioneros en el trance de abandonar la
obra comenzada. Metodio, viendo que sus nefitos protestaban, prefiri callarse, eludi la
orden y aguard una ocasin favorable para justificar su actitud.
En el fondo, el conflicto moravo tena un carcter nacional; dos razas, eslavos y germanos,
chocaban all con la violencia de las luchas de esta clase. Metodio lo haba comprendido, y
creyendo asegurada la victoria de su causa, empez a trabajar con nuevo entusiasmo.
Organiz la jerarqua, multiplic el nmero de misioneros, cre seminarios, acab de fijar en
eslavo las Sagradas Escrituras, y recorri el pas predicando y bautizando, aun en las aldeas
ms insignificantes. La opinin germnica segua poniendo siempre obstculos a su accin, y
ahora el nuevo seor del pas, Svatopluk, deslumbrado por el prestigio de la lengua latina, la
lengua de los sabios y los emperadores, se haba declarado en contra de l. Nuevo viaje a
Roma en 879, nueva aprobacin de la liturgia eslava por Juan VIII, nueva derrota del partido
germnico, y recibimiento entusiasta del misionero en los valles del Morava. Los eslavos le
consideraban como su doctor, como su maestro, como su legislador. Nuestro padre Metodio
decanes santo y ortodoxo. Ejerce una obra de apstol, y en sus manos, por la gracia de
Dios y de la Santa Sede, se encuentra la fuente de la gracia.
Sin embargo, la muerte de Metodio, en 6 de abril de 885, estuvo a punto de dar al traste con
toda su obra. La atmsfera antibizantina se hizo ms densa en Roma, arreci la ofensiva
germnica, y los discpulos del gran misionero se alejaron del pas, llevando sus tradiciones
bblicas y litrgicas, despus de haber sufrido los rigores de la prisin. La herencia de
Constantino y Metodio pareca perdida para siempre; pero en este momento, Bulgaria, que
acababa de abandonar el paganismo, abre las puertas a los fugitivos, les ofrece el refugio de
sus escuelas y de sus monasterios y salva la influencia de los dos santos hermanos. A
Metodio y Constantino, o Cirilo, como l quiso llamarse a la hora de su muerte, les cabe la
gloria de haber comprendido y amado antes que nadie el alma de esa raza enigmtica,
soadora y dulce, mstica e inmoral, violenta y dcil, que ni les desalent con sus bruscas
reacciones, ni les asust con sus mpetus bravos. Fueron dos grandes apstoles de Cristo, y
adems dos grandes civilizadores, que encendieron faros de saber y de virtud en medio de
las tinieblas.
La juventud de Parma agrupbase en torno del joven profesor. Joven, porque an no tena
veinticinco aos. Sus discpulos le llamaban el maestro Pedro; l se llamaba Pedro Damiano,
en agradecimiento a su hermano Damin, que lo haba sacado de la miseria y lanzado por el
camino de las letras. Saba mucho, y al exponer sus doctrinas, pona en ellas la llama
impetuosa de su corazn y acertaba a envolverlas en imgenes impresionantes. Su palabra
haba brillado primero en Ravena, su patria, despus en Faenza, y en Parma era el dolo de la
juventud estudiosa. Tena admiradores, gloria, dinero. Pero cunto le haba costado llegar a
la cumbre!
Sus primeros aos haban sido de privaciones y desprecios. Cpole en suerte una madre
desnaturalizada, que lo abandon al nacer. Es una lstimadeca; somos ya tantos en
casa, que no hay lugar para ms. Una mujer extraa lo recogi y lo cri. Luego fue a parar
a casa de un hermano, hombre avaricioso y cruel, que lo hera y maltrataba, dejndole sucio
y roto y privndole de lo ms necesario para la vida. Entonces el nio fue porquerizo. Un da,
arreando su piara por el campo, hall una moneda, y el pequeuelo, que jams conociera el
calor piadoso del hogar paterno, mand decir con ella una misa por sus padres; Su hermano,
el arcipreste, se apiad de l y lo llev consigo a Ravena, ciudad entonces floreciente, hoy
melanclicamente dormida entre cinagas y pantanos. All haba trabajado, haba estudiado
da y noche, haba luchado con la vehemencia propia de su carcter, y el porvenir le sonrea.
en
medio
de
los
aplausos
placeres
cabello, ni dejaban el ayuno en todo el ario ms que los domingos y los ocho primeros das
despus de Pascua.
Una especialidad de aquellos monjes era el uso y el abuso de la disciplina, espectculo
insigne y delicioso, segn la expresin del maestro, que lleg a escribir un libro titulado De
la alabanza de la flagelacin. Algunos se burlaban de aquella furia terrible, y entre ellos el
cardenal Esteban, que muri de repente, segn Pedro Damiano en castigo de sus chanzas
irreverentes. Los ermitaos deban disciplinarse diariamente durante el rezo de cuarenta
salmos, a los que aadan en Adviento y Cuaresma veinte ms. Cuando uno mora, cada
hermano estaba obligado a ayunar por l siete das y a darse mil azotes. Tres mil azotes
correspondan, segn el cmputo de Fonte Avellana, a un ao de penitencia; calculbase que
la disciplina tomada durante diez salmos equivala a mil golpes, y durante el salterio entero,
a cinco aos de la antigua penitencia eclesistica.
Aquellos atletas luchaban de una manera inverosmil para aventajarse en todo gnero de
mortificacin. Hubo uno que durante ao y medio no comi ms que un poco de pan dos
veces por semana; otro divida el pan en partculas menudsimas, para tener la sensacin de
que no coma; otro, diariamente rezaba dos veces el salterio con las manos en alto; otro no
logr aprenderse de memoria ms que cincuenta salmos, pero los rezaba siete veces cada
da; quince aos vivi en su celda sin salir de ella, sin cortarse el pelo ni la barba, sin comer
ms que pan y agua, que guardaba hasta que ola mal. Cada uno de estos hroes tena un
nombre especial, significativo de la meta a que haba llegado: el que por el ayuno se haba
convertido en una sombra, llambase Len; Pedro, el que dorma en el suelo; Inocencio, el
que bata el record en las disciplinas. Hubo uno entre los discpulos de Pedro Damiano que
indiscutiblemente venci a todos en resistencia. Fue Domingo Loricato, su predilecto, llamado
as porque llevaba a raz de las carnes una coraza de hierro, que no se quitaba ms que para
disciplinarse. A veces, en seis das ganaba cien aos de indulgencia. Una vez rog a su abad
que le permitiese ganar mil aos en una Cuaresma, es decir, que le permitiese disciplinarse
mientras rezaba cien salterios. Un hermano que por persuasin de Domingo haba llegado a
disciplinarse una noche durante un salterio y cincuenta salmos, fue a contrselo a l en
cuanto amaneci, no sin cierto miedo de recibir alguna reprensin por su celo excesivo. No
te desalientes, hermanole dijo Domingo; Dios es poderoso y te llevar de lo pequeo a lo
grande.
Pedro Damiano gozaba contemplando esta emulacin de penitencia, que, en su sentir, era lo
que necesitaba aquella sociedad anrquica en que viva. l mismo nos la ha pintado con
vivos colores; brutales a veces. Este mundoescribo en su Liber Gomorrhianusse hunde
cada da de tal suerte en la corrupcin, que todas las clases sociales estn podridas. No hay
pudor, ni decencia, ni religin; el brillante tropel de las santas virtudes ha huido de nosotros.
Todos buscan su inters; estn devorados por el apetito insaciable de los bienes de la tierra.
El fin del mundo se acerca, y ellos no cesan de pecar. Hierven las olas furiosas del orgullo, y
la lujuria levanta una tempestad general. El orden del matrimonio est confundido, y los
cristianos viven como judos. Todos, grandes y pequeos, estn enredados en la
concupiscencia, nadie tiene vergenza del sacrilegio, del perjurio, de la lujuria, y el mundo es
un abismo de envidia y de hediondez.
En medio de este caos, apareci el prior de Fonte Avellana con la fusta de fuego de su
palabra. Por carcter, era un contemplativo; pero aquel doloroso espectculo le hizo un
luchador. Primero lanza a sus discpulos al campo; luego arroja su ardiente corazn en los
apostrofes indignados de sus opsculos y sus cartas. Al fin se presenta l mismo; purificando
la casa de Dios con las llamas de su elocuencia. Se convierte en heraldo de la penitenca, en
caudillo de las libertades eclesisticas, en debelador de la licencia, de la simona y del cisma.
Trabaja con la accin, con la palabra, con la pluma; escribe sin cesar, se cartea con medio
mundo, con los Papas, con los obispos, con los prncipes, con los monjes. Viaja y predica, sin
olvidar sus austeridades: ayuna diariamente, lleva una cadena alrededor del cuello, come en
el plato que le sirve para lavar los pies a los pobres, y duerme con la cabeza echada sobre un
cdice bblico de pastas trenzadas de esparto. Con este descuido exterior, contrasta su
formacin cultural. Es vasta su erudicin patrstica, acerada y fuerte su lgica, recio y
custico su lenguaje, su gesto firme e intransigente, su palabra paradjica, sarcstica y a
veces brutal. Nunca conoci las discreciones del miedo ni las prudencias de la cobarda.
Pareca la reencarnacin de San Jernimo. Nunca el solitario de Beln fustig a los clrigos
de Roma con la acerba irona, con el rigor implacable que Damiano empleaba para
desenmascarar los vicios del clero de su tiempo.
El buen Papa Gregorio VI se asust algn tanto de aquellas cleras terribles; pero Esteban X,
antiguo abad de Montecasino, le obliga, bajo pena de excomunin, a aceptar el ttulo de
cardenal-obispo de Ostia. Su ardor infatigable encuentra ahora un campo ms ancho en la
Iglesia entera; centuplica sus esfuerzos, viendo los estragos del cisma y la hereja, y se
distingue como uno de los campeones ms entusiastas de aquel espritu de reforma que
soplaba sobre la cristiandad. Duro, crudamente realista, violento cuando describa el vicio,
llenbase de ternura cuando se dola por los que eran vctimas de l Oh pobre alma
pecadoradeca en una carta; lloro por ti, por tu perdicin, porque te has abismado en los
lodos de la ignominia! No es un templo hecho por la mano del hombre el que se ha
derrumbado, sino un alma, un alma nobilsima, formada a imagen y semejanza de Dios y
rescatada por la sangre de Cristo. Qu grande era y qu hermosa! Por eso lloro: lloro la
ruina de un templo de Cristo... El Rey eterno la alimenta en su mismo palacio; embriagbase
con la leche de la palabra divina, tan tierna y tan dulce; pero el azufre y el fuego de Gomorra
la han consumido.
Tales son los sentimientos que le animaban a luchar. Ellos le llevaban a travs de Italia, y le
hacan pasar los Alpes, poniendo en su boca asperezas de censor y acentos de profeta
bblico. La misma timidez de los sucesores de Pedro poda estar segura de hallarse frente al
ardimiento de aquel hombre. En Roma, en Ostia, en Miln, en Florencia, en la Galia, su voz
consuela a los discpulos del Evangelio y hace temblar a los enemigos de la virtud, dejando
siempre huellas de luz y de renovacin. El prestigio de una vida sin mancha se una en l a la
fuerza de una elocuencia que tocaba a veces las cumbres de lo sublime. En Miln estuvo a
punto de ser mrtir de su celo. El Papa le haba enviado para restablecer all la concordia; los
milaneses no queran recibirle, porque les pareca mengua someterse a aquel emisario de
Roma. Por las calles se oa un grito ensordecedor: Muerte al romano! Las turbas se
disponan a lincharle, pero logr imponer silencio, bast el primer ademn para apaciguar el
tumulto. Despus habl larga y firmemente, consiguiendo todo lo que se propona. Pocas
veces ha conseguido la elocuencia un triunfo tan completo. An conservamos la oracin
famosa. Al leerla, empezamos a comprender hasta dnde llegaba la serenidad, la sangre fra,
la entereza indomable de aquel hombre, cuando una sola palabra poda costarle la vida.
No obstante, la grandeza del mal le asusta; pronto pierde la esperanza de salvar al mundo, y
temiendo, por su parte, hacerse mundano, intenta volver al desierto. Qu me importan a
mdeca en esa hora de desalientolos reyes y los concilios? Bstame con llorar mis
pecados. Haba reformado a los monjes y rado muchas lacras de la sociedad cristiana, y
aniquilado al antipapa Honorio II, y cumplido diversas legaciones en Francia e Italia, y
combatido al lado de los Pontfices juntamente con Hildebrando, y aconsejado a Enrique III y
su mujer Ins en los negocios del Imperio. Parecale que ya era hora de descansar. Varias
veces haba pedido a los Papas que le permitiesen abdicar sus dignidades, y en 1075 escriba
a Alejandro II: Os lo ruego en nombre de la clemencia divina; no tardis en darme un
sucesor; permitidme levantar las manos de un arado que est labrando un suelo de arena. El
que hoy quiere seguir el camino de la inocencia, no puede guardar el gobierno eclesistico,
porque casi todos los hombres, como caballos indmitos y espumantes, se han arrojado por
la pendiente de los vicios. La venida del Anticristo est cercana.
El Papa estaba dispuesto a ceder, pero Hildebrando se opuso, amenazando al obispo de Ostia
con una penitencia de cien aos. Damiano la acept de buena gana y dimiti. Todo era
cuestin de darse trescientos mil azotes. Poco despus escriba desde su retiro: Al muy
amado Pontfice Hildebrando, vara de Asur: Bendigo la mano del Todopoderoso, que ha
accedido a mis deseos... Si la penitencia impuesta os parece pequea, podis aumentarla.
Echadme, si os parece, en un calabozo, cargadme de cadenas: la reclusin y el silencio es lo
mejor para quien tanto ha corrido y abusado de la libertad. Por ventura, ese dulce tiranose
refiere a Hildebrandoque me ha mostrado siempre una compasin neroniana, que me
acariciaba hacindome sangre, que me pasaba por el rostro su garra de guila, ir
malhumorado: Mira cmo busca la sombra, mientras los dems combatimos. Pero a este mi
santo Satn le doy la respuesta que los hijos de Rubn y Gad daban a Moiss... Luego, para
sincerarse mejor, traza de s mismo esta caricatura: Mis ojos se han oscurecido; las
lgrimas corren cada da ms abundantes; tremendas arrugas surcan mi rostro; todos mis
dientes se han cado y la mejilla est deshecha. Mi cabeza, gris hasta ahora, se ha vuelto
blanca como la nieve. Tengo ronca la voz y las
fuerzas
me
desamparan.
Una
sola
cosa,
oh
orgullo.... Describe, sobre todo, un monstruo fiero: el afn de hacer chistes, frases
ingeniosas y juegos de palabras, que producan risa. Dulce mana, que ameniza y da no poca
gracia a sus escritos; porque, en medio de todo, el monstruo no es tan fiero como nos le
pinta.
Pero como en su vida pblica no haba podido olvidar las disciplinas, as, entre las disciplinas
segua
recordando
su
obra de
reformador, y flagelando
a los
eclesisticos,
que
amontonaban en su mesa la abundancia de los platos, donde olan las especias de la India, y
usaban vasos de cristal en que brillaba el oro del vino adobado con mieles, y se adornaban
con cadenas y collares de oro, y ostentaban en sus habitaciones tapices bellamente tejidos y
bordados, y decoraban su lecho como un altar del Papa, y no contentos con la prpura del
murex, mandaban traer prpura de ultramar, porque era ms cara, y se vestan con pieles de
martas cibelinas y zorros, porque les pareca cosa vulgar el plumaje de los pjaros y las lana
de las ovejas.
El Papa Alejandro II le encomend todava tres misiones: una en Florencia, otra en Alemania
para impedir el divorcio de Enrique IV, y la ltima en Ravena. Volva de esta ciudad, cumplida
felizmente su legacin, cuando muri en Faenza el 22 de febrero. Cay en el campo de
combate, como convena al caballero sin tacha de la virtud. l mismo escribi su epitafio:
Lo que t eres, yo lo fui; lo que soy yo, t lo sers. No te ras de los seres que pasan. Son
fantasmas, sombras que preceden a la realidad. Los siglos suceden a los aos que fueron.
Mientras vives, acurdate de la muerte, y vivirs para siempre. Mira con piedad las cenizas
de Pedro. Reza, llora y di: Seor, perdnale.
El que con tanta humildad hablaba, goza hoy de la luz de la inmortalidad: la luz de la
inmortalidad sustancial del Cielo y esta otra luz plida de la inmortalidad de la tierra. Su
palabra y su virtud iluminan aquel revuelto siglo XI, del que fue el corazn, si su amigo el
canciller Hildebrando fue la cabeza. Telogo, el mejor de su tiempo, poeta fcil y armonioso,
tribuno, diplomtico, hagigrafo y asceta, rene en su vida todas las grandes cualidades con
que Dios dota a un hombre cuando quiere hacer de l una gran luminaria de su Iglesia. Pero
lo que ms nos pasma en l es su carcter varonil, su temple de acero, su corazn incapaz
de traicionar la verdad, aunque el mundo entero se conjure en contra suya.
Bajo el imperio de Antoninodice Sulpicio Severo, las Iglesias gozaron de paz. Pero era
una paz a la cual podan aplicarse aquellas palabras de Epicteto: Oh Csar, en tu paz,
cunto sufro! Paz insegura y borrascosa. Segua en vigor el rescripto por el cual Trajano
haba dispuesto que no se persiguiese a los cristianos, pero que era preciso proceder contra
ellos si se les acusaba regularmente.
Por otra parte, los pueblos eran fanticos; los magistrados, dbiles, y si los apologistas
enviaban a los emperadores sus alegatos, los emperadores, a pesar de su filosofa algo
teatral y de su piedad fofa, solan recibirlos con serena indiferencia. El motn es el amo; el
populacho exige y ejecuta. As sucedi en el martirio de San Policarpo.
Muerto Ignacio de Antioqua, Policarpo era el primer personaje de la cristiandad oriental.
Prncipe del Asia le llama San Jernimo; doctor del Asia le apellidaban los paganos mismos.
Haba conocido a Juan y a muchos de los que haban visto al Seor, y en l viva la tradicin
apostlica. San Ireneo, discpulo suyo, deca de l Podra sealar todava el lugar mismo
donde se sentaba para predicar la palabra de Dios. An le veo entrar y salir; su paso, su
mirada, su exterior, su gnero de vida, los discursos que diriga al pueblo, todo est grabado
en mi corazn. Parceme que le estoy viendo contamos
cmo haba conocido a San Juan, y reproducirnos las
palabras, los milagros, la doctrina de los que haban visto al
Verbo de vida.
La reputacin de Policarpo haba llegado hasta Roma.
Cuando en 154 se present l mismo en la Ciudad Eterna,
el Papa Aniceto le cedi el honor de pronunciar en la
asamblea de los fieles las palabras de la consagracin eucarstica. En esta ocasin fue
cuando se encontr con Marcin, el jefe de los gnsticos. Me conoces?pregunt el
heresiarca. Scontest el obispo, s que eres el primognito del diablo. Policarpo
reuna en su grado eminente las virtudes de la vida pastoral, cuyo ideario le haba trazado
San Ignacio en una epstola escrita en su camino hacia Roma: conservar la unidad de la fe en
la comunidad cristiana, resistir a los ataques del error, como el yunque a los golpes del
martillo; gobernar. r la mstica barca como un piloto que observa los vientos y arrostra las
tempestades; unir a la prudencia de la serpiente la sencillez de la paloma; asegurar el bien
por todos los medios y tolerar con amor el mal inevitable; distribuir el pan de la palabra,
velar por la paz de las familias, rodear de especial solicitud el estado virginal, flor de la
perfeccin cristiana; mirar por los ms desgraciados del mundo, por los pobres, por los
hurfanos y por los esclavos. Tal es el bello programa que el mrtir de Roma trazaba al de
Esmirna, y que ste realiz animosamente durante ms de cincuenta aos. Pero su actividad
se extenda ms all del Asia, y buena prueba es su carta a los de Filipos, documento
precioso de un gran valor dogmtico y moral, que nos descubre en su autor una meditacin
constante de las Sagradas Escrituras, y en especial del Nuevo Testamento. Las Epstolas de
San Pedro, de San Pablo, de San Juan;. los Actos de los Apstoles, los Evangelios de San
Lucas y San Mateo, dejaron en l huellas profundas. De l son estas palabras dirigidas contra
los que se escandalizaban de la ignominia de la Cruz: Cualquiera que no confiese que Jess
ha venido en la carne, es un anticristo.
Tal era el hombre cuya muerte pidi a gritos la poblacin de Esmirna entre los febriles
alborozos de una fiesta. Once cristianos haban muerto ya despedazados por las fieras. Su
herosmo, su grandeza de alma ante la muerte, haba exacerbado a la multitud. En el
inmenso valo del estadio, bajo el sol abrasador, miles de voces empezaron a gritar: Basta
ya de ateos; que traigan a Policarpo! El obispo permaneci sereno. Quien desde su juventud
viva en la esperanza del martirio, no iba a turbarse cuando se le acercaba la corona.
Cediendo, sin embargo, a los consejos de la prudencia, se retir a una granja de los
alrededores de la ciudad, y all estuvo varios das, rezando constantemente, segn su
costumbre, por la Iglesia universal. Pero un esclavo que haba dejado en casa prometi, en
medio del tormento, indicar el lugar de su refugio. Anocheca cuando la polica llegaba a la
puerta. Pudo escapar, pero se content con decir: Hgase la voluntad de Dios! Baj de la
cmara alta, donde estaba cenando, y trab conversacin con los soldados. Su vejez les
infundi respeto, su sangre fra les subyug. No sabemosse decan unos a otrospor qu
tienen tanto empeo por prender a este anciano tan divino. Despus de darles de comer y
de beber, rogles que le dejasen todava algn tiempo para rezar. Durante dos horas rez en
voz alta, con gran admiracin de los que le oan, recomendando al Seor todas las personas
que haba conocido en su larga vida, pequeos y grandes, ilustres y humildes, y en especial
la Iglesia Catlica, esparcida por el mundo. Terminada la oracin, los soldados le subieron a
un jumento y le condujeron a la ciudad.
En el camino encontraron un coche, que se detuvo delante del prisionero. Dentro vena el
irenarca Herodes, una de las primeras dignidades de la curia, especie de prefecto de Polica.
Herodes hizo que le trajesen al obispo, y trat de inducirle a la abjuracin.
Qu maldecapuede haber en decir: Seor Csar, y en sacrificar?
Al principio, Policarpo callaba, pero deseando librarse de las importunaciones, dijo al fin:
No har lo que me aconsejas.
Irritado de la negativa, el irenarca hiri al obispo y ste cay en tierra, rompindose una
pierna. Levantse, sin perder su buen humor, y camin a pie en medio de los soldados.
Aquella misma tarde, Policarpo era empujado al estadio. Su presencia fue recibida por una
tempestad de gritos, insultos y blasfemias, entre las cuales se oy una voz ms poderosa
que deca: Valor, oh Policarpo, lucha denodadamente! Llvesele ante el procnsul, y all,
en el mismo circo, transformado en tribunal, se celebr el impresionante interrogatorio, en
que se nos descubre la energa serena del cristiano, la cobarda de la autoridad y la violencia
de la turba sanguinaria:
El procnsul Cudralo se informa de la identidad del reo, le mira con indiferencia simulada y
le dice:
Ten compasin de tu edad; jura por el genio del Csar; arrepintete y di conmigo: Mueran
los ateos.
La multitud se agita en el estadio, sin disimular su ansiedad; el obispo dirige hacia ella una
mirada triste y severa; levanta la mano hacia los que gritan pidiendo su muerte, y solloza:
Mueran los ateos!
El procnsul insiste:
Jura y te dejo en libertad: reniega de Cristo.
Ochenta y seis aosresponde Policarpohace que le sirvo; nunca me ha hecho el menor
mal. Cmo podra injuriar a mi Rey y a mi Salvador?
Jura por el genio del Csar.
Puesto que te empeas en hacerme jurar por el genio del Csar, como dicen, y finges
ignorar quin soy, escucha: soy cristiano. Si quieres saber lo que esto significa, dame un da
de tregua y ten la bondad de orme.
Convence al pueblo.
Yo te he considerado digno de exponerte mis razones. Tenemos obligacin de honrar a los
poderes establecidos por Dios. En cuanto a stos, es intil parlamentar con ellos.
La canalla de las grandes ciudades era para los mrtires el mayor enemigo. Ellos la tratan
con desdn; afectan no or sus ladridos, se desdean de discutir con ella, y argumentan
exclusivamente con la autoridad. Aceptan al pueblo como discpulo, no como juez, y al obrar
de esta suerte estaban de acuerdo con los rescriptos imperiales, que slo permitan contra
los cristianos las acusaciones en forma. Sin darse cuenta de la intencin del obispo, el
procnsul reanud el dilogo, diciendo:
Tengo bestias feroces, si no te dejas convencer, voy a arrojarlas contra ti.
Haz lo que quieras; no tenemos costumbre de mirar atrs, ni de ir de lo mejor a lo peor. Es
una cosa buena pasar de los males de esta vida a la justicia perenne.
Puesto que desprecias las fieras, te voy a hacer quemar vivo.
Me amenazas con un fuego que quema una hora, y luego se apaga. Ignoras el fuego que
no se acaba? Ya tardas.
Cuadrato quera no tener que usar de medidas
violentas, pero tuvo que declararse vencido. Por
orden suya, un pregonero avanz hasta el centro del
estadio y grit tres veces: Policarpo se ha declarado
cristiano. La indignacin de los espectadores estall
en
denuestos
estrepitosos,
Muchos
de
los
que
abundancia, y al mismo tiempo, los cristianos vieron que una paloma cruzaba los aires,
reconociendo en ella, como los artistas de las Catacumbas, el smbolo del alma pura que
suba al Cielo.
Sabemos esta emocionante historia por una carta que la iglesia de Dios que est en
Esmirna dirigi a todas las partes de la Iglesia santa y catlica, esparcida en las cuatro
partes del mundo, uno de los ms bellos monumentos de la antigedad cristiana, relato de
una pica elocuencia en su maravillosa sencillez, que respira toda la emocin nueva, toda la
graciosa frescura, toda la intimidad conmovedora de la primitiva sociedad cristiana.
SAN ANSELMO
Obispo y doctor de la Iglesia
(1033-1109)
Doctor Magnificus y padre del escolasticismo
Memoria libre
21 de abril
Cerca de Aosta se alzaba un castillo cuyas ruinas se ven an hoy da. Clos-Chatel las llaman
las gentes de la tierra. Nada ms potico y atrayente que la situacin de aquella fortaleza. En
torno se extenda un valle, fecundado por un torrente que lleva hasta el Po la nieve derretida
de los Alpes. Por uno y otro lado; altsimas montaas, detrs de las cuales se esconden los
picos ms elevados de Europa, Jos de Mont-Blanc y el Matter-Horn. En este castillo vio por
primera vez la luz Anselmo, el hijo de los nobles y ricos castellanos Gondulfo y Ermenberga.
Ermenberga era una verdadera matrona cristiana. Dios la haba escogido para formar el
corazn del que haba de ser la lumbrera del siglo XI, y ella supo cumplir con su misin,
derramando gota a gota en el alma de su hijo los tesoros de su amor y su ternura.
No tena Anselmo ms que diez aos cuando sus padres le entregaron a un clrigo para que
le ensease las letras. Este clrigo era un verdadero tirano, un hombre de genio implacable y
de duro corazn, incapaz de comprender las delicadezas que supone el arte de la educacin.
La completa reclusin y el duro trato a que someti a su discpulo, acabaron por agriarle
completamente el carcter, volvindolo sombro y concentrado, de amable y comunicativo
que antes era. La compaa de los dems lleg a ser para l una cosa tan odiosa e
insoportable, que al solo aspecto de una persona se le vea huir en forma tal, que se le
hubiera credo un loco. Desgraciada de mdeca Ermenberga al saber el lamentable
estado a que el ceudo maestro haba reducido a su querido Anselmo; mi hijo est
perdido! Volvilo inmediatamente a su lado, y, gracias a sus cuidados maternales, la paz
empez a renacer en el pobre adolescente, cuyo aspecto haca sospechar el ms negro
porvenir. A este feliz resultado contribuyeron no poco los benedictinos de Aosta, que fueron,
en aquella poca, los maestros de Anselmo. Ms tarde, acordndose del bien que le haban
hechos estos religiosos, dir, hablando con Dios en una de sus inflamadas oraciones: T
eres, oh Dios mo, el que inspiraste a mis padres la idea de confiar mi educacin a aquellos
santos monjes
A los veinte aos, Anselmo perdi el fuerte
apoyo que tena en Ermenberga, y esta prdida
se ech bien de ver en su vida posterior.
Entusiasta y sensible, prodigaba fcilmente su
admiracin y sus simpatas. Adems, su talento
empezaba a distinguirle entre sus compaeros,
y l recoga con avidez los halagos de la
admiracin y del cario. Todo el mundo lo
amaba, nos dice su bigrafo y secretario,
Eadmero, porque todo en l inspiraba amor. Su
padre, sin embargo, haba concebido contra l
una extraa aversin, tan enconada, que se
complaca en humillarlo y reprenderlo, por muy plausible que fuese su conducta. Anselmo
trat, primero, de desarmarle con la sumisin; mas viendo que nada consegua, resolvi
desterrarse de la casa paterna.
Pas el monte Cenis, acompaado de un solo servidor; anduvo errante durante algn tiempo
por las provincias de Borgoa y de Francia, y, habiendo odo hablar de Bec, all dirigi sus
pasos, con intento de completar sus estudios en aquella ya renombrada escuela. Corra
entonces el ao 1060 de la era de Cristo, y contaba Anselmo veintisis de edad. Bec, la
famosa abada normanda, no tena an medio siglo de existencia. Su abad, y al mismo
tiempo su fundador, era un anciano de vida inmaculada, caballero esforzado y famoso en el
mundo, que haba sentido el divino llamamiento entre el estrpito de los torneos y los
fragores del combate. Se llamaba Herluino. Su monasterio no hubiera sido ms que uno de
tantos como entonces se levantaban por todas partes si Dios no hubiera unido a su obra un
hombre providencial. Hoy es frecuente ver los seoros que dejan a los seores; pero en
aquellos siglos lejanos suceda lo contrario todos los das. Tampoco vemos en nuestro tiempo
muchos profesores que, cansados de decir vaciedades, se consagren al silencio.
Un da, mientras Herluino diriga la construccin de un horno, se le present un extranjero.
Dios te guardele dijo el desconocido.
l te bendiga. Eres lombardo?pregunt el abad, creyendo reconocer su patria en el
acento.
S, de Pava.
Qu es lo que quieres?
Quiero hacerme monje.
Este lombardo era Lanfranco, el que hizo de la escuela de Bec la ms famosa del siglo XI, el
que haba de ser ms tarde admirado en toda la Iglesia. Saba la gramticadice un
contemporneocomo Herodiano; la dialctica, como Aristteles; la retrica, como Cicern;
la Sagrada Escritura, como Jernimo y Agustn. Tal es el maestro que encontr Anselmo en
Bec. Fue un maestro y un amigo, pues ambos se amaron con esa ternura inefable que slo
se encuentra en los santos. Lleg un da en que el discpulo no slo admir en el maestro al
sabio, sino tambin al monje, y resolvi abrazar aquella misma vida. He aqu con qu
deliciosa sencillez nos cuenta l mismo las perplejidades que tuvo acerca del monasterio
donde habra de retirarse: Estoy resuelto a hacerme monje; pero dnde? Si voy a Cluny,
todo el tiempo que he dedicado a las letras habr sido perdido para m; y lo mismo si me
quedo en Bec. La severidad de la disciplina en Cluny y la ciencia de Lanfranco en Bec harn
intiles todos mis estudios. As pensaba mi orgullo. Pero, en medio de la lucha, sent la
ayuda divina. Qu? Es de un monje buscar los honores, las alabanzas, la celebridad? Claro
que no. Pues bien: me har monje donde pueda pisotear mis ambiciones, donde sea
estimado menos que los dems, donde sea pisoteado de todos. Y esto lo conseguir
seguramente en Bec, donde no podr tener ninguna influencia, por encontrarse all un
hombre cuya extraordinaria sabidura atrae las miradas de todo el mundo. Bec ser el lugar
de mi retiro. En sus claustros, Dios ser el objeto de mis pensamientos y mis deseos; su
amor, toda mi dicha; y el pensar slo en l, mi dulzura, mi alimento, mi sostn, mi
felicidad.
Y como lo pens as lo hizo. Pero su ambicin de humildad qued defraudada. Lanfranco fue
elevado a la silla arzobispal de Cantorbery, y Anselmo tuvo que ocupar su puesto en la
escuela. Poco despus mora Herluino, y el joven maestro le reemplazaba en la abada. Hubo
oposicin. Creyeron algunos que era indecoroso dar la obediencia a un advenedizo. A otros,
el nuevo abad les pareci demasiado joven. El jefe de los descontentos se llamaba Osberno.
Era un hombre de mucho talento y ambicin desmedida, y aqu estaba la verdadera causa de
su encono contra el abad; esto, sin embargo, no impidi que fuese uno de los hombres a
quienes ms am Anselmo en este mundo. Habiendo enfermado Osberno, el buen abad no
como
un
gran
carcter.
En
su
espritu se presentaba sin cesar una cuestin audaz: Ser posible llegar a probar por un
argumento nico y abreviado todo lo que la fe nos ensea sobre Dios y sus atributos, su
inmutabilidad, su eternidad, su omnipotencia, su justicia, su amor, su misericordia, su
bondad, su veracidad, su omnipresencia, probando al mismo tiempo que todas estas cosas
no son en l ms que una sola? El problema le persegua en todas partes, le quitaba el sueo
y el apetito, y hasta le robaba la atencin en los maitines. Crey ver en ello una tentacin del
demonio, y se empeaba en rechazarla, pero intilmente. Y he aqu que una noche, mientras
velaba, atento a sus meditaciones, la gracia de Dios brill en su corazn, llense de luz su
inteligencia y todo su interior se ilumin de alegra. Condens su pensamiento, pidi las
tablillas de cera y mand a un hermano que guardase all sus palabras. A los pocos das las
tablillas aparecieron rotas, pero fue posible recoger los fragmentos, ordenarlos y trasladar su
texto al pergamino. As se conserv el famoso argumento ontolgico de la existencia de Dios,
que ha dado tanto que hablar en todas las escuelas filosficas, y que, si es discutible, nos
revela por lo menos la fuerza soberana de la inteligencia que le formul. Los sabios le
recogieron vidamente, y tanto los que le han aceptado como los que le han discutido, se
han postrado reverentes ante su profundidad sublime. Su autor vio en l una revelacin
divina.
Alguien ha dicho que San Anselmo es el primero que ha manejado de una manera metdica
la idea de lo infinito, verdadera palanca de la ciencia; pero no se ha preocupado solamente
del infinito que apetece la inteligencia, sino tambin de aquel otro que sacia y aquieta el
corazn. El Proslogium no es puramente un libro de metafsica sutil; es un gua del
conocimiento y del amor de Dios; un amigo, cuyas palabras estn llenas de uncin y poesa;
es, a la vez, argumentacin, intuicin soberana, oracin, meditacin y cntico de alabanza.
Todo el hombre recoge sus potencias, la inteligencia, la imaginacin, la voluntad, para que le
sirvan de alas en su ascensin al infinito. Vamos, hombrecillo deleznabledice Anselmo al
empezar, deja el tormento de tus afanes, huye un instante de tus cuidados tumultuosos,
olvida las fatigas que te abruman, y desprecia esa estril actividad que te llena de inquietud
y de congoja. Ocpate un instante de Dios y busca en l el reposo. Entra en la celdilla de tu
corazn, y arroja de ella cuanto no sea l, cuanto no te ayude a buscarle. Despus cierra y
abre bien los ojos. Luego aparece el alma agitada por el sublime anhelo. El genio se
revuelve en el oscuro calabozo de la materia; hace esfuerzos audaces por romper las
cadenas, por disipar las sombras, y camina frentico hacia la luz, guiado por la fe. Seor
exclama; yo deseo conocer tu verdad, tu verdad, que mi corazn cree y que ama mi alma;
no quiero comprender para creer, sino creer para comprender, pues s muy bien que sin la fe
no comprendera nada de nada.
Adalberto.
Este
obispo
le
dio
su
SAN ATANASIO
Obispo y Doctor de la Iglesia
(295-373)
Memoria obligatoria
2 de mayo
El siglo IV, la edad de oro de la literatura cristiana, nos ofrece en sus umbrales la figura
gigantesca de Atanasio de Alejandra, el hombre cuyo genio contribuy al engrandecimiento
de la Iglesia mucho ms que la benevolencia imperial de Constantino. Su nombre va
indisolublemente unido al triunfo del Smbolo de Nicea; pero aunque no surgieran las
polmicas del arrianismo, Atanasio hubiera sido grande. Cuando Arrio no haba empezado
an a esparcir sus errores, l haba medido ya las armas de su dialctica en la lucha contra
el paganismo. En sus venas herva la sangre de los luchadores, y el ambiente mismo de su
patria le llevaba a esa primera controversia. Era un egipcio; haba nacido en Alejandra,
donde las esencias paganas se conservaban ms vivas que en ninguna parte. En aquella
tierra de los Faraones, en que todo, la verdad y la mentira, los viejos monumentos y las
viejas creencias, parecan gozar de una supervivencia inagotable, el politesmo segua
procreando dioses, como reptiles los fangos del Nilo. A las genealogas autctonas de Menfis
se haban unido las importadas de Grecia y de Roma, y las graciosas divinidades de la
imaginacin tean de luminosos reflejos los sagrados parques zoolgicos, donde Isis y Osiris
reinaban.
El aspecto de este extrao panten es lo que inspir al dicono Atanasio su Discurso contra
los gentiles, obra maestra de lgica y argumentacin, en que con mtodo riguroso, con
sagacsima habilidad, se echa por tierra el edificio de las fbulas paganas, asignando a cada
error su origen y su verdadero alcance. Es pasmosa la penetracin con que analiza el estado
intelectual y moral de su tiempo, y sus consideraciones se elevan a veces a las cumbres de la
psicologa y de la filosofa. El politesmo, hijo del orgullo y de la voluptuosidad, es, en su
sentir, el principio de todos los errores que perturban el mundo romano. Desenmascara el
origen ambiguo del culto idoltrico en todas sus formas; busca las razones psicolgicas de la
apoteosis del hombre y arremete contra la mitologa, cantada por los poetas y protegida por
los emperadores, despojndola de los adornos con que la haban revestido los imitadores de
Homero, poniendo en evidencia la inanidad de sus ridculos consejos, y cubrindola de
oprobio con la acerada irona de los antiguos apologistas y con los sarcasmos de los mismos
gentiles. No olvida tampoco que all, a su lado, en su misma ciudad natal, la idolatra ha
tomado un aspecto ms etreo y sutil en las teoras neoplatnicas del demiurgo, equvoco
mediador entre Dios y el mundo; de los eones, innumerables como estrellas, que adivinaban
los discpulos de Plotino en los poderes escalonados entre la divinidad y la naturaleza. Qu
es todo esto, pregunta el joven atleta, sino pura idolatra, menos grosera en apariencia que
el politesmo helnico, pero no menos irracional ni menos corruptora?
A este caos de ideas y de imgenes opone Atanasio su doctrina de un Dios supremo, cuya
existencia explica el orden soberano, la perfecta armona de la naturaleza, a pesar de todos
los choques y contrastes y del juego complicado de las fuerzas que en ella se entrecruzan. La
unidad de Dios y la inmortalidad del alma son las dos columnas sobre las cuales se levanta el
castillo de su filosofa. El alma no mueredice el discpulo de Platn y del Evangelio;
muere el cuerpo cuando el alma se aleja. El alma es su propio motor. Sus movimientos es su
vida. Aunque el cuerpo yazga inmvil y como inanimado, ella permanece despierta, por su
propia virtud; y, saliendo de la materia, aunque est unida a ella todava, concibe y
contempla las existencias ultraterrestres. Cuando est completamente separada, no es
natural que tenga una visin ms clara de su naturaleza inmortal? Porque es inmortal,
comprende, y abarca las ideas de lo eterno y lo infinito. Viendo y meditando las cosas
inmortales, necesariamente debe vivir para siempre, pues esos pensamientos y esas
imgenes, de que no puede prescindir, son como el foco donde se enciende y alimenta su
inmortalidad.
Estas altas especulaciones nos revelan al alejandrino autntico. Atanasio haba crecido junto
a aquellas dos escuelas famosas, cuya rivalidad no podan encubrir los puntos de contacto y
la comunidad de su inspiracin: a un lado, el neoplatonismo del Museum, con su eclecticismo
patriarca est su dicono, que es su secretario y su asesor. No obstante, la teora del Verbo
creador del mundo, y al mismo tiempo criatura, Hijo adoptivo de Dios, pero no engendrado
por Dios, se propaga como un incendio. El ambiente alejandrino est preparado para
recibirla, los sofistas del mundo romano la saludan con alborozo, muchos obispos se declaran
en su favor, y la Iglesia queda dividida para mucho tiempo. Constantino desea restablecer la
paz, y convoca el Concilio de Nicea (325).
"El primer Concilio ecumnico fue el triunfo completo del Verbo Hijo de Dios, el triunfo de la
verdad y el triunfo de Atanasio. Atanasio era an el simple dicono, el acompaante de su
obispo; pero por la precisin de sus frmulas, por la profundidad de su pensamiento,
empezaba ya a brillar tan alto como Osio de Crdoba, presidente de la asamblea." Un
estremecimiento de odio, dice San Gregorio de Nacianzo, cruzaba por las filas de los arrianos
cuando el temible campen de pequea talla y de plido aspecto se levantaba con aire
intrpido y alta frente para tomar la palabra. Es probable que aun los representantes de la
ortodoxia le disparasen miradas de indulgente desdn; pero era preciso dejarle hablar. Nadie
mejor que l deshaca el nudo de una dificultad, nadie saba exponer en la verdad atacada el
punto central de que depende todo, haciendo brotar focos de luz que iluminan la fe al mismo
tiempo que desenmascaran la hereja. Arrio se parapetaba en sus torreones de la unidad y la
trascendencia divina; Atanasio lo miraba todo desde la atalaya del misterio de la Redencin.
El fundamento de nuestra fedecano es otro que el misterio del Verbo Encarnado para
rescatar a los hombres y hacerlos hijos de Dios. Mas, cmo podr divinizarlos si l mismo
no es Dios? Cmo podr comunicarles una filiacin divina, aunque sea adoptiva, si l mismo
no es Hijo de Dios por naturaleza? Despus, atacando de frente a su adversario, aada:
Si el Verbo es una criatura, cmo Dios, que le ha creado, no poda crear el mundo? Si el
mundo ha sido creado por el Verbo, por qu no habra sido creado por Dios? Estas ideas,
enriquecidas con aspectos nuevos, seguirn siendo la expresin fundamental de toda la
polmica de Atanasio y de toda su teologa.
todas las cualidades del pastor perfecto; pero, adems, Dios le haba dado una inteligencia
clara, una mirada vigilante sobre la tradicin teolgica, sobre los acontecimientos, sobre los
hombres, y un temperamento indomable, templado con una exquisita correccin de modales,
pero incapaz de doblegarse ante ninguna violencia. Deba ser el defensor de la ortodoxia
nicena, que, amenazada ya poco despus de dispersarse los trescientos Padres, no tardara
en atravesar crisis terribles. En algn momento pudo creerse que Atanasio era su nico
apoyo. Pero con l bastaba. Tuvo enfrente al Imperio, a la poltica, a la astucia, a la retrica
pagana, a los Concilios, al episcopado; pero mientras este solo hombre se mantuviese en
pie, las fuerzas continuaran equilibradas. Sus primeras instrucciones pastorales las
encamin a formar a su pueblo en la prctica de la fe y de la moral cristiana: Oddeca en
una de sus alocuciones pascuales, od la trompeta sacerdotal que os llama. Vrgenes, ella
os recuerda la continencia que habis jurado; esposos, ella os impone la santidad del lecho
conyugal; cristianos todos, ella lanza el grito de combate contra la carne y la sangre, de que
nos habla San Pablo.
Entre tanto, una oligarqua de obispos empezaba a conspirar en torno a Constantino. Al
frente de ellos estaba Eusebio de Nicomedia, jefe del arrianismo, que haba llegado a
dominar el nimo del emperador. Los prncipes que empezaban a desconfiar de la potencia
del sacerdocio cristiano, se vieron naturalmente inclinados a rodearse de la minora de
obispos vencidos en Nicea, los ms cortesanos, los ms aduladores, los menos obispos. Era
preferible proteger a los arrianos que obedecer a los catlicos. Naturalmente, Atanasio deba
ser el primer blanco de los odios herticos, apoyados por los gobernadores imperiales. l lo
saba, pero haba dado una orden terminante: la entrada de la Iglesia de Alejandra estaba
cerrada para todos los amigos de Arrio. Eusebio de Nicomedia intercede en su favor. Es intil.
Entonces el patriarca recibe este despacho imperial: Ya conoces mis deseos; si llego a saber
que has excludo a alguien de la Iglesia, enviar inmediatamente un comisario para que te
deponga y te aleje de ah. Atanasio respondi altivamente que no puede haber comunin
alguna entre la Iglesia catlica y una hereja que combate a Cristo. Obligado luego a
presentarse en la corte, defendi su causa con tal fuerza de persuasin, que Constantino le
devolvi al pueblo de Alejandra, al mismo tiempo que esta carta: Os envo a vuestro
obispo. Las malas gentes nada han podido contra l. Yo le he tratado como lo que es en
realidad: un hombre de Dios.
Por esta vez, Atanasio haba vencido; pero sus adversarios no ceden. Eusebio de Nicomedia,
que tiene el hilo de todas las intrigas, traza nuevos medios para perder al patriarca, sin
olvidar nunca que la acusacin ms capaz de herir la imaginacin popular y soliviantar la
opinin contra un hombre no es la ms verosmil, sino la ms dramtica y extraa. Se le
acusa de errores, de crmenes, de violencias, de asesinatos. Una mano cortada es llevada de
un lado a otro como pieza de conviccin. Es, dicen los herejes, la mano de Arsenio, obispo de
Hpsele, que ha sido muerto por Atanasio. Se abre una investigacin oficial, se rene un
Concilio para juzgar al asesino, y en l se presenta el patriarca llevando de la mano al
muerto, que, por desgracia para los sectarios, gozaba de buena salud. No obstante, Atanasio
es condenado, degradado y desterrado (336). Y empieza sus peregrinaciones a travs del
Imperio. Vuelve a Egipto dos aos despus, al morir Constantino el Grande; pero su sino es
luchar contra las tiranas, defender la fe, andar errante por la justicia. Cuatro emperadores,
Constantino, Constancio, Juliano y Valente, intentan imponerle su credo; pero l resiste con
tenacidad incansable. Ha calculado su fuerza, ha previsto el triunfo final, y prosigue impvido
la realizacin de su obra, que es la fundacin de la unidad en el campo del pensamiento
cristiano. Hay en l un carcter nuevo, que no pertenece a los primeros tiempos del
proselitismo cristiano. Imposible hallar en su vida un momento de reposo ni de flaqueza;
pero no se expone intilmente. Es un jefe que busca el triunfo de su idea ms que el
martirio. Conocedor de los hombres, maneja todos los resortes que le ofrece la poltica
cristiana. Se esconde para reaparecer en el momento oportuno. Acude al poder de la
elocuencia para defenderse, y qu defensas las suyas! Se le acusa de estar en relaciones
con Magencio, usurpador del trono y asesino de Constantino el Joven; y con este motivo
escribe al emperador Constancio: Qu motivo poda inducirme a escribir a ese hombre?
Cmo pudiera haber empezado la carta? Tal vez en estos trminos: Has hecho bien en
matar al que me colmaba de honores. O bien as: Te amo porque degollaste a los que en
Roma me acogieron con tanto amor.
Constancio no supo comprender la grandeza de este lenguaje. Era en el ao 356; una accin
decisiva se preparaba contra Atanasio. Un Concilio de Antioqua le condena, otro de
Alejandra le absuelve; nuevamente le condenan en Miln, y nuevamente le absuelven en
Roma. Pero, adems de sus obispos, el emperador tiene sus tribunos. Sabe que el pueblo de
Alejandra se dejara matar por l. Aquella multitud voluble y dispuesta al motn, que hoy se
dejaba matar en las calles por los soldados romanos y maana se levantaba contra un
prefecto, o arrastraba por las plazas a un obispo arriano, o se ensangrentaba con la muerte
de la ilustre Hipatia, jams dud un momento de Atanasio, jams se cans en su admiracin,
en su cario, en su idolatra hacia el santo y sabio defensor de la fe de Nicea. Su arresto
poda ser el estallido de una revolucin. No obstante, cinco mil hombres rodean una noche la
baslica donde el patriarca celebraba las vigilias. Entran con las espadas desnudas, los arcos
tendidos y las lanzas enhiestas. Muchos fieles son heridos, otros asesinados. Atanasio,
sentado en el trono episcopal, rehusa abandonar su puesto. El pueblo y los sacerdotes
dice l mismome suplican que huya, y yo me niego a ello hasta ver a todos los mos en
seguridad; hasta que un grupo de solitarios y de clrigos subi hasta donde yo estaba y me
llev a travs de la noche.
Esta era la cuarta proscripcin. Otras veces Atanasio se haba encaminado hacia Occidente:
haba vivido en las orillas del Rhin, en Trveris, en Miln, en Roma. Ahora no quiso salir de
Egipto. Durante seis aos caminar de desierto en desierto, se ocultar en las pirmides y en
las ruinas de las antiguas poblaciones, y se asociar a las falanges sagradas de los solitarios.
Siempre fugitivo, siempre perseguido, podr contar con la silenciosa e indefectible fidelidad
de estos hombres, que son capaces de dejarse matar antes de traicionarle. l es tambin un
asceta, ama aquella vida; desde su juventud, siempre que le ha sido posible; se ha internado
en aquellas soledades para renovar las energas de su espritu. Es amigo de los grandes
anacoretas; Antonio, dice l mismo ingenuamente, le ha echado agua en las manos para
Sus luchas no haban terminado todava. Por una ostentacin de tolerancia, Juliano el
Apstata levant el destierro a todos los proscritos de Constancio. Atanasio hizo su entrada
en Alejandra el 21 de febrero del ao 362. Fue un triunfo, de aquellos que el Imperio
romano ya no conoca desde que los vencedores no suban al Capitolio. De todos los puntos
de Egipto acudan las gentes para verle; la muchedumbre llenaba las orillas del Nilo; miles de
barcas surcaban las aguas; focos potentes, instalados en las altas torres del Museum,
iluminaban el puerto; los habitantes de la ciudad salieron en masa, ordenados segn el sexo
y la edad, y siguiendo los pendones de sus corporaciones. l, entre tanto, avanzaba montado
en un asno. Su paso por las calles era sealado con aplausos inacabables, y tal era la
veneracin del pueblo, que todos queran ser tocados por su sombra, en la persuasin de que
tena virtudes milagrosas, como la de San Pedro. Quembanse perfumes y se esparcan
flores. Por la noche se ilumin la ciudad, se celebraron banquetes y hubo distribuciones de
comidas en las plazas. Envidioso de esta popularidad, Juliano le excluy de la amnista; pero
Atanasio, seguro de sus alejandrinos, no quiso hacer caso del edicto imperial, y empez a
gobernar tranquilamente su Iglesia. Reuna Concilios, predicaba, discuta y bautizaba. Los
mismos paganos quedaban subyugados por la grandeza de su alma, y esto es lo que ms
irrit al emperador. Por todos los diosesescriba al prefecto de Egipto, no sabr ningn
hecho tuyo tan agradable como la expulsin de Atanasio, el miserable, que se ha atrevido,
reinando yo, a bautizar mujeres griegas de rango distinguido. Proscrbele. Temiendo que
estallase una sedicin, el patriarca abandon la ciudad, diciendo a sus amigos: No temis;
es un nublado que pasar pronto. Una noche remontaba el Nilo, cuando oy tras s
chasquido de remos en el agua. Era la galera de la polica imperial, que bogaba a toda prisa.
Habis visto a Atanasio?preguntaron. Precisamente, ro adelante camina dijo l,
fingiendo la voz; remad fuerte. La nave avanz ligera. Atanasio mand virar la suya, y de
este modo escap al peligro.
Unos meses ms tarde, la muerte del apstata en las llanuras de Mesopotamia; despus, la
restauracin catlica, con una nueva entrada triunfal; ms tarde, con Valente, una nueva
ofensiva del partido arriano, y como consecuencia el quinto destierro. Atanasio se oculta a
las puertas de Alejandra, en el sepulcro de su padre; pero el pueblo le reclama, las
En el foro de Roma hormigueaba una muchedumbre de esclavos de todos los pases: sirios
de largo manto, negros de la Nubia, africanos de espaldas desnudas, griegos de hermoso
perfil y hombres del Norte cubiertos de pieles. Por el mercado discurran sacerdotes y monjes
mezclados a la turba de compradores y vendedores. Entre ellos estaba Gregorio, el dulce
abad de Monte Celio. Su alma piadosa le detuvo ante un grupo de jvenes. Habale
De all sali Agustn con otros cuarenta compaeros en el ao de gracia de 596. A pie y
descalzos, llegaron a la famosa abada de Lerns, donde les contaron terribles relatos acerca
del pueblo que iban a convertir. Dijronles, en resumen, que en aquel pueblo de bestias
salvajes les aguardaba una muerte segura. Agustn volvi a Roma para representar a
Gregorio tales peligros; pero recibi la orden de seguir adelante.
A pesar de las cartas pontificias, nuestros misioneros tuvieron que sufrir en muchas partes
las burlas y aullidos de nios y mujeres, que se extraaban de ver aquel pelotn de hombres
mal trajeados y cubiertos del polvo del camino. A principios del ao 597 desembarcaron en la
regin del Thanet, cerca del puerto romano de Richborugh, entre Sandwich y Ramsgate, en
el mismo lugar donde haba desembarcado Julio Csar y Hengist, el conquistador anglosajn.
Estaban en la tierra del reino de Kent, que obedeca entonces a Etelberto. Era ste generoso
y liberal, aunque pagano. Al principio no permiti a los monjes romanos pasar adelante. Poco
despus, l mismo sali a su encuentro, pero los recibi debajo de una encina, temiendo que
sera vctima de algn maleficio si se hallaba bajo un mismo techo con aquellos extranjeros.
Sentronse los cuarenta monjes delante de l, y Agustn expuso el objeto de su venida. La
respuesta del rey fue sincera y leal: Bellas son las palabras y promesas que nos trais;
pero, como podis comprender, todo esto es nuevo e incierto para m. No puedo dar fe a ello
inmediatamente, abandonando todo lo que mi nacin viene observando hace tanto tiempo.
Mas, puesto que habis venido para comunicarnos lo que, a vuestro juicio, es la verdad y el
bien supremo, no os haremos ningn mal; al contrario, os daremos hospitalidad y medios de
vivir; os dejaremos libertad para predicar vuestra religin y convertiris a los que podis.
El carcter ingls tiene fama de amplio y liberal, y aunque no siempre ha sido consecuente
consigo mismo, estas primeras relaciones de unos reyes con la Iglesia estn de acuerdo con
el artculo fundamental de sus cartas y libertades.
Los cuarenta misioneros hicieron luego su entrada triunfal en la capital de Kent, Cantorbery.
Iban procesionalmente. San Agustn les preceda; su alta estatura y su prestancia patria
atraan las miradas, pues su cabeza y sus hombros se alzaban por encima de la cabeza de
los dems. Junto a l, un monje llevaba la cruz de plata y otro un estandarte de madera en
que se vea dibujada la imagen de Cristo. Cuarenta voces cantaban en el ritmo gregoriano:
Conjurmoste, Seor, por tu misericordia, que apartes tu ira de esta ciudad y de tu santa
casa, porque hemos pecado. Alleluia. La historia de la Iglesiadice Bossuetno tiene
nada ms bello que la entrada de este santo monje Agustn en el reino de Kent con cuarenta
de sus compaeros, que precedidos de la cruz y de la imagen del gran Rey, Cristo, hacan
votos solemnes por la conversin de Inglaterra.
Agustn empez la conquista espiritual derramando a sus monjes por el reino. Mucho le
ayud la reina Berta, que era catlica y descendiente de Clodoveo. Dios quiso bendecir con
grandes prodigios estos primeros trabajos, y grandes muchedumbres iban a pedir el
bautismo; el mismo rey, el bueno y generoso Etelberto, renunci a la religin de Odn el da
Naci en Messina el 5 de julio de 1851 de la noble seora Anna Toscano y del caballero
Francisco, marqus de S. Caterina dello Ionio, Vicecnsul Pontificio y Capitn Honorario de la
Marina. Tercero de cuatro hijos, Anbal qued hurfano, tan slo a los quince meses por la
muerte prematura del padre. Esta amarga experiencia infundi en su nimo la particular
ternura y el especial amor a los hurfanos, que caracteriz su vida y su sistema educativo.
Desarroll un grande amor hacia la Eucarista, tanto
que recibi el permiso, excepcional para aquellos
tiempos, de acercarse cotidianamente a la Santa
Comunin.
Jovencsimo,
delante
del
Santsimo
la
necesidad
de
la
oracin
por
las
Lc 10, 2). Estas palabras del Evangelio constituyeron la intuicin fundamental a la que dedic
toda su existencia.
De ingenio alegre y de notables capacidades literarias, apenas sinti la llamada del Seor,
respondi generosamente, adaptando estos talentos a su ministerio. Terminados los
estudios, el 16 de marzo de 1878 fue ordenado sacerdote. Algn mes antes, un encuentro
providencial con un mendigo casi ciego lo puso en contacto con la triste realidad social y
moral del barrio perifrico ms pobre de Messina, las llamadas Casas de Avignone y le abri
el camino de aquel ilimitado amor hacia los pobres y los hurfanos, que llegar a ser una
caracterstica fundamental de su vida.
Con el consentimiento de su Obispo, fue a habitar en aquel gueto y se comprometi con
todas sus fuerzas en la redencin de aquellos infelices, que, se presentaban, ante su vista,
segn la imagen evanglica, como ovejas sin pastor. Fue una experiencia marcada por
fuertes incomprensiones, dificultades y hostilidades de todo tipo, que l super con grande
fe, viendo en los humildes y marginados al mismo Jesucristo y realizando lo que defina:
Espritu de doble caridad: la evangelizacin y la ayuda a los pobres.
En 1882 dio inicio a sus orfanatos, que fueron llamados antonianos porque fueron puestos
bajo la proteccin de San Antonio de Padua. Su preocupacin no slo fue la de dar pan y
trabajo, sino y, sobre todo, la de educar de forma integral a la persona teniendo en cuenta el
aspecto moral y religioso, ofreciendo a los asistidos un verdadero clima de familia, que
favorece el proceso formativo para hacerles descubrir y seguir el proyecto de Dios. Hubiera
querido abrazar a los hurfanos y a los pobres de todo el mundo con espritu misionero.
Pero, cmo hacerlo? La palabra del Rogate le abra esta posibilidad. Por eso escribi: Qu
son estos pocos hurfanos que se salvan y estos pocos pobres que se evangelizan frente a
millones que se pierden y estn abandonados como rebao sin pastor?... Buscaba un camino
de salida y lo encontr amplio, inmenso en aquellas adorables palabras de nuestro Seor
Jesucristo: Rogate ergo... Entonces me pareci haber hallado el secreto de todas las obras
buenas y de la salvacin de todas las almas.
Anbal haba intuido que el Rogate no era una simple recomendacin del Seor, sino un
mandado explcito y un remedio inefable. Motivo por el cual su carisma es de valorar como
principio animador de una fundacin providencial en la Iglesia. Otro aspecto importante para
hacer resaltar es que l precede a los tiempos en el considerar vocaciones tambin aquellas
de los laicos comprometidos: padres, maestros y hasta buenos gobernantes.
Para realizar en la Iglesia y en el mundo sus ideales apostlicos, fund dos nuevas familias
religiosas: en 1887 la Congregacin de las Hijas del Divino Celo y diez aos despus la
Congregacin de los Rogacionistas. Quiso que los miembros de los dos Institutos, aprobados
cannicamente el 6 de agosto de 1926, se comprometieran a vivir el Rogate con un cuarto
voto. Tanto que Di Francia escribi en una splica del 1909 a S.S PoX: Me he dedicado
desde mi primera juventud a aquella santa Palabra del Evangelio: Rogate ergo. En mis
mismos institutos de beneficencia se eleva una oracin incesante, cotidiana de los hurfanos,
de los pobres, de los sacerdotes, de las sagradas vrgenes, con la que se suplican a los
Corazones Santsimos de Jess y Mara, al Patriarca S. Jos y a los Santos Apstoles para
que quieran proveer abundantemente a la Iglesia de sacerdotes elegidos y santos, de
obreros evanglicos de la mstica mies de las almas.
Para difundir la oracin por las vocaciones promovi numerosas iniciativas, tuvo contactos
epistolares y personales con los Sumos Pontfices de su tiempo; instituy la Sagrada Alianza
para el clero y la Pa Unin de la Rogacin Evanglica para todos los fieles. Cre el peridico
con el significativo ttulo Dios y el Prjimo para implicar a los fieles a vivir los mismos
ideales.
Es toda la Iglesiaescribe lque oficialmente tiene que rezar por este fin, ya que la
misin de la oracin para obtener buenos obreros es tal que ha de interesar vivamente a
cada fiel, a todo cristiano, que le preocupe el bien de todas las almas, pero en particular a
los obispos, los pastores del mstico rebao, a los cuales fueron confiadas las almas y que
son los apstoles vivientes de Jesucristo. La anual Jornada Mundial de Oracin por las
Vocaciones, instituida por Pablo VI en 1964, puede considerarse la respuesta de la Iglesia a
esta intuicin suya.
Grande fue el amor que tuvo por el sacerdocio, convencido
que slo mediante la obra de los sacerdotes numerosos y
santos es posible salvar a la humanidad. Se comprometi
fuertemente en la formacin espiritual de los seminaristas,
que el arzobispo de Messina confi a sus cuidados. A
menudo repeta que sin una slida formacin espiritual, sin
oracin, todos los esfuerzos de los obispos y de los
rectores de los seminarios se reducen generalmente a una
cultura artificial de sacerdotes.... Fue l mismo, el
primero, en ser buen obrero del Evangelio y sacerdote
segn el corazn de Dios. Su caridad, definida sin
clculos y sin lmites, se manifest con connotaciones
particulares tambin hacia los sacerdotes en dificultad y las monjas de clausura.
Ya durante su existencia terrenal fue acompaado por una clara y genuina fama de santidad,
difundida a todos los niveles, tanto que cuando el 1 de junio de 1927 falleci en Messina,
confortado por la presencia de Mara Santsima, que tanto haba amado durante su vida
terrenal, la gente deca: Vamos a ver el santo que duerme.
Los funerales fueron una verdadera y propia apoteosis, que los peridicos de la poca
puntualmente registraron con artculos y con fotografas. Las autoridades fueron solcitas en
otorgar el permiso de enterrarlo en el Templo de la Rogacin Evanglica, que l mismo haba
querido y que est dedicado precisamente al divino mandato: Rogad al Dueo de la mies
para que enve obreros a su mies.
Las Congregaciones religiosas fundadas por el Padre Anbal estn hoy presentes en los cinco
Continentes comprometidas, segn los ideales del Fundador, en la difusin de la oracin por
las vocaciones a travs de centros vocacionales y editoriales y en la actividad de los
institutos educativos asistenciales a favor de nios y muchachos necesitados y de
sordomudos, centros nutricionales y de salud; casas para ancianos y para madres solteras;
escuelas, centros de formacin profesional, etc.
La santidad y la misin de Padre Anbal, declarado insigne apstol de la oracin por las
vocaciones, son hoy profundamente apreciadas por quienes se han compenetrado de las
necesidades vocacionales de la Iglesia.
El Sumo Pontfice, Juan Pablo II, el 7 de octubre de 1990 proclam al Di Francia Beato y al
da siguiente lo defini: Autntico precursor y celoso maestro de la moderna pastoral
vocacional. Luego, el 16 de Mayo de 2004, fue declarado Santo.
Pocos santos tan populares como este discpulo de San Francisco de Ass; y, sin embargo, su
figura se presenta en la Historia como diluida en un horizonte lejano. Sabemos su origen
ibrico, su nacimiento en Lisboa, su vida de cannigo regular en Coimbra, aquellas ansias de
martirio que le lanzan ms all del Estrecho para predicar a los moros marroques, y,
finalmente, su agregacin a la Orden naciente de los Frailes Menores. Hay, no obstante, en l
una cosa que aparece con claro y vigoroso relieve: es el poder soberano de su oratoria. Por
grandes y numerosos que sean sus milagros, hay otros muchos santos que se le pueden
comparar en este aspecto; su rasgo caracterstico, su privilegio singular, el milagro constante
de su existencia, es la fuerza incontrastable de su predicacin, el poder de su voz sobre los
corazones y las inteligencias, el efecto mgico de su palabra. Las muchedumbres se agolpan
en torno suyo, las iglesias eran estrechas para su auditorio, las plazas se llenaban de una
multitud compacta y heterognea: frailes, magistrados, campesinos, judos, herejes,
malhechores que salan de sus guaridas disfrazados de monjes, gentes de toda condicin,
que unas veces aplaudan frenticamente; otras se encendan en llamaradas de fe y
devocin, otras lloraban, conmovidas por los terribles apstrofes del orador.
La oleada creca siempre rumorosa y entusiasta. Lo mismo en la Romana que en Umbra, en
la Provenza y el Languedoc y en las orillas del Sena, su llegada conmova las poblaciones, y
cuando en sus ltimos aos fij su residencia en Padua, l era una institucin en la ciudad,
que se llenaba constantemente de curiosos, devotos y peregrinos. Con frecuencia sus
oyentes pasaban de treinta mil, y no eran slo campesinos y gentes del pueblo, fciles de
arrastrar y convencer; eran todas las clases de la sociedad las que corran deslumbradas por
el resplandor de aquella elocuencia, que unas veces pareca rayo de tempestad, otras
apacible claridad de amanecer, otras luz irresistible del medioda. El noble y plebeyo, el
estudiante y el monje encanecido en la meditacin de la Escritura, el obispo de la ciudad y el
clrigo de la aldea se codeaban, entre el hormigueo de la concurrencia, con el hereje y el
simoniaco, el guerrero que volva de la cruzada y el seor violento del castillo. El tirano caa
como herido por un relmpago al eco de aquella voz que anatematizaba sus crueldades. Los
ladrones empezaban a aborrecer los dineros y los tahres tiraban los dados al ro. El pobre
fraile de la tosca tnica, de los pies descalzos, de la mirada serfica y el gesto de profeta se
apoderaba de sus espritus, los dominaba de una manera irresistible, manejaba y
transformaba sus corazones, llevndolos de la contricin a la esperanza, del dolor a la
alegra, de la impenitencia a las lgrimas. No les halagaba con el encanto de una virtud
dorada y fcil, sino que fustigaba sin miramientos los vicios, revelaba sus deseos
inconfesables, desenmascaraba sus concupiscencias, sus odios, sus usuras, sus tiranas, y les
obligaba a renunciar a sus costumbres inveteradas.
Y aquella muchedumbre, no solamente le segua a travs de las calles y caminos, no
solamente le escuchaba en actitud silenciosa con el aliento contenido y el corazn anhelante,
sino que se arrodillaba delante de l y, dispuesta a seguir sus menores indicaciones, le
descubra la miseria de sus almas. Ezzelino, aquel verdugo famoso de sus semejantes, se le
humillaba, sintiendo sobre su conciencia el peso abrumador de sus crmenes; Simn de Sully
confesaba su conducta escandalosa e indigna de un pastor de la Iglesia de Cristo; el hereje,
convertido por la fuerza de su argumentacin y por la suavidad de sus exhortaciones, volva
a la senda de la verdad; los enemigos olvidaban sus viejos rencores y se abrazaban unidos
por los lazos de la caridad cristiana. Y eso en Bourges, en Arls, en Limoges, en Rimini, en
Bolonia, en Roma, en Florencia, en Padua; en todas las aldeas y ciudades del sur de Francia,
ensangrentada por la guerra de los albigenses; en todas las plazas y caminos de Italia,
muri en Palestina,
martirizado
por los
musulmanes.
Pero, adems, de estos dones sobrenaturales, Dios haba puesto en su apstol todas las
virtudes naturales de un dominador de hombres. Su voz clara y poderosa sofocaba los
murmullos y agitaciones de inmensos hormigueros humanos. Su memoria extraordinaria le
permita recordar en cualquier momento los textos oportunos de la Sagrada Escritura y de
los Santos Padres, y asimilarse con la mayor facilidad la lengua de los pueblos donde llegaba.
No hay duda de que su patria lusitana le dio el fuego vibrante del hombre meridional, con
esa retrica ampulosidad que tanto domina en las literaturas peninsulares, y muy
particularmente en la portuguesa. Su semblante apacible, dicen textos antiguos, le ganaba
los corazones. A punto fijo no sabemos cules eran los rasgos fisonmicos de su rostro. Sus
bigrafos hablan de ellos confusamente, y las pinturas que del santo nos dejaron los
primitivos italianos son contradictorias. A principios del siglo XV las gentes le recordaban
todava, y cuando apareci San Juan Capistrano, creyeron ver en l, lo mismo en el espritu
que en el cuerpo, una reencarnacin del taumaturgo de Padua. Recogiendo y armonizando
las noticias biogrficas, podemos representrnosle como un hombre de agradable presencia,
sin barba, a diferencia de su maestro San Francisco; nariz firme, espesa cabellera, boca
pequea, labios finos, ojos extraordinariamente luminosos y tez del color comn entre los
espaoles, es decir, morena. A todo esto se juntaba su ciencia profunda, su conocimiento
extraordinario de la doctrina catlica y su experiencia del corazn humano. No era la de
Antonio una inteligencia sin cultivar que hubiera fructificado bruscamente fecundada por
dones infusos. Cuando se llamaba todava Fernando Bulhon y Tavero, haba encontrado, sin
duda, en Lisboa buenos maestros de retrica; luego, entre los cannigos de Santa Fe de
Coimbra, su juventud, antes de iluminarse con anhelos de martirio y perfeccin evanglica,
se ilumina con la pasin de los cdices visigticos. Al llegar a Italia se esfuerza por ocultar su
talento, su erudicin y sus andanzas apostlicas en Marruecos. En 1221 asiste al captulo
general de Santa Mara de la Porcincula. Ni fray Elas, que preside, ni San Francisco, que se
sienta a sus pies, ni uno solo de los tres mil hermanos capitulares fijan su mirada en aquel
joven extranjero, que lleva todava encima el polvo del viaje. Entonces se le considera ms
apto para fregar la vajilla que para escalar pulpitos. Poco tiempo despus la obediencia le
obliga a decir unas palabras para edificacin de los hermanos. Y habl con calor, con claridad
y con precisin cientfica. Hubo un movimiento general de asombro, y el mismo patriarca,
que gustaba, sin duda, de los sermones callados pronunciados por sus discpulos mientras
cruzaban con regocijo las calles, pero que no odiaba la sabidura, escribile esta carta
famosa: Al hermano Antonio, mi obispo, saluda el hermano Francisco. Es mi gusto que
ensees teologa a los hermanos, con tal de que, como manda la Regla, el espritu de oracin
y devocin no se extinga. Adis.
Esta ciencia escolstica y patrstica es la principal cualidad que descubrimos en los sermones
que se conservan del santo, sermones que apenas creeramos suyos, si no estuviramos
seguros de su autenticidad. No faltan en ellos distinciones ingeniosas, bellas interpretaciones
de los textos bblicos y smiles que revelan una atenta observacin de la Naturaleza; pero el
corazn ardiente que incendi en el amor de Cristo al mundo occidental del siglo XIII parece
ausente de aquellas pginas. Son discursos fros, sutiles, acadmicos y hasta afeados por
ciertos ribetes de preciosismo escolar: ms anglicos que serficos. Vemos un San
Antonio demasiado preocupado de las exquisiteces de la rima y el movimiento rtmico del
perodo. Es una elocuencia de bufete o de ctedra, no la formidable elocuencia popular que
arrebata a las poblaciones de Francia y de Italia. Esta permanecer siempre desconocida
para nosotros; aunque podemos verla reflejada en los efectos. Y los efectos fueron
morir, Antonio se acordaba todava de Padua, y con su ltima mirada le enviaba su postrer
bendicin. Su voz se haba callado ya; slo su corazn segua hablando con Dios. Huyendo
de las muchedumbres, habase escondido en un bosque cercano a la ciudad. Viva en una
choza de ramas, envuelta en aromas campestres e idilios de ruiseores. All abajo, la ciudad
se entregaba con alborozo a las alegras de la primavera. El solitario la contemplaba con su
bosque de blancas cpulas, sus palacios de mrmol, sus jardines embalsamados y su vasta
llanura cubierta de mieses amarillentas y de vias en flor. Transportado al mundo de las
realidades espirituales por los esplendores del mundo visible, vio su alma radiante entre los
coros de los elegidos, y su cuerpo descansando, rodeado de flores y plegarias, en su ciudad
querida. Entonces hizo un ltimo esfuerzo, levant su mano agitada por la fiebre y pronunci
estas palabras: Oh Padua, yo te bendigo! Tu situacin es bella, tus campias, feraces; pero
el Cielo te reserva una gloria ms alta. Pocos das despus sus ojos quedaban inmviles,
como deslumbrados por la luz de una aurora eterna; pero sus labios an tuvieron tiempo
para decir: Ya veo a mi Dios. Tena treinta y cinco aos. Era joven, y sigue siendo
eternamente joven. En los nichos de los templos, en los panegricos de los poetas y en la
imaginacin de sus devotos y sus devotas, San Antonio ser siempre el fraile de aspecto
juvenil, de mejilla imberbe, de serfica mirada, de labios sonrientes y de corazn piadoso,
paciente, incansable ante los ruegos y las importunaciones.
1 de agosto
Los Liguori figuraban ya entre las ms ilustres familias napolitanas antes que hubiese reyes
en Npoles. De la estirpe haban salido guerreros, doctores, diplomticos y hombres de
Iglesia. A fines del siglo XVII, su ms ilustre representante era don Jos de Ligorio, capitn
de las galeras reales, de quien naci el maestro mximo de los moralistas cristianos. Cuando
Alfonso Mara estaba an en la cuna, un viejo misionero lleg a l, le cogi en sus brazos y
pronunci estas palabras: Este nio ser obispo, vivir cerca de cien aos y har grandes
cosas. El horscopo no entusiasm al capitn; a pesar de sus sentimientos religiosos, no
poda consentir que su mayorazgo entrase en la clericatura. Que el chico no siguiese la
carrera de las armas, como l, pase; haba otras muchas donde poda brillar sin renunciar
por eso a transmitir el apellido paterno. Algo le preocupaba, sin embargo, la piedad excesiva
de su hijo. A los doce aos, Alfonso era un santo en miniatura; amaba las oraciones
prolongadas tanto como los juegos con sus compaeros; estudiaba por deber tanto como por
aficin, y todo en l presagiaba al asceta y al sabio del porvenir. Juntamente con un corazn
abierto a todos los nobles sentimientos, reuna una inteligencia penetrante y viva, un criterio
sano, una memoria pronta y tenaz. Est vistodijo el capitn; ms que para las armas, el
muchacho vale para las letras. Le haremos abogado.
Para prepararse a los estudios jurdicos, Alfonso tuvo que adquirir todos los conocimientos
literarios, cientficos y artsticos indispensables en un joven de su alcurnia. Ilustres maestros
llegaban diariamente a su casa para iniciarle en los secretos de la sabidura. Aprendi las
lenguas clsicas y las modernas, ciencias exactas y ciencias naturales; retrica, historia y
geografa. An se conserva un planisferio armilar que fabric en aquellos das infantiles. Su
formacin esttica fue tambin esmerada y seria. Sus estudios arquitectnicos le permitirn
ms tarde planear iglesias y conventas; en pintura, llegar a producir piadosas imgenes de
Mara y de Cristo crucificado. Por lo que se refiere a la msica, lleg a componer con tal
habilidal, que hubiera podido ser uno de los buenos msicos de su tiempo. Diariamente se
pasaba tres horas tocando el clavicordio, y como al principio aquello se le haca una
penitencia, su padre le dejaba con su instrumento, y cerraba la puerta con llave. Ya viejo, se
lamentaba amargamente de haber perdido tanto tiempo en estas nieras; sin embargo
aada, era preciso obedecer a mi padre. Con el mismo rigor tuvo que andar al internarse
en el bosque enmaraado de las leyes napolitanas: derecho romano, derecho cannico y
derecho feudal, constituciones normandas, capitulares angevinas, pragmticas aragonesas,
decretos de los virreyes espaoles, usos, gracias y privilegios particulares. Slo una hora de
recreo le conceda diariamente el implacable marino. Durante ella conversaba con sus
amigos, paseaba o jugaba a las cartas. Y no se poda descuidar: un da, habindose
entretenido demasiado en el juego, observ que, en lugar de sus autores favoritos, en su
mesa de trabajo haba una baraja. Estaba pensando lo que aquello podra significar, cuando
ve a su padre que entra colrico y le dice: Ah tienes tu libro, el libro con que piensas
hacerte un porvenir!
De esta manera se explica que a los diecisis aos pudiese el estudiante comparecer ante el
arepago napolitano para sufrir la prueba del doctorado. Como nunca se haba visto un
aspirante tan madrugador, hubo que sacar una dispensa previa de cuatro aos. Los
examinadores le introdujeron por unanimidad en su docta corporacin, le encasquetaron el
birrete doctoral, le entregaron el anillo de la sabidura y le revistieron de la amplia toga, que
pareca sepultar al pequeo prodigio entre sus largos y ampulosos pliegues. Corra entonces
un refrn que deca: Advocatus et non latro, res miranda populo: Abogado y no ladrn,
cosa digna de admiracin. Sin embargo, Alfonso miraba su profesin como la ms noble
que existe despus del sacerdocio; y, como era natural, quiso prepararse a ejercer sus
funciones con una larga experiencia de las sesiones de los tribunales y las deliberaciones de
los jurisconsultos. La confianza que inspiraba, tanto por su ciencia como por su virtud, as
como su elocuencia clara y persuasiva y su absoluto desinters, le ganaron pronto una
clientela numerosa y selecta. Jams perdi un pleito en los ocho aos de su vida forense;
jams se vio un jurista ms afortunado. No obstante, esos xitos no llegaban a hacerle feliz.
Amaba su profesin con toda el alma, pero con frecuencia le vena la tentacin de retirarse.
El espectculo de las causas ms justas, tergiversadas por el engao, el sofisma y la maldad,
repugnaba a su naturaleza noble y caballerosa. Amigo mo deca a un colega, nuestra
vida es muy desgraciada, y lo peor an es que corremos riesgo de tener una mala muerte.
Esta carrera no me conviene; tendr que abandonarla para asegurar la salvacin de mi
alma.
Sin hacer caso de estos escrpulos, el altivo capitn pensaba slo en la gloria de su hijo y en
el acrecentamiento de la familia. Ahora examinaba cuidadosamente la nobleza del pas para
buscarle una digna compaera. Emparentada con su casa, encontr a la heredera de los
prncipes de Presiccio. Era hija nica, y, por tanto, en ella deban reunirse los ttulos y los
bienes de la familia. Todo esto lo calcul el buen padre con vigilante solicitud; y ya haba
logrado concertar el matrimonio, cuando a la princesita le naci un hermano, que vena
importunamente a despojarla del mayorazgo. Desde entonces los Ligorio empezaron a
distanciar sus visitas en casa de los Presiccio, y ya se iban olvidando casi de ellos, cuando se
muri aquel nio que haba nacido de una manera tan intempestiva. Naturalmente, el
capitn reanud las relaciones, y con tal xito, que a los pocos das haba convencido a los
padres de la muchacha; pero sta, que era muy discreta, declar que no quera casarse, y,
efectivamente, al poco tiempo se esconda en un convento.
Alfonso, que en todo esto haba observado una actitud pasiva, se alegr vivamente del
desenlace, y hasta vio en todo aquello un indicio de la voluntad divina. Pero el capitn, que
saba hacerse obedecer, no pensaba de la misma manera. Si no pudo hacer prncipe a su
hijo, crey que le sera fcil adornarle con un ducado. Solicit la mano de la hija de los
duques de Presenzano, y la obtuvo. Hubo las consiguientes recepciones, presentaciones y
visitas; y sucedi que una tarde, cuando aquellas gentes de mundo no saban ya de que
hablar, acudieron a la msica para distraer el tiempo. Alfonso fue invitado a tocar el clave, y
no pudo rehusarse. Empez una romanza que estaba entonces de moda. De pronto, su
novia, sentndose junto a l, empez a cantar; pero el joven, sin dejar de tocar, dirigi la
cabeza al lado opuesto. Cambi ella de asiento, pero nuevamente volvi Alfonso la cabeza.
Despechada por este desaire, salt la muchacha del asiento y abandon nerviosamente la
sala, haciendo esta declaracin: El seor abogado me parece un tanto luntico. As
termin aquel segundo proyecto matrimonial. Desde entonces las relaciones entre padre e
hijo se hicieron cada da ms difciles. A pesar de la docilidad del joven, los choques eran
frecuentes en casa. El buen capitn empezaba a sentirse defraudado en sus esperanzas, a
causa de lo que l llamaba el carcter insociable de su hijo. Alfonso, sin embargo, se
esforzaba por complacerle: frecuentaba el teatro, intervena en las fiestas de sociedad y en
las reuniones acadmicas, empezaba a apasionarse por la caza, y, como l deca ms tarde,
estuvo en riesgo de arrojarse al abismo si Dios no le sacara inopinadamente de aquel sueo
peligroso.
El golpe de la gracia fue sonado y muy comentado en Npoles. Preocupaba entonces a la
ciudad era esto en 1723un pleito famoso entre el duque de Orsini y el gran duque de
Toscana. Invitado a defender los intereses del primero, Alfonso estudi escrupulosamente
toda la documentacin y lleg al convencimiento de que la razn estaba de parte de su
cliente. Lleg el da de esgrimir los argumentos en el tribunal. La sala estaba llena de juristas
y
curiosos,
vidos
de
emociones.
Alfonso
peror
con
su
maestra
de
siempre,
desenvolvindose en el ddalo de las leyes ms complicadas con una habilidad que dej
pasmada a la concurrencia. Todos aprobaban y le daban ya las albricias del vencedor, cuando
su adversario se encar con l y le dijo con una fra sonrisa: Toda esa argumentacin
brillante es falsa, y lo podris ver leyendo este documento. Alfonso recogi el papel que se
le tenda y se ech a rer. Cien veces le haba tenido en sus manos; le haba ledo, le haba
estudiado y haba examinado lentamente cada una de sus lneas. Qu de nuevo podra
encontrar en l? No obstante, quiso leerle una vez ms. De repente, la voz se le anuda a la
garganta, palidece, y el papel se le cae de las manos. Es que ha visto una clusula que se
acaba de iluminar repentinamente para l, una clusula decisiva, que da la victoria a su
contrincante. Me he equivocado, exclama humildemente, y huye avergonzado de la
audiencia. Siguieron tres das de dolor profundo, de desesperacin, de atolondramiento.
Como herido por un rayo, Alonso pareca presa de una verdadera insensibilidad. Ni coma, ni
dorma, ni hablaba con nadie. El sentimiento del honor herido le tena como petrificado. Al
cuarto da, una claridad sbita disip las tinieblas de su alma, revelndole el misterio de la
distraccin que le haba llevado a perder el pleito. Dndose cuenta de las vanidades de la
tierra, rompi a llorar y pronunci con toda el alma la frase de San Pablo: Seor, qu
queris que haga? Se despidi del foro, colg su espada en el altar de Nuestra Seora de la
Merced, y en medio de la desolacin de todos los suyos, empez a prepararse al sacerdocio.
Dios haba contestado a su pregunta: quera hacer de l un apstol. El hombre del foro se
convirti en el hombre de la ctedra y del confesionario. Un fuego sagrado le consuma; un
amor impetuoso le lanzaba en busca de los corazones vacilantes o extraviados. Desde el
primer momento fue el predicador de las almas buenas que quieren or hablar de Dios,
predicador de los sabios y de los ignorantes, de los pobres y de los poderosos. Era aquel el
tiempo de la palabrera hueca y brillante con que los gerundios deshonraban la ctedra del
de Superior slo serva para facilitarle las humillaciones. Entre sus primeros compaeros
haba un gentilhombre, que se rebelaba ante el pensamiento de servir a la mesa y lavar la
vajilla. Alfonso adivin la lucha que se libraba en su interior, y levantndose de su asiento,
empez a ayudar al pobre joven, llevando los platos del refectorio a la cocina. Orgulloso!
se deca luego el novicio; te avergenzas de servir, cuando Alfonso, mucho ms noble que
t, se hace el servidor de todos!
A las tareas del apstol se juntan desde este momento las del
fundador. Jefe de misioneros, rene, organiza y dirige las
huestes necesarias para aquella cruzada de salvacin en que
le ha empeado su destino. Su campo se acrecienta sin cesar
a impulsos de la pasin que le devora, pasin de salvar las
almas, de extender el reino de Cristo. Se acerca a la vejez,
pero si sus cabellos se vuelven blancos, su ardor no
disminuye. Cuando los pies estn ya torpes para los caminos,
se acuerda de las manos, y toma la pluma como un arma
nueva de combate. Quiere neutralizar las campaas de los
falsos doctores, quiere oponer un dique al torrente inmundo
de la impiedad. Del otro lado de los montes llega un grito
lleno de odio y acometidad: Aplastad al infame. Voltaire arroja contra la Iglesia el veneno
de sus ironas y sarcasmos; abates con semblante de bufones se encargan de esparcir sus
agudezas y sus calumnias; en los crculos aristocrticos se habla con desprecio de la
supersticin popular, y el jansenismo, la hereja ms sutil que ha urdido el diablo, al
presentar una religin imposible y un Dios que es ms bien un monstruo abominable, lleva
los espritus a la incredulidad o a la desesperacin. En medio del universal naufragio, muchos
buscaban una ltima tabla de salvacin en la devocin a Mara; pero los herejes no haban
olvidado que su triunfo estaba en el destronamiento de aquella que ha exterminado las
herejas en todo el mundo, segn dice la liturgia. Presentse el culto mariano como una
supersticin, se combati lo que llaman la mariolatra, se vea en la Salve un tejido de
errores y necedades, y de los breviarios y los misales quedaron suprimidas las ms bellas
invocaciones con que las generaciones cristianas haban manifestado su confianza a la Madre
de Dios.
En este ambiente de lucha, publica San Alfonso el primero de sus libros, Las glorias de Mara,
que, extendido rpidamente por todas las partes del mundo, va a inaugurar un renacimiento
del culto de la Virgen y abrir una era de esperanza, disipando las nubes amenazadoras que el
jansenismo haba amontonado en los horizontes de la Iglesia. Podemos considerar a San
Alfonso como el doctor de la salvacin por medio de la Santsima Virgen. Los impos, los
ignorantes y los empedernidos tienen derecho a esperar en la felicidad eterna, gracias a los
milagros que realiza en el mundo la intervencin de Mara.
Pero despus de haber devuelto la Madre al mundo, Alfonso quiso continuar su campaa
antijansenista para devolverle al Hijo. Si para l Mara es la tesorera de las gracias, Jess es
la fuente. Ahora bien: la nueva hereja haba hecho casi imposible al acceso a la fuente,
apartando a los cristianos del confesionario y de la santa mesa. Para librar a sus hermanos
de esta opresin tirnica, public Alfonso (1755) los dos volmenes de su Teologa moral,
obra capital de su vida, en la que traz a los confesores el verdadero camino que deban
seguir para llevar las almas al Cielo, camino estrecho, ciertamente, porque no puede ser otro
que el de los mandamientos, pero que Alfonso sabe hacer amable, despejndole de estorbos
inhumanos e iluminndole con las claridades del amor. Quedaban todava en la atmsfera los
ecos de una controversia secular sobre la cuestin de las leyes dudosas o probables y sobre
las disposiciones ms o menos necesarias para recibir con fruto los sacramentos de la
Penitencia y de la Eucarista: unos exigan demasiado, otros demasiado poco; unos
sacrificaban la ley de Dios a la libertad, otros encadenaban la libertad a las leyes por ellos
fabricadas; unos olvidaban la misericordia, otros desdeaban la justicia. Durante algn
tiempo Alfonso vivi inquieto por no saber qu doctrina seguir. En 1741 escriba: Mi prelado
me ha impuesto como obediencia que siga la opinin probable y menos rigurosa, como hacen
tantos otros. Obedeci ciegamente, pero sin conseguir formarse un criterio interno. Como
sus inquietudes continuaban, tom la resolucin heroica de revisar tolos los tratados de
moral y resolver personalmente todos los puntos discutidos Fruto de este examen profundo
fue su obra de moralista, que forma poca en la historia de la ciencia cristiana. Ha
encontrado,
finalmente,
un
trmino
medio
entre
los
dos
campos
extremos:
ser
versificador, sino tambin un altsimo poeta, un poeta que dio al canto popular toda su
perfeccin doctrinal y esttica. Sus himnos resuenan todava en los valles napolitanos con
toda la frescura de los primeros das, y siguen brotando de los labios del pueblo en los das
de las grandes solemnidades o en los grandes acontecimientos religiosos.
De esta manera se iba consumiendo aquella vida en las obras del servicio divino. Alfonso era
ya casi septuagenario. Caballero de Cristo, haba empuado la espada de la palabra divina
para combatir el buen combate, haba predicado maravillosamente, y haba escrito
prodigiosamente. Adondequiera que llegaba, se le aclamaba como a un maestro, se le
veneraba como a un santo, como a un taumaturgo, como a un profeta. Dios le asista
visiblemente, la Virgen le rodeaba de celestiales resplandores mientras enseaba a los
pueblos. Era ya viejo, pero an meditaba nuevas conquistas; su sueo era recorrer el mundo
con el rosario en la mano y la cruz en el pecho, recogiendo a las almas extraviadas para
llevarlas al redil de la Iglesia. Mas he aqu que un da, cuando ms seguro se crea en su
soledad de Nocera, acercse a l un clrigo, que le salud, diciendo:
Servidor de vuestra seora ilustrsima. Qu decs?pregunt l, palideciendo.
El Papa acaba de nombraros obispo de Santa Agueda de los Godos.
Obispo! Os res de m.
Leed esta carta.
Noaadi,
no
cambiar
la
Con acentos admirativos han celebrado los Santos Padres la belleza de Mara. Qu hermosa
eres, amiga ma! exclama, la liturgia; tus ojos son de paloma. San Juan Damasceno
llama a Mara la buena gracia de la naturaleza humana y el ornamento de la creacin. El
Areopagita, deslumbrado por el brillo de su rostro, hubirala tomado por la misma divinidad,
si San Pablo no le hubiese enseado el nombre del Dios nico. Nada puede compararse a su
belleza, dice San Epifanio, una belleza en que se mezclan la dulzura y la majestad, que
levanta hacia Dios e inspira los nobles pensamientos, que ilumina el alma y hace germinar el
santo amor. Viendo a Beatriz con los ojos fijos ante su imagen gloriosa, cantaba Dante: El
amor que la precede hiela los corazones vulgares y arranca los malos brotes del corazn.
Todo el que se detenga a contemplarla se convertir en una noble criatura o morir a sus
pies. Hija de un designio eterno, Mara es eptome de todas las perfecciones. Si Dios tuviese
necesidad del tiempo como nosotros, habra tenido que emplear la eternidad para idear una
criatura tan perfecta.
Ni el pecado proyect su sombra en aquella alma privilegiada, ni la fealdad sent su triste
garra en aquel cuerpo transfigurado por celestiales reverberos. Ni se marchitaron sus nardos,
ni palideci su luz, ni desapareci la fragante frescura que haba dejado en ella la gloria del
Verbo al descender como un roco silencioso. En medio de los dolores del Calvario, grandes
como el mar, pudimos llamarla la ms hermosa entre las mujeres, y cuando, terminado los
aos de su peregrinacin terrena, sale de esta tierra que se haba iluminado con sus ojos y
enjoyecido con su llanto, los coros celestiales claman llenos de estupor: Quin es sta que
viene del desierto, baada de encantos, bella como la luna, escogida como el sol, majestuosa
como un ejrcito puesto en orden de batalla?
La muerte se acerc a ella, pero con tanto respeto, que no se atrevi a destruir aquella
maravilla de la mano de Dios. Ella, que se haba redo de Nemrod el cazador; de Hrcules, el
invencible, y de Alejandro, dominador de imperios, llegaba ahora tmida y temblorosa, como
si le costase cumplir la misin que haba recibido desde el principio. Nunca una madre se
acerc tan recatadamente a la cuna de su hijo. No hubo contracciones dolorosas, ni muecas
grotescas, ni violentas sacudidas, ni lgrimas, ni espasmos, ni terrores, ni ninguna de esas
miserias que se ciernen sobre el lecho de un agonizante. Como el parpadeo de una estrella
que al llegar la maana se esconde en un pliegue del manto azul del Cielo; como el susurro
de la brisa que pasa riendo a travs de los rosales; como el acento postrero de una arpa;
como el balanceo de una espiga dorada y granada que mecen los vientos primaverales, as
se inclinara el cuerpo de la Virgen Mara, as sera el ltimo suspiro de su casto corazn, as
brillaran sus ojos pursimos en la hora postrera.
No es tan bella la agona de un clavel que deja la gloria del jardn para esconderse entre el
oro de la cabellera de una virgen toda gracia y resplandor, toda perfume y armonas. Calma
dulcsima de atardecer, ola tranquila que se deshace en un beso al llegar a la playa, nube de
incienso que se pierde en el azul cristalino, flor que se cierra, sol que se desmaya en la curva
del horizonte para derramar sus resplandores en un nuevo hemisferio. Esto fue la muerte de
Mara: un sueo dulcsimo, una separacin inefable, un sopor de venturas, un xtasis de
amor. Ella esexclama San Bernardola que pudo decir con verdad: He sido herida del
amor, porque la flecha del amor de Cristo la transverber de tal modo, que en su corazn
virginal no qued un solo tomo que no se inflamase. Fue una muerte de amor, de aquel
amor que es ms fuerte que la muerte, el que inspir a Santa Teresa aquellos versos
angustiosos que todos sabemos de memoria, el que pona en su boca anhelos de cantar:
Vuelve, vuelve ya, Amado mo; vuelve con la rapidez del cervatillo; el que le haca decir
aquellas palabras que haban sido escritas para ella: Hijas de Jerusaln, por los ciervos del
campo os conjuro, decidme si habis visto a mi Amado, porque me muero de amor.
San Francisco de Sales deca bellamente: Es imposible imaginar que esta verdadera Madre
natural del Hijo haya muerto de otra muerte; muerte la ms noble de todas, y debida, por
consiguiente, a la ms noble vida que hubo jams entre las criaturas; muerte que los
ngeles mismos desearan gustar, si fuesen capaces de morir. Fue una dormicin, como
decan los primeros cristianos, como dicen todava los cristianos orientales; una salida, segn
la expresin de los espaoles de la Edad Media.
Nosotros preferimos decir Asuncin, designando otro momento prodigioso del fin de aquella
vida gloriosa entre nuestras pobres vidas humanas. Dios quiso que Mara pasase por la
muerte, aunque la muerte en ella no fuese un castigo. Quiso darnos en ella el tipo de una
muerte santa y el consuelo de una auxiliadora eficaz en nuestra hora suprema. Sin duda,
Mara pas por la muerte, dice San Agustin; pero no se qued en ella. Glosando el cantar
bblico, cantaba el poeta:
Meced a la esposa ma
para que se duerma ahora:
Tota pulchra es Mara.
Tota pulchra et decora.
Sueo bienaventurado!
Cuan dulcemente reposa!
Por las cabras del collado,
por los ciervos corredores,
no despertis a la esposa,
que en los brazos del Amado
se est muriendo de amores.
Pero el Cielo se neg a escuchar este grito salido de la tierra, codiciosa, tal vez, de conservar
el santo cuerpo que haba sido el arca de Dios. De lo alto vena aquella invitacin
apremiante: Ven, amiga ma, paloma ma, inmaculada ma; ya pas el invierno, ces la
lluvia y el granizo; ven para ser coronada con coronas de gracias. Un rumor extrao se alza
en el sepulcro de Getseman, donde descansan los restos sagrados.
Hay roces de alas, sbitos resplandores, embajadas de ngeles, como otra noche sobre la
gruta de Beln. Los lirios esparcen sus ms exquisitos perfumes, las brisas vienen trayendo
caricias de jardines, los olivos inclinan suavemente sus ramas levantando en el aire reflejos
argentinos. Despus, una procesin de luces que danzan en el espacio, un soberano
concierto que parece salir de los mbitos del trasmundo, una voz acariciadora, un sepulcro
vaco y una mujer que atraviesa los Cielos vestida de sol, llevando la luna por pedestal, y, en
torno suyo, un cortejo de espritus bienaventurados. Es la Madre de Dios; es, como deca el
poeta medieval, la llama coronada que se eleva en pos de su divina primogenitura; la rosa
en que el Verbo se hizo carne; la estrella fulgente que triunfa en la altura como triunf en los
abismos.
El prodigio epilogaba una vida que haba sido prologada por el prodigio. La cadena abierta
por el misterio de la Concepcin Inmaculada cerrbase con el de la Asuncin gloriosa, y, una
vez ms, la lgica del cristianismo revelaba sus armonas sublimes en el fin de la existencia
mortal de Mara.
De todos los siglos cristianos brota la misma exclamacin admirativa: La Virgen Mara ha
sido trasladada al tlamo celeste, donde el Rey de la gloria se sienta sobre un trono de
estrellas. Hace ms de mil aos clamaba ya nuestra vieja liturgia espaola en el da de la
Asuncin:
Con todo jbilo, hermanos carsimos, debemos alegrarnos en esta festividad, admirando
tanto ms la maravillosa traslacin de Mara, cuanto ms conveniente nos parece este fin
singular. Qu cosa ms natural que pase a otra vida sin dolor la que haba dado a luz sin
dolor? Y qu ms conveniente que ver libre de la corrupcin a la que haba permanecido sin
mancha? Ante esa figura que se aleja de nuestro suelo radiante y gloriosa, la Iglesia se
llena de admiracin y estalla en cnticos de alabanza donde rene las ms bellas imgenes,
los ecos del Antiguo Testamento, los encantos de la naturaleza y los arranques del ms
apasionado lirismo:
Vi su radiante figura remontndose a la altura
recostada en el Amado.
Y era como una paloma que sube del agua pura
cortando el aire callado;
un inenarrable aroma dejaba su vestidura,
como si todas las flores que tiene la primavera
condensaran sus olores en su hermosa cabellera.
Y ella suba, suba, suba hasta el Cielo sumo
como varita de humo que hacia los aires enva
la mirra ms excelente, mezclada con el incienso:
y el claro sol, a su ascenso, le rodeaba la frente.
Mas como sucedi el prodigio? Qu circunstancias extraordinarias acompaaron al trnsito
milagroso de Mara? La tradicin callaba y el hecho quedaba envuelto en sombras
impenetrables. Pero la piedad sencilla del pueblo peda certidumbres y realidades. Y apareci
la leyenda presentida y deseada; un relato delicado e ingenuo, lrico y dramtico; una de las
narraciones ms exquisitas de la leyenda dorada; una especie de drama, lleno de vida, que
termina con un eplogo bellsimo; una deliciosa historia, como saba tejerlas el genio oriental,
iluminada de estrellas y de ngeles, perfumada de inciensos y azucenas, decorada de todas
las pompas del Cielo y de todas las bellezas de la tierra. Empieza a difundirse por el Oriente
en el siglo V con el nombre de un discpulo de San Juan, Melitn de Sardes; algo ms tarde,
Gregorio de Tours la da a conocer en las Galias; los espaoles de los primeros siglos de la
Reconquista la lean en una edicin enriquecida con peregrinos detalles, y todos los cristianos
de la Edad Media buscaron en sus pginas alimento de fe y entusiasmo religioso.
"Un ngel se apareca a la Virgen y le entregaba la palma, diciendo: Mara, levntate; te
traigo esta rama de un rbol del paraso, para que cuando mueras la lleven delante de tu
cuerpo, porque vengo a anunciarte que tu Hijo te aguarda. Mara tom la palma, que
brillaba como el lucero matutino; y el ngel desapareci. Esta salutacin anglica, eco de la
de Nazareth, fue el preludio del gran acontecimiento. Poco despus, los Apstoles, que
sembraban la semilla evanglica por todas las parte del mundo, sintironse arrastrados por
una fuerza misteriosa que les llevaba a Jerusaln en medio del silencio de la noche. Sin saber
cmo, se encontraron reunidos en torno de aquel lecho, lecho con efluvios de altar, en que la
Pero nadie la recogi con amor ni la interpret tan bellamente como los artistas. La primera
representacin es anterior a la leyenda escrita. Se encuentra en un sarcfago romano de la
baslica de Santa Engracia, en Zaragoza, uno de los lugares ms venerables del cristianismo
espaol. Mara aparece en pie en medio de los Apstoles. En lo ms alto aparece una mano
que aprisiona la suya, recordando aquellas frases del relato apcrifo: El Seor extendi su
mano y la puso sobre la Virgen; Ella la abraz y la llev a los ojos y llor. Los discpulos se le
acercaron diciendo: Oh Madre de la luz, ruega por este mundo que abandonas! Finalmente,
el Seor extendi su mano santa, y, tomando aquella alma pura, la llev al tesoro del
Padre.
Despus, las representaciones se suceden sin interrupcin en las telas, en los marfiles y en
los mosaicos. En la poca romnica se hacen ms numerosas, y el arte gtico reproduce el
tema, desglosndole, analizndole y haciendo de l una verdadera historia en la piedra. No
se encontrar una sola de nuestras catedrales en que no aparezca alguno de los episodios.
Unas veces veremos a los Apstoles en torno de Mara moribunda; otras desfila el cortejo
precedido por el discpulo amado; otras, el grupo apostlico aparece doliente a la puerta del
monumento, o bien se presenta el ngel para arrebatar su presa a la muerte y al sepulcro.
Todos estos motivos son particularmente amados por el Oriente, que, ms que la Asuncin,
celebra la Dormicin de Mara. Los occidentales prefieren representar el momento en que
Mara atraviesa los Cielos pisando estrellas y alas de ngeles. Murillo y Rafael han
reproducido la escena de una manera admirable, y nuestros inmortales imagineros del Siglo
de Oro la dejaron eternizada en magnficos retablos. A veces Mara se eleva entre una
aureola que recuerda una concha marina, donde el artista se ha esforzado por solidificar la
luz que irradia de su cuerpo.
Frecuentemente los artistas nos transportan al Cielo, poniendo ante nuestros ojos el ltimo
acto del drama: el de la coronacin. Quin no conoce el cuadro del Louvre en que Fra
Anglico nos presenta a Mara coronada por su Hijo entre coros de vrgenes, de santos y de
mrtires, vestidos todos de celestes colores? Pero ya dos siglos antes el tema estaba tratado
con mayor grandeza, si cabe, en Notre Dame, de Pars, y al escultor gtico haba precedido
el maestro, romnico de Silos. Despertando secretas armonas, se ha combinado la
Anunciacin con la Coronacin. Gabriel dobla la rodilla, pronunciando su mensaje con
graciosa sonrisa. Dos ngeles salen de las nubes y colocan la corona en las sienes de Mara.
Mara es la matrona, la reina. Con su diestra hace un gesto de sorpresa ante el anuncio del
mensaje divino, pero todo en su actitud revela imperio y majestad.
En el Cielo y en la tierra todo se reuna para celebrar el triunfo definitivo de la Madre de
Dios: el hombre y el ngel, la flor y la estrella, la inocencia y el pecado, la fe y el amor, la
poesa y el arte. Es un concierto universal en honor de aquel vuelo sublime. La Madre del
amor y de la esperanza se aleja de nosotros; pero no se nos ocurre llorar, sino asociarnos a
los jbilos del paraso. Ni un eco de melancola en las melodas de la liturgia, a no ser aquel
en que, imaginando a Mara en el momento de transponer las nubes, se nos ocurre levantar
hacia ella nuestro anhelo, y, asiendo la punta de su nveo manto, repetir apasionadamente
las palabras bblicas: Oh Reina!, llvanos en pos de ti; queremos correr tras el olor de tus
ungentos hasta la montaa santa, hasta la casa de Dios. Pero ya llegar el da de nuestro
triunfo, porque tambin para nosotros hay una silla y una corona. Hoy todo nuestro jbilo es
por la gloria de nuestra Madre, prenda sagrada.
Y es bien que todos llenemos nuestras almas de alegra,
por la grandeza en que vemos a nuestra Madre Mara;
pues Dios le ha querido dar tan soberanos honores,
porque ella los ha de usar para mejor perdonar
a los pobres pecadores.
SAN AGUSTN
Obispo y doctor de la Iglesia
(354-430)
Doctor de la gracia
Memoria obligatoria
28 de agosto
azote del maestro, y l mismo nos dice que todo su afn era divertirse. Sin embargo, su
inteligencia era tal, que pronto aprendi todo lo que podan ensearle en la escuela de
Tagaste. Alentado por aquellos primeros xitos, su padre, que no era rico, hizo un esfuerzo
para llevarle a estudiar en las escuelas de Madaura, la ciudad de Apuleyo. All empez a
hacer versos, imitando los de la Eneida. Lea con pasin los poemas virgilianos, los estudiaba
y los aprenda de memoria. La aventura de Dido, sobre todo, le arrancaba lgrimas
ardientes, envolva su alma en una atmsfera de ensueo, y le llenaba de gozo pensando en
la embriaguez del amor. Ms tarde, cuando llegue la hora del desengao, conocer las
inefables dulzuras del verdadero amor. Entonces podr decir con la autoridad de quien lo ha
experimentado todo: La delectacin del corazn humano en la luz de la verdad y en la
abundancia de la sabidura, la delectacin del corazn humano, del corazn fiel; del corazn
santificado, es nica. No encontraris nada en ningn placer que se la pueda comparar. No
digis que es un placer menor, porque lo que se llama menor no tiene ms que crecer para
ser igual. Es otro orden, es una realidad distinta.
A los diecisis aos, Agustn saba tanto como sus maestros de Madaura. Fule preciso volver
a Tagaste, en el momento en que empezaba para l la crisis de la pubertad. All la vida
ociosa fue fatal a su virtud. Abandonado a s mismo, se entrega a los placeres con toda la
vehemencia de su temperamento africano. Al principio, reza, pero sin deseo de ser odo.
Dame, oh Seor!, la castidad; mas no ahora. Cuando al terminar el ao 370 llega a
Cartago para proseguir sus estudios, la fascinacin de la vida sensual y pagana le envuelve
como un torbellino irresistible. Contrae una relacin culpable, que le atormenta y le tiraniza,
y slo despus de varios aos, desgarrado por los aguijones encendidos de los celos,
azotado por las sospechas, los temores y la ira, empez a sentir la necesidad de abandonar
lo que l llam el pantano de la carne. La lectura del Hortensio, un libro de Cicern, hoy
perdido, imprime a su vida una direccin nueva y despierta en su alma un ideal ms puro.
De repente, toda vana esperanza apareci vil a mis ojos, y con un ardor increble del
corazn empec a desear la inmortalidad de la sabidura. Desde este momento la retrica
se convierte para l en una carrera; la filosofa, en el anhelo de todo su ser. Pero este amor
ciego del saber le hace caer, cuando iba a cumplir los veinte aos, en la hereja de los
maniqueos. Se deja deslumbrar, por las promesas de una filosofa libre de freno de la fe, que
le promete descorrer ante sus ojos el velo de los fenmenos ms misteriosos de la
Naturaleza, y le libra de las contradicciones aparentes de la Sagrada Escritura, y resuelve el
problema del mal, que atormenta su espritu, con la teora de los dos principios opuestos de
la lucha entre la luz y las tinieblas. Precisamente, Agustn era un enamorado de la luz.
Ningn escritor la ha celebrado con ms entusiasmo; y no slo la luz de la bienaventuranza
inmortal, sino tambin la luz que alegra los ojos, la de los campos de frica, la del sol y las
estrellas, la de la tierra y el mar.
El joven estudiante se entreg a la secta maniquea con todo el ardor de su carcter y con
toda la fogosidad de su juventud. Lea todos sus libros, defenda todas sus opiniones, era un
proselitista formidable, y atacaba la fe catlica; segn l mismo nos dice, con una locuacidad
miserable y furiossima. Sus amigos y condiscpulos quedaron deslumbrados por la magia de
su lenguaje. Este perodo hertico de su vida coincide con el pleno desarrollo de sus
facultades literarias. Al terminar los cursos se abrieron delante de l las perspectivas del
foro, en que haba brillado Cicern, uno de los hombres a quienes ms admiraba; pero, ms
inclinado hacia la carrera de las letras, prefiri volver a Tagaste y abrir una escuela de
gramtica. All encontr un amigo de la infancia, un joven que, acosado por las angustias de
la muerte, pidi la gracia del bautismo. Agustn, que velaba a su cabecera, se burl de
aquella ceremonia; pero el moribundo le reprendi speramente. No obstante, aquella
muerte le dej abrumado y deshecho. El dolordice l mismocubri mi corazn de
tinieblas. Por todas partes no vea ms que la muerte. Mi patria se me convirti en un
suplicio; la casa paterna, en una increble calamidad. Todo lo que me recordaba a mi amigo
me llenaba de angustia. Mis ojos le buscaban da y noche, sin poderle encontrar en ninguna
parte. Todo me pareca odioso, hasta la misma luz. Slo las lgrimas y los sollozos podan
contentarme.
Quiso olvidar el dolor buscando la gloria en un teatro ms vasto y brillante, y esto le decidi
a abrir en Cartago una escuela de retrica, o, como l dice, una tienda de palabras.
Siguironle all sus discpulos y sus amigos, entre los cuales estaba el inseparable Alipio, que
ir con l de la hereja a la ortodoxia, de la ortodoxia al episcopado, y del episcopado a las
cimas de la santidad. Agustn sigue entregndose apasionadamente al estudio de todas las
artes liberales; ensea y aprende, discute con calor, lee sin tregua, triunfa en los
certmenes, interviene en una justa potica, consigue el primer premio y recibe de manos
del procnsul la corona del vencedor. Entonces es tambin cuando compone su primer libro,
un libro hoy perdido, que trataba de la belleza. Esta actividad no logr ahogar por completo
su inquietud religiosa. Ni aun en la poca de sus primeros entusiasmos haba llegado a
sosegar su espritu con las enseanzas maniqueas. El vaco espantoso de una filosofa que
lo destrua todo sin edificar nada, la inmoralidad de sus adeptos, en oposicin con su virtud
fingida, la mediocridad intelectual de sus jefes, empezaron a desvanecer una ilusin que iba
durando aos y aos. Se le haba prometido la ciencia, es decir, el conocimiento de la
naturaleza y de sus leyes, pero el tiempo pasaba sin que las doctrinas de Manes viniesen a
iluminar su inteligencia: Ten pacienciale decan los elegidos, los altos personajes de la
secta; Fausto pasar por aqu, y te lo explicar todo. Fausto, el ms famoso de los
obispos maniqueos, lleg al fin a Cartago, recibi al ya ilustre catecmeno, se esforz por
resolver sus dificultades; pero todas sus respuestas sirvieron nicamente para descubrir al
rtor vulgar; al charlatn sin sustancia, sin el ms leve barniz de cultura cientfica. Aquella
entrevista dio al traste con las ilusiones maniqueas de Agustn. No rompi inmediatamente
con la secta; pero desde entonces empez a buscar la verdad en otra parte.
Esta triste experiencia y la insubordinacin de los estudiantes de Cartago despertaron en l
la idea de buscar en Roma una situacin ms brillante y discpulos ms dignos de su fama.
En Roma abri una ctedra de elocuencia, y no tard en verse rodeado de una juventud que,
si le admiraba y le escuchaba con ms respeto que la de frica, encontraba toda clase de
pretextos para no pagar las lecciones. El joven profesor prefiere asegurar su vida, y consigue
que le designen para ocupar una ctedra que haba quedado vacante en el Municipio de
Miln. Dos aos de lucha interior le separaban an del triunfo definitivo. Pasa primero por un
perodo de filosofa y de escepticismo sombro. Se haba separado de los maniqueos, pero las
escuelas acadmicas no le ofrecan ms que dudas. Se resuelve a permanecer en el
catecumenado de la Iglesia catlica aguardando alguna cosa mejor. Entra luego en una fase
de entusiasmo neoplatnico. La lectura de las obras de Platn y de Plotino le devuelven la
esperanza de encontrar la verdad. Si poco antes se crea incapaz de concebir un ser
espiritual, al examinar ahora las profundas teoras platnicas sobre el mal, que es
esencialmente privacin, sobre la luz inmutable de la verdad, sobre Dios, ser incorpreo e
infinito, fuente de los seres, y sobre el Logos del filsofo griego, que le pareca idntico al
Verbo del Evangelio, sintise arrebatado por el mpetu de una nueva pasin, ms noble y
ms fuerte que las anteriores. Pens un momento que sera feliz consagrndose a la
investigacin de la verdad y llevando en compaa de algunos amigos una vida sencilla y
casta, iluminada por la ms alta actividad espiritual.
Pronto se dio cuenta de que todo aquello era un sueo. Las pasiones le encadenaban an a
la existencia de los sentidos; una mujer le haba seguido desde frica y un hijo de ambos se
sentaba en los bancos de la escuela. Sigue el ltimo combate, y con l un perodo de
esfuerzos desesperados y lacerantes. Pero su madre est junto a l; la dulce influencia de
Mnica, la noticia de los herosmos de los anacoretas orientales, y, finalmente, la conversin
al catolicismo del clebre retrico Victorino, acaban por abrir su corazn a la gracia, que le
rinde a los treinta y tres aos de edad, en el jardn de su casa de Miln. El mismo ha escrito
en sus Confesiones el relato de aquel drama ntimo con palabras inolvidables. Sufradice
dando vueltas a las cadenas, que no me retenan ms que por un dbil eslabn, pero que,
sin embargo, me retenan. Yo me deca: Ea!, vamos!, ahora mismo!, inmediatamente!
Me resolva a comenzar, y no comenzaba. Y volva a caer en el abismo. Y cuanto ms
prximo estaba el inaprehensible instante en que iba a cambiar mi ser, ms me sobrecoga el
terror. Y las naderas de naderas, y las vanidades de vanidades, y mis amistades antiguas
me agarraban por la ropa de mi carne, y me decan al odo: nos despides? Cmo? Y no
podremos hacerte compaa? Ahora no me asaltaban de frente, como en otros tiempos,
atrevidas y exigentes, sino con tmidos cuchicheos murmurados a mi odo. Y la violencia de
la costumbre me deca: Podrs vivir sin ellas?
Mas del lado por donde yo tema pasar resonaba una voz de aliento. La casta majestad de
la continencia extenda hacia m sus manos piadosas; y me mostraba, desfilando a mis ojos,
una multitud de nios, doncellas, viudas venerables, mujeres envejecidas en la virtud y
vrgenes de todas las edades. Y con un tono de dulce y confortante irona, pareca decirme:
Y qu? No podrs t lo que stos y stas? Esta lucha interior era como un duelo conmigo
mismo. Avanzaba hacia el fondo del jardn, dejaba correr mis lgrimas, y exclama entre
sollozos: Hasta cundo, Seor, hasta cundo? Maana!... Maana!... Por qu no ahora?
Clamaba y lloraba con toda la amargura de mi corazn roto. Y, repentinamente, oigo salir de
una casa vecina como una voz de nio o doncella, que cantaba y repeta estas palabras:
monasterio,
que
fue
un
semillero
de
nuevas
ruina. La perturbacin de los espritus era general. Roma, la Roma eterna, cuyo culto se
haba asociado a las viejas divinidades nacionales, y que continuaba siendo a los ojos de los
escpticos una especie de divinidad, estaba ahora a merced de los invasores. Todos los que
amaban el orden y la tradicin se hallaban profundamente desorientados, y no faltaban
creyentes que dudaban de su fe al pensar en la catstrofe de la Roma cristiana. El genio de
Agustn haba previsto el peligro, y desde 412 ocupaba los ocios de su laborioso ministerio en
la composicin de una obra, que deba absorberle catorce aos de meditacin y trabajo, y
que fue La Ciudad de Dios. Con las Confesiones, La Ciudad de Dios ocupa un lugar aparte en
el arsenal inmenso de su obra literaria. Las Confesiones son la psicologa vivida de un alma
individual; La Ciudad de Dios es la filosofa de la historia de la Humanidad. Ante el problema
suscitado por la cada del Imperio romano, Agustn, por un vuelo de su genio, derrama su
vista a travs de los siglos y considera el panorama completo de la Humanidad en sus
relaciones con la religin cristiana. La Ciudad de Dios es para l la sociedad de todos los
fieles en todos los tiempos y todos los pases; la ciudad terrestre es la sociedad de todos los
enemigos de la verdadera religin. La erudicin de esta gran obra ha podido envejecer en
parte; pero su idea dominante, que es la de trazar un vasto plan de los conflictos de la fe y
la incredulidad a travs de la historia humana, es siempre de actualidad.
En medio de la catstrofe, Agustn continuaba enseando, discutiendo y escribiendo. Sufra
por la ruina de un mundo amado, pero se consolaba pensando que era ciudadano de un
Imperio inmortal. A su pueblo, que palideca ante el anuncio del avance de los vndalos, que
recorran el frica incendiando y destruyendo ciudades, le deca: Es cosa nueva ver que se
caen las piedras y que se mueren los hombres? Los que no le comprendan llegaron a
acusarle de insensible. Sus ltimos das tienen toda la grandeza de los viejos ciudadanos
romanos. Genserico ha llegado delante de Hipona: ochenta mil vndalos bloquean la ciudad
por mar y tierra. Viejo y achacoso, Agustn alienta los nimos de sus fieles y los excita a la
defensa. Habla en el pulpito y en la calle, consuela, dirige y aconseja. Al mes tercero del
sitio, agotado por la fatiga, se ve obligado a guardar cama. Hasta esta postrera enfermedad
escribe su discpulo Posidiono haba cesado de predicar al pueblo. Diez das antes de su
separacin definitiva nos rog que nadie entrase en su alcoba sino en la hora de visita de los
mdicos o cuando le llevaban los alimentos. Cumplimos sus deseos, y l emple todo aquel
tiempo en la oracin. Conserv hasta el ltimo momento el uso de sus sentidos, y en nuestra
presencia, ante nuestros ojos, confundidas nuestras preces con las suyas, se durmi con sus
padres.
Tena entonces setenta y seis aos. Haba muerto; y empezaba a vivir
en el mundo con una vida ms alta. Despus de quince siglos, sigue
viviendo en las familias religiosas que le reconocen por Padre, en el
culto de la Iglesia, en la piedad cristiana, en todas las almas que le
deben el retorno a Dios y la consolidacin de la fe, en todas las
escuelas filosficas y teolgicas y en todos los horizontes intelectuales
descubiertos por su genio. Su obra es inmortal. Ella le coloca entre
ese pequeo grupo de hombres superiores, orgullo de la Humanidad,
que se pueden contar con los dedos de la mano. Se ha dicho que, despus de Pablo y Juan, a
nadie debe la Iglesia tanto como a l. Desde cualquier aspecto que se le mire, su genio es
prodigioso. Unos, sorprendidos por la profundidad y originalidad de sus concepciones, han
visto en l el gran sembrador de ideas; otros han alabado la maravillosa armona de las
cualidades superiores de su espritu, o la universalidad y amplitud de su doctrina, o la
riqusima psicologa, en que aparecen unidos y combinados el saber y la agudeza de
Orgenes, la gracia y la elocuencia de Basilio y el Crisstomo, las profundas perspectivas
cientficas de Aristteles y la dialctica poderosa de Platn. El filsofo es en l tan profundo
como el telogo, y el telogo tan admirable como el exegeta. Tal vez nunca se ha unido en
un grado tan eminente el talento especulativo helnico con el genio prctico del mundo
latino; tal vez nunca se han encontrado en un alma un rigor de lgica tan inflexible con tal
ternura de corazn. Lo que le caracteriza es la ntima fusin del ms alto intelectualismo con
el misticismo ms arrebatado. Nadie ha dado ms luces al espritu de los hombres, y nadie
ha hecho derramar tantas y tan dulces lgrimas a su corazn. La verdad no es para l
nicamente un espectculo, es algo que hay que poseer necesariamente. La verdad es
sangre, es vida eterna e inmutable. La verdad es Dios, no el Dios abstracto, objeto de los
pacientes anlisis de la escolstica, sino el Dios vivo, bueno y bello, patria del alma. De
aqu aquel dilogo conocido de los Soliloquios:
Qu deseas conocer?
Dios y el alma.
Nada ms?
Nada absolutamente.
Y en Dios, ms que el poder, ms que la majestad, contempla Agustn la belleza. Tu belleza
me arrebataba hacia Ti, escriba en las Confesiones. Ya entoncesaadeyo vi, oh Dios
mo!, tus bellezas invisibles en las cosas visibles que has sacado de la nada. Este
pensamiento le inspira pginas de fuego, que slo en l podemos encontrar.
Otro rasgo de Agustn, que nos explica en parte su originalidad y su grandeza, es su
penetracin psicolgica y su facilidad como pintor de las observaciones ntimas. Esto le da su
fisonoma propia entre los grandes doctores. Ambrosio examina tambin el lado prctico de
las cuestiones; pero no se eleva tan alto, ni remueve el corazn tan profundamente como
aquel retrico de Miln, discpulo suyo, a quien al principio debi de mirar con un poco de
desdn; Jernimo es ms exegeta, ms erudito y ms estilista; pero a pesar de sus mpetus,
es menos penetrante, menos clido, menos profundo; Atanasio es, ciertamente, tan sutil en
el anlisis de los dogmas, pero no se apodera del alma como el doctor africano; Orgenes
tuvo en la Iglesia de Oriente una misin de iniciador comparable con la que Agustn
desempe en Occidente; pero esa influencia, menos pura y menos vasta que la del guila
de Hipona, se reduce a la esfera de la inteligencia especulativa. La influencia de Agustn es
ms universal, porque brota de los dones del corazn y del espritu. Trasciende los confines
de las escuelas, inspira la vida ntima de la Iglesia y penetra en las multitudes, difcilmente
accesibles al genio puramente especulativo. Con sus confidencias ntimas ha llegado tan
hondo hasta millones de almas, ha pintado con tal exactitud su estado interior, ha trazado de
la confianza una imagen tan viva e irresistible, que lo que l vivi y sinti sigue vivindose y
sintindose a travs de los siglos; y toda nuestra vida est todava impregnada de ideas, de
sentimientos, de expresiones esencialmente agustinianas.
Satn y sus cohortes fueron arrojados al abismo y sumidos para siempre en las tinieblas
infernales. De ngeles se convirtieron en demonios, de espritus puros, brillantes, luminosos,
en genios malficos horribles, esclavos de la ira y de la iniquidad. La lucha prosigue en la
tierra a travs de los siglos. Vencido en el Cielo, Luzbel aspira a vengar su derrota en la
tierra, oscureciendo la inteligencia de los hombres, poniendo estorbos en sus caminos y
esforzndose por llevarles a participar de sus eternas desgracias. Pero el grito victorioso
resuena siempre junto a l, y Miguel aparece blandiendo su espada flamgera, lanzando al
combate las milicias anglicas e infundiendo la confianza en el pueblo de los servidores de
Dios.
As nos habla la tradicin, as nos lo ensea la Iglesia, as lo creen piadosamente los
cristianos. Sin embargo, el nombre del arcngel guerrero aparece tarde en las Sagradas
Escrituras. El primero que nos le revela es el profeta Daniel, contndonos una lucha amistosa
y misteriosa que se desarrolla entre algunos de los espritus celestes. El profeta se encuentra
delante de un personaje que le anuncia el fin del cautiverio de Israel, y aade: El jefe del
reino de los persas me ha resistido durante veintin das, y Miguel, uno de los prncipes ms
altos, ha venido en mi ayuda. Unas lneas ms abajo dice el mismo personaje: Vuelvo
ahora a combatir al jefe del reino de los persas, y he aqu que, en cuanto yo me aleje, se
presentar el prncipe de Javn; y entre todos los prncipes, no hay ms que uno de mi
parte: es Miguel, vuestro jefe. Esta visin nos muestra a los ngeles cumpliendo su misin
de protectores de las naciones. No conociendo la voluntad de Dios, cada uno defiende los
intereses de su pueblo. Se trata de la vuelta de los israelitas a su tierra. El ngel de Persia se
opone. Es un combate de ideas. Tal vez los israelitas no han terminado de purgar sus
pecados; tal vez su permanencia entre los vencedores pueda ser ventajosa para unos y para
otros; tal vez la gente de Javn, es decir, los artistas, los filsofos y los pensadores griegos,
estn interesados en relacionarse con los judos de la cautividad. Miguel, jefe de los
israelitas, vuestro jefe, deshace todos los argumentos de sus adversarios y defiende la
tesis de la liberacin. La lucha contina por espacio de veintin das, hasta que, al conocer la
voluntad de Dios, todos se inclinan ante ella.
Esto, en el Antiguo Testamento. En el Nuevo, Miguel se constituye en defensor de otro pueblo
escogido, del pueblo de los cristianos, que ha heredado todos los privilegios de la sinagoga.
Es el ngel custodio de la Iglesia. San Juan nos describe una lucha formidable, distinta de
aquella otra lucha que forma la primera gesta del arcngel, all en la aurora de los mundos:
Hubo un combate en el Cielo; Miguel y sus ngeles combatan contra el dragn, y el dragn
combata al frente de los suyos, pero no pudieron vencer, ni hubo para ellos lugar en el
Cielo. No es aquel primer combate que precede a la aparicin de los soles; Lucifer es ya
Satn, es el dragn que sube del abismo; est lejos aquel da en que con su cola arrastr la
tercera parte de las estrellas. Adems, sobre los combatientes flota la figura de una mujer
que da a luz y que es el smbolo de la Iglesia. Miguel es el defensor de los hijos de Dios
contra las emboscadas del infierno, el que, siglo tras siglo, destruye las conjuraciones
satnicas que amenazan la existencia de la Esposa de Jesucristo, el que distribuye los
celestes mensajeros por el mundo y los hace llegar dondequiera que se libra un combate, o
Los que manejan el telescopio nos hablan de los mundos hirvientes e incandescentes de las
nebulosas; los qumicos nos describen las danzas maravillosas del reino de los tomos, y la
fe nos descubre los horizontes esplndidos del Universo espiritual, con sus palacios de luz,
con sus jardines de bienaventuranza, con los hechizos de sus bellezas inenarrables. Es un
mundo que no se ve; pero cuando el alma, guiada por la fe, empieza a acostumbrarse a su
tiniebla luminosa, advierte influencias extraas que son como brisas cargadas de esencias de
otros continentes. Rfagas de luz misteriosa le hieren los ojos; a sus odos llegan ecos de
palabras ignotas, que parecen dardos ardientes, y de cuando en cuando, un leve roce de alas
fugaces le acaricia la frente. Se ha encontrado con los habitantes misteriosos de ese mundo
bienaventurado, ha entrado en comunicacin con los ngeles.
Acostumbrados a confundir lo real con lo visible, nos cuesta trabajo imaginarnos estos seres,
que ni se pueden ver ni tocar. Hablando del hombre, dice la Sagrada Escritura: Hicstele,
Seor, casi igual a los ngeles. Casi igual, porque el uno y el otro son amor, inteligencia,
deseo, actividad libre y consciente. No obstante, hay un abismo que los separa: el abismo de
la materia. El ngel es inmaterial. Ni el brillante pursimo, ni la onda transparente, ni el rayo
luminoso, ni el soplo invisible de la tarde podran darnos una imagen de su naturaleza. En l
no hay nada accesible a nuestros sentidos. Espritu es nicamente asequible al espritu. Es
una sustancia viva, inteligente y capaz de recibir los dones sobrenaturales de la gracia y de
la gloria. Tiene una inteligencia sublime, que es la imagen del Verbo increado y como el
reflector de la luz divina. Espejo de Dios, es Dios el objeto de sus vuelos ms audaces. vida,
insaciable de verdad, de los misterios de la creacin pasa a los misterios del Creador, y,
envuelta en la inmensidad divina, avanza, en la contemplacin del infinito entre himnos de
accin de gracias y transportes de admiracin. Avanza segura de encontrar eternamente
nuevas maravillas; cruza raudales de luz, sin que sus ojos se deslumbren; pisa globos de
fuego, sin que sus alas se abrasen. Ella misma es fuego y llama viva y palpitante. Los
encantos de la verdad la subyugan y la inflaman; la mirada engendra el conocimiento, y el
conocimiento se transforma en amor, un amor que crece siempre y, saciado sin cesar,
encuentra siempre nuevos goces, alegras inditas, satisfacciones inenarrables. Es un amor
inactivo, fecundo, infatigable. Reflejo del poder divino, que podra criar nuevos mundos; cada
vez mayores, sin llegar a agotarse, el ngel no se cansa nunca, y su reposo nada tiene que
ver con el ocio o con la inercia. Los actos de amor, de homenaje, de adoracin, se renuevan
en l sin cesar. Delante del trono de Dios se mueve respetuoso y admirativo, y su
movimiento es una alabanza y un juego. El profeta Ezequiel le vea caminando jubiloso, a
dondequiera que le empujaba el Espritu, yendo y viniendo como el relmpago y levantando
al volar un ruido como el de las muchas aguas, todo movimiento, puro movimiento,
movimiento poderoso y magnifico, que se expande segn el mpetu del Espritu y no quiere
otra cosa sino la expresin del soplo del Espritu y la revelacin interior de la llama interna.
A travs del Universo, se asocia solcito a todas las intenciones del plan divino; pasa del Cielo
a la tierra; cruza los espacios helados del vaco; atisba desde las almenas inflamadas de los
astros, y en un instante, como dice Tertuliano, atraviesa de un extremo a otro del mundo.
Las alas con que le representa la imaginacin, y con que muchas veces se ha hecho visible a
los ojos de los hombres, no son ms que un smbolo de esta velocidad, mayor que la de los
vientos, las estrellas y la luz. Su poder slo tiene otro mayor: el de Dios. El Apocalipsis nos le
representa sumergiendo la tercera parte de la tierra con el hlito de su boca. Podra
desencadenar los vientos, condensar las nubes, lanzar el layo, detener los ros, trastornar los
elementos, mandar a la enfermedad y a la muerte. Ni la lucha le fatiga, ni le debilita el
trabajo, ni los aos le envejecen. Siempre la misma sensibilidad en el corazn, siempre la
misma luminosidad en la frente y la misma penetracin en la mirada, y la misma delicadeza
en el odo, y la misma rapidez en el movimiento, y la misma impetuosidad en la accin, y la
misma vida, y la misma gracia, y la misma belleza; siempre joven, fuerte, bello, inmortal,
como un adolescente divino. Todo es amable en l; algunas veces ha dejado ver a los
hombres algunos reflejos de su hermosura, y los hombres han estado a punto de morir. Un
ngel se apareci a San Francisco tocando un arpa; slo toc un instante, pero de una
manera tan dulce, que, sin poderlo remediar, el santo se desmay.
Pues bien, estos espritus bienaventurados son hermanos
nuestros, viven con nosotros, cruzan nuestra tierra, se
sientan a nuestro lado, caminan con nosotros y velan
nuestro sueo. Que los ngeles presiden nuestro destino
deca San Hilario, es una cosa indubitable. Patricios de la
ciudad resplandeciente del Rey eterno, no se desdean de
venir en ayuda del hombre, peregrino de la luz y pobre
desterrado. En el Paraso terrenal se descuelgan por entre
las ramas de los rboles frondosos para sonrer a aquel
hermano menor, destinado a ocupar el puesto que Lucifer
dej en el Cielo; despus de la culpa, se irritan por la
ofensa monstruosa del Criador, pero pronto envainan la
espada de fuego para traer el mensaje de la esperanza; iluminan luego los caminos de los
patriarcas, vuelan sobre las tiendas de los santos varones, destruyen los consejos de los
malvados, aceptan la hospitalidad de los servidores de Dios, los consuelan en sus tristezas,
los iluminan en sus incertidumbres, los guan en sus caminos, los defienden en sus peligros,
los sostienen en sus desmayos, hasta que posedos de una alegra frentica, cantan entre
nubes de luz sobre lo alto de una gruta, declarando concluida la era de la maldicin
anunciando la paz a los hombres de buena voluntad.
Nada en la vida del hombre es indiferente al ngel. La historia del uno es tambin la historia
del otro; y los intereses del uno los intereses del otro. Los sucesos de la humanidad no
podrn escribirse completamente, y menos explicarse, hasta que conozcamos la intervencin
de estos actores misteriosos, que aparecen y desaparecen en la escena de una manera
invisible. En un momento de iluminacin Job los vea a semejanza de un ejrcito ms
numeroso que las estrellas del Cielo y las arenas del mar; y San Pablo les contemplaba
neutralizando en los espacios las influencias malficas de las potestades del infierno. La
estrella tiene su ngel, lo tienen los aires, las aguas, los reinos, las ciudades y las iglesias.
Cada alma tiene su ngel encargado de conducirla a travs de las vicisitudes de la vida. Nada
puede compararse a su solicitud, a su abnegacin, a su desinters, a su ternura y a su amor.
Es un amor de madre, el amor que no descansa nunca, que coge en sus manos al ser amado
y le estrecha contra su pecho, segn las expresiones de la Sagrada Escritura; es un amor de
hermano, que no se sacia hasta que el hermano menor entra en posesin de la herencia que
ya goza el primognito; es un amor de amigo, de un amigo apasionado, incapaz de traicionar
al que ama, ni de darle un mal consejo, ni de abandonarle un solo instante. Toda amistad es
plida ante esa amistad inefable, toda generosidad, amabilidad, fidelidad e indulgencia.
Apenas se alza en la tierra el primer vagido de un nio, cuando aparece el amigo celeste
sobre la cuna. Aquella criatura ser su protegida; l la sacar de entre los peligros de la
infancia, sostendr su brazo cuando lleguen los combates de la juventud, en las horas tristes
dejar caer sobre su pecho el blsamo del consuelo, se esforzar por arrancarla a los
hechizos venenosos del pecado, velar junto a su lecho en el da del dolor, prodigar sus ms
profundos carios en la hora de la muerte, y luego ir junto a ella hasta el tribunal de Dios
para defenderla en aquel ltimo trance. Tal vez se pasen aos y aos sin que este amor
reciba la menor recompensa, ni una palabra de gratitud, ni una muestra de afecto, ni una
mirada; tal vez su nica recompensa es el desaire, la rebelda, la injuria y el desprecio. Es lo
mismo: entonces, los ngeles de paz, segn la palabra bblica, lloran amargamente, pero ni
su amor se enfra, ni disminuye su celo, ni se endurece su corazn.
Comentando aquel verso del salmo que dice: Para ti enva el Seor a sus ngeles, exclama
San Bernardo: Cunta reverencia, cunta devocin, cunta confianza deben producir estas
palabras! Reverencia por Ia presencia del celeste mensajero; devocin, por su benevolencia;
confianza, por su custodia. Camina cuidadosamente, pues como se les ha mandado, los
ngeles van junto a ti en todos tus caminos. En cualquier rincn que te encuentres, ten
respeto a la presencia de tu ngel. No oses hacer delante de l lo que no te atreveras a
hacer delante de m. Es que dudas de su presencia porque no le ves? Y si le oyeses? Y si
le tocases o le sintieses por el olfato? Convncete de que no slo con los ojos se comprueba
la presencia de las cosas. Amemos entraablemente a estos espritus, que han de ser algn
da nuestros coherederos. Qu podremos temer bajo su custodia? Ni pueden ser vencidos ni
sobornados. Ni pueden engaar, ni hay medio de que los engaen. Son fieles, prudentes y
poderosos. Por qu temer? Sigmosles, escuchmosles, y vivamos bajo la proteccin de
Dios. Cuando se levanta una tentacin urgente, cuando ests delante de un gran peligro,
invoca a tu custodio, a tu ayudador, a tu gua; dirige hacia l tu mirada y dile: Seor,
slvame, que perezco.
Entre los aldeanos de Catalua se deca en tono de desprecio: Sallent, Sallent, petita villa y
mala gent.
Pero Dios quiso que de Sallent, pequea villa de la provincia de Barcelona, saliese una de las
ms grandes figuras de la iglesia espaola en el siglo XIX. All naci San Antonio Mara
Claret, el da de Navidad de 1807, cuando la tierra resonaba de villancicos y melodas
pastoriles. Un pueblo humilde y un hogar oscuro, donde haba un telar, donde se rezaba el
ngelus, donde no faltaban nunca algunos maravedises para los pobres que llamaban a la
puerta, pero donde, ms que los dineros, abundaban los gritos, los lloros y los golpes de los
nios, pues con Antonio Mara se sentaban a la mesa del honrado tejedor otros diez hijos,
que l miraba, a la vez, orgulloso y aterrado.
No era, ciertamente, Antonio Mara el que ms guerra daba en el hogar. Ms que jugar o
pegarse con los dems muchachos, le gustaba escuchar sermones, aprender a deletrear
libros piadosos y meditar en las verdades que se iban grabando en su cabecita infantil. No
tena ms que cinco aos y ya se inquietaba su espritu resolviendo los graves problemas de
la gracia y de la predestinacin, del pecado y de la eternidad. Ms de una vez le oa su
madre repetir entre el rebujo de la cuna: Eternidad, eternidad!... Siempre, siempre!...
Jams, jams!... Y si se despertaba durante la noche, exclamaba, perseguido por la misma
idea: Y aquello, no acabar nunca? Siempre habr que padecer? La eternidad fue como
el coco de su infancia.
Algo extraordinario brillaba ya desde aquellos primeros aos en la vida del hijo del tejedor.
Dios le guiaba y le protega. No era como los dems nios. Si encontraba un anciano
alma
entregarse
vida
medias.
inquieta
Con
no
poda
audacia
despide la msica. Tena gracia especial para hablar. Los vecinos de Viladru estaban
orgullosos de su vicario. Es un misionero, es un apstol, es un predicador admirable del
Evangelio. La voz se extiende por los alrededores, y todos los domingos, por la tarde, la
comarca se despuebla y los caminos de Viladru se llenan de gentes, que lanzan al aire
cantos y plegarias. La iglesia se llena, la voz estalla en anatemas, se diluye en divinos
requiebros o tiembla como un gemido; el orador aparece transfigurado, la muchedumbre
estalla en lgrimas y en sollozos.
Pronto, los pueblos todos de Catalua quieren or al predicador de Viladru. Y l se deja
llevar; va a pie de parroquia en parroquia, bajo los soles, entre las nieves, desde las
mrgenes del Ebro hasta las vertientes de los Pirineos. La caridad me urge, el amor me
impele, me hace andar, me hace correr de una poblacin a otra, me obliga a gritar: Hijo
mo, mira que vas a caer en los infiernos! Alto, no pases adelante! Su paso levanta oleadas
de entusiasmo, y, lo que es mejor, gritos de arrepentimiento: los pueblos se transforman, los
grandes pecadores se arrodillan a sus pies, y su voz abre los corazones ms empedernidos.
Predica en las iglesias y en los caminos, en la calle y al abrigo de las posadas. Los
caminantes y las samaritanas saben del poder de su palabra y de la bondad de su corazn.
Buenos das, seor curale dijo en cierta ocasin un arriero; quiere confesar a mis
mulas?
No blasfemes de esa manera, desgraciado; quien ha de confesarse eres t, que no lo has
hecho hace quince aos.
Quin le ha dicho a usted eso?
El que me ha dicho los pecados que tienes. Mira, te los voy a decir uno por uno....Y como
herido por el rayo, aquel pobre hombre at las bestias a un rbol, y all mismo, junto al
tronco, cay de rodillas delante del misionero.
En otra ocasin, se desarroll una escena ms sublime todava. Era entre un laberinto de
montaas, camino de Olot. Tres hombres de feroz aspecto salen de la selva, y gritan.
Alto, Padre capelln. La bolsa o la vida!
La vida ser, porque bolsa no llevo.
Pues morir, para que no nos denuncie.
No me importa morir, pero os ruego una cosa. Voy a predicar cerca de aqu el sermn de la
fiesta. Todo est preparado y no puedo faltar; dejadme unas horas, que, una vez cumplido
mi compromiso, vendr a buscaros.
Tiene razndijo uno.
Y si no vuelve?observ otro. Si nos denuncia y nos llevan a la crcel? Mejor ser
matarlo.
durante
mucho
tiempo,
porque
el
pblico
devoto
los
devoraba
apasionadamente.
Esto era poco todava. El campo se dilataba ante sus ojos, pidiendo trabajadores infatigables;
los obispos reclamaban misioneros; las almas estaban hambrientas de doctrina. Muchas
veces el predicador tiene que contestar a las solicitudes con estas palabras dolorosas: No
puedo. Acaba de recorrer en una misin ruidosa las Islas Canarias, y otras muchas
provincias desean or su voz. Es entonces cuando piensa en rodearse de algunos
compaeros, encargados de recoger su espritu y de ampliar su apostolado. Se renen por
vez primera en el seminario de Vich el 16 de julio de 1849. Acaban de hacer los Ejercicios
espirituales. Estn dispuestos a obedecer, a trabajar, a misionar: Hoy comenzamos una
grande obra, dice mosn Claret. Cmo podremos hacer nosotros una grande obra, siendo
tan pocos y tan pequeos?, responde uno de los seis que estn all reunidos. No importa
agrega el jefe de todos ellos. As resplandecer ms el poder de Dios. Aquel da se
form la Congregacin de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazn de Mara, que hoy
extiende sus ramas bienhechoras a travs de la tierra.
Ya puede salir de Catalua. Fue por aquellos das cuando mientras rezaba el Oficio cay
sobre su breviario un trozo de papel que deca: Ya estars contento; te han nombrado
arzobispo de Cuba. All hars de las tuyas; pero tambin yo har de las mas. Por firma,
tres rasguos hechos con las uas. No hay que hacerle caso. Es el padre de la mentira!,
dijo mosn Antn, adivinando el origen de todo aquello. Pero esta vez el demonio deca la
verdad. Fue preconizado por el Papa Po IX en mayo de 1850, y en febrero del ao siguiente
estaba ya trabajando en su isla.
Era arzobispo, pero sin dejar de ser misionero.
Restaura el seminario, reanuda las clases,
interrumpidas durante treinta aos; reorganiza
el clero, y convierte su palacio episcopal en
asilo, hospital, capilla y escuela. Por lo dems,
el apenas aparece por sus viejas estancias.
Tiene una dicesis inmensa: ciento cincuenta
leguas de longitud, por cuarenta de anchura.
En dos aos la recorre cuatro veces: llega al
ltimo rancho, al pueblo ms humilde. Unas
veces a pie, otras a caballo, hace jornadas de cien kilmetros, bajo un clima tropical, sin
probar bocado en veinticuatro horas. Confiesa, predica, confirma, reparte rosarios y
medallas, realiza su ministerio pastoral en iglesias destartaladas, en los descampados, en
miserables cobertizos. Pasa legalizando matrimonios, legitimando hijos espurios, quemando
libros herticos, renovando la vida cristiana. Las multitudes no aciertan a separarse de l; le
siguen de pueblo en pueblo, le aclaman, y a veces camina rodeado de miles de jinetes. Pero
la impiedad est rabiosa ante aquel fervor y aquel espritu evanglico. Acecha, escupe, ladra
y no se detiene ni ante el procedimiento del atentado. Una vez, arde la hacienda en que iba a
hospedarse el arzobispo; otra vez, el asesino cae a sus plantas arrepentido, y otra vez, en la
ciudad de Holgun, la conjuracin masnica se felicita ya de haber triunfado. El arzobispo sale
del templo con la mejilla surcada por una profunda herida. San milagrosamente; pero
gobernantes poco celosos se dieron cuenta de que la actividad de aquel hombre les creaba
demasiadas dificultades. Un santo es siempre enojoso para los que no quieren serlo. Los
primeros que protestaban eran algunos eclesisticos, que se Helaban a cumplir el Derecho
cannico. El arzobispo estaba dispuesto a imponerle sin contemplaciones: Pocos y buenos
sola decir l. Yo s por experiencia que el castigo mayor que puede caer sobre un pueblo
es un mal sacerdote. Es preferible dejar un pueblo sin sacerdote que enviarle uno indiano. Y
aada esta sentencia, que nos refleja el espritu de su vida episcopal: Un obispo ha de
estar preparado a una de estas tres cosas: a ser envenenado, procesado o condenado. Si los
hombres le respetan, le condenar Dios.
l tuvo la repulsa de los hombres. Siete aos despus de su llegada a Cuba fue llamado a
Madrid, que se convirti desde entonces en centro de sus correras apostlicas. La reina
La
misma
actividad,
el
mismo
desinters,
el
mismo
entusiasmo
en
las
Su vida tiene poco que contar. Como la existencia de los grandes maestros del pensamiento
humano, la suya se desarrolla, sobre todo, en su interior. Nace en el castillo de Bollstadt,
asiento de su familia, cerca de la ciudad bvara de Lavingen. En su juventud caza palomas
salvajes a orillas del Danubio, seguido de halcones y perros domesticados. Es noble y rico,
pero adems quiere ser sabio. Busca la ciencia con pasin, cuando he aqu que, oyendo
predicar en Padua a Jordn de Sajonia, general de los Hermanos Predicadores, se amplan
los horizontes de sus anhelos. Ahora quiere ser santo. Cuando Jordn baja del pulpito, el
joven alemn cae a sus pies, pidindole el hbito blanco de Santo Domingo. Tena entonces
treinta aos. Despus, toda su vida se resume en estas tres palabras: rezar, estudiar y
ensear. Ensea en las principales casas de su Orden, especialmente en Colonia y en Pars, y
dondequiera que sienta su ctedradice un contemporneo suyo, parece monopolizar a
todos los amantes de la verdad. En 1260, una orden del Pontfice le separa de sus libros
para hacerle obispo de Ratisbona. Fue un pequeo parntesis, en que el profesor descubre
sus talentos de administrador y de reformador. Dos aos ms tarde dejaba la mitra y volva a
coger los libros.
Ya nadie que haya meditado un poco sobre las mareas del pensamiento humano podr decir
que aquel siglo XIII no fue un siglo grande. Pues bien: esa grandeza se la debe en gran parte
a este profesor de filosofa. Fue un forjador de grandes maestros, entre los cuales descuella
el ms ilustre de todos: Santo Toms de Aquino. Pero tambin l fue un maestro eximio. En
las escuelas de la Edad Media se deca de l este adagio: Mundo luxisti, quia totum scibile
scisti. Lo cual quiere decir: Iluminaste al mundo, porque supiste todo lo que se puede
saber. De sus conocimientos asombrosos son an testigos los veinte infolios de sus obras.
En ellos descubrimos al sabio, al filsofo, al telogo y al mstico, al Doctor Universal, como le
llam su tiempo.
Santo Toms, su discpulo, recogi de l, sobre todo, la
tradicin filosficoteolgica; y acaso por eso durante
mucho tiempo apenas se apreci el aspecto cientfico
de sus conocimientos enciclopdicos. Los sabios de
nuestro tiempo han observado con admiracin la
seguridad con que Alberto establece el principio de la
autonoma de la ciencia. Toda conclusin lgicason
sus palabrasque se encuentre en contradiccin con el
testimonio de los sentidos, es rechazada. Un principio
que no se armoniza con los datos experimentales no
es,
en
realidad,
un
principio,
sino
un
error de
Lctea como una multitud de estrellas, habla de los antpodas, y determina las horas del da
y el ritmo de las estaciones para cada seccin del globo; explica la formacin de las
montaas por la erosin; nos ofrece en uno de sus libros el germen de la descripcin de la
tierra; tiene sus laboratorios, hace interesantes experiencias qumicas, formula teoras
audaces, es un hbil destilador, conoce el uso del agua fuerte y del arsnico, y separa en el
crisol los metales preciosos de las materias impuras.
Pero si es un cultivador apasionado de las ciencias naturales, en el dominio de las ideas se le
puede considerar como el primero que ha separado con precisin el campo de la filosofa del
de la teologa. Es incomprensible cmo se ha llegado a hacer de Lutero y de Descartes los
libertadores del pensamiento, y a Alberto Magno el jefe de los obscurantistas de la Edad
Media. Es, precisamente, todo lo contrario. Si hay una filosofa moderna, es gracias a
aquellos pensadores medievales, que con una obstinacin prudente y reflexiva llegaron a
constituir un dominio en que el pensamiento es independiente y a reconquistar para la razn
los derechos a los cuales pareca haber renunciado. En este aspecto, Alberto Magno es
infinitamente ms moderno que Lutero y Calvino; moderno por su amor a la verdad, por las
ardientes aspiraciones de toda su alma, por su intuicin profunda de la interdependencia de
todos los rdenes del conocimiento, por su doctrina de la armona preestablecida entre los
descubrimientos de la razn y la fe, entre la ciencia y la revelacin, entre la voluntad y la
gracia, entre la Iglesia y el Estado.
Pero no busca esta concordia por la va del platonismo, como haba hecho poco antes San
Anselmo, siguiendo la tradicin agustiniana, sino que, contra la corriente general de las
escuelas de su tiempo, adivina que puede encontrarse ms riqueza asimilable, ms verdad
adquirida, ms equilibrio total en el sistema aristotlico, menos brillante tal vez, pero ms
prudente y ms seguro. Su mrito principal consiste en haber visto antes que nadie el
enorme valor que la filosofa de Aristteles poda tener para el dogma cristiano. Al
apoderarse de l para levantar sobre sus principios fundamentales una construccin
teolgica, originaba una verdadera revolucin en las escuelas de su tiempo. Santo Toms
perfeccionar su idea, pero l es el iniciador; l rene los materiales y planea la
construccin, que levantar el genio sinttico del discpulo. Sin la formidable y fecunda labor
de Alberto Magno, apenas podemos concebir la Summa Theologca.
Sin embargo, aun en su aspecto filosfico, la obra de San Alberto no es una simple
resurreccin histrica del Estagirita. Es el filsofo griego traducido en cristiano, corregido,
enriquecido, iluminado por las claridades de la fe. Le estudia, le interpreta, le discute con una
admirable libertad de espritu. Su finalidad, segn su propia expresin, es hacer inteligibles a
los latinos todas las partes de la filosofa aristotlica, monopolizada hasta entonces por los
griegos y por sus discpulos los judos y los musulmanes; pero, al pasar a travs de su
inteligencia, esa filosofa viene con una vida nueva, con un calor de cristianismo, con un aire
occidental y con una fuerza conquistadora que pareca haber perdido para siempre. Sus
contemporneos le agradecieron este trabajo, colocndole, aun en vida, entre los ms
ilustres doctores, buscando sus escritos con afn, leyndolos y comentndolos. Uno de ellos,
Roger Bacon, que, por cierto, no le mira con simpata y se irrita con los que le comparan a
los ngeles, dice de l estas palabras: Vale ms que todo un ejrcito de sabios, porque ha
trabajado mucho, ha visto infinitas cosas, ha revuelto muchos libros y ha sacado
innumerables cosas del ocano infinito de los hechos.
Pero este iniciador de un nuevo sistema filosfico, este constructor eminente en el campo de
la teologa, este escolstico puro y seco, al parecer, es tambin un mstico, para quien toda
ciencia tiene una sola finalidad: el amor. El pensador, el metafsico, el observador de la
naturaleza, se juntan en l al santo. Su santidad consiste, sobre todo, en la armona, en el
equilibrio perfecto de su alma, en aquella concordancia maravillosa de la naturaleza y de la
gracia, que l introdujo en su teologa moral y dogmtica. Fue uno de los ms santos entre
los hombres, y tambin uno de los ms humildes entre los santos. Sus contemporneos nos
le representan pequeo de talla, de apariencia mezquina, pero dotado de una voluntad
enrgica. Posea las cualidades de inteligencia y de corazn que arrastran a los hombres:
rectitud de ideas, viveza de sentimiento, lealtad en el alma, sinceridad en las palabras.
Sabemos, adems, que era de genio alegre y vivo, de muy buen humor, y de frase pronta e
impulsiva. As llegamos a explicarnos aquel prestigio soberano que ejerca sobre la juventud
universitaria. Su vida interior apenas nos es conocida, pero sus devociones tenan todas un
marcado carcter universal y social: la Eucarista, la Misa, la Madre de Dios y la Pasin de
Cristo. Por la Pasin hemos sido salvos, por la Misa recibimos la santificacin, por la
Eucarista alimentamos nuestra vida espiritual, y por Mara, finalmente, llegan a nosotros las
gracias del Cielo. La piedad del gran doctor tena el carcter de su ciencia: era catlica,
universal.
Si miramos a San Alberto Magno en su vida
cientfica,
echaremos
de
ver
fcilmente
el
necesita
sacrificarse
sus
Era ya en su extrema vejez; tena ochenta y cinco aos. A su retiro de Colonia llega la noticia
de que el obispo de Pars se agita para hacer condenar algunas proposiciones de Santo
Toms de Aquino, muerto hace tres aos. Es el momento en que se le reconoce como el
gigante de la ciencia de su tiempo. Los estudiantes de Pars se llenaron de admiracin al ver
que el viejo filsofo se acercaba a marchas forzadas para tomar parte en la contienda. No iba
para defender sus ideas, sino para salvar el honor de su discpulo; y aqu es donde aparece
la humildad del grande hombre. Su sola presencia le da el triunfo; vuelve despus a las
orillas del Rin, y all se prepara a la muerte escribiendo el tratado sobre el Santsimo
Sacramento.
SAN ANDRS
Apstol
(Siglo I)
Patrono de la Iglesia de Constantinopla
Memoria libre
30 de noviembre
Simn vena empujado por el amor, pues al llegar a Cafarnam se haba establecido con su
mujer en casa de su suegra.
En la ciudad, lo mismo que en la aldea, los dos hermanos
viven de la pesca; pero tanto como las carpas y los
boquerones, les interesan las cuestiones religiosas. En las
noches serenas, mientras aguardan a que los peces
vengan a meterse en la red, hablan en voz baja del ltimo
captulo de los Profetas, ledo por el rabino en la
sinagoga, y se preguntan si el Mesas no estar a punto
de aparecer. Cuando Juan Bautista empieza a bautizar en
el Jordn, los dos hermanos se entusiasman con aquel
movimiento teocrtico, y Andrs, que est ms libre, se
marcha de casa en busca del Profeta. Es una naturaleza
ardiente, un corazn sencillo, un hombre que busca
lealmente el reino de Dios. Juan le admite entre sus discpulos. Una tarde estaba Andrs con
su maestro cerca del agua, cuando oyeron ruido de pasos. Delante de ellos caminaba un
hombre cuya frente apareca aureolada por una serenidad divina. El Bautista levant la
cabeza, clav en el transente una mirada de admiracin y respeto, y dijo a su discpulo:
He aqu al Cordero de Dios.
Estas palabras impresionaron tan vivamente al joven pescador, que, dejando a Juan, ech a
correr detrs del desconocido.
Qu quieres?pregunt ste, volviendo la cabeza; y haba tal dulzura en su voz, que
Andrs se atrevi a decirle, como pidindole una entrevista;
Rabb, dnde moras? Y el Rabb le contest:
Ven conmigo y lo vers.
Este fue el primer encuentro de Andrs de Bethsaida y Jess de Nazareth.
Sin duda, el Seor habitaba entonces algunas de las casitas que se alzaban en las riberas del
Jordn, tal vez una choza formada de ramas de terebinto y de palmera, sobre la cual el
viajero arrojaba su manto de piel de cabra. Eran las cuatro de la tarde cuando Andrs entr
en la morada de Jess, y se qued con l todo el da. Oh da dichoso!
exclamaba San Agustn. Quin pudiera decirnos lo que en aquellas horas aprendi el
afortunado discpulo.
Loco de alegra con su descubrimiento, Andrs fue a anuncirselo a su hermano.
He hallado al Mesasle dijo.
Y, cogindole del brazo, le llev a donde estaba Jess. El Seor mir al hombre rudo, tostado
por los aires y los soles del lago, y viendo en l la roca inmutable sobre la cual construira su
Iglesia, le dijo: T eres Simn, hijo de Jons; pero en adelante te llamars Pedro.
Despus Jess se volvi a Galilea, y los dos discpulos siguieron echando sus redes en el
agua. Pero al poco tiempo el Profeta de Nazareth estaba de vuelta en Cafarnam, su
ciudad, como dice San Mateo. Por las tardes sola vrsele a la orilla del lago, viendo llegar
las barcas con la vela hinchada por la brisa y saludando a los hombres, que descendan con
los pies descalzos, llevando las viejas redes goteando o las cestas donde brillaba la plata de
los peces agonizantes. Pero a veces las cestas estaban vacas, y entonces las palabras del
Nazareno curaban el mal humor de los corazones, amargados por la brega infructuosa. Y
sucedi que un atardecer volvi a ver Jess a los dos hermanos, que desde su barca
arrojaban las redes en el mar; y hablndoles desde la orilla, les dijo: Venid en pos de M,
que Yo os har pescadores de hombres. Era la vocacin definitiva. En el mismo instante,
Simn y Andrs dejaron la barca y las redes y siguieron a Jess.
Durante tres aos, Andrs recogi los secretos del corazn del Maestro, asisti a sus
milagros, escuch con avidez su doctrina, y fue testigo de su Pasin y muerte. De todos los
Doce fue el primero en seguir a Jess; y aquel primer entusiasmo no desmaya nunca, ni en
los caminos de Galilea, ni en los silencios del desierto, ni ante los muros enemigos de
Jerusaln. Oye con los dems Apstoles el mandato divino: Id y predicad a todas las
gentes; y cuando llega la hora de lanzarse a travs del mundo a predicar la buena nueva,
deja para siempre su tierra y el lago inolvidable donde haba brillado para l la luz de la
verdad, y camina a travs del mundo romano, enarbolando intrpidamente la antorcha
divina: del Asia Menor al Peloponeso, del Peloponeso a Tracia, de Tracia a las regiones del
Ponto Euxino. No le detiene el Cucaso, ni las fronteras del Imperio. Donde ha renunciado a
pasar el soldado de Roma, all llega l armado de la cruz. La regin misteriosa de la Escitia,
cuna de hordas salvajes y de conquistadores brbaros, le mira como su primer Apstol. Los
helenos, acostumbrados a la msica potica de Sfocles, escuchan ahora con respeto esta
voz que tiene rudezas semitas, pero que trae la luz a los espritus y el calor a los corazones.
En Patras, ciudad de Acaia, la multitud rodea al sabio que predica la filosofa de la cruz.
Andrs es un apasionado de la cruz. La cruz es su
bandera, su espada y su armadura. Llevado a presencia
del prefecto, le dice: Oh Egeas; si t quisieses conocer
este misterio de la cruz, y cmo el Creador del mundo
quiso morir en el madero para salvar al hombre,
seguramente creeras en l y le adoraras.
Tal vez Egeas era uno de aquellos hombres escpticos
que pululaban en el Imperio romano durante el gobierno
de los primeros cesares, y que vean en la religin oficial
una tradicin de belleza, ntimamente unida con la
grandeza de Roma. Recibi despectivo la invitacin del
Apstol y le orden que sacrificase a los dioses. Es bellsima la respuesta de Andrs: Cada
da ofrezco a Dios todopoderoso un sacrificio vivo, no el humo del incienso, ni la sangre de
los cabritos, ni la sangre de los toros; mi ofrenda es el Cordero sin mancha, cuya carne es
verdadera comida, y cuya sangre es verdadera bebida con que se alimenta el pueblo
creyente; y, a pesar de esto, despus de la inmolacin persevera vivo y entero, como antes
de ser sacrificado.
Estas misteriosas palabras provocaron, como era natural, la clera del magistrado.
Condenado a muerte, Andrs vio levantarse ante s una cruz en forma de aspa. Era el
instrumento del suplicio. Lleno de jbilo, cay delante de ella, prorrumpiendo en aquellas
palabras que la Iglesia ha recogido en su liturgia: Oh cruz amable, oh cruz ardientemente
deseada y al fin tan dichosamente hallada! Oh cruz que serviste de lecho a mi Seor y
Maestro, recbeme en tus brazos y llvame de en medio de los hombres para que por ti me
reciba quien me redimi por ti y su amor me posea eternamente! As Andrs, el
primognito de los Apstoles, como le llama Bossuet, fue elegido para dar al mundo un
ejemplo heroico de amor al signo adorable de la cruz.
Relacin
con
otros
temas:
SAN AMBROSIO
Obispo y doctor de la iglesia
(340-397)
Memoria obligatoria
7 de diciembre
Si habis estado en Roma, tal vez os hayan mostrado al pie del Capitolino, muy cerca de las
aguas del Tber, un pequeo convento de monjas, donde no quedan maravillas artsticas,
pero s bellos recuerdos histricos. A mediados del siglo IV alzbase all una casa patricia, y
en la casa vivan, entre brillo de mrmoles y rumor de esclavos, una dama de ilustre
alcurnia, entregada por completo a la educacin de sus hijos: una joven, llamada Marcelina,
que llevaba el velo de las vrgenes y se ejercitaba en obras de penitencia y de caridad; un
mancebo, por nombre Stiro, que ayudaba ya a su madre en las tareas de la administracin,
y un nio, en quien pareca concentrarse el cario de toda la familia. El padre, hombre
grande delante de Jesucristo y a los ojos del cesar, haba muerto ya. El nio se llamaba
Ambrosio, y haba nacido en Trveris, siendo su padre prefecto del pretorio de las Galias. De
l se contaba, como de Platn, que un da, cuando an no saba hablar, estando en el jardn
del palacio, vino un enjambre de abejas a revolotear por su rostro y que varias de ellas se
deslizaron sin picarle en el interior de su boca. El prefecto, que presenciaba el prodigio,
exclam: Ese nio ser algo grande. Ya mayorcito, el nio segua presagiando, sin querer,
su carrera futura. Cuando el Pontfice visitaba su casa, vea el pequeo que todos en ella le
besaban la mano; y deseando recibir aquella muestra de respeto, presentaba tambin su
diestra, primero a la servidumbre y despus a su hermana. Marcelina le rechazaba
dulcemente, y entonces el nio deca: No sabes que tambin yo voy a ser obispo?
Sin embargo, ms que un hombre ilustre en las letras, pensbase hacer de l un poltico.
Estudiaba las bellas letras aprenda el griego, se ejercitaba en la poesa y empezaba a hacer
sus primeras armas en el arte de la elocuencia. La lectura de Virgilio y Tito Livio dejar huella
profunda en su estilo, y la de Sneca y Cicern en su pensamiento. Ya adolescente, se
entrega con afn al estudio del derecho romano, que dejar en su espritu un molde
indestructible. Stiro tiene los mismos gustos que l, y con los gustos, el andar, los rasgos de
la cara, el timbre de la voz. Los dos hermanos se parecen tanto, que con frecuencia se les
confunde hasta en el seno mismo de la familia. Ademscuenta Ambrosio, nuestras
almas estaban tan unidas, que parecamos existir el uno en el otro. Cuando no le tena junto
a m, me encontraba triste y desazonado. Cuntas veces, estudiando solo en mi habitacin,
me pona a hablar con l como si estuviese presente! Los dos hermanos solan ir de cuando
en cuanto al palacio del prefecto urbano. Avieno Smaco, jefe de la aristocracia pagana de
Roma, cuyo hijo, Aurelio Smaco, se hizo amigo de Ambrosio, para ser ms tarde su rival.
Pero se hallaban ms a su gusto en casa del prefecto del pretorio, Petronio Probo, donde
debieron de cruzarse muchas veces con aquellas santas mujeres Melania, Paula, Eustoquia.
Blesila, que eran la admiracin de Roma, y con un grupo de jvenes de talento y estirpe,
entre los cuales descollaban el aquitano Poncio Meropio Paulino y el dlmata Jernimo.
Uno tras otro, aquellos clarsimos empezaban a dispersarse lanzados a travs del mundo
romano en viajes de estudios, en comisiones polticas o en gobiernos de provincias,
Ambrosio segua en Roma como secretario del prefecto. Probo haba distinguido en l un
de
Occidente.
El
emperador
era
pero
hombre
impetuoso
algo
imperiales.
de
suavidad
Su justicia
en
tena
los
ms
consejos
profundas
consagrarle, vieron que no estaba en la ciudad. Haba buscado un refugio en el campo, y slo
gracias a la traicin de un amigo pudieron dar con su paradero. Fue preciso rendirse a la
vocacin divina. Ambrosio recibi el bautismo, y pocos das despus tomaba posesin de la
sede de Miln. Desde el fondo del Asia le llegaba una voz de aliento, bien necesaria en medio
de la angustia que le produjo la primera sorpresa: No conozco tu rostrole deca San
Basilio, pero la belleza de tu alma est delante de mis ojos. Del seno de una ciudad real,
Dios ha escogido un hombre eminente por su sabidura, por su nacimiento, por la hermosura
de su vida y por la elocuencia de su palabra; le ha escogido y le ha puesto al frente del
pueblo cristiano.
La ms bella figura episcopal del Oriente saludaba al tipo perfecto del obispo en la Iglesia
occidental. Ambrosio comprendi la grandeza de su nueva dignidad. Su vida, ya sencilla y
grave, se hizo ahora austera y penitente. Distribuy a los pobres todo el dinero que tena y
les asegur la propiedad de sus inmuebles. Marcelina y Stiro acudieron a su lado para
atender a los negocios domsticos. En cuanto a l, se traza un programa vasto y difcil, pero
al cual permanecer fiel toda su vida: bautizar, confesar, predicar, imponer penitencias
pblicas y privadas, lanzar anatemas y levantar excomuniones, visitar enfermos, asistir a los
moribundos, rescatar cautivos, alimentar pobres, viudas, hurfanos; fundar hospitales y
albergueras, administrar los bienes del clero, pronunciarse, como juez de paz, en las causas
particulares y en las diferencias de los pueblos, escribir contra los herejes y los paganos,
publicar tratados de moral, de disciplina y de teologa, dictar cartas para satisfacer las mil
consultas que se les ofrecen de una y otra religin, mantener correspondencia con los
obispos y las iglesias, los monjes y los prncipes; congregar y dirigir Concilios, intervenir en
el consejo de los emperadores, asumir la responsabilidad de negociaciones y embajadas,
condenar la alevosa de los traidores y contener la audacia de los tiranos. Al orador forense
sucede el predicador del Evangelio; pero, bajo el palio episcopal y el cilicio del penitente,
segua viviendo el mismo espritu fino y aristocrtico. Es precisodecaque en el
sacerdote no se encuentre nada vulgar, nada comn, nada plebeyo, nada que respire la
manera de ser de la multitud sin educacin. No obstante, estaba siempre dispuesto a
descender al pueblo para consolarle en sus miserias. Los pobres eran sus hijos. Les amaba,
les adoraba como a los pies de Cristo, segn su propia expresin. Con los nios era tierno
como una madre; con los pecadores, infinitamente misericordioso. Siempre que alguno
vena a confesarle sus faltas para recibir la penitenciacuenta su secretario, Ambrosio
derramaba tantas lgrimas, que el penitente se vea obligado a llorar con l, de suerte que
cualquiera hubiera pensado que el culpable era el obispo. Al principio de su episcopado sola
prolongar las horas de estudio para imponerse en las cuestiones del dogma, y con ese fin
buscaba la soledad del campo. Hermano moescriba a uno de sus amigosyo no estoy
nunca solo, aunque parezca estarlo. Nunca estoy menos ocioso que cuando se imaginan que
no hago nada. Las Sagradas Escrituras eran el primer objeto de sus investigaciones. En
ellas buscaba, sobre todo, el sentido alegrico y espiritual, caminando tras las huellas de los
maestros alejandrinos. Se inspira en los escritos del judo Filn, filsofo mstico de la
sinagoga de Alejandra; Orgenes, Ddimo e Hiplito le dieron el tema de varios de sus
tratados dogmticos, pero su gua ms seguro era Basilio de Cesrea. Cuando leadice
San Agustn, sus ojos recorran lentamente las pginas; su espritu y su corazn estaban
alerta para comprender; pero sus labios no se abran, sino que guardaban silencio.
Parecame que en el poco tiempo que poda robar a sus negocios para alimentar su
inteligencia, quera que nadie le apartase de su empeo.
El fruto de este trabajo empez a verse en aquellos bellos tratados cuya aparicin saludaba
con entusiasmo la cristiandad: el de los Sacramentos y los Misterios, el de los
Patriarcas, el del Espritu Santo, el de las vrgenes y las viudas, los comentarios
escritursticos, los elogios de las grandes figuras bblicas, el libro de la penitencia, el
Hexamern... Ambrosio es siempre grave, ingenioso y tierno. Busca el sentido ms alto de
la Biblia con tanta exactitud como elocuencia y nobleza. Su estilo es natural, su lenguaje algo
oscuro, a fuerza de ser sencillo; sus alegoras graciosas y originales, sus pensamientos vivos
y elevados. Pero si Jernimo es el polemista vigoroso, y en Agustn se juntan el telogo
sublime y el profundo metafsico, Ambrosio descuella, sobre todo, como moralista. Pocos han
conocido mejor que l la conciencia humana, ni analizado ms sutilmente sus misterios y
necesidades, ni descrito con tanta energa los males del alma y sus remedios. A veces, la
censura se viste de una irona graciosa y realista, como cuando ridiculiza el lujo femenino de
la Roma decadente, o el afeminamiento de los clarsimos descendientes de los Gracos, que
desearan vivir entre los cimerios porque les da en la cara un rayo de sol que se cuela por la
sombrilla. Pinta a la mujer, que, con artificio recargado, se empeaba en parecer distinta de
lo que era en realidad. Semejante a una estatua bajo un dosel, se la mira como un objeto
curioso. Lleva las orejas horadadas, su cuello se dobla bajo el peso del metal; el oro y los
brillantes relumbran en su pecho y las ajorcas retintinean en sus tobillos. Dichosas vosotras
exclama San Ambrosio, dirigindose a las vrgenes, pues ignoris tales suplicios; el pudor
es vuestra hermosura, una hermosura que no teme los estragos del tiempo, y que agrada a
quien ms importa: a Dios.
Este tema de la virginidad era uno de los que Ambrosio trataba con ms entusiasmo; hasta
el punto de que las madres llegaban hasta encerrar a sus hijas para que no fuesen a
escucharle, y en Miln empezaban a levantarse voces contra l. Se me acusadecade
predicar la castidad; si ste es un crimen me honro con l, y confesarle en voz alta no es
perjudicar a mi causa, sino servirla. Me llamis el maestro de la virginidad, me echis en
cara los proslitos que hago para ella. Ojal que tuvieseis muchas acusaciones como sta
que presentar contra m! Se ve aqu un reflejo del ascendiente que aquella palabra
sacerdotal ejerca sobre los milaneses. Tenue era su voz; pero su discurso, vigoroso y claro,
nutrido en los grandes escritores de la antigedad, armonioso y figurado como el de un
discpulo de Virgilio, preciso como el de un jurista consumado, cautivaba a la vez a los
ilustrados y al pueblo. Una llama de entusiasmo, un dulce calor le anima; una santa poesa le
colora con divinos reflejos; y en medio de aquella ternura, que ya en aquel tiempo se
llamaba la suavidad de Ambrosio, hay arranques de grandeza y vehementes atrevimientos.
Segn la expresin de un joven oyente, retenido an en los lazos de la hereja, pero que a su
vez deba llegar a ser maestro de la elocuencia cristiana, aquella palabra, aceite derramado
sobre las llagas del pecador, dominaba y suspenda.
estaban
tambin
los
litigantes.
Ambrosio,
hbil
jurista,
administrador
experimentado, era requerido como juez y arbitro, no slo en los asuntos de orden espiritual,
sino tambin en los de orden temporal, tanto ms cuanto que, siempre que el conflicto era
entre el inters pecuniario de la Iglesia y el de un desheredado de la fortuna, no dudaba en
sacrificar los derechos episcopales. La Iglesiadecano pierde nunca cuando gana la
caridad. Despus de la desastrosa batalla de Andrinpolis, no dud en emplear los vasos de
la Iglesia milanesa para rescatar a un gran nmero de romanos, prisioneros de los jefes
godos. Quin ser tan duro de corazndeca con este motivoque no d cuanto tiene
por rescatar a un hombre condenado a morir o a una mujer expuesta a la deshonra? Ah,
ms vale salvar las almas que conservar el oro! Si la Iglesia tiene oro, no es para
conservarlo; es para derramarlo entre los desgraciados.
Sin embargo, haba quienes criticaban la conducta del prelado: eran los arranos. Ambrosio
los haba combatido en sus escritos, en sus homilas y en su vida, y los combata tambin
con su bondad. Cuando veisescriba el obispo de Imolaa uno de estos pobres que se
levanta, excusadle, tendedle la mano. Rehusarle el perdn sera perder su alma. Esta
conducta disminua el partido de los herejes, los cuales, protegidos por la viuda del
emperador Valentiniano, exigieron que Ambrosio les entregase una de las baslicas. La lucha
entre la emperatriz y el obispo es uno de los pasos ms dramticos de la vida de Ambrosio; y
su grandeza aparece ms grande si pensamos que el prelado acababa de salvar la vida y el
trono al hijo de su perseguidora, con una diplomacia habilsima, en la corte del usurpador
Mximo. Mis bienes son de la patriacontesta Ambrosio a los emisarios de la emperatriz,
pero lo que es de Dios no tengo derecho a entregarlo. Se le arman asechanzas, se le
persigue, se le amenaza con el destierro, corre la voz de que se pagan sicarios para
asesinarle; pero l no cede. El pueblo est con l, se apia en torno suyo, le defiende. No
entregues nada, Ambrosio, le gritan en medio de las reuniones litrgicas. Un da los
soldados rodean la baslica. El obispo est dentro con su pueblo enardecido. El asedio se
prolonga y los sitiados entretienen los das oyendo a su prelado, rezando salmos y cantando
himnos tan hermosos, que los mismos legionarios entran en el templo y se juntan a la
multitud. Aquellos himnos haban sido compuestos por Ambrosio. No haba en ellos armonas
clsicas, pero si juventud y entusiasmo. Eran ritmos de un carcter popular, gritos
espontneos del corazn cristiano, arranques bellsimos llenos de inspiracin, que revelaban
al verdadero poeta; joyas autnticas de una poesa nueva que la Iglesia recogi con
entusiasmo y agreg para siempre a su liturgia.
La omnipotencia imperial tuvo que doblegarse ante la energa del obispo, y Ambrosio,
admitido al consejo de los emperadores, va a realizar sus sueos de una poltica cristiana. El
emperador Graciano le considera como un padre; Valentiniano II no hace nada sin su
consejo. Ambrosio aparece como un hombre de Estado, y la huella de su influencia se
descubre en la legislacin que sale de la cancillera imperial entre los aos 378 y 388. En
este ltimo ao, Teodosio viene a Occidente y derrota al usurpador Mximo. El gran
emperador y el gran obispo se encuentran en Miln. Haban nacido para entenderse, y un
mismo programa poltico, basado en la unin estrecha entre la Iglesia y el Estado, acababa
de unir sus almas; y esta inteligencia vino a robustecerse hasta con los mismos conflictos.
Uno de ellos fue provocado por la matanza de Tesalnica. El gobernador de esta ciudad haba
metido en la crcel a un auriga del circo, muy querido de la multitud; el pueblo, al saberlo,
se haba amotinado, cometiendo mil desmanes y asesinando al gobernador y a otros
magistrados. Teodosio se dej arrebatar por la ira. Ya que toda la poblacin es cmplice del
crimendijo, que toda ella sufra el castigo. Despus revoc su palabra, pero era ya
demasiado tarde: siete mil cadveres yacan en el circo de Tesalnica. Ambrosio comprendi
que deba obrar enrgicamente con el emperador. Lo que se ha hechole escribano tiene
cosa que se le parezca en la memoria de los hombres. El nico remedio al mal es el
testimonio del arrepentimiento. Como si nada hubiera sucedido, el emperador se present a
las puertas de la baslica; pero el obispo le cort el paso, dicindole con severidad:
Deteneos, emperador. Cmo osarais pisar este santuario? Cmo podrais tocar con
vuestras manos el cuerpo de Cristo? Cmo podrais acercar a vuestros labios su sangre,
cuando por una palabra proferida en un momento de ira habis hecho perder la vida a tantos
inocentes? Al or estas palabras, el emperador baj la cabeza, y, llorando, se volvi a su
palacio. Slo ocho meses ms tarde, el da de Navidad de 390, decidise a presentarse en la
iglesia, diciendo al obispo: Vengo a solicitar el remedio que puede curar mi alma. El obispo
le pidi nicamente que all mismo firmase un decreto por el que se dispona que ninguna
pena de muerte pudiese ejecutarse hasta treinta das despus de promulgada. No hay duda
deca ms tarde el emperador, acordndose de este suceso. Ambrosio me hizo
comprender por vez primera lo que es un obispo. Con razn se ha dicho que esta victoria de
la Iglesia es una de aquellas que se pueden llamar victorias de la humanidad. La ltima
palabra no la habl la fuerza, sino el derecho; el obispo representaba no slo al Evangelio,
sino a la conciencia humana.
La armona entre los dos grandes hombres no volvi a interrumpirse. Por desgracia, cinco
aos ms tarde el emperador bajaba al sepulcro (395). Ambrosio le llor en una oracin
fnebre que es una obra maestra de la elocuencia antigua. Desde entonces la vida se le hace
a l sumamente pesada. La muerte de su amigo haba tronchado sus sueos polticos. Su
en
Galilea
surcaron
el
centellear
de
las
ondas,
las
granjas, desde el banco del puente, donde l se haba sentado tantas veces, a la turquesa
lquida con entonaciones de berilo de aquellas aguas, que tan bien le conocan. Y, de pronto,
su voz vibraba en el aire. Era l, que les sonrea y les alentaba, y llenaba sus corazones de
esperanzas y certidumbres.
Esto fue durante un mes, hasta que son la orden del patrn, y entonces quedaron
arrumbadas las barcas y arrinconadas las redes y cerradas las viejas casas en el pueblecito
marino, que tal vez les vio partir con tristeza. Dispuestos a navegar en ms anchos mares,
dijeron el ltimo adis al lago de su infancia, ms hermoso que nunca en aquella tentadora
maana de primavera, y, empujados por el Espritu, se encaminaron de nuevo a Jerusaln.
Pedro presida la pequea caravana, y con l iban los otros diez; Mara, la Madre del Seor;
los hermanos de Jess, arrepentidos ya de su incredulidad, y otros muchos hombres de
buena voluntad, que, atrados por las maravillas presentidas de aquel reino misterioso,
formaran el primer ncleo de la Iglesia. A todos inflamaba el mismo entusiasmo y un vago
presentimiento de cosas extraordinarias los llenaba de optimismo.
Ya en Jerusaln, su vida era una expectacin. Aguardaban infatigablemente. Qu? Tal vez la
aparicin de un ejrcito de ngeles sobre la ciudad santa, tal vez la consuncin de aquellas
murallas por el fuego, o bien la venida del Crucificado con toda la gloria y majestad de un
rey. En medio de aquella incertidumbre, sentan que la paz iba infiltrndose suavemente en
su corazn. De cuando en cuando el Maestro se presentaba entre ellos, viva familiarmente
con ellos, se sentaba a su mesa, hablaba del reino de Dios, de sus victorias, de sus luchas y
de sus conquistas. Qu alegra poder recibir de su boca las palabras del consuelo y de sus
manos el pan que da la vida! Ahora empezaban a comprender; y no en aquella ltima cena,
cuando el sueo les abrumaba y el terror les oprima, y por todas partes slo se les ofrecan
distracciones y preocupaciones. Suspiraban por aquella fuerza prometida que los iba a
convertir en hombres nuevos; vean con claridad que se rompan todos aquellos lazos tan
dulces que les ataban a su pas a su familia, a sus sueos de aldea y a aquella vida apacible
de los pescadores y los campesinos. En adelante todo sera combate, herosmo y
abnegacin. Se encontraban ya en el centro de las hostilidades, donde haban de tener el
primer choque de aquel mundo que no amaba a Cristo; donde haban de recibir el bautismo
de fuego. Y el Maestro les deca con una voz cargada de celestes serenidades: Estaba
escrito, y era menester que el Cristo padeciese y resucitase al tercero da de entre los
muertos. Y que predicase en su nombre penitencia y remisin de pecados a todas las
naciones, empezando por Jerusaln. Y vosotros seris testigos de todas estas cosas,
permaneciendo en la ciudad hasta que seis revestidos de la virtud de lo alto.
As hablaba Jess a los discpulos, y ellos se agrupaban en torno para recoger hasta el ltimo
aliento de su pecho. Unas veces el grupo permaneca en el interior del Cenculo con las
puertas bien cerradas, otras caminaban lentamente, tal vez en algn lugar apartado de la
ciudad, acaso en los senderos del jardn de Jos de Arimatea, entre rosales y geranios, bajo
el toldo florido de los terebintos y los manzanos. Y un da, en uno de aquellos paseos, Jess
sali con todos sus enemigos camino de Betania. Y ya llegaban al monte del Olivar, cuando
se detuvieron. Cmo se despertaban all los recuerdos! An parecan orse los ltimos ecos
del discurso en que anunci la ruina del Templo y el fin del mundo; an podan verse en la
roca desnuda las huellas de la sangre derramada en la noche de la agona. Todas aquellas
veredas tienen el sello de su pie; aquellos cedros centenarios han tocado sus sienes con las
ramas, y aquellos olivos le han dado sombra y alimento. Es una tarde dorada, serena,
perfumada; una de esas tardes en que el Cielo parece haberse fundido con la tierra. Jess
envuelve a sus discpulos en una mirada de amor; su palabra tiembla y toma algo de aquel
acento que tena en la noche memorable; la ternura apaga casi su voz. Tan dulce, tan ntima,
tan confiada es aquella ltima hora de Cristo en la tierra, que los discpulos se atreven a
interrumpirle para proponerle la duda que haca tiempo aleteaba dentro de su espritu,
Seorle dicen, es que ha llegado ya el tiempo en que piensas establecer el reino de
Israel? A esta pregunta ambigua sucede la respuesta evasiva de Jess: No toca a vosotros
saber los tiempos ni los momentos establecidos por la autoridad del Padre. Mas recibiris la
virtud del Espritu Santo, y entonces seris mis testigos en Jerusaln y en toda Judea y
Samaria y hasta la extremidad de la tierra. Sin embargo, estas palabras dejan adivinar que
la hora se acerca. El Maestro ha terminado su misin; slo le resta retirarse para dejar paso
al organizador del reino que se prepara. Jess ya no hablaba: miraba en torno con gozo y
ufana, y acaso sus ojos se nublaban por ltima vez al fijarse, all enfrente, en la ciudad
infiel, que sonrea envuelta en el oro de la tarde. Despus, sus manos se levantaron como
para bendecir. Todos le observaban sin perder el menor de sus gestos; cuando advirtieron
que se elevaba insensiblemente a los aires, que se alejaba rodeado de un nimbo glorioso y
que no tardaba en quedar vestido de una nube resplandeciente, que le envolva y le ocultaba
a sus miradas, fijos en lo alto, inmviles de estupor, ellos miraban, miraban hacia la nube
envidiosa, y seguan mirando todava, cuando los hombres vestidos de blanco aparecieron
sobre sus cabezas y les dijeron: Varones galileos, por qu estis mirando al Celo? Este
Jess, que de entre vosotros ha sido arrebatado al Cielo; volver de all de la misma manera
que le habis visto subir. Los discpulos comprendieron: les bastaba la presencia invisible.
Adoraron en silencio, y rumiando su melanclica alegra, se volvieron a Jerusaln.
Y nosotros debemos alegrarnos con ellos,
porque aquella subida era el acabamiento de la
obra de Cristo y al mismo tiempo el triunfo de
nuestra carne. Nos gozamos por la gloria de
aquel
cuerpo
poco
antes
humillado
SAN CASIMIRO
(1458-1483)
Memoria libre
Patrono de Lituania
4 de marzo
Tena la sangre, pero no la ambicin pugnaz ni la violencia victoriosa de los Jaguellones. Era
un eslavo dulce y sensitivo. Hijo de rey, conoce desde sus primeros aos todo el esplendor
de las riquezas, todo el orgullo del poder, todos los halagos de la ambicin; pero no se deja
deslumbrar ni encadenar. Cie la espada con garbo, monta a caballo con gentileza, pero de
mejor gana escucha las piadosas exhortaciones de su madre, la noble reina Isabel, y las
sabias lecciones de su maestro, el ilustre cannigo Juan Dlugloss. Estudia lenguas clsicas,
aprende Historia, se entusiasma cuando le cuentan los hechos de San Ladislao y Santa
Eduvigis, glorias de su pueblo y de su familia; hace versos latinos, empieza a conocer los
principios de la poltica cristiana y se interna en los campos de la filosofa. Tambin hasta l
llegan las rfagas del humanismo, que entonces atraviesan por toda Europa. As pasan los
aos de su infancia, unas veces en el palacio de Vilna, otras en el de Cracovia, o en algn
castillo de la Rusia Blanca. Porque su padre, Casimiro IV, adems de rey de Polonia, es
prncipe de los rutenos y gran duque de Lituania.
A los quince aos vienen a ofrecerle un reino. Ladislao, su hermano, es ya rey de Bohemia;
l lo va a ser de Hungra. Y qu es un reino?, deba de preguntarse el muchacho. No valan
ms las lecciones del sabio cannigo y el cario de su madre? El rey pensaba de manera muy
distinta: un reino es la gloria, el poder, la riqueza, la cima de la felicidad humana. Resignado,
ms que convencido, el adolescente penetr por tierras de Hungra con un ejrcito poderoso.
Pronto se dio cuenta de que no iba a tomar posesin de una corona, sino a conquistarla. Para
esto no vala. Hubiera tenido que intrigar, adular, comprar voluntades, derramar el oro,
suprimir enemigos, asesinar. Todo esto lo saba hacer muy bien Matas Corvino; su
competidor. Supo ganar a los magnates, prodigando sonrisas, promesas y dineros. Matas
Corvino era un gran carcter, un genio de la guerra, un sutil conocedor de los hombres. En
cuanto a Casimiro, hubiera sido un buen rey, pero le faltaban las maas del conquistador.
Largos das estuvieron frente a frente los dos rivales sin atreverse a pelear. Casimiro
aguardaba que la aristocracia de Hungra viniese a ofrecerle vasallaje; pero aguardaba en
vano. Despus, sus soldados empezaron a desertar; y l mismo, una noche de nieve y agua,
se despidi de sus leales y pas de nuevo la frontera. As termin aquella aventura infantil.
Solucin providencial, que daba a Hungra un hroe para defenderla contra los turcos, y a la
Iglesia un santo.
aquella
libertad
relativa,
los
Prohibisele
llevar
el
hijo
quien
Seora ma y hermana, te veo ya en una alta dignidad; pide a Dios que te haga ver si todo
esto terminar con el destierro o con la libertad.
Perpetua rez, y al da siguiente contaba a su hermano esta visin simblica:
Parecime que suba a travs de una escala de oro, muy alta y estrecha, cuya extremidad
tocaba con el cielo. A uno y otro lado haba espadas e instrumentos de suplicio, y al pie
estaba tendido un dragn monstruoso. Saturo suba el primero, y al llegar a la cima volvise
hacia m y me dijo:
Yo te sostendr; pero ten cuidado de que el dragn no te muerda.
En el nombre de Cristorespond yo, no me daar, y tritur la cabeza del monstruo,
poniendo el pie sobre ella. Habiendo llegado a la altura, descubr un jardn espacioso. En el
centro haba un hombre de blancos cabellos, de prcer estatura, que estaba ordeando sus
ovejas, y en torno suyo muchos miles de personas con vestiduras blancas. El pastor levant
los ojos, y fijndolos en m, dijo: Veo, hija ma, que has llegado sin novedad. Despus,
llamndome a su lado, me hizo comer un poco de leche cuajada; reciblo con las manos
juntas y lo com, mientras los asistentes decan: Amn. Al despertarme senta en la boca un
gusto delicioso.
Cuando corri el ruido de que los mrtires iban a ser juzgados, el padre de Perpetua lleg
desde Tuburbium, y, penetrando en la crcel, trat nuevamente de convencer a su hija.
Hija maexclamaba, ten compasin de mis cabellos blancos, ten compasin de tu
padre, si es que an soy digno de este nombre. Acurdate de que mis manos te han criado,
de que gracias a mi solicitud has llegado a esta flor de la edad juvenil, de que siempre te he
preferido a todos tus hermanos. No hagas de m un objeto de oprobio entre los hombres.
Piensa en tus hermanos, en tu madre, en tu ta; piensa en tu hijo, que no podr vivir sin ti.
Asdice Perpetua, as hablaba mi padre en el arrebato de su cario. Echbase a mis
pies, derramaba tiernas lgrimas, y no me llamaba ya mi hija, sino mi seora. Y yo
tena piedad de los cabellos blancos de mi padre, el nico en toda mi familia que no se iba a
alegrar de mis dolores. Yo le tranquilic con estas palabras: All en el tribunal suceder lo
que Dios quiera, pues sabemos que no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino a Dios.
Un da, durante la comida, se avis a los mrtires de que iban a ser conducidos al foro.
Presida el tribunal, como gobernador interino, pues el procnsul acababa de morir, el
procurador Hilariano.
Sacrificad a los dioses, como lo han mandado los emperadores inmortalesdijo el
procurador.
Ms vale respondi Saturo sacrificar a Dios que a los dolos.
Respondes en tu nombre, o en nombre de todos?
Tienes padres?
S.
En este momento salt al pblico el anciano, dispuesto a realizar un supremo esfuerzo. La
misma Perpetua nos ha conservado el relato de aquella escena conmovedora: Cuando
empez mi interrogatorio, lleg inesperadamente mi padre con el nio en los brazos, y
sacndome de mi sitio, me dijo, suplicante: Ten piedad de esta criatura. Y el procurador
Hilario aadi: Ten compasin de la vejez de tu padre; apidate de la infancia de tu hijo;
sacrifica por la salud de los emperadores. No sacrificar, respond. Eres cristiana?,
replic l. S, soy cristiana, le dije. Y como mi padre continuase all con el propsito de
hacerme caer, Hilariano orden que le echasen fuera, y, cumpliendo sus rdenes, le hirieron
con una vara. Sent el golpe como si le hubiera recibido yo; tal era la compasin que me
inspiraba su desventurada vejez. El juez sentenci, condenndonos a las bestias; y,
contentos con este desenlace, volvimos a la prisin.
A los pocos das tuvo Perpetua otra visin sumamente instructiva, que nos cuenta con estas
palabras: Estbamos todos en oracin, cuando, muy a pesar mo, empec a hablar,
nombrando a Dincrates. Qued estupefacta de no haber pensado en l todava y afligida al
recordar su desgracia. Reconociendo que ahora era digna de interceder por l, empec a
encomendarle al Seor con largas oraciones y profundos gemidos. Durante la noche vi a
Dincrates saliendo de un lugar tenebroso, en que haba otras muchas personas. Su rostro
estaba triste, plido, desfigurado por la llaga que tena cuando muri. Dincrates, hermano
mo, segn la carne, haba muerto a los siete aos de un cncer horroroso en la cara. Entre
l y yo se interpona una sima muy ancha, que ni l ni yo podamos salvar. Cerca de l haba
un estanque lleno de agua, cuyos bordes eran demasiado altos para un nio de su edad.
Dincrates se empinaba, haciendo esfuerzos para beber, y yo sufra viendo que no alcanzaba.
Despertme, y comprend que mi hermano era desgraciado.
Trasladse a los mrtires a una nueva prisin cercana al anfiteatro. Segn la sentencia,
deban combatir con las fieras en los juegos organizados para celebrar el aniversario de Geta,
hijo de Severo, que se acercaba ya. Trteseles all con ms rigor. Uno de sus nuevos
martirios era el cepo. Yaca Perpetua inmvil, con los pies sujetos, cuando vio de nuevo a su
hermano. La luz haba sucedido a las tinieblas; estaba el nio bien vestido, fresco y radioso;
la llaga de su rostro se haba cicatrizado; los bordes del estanque estaban a su alcance, y
despus de saciar la sed, vio que comenzaban a jugar a la manera de los nios... Vidi
Dinocratem refrigerantem, dice Perpetua con una expresin muy propia de la liturgia
funeraria.
Mientras llegaba el da del combate supremo, los cristianos acompaaban a los hroes,
gracias a la generosa complicidad de un oficial de la guardia proconsular. El pobre padre de
Perpetua acuda tambin con esperanzas de seducirla; se arrancaba los cabellos, se arrojaba
por tierra y profera palabras capaces de conmover a toda criatura. Esta actitud angustiosa
me desgarraba el alma, dice Perpetua. Visiones luminosas fortalecan a los presos en su
encierro oscuro. Hubo dos incidentes que les llenaron de turbacin: la muerte de Secndulo
y el estado de Felicidad, que se hallaba en el octavo mes de su embarazo. Tres das antes de
la fecha sealada para descender a la arena, hicieron una prolongada oracin pidiendo que
no se separase en la muerte de sus compaeros, pues empezaba a susurrarse que por estar
encinta no sera arrojada a las fieras. Y sucedi que al poco tiempo se iniciaron los dolores de
parto. Como ella daba grandes alaridos, djole uno de los carceleros:
Si ahora, depredadora de los dioses, no puedes soportar el sufrimiento, qu ser cuando
te veas delante de las bestias?
Ahorarespondi la mrtirsoy yo quien sufro; despues habr otro en m que sufrir por
m, porque yo sufrir por l.
Felicidad dio a luz una hija, que fue adoptada por una hermana, es decir, por una cristiana.
Despus de esto, la alegra fue plena. Un buen humor intrpido es la caracterstica de
aquellos mrtires. Perpetua no deja caer un solo instante la sonrisa de sus labios. En vida
dice ellasiempre he estado alegre; an lo estar ms en el otro mundo. Estos condenados
sublimes saben rer, saben buscar la palabra finamente irnica, saben mirar frente a frente a
sus verdugos, hacindoles bajar los ojos. Un da en que los carceleros se mostraban ms
duros que de costumbre. Perpetua se enfrent con el tribuno y le dijo:
Cmo rehusas tan legtimas satisfacciones a unos tan nobles condenados, que pertenecen
al Csar y deben combatir el da de su fiesta? No es tu gloria presentarlos al pblico sanos y
contentos?
Al or estas palabras, el tribuno se turb, enrojeci, y en adelante fue mucho ms benigno.
La vspera del combate era costumbre dar a los gladiadores el consuelo supremo de una
orga; pero los mrtires solan convertir aquella fiesta en un gape. Saban tambin reprimir
la curiosidad indiscreta de los espectadores que rodeaban su mesa.
Es que no os basta la jornada de maanales dijo Saturo, para que vengis a
contemplar desde ahora a los que odiis? Amigos de hoy, enemigos de maana, mirad bien
nuestros semblantes, a fin de que nos reconozcis en el da del Juicio.
Estas palabras generosas convirtieron a muchos; los dems fueron desfilando avergonzados.
Al da siguiente entraron en el anfiteatro. Iban alegres, el rostro baado de una hermosura
celeste, bajo la emocin de la alegra, no del temor. Las dos mujeres seguan a sus
compaeros. Perpetua, serena, avanzaba con la gravedad de una matrona, velando con sus
prpados, suavemente inclinados, el brillo de su mirada; Felicidad, ms dbil, tena la palidez
de la mujer que acaba de dar a luz. A la puerta quisieron vestir a los hombres el traje de los
sacerdotes de Saturno; a las mujeres, el de las sacerdotisas de Ceres. Todos se opusieron.
Hemos venido aqudecanpor nuestro propio gusto, por no renunciar a nuestra libertad.
Esta es la causa por la cual entregamos nuestras vidas; este es el pacto que hemos hecho
con vosotros.
Se hizo justicia a esta reclamacin altiva. Inmediatamente fueron presentados a la multitud.
Revocato, Saturnino y Saturo amenazaban a los espectadores con la venganza divina.
Perpetua cantaba.
Al llegar ante Hilariano, le dijeron:
T nos juzgas a nosotros, pero Dios te juzgar a ti.
El pueblo, irritado, pidi que se les hiciese pasar ante los bestiarios, armados de ltigos. Ellos
aceptaron la flagelacin, acordndose de Cristo. Soltaron las bestias. Revocato y Saturnino
fueron destrozados por un oso. En cambio, pareca que los animales tuviesen miedo de
acercarse a Saturo. Un jabal lanzado contra l hiri mortalmente al guarda; un oso se neg
tenazmente a salir de la fosa. Entre tanto, el mrtir hablaba tranquilamente con un soldado
de la curia, que en la prisin se haba mostrado muy humano con los mrtires y estaba casi
convertido.
Ya lo vesle deca; como te lo anunci antes, las fieras no se atreven a acercarse a m.
Pero apresrate a creer en el Cristo, porque van a soltar un leopardo y se me matar de
una dentellada.
Poco despus lleg el animal, dejando al mrtir baado en su sangre. Bien lavado est, bien
lavado, gritaba el pblico, aludiendo al bautismo. El moribundo pudo an decir a su amigo:
Adis, acurdate de m; que no te turbe este espectculo, sino que te confirme.
Pidile un anillo, y se lo devolvi empapado en su sangre. Acto seguido apareci el
espoliario, encargado de dar el golpe de gracia.
Entre tanto, haba empezado el suplicio de las
dos mujeres. Habaselas expuesto a una vaca
furiosa,
despojadas
de
sus
vestidos
de
su
compaera,
cuyos
senos
doble altivez, recibir a la muerte con los cabellos desparramados, como una mujer en duelo,
recogilos con donaire, y con un broche los sujet en la frente. As adornada, se levant, y
viendo no lejos de ella a Felicidad tendida en el suelo, dile la mano y la levant. Conmovido
por este espectculo, clam el pueblo que no quera ser testigo de su muerte; y, en
consecuencia, las dos mrtires salieron del anfiteatro por la puerta de los vivos.
Al otro lado se encontr Perpetua un catecmeno, llamado Rstico, que segua con
admiracin todos estos incidentes.
Pero, cundo nos exponen a esa vaca? pregunt la herona, que en el xtasis de su
felicidad haba perdido la nocin de cuanto acababa de suceder.
Sus heridas la volvieron a la realidad, y con sus heridas las palabras de los cristianos que se
iban juntando a Rstico.
Permaneced firmes en la feles deca ella; amaos los unos a los otros; no os
escandalicis de nuestros sufrimientos.
La compasin del pblico haba sido una rfaga pasajera. Arrepentido de su flaqueza,
empez a gritar que quera ver morir a las dos mujeres. Introdujronlas de nuevo en el
anfiteatro. Dironse el beso de la paz y aguardaron el golpe tranquilamente. Ante Perpetua
presentse un gladiador novicio, que temblaba de inexperiencia o de emocin. El primer
golpe, mal dirigido, vino a dar en el hombro. Perpetua no puro contener un grito. Despus,
cogiendo la mano del verdugo, puso ella misma la punta del cuchillo sobre su garganta.
Las actas que nos cuentan este precioso martirio y que tienen, en parte, todo el encanto de
una autobiografa, son uno de los documentos ms puros y ms hermosos de la antigedad
cristiana.
admiracin
de
los
transentes,
segua
exhalando
su
angustioso
grito:
criminal. Y diciendo esto, se acercaba a sus perseguidores y les haca besar una cruz que
llevaba.
Las cosas del portugus empezaron a alarmar a las autoridades. Considresele como un loco,
le prendieron y le encerraron en el manicomio. Sensible en grado sumo, Juan no pudo
soportar el ambiente de dureza que all reinaba. El loquero de aquel tiempo no vea en el loco
ms que un probable criminal, a quien era preciso tratar con desconfianza y con rigor; en la
teora y en la prctica, estaba en vigor el principio inhumano de que el loco con la pena es
cuerdo. Ante los golpes de la verga, ante los alaridos de las victimas, conmovise el corazn
del nuevo recluso. Crueles, perversos, verdugosgritaba a los vigilantes; tened piedad
de esos desgraciados, que son inocentes! Y queris que esta casa se llame un
establecimiento de caridad? Como era natural, los azotes llovan entonces sobre l; pero l
no protestaba, sino que deca a sus atormentadores: Castigad, castigad esta carne, que
tiene la culpa de todo.
Entre tanto, todo esto lleg a odos del maestro Juan de Avila, que era tal vez el nico capaz
de comprender aquella divina locura. Juan de Avila despert en Juan Ciudad los ecos
dormidos de la voz divina, vio los ricos caudales que el Seor haba puesto en aquella alma
privilegiada, la enfren contra posibles extravos, y encamin aquella sensibilidad exquisita,
aquella actividad siempre inquieta y anhelosa de cosas grandes, aquel instinto sublime de
compasin y de caridad, hacia una obra permanente y eficaz, de un valor positivo y social,
de un sentido profundamente cristiano. Ha nacido la idea de un hospital, que va a ser la cuna
de una Orden nueva, entregada a todos los herosmos de la caridad: la Orden de los
Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios. El pastor, el soldado, el albail, el buhonero, el
hombre a quien se acusa de inventar cada maana un nuevo oficio, ha encontrado
finalmente su camino. Ya no vuelve a dudar. An se encamina a Guadalupe en una
peregrinacin rica de prodigios y de aventuras pintorescas, pero es para poner su obra bajo
la proteccin de la Virgen. A la vuelta, entra en Granada con una carga de lea sobre los
hombros, para ganarse unos maraveds, y pocos das despus, en el mes de noviembre de
1537, compra una casa para recibir a sus hermanos los pobres y los enfermos.
El hombre de temperamento exaltado, imaginativo y soberanamente excitable, se convierte
ahora en un creador, en un organizador, en un precursor de todos los mtodos de la
beneficencia moderna, sin despojarles del alma de la caridad. Desde los primeros das tiene
ya cincuenta camas con sus mantas, esteras, almohadas, y a la cabecera una cruz de palo.
Imitando a Cristo, Juan empieza por sanar el alma. Ha mucho tiempo que os
confesasteis?, pregunta a los que imploran su socorro. Pero admite a todos, y a todos los
cuida con el mismo amor. Los limpia, los cura, los consuela, les da de comer. Con su
presencia, la morada del dolor se convierte en mansin de la alegra. Todo es limpieza, orden
y paz en ella. Diariamente, despus de anochecer, sale a recorrer la ciudad, mendigando
para las necesidades del da siguiente. Va lentamente, llevando un gran cesto de mimbre
sobre la espalda, y a los lados, sujetas con una cuerda, dos ollas grandes de cobre. De
cuando en cuando se detiene y grita con voz poderosa: Hermanos, haced bien para
vosotros.
Como antes los golpes, llueven ahora las limosnas; el que antes no tena un escudo, los
maneja ahora por miles; y los que se haban redo del loco, quedan pasmados de su alta
sabidura, le admiran, le veneran, y en Bibarrambla y el Albaicn no se habla ms que de
aquel extranjero prodigioso. Las gentes del pueblo se arrodillaban delante de l, los palacios
se abran a su voz, los aristcratas se honraban llenando su canastillo; los mismos
bienaventurados queran asociarse a su obra de humanidad cristiana. Recordemos el cuadro
famoso de Murillo: el santo vuelve a su casa con el cesto lleno; en el camino, tendido junto a
una esquina, encuentra a un mendigo enfermo y ulceroso. Con gran dificultad le sube a su
espalda, y, renqueando, se dirige hacia el hospital. De repente, un desconocido le sale al
encuentro, le coge del brazo, le sostiene y le gua. Es el arcngel San Rafael.
El maestro Avila le ayuda tambin con sus consejos. Juan Ciudad, espritu generoso, con
todos los mpetus de un volcn, necesitaba una direccin que enfrenase y encauzase sus
dobles impulsos. As se lo deca aquel finsimo conocedor de hombres. Hermano mole
escriba, tomad el ajeno consejo; que si permanecis obediente, no seris engaado por el
enemigo. Un gran santo ha dicho que aquel que se escucha a s mismo no tiene necesidad
del demonio que le tiente. Yo os ruego, pues, que continuis en obediencia por el amor de
Dios. Cuando estos hombres maravillosamente dotados son suficientemente humildes para
desconfiar hasta de sus ms excelsas inspiraciones, entonces es cuando dejan las obras que
no mueren. Esto explica la fecundidad de la obra de Juan. Su persona, sus pobres, su
hospital, todo cuanto iba creando, lo puso desde el principio en manos del arzobispo, y el
arzobispo le dio su proteccin, su bendicin y su apoyo; le dio su nuevo nombre y su gloria
de fundador.
Constantemente vea el prelado a su protegido con
vestidos distintos, cada vez ms roto y destrozado.
Indag la causa, y lleg a saber que el bendito
hermano Juan no poda tener dos das seguidos el
mismo ferreruelo, las mismas calzas ni la misma
camisa, porque en cuanto vea a un pobre peor
vestido que l, sent el anhelo irresistible de trocar
las prendas menos malas por los harapos. Bueno
le dijo un da el arzobispo, desde ahora eso ha
terminado; vas a tener un hbito bendito por mi
mano, que te has de guardar muy bien de enajenar.
E inmediatamente le visti una tnica parda, le puso
encima un escapulario pardo y le dio el nuevo nombre de Juan de Dios. As naci la nueva
Orden, consagrada al cuidado de los enfermos y los locos. Sus primeros compaeros los
encontr el fundador entre la gente ms desgarrada: caballeros de pendencia diaria,
jugadores empedernidos, carne de presidio y de burdel. En el burdel encontr Juan de Dios
almas generosas que le hacan llorar de alegra. Tena el secreto de despertar en los
corazones ms podridos los instintos de la virtud y el herosmo.
La obra creca, se aumentaban los pobres, y los gastos se hacan cada vez mayores. Haba
deudas. La locura del amor no suele entender mucho de prudencias administrativas, pero
tiene sobre ellas una gran ventaja: es que nunca termina mal. Juan de Dios sali a colectar
por Andaluca, lleg a Toledo y a Valladolid, donde entonces estaba la corte. Los magnates se
empearon en presentarle al prncipe don Felipe. Al llegar a su presencia, cay de rodillas,
pronunciando estas palabras;
Seor, a todos los hombres acostumbro yo llamarlos hermanos; pero a vos, que sois mi rey
y seor natural, no s cmo llamaros.
Llamadme como queris, hermanorespondi don Felipe.
Y animado por su agradable acogida, le dijo Juan de Dios estas palabras:
Pues yo os llamar buen prncipe, y buen principio os d Dios en el reinar, y buen fin para
que os salvis.
Tal fue la entrevista con el ms grande de los reyes.
Poco despus de esta excursin a travs de Castilla, Juan se sinti enfermo. Ya en cama, le
dijeron que una avenida del Genil haba dejado cerca del hospital una gran cantidad de
madera. Levantse a recogerla para sus pobres. Mientras estaba en la tarea, un joven fue
arrastrado por la corriente; arrojse tras l para salvarle, y este esfuerzo agot sus energas.
Todava se levant otra vez para salvar el alma de un tejedor desesperado que se empeaba
en cortar el hilo de su vida. Por junto a su lecho pasaban sin cesar las gentes de Granada,
desde el virrey y el arzobispo hasta los gitanos y los moriscos del Monte Sacro y el Albaicn;
pasaban tambin, dejando huellas de luz, los habitantes del Cielo. Intrpido hasta el fin,
quiso recibir dignamente la visita de la muerte: levantse del lecho, se visti, y tomando el
crucifijo en las manos, qued arrebatado en oracin exttica. Estaba solo con su Dios.
Cuando una hora despus fueron a verle sus compaeros, le hallaron en esa actitud: de
rodillas, el crucifijo entre las manos y los ojos clavados en el Cielo; pero eran ya los ojos de
un muerto, de un muerto que goza de la verdadera vida.
As dej de latir aquel gran corazn; as dej la tierra uno de los hombres que ms
trabajaron por arrancar sus espinas.
La visin de San Francisca Romana (Nicolas Poussin, 1654 - 1660, Museo de Louvre, Pars - Francia)
A los doce aos era ya una criatura extraordinaria. Despus, lo maravilloso rodea su vida.
Era la santa, segn decan los romanos. Qu asombro causaba ver a aquella mujer
nobilsima, sin rival en Roma por sus riquezas y el esplendor de su casa, vestida con sencilla
tnica de lana, sin acordarse del oro, de las sedas, de los adornos y joyas que su marido,
Lorenzo de Ponciani, haba reunido para ella en cantidad fabulosa! Un da las gentes la
vieron, estupefactas, guiando por las avenidas del Foro, donde sus antepasados haban
arrastrado brocados y prpuras, un asnillo cargado con un haz de lea y un fardo de ropas.
No falt quien la crey loca, ni tampoco quien juzgase estos actos hijos de un espritu
avaricioso y mezquino. Iba en busca de los desgraciados, a las buhardillas srdidas, donde
los enfermos aguardaban la luz de su sonrisa; a los zaquizams, donde se amontonaban los
nios de caras plidas y hambrientas.
Esta era toda su ambicin: mitigar el dolor, aliviar
la pobreza. Y es que ella saba lo que era sufrir. El
rey de Npoles haba tomado a Roma. Su casa fue
saqueada, sus bienes confiscados, desterrado su
marido, y su hijo llevado en rehenes. Mientras
tanto, ella alababa a Dios, y Dios se lo devolvi
todo mejorado, como al patriarca de Hus. As, el
matrimonio iba puliendo aquella alma. Santa
Francisca haba hecho propsito de no casarse;
pero su confesor aconsejla que no se resistiese a
las instancias de sus padres. Se cas, y todo en
su vida vino a probar que haba hecho bien. Ama de casa, supo poner en ella una seriedad
cristiana y una serena alegra. A sus domsticas llambalas hermanas, y como a hermanas
las trataba. La maternidad fue para ella una grande alegra, y no dud consagrarle los ms
profundos afectos de su alma. Cri a sus hijos con su propia leche, enseles el temor de
Dios, y ellos fueron dignos de tal madre. La temprana muerte de su hijo Evangelista fue uno
de los grandes goces de su vida. Fue una muerte extraordinaria: Veodeca el jovena
San Antonio y San Onofre, que vienen a buscarme para conducirme al Cielo.
Una vez Evangelista vino a verla en su oratorio, y le dijo: Dentro de poco mi hermana Ins
vendr a reunirse conmigo. Todos te dejamos; pero aqu tienes a mi compaero; que de
ahora en adelante ser el tuyo: es un arcngel que el Seor te enva, y que ya no te
abandonar. Desde aquel momento. Francisca pudo leer y trabajar de da y de noche,
porque el arcngel era para ella una luz visible, que tan pronto apareca a su derecha como a
su izquierda. Un da, un sacerdote que la criticaba de exagerada e indiscreta, dile a
comulgar una hostia no consagrada. Conocilo ella, quejse, y el sacerdote confes su falta.
Una de las ventajas que le trajo el matrimonio fue el llegar a conocer a una hermana de su
marido, llamada Vannoza. Vannoza se hizo su cooperadora, su amiga, su confidente. Juntas
iban de puerta en puerta a pedir para los pobres, juntas hacan sus oraciones dentro de casa,
y juntas se las vea fuera de ella. En su vida exterior se separaban muy poco; en su vida
interior, nunca. Como divina que era, esta intimidad recibi una sancin divina. Un da, las
dos mujeres, a la sombra de un rbol del jardn, hablaban del modo de santificar sus vidas
en ejercicios para los cuales necesitaban licencia de sus maridos. Era en tiempo de
primavera, y, sin embargo, el rbol que las cobijaba, en vez de echar flores, dio frutos:
hermosas peras maduras cayeron a los pies de las dos mujeres, que las llevaron a sus
maridos para confirmarles en el propsito de no poner obstculo a sus piadosos proyectos.
Pero Francisca vea que en Roma haba otras damas de rancio linaje muy distintas de su
amiga Vannoza. El pesar le morda el corazn al verlas entregadas a las frivolidades y
ligerezas de la Roma corrompida, en que alboreaba el Renacimiento. En sus xtasis
frecuentes, largos, a veces de dos o tres das, no cesaba de pedir a Dios le indicase un medio
de salvar la flor de la pureza en aquellas mujeres, semejantes a las moscas incautas que
caen en la tela tejida por la araa. Y al dejar los coloquios divinos, del fondo de su alma
brotaba una voz que le deca: Ve, trabaja, renelas, infndelas tu espritu, el espritu de
Benito el patriarca, espritu de paz, de oracin y de trabajo. As naci la Congregacin de
las Oblatas de San Benito. El primer monasterio, en Torr de Spechi, se ve todava en Roma,
decorado con todos los encantos del primitivo arte italiano, ennoblecido an por la virtud de
las hijas de la santa fundadora.
Francisca no entr en un principio, porque todava la ataban al mundo los lazos del
matrimonio; pero cuando estos se rompieron, presentse en Torr de Spechi vestida con un
hbito de penitencia, y de rodillas, delante de todas aquellas mujeres, transformadas por su
caridad, les suplic que, aunque pecadora, tuviesen a bien admitirla en su compaa. Ellas la
abrazaron, y llenas de gozo la recibieron como hijas a su madre. Ella daba el ejemplo en
este
mundo
vio
el
otro
con
una
esfera inmensa, la altura del amor, la caridad inestimable. Por mi obediencia, fundada en la
humildad, he redimido al gnero humano.
SAN PATRICIO
Obispo
(387-465)
Memoria libre
Patrono de Irlanda
17 de marzo
El pueblo donde naci lleva su nombre todava. Se llama Kilpatrick y est cerca de
Dumbarton, en Escocia. En su hogar se hablaba el latn, pero entraba en la adolescencia
cuando unos piratas llegaron a su tierra, le robaron y le vendieron en Irlanda. En Irlanda
aprendi el celta, que ser su lengua de apstol. All tambin aprendi todos los horrores de
la esclavitud: el hambre, el fro, la desnudez y los malos tratamientos. Su amo; sacerdote de
los dolos, druida poderoso, le encarg el cuidado de sus ovejas; y hasta los veinte aos
Patricio fue pastor. En su Confesin nos dice que, mientras llevaba su ganado por los valles y
colinas, le sostena el pensamiento de Dios, y su temoraadese aumentaba en m, y la
fe creca dentro de mi alma, y el espritu se levantaba, de suerte que de sol a sol yo deca
ms de cien oraciones, y otras tantas durante la noche; cuando clareaba la aurora, sin que
me lo impidiesen la nieve o la lluvia, porque el espritu herva entonces dentro de m.
Una noche dej el rebao, se alej del druida, y
despus
de
andar
doscientas
millas,
lleg
todos le creen muerto, predica la fe, y los pueblos se postran ante el hombre invulnerable.
Sin embargo, hay algunos ms incrdulos, que le dicen:
Nos anuncias grandes goces y grandes castigos para el otro mundo, y nosotros queremos
ver algo de eso desde ahora, si hemos de dar crdito a tus palabras.
Muy bienrespondi el misionero. Y llevando a sus catecmenos hasta la boca de una
caverna, les deja en el borde de la sima y se pone en oracin. Al poco tiempo, del abismo
salan aullidos, lamentos, llamaradas, humo espeso y olor de azufre. Esto es lo que se ha
llamado el purgatorio de San Patricio.
Nos hallamos en el mundo mgico de la hagiografa irlandesa. La leyenda se junta a la
historia; la aureola la embellece. Un relato dice que cuando el misionero llegaba a la isla, los
demonios, en forma de buitres, formaron un crculo en torno para impedirle la entrada; pero
l levant la mano, toc la esquila que llevaba al cinto y las alimaas huyeron despavoridas.
Nada ms lleno de poesa que su encuentro con la casta hereditaria y sacerdotal de los
bardos. l, que es un bardo cristiano, que siente todos los sueos y saudades de aquella
raza, va a cristianizar el alma irlandesa. Sus discpulos ms fieles van a ser los cantores de
los antiguos hroes. Un da, al entrar en un castillo, se encuentra con un viejo venerable,
sobre cuyos cabellos blancos verdeaban las hojas de la encina.
T quieres oscurecer las glorias de nuestra tierrale dice el desconocido.
Yo vengo a traeros otra gloria mejorresponde el apstol.
Ser buena la gloria que t predicas, pero mis hroes son buenos tambin. Si tu Dios
estuviese en el infierno, mis hroes le sacaran de all.
As deca Ossin, el Hornero de Hibernia; hablaba sollozando y humedeciendo el arpa con sus
lgrimas. Amaba ya a Cristo, pero no tena valor para renunciar a lo que haba cantado toda
su vida.
Canta, poetale dijo el apstol, conmovido por aquella actitud, repite las historias de
Finn y de Sigur, pero adora al Verbo, que les dio el amor de la justicia y de la gloria.
La verdad triunfante haba trado la reconciliacin entre la
poesa y la fe. En adelante, la poesa cltica encontrar una
sombra hospitalaria junto a las iglesias, y los futuros bardos
sern los convertidos de Patricio, los alumnos de sus escuelas,
los monjes de sus monasterios.
Acogedor con los poetas, Patricio era inflexible con los tiranos.
Un jefe de clan escocs lleg un da con sus naves a las costas
irlandesas,
pudo, se
llev
clticas como un siglo antes en la costa de frica. Patricio, que haba sido esclavo, que
conoca la historia de Brgida, la bella virgen hija de un bardo, a quien l haba dado a
conocer la libertad de Cristo, protest enrgicamente. He aqu el principio de la epstola que
escribi a los piratas: Patricio, ignorante pecador, pero coronado obispo de Hibernia y
refugiado entre naciones brbaras por el amor de Dios, al tirano Cortico y sus soldados, a
los compatriotas del diablo, a los apstatas de Bretaa, que viven en la muerte y vienen a
engordar con la sangre de los cristianos inocentes, que yo he engendrado a mi Dios.
Predice luego el fin desastroso de aquellos malhechores, y aade: La divina misericordia,
que yo amo, no me obliga, por ventura, a obrar as para defender a aquellos mismos que
me hicieron a m cautivo y mataron a los siervos y las siervas de mi padre? Y en presencia
de Jess os lo digo, lo que acabo de profetizaros se cumplir hasta la ltima tilde. Cortico
se ri de estas amenazas, pero a las pocas semanas mora de un acceso de locura. La vida y
la muerte, la tierra y el infierno, parecan ahora esclavos del prodigioso misionero.
El siglo IV es una poca de luchas teolgicas, las ms agitadas, las ms encarnizadas que
han existido en la Iglesia. Los grandes doctores discuten, argumentan, satirizan, manejan la
pluma como una maza, lanzan opsculos en infolios, que son bombas. Pero en medio de los
polemistas y los luchadores aparece un hombre que, sin apartarse un punto de la ortodoxia,
se esfuerza por mantenerse alejado del campo de batalla; en medio de aquella literatura
militante y tumultuosa brilla un libro de aire reposado, de sencillo acento, tono ntimo y
emocionante, en cuyas pginas encuentra un sedante el espritu fatigado por el ruido de las
controversias. Son las Catequesis de San Cirilo de Jerusaln.
Origen desconocido, juventud escondida en el silencio de la vida monstica, vida enamorada
de la paz y lanzada por las circunstancias a todos los tumultos de la lucha. Obispo en 348, se
ocupa en instruir a su pueblo, en atraer con su mansedumbre a los herejes, en acudir al
socorro de los necesitados. Con motivo de un hambre general, no teme deshacerse de los
tesoros de la iglesia. Las luchas fratricidas entre obispos se presentan a sus ojos como un
peligro de escndalo para los dbiles; se llena de tristeza al ver las divisiones que desgarran
a la Iglesia, y quiere ser neutral; pero siempre reprobando los dos errores extremos, el
arrianismo y el sabelianismo. Comulga con los eusebianos y con los intrpretes puros de
Nicea, tal vez sin darse cuenta del alcance de la cuestin que se debata entre ellos. Pero los
arranos le odian, porque han visto en l un enemigo. Es acusado, depuesto, expulsado de la
ciudad santa. Tres veces le lanzan al destierro, y la ltima de ellas se ve obligado a andar
errante por las ciudades de Asia y por las lauras cenobticas durante once aos (367-378).
Pero asiste al triunfo definitivo de sus ideas, toma parte en el concilio ecumnico de
Constantinopla (382) y se extingue poco despus, alegre de ver que va renaciendo la
concordia en los espritus. La Iglesia le honra como el prncipe de los catequistas. La
catequesis en su tiempo era la enseanza oral que preparaba a los catecmenos a la
recepcin del bautismo. En este gnero sencillo y popular, San Cirilo nos dej verdaderas
obras maestras. Todas ellas datan del primer ao de su episcopado. No las escribi l mismo;
las predic, y los estengrafos las recogieron. Su palabra tiene las cualidades y los defectos
del estilo hablado e improvisado: es prctica, viva, apremiante, cordial y, a veces, pattica.
Las digresiones y los parntesis la entorpecen de cuando en cuando; pero siempre se ve el
espritu claro, metdico y preciso. Desde la introduccin, Cirilo habla del pecado y la
penitencia; en la tercera instruccin empieza a tratar del bautismo; consagra doce a explicar
las sentencias del Smbolo, y en las cinco ltimas da una cabal inteligencia de los ritos y
ceremonias del Bautismo, de la Confirmacin y de la Eucarista. Son las catequesis
mistaggicas, en las cuales su lenguaje se reviste de una gracia ms suave, de una ms
tranquila y afectuosa cordialidad.
Hay una circunstancia que aade nuevo inters a esta
obra famosa, y es que San Cirilo escribe antes de la
aparicin de los grandes doctores y en medio de las
discusiones ms ruidosas. No obstante, el fondo de su
doctrina es de una ortodoxia irreprochable. Hablando de
la Trinidad, expone as sus creencias acerca de este
misterio, que era el motivo de tantas divisiones: Nuestra
esperanza est en el Padre, en el Hijo y en el Espritu
Santo.
No
predicamos
tres
Dioses.
Callen
los
palabras
son
una
alusin
evidente
los
SAN JOS
Esposo de la Santsima Virgen Mara
San Jos es el hombre del silencio; es la oscuridad, es la noche. Pero tambin la noche tiene
su belleza, una belleza solemne, que recoge nuestro espritu y le aquieta y le levanta y le
mece en el reposo y abre para l los horizontes infinitos del trasmundo. Esto mismo nos
acontece con esta figura sagrada de la hagiografa evanglica, con este hombre admirable
envuelto en la densidad de las sombras. De otros hombres que el mundo llama grandes, la
Historia ha recogido el recuerdo, los hechos, las palabras, el retrato, los triunfos y los
fracasos. De San Jos slo se nos dice esta frase: Era un hombre justo. El elogio es
esplndido; pero aun as, el elogio contina en la sombra. Para el mundo, su vida es una
verdadera noche; oscura, ciertamente, pero a la vez profunda, majestuosa e impresionante.
Su grandeza nos conmueve, nos cautiva, nos abruma, y llega un momento en que esta
figura se nos presenta con una gracia, con un encanto, que no tienen las grandes figuras
histricas. La primera aparicin, la fisonoma grave, dulce y tranquila del principio, empieza a
revelarnos tesoros de luz; vrnosla rodeada de una aureola divina, de una influencia celeste,
y un mundo nuevo aparece a nuestras miradas. Este hombre del silencio es un hombre
aparte, aun en medio de los bienaventurados. l solo forma un mundo en el inmenso sistema
de mundos que forma la sociedad de los elegidos. Si alguna cosa puede darnos una idea de
su alma, sera el ocano, donde no se ven las riberas, o firmamento, que no las tiene.
A pesar de todo, la oscuridad fu el destino de su vida, una oscuridad fecunda en tesoros de
humildad, de abnegacin, de sacrificio; es decir, en tesoros de generosidad, de amor y de
santidad. Era de estirpe real, descenda del ms famoso, del ms popular de los hroes de
Israel, y, sin embargo, nadie sabe de l; vive lejos de la tierra que es la cuna de sus
mayores, en una ciudad pequea y tan desacreditada, que se deca con burla: De Nazaret
puede salir alguna cosa buena? Y all no es ms que un pobre carpintero; un carpintero
demasiado honrado, para no tener algn prestigio entre sus convecinos; demasiado
inofensivo, caritativo y servicial, para no tener algunos amigos. Siempre trabajando mucho
para ganar poco, para vivir, no en la miseria, pero s en la estrechez. No regatea con los que
vienen a encargarle una mesa, una silla, una ventana; no amenaza ni persigue a los
deudores, siempre remolones; no es un hombre hbil para los negocios de la tierra. Todo lo
contrario, confa demasiado en la probidad, en la buena fe de los dems, y muchas veces es
vctima de la malicia y del engao. Con tal de ganar lo suficiente para que Jess y Mara no
sufran, est contento. No es posible imaginarle escondiendo los siclos y las dracmas debajo
de un ladrillo, aunque, como buen padre de familia, sabe pensar en el da de maana. Por lo
dems, no es nada en aquella villa de Nazaret, que era tan poca cosa. Ni tiene autoridad
entre el vecindario, ni se distingue por sus conocimientos; a lo ms, como es bueno y
discreto, las gentes vienen a pedirle un consejo una palabra de apoyo en sus tristezas.
Pero esta oscuridad, si es que piensa en ella, es su mayor alegra, una fuente de goce para
su espritu, el reposo de su alma, enamorada del silencio.
Para un corazn puro y magnnimo como el de Jos, no
deba de ser muy difcil olvidar una ascendencia real.
Mayor gloria era la que Dios le haba dado al hacerle el
esposo de la Virgen Mara. Esto era ms que ser un rey,
ms que ser un profeta, ms que ser un arcngel. Bien
saba Jos que Mara era la criatura ms perfecta de
Dios, la obra maestra en que haba reunido todas las
maravillas dispersas en la creacin, el santuario del Dios
vivo entre los hombres, el ocano lmpido y tranquilo de
donde sale el ro destinado a inundar de alegra a toda la
ciudad de Dios; el horizonte luminoso en que el cielo y la
tierra se juntan, se abrazan, se penetran; la hija de las
complacencias del Padre, el paraso del Espritu Santo, la Madre virgen del Verbo hecho
carne. Y Jos es el esposo de Mara, esposo virgen como ella, el ms puro que hubo jams;
pero esposo verdadero, con derecho a un amor sin igual, a una santa e inefable ternura, a
una intimidad que ningn otro ser poda reclamar y que era para l una gloria celeste, una
felicidad soberana.
Pero esta misma dignidad es un nuevo motivo de ocultamiento; una grandeza que acenta
ms y ms las sombras que eran la condicin de su destino terrestre, esposo de Mara, unido
providencialmente a una estrella ms brillante que l, reconoce humildemente su
inferioridad, cumple suavemente, dcilmente, con un espritu de adoracin y de respeto, su
misin de asistir, de guardar, de proteger a la ms amante de las Esposas; comprende que
debe ser el velo discreto, abnegado, desinteresado de un Esposo divino e invisible. El
Espritu Santo vendr sobre tihaba dicho el ngel a Mara, y la virtud del Altsimo te
envolver con su sombra.
All estaba Jos para cubrir aquella venida del Espritu y su operacin maravillosa, para
ocultar el misterio a los ojos profanos, para salvar el honor inviolable de Mara; all estaba
Jos, lleno de humildad, de abnegacin, de reserva y de fidelidad. Mara era el lirio cuyo
perfume iba a respirar el mundo entero. Que ese lirio sea admirado, amado, bendecido,
enaltecido, aunque nadie se acuerde del suelo en que crece ni de la atmsfera que respira.
As pensaba Jos, as cumpla el ministerio sublime que Dios le haba confiado.
Pero an hay en l una gloria ms alta, que corresponde a una humildad ms profunda.
Adems de esposo de Mara, Jos es el padre legal de Jess, verdadero Hijo de Dios y
verdadero Hijo de aquella mujer que es su esposa. Es, por tanto, el sacramento del Padre, su
imagen, su sombra, su vicario. El Verbo eterno, el Hijo consustancial del Padre, est sujeto a
su voz. Es, por decirlo as, dios del mismo Dios, dios creado, visible y domstico. Ni un
instante puede olvidar el carpintero quin es aquel Nio a quien l educa, vigila, manda,
cumplir
la
voluntad
divina
que
le
ha
encomendado
aquella
legacin
incomprensible para con el que es su Seor y su Creador. Obedece, pero su alma est
abrumada, confundida, muda de espanto. Es el abismo del renunciamiento y de la humildad,
formado para recibir el ocano infinito de la paternidad divina; hasta tal punto, que Jos ya
no tiene vida propia, ni voluntad propia; habla y obra en el nombre del Padre, como el Padre
y por el Padre; es una sombra, la sombra del Padre, la aparicin del Padre increado y eterno.
Su vida ha desaparecido, se ha perdido en el Padre. Con lo ms alto de su ser habita aquella
luz inaccesible en que el Padre tiene su morada. De nadie como de l se ha podido decir que
su vida est escondida en Dios. Por eso se le ha podido llamar el ms oculto de los santos,
aquel cuya santidad es la ms profunda y la ms difcil de distinguir, porque vive entre las
nubes y las sombras que rodean la fuente increada de la divinidad.
Ms de una vez, cuando aserraba sus maderas, cuando Mara, vindole cansado, le
presentaba un vaso de agua para confortarle, cuando vea al Nio Jess trabajando a sus
rdenes, considerando, meditando acerca de esta situacin inaudita, debi Jos sentirse
movido a salir por las calles para revelar su secreto a los hombres. Pero tuvo la fortaleza de
callar, y su secreto se march con l al sepulcro. Todava, muchos aos ms tarde, viendo la
sabidura del profeta de Nazaret, se preguntaba la gente: Acaso no es ste el hijo del
carpintero? Pero los siglos, exploradores de la palabra divina, han ahondado en el sagrado
silencio donde habita el venerable patriarca, han sacado a luz las cosas encubiertas, han
revelado la grandeza maravillosa de San Jos. Como ante el misterio, los hombres han
quedado sobrecogidos al contemplar la figura a la vez dulce y majestuosa de aquel que fu
digno de custodiar los ms ricos tesoros de los cielos y de la tierra, que fue llamado padre de
Jess y esposo de Mara, que tuvo la dicha inefable de vivir en un taller adonde se haba
trasladado toda la gloria del paraso; que, feliz entre todos los hombres, muri en brazos de
la Madre de Dios y Dios mismo cerr sus ojos.
Jams hombre alguno podr penetrar todas las grandezas del santo Patriarca. Se necesitara
una inteligencia capaz de abarcar toda la extensin del misterio con el cual tiene una ntima
relacin como instrumento necesario. No sin motivo quiso Dios anunciarle y figurarle en uno
de los personajes ms amables y ms augustos del Antiguo Testamento. San Bernardo ha
expresado con su elocuencia acostumbrada este maravilloso paralelismo: El primer Jos,
vendido por sus hermanos, tipo en esto del Redentor, fu conducido a Egipto; el segundo,
huyendo de la perfidia de Herodes, se refugi con el Redentor en la tierra de los faraones. El
primer Jos, guardando la fe a su seor, conserv la inocencia frente a las solicitaciones de la
esposa infiel; el segundo, modelo tambin de castidad, fu el amparo de su Seora, la Madre
de su Seor, y el testigo de su virginidad. Al primero le fu dada la inteligencia de los
secretos revelados en los sueos; el segundo recibi la confidencia de los ms altos misterios
celestiales. El primero conserv las cosechas de trigo, no para s, sino para todo el pueblo; el
segundo recibi bajo su custodia el Pan y Vino descendidos del Cielo, para s mismo y para
todo el mundo.
ense las costumbres que l haba visto entre los anacoretas del Oriente, les hizo aprender
el latn y el griego, les instruy en la gramtica y la retrica, les introdujo en los secretos de
la teologa; y as naci la abada de San Martn de Dumio, centro de influencia religiosa y
fuente de vida cultural. En la fachada de la baslica se lean estos versos, que Martn de
Dumio dedic al de Tours, su compatriota: Admirado de tus prodigios, el suevo ha conocido
el verdadero camino, y para sublimar tus mritos, ha levantado estos atrios donde t
repartes tus gracias y l derrama sus ruegos.
En el concilio de Braga de 561 Martn se firmaba va obispo del monasterio dumiense. El valor
excepcional del extranjero haba atrado las miradas de la corte; el rey le haba honrado con
su confianza, haba dado el ttulo episcopal a la abada recin fundada, y le haba
encomendado la conversin de los magnates y del pueblo. Nombrado arzobispo de la capital
y metropolitano de Galicia, multiplica los esfuerzos para restaurar las ruinas causadas por la
hereja, rene concilios, establece un cdigo cannico bien preciso, en que se condensa lo
mejor de la legislacin eclesistica en Oriente y Occidente, y por medio del clero lleva su
accin bienhechora hasta lo ntimo de los hogares. Tan fecunda es su obra, que su
contemporneo Gregorio de Tours, en cuya historia tiene ya la figura de Martn algo de
legendaria, se declara incapaz de contar sus virtudes y maravillas. A donde no llega su
palabra, llega su pluma. Para sus monjes escribe una coleccin de Sentencias de los Padres
del desierto, resumen de la sabidura monstica oriental; al rey le enva su Frmula de la
vida honesta, compendio admirable de tica natural; a los obispos y sacerdotes les dirige sus
breves y sustanciosos tratados morales, y aquellas epstolas, hoy perdidas, en que San
Isidoro elogiaba el incentivo de la piedad y de la prctica de todas las virtudes; para los
pueblos, mal arraigados todava en la fe y arrastrados por las supersticiones paganas y las
doctrinas de Arrio y Prisciliano, compona su tratado De la correccin de los rsticos,
verdadero breviario del catequista, sntesis del dogma y de la moral del cristianismo,
destinado a facilitar la predicacin sacerdotal en las aldeas.
Como escritor, Martn es, ante todo, un moralista al estilo de Sneca, en quien se inspira con
frecuencia. Piensa, con Aristteles, que la prudencia debe tener la rienda de todas las
virtudes. No le satisface el aspecto negativo e individualista de la justicia, que define como
una convencin tcita de la Naturaleza, dirigida al bienestar general. A diferencia de San
Agustn, no condena la mentira, si ha de servir para defender la verdad o guardar el secreto.
Es evidente en l la influencia de Cicern, y ms todava la de Sneca. Puede considerrsele
como un senequista ilustre. Hasta el mismo corte de su frase recuerda al filsofo cordobs.
Es un indicio de que Martn lleg a asimilarse el espritu de su nueva patria, de la tierra a la
cual haba consagrado sus esfuerzos y en la cual encontr la finalidad de su vida. En su libro
acerca de las costumbres, dice, hablando consigo mismo: Qu importa que no ests en la
tierra donde viniste a la vida? Tu patria es el lugar donde has encontrado el bienestar, y la
causa del bienestar no radica en el sitio donde se vive, sino dentro del hombre mismo.
Es grato observar que este grave moralista, este austero reformador, no era ajeno a la
poesa. Hace versos para grabarlos en los frontispicios de los edificios que construa o para
recordar una enseanza a sus monjes, versos en que se reflejan sus lecturas clsicas, y a
travs de los cuales descubrimos su admiracin por los poemas virgilianos. En verso est
tambin su epitafio. Dice as: Nacido en Panonia, llegu, atravesando los anchos mares y
empujado por un instinto divino, a esa tierra gallega, que me acogi en su seno. Fu
consagrado obispo en esta tu iglesia, oh glorioso confesor de Tours; restaur la religin y las
cosas sagradas, y habindome esforzado por seguir tus huellas, yo, siervo tuyo, que tengo tu
nombre, pero no tus mritos, descanso aqu en la paz de Cristo.
SAN BENITO
(480-553)
21 de marzo.
Roma no era ya el centro poltico del mundo, pero guardaba en su seno un mundo de
recuerdos de su antiguo esplendor. Tambin haba pasado la edad de sus grandes figuras
literarias, y slo quedaba un enjambre de gramticos que explicaban las obras maestras de
los antiguos. En busca de uno de ellos haba dejado Benito su casa de Nursia, donde sus
mayores haban hallado un refugio contra la malicia de los tiempos, y por la va Salaria, que
mora en las costas del Adritico, haba penetrado en la Ciudad Eterna, acompaado de
Cirila, su nodriza. Hijo ilustre, el ms ilustre, de la Gens Anicia, deba recibir una educacin
correspondiente a su nobleza.
Pero bien pronto su espritu claro y recto, con la rectitud que da una formacin cristiana, y la
que heredara de sus antepasados, los romanos de la Repblica, se hasti de la charlatanera
de los rectores, de aquella enseanza vaca y peligrosa, que le repugnaba hasta el desprecio.
Cuando escriba su Regla, aquella Regla saturada de erudicin bblica y patrstica, no se
acordar ni una sola vez de que un da estudi los clsicos.
Pero tambin en su corazn fermenta una angustia desgarradora. Roma, la patria de un
Imperio universal, era ahora juguete de los brbaros. La soldadesca contaminaba el Foro y el
Campo de Marte, haciendo burla de los antiguos hroes. Trece aos tendra Benito cuando
los soldados de Teodorico se derramaron por sus calles y sus templos, hambrientos de botn.
Como cristiano, senta profundamente ver profanados aquellos lugares en que haban
florecido las rosas del martirio; como descendiente de la antigua nobleza, indignbase a la
vista de aquellos brbaros que hollaban sin respeto las viejas glorias romanas.
Entonces empieza en su interior aquel drama que parece reflejado en el prlogo de su Regla
inmortal. El joven estudiante oye la voz de Dios en el momento de levantar su pie hacia la
senda del mundo: Quin es, de toda esta muchedumbre, el que ambiciona la vida y desea
los das buenos? A la primera invitacin sucede el primer esfuerzo: Despertemosdice el
adolescente; escuchemos esas palabras bblicas que nos dicen: Hora es ya de dejar el
suelo. La voz se deja or de nuevo y con ms insistencia: Si mis ecos llegan hoy hasta ti,
no quieras cerrar tus odos. Escucha lo que dice el Espritu: Ven, hijo, ten confianza en M, yo
te ensear a temer al Seor Mientras brilla la luz, corre presuroso por el camino de la vida
para que no te sorprendan las tinieblas de la muerte.
Surgi el tipo de la abada benedictina, la cuna de la Orden, el Sinai del monacato occidental.
Dentro, la figura amable del patriarca. Por qu el arte le ha representado siempre hiertico,
severo, lejano? Cierto, en su vida hallamos a Benito rodeado de una noble gravedad: su
Regla es una armadura bella, armnica, adaptada a su fin, con delicadas junturas que
esconden y revelan la vida; mas, al fin, una armadura con frrea y combativa rigidez. Pero
aquel hombre, que saba mandar y organizar y ser austero, tena un corazn tierno y
accesible al amor. Sabe llorar, como cuando a su nodriza se le rompe el tamiz que haba
pedido a su vecina; como cuando ve en profeca las huestes lombardas subiendo el sagrado
monte y dispersando a sus discpulos; como cuando le anuncian la muerte de su enemigo, el
sacerdote que le haba hecho huir de Subaco. Sabe amar la belleza, y por eso busca los
bellos paisajes. Cuando estudiaba en Roma, le sorprendi un da la hermosura de la joven
Mrula.
En el fondo de su corazn qued un suave recuerdo, del cual intent abusar el demonio. Bien
conocida es la heroica resolucin del mancebo, arrojndose a la zarza para sofocar el
incendio interior; pero este episodio nos lo hace ms piadoso, ms nuestro, ms cercano,
ms humano. Fuit vir, dice San Gregorio al empezar su Vida. Siente profundamente las
alegras de la amistad, y su cario por San Plcido y San Mauro es el reflejo de un alma
luminosa y serena. Hasta a los animales se extiende su dulzura. San Juan tena su perdiz;
San Francisco, el hermano lobo; San Benito vive en compaa del cuervo familiar, que espa
sus rdenes y recibe el alimento de su mano.
Hay un instante en que aquel corazn aparece duro e inflexible: es cuando hace derramar
lgrimas a su hermana Escolstica, que quiere retenerle en su compaa. Benito no puede
acceder a lo que l cree un capricho, a lo que para su hermana es la voluntad de Dios. La
divergencia es aparente. Ambos buscan una misma cosa: el querer divino. El milagro
interviene para dar la razn a los dos; mejor dicho, para ensearnos que hay ocasiones en
que la caridad debe prevalecer sobre la justicia: la justicia de los hombres, se entiende. Tres
das despus, contemplando el cielo estrelladoera una costumbre suya orar contemplando
las maravillas del cielo, vi el alma de su hermana que, en figura de paloma, se diriga al
paraso. Inmediatamente manda traer su cuerpo y colocarlo en el sepulcro que haba
preparado para s mismo. Un mismo seno los haba llevado, una misma gracia los haba
santificado, un mismo sepulcro deba reunirlos. As se aman los santos!
San Gregorio nos pinta a Benito como imagen de la
perfecta justicia. Estabadicelleno del espritu de
todos los justos. Todas las virtudes lian alcanzado en
l un supremo equilibrio. Es tierno, sin menoscabo de la
fortaleza; desterrado espontneamente del mundo, es
ciudadano del mundo entero; su sabidura tiene no s
qu de santa ignorancia scienter nescius, segn la
expresin intraducibie del bigrafo; su mandato es
decisivo, severa su punicin, y al mismo tiempo tiene
una bondad entraable; anda humilde y taciturno, con
los ojos pegados en el cdice o en el suelo, y, sin embargo, hay en su continente una nobleza
que intimida. Zalla se acerca a l irritado, descompuesto. Benito, sentado a la puerta del
monasterio y entretenido en la lectura, no hace ms que levantar mansamente los ojos,
aquellos ojos que parecan muertos, y el godo cae a sus pies pidiendo perdn. Otro da es el
rey Totila. Tambin ste le encuentra sentado, y tal es su majestad, que toda la audacia del
orgullo regio no se atreve a acercarse a l. Pero el monje se levanta, le coge de la mano, le
echa en cara sus crueldades, le predica la piedad y la justicia, y como si estuviese leyendo en
un libro, le relata los sucesos de los diez aos que le restan de vida.
Benito era un profeta. Sus ojos vean el porvenir lo mismo que el presente, y las
interioridades del alma lo mismo que las superficies. La Naturaleza entera, la vida y la
muerte, obedecan a su palabra, y cuando el Papa Gregorio contaba sus estupendos
milagros, el dicono Pedro, su interlocutor, se maravillaba. Todos eran milagros de amor, de
piedad, de bondad, como deban ser los milagros de aquel que dej escrita esta bella
sentencia: Que nadie est triste en la casa de Dios. Al buen dicono, que a veces pareca
vacilar ante tantas maravillas, le tranquilizaba San Gregorio diciendo: Qu extrao que
tuviese el podar divino quien estaba iniciado en las intimidades divinas? Y cmo no iba a
conocer los secretos de la divinidad, siendo as que observaba sus mandamientos? Porque
escrito est: El que se adhiere al Seor, es un mismo espritu con l. Y parece increble que
el que es un mismo espritu con otro, pueda ignorar sus pensamientos.
Este poder de visin que tena el patriarca aparece con toda su plenitud en un rasgo de su
vida. Estaba asomado a la ventana de su celda invocando al Dios Todopoderoso, y, de
repente, en medio de las tinieblas, vi una luz que bajaba del Cielo y disipaba la noche. Era
ms brillante que el da ms claro. En esta visin pas una cosa admirable, porque, segn l
mismo contaba, el mundo entero se present a sus ojos como condensado en un rayo de
sol.
Y cmo el hombre puede ver todo el mundo en una sola mirada?, preguntamos nosotros
con el discpulo de San Gregorio. Y el Pontfice responde: Para un alma que ve al Creador,
toda criatura es muy pequea. Ante la luz divina, lo que no es Dios se hace insignificante;
porque con la claridad de la visin interior, el alma ss dilata y eleva de tal manera en Dios,
que llega a ser superior al universo, y viendo en su elevacin lo que queda a sus pies,
comprende la pequenez de lo que antes no poda abarcar.
Esta visin fugaz fu como un aprendizaje de la visin eterna, cuya proximidad haba
presentido en aquellos misteriosos reverberos. Seis das antes de su muerte mand abrir su
sepulcro. Acometile a poco una fiebre que le Ilenaba de angustia. Viendo que se debilitaba
por instantes, hizo que le llevasen a la iglesia, y se dispuso a pasar a otra vida con la
recepcin del Cuerpo y Sangre de nuestro Seor; despus, apoyando los desfallecidos
miembros en los brazos de sus discpulos, en pie, haciendo fervorosa oracin y levantando
las manos al Cielo, entreg su ltimo aliento.
La muerte era digna de la vida. El amigo de Dios y de los hombres haba recibido la corona, y
alumbrado por la luz que nunca muere, volva a ver el mundo en toda su miserable
pequeez: la tierra, las naciones, los reyes, la Iglesia de Cristo, los concilibulos de Belial...,
y en todas partes luchando, rezando, enseando, pregonando el nombre de Dios,
defendiendo la causa de la justicia, un ejrcito inmenso que pronunciaba su nombre, que
vesta su misma
cogulla, que tremolaba su Regla como presagio seguro de victoria, aquella Regla la ms
perfecta, la ms sabia, la ms discreta; hermosa en su robustez catlica, instrumento
admirable de todos los siglos y de todos los climas, hecha para la accin, para la batalla,
para el triunfo, para resistir todos los choques y ganar todos los laureles.
Esa Regla, que iba a inaugurar una nueva era para Europa, es el ltimo peldao en la escala
de la legislacin monstica, cuyos primeros esquemas aparecen en las soledades egipcias. La
actitud del legislador es netamente tradicional. Recoge del pasado cuanto puede servir para
su obra, desechando lo intil, lo anticuado, lo perjudicial. Pero este respeto a la tradicin no
disminuye el valor de su originalidad. que hace de su Regla un monumento de arte
legislativo, notable a la vez por su perfeccin, por su simplicidad y adaptabilidad. Su
intencin no fu proponer una nueva teora sobre la vida monstica, sino dar una ley para los
monjes. Pero, al mismo tiempo que dispone, ordena y organiza, el legislador fija de una
manera lapidaria los principios fundamentales que le guan, y con sus disposiciones ms
insignificantes acierta a entretejer una profunda doctrina espiritual. Todas tienen como base
un principio, firmemente formulado, y de l toman gran parte de su valor. Recogiendo
amorosamente el pasado, inclinndose respetuoso ante la tradicin, el patriarca de los
monjes occidentales acierta a imprimir en su obra todos los caracteres de la sabidura
romana: respeto al principio de autoridad; flexibilidad y facilidad de adaptacin, claridad en
las frmulas y discrecin en la explicacin de las leyes.
El afn del monje egipcio era establecer un record en materia de ayunos, vigilias, oraciones y
penitencias. San Benito no desprecia nada de esto, pero tampoco le da una importancia
excesiva. Todo lo que tiene de condescendiente en estas cosas exteriores, lo tiene de
inflexible en lo que su observacin y experiencia le presentan como esencial de la vida
religiosa: renuncia completa del yo, pobreza estricta, estabilidad, oracin litrgica, leccin y
trabajo. Tal vez l no pens en el prodigioso desarrollo de su Regla; pero puso en ella un
rasgo genial de amplitud y universalidad que le permitir aclimatarse en todos los pases.
Treinta aos despus de su muerte, sus discpulos se establecan en Roma; San Gregorio
Magno los enva a Inglaterra; de Inglaterra se derraman por las orillas del Rin y del Danubio;
al mismo tiempo, suplantan en Francia a los discpulos de San Columbano, y a principios del
siglo x la Regla de San Benito inspira a todos los monjes de la cristiandad occidental.
En pos del hroe de la espada va el hroe de la cruz; a Pizarro, fundador de Lima, sigue
Toribio Alonso de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima. Sin ser menos grande la figura del
prelado que la del conquistador, es ms pura, ms suave, ms noble.
Este hidalgo vallisoletano, de Mayorga, slo hereda el ardor guerrero de sus antepasados
para luchas pacficas de la colonizacin americana. Durante su juventud estudia cnones en
Salamanca, y a los treinta aos es inquisidor mayor de Granada. Este ttulo terrible se
convierte en sus manos en un instrumento de amor, de piedad, de salvacin. Es el momento
en que don Juan de Austria acaba de apaciguar la insurreccin de los moriscos. Los vencidos
encuentran en el inquisidor un padre, un consejero, un protector, y, en frase de sus
enemigos, un encubridor. Le acusan de favorecer la hereja, como ms tarde, ya en Amrica,
le acusarn de ser poco amigo del Santo Tribunal de la Inquisicin. Estos aos de Granada
son como el noviciado de su vida apostlica entre los indios.
A los cuarenta aos, Felipe II, gran conocedor de hombres,
le nombra arzobispo de Lima y metropolitano del Per.
Toribio se sinti abrumado por aquella carga. No se crea
llamado a las dignidades. No era siquiera exorcista o
portero; era un simple tonsurado. No obstante, despus de
muchas vacilaciones, despus de vivas discusiones con el
rey, acept. La esperanza lejana del martirio fu el motivo
ms poderoso para decidirle. Y si no derram su sangre
como tantos otros evangelizadores de las tierras nuevamente descubiertas, tuvo la gloria de
ser el ms grande de los misioneros americanos. Fue un gran misionero y un gran prelado;
resumi en su persona de una manera integral los rasgos vigorosos de Carlos Borromeo y de
Francisco Javier.
Como el arzobispo de Miln, trabaj incansablemente por realizar el programa episcopal
trazado por el concilio de Trento: celebracin de snodos, reforma del clero, organizacin de
las misiones, ereccin de parroquias, correccin de las costumbres, aplicacin estricta de los
cnones en una tierra donde se crea que estaban de ms muchas de las viejas leyes de
Europa. A pesar de todos los obstculos, realiza su programa sin desmayar un solo instante.
Ataja las violencias, lanza severos castigos contra los culpables, y prodiga lo que en la
Amrica de los conquistadores se llamaba el ladrillo de Roma; es decir, la excomunin:
excomunin contra el cura que abandona su parroquia, contra el sacerdote que ejerce el
comercio, contra el espaol que maltrata al indio entregado a su custodia, contra el virrey
que pone obstculos a su ministerio. Cosa maravillosa! En aquellas regiones, donde las
distancias son inmensas, donde an no haba caminos, donde altsimas montaas
entorpecan la marcha del viajero, logr Toribio, en poco ms de cuatro lustros, celebrar
quince snodos diocesanos y reunir cuatro veces en torno suyo a los obispos de la Amrica
meridional.
Todo esto no era ms que un aspecto de aquella actividad inaudita. Aquel hombre que
organizaba, limpiaba y construa, era adems un apstol infatigable. Su archidicesis era tan
grande como un reino: distancias de centenares de leguas, ciudadelas colgadas de picos
inaccesibles, tribus de indios vagabundos, aldehuelas perdidas en los repliegues de los
Andes. A todas partes lleg el intrpido misionero en diecisis aos de caminatas por valles y
montaas, por ros desconocidos y quebradas formidables. Entraba en los mseros bohos,
buscaba a los indgenas, acostumbrados a huir del europeo; les hablaba en su propia lengua,
les sonrea paternalmente y les ganaba al imperio de Cristo y al de Espaa con la magia de
su bondad, ms poderosa que la espada de los guerreros. El antiguo doctor en leyes se haba
hecho un simple catequista. Se introduca entre los grupos de indios, les hablaba de la
vanidad de su religin solar, echaba por el suelo sus grotescos dolos de prfido y barro, les
enseaba los principios fundamentales de la vida cristiana, y, ponindolos bajo la direccin
de un sacerdote, los agrupaba en torn de la iglesia, los acostumbraba a una vida sedentaria
y laboriosa. Algn tiempo despus volva para ver su obra, para alentar a los nuevos
cristianos y administrarles el sacramento de la Confirmacin. Son millones los indios que
confirm en aquellas andanzas apostlicas.
Los indios le miraban con el respeto que sus padres haban consagrado al inca. Su misma
presencia contribua a impresionar a las gentes sencillas de la tierra: talla majestuosa, nariz
prominente, frente ancha y noble ademn. Adems, este hombre, que en el interior de su
casa viva con la sencillez y el rigor de un cenobita, apareca en pblico con toda la
magnificencia de su dignidad prelaticia. No le importaba caminar sobre la nieve con abarcas
en los pies y un vestido de pieles en la espalda; no le importaba descolgarse de un risco por
medio de cuerdas para ir de un pueblo a otro; pero una vez en la iglesia, se le vea adornado
de todo esplendor episcopal.
No obstante, ms de una vez su audacia le puso a las puertas de la muerte. Rodar por las
rocas, perderse en los bosques, caer en los ros, hundirse en los ventisqueros y en las
lagunas, esto era lo de menos. Ms peligros haba en la actitud de los indios, siempre
tornadizos y caprichosos. Toribio deba estar dispuesto a sufrir sus injurias, sus arrebatos,
sus veleidades y sus rebeldas. Veinte veces pas sereno entre el silbo de las flechas
envenenadas. Nada le detena. Si poda salvar un alma, iba contento hasta ella, aunque en el
camino le espiase la muerte. A quince leguas de Lima hay todava restos del pueblo de
Quive, importante en otro tiempo. All lleg en 1597 el santo arzobispo haciendo su segunda
visita. Nadie sali a recibirle. El pueblo entero segua entregado al culto de sus dolos. Con
nimo abatido, dirigise el prelado a la iglesia, donde slo encontr dos nios y una nia,
que, llevados por sus padres, recibieron la Confirmacin. Al salir, la multitud le aguardaba en
la calle con gesto provocativo, y los muchachos le acompaaron hasta su alojamiento,
gritando en quechua:
Narigudo! Narigudo!
l, sin el menor gesto de impaciencia, llenos los ojos de lgrimas, se content con decir:
Desgraciados! No pasaris de tres!
Y cuentan que al poco tiempo en Quive no quedaban ms que tres casas. Hay que reconocer,
sin embargo, que no hizo intilmente aquel viaje: sus manos derramaron raudales de gracia,
y la nia confirmada aquel da se llam Santa Rosa de Lima.
Toribio no muri mrtir, pero encontr la muerte en una de estas peregrinaciones
evanglicas, estando en Santa, a ms de quinientos kilmetros de la capital de su dicesis.
En su libro El sentido misional de la conquista de Amrica,
Vicente Sierra ha relatado, en una pgina memorable por
su
emocin
sublime,
el
final
del
gran
misionero.
Trasladado luego trabajosamente a la casa cural, tuvo una idea que nos revela las dulzuras
de devocin y de poesa que se escondan bajo la adusta corteza del austero castellano.
Como fray Jernimo, el superior de los agustinos, saba tocar el arpa, suplicle el moribundo
que la trajera y que le cantara a su son el salmo Crdidi, y luego aquel otro que empieza: In
te. Domine, speravi. Hzolo el misionero artista, y entretanto veanse los ojos del venerable
prelado dirigirse dulcemente a un crucifijo, y de cuando en cuando a los patronos suyos,
como misionero y como obispo, San Pedro y San Pablo, cuyas imgenes tena a la vista. La
emocin cortaba la voz del prior, lgrimas de fuego corran por las mejillas de los familiares,
lloraban desconsolados los indios y los negros. Y as, entre aquel canto divino, exhal el
ltimo aliento el gran sacerdote de los Andes. Era el Jueves Santo. 23 de marzo de 1606.
subiendo suavemente.
A
esta
villa,
hoy
famosa,
en
otro
tiempo
de la cual se haba dicho: He aqu que una virgen concebir un hijo, y su nombre ser
llamado Emmanuel. Descendiente de David, nada conservaba de su antigua grandeza. Viva
pobre, en una casa pobre y al lado de sus padres, que eran pobres tambin. Un honrado
trabajador de la villa, un sencillo carpintero, acababa de pedirla por esposa, y los padres de
la doncella haban accedido a su peticin. El pretendiente se llamaba Jos, y, como su
prometida, proceda tambin de Beln, de la familia del gran rey de los hebreos. Los
esponsales acababan de celebrarse; de una y otra parte haban prestado el juramento
requerido, el novio haba pagado los treinta siclos del mohar, o precio de la novia, y
legalmente los jvenes quedaban unidos, aunque, segn la costumbre; uno y otro deban
permanecer durante algn tiempo en casa de sus padres, comunicndose nicamente por
medio del amigo del esposo. Mara, por su parte, no tena prisa por que llegase el momento
de la unin definitiva. Tal vez haba visto con dolorosa sorpresa el paso dado por sus padres,
pero su juventud estaba puesta en las manos de Dios, y confiaba que Dios conducira el
curso de su vida. Adems, conoca el alma de Jos: su virtud, su magnanimidad, la profunda
nobleza de su carcter. De todas suertes, Mara estaba resuelta a guardar el voto de
virginidad que haba hecho en el fondo de su corazn. En un momento en que todas las hijas
de Jud sonaban con llevar en sus entraas al Mesas prometido, al Salvador que se acercaba
segn los viejos vaticinios, la doncella nazarena pareca renunciar a esa gloria, o en el
abismo de su humildad no se atreva a aspirar a ella. Pero entre todas las criaturas no haba
otra menos indigna de las miradas del Seor. Dios la haba colmado de sus gracias, y una luz
divina, que el mundo no poda sospechar, habitaba dentro de ella. En ella, como en pursima
y perfumada flor, habanse abierto la fe viva de los profetas, la esperanza de las viejas
generaciones, la piedad dulce y humilde de las santas mujeres de Israel. Ninguna criatura
haba aparecido en el mundo tan santa, tan bella, tan inmaculada como esta virgen ignorada
de Nazaret.
Pues bien poco tiempo despus de sus esponsales, antes de abandonar la casa paterna, tuvo
Mara una visita prodigiosa. Tal vez estaba orando en su habitacin; tal vez hilaba o teja. El
arte tradicional la ha representado de las dos maneras. Eso importa poco. Para las almas
piadosas, el trabajo es una oracin, y su vida, a pesar de todas las agitaciones, un perpetuo
dilogo con el Cielo. De pronto, sobre el silencio de su soledad caen estas palabras: Dios te
salve, llena de gracia; el Seor es contigo. Al levantar los ojos, vio un ngel delante de ella,
el ngel Gabriel, hombre de Dios, el que pareca destinado a intervenir siempre que se
trataba del Dios hecho hombre, el que haba anunciado a Daniel la prxima venida del Santo
de los Santos, el que seis meses antes se haba aparecido a Zacaras en el templo de
Jerusaln.
Nada ms sencillo y amable que aquel saludo, pero la candorosa nia, en su modestia y
sencillez, se llen de turbacin al orle. De dnde vienepensabay qu significa esta
extraa salutacin? Pero el ngel la tranquiliza diciendo: No temas, Mara, porque has
hallado gracia delante de Dios. Los labios del ngel han pronunciado el nombre de la
virgen; va serenndose el alma de Mara, y puede ya escuchar el celeste mensaje: He aqu
que concebirs en tu seno y dars a luz un hijo, y le pondrs por nombre Jess. Ser grande,
llamarse Hijo del Altsimo, y le dar el Seor Dios el trono de David su padre, y reinar en
la casa de Jacob por siempre, y su reino no tendr fin.
Mara haba meditado los profesas, y no poda desconocer el alcance de la anglica
embajada. Ese hijo, Rey eterno y salvador de los hombres, el Mesas indudablemente, deba
germinar en sus entraas; esa flor, de la cual haba hablado Isaas, deba brotar de su seno;
pero y el voto hecho en presencia de Dios? Y la resolucin de permanecer virgen toda su
vida? La hija de David empieza a turbarse de nuevo, y con una sencillez deliciosa expone sus
dudas al celeste mensajero: Cmo se har estopergunta, si yo no conozco varn?
Gabriel se apresura a tranquilizarla, descubrindole el casto secreto del misterio: El Espritu
Santo vendr sobre ti y te dar sombra la virtud del Altsimo. Y por eso, el Santo que nacer
de ti ser llamado hijo de Dios. Y he aqu que Isabel, tu prima, ha concebido tambin un hijo
en su vejez; y aunque todos la llamaban estril, est ya en el sexto mes de su embarazo;
porque no hay cosa alguna imposible para Dios. Era como pedir a Mara que se abandonase
a la omnipotencia divina; Mara lo comprende, y ya no se pregunta qu es lo que dir a Jos,
cmo explicar su caso a las gentes, cul ser su suerte delante de los ancianos de Israel; se
inclina respetuosamente ante la voluntad divina, y dice: He aqu la esclava del Seor;
hgase en m segn tu palabra.
En Nazaret se exhibe todava la gruta rocosa donde
Mara meditaba y trabajaba a solas con sus castos
pensamientos. Tal vez era el fondo del jardn que ella
reg con sus manos virginales. All es donde se realiz
el gran prodigio, la maravilla de las maravillas; all es
donde el Verbo se hizo carne para habitar entre
nosotros; all, donde la virgen hebrea recibi la gozosa
nueva, la dolorosa nueva, la gloriosa nueva; all, donde
la Virgen pronunci aquel fiat con que nos dio a
nosotros la salud y la vida, con que se entreg ella al
ms alto gozo, al dolor ms profundo, a la gloria ms
formidable y abrumadora. Ella, carne y sangre de
David, carne y sangre de Adn, concebira en su seno y parira la Eterna Luz. En su seno
germinara, de su pecho se nutrira, hecho hombre, aquel que es verdadero Dios, Adona
mismo, convertido en nio recin nacido; y ella lo envolvera en paales y lo colocara en un
pesebre. Sera Madre de Dios! Madre de Aquel sobre el cual haban dicho los profetas cosas
tan terribles: que le odiaran los hombres, que le arrojaran con los malvados, que le
blasfemaran y escupiran, y le coronaran de espinas, y le llevaran a la muerte como un
cordero, y le clavaran en una cruz. Pero ella no cerr su corazn a aquel que no encontrar
lugar donde reclinar su cabeza; abri la posada de su seno virginal al que no pudo encontrar
sitio en la posada de Beln, y pronunci la palabra adorable sin la cual no se hubiera abierto
la puerta del paraso. Y el Verbo se hizo carne para habitar con nosotros, para levantar su
tienda entre nosotros, segn el matiz expresivo del texto original. Y el Verbo se hizo carne
comenta San Ambrosiopara que la carne llegase a ser Dios.
penetra
los
corazones,
nos
cuenta
sucesos de nuestra vida que tal vez nosotros hemos olvidado ya, penetra en los hornos y las
hogueras sin sentir el menor dao, enciende las candelas sin fuego, coge el fuego en la mano
sin quemarse, sostiene un peasco en el aire, devuelve la vida a los hombres y a los
animales, multiplica el vino y recibe embajadas misteriosas a travs de los aires. Se le ha
visto llenar de vida un cesto de peces muertos, resucitar a un buey, despachar curados y
consolados a ms de doscientos enfermos...
Pero, dnde est ese hombre prodigioso? Que me lo traigan; quiero verle...
As deca el rey Lus, presa de una alegra frentica; y aadi con aire de preocupacin,
encarndose con el cortesano:
Antes necesitamos saber si es un brujo o si es un santo.
Es un santo replic el informador. Eso lo sabe todo el mundo en su tierra. Sus virtudes
son admirables, como sus obras: abstinencia inaudita, caridad serfica, pobreza de
anacoreta, bondad infantil, oracin exttica. Su vestido es una tnica miserable; su alimento,
hierbas crudas; su lecho, una tabla suspendida en el aire. En invierno como en verano, por
los caminos como por los bosques, se le ve siempre caminar con los pies descalzos,
indiferente a los hielos y a las espinas. Su inocencia es como la de un nio que acaba de
nacer. Una muletilla suya es la palabra caridad; un principio que repite con frecuencia: que
hay dos cosas peligrosas para los siervos de Dios, los dineros y las mujeres. Jams ha fijado
los ojos en una mujer; jams ha manchado su mano con el contacto de una moneda. De las
religiosas, sobre todo les dice a sus discpulos, debis huir como de vboras.
Basta dijo el rey; si ese hombre no es engendro de tu imaginacin, sin duda podr
curarme. Dnde vive? Es preciso buscarle, aunque se halle en el confn del mundo.
Lejos vive, pero no tanto. En lo ms apartado del reino de Npoles, mirando al mar de
Sicilia, asentado sobre una roca de granito, hay un pueblo insignificante que este varn de
Dios va a librar del olvido. Llmase Paula. All naci, oh rey!, el taumaturgo que tiene
vuestra salud en sus manos. Sus padres le dieron el nombre de Francisco, en recuerdo del
patriarca de Ass, a quien se parece en la pobreza y en la penitencia, aunque, segn dice la
gente, los rasgos de su cara recuerdan ms los de San Antonio de Padua. Podis mandar a
buscarle por aquella tierra...
Al da siguiente, los embajadores reales dejaban el castillo de Plessis. Al entrar en Italia,
vieron que toda la tierra estaba llena del nombre del penitente calabrs. En Npoles les
confirmaron cuanto les haban referido en Francia. Se trataba, efectivamente, de un hombre
tan prodigioso por sus milagros como por su vida. Por lo que he podido averiguar les dijo
el rey Fernando, desde nio vive como un solitario de la Tebaida. A los doce aos se
encerr en una caverna, sin ms vestido que un cilicio y una soga. All se le juntaron otros
imitadores de su santa locura, y ahora recorre las tierras de Calabria y de Sicilia fundando
conventos. Por cierto que un da me enfad porque haca todo esto sin contar con las
autoridades del reino; mand prenderle, pero pronto me convenc de que con hombres como
ste hay que transigir. A veces son raros; me temo que no vais a conseguir llevarle a
Francia.
Los emisarios encontraron al taumaturgo en Cosenza. Le expusieron el objeto de su viaje, y
l se puso a temblar. Hubo idas y venidas a Npoles y a Roma, y slo una orden de Sixto IV
pudo asegurar el xito de la embajada. Los milagros se escapan de las manos de los
taumaturgos sin que ellos se den casi cuenta. Los obran sin cesar, viven en una atmsfera
maravillosa; pero en cuanto alguien les pide una maravilla, se asustan como la paloma
delante del azor.
Entre tanto, el rey Lus se consuma de impaciencia en los salones silenciosos de su castillo.
La enfermedad le minaba; tena ataques frecuentes; perda el movimiento y el conocimiento,
y temblaba pensando que iba a morir antes de que viniese su salvador. Pero, un da, alguien
dijo: Al fin viene. Hace unos das que se embarc en el puerto de Ostia. Una bolsa de diez
mil escudos fue la recompensa de esta noticia. Tal era la cantidad con que Lus XI meda su
generosidad con los amigos; la medida de su rapacidad con los pueblos era cien mil escudos.
Pero Francisco vena. Al desembarcar fue recibido por el delfn. Ms adelante encontr un
grupo de magnates que de parte del rey le traan una bandeja llena de vasos de plata y de
oro. l rehus aceptarlos. Despus se le ofreci otro presente: una estatua urea de la
Virgen, que vala treinta mil ducados. La Virgen que yo venero dijo el asceta es ms
preciosa todava. Ya cerca del castillo encontrse al mismo rey. Lus XI no haba tenido
paciencia para aguardar en su encierro. Al ver al hombre de Dios, se arroj a sus pies, como
si estuviese delante de los corporales donde cantaba la misa monseor San Pedro. Algo le
desilusion la presencia del italiano. Se haba imaginado una figura demacrada y plida, y
vea un hombre de temperamento atltico, de cara ampollada y llena, de color rosado y
brillante. Aunque viejo tena ya ms de setenta aos, Francisco conservaba un aspecto
de fuerza y jovialidad juvenil. No obstante, en su hbito remendado y en toda su presencia
se adivinaba al penitente rgido, al hombre de quien se deca que nunca se haba lavado, ni
cortado los cabellos, ni cuidado la barba.
Valencia ensea todava con orgullo la casa donde naci; casa de un notario, donde haba
pan en abundancia, paz y trabajo, y fe con obras. Haba, adems, un jardn, y en el jardn un
pozo y un ciprs, cuyo recuerdo va unido a las primeras maravillas del taumaturgo; porque,
a semejanza de Hrcules, que mataba serpientes en la cuna, Vicente haca prodigios desde
los primeros das de su infancia. Era, indudablemente, un predestinado, uno de esos
hombres en quienes no existen zozobras, ni titubeos, ni rodeos, ni cadas. No importan los
obstculos: ellos van a su fin como la flecha al blanco. Con esa seguridad pasa Vicente por la
vida; el drama de la lucha interior parece como si hubiera sido desconocido para l. Ms
tarde, vestido ya de la blanca tnica dominicana, una pobre mujer, vencida por la pasin, se
llegar hasta l ofrecindole su hermosura. Entonces l aparecer ajeno a toda inquietud.
Otro da, el que irrumpe en su celda es un anacoreta de ojos hundidos, barbas fluviales y
melifluas palabras. Vicente se sonre desdeoso, sigue leyendo, y el fingido visitante tiene
que retirarse avergonzado, dejando un olor a azufre, que es seal inequvoca de su
procedencia. Ese hombre parece impasible, como los ngeles.
Creyse un momento que Vicente sera un gran telogo, y l lleg a tomar cario por las
sutiles discusiones de la escuela. A los veinte aos, profeso ya de la Orden de los
Predicadores, empieza a ensear en su convento de Valencia. Enseando y aprendiendo a la
vez recorre las Universidades ms famosas y discute con los ms ilustres maestros. De
Barcelona a Lrida, de Tolosa a Pars. Ha entrado de lleno en el ambiente algo mezquino de
aquella Escolstica decadente y estancada en eternas querellas. En Lrida toma el ttulo de
Maestro Vicente, con que le designarn sus contemporneos (1388), y como tal, ensea,
discute, silogiza, maneja los trminos brbaros de la escuela con gran habilidad y lanza al
pblico, acerca de la dialctica y la naturaleza de los universales, macizos tratados, que
luego mir con desprecio a pesar de los elogios que se le tributaron.
Poco a poco empieza a ver la inutilidad de aquella palabrera huera, en que perdan el tiempo
graves y conspicuos doctores. Otra pasin va creciendo en su alma hasta sacudirle con
violentos arrebatos: es el amor de las almas. Decididamente, no ser un nuevo Toms de
Aquino, como haba pronosticado la gente, sino un nuevo Pablo. El ambiente enrarecido de
las aulas le asquea; ama el campo, la playa, el aire puro, la inmensa catedral gtica, agitada
por el murmullo de las multitudes. Durante algunos aos, la ctedra y el plpito luchan en su
vida. Al mismo tiempo, empieza a verse que hubiera podido ser un gran diplomtico: los
prncipes buscan su amistad, los reyes le hacen su consejero; las damas de la corte
aragonesa, su director. Caminando hacia Castilla (1391) para tejer sus ingeniosas
combinaciones polticas, le descubre el cardenal Pedro de Luna, le agrega a su squito, le
pasea de corte en corte y le lleva consigo a la de Avin. As qued el Maestro Vicente
ganado a la causa de Benedicto XIII.
Ahora, decan todos, ser obispo, cardenal y uno de los
hombres ms influyentes de la Iglesia; ahora es cuando
acaba de ver con toda claridad que su misin es ser
solamente y perfectamente un hermano predicador.
Durante una grave enfermedad, le parece ver al mismo
Cristo que se acerca a su lecho, le acaricia con la mano
en la mejilla y le dice: Levntate y ve a predicar;
lucha contra el pecado, convierte a los pecadores y
anuncia el da del Juicio. El Pontfice quiere detenerle
con cebo de honores; brilla la prpura delante de sus
ojos, pero l la rechaza, ms contento con la nieve de
su tnica de predicador. Est maduro para la obra
providencial: conoce a los hombres, ha revuelto muchos libros, ha viajado por muchos
pueblos, ha sondeado la conciencia de los contemporneos; y ha pasado muchas noches
meditando la ley de Dios. Una fuerza irresistible le arrastra. Benedicto XIII le concede, al fin,
su bendicin para misionar, con el ttulo de legado a latere Christi.
Y empieza la odisea prodigiosa del orador, del glosolalo, del catequista, del viajero. Obra
apostlica, bro de luchador, arrestos de estadista, portento humano en resistencia fsica y en
dominio de los hombres, y testimonio flagrante del poder natural que reside siempre en la
Iglesia. Pasma el prodigio de su taumaturgia, y mucho ms el de su verbo fascinador. Cruza
y recruza las naciones, ora en su asnilla, salvando montes y ros, atravesando sierras y
barrancos, ora navegando mares y ros y llevando a todas partes su palabra colorida y
persuasiva, en que chispeaba la luminosidad mediterrnea.
El ambiente de la poca exacerba la acometividad de su celo. Es aquel un siglo de cismas y
herejas, de crisis polticas y de terribles plagas morales, de terrores milenarios y de
Desde el primer momento, Vicente Ferrer rompi con todos estos abusos, consagrndose
exclusivamente a combatir el vicio y la ignorancia. En un sermn, exclamaba: No nos dijo
Cristo: predicad a Horacio o a Virgilio, sino predicad el Evangelio. Y aada: Un chorro de
agua no puede subir ms alto que la fuente que le alimenta; y lo mismo sucede con la
doctrina de los poetas: viene de la tierra, y, en consecuencia, no nos puede levantar por
encima de la tierra. El Evangelio, en cambio, nos lleva hasta el Cielo, de donde procede.
Para Vicente, predicar es sembrar, y por tanto, es derramar la vida, porque la vida se
conserva por la semilla; es sembrar en las conciencias de los hombres el grano del Nuevo
Testamento. Y pintndose a s mismo, comentaba: Sale el predicador, lo mismo que el
sembrador evanglico; sale de su celda, donde ha perseverado largo tiempo meditando,
reflexionando, seleccionando en los graneros del Seor una buena simiente: autoridades,
figuras, parbolas, comparaciones. Fruto de este trabajo paciente y escondido eran aquellos
sermones que llenaban de entusiasmo a las multitudes. Todava nos quedan varios
centenares, unos en latn y otros en valenciano. Hay en ellos claridad de expresin,
profundidad de doctrina, riqueza de imgenes, esas imgenes que tienen olor de campo y de
cocina, y que a veces nos hacen pensar en San Juan Crisstomo. Hay, adems, y sobre todo,
uncin. Al leerlos, se siente el alma insensiblemente como contagiada por ese calor suave
que el santo iba atesorando en sus largas horas de oracin nocturna. Involuntariamente se
piensa en aquellas palabras que Vicente estamp en su ureo Tratado de la Vida Espiritual:
Cuando ests leyendo en algn libro, aparta de l los ojos muchas veces, y, cerrndolos,
mira a las llagas de Jesucristo, y luego vuelve a proseguir la leccin. Pasado el movimiento
del Espritu, que ordinariamente dura poco, puedes encomendar a la memoria lo que antes
viste, y el Seor te dar ms claro conocimiento de ello.
No obstante, aun as no acertamos a comprender los efectos maravillosos de aquella
elocuencia, una de las ms poderosas que se han visto jams. Hay algo que no pudo pasar al
pergamino, que nosotros no podemos recoger; que existi un da y que acaso no ha vuelto a
reproducirse: la vibracin de aquella voz, la gracia de aquel ademn, el magnetismo de
aquella mirada, y es necesario suplir con la imaginacin aquel tronido apostlico de que
hablaba, al juzgarlas, uno de sus contemporneos. Todo en su presencia predispona en su
favor. Su hermosura recia y varonil le puso repetidas veces en serios compromisos: estatura
ms que regular, frente amplia, coronada por un bello cerquillo de cabellos de oro; ojos
grandes y oscuros, gesto expresivo, porte majestuoso, y una voz sonora, que pareca una
campana de plata, dice un antiguo cronista, y que l dominaba con tal habilidad, que a veces
tena toda la fuerza aterradora del trueno, y a veces pareca dulce brisa portadora de amor y
de consuelo. Pero en aquella voz vibraba la santidad. Todo el mundo saba que aquel hombre
era puro como un ngel y austero como un anacoreta. Sus mortificaciones le haban
despojado de aquellas rosas que, siendo joven, brillaron en sus mejillas, y que slo volvan a
encenderse cuando, en el arrebato de una pasin sagrada, apostrofaba a los ricos, describa
los terrores del ltimo da, afeaba la ignorancia y la inmoralidad de los clrigos, haca
temblar a los pecadores, ponderaba los acerbos dolores de la pasin de Cristo, o, preso de
una sbita emocin, quedaba mudo, con los ojos extticos, el pecho anhelante y los brazos
extendidos hacia una lejana e invisible belleza. Un fluido misterioso recorra entonces las filas
Vicente era humilde. Es esta una afirmacin que rara vez habr visto el lector en las pginas
de este AO CRISTIANO, por la sencilla razn de que hubiramos tenido que repetirla en
todas. Pero importa decir que Vicente era humilde. Qu bellamente hablaba de la humildad
en su Tratado de la Vida Espiritual, cuando dice que, para vencer las tentaciones, no hay
como considerarse uno como si fuera un cuerpo muerto, lleno de gusanos y tan hediondo
que los que pasan junto a l apartan, por no verlo, sus ojos y se tapan las narices porque no
les obligue tan pestilente hediondez a vomitar! Y aade, hablando consigo mismo: Ahora,
amigo, importa que lo sintamos as yo y t; pero yo mucho ms que t, pues toda mi vida es
podredumbre y estircol. Mi cuerpo y mi alma y todo lo que en m hay est feo y asqueroso a
causa de mis miserias y pecados. Y lo peor es, desgraciado de m!, que cada da se aumenta
en m este hedor, que ni yo mismo puedo soportar.
Evidentemente, este es el lenguaje de la humildad; pero este hombre humilde se holgaba en
la magnificencia, gozaba con las funciones esplndidas y aparatosas, las misas bellas y
solemnemente celebradas, amaba la msica y la pintura y predicaba de mejor gana en
tablados engalanados con tapices, flores, coronas y luminarias. Consigo llevaba siempre su
capilla musical, y, a veces, en los pueblos por donde pasaba, dejaba como recuerdo una
imagen de la Virgen o de nuestro Seor, o alguna pintura de inspiracin evanglica. Todo
estodeca lse debe a la palabra divina; es el homenaje a la luz, no a la lmpara que la
contiene. Pero no hay que olvidar que Vicente era un valenciano. Su alma de artista, su
aficin a lo magnfico, y aun un poco a lo teatral, le vena de su temperamento levantino; era
como un resabio de los jardines de su tierra, como un eco de la graciosa arrogancia del
Miguelete.
Conocedor de los hombres, saba, adems, cunto valen estas cosas para conmover el
corazn, siempre nio, del pueblo. Su entrada en una ciudad era un espectculo
impresionante, que dispona el campo para la siembra de la palabra. Vicente no iba solo;
llevaba su compaa, que a veces formaba un ejrcito numeroso, varios miles de personas.
Tena compaeros que no le abandonaban nunca, y otros que slo le seguan una temporada.
Eran hombres y mujeres, nios y personas de edad; msicos para cantar la misa; devotos
que se ponan bajo la direccin del gran misionero, y penitentes que queran satisfacer as
por sus pecados. Todos llevaban un vestido pardo, como el de los peregrinos de aquel
tiempo. Su organizacin recordaba la de una comunidad dplice. Hubirase dicho un
monasterio ambulante. Una campanilla anunciaba las horas de la marcha, del sueo, de la
comida, de los rezos y del trabajo, pues todos deban vivir del trabajo de sus manos, en
cuanto se lo permita el constante peregrinar. Caminaban a pie, con el bordn en la mano,
divididos en dos grupos: el de los hombres, al frente de los cuales iba la imagen de Cristo
crucificado, y el de las mujeres, precedidas por el estandarte de la Virgen. En medio, el
santo, rodeado de los eclesisticos y los religiosos, con los ojos en tierra, los pies descalzos y
la cabeza cubierta por un sombrero de hojas de palmera. Los que se haban asociado con la
voluntad expresa de hacer penitencia de sus crmenes, formaban un batalln aparte dentro
de la compaa: eran los disciplinantes. A ciertas horas se separaban de sus compaeros, se
cubran el rostro, se desnudaban las espaldas y empezaban a disciplinarse hasta regar con
las
ambiciones,
reunanse
parlamentos,
De esta manera preparaba San Vicente la unidad de la patria; pero no es menos gloriosa su
tarea en la empresa de la unidad de la Iglesia. Al principio haba sido el amigo y el confesor
de Pedro de Luna; pero cuando se da cuenta de que la tozudez de su irreductible
compatriota es el nico obstculo para la terminacin del cisma, le retira su obediencia, y
sube a la ctedra para pronunciar una dantesca catilinaria, que empieza con este
llamamiento, lleno a la vez de irona y de amenaza: Huesos ridos, od la palabra de Dios.
Era terrible romper con el amigo y el bienhechor, pero el bien comn lo exiga, la salud de la
Iglesia lo demandaba. Y pronto se vio que era la suya la voz ms autorizada de la
cristiandad; que nadie tena un ascendiente semejante sobre los pueblos y sobre los reyes.
En breve plazo rein la concordia en el orbe cristiano. Benedicto XIII fue a refugiarse en la
roca de Pescola; y Gersn, el doctor cristiansimo, alma del Concilio de Constanza,
escriba desde all al predicador celoso de la salud de las almas:
Sin vos, semejante resolucin no se hubiera tomado nunca. Gracias a esta grande obra, que
es la vuestra, esperamos llegar a la tan deseada paz. Vicente era hombre de realidades.
Aunque envuelto constantemente en una atmsfera sobrenatural, nos dej esta sentencia,
memorable: No debemos juzgar de la legitimidad de los Papas por los milagros, las visiones
y las profecas. Al pueblo cristiano le gobiernan las leyes, contra las cuales nada pueden los
fenmenos extraordinarios.
Pero estas brillantes actuaciones, en vez de interrumpir aquella voz formidable, la llevaban
hasta los alczares donde moraban los poderosos de la tierra. Resonaba entre los
esplendores cortesanos, lo mismo que en las aldeas; siempre con el mismo fruto, siempre
con la misma fuerza, sin desmayar un momento, sin cansarse nunca, sin fatigarse jams.
Zahiere los vicios de los pueblos, y los pueblos suspiran por ella; se levanta contra la
relajacin de los prelados, y los prelados la buscan; flagela el sentido pagano de la poltica
en los prncipes, y los prncipes la llaman con humildes ruegos. Vicente haba predicado en
Granada a instancias de su rey; de Granada pasa a Castilla; predica en los pueblos del
Guadalquivir, del Tajo y del Duero; desde La Corua salta hasta Inglaterra, penetra en
Escocia, deja las huellas de su palabra entre los insulares de Irlanda, vuelve al reino de
Aragn, reaparece en Italia; se presenta otra vez en su patria, llamado por el rey de Castilla;
predica en todas las ciudades espaolas, desembarca en las Baleares y, ya viejo, pero
empujado y sostenido siempre por una fuerza misteriosa, empieza su ltima misin
francesa: el Languedoc, Borgoa, Auvernia, la Isla de Francia, Bretaa...; y en Bretaa, en la
pequea ciudad de Vannes, se detienen para siempre aquellos pies apostlicos que haban
hollado tantos caminos. Pero testigos de su paso, quedaban por todas partes regueros de
luz, llamaradas de vida, flores de saber y santidad. Al eco de aquella voz, que haba sabido
tocar el corazn de los israelitas, que transformaban en iglesias las sinagogas; que haca
brotar conventos y universidades, y surgir puentes y hospitales, y encenda el amor en los
corazones helados por el odio, se organizaba una nueva sociedad, renaca el fuego santo de
la religin, y empezaba a reinar un sentido ms puro de la vida. No todos comprendan
aquella lengua valenciana, en que se expresaba el orador, pero todos entendan aquel acento
apocalptico, todos se sentan electrizados por aquella mirada proftica. Vicente se crey el
Idas y venidas, discusiones y cuchicheos; y, all adentro, rumores de risas y voces infantiles
y tecleos de clavicordios. Es en la portera del convento de las Hermanas del Nio Jess, de
Reims. Sencillez y limpieza: una mesa redonda, un silln de cuero, unas butacas y, en la
pared, pinturas no muy artsticas representando la Sagrada Familia de Nazaret, un grupo de
nios en torno a Jess, y otras escenas de asunto religioso. Las cbalas son en torno a la
mesa. Un hombre de edad madura, de cara bondadosa, de gesto inquieto y nervioso y de
casaca rada y descuidada, saca del seno una carta y la coloca en las manos finas de una
monja. Esta recoge el escrito, le abre con elegancia y se lo entrega al tercer interlocutor,
diciendo:
Lea usted, seor cannigo; tambin para usted
hay algo.
El cannigo es ms joven que la monja y que el
hombre de la casaca. Representa apenas treinta
aos, y su rostro hermoso respira bondad y
confianza. Tiene una estatura regular, unos ojos
azules muy dulces, nariz firme, abundante pelo
castao, ancha frente y un suave color dorado en
la
piel.
Todo
esto
realzado
por
un
gesto
El hombre de Rouen fij en el joven cannigo una mirada tmida, que significaba al mismo
tiempo sumisin, gratitud y docilidad. Tena todo el aspecto de un maestro de escuela, pero
sin el menor asomo de pedantera. Era el hombre en quien la seora Maillefer haba pensado
para dirigir su fundacin. Se llamaba Adriano Nyel, y haba dado ya notables muestras de su
espritu abnegado y entusiasta por la instruccin de los nios. Sin embargo, el cannigo
haba conocido pronto su defecto dominante: la inquietud, la inconstancia, la espontaneidad
excesiva. Y le haba hablado en consecuencia: Muy bien, muy bien. La idea es magnfica;
pero nada de ruido; con firmeza, pero lentamente.
As empez San Juan Bautista de la Salle su carrera de fundador. Porque el cannigo era el
mismo San Juan Bautista. Una casualidad, una simple recomendacin, haba sido la seal de
la Providencia. Despus el maestro y l hablaron largamente, y la escuela naci junto a la
parroquia.
El cannigo daba consejos, entusiasmo y dinero. Aumentaron los nios y fue preciso crear
otra escuela. Los maestros haban aumentado tambin. Juan Bautista de la Salle pens en
una organizacin del profesorado, en vista de una mayor eficacia. l era, ante todo, un
organizador, aunque no le faltaba cultura religiosa y eclesistica. Siendo pequeo, su padre,
un magistrado influyente, haba intentado ensearle a cantar y tocar el violn, pero l se
juntaba de mejor gana a su madre, que le enseaba el catecismo y le lea vidas de santos.
Ya mozalbete, estudi teologa en Pars con brillantez. En el seminario de San Sulpicio le
recordaban como un estudiante aplicado, fino, piadoso y poco bullicioso. A los quince aos,
cosa antes corriente, le aseguraron el porvenir con una pinge canonja. A los veinte,
muertos sus padres, qued al frente de la familia. Entonces se vio al hombre de orden: en su
casa todo se haca a toque de campana, todo tena una reglamentacin rigurosa: el sueo, la
comida, los recreos, los trabajos. Adriano Nyel se encontr a maravilla en este ambiente
semiconventual. Sus coadjutores tuvieron tambin que someterse a l. Poco a poco se iba
definiendo el instituto. Hubo, sin embargo, un momento difcil. Los parientes del cannigo
estaban alarmados al ver su casa convertida en refugio de advenedizos. Haban soado para
su hermano ms altas dignidades, un obispado tal vez, y he aqu que le vean ahora
capitaneando, segn su expresin, una cohorte de maestrillos hambrientos y una legin de
muchachos sacados del arroyo, viciosos, legaosos, harapientos y desagradecidos. Un da
hablaron seriamente a aquel hermano, que as desprestigiaba a la familia, y le amenazaron
con el abandono y el desprecio. Juan Bautista recibi sus reproches con dulzura, segn
estaba en su carcter; pero su respuesta fue renunciar la canonja y distribuir sus bienes
entre los pobres, para entregarse por completo a la gran obra de su vida, que cada vez se le
presentaba con mayor claridad. En 1684 daba el paso decisivo, haciendo profesin religiosa
con doce de sus discpulos ms fervorosos. As
quedaba
fundada
la
Congregacin
de
los
fundar una religin, deca Bonaparte, es preciso estar dispuesto a subir a la cruz. Algo de
esto saben los fundadores de todas las Ordenes religiosas. San Juan Bautista de la Salle sola
decir que si, al recibir la carta de su parienta de Rouen, hubiera previsto los padecimientos
que le aguardaban, jams habra tenido valor para dar un paso adelante. Contradicciones en
las curias episcopales, procesos ruidosos, envidias profesionales, calumnias horribles,
rivalidades de compaeros, deserciones de discpulos, traiciones de amigos, ultrajes,
desprecios,
dimisiones.
Pero
la
humildad
creca
con
el
sufrimiento.
Suavemente,
Desde que la Iglesia existe, no han faltado nunca voces generosas para hacer resonar el
lenguaje de la justicia en presencia de los tiranos. El siglo XI de nuestra era nos ofrece
ejemplos famosos: San Gregorio VII, frente al emperador Enrique IV; frente a Guillermo el
Rojo de Inglaterra, Lanfranco y San Anselmo; frente a Boleslao II de Polonia, el obispo
Estanislao Szepanouski.
Boleslao era un prncipe ambicioso y valiente. Gran guerrero, jinete incansable, galop
victorioso a travs de las llanuras de Hungra, por las estepas rusas y por los campos
pantanosos de Pomerania. Nadie, dice el hagigrafo, ms atrevido que l en el combate, ms
gil en la carrera, ms diestro en el manejo de la lanza y ms sufridor del hambre y del fro.
Pero este afortunado conductor de ejrcitos era un monstruo. Su palacio se haba convertido
en un harn. La vida, la hacienda y la honra de sus vasallos eran pasto y juguete de la
voracidad insaciable de sus apetitos y de sus instintos sanguinarios. Nadie en Polonia se
atreva a resistir a sus caprichos. Los obispos, pesarosos, callaban; los magnates,
amedrentados, sufran en silencio los ultrajes; el pueblo, explotado por la rapacidad de los
exactores reales, doblaba su cuello al yugo de la tirana. Slo un hombre tuvo valor para
levantarse frente a la oleada de sangre y concupiscencia que manchaba las gradas del trono.
Fue Estanislao.
Nacido de noble familia en un pueblo cercano a
Cracovia, Estanislao haba viajado en su juventud
por las regiones occidentales de Europa, haba
escuchado a los maestros de Chartres y Pars,
precursores de Abelardo, y haba observado el
renacimiento
religioso
literario
que
alentaba
caballero cuya esposa pasaba por la mujer ms hermosa del reino. Largo tiempo la asedi el
rey con solicitaciones, promesas y regalos de joyas y vestidos: mas como nada pudiese
conseguir, envi a sus gentes con encargo de apoderarse de la dama y llevrsela al palacio.
El caso se hizo pblico, pero nadie se atrevi a condenarle. Y he aqu que cuando todos
callaban, Estanislao se presenta delante del rey, le habla respetuoso y enrgico, le afea su
conducta y se retira sereno, despus de haber amenazado con la sentencia de la
excomunin. El rey no supo qu decir. Aquello le pareci tan extrao, que qued como
petrificado, sin fuerza siquiera para estallar en una de aquellas sus cleras salvajes.
Fue un paso intil. En realidad, el rey era un pobre desgraciado, un juguete de sus pasiones
de hombre primitivo y, al mismo tiempo, refinado. Los vicios ms nefandos iban
apoderndose de su vida de una manera irremediable. Ya no le bastaba su harn; del
adulterio haba cado en la sodoma; de la sodoma, en la bestialidad. Nuevamente apareci
delante de l la figura del obispo. Era en una asamblea plenaria de magnates y prelados. El
vasallo tena ahora el aspecto de un profeta. Habl de los juicios de Dios, de la perdicin de
las almas, de los eternos castigos; record las leyes santas de la continencia y del deber e
hizo brillar ante los ojos del rey los rayos de Roma, que sacuden y derrumban los tronos.
Plido de ira, el rey descarg sobre l un torrente de injurias. Los cortesanos temblaban; la
escena iba tomando un aspecto trgico; y el obispo se dispona a contestar, cuando algunos
guardias se apoderaron de l y le arrastraron a la calle. Poco despus, un cortejo extrao se
detena delante del palacio episcopal. Al frente de l marchaba el rey; junto a l, su jumento
favorito, adornado de joyeles de plata, cubierto de prpura y de seda, enguirnaldado de
flores y cubierto de perfumes; detrs, una muchedumbre de cortesanos y cortesanas que
danzaban y rean ruidosamente; y al fin, un coro que cantaba versos obscenos. Era la
respuesta de Boleslao a la exhortacin episcopal.
Pero esta respuesta tuvo tambin su rplica: y fue que al da siguiente el animal apareci
mutilado: las narices cortadas, afeada la boca, los morros, sangrientos. El dolor del rey no
tena lmites. Dnde est ese perro?gritaba, agitado por convulsiones de locura. Tengo
que acabar con l; tengo que cortar sus labios, su boca, sus orejas, sus mejillas, sus manos
y sus piernas En aquel momento deca misa Estanislao en una capilla dedicada a San Miguel
que haba en las afueras de la ciudad. No tard en observar que en el exterior se alzaban
choques de armas y gritos de gentes. Se dio cuenta del peligro, pero continu la misa sin
inmutarse. Como tardaba en salir, el rey mand a algunos de sus caballeros que entrasen a
perpetrar el crimen. Nadie se atrevi a obedecerle. Entonces, desenvainando su espada y
profiriendo alaridos frenticos, desapareci en el interior, dispuesto a realizar su venganza. Al
poco tiempo volvi arrastrando de las piernas a su enemigo. Aqu le tenis, cobardes!,
dijo secamente. Estanislao era ya cadver; su rostro estaba desfigurado,
SAN HERMENEGILDO
Mrtir
( 585)
Memoria libre
13 de abril
Imperio
comprenderlas,
romano:
las
se
estudian,
esfuerzan
las
recogen,
por
las
conseguir la unidad religiosa. El fin era bueno, pero se equivoc de camino. Empese en
imponer a todos sus sbditos el arrianismo de su casa. A pesar de su penetracin natural, no
supo ver que arrianismo era lo mismo que divisin, desunin, individualismo; que ese
sistema estaba desprovisto de aquella fuerza educadora y civilizadora, propia de la Iglesia
catlica, que por un milagro incesante renueva los individuos y los pueblos. Quera unin,
quera cultura, y se propona conseguirlas por medio de la barbarie.
La oposicin se manifest en aquel mismo palacio toledano, orgulloso con las magnificencias.
Viva en l una princesa, llamada Ingunda, que, como hija de los reyes francos, estaba
firmemente unida a la religin catlica. Ingunda era esposa de Hermenegildo, el hijo mayor
del rey, mancebo afable y valiente, en quien se concentraba la esperanza de los pueblos.
Pero en el palacio haba, adems, otra mujer, una vieja de aire altanero, de genio avinagrado
y de espritu intransigente. Era Gosvinda, la mujer del rey, suegra y madrastra a la vez:
suegra de Ingunda y madrastra de Hermenegildo. Arriana hasta el fanatismo; envidiosa,
adems, de la Juventud y la belleza de su nuera, Gosvinda se pona furiosa ante la actitud de
la princesa franca. Las discusiones eran diarias en el palacio. De las palabras se pas a la
violencia: hubo amenazas, injurias y golpes. Se intent rebautizar a Ingunda por la fuerza;
pero ella permaneca firme como la roca, repitiendo una y otra vez que le bastaba haber
sido lavada una vez del pecado original en las aguas regeneradoras del bautismo, y que
confesaba a la Santsima Trinidad en igualdad indivisa. Esta respuesta irrit de tal modo a la
vieja, que, arrojndose sobre Ingunda, la asi de los cabellos, la arroj en tierra, la golpe
hasta hacerle sangre, y habindola despojado de sus vestidos, mand que la sumergiesen en
una piscina arriana.
Leovigildo, que, por naturaleza, no era tiano, ni opresor, ni fantico, presenciaba con dolor
aquella tragedia domstica, y para acabar con ella dio a su hijo el gobierno de Sevilla, con el
ttulo de rey. Tal vez en esta decisin influy el temor de un conflicto armado con los francos;
pero es un hecho que en la primavera del ao 579 los jvenes esposos residan ya en la
capital de la Botica. All les espiaba la gracia, que vena ahora envuelta en la palabra
elocuente de un gran obispo, San Leandro. Esposo amante y corazn recto, Hermenegildo
abjur la hereja, y como si quisiese borrar hasta el sello de su brbaro linaje, tom el
nombre de Juan.
Cunde en Toledo la alarma; Gosvinda grita furiosa; Leovigildo, viendo su corona en peligro,
se dispone para la lucha. Carcter tenaz, se niega a desistir de su campaa religiosa. Rene
en Toledo un concilio de obispos arrianos (580) y hace decretar que en adelante no ser
necesaria la rebautizacin para pasar al arrianismo. Como esto no bastaba para atraer a los
catlicos, redactse una nueva profesin de fe, que crey propia para unir a los dos partidos.
l mismo dio ejemplo de la civilizacin, presentndose, juntamente con las gentes del
pueblo, a venerar las reliquias de los mrtires. Todo fue intil. Los hispanorromanos resistan
heroicamente: unos sufrieron el tormento, otros la crcel, y los obispos ms egregios fueron
arrojados de sus sedes. Entre tanto, Hermenegildo se preparaba a la defensa; muchas
ciudades y castillos se haban declarado en su favor; dos ejrcitos de Toledo haban sido
derrotados, y los embajadores del prncipe negociaban en las cortes de los suevos, de los
francos y de los bizantinos. Tambin Leovigildo se preparaba para combatir. A fines del ao
582 reuna su gente, sitiaba y ganaba a Cceres y Mrida, separaba de la alianza de
Hermenegildo a los suevos y los imperiales, y se presentaba delante de Sevilla. Los
sevillanos amaban al joven rey, y se le amaba en toda la Botica. El epgrafe de un templo de
Alcal de Guadaira nos ha transmitido la inquietud de los catlicos en aquellos das y el eco
del amor que a Hermenegildo profesaban. Dice as: Cristo. En el nombre del Seor. En el
ao felizmente segundo del reinado de nuestro seor Hermenegildo rey, a quien persigue su
padre el rey Leovigildo en la ciudad de Sevilla. Fue una defensa heroica que dur cerca de
dos aos, hasta que el pan empez a faltar, los defensores se quedaron sin armas y el Betis
se alej de la ciudad, cambiado su curso por los sitiadores. Entonces Hermenegildo tuvo un
gesto hermoso: puso en salvo a su mujer en territorio bizantino, y se dirigi a Crdoba,
dispuesto a defender su causa hasta el fin. All se le present su hermano Recaredo,
ofrecindole perdn y olvido: Acrcate, hermano mo le deca; pstrate a los pies de
nuestro padre y te perdonar todo. Poco despus llegaba Leovigildo tambin. Padre,
padre, padre!, clama el prncipe al verle venir; luego, arrojndose a sus pies, se los regaba
con las lgrimas.
Leovigildo le alz del suelo, le bes en el rostro
y
con
palabras
cariosas
le
condujo
al
fue
famosa
por
la
ciencia
de
sus
todava
por
la
hazaa
singular
de
un
Para dar esta solucin no era necesario consultar al orculo. Cualquier jurista de los que
vendan su ciencia en la plaza de la ciudad hubiera podido dar un consejo ms acertado.
Estoy viendo salir estas reflexiones de los labios del lector. Pero hay que saber que las
palabras de los trpodes sagrados rara vez se distinguan por su sabidura. Tal vez slo
cuando a Scrates se le dijo aquella profunda sentencia: Concete a ti mismo. Ms me
preocupa la sonrisa burlona con que la crtica moderna va a recibir mi relato. En ningn
escritor que se respeta, que tiene el sentido de su alta responsabilidad, y escribe atiborrando
de notas y de nmeros entre parntesis sus pginas, y no penetra en el bosque de las
antiguas leyendas sino fieramente armado del escalpelo y del martillo, encuentro este
ingenuo relato; pero le encuentro en los tapices bizantinos y coptos, en los marfiles
carolingios, en las piedras romnicas, en los escudos de los caballeros medievales, en los
retablos renacentistas y hasta en la numismtica moderna. Todos estos monumentos nos
hablan del dragn terrible y del hroe famoso que le mat. La leyenda urea nos relata la
gesta con toda seriedad. Ni Metafrastes ni Jacobo de Vorgine vacilan ni se sonren. Yo siento
no tener aquella santa sencillez. Las notas y los nmeros de los crticos modernos le alarman
a cualquiera; pero, en resumidas cuentas, no me importa concederles que lo del dragn hay
que entenderlo de una manera simblica. Tal vez se trata de un dolo, o del pecado, o de la
tirana. Una cosa es segura: que nos encontramos ante un amable debelador de monstruos,
cuyo nombre significa la victoria sobre el enemigo, la derrota del fuerte, la liberacin del
dbil, la paz, la tranquilidad.
Por lo dems, la idea de pedir sacrificios humanos es muy propia de los orculos. El sacrificio
es un acto de adoracin, y como el demonio quiere ser adorado, tiene hambre y sed de carne
y de sangre humanas. A los pueblos groseros les pide el sacrificio humano en la forma ms
grosera; a los pueblos refinados, de una manera refinada; quiere que, de una forma u otra,
la vida ms noble de la tierra sea inmolada ante su altar; quiere la sangre, lgrimas rojas del
cuerpo, o las lgrimas que, segn San Agustn, son la sangre del alma. Quiere vctimas, y
cuanto ms puras, mejor. La Fontaine cometa un profundo error cuando haca decir a los
animales enfermos de la peste: Que el ms culpable de nosotros se sacrifique a los golpes
del furor celeste. No es la sangre ms manchada, sino la ms inocente, la que se pide en
todas las tradiciones del gnero humano. Para que la armada griega tuviese viento favorable
al dirigirse a Troya, Diana pidi la vida de Ingenia, la hija del pastor de los pueblos. Satn
prefiere sangre virginal.
En Beirut, la suerte design un da a la hija del rey. Dicen que se llamaba Margarita, y
tampoco sobre este nombre queremos discutir. La reina rasgaba sus vestidos y se arrancaba
los cabellos, la servidumbre lloraba y el rey se negaba a entregar a su hija nica. El pueblo,
que ya entonces se amotinaba, ruga en torno del palacio, dispuesto a pegarle fuego.
Heroicamente, la nia se escap de los brazos de su madre y apareci entre la multitud,
ataviada con sus vestidos de fiesta, deslumbrante con su diadema y sus collares. De
ordinario; las vctimas tienen que ir al sacrificio con sus ms ricos atavos. Es una crueldad
refinada; es como aguzar la punta del cuchillo. Se les hace sentir todo el atractivo de la vida
en el momento de ir a privarse de ella. Plida y temblorosa, la princesa camina hacia el lago
donde habita la bestia. Cerca de l hay una roca, y junto a la roca un rbol. All la dejan
atada y deshecha en llanto. Es tan triste morir en la flor de la juventud, cuando la vida
sonre, cuando la rosa se abre, cuando el sol del amor empieza a brillar sobre ella! Su ltima
hora ha llegado ya. De un momento a otro saldr el monstruo, la hundir en sus fauces,
exhalar ella un grito y dejar de existir.
Pero he aqu que se acerca un guerrero. Es un joven de gesto arrogante, que monta brioso
corcel. Es un guerrero, es un tribuno de los ejrcitos imperiales: el casco, brilla en su cabeza,
la lanza relampaguea en su mano, y sobre los hombros flota la clmide de escarlata. Al or
los gemidos de la joven, la descubre, se le acerca, la interroga. Ella le cuenta su infortunio;
l la desata y la consuela. De pronto, el lago empieza a hervir, las aguas se agitan
espumosas; el dragn se retuerce, bosteza y mira en torno con indiferencia; sus roncos
resoplidos inficionan el aire, sus silbidos horribles estremecen el valle. En el palacio dice la
reina: Ya ha vivido mi nia, y llora todas sus lgrimas. La princesa lanza gritos de terror;
pero el soldado, envolvindola en una mirada que habla de confianza y de victoria, le dice:
No temas. Al mismo tiempo asegura los pies en los estribos y enristra la lanza. El dragn
se acerca lentamente, dejando una senda de lodo y de babas; y se dispone a saltar gozoso
sobre su doble presa, cuando el guerrero, de un bote del caballo, se arroja sobre l, le hiere
en medio del corazn y le deja tendido a sus pies. Ahora dijo el hroe a la princesa
chale tu cinturn al cuello y llvale a la ciudad. All, en la plaza de Beirut, agoniz entre
espasmos horrorosos.
La multitud aplauda a su libertador; la princesa
le miraba con ojos llenos de gratitud; los
sacerdotes queran venerarle como a un Dios, y
el rey le ofreci el primer puesto en su reino y
la mano de su hija. Pero l no quiso aceptar
nada. No soy yodijoquien os ha devuelto
la seguridad; sino Cristo, el Dios a quien yo
adoro. Y les habl del Evangelio, y les expuso
la ley de la caridad cristiana, y sus palabras
fueron an ms poderosas que su lanza. El rey
y toda la ciudad pidieron el bautismo. Y cuando
le fue preciso caminar, las gentes lloraban y
decan: Qudate con nosotros, varn de Dios, escudo de la inocencia. Pero el noble
caballero tena que reir nuevos combates y defender otras princesas y matar otros
monstruos. Y, andando, andando, lleg un da a Nicomedia, donde reinaba el emperador
Diocleciano. Era cuando los cristianos ardan en las hogueras y regaban con su sangre los
anfiteatros. Aquella crueldad llen de ira el corazn del hroe; presentse al emperador, le
habl el lenguaje de la justicia y de la misericordia, y mereci ser encarcelado, azotado,
torturado y degollado.
Tal es la leyenda conmovedora de San Jorge, el hroe por excelencia, el tipo de los
caballeros, el patrn de los argonautas del ideal. El Oriente recogi con amor la memoria de
aquel a quien l llamaba el gran mrtir: Constantino le levantaba templos, Justiniano colgaba
su espada vencedora en su sepulcro. San Basilio pona ante l las flores de su elocuencia. En
Occidente, San Jorge era el espejo del caballero, el caballero andante de la fe, el defensor de
la justicia, el prototipo del valor, el que aseguraba la victoria. Comparta con San Miguel y
con Santiago la direccin de las batallas. Su nombre resonaba en los combates, y ms de
una vez le volvieron a ver los ejrcitos destruyendo monstruos de injusticias y de errores. En
los estandartes apareca aplastando al dragn, como un pronstico del triunfo. Los pueblos
se ponan bajo la proteccin de su espada, y con ella descansaban seguros. Y, cosa extraa!,
los dos pueblos ms prcticos, los menos caballerescos, los que en vez de una espada
pudieran tener un metro por smbolo, Inglaterra y Catalua, llaman su patrn a San Jorge.
Otro dato que tal vez tiene su misterio: Jorge significa labrador. Tal vez esto quiera decir que
el hombre del herosmo, de la caballerosidad, de la victoria, es el que da tras da rompe las
entraas de la tierra fecunda, librando a sus hermanos de los monstruos terribles del hambre
y la miseria. La constancia en el trabajo, Inglaterra y Catalua nos lo dicen, es un alto
herosmo.
23 de abril
Tambin se celebra Jorge de Capadocia
Adalberto.
Este
obispo
le
dio
su
suavidad del Evangelio, esta atmsfera de terror en que vive uno de sus ms puntuales
seguidores; pero Dios tiene muchas vas para llevar al Cielo a sus escogidos, y en el siglo X,
tan disoluto y gangrenado por el crimen, convena la aparicin de esta figura ejemplar.
Entonces alcanz toda su realidad aquella palabra de Cristo: El mundo se alegrar y
vosotros os contristaris.
Pero el mundo, que perdona fcilmente su virtud a algunos santos, porque la juzga ms
suave, ms humana, ms condescendiente, guarda un odio irreconciliable para aquellos que
directamente, con sus palabras o con su conducta, se oponen a sus alegras insensatas. Y
Adalberto era, en su vida y en sus palabras, lo que era en su rostro. Sus sbditos yacan en
la barbarie, sin ms que el nombre de cristianos, y l tena un temple incapaz de ceder.
Predicaba, reprenda, excomulgaba, y la gente no vea ms que la dureza de su palabra; no
vea que todas las rentas de sus tierras se las llevaban los mendigos y los enfermos. Su
rigidez de acero se estrell contra el salvajismo del pueblo. Tres veces dej su episcopado
por juzgar intil su labor, y otras tantas lo volvi a tomar por consejo de los Sumos
Pontfices. En uno de estos intervalos visti la cogulla benedictina en el monasterio de San
Bonifacio, de Roma. Disfrazado con la mscara de la humildad y de la sencillez, nadie adivin
en el nuevo monje la luz de Bohemia. Vivi desconocido durante cinco aos, como el ltimo
de los monjes, sirviendo, cuando le tocaba, a la mesa conventual, y sufriendo las sanciones
regulares y las advertencias de los hermanos, porque, como no estaba acostumbrado a
aquellos menesteres, rompa con frecuencia las copas y los platos.
Cuando, por ltima vez, se diriga a su dicesis, los de
Praga le enviaron una embajada dicindole irnicamente:
Nosotros somos pecadores, gente de iniquidad, pueblo de
dura cerviz; t, un santo, un amigo de Dios, un verdadero
israelita que no podr sufrir la compaa de los malvados.
Adalberto comprendi, se dio cuenta de que seran intiles
todos sus esfuerzos, y se encamin a predicar el Evangelio
en Prusia. A la severidad de su palabra aadi Dios el
atractivo de la gracia. Ya antes, su predicacin haba
convertido a muchos paganos en Polonia, y el rey de
Hungra, San Esteban, haba recibido de su boca la
enseanza de la fe. En Prusia, su apostolado tuvo una
fecundidad asombrosa. Todos los habitantes de Dantzig recibieron el bautismo de sus manos.
Para atraerlos ms fcilmente se visti como las gentes de aquella tierra, adopt su manera
de vivir y aprendi su lengua. Hacindonos semejantes a ellosdeca, cohabitando en sus
mismas casas, asistiendo a sus banquetes, ganando el sustento con nuestras manos y
dejando crecer, como ellos, nuestra barba y nuestra cabellera, los ganaremos mejor para
Cristo.
Los infieles se alarmaron y le persiguieron de pueblo en pueblo. Sitiado en una casa por una
tribu de salvajes, les deca desde la puerta: Yo soy el monje Adalberto, vuestro apstol. Por
vosotros he venido aqu, para que dejis esos dolos mudos y conozcis a vuestro Creador, y
creyendo en l tengis la verdadera vida. Nadie se atrevi a tocarle entonces; pero algo
ms tarde un sacerdote de los dolos le atraves con una lanza mientras rezaba el breviario.
Adalberto pudo sostenerse un instante de rodillas para orar por sus asesinos. Al caer
exnime, una sonrisa de felicidad se posaba por primera vez en sus labios. Su alma,
inundada de gloria, volaba hacia Dios, descifrado ya el capital enigma que tantas veces le
ensombreciera. Habase cumplido la promesa del Salvador: Vuestra tristeza se convertir en
gozo, y vuestro gozo nadie os lo podr arrebatar.
de
filsofo
cristiano.
Hablar
sentencioso,
doctrina sin fermento, conducta irreprochable. Estudia las letras y el derecho, y de la vida
conoce mucho ms de lo que poda esperarse de un joven de veinte aos. Pero quiere
aprender ms todava. Cuando unos jvenes de la ms alta nobleza le invitan a
acompaarles y guiarles en un viaje a travs de Europa, Fidel acepta encantado. Es mentor e
intrprete; sabe lenguas y entiende de costumbres y caracteres de pueblos. Sabe, sobre
todo, el espaol, que en aquel tiempo de hegemona hispnica era la lengua universal, como
deca Saavedra Fajardo, la llave para abrir todas las puertas.
Fidel sabe convertir el viaje en una peregrinacin cientfica y religiosa. Introduce a su grupo
de muchachos en los santuarios ms famosos; les comenta las obras de los grandes artistas
y les ensea a desentraar la enseanza de las cosas. En los caminos, sabe distraer sus
fatigas contando las historias de los pueblos, y en las cocinas de los hoteles, despus de
saborear los macarrones italianos o los jamones de Castilla, deja caer al desgaire graves
mximas, fruto de su precoz experiencia: Un jovenles dice, viendo entrar a un mancebo
ataviado como una cortesanadebe despreciar los vanos adornos. El que se viste como una
mujer es indigno de la gloria, que slo se alcanza abrazando los sufrimientos y despreciando
los placeres. Otro da, observando que sus compaeros se apartan con repugnancia de un
mendigo maloliente, aprovecha la oportunidad para darles este bello consejo:
Vosotros estis llamados a ser jefes de pueblos; pero nadie puede mandar a los dems sin
antes vencerse a s mismo. Acordaos de que vuestros vasallos son semejantes a vosotros, y
que, teniendo las mismas necesidades que vosotros, debis estar dispuestos a socorrerlos.
Hay muchas gentes desagradecidasinterrumpi uno de sus oyentes, y de ellas mejor es
no acordarse.
La ingratitudrepuso Fidella encontraris, mayor o menor, en todos los hombres; y por
eso conviene que en los hombres no miris ms que a hermanos vuestros, hijos del mismo
Padre que est en los Cielos.
Durante algn tiempo, encontramos luego a Marcos Rey ejerciendo la abogaca en Colmar,
una ciudad de Alsacia. No ha nacido para embrollar pleitos ni para ganar mucho dinero en el
foro. Por lo dems, no lo necesita. Las mismas riquezas que ha heredado en abundancia, se
las entrega a los pobres. Da su dinero, su ciencia y su elocuencia. Se hace el abogado de
todos aquellos que no tienen abogado porque no pueden pagarle. Quiere quedarse pobre, y
no lo logra; y empieza a tener miedo de perderse. Las palabras evanglicas le amedrentan,
y, empujado por este temor de su debilidad, busca un refugio en el convento de capuchinos
de Friburgo. El da de su profesin escriba: Para conformarme a la perfecta resignacin y a
la caridad, por la cual Jesucristo se resign y ofreci a su Padre en el rbol de la Cruz, yo me
ofrezco y consagro, por esta ltima voluntad ma, como un sacrificio vivo y eterno al servicio
de la divina Majestad. Desnudo sal del seno de mi madre,. y desnudo, despojado de todas
las cosas, me pongo entre los brazos de Jesucristo mi Salvador.
Pero
Santa
Catalina
de
Siena
haba
dicho:
SAN MARCOS
Evangelista
(Siglo I)
Memoria libre
25 de abril
Tambin se celebra Santo hermano Pedro de San Jos de Betancurt
en
las
casas
ms
espaciosas
Marcos da motivo a una seria disputa. Bernab quiere llevarle en su compaa, Pablo se
opone terminante, y parte solo, mientras sus antiguos compaeros se encaminan a Chipre. A
pesar de aquella dolorosa repulsa, Juan Marcos sigue recorriendo el Imperio y predicando la
fe. En el ao 62 se encuentra en Roma con San Pablo. El Apstol de las Gentes ya no se
desdea de tenerle a su servicio; ha cambiado de opinin y no duda de encargarle delicadas
misiones en las iglesias que antao fundaron juntos. Su antiguo compaero es ahora el
hombre siempre til en vista del ministerio.
Pero Marcos amaba ms la compaa de San Pedro. El prncipe de los Apstoles le llama su
hijo, y l camina, a su lado recogiendo dcilmente las palabras de aquel hombre, que era
probablemente quien le haba enseado a amar a Jess, cuando viva an en la casa de
Jerusaln. Perteneca a esas almas admirables que brillan en segunda fila, o que saben
retirarse a la penumbra para consagrarse a la gloria de un maestro, mereciendo as el premio
de la modestia y haciendo su accin ms fecunda, aunque menos personal. La antigedad le
llam a San Marcos el discpulo e intrprete de Pedro. Es probable que el rudo pescador de
Betsaida, escogido por Cristo para ser el jefe de su Iglesia, no llegase a hablar con facilidad
el griego. Pero a su lado estaba el hombre abnegado, el discpulo amable, dispuesto a
transmitir su pensamiento en las reuniones de la primitiva comunidad de Roma. Y Marcos, al
lado del apstol traduca sus palabras, identificndose completamente con aquella catequesis
histrica que era la particularidad de su maestro. Era el secretario, la voz, el eco del prncipe
de los Apstoles. Un da los oyentes le pidieron que pusiese por escrito aquellos bellos
relatos; l accedi, y as naci el segundo de los Evangelios. San Pedro dej hacer. Ni
prohibi la obra, ni la aprob. Tal vez, le asust un poco la iniciativa del discpulo. Cuando
Jess les haba enviado por el mundo, no les haba mandado escribir, sino predicar. Y el soplo
del Espritu llevaba la predicacin por todas partes con victoriosa impetuosidad. Se la vea
trasponer las fronteras, adaptarse a los tiempos, a los lugares, al genio de cada raza.
Encerrarla en un libro, era quitarle algo de su brava libertad; imponerle un marco invariable,
privarla de aquel esplendor especial con que la vesta cada uno de los mensajeros del
Evangelio. Saba que, a pesar de los escritos, la palabra apostlica permanecera
infaliblemente fecunda y eternamente fresca en la enseanza de sus sucesores.
No obstante, dej hacer. En el libro de Marcos vio un
memorial exacto de su predicacin, y cuando algo
despus la persecucin le arrebat a la Iglesia, los
cristianos de Roma no tenan ms que leer aquellas
pginas
inspiradas
imprime
su
carcter
especial
al
segundo
vestigio
del
sermn
de
la
montaa;
algunas
parbolas,
pero
bosquejadas
rpidamente; las conversaciones de Jess con los Apstoles, resumidas en pocas palabras.
Hechos y milagros, muchos milagros. Es lo que convena a aquella raza viril, de la que deca
Tcito: Obrar y sufrir animosamente: esto es todo el romano. Lo maravilloso era un
alimento que buscaba con avidez aquella sociedad romana de las primeras misiones
evanglicas. Era general la creencia en la astrologa, en los sueos y en los adivinos; los
magos y agoreros eran condenados a la hoguera por la ley, pero las gentes temblaban
delante de ellos; y los ms graves escritores., el mismo Tcito, llenaban de prodigios sus
historias. Plinio el Viejo, que no crea en los dioses, aceptaba como indudables muchas
aventuras mitolgicas. Por su parte, Marcos satisfaca estos anhelos, reemplazando las
imposturas con las obras divinas que acababa de presenciar toda Judea. Conoce los gustos
de los romanos, y no tiene ms que presentar la verdad para complacerles. Sabe tambin
que escribe para occidentales, y omite toda la particularidad que pueda delatar en l al
hebreo de raza. El giro de su frase es semita, arameo; pero si San Mateo escriba para los
convertidos de los hijos de Israel, l se dirige a los gentiles. Aunque no toma un tono
dogmtico, aunque est lejos de las tendencias paulinas a teologizar, tambin l tiene su
tesis. Mateo presentaba a Jess como el Mesas esperado por los judos; Lucas le propona a
los grecorromanos como el Salvador de que les hablaban sus orculos: Marcos quiere que se
vea en l, ante todo, al Hijo de Dios. El ttulo mismo lo indica: Comienzo del Evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios. La confesin que San Pedro haba proclamado en Cesrea de Filipo,
es el centro a que convergen todos los relatos del segundo Evangelio. Una vez ms, San
Marcos era el intrprete de Pedro.
Y despus de haberlo sido en Roma, lo fue en
Alejandra,
segn
antiguas
tradiciones.
La
Relacin
con
otros
temas:
de
San
Carta
Jos
pastoral
guatemalteco
ante
la
de
del
Betancurt
Episcopado
canonizacin
del
El hermano Pedro naci en la isla de Tenerife y muri en la Antigua Guatemala, donde est
enterrado en la iglesia de San Francisco el Grande. Tras una juventud dada a la piedad y al
trabajo, embarc para Amrica con el ideal de evangelizar a los nativos y socorrer a los
necesitados. Con sus 16 aos dedicados en Guatemala al cuidado de los enfermos, los
pobres, los analfabetos, etc., y las obras que para ellos promovi, ha permanecido en la
memoria de todos como el Santo hermano Pedro o, sencillamente, el Hermano Pedro. Juan
Pablo II lo beatific en 1980 y lo canoniz el 30 de julio de 2002, siendo el primer santo
guatemalteco y tinerfeo.
El hermano Pedro de San Jos Betancur nace en Vilaflor de Tenerife (Islas Canarias, Espaa)
el 21 de marzo de 1626 y muere en Guatemala el 25 de abril de 1667. La distancia en el
tiempo no opaca la luz que emana de su figura y que ha iluminado tanto a Tenerife como a
toda la Amrica Central desde aquellos remotos das de la Colonia.
El hermano Pedro de San Jos Betancur supo leer el Evangelio con los ojos de los humildes y
vivi intensamente los Misterios de Beln y de la Cruz, los cuales orientaron todo su
pensamiento y accin de caridad. Hijo de pastores y agricultores, tuvo la gracia de ser
educado por sus padres profundamente cristianos; a los 23 aos abandon su nativa Tenerife
y, despus de 2 aos, lleg a Guatemala, tierra que la Providencia haba asignado para su
apostolado misionero.
Apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, una grave enfermedad lo puso en contacto
directo con los ms pobres y desheredados. Recuperada inesperadamente la salud, quiso
consagrar su vida a Dios realizando los estudios eclesisticos pero, al no poder hacerlo,
profes como terciario en el Convento de San Francisco, en la actual Antigua Guatemala, con
un bien determinado programa de revivir la experiencia de Jess de Nazaret en la humildad,
la pobreza, la penitencia y el servicio a los pobres.
En un primer momento realiz su programa como custodio y sacristn de la Ermita del Santo
Calvario, cercana al convento franciscano, que se convierte en el centro irradiador de su
caridad. Visit hospitales, crceles, las casas de los pobres; los emigrantes sin trabajo, los
adolescentes descarriados, sin instruccin y ya entregados a los vicios, para quienes logr
realizar una primera fundacin para acoger a los pequeos vagabundos blancos, mestizos y
negros. Atendi la instruccin religiosa y civil con criterios todava hoy calificados como
modernos.
Construy un oratorio, una escuela, una enfermera, una posada para sacerdotes que se
encontraban de paso por la ciudad y para estudiantes universitarios, necesitados de
alojamiento seguro y econmico. Recordando la pobreza de la primera posada de Jess en la
tierra, llam a su obra Beln.
Otros terciarios franciscanos lo imitaron, compartiendo con el hermano Pedro penitencia,
oracin y actividad caritativa: la vida comunitaria tom forma cuando el hermano Pedro
escribi un reglamento, que fue adoptado tambin por las mujeres que atendan a la
educacin de los nios; estaba surgiendo aquello que ms tarde debera tener su desarrollo
natural: la Orden de los Bethlemitas y de las Bethlemitas, aun cuando stas slo obtuvieron
el reconocimiento de la Santa Sede ms tarde.
El hermano Pedro se adelant a los tiempos con mtodos pedaggicos nuevos y estableci
servicios sociales no imaginables en su poca, como el hospital para convalecientes. Sus
escritos espirituales son de una agudeza y profundidad inigualables.
Muere apenas a los 41 aos el que en vida era llamado Madre de Guatemala. A ms de
tres siglos de distancia, la memoria del hombre que fue caridad es sentida grandemente,
viva y concreta, en su nativa Tenerife, en Guatemala y en todos los lugares donde se conoce
su obra. El hermano Pedro fue beatificado solemnemente por Juan Pablo II el 22 de junio de
1980 y canonizado el 30 de julio de 2002, en un acontecimiento de incalculable valor
pastoral y eclesial para Guatemala y para toda Amrica.
Estatua de Isidoro de Sevilla (Jos Alcoverro y Amors, 1892, Biblioteca Nacional, Madrid - Espaa)
casa
pareca
hundida
para
siempre,
y,
sin
est en peligro, y acaso llega a desmayar; pero en este momento su hermano le enva desde
el destierro una carta en que le exhorta a mirar con serenidad la muerte.
Terminada la lucha con la muerte del rey perseguidor (586), los dos hermanos vuelven a su
dicesis y a su escuela. Isidoro es ahora el abad y el maestro. Dispone y ordena, ensea y
lee; lee metdicamente, infatigablemente. Busca libros por todas partes, libros clsicos y
patrsticos, latinos y griegos, poticos y jurdicos, cientficos y filosficos. Un libro nuevo era
para l una gracia de Dios y la mayor de las venturas. Hablando de los de San Gregorio
Magno, dice con pena: Mejor suerte que yo tendr aquel a quien Dios conceda el deleite de
saborear todas sus obras. As ha logrado formar una librera que difcilmente hallar otra
semejante en toda la Edad Media. All ha puesto su orgullo, su cario, su cuidado ms
exquisito. En la puerta hay unos versos que nos invitan a entrar: Muchas cosas sagradas
hay aqu; muchas cosas mundanales; si te gustan los versos, tienes tambin donde escoger.
Vers prados llenos de espinas y abundancia de flores; si las espinas te asustan, toma las
rosas. Las espinas eran, sin duda, los libros de la antigedad. Isidoro los lea con avidez,
pero necesitaba dar una explicacin a los espritus algo asustadizos. Entremos, pues... Todo
est en orden; orden de disposicin y orden de preferencia. En los muros se leen epigramas
que aluden a los libros guardados en los estantes cercanos; y a veces, sobre los epigramas
vense pinturas de eximios escritores. El primer estante est reservado para la Sagrada
Escritura, los venerandos volmenes de las dos Leyes; estn la Vulgata, la recensin del
obispo Peregrino, los originales hebraicos y las traducciones griegas. Viene despus
Orgenes, el doctor versimo, el primer dios de aquel templo. Ninguna blasfemia, nos
dice, toc jams mis sentidos, y eso que mis libros son tantos como los soldados de una
legin. Vienen despus Hilario, Ambrosio, Jernimo y Agustn, el hombre cuya sola
presencia basta. Este que nos mira serio encima de un estante es Juan Crisstomo. Nos lo
dice l mismo, y aade: Yo orden las costumbres, dije la recompensa de la virtud, y a los
pecadores les ense a llorar sus delitos. Cipriano, el maestro que los vence a todos por la
caridad, mora cerca de los poetas. Prudencio, el de la dulce boca, es el primero de todos.
No faltan tampoco los historiadores, como Eusebio y Orosio, ni los juristas, como Gayo y
Paulo; y all ests tambin t, oh Gregorio!, por quien los romanos ya no tienen nada que
envidiar a Hipona; y t, oh vate Leandro!, que no eres inferior a los antiguos doctores.
Estos son los dioses mayores de aquel templo. Fuera de ellos, hay otros muchos que no
tienen el honor de una pintura ni un verso. A lo ms, el nombre escueto: Len, Apringio,
Martn... Aparte hay una serie de estantes, donde estn las espinas, es decir, los libros
clsicos. Ningn rtulo los delata; pero el dueo los conoce muy bien. All tiene algunos
buenos amigos, como Horacio, Perseo, Cicern, Marcial, Juvenal, y, sobre todo, Varrn,
Servio, el comentarista de Virgilio, y Suetonio, no el historiador, sino el sabio, el naturalista.
Tambin aqu tenemos libre acceso; pero es preciso llegar con cuidado, con prudencia, para
no punzarnos. El sacerdote de este santuario es magnnimo y liberal. No quiere mariposeos,
ni espritus ratoniles; quiere hombres vidos, codiciosos, insaciables, como l. Como veis
nos dice sonriente, son muchos los libros que hay en nuestros anaqueles. Lee; en cualquier
materia tienes donde escoger. Sacude la modorra de tu mente, no seas perezoso; esta es,
hermano, la nica manera de salir ms docto de aqu. Tal vez me digas: Para qu tanto? He
recorrido las historias, he estudiado la ley, y esto me basta. Si as piensas, ya no sabes
nada.
Pero he aqu una puerta, disimulada detrs de un tapiz. Del interior sale un tufillo acre y no
ingrato. Veamos: estantes, cajas, almireces y retortas. Todo es orden en el pequeo
cubculo. Sobre la pared, cuatro figuras pintadas; dos, con nimbo alrededor de la cabeza y
palmas en las manos; otras dos, con barbas y, en las manos, sendos libros. Un dstico nos da
la clave para identificarlas: Aquellos a quienes el mundo celebra como los maestros
esclarecidos de la medicina, aparecen representados en estas pinturas. Los del nimbo son
San Cosme y San Damin; los de la barba, Hipcrates y Galeno. Estamos en la oficina del
mdico, y a la vez en la apoteca, la botica. Nuestro gua, este abad joven y plido, ama la
medicina ms acaso que la jurisprudencia, que la historia, que la dialctica o la minerologa;
la ama tanto como a la teologa, porque si sta sirve para alimentar a las almas, aqulla
sana y robustece los cuerpos; son dos instrumentos de la caridad, que quiere abarcarlo todo
y a todos aprovechar. Tanto como el olorcillo confuso de la menta, el ans, el saco, la
artemisa y la genciana, lo que aqu se respira es el hlito de la caridad. Es la caridad la que
da al mdico esta bella advertencia:
Atiende solcito lo mismo al pobre que al poderoso. Justo es que el rico te pague tus
cuidados, pero no seas exigente con el que no tiene que comer. Pero al lado se lee una
amarga advertencia acerca del egosmo humano: Mientras te dura la enfermedad, no le
faltan al mdico regalos; mas apenas te levantas del lecho, ya no vuelves a acordarte de l.
De la biblioteca y la farmacia pasamos al escritorio, una habitacin luminosa y sonriente.
Todo es actividad y silencio. Slo se oye el rasguear de los clamos, el gemir del pergamino,
roto por las tijeras, y, a intervalos, pausada y clara, la voz del dictante. En los muros hay
severas amonestaciones para los escribas: El que estuviese aqu media hora ocioso, sea
suspendido y reciba dos azotes. Amigo, si sabes copiar y pintar dos, tres y cuatro veces
mejor, tu obligacin es hacerlo. Si eres capaz de comprender dnde ests, calla; ese es mi
precepto. El copista no sufre a su lado un hablador. As debe ser el escritorio de donde va a
salir la renovacin cientfica de Espaa: lugar del trabajo inteligente y asiduo, mansin del
silencio y la quietud, refugio del arte y de la ciencia. Todos deben aspirar a la perfeccin; el
que prepara la vitela, el que combina las tintas, el que adorna las iniciales, el que ilumina los
folios con figuras de un delicioso sabor oriental, y, sobre todo, el que tiene la misin de
trasladar a las futuras generaciones las obras maestras de los antiguos en esbeltas y
angulosas capitales, en cursivas rpidas y enrevesadas o en los rasgos suaves y redondos de
la minscula. Nada les falta para cumplir dignamente con su noble oficio: ni el oro, ni el
lapislzuli, ni el cinabrio, ni las finas canas cortadas a la orilla del Betis, ni las plumas de
ganso, ni las pieles ms finas de ternerillo de cuatro meses. Mirad todos esos frascos que
llenan las alacenas. No brindamos licores nos dicen ellos; nosotros guardamos los
polvos finos de las materias colorantes. Y el maestro completa: Aqu tengo toda clase de
perfumes: esencias de rosa y violeta, aromas de incienso y almbar, elixires de nardo y de
estacte, ungentos de nuestra tierra espaola, juntamente con otros trados de Grecia;
mirra, casia, cinamomo, croco de Cilicia... En fin, todo lo que el rabe quema en sus aras,
cuanto produce la India en materias de pigmentos, cuanto se encuentra entre las aguas del
mar de Jonia, puede admirarse aqu. Para transmitir lo bello del pasado a los venideros, no
bastan las hierbas humildes, que nacen en cualquier prado; debemos disputar sus riquezas a
los palacios de los reyes.
Maestroobservamos nosotros, por lo visto, al organizar todos esos elementos de
trabajo, vuestro pensamiento est fijo en los tesoros de la cultura antigua.
En la cultura de los hombres que nos han precedido y en la de los hombres que vendrn
despus de nosotros. Desgraciadamente, hoy ya no sabemos tanto como en tiempo de
Suetonio y de Agustn. No en vano han pasado dos siglos de invasiones y saqueos. Ahora los
germanos empiezan a civilizarse, a envidiarnos nuestra lengua y nuestra erudicin latina.
Nuestra obligacin es saciar esa sed santa y noble, recogiendo cuanto se ha salvado de la
guerra y del incendio, ordenando los fragmentos dispersos, armonizndolo todo y
ofrecindoselo a los siglos futuros para que no vuelvan a la barbarie.
As deba de hablar Isidoro a Braulio de Zaragoza cuando le enseaba las salas donde haba
instalado su librera, su farmacia, su escritorio y su pigmentario. Recoger, ordenar, unificar,
transmitir: he aqu resumido en cuatro palabras el ideal de toda existencia. La tarea ha
empezado ya. Volvamos al escritorio. Un monje dicta; una docena de monjes copia. Qu
copian? Una nueva edicin, una recensin nueva de la Biblia. El texto de la Vulgata jeronimiana se iba adulterando de tal modo, que las Iglesias no podan ponerse de acuerdo. Era un
caos, donde Isidoro acababa de infundir la luz. Ha recogido los antiguos manuscritos, ha
estudiado, ha comparado, ha eliminado, y as ha logrado un texto bblico casi perfecto, que
se extender por toda Espaa y correr luego por toda la cristiandad. Ya tiene discpulos que
le ayudan, que son buenos polglotas y buenos escrituristas; y uno de ellos es Floro, el que
con manos estudiosas, no sin gran trabajo y a peticin del maestro amado, corrige el Salterio
de David, restituyendo la versin latina de .acuerdo con las fuentes griegas y hebraicas. As
dice la dedicatoria dirigida al abad Isidoro, y termina: Ahora, oh padre!, recibe con
benvolo corazn el volumen corregido, y revsalo t para que sea una obra definitiva.
Evidentemente, nos hallamos ante un hombre de espritu claro y voluntad enrgica. Es un
sabio, pero tambin un organizador. Tiene el genio del orden que hizo de Suger un hombre
de Estado. Hubiera podido gobernar el mundo, diramos de l sin temor de exagerar. Ya en
su abada se revela un hombre de gobierno. Desde el primer momento se ha dado cuenta de
que la legislacin monstica que regula la vida de los monjes visigodos es oscura,
enrevesada y, a veces, contradictoria: la misma confusin que en el campo de las Sagradas
Escrituras. Para remediarla, escribe su Regla de los monjes, donde todo es claridad, mtodo,
sencillez y comprensin. Todos los elementos antiguos han sido admirablemente fusionados,
sistematizados y dispuestos de una manera orgnica. Es una construccin, que preludia las
Etimologas.
La pasin del orden ser tambin el resorte de su vida episcopal. En el ao 600 sucede a su
hermano en la sede episcopal de Sevilla. Predica al pueblo, gobierna la dicesis, vela sobre
toda la Btica, rene concilios, uno en 619; otro en 625; promulga sabios decretos para
promover la cultura y mejorar las costumbres, defiende la ortodoxia, convierte a un obispo
oriental que propagaba en el sur de Espaa el eutiquianismo, y confunde a un prelado godo
que se haba levantado al frente de una reaccin arriana. Su accin llega hasta Toledo, y
desde all a todas las provincias de Espaa. Es el consejero de los reyes, su servidor, el ms
fiel de los vasallos. Admira al pueblo guerrero, que ha sabido crear un imperio en su tierra, y
se esfuerza para suavizar sus costumbres y hacerle comprender toda la belleza de las viejas
tradiciones hispanorromanas. Amigo del cristiansimo rey Sisebuto, su hijo y seor, le
alienta en su programa de gobierno, le anima en sus trabajos literarios, y conociendo su
ingenio, su facundia y su amor a las letras, le dedica el libro De la naturaleza de las cosas.
Esta poltica se inspira en el ms puro y ardiente patriotismo. Se siente orgulloso de ser
espaol, de vivir en la era de los reyes de Toledo, de pertenecer a la Iglesia de los grandes
concilios toledanos. Su Crnica de los reyes godos, vndalos y suevos empieza con un canto
a Espaa lleno de emocin y lirismo. De todas las tierras que hay desde el ocano a la
India, t eres la ms hermosa, oh Hispania sagrada!, madre, siempre feliz, de prncipes y de
pueblos. T eres la gloria y el ornamento del orbe, la reina de las provincias, la parte ms
ilustre de la tierra, la que fue amada por el podero de la gente goda, que alz en ella un
imperio glorioso por la majestad real y el brillo de las riquezas.
Aquel hombre, enamorado de la unidad, se senta nacionalista al ver a su patria gozosa de su
unidad poltica y religiosa. l tambin trabaja por la centralizacin de los poderes civiles y
religiosos, asqueado, sin duda, de la anarqua en que se haba vivido durante dos siglos.
Favorece el acrecentamiento de las atribuciones de los metropolitanos de Toledo, y trabaja
en acentuar la tendencia a la formacin de una Iglesia nacional, iniciada ya en el tercer
concilio toledano. Su ideal empieza a realizarse en el cuarto concilio de Toledo, que, inspirado
y presidido por l, nos refleja, al mismo tiempo que sus ideas teolgicas, sus planes bien
definidos de reforma religiosa. Es en diciembre del ao 633. Isidoro, casi octogenario, ha
llegado a la cumbre de su fama de ciencia y santidad. Los setenta obispos reunidos en torno
suyo se inclinan delante de su figura venerable y su saber prodigioso. Casi no hay discusin
en la asamblea: l propone los decretos, sus colegas asienten. Todos llevan el sello de su
talento preciso, claro, pragmatista y organizador. La disposicin de las materias es tambin
de una lgica irreprochable. Ante todo, el smbolo de la fe que ha de ser como la columna de
luz del catolicismo espaol; despus, la organizacin general de la Iglesia, y como
consecuencia natural, la ordenacin de la oracin pblica y los oficios divinos; siguen las
disposiciones acerca de la parte material de las baslicas y los estatutos que han de regular la
vida de los clrigos. Hay una veintena de cnones para fijar la situacin de los siervos y los
judos, y viene, finalmente, la reglamentacin de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Una idea comn inspira toda esta legislacin: es la idea de unidad. Todas las ciudades
episcopales deben tener una universidad, un seminario semejante al de Sevilla; todos los
clrigos deben usar la misma tonsura, todos los templos deben tener los mismos rezos y la
misma manera de administrar los sacramentos; todas las iglesias deben someterse a la
misma ley; toda la nacin debe regirse por la misma coleccin cannica: la Hispana, que
Isidoro acaba de redactar y promulgar; todos los obispos deben acatar la autoridad del
Concilio nacional. Unidad de gobierno, unidad de disciplina y unidad de liturgia, porque
sera un absurdodice Isidoroque tuvisemos costumbres distintas los que profesamos
una misma fe y formamos parte de un mismo imperio. Hay una excepcin, sin embargo, a
este principio general. Isidoro se resigna a ella, aunque no sin vacilaciones. Vive en un
ambiente nacionalista, y lo favorece con toda su alma. El nacionalismo trae la persecucin de
los judos, y en esto Isidoro ya no est con sus contemporneos, ni siquiera con su amigo el
rey Sisebuto, que haba querido convertirlos a la fuerza. En su Historia, Isidoro condena su
conducta. Tuvo celodice, pero no segn la prudencia. En el Concilio cuarto de Toledo,
delante de la corte y del episcopado, se atrevi a oponerse a la corriente antisemita,
contentndose con dificultar la influencia perniciosa de los judos. Se les ha de atraerdice
; pero no con la espada, sino con el raciocinio; y poniendo en prctica este principio,
publica sus dos libros Contra los judos, que, en el optimismo de su caridad, haba credo
ms eficaces que las torturas de Sisebuto.
El sabio, entre tanto, no haba olvidado sus planes de su escuela. Lea, escriba y enseaba
con el ardor de sus aos juveniles. Su ciencia y su elocuencia renen en torno suyo lo ms
granado de la juventud estudiosa de toda Espaa. Todo en l cautivaba y deleitaba: su
virtud, su bondad, su lenguaje y su saber. Ildefonso de Toledo, el ms famoso de sus
discpulos, hace de l este elogio: Era un hombre extraordinario, tanto por su belleza
varonil como por su inteligencia; su manera de hablar tena tal gracia, tal facilidad y un
hechizo tan profundo, que causaba estupefaccin a cuantos le escuchaban, y aunque
repitiese las mismas cosas, nunca nos cansbamos de orle. Adems de fcil, su palabra era
densa, y siempre en armona con la condicin de los oyentes. Tena una abundancia
admirable de expresindice otro contemporneo, Braulio de Zaragoza; este hombre,
dotado de una elocuencia maravillosa, saba amoldarse al alcance de todos, de los sabios lo
mismo que de los ignorantes. Su enseanza era una entrega de s mismo; en su voz, lo
mismo que en su pluma, slo hay un anhelo: ser til a los dems, haciendo fructificar aquel
germen de sabidura que providencialmente haba arraigado en el fondo de su ser. Fue la
suya una ciencia provechosa para los dems, y al mismo tiempo, limpia de orgullo,
completamente impersonal. Todos sus libros se los arranca la necesidad de sus discpulos o
la exigencia de sus contemporneos. Comenta rpidamente casi todos los libros de la Biblia,
en beneficio del pueblo cristiano; publica su obra Los oficios eclesisticos, para poner en
manos del clrigo un manual litrgico indispensable; escribe los tres libros de las Sentencias,
que pueden considerarse como la primera Summa teolgica, para que sirviese de libro de
texto a los estudiantes de teologa en las escuelas episcopales; redacta su obra De la
diferencia de la propiedad de las palabras, como complemento al estudio de la gramtica y la
retrica; y sus obras histricas La Crnica, La Historia de los reyes de Espaa y El libro de los
varones eclesisticos, no tienen otro objeto que satisfacer la sed de conocimientos que l
haba despertado entre sus compatriotas. Las mismas ciencias naturales; el estudio del
mundo fsico, deban formar una parte no despreciable del ciclo de estudios que rega en su
Universidad sevillana, pues no es una cosa supersticiosanos dice l mismoel conocer el
curso de los astros, los movimientos de las olas, la naturaleza del rayo y del trueno, las
causas de las tempestades, de los terremotos, de la lluvia y la nieve, de las nubes y del arco
iris. De todas estas cuestiones trata en dos libros sugestivos, el De la naturaleza de las
cosas y el Orden de las criaturas.
Esta produccin, extensa y variada, culmina en la obra gigantesca de las Etimologas,
cristalizacin genial de los conocimientos que Isidoro haba atesorado en su memoria y
almacenado en sus ficheros, fruto de una inmensa lectura, de una larga paciencia y de un
mtodo escrupuloso. Todo el saber antiguo deba estar all condensado, sistematizado,
ordenado. Hablando de San Isidoro, esta palabra nos persigue siempre. En primer lugar, las
artes liberales; despus, la medicina y las leyes de los tiempos, con un breve resumen de
historia universal; a continuacin, la noticia de las cosas sagradas, de las religiones y de las
sectas; y tras esto, la exposicin de toda suerte de conocimientos profanos: lingstica y
etnologa, sociologa y jurisprudencia; geografa y agricultura; historia natural y cosmologa;
lengua, razas, ejrcitos, monstruos, animales, minerales, plantas, edificios; campos,
caminos, jardines, construcciones, vestidos, costumbres, instrumentos de la paz y de la
guerra y utensilios de toda clase. Era una verdadera enciclopedia, cuyo elemento original
estaba en la concepcin y en el espritu amplio con que Isidoro supo amalgamar la ciencia
pagana con la tradicin cientfica de los Santos Padres. Para l, todos aquellos conocimientos
deban tener valor de edificacin, todos podan ser una ayuda para bien vivir, con tal que se
hiciese de ellos mejor uso que los paganos.
Tal fue la impresin que hizo en toda Espaa el plan
grandioso de esta obra, que los intelectuales se
apresuraron a arrancrsela de las manos al autor. Ya
en 620, el rey Sisebuto logr que Isidoro le enviase
una
copia
de
lo
que
hasta
entonces
llevaba
crimen del que abandona la grey de Cristo. Estas palabras parecen el eco de una vida
espiritual intensa; y, efectivamente, aquel erudito sin igual, aquel gran gobernante, era
tambin un mstico, y como un mstico se nos revela en el libro de los Sinnimos, efusin
inflamada del corazn llagado por las tristezas de la vida, dilogo emocionante entre el alma,
que, oprimida por el dolor, llega a desear la muerte, y la razn, que la consuela con la
esperanza del perdn, la profunda belleza de la virtud, los encantos de la bondad divina y las
alegras inefables de los caminos de la perfeccin. Alternativamente omos el lenguaje de la
humildad ms profunda y del amor ms puro.
La humildad y el amor fueron tambin los dulces compaeros en su ltima hora. Viendo que
se acercaba, dej su celda para orar, una vez ms, en la baslica de San Vicente; as nos lo
dice uno de sus discpulos, que estuvo presente a su muerte. Durante los seis ltimos meses,
los pobres haban pasado delante de l en una procesin continua; ahora les distribuy
cuanto le quedaba. Colocado delante del altar, rez en alta voz delante de la multitud;
despus, dirigindose a los fieles, les dijo estas palabras:
Perdonadme todas las faltas que he cometido contra vosotros; si he mirado con odio a
alguno; si, irritado, molest a alguien con mis palabras, humildemente le ruego que me
perdone. A estas splicas, el pueblo responda con sollozos. Dos obispos vistieron el cilicio
al moribundo y lo rociaron de ceniza. Indulgencia, gema Isidoro, y sus manos se dirigan
al Cielo empujadas por su anhelo heroico de descanso y de luz. Era el ao 636.
As muri aquel gran bienhechor de la Humanidad, trabajador infatigable y sabio universal, a
quien llamar, algo ms tarde, un concilio toledano, doctor insigne de nuestro siglo
novsimo ornamento de la Iglesia catlica, el ltimo en el orden de los tiempos, pero no en la
doctrina; el hombre ms docto en estos crticos momentos de fin de las edades. Preocupse
ms de conocer que de profundizar, pero acaso era esto lo que entonces ms convena. En
muchos siglos no se levant un hombre de erudicin tan vasta: coment la Escritura, escribi
versos, reorganiz la legislacin civil y cannica, dej una tradicin escolar, trat en sus
obras todas las ramas del saber, e influy profundamente en toda la vida social y religiosa.
Fue el mayor pedagogo de la Edad Media. Durante muchos siglos, la cristiandad vivir de su
hlito ardiente, como dir Dante. Todava no ha muerto, cuando sus obras recorren
triunfantes todos los pueblos del Occidente de Europa. Italianos, franceses, sajones,
germanos y celtas le estudian, le imitan, le copian, le plagian incansablemente. Despus de
los libros santos, no hay libros ms ledos que los suyos. Se encuentran en todas las
bibliotecas, se ensean en todas las escuelas, se transcriben en todos los escritorios. Muchas
generaciones podrn repetir con verdad las palabras de San Braulio:
Tus libros nos llevan hacia la casa paterna cuando andamos errantes y extraviados por la
ciudad tenebrosa de este mundo. Ellos nos dicen quines somos, de dnde venimos, y dnde
nos encontramos. Ellos nos hablan de las grandezas de la patria y nos dan la descripcin de
los tiempos. Nos ensean el derecho de los sacerdotes y las cosas santas, la disciplina
pblica y la domstica, las causas, las relaciones y los gneros de las cosas, los nombres de
los pueblos y la esencia de cuanto existe en el Cielo y en la tierra.
Santa Catalina de Siena (Carlo Dolci, 1665-70, Dulwich Gallery, Londres - Inglaterra)
la cual se asienta la ciudad de Siena: una casa espaciosa, que respira bienestar, honradez y
trabajo; la casa de un industrial cuyos negocios van viento en popa; abajo, la tintorera; en
medio, las habitaciones; arriba, la terraza con su jardn, y una gran cocina donde se come,
se hila, se cose y se charla en las veladas invernales, bajo la direccin de Giacomo, que
habla poco, y de Lapa, mujer sin malicia, pero ducha en los negocios, que dispone y decide
con aire autoritario; una indmita energa y una dulzura inalterable, los dos rasgos
caractersticos de la hija. De abajo suba un olor a tintes, pero la atmsfera moral en que
creci Catalina era pura y a la vez alegre. Alegre tambin era la nia; alegre, viva, y tan
graciosa, que la llamaban Eufrosina, el nombre de una de las Gracias. Pero un da,
atravesando la calle con un hermano suyo, vio un trono de oro, y en l, rodeado de sus
ngeles, al Redentor del mundo, que la miraba, la sonrea y trazaba sobre ella una cruz,
como hace el obispo cuando da su bendicin. Tena entonces seis aos; pero a partir de esa
hora dej de ser nia.
Haba visto al Seor, y la voz que en otro tiempo sacaba de entre sus redes a los discpulos,
sonaba ahora en su alma, dulce y penetrante como un lejano taido de campanas.
Creyndose con vocacin eremtica, descubri en su casa un escondrijo sombro y all se
refugiaba y jugaba a la ermitaa, rezando y ayunando, mientras los dems coman, y
flagelndose con una disciplina que ella misma haba fabricado. Al poco tiempo esto le
pareci un simulacro, y una maana, habindose provisto de un pan, abandon la casa,
resuelta a irse por el ancho mundo. All abajo, el valle se abra entre peascos, y en los
peascos abran su boca las cavernas. En una de ellas entr la nia, y empez a rezar con tal
fervor, que todo desapareci en torno suyo y le pareca flotar en un mundo de luz
resplandeciente, hasta que su cabeza toc en la bveda de la roca, y del golpe se despert.
Entonces tuvo miedo. Pens volver a casa, pero ya era tarde; el sol descenda, las campanas
tocaban a Vsperas, las puertas de la ciudad se cerraran de un momento a otro. Mientras
pensaba en su situacin, vio pasar una nube ante sus ojos, sinti que flotaba de nuevo, y, sin
saber cmo, se encontr ms all de las murallas. As fracasaron sus proyectos anacorticos.
Pero haba comprendido que su vida deba consagrarse a Jess; arrodillada delante de la
Madona, deca: Oh Virgen Mara!, concdeme la gracia de tener por Esposo al que amo
con toda mi alma, tu Hijo santsimo y mi Seor Jesucristo. Le prometo no aceptar a otro
jams.
A los siete aos, Catalina era la noviecita de Jess, y como tal se esforzar en cumplir la
voluntad de su Esposo. Ahora bien, pensaba en su interior, la voluntad de Jess es que
domemos nuestra naturaleza. Desde entonces, apreciando las penitencias comenzadas en la
bodega y los graneros, la nia se conden a no comer ms que pan y legumbres. Colocaba la
carne en el plato de sus hermanos, o bien la tiraba por debajo de la mesa a los gatos. A los
doce aos empez la lucha irremediable. Lapa estaba inquieta por su hija. Observaba que no
se asomaba a la ventana para ver pasar a los muchachos, que mientras barra el portal no
cantaba canciones de amor. Sin embargo, ella tena sus planes. Lvate algo ms a menudo
deca a Catalina; pinate con ms cuidado; trata de agradar a los hombres. La nia se
mostraba rebelde a estos consejos. Slo una temporada lleg a vacilar, seducida por la
hermana a quien ms quera. Hasta consinti en ir al baile con un hermoso atavo, pintada la
cara y los cabellos teidos de rubio, como lo exiga la moda. Al poco tiempo aquella hermana
se le muri, y Catalina volvi a su vida de reclusin y de penitencia, orando mucho,
comiendo poco y durmiendo lo menos posible. Como seal de su decisin, cogi las tijeras y
su cabellera de oro rod por el suelo. Lapa, sin embargo, no ceda; sus hijos la ayudan en la
lucha, hasta que el tintorero se puso serio, y un da, despus de comer, dijo con toda
gravedad: Que nadie se atreva en adelante a atormentar a mi hija amadsima; dejmosla
que sirva a su Esposo libremente, a fin de que interceda por nosotros.
De aquello ya no se volvi a hablar; pero Lapa, la simplicsima Lapa, como dicen las antiguas
crnicas, no comprenda la locura que le haba dado a su hija. Por qu dormir, por ejemplo,
sobre una dura tabla, mejor que en una cama bien mullida? Y la madre se esforzaba
intilmente por poner a su hija en razn. Hija ma, es que te quieres matar? Quin me
roba mi hija?, gritaba una vez, habindola encontrado flagelndose. Catalina viva ahora en
una estrecha habitacin, cuyos nicos muebles eran un banco y un cofre. El banco, durante
el da, le serva de mesa, y durante la noche, de cama. En l se tenda vestida, con un leo
por almohada. En la pared colgaba un crucifijo, alumbrado de da y noche por una lmpara.
All rezaba la virgen, all velaba, haca penitencia y reciba visitas misteriosas, que inundaban
de luz la habitacin. Sus xtasis empezaron a ser frecuentes, dejndola sumergida en un
estado de insensibilidad y de rigidez tetnica, hasta el punto de que se le poda pinchar con
alfileres sin que lo notase. Aquel era tambin el campo de sus combates. Terrible fue, sobre
todo, el que tuvo que resistir un da de carnaval. Primero oy un zumbido, como cuando por
la noche se entra en la cocina y se espantan todas las moscas. Pero esto suceda en invierno,
cuando no hay moscas. Eran los demonios. Despus empez a resonar a sus odos un ruido
frgil e insistente como los acordes de la mandolina, que le insinuaba prfidamente: Pobre
Catalina, por qu hacerte sufrir as? Para qu el ayuno, la cadena de hierro que llevas
alrededor de tu cintura, la disciplina con que hieres tus carnes de nieve? Vive como los
dems, duerme como los dems, s buena y piadosa, pero de una manera razonable.
Placenteras visiones surgan ante los ojos de la virgen: el hogar, la casa, los nios, y all
afuera las canciones de amor, los gritos de las muchachas, las fiestas, todo el torbellino de la
danza y de la orga. Catalina no era sentimental, pero el tentador desarrollaba delante de
ella sus ms seductores espejismos. Formas lascivas bailaban en torno suyo con frentica
algazara, murmurando con zalamera sonrisa: Mira, esto es la felicidad. Nunca se haba
sentido tan prxima al abismo. En el delirio de la desesperacin, cerraba los ojos o los
clavaba en el crucifijo, y experimentaba ya acaso el vrtigo, cuando, por un supremo
esfuerzo de su voluntad, rechaz definitivamente al enemigo. Tus amenazas no me asustan
exclam, porque he elegido los sufrimientos como placeres. Entonces, el aire se hizo
leve y puro; una claridad deslumbradora ilumin la habitacin, y en la luz una voz
murmuraba: Catalina, hija ma! Y ella, inflamada de amor, regando los rojos ladrillos con
sus lagrimas, deca: Oh Jess dulce y bueno! Dnde estabas cuando mi alma sufra en el
tormento?
Y siguieron las visiones y revelaciones. Diariamente el Paraso se abra para ella. En la calle,
lo mismo que en la celda, se encontraba con visitantes misteriosos. A veces los huspedes le
sorprendan en el jardn, cuando a la hora del crepsculo se paseaba por las avenidas
bordeadas de alhucemas, entre las rosas y los lirios. Una tarde la charla con el Seor y con
Mara Magdalena se prolong tanto, que la virgen tuvo que decir: Maestro, no conviene que
permanezca fuera a estas horas; permteme que me retire. Y oy esta respuesta: Haz lo
que quieras, hija ma. Y como Catalina se levantase para bajar a su celda, Jess y la
Magdalena la siguieron hasta su cuarto. Los tres se sentaron en el banco y hablaron como
buenos amigos: Jess, a la derecha; la pecadora, a la izquierda, y el ama de casa, en medio.
Otras veces Catalina se quedaba en la ventana sondeando las profundidades del Cielo y
escuchando en la lejana el canto de las milicias bienaventuradas. No os cmo cantan?
exclamaba entonces. Los que ms han amado tienen las voces ms hermosas. No os la
voz de la Magdalena? Ninguna visin tan memorable como la de aquel da en que, rodeado
de sus santos. Jess le puso un anillo en el dedo, mientras David tocaba el arpa. Y no fue
una alucinacin. Al extinguirse la claridad celeste, el anillo de desposada brillaba en la mano
de Catalina. Llevlo a sus labios y lo contempl con transportes de jbilo. Era un anillo de oro
con un gran diamante rodeado de cuatro perlas pequeas: el duro diamante de la fe y las
perlas de la pureza de intencin, de pensamiento, de palabra y de accin. En adelante,
Catalina llev siempre su anillo nupcial, pero slo era visible para ella, y a intervalos
desapareca a sus ojos, con lo cual conoca que su Esposo no estaba contento de ella.
Entonces lloraba amargamente, confesaba su falta, y el anillo volva a despedir sus vivos
resplandores.
Catalina acababa de cumplir los veinte aos.
Por este tiempo era ya mantellata, vesta el
manto negro y la tnica blanca de la Orden
Tercera de Santo Domingo. Adems, haba
aprendido a leer. Una de sus compaeras le
procur un alfabeto, y pronto pudo leer el
Breviario, que fue siempre su libro favorito,
despus del de las estrellas y las flores. Tena
pasin por las flores. En sus sueos vea a los
ngeles bajar del Paraso con guirnaldas de
lirios y ponrselas en su cabeza. Cuando
vagaba por el jardn, reuna flores en forma de
cruz y se las enviaba como un saludo a las personas piadosas. Aunque no era
extraordinariamente bella, tena una gracia sobrenatural que subyugaba. En la poca en
que la conocdeca, un joven dominico, era joven y su cara pareca dulce y alegre; yo era
joven igualmente, y, sin embargo, no senta en su presencia el embarazo que hubiera
experimentado delante de otra muchacha, y cuanto ms hablaba con ella, ms se apagaban
las pasiones humanas en mi corazn.
contra la hija del tintorero. Ella callaba. Su silencio y su mansedumbre eran la mejor de
todas las defensas. Los mayores enemigos se convertan, con slo verla, en sus admiradores
ms entusiastas. Una influencia sobrenatural les transformaba, sin ellos darse cuenta. As le
sucedi a un gran predicador franciscano. Una tarde irrumpi en el cuarto de la santa. Ella le
invit a tomar asiento en el bal de los vestidos, despus de sentarse en el suelo. Hubo unos
instantes de silencio, que interrumpi el fraile con estas palabras: He odo hablar mucho de
tu santidad, y vengo con la esperanza de llevarme alguna palabra de edificacin y de
consuelo. Catalina, sospechando el lazo, respondi: Es para m grande alegra el veros,
porque seguramente, con el conocimiento que tenis de la Escritura, vais a fortalecer e
iluminar mi alma. Aquello era un torneo, en el que dos adversarios hbiles median sus
fuerzas respectivas. Catalina rehus descubrirse ante el telogo, y el toque del ngelus fue la
seal para la separacin de los contendientes. Catalina acompa hasta la puerta a Fra
Lazarino, y, arrodillndose, le pidi su bendicin. l se march defraudado. Acostse al
punto, porque al da siguiente deba predicar. Pero se levant profundamente triste; el mal
humor aumentaba conforme avanzaba el da; tuvo que suspender el sermn, y las lgrimas
no cesaban de correr por sus mejillas. Indagaba la causa, sin resultado alguno, hasta que, al
llegar el crepsculo, se le vino a la memoria su entrevista con Catalina. Entonces lo
comprendi todo, y, ms sereno, fue en busca de la virgen para confesarle la vanidad y la
suficiencia de su alma, y suplicarle que le perdonase la persecucin de otros das.
Fray Lazarino se convirti en un ferviente caternato, en un amigo e imitador de Catalina. En
torno de la sienesa vemos constantemente un grupo, una brigada, deca ella, de hombres y
mujeres que en gran parte han sido reclutados de entre sus ms decididos adversarios. Pero
ahora la admiran y no aciertan a separarse de ella. Son los caterinatos. Van a visitarla con
frecuencia, la escoltan en sus viajes, escuchan su doctrina, siguen religiosamente su
direccin y la llaman su madre mamma. Ella los ama como a hijos, se hace responsable de
sus pecados, los ayuda a salir del vicio, los gua por los caminos de la perfeccin en santas
conversaciones y les escribe cartas penetradas de uncin amorosa y de santa doctrina:
Queridsimo hijo en Cristo, el dulce Jessescriba a uno de estos devotos, parece como
si el demonio te hubiese encadenado de tal suerte, que no puedas retornar al redil, y yo, tu
pobre madre, voy buscndote y llamndote, porque quisiera llevarte sobre los hombros de
mi dolor y mi compasin para ponerte en el camino recto. Haz como el hijo prdigo. T
tambin eres pobre y necesitado: tu alma muere de hambre. Ay.! Cuan digna soy de
lstima! Qu ha sido de tus piadosas resoluciones? Rompe esa cadena; no te dejes engaar
del demonio, no te alejes de m. Ven, ven, queridsimo hijo. Bien puedo llamarte querido,
cuando tantas lgrimas y angustias me cuestas.
Haba aprendido a escribir. A fin de que pueda
dilatar mi corazndeca ellapara impedir que
estalle algn da, la Providencia me ha dado la
facultad de escribir. No habiendo llegado para m
la hora de dejar las tinieblas de este mundo, esta
facultad ha surgido en mi alma como cuando un
maestro ensea a su discpulo lo que debe hacer. He tomado lecciones como en sueos con
el glorioso evangelista San Juan y con Santo Toms de Aquino. Fue una iniciacin interior;
sus misteriosos maestros le presentaban los modelos, y no tena ms que copiar lo que vea.
Esto sucedi en el curso de un xtasis. Y fue escritora, una gran escritora. Escribi bellos
himnos, que ella misma cantaba en sus viajes con voz tan lmpida, que dejaba a todos
maravillados; escribi sus epstolas a sus discpulos., y sus Cortas a los grandes de la tierra,
y escribi, sobre todo, el libro del Dilogo, mensaje inflamado a todos los hombres de buena
voluntad, dictado en una tempestad de pasin por el honor del Esposo, enriquecido con un
caudal prodigioso de experiencias terrenas y celestes, iluminado con todas las claridades de
una vibrante poesa. Juglar de Dios, como Francisco de Ass, Catalina posea en alto grado el
don esencial del poeta: el de crear la imagen perfecta. Sus comparaciones se han hecho
clsicas. A veces son humorsticas, como cuando llama al Breviario la esposa del
sacerdote, porque acostumbraba a pasearse con l bajo el brazo. Las tentaciones son como
las moscas, que no se acercan a la olla hirviendo; la virtud se malea en medio del mundo,
como la flor pierde su perfume si est mucho tiempo en el agua; la cruz es el bastn de
nuestra peregrinacin; junto al castillo del alma ladra el perro de la conciencia, un perro que
bebe sangre y come fuego: la sangre de Cristo y el fuego del Espritu Santo. La imagen, para
esta santa poetisa, no era ms que un vestido del pensamiento, un vestido hermoso y sutil
para cubrir un pensamiento grave, profundo y delicado, del mismo modo que este mundo
slo tiene valor como una preparacin de otro mundo mejor. Para ella, la vida presente, en s
misma considerada, es slo tinieblas y amargura, hediondez e inmundicia, prisin
asquerosa y sombra. Todo desaparecernos dice, y qu os quedar luego sino un
puado de hojas secas? Aquella tenue sonrisa que, segn sus bigrafos; se dibujaba
constantemente en sus labios, deba de estar llena de compasin y de melancola.
Catalina, naturaleza enrgica, ms dominante, menos dulce que Francisco de Ass, tiene, al
dejar este mundo, unos momentos sombros. No muere cantando como el Poverello. Es en
Roma, en la Va di Papa. Apenas ha cumplido treinta y tres aos; pero yace sobre unas
tablas luchando con la muerte. Y con el diablo. Los caterinatos la rodean, y uno de ellos nos
dice: Poco despus de recibir la Extremauncin, cambi de aspecto y empez a mover la
cabeza y los brazos, como si sufriese violentos ataques de los espritus infernales. El
combate se prolong por espacio de media hora. Luego empez a exclamar: Pecavi,
Domine, misere mei. Repitilo sesenta veces, y a cada vez levantaba el brazo y lo dejaba
caer pesadamente sobre su lecho. Luego se metamorfose completamente; su rostro, antes
ensombrecido, volvi a ser como el de un ngel; los ojos, hasta entonces empaados de
lgrimas, adquirieron tan gozoso resplandor, que nos fue imposible dudar que, sublimndose
a la superficie de un ocano sin fondo; haba sido devuelta a s misma; y esto dulcific
nuestro pesar, puesto que nosotros, sus hijos y sus hijas, que la rodebamos, estbamos
profundamente abatidos.
SAN PO V
Papa
(1505-1572)
Memoria libre
30 de abril
Era en los primeros das del ao 1566. Cincuenta y dos cardenales reunidos en conclave
deliberaban acerca del sucesor que iban a dar a Po IV. El cardenal Borromeo, San Carlos
Borromeo, pareca el amo de la situacin. Sobrino del Papa difunto, tena la confianza y la
adhesin de muchos de los electores, y su apoyo era buscado por los ambiciosos. Creyse al
principio que iba a desentenderse de todo, pero no tard en darse cuenta de que su
inhibicin podra ser perjudicial para la Iglesia. En llegando aquescriba el cardenal
Pacheco a Felipe II, habl a Borromeo y le rogu que no se abandonase, sino que estuviese
como hombre para hacer un Papa muy en servicio de Dios y til de la su Iglesia, porque en
esto me pareca que mereca ms que en ayunar y en azotarse toda la vida. Borromeo puso
su mejor buena voluntad; hizo toda suerte de combinaciones; gestion con los ilustres
purpurados, pero siempre le faltaba algn voto para llegar a imponer a sus favorecidos. El 3
de enero, el embajador Requesns escriba al rey catlico: Lo que de esto hay que decir es
que las plticas andan de manera que si no es por milagro, se ha de alargar este negocio
demasiado, porque jams creo que ha llegado la ambicin y rotura de conciencia a lo que
ahora vemos. El milagro se hizo. Cuatro das ms tarde, Requesns deca en su despacho:
Estando para escribir a vuestra majestad una larga historia de las maldades que aqu
andaban sobre esta eleccin, se han deshecho todas en un punto y salido Papa el cardenal
Alejandrino, cosa que no se pens, aunque, a mi juicio, lo mereca mejor que ninguno del
colegio. Fue cosa de Dios, aada el embajador de Espaa. Y as pareca, efectivamente.
Entre los nombres que haba barajado Borromeo, ste no haba aparecido una sola vez; pero
aquella noche del 7 de enero, durante la cena, cuando el alma se refleja con ms
espontaneidad por entre la transparencia de los vinos, cuando los eminentsimos estaban ya
en los postres, alguien dej caer el nombre del cardenal Miguel Ghislieri. Muchos lo
recibieron como un hallazgo, y gran nmero de comensales clavaron sus ojos en el cardenal
Borromeo. Entre tanto, empezaban a surgir las dificultades: Es demasiado rgido, decan
unos. No tiene experiencia de los negocios, aadian otros. Y los partidarios del Pontfice
anterior decan a San Carlos: No nos conviene; ya sabes que durante el reinado anterior ha
estado en desgracia; podra vengarse ahora en todos nosotros. Estas consideraciones no
hicieron mella en el arzobispo de Miln; lo nico que le importaba era la virtud del candidato;
extrase de no haber pensado antes en Ghislieri, y se declar en su favor. Ghislieri, hombre
sobrio, de salud precaria y enemigo de banquetes, deba estar entonces en su habitacin.
Cuando le anunciaron el acuerdo, reflexion unos instantes, y acept, pronunciando estas
palabras: Mi contento su. Algo antes de medianoche los prncipes de la Iglesia se
congregaban en torno al elegido, haciendo la reverencia de rbrica; l tomaba el nombre de
Po V, para indicar que no guardaba ningn resentimiento contra el Pontfice anterior.
Todos los despachos que por aquellos das
salieron de Roma coincidan, en sustancia, con
el del cardenal Pacheco cuando deca a Felipe
II: Estamos los hombres del mundo ms
contentos de ver en esta silla una persona tan
ejemplar
como
los
tiempos
modernos
lo
aqul no era el lugar para tratar un asunto tan grave, y que si se haba de reformar la
Iglesia, no era, ciertamente, dando las dignidades a personas irresponsables.
Tal era el historial del nuevo Papa. No es extrao que algunos cardenales se alarmaran en el
primer momento de la eleccin. Si al fin se decidieron por l, es porque crean que haba de
vivir poco tiempo. No era viejo, pero su salud estaba muy agotada. Vise, sin embargo, que
acometi los negocios con una decisin entusiasta, que ms proceda de su voluntad que de
sus fuerzas fsicas. Lo que puedo decir de la salud del Papaescriba Requesns unos
meses despus de la eleccines que, aunque al principio de su pontificado pens que fuera
muy breve, por haberle visto los aos pasados muy malo, despus ac est tan bueno, que
hoy pienso lo contrario. Despus que es Papa no ha dejado capilla, ni consistorio, ni
signatura, ni congregacin de Inquisicin, ni ninguna otra, y las procesiones que estos das
han andado aqu las ha andado Su Santidad, siendo el trecho dellas de dos millas.
El pueblo romano tampoco estaba dispuesto a mirar con simpata a un hombre enemigo de
fiestas, de gesto grave, enjuto de carnes, de rostro largo, plido y flaco, de ojos azules,
pequeos y hundidos, de nariz corva y de calva venerable. Aunque bien proporcionado, no
tena una figura magnfica. Tampoco tena aire de ser esplndido y generoso con las
multitudes. Ante los comentarios que se hacan sobre su eleccin, Po V tuvo estas nobles
palabras: No me importa que no se alegren al principio de mi pontificado: lo que quiero es
que lo sientan cuando me muera. No fue, ciertamente, un soberano popular, pero nadie
como l se preocup por el bien del pueblo; nadie hizo tantas distribuciones de dinero; nadie
puso tanto empeo en sacar a los miserables de las manos de los usureros. Su programa de
gobierno se lo expona l mismo a Felipe II el da siguiente de su eleccin: destruir las
herejas, terminar con los movimientos cismticos, establecer la concordia y la unidad en el
pueblo cristiano, reducir a los rebeldes y purificar las costumbres. El veraadaque pesa
sobre m la carga de las almas de todo el mundo, me tiene en un espanto continuo, pues es
terrible tener que dar cuenta de todos los que por incuria o negligencia ma lleguen a
perderse.
Hay una palabra que resume toda la vida de Po V, es la palabra reforma. Empez por
reformar la corte pontificia, despojndola de todo aire mundano y haciendo de ella casi un
convento. Todos los que le rodeaban deban reunirse a ciertas horas para or la lectura
espiritual, para asistir a la meditacin diaria y para otras prcticas piadosas. Por primera vez,
haca ms de dos siglos, el nepotismo haba desaparecido del Vaticano. La vida del Papa
tena maravillados a los embajadores. Es exemplarsima escriba el de Espaa.
Levntase dos horas antes de amanecer, y despus de haber estado parte de ellas en oracin
y dicho su oficio, dice misa en amanesciendo con gran devocin, y todo el resto del da y
hasta cuatro horas de noche gasta en dar audiencias y hacer consistorios, congregaciones o
signaturas, sin tomar un credo para su recreacin; y con ser viejo y mal sano, ayuna con
grandsimo rigor, sin comer carne ni huevos ni leche ni otro regalo ninguno, sino slo un poco
de pescado y hierbas; y trae la camisa de lana como la traa cuando era fraile, y no se puede
creer el deseo que tiene de acertar.
Un rgimen semejante hubiera querido el Pontfice establecer en Roma; pero eso era ms
difcil. Estaban las casas de juego, los lugares de prostitucin, las bancas de los hebreos. Los
judos eran indispensables por el comercio, los tahures tenan una organizacin temible, y en
cuanto a las mujeres de mala vida, Po V recordaba aquella frase de San Agustn: Suprime
las meretrices y llenars de confusin la repblica. No obstante, ninguna dificultad era
capaz de apartarle lo que l comprenda que era su deber. Persigui implacablemente a los
jugadores, cerr tabernas y casas sospechosas, desterr a los astrlogos y hechiceros, y
purg la campia romana de malhechores, ahorcando a un gran nmero de ellos. En cuanto
a los judos y las cortesanas, mand recluirlos en barrios especiales, con prohibicin de
aparecer en pblico a ciertas horas, y hacindoles llevar siempre un distintivo de su profesin
o de su raza; de cuando en cuando se presentaban entre ellos algunos frailes, les proponan
las verdades de la fe y les exhortaban a cambiar de vida. El aspecto de Roma se haba
transformado hasta tal punto en poco tiempo, que un viajero alemn poda escribir: Debo
declarar que desde mi llegada a Roma estoy maravillado de la devocin, de la fe, del
entusiasmo religioso que en ella reinan. No tengo expresiones con que pintar lo que he visto
y odo acerca de los ejercicios de piedad y penitencia a que se entregan sus habitantes.
Ninguna de estas cosas tienen por qu extraarnos en los das de un Pontfice como ste.
Sus ayunos, su humildad, su inocencia, su santidad, su celo por la fe, brillan con tan vivo
resplandor, que se creera ver en l a un Len o a un Gregorio Magno.
En el gobierno de la cristiandad, la gran preocupacin de Po V fue la implantacin del
Concilio de Trento. Las ideas madres que informan su correspondencia son la reforma del
clero, la organizacin de los seminarios, la residencia de los obispos, la observancia de los
religiosos y la enseanza de la doctrina cristiana en las parroquias. A su nombre van unidas
la reforma del Breviario y del Misal, y la promulgacin del catecismo del Concilio de Trento,
destinado, sobre todo, a los sacerdotes. En sus relaciones diplomticas, puede decirse que su
nico principio era la defensa de la fe y de la justicia. No fue un gran poltico por el estilo de
Inocencio III. No tiene experiencia ninguna de negociosescriba el embajador de Espaa
, sino de los de la Inquisicin, que son slo los que hasta aqu ha tratado. Es muy
irresoluto y recatadsimo, que no osa fiarse de nadie, ni sabe a quin creer, porque conosce
que le han engaado algunos cardenales, y sabe que estn llenos de inters y de pasin.
Coincide este juicio con otro informe enviado a Felipe II. Son de sentir los yerros del Pontfice
por el mal que causan, pero nadie puede ofenderse por ellos, pues la intencin siempre es
buena. Ha de presuponer su majestaddeca el informanteque hicieron Papa a un
hombre santo y de gran vida y ejemplo, pero sin ninguna experiencia de negocios, si no son
los de fraile; y que no tiene secretario ni ministro que sepa hacer una instruccin.
En rigor, San Po V era un hombre de principios, un esclavo del deber. El argumento de
inters, la razn de Estado, no existan para l. Lo nico que nunca perda de vista era el
engrandecimiento de la religin y la autoridad de la Santa Sede. Esto es lo nico en que le
veo muy resoluto. Daba gran importancia a detalles de etiqueta, miraba mucho que un
embajador llevase la falda en una ceremonia, y el menor desacato le llenaba de inquietud.
Sus enojos eran bien conocidos por los embajadores, aunque no hacan mucho caso de ellos,
SAN ATANASIO
Obispo y Doctor de la Iglesia
(295-373)
Memoria obligatoria
2 de mayo
El siglo IV, la edad de oro de la literatura cristiana, nos ofrece en sus umbrales la figura
gigantesca de Atanasio de Alejandra, el hombre cuyo genio contribuy al engrandecimiento
de la Iglesia mucho ms que la benevolencia imperial de Constantino. Su nombre va
indisolublemente unido al triunfo del Smbolo de Nicea; pero aunque no surgieran las
polmicas del arrianismo, Atanasio hubiera sido grande. Cuando Arrio no haba empezado
an a esparcir sus errores, l haba medido ya las armas de su dialctica en la lucha contra
el paganismo. En sus venas herva la sangre de los luchadores, y el ambiente mismo de su
patria le llevaba a esa primera controversia. Era un egipcio; haba nacido en Alejandra,
donde las esencias paganas se conservaban ms vivas que en ninguna parte. En aquella
tierra de los Faraones, en que todo, la verdad y la mentira, los viejos monumentos y las
viejas creencias, parecan gozar de una supervivencia inagotable, el politesmo segua
procreando dioses, como reptiles los fangos del Nilo. A las genealogas autctonas de Menfis
A este caos de ideas y de imgenes opone Atanasio su doctrina de un Dios supremo, cuya
existencia explica el orden soberano, la perfecta armona de la naturaleza, a pesar de todos
los choques y contrastes y del juego complicado de las fuerzas que en ella se entrecruzan. La
unidad de Dios y la inmortalidad del alma son las dos columnas sobre las cuales se levanta el
castillo de su filosofa. El alma no mueredice el discpulo de Platn y del Evangelio;
muere el cuerpo cuando el alma se aleja. El alma es su propio motor. Sus movimientos es su
vida. Aunque el cuerpo yazga inmvil y como inanimado, ella permanece despierta, por su
propia virtud; y, saliendo de la materia, aunque est unida a ella todava, concibe y
El patriarca de Alejandra, hombre bueno, dulce y amigo de la paz, no poda sospechar todo
el alcance de aquel movimiento provocado por uno de sus sacerdotes. Fue el dicono
Atanasio el primero en medir la magnitud del peligro. Arrio y l aparecen frente a frente
desde los comienzos de la lucha. Todo pareca favorecer al hereje: estatura prcer, rigidez
asctica, rostro enjuto, porte majestuoso, arte para la intriga, y tal habilidad dialctica, que
nadie le igualaba en el manejo del silogismo. Como ms tarde Juliano el Apstata, Arrio
debi de rerse muchas veces del exterior de su adversario: era un hombrecillo bajo,
raqutico y de mezquinas apariencias. Pero en aquel cuerpo desmedrado ha visto su obispo
un espritu fulminante, un carcter de acero. El patriarca condena al hereje; pero detrs del
patriarca est su dicono, que es su secretario y su asesor. No obstante, la teora del Verbo
creador del mundo, y al mismo tiempo criatura, Hijo adoptivo de Dios, pero no engendrado
por Dios, se propaga como un incendio. El ambiente alejandrino est preparado para
recibirla, los sofistas del mundo romano la saludan con alborozo, muchos obispos se declaran
en su favor, y la Iglesia queda dividida para mucho tiempo. Constantino desea restablecer la
paz, y convoca el Concilio de Nicea (325).
"El primer Concilio ecumnico fue el triunfo completo del Verbo Hijo de Dios, el triunfo de la
verdad y el triunfo de Atanasio. Atanasio era an el simple dicono, el acompaante de su
obispo; pero por la precisin de sus frmulas, por la profundidad de su pensamiento,
empezaba ya a brillar tan alto como Osio de Crdoba, presidente de la asamblea." Un
estremecimiento de odio, dice San Gregorio de Nacianzo, cruzaba por las filas de los arrianos
cuando el temible campen de pequea talla y de plido aspecto se levantaba con aire
intrpido y alta frente para tomar la palabra. Es probable que aun los representantes de la
ortodoxia le disparasen miradas de indulgente desdn; pero era preciso dejarle hablar. Nadie
mejor que l deshaca el nudo de una dificultad, nadie saba exponer en la verdad atacada el
punto central de que depende todo, haciendo brotar focos de luz que iluminan la fe al mismo
tiempo que desenmascaran la hereja. Arrio se parapetaba en sus torreones de la unidad y la
trascendencia divina; Atanasio lo miraba todo desde la atalaya del misterio de la Redencin.
El fundamento de nuestra fedecano es otro que el misterio del Verbo Encarnado para
rescatar a los hombres y hacerlos hijos de Dios. Mas, cmo podr divinizarlos si l mismo
no es Dios? Cmo podr comunicarles una filiacin divina, aunque sea adoptiva, si l mismo
no es Hijo de Dios por naturaleza? Despus, atacando de frente a su adversario, aada:
Si el Verbo es una criatura, cmo Dios, que le ha creado, no poda crear el mundo? Si el
mundo ha sido creado por el Verbo, por qu no habra sido creado por Dios? Estas ideas,
enriquecidas con aspectos nuevos, seguirn siendo la expresin fundamental de toda la
polmica de Atanasio y de toda su teologa.
presentarse en la corte, defendi su causa con tal fuerza de persuasin, que Constantino le
devolvi al pueblo de Alejandra, al mismo tiempo que esta carta: Os envo a vuestro
obispo. Las malas gentes nada han podido contra l. Yo le he tratado como lo que es en
realidad: un hombre de Dios.
Por esta vez, Atanasio haba vencido; pero sus adversarios no ceden. Eusebio de Nicomedia,
que tiene el hilo de todas las intrigas, traza nuevos medios para perder al patriarca, sin
olvidar nunca que la acusacin ms capaz de herir la imaginacin popular y soliviantar la
opinin contra un hombre no es la ms verosmil, sino la ms dramtica y extraa. Se le
acusa de errores, de crmenes, de violencias, de asesinatos. Una mano cortada es llevada de
un lado a otro como pieza de conviccin. Es, dicen los herejes, la mano de Arsenio, obispo de
Hpsele, que ha sido muerto por Atanasio. Se abre una investigacin oficial, se rene un
Concilio para juzgar al asesino, y en l se presenta el patriarca llevando de la mano al
muerto, que, por desgracia para los sectarios, gozaba de buena salud. No obstante, Atanasio
es condenado, degradado y desterrado (336). Y empieza sus peregrinaciones a travs del
Imperio. Vuelve a Egipto dos aos despus, al morir Constantino el Grande; pero su sino es
luchar contra las tiranas, defender la fe, andar errante por la justicia. Cuatro emperadores,
Constantino, Constancio, Juliano y Valente, intentan imponerle su credo; pero l resiste con
tenacidad incansable. Ha calculado su fuerza, ha previsto el triunfo final, y prosigue impvido
la realizacin de su obra, que es la fundacin de la unidad en el campo del pensamiento
cristiano. Hay en l un carcter nuevo, que no pertenece a los primeros tiempos del
proselitismo cristiano. Imposible hallar en su vida un momento de reposo ni de flaqueza;
pero no se expone intilmente. Es un jefe que busca el triunfo de su idea ms que el
martirio. Conocedor de los hombres, maneja todos los resortes que le ofrece la poltica
cristiana. Se esconde para reaparecer en el momento oportuno. Acude al poder de la
elocuencia para defenderse, y qu defensas las suyas! Se le acusa de estar en relaciones
con Magencio, usurpador del trono y asesino de Constantino el Joven; y con este motivo
escribe al emperador Constancio: Qu motivo poda inducirme a escribir a ese hombre?
Cmo pudiera haber empezado la carta? Tal vez en estos trminos: Has hecho bien en
matar al que me colmaba de honores. O bien as: Te amo porque degollaste a los que en
Roma me acogieron con tanto amor.
Constancio no supo comprender la grandeza de este lenguaje. Era en el ao 356; una accin
decisiva se preparaba contra Atanasio. Un Concilio de Antioqua le condena, otro de
Alejandra le absuelve; nuevamente le condenan en Miln, y nuevamente le absuelven en
Roma. Pero, adems de sus obispos, el emperador tiene sus tribunos. Sabe que el pueblo de
Alejandra se dejara matar por l. Aquella multitud voluble y dispuesta al motn, que hoy se
dejaba matar en las calles por los soldados romanos y maana se levantaba contra un
prefecto, o arrastraba por las plazas a un obispo arriano, o se ensangrentaba con la muerte
de la ilustre Hipatia, jams dud un momento de Atanasio, jams se cans en su admiracin,
en su cario, en su idolatra hacia el santo y sabio defensor de la fe de Nicea. Su arresto
poda ser el estallido de una revolucin. No obstante, cinco mil hombres rodean una noche la
baslica donde el patriarca celebraba las vigilias. Entran con las espadas desnudas, los arcos
tendidos y las lanzas enhiestas. Muchos fieles son heridos, otros asesinados. Atanasio,
sentado en el trono episcopal, rehusa abandonar su puesto. El pueblo y los sacerdotes
dice l mismome suplican que huya, y yo me niego a ello hasta ver a todos los mos en
seguridad; hasta que un grupo de solitarios y de clrigos subi hasta donde yo estaba y me
llev a travs de la noche.
Esta era la cuarta proscripcin. Otras veces Atanasio se haba encaminado hacia Occidente:
haba vivido en las orillas del Rhin, en Trveris, en Miln, en Roma. Ahora no quiso salir de
Egipto. Durante seis aos caminar de desierto en desierto, se ocultar en las pirmides y en
las ruinas de las antiguas poblaciones, y se asociar a las falanges sagradas de los solitarios.
Siempre fugitivo, siempre perseguido, podr contar con la silenciosa e indefectible fidelidad
de estos hombres, que son capaces de dejarse matar antes de traicionarle. l es tambin un
asceta, ama aquella vida; desde su juventud, siempre que le ha sido posible; se ha internado
en aquellas soledades para renovar las energas de su espritu. Es amigo de los grandes
anacoretas; Antonio, dice l mismo ingenuamente, le ha echado agua en las manos para
lavarse; Pacomio le llama el padre de la fe ortodoxa y el hombre cristforo, y al fin de su
vida dir con frecuencia a sus discpulos: He conocido en este mundo tres cosas que han
agradado a Dios y florecido en l: primero, el santo Padre Atanasio, que ha combatido por la
fe ortodoxa hasta la muerte; segundo, el gran Antonio, que nos ha dejado el modelo de la
vida anacortica, y tercero, esta comunidad, que sigue las huellas de estos dos Padres, bajo
las rdenes de Dios.
Agradecido a tanta fidelidad, Atanasio comparta la vida y las austeridades de sus huspedes,
les predicaba el amor de la vida interior y del estudio y les contaba las peripecias de viajes y
de sus luchas en defensa de la fe, y recoga las noticias de la vida de San Antonio, que
pronto transmitira a las hojas del pergamino en una obra recibida con avidez por todo el
mundo romano. Al mismo tiempo redactaba su Historia de los arrianos, sus Apologas, sus
Exposiciones de la fe y otros libros polmicos, donde la profundidad teolgica se junta al
nerviosismo del luchador. Libros de circunstancias, redactados en la efervescencia de una
lucha titnica, no hay que buscar en ellos un cuerpo de doctrina sistemticamente dispuesto.
Y, sin embargo, pocos espritus han influido tan profundamente en la orientacin y el
desarrollo del dogma cristiano. Slo un problema parece concentrar el vigor de aquella gran
inteligencia, un problema central que tiene repercusiones en toda la teologa: el problema del
Verbo Encarnado, que Atanasio considera en todos sus aspectos, en el seno del Padre, en la
obra de la creacin, en la redencin del gnero humano, en sus relaciones con el misterio de
la Trinidad y en las maravillas de la Encarnacin. El telogo domina siempre sobre el
moralista. Aqu y all vemos de cuando en cuando la expresin admirable de la severidad
cristiana, como l la entenda y la viva; pero, ms que nada, Atanasio fue un jefe religioso, y
para el dominio, como para la resistencia, el dogma abstracto y sobrenatural es ms
operante que las prescripciones ticas. Es un telogo amante de la tradicin, es el eslabn de
oro que une a los Padres apostlicos con los grandes doctores que descuellan despus del
primer Concilio ecumnico. Eslabn slido, pues lo que ante todo obsesiona a aquel espritu
es la pureza de la fe. No le importan las filigranas lingsticas, aunque es siempre dueo
absoluto de su palabra. Su estilo, deca Focio, es claro, sobrio, preciso; pero al mismo tiempo
nervioso y profundo. Es poderosa su dialctica, prodigiosa su fecundidad. Argumenta a la
manera de un maestro, con libertad, con magnificencia. Hay mucha escolstica en su
lenguaje. Su elocuencia est en el acento enrgico de su inflexible voluntad, en la severa
exactitud de sus expresiones. Su genio preciso e imperioso se complaca en la dialctica de
los misterios y en la gravedad inmutable de la lengua teolgica. Fue un pensador ms que un
literato, y ms todava un luchador del pensamiento.
Sus luchas no haban terminado todava. Por una ostentacin de tolerancia, Juliano el
Apstata levant el destierro a todos los proscritos de Constancio. Atanasio hizo su entrada
en Alejandra el 21 de febrero del ao 362. Fue un triunfo, de aquellos que el Imperio
romano ya no conoca desde que los vencedores no suban al Capitolio. De todos los puntos
de Egipto acudan las gentes para verle; la muchedumbre llenaba las orillas del Nilo; miles de
barcas surcaban las aguas; focos potentes, instalados en las altas torres del Museum,
iluminaban el puerto; los habitantes de la ciudad salieron en masa, ordenados segn el sexo
y la edad, y siguiendo los pendones de sus corporaciones. l, entre tanto, avanzaba montado
en un asno. Su paso por las calles era sealado con aplausos inacabables, y tal era la
veneracin del pueblo, que todos queran ser tocados por su sombra, en la persuasin de que
tena virtudes milagrosas, como la de San Pedro. Quembanse perfumes y se esparcan
flores. Por la noche se ilumin la ciudad, se celebraron banquetes y hubo distribuciones de
comidas en las plazas. Envidioso de esta popularidad, Juliano le excluy de la amnista; pero
Atanasio, seguro de sus alejandrinos, no quiso hacer caso del edicto imperial, y empez a
gobernar tranquilamente su Iglesia. Reuna Concilios, predicaba, discuta y bautizaba. Los
mismos paganos quedaban subyugados por la grandeza de su alma, y esto es lo que ms
irrit al emperador. Por todos los diosesescriba al prefecto de Egipto, no sabr ningn
hecho tuyo tan agradable como la expulsin de Atanasio, el miserable, que se ha atrevido,
reinando yo, a bautizar mujeres griegas de rango distinguido. Proscrbele. Temiendo que
estallase una sedicin, el patriarca abandon la ciudad, diciendo a sus amigos: No temis;
es un nublado que pasar pronto. Una noche remontaba el Nilo, cuando oy tras s
chasquido de remos en el agua. Era la galera de la polica imperial, que bogaba a toda prisa.
meneaba la cabeza, se encoga de hombros y se esconda poco a poco entre la multitud. Pero
ni Felipe ni Santiago se cansaron un solo momento de aquella vida de privacin.
En el momento mismo de unirse a Jess, Felipe haba mostrado una docilidad comparable a
la de Pedro y a la de Juan. Sgueme, le dijo el Rabb un da cerca del lago de Genesareth,
su lago, porque tambin l era de Bethsaida; y en el mismo instante lo dej todo: tena casa,
tena mujer, tena hijas, pequeas todava, y todo lo abandon por seguir a Jess. Jess le
da un puesto entre los doce; pero sin manifestarle especial predileccin. Es menos
afortunado que Cefas, su compadre, y Santiago, su convecino, y Andrs, su amigo. No
obstante, desde el primer instante se ha convertido en un propagandista. Bartolom entra en
el crculo de los escogidos arrastrado por Felipe. Ven, vendice ste gozoso; he
encontrado a un Rabb de Nazareth que debe ser el Cristo. Y, gozoso, va en pos del Mesas,
descubierto, arrimndose a l para no perder su palabra, ni su gesto, ni su mirada. Al lado de
Jess est el da de la multiplicacin de los panes; tal vez en sus ojos se lee algn indicio de
compasin para con aquella muchedumbre que les ha seguido al desierto, y se siente feliz al
ver que el Maestro se acuerda de l para preguntarle: Felipe, cmo dar de comer a toda
esta gente? En su ingenuidad, no logra entender la pregunta; echa una mirada sobre la
concurrencia, calcula un momento, y saca la conclusin de que doscientos denarios no
bastaran para dar un poco de pan a cada uno.
Es un hombre de buena voluntad, sencillo y dcil; pero le pasa lo que a Toms: los altos
misterios son demasiado altos para l. Nos le figuramos bostezando en aquel discurso de la
ltima Cena, que le deba parecer algo largo y algo oscuro. Qu significaba todo aquello: El
Padre os ama; el Padre os enviar un Consolador; el Padre y Yo somos una misma cosa? En
sus incertidumbres, ha credo encontrar una solucin magnfica: Mustranos al Padre
interrumpe, y esto nos basta. Pero debemos agradecer su rudeza, porque a ella se debe
una bella manifestacin:
Felipele dice Jess, quien me ve a M, ve tambin a mi Padre. Unos das antes, Felipe
estuvo menos atrevido con el Seor. Aunque nacido en el corazn de Galilea, deba de
chapurrear un poco el griego. Su nombre griego es indicio de un hogar abierto a la influencia
helenstica. Tal vez por eso, cuando el lunes de la semana pascual un grupo de griegos quiso
hablar con Jess, se dirigi a Felipe para obtener la audiencia; pero Felipe no se atrevi a
transmitir directamente el recado, sino que llam en su ayuda a Andrs, con quien tena, sin
duda, ms confianza.
Tal es la amable intervencin de Felipe de Bethsaida en la maravillosa epopeya evanglica.
Santiago, en cambio, no aparece en ella un solo instante. Escucha atento, camina alegre,
observa silencioso y practica intrpido. Es un espritu grave y austero. Tiene un ttulo a la
amistad de Jess que no tienen Simn de Jons ni Juan de Cebedeo: es pariente del Seor.
Ha nacido en Can, cerca de Nazareth. Su madre, Mara, y su padre, Alfeo Cleofs,
pertenecen a la misma familia que Jos el carpintero y Mara su esposa, es acaso sobrino de
la Madre de Dios; es hermano de Jess, uno de los pocos hermanos de Jess que creyeron
en l antes de la Pasin. Y, sin embargo, los preferidos son Pedro y Juan. Pero Santiago no
dice nada; no vacila; no se queja; recoge humildemente las parbolas del divino Sembrador,
gloria de su casa, y parece como si pensase constantemente en aquella frase que un da
cay de labios de Cristo: Todo el que hiciere la voluntad de mi Padre que est en los Cielos,
se es mi amigo, mi hermano y mi madre.
alczares de Sin, destinados al incendio, y el espritu nuevo de Jess no logr borrar por
completo aquellas preferencias.
La presencia de este hombre en la Ciudad Santa fue una bendicin. Muchos israelitas a
quienes la elocuencia de Pablo hubiera alejado de la fe, se dejaron ganar por el asceta, que,
como los santos del Antiguo Testamento, hablaba la lengua de los libros sagrados y exaltaba
la ley real, la ley perfecta que condena a los prevaricadores, la ley santa que no puede ser
quebrantada en un solo punto sin quedar completamente violada. Muchos judos se
convirtieron al ver que podan seguir siendo fieles a Moiss, adorando en el templo al Dios de
Israel, Padre de las luces, que se revelaba a ellos en su Hijo Jess, como su obispo les
deca. Renunciaban, ciertamente, a sus familias sacerdotales, pero Santiago haca para ellos
las veces de sumo sacerdote. En sus reuniones ntimas veanle sentado majestuosamente
sobre el trono pontifical, llevando en la frente la insignia de los descendientes de Aarn, la
placa de oro con los caracteres sagrados, que decan: Santidad de Yahv.
Judos y cristianos se inclinaban delante de aquel hombre, en quien, la ms alta virtud se
una al amor ms exaltado de la Ley. Todos le miraban con respeto al verle pasar seco,
rgido, descalzo, extenuado; todos le escuchaban reverentes cuando hablaba de la puerta
de Jess crucificado, por la cual se llega hasta Yahv. La multitud le oprima para tocar el
borde de su tnica; y decase que, en una gran sequa, bast que l levantase las manos al
Cielo para hacer descender la lluvia. Su oracin era incesante. Veasele en el templo, a la
entrada del Sancta Sanctrum, con la frente pegada en la tierra, sin que los mismos levitas
osasen molestarle, por no interrumpir su contemplacin.
Pero aun entre los convertidos del gentilismo. Santiago era una autoridad. Columna de la
Iglesia le llamaba San Pablo, cuyo espritu no era precisamente el mismo que el del obispo
de Jerusaln. Las obras legales que Pablo rechazaba eran sagradas para Santiago. Creyse
un momento que Santiago, con ruda intransigencia, se pondra al frente de los judaizantes,
pero tambin l cedi a la elocuencia de Pablo. Fue en el Concilio de Jerusaln. Santiago se
resista a abandonar la Ley antigua; pero no era eso lo que se reclamaba de l; bastaba que
no impusiese su observancia; que l fuese al templo y conservase entre los suyos el signo de
la circuncisin, mientras Pablo predicaba entre las gentes su Evangelio de libertad.
que el rico vea en su riqueza un motivo de humillacin, porque todo pasar como la flor del
heno. Sale el sol, la hierba se marchita, la flor cae y todo encanto desaparece. As se
agostar el rico en sus caminos. Pasando a sealar los caracteres de la verdadera fe,
Santiago anatematiza las teoras fatalistas que atribuyen el pecado a la accin irresistible del
destino. Nodice l; cada cual es movido e incitado por su propia concupiscencia; la
concupiscencia concibe y pare el pecado, y el pecado, al consumarse, engendra la muerte.
La fe, ciertamente, es una gracia sobrenatural, un don perfecto, que desciende de arriba,
del Padre de las luces, y regenera por la palabra de la verdad; pero no desarrolla su virtud
redentora sino a condicin de que la palabra plantada en el alma arroje de ella todo fango de
pecado, haciendo germinar frutos de justicia, de paz y de misericordia. La ira inflama el
corazn del apstol al recordar el celo amargo de los que transforman en podredumbre la
buena nueva de la Santidad, y el Evangelio de la paz en motivo de querella. Fulmina el rayo
de su palabra contra aquella sabidura terrestre, animal, diablica, y clama indignado:
De dnde nacen las luchas entre vosotros? Por ventura no son las pasiones que combaten
en vuestros miembros la causa de vuestra miseria? Robis, y no tenis nada; asesinis, y
nada consegus; luchis, os querellis, y sois tan miserables como antes. Adltero, no
sabis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?
La dureza de este lenguaje nos descubre el poder de aquella palabra entre los convertidos
del judasmo. Pero Santiago no olvida que su deber es curar las llagas abiertas; y as,
despus de ese pasajero desahogo, abre a los extraviados su corazn compasivo con acentos
empapados en blsamos de uncin evanglica. Por su frase corre el hlito del Sermn de la
Montaa: la misma sencillez en la enseanza, la misma naturalidad en la expresin, el
mismo abandono en la lgica del pensamiento, la misma gracia de las imgenes, tomadas en
los campos, en las aguas y en los cielos de Galilea. La magia de los discursos del lago de
Genesareth haba penetrado aquella alma, aunque sin desalojar de ella el ceo austero
causado por los relmpagos del Sina. Junto al oyente de Jess reaparece aqu y all el lector
asiduo de los libros sapienciales; el grave moralista, cuando escribe en una pintura
impresionante los peligros de la lengua; el jefe de gesto majestuoso, cuando se yergue
contra el opresor del dbil; y siempre, el carcter noble del hombre a quien todo Israel
llamaba el Justo, el hombre de la lealtad y la rectitud, que es el rasgo saliente de su
fisonoma. Sediento de justicia y de verdad, no comprende que se pueda creer a medias, que
se pueda orar con la hesitacin en el corazn, con la duda en los labios. Saber hacer el bien
y no hacerle, es pecar, es mentir a Dios; dudar es ser como una ola que danza en el mar. Un
espritu inconstante en sus caminos no consigue nada de Dios. Nuestro s debe ser un s
rotundo; nuestro no, un no claro y preciso.
Toda
el
alma
de
Santiago
est
en
esa
sinceridad
fundamental, en ese entusiasmo para abrazar e imponer sin reserva la vida cristiana en toda
su seriedad, la norma perfecta de la nueva religin, la ley reina, que hace reyes a los
que la guardan. Aqu est tambin el origen de su inspiracin literaria, de su actitud con los
humildes y de su indignacin frente a los que les tiranizaban. Observa la corrupcin el
egosmo duro y fastuoso de los grandes de Israel; y no puede contener el anatema: Llorad,
ricosdice, presagiando la ruina de su pueblo-; aullad sobre las miserias que van a llover
sobre vosotros. Vuestras riquezas se han consumido; vuestros mantos han sido rodos por
los gusanos; vuestro oro y vuestra plata se han, enmohecido, y la polilla devorar vuestra
carne como el fuego. Estis amontonando un tesoro de clera para los ltimos das. El salario
del obrero que trabaja en vuestros campos clama contra vosotros, y la voz del segador sube
hasta los odos del Seor de Sabaoth. Os sumergs en el placer, vivs en las delicias de la
tierra, y engordis como las vctimas para el da del sacrificio.
La muchedumbre escuchaba con emocin estos apstrofes, semejantes a los de los antiguos
profetas; pero los potentados rugan de clera. Eran los aristcratas insolentes y rapaces,
que compraban las dignidades del sacerdocio y se repartan los puestos del Sanedrn, y
cruzaban las calles rodeados de servidores, que golpeaban con sus mazas a los transentes.
Su odio haba crucificado a Jess, se haba desencadenado contra sus discpulos, haciendo
estallar la primera persecucin, y ahora iba a terminar con el jefe del cristianismo judo. Era
el ao 62. Festo, procurador de Judea, acababa de morir. Momento propicio. Santiago,
arrebatado en oracin delante del tabernculo, fue llevado a presencia de Ans, sumo
sacerdote, hijo del Ans de la noche tenebrosa que precedi al 14 de Nisn. All mismo, en la
terraza del templo, se celebr el juicio. Hosanna al Hijo de David!, repeta una y otra vez
el anciano, hasta que, lanzado de la altura, ti una vez ms con sangre inocente aquellas
piedras que pronto calcinara el incendio.
Relacin
con
otros
temas:
Mi nombre, Avila; mi posada, la tierra; el Cielo, mi patria; mi oficio, ser cosechero de Cristo;
hasta la extrema vejez manej incansable la hoz, amontonando la mies en los celestes
graneros. As resuma la vida del [santo] su ms ilustre discpulo, fray Luis de Granada.
Fue, ante todo, un agostero evanglico. Nio an, sus padres, ricos propietarios de
Almodvar del Campo, le enviaron a estudiar derecho en Salamanca; pero no era sta su
vocacin. Ms tarde sola repetir: Qu se me dan a m las negras leyes? A l, la
penitencia, la teologa, el don prodigioso de conmover los corazones. Dej las Pandectas y
las Extravagantes, y el Gayo y el Graciano, y volviendo al Campo de Calatrava, se encerr en
el granero de su casa de Almodvar, y dispuesto a ganar el Cielo a fuerza de ayunos, azotes
y oraciones. Pero su mano se agitaba nerviosa buscando el dalle; su corazn temblaba
pensando en los hermanos que se perdan en la ignorancia y en el pecado. Haba que
prepararse para la gran misin. A los veinte aos aparece en Alcal, escucha a Domingo de
Soto y se apasiona por la teologa, buscando entre la letra el espritu, convirtiendo los sutiles
distingos en llamas celestes y las controversias en escalas de msticas ascensiones.
considerar aquella palabra del Seor: Scitis, quid fascerim vobis? Oh, Seor quin supiese lo
que has hecho con nosotros en esta hora! Quin lo gustase con el paladar del nima! Quin
tuviese balanzas no mentirosas para pesarlo! Qu bienaventurado sera en la tierra! Y cmo
en acabando la misa le sera gran asco ver las criaturas, y gran tormento tratar con ellas, y
su descanso sera estar pensando lo que el Seor ha hecho con l, hasta otro da que tornase
a decir la misa!
Esta bella efusin nos ha descubierto el alma inflamada del nuevo sacerdote, y ha poidido
servirnos para conocer el carcter de aquella elocuencia arrebatada, abundante, colorista,
que pareca impaciente de salir al campo para ganar las santas victorias del apostolado. Sin
embargo, no es el humo de la gloria lo que ofusca aquel joven corazn, agitado por
vehemencias andaluzas, puesto al servicio de Cristo. Quiere un escenario donde nadie Ie
conozca, donde pueda triunfar sin que nadie le aplauda, donde pueda trabajar y sufrir bajo la
sola mirada de Dios, y acaso, acaso derramar su sangre por sus hermanos. Quiere ir a las
Indias; ya lo tiene todo dispuesto, ya est en Sevilla aguardando la nave que le ha de
trasladar a Mjico, cuando una orden del arzobispo Manrique le detiene, poniendo ante sus
ojos el hermoso campo andaluz, necesitado de obreros entusiastas y abnegados; dispuesto a
dar frutos magnficos, pero amenazado por todos los peligros: paganismo en las costumbres,
brotes
satnicos
de
alumbrados
de
brujeras,
focos
protestantes,
residuos
de
para l un tormento ms grande que todas las privaciones del calabozo. Desde este
momento su prestigio aumenta y la admiracin del pueblo ya no tiene lmites. Predica, no
solo en los templos, sino en los hospitales y en las plazas; comenta al pueblo ignorante, con
escndalo de los sabios, las verdades sublimes de las epstolas paulinas; reune a los nios en
las calles y les ensea el catecismo; entra en convento cuando las monjas se preparan a
representar una comedia delante de sus convidados, y los obliga a despojarse de los
sacrlegos vestidos de la escena. Pasa como un fuego purificador, como un torrente que
limpia, sanea y fecunda. A veces, deca el maestro Granada, su voz pareca hacer temblar las
paredes de la iglesia; no es un orador erudito; no esmalta sus sermones de latines y
sentencias, segn el uso del tiempo; no se le puede considerar como un artista de la palabra,
pero tiene el arte intuitivo de llegar a los corazones, de transformar, de mover, de iluminar.
No arranca los aplausos, sino las lgrimas. Un contemporneo suyo describa as aquella
elocuencia: En nuestros tiempos hemos conocido al maestro Juan de Avila, que no revolva
muchos libros, ni deca muchos conceptos, ni esos que deca los enriqueca mucho de
Escritura, ejemplos ni otras palas, y con una razn que deca y un grito que daba, abrasaba
las entraas de los oyentes. Y en tiempo que predicaba l en Granada, predicaba juntamente
otro predicador, el ms insigne y de mayor fama que ha tenido nuestra edad, y cuando salan
los oyentes del sermn de este, todos iban hacindose cruces, espantados de tantas y tan
lindas cosas, tan linda y tan gravemente dichas y tan provechosas. Mas cuando salan de or
al maestro De Avila, iban todas las cabezas bajas, callando, sin mirarse unos a otros,
encogidos y compungidos, a pura fuerza de la virtud y excelencia del predicador.
No obstante, brillaban en el santo Juan de Avila todas las grandes cualidades del orador
evanglico. Era buen romancista, deca fray Luis; saba las Escrituras de coro; llevaba
una preparacin maciza, conseguida en la lectura de los Santos Padres; tena una presencia
venerable una voz sonorosa y fuerte, una imaginacin brillante, un alma fogosa y tierna y
una blandura de caridad, que conmova los corazones. Todava podemos admirar el nervio
de aquel persuasivo decir la grandeza de aquel gran carcter, el fervor de aquel espritu
admirable, el fuego de aquel corazn, su valenta, su ingenio, su decisin, su mansedumbre,
sus bellsimas cartas de direccin, en discursos inflamados sobre los grandes misterios del
cristianismo, en tratados admirables de vida espiritual, que, como el Audi filia, nos revelan al
hombre enamorado de Dios, al mstico y asctico popular, al contemplativo humilde y vido,
al piloto experimentado de las almas. Fue el maestro vila quien primero comprendi a
Santa Teresa, quien llev la tranquilidad a su espritu cuando navegaba entre las olas de la
contradiccin y la incertidumbre. Siga vuestra merced su caminoescriba el santo a la
santa; mas siempre con recelo de los ladrones y preguntando siempre, y d gracias a
nuestro Seor, que le ha dado su amor y el propio conocimiento, y amor de penitencia y de
cruz; y de esotras cosas no haga mucho caso, aunque tampoco las desprecie, pues hay
seales que muy parte de ellas son de parte de nuestro Seor.
Esotras
cosas,
las
extraordinarias,
parecen
SAN ISIDRO
Labrador
( 1170)
Patrono de los agricultores
Memoria libre
15 de mayo
Jams puede salir nada noble de una tienda o de un taller, haba dicho Marco Tulio; pero
unos aos despus de pronunciar estas palabras sala de un taller el Hijo de Dios, que antes
haba sido llamado el hijo del carpintero. Las mismas manos que formaron el mundo
manejaban ahora la sierra, el formn y la garlopa. En adelante, la azada y el arado no
tendran nada que envidiar al cetro y a la espada, y el labrador podra codearse en el mundo
con el conquistador.
Aqu est el misterio de aquella existencia tan sencilla y tan alegre como el canto de la
triguera, que revolaba, inquieta, en torno de los mansos bueyes. Alegre y, sin embargo,
pobre; tan pobre, que no poda serlo ms. Isidro no cultivaba su prado, ni su via, ni su
pegujal; cultivaba el campo de su amo, Juan de Vargas. Cada noche se descubra respetuoso
delante de l y le deca: Seor amo, adonde hay que ir maana? Y Juan de Vargas le
sealaba el plan de cada jornada: sembrar, binar, barbechar, podar las vides, limpiar los
sembrados, levantar la cosecha. Y al da siguiente, con las primeras luces del alba, Isidro
unca los bueyes y marchaba camino del campo madrileo hacia las colinas onduladas de
Carabanchel, hacia las llanuras de Getafe, por las orillas del Manzanares o las umbras
risueas del Jarama. Cuando pasaba cerca de la Almudena o frente a Nuestra Seora de
Atocha, el corazn le lata fuertemente, su rostro se iluminaba y sus labios se movan
pronunciando palabras de amor. Y luego, las horas del trabajo, un trabajo sin impaciencias,
pero tambin sin debilidades; un trabajo ennoblecido con las claridades de la fe, con la frente
baada por el oro del Cielo, con el alma envuelta en las caricias de la madre tierra. El Cielo
y la tierra! Eran los dos libros de aquel trabajador animoso que no saba leer: La tierra, con
sus brisas puras, el murmullo de sus aguas claras, el gorjeo de los pjaros, el ventalle de sus
alamedas y el arrullo de sus fuentes; la tierra, que abre sus senos eternamente fecundos, y
fertilizada por el sudor del labriego, y bendecida por la mano todopoderosa, se renueva ao
tras ao en la vestidura de sus rboles, en el encanto de sus flores, en los jbilos estallantes
de sus primaveras, en las gasas de luz y de silencio de sus tardes otoales. Y entonces el
criado de Juan de Vargas quedaba exttico, con los ojos arrasados de lgrimas, porque a
travs de aquellas bellezas haba visto el rostro del Amado. Tal vez no saba expresar lo que
senta, pero su llanto equivala a la exclamacin admirativa del solitario mallorqun: Oh
bondad! Oh amable y adorable y munificentsima bondad!
De esta suerte el da se haca corto y el trabajo ligero. Sin darse cuenta Isidro, se vea
envuelto en las sombras que bajaban de las colinas. Entonces colgaba el arado en el ubio, se
envolva en su capote y penetraba de nuevo en la ciudad, siguiendo la cachazuda marcha de
la pareja. Entonces empezaba para l la vida de familia. En el umbral le aguardaba su mujer,
la sonrisa en los labios, las manos cruzadas en el pecho y en los ojos una beatfica placidez.
Tambin ella, Mara Toribia, era una santa. Un arrapiezo sala dando brincos para ayudar a su
padre a desuncir y llevar los animales al abrevadero. El hijo de ambos, un hijo del milagro y
de la santidad, hijo dos veces, porque despus de darle el ser, Isidro le ha librado de la
muerte con la oracin. Luego trastea en el establo, cuelga la aguijada, ata los animales, los
llama por su nombre, los acaricia y les echa el pienso en el pesebre.
Religioso Franciscano
Patrono de las asociaciones y congresos eucarsticos
Memoria libre
17 de mayo
Has acertado.
Te irs a Santa Mara de Huerta, ya que est cerca de aqu, y casi todos en Torrehermosa
somos colonos del monasterio.
No me gusta; me parecen demasiado ricos los bernardos de Santa Mara. Mi hermana, la
que tengo casada en el reino de Valencia, me ha hablado de unos franciscanos que hay all,
muy pobres y muy penitentes, que me parecen mejor para mi carcter. Adems, y esto
gurdalo bien adentro, hace unos das, en este mismo monte, se me presentaron un fraile y
una monja que llevaban el hbito de San Francisco; me sonrieron muy amables y luego
desaparecieron. Es la voz de Dios, que me llama, amigo Juan.
Yo siempre he pensado que t ests hecho mejor para un convento que para guardar
ovejas; y las penitencias de los frailes descalzos creo que no te pueden asustar. Si eres ya
ms penitente que ellos! Andas siempre descalzo y sin gorra, sufriendo los fros de la sierra,
que son peores que los del convento, corriendo detrs de las cabras, cosa ms dura que
mendigar de puerta en puerta. Yo, chico, creo que haces bien; pero no te olvides all de los
pobres pecadores que aqu quedamos.
As fue, poco ms o menos, el dilogo de los dos pastores, reconstruido con los datos que
nos conservan en sus biografas dos franciscanos que conocieron al hermano Pascual: Juan
Jimnez y Cristbal de Anta. Juan Aparicio tena razn: ms que para pastor, Pascual estaba
hecho para fraile. Sin embargo, durante ms de diez aos fue el pastor ideal: respetuoso con
el amo, cuidadoso con la hacienda y dulce con el ganado, hasta el extremo de no pegar
nunca a las ovejas. Al principio, los largos das del pramo inmenso se le hacan
interminables; pero no tard en aprender el lenguaje de la soledad, en el cual distingua la
voz de Dios, de la Virgen y de los santos. En lo ms alto de Torrehermosa haba una ermita,
que se llamaba Nuestra Seora de la Sierra. Siempre que poda, Pascual llevaba hacia all sus
ovejas, miraba por la ventana con ojos de enamorado y tena largos coloquios con la Seora.
Cuando la obligacin le llevaba por otros parajes, sus ojos se volvan con frecuencia hacia el
otero de la Virgen, y muchas veces descolgaba del cuello su rosario de cuerdas y caa de
rodillas rezando avemarias. La Virgen de la Sierra era su compaera en aquellas soledades.
Santa Mara me valga, sola gritar cuando los animalitos le hacan alguna de las suyas.
Llevbala esculpida en su cayado, y, cuando dorma, abrazaba el cayado fuertemente para
que su Virgen no se apartase un momento de su lado. En aquel cayado haba ido grabando
con la punta de la navaja otras muchas figuras. Estaban, ante todo, la cruz y la custodia, a
semejanza de otra de plata que l haba visto en la iglesia, y no faltaba tampoco el
abecedario. Mientras las ovejas sesteaban en los mediodas de verano acurrucadas a la
sombra de los pinos, l aprenda las letras y las escriba en la corteza de los rboles. Esto,
desde que tena diez aos. Cuando aprendi a leer, empez a meter en su zurrn un libro de
piedad, algn tratado del P. Granada y otro de rezo, el Oficio Parvo. De su cinturn de
esparto colgaba siempre un tintero de hueso con su pluma de cigea.
Pocos das despus de aquella conversacin que tuvo bajo la encina con su amigo Juan
Aparicio, Pascual, con su manta al hombro y en la mano el bordn, del cual penda la
calabaza llena de agua, sali de Torrehermosa y se dirigi hacia el reino de Valencia.
Mendigando el pan y durmiendo al raso, lleg a Montfort, donde estaba el convento
franciscano de que le haba hablado su hermana. Se llamaba Nuestra Seora de Loreto.
Lleg hasta la portera, y a punto estuvo de tocar la campanilla; pero se vio tan pobre, tan
sucio, tan intil, tan despreciable, que al fin no se atrevi a tirar de la soga. Volvise triste, y
nuevamente empez a apacentar rebaos en los campos cercanos al convento. Cuatro aos
ms de espera, y su pensamiento iba siempre hacia la pobre casa de los Hermanos Menores,
y su corazn temblaba cuando les vea pasar, y casi se volvi loco cuando el aire llevaba
hasta l los ecos del campanillo de la espadaa conventual. Pero l, que era un pastor casi
bachiller y que ser ms tarde un lego telogo, se consolaba pensando que tambin Jacob
haba servido catorce aos por la belleza de Raquel. Catorce aos! Los mismos que l haba
corrido tras el ganado, a semejanza de los pastores bblicos.
Iba a cumplir veinticinco cuando los franciscanos de Loreto le dieron el hbito de la Orden.
Desde entonces empez a ser llamado el santo. Su nico vestido era una tnica, y bajo la
tnica un cilicio atado con una cadena; su lecho, la tierra; su comida, hierbas, pan y agua.
No obstante, trabajaba animosamente. Al volver de mendigar por los pueblos levantinos
Elche, Novelda, Aspe, Jtiva, Alicante, llegaba con frecuencia al convento con una carga
que hubiera hecho tambalearse a un jumento. Trabaj en todos los oficios: fue portero,
hortelano, cocinero y refitolero. Uno de sus mayores deleites era recoger las sobras de la
comida para distribuirlas a los pobres. Recemos, hermanos, les deca al llegar con la
caldera humeante, y todos caan de rodillas. Despus, mientras daba a cada uno su racin,
tena para todos una sonrisa, una palabra buena y a veces un largo sermn. En el refectorio
siempre se reservaba la peor parte; la mejor guardbala para los guardianes, los
predicadores y los enfermos. Lo mismo cavando, que cociendo las berzas o cortando el pan,
siempre rezaba, meditaba o repeta bellas jaculatorias. Oh luz sin mancha!deca,
recordando la comunin de la maana, qu delicias puedes encontrar en un hombrecillo
como yo? Por qu has querido entrar en mi pecho y hacer de l un templo de tu majestad?
Cuando haba puesto en orden los platos y colocado el pan en su sitio y llenado las botellas,
caa de rodillas en el refectorio y rezaba, rezaba largo rato, hasta que se levantaba agitado
por mpetus misteriosos, que le hacan correr y dar voces inarticuladas. A veces, su alegra
era tal, que empezaba a bailar, presa de su delirio mstico, delante de una imagen de la
Virgen que haba en la entrada del comedor. Algunos pudieron creer que por eso se le ha
llamado Bayln, y yo lo cre en otro tiempo, cuando no saba ms que este rasgo de toda su
vida; pero despus he averiguado que se llam Bayln porque era hijo de Martn Bayln,
pobre colono de Torrehermosa, y que se llam Pascual porque naci un da de Pascua florida.
Pero estos dos nombres eran un presagio, porque este humilde lego fue acaso el hombre
ms feliz de su tiempo. Sus labios sonrean siempre; en sus ojos pareca brillar una luz
ultraterrena.
Era ciertamente, admirable aquella vida dulce, ingenua, serfica; pero no dejaba de tener
sus inconvenientes para la disciplina conventual. Cuando Pascual bailaba delante de la
estatua de la Virgen, la Virgen le pagaba el obsequio con una sonrisa; pero, entre los frailes,
unos soltaban la carcajada, y otros, los ms observantes, dejaban escapar severos gestos de
reproche; cuando Pascual dejaba a secar en el claustro su tnica remendada con trapos de
todos los colores, que l haba encontrado por las calles o en los estercoleros, los ngeles
bajaban probablemente a admirarla y venerarla; pero el guardin se pona serio y mandaba
retirar de all la preciosa colgadura; cuando Pascual daba a los pobres todo lo que haba en
casa, hasta el ltimo pedazo de pan que haba en el cesto, hasta los puerros y las coles de la
huerta, senta que en el fondo de su ser alguien le deca dulcemente: Al que me diere un
vaso de agua, yo le dar el reino de los Cielos; pero el Padre procurador se opona irritado a
aquellas divinas locuras. De portero, sobre todo, era comprometedor. Llegaba a una
habitacin:
Padre ministro, en la portera le aguarda un seor.
Diga que no estoy.
Entonces, vuestra reverencia tendr que marcharse.
Diga, sencillamente, que no estoy.
Pero si vuestra reverencia est, no lo podr decir. Dir, si le place, que no puede bajar.
Despus ve unas manzanas en la mesa del Padre ministro.
Y eso?pregunta.
Ha de saber, Hermano, que no las tengo para comerlas, sino para que dejen un poco de
aroma en la habitacin.
Pues mire, Padrereplica el portero; yo creo que el religioso que guarda en su celda
cosas de comer, difcilmente alcanzar el espritu de perfeccin.
Vicente Ferrer, Bernardino de Siena y Juan Capistrano forman algo as como un triunvirato
apostlico en los ltimos aos de la cristiandad medieval. Un mismo mpetu los lanza de
pueblo en pueblo, un mismo celo los abrasa, un mismo espritu los mueve. Dirase que se le
transmiten uno a uno como una linterna levantada sobre un siglo tenebroso: el de Valencia
descubre al de Siena, predicando una vez en Alejandra del Piamonte, extiende las manos
sobre su cabeza y deja en l una semilla que no tardar en fructificar; el de Siena encuentra
al de Capistrano, le deja su gorro en herencia y, con el gorro, la vibracin de su palabra y su
fervor misionero. Tres grandes figuras de apstoles, que tienen la llave de las almas, y el
secreto que conmueve a los grandes pecadores, y la fuerza misteriosa que arrastra a las
multitudes. Su elocuencia es espontnea, ardiente, popular; la de San Vicente, ms austera;
la de San Juan de Capistrano, ms impetuosa; la de San Bernardino, ms suave, ms
serena, ms familiar. La misma presencia de aquellos hombres era ya un presagio de sus
xitos apostlicos. En cuanto a Bernardino, todos sus bigrafos nos hablan de su rara
belleza: mediana estatura, rostro rubicundo, ojos alegres y voz poderosa. En la plaza de
Siena oy un da, siendo joven, una proposicin, que hizo afluir la sangre a sus mejillas.
Por quin me has tomado?, grit l y lanzndose iracundo contra el libertino, estamp en
su rostro una sonora bofetada. Nos queda un retrato suyo hecho al fin de su vida. El
capuchn le cubre la cabeza y la frente; sus ojos se estn cerrados en el fervor de la
meditacin, su boca se pliega con energa y su barba se alarga hablando de bondad. La
bondad se adivina tambin en los rasgos de su cara ampollada, y la firmeza en su nariz
prominente. Delante de l se ven las tres mitras que renunci. y, sobre su cabeza, el smbolo
del nombre de Jess, que l pase por toda Italia. Es el reflejo de aquel hombre ms bien
divino que humanosegn uno de sus bigrafos, que se haca querer de todos por su
benignidad y admirar por la integridad de su vida, la gracia de su inocencia y el encanto de
su virtud.
Todas las ciudades quieren orle, los obispos se le disputan, las Repblicas le llaman a
apaciguar sus discordias.
En Roma tuvo que pasar unos das difciles. Como todo hombre admirado, tambin l tiene
enemigos que le llaman charlatn, novador, agitador de conciencias; se le acusa de
ignorante, de irrespetuoso para con los poderes pblicos, de poco serio en la exposicin de la
palabra divina. Un sabio de aquellos das, Bracciolini, deca en uno de sus dilogos:
A mi ver, lo mismo Bernardino de Siena que otros muchos predicadores, andan por un
camino falso al buscar la brillantez ms que la utilidad; se preocupan menos de curar las
enfermedades de las almas que de obtener los aplausos del vulgo; tratan a veces materias
abstractas y difciles, reprenden los vicios de una manera que parece ensearlos, y, en su
deseo de agradarles, pierden de vista el fin verdadero de su misin, que es hacer a los
hombres mejores. An Conservamos algunos tratados piadosos de San Bernardino, y
aunque no es posible encontrar en ellos aquella llama que abrasaba a las almas y
transformaba los pueblos, hay que reconocer que no faltan en ellos doctrina, seriedad y esa
huella de la uncin, que nos revela el paso de un santo. No obstante, los mulos trabajaban
en Roma para hacer condenar al predicador siens, y consiguieron que Martino V le
prohibiese hablar nuevamente en pblico. Lejos de empezar con distingos, o declararse en
franca rebelin, como algo ms tarde Savonarola, Bernardino se someti humildemente:
Pas de Miln a Pava, estren en Perusa un pulpito de mrmol, que la ciudad haba hecho
para l, y desde all se dirigi a Reate. Preguntronle si entrara en Reate a pie o montado en
su asno, y respondi que montado, aadiendo:
Cuando voy en mi asno me reciben diez veces mejor que cuando voy a pie. He observado
que el animalito se merece las nueve partes de los honores. Aun tena humor para hacer
chistes; y, sin embargo, la fiebre le consuma. El camino de Reate a Aquila fue para l el
camino del Cielo. Muri al entrar en esta ltima ciudad, en la tarde de la vigilia de la
Ascensin, cuando la Iglesia cantaba esta antfona: Padre, manifest tu nombre a los
hombres que me diste, y ahora voy a Ti. Estas palabras parecan el resumen de su vida.
campanillos que suenan all abajo, al pie de su roca, en la torre de las agustinas de la
Magdalena. Aquellos campanillos son su tormento. Llaman a adorar a Dios; pero, ay!, no la
llaman a ella. Tres veces se ha postrado de rodillas ante las Madres, pidindoles una tnica y
un velo, y tres veces ha sido rechazada. Tal vez ha empezado a saberse en los crculos
piadosos de la pequea ciudad de Cassia algo de su vida misteriosa: sus xtasis, sus grandes
penitencias, su prolongada contemplacin. Siempre admiramos a los santos, pero hay algo
en ellos que nos intimida y que nos induce a venerarlos, ciertamente, pero a cierta distancia.
Acaso era esto lo que mova a las agustinas de Cassia a cerrar la puerta de su convento a la
castellana de Rocca-Porena. Pero una noche, mientras derramaba aquellas sus lgrimas, que
eran a la vez amor, deseo, oracin y esperanza, un golpe son a la puerta y tras el golpe una
voz que deca: Rita, mi muy amada, vete ya, que ha llegado tu hora. Llena de jbilo, la
dulce viudita abre la ventana vuela hasta la llanura y unos instantes despus se encontraba
en el coro cantando los maitines con las reverendas Madres agustinas. La abadesa, viendo
un bulto ms en el coro, no sala de su admiracin. Miraba una y otra vez por encima del
cdice, se restregaba los ojos, y no pudo contener un gesto de disgusto al reconocer en la
intrusa a la seora del castillo. Al terminar el rezo, llam a la portera y le dijo muy seria: Es
muy grave eso de dejar las puertas abiertas durante la noche; figrese, Hermana, que en
vez de esa loca se nos mete una cuadrilla de malhechores. Mas la portera asegur que
haba dejado las puertas cerradas, y bien cerradas. Y aadi: Tal vez la tornera... Y la
tornera dijo: Tal vez la sacristana... Y unas y otras discutan acaloradas, hasta que Rita
pidi que le permitiesen hablar, y explic todo lo que haba sucededio. Ante la voluntad
expresa de Dios, admiti a la vidente en sus filas, y desde entonces Monna Rita se llam Sor
Rita.
mientras la carne chisporroteaba, mordida por el fuego, ella sonrea. Y luego, las pruebas del
Esposo. El Esposo celeste segua los mtodos que tan buen resultado le dieron al esposo de
la tierra. A fuerza de msticos besos, hizo brotar en la frente de la amada una fuente de
sangre y de pus, una herida hedionda, que no tard en convertirse en un nido de gusanos
blancos y monstruosos, un olor apestoso sala de aquel hervidero, y las Hermanas huan
horrorizadas, tapndose las narices. Semanas enteras se pasaba la paciente sin ver a nadie,
sin probar bocado, sin aparecer en pblico ms que para comulgar. Y cuando alguien le deca
que desalojase a los parsitos que corran por su cara, ella sonrea y deca dulcemente:
Dejadlos, son mis angelitos. Aquella mansedumbre lleg a conmover al Esposo celestial. Al
fin, Jess se prestaba a todos sus caprichos. Ya en su ltima enfermedad, Rita pidi que le
trajesen una rosa del jardn de su castillo. Como era en enero, creyeron que deliraba; pero
en el tallo ms alto del rosal apareci una rosa fragante y hermosa. Al da siguiente se le
antojaron dos higos, y la higuera de Rocca-Porena dio los higos deseados. Cuando Rita
muri, la llaga resplandeca en su rostro como una estrella en un rosal.
A San Gregorio VII le conocen pocos, y la mitad de los que le conocen le miran con poca
simpata. Sin embargo, hay algo grande en la epopeya de su vida. Vemos al mundo entero
luchando contra el falso monje Hildebrando, y al monje hablando las palabras eternas,
hacindose or entre el fragor del combate, levantando entre todas las corrupciones el
estandarte del ideal, del espritu, de la libertad y del bien. Pero la Historia es muchas veces
injusta: a un hombre que en sus empresas nunca se mir a s mismo, que siempre defendi
los intereses de Dios y de la Humanidad, que hizo triunfar los ms altos ideales a costa de su
salud, de su libertad y de su vida, se le ha llamado ambicioso, dspota, acaparador del
dominio universal. Sin embargo, mientras haya un resto de honradez, en el mundo, se
presentar como un smbolo la figura innoble de Enrique IV mendigando el perdn entre la
nieve y el barro, y el gesto definitivo del monje dejando arrastrarse ante su puerta al perjurio
y al despotismo.
La grandeza de este luchador perteneca nicamente a su alma: el mundo no le dio nada, ni
dinero, ni nobleza, ni potencia, ni hermosura. Era hijo de un pobre cabrero de Sayona. Nadie
hubiera adivinado en el pastorcillo de los primeros aos al futuro pastor de pueblos.
Conforme iba avanzando en edad, se acentuaban las formas nada armoniosas de su cuerpo:
moreno, menudo, nervioso, vientre abultado y rostro cetrino. Sus enemigos le llamarn el
hombrecillo de las piernas cortas. Slo en sus ojos se vea el relampaguear de su alma; y
slo al alma se refera el nombre providencial que le impuso Bonigo, el cabrero: Hildebrando,
que quiere decir la espalda que relumbra. Nadie lograra mellar aquella espada. Un to suyo
lo sac de entre las cabras y le visti la cogulla benedictina en el monasterio de Santa Mara,
de Roma. Su maestro, Juan Graciano, despus Gregorio VI, declaraba que nunca haba visto
una inteligencia igual, y el emperador Enrique III, que le oy predicar siendo joven, deca
que ninguna palabra le haba conmovido como aqulla. Hombre de lucha, tuyo que vencer
primero su propia carne, y lo hizo con el estudio y la fatiga de los viajes. Entonces es cuando
recorri distintas provincias de Francia y cuando visit la gran abada de Cluny.
Hildebrando es el hijo ms genuino de Cluny. Su abada del Aventino era cluniacense, y nadie
mejor que l supo encarnar aquel espritu de reforma que entonces necesitaba la Iglesia. En
sus viajes lo examina todo, lo ve todo, y a su espritu se le representan con toda su
hediondez las llagas del cuerpo eclesistico. San Pedro le gua, y en el momento oportuno se
le aparece una noche y le manda volver a Roma. Romadice un historiador de aquella
pocaera una cueva de ladrones; y, desgraciadamente, haba muchas cuevas de ladrones
en toda la cristiandad. La tierra de San Pedro se venda, mejor dicho, se robaba con la
espada en la mano. Las mitras se vendan y-robaban tambin, y las tiaras y las mitras y las
gradas del templo estaban manchadas de cieno y de sangre. Cuando el joven lleg a Roma,
su maestro, Juan Graciano, acababa de sentarse en el solio pontificio, y un da el Papa entr
en el monasterio de Santa Mara y se llev a su antiguo discpulo. Hildebrando tena entonces
veinticinco aos. Cuando los romanos le vieron en el palacio de Letrn, comprendieron que
haba pasado el tiempo de aquellos Papas imberbes, sujetos al capricho de sus pasiones y al
de una cuadrilla de bandoleros. La reforma comenz. El maestro era la cabeza; su discpulo,
el brazo. Vise al monje mandando un ejrcito para extirpar de malhechores la campia
romana. Pero la lucha era desigual, y los dos intrpidos luchadores no pudieron sostener el
empuje de todas las concupiscencias que se declaraban contra ellos. Gregorio VI muere en la
arena; y el monje se vuelve a Cluny.
clero
pueblo,
hombres
mujeres,
prorrumpe
en
un
grito
unnime:
Hildebrando, Papa! Lleno de terror, el arcediano se precipit hacia el ambn para arengar
a la concurrencia. Pero el cardenal Hugo Cndido se le haba anticipado, y, logrando sofocar
las aclamaciones, deca: Romanos: bien sabis que desde el pontificado del Papa Len,
Hildebrando ha exaltado la Iglesia romana y salvado esta ciudad. Nunca podremos hallar un
Pontfice semejante a l. Es un hombre que ha recibido las rdenes en nuestra iglesia; lo
conocemos perfectamente y lo hemos visto siempre en la brecha. Los cardenales, obispos,
sacerdotes, levitas y dems clrigos clamaron segn costumbre: San Pedro ha escogido a
Hildebrando Papa. El pueblo se apoder de l y le entroniz casi a la fuerza. Dos das
despus el electo escriba al abad de Montecasino: Se han precipitado sobre m como unos
insensatos, sin dejarme hablar; y me han levantado violentamente al gobierno apostlico.
Ahora puedo decir con el profeta: El temor y el temblor se han apoderado de m, y me han
invadido las tinieblas. Pero no puedo contarte mis angustias, porque estoy atado al lecho y
rendido de cansancio. El dbil Hildebrando se senta desfallecer, pero el Vicario de Cristo no
tema nada. Vos lo sabis, bienaventurado San Pedroexclamaba en una carta aos
adelante; vos me habis hecho sentar en vuestro trono contra mi voluntad, a despecho de
mi dolor y de mis lgrimas; vos me habis llamado; vos sois quien, a pesar de mis gemidos,
habis colocado sobre m este peso terrible.
Desde este momento Hildebrando se llam Gregorio VII. Slo el nombre era un programa de
conducta. Iba a proseguir la campana empezada al lado de su maestro treinta aos antes. En
la Iglesia haba dos llagas que nadie se atreva a tocar. En primer lugar, los clrigos haban
olvidado la ley del celibato. El vicio se presentaba impudente y agresivo, invocando en su
favor textos de concilios, palabras evanglicas e imposiciones de la Naturaleza. Se tachaba
de hipcritas a los que defendan y practicaban la virtud. Pero la incontinencia tena su origen
en la simona. No se daban los beneficios eclesisticos a los que los merecan, sino a los que
los compraban. El trfico de las cosas santas no slo se consideraba como una costumbre
general, sino como un derecho legalmente adquirido. Los altos dignatarios eclesisticos, que
haban pagado cara su dignidad al rey o al seor, procuraban indemnizarse vendiendo a sus
subordinados las funciones menores. Era el triunfo de la injusticia, la ofuscacin de las
conciencias y el oscurecimiento general de los espritus, Gregorio inaugur aquella lucha
gigantesca celebrando un Concilio en Roma y lanzando despus sus legados por, toda la
cristiandad para hacer cumplir los decretos. La protesta fue general; la sublevacin, violenta
en todas partes; pero, sobre todo, en Alemania. Los recalcitrantes formaron un partido
numeroso, que nombr un antipapa. En vista de las dificultades, una tristeza inmensa se
apoder del reformador. Escribiendo a San Hugo, abad de Cluny, le deca: Si supieras a
cuntas tribulaciones me veo sometido, no cesaras de pedir que el pobre Jess, tan
despreciado, y que, no obstante, lo ha creado todo y todo lo gobierna, se digne tenderme la
mano y librar a este su siervo miserable con su infatigable benignidad. Cuando recorro con
mi pensamiento los pueblos de Oriente y de Occidente, del Medioda y del Septentrin,
apenas veo algunos obispos que gobiernen al pueblo cristiano por amor de Jesucristo, y no
por egosmo y ambicin. En cuanto a los prncipes, no conozco a ninguno que prefiera la
gloria de Dios a su propia gloria, y la justicia al lucro. Si, finalmente, miro dentro de m, me
siento tan abrumado por el peso de mi propia vida, que no me queda esperanza de salud
sino en la misericordia de Jesucristo.
A pesar de todo, el atleta de Cristo no se renda. Segua luchando con la misma tenacidad
que al principio, enviando sus epstolas a todos los prncipes, y reuniendo concilios en todas
las naciones, siempre inflexible en su deber, y siempre fcil para conmoverse; siempre
inclinado a fiarse de los hombres, a creer en las promesas y a perdonar. Los clrigos
depuestosescribale algo malhumorado uno de sus nuncioscorren a Roma, obtienen
vuestra absolucin y vuelven peores que antes. Y Gregorio contestaba: Es costumbre de la
Iglesia romana tolerar ciertas cosas y disimular otras, y he aqu por qu hemos credo poder
templar el rigor de los cnones con la dulzura de la discrecin. Aqu se ve el corazn del
padre; la voz del jefe se descubre en estas clusulas de la encclica dirigida al episcopado
francs: A consecuencia de la debilidad del poder real, las leyes y el Gobierno se ven
impotentes para estorbar y castigar las injusticias. Vuestro rey, que debiera ser el defensor
de la equidad, es el primero en violarla. En cuanto a vosotros, habis de saber, queridos
hermanos, que incurrs en falta no resistiendo las acciones detestables de ese hombre. No
hablemos de temor; reunidos y armados con la justicia, serais bastante fuertes para
apartarle del camino malo y para asegurar vuestras almas. Y aunque hubiese temor o peligro
de muerte, no deberas renunciar a la independencia de vuestro sacerdocio.
Gregorio no olvidaba un solo instante que se deba a todas las Iglesias del mundo. En Francia
combate los desrdenes de Felipe Augusto; lucha en Inglaterra por medio del arzobispo
Lanfranco; en Espaa introduce la liturgia romana y alienta las campaas de Alfonso de
Castilla contra los sarracenos, y su accin llega a las ms apartadas regiones del Norte y del
Oriente.
Al recorrer su correspondencia, le vemos en relacin con los reyes y duques de Suecia,
Noruega, Polonia, Hungra, Bohemia, Rusia y Armenia. En todas partes vigila, corrige,
sostiene, anima, negocia con energa indomable, y, a la larga, con resonantes triunfos; en
todas partes persigue el mismo fin: devolver a la Iglesia la pureza de su fe y de su vida,
libertndola del mundo seorial, que la tena envuelta en sus redes, esclavizada, degradada,
y vinculndola de nuevo a Roma, a la fuente de la unidad y de la fuerza; porque, en realidad,
Gregorio VII, ms que un batallador, un filsofo y un poltico, es un apstol. El celo
apostlico, el amor de la paz y la justicia le guan siempre, lo mismo cuando dirige y alienta
a sus amigos que cuando lanza el anatema contra sus adversarios. Entre las rdenes secas
del hombre de gobierno, es fcil encontrar frecuentemente el hlito del santo. Escribiendo a
la condesa Matilde, la amazona de combatir al prncipe de este mundo, te he sealado ya las
dos ms importantes en la recepcin frecuente del Cuerpo de Cristo y en una confianza ciega
en su Madre. Hace mucho tiempo que vengo encomendndote a la Madre del Seor y no
cesar de hacerlo hasta que tengamos la dicha de ver all arriba a esa Reina, que ni los
Cielos ni la tierra pueden alabar dignamente.
La mirada de Gregorio alcanzaba hasta el Oriente asitico, donde, una a una, iban cayendo
en manos de los musulmanes las grandes metrpolis ilustradas por los recuerdos de la edad
apostlica y por los doctores inmortales de la Iglesia. Por vez primera, Gregorio VII piensa en
la cruzada que dos lustros ms tarde terminar con la conquista de Jerusaln. En medio de
la divisin que desgarra a la sociedad feudal del siglo XI, l es el nico que tiene conciencia
de la unidad cristiana y de los intereses comunes a todos los fieles, l es quien lanza la
primera idea; quien traza el primer plan de guerra santa en Occidente. Sin embargo, tal vez
ningn Pontfice romano se ha dirigido a un prncipe musulmn con el afecto que revelan
estas palabras de Gregorio a Au-Nazir, rey de Mauritania: S que has dado la libertad a
cristianos que estaban cautivos en tu reino. Es un acto de bondad que seguramente te ha
sido sugerido por Dios, pues por nuestra parte no podemos hacer ni pensar nada bueno.
Rogamos a Dios del fondo del corazn, que te reciba, despus de una larga vida, en el reino
de los bienaventurados, en el seno del muy santo patriarca Abraham.
Aquel sueo de los reinos cristianos lanzndose contra el Islam, cada da ms amenazador,
no se realizara en los das de Gregorio, demasiado absorbido por sus planes de reforma
religiosa. La lucha, en todas partes violenta, haba tomado en Alemania gigantescas
proporciones. Enrique IV tener sus pretendidos derechos a intervenir en las elecciones
abaciales y episcopales. Y surgi la larga y encarnizada contienda de las investiduras. Hubo
batallas sangrientas, concilios y anticoncilios, guerras de espadas y excomuniones, traiciones
execrables y atentados. Los obispos cortesanos del emperador anatematizaban al falso
monje, y el mismo emperador clamaba con tono pattico: Desciende, hombrecillo
miserable, desciende de la sede aposllica que usurpaste, t, que has sido condenado para
siempre. Pero la excomunin de Gregorio surte ms efectos que el melodrama imperial. Un
bandido, enviado de Alemania, quiso atarle las manos y le encerr en un castillo; pero,
libertado por el pueblo de Roma, que le adoraba, Gregorio lanz el anatema, desligando a
todos los seores del Imperio del juramento de fidelidad. La pena, sin embargo, no era
irrevocable. Al mismo tiempo, el Pontfice dirige esta splica a todos los que en Alemania
acatan su autoridad: Os rogamos como a hermanos muy amados os consagris a despertar
en el alma del rey Enrique los sentimientos de una verdadera penitencia y a arrancarle del
poder del demonio, a fin de que podamos reintegrarle en el regazo de nuestra Madre
comn.
Enrique desafi todos los anatemas, y todas las furias del Averno se reunieron en torno suyo.
Gregorio tena de su parte la justicia; y, adems, a su lado estaba la figura celestial y
abnegada de la condesa Matilde y la espada heroica y legendaria de Roberto Guiscardo. En
Germania, el rayo de Roma haba sido el principio de la defeccin. Aquel mundo feudal, que
descansaba, ante todo, sobre la religin del juramento, se negaba a obedecer a un
emperador excomulgado. Enrique vio su causa perdida, y comprendiendo que el ms blando
de sus adversarios era el Papa, resolvi poner la causa en sus manos. Gregorio estaba en
Canosa, el castillo inexpugnable de Matilde. Una maana, era el 25 de enero de 1077, un
viajero llamaba a las puertas de la fortaleza. Pareca un peregrino. Nevaba, haca mucho fro;
pero l tena los pies descalzos, la larga melena al aire, y una tnica de lana, ceida de un
cordn, le cubra el cuerpo. Este hombre suplicante, este peregrino vestido con la hopa de
los penitentes, era el mismo Enrique IV. Esper hasta medioda, hasta la tarde, hasta que
huy la luz, sin probar bocado, con los pies sobre el hielo. Al da siguiente, igual. Al tercer
da, lo mismo; gimiendo, llorando, solicitando su perdn. AI anochecer, iba ya a retirarse,
perdida toda esperanza, cuando se le ocurri entrar en una ermita cercana. All estaban
orando la condesa y Hugo, abad de Cluny. Por favor, interceded por m, les dijo el
penitente. Ellos se conmovieron, hablaron al Papa, y Gregorio VII se dobleg. Fue una
debilidad de su corazn. Harto le deca su sagacidad que todo aquello no era ms que un
fingimiento hipcrita; que Enrique lo nico que buscaba era salvar su trono, amenazado por
la excomunin; que todas sus promesas, segn la expresin de un cronista, se desharan
como telaraas, en cuanto traspusiese los Alpes. Y as fue. Se renovaron las excomuniones,
los concilibulos y las hipocresas, y durante mucho tiempo el hijo del cabrero resisti
impvido a los ejrcitos imperiales.
Delante
de
Roma,
el
germano
abre
otra
vez
negociaciones hipcritas. Ganados por sus larguezas, los romanos le entregan la ciudad.
Gregorio, inquebrantable, se refugia en el castillo de Santngelo, y desde all renueva la
sentencia de excomunin. El tirano le contesta haciendo entronizar al antipapa en la baslica
de San Pedro. De sbito; corre el rumor de que Roberto Guiscardo avanza sobre la ciudad al
frente de un ejrcito formidable de normandos. La fidelidad de los romanos empieza a
vacilar. Enrique se retira vergonzosamente, y mientras se alejan los teutones, el duque
recoge a su amigo y se lo lleva a Salerno, desde donde Gregorio dirige a la Iglesia universal
un llamamiento conmovedor: Por amor de Diosdeca, todos los que seis verdaderos
cristianos, venid en socorro de vuestro Padre celestial y de vuestra Madre, la Santa Iglesia, si
queris obtener la gracia en este mundo y la gloria en el otro. Al borde del sepulcro, el ideal
sagrado le persegua; pero la Providencia no le permiti contemplarle en su perfecta
realizacin. Una tristeza profunda le apretaba el corazn, y su cuerpo estaba deshecho por
las fatigas del combate. En el momento de exhalar el ltimo suspiro le oyeron pronunciar
estas palabras: He amado la justicia y he odiado la iniquidad; por eso muero en el
destierro.
Mora vencido por la fuerza bruta, pero con el consuelo del sembrador que deja un campo
lleno de esperanzas. A pesar de su aparente derrota, el mundo nuevo que haba preparado y
moldeado llegara a ser una realidad. Su ltima hora nos revela la angustia de todos los
genios que se adelantan a su siglo; pero la victoria alboreaba gracias a sus esfuerzos.
Sembr con lgrimas; otros recogern con exultacin. El drama de su vida es la base del
gran edificio cristiano que levantaron los siglos XII y XIII. Gregorio, ha dicho alguien, es en
la Historia como un guila solitaria que, posada en la cima de un peasco, contempla la
llanura, impasible y majestuosa. Si los enemigos le han maldecido como un dspota, como
un calculador que adula a los pueblos para derrocar los tronos, como un precursor de la
Revolucin francesa, nadie ha puesto en duda su genio, un genio cuyo carcter es la firmeza
indomable en la concepcin y realizacin de un plan de gobierno que todo lo subordina al
triunfo de la justicia. La Iglesia le honra como uno de sus ms intrpidos campeones, y todo
espritu sincero debe reconocer en l un hroe del deber, a un gran defensor de los ms
puros ideales de la Humanidad. Justiciero imperioso y a veces implacable, conoci, sin
embargo, las dulzuras de la misericordia y los escrpulos de la caridad. Precisamente fue la
caridad, fue la condescendencia, la que le movi a obrar ms de una vez, en perjuicio suyo,
contra lo que le dictaban su clarividencia poltica, su habilidad y su conocimiento de los
hombres. Y es que no poda olvidar que, adems de un jefe, era un asceta, un monje. Era un
jefe espiritual. Sus cartas nos revelan tambin al hombre que conoce todas las tristezas del
abandono, todos los terrores de la incertidumbre. Parece un gigante, inaccesible a la
turbacin y al desfallecimiento, y, sin embargo, gime abrumado por el peso de la tiara.
Fatigado por la afluencia de los visitantes y la solicitud de los negociosdice a un amigo,
escribo tan poco a quien tanto amo. Te confieso que esta baranda de cosas me hace odiar
la vida y desear la muerte. Pero cuando el pobre Jess, consolador piadoso, tiende la mano,
una alegra nueva inunda todo mi ser. En m, cierto, yo muero sin cesar; pero en l vivo con
una vida que a m mismo me llena de admiracin.
San Beda el venerable (Bartolomeo Romano, Museo del Prado, Madrid - Espaa
San Beda es una de las ms grandes figuras monsticas de todos los siglos y de todos los
pases. Fue enviado por la Providencia para recoger la herencia literaria de los primeros
siglos del cristianismo y transmitirla a los pueblos medievales recin convertidos a la fe, y
esto precisamente al tiempo en que los lombardos sofocaban en Italia la cultura de los
discpulos de Casiodoro y Boecio; cuando mora al golpe de los rabes la brillante civilizacin
visigoda; cuando la de los franceses estaba an por nacer. Por eso es San Beda un eslabn
necesario en la cadena de transmisin del saber medieval. Sin l, habra solucin de
continuidad entre San Isidoro y Alcuino.
De su vida apenas sabemos ms de lo que l nos quiso decir en la ltima pgina de su
Historia de los ingleses:
legtima de estudio y de saber, mejor dicho, sirvindose de ella como de escala bienhechora
: saber ascender a las ms altas cumbres de la perfeccin propia de su estado.
Slo con un amor al trabajo tan fuerte e intenso como el suyo se puede concebir que un
hombre escribiese lo que l escribi. Entre sus libros hay de teologa, filosofa, historia,
hagiografa, meteorologa, fsica, aritmtica, retrica, gramtica, msica y versificacin; y en
todos ellos muestra un conocimiento no comn de las obras de los sabios y escritores
antiguos, cristianos y paganos, filsofos y poetas, fsicos e historiadores.
Si a esto aadimos sus tareas de maestro y educador, nos costar trabajo encontrar una
existencia tan ocupada como la suya. Se ve por un gran nmero de pasajes de sus libros que
ni aun la noche tena a su disposicin para descansar; cuando no lea o meditaba sobre un
antiguo manuscrito, se le vea rodeado de un ejrcito de discpulos, en cuyas filas no slo se
contaban los seiscientos monjes de Yarrou y Wearmouth, sino otros muchos venidos de toda
Inglaterra, de Flandes y de Francia. Y en todo esto nadie le ayud hasta su ltima
enfermedad. Yo soydeca-secretario de m mismo; todo me lo hago: dicto, redacto y
transcribo.
A pesar de esto, el sabio no eclipsaba en l al monje. Reconoca los obstculos que este
ardor vivificante del trabajo poda encontrar en la sujecin, o, como l deca, en la
servidumbre a la Regla; pero nunca pens en sustrarse a ninguna de sus prescripciones. Es
ms: de todo conocimiento cimentar de una manera ms slida las virtudes del verdadero
monje, realizando as aquella mxima de San Agustn: En lo temporal, busco lo eterno, y en
lo visible, aquello que est sobre nosotros.
Por eso estamp al fin de uno de sus libros esta plegaria reveladora de un hambre infinita de
saber: Oh Jess amante, que te has dignado abrevar a mi alma en las ondas suaves de la
ciencia, concdeme la gracia de hacerme llegar un da hasta Ti, que eres la fuente de la
sabidura, y no permitas me vea defraudado para siempre de tu divino rostro!
Pero nada nos hace penetrar ms profundamente en el alma del Venerable Beda como la
narracin de los ltimos momentos de su vida. Esta narracin acaba de imprimir en l el sello
del verdadero religioso: humilde, trabajador, obediente hasta la muerte. Tal es la fuerza de
su sencillez; y realismo, que, al leerla, la imagen de San Beda se presenta involuntariamente
a nuestros ojos, nos fascina por la majestad serena con que se despide del mundo, nos
encanta y la amamos.
El autor de ella es un religioso de Yarrou, testigo ocular, que escriba a una discpula del
santo, llamada Cutwina: Deseasdiceque te diga cmo nuestro Padre y maestro Beda, el
amado de Dios, ha salido de este mundo. Dos semanas antes de Pascua empez a sentir una
extrema debilidad, causada por la falta de respiracin, aunque no sufra grandes dolores. As
vivi hasta la Ascensin, siempre alegre y regocijado, dando gracias a Dios noche y da,
mejor dicho, en todos los instantes de la noche y del da. Aun durante este tiempo
continuaba dndonos lecciones, empleando las horas que le quedaban libres en cantar
salmos. Las noches, despus de un corto sueo, las pasaba con los ojos abiertos, sin que se
asomase en su frente la menor sombra de tristeza. Desde que se levantaba, se pona a rogar
y alabar a Dios; con los brazos en cruz. Oh hombre verdaderamente dichoso! Unas veces
cantaba textos de San Pablo o de la Escritura; otras, versos en nuestra propia lengua. En
cierta ocasin le o stos: Nadie puede vanagloriarse de tener la prudencia necesaria a la
hora de la partida; nadie sabe cul ser el juicio del alma, en bien o en mal, despus del da
de la muerte.
Cantaba tambin antfonas segn su liturgia y la nuestra, entre otras sta: Oh Rey de
gloria, que subiste hoy por encima de todos los Cielos, no nos abandones como hurfanos;
envanos el espritu de verdad prometido a nuestros padres! A estas palabras: como
hurfanos, se deshaca en lgrimas. Una hora despus repiti la misma antfona, y nosotros
mezclamos nuestras lgrimas con las suyas. A veces llorbamos, a veces leamos; pero no,
nunca lemos sin llorar. As se pasaron los cuarenta das que hay desde Pascua a la
Ascensin. l, siempre alegre, deca con San Pablo: El Seor castiga al hijo que va a
recibir; o bien, con San Ambrosio: No he vivido de una manera tal que tenga que
avergonzarme de estar entre vosotros; pero tampoco tengo miedo de morir, porque tenemos
un Seor muy bueno.
Durante estos das, sin interrumpir las lecciones ni el canto de los salmos, empez dos
obras: una traduccin del evangelio de San Juan en nuestra lengua inglesa y algunos
extractos de San Isidoro, obispo de Sevilla. No quierodecaque mis hijos se alimenten
con mentiras, ni que despus de mi muerte se entreguen a trabajos estriles.
El martes ante de la Ascensin se le agrav la enfermedad; sus pies se hincharon y su
respiracin se hizo ms difcil. A pesar de esto, continu dictando alegremente, diciendo de
cuando en cuando: Daos prisa para aprender, pues mi Creador no va a tardar mucho en
llamarme. La vspera de la fiesta, a eso del amanecer, nos mand que nos apresurramos a
acabar lo comenzado, y trabajamos hasta la hora de tercia. Entonces nos fuimos a la
procesin con las reliquias de los santos, como la solemnidad lo peda. Quedse con l uno
de nosotros, el cual le dijo:
Todava falta un captulo, querido maestro; os fatigara demasiado hablar un poco?
Beda contest:
An tengo fuerzas; coge la pluma, crtala y escribe ligero.
EI monje obedeci.
A la hora de nona mand llamar a los sacerdotes del monasterio y les reparti el incienso,
perfumes y lienzos que guardaba en una arquilla, como objetos de valor; se despidi de ellos
y les rog no se olvidasen de decir alguna misa por l. As pas el ltimo da de su vida.
Despus, el discpulo de que antes he hablado, dijo:
Maestro querido, hay todava un versculo que no est escrito.
Escrbelo prontorespondi.
A los pocos momentos deca el joven:
Todo est acabado.
los ventanales del claustro, gritaba: Oh amor, amor! Quiero que me oiga todo el mundo,
desde el Oriente hasta el Occidente, hasta los confines del mar, hasta el infierno. Que todo el
mundo sepa que T eres el nico, el verdadero amor. Oh amor, pentralo todo, atravisalo
todo, rmpelo todo, nelo todo, gobirnalo todo. T eres Cielo y tierra, aire y fuego, sangre y
agua, Dios y hombre!
Las hermanas acudan, unas llorando y otras riendo; unas llevadas por la curiosidad, otras
por la caridad o la devocin. Es una santa!, decan muchas, y algunas pensaban : Es
una loca! Al fin, Mara Magdalena se sentaba en el suelo sudorosa y jadeante, oprimiendo
el crucifijo contra su corazn y limpiando la sangre de su rostro con la punta del velo.
Veis?deca. Mi amado es blanco y rojo. Mirad su sangre, la sangre que tie su cuerpo
de azucena. Las monjas miraban, y no vean ms que la bella imagen de marfil, tallada con
aquel gusto del detalle que tenan los artistas del Renacimiento italiano. Vean tambin a su
compaera fatigada, cubierta de sudor, agitada por aquellos mpetus amorosos. Todo su
cuerpo pareca una llama, sus manos ardan, la fiebre iluminaba sus ojos, un fuego interior la
consuma, y ella se vea obligada a exclamar: Ya no puedo con este ardor sofocante; denme
agua, Hermanas, que me ahogo. Y le rociaban el rostro, el pecho y los brazos, y la
desabrochaban la tnica, y as lograban hacerla respirar.
Esto pasaba en el convento de monjas carmelitas de San Juan, de Florencia. Desde que
Mara Magdalena haba entrado en l, la comunidad andaba revuelta. Todo pareca
extraordinario en aquella joven. Ya de nia odiaba los juegos, las aguas perfumadas, los
jabones de olor, las cintas y las peinetas. Cuando sali del colegio, su madre quiso darle una
sorpresa presentndole un vestido blanco que sera la admiracin de toda la sociedad
florentina; pero nada ms verle la nia, se ech a llorar. Su palaciolos Pazzi tenan un
magnfico palacio en la mejor va de la ciudad era para ella como una ermita. A los cinco
aos conoca por olfato cundo comulgaba su madre; a los siete haca la meditacin
siguiendo escrupulosamente el mecanismo del mtodo ignaciano; a los diez pronunciaba el
voto de virginidad, y a los quince vesta el hbito carmelitano. Antes de que sus ojos
pudiesen abrirse a las alegras terrenales, Dios la haba introducido en la nube misteriosa
donde se comunica con sus predestinados.
Los xtasis comenzaron en el noviciado y continuaron toda la vida. Nada puede igualarse al
dramatismo de aquella existencia prodigiosa, poblada de ngeles y santos, ensombrecida por
rugidos de fieras y terrores de demonios, iluminada por divinos resplandores, agitada por
tentaciones horrendas y desgarrada por penitencias inauditas. Entre los velos del xtasis, el
Amado habla a la amada, la dirige, le traza el plan de su vida y la sujeta a las terribles
exigencias del divino amor. Un da le dice: Vas a vivir a pan y agua. Y Mara Magdalena se
somete gozosamente a aquel rgimen draconiano. Otro da la voz le pide que ande descalza,
y ella obedece sin titubear. En una ocasin. Jess le ensea una caverna espantosa. De ella
salen rugidos de leones, silbidos de serpientes, aullidos de perros, gaidos de zorros, olor de
azufre, humo, llamas y lamentos. Es precisoordena la visinque entres en esa
madriguera de bestias salvajes y que vivas en ella durante cinco aos, sin una luz, sin un
consuelo, sin el menor gusto sensible. La pobre monja temblaba, pero la mirada del Esposo
se le present seria y triste, y nuevamente dobleg su voluntad.
las
imgenes
ms
seductoras,
una
fuerza
impetuosa
la
empujaba
inconscientemente fuera del convento. Pero all, junto a la portera, estaba la leera, y un da
la pobre monja apareci desnuda entre las zarzas, los leos y las astillas, sofocando el
incendio interior con las desgarraduras de la carne. No menos violenta y ms humillante an
era la tentacin de la gula. A su paso se abran las arcas y los armarios, y los manjares ms
exquisitos se presentaban ante su vista. Pareca como envuelta en una oscuridad infernal, y
un torbellino de desesperacin la atormentaba sin cesar. Pensaba con frecuencia en el
suicidio, temblaba cada vez que vea una soga, y una noche, estando con las dems en el
coro, salt de su asiento, en el paroxismo de la lucha, corri al refectorio y ech mano del
cuchillo; pero logr dominarse, y poco despus apareca en la iglesia, colocaba el cuchillo en
manos de la Virgen y terminaba pisotendole rabiosamente. A veces tena luchas visibles con
el enemigo. Veale en forma de bestias horribles, que se acercaban a ella con gestos
amenazadores. Auxilio!deca, llamando a sus Hermanas; venid en mi ayuda, que me
devora. Las Hermanas nada vean, pero oan sus sollozos angustiosos y sus lamentos
cuando rodaba por tierra una y otra vez. Luego se levantaba animosamente, tomaba la
disciplina y caminaba a travs de la iglesia, golpeando los bancos y las paredes.
El premio de tan largos combates fueron cinco gracias extraordinarias: los estigmas
espirituales, la corona de espinas, los desposorios msticos, la entrega del Corazn de Jess
y la participacin de la pureza divina. Siguieron las visiones, las apariciones y los
arrobamientos. Un coro de bienaventurados baj a felicitarla por su victoria definitiva. Ella
les miraba y remiraba, se volva de un lado a otro y les deca: Perdonadme, santos de Dios;
toda la eternidad es poca para admirar vuestra belleza; pero mientras dirijo la mirada a los
que estn a mi derecha, no puedo ver a los que se han colocado a mi izquierda. Luego les
invit a dar un paseo por el monasterio para visitar el campo de sus luchas. Iba ella radiante
de alegra, cantando y danzando. Clamad y aulladgritaba, insultando a los demonios; ya
no os tengo miedo; me ro de vosotros, os desprecio y para mi alma no valis ms que
frgiles mariposas. Haba llegado la hora de los coloquios amorosos con el Amado. A sus
ojos, Jess es, hoy, un nio recin nacido, que le tenda las manitas sonrosadas y
temblorosas; otra vez, un pequeuelo, que le peda su ayuda para dar los primeros pasos;
otras, un adolescente lleno de gracia, o un mancebo rebosante de belleza y de bondad.
Los xtasis eran continuos; duraban largas horas, y a veces das enteros. La sorprendan
orando, lavando, comiendo o levantando el brazo para acercar el vaso a la boca. Le bastaba
oler una flor, ver una estrella, or el nombre de Jess o pronunciar la palabra amor. Unas
veces perda completamente el sentido, quedaba inmvil como una estatua de piedra, y no
haba fuerza capaz de mover sus brazos; otras pareca desdoblarse de una manera
misteriosa: muchas veces le vinieron los xtasis mientras pintabaera muy aficionada a
pintar imgenes devotas, o pulverizaba el oro, o bordaba, o cosa. No obstante, segua
trabajando con la mirada fija en el Cielo. Entonces sus compaeras le vendaban los ojos o
bien cerraban las ventanas de la habitacin, paro sus dedos se movan certeros trazando
bellos rasgos sobre el pergamino o exquisitos pespuntes en las casullas. Con frecuencia, en
aquellos vuelos de su alma hacia las puras regiones en que la aguardaba el Esposo, hablaba
largamente, con extraordinaria rapidz, como dialogando con alguien. Todos los motivos de
la conversacin se reflejaban en su rostro: alegre o plido, radiante o compasivo, encendido
o desencajado. Tan pronto se echaba a llorar lvida y temblorosa, como empezaba a correr
alborozada por todo el convento con tal ligereza que nadie era capaz de alcanzarla. Seis
religiosas estaban siempre dispuestas para recoger las palabras que caan de sus labios en
aquellas horas misticas, y gracias a eso conservamos sus discursos, ricos de doctrina,
penetrados de suspiros amorosos, matizados de imgenes deslumbrantes, iluminados por
reverberos de aquel mundo en que flotaba el espritu de la vidente.
entrada de la iglesia para que todas pasasen sobre su cerviz, y caminaba de rodillas en el
refectorio pidiendo de limosna a las dems un mendrugo de pan, y apareca por las maanas
atada a la reja del altar, con los ojos vendados y colgando del cuello un cordel infamante.
Una divina locura se haba apoderado de ella: el dolor era su placer, la enfermedad trituraba
sus huesos, la fuerza del amor hacala languidecer, la penitencia mortificaba su carne, y ella
repeta sonriendo: Seor, padecer y no morir. A los cuarenta aos la vidente saludaba ya
con alborozo el alba de la eternidad. Destellos de lumbre increada relampagueaban en sus
ojos, aquellos ojos que, los que la vieron en sus raptos, confundan con dos luceros. Ellos
daban la expresin a todo el rostro. No era propiamente una belleza. Tena una esplndida
cabellera de bano, una frente elevada, una boca grande, una nariz firme, una mandbula
pronunciada y en los labios una mueca, que no se sabe si terminar en risa o en llanto:
rasgos enrgicos y varoniles, iluminados por dos ojos grandes y magnficos, vidos de
profundidades y lejanas.
con
otros
temas:
(San
Felipe
Neri)
De nio corra por las calles de Florencia, creca en un hogar piadoso y bien acomodado, y,
aunque no era travieso, y ya entonces le solan llamar Felipe el Bueno, haca tambin alguna
trastada, como subirse a un asno que por casualidad haban dejado a la puerta de su casa y
galopar sobre l hasta que el animal lanzaba dos corcovos, bajaba el cuello, meneaba las
orejas y tiraba al suelo su pequea carga. Entonces Felipe, como todos los nios, lloraba. Ya
adolescente, pasa a San Germano, al pie de Montecasino, como ayudante de comercio, al
lado de un to suyo. Los escudos brillan en sus manos, pero el joven los desprecia. Felipe no
ser nunca un buen comerciantedice su to con pena; yo se lo dejara todo en herencia si
no fuese por esa mana de rezar. Efectivamente, ms que entre las mercancas, el joven
viva en las iglesias; y cuando algn muchacho se presentaba en la tienda, en vez de
regatear con el fin de hacer un buen negocio, como acostumbra todo buen comerciante,
Felipe se entretena preguntando a sus clientes si saban el Padrenuestro, si haba uno o tres
Dioses, si haban comulgado por Pascua florida y otras cosas semejantes. l mismo
comprendi que no estaba hecho para aquello, y un buen da, sin despedirse de nadie,
desapareci de casa y tom el camino de Roma. Tena entonces veinte aos.
Oratorio, sin ms reglas que los cnones, sin ms votos que los compromisos del bautismo y
de la ordenacin, sin ms vnculos que los de la caridad. Las reuniones empezaban siempre
con una lectura; a continuacin vena el comentario del que presida; despus empezaba una
enseanza dialogada, y, finalmente, uno de los ayudantes del santo, al principio Csar
Baronio, recordaba algn punto de Historia eclesistica y sacaba de l la enseanza teolgica
o moral. La Congregacin del Oratorio qued establecida definitivamente en 1575.
tres aos juega ya a dormir en el suelo; a los cuatro se cae al agua en su hacienda de
Granobles, pero flota milagrosamente sobre la corriente del ro; a los seis la encuentran en el
bosque de Saganches, azotndose despiadadamente con un manojo de ortigas; a los siete,
cual otra Teresa de Avila, sale de casa para ir a misiones con otros nios, vindose obligada a
volver ante la presencia de un toro, que le cierra el paso en el camino de la Virgen de
Pichincha, y ya por esta fecha nos hablan sus bigrafos de procesiones con la cruz a cuestas,
de disciplinas, de cilicios de zarzas, de garbanzos en los chapines, de lechos de cantos y de
abrojos, del renunciamiento definitivo a las sedas y a las joyas. Y, no obstante, ser una
santa en el mundo, aunque se llame, no Mariana de Paredes, sino Mariana de Jess. Todo
estaba preparado para su ingreso en el convento de Santa Catalina, pero Dios la detiene por
medio de sus directores; vivir en la casa de sus hermanos, en el rincn ms escondido,
para no salir ms que a la iglesia o a sus ejercicios de caridad; y su aposento se convierte,
segn la expresin de su bigrafo, en una espantosa armera. Su panoplia la forman manojos
de varas de membrillo y de ortigas, cadenas de hierro, ltigos de pita anudados, unos con
una trenza, otros con estrellas de acero como agujas, cilicios de alambre, de cerdas, de
cardas de hierro; cruces diversas, de pesos imponentes, sin que falte, como lecho, el potro o
escalera de dar tormento, ni el atad con un leo vestido de sayal franciscano, al que la
virgen llama su efigie, y roca de agua bendita al salir y al entrar en la habitacin, diciendo
muy seriamente: Dios te perdone, Mariana!
Ningn anacoreta del yermo hizo penitencias tan escalofriantes. En una esquela escrita a los
doce aos expone la nia a su director el rgimen de vida que, movida por Dios, se propone
llevar: A las cuatro me levantar, har disciplina, pondrme de rodillas, dar gracias a Dios,
repasar por la memoria los puntos de la Pasin de Cristo; de cinco y media a seis,
meditacin y repaso de la Pasin; pondrme los cilicios, rezar las horas hasta nona, har
examen general y particular, ir a la iglesia. De seis y media a siete me confesar. De siete a
ocho, el tiempo de una misa, preparar el aposento de mi corazn para recibir a mi Esposo.
Despus que le haya recibido, el tiempo de una misa, dar gracias a mi Padre Eterno por
haberme dado su Hijo, y se lo volver a ofrecer, y en recompensa, le pedir muchas
mercedes. De ocho a nueve sacar nimas del purgatorio y ganar indulgencias por ellas. De
nueve a diez rezar los quince misterios de la corona de la Madre de Dios. De diez, el tiempo
de una misa, me encomendar a los santos de mi devocin, y los domingos y fiestas, hasta
las once. Despus comer, si tuviere necesidad. A las dos rezar vsperas y har examen
general y particular. De dos a cinco, ejercicios de manos y levantar mi corazn a Dios; har
muchos actos de amor; de cinco a seis, leccin espiritual y rezar completas. De seis a nueve,
oracin mental, y tendr mucho cuidado de no perder de vista a Dios. De nueve a diez saldr
de mi aposento por un jarro de agua, y tomar algn alivio moderado y decente. De diez a
doce, oracin mental. De doce a una, leccin en algn libro de vidas de santos y rezar
maitines. De una a cuatro dormir: los viernes, en mi cruz; las dems noches, en la
escalera; antes de acostarme tendr disciplina. Los lunes, mircoles y viernes de los
advientos y cuaresmas, la oracin, desde las diez hasta las doce, la tendr en cruz; los
viernes, garbanzos en los pies; y me pondr una corona de cardas; ayunar sin comer toda
la semana. Los domingos comer una onza de pan, y todos los das comenzar con la gracia
de Dios.
Mariana muri joven, a los veintisis aos. Naturalmente, dir acaso un lector poco experto
en las cosas de Dios; y es que, miradas esas penitencias con los ojos de la carne, nadie
podr librarse de considerarlas como una carnicera y casi como un suicidio. Pero hay normas
que estn por encima de la direccin comn, que apuntan a la santidad heroica, por la cual
hay que dar, si Dios lo manda, la salud y la vida misma. Nada importan cien aos robustos,
pero flojos en la virtud, al lado de veinte aos elevados a las cimas de la perfeccin, y para
la gloria de Dios y provecho del prjimo ms vale un ejemplo alto y seero que muchas
obras buenas esparcidas a lo largo de la vida, o muchos sermones y muchos libros llenos de
sabidura. Esto es lo que debi pensar el director de la santa quitea, Padre Camacho, del
cual son estas palabras: Sus penitencias fueron raras y mayores que las que naturalmente
parece pudiera tolerar un cuerpo dbil; si bien por estar persuadido, despus de mucha
atencin y examen, de que eran inspiradas de Dios, se las permit. Y aun le permiti
aumentarlas: la onza de pan, de diaria, pas a alterna; despus se redujo a un cuarto de
onza cada quince das, y al final, durante siete aos, se suprimi totalmente, siendo el nico
alimento de la santa la Sagrada Comunin; las cuatro horas de sueo se acortaron a tres, a
dos, a una; los cilicios y las disciplinas, en cambio, aumentaban sin cesar.
Y, sin embargo, ninguna de estas austeridades poda desfigurar la gracia y frescura de aquel
rostro juvenil. Dios la haba concedido este privilegio excepcional, para que nadie pudiese
criticar aquella entrega voluntaria a los tormentos, y aun para ocultarla, aunque, a la larga,
todo ocultamiento fue imposible. A travs de la ciudad de Quito y de todo el virreinato se
hablaba de las penitencias de la hija del capitn toledano, de las obras prodigiosas que Dios
haca por ella, de cmo reciba en sus manos el Cuerpo vivo del Nio Jess, y jugueteaba con
l, y caminaba por la calle sin mojarse; y reuna en torno suyo a las golondrinas de los
alrededores, y resucitaba a una india apualada por su marido, y multiplicaba diariamente el
pan que daba a los pobres. Su coraznse decaes un ascua de amor para todos los
necesitados; sus manos estaban como cuajadas de perlas. Si la penitencia las ajaba, la
caridad se encargaba de convertirlas en las ms hermosas manos que se vieron en el
mundo. Diariamente amasaba dos onzas de pan, y con ellas tena para alimentar a tantos
pobres, que a las puertas de su casa se vean verdaderas procesiones. Nunca se supo el
origen de aquel pan, y por eso se le llamaba pan de los ngeles.
Vctima propiciatoria de su siglo, saba, no obstante, Mariana de Paredes conjugar
maravillosamente sus maceraciones con una alegra nunca turbada y derrochar su afecto con
los desconocidos, y ms todava en el crculo de sus selectas amistades, y recrearse con ellos
tocando el clave y la vihuela; y levantarlos por encima de las cosas de la tierra con la lectura
de los escritos de Santa Teresa de Jess y Santa Catalina de Sena; y enfervorizarlos
comunicndoles los episodios inefables de sus msticos arrebatos.
Hermana Petrona, qu de cosas hay en el Cielo!exclamaba un da al volver de uno de
aquellos xtasis, dirigindose a su amiga Petronila de San Bruno, que haba ido a visitarla y
le haba rogado que tocara la guitarra, el instrumento con que de ordinario glosaba sus
cantos religiosos.
SAN FERNANDO
(1199-1252)
Rey de Castillla
Memoria libre
30 de mayo
La tarde agoniza. El regio cortejo avanza a travs de las tierras salmantinas: picas y arcos,
caballeros y peones, sabios, dueas y doncellas en cuyas mejillas sonre la juventud. Se oyen
de pronto los cuernos guerreros, y la caravana se detiene. Es entre Salamanca y Zamora, en
un bosque de hayas y quejigos. Los pajes se agitan, las hogueras levantan sus lenguas rojas,
y bajo el alpende tupido de la fronda surge el real. Una tienda campa en el centro por su arte
y su riqueza, y tambin por la concurrencia de damas y caballeros. All, una reina yace en su
lecho, un rey vela nervioso, y una servidumbre vestida de sedas brillantes y mallas de guerra
va y viene, llena de inquietud y expectacin. Alguien dice sbitamente: Un principe! Nos
ha nacido un prncipe! La voz se extiende por el campamento, el regocijo estalla en gritos y
aplausos, los clrigos y los magnates se agolpan en torno a la tienda real, y el rey aparece
levantando en sus grazos al recin nacido, al heredero de la corona. Aquel rey era Alfonso IX
de Len; aquella reina se llamaba Berenguela de Castilla, y aquel prncipe seria Fernando III
el Santo, uno de los ms grandes reyes de Espaa. El nio creci entre los esplendores de la
corte leonesa y entre las caricias y cuidados de su santa madre, ca esta muy noble reina
enderesz e cri a su fijo en buenas costumbres, y los sus buenos enseamientos, dulces
como miel, non cesaron de correr siempre a su tierno corazn, e con tetas de virtudes le dio
su leche, ensendole acuciosamente las cosas que placen a Dios e a los hommes, e
mostrndole, non las cosas que pertenescan a mujeres, ms lo que facie a grandeza de
corazn e a grandes fechos. Pero un da, cuando apenas tena quince aos, advierte el nio
algo extrao en torno suyo: su madre llora; su padre, siempre violento, estalla en terribles
cleras; los magnates y los obispos discuten. Al poco tiempo, Berenguela viene a despedirse
de su hijo, le abraza, le besa largamente y desaparece de Len. Por qu? El pequeo
prncipe no acierta a comprenderlo. Le dicen que es preciso obedecer a la ley de Dios, pero l
llora tambin. Lo que haba sucedido era esto: en Roma acababan de descubrir que Alfonso y
Berenguela eran parientes cercanos, y no tard en llegar la sentencia cannica: O
separacin o entredicho. Berenguela sinti que algo se desgarraba en lo ms profundo de
su alma, pero prefiri obedecer.
No obstante, el nio fue legitimado por Inocencio III, y preconizado por las Cortes heredero
del reino leons. Un valle de Galicia protegi su infancia. De cuando en cuando le llevaban a
Burgos, reclamado por su madre. Gracias a la solicitud materna, atraves inclume las
dolencias de la niez. A los diez aos, la muerte acechaba en torno a su cuna; los mdicos
judos haban perdido la cabeza y se desesperaba de su vida:
non dormir nunca poda,
non coma ne migalla.
En aquel trance la madre coge al pequeo en sus brazos, cabalga hasta el monasterio de
Oa, reza, llora durante una noche entera ante la imagen de la Virgen, y el meninno
empieza a dormir, et depois que foi esperto, luego de comer peda. Castilla recibi dos
veces de aquella gran mujer al ms grande de sus reyes. Desde este momento, la fortuna se
hace inseparable compaera del amable prncipe: ella le pondr en posesin de dos tronos,
le abrir los corazones de los hombres, y, sin traicionarle jams, le pondr en posesin de la
victoria.
Una teja que hiere casualmente a su to Enrique I mientras jugaba en el palacio episcopal de
Palencia le hace rey de Castilla. La verdadera heredera es su madre, pero entonces aparece
el genio poltico de la reina, el desinters de la madre. Se apodera de su hijo, congrega
Cortes en Valladolid, se hace proclamar reina de Castilla, y tomando luego la corona que
fulga en su frente, la coloca sobre la frente del mancebo; todo con una clarividencia, con
una rapidez, con una decisin, que desconcierta a los magnates revoltosos, y quita al rey de
Len toda esperanza a la corona castellana. Algo ms tarde, otra ceremonia memorable en
Santa Mara de las Huelgas, junto a Burgos. Pontificaba el obispo don Mauricio: sobre el altar
brillaban un escudo, una espada, una loriga y un yelmo. El obispo acaba de bendecirlos,
haciendo sobre ellos la seal de la cruz; el rey se acerca, los toma l mismo del altar y se los
viste; su madre le cie la espada, la espada que en las manos de Fernn Gonzlez haba
creado a Castilla. As fue armado caballero el joven rey don Fernando. Dieciocho aos
acababa de cumplir.
Desde este momento ha comprendido que su destino es ser caballero de Cristo. Aquella
espada vencedora slo poda desenvainarse contra los enemigos de la fe. No faltan magnates
sediciosos; pero con ellos tiene un arma infalibre: la bondad; y las revueltas cesan desde el
momento en que su sonrisa indulgente brilla sobre el suelo castellano. Sin embargo, l, que
ha renunciado a derramar sangre cristiana, tiene que armarse contra su mismo padre.
Alfonso IX pasa el Pisuerga con su ejrcito. Era un corazn valiente y un espritu mezquino.
Fernando se prepara a la defensa, pero antes escribe aquella carta admirable en que deca:
Seor padre, rey de Len, don Alfonso, mi seor: Adonde vos viene esa saa? Por qu
me facedes mal e guerra? Yo non vos lo he merecido. Bien semeja que vos pesa el mo bien,
y mucho os habra de placer por haber un fijo rey de Castilla y que siempre ser a vuestra
honra; ca de Castilla non vos vendr dao ni guerra en los mos das; aunque lo que vos
facedes, uedarlo podra muy crudamente a todo rey del mundo, mas non puedo a vos,
porque sodes mo padre e mo seor, y convineme de vos sufrir hasta que vos entendades
lo que facedes. Alfonso IX renunci a llamarse rey de Castilla; pero un escozor extrao le
mordi el alma mientras vivi, una especie de tristeza por la gloria del astro que se alzaba,
mezclada con un presentimiento de la preponderancia definitiva de Castilla. Al morir (1230)
deshered a su hijo; pero Fernando entr pacficamente en posesin de su nuevo reino, sin
derramar una sola gota de sangre. Su sola presencia conquist al pueblo, a los obispos y a
los magnates.
En Len, lo mismo que en Castilla, las gentes le aman y bendicen. Todos gozan
contemplando la figura del joven rey, rebosante de gracia y de bondad, ca eradice su hijo
muy fermoso ome de color en todo el cuerpo, et apuesto et muy bien faccionado. Elevada
estatura, agilidad de movimientos, distincin y majestad en los ademanes, dulce y fuerte a la
vez, amable con firmeza, rene en una maravillosa armona las cualidades del guerrero y las
del hombre de Estado. Tiene la obsesin de la justicia, una piedad profunda informa todos
sus actos, y si tiene el don de dominar a los hombres, es que antes ha logrado dominarse a
s mismo. Sin embargo, no es la suya una virtud triste ni arisca, ni su corte tiene el aspecto
de un convento. Tiene el gusto de la magnificencia, ama las procesiones esplndidas, los
desfiles guerreros, las largas teoras de clrigos que se agrupan en torno al altar cubiertos de
dalmticas deslumbrantes. Busca las ricas armaduras, arroja la lanza con destreza, cabalga
con garbo, canta bellas trovas en loor de Santa Mara, viste con gentileza y es el primero de
sus magnates, lo mismo en la iglesia que en el campo, lo mismo en la guerra que en los
torneos. Saba bien bofordar; et alancear, et tomar armas, et armarse muy bien. Era muy
sabidor de cazar toda caza, de jugar tablas, escaques y otros juegos buenos de buenas
maneras; pagbase de omes cantadores e sabalo l facer; et de omes de corte que saban
bien de trovar el cantar, et de joglares que sopiesen bien tocar estrumentos, et entenda
quien lo faca bien e quien no.
Pero la poesa, la guitarra y el ajedrez eran slo una distraccin en medio de las fatigas del
campamento. Lo permanente en aquella vida heroica, la idea fija, la obsesin de todos los
momentos, era la restauracin de Espaa, el retorno de Andaluca a la civilizacin cristiana.
Veinticinco aos tena cuando se acerc por vez primera a las orillas del Guadalquivir,
seguido del cortejo brillante de sus caballeros, inaugurando aquella gesta gloriosa de treinta
aos, que slo la muerte pudo interrumpir. La victoria vuela sobre su yelmo de oro. Ni un
tropiezo en su camino, ni una tentativa intil, ni un solo descalabro. Batallas campales,
asaltos de plazas, largos asedios, castillos arrasados. Castilla se ensancha sin cesar; los
pequeos reinos andaluces desaparecen; caen Baeza, Crdoba, Jan, Murcia, Sevilla, toda la
Botica meridional hasta el Mediterrneo, hasta el ocano. Granada queda en pie, como un
gran seoro que debe pagar tributo y rendir vasallaje. Fernando de Castilla no es solamente
un gran guerrero, como Jaime de Aragn; es, sobre todo, un jefe. Desdea la aventura y
evita la temeridad. Cuando alguno de sus magnates se expone a perder la vida en hazaas
intiles, le arresta. Tiene, sobre todo, tres grandes virtudes blicas: la rapidez, la prudencia
y la perseverancia. Cuando los enemigos le creen a las orillas del Duero, aparece ante los
muros de Crdoba. Sabe prolongar los asedios para economizar la sangre. Cerca de un ao
acampa delante de Jan.
El sitio de Sevilla fue una de las ms notables empresas militares de aquel tiempo. Durante
veinte meses, los moros resistieron con bravura; el calor y la enfermedad parecan luchar en
favor suyo, y ya eran muchos los que hablaban de retirarse. Nada puede quebrantar el nimo
del rey. Organiza su hueste, levanta el campo y provee a todas las necesidades como si
hubiera de permanecer all toda la vida. El real tena aspecto de una gran ciudad. Lo mismo
el rey que sus guerreros, haban venido con sus mujeres y con sus hijos. All estaban
tambin los futuros pobladores, hombres de todas las regiones de Espaa, conocedores de
toda clase de oficios. Calles et plazas ava departidas de todos mesteres, cada uno sobre s;
una calle ava de los traperos e de los camiadores; otra de los especieros et de los alquimes
de los melecinamientos, que avan los feridos menester; otra de los armeros; otra de los
freneros; otra de los carniceros et los pecadores, e as de cada mester, de quantos en el
mundo son; todas bien apuestas et ordenadas.
No era el amor de la gloria lo que armaba aquel brazo victorioso, sino slo el pensamiento de
la patria y la preocupacin del reinado de Cristo. Combata por deber, y la voz de la
conciencia satisfecha le daba la seguridad de la victoria. Seordijo un da delante de su
consejo, T sabes que no busco una gloria perecedera, sino solamente la gloria de tu
nombre. Considerbase como el caballero de Dios, llambase el siervo de Santa Mara y
tena a grande honor el ttulo de alfrez de Santiago. An se conserva una pequea estatua
de marfil que llevaba siempre consigo en el arzn de su caballo, que colocaba a la cabecera
de su cama mientras dorma y delante de la cual pasaba largas horas arrodillado en los
momentos difciles de aquella existencia llena de azares y peligros. La entrada en Sevilla no
fue el triunfo del conquistador, sino el de Santa Mara. Cientos de miles de hombres
formaban la comitiva; gritos de jbilo atronaban el aire; las naves de Ramn Bonifaz cubran
el ro, engalanadas y empavesadas; brillaban las armaduras heridas por el sol; resonaban los
himnos sagrados en el grupo de los clrigos; y cerrando la marcha, caminaba la Virgen
victoriosa, sobre su carro triunfal, adornado de joyas, tapices y brillantes. El rey segua a su
compaera en los campamentos y las batallas, rodeado de la reina, de los infantes y de los
prncipes moros, entre constelaciones de joyas, bosques de picas y espirales de incienso.
Grandes mercedes e honras e bienandanzasdeca luego el reynos fizo et mostr aquel
que es comienzo e fuente de todos los bienes, y esto non por los nuestros merecimientos,
mas por la su gran bondad, e por la su gran misericordia, e por los ruegos e merecimientos
de Cristo, cuyo caballero nos somos, e por los ruegos de Santa Mara, cuyo siervo nos
somos, e por los merecimientos de Santiago, cuyo alfrez nos somos, e cuya ensea
traemos, e que nos ayud siempre a vencer.
Entre tanto, su madre velaba ms all de los puertos, manteniendo la paz en los pueblos y
enviando vveres a las tropas. Conocedora de los hombres, inteligente y compasiva,
abnegada y generosa, Berenguela administraba el reino con energa, sujetaba a los
levantiscos, negociaba con los dems Estados de la Pennsula, y entregaba sus joyas para
mantener la guerra. Espejo era de Castilla, e de Len e de toda Espaadice su nieto
Alfonso el Sabio; et fue muy llorada, cuando muri, de todos los conceios et de todas las
gentes de todas las leyes, et de los fidalgos pobres a quienes ella mucho bien faca. San
Fernando tena en ella una confianza ciega; buscaba su consejo, lo mismo en las cosas de la
paz como en las de la guerra; le abandonaba el cuidado de muchos negocios, y, segn dice
un contemporneo, apareca delante de ella como un humilde mozo so la palmatoria del
maestro. No obstante, de cuando en cuando sola cruzar el Guadarrama para visitar
personalmente a sus vasallos, y entonces el hombre de la guerra se converta en el padre de
su pueblo. Oa a todosnos dice un escritor que le conoci; la puerta de su tienda estaba
abierta de da y de noche, amaba la justicia, reciba con singular agrado a los pobres y los
sentaba a su mesa, los serva y los lavaba los pies. Ms temosola decir la maldicin de
una pobre vieja que todos los ejrcitos de los moros. Todo lo que poda contribuir a la
grandeza y prosperidad de su tierra tena cabida en su alma generosa.
Con la misma esplendidez que a los trovadores provenzales, reciba a los artistas y a los
sabios. Cre la Universidad de Salamanca, busc profesores dentro y fuera de Espaa,
concedi grandes privilegios a los estudiantes, ampli las libertades de los consejos, orden
la traduccin del Fuero Juzgo en lengua castellana y abri una nueva era de esplendor
artstico para su patria. Bajo su proteccin, al abrigo de la paz y con ayuda del botn de
tantas conquistas, Espaa se cubri con el manto esplndido de sus catedrales gticas:
Burgos, Toledo, Len, Osma, Palencia... El mismo rey inauguraba las obras, alentaba a los
artistas y volcaba liberalmente sus tesoros. Bajo su mirada paternal, el agricultor trabajaba
en paz, el comerciante se enriqueca, el guerrero se cubra de gloria y el genio del artista se
desenvolva en producciones maravillosas. Fue el ms afortunado de los hombres. Mientras
su primo San Luis caminaba al Cielo por la adversidad, Dios quiso llevarle a l por el camino
de las venturas. Tuvo cuanto puede apetecer un rey: riquezas en abundancia, una corte
magnfica, una espada invencible, la direccin experimentada de una madre santa, el consejo
de un hombre genial, el arzobispo don Rodrigo Jimnez de Rada; la ayuda de un gran
almirante, la colaboracin de excelentes capitanes, la adoracin de un ejrcito aguerrido y el
amor inalterable de su pueblo. Dios le bendeca, y la misma Naturaleza pareca ser su
esclava, ca en el su tiempo anno malo nin fuerte en toda Espanna non vivo, et
sennaladamente en la su tierra.
todo cristiano debe tener en mano al su finamiento, y alzando los oos contra el su Criador
dixo: Sennor, dsteme reyno que non ava et onrra et poder ms que yo non meresc;
dsteme vida, et non durable, cuanto fue tu placer, Sennor, gracias te do, et entrgote el
reyno que me diste, con aquel aprovechamiento que yo en l pude facer, et ofrscote la mi
alma para que la recibas entre companna de los tus siervos. Despus baj las manos, ador
el cirio como smbolo del Espritu Santo, y mientras los clrigos cantaban el Te Deum, l
muy simplemiente et muy paso endino los oios et di el espritu a Dios.
As muri el gran rey, rey mucho mesurado et cumprido en toda cortesa, muy sabidor et de
buen entendimiento, muy fuerte et muy leal muy bravo et muy verdadero; et ensalzador del
cristianismo y abaxador del paganismo, mucho homildoso contra Dios, mucho obrador de sus
obras, muy catlico, muy eclesistico y mucho amador de la Iglesia ca en Dios tuvo su
tiempo, sus oios y su corazn. Da de llanto fue aqul para toda Espaa. Los mismos moros
lloraban la muerte del ms piadoso de los conquistadores, ca era dellos mucho amado, por
la gran lealtad que siempre les guardaba. Qui podrie decirpregunta el rey Sabiola
maravilla de los grandes llantos que por este santo et noble et bienaventurado rey fueron
fechos por todos los reinos de Castilla et de Len? Et quin vio tanta duenna de tanta guisa
et tanta doncella andar descabennadas et roscadas, rompiendo las faces et tornndolas en
sangre et en la carne viva? Quin vio tanto ome andando baladrando, dando voces,
mesando sus cabellos et rompiendo las frentes et faciendo en s fuertes cruezas? Era el
homenaje debido a la grandeza de alma, al brillo de la gloria, a la ms alta santidad. Los
moros agradecan en l la lealtad caballeresca, la generosidad, el respeto a la fe jurada; la
nobleza lloraba al hombre de la ms alta cortesana, del corazn abierto al desinters, a la
gratitud, a la munificencia; el pueblo echaba de menos al hroe que le defenda y le
enriqueca, al prncipe que garantizaba su trabajo en la paz y la justicia; los Concejos y las
ciudades se entristecan por la desaparicin del legislador que haba ampliado sus fueros y
mantenido las libertades pblicas y trabajado infatigablemente por el bienestar general.
Todos saban que un rey como aqul, rey de todos los fechos granados, slo alguna que
otra vez aparece en la tierra.
SAN JUSTINO
Mrtir
( 163)
Memoria obligatoria
1 de Junio
Tambin se celebra San Anbal Mara Di Francia
Algo del agua viva que Jess dio a los habitantes de Siquen el da del dilogo con la
Samaritana, quedaba todava, un siglo ms tarde, para saciar a las almas sinceras. Ninguna
tan sincera, acaso, en aquellos das de escepticismo y de confusin, como la de Justino, este
buen samaritano, si no de sangre, al menos de nacimiento, que fue el primero en lanzar un
puente entre la filosofa antigua y el cristianismo. Am la verdad con apasionamiento, y l
mismo nos ha contado la historia emocionante de su itinerario espiritual. El amor de la
verdad, unido a un profundo sentimiento de justicia, es el alma de toda su vida. El primer
sistema que se ofrece a su consideracin es el estoicismo. Es su hora. En el ambiente queda
todava el acento severo de Sneca y Epicteto. Justino recoge vido sus promesas de
felicidad por medio de la prctica de la virtud y por la tranquilidad en que envuelve el alma
del sabio. Tal vez su imaginacin juvenil queda fascinada ante la pompa teatral con que el
maestro profiere sus mximas. Pero surge en el discpulo la pregunta inevitable: Y de Dios,
qu me dices? El profesor frunce el entrecejo, y responde con palabras desdeosas. El
joven estudiante haba descubierto el punto flaco de la escuela. Sin una enseanza
dogmtica, aquella tica rigurosa no era ms que un bello edificio levantado en el aire. En
nombre de quin se imponan tan altos deberes? Me di cuentadice Justinode que no
avanzaba lo ms mnimo en el conocimiento de Dios; porque ni saba nada mi maestro, ni
crea esa ciencia necesaria. A la experiencia del Prtico sigue la del Peripato. El discpulo de
Aristteles a quien se dirigi el adolescente era un espritu fino, o por lo menos as se lo crea
l. Introdujo a Justino en el mundo abstracto de los predicamentos, y a los pocos das de
leccin le hizo esta reflexin categrica: Bueno; ya ves que la ciencia que yo enseo es muy
preciosa; y, como comprenders, no se puede dar de balde. El oyente qued atnito. En su
amable ingenuidad, casi infantil, no acertaba a comprender cmo un hombre que haba
encontrado la felicidad poda pensar en esa cosa miserable que se llama el dinero.
Inmediatamenteconfiesa l mismodej a mi hombre, juzgndolo indigno del nombre de
filsofo; y codicioso siempre de aprender lo que es propiamente la esencia de la filosofa, fui
en busca de un pitagrico, hombre de mucha fama y orgulloso de su saber. Pero este
filsofo era muy exigente con sus discpulos. Antes de revelarles sus pedanteras sutiles
acerca de los nmeros, deban haber estudiado mucho acerca de la Naturaleza: Conoces la
msica, la geometra y la astronoma?, pregunt al animoso postulante, y Justino le miraba
un poco desconcertado, indagando qu misteriosa relacin podan tener aquellas cosas con la
vida feliz que l buscaba en la filosofa. Nada de todo eso he estudiado, contest
sencillamente. Y el pitagrico, con aire doctoral: Puedes irtele dijo; no comprenderas
nada de mis altas teoras sin saber dnde est la Osa Mayor, Cnope o Arturo.
Quedaba otra escuela famosa, la de los platnicos, que entraba entonces en un periodo de
renacimiento y que no tardara en producir ilustres representantes y en organizar una
ctedra famosa en el Museum alejandrino. Era alrededor del ao 130. Justino estaba
entonces en feso. El peregrino infatigable de la ciencia parece haber encontrado un maestro
que comprendi la rectitud y lealtad de su alma. Bajo su direccin, empez a gustar las
bellezas filosficas y literarias del Fedro y el Simposio. Estaba encantado; ms an,
entusiasmado. Lo que sobre todo me alegraba dice l mismoera el conocimiento de las
cosas inteligibles. La teora de las ideas pona alas en mi espritu. Me imaginaba haber
conseguido ya la sabidura, y esperaba llegar pronto a la contemplacin de Dios, que es el fin
de la filosofa platnica.
De cuando en cuando el nuevo filsofo dudaba todava. Tal vez, pensaba, no he terminado
an mi odisea espiritual; acaso no he llegado ms que al vestbulo de la ciencia. Lo que le
inquietaba era el ver a unos hombres que, aunque perseguidos en todas partes, parecan
poseer una serenidad de alma que ni los dilogos platnicos le haban dado a l. A pesar de
las calumnias, de los tormentos y de la muerte, se les vea libres de todo temor, de toda
tristeza, de toda turbacin. Qu nueva filosofa era sa, que causaba efectos tan
prodigiosos? Ya cuando era platnicodice Justino, haba odo yo hablar de los crmenes
que se imputaban a los cristianos; pero vindolos sin miedo delante de la muerte y de todos
los peligros, no poda hacerme a la idea de que hombres como sos pudiesen vivir en el
desorden y en el amor del placer. Nada ms lgico que esta conclusin, y un hombre que
sigue lealmente los dictados de su espritu, tiene que encontrar a Dios necesariamente. Su
entusiasmo le llevar a la visin deseada. As le sucedi al noble pensador de Siquem.
Pasebase un da cerca de la playa, revolviendo, como siempre, el ovillo de sus
pensamientos, cuando observ que se le acercaba un anciano de aspecto venerable. Justino,
que se crea solo, le declar su sorpresa, Vengole respondi el desconocidoa ver si
diviso en el horizonte la nave donde han de venir los mos.
Y yorepuso el filsofome distraigo aqu conversando conmigo mismo, pues nada
favorece tanto al estudio como la soledad.
Y empez una discusin filosfico-religiosa. Justino hizo un clido elogio de la filosofa como
medio de llegar a la felicidad; el anciano, desdeando las teoras, defendi que la felicidad
est en la verdad, hecha vida y sangre a fuerza de sacrificio. La filosofa, deca el uno, es la
ciencia del ser; la filosofa, replicaba el otro, es la ciencia del obrar..
No obstanteaada el filsofo, yo s por la filosofa que hay un ser inmutable, principio
de todas las cosas.
Pero este conocimiento se convertir en una nueva causa de inquietud si ignoramos
nuestras relaciones con ese ser inmutable, y su actitud frente a nosotros, y el verdadero
camino, si hay alguno, para llegar hasta l.
Ante esta objecin, el entusiasmo platnico del joven empez a enfriarse.
Pero, buenodeca, si los grandes espritus a quienes consideramos como el orculo de
la Humanidad no nos han dicho la verdad, dnde vamos a encontrarla?
Esta pregunta es la que deba de estar aguardando el desconocido. Ella le permitira
desarrollar un breve discurso catequstico en consonancia con la religin que profesaba. Dios,
le dijo, no ha abandonado a su impotencia la razn humana; ha enviado al mundo sus
mensajeros para iluminar a los hombres de buena voluntad, y sus mensajes podemos leerlos
nosotros en libros donde hay maravillosas profecas que se han cumplido estrictamente.
Busca esos libros, que podrs encontrar lo mismo entre los hebreos que entre los cristianos,
y esa luz que buscas deslumbrar tus ojos.
Dicho estocontina Justino, el anciano se despidi de m, dejando mi corazn inflamado
en deseos de conocer a los profetas y a los hombres amigos de Cristo. Despus le,
reflexion, medit, llegando al convencimiento de que haba encontrado la nica filosofa
segura y til. De esta nueva manera soy ahora filsofo; y quisiera que todos siguiesen este
mismo camino que yo, porque en l se encuentra el descanso completo del corazn.
El discpulo de Platn se haba hecho discpulo de Cristo; mas no por eso abandon el estudio
de la filosofa. Visele, como antes, pasear por la orilla del mar absorto, en sus meditaciones,
buscar a los hombres de letras en el foro y en las termas, exponer audazmente su nueva
filosofa, discutir con los herejes, con los judos y con los paganos; escribir, ensear,
catequizar. Suyo es este bello principio, que realiz plenamente en su vida: Poder decir la
verdad y callarla, es atraer la clera divina. Un da, paseando por los soportales pblicos de
la ciudad, tropez con un grupo de hombres, cuyo jefe le salud profundamente por respeto
al manto de filsofo. Era un judo llamado Trifn, que. sin duda, haba odo hablar del fogoso
apologista cristiano y quera discutir con l. Tambin Justino lo deseaba. La discusin fue
larga y serena. Examinronse los textos del Antiguo Testamento, se analizaron las profecas,
y Justino hizo ver su realizacin en la persona de Jess. Veinte aos ms tarde, recordando
este encuentro, el defensor del Evangelio recogi las objeciones de su adversario, orden sus
argumentos y dio a luz su dilogo clebre con el judo Tritn, que es el monumento ms
completo de la controversia judaica en los primeros das de la Iglesia. l nos puede dar una
idea del estilo de su propaganda cristiana. Su predicacin era una conversacin, un dilogo,
en el cual se esforzaba por hacer que su mismo interlocutor confesase la verdad, sin casi
darse cuenta. Segua un mtodo semejante al de Scrates en el gora.
El dilogo termina con el anuncio de un largo viaje; es, acaso, el viaje a la capital del
Imperio. Roma va a ser el campo de su actividad en la segunda parte de su vida. All, en la
colina del Viminal, junto a las termas de Timoteo; abre una escuela semejante a las escuelas
filosficas en que se haba sentado antao, pero destinada a ensear la doctrina cristiana. Se
trataba de una escuela de teologa. Era una idea nueva. Algo ms tarde, el didascaleo de
Alejandra eclipsar a todos los dems por el prestigio de sus maestros; pero Clemente y
Orgenes no hacan ms que recoger la iniciativa de Justino. Como en las ctedras filosficas,
la enseanza se presentaba en forma de discusiones. Unas veces era el maestro quien
propona los problemas; otras, los discpulos preguntaban. Entre tanto, los estengrafos
recogan cuidadosamente las preguntas y respuestas. Muchas veces, Justino se encontr con
espritus
sencillos
ante la exposicin
de
la fe; otras,
seguramente, tuvo que sufrir las iras y los sarcasmos de sus oyentes; pero, en la sinceridad
fundamental de su alma, supona que bastaba conocer el cristianismo para llegar a abrazarle
o respetarle. Esto es lo que le movi a dirigir sus dos memorias apologticas a los
emperadores. Justino conservaba siempre su antigua confianza en la verdad; adems, el
viejo emperador llevaba el sobrenombre de Po por su carcter bondadoso y la honradez de
su vida, y el csar, Marco Aurelio, tena ya fama de filsofo y amigo de la ciencia. Esto era en
el ao 150. Seguro de su xito, el apologista enva su alegato en favor de los hombres de
toda raza que son injustamente odiados y perseguidos. Es admirable el acento con que este
convertido se levanta para defender a sus nuevos hermanos. No tiene ms fuerza que la
conciencia y la razn; pero qu autoridad hay en su lenguaje, qu conmovedora seguridad
en la bondad de su causa, qu nobleza en sus convicciones polticas! Nadie puede dudar de
la lealtad de los cristianos. Son sumisos, son dciles a las disposiciones imperiales; pagan los
tributos con regularidad, reservndose slo una cosa, la libertad de conciencia. Nosotros no
adoramos ms que un Diosdice Justino; pero en lo dems obedecemos con alegra,
reconociendo que sois los reyes y prncipes de los hombres, y pidiendo con nuestras
oraciones que, con un poder soberano, se os conceda un alma recta. Pero los cristianos no
son solamente los mejores sbditos del Imperio, sino tambin sus ms tiles auxiliares,
puesto que ensean que hay un Dios que lo ve todo y a todos nos juzga, al malvado, al
ambicioso, al conspirador, lo mismo que al virtuoso, y que todos reciben el castigo o la
recompensa segn el mrito de sus obras. Ante esta filosofa divina, que al establecer el
orden en las almas contribuye necesariamente a hacerle triunfar en la sociedad, el apologista
se acuerda de sus antiguos maestros los filsofos de las escuelas paganas. Y con que
amplitud, con qu simpata juzga a aquellos hombres, que si no llegaron a conocer la verdad
completa, levantaron al menos una punta del velo! Indulgente con los errores, consideraba a
todos los hombres buenos de la antigedad como cristianos antes de Cristo. El Verbo divino,
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, les mova ocultamente con su gracia, y
por eso todo lo que ellos descubrieron es patrimonio legtimo de los cristianos. No hay
contradiccin entre la razn y la fe: sta es el complemento de aqulla. El cristianismo no ha
Nadierespondi Justinopuede ser condenado por seguir las leyes de nuestro Seor
Jesucristo.
Qu ciencia estudias?interrumpi el juez.
Una tras otra, he estudiado todas las ciencias, para adherirme, al fin, a la doctrina de los
cristianos.
Y es sa, desgraciado, la ciencia que te satisface?
S, porque es la verdadera.
Filsofo, lector apasionado de Epicteto, amigo y confidente de Marco Aurelio, Junio Rstico,
as se llamaba el prefecto, debiera haber sentido la tentacin de conocer a fondo la doctrina
de los cristianos; pero, con aquel mismo desdn que su amo tuvo siempre para el Evangelio,
interrumpi bruscamente al maestro para dirigirse a los discpulos. Todos ellos mostraron el
mismo valor en sus respuestas.
Con la ayuda de Dios, yo soy cristianodijo uno.
Yoaadi otroamo y adoro a un solo Dios.
Y yodeclar un tercero, reivindicando por vez primera delante de un magistrado romano
su dignidad de hombresoy esclavo del cesar, pero, como cristiano, he recibido de Cristo la
libertad.
En busca de una abjuracin, el prefecto se dirigi de nuevo a Justino, y le dijo:
Escchame, t que te dices elocuente y crees poseer la verdadera doctrina: si te hago
azotar y decapitar, crees que subirs inmediatamente al Cielo?
Los que han vivido conforme a los mandamientos de Cristocontest el mrtir,
conservarn el favor divino hasta la consumacin del mundo.
Y qu, piensas que vas a subir al Cielo a recibir la recompensa?
No lo pienso, lo s; tan cierto estoy de ello, que no tengo la menor duda.
Esta conviccin tan firme debi de parecer extraa al prefecto, si comparta la duda de Marco
Aurelio sobre la persistencia del alma despus de la muerte. Pero tampoco ahora quiso
profundizar. Invit a los reos a sacrificar, y, ante su negativa, dio orden de que los azotasen y
los degollasen. Es nuestro mayor deseodeclar Justinosufrir a causa de nuestro Seor
Jesucristo y ser salvos. Estas fueron sus ltimas palabras.
Una muerte generosa coronaba aquella vida nobilsima. Todo reclama nuestra simpata en
esta gran figura: el amigo de la verdad, el peregrino de la ciencia, el maestro, el apologista,
el mrtir. La transparencia de su alma ardiente y leal, se encuentra rara vez en la Historia.
Con qu emocin leemos al principio de su defensa de los cristianos perseguidos estas
sencillas palabras: Justino, hijo de Prisco, uno de entre ellos. El historiador se detiene con
admiracin ante l al verle preocupado por vez primera de la gran cuestin de las relaciones
entre la filosofa y la fe, el problema que la escuela de Alejandra examinar con ms mtodo
y ms amplitud, siguiendo sus pasos. En la filosofa y en la fe tiene su fuente la vida moral
de Justino; y puede decirse que l ha acertado a conciliarlas, puesto que ha vivido de ambas,
y no hubiera podido vivir sacrificando la una enteramente en provecho de la otra. Aquel
admirable esfuerzo sinttico no estuvo exento de inexactitudes y hasta de errores, pero no
poda ser de otro modo en un explorador que iba a ejercer influencia inmensa sobre sus
contemporneos. Si el filsofo se nos presenta a veces vacilante al trasladar al Evangelio los
trofeos de sus imgenes platnicas, nuestro espritu se inclina respetuoso ante el testigo de
la fe de la Iglesia primitiva, ante el heraldo de la tradicin apostlica; ante el mensajero
ferviente de aquella aurora alegre e inmensa, que, como l deca, se inaugur en la tierra el
da de la Encarnacin.
El guila de los Gonzagas se cerna sobre aquellas tierras italianas, en que el paisaje austero
de los Alpes retrocede, medroso, ante la gracia risuea de las verdes llanuras, las colinas
onduladas y los lagos serenos y dorados por la luz del medioda. Durante siglos haba
dominado majestuosa en castillos y .ciudades, desde Mantua a Brescia, desde Ferrara a la
frontera de Lombarda, arrebatando capelos y laureles, amontonando riquezas y principados,
sojuzgando la regin desde las cimas de las fortalezas feudales. Una de esas fortalezas era la
de Castiglione, ciudad y alczar, santuario y jardn, dulce sonrisa de la Naturaleza, como
dicen los italianos. All se alzan todava las torres desde las cuales la marquesa doa Marta,
all en la segunda mitad del siglo XVI, contemplaba pensativa la planicie riente, cortada en la
lejana por la cadena de la montaa, mientras su marido, don Fernando, guerreaba en los
ejrcitos de don Felipe, rey de las Espaas. Todo all hablaba de una de las dinastas ms
brillantes de los Gonzagas; el aspecto de las fortificaciones, el lujo de las estancias, el
servicio de la cancillera, la guardia de los mosqueteros, los cuarenta caballos que
relinchaban en los establos, la casa de la moneda y la mansin seorial con sus prticos
renacentistas y su oratorio adornado de tapices flamencos y lmparas de plata. Cuando el 9
de marzo de 1568 naci el primognito del margrave hubo fiestas esplndidas, dignas de un
palacio real: durante tres das giraron como locas las campanas de la villa, los caones del
castillo atronaron el aire, las fuentes manaron vino en la plaza y se prolongaron los
banquetes, las felicitaciones, las poesas y los discursos.
Este nio, destinado a la gloria de los ms
puros herosmos, recibi el nombre de Luis,
Aloigi.
Luis
se
haba
llamado
tambin
el
intimida. Otro da, mientras la tropa toma el rancho, y en el campo todo es sosiego, estalla el
estruendo de un caonazo. Una sedicin!, piensa el margrave, saltando fuera de su
tienda. Se hicieron pesquisas y no tard en aparecer el perturbador, tendido a los pies del
can. Era aquel pequeo capitn. Desde el siniestro del arcabuz le haban quitado la
plvora; pero aquel da se haba deslizado de junto a su ayo, haba cogido a un sargento un
pote de plvora, haba cargado una pieza de campaa, la haba prendido fuego, y, lanzando
por el movimiento del can, haba cado en tierra, malherido. El pequeo soldado se hizo
popular entre la tropa; viva en compaa de los tercios, imitaba su paso marcial, escuchaba
sus palabrotas e interjecciones, y a veces las repeta con toda ingenuidad y frescura.
Naturalmente, l no saba lo que aquellos trminos significaban; slo saba que cuando l los
pronunciaba una risa general estallaba en torno suyo; hasta que un da su ayo le llam, le
habl seriamente y le inform de que aquella manera de hablar manchaba los labios. Lleno
de vergenza, el nio comenz a llorar, y llorar durante toda su vida este gran pecado, que
nunca podr olvidar. En realidad, se trataba nicamente de una sombra de pecado, destinada
a hacer ms visible el poder de la gracia. Por ella se despert el alma del nio a la vida
sobrenatural, siendo como un revulsivo saludable en aquella conciencia, dotada de una gran
sensibilidad moral.
Esto era en los meses primaverales de 1573; algo ms tarde, mientras las huestes del
marqus de Castiglione se embarcaban en direccin a Tnez, al servicio de Felipe II, el
pequeo soldado dejaba definitivamente el uniforme militar y se diriga hacia el castillo
paterno. Ha llegado lo que l llamar la poca de su conversin. La vida espiritual empieza a
desarrollarse en su alma; dice sus Horas, reza los salmos de la penitencia, rechaza en el
oratorio los cojines y las alfombras, y empieza a orientar su vida entera hacia Dios.
Obedeciendo a sus padres, va de Castiglione a Mantua, a Luca, a Monferrato: su infancia se
desarrolla de corte en corte y de fiesta en fiesta; pero su corazn est ya fijo en el Cielo. A
los diez aos le vemos en Florencia formando parte del squito del duque de Toscana. Todo
son regocijos en la brillante corte de los Mediis; la seduccin de la vida se junta a la fuerza
de la influencia mundana, a los encantos de un arte exquisito, a las gracias de una sociedad
elegante, a todas las frivolidades semipaganas del Renacimiento. El joven Gonzaga vive en
este ambiente sin perder un instante el equilibrio, sin desviarse un punto de la lnea recta
que se haba trazado en el fondo de su alma. Escribe a su padre contando lo que sucede en
torno suyo, los cortejos fnebres, las pompas palaciegas, las fiestas religiosas, las carreras
de perros y caballos que organizan sus compaeros en los artsticos jardines del palacio Pitti;
y aade: Vamos a la iglesia de la Anunciacin y pedimos a Dios que nos d toda gracia y
toda prosperidad, con un particular acrecentamiento de alegra y de consuelo. Seguimos
bien, practicamos fielmente nuestras devociones y estudiamos con asiduidad. A veces se le
invita a jugar y a danzar, pero l prefiere rezar y construir altares. Sin embargo, alguna vez
condesciende con las importunaciones de sus compaeros. Jugaba una vez, de noche, con
otros nios y nias en un saln; y habiendo perdido, le castigaron a besar en la cara la
sombra proyectada en la pared por una nia, que se mova en todas direcciones. Luis
enrojeci de vergenza, declarando que no poda cumplir aquella penitencia. Era cuando
Nocontest Gonzaga.
Pues preprate para recibirla, porque te la voy a dar yo mismo antes de marchar.
brillar
temperamento
delante
tiende
al
de
sus
herosmo,
ojos;
que
y
tiene
l.
un
que
por
espritu
sencillamente y monta un asno maltrecho, cuyo nico adorno es una vieja albarda. El pblico
re estrepitosamente, pero eso precisamente era lo que quera el jinete. Entre tanto, Luis
lleva adelante con habilidad serias negociaciones, estudia, conversa y cumple con los
deberes de su alta categora. No era un salvaje, ni un antisocial, ni un obseso, ni un
hipnotizado por su propia idea.
Al terminar aquel viaje de tentacin, el marqus encontr a su
hijo tan firme en su propsito como antes. La lucha contina
en Castiglione. Luis resiste heroicamente, sin desobedecer una
sola vez a su padre. Tiene un temple de acero, o, mejor dicho,
tiene la resistencia omnipotente de la gracia; ms que un
sentimental, es un intelectual; ms que un intelectual, un
voluntarioso, en el mejor sentido de la palabra. Pudo decir con
toda verdad: Dios me ha dado la gracia de no pensar ms
que en lo que quiero. Dios se la haba dado, pero l haba
puesto una tenacidad heroica para conseguir este dominio. Al
principio se distraa en la meditacin frecuentemente; pero un
da hace la resolucin de hacer una hora de meditacin sin
distraccin alguna. Si se distrae, vuelve a comenzar la hora aunque tenga que pasar cuatro o
cinco horas arrodillado. De esta especie era su resolucin de entrar en la Compaa, efecto,
ciertamente, de un impulso de la gracia, pero tambin de una deliberacin madura, de un
largo proceso racional. Los ms fuertes anhelos tenan en el joven Gonzaga un carcter
intelectivo; en medio de los arrebatos de la vida mstica, las mismas pasiones eran
racionales. El sentimiento le mueve, pero no le gua; la ley, la conciencia, el sentido del
deber, imperan sobre los paroxismos del amor. De este modo se establece en aquella rica
psicologa un equilibrio maravilloso entre las varias potencias: hay una subordinacin
perfecta del hombre inferior al principio inteligente, una sensibilidad sujeta al imperio de la
voluntad, y una voluntad que se pliega infaliblemente, como sin esfuerzo, al dictado de la
razn, y una razn que camina delante buscando, discurriendo, analizando con sereno y
penetrante criterio. Ms que un impulsivo o un entusiasta, Luis es un razonador, un
analizador. Posee tal agudeza de observacin interna, tiene tan desmenuzados los fenmenos
de su conciencia, que, ya jesuita, dejar admirado a su confesor, el sabio Belarmino, por la
perspicacia con que distribuye el tumulto de movimientos, estmulos, deseos y pasiones, que
suelen desconcertar al telogo ms experimentado. En los comienzos de su vida espiritual,
su primer paso es descubrir sus dos defectos dominantes, los dos monstruos contra los
cuales debe descargar sus bateras: una propensin innata a la ira y una tendencia malsana
a juzgar de los dems. Evidentemente, es un temperamento
ignaciano, y esto explica en parte su aficin a la Compaa.
En los ltimos das de 1585, Luis entraba en el noviciado de
Roma, que va a ser su nueva patria, segn su expresin, si
es que tiene una patria sobre la tierra. Despus de cuatro
aos de lucha, el marqus se haba declarado vencido. Con la
29 de junio
Solemnidad de San Pedro y San Pablo.
Ver tambin: San Pablo, apstol.
que la separasen un poco de la tierra para no ser agobiado por el gento. Y en pie, junto al
timn, anunci la buena nueva de su reino. Y luego dijo a Simn: Intrnate en el mar, y
echa las redes. Maestro dijo el pescador, despus de trabajar toda la noche no hemos
sacado ni un pececillo; no obstante, confiando en tu palabra, voy a obedecerte. Y,
apartndose de la orilla, echaron la red en el agua, y al sacarla, al poco rato, estaba tan
llena, que las mallas se rompan. Milagro!, gritaron los que estaban en la nave; pero
Simn, ms impulsivo, se arroj a los pies de Jess, diciendo: Seor, aprtate de m; un
pecador como yo no es digno de tener un profeta en su barca. Y Jess le dijo, sonriendo:
Ven conmigo, cree en mi palabra y yo te har pescador de hombres.
Era el llamamiento definitivo. Desde aquel da, Simn, abandonando la barca, las redes, la
casa y la mujer, sigui a Jess, dispuesto a ir por dondequiera que le quisiese llevar, a partir
el pan con l, a compartir sus riesgos y su fortuna, a repetir su doctrina y a obedecer, como
antes haba obedecido a su padre Jons. Va a ser el ms entusiasta de los discpulos de
Cristo, el capitn de los Doce, el hombre de las iniciativas, el que habla en nombre de sus
compaeros, el que transmite los recados del Maestro y camina siempre a su lado, orgulloso
de aparecer junto al hombre del da, cuyo trato le enaltece, cuya amistad le promete el ms
halageo porvenir. Entre las figuras que forman el retablo apostlico, es la que se nos
presenta con mayor relieve. Naturaleza algo tosca y ruda, carne quemada desde la niez por
los vientos y los soles del lago, tal vez tard mucho tiempo en comprender las primeras
palabras que le haba dicho el Seor; tal vez no cay de pronto en el sentido simblico de
aquellos dos vocablos: Cefas y Jons: Hijo de la paloma, tmido y dbil como ella, sers, no
obstante, inquebrantable como la roca. Esta frase era un retrato y una historia; ella
encerraba el presente y el porvenir del prncipe de los apstoles. Desde entonces la paloma y
la piedra empiezan a luchar en aquella alma generosa. Durante la vida de Jess, Pedro es el
hombre de las contradicciones: temeroso y arriesgado, cobarde y entusiasta, modelo de
amor y de fe, pero siempre rudo y tosco y algo inconsciente en aquellos arrebatos de su
naturaleza impetuosa. Seleccionando algunos pasajes evanglicos, enemigos suyos han
podido bosquejar una fisonoma; aunque, en realidad, el mayor enemigo, el ms implacable
calumniador, es l mismo, pues el Evangelio de San Marcos, el que peor le trata, es su propio
Evangelio.
Para comprender a San Pedro, debemos tener presente que era un galileo, un hijo de aquella
tierra cuyos habitantes se distinguan entre los judos por su amor a la independencia, por su
intrepidez, por su impresionabilidad y por su inconstancia. Eran francos, abiertos, generosos
y espontneos. As se nos presenta tambin el hijo de Jons en la serie de los cuadros
evanglicos: de una candidez emocionante, de una lealtad apasionada, de una impetuosidad
ciega; brusco y ardiente, sencillo y petulante, tmido y obstinado. Es accesible a todos los
sentimientos nobles, amable hasta en su rudeza; tan natural, tan humano, que desde el
primer momento despierta la simpata. Los dems apstoles reconocen de buen grado su
jefatura; entre ellos, hay uno que le disputa la predileccin del Maestro; y, sin embargo, no
abriga en su pecho la menor animosidad contra l. Pedro y Juan caminan siempre juntos
antes y despus de la Pasin de Jess.
Sin embargo, no todo en l es puro idealismo: cuando Jess pronuncia duras palabras contra
los ricos, l se atreve a insinuar una pregunta, en que se transparentan las preocupaciones
del prestamista: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte; qu nos vas a
dar en cambio? Jess le promete un trono para juzgar a las tribus de Israel, y l no duda
que ese trono ser el primero a la derecha de su Maestro. Tena la cabeza algo dura para
comprender; no era un espritu despierto; se duerme en la nave, en el monte Tabor, en el
olivar. Despus de pasar aos al lado del Rabb, todava tiene que decirle: Explcanos esta
parbola. Y escucha esta respuesta del Seor: Tambin vosotros estis an sin
inteligencia. En el momento de la Transfiguracin, slo se le ocurre pensar que se est muy
bien en aquella altura, y que podran improvisarse tres tiendas, una para el Maestro y las
otras para los dos huspedes. Pero, siempre generoso, se olvida de s mismo. Tiene por
Cristo un amor ciego que compensa todas sus debilidades; aunque ese mismo amor le lleva
a los mayores desvaros, y hace brotar de los labios del Redentor una frase terrible. En
vsperas de la Pasin, su mente estaba an ofuscada por la idea de un mesianismo
triunfante; en vano anuncia Jess a los discpulos sus ignominias cercanas; Pedro le coge del
brazo, le lleva aparte y empieza a resistirle, diciendo: No lo permita Dios! Eso que dices
no puede suceder! Pero Jess le interrumpi, diciendo: Vete de aqu, Satans, que eres un
tropiezo en mi camino. Amaba a Jess, pero, con ser tan arrebatado, su amor, muy terrenal
todava, se rebelada contra el pensamiento de que su Dios hubiera de ser vilipendiado, de
que su rey haba de morir. No obstante, fue el primero en reconocer al Mesas en el profeta
perseguido por los fariseos, y esa primaca es tan grande, que nada ha podido borrarla.
Cada palabra, cada gesto, cada accin de San Pedro en la epopeya evanglica, es la
manifestacin del temperamento vehemente y fogoso, del alma noble y naturalmente buena,
del hombre de la naturaleza, sin complicaciones psicolgicas, sin reservas mentales. Unas
veces le inspira la fe: Si eres T, mndame que vaya a Ti sobre las aguas... T eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo; otras veces, el amor: Seor, a quin iremos? T tienes
palabras de vida eterna... Por qu no puedo seguirte desde ahora? Sus palabras son
reveladoras, lo mismo que sus acciones: viendo que su Maestro camina sobre las aguas, l
se arroja tambin al lago, pero al minuto siguiente tiene miedo y se cree prximo a
hundirse; en Getseman desenvaina la espada, corta una oreja y acto seguido huye; el da de
la Resurreccin, corre anhelante desde el cenculo al monte, y aunque es ms viejo que San
Juan, entra antes en el sepulcro. Es un hombre de accin; un apasionado que no puede
descansar; un corazn que no puede estar pasivo, que tiene necesidad de manifestar su
energa, su adhesin, con una actividad devoradora. Los incidentes de la ltima Cena nos
presentan por ltima vez su figura con todas las sombras de la realidad humana. Es
temerario, voluble, rebelde y obstinado. Un exceso de respeto le hace pronunciar estas
palabras: Jams consentir que me laves los pies. Y en un exceso de amor, deca un
instante despus: Seor, no slo los pies, sino tambin las manos y la cabeza. Su
presuncin es mayor que nunca: Seorexclama, contigo estoy dispuesto a ir a la prisin
y a la muerte. Aunque te abandonen todos, yo no te negar. Jess insiste; l porfa,
sinceramente, sin duda, pero irreflexivamente. Y aquella misma noche, cuando estaba en el
patio de Caifs calentndose en el brasero, mientras los sacerdotes insultaban a su Dios,
tuvo miedo de la voz de una criada, y le neg tres veces, y jur y perjur, y prorrumpi en
anatemas e imprecaciones. Pero en este momento oy el canto del gallo, y vio unos ojos que
se clavaban en l, suaves, profundos y compasivos, y record aquella otra mirada de la orilla
del Jordn, y sali fuera y llor amargamente.
Desde este momento es otro hombre; ya no vacila su fe, ni se debilita su amor, ni la vanidad
le conmueve; las torres de su petulancia se han derrumbado al soplo de la sublimidad, de la
virtud de Dios. Aparece otra vez al frente de sus hermanos, el primero en buscar al Maestro
resucitado, el primero en encontrarle, el primero en subir a la barca el da de la pesca
milagrosa, el primero en sacar a tierra los ciento cincuenta y tres peces, que estn a punto
de romper la red. All, junto al lago, que le recordaba el entusiasmo de los primeros das,
despus de la victoria sobre la muerte, borra la triple negacin confesando su amor por tres
veces. Me amas?, pregunta Jess. Ahora Pedro se conoce mejor a s mismo: despus de
haberle negado, ya no se atreva a decir que le ama. T sabes que te quiero bien,
responde tmidamente. Pero Jess pide amor; no se contenta con una simple amistad. Y
repite otra vez: Me amas? Ms asustado que antes, replica Pedro: S, te quiero bien.
Jess insta: Simn, hijo de Jons, me quieres bien, de veras? Y entonces, Pedro, vencido
al fin, casi impaciente, dice las palabras que le arranca Jess: Seor, T lo sabes todo; T
sabes que te amo. Y en recompensa de aquel amor. Jess le establece doctor infalible, juez
supremo, pastor universal de la Iglesia: Apacienta mis ovejas, le dice; no slo los corderos
y las ovejas, los cros y las madres; los misinos pastores, que para Pedro no dejan de ser
ovejas. Todo lo que atares sobre la tierra, quedar atado en el Cielo; y todo lo que
desatares sobre la tierra ser desatado en el Cielo.
Jess desaparece entre la nube, pero Pedro est all para organizar la Iglesia naciente. La
pequea comunidad se rene en torno suyo, aguardando sus rdenes. l, con la conciencia
de su cada, parece olvidar aquella acometividad primera. Como la mirada de los dems, la
suya se fija en el Cielo. Y del Cielo le viene la idea de completar el colegio apostlico.
Entonces pronuncia su primer discurso, prctico, sencillo, esmaltado de recuerdos bblicos.
Los ciento veinte cristianos que entonces componen la Iglesia, le escuchan respetuosos y
acatan sus iniciativas. A los pocos das viene el huracn celeste y la llama del Espritu Santo.
El amor de Pedro es iluminado con la sabidura perfecta; el apstol sale del xtasis, y,
transformado por el bautismo de fuego, habla otra vez, y proclama la divinidad de Jess. Sus
oyentes aumentan sin cesar; son miles y miles de hombres: partos, medos, elamitas,
habitantes de Mesopotamia, ciudadanos de Roma, peregrinos del norte africano, del Asia y
de las islas del Mediterrneo. Su palabra, luminosa, fuerte, inflamada en la fe, iluminaba los
espritus y cautivaba los corazones. Tres mil hombres entraron en la Iglesia de aquella
redada. Despus sigue hablando y organizando, rodeado siempre de un aureola de bondad
simple e incomparable. Sigue hablando delante de los hermanos y delante de los prncipes de
los sacerdotes: palabras rudas y fuertes, en que respira an algo de su antigua rudeza;
palabras definitivas e inolvidables, como stas que dice al cojo del templo: No poseo oro ni
plata, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jess Nazareno, levntate y vete. Como
stas que pronuncia en medio del Sanedrn: Juzgad vosotros mismos si es justo obedecer a
Dios o a los hombres. Habla y obra. Ya no tiene miedo de la sangre: sufre los azotes y las
cadenas, y se prepara a sufrir tranquilo la muerte, cuando liega el ngel para sacarle de su
prisin. Con toda fortaleza da testimonio de la resurreccin del Salvador. De su voz, de su
mirada, de su persona, salen efluvios de poder divino; cuando pasa por la calle, las gentes se
pelean por tocar su sombra, porque saben que hasta su sombra cura y santifica.
En los momentos decisivos, Pedro aparece aportando la decisin salvadora. Ms terrible que
la persecucin farisaica es en los principios de la Iglesia el conflicto interno de las
observancias judaicas. Pedro da el primer paso hacia la solucin bautizando en Cesrea al
primer pagano, al centurin Cornelio, sin exigir de l la circuncisin. Los retrgrados, los
puritanos, protestan, surge la gran cuestin: se va a imponer a los creyentes del helenismo
el yugo de las observancias legales? Gracias al prncipe de los Apstoles, las amplias miras
de Pablo triunfan en el Concilio de Jerusaln; pero los extremistas no se dan por Vencidos.
Poco tiempo despus, Pedro llega a Antioqua, donde Pablo de Tarso mantiene los derechos
de la libertad. Siempre confiado, toma parte en los gapes de los gentiles, sin hacer caso de
manjares limpios o inmundos. Esta condescendencia irrita a los judaizantes. Asediado por
sus ruegos, por sus crticas, por sus ataques, Pedro se deja secuestrar por el clan de los
extremistas. En su rectitud un poco escrupulosa no quera escandalizar a nadie; aguardaba
la inspiracin del Espritu para decidirse a obrar en aquellas circunstancias. Y el Espritu habl
por boca de Pablo. Si t, que eres judole dijo el apstol en medio de la asamblea, vives
como los gentiles, cmo puedes obligar a los gentiles a judaizar? Debemos bendecir
aquella ruptura aparente de los dos apstoles, que nos permite conocer ms a fondo sus
almas generosas. Admiramos el amor furioso de Pablo, que lanza su dialctica por los
derroteros de la hiprbole y le hace prorrumpir en aquel grito fulgurante: Vivo yo; no, no
soy yo quien vive, es Cristo el que vive en m. Pero no es menos sublime la conducta de
Pedro, que reconoce su imprudencia, se humilla, y corre hacia su compaero, llorando de
alegra.
Despus de todo esto, dice la Escritura, Pedro sali y march a otro lugar. Los Libros
Santos ya no vuelven a hablarnos de l; es la tradicin quien alumbra sus pasos. Ella nos le
representa recorriendo el Asia Menor, predicando en las riberas del Mar Negro, caminando de
ciudad en ciudad, a la manera de los judos pobres, hospedndose en los barrios de sus
compatriotas y hablndoles de la vida y la muerte de Jess, unas veces en las casas, junto al
hogar; otras, en el interior de las tiendas, o en las plazas, o en el mercado, o bajo los
prticos. Cuenta la Pasin de su Maestro, expone esquemticamente su doctrina, y cuando
llega al episodio de su cobarde conducta en la casa de Caifs, su voz tiembla, su palabra se
hace ms viva, sus ojos se arrasan en lgrimas. Hombre
siempre prctico, su lenguaje es un tejido de hechos, ms
que una construccin ideolgica; pero el amor anima sus
relatos, la fe los hace vibrantes y luminosos.
Un barco le lleva desde las costas del Oriente hasta Roma.
Es el fundador de la Iglesia romana, el que abre la serie de
los Pontfices, el primer vicario de Cristo en la tierra. Su
ministerio se desarrolla en la oscuridad, primero en el barrio de los judos, despus entre los
primeros nefitos de la gentilidad. Su bondad era la fuerza de su predicacin. Se le escucha
porque no excluye a nadie de la salud; porque, en medio de una sociedad al parecer feliz,
busca a los que lloran y tienen hambre y sed de justicia; porque despliega ante los ojos de
los miserables la esperanza radiosa de la libertad espiritual. Los esclavos, los menestrales,
las pobres mujeres se alegran cuando le oyen decir que la verdad les hace libres, y que no
hay ms servidumbre que la del pecado. Todo lo que ha sido vencidodi ce Pedrose hace
esclavo de aquel que le ha vencido. Los verdaderos esclavos eran aquellos patricios
entregados a todas las concupiscencias de la carne y a todas las inquietudes de la ambicin.
No obstante, el apstol predicaba: Siervos, estad sujetos a vuestros seores, no slo a los
buenos y piadosos, sino tambin a los duros y severos, porque es una gracia sufrir, para
agradar a Dios, los castigos injustos. Es una gloria sufrir por Cristo, que ha sufrido por
vosotros; por vosotros, que sois una raza escogida, un sacerdocio real, una nacin santa, un
pueblo formado por Dios, a fin de anunciaros las grandezas de Aquel que os ha llamado de
las tinieblas a su luz admirable.
El 19 de julio del ao 64 los almacenes de aceite que estaban en las cercanas del circo
Mximo empezaron a arder; el fuego invadi todo el centro de Roma, lleg al Palatino, y
continu haciendo estragos durante seis das. De las catorce regiones de la ciudad, diez
haban sido arrasadas. Contemplando las fauces rojas de las llamas que devoraban
implacables su capital, Nern haba pasado los momentos ms divertidos de su vida. Pronto
se supo que el rumor popular le acusaba de incendiario. Fue preciso desviar el golpe y buscar
otras vctimas. Popea, la mujer juda que dominaba al emperador, los histriones hebreos que
llenaban el palacio, se encargaron de sealar los presuntos culpables: aquellos oficiales,
libertos y esclavos cristianos que infestaban ya la casa del cesar, y eran, como Tcito deca,
enemigos del gnero humano. Siguieron las matanzas en Roma, los martirios en masa y la
promulgacin del edicto neroniano en toda la extensin del Imperio: Christiani non sint.
Que los cristianos sean aniquilados. En este momento de afliccin, surge de entre la
oscuridad la voz del jefe de la Iglesia. Pedro ha recobrado la palabra de Jess: T, cuando
te conviertas, confirma a tus hermanos.
Las Iglesias de Asia, las cristiandades formadas por l mismo y por Pablo, su hermano muy
querido, gimen en la prueba, necesitan una voz de aliento, un consejo que las gue en
aquella hora difcil. Tal es el pensamiento que inspira la carta del apstol, la primera de las
encclicas que desde entonces no han cesado de instruir y dirigir el mundo. Pedro escribe
desde Babilonia, que en el lenguaje simblico de los primeros cristianos es lo mismo que
Roma. No se propone desarrollar una tesis, sino alentar a los perseguidos y prepararles al
sufrimiento y al martirio. Su escrito es una homila conmovedora y sublime, en que la
exposicin doctrinal se mezcla con las palabras de aliento y los consejos morales: reflejo
autntico del corazn ardiente que conocimos junto al lago de Genesareth, ms inclinado a la
accin y a las sbitas iluminaciones que a los largos y sutiles razonamientos. No obstante,
descubrimos un acento elocuente, una fuerza de expresin y una elevacin de pensamiento
que no aparecen en los primeros discursos pronunciados en Jerusaln: el amor, la
contemplacin de Jess durante cinco lustros, han producido en l esta transformacin. San
Pablo ha influido tambin sobre l. Pedro amaba aquel corazn generoso, tan distinto del
suyo, pero, como el suyo, inflamado en el amor de Jess. Ha ledo sus epstolas, las ha
meditado largamente, porque le parecen difciles de comprender; admira aquel estilo
fuerte y aquel vuelo de guila, y ahora, sin perder nada de su originalidad, le imita
visiblemente, no dudando en repetir pensamientos y expresiones de las epstolas a los
romanos y a los efesios, y en calcar la forma exterior, la amplitud de la frase y el lenguaje
cargado de incisos.
Poco despus, Pedro recibe noticias alarmantes de las Iglesias de Oriente; la hereja,
anatematizada ya por San Pablo y San Judas, siembra la inquietud entre los hermanos;
gnsticos y judaizantes llegan oscureciendo y adulterando el Evangelio. Antes de morir, el
prncipe de los apstoles dirige al mundo sus ltimas palabras, destinadas a ponerle en
guardia contra las seducciones del error. Empieza ponderando el don precioso de la fe, que
hace brotar en nosotros una fuente irrestaable de vida y de piedad, o, mejor an, que
nos une a la vida misma de Dios, pues por ella somos participantes de la naturaleza divina.
Y hablo contina Pedro, no exponiendo fbulas ingeniosas, como los herejes, sino porque
fui testigo ocular de la majestad, pues me hallaba presente cuando Jess recibi de Dios
Padre honor y gloria, cuando la gloria descendi de la nube y se oy la voz que deca: ste
es mi Hijo muy amado. Pedro ahora recoge las palabras de San Judas y las ampla,
representando a los falsos doctores como fuentes sin agua, como nubes agitadas por la
tempestad, como a prfidos traficantes, lanzados de aqu para all por la marejada de la
avaricia.
Pedro siente la necesidad de tranquilizar a los fieles, aterrados por el pensamiento de la
parusia inmediata de Cristo. Cristo vendr, dice; pasarn los Cielos en el silbido de la
tempestad, todos los elementos sern consumidos por el fuego, y entonces habr un Cielo y
una tierra donde habitar la justicia; pero ignora lo que ha de tardar en venir este da. Una
cosa sabe: que el llamamiento definitivo no puede tardar para l, que las puertas del reino
eterno de su Seor y Salvador Jess estn abiertas. La hora de mi muerte se acerca
rpidamente; el Seor me lo ha revelado. Perseguido por la polica, a ruego de los fieles se
haba decidido a salir de Roma; pero al llegar a las puertas de la ciudad encontr a su
Maestro, que entraba por la va Apia. Seor, adonde vas?, pregunt el discpulo; y recibi
esta respuesta: A ser crucificado de nuevo. Pedro comprendi; desanduvo el camino y
apareci de nuevo entre sus nefitos, dispuesto a afrontar todos los peligros. Poco tiempo
despus era detenido y encerrado en la crcel Mamertina, donde le haba precedido el
apstol de las Gentes. No era ciudadano romano, no tena ningn privilegio, no poda
conseguir que su causa se instruyese de una manera legal. Para l slo quedaba uno de
estos tres suplicios: la cruz, la hoguera o el anfiteatro. El capricho de los perseguidores le
destin la muerte del madero. Slo una gracia pudo conseguir: que se le crucificase cabeza
abajo. Morir sobre un trono de gloria, con la frente alta y las manos extendidas para abrazar
al mundo entero; compararse en la muerte al Maestro, hubiera sido un tormento para el
penitente humilde que haba llorado largos aos su flaqueza de una noche. Muri en el
Vaticano, cerca del palacio de Nern; y all sigue su cuerpo, venerado por toda la
cristiandad, en el templo ms grandioso de la tierra. El arte cristiano se encarg de
conservarnos su fisonoma, como los evangelistas retrataron su alma. En los frescos ms
antiguos de las catacumbas, aparece ya con su cara redonda, su barba bien poblada, su
cabellera corta y sus rasgos de campesino galileo, iluminados por un halo inefable de
inteligencia y de bondad.
Al mismo tiempo que los verdugos levantaban a Pedro en el patbulo, Pablo, su compaero,
atravesaba las calles de Roma en medio de un pelotn de soldados. Junto a la puerta de
Ostia, una mujer de porte aristocrtico sali al camino sollozando y diciendo: Pablo, hombre
de Dios, acurdate de m en la presencia del Seor Jess. El apstol, reconociendo a
Plantila, una gran dama que se sentaba entre sus oyentes con los esclavos, dijo con tono
festivo:
Buenos das, Plantila, hija de la eterna salud; prstame el velo de tu cabeza para cubrirme
los ojos. En el nombre de Cristo, dejar a tu dileccin esta prenda de mi afecto. La escolta
sigui la va ostiense, acercndose de cuando en cuando a las aguas del Tber, y
detenindose en un valle desierto y silencioso. All Pablo rez mirando hacia el Oriente,
recibi una vez ms en su accidentada existencia la caricia de las varas, vend sus ojos con
el velo de la ilustre patricia, y tendi su cuello a la espada. As muri aquel hebreo
incomparable, aquel luchador heroico, aquel ciudadano romano, que mereci ms que nadie
ser llamado ciudadano de todo el mundo. Poco tiempo antes haba podido decir aquellas
palabras sublimes: He combatido el buen combate; he terminado mi carrera; he guardado
la fe. Ahora est reservada para m la corona de la justicia, que Dios, justo Juez, me dar en
su da; no slo a m, sino a todos los que suspiran por su advenimiento. No es que est
cansado el viejo atleta; se siente ms tuerte que nunca, con la fortaleza de la fe; pero debe
irse, porque ha llegado a la meta.
Nadie poda imaginar lo que haba corrido aquel hombre desde el camino de Damasco; lo que
haba luchado aquel fariseo, que empez combatiendo a los discpulos de Jess, y,
transformado repentinamente, se haba obstinado durante treinta aos en una terrible y
gigantesca aventura. Nadie corri ms que l, y no en vanocomo l mismo dice, no
como quien azota el viento, sino con la mirada fija en el trmino infalible, empujado por el
anhelo de la gloria de Cristo, aguijoneado por el espritu del triunfo, esperando contra toda
esperanza, sin desalentarse jams, poseyendo su alma en la paciencia, l, que fue el ms
impaciente de los hombres. Ya conocemos sus primeros pasos: le hemos visto guardando los
mantos de los que apedrearon a Esteban, derribado en el camino, convertido en un vaso de
eleccin; hemos admirado al gran propagandista, que defiende los fueros de la libertad
cristiana en el Concilio de Jerusaln; que deja ciego con una palabra al mago Elimas; que se
lanza a travs del Asia, hollando sendas desconocidas, juntamente con su amigo San
Bernab; organizando Iglesias, luchando con los judos y los gentiles y levantando como un
faro el nombre de Cristo en medio de las tinieblas. Su figura se agiganta sin cesar; sus
empresas se hacen ms vastas; sus pensamientos, ms altos; su ardor, ms furioso. Es el
ao 52: va a empezar la segunda misin.
Con dos o tres compaeros, o una pequea escolta, o a veces solo. Pablo se interna de
nuevo en el imperio inmenso de los dolos: pases brbaros, ciudades paganas, caminos
enseoreados por cuadrillas de bandidos, y, lo que es peor, colonias hebreas fanticas y
rencorosas. Primero, la visita a las Iglesias formadas unos aos antes: de Antioqua a
Licaonia, de Licaonia a Pisidia, de Pisidia a Galacia; ganndose el pan con sus manos como
un obrero, caminando con los pies ensangrentados, anunciando a un Dios nuevo donde
reinan tantos dioses; al Mesas profetizado, Hijo de Dios, Seor, Redentor y Juez de vivos y
muertos; a un Dios que veinte aos antes recorri vagabundo las provincias de Judea, y fue
rechazado por el pueblo y colgado en un patbulo por blasfemo y sedicioso. Predica en las
sinagogas, pero los hebreos se tapan los odos, gritan furiosos y se conjuran para asesinarle;
predica a los gentiles en las plazas y en los anfiteatros, y mientras unos se hacen sus
discpulos, otros se amotinan, le apedrean y le maldicen. Camina como un huracn de
Oriente a Occidente, incendiando el aire con las llamaradas de su voz; va y viene: se aleja y
sbitamente reaparece cuando nadie le espera. Se le expulsa de todas las ciudades, y a
todas llega de nuevo con mayor intrepidez. La persecucin le exalta, la contradiccin renueva
su energa y su fe en el triunfo.
Los que le guiabandice San Lucas enigmticamentele llevaron hasta Atenas. Se dira
que Pablo llegaba a aquel foco de la civilizacin antigua sin entusiasmo, contra su voluntad.
No era un helenizante; en vez de admiracin y placer, el suelo tico caus en l exasperacin
y tristeza. l, que aborreca, como buen fariseo, hasta la sombra de la sombra de un dolo,
no poda ver tranquilo aquel bosque de estatuas de dioses, de semidioses, de hroes y de
ideas abstractas. Paseaba afligido y solitario por las plazas, los prticos y las cercanas de los
templos, leyendo distrado los ttulos de los pedestales marmreos; y un da, descendiendo
hacia el puerto, advirti en una ara votiva esta inscripcin: Al dios desconocido. Fue un
descubrimiento que, sin reconciliarle con Atenas, le trajo como la solucin de un conflicto
ideolgico.
Al llegar el primer sbado, habl en la sinagoga; pero diariamente se mezclaba en el gora a
los grupos de gramticos, retores y filsofos, aprovechando cualquier coyuntura para
exponer su evangelio. Sus palabras empezaron a despertar la curiosidad de aquellos
espritus, que, como en tiempo de Demstenes, se despertaban cada da preguntando:
Qu hay de nuevo? Grupos de ociosos empezaron a rodearle medio burlones; unos le
abandonaban alzando los hombros, pero otros llegaban a ocupar su puesto, preguntando:
Qu quiere este gorrin? Y los primeros respondan: Es un importador de divinidades
extranjeras. Otros, ms serios, deseando conocer mejor su doctrina, le invitaron a
exponerla en una conferencia pblica; y sin darle tiempo a reflexionar, le cogieron y le
llevaron a la colina de Ares, en la parte occidental de la Acrpolis. Contento de poder atacar
al politesmo en la ciudadela de la mitologa, Pablo empieza a hablar. San Lucas nos ha
conservado aquel discurso memorable, modelo de habilidad, de agudeza dialctica y de
nobleza de pensamiento. Partiendo de aquel dios desconocido que adoran los atenienses, el
orador llega a la revelacin del Dios que ha creado todas las cosas, que nos ha hecho a
nosotros mismos, pues somos de su raza; que nos ha redimido, y que un da resucitar
nuestra carne. Al hablar de la resurreccin de los muertos, su voz fue interrumpida por
gritos, murmullos y carcajadas. Un gran nmero de los oyentes desfilaron; otros, ms
corteses, se acercaron al orador y le dijeron: Por hoy, basta; otra vez nos hablars de estas
cosas. Sin embargo, algunos creyeron, entre ellos un asesor del Arepago, llamado
Dionisio, y una mujer que llevaba el nombre de Dmaris.
Al salir de Atenas, Pablo deba de pensar con tristeza que haba trabajado con poco fruto. Su
discurso, no obstante, sealaba un momento culminante de la expansin del cristianismo:
despus de aquel reto lanzado a la Palas Atenea de Fidias y Platn, era evidente que la
sabidura antigua no poda dar al mundo lo que le haba prometido, que la razn deba ser
iluminada por la fe. En medio de todo, poda estar satisfecho. Infatigable en su esperanza,
caminaba hacia una nueva conquista. Iba hacia Corinto, donde reinaba Cipris, servida por un
colegio de mil sacerdotisas; pero tal vez se consolaba pensando que los demonios de la
carne ofreceran menos resistencia que el orgullo de los sabios.
Efectivamente, encontr una masa cosmopolita propicia a la levadura evanglica. Todo le
prometa una estancia larga y fructuosa en la gran ciudad del estrecho; y as, busc el medio
de ganarse la vida. Un fabricante de tiendas le tom a su servicio; y pronto el nuevo
trabajador tuvo tal ascendiente en la casa, que se apoder de todas sus almas, no por los
discursos persuasivos de la sabidura, sino por la manifestacin del espritu y del poder. A
todos los dones sobrenaturales se juntaba en l una caridad cortante como el cuchillo, dulce
como el aceite, que suaviza las heridas. Cada sbado disputaba en la sinagoga, hasta que un
da, cansado por las blasfemias y las injurias de sus enemigos; sacudi el polvo de su manto
y sali diciendo: Que vuestra sangre caiga sobre vuestra cabeza; yo estoy sin mancha;
ahora me dirigir a los gentiles. El jefe de la comunidad hebrea y muchos otros se fueron
con l. Su palabra tuvo una eficacia prodigiosa. Durante un ao y seis meses no ces de
bautizar, de predicar y de discutir; y ya tena una Iglesia numerosa, cuando estall el odio de
los judos. No atrevindose a dar muerte al innovador, le arrastraron ante los tribunales
romanos. Galln, procnsul entonces de Acaia, digno hermano de Sneca, que alaba su
carcter bondadoso, comprendi que se trataba de un asunto de doctrina, y haciendo un
signo a los lictores, orden que arrojasen de su presencia a los acusadores y al acusado.
Este suceso aceler la marcha del apstol. Tena verdaderas ansias de visitar las iglesias de
Palestina, en las cuales haban intrigado sin descanso los judaizantes durante los tres aos
de la segunda misin (52-55). Para hacer irrevocable su vuelta a Jerusaln, haba
pronunciado el voto del nazirato, que le obligaba a abstenerse de vino durante treinta das, a
rasurarse la cabeza y a realizar ciertos ritos en el templo. As termin aquella marcha, llena
de peripecias emocionantes, a travs de medio mundo.
La figura del apstol se nos presenta con un relieve tan prodigioso a travs de aquellas
correras, que ningn pincel podr abarcarla nunca en toda su esplndida complejidad. El
mundo no ver jams otro hombre como Pablo, dijo San Juan Crisstomo, el ms ilustre de
sus comentaristas. Su misma fisonoma condensa tan mltiples caracteres, que ninguna
imagen plstica lograr reproducirla completa. Era feo y pequeo. La medalla del siglo II, en
que aparece frente a la cara redonda de San Pedro, le representa calvo, el rostro arrugado,
la nariz aplastada, huidiza la frente, y en lo ms alto los ojos. Pero all no se descubre nada
de la tensin de su fuerza incontrastable, ni de su llamarada mstica, ni de aquel ademn que
subyugaba a los hombres de una manera fulminante. Voluntad magntica, tena el don de
reaccionar enrgicamente contra todas las contradicciones. Su mirada y su gesto eran los del
hombre de mundo, y el acento de su voz haca posible lo imposible. Convenca porque
enseaba por el ejemplo. Le bastaba descubrir los callos de sus manos y las cicatrices de su
cuerpo para probar que ni el hambre, ni las varas, ni los caminos, ni los naufragios, pueden
detener al que Dios gua. Nada puede compararse a la sutileza y claridad de su inteligencia.
Con la lmpara de la fe en la mano, descubre en las conciencias misterios que ni los ms
grandes filsofos haban llegado a adivinar. Es un psiclogo sutilsimo, un dialctico
formidable, un estilista nico. Sin embargo, ni razona, ni analiza, ni escribe por puro placer,
sino slo por iluminar las almas, por transformarlas, por lanzarlas a Dios. Tena una gran
cultura, capaz de deslumbrar a los hombres ms cultos, como nos lo prueba la burla del
procnsul Festo: Has ledo mucho, Pablo, y eso te ha vuelto los sesos agua. Sin embargo,
desprecia la ciencia rabnica, las disciplinas de los retricos y las disputas profanas de los
sabios. Discurre de una manera violenta, rpida, intuitiva; dramatiza sus argumentos, los
deja sin completar, arrastrado por el torbellino de las ideas, y lo mismo sus premisas que sus
conclusiones, se nos presentan tumultuosamente y de improviso. Poco importan los saltos
ideolgicos, las transiciones oscuras, las salidas inesperadas; si seguimos investigando bajo
la oscuridad aparente, que en realidad es profundidad, encontraremos luminosidad radiosa, y
el escritor acabar subyugndonos con su vehemencia huracanada, por su lmpida amplitud,
por su lirismo.
La frase de San Pablo es su misma palabra vibrante y nerviosa, con la nerviosidad
apasionada de un hombre que, en virtud de los principios de la razn, ha logrado el dominio
perfecto de sus mpetus terribles; de un hombre que, a diferencia de San Pedro, ms que un
temperamento impulsivo, tiene una violencia razonada y dogmtica. Al leerle nos parece
escuchar sus disputas en las sinagogas. Hasta se dira que se resiste a escribir, aunque en
realidad no escribe; l dicta y Timoteo recoge sus argumentos. No puede estar en todas
partes; y esto le obliga a extender la palabra muerta sobre la hoja muerta del pergamino.
Pero las Iglesias reclaman soluciones urgentes: aqu un cisma, all una persecucin, ms all
un escndalo, o un ataque de la hereja, o el terror de la parusa cercana. Y llega la carta con
la solucin neta, firme, definitiva; y con la solucin, aquellos consejos prcticos que
condensan toda la moral cristiana y aquella teologa inmensa que ningn comentario ha
podido agotar todava; aquella doctrina, siempre profunda y precisa, nunca hipottica o
vacilante, que nos lleva de misterio en misterio, de claridad en claridad, como reflejando en
un espejo la gloria del Seor, desde las lejanas de la predestinacin hasta las
magnificencias del reino celeste; desde el abismo de la cada a las sublimidades de la
redencin, de la comunin de los santos, de la humillacin del Verbo y de la accin
misteriosa del Parclito en las almas. Y quin ha cantado como Pablo la caridad? No basta
aquel himno de la primera epstola a los corintios para consagrarle como poeta soberano?
Siempre que oigo esa trompeta espiritualexclama el Crisstomo, me estremezco de
jbilo, me inflamo, y hierve mi pecho en un deseo celeste; me parece or una voz amiga, ver
un rostro inolvidable, escuchar al mismo Pablo exponiendo el reino de Cristo. Todo lo que s,
si s alguna cosa, se lo debo a la agudeza y bondad de este ingenio, porque he de confesar
que no tengo valor para apartarme de su lectura.
Por un momento, el hombre cuyo destino parece ser caminar siempre, nos da la impresin
de haber encontrado una residencia fija. Sin embargo, no descansa. Est en feso
trabajando y enseando. Ha empezado su tercera misin (55-59). La gran metrpoli asitica,
nudo de todas las rutas orientales y occidentales, es un punto estratgico para arrojar la
semilla evanglica. Segn su mtodo, empieza en la sinagoga; pero a los tres meses tiene
que romper con los judos. Entonces alquila por dos horas, de once a una, el gimnasio de un
profesor de filosofa, y all instruye a sus discpulos. El resto del da zurce y teje para ganarse
el pan, y por la noche va de casa en casa, animando a los fieles, convenciendo a los paganos
y exhortando con lgrimas a los judos a la penitencia. Una puerta grande y poderosa se
abra delante de lsegn su propia expresin; pero los enemigos son muchos, aada
con tristeza. Y ms tarde podra decir: Al combatir en feso con las bestias feroces, qu
fruto he sacado, si los muertos no resucitan? Los magos y encantndoles empezaron a
envidiar sus poderes sobrenaturales, muy estimados en aquella ciudad famosa por sus libros
de encantamientos, por sus prcticas mgicas y por su aficin a los misterios de la brujera.
A la envidia se junt el inters. Los orfebres advirtieron que no vendan tantos objetos
religiosos como antes. Haba disminuido, sobre todo, la venta de imgenes de Artemis, que
era la patrona de la ciudad. Un demagogo se propuso explotar esta circunstancia para
arruinar al predicador judo, y estuvo a punto de conseguir su objeto. Excitado por sus
palabras, el pueblo se amotin contra el apstol, y se dirigi hacia el anfiteatro, gritando
furioso: Grande es la Artemis de los efesios. Exaltado por el peligro, Pablo quiso lanzarse
en medio del tumulto, pero los hermanos le disuadieron y le sacaron de la ciudad. Sus
huspedes estuvieron a punto de perecer; todo eran odios, persecuciones y emboscadas
contra el hombre que era todo una brasa incandescente y palpitante de amor. Esta prueba le
dej completamente abatido. Me encuentro abrumado exclamaba, hasta el punto de no
saber cmo vivir. Una fatiga mortal haba agotado las energas de su cuerpo: El hombre
exterior, en m, se desmorona. El interior, sin embargo, se renovaba constantemente:
Cuando estoy dbil, entonces soy ms poderoso. Y aada magnficamente: A fin de que
no pongamos la confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos.
Nuevamente aparece en la Hlade, visita las iglesias antes fundadas, funda otras nuevas, y
por primera vez llega hasta el mar Adritico. Mi campo de accindice a los romanosse
extiende en todos los sentidos, desde Jerusaln hasta la Iliria. Pero ahora piensa en Roma,
en los confines del Imperio, en Finisterre. Aqu ya no hay sitio para m. Hace muchos aos
que deseo veros. Si voy a Espaa, espero, de paso, veros; y despus de haberme saciado en
cierto modo de vosotros, vosotros me pondris en el camino de aquella tierra. Si voy a
Espaa! Porque ir a Espaa! La amplitud de su ambicin no tiene otros lmites que los del
mundo; tiene impaciencias divinas por ver el nombre de Cristo pregonado y adorado hasta
en las extremidades de la tierra. Pero antes va a despedirse de Jerusaln. Es un viaje lleno
de tristes presentimientos y de incidentes dolorosos. Hay que ir de la tierra al mar y del mar
a la tierra, porque los sicarios y los piratas espan los caminos. En Mileto, aquella escena
desgarradora y aquella despedida emocionante, en que el peregrino infatigable llora porque
ya no va a ver el rostro de los que ama. S que me aguardan las cadenas, pero lo nico
que me importa es terminar alegremente mi carrera.. Vosotros sois testigos de que estoy
limpio de la sangre de todos... Jams he dado un paso atrs, tratndose de anunciar la
voluntad de Dios... No he deseado ni plata, ni oro, ni manto de nadie.... Os he enseado a
recordar las palabras del Salvador Jess: Ms dicha es dar que recibir. Cuando los
discpulos se cubren la cara, porque no se vean sus lgrimas. Pablo les interpela diciendo:
Por qu lloris? Por qu me rompis el corazn? Sabed que estoy dispuesto no slo a ser
encadenado, sino a morir en Jerusaln por el nombre del Seor Jess.
Y sucedi que durante las fiestas de Pentecosts del ao 59, paseando Pablo por las
cercanas del Templo con un hermano procedente de la gentilidad, estall de repente este
grito terrible: Miradle, ha metido a los griegos en el Templo. Sreplicaban otros, ha
manchado el lugar santo; es el hombre que va por el mundo enseando contra la Ley y
contra el Templo. Pablo protestaba de su inocencia, pero nadie le haca caso; una turba
feroz caa sobre el, empujndole, golpendole, apalendole. Pareca haber llegado el ltimo
momento de su vida; de repente, sonaron los clarines guerreros; al primer ruido del pueblo
amotinado, una cohorte haba salido de la torre Antonia, y el tribuno apareca, con la espada
levantada, abrindose paso entre el populacho: Dejad ese hombre; es nuestro, grit
imperiosamente; y los legionarios le arrancaron del furor judaico. En este momento, Pablo,
arrebatado por una idea sublime, dijo al tribuno: Voy a pedirte una cosa, y es que me
permitas hablar a este pueblo. Habla, respondi secamente el guerrero. Y Pablo se volvi
hacia la multitud de judos de la ciudad y de la dispora, de proslitos y de paganos, de
curiosos y de fanticos, que gritaban todava, blandiendo los puos y los bastones. Al primer
gesto de aquel hombre sudoroso, polvoriento, desgreado y destrozado, sigui un silencio
mezclado de estupor; y, una vez ms, en presencia del Templo de Salomn, como antes
delante del Partenn, expuso en un lenguaje magnifico la doctrina fundamental de su
Evangelio, dirigido a los judos y a los gentiles. Al or esta palabra, los gentiles, los goim
odiosos e inmundos, los ladridos se renovaron; piedras, basuras y salivazos caan sobre el
orador; tal era el delirio de la multitud, que el tribuno se apresur a meter al prisionero en la
torre.
Despus, el viaje de Jerusaln a Cesarea entre numerosa escolta;
all, dos aos de prisin, mientras se sustanciaba el proceso del
sanedrn contra el apstol (60-62); la apelacin de San Pablo al
csar; el viaje terrible a travs del Mediterrneo y el naufragio
memorable que San Lucas nos ha pintado con un dramatismo
emocionante. Al pasar junto a las costas de Creta, un viento
africano asalta violentamente el navo. Pablo previene el peligro,
pero el capitn sonre escptico, alzando las espaldas, y da la
orden de avanzar. Sbitamente, las montaas de la isla arrojan
sobre las aguas un espantoso huracn. El euroquilo!, gritan
los marinos, aterrados. Hubo que arriar velas y dejar la nave a
merced de la noche y de la tempestad. El mar ruga, y las olas
tocaban las nubes, como si las agitase una horda de demonios. Los das pasaban, y el sol se
obstinaba en ocultarse. Una maana, cuando todos se juzgaban perdidos, Pablo, siempre en
el puente, hizo renacer la esperanza. Hombresdijo, debierais haberme escuchado antes;
pero confiad todava: se perder el barco, pero ninguno de nosotros perecer. Os lo digo en
el nombre del Dios a quien sirvo. Al da siguiente se oy el ruido del ncora, que araaba el
fondo. Se acercaban a tierra. Temblaron pensando que podan encontrar un arrecife;
lanzaron cuatro ncoras para evitar el peligro, y cayeron en otro peligro mayor; el agua
llenaba el barco. Los marinos piensan en la fuga, y en aquel momento Pablo salva la
situacin. Es el jefe, el mstico y el hombre de accin. Camina entre los hombres extenuados,
detiene a los fugitivos, organiza el salvamento, y pensando que, ante todo, conviene reparar
las fuerzas, toma el pan, lo bendice y lo reparte. Luego ordena: Que los que saben nadar se
lancen al agua; que los dems salten a las lanchas. La quilla haba chocado en un banco de
arena; pero el pasaje haba llegado a las playas de Malta. All, la hoguera, la picadura de la
vbora, el pasmo de los isleos: Muy desalmado debe de ser este hombre... Y al ver que
SAN BUENAVENTURA
Obispo y doctor de la Iglesia
(1227-1274)
Doctor Serfico
Memoria
15 de julio
Corre el ao 1250: lucha enconada entre los doctores de Pars, aires de renovacin, sutilezas
dialcticas, proyectiles silogsticos, alborotos estudiantiles en el aula y en la calle. Antiguos y
modernos. Antiguo: el violento Guillermo de Santo Amor, que gesticula en el claustro de la
catedral con los ojos inflamados. Moderno: el pequeo y sutil Alberto Magno, el maestro
blanco, que llena con su voz sonora el aula escolar del convento de Santiago. Ms moderno
todava: el blondo, jven, entusiasta y optimista Sger de Brabante, a quien aclama una
juventud inquieta en el monasterio de los agustinos. Ni antiguo ni moderno, indeciso,
conciliador eclctico: el maestro pardo, la figura plida y prcer de fray Buenaventura, que
tiene su ctedra en el convento de los franciscanos. Son los grandes maestros de la Sorbona.
Todos comentan al maestro de las Sentencias; pero ms que en Pedro Lombardo, piensan en
Aristteles. En las escuelas de Santiago se le venera y se le estudia; todo all es mtodo
aristotlico: potencia, acto, categoras, predicamentos... En la catedral se le abomina; el gua
de los guillerminos es San Agustn. Los discpulos del flamenco sostenan una doctrina
ultraperipattica: el Estagirita, como le haba presentado Averroes, sin expurgos, sin
explicaciones. Haba que aceptar la doctrina completa del mesas del pensamiento, aunque le
hiciesen decir que el alma humana no era inmortal, que el mundo no haba tenido comienzo,
que Dios crea necesariamente, que la doctrina de la Providencia es una opinin piadosa, que
el fatalismo rige las acciones humanas, que los mritos y los castigos y las recompensas son
puras ilusiones populares, y las ilusiones una mitologa potica y simblica, que el sabio debe
respetar sin encadenar su inteligencia.
Cuando, a los veintids aos, Buenaventura llega a Pars, mira con un poco de terror la
tolvanera ruidosa de maestros y discpulos. En la sencillez de su espritu, jams haba
pensado que la ciencia poda complicarse de aquella manera. Lo que l buscaba, ante todo,
era un camino para llegar a Dios. Siendo nio, cuando viva con sus padres en su aldea
toscana de Bagnorea, cuando se llamaba todava Juan de Fidanza, San Francisco de Ass
haba pasado frente a su casa, le haba visto desganado y doliente en el regazo de su madre,
haba puesto sobre su cabeza rubia sus manos temblorosas, le haba curado y le haba
llamado a la sociedad de los Hermanos Menores. Parece como si el patriarca, prximo a
morir, hubiese querido dejar en aquel muchacho una centella de su grande espritu; aquel
ardor, serfico, aquella locura de la sabidura de Cristo, aquel amor celeste que a l haba
llevado por los campos de Umbra, y un poco tambin aquel miedo a los castillos de palabras
que construan los hombres. Afortunadamente, el joven franciscano encuentra en Pars un
hombre que sabe animar la ciencia con el soplo de la piedad, y animar el fro organismo
aristotlico con el fuego agustiniano. Mi padre y mi maestro llamar San Buenaventura al
Doctor Irrefragable, Alejandro de Hales. Tres aos sigui sus lecciones, y en 1247 hered su
ctedra. Era entonces un mozo alto, dulce, grave, humilde, imitador perfecto de la vida
sencilla del serafn de Ass.
Como todos los maestros de aquel tiempo, empez comentando a Pedro Lombardo.
Explicaba y escriba a la vez, y as naci su primer libro, el ms filosfico, el ms escolstico
de todos: Commentarii in quator libros Sententiarum. A travs de l podemos rastrear lo que
era su clase. Desde el prlogo nos sorprende la definicin de la teologa como una ciencia
afectiva. El corazn habla tanto como la inteligencia; la imaginacin irrumpe audaz en
vuelos brillantes, arde la uncin y palpita la poesa. No es un comentario rigurosamente
cientfico, como se hubiera deseado en el convento de Santiago; es una obra de especulacin
y de edificacin a la vez, penetrada de espritu franciscano, iluminada por los reflejos de la
Belleza Suprema, cuyas huellas persigue afanosamente este discpulo de aquel hombre que
no se cansaba de decir: Dios mo y todas mis cosas! Descubrimos, adems, otros rasgos,
que tal vez proceden de la fiel interpretacin del ideal de San Francisco: la humilde sumisin
a la autoridad, la concisin del estilo, la veneracin a los telogos y el respeto a las opiniones
ajenas.
Fray Buenaventura no quiere luchar. Es un temperamento pacfico. Todava no ha terminado
de explicar las Sentencias, cuando llega a Pars un compatriota suyo, el dominico fray Toms
de Aquino. ste tiene una vocacin guerrera: es un innovador, casi un revolucionario.
Encastillado en la torre del aristotelismo, se defiende solo contra todos y ataca con mpetu
victorioso. Buenaventura, en cambio, huye de toda estridencia ruidosa, teme la novedad y se
abriga al amparo de la tradicin. Desprecia las cuestiones intiles, y toda curiosidad le
aterra. No se saca utilidad ningunadiceen atizar el fuego de las disputas. En su
Para San Buenaventura, como para San Agustn, la unin del alma con Dios es el trmino de
toda ciencia, y esta unin se verifica por el amor. De aqu, el carcter de su enseanza, ms
efectivo y prctico que especulativo. Arrastrado por los arrebatos de la elocuencia popular, no
le importaba del mtodo de la escuela, con tal de hacer ms virtuosos a sus discpulos. Si el
Doctor Anglico se esfuerza, ante todo, por iluminar las inteligencias, l est contento si
logra inflamar los corazones. Los dos grandes maestros tuvieron que encontrarse muchas
veces en las calles de Pars, en los prticos de las iglesias y en las funciones solemnes de la
Universidad. Sin duda, se comprendieron, se estimaron y se respetaron mutuamente; pero
nada sabemos en particular de sus relaciones. Una cosa es cierta: que mientras
Buenaventura estuvo en Pars, las relaciones entre franciscanos y dominicos fueron cordiales,
y que cuando Buenaventura dej la ctedra, el convento de San Francisco se convirti en una
barricada antitomista. Sin embargo, eran dos naturalezas distintas: coincidan en los grandes
principios, se encontraban en las conclusiones fundamentales, pero cada uno segua su
camino. El unodice Dantefue todo serfico en ardor; el otro fue, por la sabidura, un
esplendor de luz querbica en la tierra. Santo Toms nos dej una construccin filosficoteolgica, un sistema, un organismo completo, que no encontramos en San Buenaventura;
aunque, como dir el Pontfice Sixto V, existe entre los dos una unin perfecta, una
semejanza maravillosa de virtud, de genio, de mrito y santidad.
Lleg un momento en que los dos gigantes del pensamiento cristiano tuvieron que juntar sus
esfuerzos para hacer frente a un enemigo comn. La campaa aristotlica se haba
complicado ahora con una enconada aversin a las Ordenes mendicantes. En treinta aos,
los discpulos de San Francisco y de Santo Domingo haban invadido el mundo, y esto era
suficiente para provocar un desequilibrio peligroso en la Iglesia, con detrimento del clero
secular. Hubo protestas iracundas contra el espritu de innovacin que animaba a los nuevos
institutos, contra su tendencia a invadir las ctedras, a apoderarse de la enseanza en las
Universidades, y a acaparar la influencia en el pueblo por medio del ministerio y la
predicacin. El centro de la querella estaba en Pars, y el mayor enemigo de los frailes era
tambin el mayor enemigo de Aristteles, el testarudo Guillermo de Santo Amor. Se lanzaban
excomuniones, libelos e insultos; los Hermanos eran asaltados en las calles, apaleados y
escupidos, y los estudiantes consideraban ms cmodo glosar a costa de las nuevas Ordenes
que descifrar las glosas d los manuscritos. Los Menores y los Predicadores encargaron de la
defensa a sus dos mejores telogos, a Fray Toms y Fray Buenaventura. Fray Buenaventura
consagr un curso a refutar los errores del maestro de la catedral, y a continuacin public
sus cuestiones De perfectione evanglica, apologa apasionada y triunfante de la perfeccin
cristiana,
que
desenmascar
la
hipocresa
y de filsofo a la vez es El itinerario de la mente hacia Dios, que nos revela como ninguna
otra el espritu y el corazn del Doctor Serfico. En ella se encuentra aquella magnfica
definicin de Dios, que desfigura Pascal aplicndola a la naturaleza: Dios es una esfera
infinita cuyo centro est en todas partes y la circunferencia en ninguna. Es un tratado
donde al anlisis ms sutil y a las ms profundas observaciones, se junta una poesa ntima y
centelleante. Hay en l fuerza de persuasin, encanto de lenguaje y bellos apostrofes, como
ste que San Buenaventura dirige a los discpulos de Averroes y de Sger de Bravante: Es
verdaderamente extrao que no podis descubrir el principio de todas las cosas, cuando se
halla tan cerca de vosotros, cuando podis ver su nombre con letras de fuego en la bveda
del firmamento, y con letras de oro en el fondo de vuestras conciencias.
Ese principio supremo fue el objeto de todos los anhelos de aquel gran corazn; y su vida, un
itinerario constante hacia Dios. Le busc con la trplice mirada de que l mismo nos habla: la
mirada de la carne, que se derrama por el exterior; la de la inteligencia, que se hunde en el
fondo de nuestro ser, y la del espritu, que se dirige hacia el mundo de las cosas superiores;
el ojo del poeta, el ojo del filsofo y el ojo del mstico. Tres procedimientos distintos, que l
supo unir maravillosamente para llevar hasta Dios el carro de su alma. Ni el poeta perjudic
al filsofo, ni el filsofo entorpeci las alas del mstico. La filosofa apart al misticismo de
fanatismos quietistas y aventuras de visionario; el misticismo calde y anim las
especulaciones filosficas, y la poesa aadi el vibrante aleteo de sus ascensiones y la
vestidura luminosa de sus imgenes.
Mara Magdalena, detalle del retablo del Altar Mayor (Artista: Simone Martini, 1321), Orvieto, Italia
El primer encuentro fue en los das gozosos del ministerio de Jess, cuando en las riberas del
lago perduraban an los ltimos ecos del sermn de la Montaa. Caminando a travs de
Galilea, el divino vagabundo ha entrado en Nam, villa graciosa que se empina en un escarpe
del Tabor para contemplar la llanura del Esdreln. El pueblo le circunda admirativo, y seala
con el dedo al hijo de la viuda que acaba de venir del reino de la muerte. Todo lo llena la
fama del taumaturgo, y hasta los doctores se honran sentndole a su mesa. Simn es en
Nam uno de los ms prestigiosos representantes del farisesmo. Tambin l quiere recibir al
hombre extraordinario: ha preparado un banquete, ha sacado la vajilla ms rica de su casa y
ha invitado a sus mejores amigos. Tal vez siente por Jess una estima secreta, pero la
rigidez del orgullo farisaico le impide cumplir los deberes de la hospitalidad. Manda sentar al
ilustre invitado sin lavar sus pies, sin besar su mejilla, sin perfumar sus cabellos, como lo
exigan las viejas tradiciones hebreas. Segn costumbre. Jess deja las sandalias a la puerta,
entra en la sala del festn y se recuesta en su lecho, el cuerpo extendido, el busto apoyado
sobre el brazo izquierdo, y los pies echados hacia afuera. La sala est abierta y la multitud se
agolpa en el prtico y junto a las ventanas, contemplando y escuchando a los maestros de
Israel. Se charla, se discute, se alaba con voces gangosas la pesca de Corozan y Bethsaida y
se hace honor a los vinos de las vias galileas. Jess habla poco; su mirada serena se fija
sobre la multitud, como si buscase alguna cosa.
De repente, la mujer a quien aguarda aparece en la puerta, y, sin detenerse, se acerca al
Seor y se arrodilla delante de l. Tmida y audaz al mismo tiempo, indiferente a la lluvia de
miradas que cae sobre ella, pero a la vez con un gesto de infinito respeto, rompe el cuello del
frasco de alabastro que lleva apretado contra el pecho, y vierte los perfumes sobre los pies
de Jess. Todos los comensales se llenan de admiracin, toda la estancia se llena del olor de
aquel ungento. Con amor y con delicadeza, con la misma atencin que una madre pone
para lavar el cuerpo de su hijo, roca ella aquellos pies portadores de la paz; hasta que, no
pudiendo contener la ola de ternura que la aprieta el corazn, rompe en llanto, dejando caer
raudales de lgrimas calientes. La congoja le impide hablar, pero llora; llora en silencio,
manifestando, como puede, su humildad, su gratitud, su arrepentimiento. Los pies del
Nazareno estn hmedos de llanto y de nardo; la pobre mujer no sabe cmo enjugarlos; no
lleva un lienzo blanco, y su velo le parece indigno de tocar la carne de su Seor; pero tiene
su cabellera fina y suave, aquella cabellera de seda dorada que era la admiracin de las
gentes. Sueltas las cintas y las peinetas, recoge las trenzas, y lentamente, amorosamente,
las va pasando por los pies virginales de Jess, y luego besa esos pies que acaba de enjugar
y los oprime apasionadamente con sus manos.
Los comensales se miraban unos a otros con caras de
pasmo. Por qu Simn consiente esta escena en su casa?
Por qu sus criados no arrojan de aqu a esta mujer
perdida? Esto parecan decir sus miradas. Simn, en el
fondo, se senta satisfecho. Parecale haber descifrado un
enigma. Por fin saba a qu atenerse con respecto a aquel
convidado misterioso, que pareca humillar a los ms
grandes de Israel con slo su mirada. En rigor, era un hombre como los dems; susceptible
de engao y no insensible a las caricias de una mujer. Si ste fuese profetadeca en su
interior, debiera saber qu clase de persona es la que le toca; debiera saber que es una
pecadora. Y al mismo tiempo revelaba en su ademn la complacencia y el desprecio. Pero
Jess, que ha ledo en el corazn de la pecadora, descubre tambin el pensamiento del
fariseo, y, respondiendo a l, dice: Simn, tengo una cosa que decirte. Y Simn responde:
Maestro, habla. Un acreedorprosigue Jess tena dos deudores; el uno le deba
quinientos denarios y el otro cincuenta. Y como ni uno ni otro tenan con qu pagar, les
perdon la deuda. Quin de ellos le amar ms? Y Simn respondi: Supongo que aquel
a quien ms perdon. Has juzgado rectamente, dijo Jess; y sealando a la mujer,
prosigui: Ves esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies;
pero ella me los ha regado con sus lgrimas y secado con sus cabellos. T no me has dado el
beso de costumbre; pero ella, desde que ha entrado, no ha cesado de besarme los pies; no
me has ungido con leo la cabeza, pero ella me ha ungido los pies con perfumes. Por eso te
digo que ha amado mucho, porque es grande la deuda que tena. Luego dijo a la mujer:
Tus pecados te son perdonados.
Los invitados de Simn haban seguido la parbola en silencio. Poco a poco el aire malicioso
del principio haba desaparecido de sus semblantes; ahora estaban estupefactos. Las ltimas
palabras de Jess les deconcertaban, y no podan menos de decirse, con un sentimiento de
respeto:
Quin es ste que perdona los pecados? Pero a Jess no le importaban sus reflexiones;
volvindose hacia la pecadora, le dijo: Tu fe te ha salvado; vete en paz. Y la pecadora
sali, no ya a buscar las amargas alegras del placer, sino a abrazarse con los rigores de la
expiacin.
Porque esta pecadora, cuyo nombre calla San Lucas, no parece ser otra que la Magdalena. El
Evangelio no lo indica claramente; pero una tradicin venerable, que cuenta, entre los
antiguos, a Tertuliano, Clemente de Alejandra, San Cipriano, San Jernimo, San Agustn,
San Gregorio Magno y San Cirilo de Alejandra, y entre los modernos, a Baronio, Lacordaire,
Maldonado y los Bolandistas, defienden la identidad de Mara de Magdala, Mara de Betania,
y esta desconocida que irrumpi en la sala del banquete. Su nombre y su historia han dejado
huellas en los libros rabnicos. La leyenda del Talmud nos habla de su esplndida hermosura,
de su cabellera famosa, de su ingenio peregrino, de sus riquezas y de sus escndalos.
Casada con un doctor de la Ley, hubo de sufrir los celos rabiosos de su marido, que la
encerraba en casa siempre que tena que ausentarse. Altiva e impetuosa, rebelse contra
esta tirana, sacudi todo yugo, se fug con un oficial de las tropas del csar, y con l se
estableci cerca de Cafarnam, en el pueblecito de Magdala, llenando las cercanas del lago
con el ruido de sus desrdenes. All, sin duda, oy hablar del profeta que prometa la
felicidad al que sufre y es despreciado y es blanco de ultrajes y de insultos. En la soledad de
las horas vacas que siguen siempre a las horas perversas, debi ella considerar ms de una
Vez la tristeza de su vida de pecado: el ocaso de la belleza, la vanidad de un cuerpo
consagrado a la voracidad de los gusanos, la miseria de los paos de seda, de las joyas; de
los ungentos destinados a crear impresiones falaces, a esconder las tristezas y fealdades
del alma. En esta soledad interior llegaron hasta ella los primeros ecos de la buena nueva;
las luces alegres del sermn de la Montaa y de las parbolas del lago: Bienaventurados los
limpios de corazn... Llamad y se os abrir; buscad y encontraris. Quin de vosotros, si su
hijo le pide pan, le dara una piedra?... Estas palabras despertaron en ella una energa
sobrenatural: sintise libre, fuerte, capaz de vivir siempre en humildad de corazn, de
regenerarse, de penetrar otra vez en las puras claridades del alma. Y sin hesitar, busc a
Jess, el nico que no la haba de rechazar; le busc con un amor impetuoso, una voluntad
resuelta de romper con el pasado. Y llegaba a Nam transformada, iluminada por la gracia,
purificada por la llama de la caridad. Haba pecado mucho, y por eso amaba mucho al que la
llam y la salv y la convirti y la perdon, y sus lgrimas, esos perfumes y ese silencio, no
son ms que la expresin humilde de su amor agradecido.
Desde este momento, Mara Magdalena queda asociada al grupo de los ntimos de Jess.
Todo haba cambiado en ella. Antao, cuando en las noches de tempestad las nubes se
agarraban al aire pesado del mar de Genezareth, siete espritus inmundos mezclaban sus
carcajadas de stiros entre el retumbar del trueno, apestando la atmsfera con sus hlitos
malficos y esperando el momento oportuno para arrojarse sobre su presa. Eran los
demonios de la pecadora. Ella los reciba complaciente; les abra su casa, su corazn y sus
sentidos. Estaba dominada, tiranizada por ellos, y slo para ellos viva; para los convites
suntuosos, para las languideces de la molicie, para la ostentacin soberbia del poder y la
belleza, para el apetito insaciable de las tnicas ostentosas, de los collares deslumbrantes,
de las sedas de Jonia, de las nforas de Agrigento; para las terribles explosiones de la
envidia y del rencor, para todas las abyecciones de la concupiscencia y del placer. Toda esta
bandada infernal haba huido con vuelo de pjaros nocturnos y agoreros. Aquellos ojos, fijos
antes inexorablemente sobre las cosas de los sentidos, se haban vuelto de una manera
definitiva hacia la luz de la vida verdadera. Ardientes, insaciables, extticos, slo una cosa
les llenaba: la presencia de Jess. Mara Magdalena viva slo para esta contemplacin
ardiente y apasionada. Seguale silenciosa, recoga sus miradas y sus gestos, meditaba sus
palabras y buscaba el sentido profundo de sus milagros. Entre la compaa de mujeres
piadosas que detrs de los Doce le seguan, l rara vez pareca distinguir aquella figura
doliente que le miraba con ojos secos e inmviles, como los de aquellos que han llorado
todas sus lgrimas. Pero ella sentale dentro de s, y ese sentimiento dejaba en su alma un
consuelo perenne, una luz sin sombra, una esperanza libre de inquietas incertidumbres. Lo
dems la importaba poco: el ltimo lugar le basta; un rincn entre los discpulos de Jess;
un puesto humilde entre sus oyentes, lo bastante cerca para poder espiar sus movimientos y
no perder el acento de su voz. Un da, sin embargo. Jess se acuerda de ella: es el da de la
resurreccin de Lzaro. Mara llora la muerte de su hermano; sabe que Jess llega a Betania,
pero sigue sollozando con la cabeza oculta entre las manos, hasta que Marta llega y le dice:
El Maestro est ah fuera y te llama.
Mara vive ahora en Betania, a dos horas de Jerusaln; vive con sus hermanos, Marta, la
activa, y con Lzaro, el hombre en quien se manifest la gloria de Dios.
Son los huspedes de Jess cuando va a la ciudad santa, y cuando vuelve, el Maestro se
detiene en su casa; all come, all duerme, all hace sus milagros, all predica su doctrina. La
casa de Lzaro es, en Judea, lo que era la de Pedro en Cafarnam. Desde que pasa el
umbral, Marta empezaba a trajinar por la casa; Lzaro se acercaba con el agua de las
abluciones, clavando en el Seor una mirada de gratitud y de asombro, como de quien haba
visto la muerte; Mara quedaba como arrobada en un xtasis, inmvil, sin poder hacer otra
cosa ms que contemplar a Jess, admirarle, escucharle, sentir la caricia de su acento y el
latido de su corazn. Ya era bastante; era lo mejor, lo ms perfecto, porque las ansias del
amor encontraban as un alimento ms puro y una ms alta manifestacin. Ha entregado su
alma, toda su alma embelesada. Qu importa el cansancio de las manos, si puede ofrecer a
su Dios el homenaje rendido del corazn? Y el Maestro aprueba su conducta: Mara ha
escogido la mejor parte, que nadie le arrebatar.
Lo mismo unos das ms tarde, cuando la segunda
uncin. Fue tambin en un banquete, un banquete
celebrado en Betania. Marta sirve a la mesa; Lzaro se
sienta al lado de Jess; en la sala hay muchos judos,
que han venido de Jerusaln para ver al resucitado.
Haba adoradores, haba espas y haba curiosos ojos
baados de admiracin y respeto y miradas llenas de
hostilidad. Ya terminaba la comida, cuando apareci la
Magdalena en la sala. Recordaba el banquete de Nam,
las lgrimas que la haban purificado, la voz que la
haba perdonado. Ahora haba permanecido oculta y
silenciosa, recogiendo la gracia de los labios y de los
ojos del Seor, reclinado en su lecho. Tal vez en su frente ley la tragedia sombra que una
semana ms tarde se iba a desarrollar en el Glgota. No lloraba, pero toda su alma era
llanto. Roja de amor y de vergenza, inundado el rostro de una tristeza infinita, se acerca al
lecho donde reposaba Jess y derrama en su cabeza un vaso de ungento de nardo de
espique, que se le derrama por entre la tnica y le corre hasta los pies. La sala, los
manjares, los vestidos y hasta la respiracin de todos y la noche campesina, quedaron
envueltos en la suave fragancia. Jess volvi la cabeza, y, como antao, vio el alabastro roto
y la mujer prosternada que le enjugaba con el caudal sedoso de sus cabellos. Y comprendi.
Una vez ms, Mara de Magdala le haca el sacrificio de lo mejor que haba en su casa, de
aquel nardo precioso y sin mezcla, que am tanto en los tiempos del pecado, y que ahora era
el smbolo de su amor y de su adoracin. Pero no todos pensaban igual. Judas estiraba el
cuello para ver el pomo roto, y, pensando congraciarse con el Rab, predicador de la pobreza,
deca: Qu loca! Ms de una libra de ungento ha desperdiciado; pudo venderse por
trescientos denarios y hacer una gran misericordia con los menesterosos. Habla de los
pobres, pero lo que le importa es el dinero. Su mirada refleja a la vez srdida avaricia y
envidia repugnante. Acribillada por aquellos ojos, semejaba Mara una paloma delante del
gaviln. Jess respondi a aquellas palabras como antao al silencio de Simn: Por qu
molestis a esta mujer por esta obra de ternura que ha hecho conmigo? A los pobres
siempre los tendris con nosotros, mas no a Mi. Ha hecho cuanto poda, ha querido
adelantarse a ungir mi cuerpo para el sepulcro. En verdad os digo que mientras se predicare
el Evangelio a travs del mundo, se contar lo que ha hecho esta mujer en memoria suya.
Jess palideci; la Magdalena permaneci en una actitud de adoracin; Judas se maldijo, y
en su alma se desanillaron las vboras aletargadas de la perversidad. Ya no hubo alegra en el
banquete. En vano chispeaban los vinos en los vasos de plata; la sombra de la muerte
flotaba entre el parpadeo de las luces, por encima de los comensales.
Esto era un viernes, cuando empezaban a abrirse las flores de los manzanos. Una semana
despus, el viernes de la Parasceve, Mara Magdalena, sosteniendo a la Virgen Mara,
caminaba plida y llorosa a travs de la calle de la Amargura. Su amor llegaba hasta el fin;
era ms fuerte que la muerte. All, en la cumbre del Calvario, la tuvo clavada durante las
horas mortales de la agona de Jess. Los ojos del Hijo del hombre se posaron sobre ella; tal
vez pens que tambin para ella tendra una palabra, como para su Madre, para Juan, para
el buen ladrn; pero luego pens que no era digna, que deba amarle ms an y llorarle ms.
Y llor sobre su cuerpo muerto y bes sus brazos rgidos cuando Jos de Arimatea los
desclavaba de la cruz, y le ungi por ltima vez antes de colocarle en el sepulcro, cuando ya
no poda mirarla ni defenderla. Su amor era tan grande, que no poda apartarse de la
almazara de Jos:
Alejndose los discpulosnos dice ella misma en la liturgia, yo no me alejaba; y
encendida en el fuego de su amor, me abrasaba en deseos. Iba y vena a travs del huerto,
siempre con los perfumes, que le recordaban los momentos ms divinos de su vida. Y al fin
su anhelo mereci la ms alta de las recompensas.
Fue en la maana memorable de la Resurreccin. Ojerosa y plida, Mara haba llegado al
sepulcro. Dos das llorando, dos das sin poder dormir. De repente, un nuevo dolor: el
sepulcro estaba vaco. Muda de espanto, la pobre Magdalena mira en torno, busca huellas
humanas entre los olivos, corre entre el follaje, agitada por una angustia infinita. De pronto,
envuelto en los primeros rayos de la maana, aparece un hombre, que se acerca a ella y le
dice:
Mujer, por qu lloras? A quin buscas? Crey Mara que era el hortelano de Jos, y con
voz suplicante le dijo:
Lloro porque se han llevado a mi Seor, y no s dnde le han puesto. Si has sido t, dime
dnde le colocaste, y yo ir por l. Enternecido por tan apasionado candor, conmovido por
tan amable ingenuidad, el desconocido slo pronunci una palabra, un nombre, el de ella.
Pero el acento era bien conocido: el inolvidable acento de los das de Nam y de Betannia:
Mara! Como si se despertase sbitamente, ella lo comprendi todo: Maestro!, clam,
cayendo ante l sobre la hierba cubierta de roco, y esforzndose por besar aquellos pies,
adornados todava por la cicatriz roja de los clavos. Pero Jess la detuvo: No me toques
dijo, porque an no he subido a mi Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo hacia mi
Padre y vuestro Padre. Os preceder en Galilea. Y mientras se alejaba entre los rboles
coronados de luz, Mara, ciega de felicidad, apstol de los apstoles, corra al cenculo
llevando la noticia de la Resurreccin. Antes que nadie, ella, la contemplativa, haba logrado
ver a Cristo triunfador.
Dos nombres llenos de una grandeza profunda, que nosotros apenas podemos vislumbrar;
dos nombres que se esconden tras de un velo luminoso e impenetrable. La gloria de Mara
les oscurece y les ilumina a la vez. Son nombres que encierran un sentido misterioso, que
resumen una vida, que hablan de las grandes maravillas de Dios.
Ana quiere decir gracia, amor, plegaria. En los
das heroicos del pueblo hebreo, se llam as la
madre
del
profeta
Samuel.
Su
historia
profunda,
secreta.
Sus
labios
se
tristeza, empapada en llanto y roja de vergenza. Las lgrimas humedecen sus mejillas, y su
corazn se ahoga de angustia, porque no ha logrado un hijo al pueblo de Dios; porque vive
en el oprobio de la esterilidad; porque Yahv no la ha encontrado digna de entrar en el plan
divino, que ha vinculado la salvacin del mundo en una mujer de su raza.
Por eso llora y reza tambin la mujer de Joaqun. La idea del Mesas estremece su alma, no
puede olvidarla; un impulso invencible la arrastra hacia ella. Cree ver cuajarse en el Cielo el
roco de que hablaba el profeta; se abrasa con el recuerdo de las promesas divinas, pide a
Dios el cumplimiento de los vaticinios, y toda su vida es una plegaria transida de fe, cargada
de esperanza, trmula de amor. Pero ve al mismo tiempo su ineptitud; se siente excluida,
rechazada; y observa con tristeza que la vejez asoma en sus cabellos, ara su frente y agosta
sus mejillas. Y rezaba, rezaba sin cesar, ocultando su dolor al esposo, para no hacer un dolor
ms grande de dos dolores.
Joaqun significa preparacin
preparacin
quiere
constancia.
El
preparaciones.
preparando
decir
Seor
Siglos
el mundo
del Seor, y
espera,
suele
y
tener
siglos
para
trabajo,
largas
estuvo
habitacin
del
nunca
en
el
alma
de
aquellos
dos
esposos, que avanzan hacia el ocaso de la vida. Da y noche siguen porfiando en su oracin
inflamada y anhelante; rezan en el campo y en el hogar, en las tareas del pastoreo y en los
quehaceres ms vulgares de cada da. Su esperanza no palidece nunca, aunque apenas se
atreven a pensar que su humilde deseo encierra el acontecimiento ms grande del mundo, el
punto culminante de la historia de la humanidad. Nada conocemos de la fisonoma propia de
aquellas dos vidas, pero sabemos que en virtud de aquella unin admirable apareci en el
mundo la obra que preparaba el Seor; sabemos que en el seno estril de Ana germin la
plenitud de la gracia; que en sus entraas se realiz el misterio de la Inmaculada
Concepcin. La generosa e infatigable expectacin de aquellos dos seres logr al fin su
recompensa. Todos los anhelos, todos los suspiros apasionados de los antiguos patriarcas se
haban condensado en ellos, y en ellos iba a empezar la realizacin de todas las esperanzas.
Fueron los padres de Mara; por ellos recibieron los hombres a la Madre de Dios, que es al
mismo tiempo su Madre.
Esto es lo que sabemos de San Joaqun y Santa Ana. Basta y sobra para crear en nosotros
un sentimiento de profunda gratitud, de confianza ilimitada. Grandes tuvieron que ser
aquellos dos corazones, cuando el Seor los escogi para una obra tan admirable. Jams
podremos medir la altura, la profundidad, la amplitud de esa grandeza; jams llegaremos a
engendra
la
confianza;
porque
la
verdadera
grandeza
es
siempre
piadosa,
misericordiosa, compasiva. Ana, gracia y madre de la gracia; Joaqun, preparacin del Seor,
predestinados para hacer brotar en la tierra una fuente perenne de alegra y de salud,
merecieron de los hombres la ofrenda del amor ms profundo y de la ms tierna gratitud.
Era en la poca de los castillos que hicieron a Castilla. Un hidalgo se estableca en la cima de
una roca, construa, organizaba, daba fueros, reciba colonos y vasallos y los defenda contra
los moros del Sur. Aquel vivir fronterizo curta las almas y empenachaba los blasones. Se
expona la vida, pero tambin se reparta el botn de la victoria. Los corazones ardan con
fuegos de entusiasmo, nacan los linajes, se alzaban los templos y las fortalezas, y las gentes
se sentaban y trabajaban en torno. As naci Caleruega, al medioda de Burgos, ms all del
laberinto de las montaas, en la tierra llana y rojiza que anuncia la depresin del Duero.
Dominando las tierras de pan llevar, se yergue all la altura rocosa de La Pea, y sobre La
Pea, dando abrigo al pueblo dormido, la torre que el segundn de una gran familia de
Castilla construy entre los aos victoriosos de la conquista de Toledo y Cuenca, cuando se
alejaba la marea menguante de la invasin. En aquella torre maciza y austera, smbolo
impresionante de aquellos das heroicos, vino al mundo uno de los ms esforzados paladines
del cristianismo. Domingo de Guzmn era el nieto, el hijo tal vez, de los castellanos que la
edificaron. Siendo nio, su padre, Flix de Guzmn, le coga en sus brazos atlticos y,
sentndole en las almenas, le mostraba la llanura frtil y ondulada, surcada en el centro por
la lnea verde del Duero y rota en la lejana por los ariscos bastiones del Guadarrama. Pero el
muchacho iba de mejor gana al lado de su madre, sobre todo cuando la santa y dulce doa
Juana de Aza vaciaba los toneles de sus bodegas entre los aldeanos del alfoz. A las puertas
del castillo se sentaban con frecuencia los juglares que cantaban las gestas del Cid y las del
buen conde Fernn-Gonzlez, en cuyas huestes haban figurado sus antepasados; pero ms
que escuchando los cantos de los guerreros, goza l oyendo las hazaas de los taumaturgos.
All, a tres leguas de su torren, se alza un famoso santuario, Santo Domingo de Silos, el
santuario ms famoso de cuantos haba entonces en Castilla. El vstago de los castellanos de
Caleruega ha heredado el nombre de aquel abad insigne que protege milagrosamente a sus
compatriotas y saca los cautivos de las mazmorras agarenas y llena todo el reino con sus
maravillas. Mientras el hidalgo lucha en las riberas del Tajo, ella, doa Juana, va una y otra
vez a la abada; se mezcla, llevando a su hijo de la mano, entre la muchedumbre de los
peregrinos, y pasa horas y horas rezando delante del sepulcro, iluminado por lmparas de
plata y adornado de retablos metlicos, entre cuyos esmaltes la miran los Apstoles en
hierticas actitudes. Entre tanto, el rapaz corre por el claustro y abre sus grandes ojos azules
ante el misterio de los monstruos alados que se enroscan en los capiteles. Los monjes
sonren al descendiente de una de las ms ilustres familias de la tierra; acarician sus cabellos
dorados y le ensean a juntar las letras del alfabeto.
Otras veces el nio va en direccin opuesta, hacia la villa de Gumiel de Izn, donde tiene un
to arcipreste. Bajo su mirada vigilante pasa Domingo largas temporadas, ayudando a misa,
aprendiendo los cantos de la Iglesia, estudiando la gramtica y ensayndose en la traduccin
de los versos de la Eneida. La convivencia con este digno sacerdote, en cuyo cario haba
moderacin y profundidad, debi de darle aquella dulce serenidad y aquella madurez precoz
que se traducen en estas palabras en su discpulo y sucesor Jordn de Sajonia: Hubierais
visto en l al mismo tiempo un nio y un anciano, porque el pequeo nmero de sus aos
revelaba la juventud, mientras que la madurez de su conversacin y la firmeza de su
conducta anunciaban la vejez. Por aquellos das, en Gumiel, en Silos y en Caleruega, el
motivo principal de todas las conversaciones era el peligro de los moros. Domingo tena doce
aos cuando las armas cristianas fueron derrotadas en Alarcos. El desastre llev el pnico a
las fortalezas del Tajo y del Duero; Castilla se visti de duelo y el llanto repercuti en la torre
de Caleruega. Tambin los Guzmanes humedecieron con su sangre el campo de batalla. La
infancia de Domingo se ensombreci con el terror de los moros, y en su alma empez a
germinar la aversin contra los enemigos de Cristo, que eran tambin los enemigos de su
raza; una aversin que tuvo capital influencia en su vocacin y en su vida. Sin embargo,
jams pensar en predicar la cruzada contra los musulmanes, como los discpulos de San
Francisco; aquel horror infantil le har buscar entre los herejes el campo de sus mpetus
belicosos; mientras que los magnates castellanos caminan hacia las Navas para lavar la
vergenza de Alarcos, l penetrar entre las huestes herticas armado con las armas de la
dialctica. Dios le iba preparando, sin l darse cuenta, para su gran misin. Todas las etapas
de su infancia son providenciales: de la torre a la abada, de la abada a la parroquia, de la
parroquia a la Universidad.
La Universidad de Castilla estaba a fines del siglo XII en Palencia. All enseaban los mejores
maestros, y en torno suyo se agrupaba la caterva vocinglera de la juventud estudiosa. All
apareci tambin Domingo, vido de saber. Era entonces un adolescente, en quien se iban ya
fijando, juntamente con los rasgos del cuerpo, las caractersticas del alma: ojos del color de
la flor del maz; cabellos como las espigas maduras que el aire mece en las vegas de su
tierra; mejillas rubicundas como manzanas otoales; cutis blanco; manos finas, como las del
segundo conde de Castilla; talle flexible y gracioso, pero estatura mediana; pecho ancho y
robusto y msculos de acero. Si hubiera sido ms alto, las gentes le hubieran confundido con
Bernardo de Claraval. En uno y otro, la nota caracterstica de la fisonoma era la luminosidad:
claridad en el rostro y transparencia en el alma. Cuando el joven, despus de las fatigas del
curso, volva a pasar el esto en la casa paterna, su madre adivinaba en sus ojos azules un
Cielo constelado de virtudes, y dice la leyenda que sobre su frente vea relampaguear un
lucero.
En la Universidad, el joven estudiante complet sus conocimientos humansticos, y despus
de dominar el manejo del silogismo, penetr en las profundidades de la Teologa. Su trabajo
era, a la vez, dialctico y mstico, atento a la sutileza de la argumentacin, pero al mismo
tiempo orientado hacia la actividad apostlica y hacia el progreso de la vida interior. Las
verdades que comprenda gracias a la facilidad de su espritudice su primer bigrafo,
regbalas con el roco de los afectos piadosos, a fin de que germinasen los frutos de la
salvacin. Su memoria se llenaba, como un granero, de abundancia de riquezas divinas, y
sus acciones expriman al exterior el tesoro sagrado que llenaba su pecho. Ya entonces
Domingo era un asceta. Haba ledo que los primeros anacoretas no probaban el vino, y l
quiso imitarlos condenndose a no probar el licor chispeante que doa Juana de Aza
distribua con larga mano entre los mendigos. Algunos aos despus, por consejo de su
obispo, se decidi a tomar un poco; pero de tal manera lo mataba con agua, que, segn la
expresin de un viejo cronista, pocos se hubieran apresurado a beber de su botella. Poco
despus, el asceta se nos presenta convertido en mstico. Es ya profesor de la Universidad, y
al mismo tiempo subprior del cabildo de Osma. Lo mismo cuando canta en el coro que
cuando explica en la ctedra los libros santos, la palabra divina conmueve su ser y hace
brotar las lgrimas en sus ojos. Ama aquellos libros apasionadamente: durante las noches,
cuando los mercaderes han cerrado ya sus tiendas y se han apagado ya las ltimas luces en
la ciudad, el joven maestro revuelve aquellos libros a la luz de la lmpara, los rumia, los
medita, y con ellos, como con los mejores amigos, se le pasan las horas muertas. Pero ms
que sus cdices de pergamino, ama a sus discpulos, a sus hermanos, a los estudiantes
pobres, a los pobres de Cristo. Hay una cosa que no podan olvidar las gentes de Falencia:
un da, cuando el hambre afliga a la regin, cuando los mendigos se amontonaban famlicos
en torno a la catedral, se vio a aquel profesor entrar en el tugurio de un hebreo con sus
cdices bajo el brazo y volver sin ellos a su casa. Haba vendido lo que ms quera. Pero,
es posible?le preguntaban sus colegas. Vos, que amis la ciencia con pasin! Vos, que
sois ya la lumbrera de nuestra tierra! No quiero estudiar sobre pieles muertascontest l
mientras los miembros vivos de Cristo se mueren de hambre. Aquellos libros estaban
llenos de glosas y apuntes de su propia mano; en ellos haba condensado mucho tiempo de
investigacin y de reflexin; eran el mayor tesoro que poda tener un hombre de ciencia;
pero, ms que los libros, a Domingo le importan los hombres. Su apasionamiento cientfico
es puramente altruista; su espiritualidad, plenamente apostlica. En un telogo, este rasgo
tiene un significado simblico. La ciencia vale mucho, pareca decir Domingo a todos los
devotos del saber; pero ms que la ciencia vale la caridad. Y lo deca con su realismo
vibrante, con una energa de pura cepa castellana. Amaba la ciencia, pero quera verla
vivificada por el amor; y ese amor se agitaba ya dentro de su ser en anhelos de trabajos, de
sufrimientos y de conquistas. Ms an que los cuerpos hambrientos de pan, le inquietaban
las almas hambrientas de verdad.
Estremecase al ver la multitud de los pecadores que se perdan por falta de evangelizadores.
Su caridad se inflamaba y haca temblar su pecho. En su celda del cabildo regular de Osma,
se senta bruscamente arrebatado por el mpetu de aquella llama; se levantaba del lecho y
caminaba de un lado para otro, hablando en voz alta y gesticulando nerviosamente.
Entonces, incapaz de contener los arranques que hinchaban su pecho, estallaba en sollozos y
en gritos, estrangulados por el dolor. En medio del silencio de la noche se oan voces roncas,
profundos gemidos, suspiros y exclamaciones furiosas, que se parecan, dicen los bigrafos,
a los rugidos del len. El joven atleta robusto, apasionado, exaltado por el amor de Cristo,
buscaba su vocacin, peda al Seor un puesto en la vanguardia de sus apstoles y se senta
con fuerzas para conquistar el universo, para renovar la faz de la tierra. Aquellos accesos de
fiebre conquistadora solan terminar con esta oracin que nos ha conservado uno de sus
discpulos: Seor, dignaos concederme una caridad verdadera, un celo capaz de procurar la
salvacin de los dems, a fin de que, consagrndome todo entero y con todas mis fuerzas a
la conversin de los pecadores, llegue a ser verdaderamente un miembro de Aquel que se
ofreci enteramente a su Padre para salvar a los hombres.
Domingo haba llegado a la plenitud de la vida. Tena ya treinta y tres aos. Su formacin
fsica, intelectual y moral estaba terminaba. Sin l darse cuenta, Dios ha ido templando su
naturaleza heroica con un carcter esencialmente combativo. Tiene una amplia educacin
eclesistica y universitaria; la ctedra ha dado solidez a sus conocimientos; la vida regular
del cabildo le ha iniciado en las vas de la perfeccin religiosa, y su cargo al frente de los
cannigos le ha abierto las perspectivas de la administracin temporal y del rgimen de las
almas. Est preparado para conocer su destino. Este es el momento en que llegan a Osma
los pajes de Alfonso VIII con una misin para el obispo y para el subprior del cabildo. El
obispo era un hombre admirado en la corte castellana por el prestigio de su virtud y su
prudencia. Se llamaba Diego de Acevedo. El subprior, aunque joven todava, empezaba a ser
mirado como uno de los personajes del reino. Los dos deben ir a Dinamarca para negociar el
casamiento de uno de los hijos del rey con una princesa de aquella tierra, cuya hermosura
han celebrado en la corte los trovadores provenzales.
Los dos embajadores emprenden animosamente el camino. Una escolta numerosa les
protege. Con regalos esplndidos de tapices, de joyas de plata y de marfil, de esclavos
moros y caballos andaluces, atraviesan los campos de Castilla, penetran en los valles de
Navarra y pasan los Pirineos por el puerto de Roncesvalles. En Tolosa le sucede uno de esos
sombra de todas las Universidades y construyen en todos los puntos estratgicos, junto a las
corrientes de la ciencia y frente a las fortalezas del error.
Su jefe camina delante de ellos; comenta en Roma las epstolas de San Pablo, persigue a los
cataros en Lombarda, preside en Bolonia a los cincuenta priores del primer Captulo general,
organiza la fundacin de Pars, atraviesa el Pirineo, funda en Segovia y en Madrid, vuelve a
ocupar en Osma su silla de cannigo para cantar un Magnificat a la Virgen; llega a Preuille
para entregar a las hijas, como recuerdo del padre, un cubierto de bano que les trae de
Espaa, y, una vez ms, le encontramos en el camino de Roma. Su marcha parece un vuelo
de cima en cima. Nada puede contener la llama que le devora. Ahora se realiza el sueo de
su madre, que antes de darle a luz le haba visto en la figura de un cachorro que atravesaba
el mundo con una antorcha en la boca. Domingo es un apstol incendiario. Ni las
enfermedades pueden detenerle. Apenas come, apenas duerme. La fiebre le abrasa, pero l
sigue adelante, alabando a Dios e iluminando a los hombres. Cuando bamos a Roma dir
luego su acompaante, fuimos sorprendidos por lluvias tan abundantes, que los ros y los
torrentes hacan intransitables los caminos. Fray Domingo, que en las pruebas apareca ms
contento que nunca, alababa y bendeca al Seor cantando con todas sus fuerzas: Ave maris
stella y continuando despus con el himno del Espritu Santo. Cuando llegbamos a un
terreno inundado, Fray Domingo trazaba la seal de la cruz, y, vindome acobardado en
presencia de las aguas, me deca: Pasa, en el nombre del Seor. Y yo, poniendo mi
confianza en la obediencia, pasaba sano y salvo.
En los ltimos das de su vida, Domingo volva
a pensar en la misin de los rumanos; pero
Dios reservaba esta obra para uno de sus hijos
ms ilustres. Deba permanecer en Roma
instruyendo
la
nueva
organizando, administrando
generacin,
y conquistando
ltima hora sus discpulos comprendieron el tesoro que perdan. Delante del moribundo
empezaron a disputarse sus reliquias: un sacerdote pretenda llevarle a su iglesia,
pretextando que estaba en su jurisdiccin; los frailes alegaban que nadie poda llevarles a su
Padre. l tuvo fuerzas para mediar en la contienda: No quiera Diosdijo con voz apagada
que sea enterrado en otro lugar que bajo los pies de mis hermanos. Llevadme a la via
vecina, para que muera en ella y tengis el derecho de llevarme a nuestra iglesia. Esto era
en Bolonia. Los frailes colocaron su cuerpo, casi exnime, en un lienzo, y entre cantos y
sollozos le transportaron a la via del convento. Y all, entre los pmpanos frondosos, bajo la
tibia caricia del sol del esto, agoniz el atleta generoso. Humilde hasta la ltima hora, hizo
su confesin general delante de los hermanos que le asistan. En aquel momento pudo dar
gracias a Dios de haber guardado intacta la blancura de la virginidad; pero, agitado por un
ligero escrpulo, quiso con franqueza castellana decir la verdad completa, confesando con
lgrimas en los ojos que, a pesar de todos sus esfuerzos, jams haba dejado de sentir
mayor gusto en conversar con las mujeres jvenes que con las viejas. Leccin admirable, por
la que recordaba a los hombres virtuosos la circunspeccin que deben poner en su trato; sin
perder por eso la libertad de los hijos de Dios.
SANTA CLARA
Vrgen
(1194-1253)
Patrona celeste de la televisin. Fundadora de las Clarisas.
Memoria obligatoria
11 de agosto
Comencemos como Toms de Celano: Hubo en la ciudad de Ass una mujer maravillosa y
llena de virtud, que se llamaba Clara. En esta ciudad haba nacido tambin el seor San
Francisco. Y la seora Santa Clara rein con l en la tierra, y se fue a reinar con l
perdurablemente. Su padre fue caballero, y todo su linaje paterno y materno perteneca a la
caballera. En su casa haba abundancia de riquezas segn la manera del pas. Cuando
Francisco abandon la casa de su padre (1206), Clara tena once aos. Sigui con admiracin
todo el proceso de aquel drama familiar que se desarrollaba cerca de su casa, escuch
emocionada sus primeros discursos, y no poda apartar de su mente la imagen de aquel
hombre extrao que arrastraba en el torbellino de su amor a pobres y a ricos, a letrados e
ignorantes, unindolos en un pensamiento de renovacin. Deseando imitar un poco aquella
vida, Clara lea las vidas de los Padres del yermo, mortificaba su cuerpo con cilicios y rezaba
tantas oraciones, que tena que servirse de piedrecillas para contarlas. As fue creciendo en
aos y en hermosura, hasta que lleg el momento en que los galanes de Ass se fijaron en
ella. No tena ms que quince abriles cuando un joven caballero se present a pedir su
mano. Adems de hermosa, era noble, era rica, era hija del opulento conde de Sasso Rosso;
nada tena de extrao que la codiciasen tan pronto los pretendientes. Pero ella contest
enrgicamente que ya tena Esposo; que haba consagrado a Dios su virginidad.
Esto era ms de lo que podan soportar las costumbres feudales de entonces. Las
conveniencias burguesas no solan ser muy respetuosas con las vocaciones a una perfeccin
excesiva. Santo Domingo de Guzmn tuvo que experimentarlo en Bolonia. Atrada por su
ideal religioso, la hija del podest, una muchacha de veinte aos, generosa y voluntariosa,
amiga de galas y diversiones, abandon repentinamente todas las vanidades, y, habiendo
llegado un da de paseo a la puerta de un convento, pidi que la vistiesen el hbito. Ni las
religiosas ni las doncellas que la acompaaban se atrevieron a resistirla. Pero cuando los
parientes y amigos de la familia se enteraron del caso, acudieron a la casa del podest, y
unos a pie, otros a caballo, caminaron en son de guerra en busca de la fugitiva. El
monasterio fue asaltado, las puertas quebrantadas, la clausura violada, y la joven arrancada
a su retiro con tan pocos miramientos, que sali con una costilla rota. La lucha que sostuvo
en Bolonia la bienaventurada Diana hubo de sostenerla casi al mismo tiempo Santa Clara de
Ass. Viendo la oposicin de sus padres, huy de casa secretamente, y acercndose a San
Francisco le abri su corazn. Francisco, por su parte, como dice la leyenda, deseaba
arrebatar tan noble botn al siglo corrompido y enriquecer con l a su Seor. Aconsejla que
volviese a la casa paterna y que aguardase la ocasin oportuna para poner en prctica sus
deseos; pero lo que dijo Francisco del desprecio del mundo, de la penitencia santa, de la
gloriosa pobreza, del deseo del reino celestial y de la desnudez y oprobio de la Pasin de
Cristo, encendi de tal manera el corazn de la santa doncella, que ya no pudo reprimir
aquel afn de una vida perfecta, y, de acuerdo con el Poverello, design la noche del
domingo de Ramos para trocar los placeres del siglo por el duelo de los sufrimientos del
Seor.
Vestida de su traje ms vistoso, presentse aquel da en la iglesia entre su madre y sus
hermanas. En medio de las vrgenes de Ass, ninguna brill con tanta belleza como la rubia
Clara Scifi. Mientras el obispo Guido echaba su bendicin sobre las palmas y los olivos, los
jvenes de la ciudad, ms que en los brillantes de su mitra, se fijaban en la hija de los
condes de Sasso Rosso. Slo ella no se daba cuenta de nada. Cuando los fieles se acercaron
a recibir el ramo bendito. Clara se qued inmvil en su sitio. La idea del paso que iba a dar
tenala como paralizada. Unas horas ms tarde tendra que abandonar a los suyos, sin ellos
saberlo; la prxima velada sera la ltima que pasara en el hogar de su infancia. La imagen
de su padre iracundo, el dolor resignado de su madre, el llanto de sus hermanas, todos esos
lazos dulces y fuertes que prenden impalpablemente en los que han crecido dentro de un
mismo hogar, la desgarraban el corazn, y porque era mujer, llor entonces aquellas
lgrimas que derrama la recin casada al apartarse del padre y de la madre. El obispo
Guido, que tal vez lo saba todo, tuvo compasin de la nia, y tomando una palma, atraves
la iglesia y se la llev a donde ella estaba con la cabeza hundida entre las manos.
Al llegar la noche, cuando todos dorman en su casa, Clara abri sigilosamente una puerta
trasera, despus de retirar unos brazados de lea que la obstruan, y, cruzando las calles
silenciosas, lleg a la Porcincula. Los discpulos de Francisco, que estaban aguardndola,
salieron a su encuentro con antorchas, y la guiaron hasta el centro de la capilla, donde,
arrodillada delante de la imagen de la Virgen, dio al mundo el libelo de repudio por amor al
Santsimo y Amadsimo Nio Jess, envuelto en pobres paales. Sus trenzas doradas
cayeron al suelo bajo las tijeras de Francisco y un negro velo cubri su cabeza. En vez de los
vestidos de seda, que aquel da haban sido la envidia de sus compaeras, recibi una
grosera tnica de lana; en vez del ceidor adornado de pedreras, una spera cuerda de
nudos; en vez de los zapatos bordados, unas sandalias de madera. Y aquella misma noche.
Clara Scifi, convertida en Sor Clara, siguiendo a San Francisco, entraba en un convento de
benedictinas, donde se le haba buscado provisional albergue. Al da siguiente empez la
lucha. Amigos y parientes de la conversa invadieron el monasterio. De los ruegos se pas a
las lisonjas, de las lisonjas a las amenazas, de las amenazas a las violencias. Asida al altar,
Clara dejaba caer su velo y mostraba su cabeza rapada: Adonde me vais a llevar de este
modo? Aguardad, al menos, a que me crezca el pelo. A los pocos das, su hermana Ins,
tocada de la misma locura divina, vino a juntarse con ella cuando estaba ya prometida en
matrimonio y sealada la fecha de las bodas. El dolor y la rabia del pobre padre ya no
tuvieron lmites. El monasterio fue asaltado de nuevo; hubo escenas brutales; patadas,
golpes, puetazos, jirones de vestiduras y mechones de cabellos derramados por el suelo. Al
fin, el conde de Sasso Rosso, recordando lo sucedido unos aos antes al comerciante
Bernardone, crey ms prudente ceder. Algo despus. Clara y sus primeras compaeras se
instalaban junto a la iglesia de San Damin, cedida por los camaldulenses de Monte Subioso.
All es donde, por espacio de cuarenta aos, como dice su primer bigrafo, haba de
desgarrar a disciplinazos la alabastrina envoltura de su cuerpo, haciendo que la casa y la
iglesia se llenasen con la fragancia de su alma. La historia de su vocacin anim a otras
muchas mujeres, en quienes dormitaba el anhelo de una vida superior, a romper los lazos del
mundo y a vivir como ella en el pobre convento de San Damin. Todas eran admitidas, con
tal que antes diesen todos sus bienes a los pobres, como se haca en la Porcincula. La
comunidad no admita ningn don, para seguir siendo la torre fuerte de la insigne pobreza,
como deca Clara con una imagen blica, muy propia en los labios de la hija de un seor
feudal. Lo mismo que los frailes, las monjas deban vivir pendientes de la Providencia divina;
la limosna y el trabajo eran los dos grandes pilares de su regla. Clara daba el ejemplo en
todo: serva a la mesa, cuidaba de las enfermas, y, cuando llegaban al convento las
Hermanas que haban estado ocupadas fuera de l pidiendo limosna o sirviendo en los
hospitales, ella les lavaba los pies. De noche se levantaba y recorra los lechos de las dems,
cubriendo a las que estaban en riesgo de enfriarse, encendiendo lmparas, tocando a los
oficios del amanecer. Despus de las Completas, se quedaba todava largo rato velando
delante del Crucifijo que haba hablado para consolar al hijo de Bernardone. Aun cuando
estaba enferma, segua bordando ornamentos de iglesia o haciendo corporales para las
parroquias abandonadas. Su cama era un montn de capas de vid; su comida, pan y agua,
cuando no se pasaba das enteros sin acordarse de comer, absorbida en las dulzuras
extticas de la oracin. Estuvo una vez tan penetrada de la significacin del agua bendita
como smbolo de la sangre de Jess, que se pas el da rociando con ella a las monjas y
exhortndolas tiernamente a no olvidar aquella ola de salvacin que mana de las llagas de
Cristo. Y un Jueves Santo se sumi en tan profundo xtasis, que tard en despertar ms de
veinticuatro horas. Por qu hay aqu luz encendida?pregunt al recobrar los sentidos.
No es an de da?
Su admiracin por San Francisco era casi idoltrica. l, que lo saba, empez a disminuir sus
visitas a San Damin. No quiero ser intermediario entre Cristo y nuestras? hermanas,
deca a los frailes, extraados de su conducta.
Un da consinti en ir a predicar, instado por la abadesa.
Clara era muy amiga de plticas y sermones. Cuando
Gregorio IX prohibi a los franciscanos la predicacin, ella
despidi de su convento a los que predicaban y a los que
desde que se estableci la clausura en San Damin (1219)
iban de puerta en puerta pidiendo para las Hermanas. Si
podemos
carecer
del
pan
espiritualdijo,
tambin
cayeron en celestial arrobamiento. Y estando as exttico, con los ojos y las manos
levantados al Cielo, las gentes de Ass y de Bettona y de las tierras comarcanas vean que
Santa Mara de los ngeles y todo el convento y el bosque que rodeaban al convento ardan
con fuertes llamas, como si hubiese estallado un gran incendio. Por lo cual corrieron en
tropel para extinguir el fuego. Pero, llegados al convento y no hallando nada que ardiese,
penetraron en l y vieron a San Francisco y Santa Clara y sus compaeros, enajenados en la
contemplacin de Dios, sentados en torno al frugal alimento.
De esta manera llevaba el santo hacia Dios a la ms abnegada de sus discpulas. Ella, por su
parte; saba recibir las consolaciones lo mismo que las ausencias. Era un carcter fuerte,
digno vstago de una antigua familia de guerreros. Cuando los soldados de Federico II
sitiaron el convento de San Damin, ella, clavada en el lecho por una grave enfermedad, se
hace llevar a la portera, y all, levantando con sus manos de cera la custodia de plata y de
marfil, en que, bajo la especie de pan, se guardaba el Santsimo Sacramento, pone en fuga a
los enemigos. Con ms tesn an defendi su derecho a observar la estricta pobreza. Movido
de las mejores intenciones, Gregorio IX se empeaba en que aceptase la posesin de rentas
y tierras para asegurar la vida de la comunidad. Santsimo Padrerespondi ella, no es
eso lo que hemos prometido. Pero no puedo yo desligaros de vuestra promesa?, replic
el Pontfice. Mas ella le par con aquella respuesta famosa, que pareca inspirada por el
Espritu Santo: Desligadme, os ruego, de mis culpas; pero no de imitar a Nuestro Seor
Jesucristo. Despus de la muerte de San Francisco, Clara fue la ms ardiente defensora de
su ideal. Sobrevivile muchos aos, a pesar de su austeridad extremada. Cuando supo que
estaba a punto de morir, manifestle los deseos que tena de verle por ltima vez. A lo cual
contest l con estas palabras:
Decid a Sor Clara que no se entristezca. An me ver una vez ms, antes de que vuelva al
seno de la tierra. De all a poco muri el patriarca; y entonces los vecinos de Ass tomaron
su cuerpo y lo subieron a la ciudad, con himnos, cnticos y clamor de trompetas, entre
ramos de oliva y hachones encendidos. Y en aquel amanecer otoal, mientras las neblinas de
color violeta convertan el llanto en un mar de prodigio, al llegar a la colina de San Damin,
durada por el sol naciente, detvose el fnebre cortejo, y el cadver fue llevado a la iglesia
para que las monjas pudieran despedirse de su Padre. Y despus que fue abierta la reja del
comulgatorio por donde las siervas de Dios reciban la sagrada Hostia y escuchaban la
palabra divina, levantaron los frailes en sus brazos aquel sagrado cuerpo, y lo tuvieron en
alto ante la ventanilla tanto tiempo como dama Clara y las dems monjas lo desearon para
su consuelo. As dice el Espejo de perfeccin.
Corrieron los aos, y tambin a Clara le lleg el fin de la peregrinacin. Fue en el esto de
1253. El Papa Inocencio IV la visit en el lecho de su muerte, y como ella, segn costumbre,
quisiera besarle uno de los pies, psolo el Pontfice sobre un escabel, a fin de satisfacer su
piadoso deseo. Pidile luego su bendicin con la indulgencia plenaria, y el Papa contest
sollozando: Quiera Dios, hija ma, que no necesite yo ms que t de la misericordia divina.
La enfermedad se prolonga, y cuando la exhortan a la paciencia, ella responde: Desde que
por mediacin de Francisco he aprendido a conocer los dones de mi Seor Jesucristo, no hay
dolor que me cueste sufrir. De la Porcincula vienen a verla sus amigos ngel, Len y
Junpero. Fray Junpero le refiere su provisin de noticias de Dios; Fray Len besa de
rodillas el spero saco en que descansaba la enferma; Fray ngel trata de consolar a las
monjas atribuladas. En medio de un silencio preado de lgrimas, la agonizante murmura:
Ve sin miedo, que buen gua tienes para el camino. Oh Seor!, te alabo, te glorifico por
haberme creado! Una monja le dice: Con quin hablas? Con mi alma bendita,
responde ella. Y aade: No ves al Rey de los Cielos, hermana ma? Todos se fijan en la
moribunda, pero Clara ya no los ve a ellos. Obstinadamente clava sus ojos en la puerta, que
se abre para dar paso a una procesin de vrgenes adornadas de blancas vestiduras y bandas
de oro en torno a los lucientes cabellos. La ms alta, la ms bella de todas, la que lleva en la
frente una regia corona, avanza hasta el lecho, se inclina sobre la moribunda, la abraza y la
esconde entre sus velos de luz. As, en los brazos de Mara, subi Clara a la regin de las
eternas claridades.
Rara vez se ha presentado hombre alguno en la vida con esperanzas tan lisonjeras como las
que acariciaban el corazn del joven Bernardo al acabar sus estudios en las escuelas
canonicales de Chatillon. Un conjunto fascinador de cualidades esplndidas le sealaba a la
envidia y admiracin de todos. Unos alababan la penetracin de su inteligencia, otros la
facilidad y elegancia de su diccin, otros la dulzura de su carcter, la rectitud natural de su
llevarse consigo a todos los nobles de su tierra de Borgoa. Esto es una locura, dicen sus
hermanos, asustados por aquella impetuosidad; pero no tardan ellos en ser presa del
contagio, y tras ellos, sus amigos, sus parientes y sus servidores; clrigos, estudiantes y
caballeros. En la primavera de 1112, Bernardo, acompaado de treinta jvenes, llamaba a
las puertas del Cster.
El hijo del seor de Fontaines fue desde el primer da un
cisterciense perfecto. Todo su afn era realizar el austero
ideal de la reforma reciente del Cster: el cumplimiento
literal de la Regla benedictina. Desde entonces empez a
yelar ms de lo que permite la posibilidad humana.
Pensaba que el monje deba tener el dominio de s mismo
hasta durante el sueo, y ms tarde, cuando oa roncar a
alguno de sus hermanos, sola decir que eso era dormir de
un modo carnal y al estilo de los seculares. No poda
comprender que un monje salmodiase lnguidamente.
Cantad a plena voz deca; cuando se repiten las
palabras del Espritu Santo, es preciso hacer vibrar en ellas
el fuego del alma. Pona especial empeo en la prctica de la ley del trabajo, que era uno
de los puntos capitales de la reforma cisterciense. Sin embargo, ni su destreza ni su fuerza
muscular estaban a la altura de sus buenos deseos. Pero si no poda guiar los bueyes en el
barbecho, ni transportar piedras grandes de la cantera, se consolaba buscando las faenas
ms humildes, barriendo el claustro o fregando la vajilla. Un da, el sentimiento de su
incapacidad le entristeci de tal modo, que empez a derramar abundantes lgrimas. Era en
esto, cuando toda la comunidad esgrima las hoces en el campo de espigas. Viendo la mala
facha que pona, el abad Esteban le orden que se retirase; pero humillado de aquella
conmiseracin, cay de rodillas entre los rboles, y rog a Dios, con los ojos arrasados de
lgrimas, que le diese el arte de cortar el trigo. Desde este momento manej la hoz con tal
habilidad, que lleg a ser considerado como uno de los mejores segadores del monasterio, y
l mismo se felicitaba de este don que haba recibido de Dios. Despus del trabajo, la
lectura; la lectura de los Libros Santos y de los Santos Padres. Las cosas gustadas en su
fuentedeca Bernardotienen ms sabor. Lea meditando, realizando aquello que l
llamaba la rumia de los salmos. En medio del silencio del valle, repasaba en su corazn los
textos que haba recogido en los libros, y a este trabajo interior aluda al decir que no haba
tenido ms maestro que las hayas y las encinas. No es que tuviese muy despierto el amor a
la naturaleza. La mortificacin de los sentidos le haba hecho casi insensible a las
magnificencias del Universo. Su modestia era tal, que pudo pasar el noviciado sin darse
cuenta del techo que tena la sala de estudio; y hasta despus de mucho tiempo no lleg a
saber que la iglesia del Cster tena en el bside tres ventanas. Ms tarde caminar un da
entero junto al lago de Lausanna sin haberse fijado en sus bellezas. Las imgenes vivas y
pintorescas que aparecen de cuando en cuando en sus escritos, proceden de la Biblia o de
sus impresiones juveniles.
un hombre tan delicado; pero no fue as. Lleno de indignacin, vi los comistrajos que le
trajeron; ninguna persona en plena salud hubiera podido atravesarlos. Solamente el silencio
regular pudo contenerme para no lanzar cuatro dicterios a aquel mdico sacrlego y
homicida. El enfermo obedeca. Todo le pareca bueno. La costumbre de desdear los gustos
del paladar le haba hecho insensible a todo gusto. Igual le daba comer manteca que
mantequilla, y en una ocasin bebi aceite por agua sin advertir el yerro.
No obstante, al ao, el abad volva a ocupar su puesto
al frente de la comunidad, y la gloria de Claraval
amenazaba eclipsar la del Cster. Los doce monjes eran
ahora quinientos, y nuevas colonias salan sin cesar
para todas las naciones del mundo cristiano. Siempre
que Bernardo sala de casa, volva acompaado de una
turba de conversos, clrigos y legos, gentiles-hombres y
letrados, la aristocracia de la sangre y del talento, a la
cual l enseaba a manejar la hoz y la pala. Su palabra
ejerca una especie de sortilegio sobre los espritus de
eleccin. A un maestro de aquel tiempo, Enrique de
Murbach, escriba: T explicas, hermano mo, los
Profetas; pero ests seguro de que los entiendes? Si los comprendieses, sentiras que Cristo
es el objeto de sus vaticinios, y si quieres comprender a Cristo, lo conseguirs mejor
siguindole que leyndole. Oh, si supieses lo que te quiero decir! Si gustases una vez el
famoso candeal de que Jerusaln se alimenta, de qu buena gana dejaras que royesen sus
mendrugos los literatos judos! Con qu placer te ofrecera yo los panes calientes,
humeantes, recin salidos del horno, que Cristo parte a los pobres de su redil! Creme:
encontrars algo ms en los bosques que en los libros; las piedras y los troncos te ensearn
cosas que no has aprendido en los maestros.
Nadie poda resistir ante aquel terrible cazador de almas. El que en el oro y en la plata slo
vea un poco de tierra blanca y roja, a la cual nicamente el error de los hombres poda dar
algn valor, se estremeca de indignacin ante los hombres que dudaban en sacrificar sus
riquezas, cuya posesindecaes una carga, cuyo amor es una mancha, cuya prdida es
un sufrimiento cruel. Hasta en el patbulo y en las casas de perdicin encontraba discpulos
y seguidores. Una vez, entrando en una ciudad, vio que una inmensa multitud acompaaba a
un bandido hasta la horca. Lleno de compasin, cogi la cuerda con que arrastraban al
desgraciado, y dijo a los verdugos: Dejadme este asesino; quiero colgarle con mis propias
manos. Alarmado el juez al conocer el caso, llegse a l diciendo: Qu es eso, venerable
Padre? Vais a libertar a un hombre que merece mil muertes? Djamerespondi
Bernardo. Ya s que este hombre es digno de un gran castigo; pero yo mismo le clavar a
la cruz, y le har permanecer en ella aos enteros. Y se le llev consigo a Claraval. En otra
ocasin, pasando junto a una taberna y viendo a la puerta un jugador empedernido, se
ofreci a jugar con l.
Y a qu vamos a jugar?pregunt el tahr.
No olvidaba Bernardo que su primera obligacin era salvar su alma. Tratbala con tal respeto
como si llevasedice l mismo con bella imagenuna gota de la sangre de Cristo en un
vaso de cristal. La vista del mundo le estremece, y su celo le obliga a trabajar en l. Ama la
soledad, y el amor del prjimo le arrastra fuera de ella. Al principio de su vida religiosa se
queja de ser un pobre pajarillo desterrado en su nido y sin plumas todava. Cuando le
crecen las alas y vuela a travs del mundo con la rapidez del rayo, tiembla pensando que
traiciona su vocacin. Se ve como un enigma cuyo sentido no sabe descifrar, y exclama:
Soy la quimera de mi siglo; ni monje ni laico. Y de monje, qu me queda? Llevo,
ciertamente, el hbito, pero no tengo la realidad. Era el lenguaje de la verdad. Es verdad
que su vida se desarrollaba en los caminos y en las ciudades, en las cortes y en los concilios
tanto como en el monasterio; pero, sin l darse cuenta, una fuerza superior le arrastraba,
aquella fuerza por la cual poda decir: Los negocios de Dios son mis negocios; nada de
cuanto le atae es extrao para m. Guiado por este pensamiento, sale de Claraval, pasa el
Rhin, recorre las provincias de Francia, llega una y otra vez a Roma, lucha, discute, escribe y
predica.
Tres graves peligros amenazan a la Iglesia en su tiempo: el cisma, la hereja y el islamismo.
A los tres hace frente la actividad proteica del abad de Claraval. A su voz, doscientos mil
hombres pasan los mares dispuestos a detener los avances del Islam en Palestina. Fue la
segunda cruzada; cruzada desastrosa, porque no hubo un capitn digno de tal misionero.
Ms afortunado fue Bernardo en su campaa contra el cisma. Levanta la voz en favor de
Inocencio II, y la cristiandad le sigue. Triunfa en las asambleas episcopales, y, dondequiera
que aparece, todo el mundo queda eclipsado por su presencia. El esfuerzo es largo y penoso,
pero un triunfo completo le corona: el mismo antipapa viene a arrojarse a sus pies; y cuando
sale de Roma, despus de siete aos de trabajo, puede exclamar, satisfecho: Llevo conmigo
la recompensa: es la victoria de Cristo, la paz de la Iglesia. Poco despus, los herejes y los
sofistas vienen a turbar esa paz tan deseada. Es Abelardo, con su conceptualismo metafsico;
es Arnaldo de Brescia, con sus doctrinas demaggicas y anarquizantes; es Pedro de Bruys,
con su neomaniquesmo catico y revolucionario; es el obispo Gilberto de la Porre, con sus
distinciones sutiles de Dios y de la Divinidad, forma de Dios.
Desde el primer momento ha comprendido Bernardo el peligro que corre al enfrentarse con
estos hombres avezados a todas las argucias de la dialctica. l no es ni hombre de escuela.
Qu me importa la filosofa?exclama en cierta ocasin. Mis maestros son los Apstoles;
ellos no me han enseado a leer a Platn o a desenredar la maraya de Aristteles, sino a
vivir bien. Y, creedme, no es sta una ciencia despreciable. Sin embargo, nada puede
detener el empuje de su fe. Sin pensar en que poda ser aniquilado a causa de su
inexperiencia en los torneos dialcticos, sale fogoso en defensa de la Iglesia amenazada. Y
arroja a Arnaldo de Francia y Suiza, confunde a Abelardo en la asamblea de Sens, consigue
en Reims de Gilberto una retractacin formal, y persigue a los maniqueos a travs de toda la
Aquitania. Yo soy el sembrador del Evangeliodeca en Albi, ante una inmensa
muchedumbre, y he encontrado vuestro campo lleno de malas semillas. En medio del
discurso, el orador y la concurrencia empezaron a dialogar. Elegid la semilla que os pide
vuestra conciencia, deca el orador; y sus palabras fueron contestadas por un murmullo de
reprobacin contra el error petrobusiano. Convertios, puesaadi el abad; entrad en la
unidad los que estabais manchados, y para que crea en vuestra sinceridad, levantad la mano
los que renunciis al error. Todos, dice el cronista, levantaron la mano, y as termin aquella
escena sublime.
A pesar de su desdn por las armas de la lgica. Bernardo manifest en aquella lucha una
maravillosa habilidad. La metafsica no tiene secretos para l, pero es la intuicin la que le
gua, ms que el arte del raciocinio. Una palabra, una frase, le bastan para descubrir la
verdad con todo su esplendor. La resistencia inesperada le exaspera, y entonces el hombre
de la dulzura se convierte en un polemista terrible, derramando su clera en vehementes
invectivas y en expresiones violentas que hacen temblar. No eran el odio ni el orgullo quienes
le guiaban, sino la viveza de su temperamento y su amor apasionado de la verdad. Sus
violencias no partan del fondo del corazn; sus iras eran iras sin hil. Una bondad
fundamental inspiraba su conducta. Se dijo de l que nunca asisti a un entierro, aunque
fuese de una persona extraa, sin llorar. Los herejes, los judos, los mismos mahometanos
encuentran gracia a sus ojos, con tal de que no ataquen, a la Iglesia, esposa de Cristo, a
quien adora. No admite ms arma contra ellos que la espada de la palabra de Dios. Reducid
a los herejes con argumentos, no con la fuerza, deca a los que pensaban en hogueras y
matanzas; y cuando en 1146 el pueblo estuvo a punto de hacer desaparecer en las orillas del
Rhin hasta el ltimo resto de la raza juda, slo en l encontraron los perseguidos una
defensa segura.
La mayor parte de los adversarios a quienes sus golpes echaban por tierra, se levantaban
luego para abrazarle, y todos los arrepentidos estaban seguros de hallar un puesto en su
corazn. Suya es aquella frase: Si la misericordia fuese un pecado, yo le cometera. Pocos
hombres han amado con tan profunda ternura. En sus cartas encontramos efusiones como
stas: Desgraciado de m, que no puedo tenerte a mi lado, ni puedo verte, ni puedo vivir
sin ti! Morir por ti es mi vida; vivir sin ti es morir. Esto se lo deca a un monje discpulo
suyo. Cuanto ms avanza en la vida, ms violencia se hace para contener los mpetus de su
ternura, pero a veces la naturaleza le traiciona. As, cuando se le muri su hermano Gerardo,
mayordomo de su monasterio de Claraval, queriendo ahogar su tristeza en el fondo de su
alma, Bernardo no llor, ni exhal una sola queja. Pero un da, mientras comentaba a sus
monjes el Cantar de los Cantares, una ola de amargura subi a su garganta, no pudo
contenerse y prorrumpi en aquel fnebre lamento de la muerte de su hermano, que es una
de las ms bellas pginas de la Edad Media: Hasta cundo disimular y tendr oculto este
fuego que abrasa mi pecho y devora mis entraas? Prisionero dentro de m, circula a travs
de mis venas, me muerde, me martiriza. Cmo hablar del Cntico en medio de esta
tristeza? Hasta ahora me he hecho violencia, me he contenido, para que la sensibilidad no
pareciese en m ms fuerte que la fe. Vosotros lo sabis: mientras todo el mundo lloraba, yo
segua el cortejo sin derramar una lgrima; y secos estaban mis ojos, cuando, segn el uso,
arroj un poco de tierra sobre el cuerpo de mi amado, que se volva a la tierra. Sollozaban en
torno mo, y se extraaban de que no llorase yo. No era l, era yo quien despertaba la
compasin de todos...
Bernardo es el hombre de los grandes contrastes: es dulce y violento; doctor melifluo y
luchador terrible; es todo palabras y todo silencio; es todo ojos y todo odos para atalayar el
error, y no sabe si la iglesia del Cster tiene una cubierta de bveda o plana. Lleva al mismo
tiempo una vida monstica, poltica, apostlica y contemplativa. Es el mayor mstico y al
mismo tiempo el hombre ms activo de su siglo. El paladn de la enorme y complicada
historia en la cual palpita toda la inquietud de su siglo; es el hombre interior, profundo,
recogido y absorto que comenta el Cantar de los Cantares; el psiclogo que traza un
programa de gobierno a los pastores en el tratado de la Consideracin; el piadoso predicador
de homilas y sermones; el telogo profundo de los libros Del amor de Dios y De la gracia y
el libre albedro. Si vuelve del xtasis, su pluma es una tea; si se encuentra en el campo de
batalla, una espada. No escribe por deleite literario; escribe por obligacin. Habla de lo que
pide el momento, de lo que ms urge. Un rey, un obispo, un conde, una monja, una persona
cualquiera le pide un consejo: San Bernardo ase la pluma sin titubear. Se levanta un error en
el horizonte; San Bernardo lanza un tratado de teologa. Como desdea la dialctica,
desdea el arte, la retrica. No le preocupan las gracias del estilo, y, sin embarco, logra
formarse un estilo propio magnfico, que se parece a la primitiva Iglesia cisterciense. Es
preciso, claro, sobrio, incisivo y sustancial. Enemigo de figuras en el arte religioso, Bernardo
lleva tambin su aversin al lenguaje. Slo algunas imgenes bblicas, slo el colorido que
nace de una fina sensibilidad y del fuego del alma. Es vehemente y conciso; tiene en alto
grado el poder de la irona y del retrato, juntamente con el don de observacin. Su Tratado
de los doce grados de la humildad y del orgullo es uno de los anlisis ms maravillosos de la
psicologa humana. Abusa, como San Agustn, de los juegos de palabras, de las anttesis y de
las rimas; pero en la llama del lenguaje, en la fuerza de conviccin y en la elevacin de las
ideas, pocos se le pueden comparar. Ultimo de los Padresdice Mabilln, es tan grande
como los ms grandes de ellos.
Como mstico, es menos profundo y menos metdico que San Juan de la Cruz; pero es ms
expansivo, ms radiante, ms tierno. Nadie ha cantado con ms audacia ni ms delicadeza
que Bernardo en los ochenta y seis sermones sobre el epitalamio de Salomn las dulzuras
misteriosas del amor divino, cuando entre el alma y Dios todo es comn, la casa, la mesa y
el lecho. Pero hay que correr mucho camino antes de llegar a este grado supremo.
Bernardo nos dice que l ha pasado tambin por este aprendizaje, confiesa, avergonzado,
que a veces el recuerdo de un ser querido le llevaba a Dios con ms eficacia que la
contemplacin de los misterios de la vida de Cristo. Pero esto era al principio de su
conversin. Despus, la meditacin del misterio de la Encarnacin le arrancaba siempre un
ro de lgrimas. Gustbale rumiar interiormente todos los pasos de la vida del Hombre-Dios;
y l, tan sobrio en el empleo de las imgenes de la naturaleza, encontraba entonces para
expresar su pensamiento las imgenes ms delicadas. La unin del Verbo con la Humanidad
se presenta a su espritu en la forma de un lirio pursimo, cuya nivea corola forma un cliz
gracioso, una corona, smbolo de la naturaleza humana, con sus finos y dorados pistilos, que
Figura amable y admirable, cuyo perfume flota todava en el ambiente. Sor Teresita, como se
deca cuando ramos pequeos, naci en Alenon, la ciudad de los duques, como la llaman
los franceses. Era una nia de cuatro aos cuando ya se poda adivinar, bajo sus apariencias
endebles y melanclicas, una de esas almas que no saben mirar atrs. Su madre nos habla
en una carta de su obstinacin casi invencible. Cuando ella dice no, nada puede hacerle
ceder. Se la encerrara un da entero en el stano, sin conseguir un s, y all pasara la
noche. Ella misma nos dice que tena muy desarrollado el amor propio.
Teresitale dijo un da su madre, si besas el suelo te doy una perra.
No, mamrespondi ella; me quedar sin la perra, pero no beso el suelo.
Era, ciertamente, caprichosa e imperiosa, pero desde la ms tierna edad aprendi a
conocerse y dominarse. Con una naturaleza como la madeca ms tarde, si no hubiera
sido educada por padres virtuosos, habra llegado a ser muy mala, y tal vez a perderme
eternamente.
A travs de la naturaleza, la vida se present a su espritu infantil llena de encantos. Sus
primeros aos se doran con las sonrisas de los jardines y las gracias de las praderas. Ms
tarde nos revel aquellas primeras sensaciones con estas hermosas palabras: An siento
los goces profundos y poticos que nacan en mi corazn a la vista de los campos de trigo
esmaltados de amapolas, de azulinos y margaritas. Ya entonces amaba yo las lejanas, el
espacio, los grandes rboles; en una palabra, toda la bella naturaleza arrebataba y
transportaba mi alma a los Cielos. Afectuosa, tierna, soadora hasta el llanto, conoca esa
exaltacin imprecisa y soberana de la cual han sido posedos todos los verdaderos amantes
de la naturaleza. De un da de lluvia y de tormenta, en que se paseaba por las afueras de la
ciudad, escriba: Ya la hierba y las grandes margaritas, ms altas que yo, centelleaban de
piedras preciosas. Su padre iba con frecuencia a pescar, llevando consigo a su reinecita,
como l deca; pero mientras el pescador sostena la caa sin cansarse, la nia enmudeca
envuelta en el ensueo, escuchando los ruidos lejanos y el murmullo del viento, y
recogiendo las notas indecisas de la msica militar que llegaba de la ciudad, y que envolvan
su alma en un velo de melancola.
An no haba cumplido cinco aos, cuando la muerte de su madre vino a ensombrecer el
cuadro risueo de su infancia. No se acuerda de haber llorado mucho, pero todo cuanto vio
entonces la impresion vivamente. Un momento se encontr sola delante del atad, puesto
en pie en el corredor. Mirlo de arriba abajo, levantando la cabeza para ver mejor. Jams
haba visto atades, pero me di cuenta de lo que significaban. Parecame muy grande. Muy
grande le pareci tambin la muerte a travs de toda su vida, pero nunca tuvo miedo de ella.
Sin embargo, desde este momento se abre un nuevo perodo en su existencia. Su carcter
cambia por completo. De expansiva y vivaracha, se hizo tmida y sensible hasta el exceso.
Una mirada bastaba para hacerla llorar. Hua de personas extraas y no encontraba contento
ms que en la intimidad de la familia. Esto la hizo sufrir mucho en el trato con sus
compaeras de colegio, aunque, afortunadamente, dice ella, al llegar a los catorce aos
volvi a recobrar su alegra infantil. Los misterios de la vida interior empezaban a abrirse a
los ojos de su espritu. Recuerdodiceque la palabra Cielo fue la primera que, supe leer
la nariz recta y bien dibujada. Tena una cabellera esplndida, cuyo oro brillante haca ms
profunda la mirada de sus ojos garzos y grandes. La nia se haba transformado en una
mujercita, cuyos encantos levantaban un murmullo admirativo. En el transcurso de su viaje a
Italia se vio cortejada por un joven, y no fue insensible a este homenaje. Siempre verdica,
dijo ms tarde a este respecto: Fue preciso que yo me marchara, porque no hubiera tenido
nimo para resistir largo tiempo. Tierna y ardiente, no desdeaba el cario humano, antes
bien, le buscaba con avidez, cuando era santo. Estando en el colegio, una muchacha por
quien senta viva amistad, se retir repentinamente de ella. Yo lo sent muchodice Teresa
; pero no mendigu ms una afeccin tan inconstante. Sin embargo, el buen Dios me ha
dado un corazn tan fiel, que cuando ama, ama para siempre; y as yo contino rogando por
aquella compaera, y la quiero todava. Tal vez por eso una de las cosas que ms senta era
la inconstancia humana en los sentimientos de amistad. Nos confiesa que en este punto ella
no sac ms que amarguras, lo cual le pareca providencial, y de ello daba gracias a Dios.
Con un corazn como el mo, yo me hubiera dejado prender y cortar las alas.
Su viaje a Roma en 1887, en compaa de una caravana de peregrinos, tena como objeto
conseguir del Pontfice su pronta entrada en el Carmelo. Vio a Len XIII, pero en compaa
de los peregrinos. stos deban desfilar delante del Padre Santo y besarle la mano, pero de
ningn modo hablarle. Cuando le lleg la vez a Teresa, se arrodill llena de angustia a los
pies del Papa, los ojos baados de lgrimas, y haciendo un supremo esfuerzo, implor:
Santsimo Padre, tengo que pediros una gracia muy grande.
Entoncesdice ellael Pontfice inclin su cabeza hasta m, tocando casi su rostro con el
mo. Hubirase dicho que sus negros y profundos ojos queran penetrar hasta lo ms ntimo
de mi alma. Len XIII habl a la nia cariosamente; pero en lo que se refiere al asunto
que a Teresa ms le interesaba, sus palabras ms explcitas fueron stas:
Vamos, vamos... Entrars, si lo quiere el buen Dios.
Teresa quiso insistir; pero dos guardias nobles la cogieron por los brazos y fue preciso
continuar las solicitudes en Francia. El obstculo era siempre su corta edad, aunque tal vez
se pensaba, sin decirlo, en la sensibilidad exquisita de aquella que, estando en el colegio,
recoga llorando, en las maanas de invierno, los pajarillos muertos de fro, y los enterraba
piadosamente.
Sus deseos se vieron, finalmente, cumplidos el 9 de abril de 1888. Aquel da dio el ltimo
adis al jardn de la casa paterna y al vasto mundo, que le haba parecido tan bello entre los
esplendores de las tierras italianas. Delante del cielo de Italia, haba dicho: Cuando,
encerrada en el Carmelo, no pueda ver ms que un trocito de cielo, me acordar del da de
hoy. No es que empezase una nueva vida. Toda la vida de Teresa nos sorprende por su
unidad. Lisa, recta, es la obra maestra de una voluntad que corresponde a la gracia sin
titubeos. Pero ahora la va a vivir con ms intensidad. Era la vida cotidiana de un convento
carmelitano llevada con amor y con valor, sin estridencias ni actitudes excepcionales; una
pequea vida ordinaria, como deca la joven novicia. Ahora poda repetirse lo que haba dicho
y dulzura.
El amor debilitaba
su
Santo
de
1897,
despus
de
haber
su
pecho
hervir
en
su
garganta.
Por
mortificacin, no encendi la buja, pero al da siguiente observ que su pauelo estaba lleno
de sangre, muy alegre al considerar que aquello era el dulce y lejano murmullo de la
llegada de Cristo. Ya nada me impide volardeca entonces, porque no tengo otro deseo
que amar, hasta morir de amor. Por aquellos das empez a hablar tambin de la lluvia de
rosas que hara caer sobre la tierra despus de su muerte. Hablaba con una abundancia
maravillosa, como si al acercarse el cumplimiento de su misin se la libertase del silencio por
una sobrenatural consigna.
Al llegar los das de otoo sinti que se acababan sus fuerzas. No poda dormir. La enfermera
sola encontrarla con las manos juntas y los ojos clavados en el Cielo.
Qu haces as?le preguntaba.
Conversar con Jessresponda ella.
Y qu le dices?
No le digo nada; le amo.
No tienes temor de condenarte?
Los nios pequeos no se condenan.
Su agona se prolongaba das enteros. No voy a saber morir nuncadeca ella en medio de
los ms terribles sufrimientos. No cre que fuese posible sufrir tanto, pero no me arrepiento
de haberme entregado al amor. De repente, un grito de amor, el ltimo:
Oh, yo le amo!.... Yo os amo, Dios mo!
En este momento se sinti un rumor de alas. Una tortolina vena del jardn y se posaba en el
borde de la ventana, desgranando su lquido arrullo. La cabeza de Teresa, que pareca
inclinada para siempre, se irgui. Su tez se puso fresca y rosada; sus ojos parecan mirar con
arrobamiento una cosa lejana. Despus se cerraron para siempre. Era el da 30 de
septiembre.
La lluvia de rosas empez inmediatamente. La pequea vida, desgranada en el silencio del
claustro, fue la admiracin de todo el mundo. Las maravillas se multiplicaron y se dio
comienzo a las peregrinaciones. Los hombres recogieron con amor todos los recuerdos y
reliquias de la santa, y entre ellos sus escritos. Sin darse cuenta, haba escrito cosas muy
bellas. Es cierto que no tienen gran valor literario sus poesas, ni tampoco se puede dar
importancia a algunas pinturas que dej. Ella tampoco se la daba. En cambio, su prosa, la
Historia de un alma, tiene un sello profundamente personal. Es una bella prosa, amplia,
armoniosa, vibrante, de una fluida elegancia. Es su mismo ser espontneo y natural como el
agua que mana de la fuente.
Fue, dice Dante, como un sol que Dios puso encima de las montaas de Umbra para
comunicar a la tierra luz y calor. Hijo de un rico mercader de Ass, el edn de la pennsula
itlica, creci entre las telas provenzales y los paos toscanos de la tienda paterna, en medio
de la abundancia que proporciona una gran fortuna. Pronto se revel como un hombre hbil
para el negocio, ms ladino an que su padre; pero, despreciador del ahorro, empez a
llamar la atencin por su prodigalidad, Por sus venas corra la sangre provenzal de su madre.
vido de goces y placeres, era el mozo ms jaranero de la ciudad. Era ms bajo que alto,
moreno y no muy hermoso, pero con una simpata irresistible, que le dio el cetro de la
elegancia en medio de una juventud inquieta, que consuma el tiempo entre el juego de los
torneos caballerescos y los sutiles goces de la gaya ciencia de los trovadores.
Pero ya en este tiempo, con el de los festines tena otros dos amores: el de los pobres y el de
la Naturaleza. No era de los disipadores que no tienen un cuarto para un pordiosero, pero s
cien florines para una fiesta. Por eso le doli como si le atravesaran el corazn cuando, una
vez, estando la tienda llena de parroquianos y l ocupado en servirlos, se despidi sin
limosna a un mendigo que vena a pedirla. Desde entonces decidi socorrer a todo el que
viniera a pedirle alguna cosa por amor de Dios. Instintivamente, este amor de Dios le vea
como diluido en todas las cosas, y por eso, dice Toms de Celano, causbale honda alegra
la hermosura de los campos, la belleza de los viedos, todo lo que es recreo y
apacentamiento de los ojos.
A los veinte aos cay prisionero por defender a su patria contra Perusa. En la crcel
asombraba a sus compaeros con sus cantos desbordantes de alegra: No sabis
exclamabaque a m me espera un gran porvenir? Era entonces un discpulo del
entusiasmo caballeresco, embargado de visiones doradas de guerras, triunfos y principados.
A veces, sus compaeros le despertaban de su ensimismamiento con expresiones como sta:
despus, maravilla nica en el mundo!, retirndose a un lado, con brillantes ojos, llevando
nicamente una faja de cerdas a la cintura, volvi a aparecer, diciendo:
Hasta ahora llam padre a Pedro Bernardone; mas en este momento le entrego todo el
dinero y los vestidos que de l tena; as que en adelante no tendr que decir: Padre Pedro
Bernardone!, sino Padre nuestro que ests en los Cielos!
Y sali del palacio, cubierto con un tabardo del jardinero del obispo.
Entonces empieza una vida nueva para el magnnimo mancebo. Est finalmente convencido
de que la dama de sus pensamientos no puede ser otra que la pobreza. Con ella vive en las
cavernas y en los desiertos, y de all sale para hacer sus elogios en los poblados. Es un
predicador de la penitencia, de la paz y de la sencillez y pobreza de Cristo.
Quin va?le preguntaron unos ladrones.
El heraldo del gran Reycontesta l.
Un da de febrero de 1209, mientras toda la cristiandad gema por el escandaloso
espectculo de la cuarta cruzada, en la que el demonio de las riquezas y la ambicin haba
desviado completamente de su finalidad a los caballeros armados para libertar el sepulcro de
Cristo, Francisco penetr con ms claridad su destino al or durante la misa aquellas palabras
del Salvador: No tengis ni oro ni plata en vuestras bolsas, ni saco para el viaje, ni
sandalias, ni bastn. Eso es lo que yo quiero con todas mis fuerzas, exclam; y desde
entonces se le vio practicar literalmente ese consejo, recorriendo pueblos y ciudades,
radiante de alegra, vestido de la tnica de pesado pao gris, con una cuerda por ceidor.
Las burlas del principio se haban transformado en admiracin. El poverello, como se le
llamaba, empez a tener discpulos. Fue el primero un antiguo compaero suyo, mercader
tambin, llamado Bernardo de Quintaval. Bernardo recibi un da en su casa a Francisco, y
para observarle mejor, le hizo dormir en su misma habitacin. Tan pronto como entr en ella,
Francisco se ech en el lecho, fingiendo que dorma. Poco despus se acost Bernardo y
comenz a roncar como si estuviese en un profundo sueo, engaando as a San Francisco,
el cual se levant del lecho, y, puesto en fervorosa oracin, no pudo reprimir aquella su
exclamacin favorita: Dios mo y todas mis cosas! A Bernardo siguieron otros
compaeros, y en menos de un ao ya eran una docena. Muy pronto, Francisco escribi para
ellos una regla muy breve y sencilla, que fue aprobada por Inocencio III en 1210, y cuyos
principales rasgos eran la pobreza y la humildad, reflejadas tambin en el ttulo de Frailes
Menores, con que quiso que se distinguiesen sus discpulos. En 1212 una noble joven de
Ass, llamada Clara, se puso bajo su direccin con algunas compaeras, y as naci la Orden
de las Pobres Clarisas. Ms tarde se encontr con muchas almas buenas que deseaban imitar
aquel espritu de pobreza y de penitencia en medio del mundo, y para ellas organiz su
Orden Tercera.
haca que considerase a todos los frailes menores como trovadores y juglares de Dios,
encargados de elevar los corazones y fortalecerlos con la sana humildad y la santa caridad y
la santa alegra, tres hermanas que hacen al alma buena y feliz. La naturaleza entera
estaba comprendida en la plenitud de aquel amor. Cantaba a su hermano el sol y a su
hermana la luna, al viento, al mar, a las nubes y a toda criatura de Dios, en estrofas
armoniosas, que hacen de l uno de los ms grandes espritus poticos que han existido.
Hasta el lobo comprenda aquel amor, y se amansabaoh lobo milagroso de Gubbio!al or
el acento de su voz. Cuanto ms los corderos, que libertaba de la muerte a cambio de su
manto cuando los llevaban al matadero, y las aves, que comprendan su lenguaje, y la
alondra, la triguera jubilosa, que tiene capucha como el fraile menor y lleva vestidos pardos
y humildes de coloide tierra, y va por el borde de los caminos en busca de un grano de trigo,
y, contenta con l, se lanza a los Cielos, cantando alegremente las alabanzas de Dios. As
era el amor de aquel hombre, a quien Bossuet llam el ms ardiente, el ms arrebatado, y
si es lcito hablar as, el ms desesperado amante de la pobreza que haya existido en la
Iglesia. Pero cuando apuntaba en sus labios el nombre del Salvador Jess, su voz se
conmova, segn la expresin de San Buenaventura, como si hubiera odo una meloda
interior cuyas notas hubiera querido recobrar.
A los cuarenta aos, Francisco era un hombre completamente gastado. No era el suyo un
organismo resistente. Desde su juventud tena con frecuencia accesos febriles, que se
complicaron despus con hemorragias continuas. Durante su estancia en Oriente haba
contrado la enfermedad de la vista, en forma que a veces estaba casi ciego del todo. Por lo
dems, su vida, desde que dej la casa de su padre, haba sido muy dura. Supo siempre
entender la penitencia con la libertad propia de su grande espritu. Prohibi entre sus frailes
los cilicios y otros instrumentos de maceracin. Gustaba sin escrpulos los exquisitos
manjares que le preparaba aquella su amiga de Roma a quien l llamaba fray Jacoba, y en
especial las tartas de almendras, de que an se acord durante su ltima enfermedad,
deseando probarlas de nuevo. Sin embargo, rara vez coma viandas guisadas, y con
frecuencia derramaba ceniza en los alimentos, diciendo que la hermana ceniza es casta.
Dorma muy poco y habitualmente sentado o con un madero por cabezal. Al fin pareca
arrepentirse de tanta dureza, y deca muy donosamente:
Perdname, hermano cuerpo, que en adelante estoy dispuesto a acceder a tus deseos.
Era ya tarde. A fines de septiembre de 1226 su mdico le dijo que slo le quedaban algunos
das de vida. An pudo trasladarse a Ass, deseando morir en la Porcincula, donde haba
comenzado su Orden. De su interior brotaba una alegra incontenible. Repeta el himno al
sol, cantaba a la hermana muerte y mandaba que le leyesen algunos pasajes evanglicos.
Como algunos quedasen poco edificados de aquellas canciones, les dijo: Por la gracia del
Espritu Santo, estoy tan ntimamente unido a mi Dios, que bien puedo regocijarme en l.
Sus ltimas palabras fueron estas del salmo: Saca mi alma de la crcel para que alabe tu
nombre eternamente.
lanzaba en alto, volaba hacia la imagen de Cristo y arrimaba la cara a su pecho, como
recogiendo los latidos del corazn divino.
Alfonso Rodrguez era por aquellos das el tipo perfecto del hermano portero; el lego de Lima
realizaba el ideal del enfermero. Para l no haba enfermedad contagiosa ni llaga repugnante.
El deseo de un enfermo era una orden sagrada, y muchas veces no necesitaba manifestarle
al exterior. Bastbale decir interiormente: Oh si estuviese aqu el hermano fray Martn! ,
para que fray Martn volase a su lado; y si no tena llave, pasaba a travs de las paredes.
Cmo has entrado aqu?preguntaba el paciente.
No te metas a bachillerresponda l; da gracias a Dios, duerme y descansa.
Esta misma piedad tena con los animales. Los acariciaba, los cuidaba en sus dolencias, les
aplicaba sus remedios de albitar, les vendaba las heridas y lloraba su desaparicin. En un
muladar vio tirada una mula vieja que tena una pata rota. Compadecido de ella, djole con
imperio:
Criatura de Dios, levntate y anda.
Levantse al punto y fue tras l al convento, donde
sirvi todava muchos aos. Otras veces sus curas eran
ms laboriosas. Si vea herido algn perro, algn mirlo o
alguna oveja, les llamaba, les aplicaba el remedio y les
recomendaba reposo hasta que cicatrizasen las heridas.
En una ocasin, el mayordomo del convento mand
matar a un perro que haba servido ya veinte aos.
Habindolo sabido fray Martn, mand a los esclavos que
llevasen el cadver a su aposento, y con l se pas una
noche pidiendo la resurreccin del perro. Durante
muchos aos el perro acompa a su bienhechor,
acaricindole con la cola, agradecido.
Como se ve, fray Martn haca los milagros ms sorprendentes que se lee en las vidas de los
santos, y los haca con una facilidad pasmosa. Se haca invisible para que nadie le molestase
en sus devociones; sala de noche por el claustro del convento, atravesando los aires
envuelto en nube de luz, haciendo en un instante viajes prodigiosos; sin moverse de Lima, se
presentaba en las Molucas y en China, en Mjico y en Argel, para aliviar a los enfermos,
libertar de la prisin a los misioneros e instruir a los cristianos; plantaba rboles que daban
fruto todas las estaciones del ao, y sin saber ms que deletrear no muy rpidamente y
manejar los instrumentos de su oficio, explicaba de una manera tan soberana los ms altos
misterios, que las gentes le escuchaban embelesadas, y hasta el virrey, el arzobispo y los
maestros de teologa iban a pedir su consejo.
Ya en Lima slo se hablaba de los milagros del santo lego. Entre la buena sociedad, lo mismo
que en las plazas, los limeos se entretenan cantando la ltima maravilla del santo Martn. A
la portera, lo mismo que a la sacrista, afluan constantemente multitud de curiosos y
devotos que queran remediar una necesidad o presenciar un prodigio, y cuenta uno de los
bigrafos que el prior llam una vez al taumaturgo y le dijo:
Hermano Martn, bajo santa obediencia, le prohbo que haga milagros sin pedirme antes
permiso.
Pero fray Martn segua haciendo milagros, sin darse cuenta siquiera, y aun pensando
obedecer. Sucedi que, pasando frente a un andamio, resbalse un albail y cay desde gran
altura, diciendo en presencia del peligro.
Slveme, fray Martn!
Espere un rato, hermanito, mientras pido permiso!
As dijo el taumaturgo, y el albail se qued en el aire hasta que vino su salvador con la
licencia.
En otra ocasin, orden el prior al portentoso donado que comprase para el consumo de la
enfermera un pan de azcar. Tal vez no llevaba el dinero suficiente para proveerse de azcar
blanca y refinada; el hecho es que se present con un pan de azcar mascabada.
No tiene ojos, hermano?djole el superior. No ha visto que, por lo prieta, ms
parece chancaca que azcar?
No se preocupe su paternidad por esocontest el enfermero. Con lavar ahora mismo el
pan de azcar se remedia todo.
Y, sin dar tiempo a que el prior le arguyese, meti el azcar en el agua de la pila, sacndolo
limpio y seco.
Entre muchas cosas buenas, Espaa llev tambin a Amrica los ratones, o los pericotes,
como all se dice. Cuentan que al Per llegaron en uno de los buques que con cargamento
de bacalao envi cierto obispo de Palencia, llamado don Gutierre. Cuando fray Martn era
enfermero de Santo Domingo, los ratones campaban por sus respetos en la enfermera, en la
cocina y en el refectorio. Por otra parte, los gatos, llevados tambin por los espaoles, eran
tan escasos en la ciudad, que uno costaba doscientos pesos. Haba, en cambio, muchas
ratoneras, y fray Martn, a pesar de su amor por los animales, no se descuidaba de usarlas,
aunque no sin ciertos escrpulos. Y he aqu que un da un ratonzuelo bisoo se dej coger en
la trampa. Tomlo el enfermero, pero no se resolvi a matarlo; al contrario, ponindole en la
palma de la mano, le dijo:
Martn
hizo
honor
su
palabra,
Sin embargo, estas luchas en l no fueron tan frecuentes como en el lego de Mallorca. El
castellano, descendiente de guerreros, hombre luchador, pasa los das y las horas en
combates terribles; el mestizo no tiene ms arma que la disciplina. La gracia le ha
transformado de tal modo, que parece no sentir las turbaciones de la tentacin. Camina por
la vida con la sencillez de un nio; el milagro es para l un juguete; obra siempre con
ingenuidad y ni en su sonrisa ni en sus ojos hay asomo de malicia. Pertenece a la estirpe de
aquellos que, como deca San Juan Crisstomo, conquistan el reino de los Cielos como
cantando y danzando.
Santa Cecilia de Roma (Nicolas Poussin, siglo XVII, Museo del Prado, Madrid - Espaa)
SANTA CECILIA
Virgen y Mrtir
( 179?)
Patrona de los msicos
Memoria obligatoria
22 de noviembre
Tenemos delante una casa patricia de la Roma imperial. Yergue su arrogancia en un ngulo
del campo de Marte, no lejos del mausoleo de Augusto y tan cerca del Estadio, que en los
grandes das se distinguen con claridad los gritos de la multitud aclamando a sus favoritos.
Por una ventanaas aparece en un cuadro de Pinturichiose ve el Tber, que arrastra sus
aguas cenagosas entre praderas verdes y colinas onduladas. Detrs, sobre un altozano, se
alza la fachada del Panten, y a mano derecha, contenido por una verja de hierro, avanza un
ngulo del jardn. Hay un prtico sostenido por capiteles corintios, y en el interior un patio
alegre, rodeado de elegante peristilo y poblado de estatuas, figuras de dioses y de hroes,
de ilustres mujeres y de generales famosos, pertenecientes a la gens nobilsima de los
Cecilios: Quinto Cecilio, el vencedor de Yugurta; Cecilio Metelo, famoso en las guerras de
Espaa; Cecilia Tanaquil, reina de Roma en tiempo de los Tarquines; Cecilia Cornelia, mujer
del gran Pompeyo, famosa por su aficin a las letras y sus condiciones musicales.
Pero los mrmoles rodaron y las viejas glorias yacen en el olvido. Aquel palacio aristocrtico
de la Roma de los Antoninos, en la Roma moderna es la iglesia de Nuestra Seora del Divino
Amor. Un amor grande y limpio como un sol de primavera ardi all en los ltimos aos del
siglo II, y hoy no queda ms que un nombre: el nombre de Cecilia. Ella es el espejo de la
mujer de la nueva Roma restaurada por Cristo, la flor de la juventud femenina, como decan
los jvenes romanos; la abeja industriosa de los panales del Seor, como la llama el Pontfice
Urbano. Una abeja golosa de flores de virtudes, que atesora sus mieles en amable silencio.
No se envanece de su esclarecida alcurnia; no hace caso de la pompa que la rodea; no hace
ostentacin de su juventud y hermosura; no mira con ceno a la servidumbre; no manda
azotar a los esclavos; no hiere a las esclavas con el punzn de escribir; al contrario, trajina
entre ellas, sonriente en todas las tareas de la casa, y luego se encierra en su habitacin,
una habitacin sencilla y alegre, donde no hay Dianas ni Cupidos, ni estuches de cremas y
pinceles; pero s flores y un cofre de plata, donde se guarda el santo Evangelio, aquel
Evangelio que la joven lee todos los das y que esconde amorosamente junto a su corazn.
Pero cierto da el palacio de los Cecilios se
viste de fiesta. Esclavos y esclavas entran y
salen llevando joyas brillantes, telas preciosas
y castillos de flores. Es una fiesta nupcial lo
que se prepara. Pero va a ser una extraa
fiesta: las danzas de rbrica, un convite ntimo
y un ceremonial incompleto. La desposada es
la misma Cecilia. Una noche, en la reunin de
las catacumbas, el Pontfice ha puesto sobre su
cabeza el velo de las vrgenes; es la esposa de
Cristo, pero no ha podido vencer la voluntad
de su padre; y ahora se pone confiada en las manos del Seor. En la ceremonia se prescinde
de los sacerdotes paganos y del sacrificio de la oveja negra que se haca a Pilumno, la deidad
protectora del matrimonio.
Ms he aqu que avanza el cortejo. Van delante un nio adornado de verbenas y una nia
coronada de rosas. Siguen otras doce nias vestidas de blanco, con rosas en el pecho y en la
frente, y, a guisa de diadema, una cinta amarilla. Entran de dos en dos, describiendo ligeros
ritmos de danza, y tras ellas vienen cuatro adolescentes que acaban de vestir la toga
pretexta. Cecilia lleva el vestido que manda el ritual: una tnica blanca de lana, con su
ceidor tambin blanco, y encima un manto de color de fuego, smbolos graciosos de la
pureza y del amor. Sobre el manto caen los cabellos, repartidos en seis trenzas, como la
cabellera de las vestales. Su esposo, Valeriano, uno de los jvenes ms ilustres de Roma, la
lleva de la mano, y los dos se detienen junto al busto de Pilumno. Los jvenes cantan, las
nias ejecutan sus danzas inocentes; se verifica la ofrenda de la leche y el vino, que a la
desposada la hace volver la cabeza con repugnancia; se rompe la torta, smbolo de la unin,
y la mano de Cecilia es colocada sobre la diestra de Valeriano.
Algunas horas despus, cuando empezaba a brillar el lucero de la tarde, la nueva esposa fue
llevada a la morada del esposo. La casa de Valeriano estaba al otro lado del Tber, donde hoy
se alza la iglesia de Santa Cecilia. Las antorchas nupciales preceden al cortejo, aumentando
aqu y all con grupos de chiquillos y curiosos, que gritan celebrando las gracias de la
desposada. Cecilia sonre suavemente a las gratulaciones, pero una angustia infinita le
acongoja el corazn. Pasan el puente Sublicio, y a los pocos pasos apareci la casa de
Valeriano. En el prtico, adornado de blancas colgaduras y guirnaldas de hiedra, aguardaba
el esposo en el colmo de su felicidad. Cambiaron el saludo tradicional:
Quin eres t?pregunt l. Y ella respondi:
Donde t Cayo, yo Caya.
La alusin tena ahora un sentido ms ntimo, pues esa Caya del rito matrimonial no era otra
que Caya Cecilia Tanaquil, la ascendiente real de los Cecilios.
Cecilia atraviesa el umbral. Una esclava se adelanta, presentndole en un cliz de plata el
agua, que figura la limpieza; otra le entrega una llave, smbolo de la administracin interior
que se le confa; y otra, finalmente, le ofrece un puado de lana, para recordarle las tareas
propias del hogar.
Y pasan al triclinio, donde se va a servir el banquete nupcial. Brillan deslumbradores los
candelabros, los lirios de Aecio y Tvoli derraman sus perfumes, caen el chipre y el falerno en
las copas de oro, escanciados por jvenes efebos; resuena la meloda de las arpas y los
cmbalos, y los comensales aplauden al poeta cuando se levanta para cantar en un
epitalamio decadente las venturas de aquella unin. Entre tanto, Cecilia parece como
enajenada; sus ojos miran una cosa lejana, que a Valeriano le llena de inquietud; su corazn
est suspenso de una msica ultraterrena. Entre los acordes de las orquestas, dicen las
viejas actas, entre el ritmo de las ctaras y los rganos, Cecilia cantaba tambin, repitiendo
sin cesar la estrofa del salmista: Que mi corazn y mi carne permanezcan puros, oh Seor,
y que no me vea confundida en tu presencia. La cristiandad ha recogido emocionada estas
palabras de la virgen, y para honrar aquel sublime concierto interior la ha proclamado reina y
patrona de la armona.
Cecilia iba a dar el ltimo paso hacia el peligro. Dos matronas guiaron sus pasos temblorosos
hacia la cmara nupcial. Arden los candelabros, brillan los tapices y las joyas. Valeriano llega
unos instantes despus. Se acerca a su esposa con el rostro radiante de dicha; pero ella le
detiene con estas palabras:
Joven y dulce amigo, tengo un secreto que confiarle; jrame que lo sabrs respetar.
Valeriano lo jura sin dificultad, y la virgen aade:
Mira: Cecilia es tu hermana, es la esposa de Cristo. Hay un ngel que me defiende, y que
cortara en un instante la flor lozana de tu juventud si intentases cualquier violencia contra
m.
El joven palidece, se irrita, grita en el paroxismo de la desesperacin; pero poco a poco la
gracia le domina, y con la gracia, la dulzura infinita de Cecilia.
Ceciliadice al fin, hazme ver ese ngel si quieres que crea en tus palabras.
Para ver ese ngel de Dios se necesita antes creer, hacerse discpulo de Cristo, bautizarse.
As se lo dice Cecilia a su esposo.
Pues bienresponde l; ahora mismo, esta misma noche; maana ser tarde.
Y con el mpetu de la juventud y la sierpe de la duda en el alma, deja en la habitacin a su
esposa y camina envuelto en el silencio de la noche en busca del Pontfice Urbano. Poco a
poco, una fuerza desconocida va dominando su alma. Su corazn se aquieta y su inteligencia
empieza a comprender.
Unas horas ms tarde volva vestido de la
tnica blanca de los nefitos. Prosternada en
tierra, Cecilia pareca absorta en la oracin;
una luz deslumbrante la rodeaba y un ngel de
inefable belleza flotaba sobre ella, sosteniendo
dos coronas de rosas y de lirios, con que
adorn las sienes de los dos esposos. A la
conversin
de
Valeriano
sigui
la
de
su
acababan de abrazar.
Reinaba entonces en Roma el emperador filsofo Marco Aurelio, hombre honrado, corazn
bueno, hasta la debilidad, alma compasiva, que se rebelaba contra los juegos sangrientos del
anfiteatro; slo fue cruel tratndose de los cristianos. Los diecinueve aos de su reinado
fueron los ms difciles que atraves la Iglesia. En su persecucin sufrieron Tiburcio y
Valeriano, y algo despus de ellos la virgen Cecilia. Llevada a presencia del juez, Cecilia
manifest toda la grandeza de una descendiente de los Metelos y toda la dulzura de una
discpula de Cristo.
Cul es tu nombre?la pregunt el prefecto Almaquio.
Ceciliarespondi ella.
Cul es tu condicin?
Libre, noble, clarsima.
inefable, y nos pareca romo si el Esposo vigilase el sueo de su esposa, repitiendo las
palabras del cntico: No despertis a la amada hasta que ella quiera.