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Mirarán Al Que Traspasaron-Libro-Jfcc
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Estimado lector: en cuanto al propsito de este singular libro, poco tengo que decir, pues
espero que hablen las imgenes y los textos que las acompaan. Siendo Jess en su persona y
en su figura de siervo doliente la suma elocuencia, slo me queda callar y dejar que hable l
a los corazones de los que lo contemplen. Pues de contemplacin de la humanidad doliente de
Cristo se trata en esta obra, un tema que debera conmovernos a todos los cristianos si nuestra
fe no estuviera dormida y nuestro corazn insensibilizado. Santa Teresa de Jess no se cansaba
de recomendarnos esa contemplacin que tanto bien puede hacer a las almas movindolas a
conversin. Y San Alfonso M de Ligorio en una obrita muy elogiable llamada Prctica del
amor a Jesucristo nos recordaba cmo los santos encontraban siempre su mayor motivo de
elevacin y su motivacin primordial para amar a Dios en la meditacin de la pasin de Jess,
pues en ella la locura del amor de Dios se hace ms que patente y sera capaz de volver
sensitivas hasta las piedras si algunos no estuvieran tan endurecidos por el pecado y el
egosmo. Porque para amar al que nos am primero hace falta humildad. Compadezcmonos
de Aqul que muri por nosotros por todos los sufrimientos y humillaciones a que se someti
para ganar nuestro amor, y movmonos interiormente a amarlo de corazn, sin reservas, y, en
consecuencia, a acompaarlo espiritualmente en los duros trances de la pasin, sacrificio cuyo
memorial se repite a diario en millones de iglesias de todo el mundo. Acompamoslo tambin
en la soledad de los sagrarios, en los pobres, cuyo rostro es el rostro de Dios en nuestra tierra,
en los afligidos, en los enfermos, en los humillados y oprimidos. No digo ms. Invito a todos a
que contemplen en esta humilde seleccin de hermosas imgenes de grandes artistas y textos
sumamente inspirados ese amor misericordioso que nos quiere para l y slo est esperando
que le digamos un s.
Juan Francisco Caones Castell
I
Porque as am Dios al mundo, que entreg a su Hijo unignito (Juan, 3, 16). Vindonos el
Eterno Padre muertos por el pecado y privados de su gracia, qu hizo? Por el inmenso amor
que nos tena mand a su amadsimo Hijo a satisfacer por nosotros y devolvernos as la vida
que el pecado nos haba arrebatado. Y, dndonos al Hijo-no perdonando al Hijo para
perdonarnos a nosotros-, junto con el Hijo nos dio toda suerte de bienes, su gracia, su amor y
el paraso, porque todos esos bienes son ciertamente de ms nfimo precio que su Hijo.
Movido, adems, el Hijo por el amor que nos tena, se nos entreg completamente. Y, para
redimirnos de la muerte cercana y devolvernos la gracia divina y el paraso perdido, se hizo
hombre y se visti de carne como nosotros. Y vimos a la majestad infinita como anonadada. El
Seor del universo se humill hasta tomar forma de esclavo y se sujet a todas las miserias
que el resto de los hombres padecen.
Pero lo que hace caer ms en el pasmo es que, habindonos podido salvar sin padecer ni
morir, eligi vida trabajosa y humillada y muerte amarga e ignominiosa, hasta morir en cruz,
patbulo infame reservado a los malhechores. Y por qu, pudindonos redimir sin padecer,
quiso abrazarse con muerte de cruz? Para demostrarnos el amor que nos tena. Nos am, y
porque nos am se entreg en manos de los dolores, ignominias y muerte la ms amarga que
jams hombre alguno padeci sobre la tierra.
(fragmento de Prctica del amor a Jesucristo, de San Alfonso M de Ligorio)
PECHO
De brazo a brazo se abre sin engao
tu pecho todo, del amor dehesa;
de tu agona en la tremenda embuelza
el infinito abarcas en las lindes
del camino del sol que no se pone
ni sale nunca. Y es que con tus brazos,
orto y ocaso, cuanto vive tomas,
divino Atlante, y no sobre tus hombros,
sino sobre tu pecho lo encaramas
hasta los cielos. Que es el peldao inmoble
de fortaleza, donde el mundo asintase
sobre el umbral de Dios. Sobre tu pecho
la Creacin en el Amor se estriba,
de la gloria escabel. Se mantena
sin haber T nacido, en el vaco
nuestra madre la Tierra, vacilante,
colgando sobre nada; y hoy descansa
sobre el seno del hijo de su seno,
que eres puntal del mundo. Recia fbrica
dentro de este tu pecho, de costillas
viriles como aquellas de que hiera
tu Padre a la mujer, porque eres, Cristo,
de nuestros huesos, hueso. Y en tu pecho
como de campo a campo entr a sus anchas
el aire que cernieron los olivos,
y el que a la tierra como un manto envuelve
y azul el cielo a nuestros ojos pinta
como regalo. Cual el blanco ocano
palpitaba al respiro de la vida;
los pies y del pecho todava manaban una agilla sanguinolenta. Terminado el lavatorio, el
cadver fue envuelto en los perfumes de Nicodemus, que no se escatimaron, pues eran
abundantes, y se cubrieron incluso las bocas negras que los clavos dejaron. Desde la noche en
que la Pecadora, anticipndose a este da, haba vertido sobre los pies y la cabeza del
Perdonador el vaso de nardo, el cuerpo de Jess no haba recibido ms que salivazos y golpes.
Pero ahora el plido ajusticiado era cubierto, como aquel da, de perfumes y de lgrimas, ms
preciosas que los perfumes. Luego, cuando las cien libras de Nicodemus hubieron cubierto a
Jess de una colcha olorosa, ataron la sbana alrededor del cuerpo con largas vendas de lino y
y la cabeza fue envuelta en un sudario, y sobre el rostro, despus que todos le besaron en la
frente, tendieron otro pao. (Fragmento de la Historia de Cristo de Giovanni Papini)
Por qu hay tantos cristianos que miran con tanta indiferencia a Jesucristo clavado en la
cruz? Durante la Semana Santa asisten a los oficios que la Iglesia celebra para conmemorar la
pasin y muerte del Redentor, y no se advierte en ellos ni rastro de agradecimiento o de
ternura, como si se hiciese memoria de meras fbulas o de cosas que nada nos interesan. Es
que ignoran o no creen lo que dice el Evangelio sobre la Pasin del Salvador? Lo saben, a buen
seguro, y tambin lo creen; pero no se detienen a meditarlo, porque el que cree y medita en
estos misterios, es imposible que no se mueva a amar a un Dios que padece tanto y muere por
su amor. La caridad de Cristo, dice San Pablo, nos hace violencia (2 Co, 5, 14). Al meditar en la
Pasin del Seor, no tanto debemos detenernos en los dolores y desprecios que padeci,
cuanto en el amor con que soport los trabajos, puesto que Jesucristo, si quiso sufrir tanto, no
fue unicamente para salvarnos, ya que para esto le hubiera bastado una simple oracin, sino
para declararnos el amor que nos tena y ganar por aqu nuestros corazones. Por esto, un alma
que medita en este amor de Jesucristo no puede dejar de amarle; se sentir como obligada y
arrastrada como por fuerza a consagrarle todos los afectos de su corazn.
(fragmento de Meditaciones sobre la Pasin de Jesucristo, de San Alfonso M de Ligorio)
IV
Buenaventura- se puede decir de Mara. As nos am Mara, que nos entreg a su propio
Hijo.
Cundo nos lo dio? Nos lo dio, dice el P. Nierembergh, cuando le otorg licencia para ir a la
muerte. Nos lo dio cuando, abandonado por todos, por odio o por temor, poda ella sola
defender muy bien ante los jueces la vida de su Hijo. Bien se puede pensar que las palabras de
una madre tan sabia y tan amante de su hijo hubieran podido impresionar grandemente, al
menos a Pilato, disuadindole de condenar a muerte a un hombre que conoca, y declar que
era inocente.
Pero no; Mara no quiso decir una palabra a favor de su Hijo para no impedir la muerte, de la
que dependa nuestra salvacin. Nos lo dio mil y mil veces al pie de la cruz durante aquellas
tres horas en que asisti a la muerte de su Hijo, ya que entonces, a cada instante, no haca otra
cosa que ofrecer el sacrificio de la vida de su Hijo con sumo dolor y sumo amor hacia nosotros,
y con tanta constancia que, al decir de san Anselmo y san Antonino, que si hubieran faltado
verdugos ella misma hubiera obedecido a la voluntad del Padre (si se lo exiga) para ofrecerlo
al sacrificio exigido para nuestra salvacin. Si Abrahn tuvo la fuerza de Dios para sacrificar a
su hijo (cuando l se lo orden), podemos pensar que, con mayor entereza, ciertamente, lo
hubiera ofrecido al sacrificio Mara, siendo ms santa y obediente que Abrahn.
Pero volviendo a nuestro tema, qu agradecidos debemos vivir para con Mara por tanto
amor! Cun reconocidos por el sacrificio de la vida de su Hijo que ella ofreci con tanto dolor
suyo para conseguir a todos la salvacin! Qu esplndidamente recompens el Seor a
Abrahn el sacrificio que estuvo dispuesto a hacer de su hijo Isaac! Y nosotros, cmo
podemos agradecer a Mara por la vida que nos ha dado de su Jess, hijo infinitamente ms
noble y ms amado que el hijo de Abrahn? Este amor de Mara al decir de san
Buenaventura- nos obliga a quererla muchsimo, viendo que ella nos ha amado ms que nadie
al darnos a su Hijo nico al que amaba ms que a s misma.
(fragmento de Las glorias de Mara, de San Alfonso M de Ligorio)
He aqu que ya bajan a Jess de la cruz. Oh Virgen sacrosanta, despus que t, con tanto amor
has dado al mundo a tu Hijo por nuestra salvacin, he aqu que el mundo ingrato ya te lo
devuelve. Pero, oh Seor, cmo te lo devuelve?
Mara dira entonces al mundo: Mi amado es flgido y rubio (Ct, 5, 10), pero t me lo
entregas lleno de cardenales y rojo, no por el color de su carne, sino por las llagas que le has
hecho. l enamoraba con su aspecto y ahora da espanto a quien lo mira. Cuntas espadas,
dice san Buenaventura, hirieron el alma de esta Madre al serle presentado el Hijo bajado de la
cruz! Basta considerar el sufrimiento de cualquier madre cuando le presentan a su hijo
muerto. Se le revel a santa Brgida que para bajarlo de la cruz se utilizaron tres escalas.
Primero, los santos discpulos desclavaron las manos y a continuacin los pies. Y los clavos
fueron confiados a Mara, como dice Metafraste. Luego, sosteniendo unos el cuerpo de Jess
por la parte superior y otros por la parte inferior, lo bajaron de la cruz. Bernardino de Bustos
medita cmo la afligida Madre, extendiendo los brazos, va al encuentro de su amado Hijo, lo
abraza y despus se sienta al pie de la cruz tenindole en su regazo. Ve aquella boca
entreabierta, los ojos nublados, aquella carne lacerada, aquellos huesos descarnados; le quita
la corona de espinas y ve los estragos que le ha causado en su sagrada cabeza; mira aquellas
manos y aquellos pies traspasados, y dice: Hijo mo, a qu te ha reducido el amor que tienes a
los hombres! Qu mal les has hecho que as te han tratado? San Bernardino de Bustos le hace
decir: T eras para m un padre, un hermano, un esposo, mis delicias y mi gloria; t eras todo
para m. Hijo, mira cmo estoy de afligida, mrame y consulame. Pero t ya no me puedes
mirar. Habla, dime una palabra de alivio; pero no hablas ya porque ests muerto. Oh espinas
crueles, deca contemplando aquellos instrumentos atroces, clavos, lanza despiadada, cmo
habis podido atormentar as a vuestro Creador? Pero qu espinas?, qu clavos? Oh
pecadores, exclamaba, vosotros sois los que habis maltratado de este modo a mi Hijo.
(fragmento de Las glorias de Mara, de San Alfonso M de Ligorio)
Pintura sobre madera del altar de la iglesia de San Francisco, en la ciudad de Orte (regin de
Lacio, provincia de Viterbo)
IX
Tenemos necesidad de ti, de ti solo y de nadie ms. Solamente, T, que nos amas, puede
sentir hacia todos nosotros, los que padecemos, la compasin que cada uno de nosotros siente
de s mismo. T solo puedes medir cun grande, inconmensurablemente grande, es la
necesidad que hay de ti en este mundo, en esta hora del mundo. Ningn otro, ninguno de
tantos como viven, puede darnos, a los necesitados, a los que estamos sumidos en atroz
penuria, en la miseria ms tremenda de todas, en la del alma, el bien que salva. Todos tienen
necesidad de ti, incluso los que no lo saben, y los que no lo saben, harto ms que aquellos que
lo saben. El hambriento se imagina que busca pan, y es que tiene hambre de ti; el sediento
cree desear agua y tiene sed de ti; el enfermo se figura ansiar la salud y su mal est en no
poseerte a ti. El que busca la belleza en el mundo, sin percatarse te busca a ti, que eres la
belleza entera y perfecta; el que persigue con el pensamiento la verdad sin querer te desea a
ti, que eres la nica verdad digna de ser sabida; y quien tras de la paz se afana, a ti te busca,
nica paz en que pueden descansar los corazones, an los ms inquietos. Esos te llaman sin
saber que te llaman, y su grito es inefablemente ms doloroso que el nuestro.
No clamamos a ti por la vanidad de poderte ver como te vieron Galileos y Judos, ni por el
placer de contemplar una vez tus ojos, ni por el loco orgullo de vencerte con nuestra splica.
No pedimos el gran descenso en la gloria de los cielos, ni el fulgor de la Transfiguracin, ni los
clarines de los ngeles y toda la sublime liturgia del ltimo advenimiento. Hay tanta humildad,
t lo sabes, en nuestra desbordada presuncin! Te queremos a ti nicamente, tu persona, tu
pobre tnica de obrero pobre; queremos ver esos ojos que pasan la pared del pecho y la carne
del corazn, y curan cuando hieren con ira, y hacen sangre cuando miran con ternura. Y
queremos or tu voz, tan suave, que espanta a los demonios, y tan fuerte, que encanta a los
nios.
T sabes cun grande es, precisamente, en estos tiempos, la necesidad de tu mirada y de tu
palabra. T sabes bien, que una mirada tuya puede conmover y cambiar nuestras almas; que
tu voz puede sacarnos del estircol de nuestra infinita miseria; t sabes mejor que nosotros,
mucho ms profundamente que nosotros, que tu presencia es urgente e inaplazable en esta
edad que no te conoce.
Viniste, la primera vez, para salvar: para salvar naciste; para salvar hablaste; para salvar
quisiste ser crucificado: tu arte, tu obra, tu misin, tu vida es de salvacin. Y nosotros tenemos
hoy, en estos das grises y calamitosos, en estos aos que son una condena, un acrecimiento
insoportable de horror y de dolor; tenemos necesidad, sin tardanza, de ser salvados.
Si t fueses un Dios celoso y agrio, un Dios que guarda rencor, un Dios vengativo, un Dios tan
slo justo, entonces no daras odos a nuestra plegaria. Porque todo el mal que podan hacerte
los hombres, aun despus de tu muerte, y ms despus de la muerte que en vida, los hombres
lo han hecho; todos nosotros, el mismo que est hablando con los dems, lo hemos hecho.
Millones de Judas te han besado despus de haberte vendido, y no por treinta dineros
solamente ni una vez sola; legiones de Fariseos, enjambres de Caifases te han sentenciado
como a malhechor digno de ser clavado de nuevo; y millones de veces, con el pensamiento y la
voluntad, te han crucificado de nuevo, y una eterna canalla de villanos pervertidos te ha
llenado el rostro de salivazos y bofetadas; y los palafreneros, los lacayos, los porteros, la gente
de armas de los injustos detentadores de dinero y de potestad te ha azotado las espaldas y
ensangrentado la frente, y miles de Pilatos, vestidos de negro o rojo, recin salidos del bao,
perfumados de ungentos, bien peinados y rasurados, te han entregado miles de veces a los
verdugos despus de haber reconocido tu inocencia; e innumerables bocas flatulentas y
vinosas han pedido innumerables veces la libertad de los ladrones sediciosos, de los criminales
confesos, de los asesinos reconocidos, para que t fueses innumerables veces arrastrado al
Calvario y clavado al rbol con clavos de hierro forjados por el miedo y remachados por el
odio.
Pero t ests siempre dispuesto a perdonar. T sabes, t que has estado entre nosotros, cul
es el fondo de nuestra naturaleza desventurada. No somos sino harapos y bastarda, hojas
inestables y pasajeras, verdugos de nosotros mismos, abortos malogrados que se revuelcan en
el mal a guisa de infantes envueltos en sus orines, del borracho tumbado sobre su vmito, del
Icono de Jess reunido con los apstoles tras el abandono de Judas en la ltima cena
XI
Sabiendo Jess que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese
amado a los suyos, los am hasta el extremo (Juan, 13, 1). Sabiendo nuestro amantsimo
Salvador que era llegada la hora de partir de esta tierra, antes de encaminarse a morir por
nosotros, quiso dejarnos la prenda mayor que poda darnos de su amor, cual fue precisamente
este don del Santsimo Sacramento.
Dice San Bernardino de Siena que las pruebas de amor que se dan en la muerte quedan ms
grabadas en la memoria y son las ms apreciadas. De ah que los amigos, al morir,
acostumbren dejar a las personas queridas en vida un don cualquiera, un vestido, un anillo, en
prenda de su afecto. Pero vos, Jess mo, al partir de este mundo, qu nos dejasteis en
prenda de vuestro amor? No ya un vestido ni un anillo, sino que nos dejasteis vuestro cuerpo,
vuestra sangre, vuestra alma, vuestra divinidad y a vos mismo, sin reservaros nada.
Segn el Concilio de Trento, en este don de la Eucarista quiso Jesucristo como derramar
sobre los hombres todas las riquezas del amor que tena reservadas. Y nota el Apstol que
Jess quiso hacer este regalo a los hombres en la misma noche en que stos maquinaban su
muerte. San Bernardino de Siena es de opinin que Jesucristo, ardiendo de amor a nosotros y
no contento con aprestarse a dar su vida por nuestra salvacin, se vio como forzado por el
mpetu del amor a ejecutar antes de morir la obra ms estupenda, cual era la de darnos en
alimento su cuerpo.
Por eso Santo Toms llamaba a este sacramento sacramento de caridad, prenda de caridad.
Sacramento de amor, slo el amor fue el que impuls a Jesucristo a darse a nosotros en l; y
prenda de amor, porque si alguna vez dudramos de su amor, hallramos en l una garanta en
este sacramento. [fragmento de Prctica del amor a Jesucristo, de San Alfonso M de Ligorio]
Descendimiento de Caravaggio