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Comentario Sobre Hechos MC Garvey
Comentario Sobre Hechos MC Garvey
Comentario Sobre Hechos MC Garvey
“Hechos de Apóstoles”
J. W. McGarvey, M. A.
Introducción
II. Titulo. "Los Hechos de los Apóstoles" nos lleva a error: hace que el lector
novicio suponga que trata de todos, o casi todos, los hechos de todos los
apóstoles; cuando lo que pasa es que sólo unos cuantos hechos menciona de
algunos de ellos, y calla casi todos los hechos de la mayoría. Si omitimos los
dos artículos definidos se convierte en "Hechos de Apóstoles", que
corresponde al contenido del libro, el que presenta ciertos hechos de algunos
apóstoles, sin mencionar el número de ellos ni de apóstoles. Exactamente ese
título lleva en uno de los dos más antiguos manuscritos, el Código B, mientras
el otro, el Sinaítico, lo estila sencillamente "Hechos". Sin duda el título le fue
dado después que salió de las manos del autor, pues los que escribían libros
en aquella edad no acostumbraban darles títulos, aunque sería difícil inventar
titulo mejor.
III. El Autor. Nos viene este libro sin expresión de quién lo escribiera, pero en
la primera frase lo vemos dirigido a cierto Teófilo, y pretende ser de la pluma
de quien ya había producido un tratado previo referente a la biografía de
Jesús, dirigido al mismo Teófilo. Ese tratado previo es el evangelio tercero,
que se acredita a Lucas. Tal demanda de ser el mismo autor para ambos se
confirma en la uniformidad de estilo que prevalece en los dos libros. No
menos de cincuenta palabras son de uso común en ambos, lo que no pasa
con ningún otro del Nuevo Testamento. Así, toda la evidencia que concurre a
probar que Lucas escribió el tercer evangelio, tiene fuerza igual en prueba de
que escribió los dos. Si los incrédulos en general niegan cualquiera, todos
admiten que los dos fueron escritos por la misma persona.
VI. Sus divisiones. Como todos los escritores primitivos, Lucas prosigue su
narración de principio a fin sin marcas ni notas que indiquen las divisiones de
su asunto, pero si nada llega a la vista que muestre divisiones, las hay y son
inequívocas. Nadie puede leer el libro sin notar dos grandes divisiones, la
primera de las cuales se puede tomar como historia general de la iglesia hasta
la muerte de Herodes (Capítulo 12:23-25); la segunda se extiende desde allí
hasta el final del libro y se ve que es relato de las labores de Pablo apóstol. Por
esto, muchos escritores tratan del libro como si se dividiera solo en dos partes.
Pero cada una contiene subdivisiones que bastante se distinguen una de otra, y
que se extienden suficientes para llamarlas también partes. Por ejemplo, la
carrera de Pablo se divide en el relato de sus jiras de predicación entre los
gentiles, desde que fue apartado para esta obra (Capítulo 13:1-3), hasta su
visita final a Jerusalén al terminar la tercera jira, (Capítulo 21:16); y la cuenta
que da de sus cinco años de prisión, lo que ocupa el resto del libro. También la
historia general se divide en dos partes muy distintas, la primera que termina en
Capítulo 8:4 y trata exclusivamente de la iglesia en Jerusalén, y el resto desde
Capítulo 8:5 al 12:25, de la difusión del evangelio en Judea, Samaria y
comarcas alrededor. Yo prefiero, pues, una distribución en cuatro partes,
siguiendo estas cuatro divisiones hechas por el autor.
VII. Su plan. Entre los sabios que creen y los racionalistas, que rechazan, hay
diferencia radical en cuanto al objeto principal para el que fue escrito el libro de
Hechos. Es común entre todos los que siguen la escuela de Tübingen asumir
que Pedro era el líder de todos los judaizantes que estuvieron en antagonismo
continuo contra Pablo, y que los demás apóstoles sentían plena simpatía hacia
Pedro, y que tal antagonismo jamás se abatió en vida de los apóstoles; que
“Hechos” se escribió como a fines del primer siglo, o poco más tarde, con
propósito deliberado de que pareciese que tal antagonismo jamás había
existido. Dice uno, Baur: "Nos vemos obligados así a pensar que el objeto
inmediato para el que Hechos se escribió fue trazar un paralelo entre los dos
apóstoles, en el que Pedro apareciera con carácter paulino, y Pablo con
carácter petrino. Hasta en lo que se refiere a las proezas y fortunas de los dos
hallamos un convenio notable. No hay milagro de ninguna clase que se
atribuya a Pedro en la primera parte de la obra que no tenga su
correspondencia en la segunda. Y es aún más notable observar cómo en la
doctrina de sus alocuciones, en sus modos de acción como apóstoles, no sólo
van de acuerdo entre si, sino que parecen cambiar de papeles". Tal opinión del
propósito del autor hace que el libro falte por completo a la verdad, refutación
suficiente a lo cual se halla en lo que más antes dijimos en cuanto a su autor y
su credibilidad. Añadiremos que el paralelo entre Pablo y Pedro, que de hecho
existe, no es sostén de esa teoría, porque plenamente se explica si se supone
la veracidad del relato entero. Si Pedro y Pablo tuvieron el poder de sanar
enfermos, deben haber sanado los males que se hallaban entre el pueblo, por
lo que deben haber sanado la misma clase de males. Si predicaban el mismo
evangelio, deben haber expresado muchas de las mismas ideas, especialmente
si predicaban, como lo han de haber hecho, a personas numerosas que se
hallaban en el mismo estado mental y necesitaban la misma instrucción. Si eran
perseguidos, deben haber padecido iguales aflicciones que sobrevienen
comúnmente a los perseguidos, y si eran guiados por el mismo Espíritu, deben
haber convenido uno con el otro. Así es que ambas cosas, la teoría de estos
señores, así como el razonamiento con que la quieren sostener, son falsos y
frutos de la fantasía.
En este punto lo que nos ayuda es algunos de los cálculos de Pablo. Dice
a los Gálatas (Gálatas 1:13) que tres años después de su conversión se fue de
Damasco a Jerusalén, y que después de catorce años (Gálatas 2:1) volvió allí
con Bernabé a la conferencia. Si se ha de entender que estas dos temporadas
fueran seguidas haciendo diecisiete años desde su conversión hasta la
conferencia, ésta pudo haber sido el año 50, lo que echa la conversión de Pablo
al año 33, tres después de la fundación de la iglesia.
12. Tercera jira, con dos años y tres meses en Éfeso, de 53 a 58.
Entonces escribió 1 y 2 Corintios, Gálatas y Romanos.
13. Misión que comienza en Jerusalén en el 58, prisión en Cesárea hasta
el 60, y con el viaje a Roma hasta el 63. Aquí escribió Efesios, Colosenses,
Filemón, Filipenses, 1 y 2 Timoteo, Tito, y quizá también Hebreos.
Comentario sobre
“Hechos de Apóstoles”
J. W. McGarvey, M. A.
Parte I
Sección I
-Contenido
Judas Iscariote
www.sagradacena.org/.../Judas_Iscariote.jpg
Pero si este paréntesis sirve muy bien a su objeto obvio, presenta tres
puntos de conflicto aparente con lo que Mateo refiere de la suerte de Judas.
Primero: dice que cayó de cabeza y reventó por medio, y Mateo dice que se
ahorcó. Segundo: lo representa consiguiendo una propiedad con el pago de su
iniquidad, pero Mateo dice que los príncipes de los sacerdotes compraron el
campo con ese dinero. Tercero: deriva el nombre de Hakéldamach de la
circunstancia de que Judas cayó ahí y se reventó, mas Mateo lo saca de que el
campo se compró con dinero de sangre (Mateo 27:3-8). En cuanto al primer
punto los dos relatos van de acuerdo perfecto, porque si se colgó, o lo bajaron o
se cayó, y Lucas dice que se cayó. Si cayó y reventó, debe haber caído de altura
considerable, o también el abdomen se hallaba ya en descomposición, pudiendo
haber ocurrido ambas cosas. Ahorcarse, quedando en suspenso hasta caer,
llena toda condición de ambos relatos y explica bien que se reventara el cuerpo.
Pero si tentamos de explicar todo esto con otra hipótesis, veremos que es muy
difícil imaginar una adecuada. Así, no solo van en armonía los dos relatos, sino
que el de Lucas sirve de sostén al de Mateo. En cuanto al segundo punto, si
Judas devolvió el dinero según describe Mateo, y los sacerdotes compraron con
él un campo del alfarero, ese campo era propiedad de Judas realmente, y sus
herederos podían reclamarlo, pues se había adquirido con dinero que le
pertenecía, y Lucas con toda propiedad pudo decir que Judas adquirió el
campo. En tercer lugar: si el campo se compró con dinero de sangre y Judas
cayó allí y se reventó, pudo el campo derivar su nombre de una y otra
circunstancia, y con mayor propiedad de las dos. La probabilidad es que el
terreno se haya vuelto comparativamente sin valor por las muchas
excavaciones hechas allí por el alfarero en busca de su barro; y si en añadidura
se halló salpicado del contenido de los intestinos putrefactos de un traidor que
se ahorcó allí; ya era lugar tan horrible que el dueño con gusto lo vendió por
una bagatela, lo que dio ocasión a los sacerdotes de comprarlo por treinta
piezas de plata que probablemente equivalían a dieciséis dólares. Un pedazo
de terreno de buenas dimensiones para hacer un cementerio pequeño no era
posible comprarlo cerca del muro de Jerusalén por tan pequeña suma. Era para
sepultar extranjeros demasiado pobres para darse el lujo de un sepulcro
cavado en la roca. Los pobres, judíos o gentiles, allí se sepultaban, pues.
Debe observarse que los discípulos mismos no eligieron a Matías, sino que,
habiendo presentado a los dos entre quienes la elección se haría, rogaron al
Señor que mostrara el que él escogía, y luego echaron suertes, entendiendo que
aquél sobre quien la suerte cayera era el escogido del Señor. Esto muestra que
creían en una providencia de Dios tan especial que abarca, en todo lo que
determina, hasta el echar suertes —de todo, lo más accidental, en apariencia. Si
se inquiere por qué limitaron a dos personas la selección del Señor, es obvio
contestar que éstos eran los que poseían las cualidades especificadas por Pedro.
Sección II
Hechos 2:1-47
De entre la asamblea que se hallaba allí reunida, los que fueron llenos del
Espíritu Santo no fueron, como muchos han supuesto, los 120 discípulos que
en un paréntesis se mencionan en el capítulo anterior, sino solo los doce
apóstoles. Se verifica este hecho atendiendo a la conexión gramatical entre el
último versículo del capítulo anterior y el primero del actual. Leyéndolos juntos
se ve: "les echaron suertes, y cayó la suerte sobre Matías; y fue contado con
los once apóstoles. Y como se cumplieron los días de Pentecostés, estaban
todos unánimemente juntos". Crisóstomo fue el primer comentarista que adoptó
la suposición de que el bautismo del Espíritu Santo había sido para todos los
discípulos, y los modernos hasta incluyen a cuanto discípulo hubiera venido a
la fiesta. Llegan a fundar sus ideas en una interpretación demasiado literal de la
profecía de Joel que Pedro citó (Versículos 16-21, Compare Joel 2:28-32). Pero
si nos fijamos bien, no se cumplió literalmente tal profecía, pues nadie había
que estuviese viendo visiones ni soñando sueños, como dice el profeta. Su
cumplimiento se extendió buen lapso de tiempo.
Versículos 14-21. (14) “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once
alzó su voz y les habló diciendo: Varones judíos y todos los que habitáis en
Jerusalén, esto os sea notorio y oíd mis palabras. (15) Porque éstos no
están borrachos, como vosotros pensáis, siendo la hora tercia del día; (16)
mas esto es lo que fue dicho por el profeta Joel: (17) Y será en los
postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; y vuestros mancebos verán
visiones, y vuestros viejos soñarán sueños: (18) Y de cierto sobre mis
siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu y
profetizarán. (19) Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la
tierra, sangre y fuego y vapor de humo: (20) el sol se volverá en tinieblas, y
la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; (21)
Y será que todo aquél que invocare el nombre del Señor será salvo.”
Pedro había oído lo que los burladores decían, y aunque procedía de unos
cuantos, habló de ello como si expresara el sentir de la multitud. En esto había la
ventaja de evitar una cuestión personal con los que lo hubieran dicho, y además
se trataba de excitar disgusto para ello entre los que velan todo el asunto en
seriedad. La contestación que dio no fue refutación completa del cargo, pues a
cualquier hora del día se podía la gente embriagar; pero era altamente
improbable que a hora temprana del día llegaran a estar en tales condiciones por
haber tomado mosto. Se apoyó en el resto de su alocución para mostrar la
falsedad del cargo.
Ya hemos visto que, para el momento en que Pedro se pone en pie para
dirigirse al pueblo, aunque ya había ocurrido el bautismo del E sp íri tu Santo y
se habían visto los efectos en aquéllos que lo recibieron, ningún cambio hubo
en las mentes del pueblo con referencia a Jesús, ni experimentaron otra
emoción que asombro y confusión. El cambio deseado con respecto a Cristo no
se efectuó hasta que Pedro habló: y todo poder que para efectuarlo residiera en
el bautismo del Espíritu Santo, se cifró en las palabras que el Espíritu dio a
Pedro que hablara. El primer efecto visible se describe así: (37) “Entonces oído
esto, fueron compungidos de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros
apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” Con esta exclamación
confesaron tácitamente su creer lo que Pedro había predicado: y el informe de
que estaban compungidos de corazón muestra cuán agudo fue el remordimiento
que les inspiraron los hechos que ya creían. Desde que Pedro comenzó a hablar,
se operó un cambio tanto en su sentir como en sus convicciones. Creían ya que
Jesús era el Cristo, y sintieron punzarles el corazón con pensar que lo habían
asesinado. Tal efecto se originó, dice Lucas como es natural, en lo que oyeron:
"Entonces oído esto, fueron compungidos de corazón". Esto ejemplifica la
enseñanza de Pablo, que "la fe es por el oír; y el oír por la Palabra de Dios"
(Romanos 10:14-17).
No satisfechos con estas dos objeciones a la inmersión de los tres mil que
ya desbaratamos, los afusionistas insisten en que "el acceso a los depósitos
de tan precioso líquido para la población de una ciudad grande no se habría
permitido a tamaña multitud". Tal objeción acusa ignorancia del objeto de estos
estanques y el uso que de ellos se hace. A la fecha actual, cuando el agua es
mucho más escasa que en tiempos antiguos, se usan estos estanques como
albercas de natación, y el agua que contienen jamás se usa para beber ni en
objetos culinarios. Bautizar en ella ni reducía la cantidad del agua ni
menoscababa su calidad en lo que se usaba. La multitud que oyó a Pedro tenía
la misma libertad de acceso a ella con que los creyentes van a ríos y albercas
públicas a bautizarse en las grandes ciudades y aldeas de los países libres. Se
espera no oír más tal objeción de la boca de gentes de mediana inteligencia.
Antes de terminar con este versículo, observemos que los tres mil dieron
ese día dos pasos distintos: (1) fueron bautizados, y como proceso distinto, (2)
fueron añadidos al número de discípulos que ya se contaba antes. El añadirse
sin duda consistió en alguna forma de reconocimiento público para contarlos
como miembros de la iglesia. Como la forma no se especifica, no es de
autoridad; y los discípulos hoy tienen libertad de adoptar la forma más
apropiada y en armonía con la sencillez del evangelio.
Versículo 42. Habiéndose ya bautizado estos nuevos discípulos el mismo
día en que primero llegaron a creer, tenían todavía muchos asuntos de lo
subordinado y muchos deberes que conocer y en los que convenía instruirlos.
Al dar cuenta de cómo se solucionaron estos problemas, Lucas es aun más
breve, pues se adhiere estrictamente al propósito principal de su relato, el de
revelar el proceso y los medios de conversión, antes que los de edificación e
instrucción. Termina pues esta sección de su historia con la breve noticia del
orden que se estableció en la nueva iglesia, mencionando primero sus actos
de culto público. (42) “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, y en
la comunión, y en el partimiento del pan, y en las oraciones.” Los únicos
maestros todavía eran los apóstoles, y al enseñar a los discípulos ejecutaban
la parte de su comisión que les exigía instruir a los que bautizaban, en todo lo
que Jesús había mandado (Mateo 28: 19, 20). El precepto que hacía deber
suyo enseñar hacía deber para los discípulos que aprendieran, y que por todos
lados se cumplió lo afirma el dicho: "Perseveraban en la doctrina de los
apóstoles".
La "comunión" (camaradería) en que perseveraban era su participación en
común en los privilegios religiosos. La palabra original “koinoonia” se usa
algunas veces para hablar de las contribuciones en favor de los pobres
(Romanos 15:26) pero aunque de esta manera se manifieste esta participación
de privilegios, no se restringe a esto el sentido de la palabra. Ocurre luego en
conexiones como las que siguen: "Sois llamados a la participación (koinoonia)
de su Hijo Jesucristo" (1 Corintios 1:9); "la gracia del Señor Jesucristo, y el
amor de Dios, y la participación del Espíritu Santo sea con vosotros" (2
Corintios 13:13); "tenemos comunión entre nosotros" (1 Juan 1:3, 7). Tenemos
comunión con Dios, pues somos hechos participantes de la naturaleza divina al
escapar de la corrupción del mundo por su concupiscencia. Tenemos comunión
con Su Hijo por las simpatías que su vida y sufrimientos establecen con él en
nosotros; y con el Espíritu Santo porque tomamos de la fuerza e iluminación
que él imparte, ya que en nosotros mora. Tenemos comunión unos con otros
por la participación mutua en los afectos y buenos oficios de otros. Este término
también se usa en referencia a la Cena del Señor: "La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos,
¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" (1 Corintios 10:16). Esta comunión
es la participación común en los beneficios del cuerpo roto y la sangre vertida.
En todos estos detalles los primeros discípulos perseveraban en la comunión.
Sección III
Versículos 1 - 10. Hasta aquí los trabajos de los apóstoles no han visto
interrupción y sí un éxito asombroso. Se nos introduce ahora, en la historia de la
iglesia hierosolimitana, a una serie de conflictos en que alternan el triunfo y la
derrota aparente. El templo es todavía lugar de reunión y se convierte en teatro de
la pugna. (1) “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora de oración, la de
nona. (2) Y un hombre que era cojo desde el vientre de su madre, era traído;
al cual ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para
que pidiese limosna de los que entraban en el templo. (3) Este como vio a
Pedro y a Juan que iban a entrar al templo, rogaba que le diesen limosna. (4)
Y Pedro, con Juan, fijando los ojos en él, dijo: Mira a nosotros. (5) Entonces
él estuvo atento a ellos, esperando recibir de ellos algo. (6) Y Pedro dijo: Ni
tengo plata ni oro; mas lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de
Nazaret, levántate y anda. (7) Y tomándolo por la mano derecha, le levantó; y
luego fueron afirmados sus pies y tobillos; (8) y saltando, se puso en pie y
anduvo; y entró con ellos en el templo, andando y saltando y alabando a
Dios. (9) Y todo el pueblo lo vio andar y alabar a Dios. (10) Y conocían que él
era el que se sentaba a la puerta del templo La Hermosa; y fueron llenos de
asombro y de espanto por lo que le había acontecido.” Este milagro es una de
las muchas señales y maravillas que se mencionan antes en el Cáp. 2:43, que
se obraban un día tras otro por los apóstoles; y por los resultados que de ello
hubo, se escogió para mencionarlo en particular. Las circunstancias que lo
acompañaron se dieron con objeto de que atrajera rara atención. La Puerta
Hermosa era sin duda el paso favorito al interior del atrio del templo; y como el
sujeto de esta curación allí se ponía todos los días, se hizo bien conocido a
cuantos frecuentaban el templo. La curiosidad natural de los caritativos por las
aflicciones de los que ellos sirven había también llegado a hacerles saber en
general que era inválido desde el nacer. Más aún, la hora en que se curó fue
cuando una multitud de piadosos iba entrando al templo para la oración
vespertina, a la hora del incienso, y no podían dejar de notar los saltos y
exclamaciones del que había sido curado. Por Lucas 1:10 sabemos de la
costumbre de la gente devota en la ciudad de juntarse en el templo a orar mientras
se quemaba el incienso. Esos testigos de su éxtasis, que lo vieron cogido de
Pedro y Juan, no necesitaban preguntar qué significaba su conducta, pues todos
vieron a la vez que había sido curado por los apóstoles, y contemplaban aquello
con asombro, olvidando las plegarias a que habían venido.
Versículo 16. Con el anuncio que antecede, Pedro sólo parcialmente introdujo
el tema de su discurso. Avanzó hasta la resurrección, pero se detuvo ante la plena
verdad de la glorificación de Jesús. Aquí completa su introducción y demuestra al
mismo tiempo la realidad de la resurrección y glorificación de Jesús añadiendo:
(16) “Y en la fe de Su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis ha
confirmado Su nombre: y la fe que por El es, ha dado a éste esta completa
sanidad en presencia de todos vosotros.” He aquí una de esas repeticiones
que son comunes a los oradores que improvisan, con intención de dar mayor
énfasis al pensamiento principal, previniendo al mismo tiempo un concepto
erróneo probable. Para que el uso peculiar que del nombre de Jesús se hacia no
llevara a la gente excitada a pensar que hubiera algún encanto en el mero
nombre, error en que ciertos judíos de Éfeso más tarde cayeron (Hechos 19:13-
17), Pedro particulariza que fue la fe en Su nombre la que había obrado el
milagro. También hay que observar que no fue la fe del cojo la que efectuó la
curación; pues por la narración de ella (Versículos 4-8) se ve que antes de ella
nada de fe tenía. Al decirle Pedro, "Mira a nosotros", miró el hombre esperando
limosna. Aun después de decirle Pedro que en el nombre de Jesucristo anduviera,
no hizo tentativa de moverse sino después de tomarlo Pedro de la mano para
levantarlo. Ninguna fe mostró ni en Jesús ni en el poder de sanidad de los
apóstoles, sino hasta que se vio capaz de estar en pie y andar. La fe, luego,
era la de Pedro; y esto concuerda con lo que hallamos en los Evangelios, que
la realización de un milagro por los que poseían dones espirituales siempre
dependía de la fe de éstos. A Pedro le fue dado poder para andar sobre las
aguas; pero cuando vaciló, comenzó a hundirse, y Jesús le dijo: "Oh, hombre de
poca fe, ¿por qué dudaste"? (Mateo 14:31). Cuando nueve de los apóstoles en
ocasión memorable procuraban en vano lanzar un demonio, Jesús explicó su
fiasco diciendo que era por su incredulidad (Mateo 17:20). Era solo "la oración de
fe" (Santiago 5:15) la que podía sanar al enfermo.
Observaremos bien aquí que, si la fe era indispensable para aquél que había
recibido poderes milagrosos para que lograra efectuar un milagro, ninguna fe
jamás capacitó para hacerlo al que ningún don de tal poder se le había dado. Por
eso la noción general que en ciertas mentes ha habido de tiempo en tiempo desde
el periodo apostólico, de que si tuviéramos fe fuerte suficiente podríamos obrar
milagros, tiene en la Escritura tanto fundamento como en la experiencia.
El concepto más común del arrepentimiento es dolor o tristeza según Dios por
el pecado; pero Pablo dice que la relación del dolor según Dios para el
arrepentimiento es la de causa y efecto. "El dolor según Dios", dice, "obra
arrepentimiento saludable, del que no hay que arrepentirse". Además explica a los
Corintios: "Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque
fuisteis contristados para arrepentimiento" (2 Corintios 7:8-10). Tales expresiones
muestran que la tristeza según Dios nos trae al arrepentimiento; y lo último da a
entender que puede haber dolor por pecado sin arrepentimiento. La misma
distinción hay en lo que se dijo a los "compungidos de corazón" en Pentecostés
mandándoles que se arrepintieran. Se ilustra luego en el caso de Judas, quien
lleno del más intenso dolor por el pecado, esto lo llevó, no al arrepentimiento, sino
al suicidio.
Aclarado este hecho, que el arrepentimiento es resultado del dolor según Dios,
ha llevado a ciertos críticos a suponer y enseñar que el arrepentimiento es la
reforma de vida, pues ven que esto suele resultar del dolor en cuestión. Pero si la
reforma es fruto del dolor por el pecado, la Escritura da evidencia clara de que es
distinta del arrepentimiento. Confundir los dos términos haría del pasaje que
consideramos una tautología; pues al decir Pedro: "Arrepentíos y convertíos",
comprende la idea de reforma en la palabra convertirse, y si el arrepentimiento no
es más que reforma, entonces lo que mandó Pedro es: "Convertíos y convertíos"
(Reformaos y reformaos). Juan el Bautista al predicar: "Haced frutos dignos de
arrepentimiento", hacía distinción entre el arrepentimiento y las obras de una
vida reformada, pues éstas las trataba como frutos de aquél. Para él, reforma
era el fruto del arrepentimiento, no su equivalente. Cuando Jesucristo habla de
arrepentirse siete veces al día, debe, por cierto, querer decir algo diferente de
reforma, pues para esto se requiere más tiempo. Todavía, cuando Pedro mandaba
a los de Pentecostés que se arrepintieran y se bautizaran, si arrepentirse es
reformarse, les habría dado tiempo para reformarse antes de ser bautizados,
cosa que hizo inmediatamente. Finalmente, el vocablo original usado en conexión
con proposiciones tales no se adapta a la idea de reforma. Por ejemplo en 2
Corintios 12:21 se dice: "Muchos no se han arrepentido de la inmundicia y
fornicación y deshonestidad que han cometido". No se reforman los hombres de
sus obras malas: y la preposición original "epi" no admite traducción que se adapte
a la idea de reforma.
Ya que el arrepentimiento brota del dolor por el pecado y conduce a reforma de
vida, no hay ya dificultad en indagar lo que es; pues el único resultado del dolor
por el pecado que nos lleva a la reforma es un cambio del querer con referencia al
pecado. El significado primario de la palabra en griego "metanoia" es un cambio
de la mente; y en tal sentido se usa al decir que Esaú "no halló lugar de metanoia,
aunque la procuró con lágrimas" (Hebreos 12:17). Lo que procuró con lágrimas fue
cambiar la mente del padre con referencia a la bendición que ya había concedido
a Jacob. El cambio que deseaba no era zafarse del pecado; Isaac no había
pecado al conferir su bendición a Jacob, por lo que no debería traducirse la
palabra aquí por arrepentimiento, sino por cambio de mente. Si el cambio de
mente que designa la palabra no es el resultado de dolor por el pecado, sino por
consideraciones de simple expediente, no es el arrepentimiento que se requiere; si
no llega a la reforma de la vida por parte del arrepentido, no llega tampoco a las
promesas que hace Pedro. Así el arrepentimiento bien definido es un cambio
de voluntad causado por el dolor del pecado y que conduce a reforma de la
vida.
Versículos 25 y 26. Ya acabado todo esto, Pedro hace una excitativa a sus
oyentes basada en la veneración que tenían para los progenitores de la nación y
para la alianza que de ellos heredaron: (25) “Vosotros sois los hijos de los
profetas, y del pacto que Dios concertó con nuestros padres, diciendo a
Abraham: Y en tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. (26)
A vosotros primeramente Dios, habiendo levantado a Su Hijo, le envió para
que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.” Fue
tierna exhortación ésta apelando a sus sentimientos nacionales, tanto más efectiva
por informarles que la bendición que se les ofrecía en Cristo era la mismísima que
abarcaba la bien conocida promesa hecha a Abraham, y que a ellos primero, por
su parentesco con los profetas y Abraham, había Dios enviado a Su Hijo
resucitado para visitarlos con bendición antes que al resto del género humano.
http://ph.crossmap.com/main/gallery/illustration/bible/Children's
%20Bible/New_testament/NT%20Historical%20Books/nt05.htm
Versículos 8-10. Astuta como fue en su forma la pregunta del concilio, ninguna
podía servir a Pedro para mejor objeto. Lo dejaba en libertad de escoger como
tema de su contestación cualquier cosa que él hubiera hecho, y de todo lo hecho
escogió lo que era menos grato para sus jueces. Además, arregló su contestación
con referencia más directa a los otros términos de la pregunta que lo que ellos
deseaban o anticipaban. (8) “Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les
dijo: Príncipes del pueblo y ancianos de Israel: (9) pues que somos hoy
demandados acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué
manera haya sido sanado, (10) sea notorio a todos vosotros y a todo el
pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, al que vosotros
crucificasteis y Dios le resucitó de los muertos, por Él este hombre está en
vuestra presencia sano.” Tal declaración no había menester prueba, pues los
jueces no podían negar, con el hombre allí de pie ante ellos, que el milagro se
había obrado; tampoco podían en modo alguno laudatorio atribuir el hecho a
ningún otro poder o nombre que el que se afirmaba haberlo hecho. Negar que era
poder divino habría sido absurdo según lo estimaba el pueblo, y rechazar la
explicación dada por aquéllos por cuyo medio se ejerció el poder, no lo hubiera
sido menos. La contestación, pues, se vindicó a sí misma y confundió a los que
formularon la pregunta.
Cómo llegó a saber Lucas los detalles de esa consulta secreta, no se nos
informa; pero no es difícil imaginarlo. Gamaliel, preceptor de Saulo, es probable
estuviera presente, y no es remoto que Saulo mismo también estuviera allí.
Además, "una gran multitud de los sacerdotes obedeció a la fe" poco
después, de los que más tarde arrepentidos no habrían de titubear en confesar
toda la villanía de su antiguo partido.
Versículos 21 y 22. Debe haber sido trago amargo para los espíritus
orgullosos del Sinedrio aguantar tal reto de hombres humildes como éstos; pero el
deseo de propiciar al pueblo, mezclado de un secreto temor de perpetrar violencia
contra hombres que poseían tal poder, refrenó su ira. (21) “Ellos entonces los
despacharon, amenazándolos, no hallando ningún modo de castigarlos, por
causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios de lo que había sido
hecho. (22) Porque el hombre en quien había sido hecho este milagro de
sanidad era de más de cuarenta años.” Sea lo que fuera lo que el pueblo
pensaba de la enseñanza de Pedro, no podía menos de admitir y aplaudir "el
beneficio hecho a un hombre enfermo"; y el hecho de que éste fuera mayor que
cuarenta años de edad lo hacía bien conocido de todos y objeto de simpatía
universal.
En estos días de pasión y guerra en que tan común es que las plegarias vayan
llenas de súplicas de triunfo sobre nuestros enemigos, y algunas veces de
maldición sobre los que hacen guerra contra nuestros supuestos derechos, es un
refrigerio observar el tenor de esta plegaria apostólica. No había peligro de que
estos hombres perdieran el simple poder o privilegio político; pero el derecho más
caro y más indispensable que tenían en la tierra se les negaba, y se les
amenazaba de muerte si no lo cedían; con todo, en su plegaria no manifestaban
espíritu de venganza ni resentimiento; sino que oraban "Señor, mira sus
amenazas", pero dejan al Señor, sin sugerirle o pedirle, para que hiciera lo que a
Su vista pareciera lo bueno. Súplicas como las que luego se externan en el día de
hoy hacen de Dios el partidario que toma su lado en todas sus contenciones de
ira, como si Él no fuera en nada superior a los mortales. Los apóstoles, con
referencia a su propia obra, sólo piden confianza para continuarla sin temor a las
amenazas de sus enemigos; y sugieren cómo esperan ellos se les dé esta
confianza, pidiendo la presencia de Dios entre ellos hasta ahora, y se les siguiera
dando para probarla aún. No tenían manera de pensar en el temor mientras
tuvieran la evidencia de la presencia y la aprobación divinas.
Sección IV
-Contenido
Esta iglesia en esos tiempos no era una comuna, ni un club socialista, como
muchos intérpretes se han imaginado; pues no hubo distribución uniforme de
todo entre sus miembros, ni hubo propiedad común de todos administrada
por los apóstoles como comité de negocios. Al contrario, lo que había era
repartido a cada uno "según que habla menester": esto muestra que sólo los
necesitados recibían, y que los que no estaban en penuria daban. Todavía se
ilustra más en el negocio de Ananías y Safira (Capítulo 5:1-4), y por las
circunstancias que se conectaron con el nombramiento de los siete para servir las
mesas (Capítulo 6:1-3). Tampoco se ha de suponer que estos discípulos se
equivocaron en cuestión de su beneficencia al ver necesario corregir su error
obrando de un modo más racional. Tal suposición pueden aceptarla solo quienes
niegan que los apóstoles eran guiados por el Espíritu Santo para dirigir los asuntos
de la iglesia, y que al mismo tiempo no pueden abarcar en su mente un concepto
adecuado de la beneficencia cristiana. En realidad esta iglesia ponía ejemplo para
todas otras iglesias del futuro, mostrando que la verdadera beneficencia cristiana
no permite que los hermanos en la iglesia sufran hambre mientras los que
tenemos bienes raíces podamos evitarlo vendiendo éstos. En otras palabras, nos
enseña a compartir hasta el último mendrugo con el hermano. Más luego veremos
que la iglesia en Antioquía imitó de cerca tan noble ejemplo (Capítulo 11: 27-30).
Versículo 11. El fiasco del complot vino a ser tan propicio a la causa de Cristo
como habría sido desastroso su éxito completo. (11) “Y vino un gran temor en
toda la iglesia, y en todos los que oyeron estas cosas.” Temor excitado no
sólo por la suerte repentina y espantosa de la pareja culpable, sino también por la
evidencia a que el incidente dio lugar del poder escudriñador que en los apóstoles
moraba. Tuvieron ahora concepto nuevo y mejor los discípulos de la índole de la
inspiración apostólica, y en cuanto a las masas incrédulas se redujeron al respeto
reverente de puro terror.
No hay que dejar de la mano tal incidente sin anotar su influjo en otra dirección.
Tamaña corrupción tenía conexión con el tesoro del Señor; y aparte del rasgo que
Pedro enfatizó, tiene que ver con nuestra vida moderna en la iglesia. La mentira
de Ananías consistió en representar su don como más liberal en proporción a sus
haberes de lo que en realidad lo fue. Cada vez que un miembro de iglesia de
hoy exagera la cantidad que está dando, o dice menos del monto de su
haber, con propósito de agrandar su liberalidad más de lo real, culpado es
del pecado de Ananías y Safira; y si todos los tales cayeran muertos al punto,
las filas en ciertos lugares se ralearían. Todos los que se ven tentados a obrar así
debieran tener aviso de que el mismo Dios que al punto castigó a Ananías y Safira
no fallará en castigar a todos los imitadores de éstos en tiempo y lugar oportunos.
Versículos 19 - 21a. No pudo haber sido sorpresa para los apóstoles este
arresto, pues sabían que el Sanedrin era gobernado por hombres resueltos y
capaces de hacer válidas sus amenazas; pero lo que aquello que siguió a la noche
de cárcel debe haber sido mayor sorpresa tanto para ellos como para todo
Jerusalén. (19) “Mas el ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la
cárcel y sacándolos, dijo: (20) Id, y estando en el templo, hablad al pueblo
todas las palabras de esta vida. (21a) Y oído que hubieron esto, entraron de
mañana en el templo, y enseñaban.” Sin duda eran pocos los oyentes que
hallaron en el templo "de mañana", y probablemente fueron hermanos que de
ansiedad no pudieron dormir e iban allí a orar. Al entrar al templo estos
adoradores tempraneros y hallar allí a los apóstoles, su primer impulso fue correr a
esparcir la noticia; así que los apóstoles no tuvieron que esperar largo para verse
rodeados de multitud de oyentes. Me imagino que los sermones interrumpidos la
víspera se renovaran como si solo momentánea hubiera sido la interrupción.
Versículos 21b - 24. Para el sumo sacerdote y sus coadjutores, sin duda fue la
noche una de muchos inquietos, pues sabían que por la mañana tendrían que
verse de nuevo frente a hombres que los habían desafiado y que en el curso de su
reto habían ganado a su lado a inmensas multitudes de lo mejor de la ciudad y
región adyacente. La cuestión que les intrigaba era qué hacer con ellos. (21b)
“Entretanto, viniendo el príncipe de los sacerdotes y los que eran con él,
convocaron el concilio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, y
enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. (22) Mas cuando llegaron los
ministros y no los hallaron en la cárcel, volvieron y dieron aviso, (23)
diciendo: Por cierto la cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y
los guardas que estaban delante de las puertas; mas cuando abrimos, a
nadie hallamos dentro. (24) Y cuando oyeron estas palabras el pontífice y el
magistrado del templo y los príncipes de los sacerdotes, dudaban en qué
vendría a parar aquello.” Para éstos, era un misterio la desaparición de los
presos, aunque no podían menos de referirlo a obra del poder milagroso de que
sabían estaban dotados los apóstoles. Para nosotros el misterio está en que,
hallándose frente a aquellos hombres, solamente pensaban "en qué vendría a
parar aquello", en vez de reflexionar: “¿Qué nos hará Dios si nos obstinamos en
pugnar contra estas manifestaciones de Su poder?” Maravilla es que no se
dispersaran al punto, y trataran de ocultar el hecho de haber verificado tal junta.
En realidad el anuncio los hizo tambalearse, y por lo pronto no supieron qué hacer
ni qué decir.
Versículos 25 - 27a. Pronto se supo por la ciudad que el Sinedrio había tenido
junta, y bien se entendió el objeto de tal asamblea. Para esta hora, también
algunos del pueblo que estaban de parte de los sacerdotes sabían lo que pasaba
en el templo. (25) “Pero viniendo uno, les dió esta noticia: He aquí, los
varones que echasteis en la cárcel, están en el templo, y enseñan al pueblo.
(26) Entonces fue el magistrado con los ministros, y los trajo sin violencia;
porque temían del pueblo ser apedreados. (27) Y como los trajeron, los
presentaron en el concilio.” Al llegar la noticia de que los apóstoles estaban en
el templo, el magistrado y su grupo no hubieron menester más órdenes; fueron al
momento por sus presos escapados. Sin duda vio él en los rostros de los del
pueblo que su misión era peligrosa, y pueda haber visto piedras en algunas manos
de la parte más excitable de la multitud, pues para aquella gente que ya entendía
cómo habían sido sueltos los apóstoles, arrestarlos de nuevo hubiera sido atrevido
ultraje. No trató el magistrado a esos hombres como trataría a presos escapados
en circunstancias ordinarias, sino que con suma deferencia los escolta a la
presencia del tribunal. No hay duda de que temió la pedrisca, no de parte de los
discípulos, sino de las multitudes de afuera, aunque no es improbable que algunos
recién convertidos, que solo parcialmente habían bebido del espíritu del evangelio,
hubieran tomado parte en la refriega una vez empezada.
Versículos 27b y 28. Ya tenemos una descripción viva y gráfica del juicio que
se les formó a los apóstoles. No es tan indefinido Caifás en la base de la
acusación como lo fue en el caso de Pedro y Juan; el mandato con que se les
había despedido le da un punto de partida para el procedimiento presente. (27b)
“Y el príncipe de los sacerdotes les preguntó (28) diciendo: ¿No os
denunciamos estrechamente que no enseñaseis en este nombre? y he aquí,
habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina, y queréis echar sobre
nosotros la sangre de este Hombre.” Tales palabras contienen dos cargos
específicos contra los apóstoles: desobediencia al Sinedrio, y tratar de culparlos
de la sangre de Jesús. Esto último era el punto más doloroso para los sacerdotes.
Si se hubiera podido probar sin complicidad para los que lo habían condenado, el
crimen de derramar sangre inocente, muy probable fuera que jamás se habría
hecho esta serie de tentativas de suprimir la predicación. Pero esto no podía ser; y
ahora estos desdichados se hallaban obligados por su crimen anterior a la
necesidad de aceptar el baldón de asesinos de parte de un pueblo indignado, o de
suprimir y triturar la creencia de la resurrección. En vez de volver atrás de su
camino de hipocresía y crimen, camino que emprendieron al condenar a Jesús,
escogieron la mala alternativa de hundirse aun más en él.
Al declarar que Jesús había sido exaltado a Príncipe y Salvador para "dar"
arrepentimiento y remisión de pecados, se comprende que el arrepentimiento, lo
mismo que la remisión de pecados, eran algo que se daba. Pero dar
arrepentimiento no significa otorgarlo sin que uno ejercite la voluntad, pues como
ya lo hemos visto, es acto del querer. Es acto de la voluntad al cual nos conduce
la tristeza por el pecado. Dios lo da pues, indirectamente, empero, dando los
motivos que a ello nos conducen. Para el dolor por el pecado hubo motivos
adecuados antes que Jesús se presentase como Salvador, mas debe admitirse
que su muerte, resurrección y exaltación por causa nuestra es ahora el único gran
motivo, comparado con el cual todos los otros son insignificantes.
Suministrándoles este motivo mayor que todos los demás, había dado Dios el
arrepentimiento a Israel.
7. Salvados de la muerte por Gamaliel. Hechos 5:33-42.
Sección V
-Contenido
No se da el título del oficio que aquí se instaló, y por tal circunstancia algunos
sabios no han podido identificarlo como el de diácono, que se menciona en el
primer capitulo de Filipenses y en el tercero de 1ª Timoteo. Mas aunque el nombre
del oficio se calla los términos que se usan muestran claro que es el mismo.
Si la cuestión hubiera sido de gobierno y para ello se hubieran elegido y nombrado
los siete, no podría titubearse en llamarlo como de gobernantes. El caso que
tenemos es paralelo perfecto. La cuestión era de "diaconían" diario, y los siete
fueron escogidos para "diaconein". ¿Por qué vacilar en llamarlos diáconos? (La
palabra "diáconos" se traduce a nuestra lengua en tres: ministro, servidor y
diácono, lo que lleva a confusión. Para dar al lector la oportunidad de captar lo que
el que lo leía en griego, una sola debe usarse. Nos parece que la última es la más
apropiada, sin referencia a ningún grado en jerarquía eclesiástica.) El verbo que
se usa aquí es para expresar el deber principal del oficio (Versículo 2), y es el
mismo que se tiene en 1 Timoteo 3:8-10, donde dice, "así ministren". Sin duda,
pues, tal es el oficio de diácono que aquí se creó primero y se instaló obligatorio.
El primer deber que se les asignó fue "servir las mesas" (Versículo 2); y como se
hace referencia al "ministerio cotidiano" (Versículo 1), con las quejas de las
viudas, eran las mesas de los pobres que se habrían de servir. Pero sirviendo en
estas mesas, natural consecuencia es que se encargaran también de servir a la
mesa del Señor, y como transición natural, ya que en sus manos estaba el fondo
de los pobres, que se les encomendaran todos los demás intereses financieros de
la iglesia. Y aunque estos oficiales tuviesen cargo de los asuntos de
negocios de la iglesia, por ningún modo se sigue que se les excluyera de
rendir utilidad en cualquiera otra manera en que tuviesen capacidad y
oportunidad. Dios exige el empleo de todo talento que nos ha encomendado, y
no ha señalado obra que nosotros hagamos que no sea altamente santa para el
discípulo más humilde. Así, hallamos a uno de los siete pronto ocupando primera
fila entre los defensores de la fe en la ciudad misma donde los apóstoles en
persona laboraban, mientras otro fue el primero en plantar una iglesia entre los
samaritanos. Los que al presente niegan ese mismo privilegio a los diáconos,
imponen restricciones que no armonizan con tal manifestación de la voluntad de
Dios. Solo dos de los siete se mencionan después en Hechos, aunque esto no
prueba que los demás estuviesen inactivos ni fuesen infieles. Resultó temporal el
servicio de todos como diáconos, no porque, como algunos han creído, que así se
intentara, sino porque la iglesia a la que servían pronto se dispersó a los cuatro
vientos y sus ministraciones no se habían menester ya. Cuando después se
restauró esa iglesia, puedan haber vuelto a la ciudad algunos de ellos para
reasumir los deberes de su oficio.
Hay otra expresión en este digna de observarse, por su singular contraste con
la fraseología que seguido se oye en tiempos modernos en conexión con eventos
tales. En conexión con la gran multiplicación de los discípulos y la obediencia de
tantos sacerdotes, el dicho era "crecía la palabra del Señor". En los actuales
tiempos, tales incidentes con frecuencia se introducen con notas de este jaez:
"Hubo un precioso período de gracia"; "Hubo un grato período de gracia"; "Fue un
derramamiento feliz del Espíritu Santo", etcétera. Alejarse tanto de la fraseología
bíblica indica gran distancia de las ideas escriturales. Con el concepto de que la
conversión de los pecadores es obra abstracta del Espíritu Santo, pueden
los hombres expresarse así; pero Lucas, cuyo concepto no era tal, veía
aumento de la palabra de Dios en el crecimiento del número, y con ello no
quería decir crecer el número de la palabra, sino de sus efectos. La condición más
favorable de la iglesia al cesar la murmuración, y la introducción de una
organización más perfecta hicieron más efectiva la predicación, y la consecuencia
fue mayores triunfos.
El cargo general fue que había hablado blasfemia —crimen que bajo la ley se
castigaba con la muerte, blasfemia contra Moisés, y blasfemia contra Dios
diciendo que él destruiría el santo templo de Dios. Muy probable es que, en el
curso del debate, Esteban hubiera citado la predicción de Jesús de que el templo
sería destruido, pero no había dicho que Jesús lo destruirla; y como sus enemigos
podían ver que la destrucción del templo, necesariamente traería a su fin los
servicios del templo, pusieron en labios de Esteban la inferencia propia de ellos,
acusándolo de decir que Jesús cambiaría las costumbres dadas por Moisés. Tales
especificaciones estaban tan cerca de la verdad que formaban base plausible para
la acusación, aunque la falsedad de los testigos estaba en las añadiduras que
hicieron a las palabras de Esteban, y en interpretar lo que él había dicho como si
fuera blasfemia.
Aquí observaremos que los fariseos eludieron el error cometido por los
saduceos, de traer al tribunal reos contra quienes no definían cargos ningunos.
Los presentaron, oyéndose cuyos cargos con testimonio deliberado que los
sostenían, y a Esteban se le llamó a que formulase su defensa.
Versículo 15. Ya oído plenamente el caso, y dado lo que los testigos decían
contra él, hubo una pausa momentánea y todos los ojos se fijaron en Esteban, que
se hallaba ante sus acusadores. (15) “Entonces todos los que estaban
sentados en el concilio, puestos los ojos en él, vieron su rostro como el
rostro de un ángel.” No hay necesidad de suponer nada sobrenatural en su
apariencia. De pie estaba donde su Maestro compareció cuando lo condenaron a
morir, con un cargo similar lo había traído aquí. Los jueces eran los mismos, y
sabrá perfectamente bien que aquel tribunal se había reunido, no para juzgarlo,
sino para condenarlo. Sabía que llegaba la hora suprema de su vida, y las
emociones que agitaron su alma al pensar en el pasado, en la muerte, en el cielo,
en la causa que defendía, en el asesinato injusto que se iba a perpetrar,
necesariamente se iluminó su faz con incandescencia casi sobrenatural. Si sus
facciones eran naturalmente finas y expresivas, como es probable en alto grado,
ornamento que coronaba su forma, no sorprende que en momento tal se
comparase su rostro al de un ángel.
http://ph.crossmap.com/main/gallery/illustration/bible/Children's
%20Bible/New_testament/NT%20Historical%20Books/nt06.htm
-Contenido
a) Introducción. Versículos 1 – 8.
a) Introducción. Versículos 1 – 8.
Versículos 38 - 41. Ingrata como había sido la conducta de los hebreos para
con Moisés cuando primero trató de libertarlos, no tiene comparación con su
rebelión después en el desierto. A esto llama Esteban la atención de sus oyentes
ahora. (38) “Este es aquél que estuvo en la congregación en el desierto con
el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y recibió
las palabras de vida para darnos: (39) al cual nuestros padres no quisieron
obedecer; antes le desecharon y se apartaron de corazón a Egipto, (40)
diciendo a Aarón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a
este Moisés, que nos sacó de tierra de Egipto, no sabemos qué le habrá
acontecido. (41) Y entonces hicieron un becerro, y ofrecieron sacrificio al
ídolo, y en las obras de sus manos se holgaron.” La flagrancia de este pecado
de idolatría en los israelitas se ve en el hecho de haberlo perpetrado
inmediatamente tras haber visto las magnificas manifestaciones de la presencia
divina por mano de Moisés en Egipto, en el Mar Rojo, en la marcha al monte Sinaí
y en la proclamación de aquella Ley desde la cumbre del monte. Desecharon a
Moisés tras haber éste efectuado la parte principal de su liberación; y con todo,
Dios le hizo instrumento suyo para completar la manumisión que para ellos había
empezado.
Versículo 51. Por el sentir con que los judíos veían con desprecio a todos
los incircuncisos, el término lo usaban como reproche y desdén. Moisés,
por su falta de elocuencia, se llamaba "incircunciso de labios" (Éxodo
6:12, 30), y habla de Israel en apostasía como de "corazón incircunciso"
(Levítico 26:41). David llamó a Goliath "este filisteo incircunciso" (1
Samuel 17:26); mientras Jeremías dice de su pueblo: "Sus orejas son
incircuncisas, y no pueden escuchar" (Jeremías 6:10); y Ezequiel habla
de Elam como "incircuncisos de corazón e incircuncisos de carne"
(Ezequiel 44 :7, 9). Adoptando este uso bíblico, Esteban denuncia a sus
jueces con términos que Moisés y los profetas lanzaban a las naciones
paganas y a los israelitas apóstatas. Nada más justo.
Versículo 51. Persiguiendo a los profetas, sus padres resistían al Espíritu
Santo, muestra Esteban en el siguiente versículo. Lo mismo ellos,
persiguiendo a Jesús. Luego vemos que son quienes resisten al Espíritu
Santo rechazando lo que ha hablado mediante aquéllos inspirados por El.
Versículo 53. La expresión "recibisteis la ley por disposición de
ángeles" debe compararse con lo que Pablo dice que "la ley fue
ordenada por los ángeles en la mano de un mediador" (Gálatas 3:19);
también con otro dicho apostólico: "La palabra dicha por los ángeles fue
firme, y toda rebelión y desobediencia recibió justa paga de
retribución" (Hebreos 2:2). Esto nos confirma en la interpretación de los
apóstoles que Dios dio a Moisés la ley, no hablando en persona, sino por
medio de los ángeles como portavoces y quienes se la hacían visible.
Parte Segunda
Sección I
Labores de Felipe.
Versículo 5. Entre los muchos que ahora iban predicando la palabra, sigue primero el
escritor a Felipe, y describe algo de sus labores. (5) “Entonces Felipe, descendiendo a la
ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.” Este Felipe no era el apóstol de este nombre,
pues ya vimos que en el Versículo 1 se dice que los apóstoles se quedaron en Jerusalén. Fue
uno de los siete que se mencionan en el Capítulo 6:5. Es evidente que se hizo evangelista;
no que se le haya separado formalmente para esta obra, sino que comenzó a evangelizar por
la fuerza de las circunstancias. Entre los comentadores antiguos hubo mucha disputa de si
la ciudad a donde fue era una de la región de Samaria o la ciudad llamada Samaria; pero
hoy se admite que el artículo definido es parte del texto griego, con lo que la cuestión se
resuelve. (Herodes le cambió el nombre a Sebastes, griego por el de Augusta en honor de
Augusto César. Todavía retiene este nombre que en árabe se dice Sebustiye.) Fue la antigua
capital de las diez tribus, y hacía poco que Herodes el Grande la había ampliado y
embellecido. Lucas describe primero la obra de Felipe en Samaria porque éste fue el primer
trabajo con buen éxito fuera de Judea, y porque, en las direcciones que el Señor dio para la
obra, Samaria va enseguida de Judea.
Versículos 6 - 12. Cuando Felipe entró a la ciudad de Samaria, la mente del público se
hallaba en condiciones que en apariencia eran adversas a la recepción del evangelio. La
práctica de artes mágicas era cosa muy común entre los judíos y samaritanos de
aquella edad, y en todas las naciones las masas del pueblo eran muy supersticiosas en
este respecto. A esa mera sazón, el pueblo de Samaria estaba completamente dominado por
la influencia de un mago famoso, así que Felipe tenía que vencer este obstáculo antes de
esperar el éxito. La historia del conflicto y del triunfo se dice muy en compendio. (6) “Y
las gentes escuchaban atentamente unánimes las cosas que decía Felipe, oyendo y
viendo las señales que hacía. (7) Porque de muchos que tenían espíritus inmundos salían
éstos dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados: (8) así que había
gran gozo en aquella ciudad. (9) Y había un hombre llamado Simón, el cual había sido
antes mágico en aquella ciudad, y había engañado la gente de Samaria diciéndoles ser
algún grande: (10) al cual oían todos atentamente desde el más pequeño hasta el más
grande, diciendo: Este es la gran virtud de Dios (11) Y le estaban atentos porque con sus
artes mágicas los había embelesado mucho tiempo. (12) Mas cuando creyeron a Felipe,
que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban
hombres y mujeres.” Este fue otro caso de conversión en muy breve relato de los medios e
influencias que entraron en juego para producirla. La predicación de Felipe como la de los
apóstoles el día de Pentecostés y la del Señor Jesús antes que ellos, iba acompañada de
milagros. El primer efecto en el pueblo fue gran gozo y se acompañó de la atención de
mayor interés a las cosas que Felipe hablaba (Versículos 6 - 8). Enseguida sacudieron el
encanto que en ellos había obrado Simón, y creyeron la predicación de Felipe (Versículos 9
- 12). Al creer, se bautizaban hombres y mujeres (Versículo 12), y allí termina el breve
relato. Es tan sencillo y directo como la comisión bajo la que Felipe predicaba: "El que
creyere y fuere bautizado será salvo".
Bien escogió Lucas este caso de conversión, porque los sujetos en el, hasta el momento
de hablarles Felipe, estaban bajo el encantamiento de un mago, y los milagros que Felipe
obraba vinieron a dar comparación directa con los que Simón había hecho. El que la gente
sin titubear diera al traste con su fe en Simón como la gran virtud de Dios y creyeran
implícitamente lo que Felipe hacía y enseñaba, no se puede explicar en la base de que había
tan gran diferencia entre los trucos del hechicero y los milagros, que la gente, aunque
totalmente engañada por aquél, pudiera ver, al colocarles lado a lado, que éstos eran cosa
divina y los otros productos humanos. Los trucos del hechicero eran, y son aún, tan
inexplicables para el espectador como los milagros, pero aquéllos son trucos y nada más, y
por lo mismo indignos de Dios como su autor. Los milagros consisten en actos de curación
del todo benéficos y dignos del poder divino que los produce. Más aún, éstos servían al
propósito de acreditar un mensaje de piedad a una raza perdida, propósito muy superior en
beneficencia por el bien inmediato que traían al afligido. Por tal distinción, en vez de ser
exhibiciones superiores de arte de magia, como los escépticos han alegado, se hallan en
conflicto mortal con la magia cuando unos se presentan a los otros. Mayor evidencia de
esto se halla en Capítulo 13:6-12; 19:11-20.
Versículo 13. El triunfo más señalado se obtuvo en esta ocasión sobre Simón mismo.
Lucas le da prominencia en declaración aparte con estas palabras: (13) “El mismo Simón
creyó también entonces, y bautizándose, se llegó a Felipe: y viendo los milagros y
grandes maravillas que se hacían, estaba atónito.” Su asombro prueba que él vio, como
veía la gente, la distinción entre los milagros y sus propios trucos de escamoteo. Podía
entender la índole de éstos, esto es, de los que él sabía trabajar, por experiencia que tenía en
tales manejos, pero los otros le eran incomprensibles, como a toda la gente. Fue esto sin
duda lo que lo hizo creer, y para eludir la confusión de su fe en que muchos deben haber
incurrido, obsérvese que las palabras "Simón creyó también entonces" se escribieron, no
según el punto de vista de Felipe, sino según el de Lucas. Felipe pudo haberse engañado
con una fe pretendida. Lucas, que escribió mucho después de lo sucedido y con todo el
conocimiento que tenemos de la vida posterior de Simón, dice que creyó, con lo que se
excluye toda duda de la realidad de su fe. Hay que interpretar a la luz de este hecho lo
que adelante se expresa (Versículos 18 - 24). El bautismo que recibió lo entregó no solo a
esta fe, sino a abandonar la hechicería con todo otro pecado.
1. Que habiendo creído los samaritanos y siendo bautizados, de acuerdo con la comisión
(Marcos 16:16) y con la respuesta de Pedro en Pentecostés (Capítulo 2:38), recibieron el
perdón y tenían ya posesión del "don del Espíritu Santo".
2. Después de gozar de estos dones suficiente tiempo para que la noticia llegara a
Jerusalén, se reunió el cuerpo de apóstoles para decidir enviarles a Pedro y Juan. (Pedro y
Juan enviados por los otros apóstoles, es un mentís a la doctrina romanista del primado de
Pedro, pues muestra que se sometía a los acuerdos de sus colegas hermanos.)
3. Antes de la llegada de Pedro y Juan, el Espíritu Santo con sus virtudes milagrosas, no
había llegado sobre ninguno de los samaritanos.
-Cualesquiera otros propósitos que hayan impulsado la misión de los dos apóstoles, como
confirmar la fe de los discípulos, o ayudar a Felipe en sus labores, muy seguro es que el
principal fue impartir el Espíritu Santo. Lo que a su llegada hicieron, seguro es que para
eso iban, pero lo principal entre lo que hicieron fue dar el Espíritu Santo. Esto fue pues el
objeto primordial de su visita. Si Felipe hubiera podido conferir este don, la misión de
los dos apóstoles habrá sido inútil en lo que concierne al objeto principal. Esto
proporciona fuerte evidencia de que el don milagroso del Espíritu Santo no se
concedía por manos humanas otras que las de los apóstoles, y se confirma esta
conclusión al considerar que la otra instancia única de este jaez que se registra en Hechos,
la de los doce en Éfeso (Capítulo 19:1-7), fue don concedido por las manos de un
apóstol. No es excepción de esto el caso de Saulo (Véanse observaciones sobre Capítulo
9:17.); tampoco el de Timoteo, pues aunque se dice que éste recibió el don "con la
imposición de las manos del presbiterio" (cuerpo de ancianos), con todo, éste o algún otro
don lo obtuvo al imponerle las manos Pablo (1 Timoteo 4:14; 2 Timoteo 1:6). Recibió el
don milagroso, sin duda, de Pablo, y de los ancianos el de su puesto de evangelista.
-El hecho de haber gozado de perdón y membresía en la iglesia estos discípulos antes de
recibir el don milagroso, prueba que tal don no tenía conexión con el goce de aquellas
bendiciones; pero la potencia mística de un ultra espiritualismo ha metido en confusión a
muchas mentes en este importante asunto. Testimonio de ello es lo siguiente que Neander
dice referente a la condición de los samaritanos antes de la visita de Pedro y Juan: "No
habían aún alcanzado la conciencia de una comunión vital con el Cristo que Felipe
predicaba, ni aun la de una vida personal divina. La inmanencia del Espíritu era aún algo
extraño para ellos, que lo conocían solo por las operaciones maravillosas que ocurran en
torno suyo". Tal observación va en conflicto con la comisión, y con la promesa apostólica
de recibir el don del Espíritu Santo los que se arrepintiesen y fuesen bautizados. También
contradice la enseñanza de Pablo, que la morada del Espíritu caracteriza a todos los que son
de Cristo (Romanos 8:9-11); pues por cierto, cuantos habían sido propiamente "bautizados
en el nombre de Jesús", como los samaritanos, eran de él.
-La declaración “aun no había descendido sobre ninguno de ellos, mas solamente eran
bautizados en el nombre de Jesús”, muestra que no existía conexión tal entre el
bautismo y el don milagroso del Espíritu, para inferir éste de aquél. Luego, ese don no
era común a los discípulos, sino que lo gozaban solo aquellos a quienes se les impartía
especialmente.
-En vista de que este don extraordinario del Espíritu no era indispensable ni para la
conversión ni para el perdón de aquellas personas, ni para que el Espíritu morase en
ellos, es pertinente inquirir para qué objeto se concedía. Ya en el Capítulo 1:8 hemos
indicado que el designio de concederlo a los apóstoles fue dotarlos del poder para
establecer el reino y del testimonio milagroso de su misión. En general, los milagros
llevaban el designio de indicar la sanción divina del procedimiento con que tenían
conexión, pero cuando el milagro asumía forma mental, era la intención también de
impartir al sujeto un poder mental sobrenatural. La naciente iglesia en Samaria hasta
entonces había sido guiada por la enseñanza de Felipe, y más luego por la de Pedro y Juan;
pero estos hombres, para cumplir con su alto cometido, pronto habrían de ausentarse a otros
campos de la obra; y si al suceder esto dejaban a la iglesia en la condición en que Pedro y
Juan la hallaron, habría sido dejarla sin medios de aumentar su conocimiento de la
nueva institución, y sin nada más que la memoria insegura de los hermanos que pudieran
retener con precisión lo que ya habían aprendido. Primariamente, para suplir este
defecto, y en lo secundario para dejar a la iglesia medios de convencer a los que no
creían fue que se concedió el don de la inspiración. Podemos presumir que se concedió,
no a todos, hombres y mujeres, sino a un número suficiente de individuos escogidos. El
designio de tales dones, y la manera en que se ejercían en la congregación, Pablo la
presenta plenamente en 1 Corintios 12 al 14. Estos dones sirvieron a un propósito temporal,
mientras que los hechos, las doctrinas, preceptos y promesas del nuevo pacto se ponían por
escrito por hombres inspirados que fue cuando las profecías, las lenguas y el conocimiento
milagroso de maestros individuales cedieron lugar a la gloria de la Palabra escrita.
Versículos 18 y 19. En las observaciones que preceden sobre el incidente que nos
ocupa, se ha presumido que el don del Espíritu que ahí se impartió fue el milagroso. Tal
presunción se justifica por el hecho de que fue objeto de observación para los que
presenciaron, como se evidencia en lo que sigue del texto. (18) “Y como Simón vio que
por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció
dinero, (19) diciendo: Dadme también a mi esta potestad, que a cualquiera que pusiere
las manos encima, reciba el Espíritu Santo.” Tal propuesta nos muestra, como también lo
hace el Versículo 17, que el Espíritu no venía sobre estas personas directamente del
cielo, como fue con los apóstoles el día de Pentecostés, sino que se impartía por la
imposición de las manos, y venia mediante las personas de los apóstoles en quienes el
Espíritu moraba. Esto constituye una marca de distinción entre el bautismo en el
Espíritu y el don del Espíritu. Véase más adelante lo del Capítulo 11:16.
Para darnos cuenta de la infame propuesta de Simón, nos es preciso recordar su modo de
vida anterior, y considerar los hábitos mentales que lo originó. Como hechicero, había sido
negocio suyo aumentar su capital comprando a otros hechiceros secretos de trucos que él
mismo no sabía ejecutar y andar a caza de oportunidades para tales adquisiciones. Al ver a
los apóstoles hacer partícipes a otros del poder de obrar milagros reales, inmediatamente
comprendió que había aquí lugar de hacer ganancia muy superior a todo lo que ya había
dejado. Su avaricia dominante mezclada con la pasión del aplauso popular, cultivada
también por sus antiguos hábitos, lo impulsó a hacer esta demanda, y el efecto
deslumbrador de estas pasiones le impidió ver cuánta vileza había en ofrecer dinero por tal
virtud y la de tratar de venderla a otros.
Versículos 20 - 23. Para un apóstol, nada podía ser más abominable que una oferta tal.
Excitó el espíritu impulsivo de Pedro, y la respuesta que dio se marca por su vehemencia
característica. (20) “Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo que piensas que el
don de Dios se gane por dinero. (21) No tienes parte ni suerte en este negocio; porque tu
corazón no es recto delante de Dios. (22) Arrepiéntete pues de esta tu maldad y ruega a
Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón. (23) Porque en hiel de
amargura y en prisión de maldad veo que estás.” Esta descripción de la condición
espiritual de Simón es explícita y enfática. "Hiel de amargura" es expresión violenta para
su condición de miseria, y "prisión de maldad" indica el dominio en que la iniquidad lo
tenía. Su corazón no era recto delante de Dios, y él iba camino de perdición. La declaración
"no tienes tú parte ni suerte en este negocio" no se debe limitar a la cuestión de impartir
el Espíritu, según aparece en la razón que da: "porque tu corazón no es recto delante de
Dios". Si el corazón lo tuviera recto delante de Dios, todavía no habría tenido parte ni
suerte en impartir el Espíritu Santo. La referencia es a todo el asunto de que se trata, en el
que una persona bautizada tuviera parte si su corazón fuera recto.
Versículo 24. La duda que el "quizá" indica de parte de Pedro se confirma hasta cierto
punto en la respuesta de Simón. (24) “Respondiendo Simón dijo: Rogad vosotros por mi
al Señor, que ninguna cosa de éstas que habéis dicho venga sobre mi.” Esta réplica
muestra claro que las palabras candentes de Pedro aterrorizaron a Simón, aunque allí paró
todo. Se le dijo que orase por el perdón de sus pecados. En vez de eso, pide a los dos
apóstoles que rueguen por él, y limita su súplica a pensar solo en escapar de las
consecuencias que le mencionaron. Aquí lo deja el relato, y aunque en condición mejorada,
no da seguridad de arrepentimiento final ni salvación. Se refieren muchas tradiciones por
Justino Mártir, Cirilo de Jerusalén, Ireneo, Tertuliano y el autor de "Reconocimientos
Clementinos", escritores todos del Siglo II, pero la mayor parte de esto es por cierto
legendario y nada seguro. No es prudente llenar la memoria de cuentos ociosos que se
refieren a caracteres bíblicos.
Versículo 25. Lo que enseguida informa el autor ilustra otra fase de las labores que
luego emprendieron los apóstoles. (25) “Y ellos habiendo testificado y hablado la palabra
de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas tierras de los samaritanos anunciaron el
evangelio.” La proposición primera de esta oración se refiere a lo que enseguida
testificaron y anunciaron en la ciudad de Samaria; y la segunda a su labor de camino a
Jerusalén. El trámite de Samaria a Jerusalén los llevó por Siquem, tan mentado en el
Antiguo Testamento, y Sicar, cerca del pozo de Jacob donde Jesús conversó con la mujer
de Samaria (Juan 4:39-43). Si todavía vivía esa mujer, y si no había ido a Samaria para oír a
Felipe, tuvo ahora oportunidad de saber lo que Jesús quiso decir con sus enigmáticas
palabras del "agua viva" (Juan 4:10-15). Para tener contacto con otros pueblos que no
fuesen solo los del camino real, quizá los apóstoles tomaron una ruta de circuito a
Jerusalén, y sin duda en cada uno permanecía lo suficiente para cosechar frutos de sus
labores.
Versículo 26. Luego que la congregación de Samaria se vio surtida de dones espirituales
y con suficiente instrucción para justificar dejarla a sus propios recursos para edificación,
Felipe fue llamado a otro campo de labor y ahí se nos presenta un caso de conversión en
que el sujeto es un solo individuo, y los detalles se dan con plenitud rara. Es un caso en que
se ve que Dios hace sus planes, por decirlo así, para producir el resultado, y podemos seguir
con distinción el método de su procedimiento.
El primer paso que se dio fue misión de un ángel del cielo, pero al aparecer el ángel en
la tierra, no pasó, como en muchas visitas angélicas imaginarias con tal propósito, en
presencia del que va a ser convertido, sino ante el predicador. (26) “Empero el ángel del
Señor habló a Felipe diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende
de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.” Esto fue todo lo que el ángel tuvo que decir.
Cumplió su parte de la obra, que fue solo enviar al evangelista por la dirección de quien iba
a ser convertido; así desaparece de la escena.
Las palabras "el cual es desierto" (si las dijo el ángel o las añadió Lucas, no es de
importancia) fueron para anotar la singularidad de enviar a un predicador de un distrito
populoso a una región despoblada. Aquí el término "desierto" no se ha de entender un
yermo; entre Jerusalén y Gaza nunca ha existido tal cosa. Lo que quiere decir es que el
camino va por un distrito comparativamente despoblado. En comentarios antiguos que se
escribieron antes del período de exploración reciente del país, se halla mucho error y
confusión, pero especialmente las exploraciones hechas en este siglo han aclarado el asunto
mostrando que había un buen camino pavimentado de Jerusalén a Gaza, algunos de
cuyos vestigios están aun visibles, aunque en la parte más deteriorada está la vía
intransitable para vehículos. La distancia de una a otra población es como 70 kilómetros, y
la dirección de Jerusalén es casi directamente al suroeste. A ocho o diez kilómetros de esa
ciudad principia el camino a bajar de la serranía central, a través de la tosca y estrecha
barranca llamada Wady el Mesarr, hacia Wady es Sunt, que en el Antiguo Testamento se
conoce como Valle de Elah. Después de cruzar éste unos cuantos kilómetros derecho al sur,
vuelve el camino al poniente y sube por otro wady al nivel de la gran llanura de Filistia, por
donde sigue hasta llegar a Gaza. El paso a lo largo de la barranca de la sierra debe ser la
parte que se puede llamar desierto, pues todo el resto pasa el camino por entre pueblos,
pastos y labores cultivados: es decir, así era el país cuando estaba bien poblado. Si el
camino que traía Felipe cruzó este otro en el desierto, es que viajó derecho al sur desde
Samu, pasando al poniente de Jerusalén, por cumplir así las direcciones del ángel.
Samaria
Mujeres cargando agua.
Se observa que hubo una Presencia notable que hizo que la misión del ángel y los
movimientos de Felipe coincidieran con el principio y progreso del viaje de este eunuco.
Felipe debe haber partido de Samaria no más temprano que el día anterior al en que el
eunuco salió de Jerusalén. Pero el Señor que mandó al ángel sabía bien a que hora el
eunuco emprendería el viaje, cuánto tardaría en llegar al punto en que Felipe lo alcanzara, y
el tiempo que Felipe hubiera de tardar para llegar al mismo punto. La misión del ángel vino
a tiempo de hacer que todos los movimientos llegaran simultáneamente a su fin, y así la
Providencia divina, unida a la misión milagrosa del ángel, produjo la conversión que se
querrá de aquel eunuco, para enviar el evangelio hasta una nación remota.
Versículo 29. Cuando Felipe llegó al camino al que le dirigió su misión, la cumplió
hasta lo que podía saber por el mensaje del ángel, pues esto fue todo cuanto el ángel le dijo.
Sin duda aquí se habría detenido a recibir órdenes si no lo hubiera movido otra dirección
divina. En ese momento preciso tomó parte en el suceso el Espíritu Santo; y como con el
ángel, no comenzó con el pecador, sino con el predicador. (29) “Y el Espíritu dijo a
Felipe: Levántate y júntate a este carro.” El propósito de tal comunicación fue sin duda el
mismo del ángel, hacer que el predicador y el oyente entrasen a conversar cara a cara. Si
no, Felipe podría haber dejado pasar hasta desaparecer el carro, que ya se le adelantaba.
Versículo 30. Para poder hacer según el Espíritu dirigía, Felipe tuvo que moverse
enérgicamente. (30) “Y acudiendo Felipe, le oyó que leía el profeta Isaías, y dijo: Mas,
¿entiendes lo que lees?” Aquel hombre iba leyendo en voz alta —buen modo para fijar la
mente en lo que se lee. Considerando las posiciones relativas de los protagonistas, la
pregunta de Felipe, "¿Entiendes lo que lees?" nos impresiona como algo abrupto, si no
impertinente como método de presentarse a aquél encumbrado. Con todo, era pregunta
apropiada, y se propuso con prudencia. Todavía no conocía Felipe a ese hombre, no sabía
cómo aproximársele, si como compañero discípulo o como creyente. Sabía que, si no era
creyente, no podía explicarle el significado de la predicción bien conocida que iba leyendo,
una de las más llanas entre todas las de los profetas referentes a los sufrimientos del Cristo.
Los judíos, no queriendo aplicarla al Cristo, porque lo esperaban como gran monarca
terreno, no sabían qué hacer con ella. Por otro lado, sabía que, si el hombre era creyente, el
pasaje sería tan claro que no errase. El objeto de la pregunta fue pues averiguar la posición
que en religión ocupaba el hombre, y así resolver el modo de proceder con él en adelante.
Lector prudente que quiere con solicitud, leía para saber el sentido de cada trozo. Aun
no cree en el Cristo, pues de otro modo no tuviera duda de a quién se refería este pasaje. Y
acierta a acontecer que lee y estudia, entre todos los trozos de Isaías, aquél que, ya
entendido, lo traería precisamente al Cristo. ¿Podía Felipe dejar de reflexionar? "¿Dios
mandó su ángel para traerme aquí en el preciso momento en que él previó que éste fuera
leyendo este mero pasaje y haciéndose en su interior la pregunta que yo puedo contestar
con el nombre de Jesús"? No había tiempo que perder en cavilar sobre este resultado de la
presencia y sabiduría de Dios, aunque no hay duda de que el alma de Felipe se enardecería
al proceder entonces desde esta escritura a predicar a Jesús como su cumplimiento. Y si su
perplejo oyente hubiera hecho para sí la plegaria de David: "Abre mis ojos, y miraré las
maravillas de Tu ley", debe haberse dado cuenta de la contestación al ver brillar del escrito,
en antes tan brumoso, la gloria del Salvador que sufría. Le fueron abiertas las Escrituras por
ministerio de ángeles y del Espíritu, mas todo se volvió efectivo para él por las palabras
del predicador.
-La pregunta "¿Qué impide que yo sea bautizado?" se sugirió inmediatamente al aparecer
el agua, pero al eunuco no se le hubiera ocurrido sin haber recibido previa instrucción
referente a la ordenanza, sino que era deber y privilegio observarla para el que estaba
debidamente preparado si era candidato idóneo. Como hasta el momento en que Felipe se
lo predicó, nada había sabido referente al bautismo de Jesús como el Cristo, tampoco nada
había sabido referente al bautismo que Jesús habrá ordenado, y nos vemos en consecuencia
llevados a la conclusión de que lo que sabía de ello lo sacaba de lo que le predicaba
Felipe. De todo esto llegamos a saber que, al predicar a Jesús, Felipe lo había instruido
respecto al bautismo, de que, cuando se predica a Jesús, el bautismo es parte del
sermón. Fue parte del de Pedro en Pentecostés y de la predicación de Felipe a los
samaritanos, y habremos de ver al proseguir con este comentario, cómo tuvo lugar en cada
sermón apostólico completo que se dirigía a los pecadores. Los evangelistas de hoy día
que lo omiten, dan un evangelio mutilado y lo hacen con objeto de agradar a un
prejuicio sectario que más bien debieran erradicar y destruir.
-Tan pronto como propuso la pregunta, mandó parar el carro, lo que muestra que la
contestación de Felipe, que no se registra, no daba obstáculo. A ciertas personas de edad
posterior las pareció que aquí se representa a Felipe sin dar respuesta y que obró muy a la
ligera; de ahí provino la interpolación en ciertas copias de Hechos en las palabras del
Versículo 37: "Y Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo dijo:
Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios". El interpolador de la idea de pasajes como
Romanos 10:8-9; 1 Timoteo 6:13 y Mateo 16:16, que muestran que los apóstoles tomaban
tal confesión, y no es improbable que todavía cuando la interpolación se hizo, tal fuera la
costumbre apostólica aún prevaleciente. Pero en que es interpolación el Versículo 37
convienen unánimemente los sabios que estudian el texto en los códices orientales.
Es imposible armar una oración en nuestro idioma o en el griego que más sin género de
duda declare que, antes del bautismo del eunuco, los dos, él y Felipe, bajaron al agua, y
que después del bautismo, subieron de ella. Doloroso es observar la falta de ingenuidad
con que algunos comentaristas, como tanto ignorante controversial, han afanado sus
recursos para dejar el hecho en tinieblas, con el interés de una forma pervertida de
bautismo. Se ve claro que ni Felipe ni el eunuco hubieran bajado al agua solo con
objeto de rociar o derramar una cantidad pequeña de agua encima de éste. Las
mismas razones que impiden a ciertos predicadores bajar al agua para rociarla, hubieran
detenido a Felipe y al eunuco de meterse, y de tal conclusión no puede escaparse mente
cándida alguna. Si no supiéramos nada del significado de la palabra bautizar ni en nuestra
lengua ni en el griego, salvo el solo hecho que unos dicen que es rociar, y otros que es
sumergir, este único pasaje dirimiría la cuestión para siempre de todos los que en su mente
fueran libres para seguir implícitamente el significado obvio que nos dan las Escrituras. El
relato de la conversión del eunuco es una reprensión por varios conceptos para
muchos maestros de nuestros tiempos, y debiera llamarlos para que con temor y
temblor volvieran a la enseñanza y la práctica de los evangelistas inspirados.
La retirada de Felipe después del bautismo pueda haber sido milagro, en cuanto
concierne a la expresión "arrebató", y tal significado acuerda mejor con la expresión "se
halló en Azoto"; o pueda haber sido una orden repentina como la que recibió para correr y
alcanzar al eunuco (Versículos 29 y 30). Y esto se adapta mejor a la razón que se da de que
el eunuco ya no lo viera, que "se fue por su camino gozoso". Esto explica que si no se
hubiera ido por su camino, quizá habría seguido a Felipe. El objeto evidente del escritor es
mostrar que fue el Espíritu quien efectuó la separación de con el eunuco, y dejar en lo
oscuro el método exacto de su partida como algo sin importancia para el lector. Lo que vale
la pena anotar es que Felipe no tuvo permiso de quedarse más en compañía del recién
convertido, como naturalmente lo deseara para ayudarle más con instrucción. Fue voluntad
divina que el hombre siguiera de camino a su tierra, para obrar su propia salvación —junto
con la de otras muchas personas quizá— construyendo sobre la instrucción elemental que
ya había recibido. Para muchos sin duda esto hubiera sido riesgoso, pero Dios conoce a los
suyos, y por conocer a éste fue que tomó las medidas deliberadas que hemos visto lo
trajeron por pasos contados hasta llegar a ser de Cristo.
A pesar de esta separación repentina del que le enseñó, y la necesidad de seguir adelante
con tan poco saber referente a su Salvador recién hallado, el eunuco "se fue por su camino
gozoso". Su goce brotaba de la experiencia de lo que más tarde Pablo presenta a su
auditorio de judíos: "Por éste os es anunciada remisión de pecados; y de todo lo que por la
ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquél que creyere"
(Capítulo 13:38-39). Imposible es que Felipe se detuviera de decirle, como Pablo lo hizo a
los convertidos, de la conexión entre el perdón de los pecados y el arrepentimiento con el
bautismo, y ya que hubo cumplido con las condiciones del perdón, se goza en la
experiencia de ello.
El Azoto en que hallamos a Felipe es el Asdod del Antiguo Testamento, una de las
cinco ciudades de los filisteos. Se hallaba a pocos kilómetros de la playa, casi en línea a
escuadra con la ruta del eunuco, como unos 20 kilómetros. De ese lugar a Cesarea, punto
terminal de las labores de Felipe, que aquí se menciona, hay como 80 kilómetros, y la
región en que trabajó era la antigua Filistia hasta Jope al norte, y de anal norte hasta
Cesarea es la llanura de Sarón. En Azoto esta llanura se hallaba densamente poblada con
aldeas y ciudades pequeñas, muchas de las cuales cayeron en ruina por muchos siglos. Fue
campo de evangelización bastante para abarcar buenos años de la vida de Felipe. Al
proseguir en nuestra narración veremos huellas de los efectos probables de su obra.
Muy natural es que los que profesan alguna forma de cristianismo en Etiopía atribuyan
su introducción al eunuco. Tienen tradiciones referentes a lo que después hizo, pero
ninguna lleva marca de autenticidad que merezca nuestra atención.
Sección II
Hechos 9:1-30.
-Contenido
Habiéndose esparcido la iglesia de Jerusalén, sin duda Saulo pensó que en efecto
había destruido ya la secta aborrecida; pero pronto comenzaron a llegar noticias de varios
rumbos de que los discípulos que huían iban estableciendo congregaciones en todas
direcciones. Otro menos tenaz que Saulo podría haber perdido las esperanzas de lograr
acabar con una fe que parecía avanzar con mas vigor tras cada ataque que se le hacía, y
que de la destrucción aparente parecía cosechar vida renovada, pero Saulo tenía una
voluntad que se levantaba más alta, resuelta al multiplicarse ante los obstáculos que
hallaba, y tal es lo que se representa en el texto que ahora tenemos delante. (1) “Y Saulo
respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al príncipe
de los sacerdotes, (2) y demandó de él letras para Damasco a las sinagogas, para
que si hallase algunos hombres o mujeres de esta secta, los trajese presos a
Jerusalén.” La pluralidad que aquí se indica de sinagogas en Damasco muestra que la
ciudad tenía población judía considerable, y esto va de acuerdo con lo que dice Josefo,
que no menos de 10,000 judíos fueron muertos en un tumulto que acaeció allí en el
reinado de Nerón. Cuando llegaron a Jerusalén nuevas de que la fe de Jesús se
propagaba entre esta gran comunidad judaica, no conoció límites la exasperación de
Saulo y de sus colegas perseguidores; como Damasco era la ciudad extranjera de gran
importancia y más cercana, fue elegida desde luego como primer centro de persecución a
los discípulos esparcidos. Bajo circunstancias ordinarias, esas letras que Saulo llevaba no
le habrían dado autoridad para apresar gente en una ciudad foránea, y luego traerlos en
cadena, pero por consideraciones que hoy se tienen en asunto de pura conjetura había
razón para creer que las autoridades de Damasco le permitieron obrar así, y que así fue
aparece de la prontitud con que el gobernador de la ciudad dio después su auxilio de
guardias con el objeto de apresar a Saulo mismo.
Versículo 7. En este punto revela Lucas que Saulo no iba solo, y con brevedad
menciona la conducta de sus acompañantes. (7) “Y los hombres que iban con Saulo se
pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas no viendo a nadie.” No es expresión
esta de un escritor que en conciencia inventa una historia y cuida de apoyarla con
evidencia ficticia: si no, no habría admitido que los únicos que podían haber sido testigos
de la presencia de Jesús en unión de Saulo no lo habían visto. Si en realidad apareció, el
hecho de no verlo estos no puede explicarse más que en una de solo dos suposiciones: o
Jesús de propósito se quedó oculto para ellos mientras le aparecía a Saulo o que por
alguna causa que no se menciona en el texto, no volvieron la vista en aquella dirección.
La causa verdadera se verá adelante (véase lo de Capítulos 22:9 y 24:14). Entretanto,
aunque estos acompañantes no pudieron decir quién hablaba con Saulo, fueron testigos
competentes de que la luz apareció, de que una voz se oyó de en medio de ella, y de la
ceguera de Saulo que siguió como resultado inmediato.
Versículos 8 y 9. Sin las últimas palabras que le habló Jesús —"Levántate y entra en
la ciudad, y se te dirá lo que te conviene hacer"—Saulo no hubiera sabido que paso dar
enseguida, pero al recibir esta orden, la obedeció lo mejor que pudo. (8) “Entonces
Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie: así que Ilevándolo
de la mano, metiéronle en Damasco; (9) donde estuvo tres días sin ver, y no comió
ni bebió.” Las palabras "abriendo los ojos" no indican que los hubiera tenido cerrados
desde el instante en que primero apareció la luz, pues entonces no habría visto a Jesús.
Además, si los hubiera cerrado, la luz no le habría cegado. El relato llanamente denota
que contempló la luz hasta no poder ya más soportar el fulgor. Al levantarse, puede haber
empleado algunos momentos esforzándose en afirmar sus nervios, e instintivamente abrió
los ojos para hallarse ciego. Lo de "llevándolo por la mano, metiéronlo en Damasco",
claramente muestra que todos ellos iban a pie, modo muy común de viajar en aquel
tiempo, y no a lomo de caballo o de camello, como la imaginación lo ha pintado con tanta
frecuencia. Su abstinencia de toda comida y bebida se puede explicar solo por su miseria
extrema al cavilar en sus crímenes espantosos y esperar que se le dijera qué hacer.
Según el modo de contar judío, no hay duda que los tres días se entienden, el primero
como el resto de aquel en que llegó, el segundo fue el siguiente, y el tercero el lapso de
tiempo hasta que recibió alivio.
Versículos 10 – 12. De propósito dejó el Señor a Saulo esos tres días en la angustia
que le proporcionaban sus nuevas convicciones, antes de revelarle según su promesa lo
que había de hacer. Esta demora fijó la atención de todos los judíos incrédulos que le
rodeaban, en vano tratando de consolarlo para la causa de su zozobra y su ceguera; y
como ya lo veremos, sirvió a buen propósito. Por fin se describe ahora, el medio de alivio
que le fue enviado. (10) “Había entonces un discípulo en Damasco llamado Ananías,
al cual el Señor dijo en visión: Ananías. Y el respondió: Heme aquí, Señor. (11) Y el
Señor le dijo: Levántate y ve a la calle que se llama la Derecha, y busca en casa de
Judas a uno llamado Saulo de Tarso: porque he aquí el ora: (12) y ha visto en visión
un varón llamado Ananías, que entra y le pone la mano encima, para que reciba la
vista.” En esta comunicación el Señor se dirige a Ananías como si Saulo le fuera
totalmente desconocido, y le revela lo que podríamos haber conjeturado, que en medio de
su remordimiento, Saulo se había entregado a la oración fervorosa. La visión que aquí se
menciona se concedió a Saulo para el objeto evidente de darle esperanza de restaurar su
vista; se dio en conformidad con lo que efectivamente ocurrió a fin de que, al ocurrir,
Saulo viera la mano de Dios en la correspondencia. La calle llamada la Derecha todavía
se identifica sin errar en Damasco por contraste con todas las otras de la ciudad; pues
aunque todas las otras son torcidas y hacen curvas y esquinas abruptas en intervalos de
40 a 80 metros, esta recorre más de un kilómetro con solo cinco ángulos muy obtusos. La
mención del nombre de esta calle junto con el de Judas en cuya casa se hospedaba
Saulo, constituye no pobre evidencia de la autenticidad del relato que tenemos delante.
Versículos 13 – 16. Mediante esta comunicación impuso el Señor muy ingrata tarea a
Ananías. (13) “Entonces Ananías respondió: Señor, he oído a muchos acerca de
este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén: (14) y aun aquí
tiene facultad de los príncipes de los sacerdotes de prender a todos los que
invocan tu nombre. (15) Y le dijo el Señor: Ve; porque instrumento escogido me es
este, para que lleve mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los
hijos de Israel: (16) porque yo le mostraré cuánto le será menester que padezca por
mi nombre.” El término "santos" lo aplicó Ananías aquí a los discípulos de un modo que
indica haber ya adquirido este uso, aunque es la primera vez que ocurre en el Nuevo
Testamento. Los designa como gente de vivir santo. La expresión equivalente "los que
invocan tu nombre" se usa para los mismos. El nombre es el del Señor Jesús, pues es
él quien conversa con Ananías. Este habla de la carrera de perseguidor de Saulo en
Jerusalén como rumor que había él recogido, de lo que inferimos que no era él de los que
habían huido de Jerusalén tras la muerte de Esteban, sino alguien que allá había sido
bautizado en período de paz antes de la persecución. Como oyó que Saulo venía a
Damasco para apresar a los que invocaban el nombre del Señor, cuando parecía que
nadie sabía de esto mas que los compañeros de Saulo, no es fácil determinar, a no ser
que supongamos que los apóstoles recluidos en Jerusalén mandaran mensajeros
adelante de Saulo para avisar a los discípulos damascenos del peligro inminente. De esto
hay mucha probabilidad.
Como todos los que se han atrevido a argüir contra una orden del Señor, Ananías
encontró que él no da oídos a tales argumentos. La contestación —"Ve"— es terminante;
pero se dignó el Señor informarle que había apreciado a Saulo muy diferente de lo que
cualquiera podría suponer. En la expresión "instrumento (vasija) escogido", para llevar
el nombre de Jesús ante gentiles, reyes e israelitas, compara a Saulo con un estuche
cuidadosamente elegido en el que se ha depositado una rica joya digna de ser
obsequio para un rey; esa joya es el precioso nombre de Jesús. El joyero siempre guarda
las gemas costosas en estuches de valor correspondiente; y así al enviar el Señor su
nombre a reyes y a los grandes de la tierra, escogió a este Saulo perseguidor como vasija
más adecuada en que depositarlo. Para Ananías tal selección fue de lo más
sorprendente, aunque los sucesos posteriores probaron su prudencia. Mucho tiempo
después Saulo mismo emplea la misma metáfora, que sin duda la tomó de labios de
Ananías, pero materialmente la cambia, diciendo: "Tenemos este tesoro en vasos de
barro, para que la alteza del poder sea de Dios, y no de nosotros" (2 Corintios 4:6-7).
Si para Cristo era vasija escogida, a sus ojos no era sino de barro. No mucho, quizá
menos sorprendido fue Ananías cuando el Señor añadió, como para mostrar una
consecuencia de haber hecho de Saulo tan escogida vasija: "Yo le mostraré cuánto le
sea menester que padezca por mi nombre" (Versículo 16). Tal observación llama la
atención al hecho, que en todos los tratos de Dios con los espíritus selectos de esta
tierra se ve que, cuando los llama a puestos de alta honra y uso notable, los llama a
una vida de sufrimiento. Tal resultó ser luego el caso de Saulo de un modo
preeminente.
Versículos 17 – 19. Con estas palabras del Señor cesó el natural miedo perseguidor
que hacía a Ananías objetar ir a él. (17) “Ananías entonces fue y entró en la casa, y
poniéndole las manos encima, dijo: Saulo hermano, el Señor Jesús que te apareció
en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno
de Espíritu Santo. (18) Y luego le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al
punto la vista; y levantándose, fue bautizado. (19a) Y como comió, fue confortado.”
De la narración no se ve como supo Ananías que Jesús había aparecido a Saulo en el
camino. Lo más probable es que lo haya oído de lo que se dijo por los que hablaban con
Saulo en casa de Judas, habiéndose extendido este informe rápidamente entre los judíos
de la ciudad. Le dio el cariñoso nombre de "hermano" porque ya era de los creyentes, en
la vía de la obediencia, no porque fuera israelita hermano. Lo que cayó de sus ojos y se
compara con escamas fue sin duda depósito causado por la inflamación aguda que siguió
a la deslumbrante luz del cielo. También nótese que no fue, como ciertos intérpretes
quieren, cosa de simple apariencia para Saulo lo que le cayó; y Lucas lo declara expre-
samente. Lo que se dice, "y levantándose fue bautizado", omite la orden para este
efecto, que se debe haber dado; mas prueba de lo abreviado de propósito que Lucas
hace su relato. La omisión se suple en la narración de Pablo (Capítulo 22:14-16). Lo
mismo se omite el lugar del bautismo, pero el rió Abana pasa por en medio de la ciudad y
da facilidades abundantes para bautizar en él, además de proporcionar muchos
estanques artificiales en patios de los edificios más grandes.
Lo que Ananías expresa, que había sido enviado para que Saulo fuera lleno de
"Espíritu Santo", se interpreta por lo común que se le iba a dar el Espíritu Santo por la
imposición de las manos. Pero ya hemos visto que, cuando los samaritanos convertidos
por Felipe recibieron el don maravilloso del Espíritu, dos de los apóstoles les fueron
enviados para dárselo, de lo que inferimos que Felipe no tenía esa potencia. Esto no es
obstáculo para creer que ese poder le fuera dado a Ananías; con todo, si no hubiera
alternativa, no nos veríamos reducidos a esta conclusión. Sin embargo, hay la alternativa
que hace tal conclusión no solo innecesaria, sino muy improbable. Ya supimos por el
primer discurso de Pedro que cuantos se arrepentían y se bautizaban recibían el Espíritu
Santo; se sigue que Saulo recibió el Espíritu Santo cuando Ananías lo bautizó. Esto
hizo que el recibir el Espíritu Santo dependiera de la venida de Ananías, y explica bien las
palabras de este, sin que tengamos que recurrir a la suposición improbable de que tuviera
la virtud de hacer lo que solo los apóstoles podían hacer de ordinario. Obsérvese en
este punto que es casi seguro que Ananías fuera un discípulo sin puesto oficial (Versículo
10), y así tenemos un ejemplo de un bautismo administrado por quien no tenía puesto
oficial en la iglesia. Muestra que, lo que sea cierto como asunto de propiedad en lo
ordinario, no hace que la validez de la ordenanza dependa de que sea administrada
por un oficial de la iglesia o un predicador.
Bien, si antes de terminar con este caso de conversión nos detenemos a distinguir
entre las agencias divinas y las humanas que las efectuaron y sus conexiones
mutuas, llegaremos a entender mejor cómo es que Saulo fue traído a Cristo. El rasgo más
prominente en este caso es el hecho de haber sido el predicador el Señor Jesús
mismo. De la luz del cielo se proclamó su palabra, y probó ser divina por esa luz
milagrosa en que él apareció, lo que hizo de Saulo un creyente y lo trajo al
arrepentimiento. Vino la fe, como en todos los demás casos, de oír la palabra. Pero si el
Señor fue el predicador, si su palabra hizo creer y arrepentirse al pecador, todavía hubo
algo que este había de hacer antes de hallar paz, y para que de esto le informaran lo
mandó el Señor a Damasco en lugar de dárselo él mismo. Mientras esperaba esta
información, aunque padeciera los más agudos dolores del arrepentimiento y derramase
su alma en plegaria, sus pecados estaban aun sin perdón, lo que muestra que la
justificación no es consecuencia inmediata de la fe y el arrepentimiento. En tan
desdichada condición se quedó por tres días, porque nadie hubo que viniera a decirle qué
hacer. Esta es otra peculiaridad del caso, pues ningún otro convertido de que hemos
leído experimentó demora similar. Fue cosa del Señor, pues nadie que pudiera decirle
qué hacer se atrevía a acercársele, y el Señor todavía no enviaba a Ananías. Como Saulo
no sabía por quién mandar, y como ni Ananías ni otro discípulo habría de venir de por sí,
fue menester la interposición divina, como en el caso de la misión de Felipe en favor
del eunuco; y así, en vez de enviar un ángel como en este caso, el Señor en persona
habló a Ananías. Así es que se hace al mensajero humano decir al pecador qué ha de
hacer, aun después que Dios mismo le haya aparecido, y el mensajero humano le ayuda
a hacer lo que se le dice, bautizándolo. Ya que se ha bautizado, su pena y ayuno
terminan, sus pecados le son perdonados, y así acaba la historia de su conversión.
3. Saulo predica en Damasco. Hechos 9:19-25.
Versículos 19 – 22. Tan pronto como Saulo obedeció al evangelio y recibió el perdón,
comenzó a consagrar todas sus energías a edificar lo que antes había destruido. (19) “Y
estuvo Saulo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco. (20) Y
luego en las sinagogas predicaba a Cristo, diciendo que este era el Hijo de Dios.
(21) Y todos los que le oían estaban atónitos y decían: ¿No es este el que asolaba
en Jerusalén a los que invocaban este Nombre y a esto vino acá, para llevarlos
presos a los príncipes de los sacerdotes? (22) Empero Saulo mucho más se
esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, afirmando que este
es el Cristo.” "Algunos días” del Versículo 19 naturalmente se entiende que abarca el
tiempo que predico y luego se menciona el "luego" del Versículo 20 no es contando
después de algunos días, sino del bautismo de Saulo. Sin duda que el mismo día que se
bautizó todos los discípulos se juntaron en torno de él y le dieron la diestra de compañía
inmediatamente; y al siguiente sábado, un día o seis más tarde, comenzó a predicar en la
sinagoga, su primera oportunidad. Quizás algunas sinagogas se abrían en otros días de la
semana después que comenzó a predicar, y así tuvo oportunidades más frecuentes que
las de reuniones regulares. El primer efecto de esa predicación fue asombro de oír que el
que "asolaba" la iglesia en Jerusalén y había venido a Damasco con propósito similar,
predicaba la fe que había procurado destruir. El siguiente efecto fue que se "confundían"
con las pruebas que Saulo daba de que Jesús es el Cristo. En las palabras —"Saulo
mucho más se esforzaba"— va la comparación con lo del Versículo 19 —"comió y fue
confortado"— y es referencia a la restauración de su fuerza física, después de lo agotador
del ayuno y la agonía de los tres días anteriores. Aquella experiencia era para debilitar
mucho a uno muy vigoroso, y no tardó muchos días en recobrarse de sus efectos.
Esta predicación de Saulo fue esfuerzo prolongado para convertir a la fe a los judíos
residentes de Damasco y aunque no tenemos evidencia de nadie que se convenciera, al
menos los "confundía". Tal fue el resultado del testimonio fresco e independiente de la
resurrección y glorificación de Jesús. No que hubiera visto al Señor tras su resurrección y
antes de la ascensión, como los apóstoles originales, pero lo había visto descender del
cielo en su cuerpo glorificado, y su testimonio era tan completo como el que Pedro había
dado. Si alguien de Damasco dudaba de su veracidad, sus compañeros de viaje podrían
testificar con él de la realidad de la luz del cielo y de la voz que procedía de en medio de
la luz, mientras su propia ceguera, mejor sabido por los no creyentes que por los que
creían, no podía ser fruto de concebir o decir una mentira. Si en la mente de alguien
llegaba el pensamiento de que se habrá engañado por alguna ilusión mental u óptica, se
disipaba por la consideración de que la ceguera no podía provenir de semejante causa.
Así sirvió la ceguera para no dejar escape de la conclusión de que era verídico su
informe de la visión; y si la visión era realidad, no había lugar para dudar que Jesús
se hubiese levantado de los muertos y ascendido al cielo. Se prolongó la ceguera,
comprendiendo la demora de su bautismo que ya mencionamos, para el mismo fin de fijar
en la mente de la gente, especialmente de los judíos que no creían, que finalmente
sirviese a este propósito importante. Tal fue la fuerza de su testimonio como se les
presentó a los de Damasco que le oyeron. Para nosotros está de esta suerte: si la visión
que pretendió haber presenciado fue realidad, Jesús entonces es el Cristo y su
religión es divina. La ceguera de Saulo, que no puede haber razón de dudar, excluye la
suposición de que se hubiera engañado. ¿O fue el engañador? Toda su carrera posterior
como la relatan Lucas y él mismo, declara que no lo fue, pues todos los motivos
derivados del tiempo y de la eternidad que pueden impulsar a los hombres a la
decepción iban en son de oposición al curso que él después tomó. Su reputación
entre los hombres, sus esperanzas de riqueza y poder, su apego a la amistad y su
seguridad personal, todo exigía que se hubiese sostenido en su posición religiosa
anterior. Al hacer el cambio, a sabiendas sacrificó todo esto, y si practicó la decepción,
se exponía al castigo que creía vendría en la eternidad sobre los inicuos. Es posible creer
que alguien pudiera, por falta de cálculo en los resultados inmediatos, comenzar a
practicar la decepción que comprendiera tales consecuencias, pero es increíble que
continuase después de descubrir su error, y que persistiese en él por una larga
vida. Es increíble, pues, que Saulo fuera embaucador; tampoco se engañó, ni engañó a
otros; su visión debe haber sido una realidad, y Jesús que le apareció es quien que le
probó ser el Hijo de Dios.
La conjetura de que el viaje de Saulo a Arabia fuera para meditar y prepararse mejor
para la obra que le esperaba, no tiene base ninguna en los hechos aparte de no
adaptarse a lo que sabemos del carácter activo e inquieto del apóstol. Peor está la
suposición de que haya ido hasta el monte Sinaí, a más de 500 kilómetros. Como si no
supiera de la reprensión que el Señor dio, a Elías cuando huyó de Jezabel, ordenándole
que se volviese a terminar su obra.
Versículos 26 y 27. La mortificación que Saulo sintió al verse obligado a escapar así
de la escena de sus primeras labores en el evangelio, la recordó muchos años después al
querer hablar de lo que concernirá a sus flaquezas (2 Corintios 11:30-33). A nadie había
visto de los que fueron apóstoles antes que él, después que salió en su misión asesina a
Damasco. Volvió sus pasos en esa dirección resuelto a ir a ver a Pedro (Gálatas 1:18).
Pronto en la jornada de esa noche hubo de pasar por donde Jesús lo había encontrado.
No trataremos de describir sus emociones al tener a la vista los muros de Jerusalén y las
almenas del templo una vez más. Al acercarse a la ciudad, vio el lugar de la crucifixión, y
pasó cerca de donde Esteban fue lapidado, mientras el "consentía en su muerte". Iba a
toparse de nuevo, en calles y sinagogas, con sus antiguos colegas que había
abandonado, y con algunos discípulos que él había perseguido. Dejemos a la imaginación
del lector el tumulto de sus emociones y su descripción a escritores de mayor volumen,
mientras seguimos el relato de Lucas de cómo le recibieron los discípulos. (26) “Y como
vino a Jerusalén, tentaba de juntarse con los discípulos, mas todos tenían miedo de
él, no creyendo que era discípulo. (27) Entonces Bernabé tomándole, lo trajo a los
apóstoles, y les contó como había visto al Señor en el camino, y qué le había
hablado, y cómo en Damasco había hablado cotidianamente en el nombre de
Jesús.” En esto se ve que al principio los discípulos "todos tenían miedo de el, no
creyendo que era discípulo”; que su tentativa de juntárseles fue rechazada. Por doloroso
que esto había sido, no fue sorpresa para él probablemente, pues ¿cómo podía esperar lo
creyeran discípulo genuino después de padecer a manos de él? Casi no es posible que
no hubieran recibido noticias de su conversión, pero como deben haberlo supuesto capaz
de cualquier ardid para ganarles alguna ventaja, les era imposible creer sino con la
evidencia más fuerte, que su conversión era genuina. Bernabé fue el primero en
convencerse plenamente. Movido de impulsos generosos que le eran característicos,
debe haber buscado entrevista con Saulo, o quizás este, teniendo informes de Bernabé,
se le acercó como él que podía darle oído cándidamente. En uno que otro caso, no sería
difícil para Bernabé dar crédito al relato desprovisto de barniz, como debe habérsele
dicho, serio y conmovedor como ningún impostor podía darlo. Una vez convencido
Bernabé, fue fácil para él convencer a los apóstoles y estos a los hermanos.
Probablemente todo esto fue obra de un día solo. Pedro lo recibió en la casa donde él
residía, y lo hospedó por quince días (Gálatas 1:18) Tuvo tiempo bastante y buena
oportunidad para saber de Pedro la historia entera de la vida de Jesús, cuyo previo
conocimiento debió haberle sido bien limitado. En conexión con esto mismo, dice: “A
ningún otro de los apóstoles vi, sino a Santiago el hermano del Señor”. Por esto sabemos
que este Santiago, aunque sin ser de los doce, era conocido en cierto sentido como
apóstol; y Lucas sin duda lo incluye, y quizás a otros de rango similar, entre los hermanos
con los, "apóstoles" a quienes Bernabé trajo a Saulo a ver.
Versículos 28 – 30. Deben haber recibido los hermanos a Saulo con algún recelo,
pero muy pronto el derrotero que siguió le ganó su confianza. (28) “Y entraba y salía con
ellos en Jerusalén. (29) Y hablaba confiadamente en el nombre del Señor: y
disputaba con los griegos; mas ellos procuraban matarle. (3) Lo cual como los
hermanos entendieron, le acompañaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso.”
Durante su ausencia de Jerusalén se había abatido tanto la persecución que él antes
encabezaba, que estos judíos extranjeros de nuevo estaban dispuestos a discutir la
cuestión; y en intervalos entre conversaciones con Pedro, Saulo les hacía frente en
discusión. Pero antes de pasar dos semanas encontraron a su nuevo opositor tan
invencible como Esteban; y, en la locura de su derrota, resolvieron que para él sería
también la suerte de Esteban. En tal emergencia hallaron los hermanos oportunidad para
dar satisfacción de la sospecha con que primero lo habían considerado, llevándolo a lugar
seguro. De sus propios labios más adelante, sabemos que la ansiedad de los hermanos
por su seguridad personal no fue la razón dominante para su partida; y que muy fuerte
deseo tenía él de mantenerse firme en Jerusalén, a pesar del propósito de los judíos de
matarlo. Al llegar a Cesarea, fue corto el viaje para llegar a Tarso, hogar de su niñez y
quizás de su primera virilidad. Llegó entre amigos de días antiguos, fugitivo de dos
ciudades, desertor de la secta más estricta en la que había sido educado; pero llegaba a
traerlas las buenas nuevas de gran gozo. De las páginas de Lucas desaparece en este
punto, pero no por quedarse inactivo. En fecha posterior su propia pluma llenó este
blanco de su historia, informándonos haber ido a las regiones de Siria y Cilicia a
predicar "la fe que en otro tiempo destruía" (Gálatas 1:21-24). Todavía habremos de
ver en estos dos países a hermanos que sin duda fueron traídos a Cristo por su
predicación (Hechos 15:40-41). También hallamos razón para creer que durante este
intervalo encontró porción de sufrimientos que enumera en 2 Corintios 11, y que antes de
terminarse experimentó su bien conocida visión del paraíso (2 Corintios 2:1-4). Mientras le
sobrevenían tales experiencias, nuestro historiador nos introduce a algunas escenas
importantes e instructivas en las labores del apóstol Pedro.
Sección III
-Contenido
Versículo 31. Hace nuestro autor una transición de las labores de Saulo a las de
Pedro, hablando de condiciones que indujeron a éste a dejar a Jerusalén y alejarse de
ella. (31) “Las iglesias entonces tenían paz por toda Judea y Galilea y Samaria, y
eran edificadas, andando en el temor del Señor; y con consuelo del Espíritu Santo
eran multiplicadas.” Comenzó probablemente este tiempo de paz antes de la vuelta de
Saulo a Jerusalén, y se hubo de interrumpir con la persecución que se hizo a él. Ya que él
se fue, la paz se restauró. Algunos pueden haberse imaginado que, como la iglesia había
logrado existencia entre lucha y persecución, al retirarse la oposición, languidecería; pero
su prosperidad de ahora probaba que no era obstinación de la pasión humana, sino la
obra legítima de la verdad que no cambia, lo que le había dado ser. Según la filosofía de
Gamaliel (Capítulo 5:34-39), la pretensión de la iglesia naciente de ser iniciativa de origen
divino, ya estaba vindicada. La iglesia era edificada en el sentido de construirse el
carácter cristiano; y era multiplicada en el sentido de un aumento muy rápido en número.
Se debe observar que el vocablo "iglesias", o "congregaciones" aplica aquí de modo de
incluir en ellas a todos los discípulos en esas comarcas, que fue donde el Salvador llevó a
cabo sus labores personales. Es uso secundario del término, como si se considerase a
todos congregados en un solo cuerpo, pero se mencionan en plural como en el texto
griego.
Versículos 36 - 38. De en medio de estos felices y alegres triunfos del evangelio fue
llamado Pedro a un hogar de duelo en la ciudad de Jope. (36) Entonces en Jope había
una discípula llamada Tabitá, que si se lo traduce, quiere decir Dorcás (gacela, en
griego). Esta era llena de buenas obras y de limosnas que hacia. (37) Y aconteció en
aquellos días que enfermando, murió; a la cual, después de lavada, pusieron en una
sala. (38) Y como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, oyendo que Pedro
estaba allí, le enviaron dos hombres rogándole: No te detengas en venir hasta
nosotros.” Jope ha sido siempre el puerto principal de Judea (Véase 2 Crónicas 2:16;
Esdras 3:7; Jonás 1:3), menos durante el período comparativamente corto en que se usó
el puerto artificial que Herodes construyó. Se halla en dirección noroeste de Jerusalén, de
donde dista cerca de 50 kilómetros por buena carretera que une a las dos poblaciones.
Lida queda a tres o cuatro kilómetros de este camino y como a nueve de Jope. El camino
viejo que se usaba antes de construirse la carretera pasaba por Lida y entraba a
Jerusalén por el norte, pero hoy se entra por el poniente. Una caminata de tres horas trajo
a los mensajeros con su triste recado para Pedro. El historiador nos deja en pura
conjetura en lo del objeto para que se quería la presencia de Pedro en Jope, si para
consolar al angustiado grupo de creyentes, así como los predicadores modernos tienen
que hacerlo hoy en las mismas circunstancias, o con la esperanza de que despertaría a la
santa de entre los muertos. Lo más probable es que su idea fuera lo primero, pues no
acostumbraban los apóstoles volver a la vida a los hermanos difuntos solo porque habían
sido útiles en vida. Si no fuera así Esteban y otros asesinados cruelmente en medio de su
utilidad habrían sido resucitados. Leemos que el recado para Pedro solo decía: "No te
detengas en venir hasta nosotros". Sin duda que le relataron toda la historia de Dorcás,
pues lleno de ello llevaban el corazón los mensajeros, y en ello fijó Pedro su pensar al
proseguir los tres su camino a Jope.
Versículos 39 - 43. En un clima cálido donde hay pocas facilidades para conservar
cuerpos muertos, un rápido sepelio se sigue a la defunción, generalmente antes que
termine la luz del mismo día. Si Pedro había de llegar a tiempo de presenciar el entierro
de Tabitá, no había que demorarse. (39) “Pedro entonces Levantándose, fue con
ellos: y llegado, lo llevaron a la sala donde le rodearon las viudas llorando y
mostrándole las túnicas y vestidos que Dorcás hacía cuando estaba con ellas. (40)
Entonces echados fuera todos, Pedro puesto de rodillas oró; y vuelto al cuerpo
dijo: Tabitá levántate. Y ella abrió los ojos, y viendo a Pedro, se incorporó. (41) Y él
le dio la mano, levantándola; entonces llamando a los santos y las viudas, la
presentó viva. (42) Esto fue notorio por toda Jope, y creyeron muchos en el Señor.
(43) Y aconteció que se quedó muchos días en Jope en casa de cierto Simón
curtidor.” Nada puede ser más gráfico que esta breve narración, ni más conmovedor que
el incidente mismo. Entre la marcha de eventos imponentes que pasan a nuestra vista,
cae como una florcilla silvestre en medio de majestuosa selva. Abre un paisaje a través de
mayores sucesos de la historia, deja entrar la luz a las penas sociales de los santos
primitivos, y descorre el telón a una escena con la que nuestras propias experiencias nos
han familiarizado. Hay aquí el mismo tierno cuidado para el cuerpo inanimado, la misma
angustia que todos sienten, el mismo deseo de gozar de la presencia de quien ha sido
nuestro consejero en religión, la misma compañía de mujeres dolientes, y de hombre de
pie en silencio de luto; la misma relación de las buenas obras del que ya partió expresada
entre sollozos; y además todo esto a que estamos acostumbrados, un grupo de viudas
pobres presentando a Pedro, al entrar éste, las túnicas, y vestidos que Dorcás había
hecho para ellas y sus hijos cuando aun estaba con ellas. ¡Qué recuerdos! ¡Cuánto más
ricos y deseables que los monumentos de mármol o bronce cubiertos de inscripciones de
adulación! Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor; y bienaventurados los
vivos en cuyos corazones enternecidos se atesora en tal hora el recuerdo de una vida
como la de Dorcás. Parado Pedro allí por un momento en silencio lagrimoso, ¿no le
parecería una vez más estar ante la tumba de Lázaro, al lado del Maestro y rodeado de
judíos que lloraban con María y Marta? Pero recuerda que su compasivo Señor está
ahora en el cielo. En solemnidad profunda, a señas retira ya a todos los dolientes. Se
queda solo con la muerta. Se arrodilla y ora. Sabe que su plegaria de fe es oída. Con voz
de autoridad y siempre en terneza, voz que la muerta puede oír, dice al cuerpo frío:
"i Tabitá, levántate"! Abre ella los ojos y ve a Pedro. ¿Lo reconoce o le es extraño? No lo
sabemos. Se endereza y lo mira al rostro. Otra palabra no se cruza entre ellos, pero
suavemente le da la mano y la ayuda a ponerse de pie. Llama él a los santos y a las
viudas, y ahí en su mortaja blanca la tienen viva. Aquí es el punto final para la narración,
como convenía, pues ni la pluma gráfica de Lucas podría describir la escena que siguió.
Si devolver a un santo al pequeño grupo que ha dejado es cosa indescriptible, ¿qué
decimos o pensamos de la hora en que los santos todos se levanten en gloria y se
saluden mutuamente sobre las playas de la vida? ¿No lleva la intención este evento
de Jope de darnos sabor de antemano de los goces en la mañana de la resurrección? No
es maravilla que esto fuera "notorio por toda Jope", ni que creyeran "muchos en el
Señor". Jope era ya campo blanco para la siega, y Pedro halló trabajo que por muchos
días lo atrajo. Vino a llorar con los que lloran; se quedó a gozarse con los que gozan.
Sección III
Contenido
Versículos 3 – 6. El primer paso para traer a este buen hombre a Cristo se describe
en estas palabras: (3) “Este vio en visión manifiestamente, como a la hora nona del
día, que un ángel de Dios entraba a él y le decía: Cornelio. (4) Y él, puestos en él los
ojos, espantado, dijo; ¿Qué es, Señor? Y díjole: Tus oraciones y tus limosnas han
subido en memorial a la presencia de Dios. (5) Envía pues ahora a Jope, y haz venir
a un Simón que tiene por sobrenombre Pedro. (6) Este posa en casa de un Simón
curtidor, que tiene su casa junto a la mar.” La visión descrita aquí no aparece en
sueño ni trance: es a un hombre bien despierto y entregado a la oración, según veremos
después (Versículo 30). Prueba adicional de que debía su carácter religioso a la
instrucción judaica es que observaba una de las horas de oración judías (3:1), la del
incienso vespertino. El temor que excitó en él la presencia visible del ángel, fue cosa del
instinto; no hay razón de que los humanos temamos a los ángeles o espíritus; pero todos,
hasta los más piadosos, se han asustado al ver un ser sobrenatural, o al pensar que lo
veían.
Bajo el punto de vista moderno, las palabras del ángel hacen aún más sorprendente
(Véanse observaciones en Versículos 1 y 2) que se haga sujeto especial para la
conversión a un individuo. Si además de todo lo dicho sobre un carácter exaltado
religioso, sus oraciones eran oídas y sus limosnas habían subido a la presencia de
Dios, ¿qué le faltaba para ser salvo del pecado? Que alguien con tal experiencia como
ésta comparezca ante una iglesia de las de hoy, y diga: "Por muchos años he sido
devoto, adorando a Dios lo mejor que yo sé, dando limosnas a los pobres, orando
continuamente y enseñando a los de mi casa el temor de Dios. Ayer tarde a las tres
estaba orando según mi costumbre, cuando de repente un ángel se me paró delante y me
dijo: —'Tus oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios'.",
¿quién vacilaría en decir que esa persona estaba completamente convertida? Si, era
convertido del paganismo al judaísmo, pero según sabemos por el informe
subsiguiente de Pedro (11:14), el ángel le dijo del mismo apóstol: "Él te hablará palabras
por las cuales serás salvo tú y toda tu casa". Aunque el ángel le había hablado y
aunque Dios había oído sus preces, todavía tenía que oír palabras de labios humanos
antes de ser salvo. Debemos observar la narración así como progresa, para ver qué
palabras se hablaron y lo que de necesario contenían.
No dejemos de notar que aquí está la oración de uno que no estaba del todo
convertido a Cristo, y que esa oración fue oída. Pero cuán diferente es la contestación
que en nuestros tiempos se enseña que esperen las personas en condición espiritual
similar. El ángel no le trajo recado de que sus pecados estaban perdonados; ni lo
deja regocijándose en el perdón de sus pecados, solo porque le aseguró que sus
oraciones habían sido oídas. En lugar de eso, se le dice que mande por un hombre que le
dirá lo que ha de hacer para ser salvo. Si esta clase de plegarias fueran contestadas hoy,
¿quién puede dudar que el Señor las contestaría de la misma manera, diciendo al que
investiga que mande por el predicador o algún discípulo, que lo instruya como es
correcto?
Versículos 7 y 8. Aunque ya era hora avanzada esa tarde, Cornelio no vaciló en hacer
que los tres mensajeros partiesen al punto en su viaje. (7) “E ido el ángel que hablaba
con Cornelio, llamó dos de sus criados, y un devoto soldado de los que le asistían;
(8) a los cuales, después de habérselo contado todo, los envió a Joppe.” Aquí
parece que el celo religioso con que había atraído a su familia al temor de Dios (Versículo
2), también había allegado a algunos de los soldados a su mando. Envió al soldado,
uniformado a la romana, como protección para los dos criados; pues entonces, como en
todo tiempo, la compañía de un soldado que representaba al poder supremo del imperio,
era protección para los viajeros.
Versículos 21 y 22. Al bajar Pedro para ver a los que llegaban de un modo tan
extrañamente notificado a él, todavía va confuso en cuanto al significado de la visión, pero
pronto comienza a verle sentido que no esperaba. (21) “Entonces Pedro descendiendo
a los hombres que eran enviados por Cornelio, dijo: He aquí que soy el que
buscáis: ¿cuál es la causa por la que habéis venido? (22) Y ellos dijeron: Cornelio
el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene testimonio de toda la
nación de los judíos, ha recibido respuesta por un santo ángel, de hacerte venir a
su casa y oír de ti palabras.” Relacionando este recado, enviado por orden de "un santo
ángel" con la visión y con la orden del Espíritu de que fuera con ellos sin dudar, ve Pedro
ahora al instante que se le ordena por autoridad divina, mediante un ángel, por una
visión, por el Espíritu, que hiciera lo que siempre tuvo antes por pecaminoso, entrar a la
casa de un gentil y hablarle la palabra del Señor. Nada menos que un llamado
inenarrablemente divino podía inducirlo a hacer tal cosa, pero no tiene alternativa, a no
ser que resista a Dios mismo. Ve ahora lo que después tan felizmente expresó: que no
había de llamar a nadie común o inmundo (Versículo 28).
6. Pedro y Cornelio se encuentran. Hechos 10:23-33.
Pero Pedro, no conociéndolo todavía, no podía saber que su intención no era más que
dar ese homenaje, y por eso su advertencia —"Yo mismo también soy hombre". La
explicación de Pedro por haberse apartado de la costumbre judaica de no entrar a una
casa gentil, muestra que ya entiende claramente la visión que incluía en su espera a los
hombres, y lo que dijo basado en tal comprensión era satisfactorio para sus oyentes sin
que fuese preciso relatar la visión. Los mensajeros le habían dicho a qué los habían
mandado, pero él creyó adecuado hacer una declaración a este respecto de parte de los
interesados mismos antes de proceder a hablar.
Contenido
Versículos 34 y 35. Dio a Pedro esta ocasión la más feliz introducción a las
observaciones que tenía que presentar, y como retórico entrenado, aunque no lo era,
procedió a utilizarla. (34) “Entonces Pedro, abriendo su boca dijo: Por verdad hallo
que Dios no hace acepción de personas; (35) sino que de cualquier nación que le
teme y obra justicia, se agrada.” El pensamiento expansivo que aquí se expresa bastó
al entender de Pedro, para romper los lazos exclusivos del pacto mosaico, y bastaría hoy
para disipar de la mente humana la teoría igualmente exclusiva de una
predestinación arbitraria de ciertos hombres y ángeles para un destino eterno. Es
declaración positiva e inspirada de que Dios no acepta personas, sino carácter.
Temerle y obrar justicia, y no otra distinción cualquiera entre personas, es la base para
ser aceptable.
Versículos 40 y 41. En lo que sigue del relato viene el hecho remate del evangelio,
como sucedió en el sermón de Pentecostés. (40) “A Este levantó Dios al tercer día, e
hizo que apareciese manifiesto, (41) no a todo el pueblo, sino a los testigos que
Dios antes había ordenado, es a saber, a nosotros que comimos y bebemos con él,
después que resucitó de los muertos.” Como recomendando la evidencia de la
resurrección, Pedro asevera aquí a sus oyentes un hecho que se ha interpretado por los
descreídos de modo de hacerlo base para la objeción; esto es, que los testigos se
eligieron de antemano. Dice que fueron elegidos por Dios, pero no hay duda que se
refiere a que el que los escogió fue el Señor Jesús. Que Pedro o los descreídos sean los
que tienen la razón en esto, depende por completo de los motivos para la elección. Si
fueron escogidos por razón de estar dispuestos a testificar sin considerar los hechos, o si
por la facilidad con que pudieran engañarse, bien pudiera tenerse como circunstancia
sospechosa. Pero en ambos detalles lo contrario es lo cierto. Tal era la situación de los
testigos que existía peligro inminente para lo personal o lo de la propiedad de quien
daba el testimonio, y así todo motivo de falta de honradez los incitaba a guardar silencio.
Eran también los menos expuestos de todos a engañarse, por razones de su larga e
íntima familiaridad con aquél que habrían de identificar. Por otro lado, si a todo el pueblo
hubiera parecido, la gran mayoría no habrían podido testificar con absoluta certidumbre
en cuanto a Su identidad. Luego, Pedro tenía razón, pues el hecho de que tales testigos
se escogieron de antemano prueba que no se fraguó decepción alguna, sino que, al
contrario, el propósito fue presentar testigos vivos entonces y los más fidedignos. Para
Cornelio fue amplio el testimonio de Pedro, por el hecho de haber sido ordenado de parte
de Dios por un ángel santo que mandara por Pedro, y ya la compañía presente había
declarado estar lista para oír todo lo que se le había ordenado por el Señor (Versículo 33).
Versículos 44 – 46. El sermón de Pedro fue interrumpido y roto por un incidente que
se ve solo en la historia apostólica y fue gran sorpresa para Pedro y sus acompañantes
judíos. (44) “Estando aún hablando Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó
sobre todos los que oían el sermón. (45) Y se espantaron los fieles que eran de la
circuncisión, que habían venido con Pedro, de que también sobre los gentiles se
derramase el don del Espíritu Santo. (46) Porque los oían que hablaban en lenguas
y que magnificaban a Dios.” La razón del espanto de los hermanos judíos no fue el solo
hecho de que los gentiles recibieran el Espíritu Santo, pues si Pedro hubiera terminado su
discurso prometiendo el Espíritu Santo bajo las condiciones que se pusieron en
Pentecostés, y los hubiera bautizado, esos hermanos habrían tomado como la cosa más
natural que ellos recibieran el Espíritu. Y si después de esto, hubiera impuesto las manos
sobre ellos, impartiéndoles el don milagroso del Espíritu, como en el caso de los
samaritanos, no se habrían sorprendido tanto. Las consideraciones que los espantaron
fueron, primero, que el Espíritu Santo fue "derramado" sobre ellos directamente de
parte de Dios, como nunca lo había sido antes sobre otros que no fueran los apóstoles;
segundo, que este raro don fuera concedido a los gentiles. Esta segunda consideración
se explicará al discutir el propósito de este milagro con los versículos 47 y 48 adelante. El
hecho de que este don del Espíritu se manifestase con el milagro de hablar en
lenguas lo distingue del don del Espíritu prometido a todos los que se arrepienten y
son bautizados (2:38); y el hecho de que viniera directamente del cielo, sin la
imposición de manos apostólicas, lo distingue de aquellos dones concedidos a los
samaritanos y que después concedieron a miembros prominentes de muchas
iglesias. No tenemos otro evento con el que pueda clasificarse sino el don concedido a
los apóstoles en Pentecostés; y así en efecto lo clasifica Pedro más adelante (11:15,16).
Dice: "Como comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como
sobre nosotros al principio. Entonces me acordé del dicho del Señor, como dijo:
Juan ciertamente bautizó en agua; mas vosotros seréis bautizados en Espíritu
Santo". Con estas palabras lo identifica como bautismo en el Espíritu Santo, y estos
dos sucesos son designados así en el Nuevo Testamento. El primero fue la expresión
divina de ser admitidos los primeros judíos al nuevo reino mesiánico, y el segundo, de los
primeros gentiles.
Tendríamos gusto de saber más de Cornelio para juzgar si, aun en tiempo de paz la
profesión de las armas se consideraba por los apóstoles compatible con el servicio al
Príncipe de Paz. Es el único soldado de cuya conversión tenemos cuenta en el Nuevo
Testamento y de su carrera después nada sabemos. No muchos años más tarde el
ejército en el que tenía despacho desató la guerra más cruel e injusta contra los judíos,
pero nunca llegaremos a saber en esta vida si siguió en el servicio allí durante todo ese
periodo. Téngase en cuanta, con todo, que este es un caso de un soldado que se hace
cristiano, no de un cristiano que se hace soldado. Da precedente para lo primero, no
para lo segundo.
Versículos 4 – 17. (4) “Entonces comenzando Pedro, les declaró por orden lo pasado,
diciendo: (5) Estaba yo en la ciudad de Joppe orando, y ví en rapto de entendimiento
una visión: un vaso como un gran lienzo que descendía, que por los cuatro cabos
era bajado. del cielo y venía hacia mi. (6) En el cual como puse los ojos, consideré y
ví animales terrestres de cuatro pies, y fieras y reptiles, y aves del cielo. (7) Y oí una
voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come. (8) Y dije: Señor, no; porque
ninguna cosa común o inmunda entró jamás en mi boca. (9) Entonces la voz me
respondió del cielo segunda vez: Lo que Dios limpió no lo llames tú común. (10) Y
esto fue hecho por tres veces; y volvió todo a ser tomado arriba en el cielo. (11) Y
he aquí luego sobrevinieron tres hombres a la casa donde yo estaba, enviados a mi
de Cesarea. (12) Y el Espíritu me dijo que fuese con ellos sin dudar. Y vinieron
también conmigo estos seis hermanos, y entramos en la casa de un varón, (13) el
cual nos contó cómo había visto un ángel en su casa, que se paró y le dijo: Envía a
Joppe y has venir a un Simón que tiene por sobre nombre Pedro: (14) el cual te
hablará palabras por las cuales serás salvo, tú y toda tu casa. (15) Y como comencé
a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos, como sobre nosotros al principio. (16)
Entonces me acordé del dicho del Señor, como dijo: Juan ciertamente bautizó en
agua; más vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo. (17) Así que, si Dios les
dio el mismo don también como a nosotros que hemos creído en el Señor
Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?” En este discurso Pedro se
limita a narrar con cuidado los incidentes que se mencionan en el capítulo que precede,
tales como llegaron a su propia observación, y la conclusión que de ellos deduce. Su
argumento es que, una vez vista la visión, oída la voz y recibida la orden del Espíritu, que
fuera con los que habían sido enviados por él, con propiedad entró a la casa del hombre,
y que cuando vio que los gentiles a quienes había comenzado a hablar eran bautizados
en el Espíritu Santo, no podía oponerse a Dios. Con esta última advertencia, tomada en
su conexión histórica quiso decir sin duda que se habrían opuesto a Dios al negarse a
bautizar a esas gentes, o si hubiera hecho diferencia en algún sentido entre ellos y los
judíos. No menciona el hecho del bautismo, ni los quejosos lo habían mencionado. Estos
solo mencionaron el delito de entrar en casa de gentiles y comer con ellos, dejando a un
lado la mucho más grave falta de bautizarlos, pues si aquello era malo, mucho peor sería
esto. Es un caso este en que lo menos abarca a lo más. En su contestación Pedro
justifica en términos expresos el haber entrado a la casa y, por necesaria inferencia, el
acto del bautismo.
Versículo 18. Relatar los hechos Pedro tuvo el mismo efecto en la mente de los
objetantes que habían tenido en la suya. (18) “Entonces oídas estas cosas, callaron, y
glorificaron a Dios diciendo: De manera que también a los gentiles ha dado Dios
arrepentimiento para vida.” En vez de ser fanáticos, como luego se dice que lo habían
sido, estos hermanos judaicos que hasta aquí no sabían nada de la relación que gentes
incircuncisas pueden tener con la iglesia de Dios, aceptaron la verdad al oírla, y aceptaron
sin murmurar como si se vieran por fuerza obligados a aceptarla, antes con gozo cómo los
que se alegran de verse libres de una convicción que les había producido ansiedad. No
solo "callaron"; también "glorificaron a Dios" por lo que habían aprendido.
Sección IV
Iglesia fundada en Antioquía
y otra persecución en Jerusalén.
-Contenido
Versículos 19-21. Siguiendo el plan de esta parte de su obra, nuestro autor vuelve
ahora de nuevo a la dispersión de la iglesia en Jerusalén y rápidamente examina otra
sección del extenso campo que tiene delante. (19) “Y los que habían sido esparcidos
por causa de la tribulación que sobrevino en tiempos de Esteban anduvieron hasta
Fenicio y Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra sino solo a los judíos.
(20) Y de ellos había unos varones ciprios y cirenenses, los cuales como entraron a
Antioquía, hablaron a los griegos anunciando el evangelio del Señor Jesús. (21) Y la
mano del Señor era con ellos; y creyendo, gran número se convirtió al Señor.” Por
estos versículos sabemos que, mientras predicaba Felipe en Samaria, Saulo en Damasco
y Arabia, y Pedro poco después en todas partes de Judea, Samaria y Galilea, otros
hermanos evangelizaban entre los judíos al norte hasta Fenicia, la isla de Chipre y
la famosa ciudad de Antioquía, siendo ésta su último punto en esa dirección. Al predicar
"solo a los judíos", estos hermanos no hacían más que seguir el ejemplo de los
apóstoles, hasta que Pedro abrió la puerta para los gentiles, según se describe en la
sección pasada.
Lo que se dice que algunos de éstos, al venir a Antioquía, predicaban también a los
griegos, en cuanto a lugares mencionados, limita esta predicación para los gentiles a
Antioquía. No fue sino hasta llegar a Antioquía que comenzaron a hablar a los
griegos. Parece que estos vinieron a Antioquía en período posterior al de los que
hablaban solo a los judíos. Claro se entreve que algo había ocurrido en el intervalo que
operó este cambió, y como la última precedente serie de eventos que Lucas menciona se
relaciona con el bautismo de los gentiles por Pedro, como que deseaba que sus lectores
infirieran que este suceso precedió a la predicación a los griegos en Antioquía. Tal
probabilidad se reduce casi a certidumbre al fijar la cronología de estos eventos. Se tiene
por cierto que la muerte de Herodes, mencionada en el Capítulo 12, ocurrió el año 44
d.C., y sabemos que Bernabé y Saulo laboraron juntos en Antioquía todo un año antes de
este suceso (Versículo 26). Bernabé trajo a Saulo a Antioquía, pues, el año 43; los
informes de Versículos 22-25 adelante denotan que aquél no había estado muchos meses
en Antioquía cuando fue por Saulo; en consecuencia Bernabé debe haber sido enviado de
Jerusalén no antes que a fines del 42. Pero fue enviado tan pronto como los hermanos en
Jerusalén supieron de la próspera predicación en Antioquía, y así habremos de concluir
que la parte final de esa predicación, la que fue para los griegos, no ocurrió antes de a
principios del 42 o fines del 41; y el bautismo de Cornelio tuvo lugar en el año 40 o 41,
precediendo esto a la predicación a los griegos en Antioquía. Así la conclusión que
naturalmente sugiere el orden de la narración de Lucas es lo que establece la
investigación más estricta que gentiles incircuncisos no fueron bautizados antes que
Pedro les abriera la puerta en Cesarea. Pero si la obra de Pedro abrió el camino, el
trabajo en Antioquía fue la primera invasión vigorosa del mundo gentílico por las
avanzadas del ejército del Señor.
La predicación en Fenicia que aquí se menciona nos sugiere el origen de las iglesias
que después se hallaron allí; y el hecho de que los predicadores que primero hablaron a
los griegos de Antioquía eran de Chipre y de Cirene, sugiere la probabilidad de que hayan
hecho trabajo previo en sus tierras antes de ir en estas misiones foráneas. Para esto
tuvieron tiempo de sobra en los cinco o seis años que habían transcurrido desde la
muerte de Esteban. Es posible lo que muchos han sugerido, que Simón de Cirene, quien
cargó la cruz de Jesús parte del camino del Gólgota, fuera uno de estos predicadores
cirenaicos. En las palabras "creyendo gran número se convirtió al Señor" tenemos
reconocido el hecho de que convertirse al Señor es un acto diferente al de creer en él,
y le sigue. Así como en Capítulo 3:19, donde convertirse sigue a arrepentirse, es una
referencia especifica al bautismo, que es el acto de conversión. Una expresión
equivalente que se usa en otras partes es "creían y eran bautizados" (Capítulo 18:8).
Versículos 22-24. Todavía era Jerusalén el centro y base de operaciones, pues ahí
estaba el domicilio de los apóstoles. Estos llevaban nota de todos los movimientos de los
otros predicadores, y según las circunstancias enviaban ayuda o consejo. Aun si no había
apóstoles presentes en la iglesia madre, sin duda había provisión de dirección de parte de
alguien que fuera competente. (22) “Y llegó la fama de estas cosas a oídos de la
iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía.
(23) El cual, como llegó y vio la gracia de Dios, regocijóse; y exhortó a todos a que
permaneciesen en el propósito del corazón en el Señor. (24) Porque era varón
bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe; y mucha compañía fue agregada al Señor.”
No es frecuente para Lucas tributar encomios a personas de quien habla, como éste que
da a Bernabé, pero era adecuado justificar la elección de éste para tan importante misión,
mencionando las cualidades nobles que dieron lugar a la misma. El objeto de esta misión
se puede saber solo por la obra que él efectuó en Antioquía, y de ahí sabemos que difería
algo de la misión de Pedro y Juan a Samaria. No fue para impartir dones espirituales, los
que Bernabé carecía de poder de trasmitir, pero fue para hacer lo que Bernabé tenía fama
de hacer y por su superioridad en la cual derivaba su nombre actual —exhortar a los
hermanos que se adhirieran al Señor. Los de Jerusalén bien conocían cuánto los
jóvenes discípulos de Antioquía necesitaban tal exhortación, y para ello enviaron al mejor
exhortador. También nótese que el estar exhortando a los hermanos, muchos que no lo
eran se hacían hermanos. Después de convencidos que Jesús es el Cristo,
frecuentemente vienen los hombres al arrepentimiento y la obediencia para oír
exhortaciones dirigidas a los hermanos.
Versículos 25, 26. Bernabé parece haberse ocupado solo poco tiempo en estas
labores, cuando sintió la necesidad de ayuda más eficaz que la de sus predecesores, si
aún los había presentes, y por razones que no se dicen en el texto, su pensamiento fue a
dar con Saulo, el antiguo perseguidor, a quien había protegido en Jerusalén. Todo lo que
sabía del trabajo de Saulo desde que los de Jerusalén lo habían mandado a Tarso, era el
informe que así había llegado: "Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la
fe que en otro tiempo destruía" (Gálatas 1:25); a no ser que al llegar a Antioquía supiera
más, lo que bien es probable. De cualquier modo, entre todos los que le eran accesibles,
Saulo fue el que escogió para la obra que en la gran ciudad se abría en flor, y así leemos:
(25) “Después partió Bernabé a Tarso a buscar a Saulo; y hallado, le trajo a
Antioquía. (26) Y conversaron todo un año allí con la iglesia, y enseñaron a mucha
gente; y los discípulos fueron llamados cristianos primeramente en Antioquía.” Las
labores en mancomún de dos hombres como éstos por todo un año, en una comunidad a
la que el evangelio se había introducido favorablemente, no podían sino dar grandes
resultados, y los resultados finales sobrepasaron toda esperanza que podían haber
abrigado, pues se hallaban ya levantando la segunda capital del mundo cristiano, de la
que no muy tarde después se habrían de mandar las más fructíferas misiones de la edad
apostólica..
El nuevo nombre de cristianos que aquí se originó ahora ha resultado al más potente
que jamás se haya aplicado a un grupo de gente. La cuestión de quién lo originó, si fue
Bernabé con Saulo, los discípulos de Antioquía o los descreídos de ahí mismo, ha
ocasionado más discusión que la que su importancia justifica. Al lector de griego sin
entrenamiento podría parecerle que el pasaje se entiende así: "Habitaban allí con la
iglesia, y enseñaron a mucha gente, y llamaron cristianos a los discípulos primero en
Antioquía", haciendo así autores del nombre a Bernabé y Saulo. Pero tal traducción se ha
censurado, y la que tenemos en el texto se justifica por el juicio casi unánime de los
sabios. Llamar cristianos a los seguidores de Cristo es tan obvio, propio y natural
que podría habérsele ocurrido a cualquiera familiarizado con idioma griego, y esto
es lo que hace difícil decidir si lo inventaron los descreídos o los discípulos mismos.
Favoreciendo la primera suposición está el hecho común de que los grupos de hombres
reciben nombres por lo que se distinguen de otros permanentemente, pero la suposición
adoptada por muchos de que este nombre lo dieron los enemigos de la fe por
escarnio carece de base, como se ve claro por la consideración de que nada tiene de
menguado ni desdeñoso el nombre. Es precisamente uno que habría adoptado en buen
grupo de amigos de la causa, gente grave y decorosa, reunida en consejo para discutir el
punto. En cuanto a la aprobación divina para él, no necesitamos más seguridad de
ello que la que le da su aceptación por los apóstoles. Cierto, en las únicas ocasiones
en que ocurre en el Nuevo Testamento, aparece como que otros se lo daban, no como
que a sí mismos lo tomaban (Hechos 26:28; 1 Pedro 4:16); pero natural es que en las
epístolas, todas ellas dirigidas a cristianos, se emplearan generalmente títulos de mayor
intimidad.
Versículos 27-30. Así como el labrador anualmente trueca el trabajo de cultivo por el
de siega de la mies, Bernabé y Saulo, tras un año de tarea de predicar y enseñar, lo
dejaron a un lado por lo pronto, para llevar de los frutos de la benevolencia que habían
cultivado para los que sufrían en otro país. (27) “Y en aquellos días descendieron de
Jerusalén profetas a Antioquía. (28) Y levantándose uno de ellos llamado Ágabo,
daba a entender por el Espíritu que había de haber una grande hambre en toda la
tierra habitada; la cual hubo en tiempo de Claudio. (29) Entonces los discípulos,
cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar subsidio a los hermanos
que habitaban en Judea, (30) lo cual asimismo hicieron enviándolo a los ancianos
por mano de Bernabé y de Saulo.” Esta es la primera mención del don de profecía entre
los discípulos, pero parece que Ágabo y sus colegas ya eran bien conocidos como
profetas, lo que muestra que su don de profecía ya se había ejercido para entonces. La
conducta de los hermanos en Antioquía también muestra que las predicciones de estos
hermanos se obedecían implícitamente, pues no esperaron a que el hambre
pronosticada comenzara, sino que de antemano hicieron provisión. Esta conducta
activa de su parte, cosa espontánea según parece, y no producto de exhortaciones de
Bernabé y Saulo, les hace crédito, pues el hambre se iba a extender en su propia tierra,
y el mundo en general, y no solo en Judea. Si los hubiese dominado el egoísmo de
nuestro siglo, habrían dicho, "Veremos qué tan fuerte es el hambre que se nos viene
encima y a nuestros vecinos; y luego, si hay algo que sobre, lo mandaremos a nuestros
lejanos hermanos". No se ocuparon de palabrería egoísta, sabiendo que en la sobre
poblada Judea, donde a lo mejor había mucho más pobreza que en la región de
Antioquía, rica por el comercio foráneo, el hambre sería tanto más aguda que acá,
resolvieron inmediatamente arriesgarse, y por todos conceptos favorecer a sus
hermanos más pobres. Es claro que entendían la maravillosa beneficencia de la iglesia
hierosolimitana, no como un reventón de fanatismo comunista bajo iguales
circunstancias. Bernabé y Saulo bien podían suspender por pocas semanas su obra de
predicación y de enseñanza por el objeto de fomentar una empresa de beneficencia tal
que el mundo rara vez o jamás había presenciado antes. No hay predicación tan
elocuente como la que expresa la beneficencia cordial.
La manera en que se mencionan aquí los ancianos de las iglesias de Judea, sin
previa noticia de haberse nombrado, muestra la naturaleza elíptica de la narración de
Lucas, y resulta de haber escrito él después de estar plenamente organizadas las
iglesias, y de ser bien conocidos todos sus oficiales y sus deberes. Los ancianos, como
regentes de las congregaciones, eran los que propiamente habían de recibir la dádiva y
ver que se hiciera la adecuada distribución entre los necesitados.
Versículos 3-5. Uno que se entrega a alguna empresa maléfica con frecuencia se
intimida por la conciencia cuando está a solas, pero si lo aplaude la multitud, se
envalentona para avanzar en su carrera insana. Cuando Agripa hubo derramado la
sangre de un apóstol, crimen que nadie de los perseguidores anteriores en Jerusalén se
habla atrevido a perpetrar —ya titubeó, pero aplaudido por el pueblo, no vaciló más. (3)
“Y viendo que había agradado a los judíos, pasó adelante para prender también a
Pedro. Eran los días de los ácimos. (4) Y habiéndole preso, púsole en la cárcel,
entregándolo a cuatro cuaterniones de soldados que le guardasen; queriendo
sacarle al pueblo después de la Pascua. (5) Así que Pedro era guardado en la
cárcel; y la iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él.” Claro que el rey buscaba la
destrucción de la iglesia hierosolimitana, como los fariseos encabezados por Saulo la
habían procurado, pero en contraste con el método de éstos, trataba de cumplir su
propósito decapitando a sus directores, en lugar de perseguir a sus miembros. Sin duda
se congratulaba de la prudencia de su nuevo método, al haber muerto a un apóstol y
teniendo encerrado a otro —el jefe de todos— listo para la ejecución. Debe haber oído del
encarcelamiento anterior de los doce, y de su escape nocturno de la prisión sin que los
guardias se dieran cuenta (5:17-23). Por lo mismo resolvió un método mejor de prisión
que el usual, y también mejor método general de persecución. No satisfecho con encerrar
a Pedro en prisión cuya puerta exterior era de hierro (Versículo 10), añadió una guardia
de dieciséis soldados, unos de ellos apostados a esa puerta (Versículo 6), y otros en dos
distintos puntos entre la celda en que yacía Pedro y la puerta (Versículo 10). Finalmente
para dar doble seguridad a lo seguro, lo mandó atar de dos cadenas a dos soldados entre
los cuales dormía (Versículo 6). Tomado que hubo todas estas precauciones, sin duda
dijo a los sacerdotes en jefe, "Ya les enseñaré a guardar prisioneros. iQué se me salga de
las manos, si puede"!
Con las plegarias fervorosas que la iglesia hacía por Pedro, los hermanos solo seguían
el ejemplo de los apóstoles mismos en tiempos de su primera persecución (4:23-30). Hay
razón para creer que no pedían su libertad, pues bien sabían que esto era imposible sin
interposición milagrosa, y como Dios no había rescatado a Santiago así, no había razón
para creer que rescatara a Pedro. Además, al ser libertado como se ve adelante
(Versículos 13-15), tan lejos estaban de esperarlo que al principio no pudieron creerlo
como habrían estado listos si por ellos hubieran estado orando. Bajo tales circunstancias,
lo más natural era que su petición a Dios tomara dirección diferente; recordaban cómo
Pedro en un tiempo titubeó ante el peligro inminente, y esperaban plenamente que se
vería obligado a afrontar el bloque del verdugo, pues tenían razón para pedir que su fe y
valor no lo abandonaran en la crisis final, sino que, como Esteban y Santiago, bien
podemos suponer, pudiera glorificar a su Señor en una muerte triunfal.
Versículos 12-16. Después de volver en sí, no necesitó Pedro mucho tiempo para
resolver qué hacer. O por estar la casa de María la más cercana de todas las de los
discípulos, o por el carácter bien conocido de sus moradores, o por las dos cosas, allí fue
a dar luego. (12) “Y habiendo considerado esto, llegó a casa de María la madre de
Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban orando. (13) Y
tocando Pedro a la puerta del patio, salió una muchacha para escuchar, llamada
Rode: (14) la cual como conoció la voz de Pedro, de gozo no abrió el postigo, sino
corriendo adentro, dio nuevas de que Pedro estaba al postigo. (15) Y ellos le
dijeron: Estás loca. Más ella afirmaba que así era. Entonces ellos decían: Su ángel
es. (16) Más Pedro perseveraba en llamar, y cuando abrieron, viéronle y se
espantaron.” No solo era María la madre de Marcos, sin duda el del segundo evangelio,
sino también prima de Bernabé (Colosenses 4:10). Según parece, era viuda, pero en
buenas condiciones financieras, y su casa cómoda era lugar de reunión de los hermanos
en la iglesia. Los muchos que esa noche se habían reunido allí no eran toda la iglesia,
como algunos han supuesto, pues era demasiado numerosa congregación para juntarse
en una residencia particular. Era probablemente una de muchas casas donde se juntaban
los hermanos para orar esa noche que suponían era la última de la vida de Pedro. Pocas
noches más solemnes habían pasado los hermanos de aquella tan perseguida iglesia. La
renuencia de los de la casa de María para creer las palabras de Rode y su asombro al ver
a Pedro con sus propios ojos, solo eran cosa natural en las circunstancias, y no hay duda
de que la misma incredulidad se manifestó en otros grupos de hermanos en la ciudad al
extenderse la nueva hasta ellos gradualmente durante el resto de la noche y temprano a
la mañana siguiente. La idea de que fuera su ángel, antes de verlo, se basaba en la
suposición de que cada cual tiene su ángel, idea basada en la Escritura (Mateo 18:10;
Hebreos 1:14); y que este ángel solía asumir la voz y la apariencia personal de su
protegido, lo cual no es más que superstición.
Versículo 17. El rescate de Pedro por el ángel era clara indicación de ser la voluntad
de Dios que huyera de sus enemigos, y pronto se formaron planes para tal fin. Su visita a
la casa de María fue con objeto de calmar la ansiedad de sus hermanos, pero se
necesitaba el mayor sigilo para evitar que sus planes se frustrasen, y por eso su demora
en casa de María fue momentánea. (17) “Mas él, haciéndoles con la mano señal de
que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel. Y dijo: Haced
saber esto a Santiago y a los hermanos. Y salió, y partió para otro lugar.” Era
menester silencio para no alarmar vecinos, que podrían informarse de lo que pasaba y dar
parte a las autoridades. Santiago y los hermanos en general recibirían noticia de su
libertad para calmar su ansiedad por Pedro, ya y por la mañana. El modo en que se
menciona a Santiago muestra que, desde el deceso de Santiago el mayor y en ausencia
de Pedro, aquél era el principal de la iglesia. No es probable que éste fuera el hijo de
Alfeo, uno de los doce, sino Santiago el hermano del Señor, el que acompañó a Pedro
en Jerusalén en la primera entrevista que Saulo recién convertido tuvo con ellos (GáIatas
1:19; 2:9). El "otro lugar" al que Pedro se dirigió fue sin duda fuera de Jerusalén, pues
allí le habría sido muy difícil ocultarse. De propósito eludió decir a los hermanos a dónde
iba, para que al ser interrogados, pudieran con verdad decir que no sabían, y no es
seguro por cierto que Lucas lo supiese cuando escribió su narración. Cuando Pedro
apareció de nuevo en Jerusalén, no hay duda que hubo gran curiosidad entre amigos y
enemigos igualmente por saber dónde se había ocultado, pero la prudencia todavía pueda
haber aconsejado que guardase el secreto para sí.
Versículos 18 y 19. Natural fue que la mañana trajera a los soldados gran confusión;
primero a los dos a quienes había estado encadenado, y después a todos. También
Herodes se sorprendió y le dio mohína. Supo que no tenía más habilidad para tener
encarcelados a los apóstoles que la que antes habían tenido los sacerdotes en jefe. (18)
“Luego que fue de día hubo no poco alboroto entre los soldados sobre qué se
había hecho de Pedro. (19) Mas Herodes, como le buscó y no le halló, hecha
inquisición de los guardas, los mandó llevar (matar). Después descendiendo de
Judea a Cesarea, se quedó allí.” Según la letra estricta de la ley militar romana, fue
necesaria la ejecución de los soldados. Al ser examinados los que estaban enfrente de la
puerta, podemos ver que la única razón que podían dar era: "Guardamos nuestro puesto
toda la noche, y nadie entró ni salió por esa puerta". Al ser llamado el que guardaba la
llave de la puerta de hierro, pudo con verdad decir que no la había soltado de la mano ni
se había puesto en la cerradura. Los dos guardas entre la puerta y la celda de Pedro
estaban seguros de que nadie había pasado por ahí durante la noche, y los dos
encadenados a Pedro solo pudieron decir: "Al quedarnos dormidos, él estaba aquí bien
seguro entre cadenas, y cuando despertamos había desaparecido: eso es todo lo que
sabemos". Por supuesto, ninguna de estas declaraciones podía ser cierta, solo que se
hubiera obrado estupendo milagro; y no había alternativa si no admitir el milagro, o
sostener que los soldados habían conspirado para voluntariamente soltar al prisionero.
Este lado del dilema no podía aceptar un hombre cuerdo, ya que los soldados sabían a
perfección que se jugaban la vida con ello. Parece imposible creer que Herodes dudase
de la realidad del milagro o de la veracidad de los soldados; pero estaba resuelto a no
admitir el milagro, y deliberadamente escogió asesinar a dieciséis hombres inocentes. No
había nadie en Jerusalén que pudiera abrigar duda del verdadero estado del caso cuando
se supieron los hechos. No es maravilla que el miserable sanguinario haya dejado el
teatro de tan negro crimen para fijar su residencia en Cesarea.
Versículo 24. Era inevitable que esta providencial muerte de Herodes tan pronto
después de los asesinatos que perpetró en Jerusalén afectara seriamente la mente del
público. No nos sorprende, pues, que Lucas añada: (24) “Mas la palabra del Señor
crecía y era multiplicada.” Crecía en la reverencia con que el pueblo la consideraba se
multiplicaba en el aumento de sus convertidos a la verdad. Cada formidable y
osadamente ejecutado plan para destruir la fe en Cristo solo le daba progreso entre el
pueblo, así como antes había ocurrido.
Parte Tercera
Sección I
Gira primera.
Hechos, los Capítulos 13 y 14.
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Esta porción del "Comentario" cubre
Hechos 13:1-12.
El mandato del Espíritu Santo de separar a Bernabé y a Saulo debe haberse dirigido a
los otros tres hermanos, y sin duda les fue comunicado por uno de ellos. La frase "la obra
para la cual los he llamado" comprende que ya antes de este tiempo habían tenido este
llamado. Pablo lo fue en la comisión que el Señor le dio en el momento de su conversión,
según nos informa el mismo verbalmente (Hechos 26:16-18); pero de Bernabé no
tenemos medio para determinar cuándo fue llamado. Saulo ya había andado predicando a
gentiles lo mismo que a judíos, podemos sin riesgo decir, desde que supo del bautismo de
Cornelio por Pedro, pero hasta ahora no había hecho de esto su tarea principal. Debe
observarse que la idea de separar a éstos dos para tal obra no tuvo origen entre los
hermanos, sino que les fue expresamente comunicada por el Espíritu Santo.
Solamente los maestros y profetas se mencionan en conexión con este proceder, pero
no habremos de suponer que obrasen en lo privado. Sin duda la ceremonia de imponerles
las manos fue en presencia de toda la congregación, y después de recibir el mandato del
Espíritu Santo, hubo tiempo, no hay duda, para que los enviados se preparasen para el
viaje y para notificar a la congregación. Tales consideraciones traen la posibilidad de que
el ayuno conectado con la imposición de las manos no fue aquél en que ya se ocupaban
los maestros y profetas, sino especialmente el señalado para la congregación.
Versículos 4 y 5. Los viajes que ahora emprendió Saulo son de mayor importancia
que otros que hombre alguno haya hecho. Son pues merecedores del espacio que
nuestro autor les concedió, y más cuidadoso estudio de parte de todo el que se interesa
en el progreso humano. (4) “Y ellos, enviados así por el Espíritu Santo, descendieron
a Seleucia; y de ahí navegaron a Chipre. (5) Y llegados a Salamina, anunciaban la
palabra de Dios en las sinagogas de los judíos; y tenían también a Juan en el
ministerio.” Seleucia era el puerto de mar de Antioquía, a distancia de 22 kilómetros,
donde anclaban las embarcaciones grandes, pues el Orontes, a cuyas riberas se hallaba
Antioquía, era navegable solo para pequeños bajeles, y sin profundidad para los de gran
calado. Embarcándose aquí en bajel mercante, navegaron al puerto de Salamina, que
está, ya en ruinas, en el extremo oriental de la isla de Chipre. (Destruida por la guerra y
temblores de tierra, se halla Salamina ahora a menos de cinco kilómetros al norte de la
moderna Famagosta.)
Al escoger esta isla como el primer punto en el ancho mundo a donde dirigir su
carrera, en parte fueron movidos sin duda por el hecho de ser lugar natal de Bernabé,
donde sus relaciones personales les serían ventajosas, pero también en parte por la
consideración de haber allí muchas sinagogas judías que daban punto de partida para la
obra y que ya se había predicado el evangelio allí con buen éxito (Capítulo 11:21, 21).
El Juan que se menciona acompañante de Bernabé y Saulo era "el que tenia por
sobrenombre Marcos" del Capítulo 11:25. No había sido separado para la obra, como
sus acompañantes de más edad, pero voluntariamente emprendió el viaje como de
servicio a ellos. Trabajo suyo era de ayudante sirviéndoles en todo aquello en que un
joven puede hacerlo para sus mayores.
Versículos 6 y 7. No fue sino hasta dejar los predicadores la costa para la otra
extremidad de la isla, como a 40 kilómetros al poniente, que el escritor se detiene para
relatar incidentes de su obra en Chipre. (6) “Y habiendo atravesado la isla hasta
Papho, hallaron un hombre mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús; (7) el cual
estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Este, llamando a Bernabé y a
Saulo, deseaba oír la palabra de Dios.” Papho no era la ciudad original de ese nombre,
lugar natal, según la mitología griega de la diosa Venus, sino que era una pequeña de
origen posterior que heredó el nombre luego que su predecesora cayó en ruinas. Hoy es
una aldea insignificante llamada Baffa o Bafo. En el tiempo de nuestro texto, aunque
situada en el extremo occidental de la isla, era la sede del gobierno romano allí.
"Monedas con inscripción de esta época precisa", dice Farrar, "se han hallado en
Curium y Citium, en las que se da el título de 'procónsul' a Cominius Proeclus, a Julio
Cordero y a Annun Bassus, que deben haber sido predecesores inmediatos de Sergio
Paulo". Más tarde en Soli de la misma isla, se halló una moneda con la inscripción
"Paulo el Procónsul". Esto se dice por escépticos que alegan que Lucas se equivocó en
llamarlo procónsul.
Porque no piense el que esto lee que Lucas se extralimita al llamar a Sergio Paulo
"varón prudente", cuando se hacia acompañar de un falso profeta, observaremos que
hombres de estado y generales de aquel siglo tenían el hábito de consultar
oráculos y augures sobre todo asunto de importancia, y llevar consigo a alguien
que se creía interpretaba las señales de bien o mal que se aproximaba. Como por
cierto había habido entre los judíos profetas fieles, Paulo mostraba prudencia al confiar en
un llamado profeta de aquella nación en lugar de otro cualquiera, y cuando otros dos
judíos llegaron a Paphos diciendo traer revelaciones recientes del Dios de Israel, el mismo
buen sentido lo indujo a mandar por ellos. Mente como la de él no podía menos de oír con
provecho lo que Bernabé y Saulo tenían que decir.
Versículo 8. Barjesús vio luego que, donde lograran Bernabé y Saulo convencer al
procónsul allí terminaría el influjo que sobre él ejercía así como las ganancias que ahí le
producían sus pretensiones. (8) “Mas les resistía Elimas el encantador (que así se
interpreta su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul.” Conjeturar la forma
de argumento, o la difamación que empleaba, sería en vano. Sea lo que fuere, fue prueba
para Pablo de que era un bellaco de lo más vil, que se oponía a lo que sabía que era
justo, y pervertía lo que conocía ser verídico. Quizá hasta este momento Bernabé, como
jefe de la expedición, llevaba la palabra, pero Saulo vio que algo más decisivo que meras
palabras se había menester, y una escena sumamente extraordinaria se siguió.
Versículos 9 – 12. (9) “Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu
Santo, poniendo en él los ojos, (10) dijo: Oh, lleno de todo engaño y de toda
maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia, ¿no cesarás de trastornar los
caminos rectos del Señor? (11) Ahora pues, he aquí la mano del Señor es contra ti,
y serás ciego, que no veas el sol por un tiempo. Y luego cayeron en él oscuridad y
tinieblas; y andando alrededor, buscaba quién le condujese por la mano. (12)
Entonces el procónsul, viendo lo que había sido hecho, creyó maravillado de la
doctrina del Señor.” Este fue el único milagro del apóstol que causara daño a alguien.
Fue un caso muy parecido al de Moisés en Egipto, que vio necesario hacer caer
aflicciones irresistibles sobre los magos, para destruir la confianza que Faraón tenía en
ellos. Saulo vio que el modo más expedito para convencer al procónsul de que Barjesús
era un vil impostor, era denunciarle en su verdadero carácter, y luego probar que la
sentencia que le daba era fiel y justa cegándolo. Al irse a tientas, llamando ya a uno, ya a
otro de los azorados circunstantes que lo llevaran de la mano, prácticamente confesó de
la falsedad e iniquidad de sus pretensiones. La misión divina de los apóstoles quedó
demostrada. Tuvo el efecto deseado en el procónsul, y quizá Bernabé y Marcos, aunque
no se asustaron, sí se sorprendieron tanto como los demás de la compañía. Si el
procónsul apoyó su fe con la obediencia apropiada Lucas no lo informa, y con la omisión
más bien se sobrentiende que no lo hizo. Los obstáculos que un pagano de alto rango
hallaba para hacerse cristiano en la vida eran casi insuperables, y si Paulo hubiera
llenado deber tan trascendental, no se explica por qué siquiera una palabra no se dice de
ello. Cuánto duró el "tiempo" en que Barjesús quedaba ciego se deja a conjetura. Fue por
cierto bastante para haberle convertido en creyente si su índole corrupta fuera capaz de
algún bien.
Con la frase "Saulo, que también es Pablo", deja este apóstol de llamarse Saulo, y
principia a ser Pablo. Hasta aquí ha ocupado puesto subordinado, y su nombre es
segundo en la lista de sus compañeros, pero en lo sucesivo ocupará el frente de toda
escena en que toma parte. Hasta aquí han sido "Bernabé, y Saulo"; ahora serán
"Pablo y Bernabé". Imposible es no asociar tal cambio con el nombre de que se
convenció con la acción vigorosa e inesperada de Pablo. Muchos sabios eminentes
opinan que antes usaba ambos nombres, uno hebreo y el otro romano adoptado, y que el
cambio consistió en usar el segundo exclusivamente en lo futuro. Si de ello tuviéramos
alguna evidencia, fuera satisfactorio esto, pero no hay ni la más leve de que antes de ese
tiempo se hubiera llamado Pablo, pues el mero hecho de que muchos judíos tuvieran
sobrenombre griego o romano, evidencia no es de que Pablo lo tuviese. La explicación
más clara es que, tal como su compañero Bernabé, siendo José su nombre original, así
había sido denominado por sus hermanos por ser buen exhortador (Capítulo 4:36), así él,
por haber convencido al primer procónsul, quien siempre dio atención respetuosa a la fe
en Cristo, y especialmente por la manera excepcional osada y sorprendente en que lo
hizo, sus hermanos —no él— cambiaron su nombre a Pablo. El cambio fue tanto más fácil
y de más natural sugestión por la circunstancia de no haber más que una letra de
diferencia entre los dos nombres. Por supuesto, luego que todo el mundo comenzó a
darle el nuevo nombre, él se vio obligado, de grado o por fuerza, a usarlo así como lo
hace en todas sus epístolas.
Calla Lucas igualmente acerca de la razón que impulsara a Juan Marcos a volverse
de Perge en dirección de su tierra. Ni siquiera indica en esta conexión que tal razón
hubiera satisfecho a ninguno de los compañeros de Juan, aunque adelante (Capítulo
15:37-39) se ve que mucho disgustó a Pablo. El Sr. Howson conjetura laudablemente que
lo movió el miedo a bandidos de la sierra que habían de atravesar para llegar al interior.
Dice: "Ninguna región poblada de las que Pablo cruzó jamás abundaba en mayores
'peligros de ladrones' que él mismo menciona, que el de las tribus salvajes de foragidos
en las cordilleras de Pisidia. Los predicadores no Ilevaban valores que atrajesen a los
ladrones, pero Juan sabía que éstos solían matar a los caminantes para luego buscar el
dinero que llevasen".
Versículos 14 y 15. Lucas no refiere los peligros y penalidades del viaje por la sierra
sino que sigue en silencio a los dos viajeros desde Perge hasta Antioquía. (14) “Y ellos
pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia, y entrando en la sinagoga un día
de sábado, sentáronse. (15) Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los
príncipes de la sinagoga enviaron a ellos diciendo: Varones hermanos, si tenéis
alguna palabra de exhortación para el pueblo hablad.” Esta es una relación gráfica,
aunque del todo informal, del orden de servicio en una sinagoga judaica. Primero se leía
una porción de la ley, luego una sección de los profetas, enseguida venían exhortaciones
basadas en lo que se había leído. Pablo y Bernabé modestamente habían tomado
asientos entre los oyentes del pueblo, pues así había enseñado Jesús a sus discípulos
(Mateo 23:5-12); y la razón de que el jefe les diera permiso para hablar fue sin duda que
ellos de antemano lo habían buscado. A esta comunidad habían venido con propósito de
hablar al pueblo. Según su costumbre, llevaban plena intención de comenzar con la
sinagoga, y lo que cualquier predicador de hoy habría hecho bajo circunstancias similares,
hicieron ellos —antes de empezar el servicio se esforzaron en presentarse a los
directores y pedirles el privilegio de dirigir la palabra al auditorio antes de despedirlo.
Esta Antioquía fue una de las muchas ciudades fundadas y engrandecidas por
Seleuco Nicator, y llamada así en honor de su padre Antioco, quien a la muerte de
Alejandro el Grande, quedó como rey de Siria. Por razón de los buenos caminos que en
todas direcciones irradiaban de ella, y por su proximidad relativa, como a 160 kilómetros
de Perge, se le consideraba buen centro comercial, y esto había atraído una población
judía considerable.
http://www.eborg2.com/BibleNT/44-Acts04.htm
Versículos 16 – 22. Al ser invitados por los jefes de la sinagoga, Pablo respondió
levantándose inmediatamente y dirigiéndose al auditorio. Sin duda arreglo previo hubo
entre él y Bernabé para tomar delantera. Presentó su plática con una breve reseña de la
historia de Israel desde el éxodo hasta los tiempos de David. (16) “Entonces Pablo,
levantándose, hecha señal de silencio con la mano, dice: Varones israelitas y los
que teméis a Dios, oíd: (17) El Dios del pueblo de Israel escogió a nuestros padres y
ensalzó al pueblo siendo ellos extranjeros en la tierra de Egipto, y con brazo
levantado los sacó de ella. (18) Y por tiempo como de cuarenta años soportó sus
costumbres en el desierto; (19) y destruyendo siete naciones en la tierra de Canaán,
les repartió por suerte la tierra de ellos. (20) Y después, como por cuatrocientos
años dióles jueces hasta el profeta Samuel. (21) Y entonces demandaron rey; y les
dio Dios a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta años. (22) Y
quitado aquél, levantóles a David, al que dio también testimonio diciendo: He
hallado a David, hijo de Isar, varón conforme a mi corazón, el cual hará todo lo que
yo quiero.” El gesto de Pablo al comenzar, que se describe "hecha señal con la mano",
era habitual en él (Véase Capítulos 21:40; 26:1); y aunque fuera gesto raro, lo hacia
calculando bien llamar la atención de un auditorio. Indicaba que sabía lo que iba a hablar
y tenía confianza de su importancia.
Su breve reseña de la historia de Israel sirvió para los dos propósitos principales
de una introducción: llevó la mente de sus oyentes hasta el tema principal de su discurso,
y lo hizo de modo bien calculado que les interesara y les agradara. Los judíos tenían
historia gloriosa de la que justamente se ufanaban, y cualquier alusión feliz a sus sucesos
más gloriosos les despertaba las más vivas emociones. Incidentes tales daban inspiración
a sus cantos, temas a sus oradores y consuelo en la persecución. Quienquiera que
mostraba alto aprecio a tan grandes eventos, lograba el más pronto acceso a su simpatía.
Como Pablo sabia esto, entró por esta puerta abierta al corazón de sus oyentes.
La expresión que sigue: "Y después dióles jueces hasta el profeta Samuel", no se
puede entender que les diera jueces después de los 450 años, ya que este periodo
abarca todo el tiempo de los jueces junto con los dos reinados de Saúl y David. Las
palabras del Versículo 20: "Y después", pueden entenderse como refiriéndose a los
eventos de ese periodo comprendido en las cifras dadas. El último de esos sucesos fue la
destrucción de las siete naciones, es decir, romper Josué su potencia nacional, y cierto es
que después de esto les dio jueces, pues en este punto, según el libro de Jueces,
principiaron a tener autoridad estos gobernantes.
Casi todos los comentarios se han fijado en la similitud entre esta introducción y una
porción de la de Esteban (Capítulo 7:36-45), de la que Pablo fue oyente. La similitud
consiste únicamente en el hecho de que ambos oradores utilizaron la liberación de la
servidumbre de Egipto, pero los detalles que mencionan son casi totalmente diferentes y
hacen la referencia con propósitos del todo diversos —el de Pablo fue introducir
favorablemente su tema; el de Esteban fue juntar en un lío los delitos en la historia de los
padres, con los que se proponía fustigar la conciencia de los hijos que inicuamente
imitaban a los padres resistiendo al Espíritu Santo.
http://iglesiaenpalencia.galeon.com/ebs/pablo.htm
Versículo 25. Habiendo señalado el final del ministerio de Juan como el tiempo en
que Jesús fue levantado por Salvador a Israel, el orador introduce enseguida el testimonio
directo que fue dado por Juan sobre este punto. (25) “Mas como Juan cumpliese su
carrera, dijo: ¿Quién pensáis que soy? No soy él; más he aquí, viene tras mí uno
cuyo calzado de los pies no soy digno de desatar.” Esta cita de Juan no se da
textualmente de ninguno de los Evangelios; aunque con mucha frecuencia y en variada
forma corregía la idea que principiaba a prevalecer entre el pueblo de que él era el Cristo.
Tal como la usa Pablo, el objeto de esta cita es que Juan daba testimonio formal de uno
que venía tras él tanto más elevado que él mismo que merecía que le rindiese servicio tan
humilde como el de desatar sus sandalias. ¿Y quién podía ser éste sino el Cristo, el Hijo
de David? Para sus oyentes ninguna otra conclusión podría aparecer posible, y así las
palabras de Juan probaban ambas afirmaciones contenidas en la proposición que Pablo
había anunciado: Primero, que el Salvador había aparecido; segundo, que apareció luego
de haber predicado Juan el arrepentimiento a todo el pueblo de Israel. Hay alta
probabilidad de que esta misma predicación de Juan fuese cosa familiar para los oyentes
de Pablo, a consecuencia de visitas que algunos de ellos hayan hecho a las fiestas en
Jerusalén, donde habrían oído de ello, y por consecuencia no tuvo ocasión de recalcarlo.
http://www.eborg2.com/Jesus/Jesus-Crucifixion.htm
Versículo 23. En este punto de su discurso, quizá movido por alguna expresión
favorable en los rostros de sus oyentes, o quizá por una falta de atención de parte de
ellos, el orador interrumpe momentáneamente el curso de su argumento, y con
vehemencia espolea el interés personal de sus oyentes en los asuntos de que está
hablando. (26) “Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre
vosotros temen a Dios, a vosotros es enviada la palabra de esta salud.” Pero no fue
su impetuosidad tanta que le hiciera olvidar las pruebas convincentes y persuasivas que
todavía tenía que presentar por lo que rápidamente avanza a una declaración más plena
de su argumento.
Versículos 27 – 29. Tras el aserto de que el mesiazgo de Jesús quedaba probado con
el testimonio de Juan, le incumbía al orador explicar el hecho singular de que los judíos de
Jerusalén le habían dado muerte como impostor. Si hubiera procedido a declarar tal
hecho sin atenuación, habría parecido a sus oyentes como prueba de que Jesús no podía
ser el Cristo. En consecuencia, lo presenta de tal modo que, no sólo le protege contra tal
objeción, sino que aduce evidencia adicional. (27) “Porque los que habitaban en
Jerusalén, y sus príncipes, no conociendo a éste y las voces de los profetas que se
leen todos los sábados, condenándolo las cumplieron. (28) Y sin hallar en él causa
de muerte, pidieron a Pilato que le matasen. (29) Y habiendo cumplido todas las
cosas que de él estaban escritas, quitándolo del madero, lo pusieron en el
sepulcro.” Tal presentación del caso hizo aparecer que los judíos de Jerusalén lo habían
condenado y muerto porque no lo conocieron; que su desconocimiento fue resultado de
su ignorancia de lo que los profetas habían dicho concerniente al Cristo, y que tanto en su
condenación como en los detalles de su crucifixión, cumplieron lo que referente a él
habían escrito los profetas. Pablo sin duda citó aquí algunas de esas profecías con el fin
de que sus oyentes pudieran ver lo correcto de sus aserciones, aunque Lucas por
brevedad las omita. Así la crucifixión de Jesús, que como hecho desnudo fuera
considerada por cualquier judío del mundo a primera vista como evidencia de que no era
el Mesías, fue trocada en argumento incontestable en su favor, y al mismo tiempo se
corregía el concepto falso que del mesiazgo mismo tenían los judíos.
Las palabras "Mi Hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy", naturalmente a primera
vista se referirían al nacimiento de la persona a quien se habla, pero aquí se aplican a la
resurrección de Jesús. En otras instancias en que ocurren en el Nuevo Testamento se
aplican de la misma manera. En Hebreos 5:5 se dice: "Así también Cristo se glorificó a sí
mismo haciéndose Pontífice, mas él que le dijo: "Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado
hoy". Así como no fue sacerdote sino hasta después de muerto como víctima, y se
preparó para entrar al cielo con su propia sangre, es claro que estas palabras se
refieren al haber sido engendrado de entre los muertos. En Hebreos 1:5 se aduce
como evidencia de que fue superior a los ángeles la pregunta: “¿A cuál de los ángeles
dijo Dios jamás: Mi Hijo eres tú, hoy Yo te he engendrado?”, y no pudo por tanto referirse
al nacimiento que lo hizo "poco menor que los ángeles" (Hebreos 2:7). El contexto del
salmo sostiene también tal aplicación, pues las palabras no se dirigen a un bebé
inconsciente nacido al mundo ese día, sino a ser inteligente: "Yo publicaré el decreto:
Jehová me ha dicho: Mi Hijo eres tú; Yo te engendré hoy". El salmo segundo entero, de
donde se toma la cita, es evidentemente mesiánico, pues nada de él se puede aplicar a
otro alguno que al Cristo.
Versículos 34 – 37. Ahora Pablo añade al testimonio de los que lo vieron resucitado,
una prueba aun más formal de que tal era el propósito de Dios referente al Cristo. (34) “Y
que se levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, así lo dijo: Os
daré las misericordias de David. (35) Por eso dice también en otro lugar: No
permitirás que tu Santo vea corrupción. (36) Porque eso dice a la verdad David,
habiendo servido en su edad a la voluntad de Dios, durmió y fue juntado a sus
padres, y vio corrupción. (37) Más aquél que Dios levantó, no vio corrupción.” La
cita: "Os daré las misericordias fieles de David", se tomó de Isaías 55:3, y el contexto
muestra que tiene referencia a aquél de quien se prometió que Dios lo levantaría para
sentarlo en el trono de David. Pablo pone en tiempo pasado el cumplimiento de esta
promesa, porque sus oyentes creían en las profecías y concedían que todas se habrían
de cumplir a su tiempo. Si probaba —como lo hizo— que Jesús se había levantado de los
muertos, de buena gana accederían a que en esto la predicción se cumplió.
El lector al momento reconocerá la predicción que sigue, citada (Versículo 35) como la
de Pedro en la primera división de su sermón en Pentecostés, y el argumento basado en
ella en los dos versículos siguientes, como la misma que Pedro usó en aquella ocasión.
Quizá en todo el Antiguo Testamento no haya pasaje que contenga predicción más
explícita de la resurrección del Cristo que éste; y por esta razón llegó a ser texto favorito
de prueba entre los primeros predicadores. Acusar a Pablo de plagio indecoroso de lo de
Pedro, o a Lucas de falsedad al poner en boca de Pablo un argumento que éste no se
atrevería a copiar, como alguien lo ha dicho, es un absurdo, pues si dos personas alegan
por la verdad de una misma proposición, ¿cómo es posible que tengan éxito en ello si no
emplean ambas las evidencias que la sostienen? Y sea cual fuere la índole de la
proposición o el tema de ella, por la naturaleza del caso esas evidencias siempre serán
las mismas.
Versículos 40 y 41. El anuncio con que terminó la división precedente del discurso fue
de lo más importante para los oyentes de Pablo, pues era una detracción de la ley de
Moisés, y tal aseveración siempre sonaba mal en oídos judíos. La misma cosa por
inferencia había dicho Pedro cuando expresó ante el Sinedrio que "no hay otro nombre
debajo del cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Capítulo 4:12). Lo que
se sobreentiende en la alocución de Pedro está osadamente expresado en la de Pablo.
Sin duda tras lo que dijo aquí descubrió una expresión desfavorable en los rostros de sus
oyentes judíos, pues de otro modo orador tan alerta no citaría lo que está dicho en los
profetas. (41) “Mirad, oh menospreciadores, y entonteceos y desvaneceos; porque
yo obro una obra en vuestros días, obra que no creeréis, si alguien os la contare.”
La cita llevaba el propósito de amonestarlos que no rechazaran las buenas nuevas que
les predicaba, y mostrarles que al hacer así se identificarían con la clase a quienes tenían
referencia tan terribles palabras del profeta. La expresión "si alguien os la contare"
denota que su declaración contendría tal evidencia que hiciera inexcusable el rechazarla.
Son palabras citadas de Habacuc 1:5, según la versión Septuaginta, y el contexto que ahí
se ve muestra que la referencia fue a la destrucción que amenazaba a manos de los
caldeos. Pablo las aplica a la amenaza de destrucción sobre todos los que rechazaban el
evangelio, pues en esto es donde tales palabras tienen otro cumplimiento.
Versículos 8 – 12. Licaonia, el distrito por donde huían los apóstoles, estaba al
oriente de Pisidia, al norte de la sierra del Tauro. El sitio exacto de Listra no se conocía en
tiempos modernos hasta que el Profesor Ramsey lo identificó hace poco (Geografía
histórica de Asia Menor).
Versículo 13. Esperaba Pablo poder reanudar su discurso, cuando una avalancha de
gente se precipitó hacia el templo, y entre sus gritos supo él lo que iban a hacer. (13) “Y
el sacerdote de Júpiter, que estaba delante de la ciudad de ellos, trayendo toros y
guirnaldas delante de las puertas, quería con el pueblo sacrificar.” Sin duda el
sacerdote iba avanzando hacia el altar en frente del templo, quizá a pocos pasos de
donde Pablo estaba, e inmediatamente, como por impulso común, la gente se abalanzó
para tomar parte puntual en los honores que se alistaban para sus visitantes celestiales.
Versículos 14 – 18. Con desazón fuera de toda medida vieron Pablo y Bernabé que
se les iban a tributar honores como a dioses. (14) “Y como lo oyeron los apóstoles
Bernabé y Pablo, rotas sus ropas se lanzaron al gentío dando voces, (15) y
diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres
semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al
Dios vivo que hizo el cielo y la tierra y la mar, y todo lo que está en ellos; (16) el cual
en las edades pasadas ha dejado a todas las gentes andar en sus caminos; (17) si
bien no se dejó a sí mismo sin testimonios, haciéndonos bien, dándonos lluvias del
cielo y tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría nuestros
corazones. (18) Y diciendo estas cosas, apenas apaciguaron al pueblo para que no
les ofreciesen sacrificios.” Debe observarse que Lucas da el título de apóstol aquí tanto
a Bernabé como a Pablo (Versículo 14), como en ocasiones lo hemos hecho en las notas
anteriores. Si Bernabé no era uno de los doce, y por lo mismo no apóstol en el sentido en
que ellos lo eran, no obstante llevó ese nombre en común con algunos otros (Romanos
16:7; 2 Corintios 11:13; Gálatas 1:19; Apocalipsis 2:2). Se debe esto al haber gozado de
la instrucción personal del Señor Jesús, tal vez al haber estado presentes cuando la gran
comisión fue dada como la informa Mateo.
Aunque Bernabé en esta ocasión iba a recibir del pueblo el honor principal y por esta
razón Lucas pone su nombre primero en el párrafo citado, Pablo sin embargo era el
espíritu maestro en todas las escenas excitantes tales. Continuó haciendo el papel de
Mercurio que la gente le había asignado, pues su arenga a los idólatras es toda suya en
pensar y dicción. El Sr. Howson observa las coincidencias entre la exhortación a los de
Listra, que "de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo", y su expresión a los de
Tesalónica: "Como os convertisteis de los ídolos para servir al Dios vivo y
verdadero" (1 Tesalonicenses 1:9); entre la advertencia aquí: Dios "en las edades
pasadas ha dejado a todas las gentes andar en sus caminos", y lo que dijo a los
atenienses que Dios "había disimulado los tiempos de esta ignorancia" (Capítulo 17:30), y
finalmente entre el argumento de que Dios no se había quedado sin testimonio entre el
gentilismo, y el de Romanos 1:20 que dice: "Las cosas invisibles de él, su eterna potencia
y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las
cosas que son hechas; de modo que son inexcusables". A esto se puede añadir que la
coincidencia de ideas entre este discurso y el que pronunció en Atenas a otro grupo de
idólatras (Capítulo 17:22-34) es tan notable que se puede considerar como el mismo
discurso con los sabios necesarios según el auditorio. El discurso tuvo éxito en evitar el
sacrificio que quería hacer, pero dejó a la multitud de idólatras tristemente perplejos
referente a quiénes pudieran ser sus dos visitantes forasteros.
Versículo 19. Pablo prosiguió sus labores un día tras otro, pero tan crasa era la
ignorancia en que los idólatras se veían envueltos, que trabajó en vano para darles la
revelación que traían. Entretanto las nuevas de la escena extraña en que hombres iban a
ser adorados como dioses, se extendieron como fuego de pradera de ciudad en ciudad
hasta llegar a oídos de los enemigos de Pablo en Iconio y Antioquía, de donde urgidos por
el odio, un grupo de ellos hizo viaje rápido a Listra. (19) “Entonces sobrevinieron unos
judíos de Antioquía y de Iconio, que persuadieron a la multitud, y habiendo
apedreado a Pablo, le sacaron fuera de la ciudad pensando que estaba muerto.” La
malignidad de estos judíos es difícil de comprender. Los que de Antioquía vinieron
viajaron más de 170 kilómetros, y los de Iconio 52, para maltratar a quien no les había
perjudicado, pero lo odiaban sin causa. No es difícil imaginarnos las diatribas con que
persuadieron a los listrenses. Podían decir: "Sabemos que habéis tomad por dioses en
forma humana a estos dos paisanos nuestros. Podemos deciros quiénes son. Son judíos
que han llegado de Antioquía y se portaron tan mal que disgustaron a todos nuestros
compañeros judíos de aquella ciudad, e hicieron que damas honestas y principales
varones de allí se levantaran a echarlos fuera. Luego fueron a Iconio y se hicieron tal
plaga que los principales, con ayuda de judíos y gentiles en mancomún, se preparaban
para apedrearlos, por lo que huyeron como ladrones para venirse a Listra. No estamos
dispuestos a permitirles que deshonren ya más nuestro nombre y nación, y con vuestra
venida pondremos fin a su hechicería, porque los milagros que obran entre el pueblo son
por el poder de espíritus malignos". Al oír tales acusaciones de parte de la nación de
Pablo y Bernabé, los listrenses con gusto asintieron a que hicieran como querían.
Sabiendo por la experiencia pasada cuán seguro era que Pablo escapara de sus
manos él llegara a saber lo que urdían, esperaron hasta que como de costumbre salían a
predicar cerca de la puerta de la ciudad; luego se precipitaron con piedras ya listas y lo
lapidaron a muerte en un momento. Cayó dentro de la puerta. Se ordenó a dos o tres de
los más rudos y fuertes entre la gente que sacaran su cuerpo; así cogiéndolo de manos y
pies quizá, lo arrastraron hasta un sitio fuera de la ciudad donde lo dejaron como bestia
muerta a su propia suerte. Satisfechos de su fechoría, y temiendo fuera posible que
alguna autoridad de rango más elevado que los jefes de la ciudad los llamaran a cuenta
por su labor sanguinaria, los asesinos con toda probabilidad partieron a esa misma hora
de viaje a su tierra. Suponían jamás volver a oír de Pablo como perturbo a su paz.
Versículo 20. Hasta este momento Lucas no ha insinuado siquiera que las labores de
Pablo en Listra hubieran sido premiadas con conversiones. Ahora aparecen en esta
página en condición sumamente enternecedora. (20) “Mas rodeándole los discípulos,
se levantó y entró en la ciudad; y un día después partió con Bernabé a Derbe.”
Cuánto tiempo tardaron los discípulos para aventurarse a donde el cuerpo estaba, cuánto
estuvieron rodeándolo antes que diera señales de volver en sí, y cuánto después de eso
para que uno y los otros se arriesgaran a meterse en la ciudad, Lucas lo deja todo a la
imaginación del lector. Bien podemos imaginarnos las lágrimas amargas y el gran llanto
de aquel pequeño grupo, mientras veían los verdugones y heridas de aquél a quien
habían llegado a amar con tal ternura, mientras pensaban de la crueldad con que habían
querido asesinarlo, y todavía columbraban el futuro que les esperaba, como corderos en
medio de lobos. Con ellos podemos regocijarnos cuando Pablo abrió los ojos, y con ellos
nos maravillamos de que, tras la pedrisca que lo sumió en la inconsciencia, haya quedado
en su cuerpo una última chispa de vida sin extinguir con la manera horrible en que lo
arrastraron por el escabroso pavimento, y el polvo e inmundicia de la calle y el camino
hasta el lugar en que lo hallaron. ¿Y cómo pudo tan pronto levantarse y caminar? ¿Cómo
fue posible que emprendiese nuevo viaje con Bernabé al siguiente día? ¿No nos dice este
último hecho de manos suaves y servicios afectuosos de toda la noche, lavados y
vendajes para sus muchas heridas y contusiones, acompañados de palabras de la más
honda simpatía que lo alentaban?
Gracias a Dios que no quedamos por completo a imaginarnos los nombres de aquellos
tiernos y afectuosos amigos. Timoteo era oriundo de Listra, bautizado durante esta
primera visita de Pablo, y muchos años después de esto, desde el fondo de la prisión en
Roma, de la cual Pablo fue sacado al bloque del verdugo, oímos estas palabras blandas
dirigidas al más amado de todos sus compañeros de tribulación: "Doy gracias a Dios, al
cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar tengo memoria de ti
en mis oraciones noche y día; deseando verte, acordándome de tus lágrimas, para ser
lleno de gozo, trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual residió primero
en tu abuela Loida y en tu madre Eunice; y estoy cierto que en ti también" (2 Timoteo 1:3-
5). ¿Fueron esas lágrimas las que Timoteo, muchacho no mayor de quince años,
vertió sobre el cuerpo molido y herido de Pablo? ¿Y la fiel Eunice y la venerable Loida no
estaban entre el grupo que circundó al cuerpo hasta que la animación le volvió? Si no fue
a casa de ellos a donde llevaron a Pablo, y sus manos las que lo sirvieron curándolo esa
noche, cuando menos en parte se explica el misterio de su rápido restablecimiento. iQué
escena fue esa que presenció el chico de quince años, entrenado desde la infancia
en los sentimientos más piadosos de las Escrituras judías, recién nacido al reino
del Redentor, alma que respondió a todo lo noble del humano carácter! No hay que
maravillarnos de que de corazón estuviera para siempre ligado a Pablo como hijo
respetuoso con su padre. Y qué compensación halló Pablo después por todos sus
padecimientos en Listra, con la consagración de por vida de aquél de quien pudo decir:
"A ninguno tengo tan unánime". Aquel momento en que el mundo entero parecía
abandonarlo y odiarlo, trajo a su lado al más caro amigo que conoció.
Sección II
Versículo 1. En este punto hace nuestro historiador una transición repentina de los
conflictos de discípulos con judíos y gentiles, a otro de importancia grave entre ellos. Una
fase de esta controversia se había originado del bautismo de gentiles incircuncisos en la
casa de Cornelio, pero por las evidencias de la voluntad divina que se presentaron a
Pedro, y que él presentó a los hermanos, esto se arregló definitiva y finalmente (Capítulo
11:18). Es preciso tener distintamente presente este hecho, tan extrañamente eludido por
comentadores, si queremos distinguir las fases sucesivas que esta controversia asumió.
La cuestión que ahora se suscitó en Antioquía era diferente. Sin refutar la propiedad de
bautizar gentiles, cosa que Pablo y Bernabé habían estado haciendo tanto ahí en
Antioquía como en otras partes, los que disputaban tomaron la posición de que esos
gentiles, después de bautizados o de haber recibido el perdón de los pecados, debieran
ser circuncidados como condición final de su salvación.
Dicha posición y los que la asumían se introducen así: (1) “Entonces algunos que
venían de Judea enseñaban a los hermanos; Que si no os circuncidáis conforme al
rito de Moisés, no podéis ser salvos.” El hecho de que éstos vinieran de Judea, donde
primero se promulgó el evangelio, y donde los apóstoles habían sido los maestros, daba
mucha autoridad a lo que decían entre los hermanos antioqueños, por lo que no es
menester suponer que pretendían autoridad expresa de parte de los apóstoles, aunque es
posible que así lo hicieran. Insistían en la circuncisión, no por el pacto de Abraham, que
fue la base original de la obligación, sino por la ley de Moisés, y así lo hacían porque, por
ser parte de la ley de Moisés, la circuncisión ligaba a todos los que a ella se sometieran a
guardar toda la ley, aunque la circuncisión como mero rito abrahámico no lo hiciera, pues
los ismaelitas, los edomitas, los madianitas y otros descendientes de Abraham, por
confesión no están bajo la ley mosaica por ser circuncidados. La fraseología que
empleaban muestra lo que más adelante (Versículo 5) se exhibe, que insistían en la
circuncisión "conforme el rito de Moisés", porque sostenían que todos los bautizados,
fueran judíos o gentiles, habrían de guardar la ley mosaica para tener salvación final.
Todavía no podían concebir que esta ley dada por Dios, tanto tiempo vigente y por cuya
conservación tanto habían sufrido sus ancestros, pudiera ser repudiada por los que
buscaban la herencia de la vida eterna. Cuando pensaban en la comisión apostólica,
tienen que haber incluido la circuncisión y guardar la ley entre las cosas comprendidas en
las palabras, "enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado"
(Mateo 28:20).
Versículo 2. Pablo que hacía tanto tiempo había recibido por revelación directa del
Cristo, un conocimiento correcto del evangelio que predicaba (Gálatas 1:11,12), sabía
perfectamente que tal enseñanza era errónea, y Bernabé que de él mismo lo había
aprendido, si no de otra fuente; así se unieron los dos con todas sus fuerzas para
oponerse a los maestros de Judea. Tenemos que pensar en una congregación de hoy
perturbada por una seria controversia entre sus enseñadores por una cuestión vital de
doctrina, para darnos cuenta de la zozobra y confusión que debe haber atormentado la
mente de los hermanos en Antioquía mientras esta controversia se prolongaba. Pablo y
Bernabé no lograban silenciar a sus opositores, pero dirigieron la discusión de modo que
se produjese una decisión afortunada de carácter provisional. (2) “Así que susitada una
disensión y contienda no pequeña a Pablo y Bernabé contra ellos, determinaron
que subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles
y los ancianos, sobre esta cuestión.” Si los hermanos en Antioquía hubieran estimado
propiamente la autoridad de un apóstol inspirado, habrían aceptado implícitamente la
decisión de Pablo sin la misión a Jerusalén, pero su familiaridad con la persona del
apóstol, como la que tenían los de Nazaret con la de Jesús, los hizo lentamente darse
cuenta de que hablaba con autoridad divina, y como era un hecho que no se contaba
entre los doce originales, pensaron que sus dichos eran de menor peso de los de éstos.
Como resultado de aquella misión comprendieron que deberían haber sabido al principio,
y no es probable que jamás volvieran a dudar de la enseñanza de Pablo.
Como la propuesta de enviar a Pablo y a los otros a Jerusalén sobre este negocio
involucraba la inferencia de que aquél era inferior en autoridad a los apóstoles y ancianos
allá, probable es que Pablo por sostener su prerrogativa apostólica, hubiera rehusado ir, si
expresamente no le hubiera mandado el Señor hacerlo; por lo que dice él mismo de este
viaje, "fue por revelación" (Gálatas 2:22). Tal revelación, que le exigía ir se le hizo
porque el propósito divino fue dirimir la cuestión discutida, no solo para la iglesia en
Antioquía, sino para todo el mundo y en todo tiempo.
Versículos 6. Luego que los fariseos hubieron expuesto su posición afirmando con
distinción que los gentiles bautizados deberían circuncidarse y guardar la ley, la asamblea
se levantó sin discutir el asunto. La reunión segunda se anuncia así: (6) “Y se juntaron
los apóstoles y los ancianos para conocer de este negocio.” Ni esta junta ni la
primera se compuso exclusivamente de apóstoles y ancianos, pues hemos visto
(Versículo 4) que al principio los mensajeros fueron recibidos de la iglesia, y por el
Versículo 22 sabemos que ahora la iglesia estuvo presente. Sin embargo entre estas
asambleas públicas, hubo una junta privada de Pablo y Bernabé con los tres apóstoles
que estaban en la ciudad. Sabemos esto por la epístola de Pablo a los Gálatas en la que
declara el hecho así como da la razón para buscar esta entrevista. Dice: "Después,
pasados catorce años fui otra vez a Jerusalén juntamente con Bernabé tomando también
conmigo a Tito. Empero fui por revelación, y comuniquéles el evangelio que predico entre
los gentiles; mas particularmente a los que parecían ser algo, por no correr en vano o
haber corrido" (Gálatas 2:12). La fuerza de la razón que se da se ve en que si hubiera
hallado a los apóstoles viejos del lado de los fariseos, la influencia de ellos habría
superado a la suya y toda su obra pasada y futura habría sido derribada trayéndose a sus
convertidos a la esclavitud de la ley. El resultado de esta entrevista lo expone con esto:
"Empero de aquéllos que parecían ser algo (cuáles hayan sido algún tiempo, no tengo
que ver; Dios no acepta apariencia de hombre,) a mi ciertamente los que parecían ser
algo nada me dieron. Antes al contrario como vieron que el evangelio de incircuncisión
me era encargado, como a Pedro el de la circuncisión; (porque el que hizo por Pedro para
el apostolado de la circuncisión, hizo también por mí para con los gentiles, y como vieron
la gracia que me era dada, Santiago y Cefas y Juan, que parecían ser las columnas nos
dieron las diestra de compañía a mí y a Bernabé, para que nosotros fuésemos a los
gentiles, y ellos a la circuncisión" (Gálatas 2:6-10). De este relato de la entrevista aparece
que, luego que los apóstoles mayores oyeron a Pablo declarar el caso, cordialmente
lo aprobaron y este hecho lo indicaron dando la mano derecha a él y a Bernabé. Las
palabras, "nada me dieron", se escogieron bien, pues la cuestión era si Pablo había o no
enseñado su pleno deber a los gentiles; en caso contrario algo adicional se le habría
impartido. Con tal información a la vista del entendimiento y convenio perfectos entre los
apóstoles inspirados, podemos ver claramente que la segunda reunión pública de toda
la iglesia se convocó, no con el objeto de hacer un convenio entre los apóstoles,
sino para dar oportunidad a los apóstoles de hacer que la iglesia entera conviniera
con ellos. A la luz de esto se han de estudiar los procedimientos; de otro modo
interpretamos mal.
Versículos 7 – 11. Los que se hallan en error nunca pueden convencerse de ello si se
les niega la libertad de hablar. Sin habérseles permitido expresar hasta la última palabra
serían incapaces de escuchar desapasionadamente el lado contrario. Sabiendo esto los
apóstoles, o al menos obrando de acuerdo con ello, permitieron a los judaizantes en la
iglesia que dijeran cuanto desearan antes de hacer réplica a su posición y argumentos.
Luego, cuando hubieron vaciado todo, los apóstoles, uno por uno y en sucesión
aparentemente arreglada de antemano, expusieron hechos y juicios que obligaron su
asentimiento. (7) “Y habiendo habido gran contienda, levantándose Pedro les dijo:
Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió
que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. (8) Y Dios
que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo también
como a vosotros; (9) y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos purificando
con la fe sus corazones. (10) Ahora pues ¿por qué tentáis a Dios poniendo sobre la
cerviz de los discípulos yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido
llevar? (11) Antes por la gracia del Señor Jesús creemos que seremos salvos, como
también ellos.” La palabra "contienda" ("zeeteesis" en griego) significa literalmente una
cuestión, pero aquí lleva el sentido de debate o disputa (Véase el léxico.) y se usa aquí de
preferencia a la más usual "sateeteesis", por indicar, creemos, que la discusión se hacía
principalmente proponiendo preguntas, manera muy común de poner en desventaja a un
adversario. El debate fue probablemente unilateral, los fariseos poniendo todas las
preguntas, y haciéndolo de tal modo que cada una llevara un argumento o comprendiera
una conclusión. Quizá por haber ellos adoptado esta forma de argumentación Pedro puso
su contestación (Versículo 10) en la misma forma.
Versículo 12. Al sentarse Pedro, Bernabé habló luego, y enseguida Pablo, exponiendo
otras evidencias de la voluntad de Dios en el asunto discutido. (12) “Entonces toda la
multitud calló y oyeron a Bernabé y a Pablo que contaban cuán grandes maravillas
y señales Dios había hecho por ellos entre los gentiles.” Fue el curso de su
argumento continuación del de Pedro. Así como el milagro de dar el Espíritu Santo en el
caso de Cornelio y sus amigos era prueba de la aprobación divina para ello, también las
"maravillas y señales" obradas por mano de Bernabé y de Pablo cuando atraían a los
gentiles y sin circuncisión los organizaban en congregaciones, omitiendo exigirles guardar
la ley, era prueba de su aprobación también en estas cosas. El argumento de las tres
prácticas fue exactamente el mismo, aunque basado en hechos diferentes, y estos
hechos se presentaron en orden cronológico.
El que Santiago introdujera la decisión que propuso con las palabras "por lo cual
juzgo", se ha interpretado por muchos como evidencia de que él era presidente de la
conferencia, y en tal carácter fundó una decisión que los demás tuvieron por fuerza que
aceptar. Pero no existe evidencia de ningún género de que asumiera tal puesto, ni de que
su juicio en este caso tuviera mayor autoridad que el de Pedro, o el de Juan que también
estaban presentes. Las cuatro cosas de que Santiago propuso se requiriese a los
gentiles abstenerse eran ilícitas, no por dictado de la ley mosaica, sino por las
revelaciones de la edad patriarcal. Desde el principio los patriarcas hablan sabido que
era pecado tener conexión responsable con los ídolos, o entregarse a la fornicación, y
desde que una ley fue dada a la raza que fundó la familia de Noé, era error comer sangre
o carne de animales estrangulados que retenían la sangre al morir, y esto había de
continuar hasta el fin del mundo. Así, con respecto a lo que se discutía, que si los
discípulos gentiles debían guardar la ley de Moisés, Santiago propuso, "No han de ser
inquietados", y esto se aprobó no imponiendo nada sobre ellos que fuese peculiar a
esa ley.
Las observaciones con que cierra su discurso Santiago, que en cada ciudad se
predicaba a Moisés cuando era leído en las sinagogas, creemos que se hizo como
respuesta a la objeción que él sabía tenían presente muchos de sus oyentes, y pueda
haberse expresado por algunos de los oradores a quienes contestaba —que si no se
exigía a los gentiles guardar la ley de Moisés, ésta caería en descrédito y sería olvidada
de los hombres. Que no había peligro de esto, les aseguró Santiago, ya que el servicio de
las sinagogas evitaría tal resultado.
Parece extraño para nuestra generación naturalmente que los apóstoles pensaran que
valía la pena amonestar a los discípulos gentiles contra "las contaminaciones de los
ídolos, y de fornicación". Pero éstos por generaciones habían sido criados
considerando este vicio como la satisfacción inocente de un deseo natural, y miran
aquéllas como un deber religioso solemne. Al llegar a creyentes, no era fácil para ellos
sacudir convicciones que hallaban incrustadas en su naturaleza moral. La misma
dificultad encuentran hoy misioneros en el paganismo.
Versículos 32 – 34. Judas y Silas, ya habiendo llenado el objeto principal a que fueron
enviados a Antioquía, hallaron oportunidad de hacerse todavía útiles. Como habían sido
"varones principales entre los hermanos" en Jerusalén, oírlos era para los de Antioquía
fuente de deleite. (32) “Judas también y Silas, como ellos también eran profetas,
consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabra. (33) Y
pasando allí algún tiempo, fueron enviados de los hermanos a los apóstoles en
paz.” Parece que el Versículo 34 hay razón en omitirlo porque carece de evidencia
faltando en los mejores originales. El hecho de que estos hombres "también eran
profetas" daba autoridad de inspiración a todos sus dichos, y hacían sus exhortaciones
tanto más edificantes para los hermanos.
Versículo 35. Todavía era Antioquía campo de provecho para labores apostólicas y
fue la escena de sucesos de interés. (35) “Y Pablo y Bernabé se estaban en Antioquía
enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos.” El
número de discípulos que había que enseñar y el de otros que se disponían a oír la
predicación debe haber sido muy grande para justificar los trabajos en mancomún de
tantos hombres eminentes.
Durante este período es donde tantos comentadores juiciosos, y pudiera decirse todos
los sabios recientes, colocan la visita de Pedro a Antioquía y la censura que le hizo
Pablo como se registra en Gálatas 2. Se ha afirmado erróneamente que en este asunto
Pedro obró en conflicto directo con la epístola que él y otros se dice escribieron a esta
iglesia hacía tan poco. El rigor de tal suposición ha llevado a algunos a negar la veracidad
de los asertos de Lucas acerca de esta epístola. Se alega que Pedro no habría incurrido
en tamaña inconsecuencia; si tal hubiera hecho, Pablo, en vez de censurarlo en los
términos que él dice en Gálatas, habría citado la epístola como la manera más directa de
refutar a Pedro. Las dos consideraciones estas comprenden un concepto falso de la
relación entre esa epístola y la conducta de Pedro entonces. La epístola, o los decretos
como preferimos llamarla, hacía referencia a la imposición de la ley de Moisés sobre los
gentiles, y nada decía de la índole de relaciones sociales que debiera haber entre
éstos y los judíos. Fue con referencia a esto último en lo que Pedro cometió error en
Antioquía. "Viniendo Pedro a Antioquía", dice Pablo, "le resistí en la cara, porque era
de condenar. Porque antes que viniesen unos de parte de Santiago, comía con los
gentiles; mas después que vinieron, se retraía y apartaba, teniendo miedo de los
que eran de la circuncisión" (Gálatas 2:11,12). Citar los decretos contra él habría sido
fuera de propósito por lo que Pablo nada dice de ellos, pero presenta lo estrictamente
oportuno, haber comido Pedro con gentiles en casa de Cornelio, cosa que defendió y
justificó cuando lo censuraron por ello en Jerusalén (Capítulo 11:1-3). A esto alude Pablo
al observar, "Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío" (esto lo
había hecho en Cesarea antes), "¿por qué constriñes a los gentiles a judaizar?"
"Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, trasgresor me hago"
(Gálatas 2:14,15). Pedro había vivido como gentil en casa de Cornelio, y lo mismo había
hecho en Antioquía, pero ahora retrayéndose, decía virtualmente a los gentiles: "Si
queréis tener tratos sociales conmigo, deberéis vivir como judíos". La dificultad sin duda
estribaba en que los gentiles ponían en su mesa viandas que los judíos eran enseñados a
considerar como inmundas, y también descuidaban las purificaciones legales de sus
propias personas. Sería aventurado decir que Santiago convenía con lo que hacían los
que de parte de él venían, pues se nos advierte que los de Jerusalén que primero agitaron
la contienda en Antioquía no habían recibido orden ninguna para ello (Capítulo 15:24).
Versículo 35. Mucho nos hemos demorado en el intervalo empleado por Pablo y
Bernabé en Antioquía. Ahora vamos a seguir aquél en su segundo viaje entre gentiles.
(36) “Y después de algunos días, Pablo dijo a Bernabé: Volvamos a visitar a los
hermanos por todas las ciudades en las cuáles hemos anunciado la palabra del
Señor, cómo están.” Al proceder, hallaremos que la visita fue mucho más allá que la
más remota iglesia de las que ya habían fundado, pero el objeto que Pablo tenía como
propósito de este viaje, se dirigía al cuidado por los hermanos que habían bautizado. Esto
demuestra que su solicitud por las congregaciones que había era no menos ardiente
que su celo por la conversión de los pecadores.
Versículos 40 y 41. Volvemos con Lucas a seguir al que fue en trabajos más
abundantes y en cárceles más que todos los apóstoles, y a trabar mejor relación con su
nuevo compañero. (40) “Y Pablo escogiendo a Silas partió encomendado de los
hermanos a la gracia del Señor. (41) Y anduvo la Siria y la Cilicia, confirmando las
iglesias.” El hecho de que Silas, que había sido de los "varones principales entre los
hermanos" en Jerusalén (Versículo 22), y escogido por los apóstoles y ancianos para que
los representara en la solución de la controversia en Antioquía, consintiera ahora en
unirse a Pablo en su obra entre gentiles, nos es prueba del convenio perfecto que había
entre Pablo y los que eran autoridad en la iglesia en Jerusalén, y era garantía para los
hermanos judaicos que visitaran en su viaje de que ningún antagonismo había entre su
enseñanza y la de los apóstoles más antiguos. En añadidura a esto, el hecho de que Silas
fuera profeta (Versículo 32) completaba su aptitud como colaborador de Pablo.
Algunos de los que abogan por el rito episcopal de la confirmación creen que
"confirmar las iglesias" (Versículo 41) autoriza ese rito, pero una sola mirada nos dice
que los cuatro lugares en que el vocablo original parece ("episteerizo"), no tiene referencia
a imponer manos en recién convertidos para admitirlos a plena comunión, sino a afirmar
en su ánimo, con instrucción y exhortación apropiadas, aquéllos que ya están en plena
comunión en la iglesia.
Versículo 3. Pronto descubrió en aquel joven el ojo avisor de Pablo cualidades que le
harían un compañero y ayudante listo, y para este puesto lo consiguió. (3) “Este quiso
Pablo que fuese con él; y tomándolo, le circuncidó por causa de los judíos que
estaban en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era griego.” "Los
judíos que estaban en aquellos lugares", como todos los otros, no podrían ver con favor a
uno de sangre judía que estuviera incircunciso. Les parecía que repudiaba su
nacionalidad. Que su padre era griego se menciona como la causa de haberse
descuidado del rito en la infancia de Timoteo.
-En alguna ocasión Pablo impuso sus manos sobre Timoteo para comunicarle un
don espiritual (2 Timoteo 1:6); pero si fue este tiempo o más tarde luego que lo
hubo probado en el campo de la obra, no tenemos medio de saberlo. Esto mismo
es cierto de la imposición de manos de los ancianos que se mencionan en 1
Timoteo 4:14. Muy probable es, sin embargo, que como Pablo mismo había sido
apartado para esta obra por imposición de manos (Capítulo 13:3), los ancianos de
Listra siguieron en el caso de Timoteo tal precedente.
-Sea como fuere, no puede haber duda razonable de que esta ceremonia de parte
de los ancianos fue con objeto de apartarlo para la obra de predicación, pues para
ningún otro fin se puede explicar. La suposición de que Pablo lo ordenó por
recomendación de dos o tres iglesias es cosa que meten en el texto los que creen
hallarla allí.
Versículos 4 y 5. Siguiendo ahora el hilo de la narración donde la interrumpió para
hablar de Timoteo, Lucas nos dice de otro trabajo hecho por los apóstoles en las ciudades
que tocaban. (4) “Y como pasaban por las ciudades, les daban que guardaran los
decretos que habían sido determinados por los apóstoles y los ancianos que
estaban en Jerusalén. (5) Así que, las iglesias eran confirmadas en fe, y eran
aumentadas en número cada día.” Esta declaración muestra que los decretos no eran
sólo para los de Siria y Cilicia, sino para todas las iglesias de gentiles. Por todas partes se
necesitaban para amalgamar en comunión armoniosa a los convertidos judíos y gentiles.
Como Pablo había fundado estas iglesias, y Silas había sido enviado expresamente de
Jerusalén por los apóstoles con el propósito de cooperar con él en sostener la enseñanza
de los decretos, éstos llegaban a oídos de judíos y gentiles con toda su fuerza, y
producían el más feliz de los efectos. Las iglesias "eran aumentadas en número cada
día", como consecuencia de ser "confirmadas en la fe".
-Los gálatas eran de raza gaólica; sus ancestros guerreros que vivían del robo
habían emigrado de las Galias, o Francia moderna, al Asia Menor antes de la era
cristiana, y para el tiempo en que Pablo los visitó llevaban vida sedentaria agrícola.
Al principio no era intención de Pablo predicarles, sin duda porque esperaba hallar
campos más fructíferos, pero obligado a demorarse entre ellos por enfermedad,
halló inesperadamente que eran un campo ya maduro para la siega. Más tarde les
escribía, "Vosotros sabéis que por la flaqueza de carne os anuncié el
evangelio al principio". La flaqueza, por lo que añade de ella, sabemos que era
"un aguijón en la carne" que él pidió al Señor en vano le fuera quitado. Era de tal
modo probable que los extraños lo despreciaran y rechazaran por ello, pero lo
recibieron de modo tan diferente que luego les escribió con gratitud: "Y no
desechasteis ni menospreciasteis mi tentación que estaba en mi carne; antes me
recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús". Y añade, "Yo os doy
testimonio que si pudiera hacer, os hubierais sacado vuestros ojos para dármelos"
(Gálatas 4:13-15). Su confusión de mente y flaqueza de cuerpo quizá dieron un
tono de suavidad a su predicación que despertó desde luego las vivas simpatías
de gente excitable, y esto lo alentó a prolongar sus trabajos allí mucho más allá de
lo que era su intención primera.
-De las más impropias circunstancias en que jamás había introducido el evangelio
a una nueva comunidad, con la única excepción de su retirada de Listra a Derbe,
brotaron los frutos más dulces de todas sus labores, pues no hubo otras iglesias
de cuya devoción hable en términos iguales.
-Experiencias como éstas le ilustraron el propósito del Señor cuando, en respuesta
a su plegaria en lo del aguijón en su carne, le dijo: "Bástate mi gracia; porque mi
potencia en la flaqueza se perfecciona"; y fue experiencia tal como ésta que le hizo
poder decir al fin, "por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis
flaquezas, para que habite en mi la potencia de Cristo. Por lo cual me gozo en las
flaquezas, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustia por Cristo;
porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso" (2 Corintios 12:9,10).
En este intervalo otra experiencia nueva y extraña sobrevino a Pablo. No sólo fue
llevado por la enfermedad a predicar a Galacia contra sus intenciones, sino que al
formarse el propósito de llevar el evangelio a la provincia contigua desde Asia, el Espíritu
Santo no se lo permitió. Asia era entonces el nombre que principalmente se daba a la
provincia romana cuya ciudad principal era Éfeso, y esta sin duda era el objetivo que sólo
alcanzó después predicando allí dos años tres meses.
Esta fue la primera vez que sabemos que su propio juicio del siguiente campo de labor
fuese contrariado por el Espíritu Santo. Pero esto no fue todo; impedido de ir a Asia, al
sudoeste de él, se propuso enseguida dirigirse a Bitinia, rica e importante provincia al
norte, y el mismo Espíritu se lo prohibió. Terminada la labor que dejaba atrás, e impedido
de ir a izquierda o derecha, no tuvo alternativa sino seguir de frente; esto lo llevó por Misia
hacia el noroeste. Sin detenerse, pues tal significa la expresión "pasando por Misia",
avanzó por este distrito no hallando oportunidad de trabajar por el camino, y bajó hasta
Troas, en la costa del mar cuya barrera encontró aquí. No es posible que él y sus
compañeros dejaran de ponerse muy perplejos por la misteriosa dirección en que los
llevaba el Espíritu Santo. Deben haberles oprimido con interés creciente a cada paso las
preguntas: "Por qué somos vueltos de campos de tanta promesa? ¿Adónde nos va
llevando el Señor?”
Versículos 13 – 15. Al entrar a esta ciudad extraña no hallaron los apóstoles sinagoga
judía en que fueran invitados a dar "alguna palabra de exhortación para el pueblo", y sin
duda se vieron algo perplejos de cómo introducir el evangelio para la población gentil. El
modo en que se resolvió el problema se dice en lo que sigue del texto. (13) “Y un día de
sábado salimos de la parte junto al río, donde solía ser la oración; y sentándonos,
hablamos a las mujeres que se habían juntado. (14) Entonces una mujer llamada
Lidia, que vendía púrpura en la ciudad de Listra, temerosa de Dios, estaba oyendo;
el corazón de la cual abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.
(15) Y cuando fue bautizada y su familia, nos rogó diciendo: Si habéis juzgado que
yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa y posad: y constriñónos.” De esto parece que
se quedaron hasta el sábado para decidir cómo y dónde comenzar su trabajo. Podría
haber sido diferente si hubiesen encontrado a Lidia y su familia antes. La razón de que
pensaran que había lugar de oración a la orilla del río pudo ser que vieron algo que lo
indicaba cuando lo cruzaron al llegar a la ciudad, o quizá al indagar de la presencia de
judíos en la ciudad, oyeron decir que algunas mujeres solían salir cada ocho días a este
lugar con tal objeto.
Lidia residía en Tiatira, ciudad proconsular de Asia (Apocalipsis 1:11) que está
situada en su frontera norte, el grupo de Pablo, cuando "vinieron a Misia", probablemente
pasaron cerca. Era famosa por la excelencia de sus tintes púrpura, y aún hoy es pueblo
agradable de unos diez mil habitantes. Como la púrpura era un tinte caro, no se usaba
más que en ropas costosas, y lo que se dice que era tratante en esto indica que, aunque
se viera precisada a trabajar, comparativamente gozaba de circunstancias favorables. Lo
mismo se comprende al decir "mi casa", que era suficientemente amplia para alojar a
Pablo y sus tres compañeros, y que su familia comprendía varias mujeres (Versículo 13.
Compárese con Versículo 15.). Se alude a su carácter, no solo al decir que era
"temerosa de Dios", sino al considerar que en esta ciudad pagana, en la que el sábado
era ignorado de sus habitantes, ella lo observaba con fidelidad; y que mientras otros
mercaderes de púrpura se ocupaban ese día, ella cerraba su tienda sin atender a las
demandas de la competencia, y que aunque no hubiera sinagoga para el culto, y ningún
varón judío que dirigiese el culto de costumbre, ella y sus empleadas por hábito dejaban
la ciudad ruidosa por pasar el día santo en oración en la ribera del río. Tal fidelidad a Dios
bajo circunstancias tan adversas, no se llega a ver seguido aun en nuestros tiempos
favorecidos. Esto se ve desde lo alto y tuvo su galardón debido.
Ahora podemos comenzar a ver el designio del Señor en volver a Pablo de Asia, y de
Bitinia, cuando quiso ir a esos países, llevándolo por Misia a Troas, enviándole allí aquella
visión nocturna, y trayéndolo con todo su grupo a esta colonia romana con tan singular
cadena de circunstancias. Estas mujeres acostumbraban juntarse a la orilla del río el
sábado para la oración. Dios había oído sus plegarias, como en el caso de Cornelio, y
escogió tan misterioso modo de traerles a estos predicadores a que pudiesen por su
palabra creer en Cristo y saber el camino de salvación. Había dirigido el viaje de Pablo
por tierra y mar, y dado tiempo al movimiento del barro en referencia a aquella reunión de
oración, así como en otro tiempo dirigió el vuelo del ángel desde el cielo a coordinar los
pasos de Felipe con referencia el movimiento del carro del eunuco. Como en aquellas
instancias, contesta ahora las oraciones del inconverso, no por las operaciones directas
de su Espíritu interiormente, sino trayéndole el evangelio de labios de un mensajero
vivo, y es circunstancia muy singular, como otros lo anotan, que aunque a Pablo se le
había prohibido predicar en Asia, sus primeros convertidos en Filipos eran asiáticos.
-El verbo griego que aquí se traduce "estar atenta", en algunas conexiones
denota fijar la mente en algo y en otras llevar algo a la práctica. Como no puede
denotar lo primero, pues Lidia ya había fijado la mente en la predicación, como se
declara en las palabras, "una mujer llamada Lidia estaba oyendo". Primero oyó,
luego el Señor le abrió el corazón, y por fin estuvo atenta a lo que Pablo hablaba.
El significado es que llevó a la práctica lo que Pablo decía. Qué era lo que decía
Pablo nos lo ha dicho Lucas tantas veces que no lo reitera, pero por el modo en
que menciona la observancia del bautismo, indirectamente muestra que esta
ordenanza era parte de ello. Al decir, "y cuando fue bautizada", denota que
esto fue una de las cosas a las que ella estuvo atenta. Sabemos que, al predicar
Pablo a tales personas, las dirigía siempre a creer al evangelio, arrepentirse de
sus errores y a bautizarse, y si Lidia estuvo atenta a las cosas que él habló, estas
tres cosas fueron las que ella puso por obra.
Aun tenemos que fijarnos en que, desde otro punto de vista, en ningún otro caso de
conversión se dice en ninguna otra parte lo que aquí: que el Señor le abrió el corazón.
Ya vimos lo que abrirlo era y cuáles eran los efectos de esto; ahora indagaremos de qué
manera hacía esto el Señor. Es común en demasía entender tales expresiones como
ésta en el sentido de una acción inmediata de Dios o su Espíritu Santo, y desentenderse
de agencias o instrumentos secundarios que él emplee. En esta instancia es fácil
brincar a la conclusión de que el Señor abrió el corazón a Lidia por una operación directa
de su Espíritu, y así pasar por alto un método muy diferente que en el contexto claro se
indica. Para ver esto hay que ponernos en lugar del autor e indagar qué llevó a Lucas a
dar expresión a esto referente a Lidia, lo que no ha hecho con respecto a ninguna otra
persona cuya conversión describe. No puede ver que Dios hiciera con Lidia algo que
omitió en otros casos, pues con cada judío o prosélito fue necesario el mismo proceso. La
diferencia es únicamente en la fraseología que se emplea. Esto se explica con el hecho
de que Lucas, con todo el grupo y Pablo, habían estado muy perplejos por semanas para
entender lo que Dios se proponía hacer con ellos, volviéndolos de campos de labor que
les parecían de más promesa, y guiándolos adelante, quisieran que no, hasta traerlos a
esta ciudad pagana donde no parecía haber oportunidad para introducir luego el
evangelio. A la mitad de su perplejidad inesperadamente dieron con estas mujeres, y
aunque nunca las habían visto antes, y bajo las circunstancias podrían haber esperado
una lucha larga y ardiente para vencer su natural repugnancia a un Mesías crucificado, se
sorprendieron de hallar inmediatamente abierto el corazón de Lidia, y de ver lo que el
Señor había hecho y seguía haciendo al prohibirles entrar en Asia. Si el Señor no les
hubiera estorbado, Pablo estuviera ya en Asia o en Bitinia, y estas mujeres de sencillo
corazón seguirían orando en ignorancia de la salvación que para ellas se había provisto.
Así fue obra notable del Señor, y Lucas se vio impulsado a expresarlo de esta manera. El
Señor abrió el corazón de Lidia, como abrió el del eunuco, trayéndole desde tan
lejos al punto propicio un predicador vivo por cuya palabra se logró el fin.
El hecho de que la familia de Lidia fuera bautizada lo han tomado algunos sabios
paidobautistas como evidencia presuntiva en favor del bautismo de los niños. Alberto
Barnes arguye así: "El caso es uno que da prueba presuntiva de ser ésta una instancia de
bautismo de familia o sea de niños. Pues (1) se menciona particularmente que ella creyó.
(2) No se intima que ellos creyeran. Al contrario, fuertemente se denota que no lo
hicieron. (3) Se hace manifiesto que ellos fueron bautizados porque ella creyó". Sería
difícil hallar una instancia de raciocinio más falaz. En la expresión "bautismo de familia o
sea de niños", tácitamente se asume que los dos son idénticos, cosa que está por
probar. La declaración "se menciona particularmente que ella creyó" es engañosa; para
nada se menciona que ella creyó solo se da a entender. Finalmente, la inferencia asumida
de que "ellos fueron bautizados porque ella creyó" no tiene el más ligero soporte en
palabra alguna del texto. Fue la imaginación del Sr. Barnes la que la leyó en el texto. El
Dr. Alexander expone el caso así: "La fuerza real del argumento está, no en caso alguno,
sino en la mención repetida de familias enteras que fueron bautizadas"; y a ponerlo así,
sigue la muy citada pregunta de Bengel: "¿Quién puede creer que, entre tantas familias,
no haya habido un pequeñín?” Se contesta que solo hay cuatro familias enteras que se
mencionan en el Nuevo Testamento que se bautizaron, y en tres de éstas, hay
prueba positiva de que no habla un párvulo.
El bautismo de esta familia entera abrió albergue al apóstol y compañía, mucho más
afable que en ninguna casa de gentiles donde se hubieran alojado; y con todo, el propio
espíritu de finura les vedaba aceptar la hospitalidad de Lidia, hasta que su súplica
insistente reveló que ella tendría su negativa final como evidencia de que no confiaban en
ella como “fiel al Señor”. Lucas dice, “constrinónos”, con esta súplica.
Versículos 22 – 24. Esta queja hipócrita de los dueños de la esclava tuvo el efecto
que buscaban sobre los magistrados y el populacho gentil. (22) “Y agolpóse el pueblo
contra ellos; y los magistrados rompiéndoles sus ropas, les mandaron azotar con
varas. (23) Y después que los hubieron herido de muchos azotes, los echaron en la
cárcel, mandando al carcelero que los guardase con diligencia; (24) el cual, recibido
este mandato, los metió en la cárcel de más adentro; y les apretó los pies en el
cepo.” Tenemos aquí un ejemplo del mismo servilismo al clamor de la chusma que hizo
infame el nombre de Pilato, pues no dieron los magistrados a los presos oportunidad de
defenderse, y así se descuidaron hasta las meras formas de justicia. Las varas con que
azotaron a los apóstoles eran las que de costumbre llevaban los lictores que siempre
acompañaban a los pretores romanos, y para que se aplicara el castigo con efecto, las
víctimas sin duda se ataban al poste de costumbre. El carcelero entró de lleno en el
espíritu de la chusma y cumplió con sumo rigor la orden de que "los guardase con
diligencia". Encerrándoles en la prisión de más adentro los tenia seguros, pero a esto
añadió la tortura con el cepo. Cogidas sus piernas bajo !lave en esta prensa, con los pies
saliendo al otro lado, no les era posible acostarse ni enderezarse sin dolor, ni podían
hallar alivio cambiando de posición. El dolor se hacía más intenso continuamente, y nadie
que no haya experimentado puede imaginarse cuán intenso era.
Versículos 29 y 30. Tan pronto como el carcelero entró en razón se acordó de que el
que lo llamaba iba predicando salvación en nombre del Dios de Israel, e
instantáneamente percibió que el terremoto, el abrirse las puertas y soltarse las cadenas
tenía conexión con él y era obra de Dios. Asiéndose a esta idea y dando una mirada a la
negra eternidad de la que acababa de ser librado, lo que desde luego absorbió su pensar
fue su propia salvación, antes que la seguridad de los presos. (29) “El entonces
pidiendo luz, entró, y temblando, derribóse a los pies de Pablo y de Silas; (30) y
sacándoles fuera, les dice: Señores, ¿qué es menester que yo haga para ser
salvo?” A la puesta del sol, al echar fríamente dentro del calabozo a los apóstoles, poco
le importaban, ni la salvación qua sabia andaban proclamando, porque entonces se
hallaba en medio de luz y salud y todo le iba bien, pero a media noche que había estado a
medio palmo de la muerte, le sobrevino un cambio tan repentino como el terremoto, y
cayó temblando a los pies de sus presos. Hemos olvidado a los otros presos; hasta Lucas
tan absorto en la excitación del carcelero, no nos dice lo que pasó con ellos. Podemos
colegir que se quedaron paralizados de temor al estarse quietos en sus lugares hasta que
Pablo y Silas fueron sacados y la puerta exterior se afianzó.
Versículos 35 y 36. Al remitir los magistrados a Pablo y Silas a la prisión, habría que
suponerse que tenían la intención de indagar más estrechamente en los cargos que
contra ellos se hacían. (35) “Y como fue de día, los magistrados enviaron los
alguaciles diciendo: Deja ir a aquellos hombres. (36) Y el carcelero hizo saber estas
palabras a Pablo: Los magistrados han enviado a decir que seáis sueltos: así que
ahora salid e id en paz.” Tal orden se dio sin conocimiento de lo que había ocurrido por
la noche, según los informes que hasta aquí nos llegan. En lo que toca al terremoto, que
algunos sabios suponen alarmó a los magistrados, pues sin duda fue milagroso y no cosa
natural, no hay razón para suponer que se extendió fuera de la prisión. La orden de
soltarlos se explica a lo más natural por el hecho de que, como se les había infligido la
azotaina y la prisión solo por acallar el clamoreo del populacho, ya no había necesidad de
prolongar más el encierro. Pensaron que ya sueltos los presos tan temprano por la
mañana, se alegrarían de escaparse de la ciudad, con lo que no ocurriría más agitación
de la gleba. Poco comprendían los magistrados con qué clase de hombres trataban.
Ante la ley romana era crimen azotar a un ciudadano romano. Cicerón había dicho en
caso como este: "Es delito atar a ciudadano romano; azotarlo es un crimen; darle muerte
es casi parricidio". Así los apóstoles podían haberse vengado del ultraje perpetrado en
ellos, pero Pablo enseñaba a sus hermanos a no vengarse (Romanos 12:19), y obraba de
acuerdo con sus propios preceptos. Ese incidente justifica que los cristianos apelen a
la ley civil para protegerse, pero no para castigar a sus enemigos.
Arguyendo que si los apóstoles realmente hubieran hecho valer su ciudadanía, habría
sido antes de ser azotados, como Pablo lo hizo en otra ocasión (Capítulo 22:25), Baur
trata de desacreditar toda esta historia; también dice que, si se dejaron azotar cuando
podían haberlo evitado tan fácilmente, solo ellos tenían la culpa. Pero, ¿cómo sabe Baur
que no lo procuraron antes de la azotaina? De veras que el historiador con su silencio no
nos da tal información, y en sí es bien improbable. Mucho más probabilidad hay en que,
siendo acusados de ser judíos y turbar la ciudad con exceso introduciendo costumbres
ilícitas, su protección de ser romanos, aunque la proclamaran, no tuvo crédito y sí burla en
la excitación del momento; pero al repetirse esto a la mañana siguiente, junto con su
negativa para salirse de la cárcel sin la disculpa de parte de los magistrados, sí se creyó
luego y se reportó.
Versículo 40. Cuando los presos tuvieron su libertad, se tomaron su tiempo para
cumplir la súplica de los magistrados, y lo hicieron con dignidad decorosa. (40)
“Entonces salidos de la cárcel, entraron en casa de Lidia: y habiendo visto a los
hermanos, los consolaron.” Los hermanos que aquí se mencionan sin duda fueron los
bautizados durante los "muchos días" (Versículo 18) que pasaron los apóstoles en la
ciudad antes de ser encarcelados. Lucas y Timoteo, como más adelante veremos
(Capítulo 17:1), se contaban entre ellos. Estos, junto con la familia del carcelero,
constituían la iglesia ya fundada en Filipos, y Pablo había conocido más plenamente el
propósito divino de traerlo aquí en lugar de permitirle que fuese a Asia ó a Bitinia.
La línea de argumento que Pablo sigue estos tres sábados era en sustancia la misma
suya en Antioquía de Pisidia, y la de Pedro en Pentecostés; indudablemente, si
tuviéramos información de sus sermones ante judíos en otras partes, hallaríamos que
sería idéntica en ellos. Tal línea la dictaba el estado mental de sus oyentes. Para los
judíos en su conjunto, predicar al Cristo como uno que había sido crucificado era
escándalo, porque les parecía inconsecuencia total frente al reinado glorioso de Cristo
como leían en sus profetas. Mientras no se pudiera hacer que vieran cómo erraban en
este detalle al leer los profetas, era imposible convencerlos de que el crucificado Jesús
era su Cristo. Hacia este fin Pablo dirigió primero sus advertencias, y ya probando "que
convenía que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos", era tarea fácil mostrarles
que "Jesús, el cual yo os anuncio, este es el Cristo". Bien sabido era que había padecido
muerte, y Pablo tenia pruebas abundantes de que había resucitado. Estas palabras no se
limitaban al testimonio de los testigos originales, sino que daba demostración ocular del
poder viviente y divino de Jesús, cuando en su nombre obraba milagros. Esto lo sabemos
por la primera epístola a la iglesia establecida aquí, en la que dice: "Nuestro evangelio
no fue a vosotros en palabra solamente, mas también en potencia y en Espíritu
Santo, y en gran plenitud; como sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de
vosotros" (1 Tesalonicenses 1:5). El poder del Espíritu Santo obrando milagros ante ellos
daba tal certeza de la resurrección y glorificación de Aquél en cuyo nombre se obraban,
como la "palabra solamente" de todos en el mundo no podía dar. Sin testimonio tal, la
palabra humana referente a los asuntos del cielo no tiene titulo a nuestra confianza, pero
con él, su demanda nadie puede honradamente rechazar.
Durante las dos semanas que abarcaron tres sábados que se mencionan, los dos
hermanos con cuidado rehuyeron lo que pudiera despertar sospecha de motivos egoístas.
No pusieron carga a nadie ni siquiera por su pan cotidiana, y aunque recibieron ciertas
contribuciones de la iglesia de Filipos, la suma fue tan exigua que los dejó en la necesidad
de estar "trabajando de noche y de día" (1 Tesalonicenses 2:9; Filipenses 4:15,16).
El titulo de "politarca" que Lucas aplica aquí en griego a los magistrados en jefe de
Tesalónica, no se halla como titulo oficial en ninguna otra parte de la literatura griega, y es
fácil percibir el clamoreo que los enemigos de la fe habrían hecho por el uso del término,
si no fuera porque un antiguo arco triunfal de mármol que hasta hace poco atravesaba la
calle principal de la ciudad llevaba este mismo titulo inscrito y los nombres de siete
politarcas que aún se conservan. Al demolerse el arco, las losas que contenían la
inscripción fueron obtenidas por el cónsul británico de Salónica entonces y hoy se
guardan en el Museo de Londres. Tres de los nombres son Sopater, Segundo y Gayo —
nombres también de tres bien conocidos compañeros de Pablo (Capítulos 19:29; 20:4).
Versículo 10. Aunque Pablo y Silas sufrieron menos en Tesalónica que en Filipos, su
partida de aquélla fue más humillante que la de ésta. Al saber en qué paró la tentativa de
echarles mano, vieron luego que seguir en la ciudad podría comprometer a Jasón y a
otros a grado de perder la fianza dada, y atraerles violencia personal, y buscaron
seguridad en la huida. (10) “Entonces los hermanos, luego de noche, enviaron a
Pablo y a Silas a Berea; los cuales habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los
judíos.” Esta fuga de noche debe haber recordado a Pablo y Silas la de Damasco a
principios de su carrera apostólica, y quizá se efectuó con un método similar de escape.
De Filipos a Tesalónica habían seguido Pablo y Silas uno de los magníficos caminos
militares construidos por los romanos para el tránsito de sus ejércitos en toda estación del
año, bien nivelado y luego pavimentado con baldosas. Todavía se hallan restos de ellos
en casi todo país de los que abarcaba el imperio, y éste que se llamaba Vía Egnatia,
conectaba el Helesponto con el mar Adriático, y era la gran vía a través de la Península
de Macedonia hacia el distante Oriente. Al salir de Tesalónica de noche, no había que ir a
tientas, pues todavía iban por el mismo camino real hacia el poniente hasta que quizá al
amanecer, lo dejaron volviendo al suroeste para llegar a Berea. Su derrotero todo el
camino iba por una región llana cruzada por ríos históricos, Berea misma, a setenta y
cinco kilómetros de Tesalónica, se describe así por Leake: "Berea, como Edesa, está en
la falda oriental de la cordillera Olimpia, y domina una vista extensa de la llanura regada
por el Heliasmón y el Axius. Tiene muchas ventajas naturales, y se considera ahora uno
de los pueblos más agradables de Rumili. Plátanos falsos extendían su grata sombra por
sus jardines. Había corrientes de agua por cada calle. Su antiguo nombre se dice
derivado de la abundancia de sus aguas, y sobrevive aún en el moderno Verrra o Kara
Verrra. Todavía es ciudad amurallada con población entre quince y veinte mil”. Aquí volvió
a hallar sinagoga el apóstol y la hizo punto de partida para sus labores.
Versículos 11 y 12. Ahora tenemos el placer de ver una comunidad judía que
escuchaba la verdad y la examinaba como seres racionales. (11) “Y fueron éstos más
nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda
solicitud, escudriñando cada día las Escrituras, si estas cosas eran así. (12) Así que
creyeron muchos de ellos; y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres.”
No se puede recomendar demasiado ni imitar muy estrictamente la conducta de estos
judíos. Es pecado común entre los humanos negarse a examinar cándidamente y con
paciencia las demandas del evangelio. Habiendo estado en error por sus tradiciones, los
judíos resistían con pasión y tumulto todo esfuerzo por darles las verdadera luz, y su
insensatez ha sido después imitada tanto por descreídos como por los partidarios
de errores en religión. Si tales gentes viven y mueren ignorando la verdad, y en
consecuencia descuidando el deber, su ignorancia, en lugar de excusa para ello, es
uno de sus pecados principales. Apenas habrá mayor pecado que taparnos los oídos
cuando Dios nos habla, o cerrar los ojos para no ver la verdad que él nos brinda. Todo el
que profesa ser discípulo de Cristo debiera escudriñar las Escrituras al presentarse
cualesquiera cosas con titulo a ser verdad de Dios para ver "si estas cosas son así".
Seguir implícitamente a donde la Palabra de Dios nos lleve nunca puede ser inaceptable a
su Autor. Consecuencia de la noble conducta de los judíos de Berea no fue que algunos
creyeran y gran multitud de griegos, como el resultado en Tesalónica, sino que creyeron
muchos de ellos, y no pocos de los griegos. Y no dejamos de observar también que Lucas
atribuye expresamente su creer al hecho de que hayan indagado en las Escrituras si
estas cosas eran así, lo que una vez más muestra que la fe viene por el oír la palabra de
Dios.
Al salir Pablo de Berea, por las expresiones que se usan, parece que había hecho
planes para llegar solo hasta el mar, a distancia de unos 22 kilómetros en el punto más
cercano, pero llegado allí determinaron que navegara a Atenas, y tal determinación le hizo
necesario mandar por Silas y Timoteo. El propósito evidente al dejar a estos dos
compañeros arriesgando ellos su seguridad personal, fue sin duda que continuaran
instruyendo y alentando a los discípulos recién bautizados antes de que se vieran
atenidos a sus propios recursos para su edificación. Como Timoteo se había quedado con
Lucas en Filipos (Capítulo 16:40), y ahora aparece de nuevo en la narración, no es seguro
que alcanzara a Pablo en Tesalónica.
Al salir de Macedonia, dejaba Pablo allí tres iglesias fundadas en centros de radiación,
de los que el evangelio se podía extender con éxito por la provincia, si los discípulos
desplegaban fe y celo. Tesalónica ocupaba el punto céntrico, con Filipos a los 126
kilómetros al noreste, y Berea a 75 al sudoeste. Tenemos el testimonio de Pablo de que al
menos de uno de estos centros brilló la luz con gran fulgor, pues después escribía a los
Tesalonicenses: "De vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor no sólo en
Macedonia y en Acaya, mas aun en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido;
de modo que no tenemos necesidad de hablar nada" (1 Tesalonicenses 1:8). Cuando
Pablo podía dejar a su paso congregaciones de este jaez, no había necesidad de hacer
oír su voz más que en puntos céntricos. Sin duda mucho del celo y fidelidad de ellos se
debió al cuidado y nutrición de Lucas, Timoteo y Silas, que alternaban en quedarse para
tal propósito en pos del apóstol.
Versículo 18. Con persistentes esfuerzos, Pablo logró atraer la atención de la turba
ociosa, aunque desde un principio fuera de índole nada halagadora. (18) “Y algunos
filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él, y unos decían: ¿Qué
quiere decir este palabrero? y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses;
porque les predicaba a Jesús y la resurrección.” La persistencia con que instaba su
mensaje a cada persona que vera les sugirió el epíteto de "palabrero", y la prominencia
que daba al nombre de Jesús, el que había sido muerto y resucitó luego, les sugería la
idea de culto a los demonios, pues los demonios que los griegos adoraban eran muertos
que ellos deificaban. La palabra "nuevos dioses" es mejor traducida "demonios
foráneos", pero "deimonion" en griego quiere decir un dios menor que cualquiera de los
que llamaban "Inmortales".
Las dos escuelas de filosofía con quienes tuvo escaramuzas eran antípodas la una de
la otra, y lo práctico de cada una era diametralmente opuesto a la doctrina de Pablo. Los
estoicos enseñaban que el sumo bien de la vida se obtenía con una indiferencia total a
las penas como a los placeres de la vida; los epicúreos, que se habría de obtener con
una complacencia prudente para toda pasión y propensión; y se unían ambas escuelas
en negar toda existencia consciente después de la muerte. En oposición a la primera
Pablo enseñaba que debiéramos llorar con los que lloran, y gozar con los que se
regocijan; contra la segunda, que debiéramos negarnos a toda impiedad y a toda
concupiscencia mundana, y oponiéndose a ambas, que la meta final de las esperanzas
humanas es una resurrección de los muertos a vida eterna.
Versículos 19 – 21. Pese al desdén con que muchos veían a Pablo, logró por fin
captar la seria atención de unos cuantos. (19) “Y tomándole, le trajeron al Areópago
diciendo: ¿Podremos saber qué sea esta nueva doctrina que dices? (20) Porque
pones en nuestros oídos unas nuevas cosas: queremos pues saber qué quiere ser
esto. (21) (Entonces todos los atenienses y los huéspedes extranjeros en ninguna
otra cosa entendían, sino en decir o en oír alguna cosa nueva.)” Lo tomaron con
familiaridad para llevarlo de entre el gentío de alharaca a lugar mejor para oírlo. La agora,
que aquí se llama indebidamente "plaza" (Versículo 17), donde Pablo hablaba a la gente,
tenia limite al norte por un camellón de tosco mármol que se elevaba abrupto unos doce
metros de altura. Se baja gradualmente hacia el poniente hasta llegar a un tercio de
kilómetro al nivel del llano. Esta altura es el Areópago, como se llama aquí, o Colina de
Marte, porque en un tiempo en su cumbre había un templo de Marte. Subía uno allí de la
agora por una escalinata cortada en roca natural, la mayor parte de la cual permanece
ilesa hasta hoy; y aquí se reunía al aire libre el tribunal del Areópago, cuyas decisiones
dirimían graves cuestiones de religión, y algunas veces se condenaba a criminales. La
índole informal de la transacción esta vez muestra que no fue tribunal que citaba a Pablo;
sólo un grupo de filósofos que deseaban oírlo en quietud y para esto escogieron tal punto.
La agora se extendía abajo a plena vista, y se podía oír con distinción el zuzurro de sus
ruidos confusos, pero esto no impedía al pequeño auditorio que oyese la voz del orador.
El paréntesis que hace Lucas, de que todo ateniense y extranjero que vivía allí no
empleaban su tiempo más que en oír o decir algo nuevo, aunque no verídico referente a
las clases laborantes y los mercaderes que no se abarcan con la expresión, si lo era
especialmente de la masa general, pues en aquellos días concurrían a Atenas de todas
las naciones para ampliar su educación oyendo a numerosos oradores sobre todo tópico,
y para saber de países extraños al suyo por parte de los visitantes de aquéllos. Así cada
cual era a la vez oyente y relator de algo que para los demás era nuevo. Concuerda
perfectamente con este hábito de aquellos filósofos que quisieran oír la enseñanza
foránea que Pablo parecía deseoso de impartir.
Versículos 2 – 4. Pablo entró solo a esta gran ciudad, totalmente extraño y pobre. Los
pocos recursos que había traído de Macedonia se habían agotado, y volvió su atención a
la consecusión de su pan cotidiano. En combinación providencial halló muy deseable
alojamiento y medios de sostenerse. (2) “Y hallando a un judío llamado Aquila, natural
del Ponto, que hacía poco que había venido de Italia, y a Priscila su mujer, (porque
Claudio había mandado que todos los judías saliesen de Roma) se vino a ellos; (3) y
porque era de su oficio, posó con ellos y trabajaba; porque el oficio de ellos era
hacer tiendas. (4) Y disputaba en la sinagoga todos los sábados y persuadía a
judíos y a griegos.” Verse así en la necesidad de trabajar como oficial de fabricante de
carpas, cuando aspiraba a evangelizar una ciudad orgullosa y opulenta, no era nada
alentador. Por el estilo sereno y llano del relato de Lucas, pudiéramos imaginar que el
sentir de Pablo se había endurecido para tales consideraciones, pero su propia pluma,
que suele revelar emociones desapercibidas para Lucas, da muy diversa impresión.
Escribiendo a los de Corinto varios años más tarde, cuando toda emoción transitoria se
habría olvidado, dice: "Estuve yo con vosotros con flaqueza y mucho temor y
temblor" (1 Corintios 2:3). Vivamente sensible a la debilidad de su situación, temía un
fracaso similar al de Atenas, y temblaba de pensar que la salvación de tantas almas
dependiera de tan débil instrumentalidad. No podremos decir si en Aquila y Priscila hallara
inmediatamente camaradería cristiana y aliento, pues aunque era posible que ellos fueran
de los judíos del Ponto que se hallaron presentes en Jerusalén el gran día de Pentecostés
(Capítulo 2:9), o que hayan sido bautizados más recientemente en Roma por discípulos
de allí que habían oído el gran sermón de Pedro, y aunque nada dice Lucas de si fueron
bautizados por Pablo, con todo, si ya eran discípulos, es muy difícil explicarnos el silencio
total del autor en referencia a lo que pasó. De cualquier modo, Pablo los halló fieles
adoradores de Dios, y trabó un cariño personal con ellos que duró hasta el último día de
su vida. Los encontramos una vez y otra en el curso de la narración, y siempre oiremos
algo digno de alabanza de su conducta.
La predicación en la sinagoga, que se prolongó por varios sábados, parece haber
tenido efectos más lentos que de costumbre. Quizá esto fue porque se debiera en parte a
la manera menos agresiva de Pablo, promovida por la flaqueza, temor y temblor ya
mencionados.
Lo que dice que a la llegada de Silas y Timoteo, Pablo era "constreñido por la
palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo", denota, opinamos, que
hasta aquí solo había argumentado, como al principio, en Tesalónica, que según las
Escrituras, el Cristo debía sufrir y de nuevo levantarse de los muertos, sin avanzar a más
proposición como la de "que Jesús, el cual yo os anuncio, este es el Cristo". Aquello no
podría motivar disturbios; esto es seguro que lo provocase entre los judíos que ya habían
oído algo de Jesús, como de cierto era el caso con los judíos corintios. La crisis que se
esperaba vino, y se siguió la oposición. Afortunadamente un prosélito gentil, hombre de
recursos, tenía impresión favorable de Pablo, y tenía casa contigua a la sinagoga, la que
ofreció para las asambleas subsiguientes. Justo no era discípulo todavía, pero como
adaptado al significado de su nombre, deseaba ver qué se hiciera justicia a Pablo y a la
causa que promulgaba.
En las palabras, "Tengo mucho pueblo en esta ciudad", habla el Señor de personas
que aun eran incrédulas, quizá idólatras. Esto concuerda con la idea calvinista de que el
pueblo del Señor consiste de un número definido a quienes él ha escogido
individualmente desde la eternidad, pero no prueba nada de ello, pues el lenguaje que
aquí se usa también concuerda con la suposición de que los llamó simplemente porque
previó que habrían de creer bajo la predicación de Pablo. El mismo estilo se usa en
Apocalipsis cuando el ángel, anunciando la caída de la mística Babilonia, clama: "Salid de
ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus
plagas" (Apocalipsis 18:4). Dios sabia que en respuesta a su llamado, un pueblo saldría
de Babilonia, que él aceptaría, y por vía de anticipación llama a éstos su pueblo.
Versículo 11. Sostenido por esa seguridad que le dio la visión, Pablo prosiguió con
sus labores mucho tiempo y con paciencia. (11) “Y se detuvo allí un año y seis meses,
enseñando la palabra de Dios.” Esto es más tiempo del que jamás se había detenido en
ciudad alguna, y la palabra "enseñándoles" que describe su obra, muestra que en tan
largo período principalmente cumplía con la segunda parte de la comisión apostólica,
"enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado" (Mateo 28:20). De
aquí podemos ver que, pese a los muchos desórdenes que después hubo en la Iglesia de
Corinto, fue probablemente la mejor enseñada de las que fundó Pablo. Si hubieran sido
instruidos con menos amplitud, ¿cuál habría sido su condición más tarde?
Versículos 12 y 13. La tentativa de los judíos para extinguir la predicación, cosa que
había esperado Pablo desde que salió de la sinagoga, vino por fin, pero se presentó en
forma rara y con resultados raros. (12) “Y siendo Galión procónsul de Acaya, los
judíos se levantaron de común acuerdo contra Pablo y lo llevaron al tribunal, (13)
diciendo: Que éste persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley.” La
acusación que se presentó era de violación de la ley, como en Filipos y en Tesalónica,
pero en estos casos la presentaron gentiles refiriéndose a la ley romana, mientras ahora
los judíos tuvieron la osadía de hacerlo a nombre propio y con referencia a la ley de ellos.
Esto indica hasta dónde llegaba la confianza en su propia influencia, cosa que no hemos
visto en ninguna otra ciudad gentil. Esperaban que Galión se dispusiera a hacer callar a
un judío que andaba enseñando contrario a la ley de su propio pueblo.
Versículos 14 – 16. Sin embargo, en esta instancia tuvieron los judíos que tratar con
quien era muy diferente de los pretores de Filipos o de los politarcas de Tesalónica.
Galión era hermano de Séneca, el famoso moralista romano, quien habla de él como
persona de integridad admirable, amable y popular. En la ocasión presente fue fiel a tal
representación. (14) “Y comenzando Pablo a abrir la boca, Galión dijo a los judíos: Si
fuera algún agravio o algún crimen enorme, oh judíos, conforme a derecho yo os
tolerara; (15) mas si son cuestiones de palabras y de nombres, y de vuestra ley,
vedlo vosotros; porque no quiero ser juez de estas cosas. (16) Y los echó del
tribunal.” La fraseología de Galión, "palabras y de nombres, y de vuestra ley", muestra
que tenia un concepto muy confuso de la discusión entre Pablo y los judíos, pero sabía
suficiente para justificar su decisión. Esta es la única instancia en todas las experiencias
de Pablo en que se trató justa y sumariamente a sus acusadores.
Versículo 17. La justificación puntual y enérgica del derecho casi siempre halla la
aprobación de las masas del pueblo, y a veces devuelve la marcha del prejuicio popular.
No sabemos qué actitud tuviera la masa del pueblo para con Pablo antes de esta
decisión, pero tan pronto como se dio la decisión, se expresó con mucho vigor. (17) “Y
entonces todos los griegos tomando a Sóstenes, prepósito de la sinagoga, le herían
delante del tribunal; y a Galión nada se le daba de ello.” El tribunal de juicio o asiento
del procónsul, no se instalaba dentro de un aposento cerrado, sino al aire libre, por lo
general en la agora o foro. En consecuencia todo juicio que excitaba el interés público lo
presenciaba una multitud de espectadores formada en gran parte de gente ociosa de las
calles. Estos eran los únicos que podían verse tentados a poner manos sobre Sóstenes,
el que, como jefe de los judíos había presentado demanda contra Pablo. Con aquel
sentido agudo de lo apropiado que con frecuencia caracteriza a gentío tal, vieron que
Sóstenes merecía la paliza que la había preparado a Pablo; y quizá entre risotadas y
gritos, se la dieron. La razón de que "nada se le daba" a Galión fue que, con respecto a la
cuestión entre Pablo y los judíos, no la entendía; y en cuanto a la tunda propinada a
Sóstenes, más bien le gustó, porque éste bien se la merecía. El chasco y la rabia de los
judíos no tuvieron límites, pero ya habían aprendido con la amarga experiencia a sofocar
tales resentimientos y a quedarse quietos.
Antes que Pablo saliera de Corinto, y quizá previamente a la demanda ante Galión,
escribió aquél la segunda epístola a los Tesalonicenses. Las indicaciones de tiempo y
lugar en esta carta son muy exiguas, pero faltando evidencia contraria, son finales.
Primero, hay tal conexión de ideas y materia entre ella y la primera, que indica no haber
habido largo intervalo de tiempo entre las dos; y segundo, Silas se agrega a Pablo en la
salutación (2 Tesalonicenses 1:1); aquél empero no andaba con éste luego que salió de
Corinto. Si supiéramos cuándo ocurrió la separación, si fue al partir Pablo de Corinto o en
tiempo anterior, fijaríamos la fecha exacta con aproximación, pero comúnmente se
supone que fue escrita el mismo año que !a primera, y esto fijaría fecha para ambas por el
año 52. La epístola revela el hecho de que esta iglesia todavía sufría persecución severa,
pero que la soportaba con admirable paciencia, por lo que Pablo les dice: "Debemos
siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe
va creciendo, y la caridad de cada uno de todos vosotros abunda entre vosotros; tanto
que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, de vuestra
paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que sufrís" (2
Tesalonicenses 1:3-4). La ansiedad extremada que por ellos había sentido al escribirles
su primera epístola, su asiduidad tanto en mandarles a Timoteo como en escribirles, fue
premiada abundantemente por la perseverancia de ellos. Pablo fue movido, no solo a
acción de gracias, sino a muchas tiernas plegarias por ellos, lo que brevemente cita en la
epístola. Había oído decir que, o por espíritu, o por palabra, o por carta de él, habían sido
turbados con referencia a la Segunda Venida del Señor (2 Tesalonicenses 2:2); y para
prevenirlos contra toda impostura en lo futuro, les da prenda con la que pudiesen probar si
una carta que se decía de él lo era en realidad. Les dice: "Salud de mi mano, Pablo, que
es mi signo en toda carta mía; así escribo" (2 Tesalonicenses 3:17). Y esto prueba que
ordinariamente empleaba un amanuense que le escribiera sus cartas (Compárese con
Romanos 16:22.), pero de su puño y letra escribía la salutación como evidencia de que
estas epístolas eran auténticas. El empleo de un escriba hábil tal como se hallara a mano
en cualquier ciudad, si es que entre sus acompañantes no hubiese alguien que tuviera tal
facilidad, lograba tal perfección de un manuscrito que no llevara expresión alguna ilegible,
mientras el autógrafo de salutación garantizaba la autenticidad del documento. Como
estas dos epístolas son las primeras escritas del Nuevo Testamento, fácilmente
podemos creer que el ejemplo de Pablo en proteger documentos inspirados contra todo
riesgo de error en lectura o de impostura, lo hayan seguido los autores de otros libros del
mismo género.
Versículo 18. El incidente que elige Lucas para mención de Corinto fue la demanda
ante Galión, aunque allí continuó Pablo por tiempo considerable. (18) “Mas Pablo
habiéndose detenido aún allí muchos días, después se despidió de los hermanos y
navegó a Siria, y con él Aquila y Priscila, habiéndose trasquilado la cabeza en
Cencrea porque tenía voto.” Su permanencia en Corinto pueda tomarse como
indicación del tiempo que hubiera pasado con algunas otras iglesias si se le hubiese
permitido hacerlo así. Gracias a Galión, ésta fue la única iglesia en Macedonia y Grecia
en que le fue dado quedarse tanto como le pareció propio. Sin embargo, veremos luego
que, con todo y estar libre de persecución, esta iglesia no fue mejor, comparada con las
de Tesalónica y Filipos.
Al tratar de embarcarse para Siria, preciso le fue cruzar el istmo hasta Cencrea, donde
en período posterior hallamos una iglesia, quizá fundada allí por Pablo durante su
permanencia en Corinto. Al llegar a este puerto, había expirado el lapso de cierto voto
suyo. Imitando al de Nazareato se había dejado crecer el pelo, mientras duró el voto, y al
terminar el período de éste volvió a rasurarse la cabeza, práctica que es tan usual entre
las naciones que usan turbante. Muchos han confundido este voto de Pablo por el de
Nazareato, porque no recuerdan que al terminar éste, el pelo había de cortarse en el
templo y quemarse en el fuego del altar (Números 6:13-18).
Al llegar a Antioquía, no hay duda de que luego alegró el cora zón de los hermanos
que habían encomendado a él y a Silas a la gracia del Señor, y les narró todo lo que Dios
había hecho con él y cómo había abierto aun más la puerta de la fe a los gentiles. Quizá
Silas le precedió; si no, sin duda les explicó las circunstancias que los había separado,
como Lucas no nos las refiere. En cuanto a cambios que hayan ocurrido en Antioquía en
los tres años de ausencia de Pablo, Lucas calla igualmente, pues tiene la vista fija, como
Pablo la tiene, en las faenas que esperan hacer en Éfeso, las que se apresura a describir.
Versículo 23. En una sola oración dispone Lucas de un viaje que debe haber
ocupado varios meses al menos, pues abarcó de sies a ochocientos kilómetros. (23) Y
habiendo estado allí algún tiempo, partió, andando por orden la provincia de
Galacia y la Frigia, confirmando a todos los discípulos.” Para llegar a Galacia y Frigia,
que son los únicos distritos de la ruta que se mencionan, debe haber transitado un circuito
desde Antioquía por vía las Puertas Cilicianas a las mesetas elevadas de Licaonia y
Pisidia, pasando por Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia. Esta fue su tercera visita
a esas comunidades, y su paso por Galacia era segunda visita a las iglesias que allí había
fundado. Si se nos permite juzgar de la rapidez de su tránsito, halló las iglesias en todas
esas regiones en condición tal que no necesitaban de él visita especial prolongada,
aunque su obra entre ellos, breve como fue, consistió en "confirmar a todos los discípu-
los". Cuando declinó la invitación de quedarse en Éfeso (Versículos 20-21), ésta era la
obra que proyectaba, así como también dar el informe en Antioquía.
Pero aunque Apolo fuera poderoso en las Escrituras y con espíritu ferviente
"enseñara diligentemente las cosas que son del Señor", Aquila y Priscila al oírlo,
pronto descubrieron que no entendía el bautismo cristiano —que sabía "solamente del
bautismo de Juan". No estaban ellos en tal ignorancia sobre este terna para suponer,
como algunos modernos, que no había diferencia entre los dos bautismos; ni en tal
indiferencia en ello "como mero rito externo" que creyeran la diferencia sin importancia. Al
contrario, llevaron al predicador celoso y potente a su casa, y le enseñaron la verdad del
asunto. Crédito para él, como cándido investigador de la verdad, es que aceptó con
gusto aquella corrección. Supo que, si el bautismo de Juan no traía en sí la promesa del
Espíritu Santo, es ésta un rasgo distintivo del bautismo cristiano, y que si Juan bautizaba
a nombre de nadie, a los apóstoles se les enseñó a bautizar en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo (Capítulo 2:3; Mateo 28:19). La cuestión de si fue rebautizado, se
discutirá en conexión con el Capítulo 19:5.
Debería observarse que Priscila tomó parte con su marido en dar instrucción más
perfecta a Apolo, y esto ilustra la manera en que ciertas mujeres fieles fueron auxiliares
eminentes de los apóstoles y evangelistas en la extensión del evangelio. Con todo, no es
posible aducir esto como prueba de que hasta las más eminentes ayudantes tomaban
parte en la predicación en público.
Versículos 27 y 28. Por alguna razón que no se da, Apolo decidió salir de Éfeso y
visitar las iglesias fundadas por Pablo en Acaya. (27) “Y queriendo él pasar a Acaya,
los hermanos exhortados, escribieron a los discípulos que le recibiesen; y venido
él, aprovechó mucho por la gracia a los que habían creído; (28) porque con gran
vehemencia convencía públicamente a los judíos, mostrando por las Escrituras que
Jesús era el Cristo.” Esta es la primera vez que se mencionan cartas de
recomendación que se dieron a discípulos que iban de una comunidad cristiana a otra.
En período posterior se mencionan como algo de uso común (2 Corintios 3:1-2). Cierto,
los hermanos que lo conocían lo alentaron a ir, pues sabían de su poder peculiar, y que
aquellas iglesias lo necesitaban en sus controversias con los judíos. Lucas no nos informa
quiénes fueron estos hermanos, si hubo otros que Aquila y Priscila, aunque hay indicios
adelante (Capítulo 19:1). Sus esperanzas en referencia a las labores de Apolo en Acaya
felizmente se realizaron en el gran auxilio que dio a los discípulos, al confutar con tanto
éxito a los judíos. Su potencia especial en el uso de las Escrituras lo hacía el escogido
para allegarse a los judíos y para fortalecer la fe de los creyentes. No siempre confutar es
convencer, pero hay evidencia de que, además de confutar a los judíos, Apolo trajo
muchos a la iglesia; pues más tarde Pablo se refería a sus labores como regar la iglesia
que él había plantado, y luego, cambiando la figura, decía: "Puse el fundamento, y otro
edifica encima" (1 Corintios 3:6-10). Ya que había tenido un fracaso comparativo con los
judíos de Corinto, los triunfos de Apolo ilustran el valor de una variedad de talentos y
adquisiciones entre los predicadores para tener éxito en la evangelización de una
gran variedad de mentes y caracteres que suelen hallarse en una sola comunidad.
Versículos 10 – 12. Una vez más aquí, como cuando estuvieron en Corinto, Lucas nos
da la nota definida del tiempo. (10) “Y esto fue por espacio de dos años; de manera
que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor
Jesús. (11) Y hacía Dios singulares maravillas por manos de Pablo: (12) de tal
manera que aun se llevaban sobre los enfermos los sudarios y los pañuelos de su
cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían de ellos.”
Los dos años que se mencionan aquí más los tres meses en la sinagoga dan dos años
tres meses de estancia de Pablo en Éfeso —su permanencia más larga en una ciudad, y
quizá por eso se menciona. Se llaman "singulares" los milagros por su índole
extraordinaria, que nos recuerdan algunos que en otro tiempo vimos en la carrera de
Pedro (Capítulo 5:15), y otra vez en la del Maestro (Marcos 6:56). Milagros de esta clase
no son más increíbles que otros. Se realizaban por el creciente anhelo de las gentes por
obtener el beneficio del poder de sanidad. No hay maravilla que "todos los habitantes
en Asia", es decir, en la provincia romana así llamada, "judíos y griegos, oyeran la
palabra del Señor Jesús". Cuantos podían naturalmente venían a Éfeso para oír, y
cuantos veían instintivamente repetían por todas partes lo que habían oído a donde iban.
El resultado fue que más tarde leemos acerca de "las siete iglesias que están en Asia"
(Apocalipsis 1:4).
Versículos 13 – 17. Es difícil imaginarse que gentes que presenciaban estos milagros
no reconocieran la presencia del poder divino. Nos supondríamos que aún el ateísmo se
confundiera ante ellos, y que hasta el más empedernido pecador temblara. Con todo,
Simón el mago procuraba comprar con dinero el poder de Pedro, Bar-Jesús había tratado
de convencer a Sergio Paulo de que era trampa y exhibición semejante de gravedad
humana, seguida de un castigo casi tan severo como el de la instancia anterior, ocurrió
aquí en Éfeso. (13) “Y algunos de los judíos, exorcistas vagabundos, tentaron a
invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos diciendo:
Os conjuro por Jesús, el que Pablo predica. (14) Y había siete hijos de un tal
Esceva, judío, príncipe de los sacerdotes que hacían esto. (15) Y respondiendo el
espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; mas vosotros, ¿quiénes
sois? (16) Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y
enseñoreándose de ellos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de
aquella casa desnudos y heridos. (17) Y esto fue notorio a todos, así judíos como
griegos, los que habitaban en Éfeso; y cayó temor sobre todos ellos, y era
ensalzado el nombre del Señor Jesús.” Estos exorcistas, como se les titula, pretendían
el poder de lanzar demonios, y parece que ante el pueblo tuvieron suficiente éxito para
conservar la reputación. Sin duda el hecho de ser siete hermanos añadía misterio a sus
pretensiones, así como una adivina hoy que sea la séptima hija de una séptima hija goza
de mayor crédito que otras de su clase. Para el objeto, empleaban encantamientos sobre
los demonios, en los que pronunciaban ciertas palabras sin sentido, las que pretendían
haber derivado de Salomón, y naturalmente se suponía que el poder de Pablo era algo de
este jaez; así lo observaban cuando lanzaba demonios, para ver si podían descubrir su
palabra talismán. No tardaron mucho en fijarse en que en cada instancia usaba el nombre
de Jesús, y dedujeron que en esa palabra estaba el encanto; así dos de ellos hicieron la
prueba metiendo a un demoníaco en un cuarto donde nadie observara si fracasaban, con
intenciones de que si tenían buen éxito se presentarían al público como rivales de Pablo.
El espíritu malo pareció sentirse ultrajado por la maldad de los dos villanos, y la manera
en que los desenmascaró tuvo el aspecto de una fea broma. Por cierto, Éfeso todo debe
haberse reído al verlos huir por la calle, magullados y desnudos, pero cuando la gente
recapacitó recordando que tal desbarato se debía al abuso del nombre de Jesús, no fue
sino cosa natural que se ensalzara este nombre, y el temor cayó sobre todos.
Ciertos sabios han sostenido, laudablemente, que Pablo había hecho antes una visita
corta a Corinto, volviendo a Éfeso, y como evidencia citan ciertas expresiones en 2ª
Corintios. No es asunto importante y con consecuencia, aunque se considere la evidencia
no la discutiremos.
1ª Corintios fue escrita de Éfeso en tiempo de gran auge para la obra allí, según se
muestra en las palabras siguientes de esa carta: "Estuve en Éfeso hasta Pentecostés;
porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios" (1ª
Corintios 16:8,9). Este lenguaje no solo fija el lugar donde escribió, sino la fecha casi
exacta. La "puerta abierta grande y eficaz" puede solo referirse al triunfo que acompañó
la quema de libros. Luego, se escribió por el tiempo en que Timoteo y Erasto fueron
enviados a Macedonia de camino a Corinto, y no puede haber duda de que uno de ellos
era el portador.
Realmente no es ésta la primera carta que Pablo escribió a la iglesia de Corinto, pues
en ella habla de otra que previamente les había escrito: "Os he escrito por carta que no os
envolváis con los fornicarios" (Capítulo 5:9). Esta sola expresión es todo lo que sabemos
de esta epístola, y quizá se dejó que pereciera el documento porque su contenido se
repitió y su tema se trató aun más elaborado en la que hoy llamamos primera epístola.
Después de la fecha de la carta perdida, algunos de la familia de Cloé, una hermana
en la iglesia de Corinto, trajeron a Pablo información de desórdenes graves y corrupción
en la iglesia (1ª Corintios 1:11), y fue con objeto de corregir esto que la carta se escribió.
Sabemos que la congregación se turbó con las luchas de partido (1ª Corintios 1:12;
3:1-4), que se toleraba la fornicación y aun el incesto (1ª Corintios 5:1-13), que algunos
miembros se metían en litigio en tribunales civiles contra los hermanos (1ª Corintios 6:1-8)
que se ponía en tela de juicio su autoridad apostólica (1ª Corintios 4:1-6, 14-21), que sus
mujeres, contra las reglas prevalecientes de modestia, se entregaban al culto público sin
velarse el rostro (1ª Corintios 9:1-16), que se habían suscitado confusión y celos con
referencia a dones espirituales (1ª Corintios, los Capítulos 12, 13 y 14), que aun algunos
de ellos negaban la resurrección (1ª Corintios 15:12), y que se profanaba la cena del
Señor, convirtiéndola en banquetes (1ª Corintios 11:17-34). Además había recibido carta
de la iglesia pidiendo información referente al matrimonio y el divorcio (1ª Corintios 7:1), y
de comer carne ofrecida a ídolos (1ª Corintios 8:1). Aunque la epístola en que contesta
estas preguntas y corrige estos desórdenes es calmada y serena de tono, no es
concebible que oyera de tal estado de cosas en una iglesia que tanto trabajo y ansiedad
le costara, sin sentir gran dolor y pena. Reprimió tal sentir al escribirles, pero después les
confesó “la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas" (2ª
Corintios 2:4). Fue, pues, con el corazón lleno de angustia con referencia a algunos
resultados de sus labores ya hechas, pero alentado por la puerta grande y eficaz que se
le abría en su campo presente, que mandó a Timoteo y a Erasto con esta epístola,
mientras él permanecía algún tiempo más en Asia.
Versículos 23 – 27. Con la misma pluma con que escribía Pablo a los corintios "se me
ha abierto puerta grande y eficaz", también añadió, "y muchos son los adversarios" (1ª
Corintios 16:8,9), lo que muestra que no pasaba inadvertido el poder del enemigo a quien
gran victoria le ganaba. La idolatría y la superstición habían quedado baldadas en una de
sus plazas fuertes, pero no se podía esperar que fenecieran sin lucha desesperada. Antes
que Pablo pudiese anticiparlo, las potencias de las tinieblas se rehicieron. (23)
“Entonces hubo un alboroto no pequeño acerca del Camino. (24) Porque un platero
llamado Demetrio, el cual hacía de plata templecillos de Diana, daba a los artífices
no poca ganancia; (25) a los cuales, reunidos con los oficiales de semejante oficio,
dijo: Varones, sabéis que de este oficio tenemos ganancias; (26) y véis y oís que
este Pablo no solamente en Éfeso, sino a muchas gentes de casi toda el Asia ha
apartado con persuasión diciendo que no son dioses los que se hacen con las
manos. (27) Y no solamente hay peligro de que este negocio se nos vuelva en
réprobos, sino también que el templo de la gran diosa Diana sea estimado en nada,
y comience a ser destruida su majestad la cual honra toda el Asia y el mundo.” Este
discurso es uno de los más verídicos y cándidos de todos los que se hablaron contra
Pablo por cualquiera de sus contemporáneos. Todos los cargos eran estrictamente
ciertos, y los riesgos que se temían de su influencia se propusieron correctamente. No se
veló siquiera el motivo que el orador llevaba. No sintió vergüenza en reconocer que el
amor al lucro era lo que inspiraba su celo. Al mismo tiempo, él y los artesanos a quienes
se dirigía tenían razón de saber, aun mejor que otros cualesquiera de Éfeso, que los
objetos de plata que labraran y pulían ellos mismos a mano no eran dioses. Se puede
apreciar su alusión al templo al recordar que era una de las siete maravillas del mundo
antiguo y gloria de la ciudad de Éfeso. Media 130 metros de longitud por 26 de ancho.
Todo en rededor de este inmenso espacio había una hilera de columnas blancas de
mármol de 18 metros de altura y a distancia una de otra de 1.20 metros. Eran 120 por
todas y sostenían un cornisamiento de inmensas planchas de mármol que constituían el
techo del peristilo. El interior tenia adorno de pinturas y esculturas obras de los más
famosos artistas de la antigüedad, y el santuario interior tenia la tosca imagen de una
mujer con muchos senos, símbolo de la fecundidad, la que se creía haber caído del cielo
enviada por Júpiter. Dentro del circuito de su magnifica columnata hubieran cabido dos o
tres templos como el de Salomón. No hay maravilla de que se encendiera la ira del
populacho pagano en contra de Pablo, al considerar que por su predicación esta
magnífica estructura cayera en menosprecio.
Plumtree felizmente nos da a saber el proceso por el cual llegó a ruina en largos siglos.
Dice: "El primer golpe verdadero a ese culto tan secular le fue dado en los dos años de la
obra de Pablo de que leemos aquí. Por extraña ironía de la historia, el siguiente golpe a
su magnificencia vino de la mano de Nerón, quien robó este templo como los de Delfos,
Pérgamo y Atenas, sin salvarse siquiera pueblos pequeños, de donde se llevó muchos
tesoros de arte para el adorno de su casa áurea en Roma. Trajano remitió sus puertas
ricamente esculpidas como ofrenda a un templo en Bizancio. Al avanzar la iglesia de
Cristo, declinó su culto. Ministraban sus sacerdotes y sacerdotisas en santuarios
desiertos. Cuando el imperio se hizo cristiano, el templo de Éfeso junto con el de Delfos
dieron materiales para la catedral que Justiniano levantó a la sabiduría divina, la que
ahora es mezquita de Santa Sofía. Los godos asolaron el Asia Menor, y por el año 263 la
saquearon despiadadamente, y esta obra suya se completó más tarde por los turcos".
Versículos 30 y 31. Al oír Pablo que sus dos compañeros habían sido cogidos por la
gleba y arrastrados al teatro, temía fueran despedazados en lugar suyo, y al instante
resolvió que este no habría de pasar. (30) “Y queriendo Pablo salir al pueblo, los
discípulos no lo dejaron. (31) También algunos de los principales de Asia, que eran
sus amigos, enviaron a él rogando que no se presentase en el teatro.” Tiempo
después confesó a sus hermanos en Corinto los sentimientos que lo impulsaban:
"Hermanos, no queremos que ignoréis de nuestra tribulación que nos fue hecha en Asia;
que sobre manera fuimos cargados sobre nuestras fuerzas de tal manera que estuvimos
en duda de la vida. Mas nosotros tuvimos en nosotros mismos respuesta de muerte, para
que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que levanta los muertos; el cual nos
libró, y libra de tanta muerte" (2ª Corintios 1:8-10). Tanto él como sus amigos estaban
plenamente persuadidos de que ir al teatro era muerte segura, y querer salir al pueblo era
resolverse a morir allí. El temor oportuno de sus hermanos y de autoridades amistosas, lo
tuvo él como la mano de Dios que lo libraba "de tanta muerte". La expresión "los
principales asiarcas" en la lengua original, era el título dado a diez hombres de riqueza y
buena reputación que anualmente se escogían para presidir los juegos atléticos de la
provincia. Que Pablo gozara de su amistad indica hasta donde se había conocido su
predicación y su carácter personal entre más encumbrados círculos de la sociedad
pagana de Asia.
Versículos 32 – 34. Tras mostrar qué fue lo que tuvo a Pablo fuera del teatro y le
salvó la vida, Lucas nos transporta en seguida al recinto, para que presenciemos el resto
del proceder de aquella turba. (32) “Y otros gritaban otra cosa, porque la
concurrencia estaba confusa. Y los más no sabían por qué se habían juntado. (33) Y
sacaron de entre la multitud a Alejandro, empujándole los judíos. Entonces
Alejandro, pedido silencio con la mano, quería dar razón al pueblo. Mas como
conocieron que era judío, fue hecha una voz de todos que gritaron casi por dos
horas: ¡Grande es Diana de los efesios!” Buena razón tenían los judíos de temer la ira
del populacho, pues en Éfeso bien sabido era que ellos se oponían a la idolatría tanto
como Pablo, y también que Pablo era judío. Por fidelidad a sus propios principios en
religión deberían sentirse impulsados a defender a Pablo, pero si se hubiese oído la
defensa que deseaban mediante Alejandro, habría sido un esfuerzo para mostrar que
Pablo era renegado de la fe judía y que los judíos no se hacían responsables de lo que él
dijera. Los de mente aguda en aquella multitud luego vieron la treta de los judíos y la
censuraron como se lo merecía ahogando la voz de Alejandro con sus aullidos.
Versículo 1. (1) “Y después que cesó el alboroto, llamando Pablo a los discípulos
habiéndoles exhortado y abrazado, se despidió y partió para ir a Macedonia.” Así
terminó la estancia larga de Pablo en Éfeso. La "puerta grande y eficaz" que se le había
abierto hacia pocas semanas, se cerró repentinamente, y los "muchos adversarios", que,
con el noble propósito de resistirlos, se resolvió a quedarse en Éfeso hasta el Pentecostés
(1ª Corintios 16:8,9), habían triunfado. Mucho había realizado en la ciudad y en la
provincia, pero se había efectuado una tremenda reacción favorable a la secular idolatría,
con amenaza de aplastar los frutos de sus prolongadas y arduas labores. Cuando los
discípulos, a quienes había enseñado y amonestado con lágrimas, tanto en público como
de casa en casa por espacio de tres años (Versículo 31), se reunieron por última vez en
torno suyo, y él salía hacia la gran hornaza de la aflicción, ¿qué lengua podría narrar la
amargura de esta despedida? Todo sombrío detrás de él, todo espantoso delante, al
volver su rostro hacia la playa del mar Egeo donde antes lo habían recibido con azotes y
cárcel. No podemos expresar lo que sintió hasta llegar a Troas para embarcarse para
Macedonia y donde esperaba a Tito con noticias de Corinto. En este punto una expresión
suya revela su pena, reprimido el corazón. Escribe a los de Corinto: "Cuando vine a
Troas para el evangelio de Cristo, aunque me fue abierta puerta por el Señor, no
tuve reposo por no haber hallado a Tito mi hermano; así despidiéndome de ellos,
partí para Macedonia" (2 Corintios 2:12,13). Lo hemos seguido por muchas escenas
descorazonadoras, y todavía lo seguiremos por más, pero solo en esta ocasión lo
hayamos tan cordialmente desalentado por no poder entrar por la puerta abierta para
predicar el evangelio. Había esperado que el peso de la pena que le oprimía sobre sus
fuerzas para soportarla, se alivianara con la benevolencia de Tito, y especialmente por
alguna buena nueva de la iglesia de Corinto tan perturbada pero el dolor de la desilusión
agregó la última gota de amargura que le trituraba, y echó adelante, cegado por las
lágrimas, en la dirección de donde Tito venía. Corazón tan fuerte para soportar, una vez
oprimido así no pudo prontamente recobrar la alegría de antes. Aun después de
interponerse el mar entre él y Éfeso, y hallándose de nuevo con los amados discípulos en
Filipos, se vio obligado a confesar: "Aun cuando venimos a Macedonia, ningún reposo
tuvo nuestra carne; antes en todo fuimos atribulados; de fuera, cuestiones; de dentro
temores" (2ª Corintios 7:5).
Finalmente el tan esperado Tito lo encontró con buenas nuevas de Corinto, y así el
Señor, que nunca se olvidaba de sus siervos en aflicción, trajo alivio al recargado corazón
de Pablo, que pudo cambiar de tono su segunda epístola a los de Corinto y decirles: "Mas
Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no solo con su
venida, sino también con la consolación con que él fue consolado acerca de vosotros,
haciéndonos saber vuestro lloro, vuestro celo por mi, para que así me gozase más" (2ª
Corintios 6:7). Y esto nos muestra que no fue por causa de él, sino por amor a sus hijos
en el evangelio, que había estado tan afligido. Tito le dijo de los buenos efectos de su
epístola anterior; que la mayoría de los de la iglesia se habían arrepentido de sus malas
prácticas, que habían echado fuera al incestuoso (2ª Corintios 2:5-11); y que estaban
preparando su contribución para los santos pobres de Judea (2ª Corintios 9:1,2). Pero no
todas las noticias eran alentadoras. También le notificó que Pablo tenía algunos enemigos
personales en la iglesia, que estaban trabajando por arruinar y romper su autoridad
apostólica (2ª Corintios 10:1; 11:13-15). Con el propósito de contrarrestar las
maquinaciones de estos ministros de Satanás, alentar a los hermanos fieles en su celo
renovado, y presentar a todos las muchas reflexiones conmovedoras que sus sufrimientos
le sugerían, les dirigió otra epístola, llevada por mano de Tito y otros dos hermanos
cuyos nombres no constan (2ª Corintios 3:16-20). Que tenemos razón en lo de la fecha
de esta epístola, se prueba fácilmente, pues Pablo primero se refiere en la epístola a su
llegada reciente a Macedonia. Segundo, escribió de Macedonia cuando se preparaba
para salir a la región de Corinto (2ª Corintios 9:3,4; 12:14; 13:1), lo que no había hecho
antes que esto, sino solo cuando aún no había iglesia en Corinto, y después no lo volvió a
hacer. El tiempo fue el verano del año 56, habiendo escrito la primera epístola desde
Éfeso la primavera anterior.
Ocupado ya en la colecta general entre las iglesias de gentiles para los pobres de Judea,
y conociendo que el cariño tiende a recobrar el afecto ya enajenado, se entregó
asiduamente a esta consideración adicional, según vemos en la siguiente excitativa que
hizo a los corintios. "Porque la suministración de este servicio, no solamente suple lo que
a los santos falta, sino también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; que por la
experiencia de esta suministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al
evangelio de Cristo, y por la bondad de contribuir para ellos y para todos; asimismo por la
oración de ellos a favor nuestro, los cuales os quieren a causa de la inminente gracia de
Dios en vosotros" (2ª Corintios 9:12-14). Tan grande era esta confianza en los buenos
resultados de la empresa que aquí habla como si ya fueran un hecho —como si los judíos
ya estuvieran ofreciendo gracias y plegarias por los gentiles en consideración por su
bondad.
Así sentía Pablo cuando estimulaba la liberalidad de sus hermanos, pero cuando las
colectas ya se hubieran hecho todas, e iba a salir de Corinto para Jerusalén con el dinero,
comenzó a temer que los judíos de Palestina no aceptaran la dádiva, y que por su repulsa
se abriera aún más la escisión que él trataba de cerrar. Esto sabemos por la casi dolorosa
ansiedad con que procuró que los hermanos en Roma rogaran por él que pudiera eludir
esta calamidad. Dice: "Les ruego, empero, hermanos, por el Señor nuestro Jesucristo, y
por la caridad del Espíritu, que me ayudéis con oraciones por mi, a Dios, que sea librado
de los rebeldes que están en Judea, y que la ofrenda de mi servicio a los santos en
Jerusalén sea aceptada; para que con gozo llegue a vosotros por la voluntad de Dios, y
que sea recreado juntamente con vosotros" (Romanos 15:30-32). Si pedía con instancia
las oraciones de la lejana iglesia en Roma, ¿cuánto debe haber solicitado las de esas
iglesias en Acaya y Macedonia, que participaron de inmediato en la empresa? Tenemos
aquí el espectáculo de un hombre visto con sospecha, si no con animadversión positiva
por gran número de los que eran sus hermanos, diera motivo a retirarla del todo los
dadores— y pidiendo luego a los donantes que se le unieran en plegaria persistente que
no la rechazaran. No puede hallarse en la historia humana ejemplo más noble de
beneficencia desinteresada. Proseguir con la empresa, como ya lo veremos, correspondía
a la magnanimidad de sus principios. Más antes de entrar en más consideraciones, hay
que anotar brevemente ciertos hechos conexos.
Para el mismo propósito noble que impulsaba la gran colecta, Pablo escribió durante
sus tres meses en Corinto sus epístolas a los Gálatas y a los Romanos. Hemos
asumido ya esa fecha al referirnos a documentos contemporáneos. La evidencia más
concluyente para darles esa fecha puede expresarse así: en la epístola a Romanos
expresamente dice Pablo que va a partir a Jerusalén con cierta contribución hecha por las
iglesias de Macedonia y Acaya (Capítulo 16:23; comparar con 1ª Corintios 1:14); y Febe
del puerto corintio de Cencreas era portadora de la epístola (1ª Corintios 16:1). La de los
Gálatas contiene una alusión a la primera visita de Pablo a Galacia, en la que da a
entender que les había hecho una segunda visita. Palabras suyas: "Vosotros sabéis que
por flaqueza de la carne os anuncié el evangelio al principio" (Gálatas 4:13). Esto escribió
tras una segunda visita y prueba que no fue mucho después de esa visita. Dice: "Estoy
maravillado de que tan pronto os hayáis traspasado del que os llamó a la gracia de Cristo,
a otro evangelio" (GáIatas 1:6). En Corinto ya, se había ausentado de Galacia solo poco
más de tres años, y este tiempo fue muy breve para tan grande revolución de
sentimientos y de fe que tuvo lugar en esas iglesias. Finalmente, la estrecha
correspondencia en asuntos entre esta epístola y la de Romanos, dedicadas ambas a
presentar la doctrina de justificación por la fe en oposición al plan de salvación por obras
de la ley que propagaban los judaizantes, indica que ambas fueron escritas bajo la misma
condición de los asuntos, esto es, por el mismo tiempo. Como en Romanos habla Pablo
de su inminente partida a Jerusalén, es probable que la de Gálatas la haya escrito poco
tiempo antes. En ambas contendía con argumento y autoridad contra la enseñanza
destructora de los judaizantes, al mismo tiempo que, con acto noble de abnegación,
trataba de ganarles su buena voluntad para si y para los gentiles cuya causa él había
abrazado.
Habiendo remitido estas dos epístolas y allegado en torno suyo a los mensajeros de
las varias iglesias, el apóstol iba a partir a Siria por agua, derrotero más rápido, cuando
supo, como el texto ya citado lo dice, que un complot se formó contra él por los judíos, lo
que le indujo a cambiar su ruta. Tal complot consistió quizá en dar el aviso a facinerosos
que asecharan al grupo en la sierra entre Corinto y Cencreas, para robarles el dinero que
llevaban a Jerusalén. Con el cambio de ruta, pudieron evitar el camino de Cencreas y
burlar a los bandidos. Se hizo necesario un viaje mucho más largo, pero llevó a Pablo una
vez más por el camino de iglesias que de otro modo no habría vuelto a visitar.
Cuando Pablo estuvo antes en Troas, una puerta eficaz le abría el Señor, pero pasó
sin entrar por ella (2ª Corintios 2:12). Ahora por fin se hizo algo de la obra que entonces
se descuidó, pues siete hermanos le precedieron con más de cinco días, y toda la
compañía se quedó allí siete días más. Nueve hombres de esta clase pudieron efectuar
mucho en una población como ésta en el transcurso de dos semanas.
Versículo 7. La estancia de siete días en Troas terminó el día del Señor. (7) “Y el día
primero de la semana, juntos los discípulos a partir el pan, Pablo les enseñaba,
habiendo de partir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la media noche.” Este
trozo muestra que el primer día de la semana era cuando los discípulos rompían el pan, y
también que el propósito primordial de la reunión ese día era observar esta ordenanza. La
predicación de Pablo esa ocasión fue accidental. Al instituirse originalmente la cena del
Señor, nada se dijo de la frecuencia con que se habría de observar. Las palabras del
Señor fueron: "Haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de mí" (1ª Corintios
11:25). Si nada más se hubiera dicho, cada congregación juzgaría de por sí la frecuencia
de observarla. Pero después fueron los apóstoles guiados por el Espíritu Santo en esto,
como lo fueron en otros asuntos que el Señor dejó indefinidos en su enseñanza personal,
y nos guiamos por el ejemplo de ellos. Poco se dice sobre el tema, pero ese poco es
decisivo en favor de la observancia semanal de esta ordenanza. Aquí se la
representa como proporcionando el propósito principal de la reunión el día del Señor, y lo
mismo aparece en la reprensión que les administra a los corintios: "Cuando pues os
juntáis en uno, esto no es comer la cena del Señor; porque cada uno toma antes para
comer su propia cena" (1ª Corintios 11:20,21). Siendo tal el propósito de la reunión el día
del Señor, con la certidumbre con que se reunían cada día del Señor, rompían el pan en
ese día. Por ligera que sea tal evidencia, al tomarse en conexión con la práctica que para
el siglo dos fue universal, y por largo período después, es prueba suficiente para ganarse
el convenio universal entre los sabios bíblicos de que tal fuera la costumbre apostólica, y
como el ejemplo de los apóstoles obrando a impulsos del Espíritu Santo muestra evidente
la voluntad del Señor, la misma debiera ser nuestra costumbre, y todas las excusas que
nuestro ingenio fragüe para rechazar esa costumbre son inválidas. Esta ordenanza es lo
que más nos acerca a los sufrimientos de nuestro Redentor; y si conmemoramos
semanalmente el hecho de que se levantó de nuevo para nuestra justificación, ¿por qué
no habríamos de conmemorar con la misma frecuencia el otro hecho de que murió por
nuestros pecados?
La prolongación extrema del discurso de Pablo en esta ocasión se explica al observar que
había "de partir al día siguiente"; y luego se nos informa que no esperaba ver más a estos
discípulos (Versículo 38). De allí su deseo de darles toda la instrucción y amonestación
que se pudiera mientras estaba con ellos.
Versículos 8 – 10. El largo y solemne discurso fue interrumpido a media noche por un
incidente que produjo gran alarma y confusión en el auditorio. (8) “Y había muchas
lámparas en el aposento alto donde estaban juntos. (9) Y un mancebo llamado
Eutico que estaba sentado en la ventana, tomado de un sueño profundo, como
Pablo disputaba largamente, postrado del sueño cayó del tercer piso abajo, y fue
alzado muerto. (10) Entonces descendió Pablo y derribóse sobre él, y abrazándole,
dijo: No os alborotéis, que su alma está en él.” Muestra este pasaje que la reunión se
tuvo en la noche y en el tercer piso de la casa. Ese tercer piso sugiere menos renta, y
también precaución para evitar la interrupción del culto por la turba pagana de la calle. Si
entre los miembros había esclavos, la reunión nocturna era la única a la que podían
concurrir, y esa hora puede haberse escogido por acomodarse a ellos. Es probable que,
por la presencia de Pablo en el aposento, hubiera mucha gente, y Eutico hubiese tomado
asiento a la ventana para dar lugar a persona de más edad; y que siendo trabajador sin la
costumbre de perder el sueño, aunque tuviera mucho interés, le haya sido imposible
tenerse despierto. Dormirse en un sermón no siempre es pecado. Eutico murió para
cuando lo levantaron, pero al abrazarlo Pablo, la vida le volvió y ese abrazo fue para
volverlo a la vida ya extinguida por la caída. Fue un caso de resurrección como el de la
hija de Jairo (Lucas 8:49-55).
Cuestión de algún interés será si esta partida ocurrió el domingo o el lunes por la mañana.
Los hermanos se reunieron en la primera parte de la noche, pero para ellos ya era el
primer día de la semana. No existe evidencia ninguna de que judíos y gentiles hubieran
adoptado ya la costumbre de contar las horas del día desde la medianoche; en
consecuencia hay que suponer que la noche en cuestión era la que pertenecía al domingo
como entonces se contaba, y según el estilo de hoy, el sábado por la noche. Fue la noche
que siguió al sábado judaico, y el incidente muestra que los de Troas por hábito se
reunían esa noche para romper el pan. Cualquier hora después de ponerse el sol en esa
noche sería domingo según sus cuentas, y después de media noche, hora en que
rompieron el pan esa vez, era domingo como nosotros lo contamos.
Versículo 12. Volviendo al caso de Eutico, Lucas observa luego: (12) “Y llevaron al
mozo vivo, y fueron consolados no poco.” Esto significa que se lo llevaron del lugar de
la reunión. Lo hicieron en la mañana después de la separación de Pablo y sus
acompañantes, entre cuatro y cinco horas después de la caída de la ventana. Habiendo
creído que iban a llevarlo muerto, y que se les haría cargo quizá de su defunción, fue muy
buen consuelo que pudieran ahora llevarlo con un relato que sería de beneplácito para
amigos y vecinos.
Versículo 13. Los hermanos en Troas volvieron a sus hogares, mientras Pablo y sus
compañeros prosiguieron su largo viaje. (13) “Y nosotros subiendo en el navío,
navegamos a Assón, para recibir allí a Pablo; pues así había determinado que debía
él ir por tierra.” Troas y Assón se hallan en puntos opuestos de una península que
termina en el cabo Lectum. La distancia de una ciudad a otra atravesándola es como 27
kilómetros, pero siguiendo la línea de la costa son más de 50. ¿Por qué eligió Pablo,
después de pasar la noche en vela predicando y platicando, todavía abrumar su poder de
resistencia con la caminata de 27 kilómetros? Uno supondría que fuera posible descansar
en el barco en una hamaca. Nada lo puede explicar que no sea una excitación que elude
el descanso sea mental o corporal. Pero en cada ciudad había Pablo recibido en este
viaje advertencias proféticas (Versículo 23) de cadenas y prisiones que le esperaban.
Agitado por el estado crítico de las iglesias en todas partes, se entristeció con las
despedidas que en su camino tenía que dar a cada iglesia, y anhelaba un período de
meditación y plegaria que únicamente en la soledad podía hallar. Rodeado de las escenas
más agitadas de la vida del apóstol, que confirmaba la palabra mediante señales y
maravillas que se seguían, a millares que temblaban, mientras anunciaba con autoridad la
voluntad de Dios, podemos perder la condolencia para con el hombre, por tener
admiración para el apóstol. Pero al contemplarlo en circunstancias como las presentes,
exhausto por la labor insomne de una noche entera, con carga demasiado grave para
llegar a gozar de la sociedad de amigos que congeniaban con él, y aún, con toda su
fatiga, eligiendo la jornada a pie de un día y poder dar rienda suelta hasta saciarse a la
lobreguez que le oprimía, se nos vienen a la mente tanto nuestros propios momentos de
aflicción que sentimos el vínculo humano que liga nuestro corazón al suyo. Ningún
obrero ardiente de la viña del Señor hay que, listo para hundirse a veces baja el
peso de su ansiedad y desengaño, no halle alivio en permitir que el exceso de su
pena se desgaste en el silencio y la soledad. En tales horas nos beneficia caminar con
Pablo desde Troas a Assón, recordando cuánto más han soportado quienes eran
mayores y mejores que nosotros.
Versículo 17. El buque de Pablo estuvo anclado en el puerto de Mileto al menos por
tres o cuatro días, y él se aprovechó de la demora para satisfacer siquiera en parte su
deseo de comunicarse una vez más con los hermanos de Éfeso. (17) “Y enviando desde
Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia.” La distancia era como 40
kilómetros. Podría haber ido a Éfeso en vez de llamar a los ancianos, sino fue por alguna
inseguridad de la partida del barco. Si perdía el viaje en éste, podría fallar en su propósito
de concurrir a la fiesta, mientras que, si los ancianos llegaran después de su partida
únicamente sufrirían el inconveniente de corto viaje.
Versículos 18 – 21. La entrevista que ahora Pablo celebra con estos ancianos puede
considerarse como tipo de todas las que tuvo con los cuerpos diversos de discípulos por
este triste viaje. Comienza su alocución a ellos con un breve repaso de sus labores en su
ciudad. (18) “Y cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo, desde el primer
día que entré en Asia, he estado con vosotros por todo el tiempo, (19) siempre
sirviendo al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas y tentaciones que me
han venido por las asechanzas de los judíos; (20) como nada que fuese útil he
rehuido de anunciaros y enseñaros públicamente y por las casas, (21) testificando a
los judíos y a los gentiles arrepentimiento con Dios y la fe en nuestro Señor
Jesucristo.” Estos ancianos deben haber sido de las primicias de la predicación de
Pablo en Éfeso, pues conocían perfectamente su manera de vida desde el primer día que
puso pié en Asia. Su alusión a su humildad y las lágrimas que le eran características,
muestra la angustia que hemos visto lo acompañó en los procedimientos de los plateros
en chusma, de ningún modo fue el principio de aquel género de experiencia en Éfeso.
También la referencia a las pruebas que le sobrevinieron por las asechanzas de los
judíos, presenta un rasgo nuevo de su experiencia allí, pues el relato de Lucas menciona
solo una indicación de la existencia de tales complots, la tentativa de presentar a
Alejandro ante la chusma en el teatro (Capítulo 19:33,34). Fue la triste experiencia de
Pablo sufrir en toda su carrera más por parte de sus compatriotas que de los gentiles.
Las declaraciones de que no había rehuido anunciar lo que les fuera provechoso y que
enseñaba por las casas lo mismo que públicamente, son a la par dignas de consideración
solemne por parte de los predicadores del siglo presente. La primera presenta a Pablo
en contraste notable con los contemporizadores que tanto abundan en nuestros
púlpitos modernos, que nunca reprenden a nadie sino a control remoto, que de la
corrupción en la iglesia no hablan más que palabras suaves, y cuyo único estudio y
ahínco es la popularidad personal. Tales hombres cuidan de las almas solo mientras
éstas los glorifiquen de algún modo. La fidelidad a su propia exaltación hace un contraste
entre Pablo y otra clase de predicadores modernos que, o descuidan en sus ministerios
de ir de casa en casa, o buscan excusas mezquinas para su descuido; o los que van de
casa en casa, no por enseñar a nadie, sino para gozar de la sociedad y ocuparse en
habladurías. Tomen nota debida todos los tales de que el verdadero método apostólico
de evangelizar una comunidad y de edificar una congregación es hacer la obra fervorosa
de casa en casa a la par que la del púlpito.
El orden que Pablo menciona aquí del arrepentimiento para con Dios y la fe en el Señor
Jesucristo, ha sido ocasión para que algunas mentes se confundan, y ha proporcionado
prueba textual a los que alegan que la conversión del pecador a Cristo precede a la fe.
Cierto es que, antes de la fe en Jesucristo, Pablo predicaba el arrepentimiento para con
Dios como preparación para la fe en Cristo. Juan Bautista preparó al pueblo para el Cristo
predicando el arrepentimiento para con Dios, Jesús hizo otro tanto, y Pablo al dirigirse a
los paganos de Atenas, les presentó al verdadero Dios, luego los llamó a arrepentirse de
su idolatría que deshonraba a Dios, y por fin los introdujo a conocer a Cristo resucitado
(Capítulo 17:29-31). No se presentaron los dos temas en este orden, ya que era imposible
que los hombres creyeran en Cristo antes de arrepentirse ante Dios, pero fue porque, si
se arrepentían para con Dios en quien ya creían, se verían en mejor estado mental para
escuchar el evangelio de Cristo y creer en él. En términos generales, si nos arrepentimos
de pecar a la luz que poseemos, estamos mejor preparados para recibir toda nueva luz
que Dios se sirva darnos, mientras que si fallamos en arrepentirnos de lo primero, con
casi completa seguridad, despreciaremos esto otro. Tal método de predicar la fe y el
arrepentimiento a pecadores de todos los tiempos y países, que algo saben de Dios pero
nada del Cristo, es sin duda el mejor, pero no ha de ser el mejor con pecadores criados
en tierras cristianas que por tradición tienen la misma fe en Cristo que en Dios, y tienen
conciencia de que sus culpas pasadas fueron realmente pecados contra el Cristo. Pero
ese método está muy lejos de sostener la idea de que el arrepentimiento preceda a la fe
en el sentido que comúnmente se da a tal proposición, pues esto haría de exigencia que
los hombres se arrepintieran para con Dios antes de creer en él, para con Cristo antes de
tener fe en él -absurdo evidente.
En las observaciones finales de esta parte del discurso (Versículos 26 y 27), Pablo recurre
a su fidelidad en declararles todo lo que les era útil, y esto lo presenta como prueba de
estar libre de la sangre de todos. "Yo soy limpio de la sangre de todos. Porque no he
rehuido de anunciaros todo el consejo de Dios." Se comprende que un maestro en
religión que, por consideración personal o egoísmo rehuye anunciar todo el consejo de
Dios a los que él enseña, en algún sentido la sangre de los que por su descuido se
pierdan caerá sobre él (Compárese el Capítulo 18:6 con Ezequiel 3:16-21.). Tal es una
responsabilidad indeciblemente espantosa y que nunca debiera perderse de vista.
-La palabra obispo se deriva del término original que aquí se usa ("episcopos"),
pero no es traducción de él. La idea que por lo común se le aplica es totalmente
diferente del significado de la otra. El equivalente exacto de la palabra griega en
nuestra lengua es "sobreveedor", y ésta debiera haberse usado en nuestras
traducciones.
-Para impresionar más hondo a estos hermanos respecto a su responsabilidad, les
recuerda Pablo que por el Espíritu Santo habían sido hechos sobreveedores del
rebaño en Éfeso. Los hizo sobreveedores el Espíritu Santo dándoles idoneidades
espirituales que los hacían elegibles al oficio, y guiando a la iglesia en su elección
de ellos, y así también a los apóstoles al instalarlos. Los exhorta primero a que
miren por sí mismos; segundo, que miren "por el rebaño"; y tercero, que sean
pastores para "apacentar la iglesia", pues tal es el sentido de la palabra
apacentar. Lo primero exigía piedad personal sin la cual la ministración de nadie
tiene valor alguno en la iglesia; lo segundo requería vigilancia tal que nada de la
condición de la iglesia pudiera escaparse a su observación; y lo tercero les
obligaba a hacer por la iglesia todo lo que un pastor hace por su rebaño allá en
oriente.
-Se les advirtió que esta iglesia había sido comprada por Dios con su propia
sangre derramada de lo humano de su Hijo, para que ellos estuvieran dispuestos,
por razón del precio que Dios pagó por ella, a hacer todo sacrificio necesario por
su bien.
-Se les amonestó con dos peligros que la visión profética de Pablo preveía: la
entrada de hombres de afuera a quienes llamó "lobos rapaces" que no
perdonarían al rebaño, y que entre ellos mismos se levantarían facciosos que de al
lado del Señor se llevarían discípulos que los siguieran. Habría sido inútil hablarles
de tales peligros si no hubiese medios de protegerse de ellos; por eso les dijo que
vigilaran. La vigilancia los habilitaría para combatir los primeros síntomas de las
dificultades que vinieran, y para combatirlos mientras fueran leves. El pastor de
una iglesia que no vigila cuando maestros vienen de fuera, y ambiciosos de
dentro de la congregación, literalmente es como el pastor de un ganado que
se duerme hasta que el lobo entra al redil o el rebaño se desparrama.
-En segundo lugar, les dice que recuerden cómo había hecho él en tales casos
mientras estaba con ellos —recordarlo para poder imitarlo— a saber, que no había
"cesado de noche y de día de amonestar con lágrimas". Con tales
amonestaciones al presentarse primero la dificultad dentro o fuera, el rebaño
encomendado a su cuidado se tendría en seguridad. Al dejarles tamaña
responsabilidad, les advierte de la única fuente de valor y fuerza que les bastara,
encomendándola a Dios y su palabra, asegurándoles que ésta tenia poder para
edificarlos y para darles herencia entre los santificados.
-Tras esta bendición que parece les pronunció como despedida, añade aun otra
amonestación que refuerza él tanto por su propio ejemplo como con las palabras
estimadísimas del Señor Jesús. Se refiere a cuidar de los pobres de Dios, y les
recuerda, ancianos como son, que trabajen con sus manos a fin de poder
"sobrellevar a los enfermos". Describió de modo conmovedor y sumamente
gráfico su propio ejemplo con las palabras: "La plata o el oro o el vestido de
nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido
necesario, y a los que están conmigo, estas manos me han servido". Y la
sentencia que cita del Señor Jesús: "Mas bienaventurada cosa es dar que recibir",
es uno de los manjares preciosos de verdad divina, muchos millares de los cuales
cayeron de sus labios sin hallarse anotados en nuestros evangelios tan breves.
Versículos 36 – 38. Alocución tan solemne, tan tierna, tan desgarradora tanto para el
orador como para sus oyentes, solo podía seguirse con propiedad al postrarse todos ante
el trono de la gracia. (36) “Y como hubo dicho estas cosas se puso de rodillas, y oró
con todos ellos. (37) Entonces hubo un gran lloro de todos: y echándose en el
cuello de Pablo, le besaban, (38) doliéndose en gran manera por la palabra que dijo,
que no habrían de ver más su rostro. Y le acompañaron al navío.” No anota Lucas
una palabra de esa plegaria. Hay oraciones que la emoción interrumpe tanto, que tanto
quiebra el llanto, que aunque dejen santa bendición en el alma, no se recuerdan de ellas
las palabras que tengan conexión. Las lágrimas femeniles y de los niños suelen ser
someras, pero cuando hombres maduros como éstos, con cabeza cana, que se han
endurecido a soportar por años el peligro y sufrimiento, se ve que lloran como chicos y
que se echan al cuello uno de otro, no se puede dudar de lo hondo de su pena. Cuando
un hombre del mundo así se ve agobiado con la pena, suele el corazón endurecérsele,
aunque se le parta, pero la pena del hombre de fe es suavizadora y purificante; liga a los
afligidos unos a otros y con Dios, entretanto que se santifica mediante la oración. Es una
tristeza que nos vemos listos a sentir de nuevo y que amamos su recuerdo. La senda de
la iglesia se ve regada de escenas como ésta. Al cruzarse las vías de los peregrinos y los
que por pocos días mezclan sus plegarias, sus cantos de alabanza, sus consejos y sus
lágrimas, la hora de separación suele ser repetición de esta escena en al playa de Mileto.
Las lágrimas y los suspiros del pecho, que hablan de la pena, del amor y la esperanza
que dentro luchan, la mano de despedida, el abrazo de cariño, la bendición de Dios que
se invoca, y el triste retorno a deberes que el alma se siente tan débil para cumplir son
todas cosas familiares para los siervos laborantes de Dios.
Versículos 1 – 3. Prosiguió el barco su viaje costero por las playas de Asia Menor por
poco tiempo, y luego se echó a alta mar. (1) “Y habiendo partido de ellos, navegamos
y vinimos derecho a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. (2) Y hallando
un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos y partimos. (3) Y como avistamos
a Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y vinimos a Tiro: porque
el barco había de descargar allí su carga.” El navegar "camino derecho" de Mileto a la
isla de Cos indica que el primer día hubo un viento favorable. En la ciudad de Rodas, isla
del mismo nombre, echaron ancla para pasar la noche en la bahía, cuya boca se veía
antes adornada de su coloso que era una de las siete maravillas del mundo. Era una
estatua de Helios, en bronce, que medía poco menos de 30 metros de altura. En un
terremoto que ocurrió al año 244 antes de Cristo, fue derribado, pero sus fragmentos aún
eran visibles allí en el tiempo de la visita de Pablo. Pátara, donde cambiaron de barco, se
halla en la costa sur de Licia. El cambio fue porque el nuevo barco iba directamente al
puerto de Tiro, casi en la mera dirección que deseaban tomar, y esto da a entender que el
que dejaron no iba más allá de Pátara, o su rumbo seguía derecho a la vista de la costa
de Asia Menor. Al pasar a vista de Chipre, Pablo debe haber recordado su experiencia
hacía tiempo en la isla cuando Bernabé y él predicaban en su primera gira misionera
(Capítulo 13:4-12). El recorrido del barco de Pátara a Tiro fue de varios días con sus
noches por alta mar, sin echar anclas como lo habían hecho noche tras noche desde
Troas. Tal travesía nunca la hacían los barcos de aquel tiempo, sino cuando podían
esperar gozar de la luz lunar o de las estrellas durante la noche, y éste es detalle singular
que nos ayuda a determinar la fase de la luna durante este recorrido. Pablo salió de
Filipos siete días después de la luna llena, tardó cinco para llegar a Troas, donde demoró
siete (Capítulo 20:6). Esto es diecinueve días después de la luna llena. Saliendo de Troas,
llegó a Mileto en cuatro días, y de Mileto a Pátara hizo otros tres (Capítulo 20:13-15;
21:1). Estos siete días añadidos a los diecinueve, hacen veintiséis, y si tardó tres en
Mileto, la suma hace una lunación, así en la travesía hubo luna llena de vuelta. Cualquier
viajero que haya ido en buque de vela a la luz de la luna en verano por el Mediterráneo,
teniendo mar tranquilo, lo recuerda como una experiencia deleitosa, y esto debe haber
contribuido a calmar el espíritu de Pablo y sus compañeros.
Versículo 4. El tiempo que los marineros emplearon en sacar la carga, y quizás recibir
nueva, fue nueva oportunidad para platicar con los hermanos en la plaza. (4) “Y nos
quedamos allí siete días, hallados los discípulos, los cuales decían a Pablo por el
Espíritu que no subiese a Jerusalén.” La expresión "hallados los discípulos" da a
entender que fueron a buscarlos, y esto se debió a no haber estado Pablo allí después de
fundada la iglesia, que en cuanto a sus compañeros, todos eran extranjeros y por
completo extraños a la ciudad. Pero de cualquier modo una iglesia se fundó en Tiro, y así
se verificó lo que nuestro Señor decía a las ciudades de Galilea: "Si en Tiro y en Sidón
fueran hechas las maravillas que han sido hechas en vosotros, en otro tiempo se
hubieran arrepentido" (Mateo 11:21). No debiéramos entender que las súplicas de estos
hermanos tirios fueran dictadas por el Santo Espíritu, pues tal cosa habría hecho deber de
Pablo cumplir con ellas, y lo hubiera hecho, seguro; pero podemos entender que el
Espíritu reveló a algunos, como lo había hecho en otras ciudades, lo que esperaba a
Pablo en Jerusalén, aunque de sus propios trabucos le rogaban que no fuese allá. Sus
ruegos muestran que, aunque no fueron evangelizados por Pablo, sabían de su obra y
estimaban su valor para la causa de Cristo.
Versículos 5 y 6. Pasados los siete días, inclusive el del Señor como debe ser, en el
que los discípulos se juntaban a romper el pan, otra escena tuvo lugar, de separación
dolorosa como la de Mileto. (5) “Y cumplidos aquellos días, salimos
acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y
puestos de rodillas, oramos. (6) abrazándonos los unos a los otros, subimos al
barco, y ellos volvieron a sus casas.” Aquí la escena de separación fue aún más tierna
que en Mileto; pues los sollozos de mujeres y niños se mezclaban con los de los hombres.
Sin embargo, todo, santificado por la oración, debe haber consolado a cada corazón, y
dejó un recuerdo bendito con los santos de Tiro.
Versículo 7. El resto del viaje por agua fue completo en un día, pues la distancia por
tierra no es más que una jornada. (7) “Y nosotros cumplida la navegación, vinimos de
Tiro a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un
día.” Tolemaida era el nombre en aquel tiempo de la ciudad moderna de Acre. Su nombre
original, Aco, que llevó en la posesión de los cananeos, se cambió a Tolemaida por uno
de los Tolomeos de Egipto por honra propia, pero como ha sucedido con muchas
ciudades de Palestina, cuyos nombres cambiados por conquistadores griegos o romanos,
al desaparecer la potencia que las conquistó, se ha restaurado el nombre original en
forma ligeramente cambiada. Que Pablo haya encontrado hermanos aquí como en Tiro es
prueba de la completa evangelización de esta región. Acre estuvo situada en territorio que
antiguamente ocupó la tribu de Aser, pero en el intervalo que siguió a la cautividad se
había hecho griega.
Versículos 8 y 9. El único día que pasó con los hermanos en Tolemaida fue bastante
para las amonestaciones que dejaba Pablo a todas las iglesias, y para otra dolorosa
despedida. (8) “Y otro día, partidos Pablo y los que con él estábamos, vinimos a
Cesarea: y entrando en casa de Felipe el evangelista, el cual era uno de los siete,
posamos con él. (9) Y éste tenia cuatro hijas doncellas, que profetizaban.” De
Tolemaida el camino lleva a uno rodeando la bahía de Acre, casi en semicírculo, a lo largo
de una playa uniforme, hasta la punta marítima del monte Carmelo, de donde, en línea
recta casi directa al sur por la playa del Mediterráneo, se va hasta Cesarea. La distancia
es como 40 kilómetros y debe haberles tomado buena parte de dos días.
Que se designe a Felipe el evangelista como "uno de los siete", lo identifica con el
Felipe cuyas labores se refieren en el Capítulo 8. Al cerrar ese relato se dice que predicó
en todas las ciudades de Azoto hasta Cesarea (Capítulo 8:39.40), y ahora lo hallamos
residente de esta ciudad. Las cuatro hijas doncellas que tenían el don de profecía habían
sido bien entrenadas sin duda por su piadoso padre, y por lo tanto estaban preparadas en
carácter para la distinción que el Espíritu Santo les confirió. Su casa debe haber sido
amplia, pues dio lugar para hospedar a los nueve que formaban la compañía de Pablo.
Versículos 10 – 14. En el lapso de tiempo que pasaban con la familia de Felipe, se dio
otra advertencia profética, quizá la última que recibió Pablo en este viaje, y motivó una
escena similar a las de Mileto y Tiro. (10) “Y pasando nosotros allí por muchos días,
descendió de Judea un profeta llamado Ágabo: (11) y venido a nosotros tomó el
cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo:
Así atarán los judíos en Jerusalén al varón cuyo es este cinto, y le entregarán en
manos de los gentiles. (12) Lo cual como oímos, le rogamos nosotros y los de aquel
lugar que no subiese a Jerusalén. (13) Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis
llorando y afligiéndome el corazón? porque yo no solo estoy presto a ser atado,
mas aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. (14) Y como no le
pudimos persuadir, desistimos diciendo: Hágase la voluntad del Señor.” Aunque
Lucas presenta a Ágabo como si antes no lo hubiera mencionado, es sin duda el mismo
profeta que en Antioquía predijo el hambre que dio ocasión a la primera misión de Pablo y
Bernabé yendo de Antioquía a Jerusalén (Capítulo 11:27-29). La manera dramática en
que expresó su predicción, imitando a algunos de los profetas del Antiguo Testamento, le
prestó mayor impresión, y las palabras que pronunció dieron a Pablo un concepto más
distinto de la aflicción que le esperaba. Si sus compañeros de viaje habían callado cuando
los hermanos le rogaban que no fuera a Jerusalén, su valor les abandonó ahora y unieron
las súplicas suyas a las de los hermanos en Cesarea. La perspectiva era bastante
angustiosa cuando gozaba de la simpatía muda de sus valientes colaboradores, pero
cuando éstos añadieron el peso de sus ruegos a la pesada carga que ya llevaba, el efecto
fue abrumarle el corazón, aunque la constancia de su propósito no se venció. Lo que
sufriera habría de ser por el nombre de Jesús, porque era por la iglesia que sostenía entre
los hombres el honor de ese nombre, y servir a tan elevado propósito era superior a toda
consideración personal. Hombres de menos fe en la Providencia divina de la que tenían
sus compañeros, al ver que sus ruegos eran en vano, le habrían reprochado su porfía,
pero éstos vieron en la misma fuerza de su propósito la mano guiadora de Dios, y de ahí
provino su exclamación: "Hágase la voluntad del Señor".
Encarcelado en Jerusalén.
Hechos 21:17 - 23:30.
Versículo 17. Ya había llegado la hora que por meses esperó con ansiedad en
plegaria, y Pablo iba a saber si el servicio que traía para Jerusalén era acepto a los santos
(Romanos 15:31). El historiador pudo decir: (17) “Y cuando llegamos a Jerusalén, los
hermanos nos recibieron de buena voluntad.” Si Lucas hubiera dicho algo de la
contribución que Pablo traía, habríamos esperado que expresara cosa más definida
acerca de su recepción de lo que comprende tal observación. Pero, ya que vio propio
omitir toda mención de la empresa, tenemos libertad de colegir de la alegre recepción
dada a los mensajeros, la grata recepción de su dádiva. Estaba cumplido ya el propósito
principal de la visita de Pablo, y de sus oraciones. Habrá hecho con gozo esta parte de la
carrera de su ministerio, y que el Señor lo librara de los desobedientes en Jerusalén era
para él un asunto de importancia menor.
Versículos 18 - 26. Tras la expresión general de que fue recibido con gusto por los
hermanos, Lucas habla más en detalle como sigue: (18) “Y al día siguiente Pablo entró
con nosotros a Santiago, y todos los ancianos se juntaron; (19) a los cuales como
los hubo saludado, contó por menudo lo que Dios había hecho entre los gentiles
por su ministerio. (20) Y ellos como lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya
ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son
celadores de la ley: (21) mas fueron informados acerca de tí, que enseñas a
apartarse de Moisés a todos los judíos que están entre los gentiles, diciéndoles que
no han de circuncidar a los hijos, ni andar según la costumbre. (22) ¿Qué hay
pues? La multitud se reunirá de cierto: porque oirán que has venido. (23) Haz pues
esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen voto sobre sí:
(24) Tomando a éstos contigo, purifícate con ellos, y gasta con ellos, para que
rasuren sus cabezas, y todos entiendan que no hay nada de lo que fueron
informados acerca de tí; sino que tú también andas guardando la ley. (25) Empero,
cuanto a los que de los gentiles han creído, nosotros hemos escrito haberse
acordado que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo que
fuere sacrificado a los ídolos, y de sangre, y de ahogado, y de fornicación. (26)
Entonces Pablo tomó consigo aquellos hombres, y al día siguiente, habiéndose
purificado con ellos, entró en el templo para anunciar el cumplimiento de los días
de la purificación, hasta ser ofrecida ofrenda por cada uno de ellos.”
Versículos 27 - 30. Hasta aquí la recepción que Pablo halló en Jerusalén fue grata, y
según toda previsión humana, era buena la perspectiva que se le presentaba de escapar
de la violencia personal, y así siguió por varios días. (27) “Y cuando estaban por
acabarse los siete días, unos judíos de Asia, como lo vieron en el templo,
alborotaron todo el pueblo y le echaron mano, (28) dando voces: ¡Varones
israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el
pueblo y la ley, y este lugar; y además de esto ha metido gentiles en el templo y ha
contaminado este lugar santo! (29) Porque antes habían vista a Trófimo efesio, el
cual pensaban que Pablo había metido en el templo. (30) Así que toda la ciudad se
alborotó, y se agolpó el pueblo; y tomando a Pablo, le hicieron salir fuera del
templo, y luego las puertas fueron cerradas.” Los "judíos de Asia" que levantaron tal
gritería eran participes de aquellos complots en que Pablo había padecido tanto en Éfeso
(Capítulo 19). Su acusación falsa referente a lo que había enseñado por todas partes era
eso, el informe que había excitado los prejuicios de sus propios hermanos judíos, como lo
dijo Santiago (Versículo 21). No les asistía razón alguna para creer que Pablo hubiera
metido a Trófimo en el templo, pero como reconocieron a Trófimo en su compañía en la
ciudad, se les ocurrió levantar tal acusación como el medio más rápido de excitar el furor
de la multitud. Quizás el éxito que tuvo Demetrio en alborotar la población pagana, con la
grita concerniente al templo de Diana, les sugirió este artificio (Capítulo 19:23-28). La
parte del templo que le acusaban estaba violando era el atrio de los judíos, pues los
gentiles eran admitidos al atrio más exterior; así, al decirse que lo sacaron fuera del
templo, significa que se lo llevaron al atrio de los gentiles. Fuera de este patio, recinto que
abarcaba las catorce hectáreas de terreno, no había lugar en las estrechas calles para
que tamaño populacho se moviera.
Versículos 31 - 34. Por segunda vez en su vida Pablo se vio rescatado de manos de
sus paisanos por un oficial romano. La primera fue en Corinto. (31) “Y procurando ellos
matarle fue dado aviso al tribuno de la compañía, que toda la ciudad de Jerusalén
estaba alborotada; (32) el cual tomando luego soldados y centuriones, corrió a
ellos. Y ellos como vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de herir a Pablo. (33)
Entonces llegando el tribuno, le prendió, y le mandó atar con dos cadenas; y
preguntó quién era y qué había hecho. (34) Y entre la multitud unos gritaban una
cosa, y otros otra: y como no podía entender nada de cierto a causa del alboroto, le
mandó llevar a la fortaleza.” La expresión "tribuno de la compañía", debería ser el
tribuno de la cohorte, pues tal es el significado exacto del original. La legión romana
estaba dividida en cohortes de mil hombres cada una, y el comandante de una cohorte se
llamaba tribuno, jefe de mil, así como el que mandaba cien se le denominaba centurión,
jefe de cien soldados.
-Llevó centuriones, en plural, por supuesto, cada uno acompañado de los soldados
de su mando, lo cual prueba que venía a la cabeza de varios cientos de hombres.
Un número menor podría ser dominado por una chusma furiosa. La expresión
"corrió a ellos" es lenguaje de un testigo ocular, pues la torre Antonia, fortaleza
en que se acuartelaba la guarnición romana, estaba en la esquina noroeste del
patio del templo. Sus cimientos se pusieron en la roca maciza que se yergue
como siete metros encima del nivel del atrio. Un tramo de escalera bajaba del
patio que era aquí la roca natural. De una ojeada vio el tribuno que el que
golpeaban era en cierto modo la ocasión del disturbio, y precipitóse sacando por
conclusión que era algún criminal al que los judíos infligían venganza sumaria, lo
encadenó por seguridad, y preguntó quién era y lo que había hecho, para saber
cómo había de tratarlo. Pero la mayoría de la chusma no sabía quién era ni qué
había hecho, y las respuestas confusas de sus gritos pusieron en claro al tribuno
que tendría que esperar y buscar información de alguna otra manera; por lo que
dio orden de llevarlo a la fortaleza.
Versículos 35 y 36. Puntualmente y con vigor obedecieron los soldados la orden de su
jefe. (35) “Y como llegó a las gradas, aconteció que fue llevado de los soldados a
causa de la violencia del pueblo; (36) porque la multitud del pueblo venia gritando:
Mátalo.” Pablo se hallaba o demasiado aturdido por los golpes, o tan renuente a huir del
enemigo, que no se movía con la rapidez que querían los soldados, así es que dos de
ellos lo levantaron en brazos, o se lo echaron en hombros, y así lo llevaban de prisa.
Como sus perseguidores no pudieron echarle mano, fingieron que aprobaban lo que se le
hacía, gritando: "Mátale".
Aunque Pablo sufría por tantas contusiones, que juntas con su angustia mental,
hubieran impedido a otros en el deseo de declamar, al ver las puertas de la cárcel listas a
separarlo de sus iracundos compatriotas, dejándolos presa de cólera excitada por una
mentira, concibió la idea de tratar de apaciguarlos desde luego. (37) “Y como
comenzaron a meter a Pablo en la fortaleza, dice al tribuno: ¿Me será lícito hablarte
algo? Y él dijo: ¿Sabes griego? (38) ¿No eres tú aquel egipcio que levantaste una
sedición antes de estos días, y sacaste al desierto cuatro mil hombres salteadores?
(39) Entonces dijo Pablo: Yo de cierto soy hombre judío, ciudadano de Tarso,
ciudad no oscura de Cilicia: empero ruégote que me permitas que hable al pueblo.
(40) Y como él se lo permitió, Pablo, estando en pié en las gradas, hizo señal con la
mano al pueblo. Y hecho grande silencio, habló en lengua hebrea, diciendo…” Esta
conversación breve muestra cuánto se había equivocado el tribuno, en la excitación del
momento, con respecto a su preso. El egipcio por quien lo tomó era sin duda el que
Josefo menciona, pero lo representa al frente de 30,000 hombres en vez de 4,000. Fue el
único en quien pudo pensar el tribuno por lo pronto para quien pudieran los judíos sentir
tan violento odio. Cuando supo que Pablo era judío y ciudadano de un lugar como Tarso,
aumentó mucho su asombro por la causa de la agitación, e inmediatamente resolvió que,
al permitirle hablar como lo pedía, podría llegar a saber por lo que dijera cuáles eran los
verdaderos cargos que traían contra él, pues por supuesto esperaba que Pablo les
hablara explícitamente. Al darle el permiso, los soldados lo pusieron de pie, y parece que
le dejaron libre de cadenas, cuando menos en uno de sus brazos, pues "hizo señal con la
mano al pueblo", gesto habitual que usaba, para obtener silencio. Era la misma señal que
en vano había hecho Alejandro en el desorden de Éfeso (Capítulo 19:23). Probable es
que el silencio que se siguió se llame "grande" por lo difícil que era obtenerlo de un
concurso tal. Fue mayor cuando lo oyeron hablar en su lengua nativa (Capítulo 22:2).
Prisión de Pablo por Cinco Años
Hechos 21:17 - 28:31.
Sección I.
-El propósito evidente de esta división del discurso era ganar el favor de los judíos
a una consideración favorable de su causa, mostrándoles que se había vuelto de
la posición de perseguidor como ellos lo eran, a la de creyente y defensor de las
demandas de Jesús, por la evidencia milagrosa del cielo que no se podía entender
mal, y que según todas las máximas de los padres, hacía que llevara a cabo como
deber indispensable todo lo que había efectuado; y al mismo tiempo cumplir el
propósito adicional de dar a sus oyentes evidencias de la resurrección y
glorificación de Jesús, para convencerlos como él estaba convencido. Trataba de
defenderse ganando a sus acusadores a la posición suya.
3. La misión a los gentiles. Hechos 22:17-21.
Versículos 17 - 21. El paso siguiente que dio Pablo fue mostrar que la Autoridad
divina que lo había transformado de perseguidor en defensor del Camino, le había
asignado un campo peculiar de labores que lo distinguía de los otros apóstoles. (17) “Y
me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo, fui arrebatado fuera de
mi. (18) Y le vi que me decía: Date prisa y sal prestamente de Jerusalén; porque no
recibirán tu testimonio de mí. (19) Y yo le dije: Señor, ellos saben que yo encerraba
en cárcel y hería por las sinagogas a los que creían en ti, (20) y cuando se
derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo también estaba presente y consentía
a su muerte, y guardaba las ropas de los que lo mataban. (21) Y me dijo: Ve, porque
Yo te tengo que enviar lejos a los gentiles.” Aquí nos revela Pablo un hecho
interesante que Lucas omitió, que cuando los hermanos lo enviaban de Jerusalén a Tarso
(Capítulo 9:28-30), él no consintió en irse hasta que el Señor se lo ordenó; y que aun con
esa orden, suavemente objetaba al Señor lo de tal orden. Su ruego por quererse quedar
lo basó en que creía que los judíos sabían la parte que tuvo en la muerte de Esteban, y
que dispersó a la iglesia, por lo que era al que le tocaba traerlos a la verdad. Se olvidaba
de la malicia intensa que el sectario siempre siente por aquél a quien quiere poner el
baldón de desertor como traidor a su causa. El que haya presentado tal alegato en
momento en que los judíos urdían complots para matarlo es prueba inmediata de su valor
y disposición para morir, si necesario fuere, en el mismo sitio en que había presenciado la
muerte de Esteban.
Versículos 22 - 24. Los judíos incrédulos para estas fechas ya habían aprendido a
soportar que se predicase a Cristo entre los circuncidados, pero todavía sentían la mayor
aversión a admitir a los incircuncisos a comunión religiosa con judíos. En consecuencia
era la posición de Pablo como apóstol de los gentiles lo que excitaba su feroz animosidad
para con él. Tal chusma lo había oído ya en silencio perfecto vindicarse en su posición de
cristiano, y también por primera vez en la vida el testimonio peculiar de Pablo referente a
la resurrección y glorificación de Jesús. Si en este punto hubiera puesto punto final a su
plática, se hubiera retirado con impresiones favorables; pero al sostener que obedeciendo
a mandato expreso divino, que contrariaba sus propias preferencias, se había ido a los
gentiles, lo que consideraban proceder vergonzoso, y que según suponían, tal cosa
justificaba todas las acusaciones que contra él habían oído, ya no pudieron oírle. (22) “Y
le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz diciendo: Quita de la tierra a
un tal hombre, porque no conviene que viva. (23) Y dando ellos voces, y arrojando
sus ropas y echando polvo al aire, (24) mandó el tribuno que le llevasen a la
fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa
clamaban así contra é1.” No se atrevieron a lanzarle piedras, por no pegar a los
soldados; así desahogaron su rabia como brutos coléricos echando tierra al aire. Qué
habría sido el resto de su discurso sin esta interrupción, solo podemos colegir por lo que
ya se había dicho. Cierto, habría sido aún mayor tentativa de convencer a sus oyentes de
la divina autoridad bajo la cual obraba, pues ninguna justificación buscaba para sí que
comprendiera la de la causa a la cual había entregado su vida. Aunque Lisias el tribuno
entendiese el hebreo, lengua en que Pablo hablaba, o que sus palabras le fuesen
repetidas por intérprete, tuvo por cierto un desengaño en su deseo de saber mediante el
discurso qué cargos hacían los judíos a Pablo. Así inmediatamente resolvió emplear un
método más directo para arrancar a Pablo mismo la deseada información. Era práctica
bastante común entre los empleados provinciales romanos azotar a reos para hacerlos
confesar sus delitos, y especialmente si no había a la mano evidencia alguna de delito.
Versículos 25 - 29. Al ser metido Pablo a la fortaleza, el verdugo que iba a las órdenes
de un centurión, comenzó luego los preparativos para la cruel tortura. (25) “Y como lo
ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar
a un hombre romano sin ser condenado? (26) Y como el centurión oyó esto, fue y
dio aviso al tribuno diciendo: ¿Qué vas a hacer? porque este hombre es romano.
(27) Y viniendo el tribuno, le dijo: Dime, ¿eres tú romano? Y él dijo: Sí. (28) Y
respondió el tribuno: Yo con grande suma alcancé esta ciudadanía. Entonces Pablo
dijo: Pero yo soy de nacimiento. (29) Así que se apartaron de él los que le habían
atormentado: y aún el tribuno también tuvo temor, entendido que era romano, por
haberlo atado.” Antes de aplicar los azotes, se hacia doblar a la víctima hacia adelante
sobre un poste inclinado, al que se le ataba con correas. Esta atadura fue lo que alarmó al
tribuno, y no la encadenada previa. Esta era cosa legal, y Pablo siguió atado (Versículo
30; 26:29). No dio más evidencia Pablo que su palabra de ser ciudadano romano, pero la
manera altiva en que manifestó serlo por nacimiento, mientras Lisias hubo de confesar
haber obtenido tal ciudadanía por soborno, unido esto a la conducta imponente de Pablo
ante la chusma, no dejaba lugar a duda sobre la pretensión suya. Así se le respetó y los
verdugos no esperaron orden para alejarse. Una segunda vez se escapó Pablo así de la
ignominia, y esta vez era de sufrimiento incalculable, con la simple proclamación de su
derecho de ciudadano romano. Esta ciudadanía se obtenía de tres maneras
distintas. Se confería por el senado de Roma por conducta meritoria, se heredaba del
padre que fuera ciudadano, y era derecho natal de quien hubiera nacido en ciudad libre,
es decir, en población que, por servicios especiales al imperio, recibiera premio de
conceder ciudadanía a todo el que naciera dentro de sus límites. Ilegalmente se
conseguía por dinero a falta de méritos. Bien podemos admirar la majestad de la ley que,
en provincia remota y dentro de los muros de una prisión, hacía lanzar al suelo los ya
alzados instrumentos de tortura a la simple declaración: "Soy ciudadano romano".
Versículo 30. El tribuno estaba dispuesto a cumplir con su deber con el preso que de
medio fortuito había venido a parar a sus manos, pero el enigma suyo era saber cuál era
su deber. Había inquirido primero de la turba, luego escuchó el discurso de Pablo;
después había llegado a atreverse a arreglar para azotarlo; y todavía nada sabía más que
al principio de lo que se le acusaba. Resolvió hacer un esfuerzo más. (30) “Y al día
siguiente, queriendo saber de cierto por qué era acusado de los judíos, lo soltó de
las prisiones, y mandó venir a los príncipes de los sacerdotes y a todo el concilio; y
sacando a Pablo, lo presentó delante de ellos.” Esta asamblea se tuvo en el atrio de
los gentiles, si fue en el templo, pues Lisias y sus soldados no habrían sido admitidos al
de los judíos, y esto parece convenir con lo de "sacando (bajando) a Pablo", ya que la
torre Antonia, en que se acuartelaban los soldados, estaba más adentro y arriba que este
patio (Véase lo dicho en Capítulo 21:31-34.).
Versículos 1 y 2, del capítulo 23. Al momento de verse cara a cara el preso y sus
acusadores, el tribuno debe haber sufrido nuevo desengaño, pues en vez de proferir
cargos contra Pablo, pidieron que hablara primero. (1) “Entonces Pablo, poniendo los
ojos en el concilio, dice: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he
conversado delante de Dios hasta el día de hoy. (2) El príncipe de los sacerdotes,
Ananías, mandó entonces a los que estaban delante de él, que le hiriesen en la
boca.” Sin duda el golpe cayó tan pronto como la orden. Ananías fingió considerar un
insulto al concilio que un acusado ante ellos como criminal de la peor calaña, con orgullo
dijera que había vivido con toda buena conciencia delante de Dios. Era mucho más fácil
mandar herirle en la boca que refutarlo. Para nosotros es sumamente creíble el dicho de
Pablo, y la única duda sería si trataba de abarcar con ella el período antes de su
conversión, cuando perseguía a la iglesia, o solo aquella parte que los judíos
condenaban. Cierto, comprendía el segundo período; una declaración después que
ciertamente había pensado muchas veces contra el nombre de Jesús (Capítulo 26:9), da
la probabilidad de haber tenido presente la otra parte de su alusión.
Versículo 11. Si hubiera alguna epístola de por este tiempo de la pluma de Pablo,
probablemente hablara de grande angustia y desaliento, pues tal es el estado mental que
se comprende en la mención del incidente que sigue. (11) “Y la noche siguiente,
presentándosele el Señor, le dijo: Confía, Pablo; como has testificado de mí en
Jerusalén, así es menester testifiques también de mí en Roma.” No se hablan de
parte del Señor palabras de aliento tal sino cuando mucho se necesitan, y por esto se ve
seguro que Pablo se hallaba turbado a lo sumo en el espíritu esa noche. Bien podía
estarlo. Ya le habían sobrevenido las cadenas y la aflicción que por todo el viaje desde
Corinto a Jerusalén se le habían predicho, y no parece que se hubieran de conceder las
fervientes plegarias que él y otros en pro de él habían elevado al Señor, de que fuera
librado de los desobedientes en Jerusalén. Fuera de la prisión no podía esperar otra cosa
que la muerte, y dentro no hallaba campo de servicio. En cualquier dirección que volviese
la vista, su camino estaba rodeado de muros de cárcel o muerte cruenta que arrastraba.
En el momento oportuno fue que le alentó el primer rayo de luz referente a su porvenir, y
aunque fuera imposible por él siquiera conjeturar cómo se realizaría, ya tenía la seguridad
de que, a la manera de Dios mismo y en su tiempo oportuno, se escaparía aún del peligro
presente y predicaría en Roma.
7. Conspiración que se formó y expuso. Hechos23:12-22.
Versículos 12 - 22. A pesar del rayo de esperanza que se dio a Pablo esa noche, a la
mañana siguiente la situación se puso más grave que nunca. (12) “Y venido el día,
algunos de los judíos se juntaron e hicieron voto bajo de maldición, diciendo que ni
comerían ni beberían hasta que hubiesen muerto a Pablo. (13) Y eran más de
cuarenta los que habían hecho esta conjura; (14) los cuales se fueron a los
príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, y dijeron: Nosotros hemos hecho voto
bajo maldición de que no hemos de gustar nada hasta que hayamos muerto a
Pablo. (15) Ahora pues, vosotros con el concilio, requerid al tribuno que le saque
mañana a vosotros como que queréis entender de él alguna cosa más cierta; y
nosotros, antes que él llegue, estaremos aparejados para matarle. (16) Entonces un
hijo de la hermana de Pablo, oyendo las asechanzas, fue y entró en la fortaleza y
dio aviso a Pablo. (17) Y Pablo llamando a uno de los centuriones, dice: Lleva a este
mancebo al tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. (18) El entonces
tomándole, le llevó al tribuno y dijo: El preso Pablo, llamándome, me rogó que
trajese este mancebo, que tiene algo que hablarte. (19) Y el tribuno, tomándole de la
mano y retirándose aparte le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que decirme? (20) Y él
dijo: Los judíos han concertado rogarte que mañana saques a Pablo al concilio,
como que han de inquirir de él alguna cosa más cierta. (21) Mas tú no los creas;
porque más de cuarenta hombres de ellos le acechan, los cuales han hecho voto
bajo maldición, de no comer ni beber hasta que le hayan muerto; y ahora están
apercibidos esperando tu promesa. (22) Entonces el tribuno despidió al mancebo,
mandándole que a nadie dijese que le había dado aviso de esto.”
Versículos 23 - 30. Al recibir tal información, Lisias tuvo al menos tres líneas de táctica
para escoger una. Si hubiera estado dispuesto a dar gusto a los judíos, podría permitir
que dieran remate a su complot sin que sus superiores se dieran cuenta de que había
sido un asesinato. Si hubiera preferido desafiar su potencia y hacer ostentación de la
propia, podía haber enviado a Pablo bajo una guardia tan fuerte y con tales instrucciones
que se produjera la muerte de los conspiradores. O, si deseara simplemente proteger a
Pablo y evitar ofensa para los judíos, y como ellos deben haberlo sabido más tarde,
enviarlo fuera antes que se le presentara la solicitud de hacerlo comparecer. Es reflexión
de su habilidad militar y de su carácter como hombre que escogiera aquel curso que la
justicia y la prudencia dictaban. (23) “Y llamados dos centuriones, mandó que
apercibiesen para la hora tercia de la noche doscientos soldados que fuesen hasta
Cesarea, y setenta de a caballo, y doscientos lanceros; (24) y que aparejasen
cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el procurador.
(25) Y escribió una carta en estos términos: (26) Claudio Lisias al excelentísimo
gobernador Félix: Salud. (27) A este hombre aprehendido de los judíos y que ellos
iban a matar, libré yo acudiendo con la tropa, habiendo entendido que era romano.
(28) Y queriendo saber la causa por qué le acusaban, le llevé al concilio de ellos,
(29) y hallé que le acusaban de cuestiones de la ley de ellos, y que ningún crimen
tenía digno de muerte o prisión. (30) Mas siéndome dado aviso de asechanzas que
le habían aparejado los judíos, luego al punto le he enviado a tí, intimando también
a los acusadores que traten delante de tí lo que tienen contra él.” Exceptuando una
ligera tergiversación en esta carta, no habría nada en todo el proceder de Lisias que fuera
en descrédito. Había obrado como hombre justo y prudente; solo que al informar a su
superior, puso los hechos de modo de acreditarse haberlo rescatado por ser ciudadano
romano, aunque se informó de tal hecho ya cuando iba a azotarlo. Lo de que había
intimado a los acusadores de Pablo que compareciesen ante Félix, si no era
absolutamente cierto al tiempo de escribir la carta, intentaba verificarlo antes que la carta
se leyera; así no llevaba intención de engañar. La carta también revela que, aunque no
entendía la índole de la acusación contra Pablo, ya había comprendido bastante para
saber que no se trataba de una cuestión criminal. Con esta convicción, pronto lo habría
puesto en libertad, si no hubiera el complot de los judíos, y como ellos lo deben haber
sabido más luego, así se propasó la conspiración, con lo que la víctima prometida se les
escapó de las manos. El juicio sano y la prudencia de Lisias se manifestó más en el
hecho de mandar tan fuerte cuerpo de tropa con Pablo y evitar así derramamiento de
sangre, aunque sus movimientos se hubieran descubierto por los judíos, pues la guardia
era demasiado formidable para que una chusma inerme osase atacarla.
Versículo 1. Cuando los judíos de Jerusalén recibieron orden de Lisias para presentar
ante Félix sus acusaciones contra Pablo, aunque con desengaño amargo por el malogro
de su complot, todavía esperaban conseguir su muerte, y sin tardanza siguieron la
prosecución. (1) “Y cinco días después descendió el sumo sacerdote Ananías con
algunos de los ancianos y un cierto Tértulo, orador; y parecieron delante del
gobernador contra Pablo.” Al contar estos días, es muy natural suponer que se
extendieron desde el siguiente a la salida de Pablo de Jerusalén, que fue cuando
recibieron aviso de Lisias, hasta su llegada de Cesarea. Tértulo era romano, como lo
indica su nombre, y lo traían como abogado a sueldo, por tener que comparecer ahora
ante un tribunal romano regular, y habían de tener a alguien familiarizado con los
procedimientos de un tribunal tal.
Versículos. 10 - 21. A Pablo se le exigió ahora, sin previa notificación de los cargos,
sin un momento de premeditación, que hiciese su defensa contra una acusación que, si la
corte la sostenía en juicio, le costaría la vida. Sin un solo testigo que sostuviese sus
declaraciones, podía apoyarse únicamente en la veracidad evidente de por sí de todo
cuanto dijese, pero tenía el sostén de las palabras de Jesús: "Poned pues en vuestros
corazones no pensar antes cómo habéis de responder; porque yo os daré boca y
sabiduría, a la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se os opondrán" (Lucas
21:14,15). En esta seguridad podía apoyarse y se apoyó. (10) “Entonces haciéndole el
gobernador señal que hablase, respondió: Porque sé que muchos años ha eres
gobernador de esta nación, con buen ánimo satisfaré por mí. (11) Porque tú puedes
entender que no hace más de doce días que subí a adorar a Jerusalén; (12) y ni me
hallaron en el templo disputando con ninguno, ni haciendo concurso de multitud, ni
en sinagogas, ni en la ciudad; (13) ni te pueden probar las cosas de que me acusan.
(14) Esto empero te confieso, que conforme a aquel Camino que ellos llaman
herejías, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y
en los profetas están escritas; (15) teniendo esperanza en Dios que ha de haber
resurrección de los muertos, así de justos como de injustos, la cual también ellos
esperan. (16) Y por esto, procuro yo tener siempre conciencia sin remordimiento
acerca de Dios y acerca de los hombres. (17) Mas pasados muchos años, vine a
hacer limosnas a mi nación, y ofrendas, (18) cuando me hallaron purificado en el
templo (no con multitud ni con alboroto) unos judíos de Asia; (19) los cuales
debieran comparecer delante de tí, y acusarme si contra mí tenían algo. (20) 0 digan
éstos mismos si hallaron en mí alguna cosa mal hecha, cuando yo estuve en el
concilio, (21) si no sea que, entre ellos prorrumpí en alta voz: Acerca de la
resurrección de los muertos soy hoy juzgado.” Esta alocución contiene contestación
directa a cada especificación hecha por Tértulo. La declaración de que solo hacía doce
días que había llegado a Jerusalén, contesta el cargo de agitar una sedición, al menos en
esa ciudad, pues como estaba ausente de allí, hacía solo cinco días y preso uno, dejaba
seis días que no bastaban para levantar semejante movimiento. Además, no se había
ocupado en disputar con nadie, ni en el templo, ni en sinagogas, ni en parte alguna de la
ciudad. En cuanto a ser príncipe de la secta de los nazarenos, sin aludir al titulo que le
prodigan, admite que pertenece a la llamada secta, aunque cree todo lo de la ley y los
profetas, espera la resurrección de los muertos y lleva buena vida en conciencia.
Finalmente, lo dicho de hallarse en el templo ciertos judíos de Asia, cuando estaba
purificado como lo exige la ley, y ocupado en limosnas y ofrendas en el templo, refutaba el
cargo de profanar el lugar, que ahora cambiaron en tentar a profanarlo (Versículo 6). En
conclusión, anota el hecho significativo de que los que primero echaron mano de él,
únicos testigos personales de lo que él hizo en el templo, no se hallaban presentes para el
caso. Luego llama a Ananías y los ancianos, que presenciaron lo que ocurrió en el
Sanedrín, para testificar algo malo que allí hiciera, si no fuera la referencia que pronunció
él de ser fariseo, cosa que metió a Ananías y sus amigos en feroz rencilla con el resto de
los ancianos. Hacía esta última referencia, no por ser consciente de mal en el asunto, sino
por provocar a sus acusadores saduceos, y mostrar a Félix que les impulsaba en su
contra el celo de partido.
3. Prosigue el caso. Hechos 24:22-23.
Versículos. 22 y 23. Como la defensa de Pablo no consistió más que en sus propias
declaraciones, sin duda fue sorpresa para él y para sus acusadores que virtualmente Félix
decidiera en favor de él. (22) “Entonces Félix, oídas estas cosas, estando bien
informado de esta secta (Camino), les puso dilación diciendo: Cuando descendiere
el tribuno Lisias acabaré de conocer de vuestro negocio. (23) Y mandó al centurión
que Pablo fuese guardado y aliviado de las prisiones; y que no vedase a ninguno de
sus familiares servirle y venir a él.” Tal decisión se atribuye a que estaba bien
informado del Camino, por lo que se ha de entender, no que hubiese obtenido de lo dicho
por Pablo tal información, pues esta era muy exigua, sino que Félix ya tenia conocimiento
más exacto para dejarse engañar por las representaciones de los saduceos. Habiendo ya
vivido en Judea seis años más, se vio obligado a familiarizarse, quisiera o no, con los
partidos religiosos que dividían a sus gobernados, y sabía bien las querellas que había
entre ellos. La razón que dió para demorar la decisión del caso no fue más que
subterfugio, como debe haber sido evidente de los saduceos. El encierro de Pablo debe
haber sido ya lo menos molesto para que se compadeciese de su seguridad.
Versículo 24. La libertad que Pablo tenia ya para recibir a sus amigos no solo le dejó
el goce de las visitas fraternales de Felipe y los demás hermanos residentes en Cesarea,
sino que le dio oportunidad de predicar el evangelio a cualquier incrédulo que se pudiera
inducir a oírlo. Pueda haber sido su actividad en esta obra lo que produjo el incidente que
enseguida se refiere. (24) “Y algunos días después, viniendo Félix con Drusila su
mujer, la cual era judía, llamó a Pablo y oyó de la fe que es en Jesucristo.” La
palabra "viniendo" indica, o que había estado ausente de la ciudad y volvió, o que vino
de su domicilio usual a algún apartamento del pretorio herodiano donde se guardaba a
Pablo. Por Josefo sabemos que Drusila era hija de Herodes Agripa, el que asesinó a
Santiago apóstol y luego pereció miserablemente (Capítulos 12:1,2, 20-23). Cuando esto
pasó no tenia ella más de seis años de edad, el año 44 de nuestra era, y lo de su
aparición actual fue en el 58, al cumplir ella los 20. Había sido dada en matrimonio muy
joven a Aziz, rey de Emesa, pero habiéndola visto Félix, y enamorándose de su belleza,
mediante las intrigas de un hechicero llamado Simón, la indujo a que abandonara a su
esposo y se viniera con él, por lo que ahora estaba viviendo en adulterio flagrante con
Félix. Con referencia a éste, Tácito, uno de los historiadores romanos más juiciosos y de
criterio limpio, nos asegura que "con todo género de crueldad y lujuria, ejercía la autoridad
de rey con el genio de un esclavo". Él y su hermano Palas habían sido en realidad
esclavos de la familia de Agripina, la madre del emperador Claudio, y por éste fue enviado
desde el puesto de esclavo a ocupar el de gobernador de una provincia.
Versículo 25. Al ser llamado para hablar acerca de la fe en Cristo, Pablo tenía libertad
de escoger por sí mismo el tópico especial de que tratar, y esto hacía con referencia
directa a las necesidades espirituales de sus oyentes. (25) “Y disertando él de la
justicia y de la continencia y del juicio venidero, espantado Félix, respondió: Ahora
vete; mas teniendo oportunidad te llamaré.” Nada podía ser más terrorífico que hablar
de la justicia a un hombre de tamaña iniquidad, de la continencia en todo al de
concupiscencia desenfrenada, o insistir en lo que sobre esto se dijera revelando el juicio
venidero. Adoptamos aquí las palabras candentes de Farrar: "Al echar mirada
retrospectiva a su pasado manchado y culpable, tuvo miedo. Había sido esclavo en el
puesto más vil de todos. Había sido oficial de aquellos auxiliares que eran de lo peor de
todas las tropas. Qué secretos de lujuria y de sangre yacían ocultos en su vida juvenil no
sabemos, pero el testimonio amplio indisputable, judío y pagano, sagrado y secular, nos
revela lo que había sido —cuán voraz, cuán salvaje, traiciones cuántas, injusto hasta
dónde, empapado en sangre de asesinato en privado y matanza pública— durante ocho
años que había durado en el gobierno, primero en Samaria, luego en toda Palestina.
Pisadas lo seguían; comenzó a sentir como si la tierra fuese hecha de vidrio" (Vida de
Pablo, Página 550). El terror que le sobrecogió era el principio necesario para un cambio de
vida, pero la lujuria y la ambición sofocaron las llamas que brotaban de la conciencia, e
hizo la excusa común de los pecadores alarmados aunque sin arrepentimiento para
libertarse de su tan fiel amonestador. La oportunidad a la que difirió el asunto jamás llegó,
no podía llegar, pues ¿cómo podía jamás convenir al hombre dejar a una mujer hermosa
en la vida de pecado, y radicalmente revolucionar el curso entero de su vida anterior? Tal
cambio se ha de hacer con sacrificio de mucha conveniencia y mucho orgullo por parte de
todo malvado que lo emprenda. No se nos dice cómo se afectó Drusila; apenas será
posible que ella estuviera más serena que el encallecido Félix.
Versículos 26 y 27. Félix mantuvo hasta el fin el carácter con que lo pinta Tácito. (26)
“Esperando también con esto que de parte de Pablo le serían dados dineros porque
le soltase; por lo cual, haciéndole venir muchas veces, hablaba con él. (27) Mas al
cabo de dos años recibió Félix por sucesor a Festo; y queriendo Félix ganar la
gracia de los judíos, dejó preso a Pablo.” Como supo incidentalmente, por el discurso
de Pablo en el juicio, que había ido a Jerusalén a llevar limosnas de lejanas iglesias, y
conociendo además la liberalidad general mutua de los discípulos en las aflicciones, no
dudaba que Pablo pudiese colectar una buena suma para obtener su libertad de la
prisión, y que esto vendría con la mera sugestión de que seria acepta. No hay que dudar
que si Pablo hubiese juzgado justo obtener la libertad de este modo, el dinero pronto se
hubiera conseguido, pues ¿qué no hubieran dado sus hermanos por relevarlo de tal
ignominia de la prisión y ponerlo en libertad para sus actividades apostólicas? Pero dar
cohecho es el escalón de ignominia que sigue a recibirlo, y Pablo no podía hacerse
participe de crimen tal.
Versículo 9. Como los acusadores no pudieron probar sus cargos (Versículo 7), y el
prisionero no confesaba culpa de ninguna, debería haber sido libertado
incondicionalmente, pero Festo tenía su deseo de ganar popularidad. (9) “Mas Festo,
queriendo congraciarse con los judíos, respondiendo a Pablo dijo: ¿Quieres subir a
Jerusalén y allá ser juzgado de estas cosas delante de mi?” Como Cesarea era la
sede del gobierno para la provincia, no había derecho de ordenar en otra parte el juicio de
un ciudadano; de ahí se originó la pregunta de si Pablo estaba dispuesto a ser juzgado en
Jerusalén. Probable es que nada supiera Festo del complot que se menciona en el
Versículo 3, pero debe haber conocido que la petición de los judíos de llevar a Pablo a
juicio en Jerusalén era impulsada de algún motivo siniestro, y debiera haberla rechazado
sin vacilar.
Versículo 13. Costumbre entre príncipes de dar felicitación a los de igual rango que
se acaban de nombrar sobre provincias vecinas fue lo que condujo al incidente de lo que
sigue de Pablo que luego se registra. (13) “Y pasados algunos días, el rey Agripa y
Berenice vinieron a saludar a Festo.” Este Agripa era el único hijo del Herodes que
asesinó al apóstol Santiago (Capítulo 12:1-2). Cuando su padre murió, tenía solo
diecisiete años de edad, y teniéndose por demasiado joven para el gobierno de los
dominios del padre, el emperador lo hizo rey de Calcis, un distrito pequeño al oriente del
Jordán. Tenía ahora treinta y un años. Berenice era su hermana, y como la más joven,
Drusila, era notable por su belleza. Había sido esposa de su propio tío, rey de Calcis
antes que Agripa, pero era viuda ahora y vivía con su hermano.
Versículos 14 - 21. Festo sabía que los cargos contra Pablo se referían a la ley judía,
pero estaba muy a ciegas aún en cuanto a su índole verdadera; y como se veía en la
necesidad de enviar al emperador un informe de ellos, resolvió buscar luz apelando al
conocimiento más íntimo que tenía Agripa de las cuestiones judías. (14) “Y como
estuvieron allí muchos días, Festo declaró la causa de Pablo al rey, diciendo: Un
hombre ha sido dejado preso por Félix, (15) sobre el cual, cuando fui a Jerusalén,
vinieron a mí los príncipes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo
condenación contra él: (16) a los cuales respondí no ser costumbre de los romanos
dar alguno a la muerte antes que el que es acusado tenga presentes sus
acusadores, y haya de defenderse de la acusación. (17) Así que habiendo venido
ellos juntos acá, sin ninguna dilación, al día siguiente, sentado en el tribunal,
mandé traer al hombre; (18) y estando presentes los acusadores, ningún cargo
produjeron de los que yo sospechaba: (19) solamente tenían contra él ciertas
cuestiones de su superstición, y de un cierto Jesús, el cual Pablo afirmaba que
estaba vivo. (20) Y yo, dudando en cuestión semejante, dije si quería ir a Jerusalén
y allá ser juzgado de estas cosas. (21) Mas apelando Pablo a ser guardado al
conocimiento de Augusto, mandé que le guardasen hasta que le enviara a César.”
De esta explicación sabemos el concepto que Festo se había formado hasta allí del caso
de Pablo. Había descubierto que Pablo sostenía que culto y honores divinos se debían a
Jesús, difunto; y como esto para la mente de un griego o un romano no era más que la
superstición del culto a un demonio, como llamaban a todo muerto, así se refirió a ello.
Suponía que los judíos, como otras naciones acostumbraban tal culto y que en
consecuencia la disputa entre ellos y Pablo era cuestión de si habían de tributar a Jesús
culto en común con otros muertos. Su ignorancia acerca de las ideas religiosas de los
judíos, y todavía lo más sorprendente con referencia a Jesús, a quien llamó "un cierto
Jesús", como si jamás hubiera oído de él, muestra que, como la mayoría de los políticos
del día, lo mismo que hoy, no estudiaban las cuestiones religiosas. Agripa debe haberse
sonreído de tal ignorancia.
Versículo 22. Puede haber sido ésta la primera vez que Agripa oyó hablar de Jesús.
Hijo del Herodes que trató de acabar con la fe cristiana matando al apóstol Santiago y
encarcelando a Pedro con propósito de darle muerte, sobrino del Herodes que había
muerto a Juan Bautista y burlándose de Jesús el día de su crucifixión, tátara nieto del que
hizo la tentativa de destruir a Jesús en su cuna de Belén, los nombres de Jesús y sus
apóstoles habían sido palabras caseras por generaciones en su familia. Sin duda Pablo le
era menos familiar que los de los apóstoles originales, pero no podría decirse que no
sabía de él. No se hubiera dignado, como tampoco ninguno de sus antepasados, visitar
una congregación con objeto de oír a un apóstol, pero en lo privado de un pretorio en el
que Pablo era prisionero, podía dar gusto a su curiosidad de oírlo, al tiempo que daba
algún servicio a Festo. (22) “Entonces Agripa dijo a Festo: Yo también quisiera oír a
ese hombre. Y él dijo: Mañana le oirás.” Agradó a Festo tal propuesta, por la
información que esperaba obtener, y también quizá porque proveía otro día de agasajo a
sus reales huéspedes.
Versículo 23.Sin intención de hacer a Pablo honor, sino más para agasajar a
huéspedes de alcurnia, Festo hizo provisión en favor de Pablo del auditorio más magnífico
desde un punto mundano, que jamás se le había permitido arengar. (23) “Y al otro día,
viniendo Agripa y Berenice con mucho aparato, y entrando en la audiencia con los
tribunos y principales hombres de la ciudad, por mandato de Festo, fue traído
Pablo.” Si el empleado que fue enviado por Pablo le hubiera dicho que el rey Agripa
mandaba sacarlo para decapitarlo, como su padre lo había hecho con Santiago,
probablemente se habría sorprendido menos. ¿Pero quién puede imaginarse su asombro
cuando se le informó que este vástago de la familia de Herodes deseaba oírlo predicar?
¿Podría ser cierto que la sima entre Cristo y esta familia, la más sanguinaria de todas las
que se le habían opuesto desde el principio, se habría de salvar para dar paso a uno de
ellos, un rey, que de veras quería oír el evangelio? Tal pregunta puede haber cruzado por
la mente de Pablo mientras de prisa hacía preparativos para comparecer ante el
esplendor público que le esperaba. La simple posibilidad de ganarse a Herodes para la
causa de Cristo debe haber emocionado su alma conmoviéndole para hacer empuje digno
de ocasión de tales auspicios. Casi comenzó a sentirse bien recompensado de los dos
años de cárcel por el privilegio que se le daba. Por primera, y quizá última vez, se vio cara
a cara un apóstol con un Herodes, a no ser que Santiago haya tenido ese privilegio antes
de ser degollado.
Versículos 1 - 3. Al tomar su asiento Festo, Agripa asumió control del proceso. (1)
“Entonces Agripa dijo a Pablo: Se te permite hablar por tí mismo. Pablo entonces,
extendiendo la mano comenzó a responder de si, diciendo: (2) Acerca de todas las
cosas de que soy acusado por los judíos, oh Rey Agripa, me tengo por dichoso de
que haya hoy de defenderme delante de tí; (3) mayormente sabiendo tú todas las
costumbres y cuestiones que hay entre los judíos; por lo cual, te ruego que me
oigas con paciencia.” Fue expresión sincera de su dicha en aquella ocasión, y esto era
por una razón que no habría sido cuerdo para él expresarla —la esperanza de ganar para
Jesús al joven rey: y también por la razón especial de tener oportunidad de hablar ahora
ante alguien que, distinto de Lisias, Félix y Festo, estaba familiarizado con las cuestiones
y costumbres judías y podía entender el caso. Había sido criado Agripa en la fe judía, y
por esta razón el emperador le había confiado la supervisión de los asuntos religiosos en
Jerusalén, mientras Judea se hallara bajo procuradores romanos.
Versículos 4 - 8. Tras el exordio procedió a declarar que había sido criado como
fariseo y que todavía se adhería a la esperanza peculiar de ese partido. (4) “Mi vida
pues desde la mocedad, la cual desde el principio fue en mi nación, en Jerusalén,
todos los judíos la saben: (5) los cuales tienen ya conocido que yo desde el
principio, si quieren testificar, conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión
he vivido fariseo. (6) Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a
nuestros padres, soy llamado en juicio; (7) a la cual promesa nuestras doce tribus,
sirviendo constantemente de día y noche, esperan que han de llegar. Por lo cual, oh
Rey Agripa, soy acusado de los judíos, (8) iQué! ¿Júzgase cosa increíble entre
vosotros que Dios resucite los muertos?” No era defenderse de ningún cargo el objeto
que llevaba con estas declaraciones, pues ninguno de los cargos que se habían proferido
se contestó. Fue despertar en el corazón del rey una fibra de simpatía para con él, y así
abrir camino para impresiones más serias que deseaba hacer. Con este objeto también
dio énfasis al hecho de haber pasado su juventud entre su propia nación en Jerusalén,
pues, si entre extraños la hubiera empleado habría sido indiferente a las esperanzas e
intereses judaicos. La afirmación de ser llamado a juicio por la esperanza de la
resurrección se ha de entender principalmente por predicar él la resurrección, y predicarla
por Jesús resucitado. Al demandar: "¿Júzgase cosa increíble entre vosotros que Dios
resucite los muertos"? se vuelve de Agripa, a quien se dirigía antes exclusivamente,
como lo muestra el pronombre plural "vosotros" al resto de la asamblea. Festo inclusive,
no creyente en la resurrección. El objeto de tal demanda fue retarlos a que produjeran de
la mente una razón para la incredulidad. Calculaba afianzar el influjo que hubiera logrado
sobre Agripa por sus dos observaciones anteriores.
Versículos 9 - 11. En la siguiente división del discurso, Pablo hace otra tentativa más
evidente para ganarse la simpatía del rey. (9) “Yo ciertamente había pensado deber
hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús; (10) lo cual también hice en
Jerusalén, y yo encerré en cárceles a muchos de los santos, recibida potestad de
los príncipes de los sacerdotes; y cuando eran matados, yo dí mi voto. (11) Y
muchas veces castigándolos por todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y
enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extrañas.”
Este breve repaso de su carrera de perseguidor, el que breve como es, añade nuevos
datos de información a los que Lucas da (Capítulos 8:1-3. 9:1,2); debe haber hecho que
Agripa se dijese a sí mismo: " iVaya! este hombre en un tiempo estuvo del mismo lado
que mi familia, y mostró el mismo celo por suprimir a la causa del Nazareno que mi padre,
mi tío y mi abuelo". Tal era el efecto que quería que hiciera, y también en el asombrado
joven suscitara la pregunta: "¿Cómo es posible que este perseguidor experimentara tan
grande cambio?"
Versículos 19 y 20. Ya que el orador recibió su comisión, le dice luego al rey cómo la
cumplió. (19) “Por lo cual, oh Rey Agripa, no fuí rebelde a la visión celestial, (20)
antes anuncié primeramente a los que están en Damasco y Jerusalén y por toda la
tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios
haciendo obras dignas de arrepentimiento.” ¿No respondió el rey en su interior?
"Tienes razón, Pablo; si viste lo que dices, te asiste la razón en obedecer a la célica
visión."
Versículos 21 - 23. Para probar aún más que sus enemigos iban errados, procede a
decir en qué modo obraban. (21) “Por causa de esto los judíos, tomándome en el
templo, tentaron matarme. (22) Mas ayudado del auxilio de Dios, persevero hasta el
día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de
las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de venir: (23) que Cristo
había de padecer y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar
luz al pueblo y a los gentiles.” Si Pablo no era insincero en estos asertos de lo que
había hecho y enseñado, no tenia más alternativa Agripa que reconocer que los judíos lo
habían tratado con injusticia; y por cierto no podía ver fundamento alguno para dudar de
la sinceridad de Pablo. En añadidura, afirmando que nada enseñaba contrario a la ley y a
los profetas, Pablo con mucho ingenio entretejió en su argumento el aserto de que el
rasgo esencial de su predicación, a saber, la resurrección del Cristo de entre los muertos,
era asunto de predicación inspirada. Por cierto muestra que conforme a la profecía, con
su resurrección el Cristo habría de arrojar un fanal de luz clara inequívoca sobre la
esperanza misma de resurrección que había sido la gloria de Israel, especialmente de los
fariseos. Todo esto dijo con el fin de impresionar hondo la mente del rey.
Versículo 24. En este punto del discurso, Pablo se vio interrumpido por Festo. A los
oídos de este descarriado pagano, el discurso era cosa muy extraña. Le presentaba a uno
que desde su juventud había vivido en una fe cuyo artículo principal era la resurrección de
los muertos; que en un tiempo persiguió a muerte a sus amigos de hoy, pero que había
recibido una visión del cielo; y que desde el momento de ese cambio había soportado
azotes, cárceles y riesgo constante de muerte en sus esfuerzos por inspirar a otros con su
propia esperanza de resurrección. No podía reconciliar carrera tal, de parte de un hombre
de grande erudición y talento, con aquellas máximas de holgura o de ambición que él
consideraba la suprema regla de la vida. En añadidura, veía que este hombre extraño, al
pedírsele que contestara las acusaciones de sus enemigos, parecía olvidarse de sí mismo
en su celo por convertir a sus jueces. Tanto el pasado como el presente de su carrera
había sido una magnanimidad que se elevaba muy por encima de la comprensión. (24)
“Diciendo él estas cosas en su defensa, Festo a gran voz dijo: Estás loco, Pablo;
las muchas letras te vuelven loco.”
Versículo 25. Por el tono de la voz y la manera de Festo, así como por la admisión de
su gran erudición, Pablo vio que su cargo de estar loco no era por insultarlo, sino más
bien era la explosión repentina de un cerebro excitado y perplejo; así su respuesta fue
respetuosa y hasta cortés. (25) “Mas él dijo: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino
que hablo palabras de verdad y de templanza.” Tal respuesta es la única observación
de todo el discurso que se dirigió expresamente a Festo. Ya sabía Pablo de antemano, y
el cargo de locura fue prueba adicional de ello, que Festo se hallaba fuera del alcance del
evangelio; por esto parece que Pablo nunca pensó en él mientras trató de alcanzar al rey
Agripa.
Versículo 28. Con pericia sin igual había hecho el apóstol que sus evidencias fuesen
al blanco de su principal oyente, y con la osadía que solo los oradores que van resueltos
al triunfo pueden sentir, hizo presión tan inesperadamente que tanto el rey como Festo lo
sorprendieron dando libre expresión a su pensar. (28) “Entonces Agripa dijo a Pablo:
Por poco me persuades a ser cristiano.” Este dicho "con poca persuasión" prueba
que Agripa se dio cuenta clara de la mira del apóstol. A su crédito hay que no se haya
ofendido por tentativa tan evidente de esa clase. Claro que lo metió en un compromiso,
pero aunque se le haya volteado en forma tan fría, es evidente que tuvo para Pablo un
respeto muy superior al que ninguno de sus ancestros tuviera para un apóstol. Para la
causa del evangelio esto fue un gran triunfo, pues mostró que por el paciente aguante en
la persecución y la presión continuada de lo que el evangelio reclama de los hombres, las
últimas generaciones de sus más enconados enemigos se han visto dispuestos a
prestarle oídos con respeto.
Versículos 30 - 32. El corazón que late bajo un manto real va profundamente absorto
en cuidados mundanales para poder con frecuencia o seriamente ocuparse en lo que le
exige la religión de Jesús. Un cristianismo corrupto, que zafa sus demandas para plegarse
al rango de sus oyentes, es acepto a los grandes de las naciones, ayuda a calmar una
conciencia dolorida, y con frecuencia es útil para controlar a las masas ignaras; pero los
de rango y poder rara vez se disponen a ser por completo lo que el apóstol Pablo era.
Vuelven la espalda a la estrecha presión de la verdad, como lo hizo aquel regio oidor de
Pablo. (30) “Y como hubo dicho estas cosas, se levantó el rey y el presidente y
Berenice, y los que se habían sentado con ellos; (31) y como se retiraron aparte,
hablaban los unos a los otros, diciendo: Ninguna cosa digna de muerte ni de
prisión hace este hombre. (32) Y Agripa dijo a Festo: Podría este hombre ser suelto,
si no hubiera apelado a César.” La decisión de los que no habían visto a Pablo antes,
de que no era digno de muerte ni de prisión, se basó no más que en el discurso que
habían oído, pero en ése no hubo tentativa de hacer cargos ni de dar contestación formal
a ellos. Luego la decisión fue evidentemente resultado del tono de la honradez y
sinceridad que alentó al discurso entero, y no se habría podido fingir para engañar a
hombres de experiencia mundana. Al coincidir Agripa con los demás, Festo se vio
obligado a lamentar no haber suelto a Pablo antes de que éste hubiera apelado a César,
pues ahora se hallaba precisamente en el mismo predicamento que cuando primero
expuso el caso a la audiencia. Se vio en la penosa necesidad de enviar al emperador un
preso de quien no podía explicar por escrito los cargos que le hacían, y que se veía
estrechado a decir que nada había hecho para merecer que se le enviara. El hecho de
haber enviado tal escrito ("elogium" se llamaba oficialmente) debe haber tenido mucho
que ver con lo leve de la prisión de Pablo una vez que le llegó a Roma (Capítulo
28:16,30,31), y la libertad que después obtuvo.
-La compañía (cohorte) Augusta, de la que Julio era centurión, así se llamó en
honor del emperador. Como la nave de Adramicio, ciudad en la costa occidental
de Misia, iba rumbo a casa, no se esperaba que llevara soldados y prisioneros
hasta Roma. Partió el centurión con esperanza, que después se realizó, de dar
con un bajel que se hiciera a la vela para Italia, al que pudiera transferir presos y
soldados.
Versículo 3. El relato de Lucas acerca del viaje en que Pablo y sus compañeros iban
ahora en barco es la única narración de esta clase en la Biblia, y de principio a fin está
lleno de interés. (3) “Y otro día llegaron a Sidón; y Julio, tratando a Pablo con
humanidad, le permitió que fuese a los amigos para ser de ellos asistido.” Los
amigos que hallaron en Sidón sin duda eran hermanos en Cristo, y de aquí inferimos que
Sidón, así como Tiro, ya había recibido el evangelio (como parece en Capítulo 21:3-6). En
esta ciudad Pablo había demorado una semana en su triste viaje a Jerusalén, y en
aquella ahora, de paso a Roma, es alentado por la hospitalidad que allí le brindaban. Que
haya necesitado asistencia el día de emprender el viaje se explica mejor suponiendo que
se haya mareado, si prevaleció el viento de lado (Versículo 4) que hacia al barco mecerse
lo que le causara mareo. Unas cuantas horas en tierra le daría alivio, aunque fuera
temporal.
Versículo 13. El puerto llamado Buenos Puertos estaba al lado oriental del cabo
Matala, el que habrían de doblar los marineros para llegar a Fenice, y tal podrán hacer
afrontando viento del oeste o noroeste; así es que esperaban que cambiara. (13) “Y
soplando el austro, pareciéndoles que tenían lo que deseaban, alzando velas iban
cerca de la costa de Creta.” Lo que se dice "pareciéndoles que tenían lo que deseaban",
expresa su pensar de como si ya hubiesen llegado, al partir con esta brisa del sur, lo
mismo que habían esperado. Era todo engañoso, el preludio de un terrible cambio.
Versículos 14 – 20. Iba a brisa suave el buque por un tiempo, sobre un mar tranquilo,
con la lancha pendiente a popa lista para el desembarque en Fenice. (14) “Mas no
mucho después dio en ella un viento repentino que se llama Euroclidón. (15) Y
siendo arrebatada la nave, y no pudiendo resistir contra el viento, la dejaron y
éramos llevados. (16) Y habiendo corrido a sotavento de una pequeña isla que se
llama Clauda, apenas pudimos ganar el esquife: (17) el cual tomado, usaban de
remedios ciñendo la nave; y teniendo temor de que diesen con la Sirte, abajadas las
velas, eran así llevados. (18) Mas siendo atormentados de una vehemente
tempestad, al día siguiente alijaron; (19) y al tercer día nosotros con nuestras
manos arrojamos los aparejos de la nave. (20) Y no pareciendo sol ni estrellas por
muchos días, y viniendo una tempestad no pequeña, ya era perdida la esperanza de
nuestra salud.” El nombre Euroclidón dado a este viento equivale a "Noroeste", que
indica la dirección de donde soplaba. Se precipitó repentinamente de las cimas de
montañas en Creta y azotó el bajel cuando estaba a pocas horas de su destino. A
sotavento de Clauda el agua estaba gruesa, y esto dio lugar a que los marineros tomaran
las tres precauciones mencionadas aquí. Subieron el esquife, o lancha, a bordo para
evitar que se estrellase contra el costado del barco. Ceñir la nave consistía en pasar
cables en torno del casco y apretarlos con cabrestante para dar fuerza al casco y evitar
que sus maderas se abrieran. Abajaron todas las velas, excepto lo que bastaba para
llevar el barco, a fin de impedir su avance en la temida Sirte, bancos de arena movediza
junto a las costas de África hacia donde el viento los empujaba. Al día siguiente se aligeró
el barco echando al agua parte del cargamento, para que desplazando menos agua fuera
menos la fuerza de las olas que golpeaban. El aparejo del buque se echó al otro día al
agua con el mismo propósito; consistía en morillos, tablones, cordelería, etcétera, que
llevaban con objeto de hacer reparaciones. Como los marinos de aquel siglo
exclusivamente dependían del sol y las estrellas para conocer la dirección en que habían
de navegar, al no tener nada de esto en muchos días y no amainada la tormenta, no
tenían idea definida de donde se hallaba.
Versículos 21 - 26. El patrón del barco, el maestre, el centurión y todos a bordo para
este tiempo ya se habían formado mejor opinión del criterio de Pablo, y estaban listos
para escuchar con respeto cuando les dirigió otra vez la palabra. (21) “Entonces Pablo,
habiendo ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Fuera
de cierto conveniente, oh varones, haberme oído y no partir de Creta, y evitar este
inconveniente y daño. (22) Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no
habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. (23)
Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios del cual soy y a quien sirvo,
(24) diciendo: Pablo, no temas; es menester que seas presentado delante de César;
y he aquí Dios te ha dado todos los que navegan contigo. (25) Por tanto, oh
varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como me ha
dicho; (26) si bien es menester que demos en una isla.” La predicción anterior de
Pablo ya casi se había cumplido, de modo que sus oyentes no estaban dispuestos a
cavilar de la discrepancia aparente entre aquello y lo que ahora decía; y cuando lo oyeron
predecir la seguridad de ellos, basado en revelación directa del cielo, que antes no había
pretendido, pudieron ver que lo que anteriormente había predicho era solo su opinión.
Además, las palabras del ángel: "Dios te ha dado a todos los que navegan contigo", les
hicieron entender que solo por esta concesión no perecerían, y que esto se les había
concedido en respuesta a sus plegarias en favor de ellos. Obsérvese también lo que es
más prominente en esa respuesta a las oraciones de Pablo es la certeza de "es
menester que sea presentado delante de César"; porque para Pablo el principal motivo
para desear escapar del peligro presente era poder por fin ver a Roma, contestar sus
cargos ante César como lo había hecho ante Agripa y luego, al ser liberado, predicar a
judíos y gentiles en "la ciudad eterna".
Versículos 39 - 41. Ya se había hecho todo lo que podía hacerse hasta que la luz del
día revelase la naturaleza exacta de los arrecifes al frente y la costa más allá. (39) “Y
como se hizo de día, no conocían la tierra: mas veían un golfo que tenía orilla, al
cual acordaron echar si pudieran la nave. (40) Cortando las anclas, las dejaron en el
mar, largando también las ataduras de los gobernalles; y alzada la vela mayor al
viento, se iban a la orilla. (41) Mas dando en un lugar de dos aguas, hicieron
encallar la nave; y la proa se abría con la fuerza de la mar.” De la consulta de los
marineros, parece que pensaron que sería posible guiar el buque de modo de ir a parar
en el único lugar parejo de la costa. La dificultad fue pasar a lugar seguro. Esto reveló a
los pasajeros el buen criterio de Pablo de retener a los marineros a bordo cuando la
noche anterior trataban de abandonar el barco. Las anclas se quedaron en el mar, no solo
porque ya no servían al barco, sino porque, aunque mucho se necesitaran, no se podían
recobrar. Los timones eran solo tablones, uno en cada esquina de la popa, y cuando
estaba anclado, sus manijas se amarraban sobre cubierta de modo que los tablones
salieran del agua y se evitara fueran rotos por las olas. Ahora estaban sueltas para
usarlas como gobernalle, y sin lo cual los timones servían de poco. Con el uso diestro de
velas y timones, fue sacado el buque de entre las rocas, a atracar tan cerca como pudiera
del punto que querían. El ímpetu con que viento y olas lo llevaban hizo que la proa se
enterrara en la arena, y allí se quedó fijo. Dos oleajes fuertes, o como decían los
marineros, dos mares que venían de rumbos distintos en rodeo de las rocas,
alternadamente pegaban en la inmóvil popa, como si fueran dos mazos inmensos en
manos de gigantes, y el maderamen, ya muy debilitado por oscilar toda la noche de los
cables, desde luego comenzó a ceder. Si los de a bordo habían de escapar, no había que
perder tiempo en dejar el bajel.
Versículos 42 - 44. En este punto crítico los soldados se mostraron tan inconsiderados
como los marineros por la noche. Ya podían ver claro que debían la vida a Pablo, pero no
tenían sentido de gratitud para ello. (42) “Entonces el acuerdo de los soldados era que
matasen los presos, porque ninguno se fugase nadando. (43) Mas el centurión,
queriendo salvar a Pablo, estorbó este acuerdo, y mandó que los que pudiesen
nadar echasen los primeros, y salieron a tierra; (44) y los demás, parte en tablas,
parte en cosas de la nave. Y así aconteció que todos se salvaron saliendo a tierra.”
El centurión que durante el viaje se mostró bondadoso y discreto, parece haber sido el
único soldado a bordo que mostró gratitud justa para Pablo por sus valiosísimos servicios,
aunque para los demás presos no tuviera afecto, en vista de que los salvó por salvar a
Pablo. Se hizo necesario nadar, después de encallar el barco, por hallarse éste en agua
demasiado honda para vadear, pues un barco de ese tamaño tenia de calado más de tres
metros cuando estaba vacío, y por otra parte grandes olas rodaban de lo profundo
barriendo muy alto la playa. No era fácil tarea ganar la playa, y fue realmente notable que
todos se salvaran, tanto más cuanto Pablo lo había predicho.
-No suponemos que Pablo haya sanado enfermedades entre los isleños de modo
tan general sin mencionar el nombre de Jesús. Al contrario, aunque Lucas no lo
mencione, habremos de pensar que, desde el palacio del gobernador hasta la más
remota choza de la isla, el nombre y el poder de Jesucristo se dieron a conocer
plenamente durante los tres meses de su estancia.
9. Terminaron el viaje. Hechos 28:11-16.
Versículos 11 - 14. Fueron los meses de invierno que pasaron en la isla, y tan pronto
como se consideró sin riesgo la navegación, se emprendió de nuevo el viaje. (11) “Así
que, pasados tres meses, navegamos en una nave alejandrina que había invernado
en la isla, la cual tenía por enseña a Cástor y Pólux. (12) Y llegados a Siracusa,
estuvimos allí tres días. (13) De allí, costeando al rededor, vinimos a Regio; y otro
día después, soplando el austro al segundo día, a Puteolos; (14) donde habiendo
hallado hermanos, nos rogaron que quedásemos con ellos siete días; y luego
vinimos a Roma.” Este barco de Alejandría, como el que había naufragado, sin duda iba
cargado de trigo para el mercado italiano, y la misma tempestad que había hecho
naufragar al otro había demorado a éste en su camino. Se quedó tres meses o más en
puerto cuando estaba a tres o cuatro días de su destino. Los gemelos Cástor y Pólux,
cuyas imágenes se ostentaban en la proa o la popa, eran su enseña, o diríamos su
nombre —los dos hijos de Júpiter en la fábula, que eran los guardianes de los
navegantes. Así tenían los cristianos primitivos constantemente ante los ojos los
emblemas del paganismo. La parada de Siracusa, ciudad famosa de la antigua Cecilia,
quizá haya sido ocasionada por vientos contrarios, o por descarga de flete. Dista de Malta
algo menos de 133 kilómetros, y se hacia este transcurso en menos de veinticuatro horas.
Regio, siguiente puerto que tocaron, está en la extremidad sur de Italia, no lejos del
estrecho de Mesina. El rodeo que hicieron costeando, sin duda lo debieron a viento
desfavorable. El austro o viento del sur que sopló al salir de Regio les era directamente
favorable, y fue veloz el recorrido de 240 kilómetros de allí a Puteolos. Este puerto estaba
situado en la playa norte de la bahía que después ha tomado el nombre de Nápoles, y
sus ruinas todavía las visitan los viajeros. Nápoles, que entonces era una aldea, suplantó
a Puteolos como puerto de esa porción de Italia con el transcurso del tiempo, pues éste
gradualmente se ha hundido en deterioro. Que Pablo hallara hermanos en Puteolos es
prueba de la extensión con que ya se había predicado el evangelio en Italia, y el que
haya obtenido permiso del centurión de una demora de siete días es prueba del respeto
que ya le profesaba Julio. Los siete días abarcaron uno del Señor en el que Pablo y sus
acompañantes gozaron del privilegio de romper el pan con los recién hallados hermanos.
Sección IV
Versículos 17 - 20. Terminado el viaje que por muchos años habla proyectado, Pablo
conoció a algunos hermanos a quienes hacía más de tres años les había rogado le
ayudaran con oraciones a Dios, para llegar a ellos con gozo y ser recreado juntamente
con ellos (Romanos 15:24, 30-32). Pero cuán diferente de lo que esperaba fue su entrada
a la ciudad imperial. En lugar de llegar hombre libre, presentarse en una sinagoga y en el
foro en el nombre de Jesús, vino marchando entre filas de soldados, y se presentó a las
autoridades como preso enviado a juicio, y se le tuvo bajo guardia militar noche y día.
¡Cuán lúgubre perspectiva de predicar el evangelio a los que estaban en Roma! Si Pablo,
el fabricante de carpas, extranjero y pobre, había iniciado sus labores en el emporio
comercial de Grecia "con flaqueza y mucho temor y temblor" (1ª Corintios 2:3), ¿cómo
debe haberse sentido Pablo, el preso entre cadenas, al comenzar obra semejante en la
ciudad capital de todo el mundo? Otra vez la situación era bien desalentadora, pero tenía
razones para alentarse de que careció en Corinto; un grupo de coadjutores probados, de
ambos sexos, tan arrojados y fieles como el que más para cumplir las órdenes del gran
caudillo; y cada uno de éstos era un brazo que podía extender para traer al lugar de su
cautiverio a los oyentes de la ciudad a una entrevista fraternal. (17) “Y aconteció que
tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos a los cuales luego
que estuvieron juntos, les dijo: Yo varones hermanos, no habiendo hecho nada
contra el pueblo, ni contra los ritos de la patria, he sido entregado preso desde
Jerusalén en manos de los romanos; (18) los cuales, habiéndome examinado, me
querían soltar, por no haber en mí causa ninguna de muerte. (19) Mas
contradiciendo los judíos, fui forzado a apelar a César; no que tenga de qué acusar
a mi nación. (20) Así que, por esta causa os he llamado para veros y hablaros;
porque por la esperanza de Israel estoy rodeado de esta cadena.” La cordura de
Pablo al procurar esta entrevista y hacer tales declaraciones en particular, es obvia.
Naturalmente se habría de suponer que, como lo acusaban sus propios paisanos en
Judea, habría cometido algún crimen, y al apelar a César, que intentaría hacer graves
cargos contra sus acusadores. Lo que dijo que los romanos lo habrían dado libre a no
haber sido por la oposición de los judíos, le favorecía mucho en el primer punto, y en el
segundo su repudiación bastaba. Su explicación final, que era por la esperanza de Israel
que se veía encadenado, que se ha de entender en el mismo sentido en que la hizo en
dos ocasiones previas (Capítulos 23:6; 26:6), llevaba el fin de ganarse su benevolencia,
porque no era común para los judíos verse perseguidos, y porque les daba la seguridad
de que él aún acariciaba la más tierna esperanza de un judío piadoso.
Versículos 23 y 24. Antes de despedirse de Pablo los judíos, se dieron cita para
volver a oírlo formalmente. (23) “Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a
la posada, a los cuales declaraba y testificaba el reino de Dios, persuadiéndoles lo
concerniente a Jesús, por la ley de Moisés y por los profetas, desde la mañana
hasta la tarde. (24) Y algunos asentían a lo que se decía, mas algunos no creían.” El
discurso fue largo, y tomó el tiempo suficiente para exponer el tema entero ante ellos, y
sostener con evidencia adecuada cada proposición por separado, pero el resultado fue el
que siempre se halla en una asamblea de judíos.
Versículos 25 - 28. Por lo que sigue de la narración, hay razón de suponer que el
partido de los descreídos dio expresión indecorosa a su sentir. (25) “Y como fueron
entre sí discordes, se fueron, diciendo Pablo esta palabra: Bien ha hablado el
Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: (26) Ve a este
pueblo y diles: De oído oiréis y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis;
(27) porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, y de los oídos oyeron
pesadamente, y sus ojos taparon; porque no vean con los ojos, y oigan con los
oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan y yo los sane. (28) Que les sea pues
notorio que a los gentiles les es enviada esta salud de Dios; y ellos oirán.” Era tan
hábil predicador Pablo que no habría terminado su plática con advertencia como ésta, si
no hubiera visto u oído algo en su auditorio que exigía tales palabras candentes del
Capítulo 6 de Isaías. Este pasaje ya había sido citado por Jesús, y lo aplicó a los judíos
descreídos de Galilea (Mateo 13:14,15), y después lo usó el apóstol Juan que explicó la
incredulidad de los que oían a Jesús en Jerusalén (Juan 12:40). Da la fiel explicación de
por qué el evangelio falla en ganarse a algunos que lo oyen proclamar plenamente, y la
explicación esta contradice la doctrina que en un tiempo fue popular, a saber, que el
Espíritu Santo debe regenerar el alma con ejercer su poder inmediato antes que pueda
recibir el evangelio. Según tal doctrina, la razón de que algunos de los oyentes de Pablo
se fueran sin creer fue que la divina influencia se contuvo de llegar a ellos, pero a otros
les fue concedida. Pero según la idea que se expresa en este pasaje, el Señor tanto en
favor de una clase como de otra hace mucho, y la razón de que algunos creyeran y
otros no, fue que éstos no oían con los oídos ni veían con los ojos. No tenían
tapados ojos ni oídos por un poder encima de ellos, pues expresamente se les
acusa de tapárselos. Si voluntariamente los cerraron, tenían el poder de tenerlos
abiertos y se sobrentiende que si hubieran hecho tal, el resultado habría sido lo
inverso —que habrían visto la verdad, que con favor la habrían oído, que la habrían
entendido y se habrían vuelto al Señor para ser salvos. Tal fue precisamente la
experiencia de la parte de ellos que creyeron. Previamente habían tenido el corazón
engrosado, de los oídos oían pesadamente y cerraban los ojos para no ver lo de otros
predicadores en Roma, pero ahora abrieron ojos y oídos a lo que les presentó Pablo, y en
consecuencia entendieron de corazón, se volvieron y fueron sanados. En tal orden de
cosas Dios no hace acepción de personas, ni puede nadie atribuir su ruina final a que
se hayan contenido influencias salvadoras por parte del Espíritu Santo.
Versículos 30 y 31. De una manera abrupta termina aquí el relato. (30) “Pablo
empero, quedó dos años enteros en su casa de alquiler, y recibía a todos los que a
él venían, (31) predicando el reino de Dios y enseñando lo que es del Señor
Jesucristo con toda libertad, sin impedimento.” Esta casa alquilada es la que se
menciona en el Versículo 16, donde se dice que a Pablo le fue permitido estar por sí "con
un soldado que le guardase". Este soldado, como veremos en la expresión del Versículo
20, "estoy rodeado de esta cadena", estaba encadenado a él de día y de noche. El guarda
se cambiaba por costumbre universal cada tres horas, a no ser que se exceptuaran las
horas de sueño en este caso particular. De esta manera no menos de cinco o seis
soldados tenían el privilegio de estar presentes y oír su predicación y enseñanza. Como
esto se prolongó por dos años enteros, no es sorpresa oír lo que Pablo en Filipenses 1:13
dice: "Mis prisiones han sido célebres en el Señor en todo el pretorio y a todos los
demás". La guardia pretoriana era un cuerpo de soldados que se tenía en Roma, en
campamento fuera de la ciudad, con objeto de hacer guardia al emperador y cuidar a los
prisioneros que aguardaban juicio de la corte imperial. Como cada soldado, de guardar a
Pablo, volvía al campamento, llevaba una historia extraña que contar en oídos de sus
compañeros, y así esto corrió de boca en boca. Llegó al alcance de algunos de la familia
de César, quizá mediante los de la guardia en palacio (Filipenses 4.22).
Con referencia a la primera pregunta ya hemos anotado que su entrada a Roma fue
tan diferente de lo que él había esperado que su perspectiva de hacer bien allí debe
haberle sido muy sombría. Pero siéndole permitido enseñar sin interrupción por dos años
en su residencia alquilada, no podemos dudar que mucho realizó, a pesar de su encierro
en calidad de preso. De las epístolas escritas por este tiempo, algo sabemos de los
resultados. Efesios, Colosenses y Filemón fueron las primeras. Todas fueron escritas
en la misma ocasión y remitidas, las primeras dos con Tíquico, y la otra con Onésimo,
viajando juntos los dos mensajeros. Como hizo volver a Onésimo con Filemón y tenía que
mandar la carta con alguien, inferimos que la mandó con él (Filemón 8-12). Como enviaba
a Tíquico a los hermanos a quienes dirigió las otras dos cartas, igualmente nuestra
inferencia es que Tíquico las llevó (Efesios 6:22,23; Colosenses 4:7,8). Y dice
expresamente que envió a Onésimo con Tíquico (Colosenses 4:8,9).