Libro Marina
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Richard A. Knaak
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Pero había otros que también aguardaban con una expectación cada
vez mayor, otros con sueños más funestos y mucho más antiguos que
los del señor demoníaco. Llevaban mucho tiempo esperando
conseguir una vía de escape, un modo de reclamar lo que antaño había
sido suyo. Cada paso hacia el éxito que daba Sargeras a la hora de
reforzar el portal, era un paso hacia el éxito para ellos también.
Gracias al Pozo, al Alma Demoníaca y al poder del Señor de la
Legión, abrirían una ventana en su prisión eterna.
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LIBRO TRES
EL CATACLISMO
R I C H A R D A. K A A K
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AGRADECIMIENTO
Con aprecio.
Su equipo de Lim-Books.
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PRÓLOGO
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¡No! Por fin, daba con algo distinto..., algo que parecía ser el origen
de esa demencia. Un poder que emanaba de un nexo situado muy,
muy lejos de él. Nozdormu siguió ese tenue rastro como un tiburón
perseguiría a una presa, mientras sus percepciones se sumergían en la
monstruosa vorágine del tiempo. Aunque en más de una ocasión creyó
haberlo perdido, de algún modo lograba encontrarlo de nuevo.
Entonces, lentamente, una fuerza difusa cobró forma delante de él. Le
resultaba en cierto modo familiar, tanto que estuvo a punto de
rechazar la verdad cuando esta por fin se reveló. Nozdormu titubeó,
pues estaba seguro de que tenía que estar equivocado. La fuente de la
perturbación no podía ser eso. ¡Tal cosa era imposible!
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Los susurros que procedían del interior del Pozo se volvieron más
virulentos, más ansiosos. El Aspecto oyó unas voces peculiares que
le recorriera un escalofrío. En efecto, no eran meros demonios…
Una vez más, exhaló las arenas del tiempo los tentáculos, pero en esta
ocasión cayeron en cascada sobre las extremidades negras como si
fuera mero polvo. Nozdormu se retorció, para intentar quitarse de
encima aunque solo fuera uno de esos tentáculos, pero estos
permanecieron aferrados a él con una pasión vampírica.
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El Aspecto no podía hacer nada para frustrar sus planes. Apenas era
capaz de mantener a raya el caos. Ya no poseía la fuerza de voluntad
necesaria para entrar en contacto con los demás, suponiendo que fuera
capaz de conseguirlo
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CAPÍTULO UNO
Podían oler el hedor desde la lejanía y era difícil saber cuál era más
intenso, si el humo punzante que se alzaba sobre el paisaje en llamas
o el incesante y casi dulce aroma de los muertos que lentamente se
descomponían y yacían tirados a centenares a través de él.
Pensaba sin descanso en la pérdida de los dos seres que más le habían
importado: la bella Tyrande e Illidan, su hermano gemelo.
Aunque más llamativa aún era su melena, que le llegaba hasta los
hombros y era de una tonalidad verde oscura única; ni siquiera era
azul oscuro como el pelo de su gemelo. La gente siempre se fijaba en
su pelo como antaño siempre se había fijado en los sencillos atuendos
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por los que siempre había optado. Como estudiante de las artes
druídicas que era, Malfurion no vestía esas prendas ostentosas y
llamativas que se consideraban la vestimenta normal de su raza, si no
que prefería vestir una tónica sencilla de tela, un jubón y unos
pantalones de cuero sobrios, y unas botas que le llegaban hasta las
rodillas también de cuero. La extravagante indumentaria que vestían
sus congéneres había sido un claro síntoma toma de que vivían unas
existencias dominadas por el hastío y por su innata arrogancia, lo cual
iba en contra de la idiosincrasia de Malfurion. Aunque ahora, claro
está, la mayoría de los elfos de la noche, salvo Lord Ojo de Estrella y
los de su ralea, vagaban como unos refugiados andrajosos, ataviadas
con ropas cubiertas de barro y empapadas en sangre.
Es más, en vez de mirar por encima del hombro a ese joven erudita
tan peculiar, ahora contemplaban al druida de pelo verde con una
apremiante esperanza, pues eran conscientes de que la mayoría de
ellos seguían vivos gracias a sus actos.
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La figura encapuchada que vestía una túnica azul oscura, bajo la cual
podían atisbarse una camisa y unos pantalones de un color similar, era
más de una cabeza más bajo que Malfurion, a pesar de ir calzado con
botas. Pero no era ni su altura ni su atuendo lo que provocaba
comentarios y atraía las miradas. Era más bien la melena roja como el
fuego que le llegaba hasta los hombros y le sobresalía de la capucha,
así como sus facciones redondas y muy pálidas, especialmente la nariz
ligeramente torcida, lo que tanto perturbaba a los demás elfos de la
noche. Tenía unos ojos aún más desconcertantes, pues eran de un
color verde esmeralda brillante con unas pupilas totalmente negras.
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Era un tauren.
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vez la del tauren o la bestia osuna que tenía detrás, hubiera golpeado
al personaje de espesa barba con un martillo de guerra hasta reducirlo
a la mínima expresión.
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Pese a que había otros detrás de ellos, estos optaron por no dar un
paso al frente esta vez. Malfurion contempló a esos variopintos seres
ahí reunidos y miró a Rhonin con cierta admiración
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podía haberse hecho pasar por un elfo de la noche..., pero uno muerto
hace tiempo, puesto que tenía una piel muy, pero que muy pálida y
gran parte de su pelo era de un color plateado y brillante. Las
facciones del mago también eran más aguileñas que las de cualquier
congénere de Malfurion. Asimismo, sus ojos se parecían en cierto
modo a los de Rhonin, pero eran más largos y estrechos y, en sus
oscuras pupilas, ardía el mego de una sabiduría antigua.
—¿Dónde está?
—Dijo que tenía otro asunto del que ocuparse inmediatamente, sin
importar las consecuencias
— ¿Y eso qué significa?
—No tengo ni idea Malfurion. En muchas cuestiones, Krasus
únicamente confía en sí mismo.
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—La única oportunidad que nos queda de evitar más bajas y tal vez
incluso vencer.
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Aunque todos y cada uno de los otros cuatro vuelos habían sufrido
también, los moradores de esa caverna habían pagado más caro que
nadie el hecho de haber plantado cara.
Todo esto lo sabía Krasus porque había vivido esos siglos futuros
Había tenido que sobrevivir a la traición de Neltharion, quien más
tarde sería llamado (de un modo más adecuado) Alamuerte. Había
sido testigo de cómo los dragones habían entrado en declive, cómo
sus filas habían menguado y cómo los de su propia especie, incluida
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El mago dragón sondeó una vez con sus sentidos más elevados,
entrándose cada vez más y más profundamente en las cavernas. Por
todas partes donde buscaba, Krasus solo hallaba vacío, un vacío que
recordaba demasiado a una vasta tumba. Su búsqueda no dio con
ningún aura de vida importante y la desesperación se fue adueñando
de él, al estar cada vez más convencido de que la repentina necesidad
que lo había empujado a venir hasta este lugar no había servido para
nada.
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Así que quedó en manos de Krasus decidir qué hacer. Incluso antes
de partir hacia la guarida de Malygos, había intentado pensar en un
lugar que pudiera considerar lo bastante seguro como para guardar ahí
unos huevos de dragón. Pero nada le satisfacía. Incluso la arboleda de
Cenarius, el semidiós, era indigna a sus ojos. Si bien era cierto que la
deidad cornuda era el leal mentor de Malfurion Tempestira y podría
ser perfectamente el hijo de Ysera, la dragona, Krasus sabía que
Cenarius tenía ya demasiados frentes a los que atender en esos
momentos
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Al tocar con las yemas de los dedos el centro del mismo, el mago
dragón lo eliminó. Un agujero blanco quedó flotando ante él, uno que
iba más allá del plano mortal.
Krasus masculló algo en voy muy baja y el contorno del círculo brilló
con un color rojo. Se oyó un gemido que procedía de su interior y
unas pequeñas piedras sueltas rodaron hacia el agujero. Krasus musitó
algo más y, aunque esa fuerza succionadora se tornó más intensa, las
piedras se frenaron hasta detenerse. Entonces, fueron los huevos los
que empezaron a temblar ligeramente, como si incluso en los fríos, en
aquellos que ya no albergaban vida, algo se moviera.
—Con esto bastará para que sobrevivan, pero no bastará para que
prosperen —murmuró Krasus. Los dragones azules tardarían siglos
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CAPÍTULO DOS
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De Sargeras.
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y seductores. Iba ataviada con un vestido de seda del mismo color que
su pelo, que, además, era tan fino que permitía vislumbrar con
bastante claridad la esbelta silueta que se hallaba debajo. Llevaba un
brazalete enjoyado en cada muñeca y unos pendientes a juego, que
pendían hasta casi rozarle esos exquisitos hombros desnudos. En la
tiara arqueada que portaba en el pelo, había un rubí que reflejaba de
un modo casi cegador la luz mortecina de la antorcha que un guardia
portaba.
Detrás de ella había otra mujer, una que también habría sido
considerada bastante hermosa, si no fuera porque su belleza palidecía
en comparación con la de Azshara. La sirvienta vestía un atuendo
similar al de su señora, salvo por el hecho de que era una de calidad
un tanto inferior. También llevaba un peinado lo más parecido posible
al de la reina, aunque su color plateado era, sin duda alguna, producto
de los tintes y ni siquiera se acercaba a la intensa tonalidad de la
melena de Azshara. En verdad lo único que destacaba de ella eran sus
ojos; plateados, como los de la mayoría de los elfos de la noche, pero
con un aire exótico y felino.
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Intentó alcanzar de nuevo sus pensamientos, pero fue inútil. Aun así,
mientras lo intentaba, se percató de que había habido algo en ese
contacto fugaz que la inquietó. Tyrande caviló al respecto,
refugiándose aún más en sí misma. Había percibido algo en las
emociones de Illidan que no encajaba bien, algo realmente malo...
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Ahí dentro, los Altonato, ataviados con unas túnicas color turquesa,
provistas de capucha y de unos elegantes bordados, que cubrían sus
demacradas siluetas, se hallaban en pie, alternándose entre unas
siniestras figuras cornudas cuya parte inferior recordaba al cuerpo de
una cabra. En el pasado, esos seres también habían sido elfos de 'a
noche y. a pesar de que la parte superior de su fisonomía todavía
conservaba algún parecido, habían sido transformados en algo más
mediante brujería y maldad. En algo que ahora formaba parte de la
Legión Ardiente y no del mundo de Azeroth.
En sátiros.
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ojos ambarinos, vió muy poco que llamara su atención en ese recién
llegado del que recelaba llamado Illidan Tempestira. Archimonde
toleraba, muy a su pesar, que esa criatura siguiera viva porque había
percibido en él cierto potencial, pero Mannoroth hubiera preferido
colgar a esa hormiga arrogante de unos ganchos clavados en sus ojos
y luego despedazarlo lentamente, miembro a miembro. Así, se
vengaría del hermano de Illidan, el druida que había provocado ese
desastre, cuya responsabilidad debía asumir un avergonzado
Mannoroth.
No obstante, tal diversión tendría que esperar. Por ninguna otra razón
salvo tal vez ver cómo Illidan fracasaba miserablemente, Mannoroth
le indicó con una extremidad enorme repleta de garras que el elfo de
la noche podía proceder. Illidan, ataviado con un jubón y unos
pantalones de cuero negro y con el pelo recogido en una coleta, pasó
junto al gran demonio, mostrando un total desprecio por el rango de
Mannoroth. Tratar con él era aún peor que tratar con Varo'then, ese
soldado que era el perrito faldero de Azshara.
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Eso quería decir que, a pesar de todo su poder, Illidan no poseía los
recursos necesarios para lograr que el portal fuera lo bastante robusto
como para permitir que el Señor de la Legión pudiera llegar al plano
mortal. Mannoroth unas sensaciones encontradas; por una lado se
sentía frustrado ya que el camino seguía cerrado para Sargeras, por
otro lado se sentía contento, ya que el elfo de la noche no poseía el
poder necesario.
Entonces, al fin...
Habla.
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Illidan alzó la mano izquierda con la palma hacia afuera. En ella cobró
forma la imagen de un objeto, Mannoroth se estiró para poder verlo
mejor y se sintió bastante decepcionado. En vez de tratarse de un
amuleto intrincado o un cristal centellante, lo único que había
mostrado el elfo de la noche, era un disco dorado de aspecto vulgar,
cuya característica más destacable era que le cubría toda la palma de
la mano. Si el objeto realmente se hubiera hallado ante él, el coloso
alado lo habría pisado sin pensárselo dos veces.
Explícate...
—Esta es la pieza clave que posee ese poder. Es el Alma del Dragón.
Ahora, tanto Mannoroth como todos los demás prestaron mucha más
atención, pues todos ellos habían sido testigos de su furia, de su poder
abrumador. Con ese objeto, el dragón Negro había masacrado tanto a
demonios como elfos de la noche a centenares. Había hecho temblar
la tierra a kilómetros a la redonda e incluso había enviado muy lejos
a los demás dragones cuando habían intentado detenerlo.
Y todo eso lo había logrado con una pieza de aspecto tan humilde.
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Illidan asintió, con una sonrisa dibujada en la cara que, si hubiera sido
cualquier otro, el Señor de la Legión se la habría arrancado (junto a
toda la carne y todos los tendones unidos a ella) incluso desde el más
allá.
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Las llamas se volvieron aún más intensas. Con los brazos extendidos,
Illidan se elevó del suelo. Se arqueó hacia atrás de tal modo que
pareció que se iba a partir en dos. Un fuego sobrenatural continuaba
anegando sus cuencas ennegrecidas, incluso mucho después de que el
último resto de sus ojos se hubiera quemado.
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Illidan obedeció.
Si bien era cierto que el Señor de la Legión había dejado sin ojos al
elfo de la noche, también lo era que los había sustituido por otra cosa.
Dentro de las cuencas ardían dos llamas gemelas; unas bolas de fuego
de la misma malévola tonalidad que las llamas que habían desfigurado
tan brutalmente el rostro del hechicero. Durante varios segundos más,
esos dos fuegos ardieron intensamente... y, acto seguido, se fueron
apagando hasta que parecieron ser nada más que unos restos
humeantes. El humo, sin embargo, permaneció, sin menguar ni
aumentar.
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Tus ojos son ahora mis ojos, elfo de la noche, son unos dones que te
ayudarán a servirme...
— ¡Es un error dejar que este mortal obre sin supervisión alguna, a
pesar de la lección de humildad que acaba de recibir!
No viajará solo.... pues otro lo acompañará. El elfo de la noche
llamado Varo'then se sumará a esta misión.
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CAPÍTULO TRES
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Rhonin, que había estado descansando sobre una roca, desde la que
se podía contemplar el campo de batalla, se enderezó súbitamente.
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Una explosión lanzó a varios elfos de la noche varios metros por los
aires. Del enorme cráter surgió un infernal llameante. Ese demonio,
que era fuerte físicamente pero débil mentalmente, solo tenía un
propósito en la vida: aplastar todo lo que hallara en su camino.
Arremetió contra una línea de soldados, que salieron despedidos
como si fueran hojas caídas de un árbol.
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Entonces, para sorpresa del druida, una figura greñuda paso junto a
él, cargando hacia la brecha cercana. Un colosal tauren tras otro lo
siguieron en dirección hacia esa línea que flaqueaba, a la que
apoyaron con su asombrosa fuerza. Con un entusiasmo comparable al
de Brox, atacaron a los demonios, acabando con varios de esos
guerreros provistos de colmillos en el primer asalto. Entre esos tauren,
Malfurion pudo distinguir a Huln en la cabeza del grupo, quien estaba
empalando a un guardia vil con su lanza águila con tal fuerza que la
punta le salió por la espalda. Con suma facilidad, Huln se quitó de
encima al demonio muerto y, acto seguido, detuvo un salvaje ataque
de otro. El líder tauren esbozó una amplia sonrisa.
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Con todo esto, estaba claro que Krasus no se iba a perdonar a sí mismo
tan fácilmente.
El bramido de los cernos de batalla provocó que los tres miraran hacia
el lugar donde se hallaba lord Ojo de Estrella a lomos de su montura.
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—Me dijeron que te habían visto —le comentó a Jarod con un tono
cariñoso.
—Maiev...
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos,
hermanito.
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—La Madre Luna nos ha guiado bien, aunque eso haya supuesto el
sacrificio de Marinda y algunas otras. Vimos que la línea se rompía.
Habríamos llegado antes que los hombres toro si no hubiéramos
tenido que recorrer una distancia mayor. —Miró entonces en la
dirección que se habían ido los tauren—. Para ser de esa especie,
reaccionaron muy bien.
—Fue tu hermano quien lo coordinó todo —le explicó el mago—.
Ha sido Jarod quien tal vez haya salvado a la hueste.
— ¿Jarod? —El tono que acababa de emplear Maiev denotaba cierta
incredulidad pero cuando vio que Krasus asentía, se olvidó de todo
recelo y agachó la cabeza ante el capitán—. ¡Un mero oficial del
Cuerpo de Centinelas de la ciudad jugando a ser el comandante! La
fortuna te ha acompañado esta vez, hermano.
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Maiev estaba sugiriendo sutilmente que era ella quien debía haber
sido escogida.
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— ¡Ha sido una buena batalla! ¡Con muchas muertes sobre las que se
cantará! ¡Con muchos guerreros a los que alabar por la sangre que han
derramado!
—Qué bonito —masculló Rhonin.
—Los tauren son buenos luchadores. Unos camaradas bienvenidos en
cualquier guerra. —El descomunal guerrero verde se detuvo y apoyó
el hacha—. No tan buenos como los orcos... pero casi.
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—Haré lo que dices —le dijo al mago—. Pero entonces, hay otra cosa
que tengo que hacer. Hay alguien con quien tengo que hablar, alguien
que quizá pueda ayudarme a tener más posibilidades de éxito.
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CAPÍTULO CUATRO
Aunque tal vez esa idea fuera solo el primer síntoma de la locura en
la que iba a sumirse, Tyrande no pudo evitar preguntarse si los
demonios no estaban siendo manipulados del mismo modo que ellos
estaban manipulando a la reina.
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¿Illidan?
Pero no fue el hermano del Malfurion el que entró con tanto disimulo,
sino la noble que actuaba como si fuera la criada principal de Azshara.
Con una mirada cautelosa, esa elfa de la noche alzó los ojos hacia la
cautiva y acto seguido se cercioró de que la puerta se cerrara sin ruido.
Mientras ella hacía esto, Tyrande no pudo evitar fijarse en que no
había ningún guardia a la vista ahí afuera. ¿Acaso estaban fuera de su
campo de visión o se habían marchado del todo?
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Extendió el brazo y rozó la esfera verde con la punta del amuleto. Las
joyas centellaron. Las minúsculas calaveras abrieron sus mandíbulas
macabras y sisearon.
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— ¡No puedes quedarte así! ¡Ese brillo revelará dónde estás en cuanto
salgas de esta celda!
Tyrande cerró los ojos y rezó a su diosa, para dar las gracias a la
Madre Luna por su protección, a la vez que le aseguraba que esto
ahora era lo mejor. Sin embargo, en un principio, dio la sensación de
que Elune no le hacía caso, puesto que notó que el hechizo de
protección no se desvanecía.
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Tyrande se abalanzó sobre ella, pero Vashj también era muy rápida.
Rodó hacia donde había aterrizado el talismán. Aunque Tyrande se
agachó e intentó tirar de ella hacia atrás, la traicionera sirvienta ya
tenía el artefacto demoníaco en sus garras.
— ¡Creía que esto podría funcionar, pero tendré que pensar otra cosa!
¡Tal vez logre convencer a la Luz de Luces de que no eres de fiar! ¡Sí,
eso podría funcionar!
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Una vez más, Tyrande se vio obligada a levantar los brazos y notó
unas ligaduras invisibles a la altura de las muñecas. Los pies se le
juntaron con fuerza.
— ¡Ojalá supiera más sobre este objeto! —le espeto Vashj—. Sé que
podría matarte con él si conociera las palabras mágicas adecuadas…
Una vez dicho esto, Vashj entró en el pasillo y se esfumó Los guardias
reaparecieron apenas unos momentos después. Uno de ellos miro a
través de la rejilla de malla de la puerta y la contempló durante mucho
más tiempo del necesario. Por lo que pudo deducir de la expresión de
este, estaba claro que el hecho de que ella siguiera ahí lo inquietó
sobremanera. No cabía duda de que Vashj no había actuado sola.
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sido obvio para ella que no podía confiar en Vashj, pero Elune le había
enseñado que uno debía esperar lo mejor de los demás. Aun así, si
Tyrande hubiera actuado con más cautela, tal vez hubiera podido
sorprender a la sirvienta con la guardia baja. Y en vez de haber
acabado atrapada de nuevo ahí, al menos habría podido intentar
fugarse a hurtadillas del palacio.
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Cenarius tenía los ojos de un color dorado puro y una melena de verde
musgo que le llegaba hasta los hombros. Tanto en ella como en su
frondosa barba crecían ramitas y hojas. En la parte superior de la
cabeza (Malfurion se percató con un sobresalto que era ahí,
precisamente donde le estaban creciendo a él esas protuberancias) el
señor del bosque tenía un glorioso par de cuernos.
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Camina por este sueño como lo harías por el otro, Malfurion, pero
mantente alejado de sus límites. Es un lugar incompleto y, si uno
deambula fuera de él, podría acabar perdido en un limbo infinito. Y
hablo con conocimiento de causa.
Cenarius no dijo nada más, pero estaba claro lo que quería decir. Si
Malfurion se perdía por el camino, nadie podría rescatarlo.
¿Cómo regresaré?
Como siempre lo has hecho, intenta buscar el camino de vuelta a tu
yo físico y el sendero se te revelará.
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Goblins. Las criaturas enjutas corrían de aquí para allá por todas
partes. Algunos trabajaban en enormes contenedores y hornos,
vertiendo un líquido metálico humeante en unos colosales moldes
rectangulares. Otros golpeaban con unos martillos muy desgastados
unas placas calientes que casi parecían formar parte de la armadura
de un guerrero gigantesco. Decenas y decenas trabajaban
afanosamente para fabricar unos descomunales tomillos. En todo
momento, parloteaban entre ellos. Allá donde Malfurion mirara, los
goblins trabajaban en un proyecto u otro. Unos pocos vestidos con
unos guardapolvos sucios deambulaban de un lado para otro,
dirigiendo los trabajos y, de vez en cuando, instando a los más
perezosos a afanarse propinándoles tortas con toda la mano abierta
justo por detrás como de sus verdes orejas puntiagudas.
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El Alma Demoníaca...
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El dragón por fin captó del todo las implicaciones de esas palabras
Neltharion gruñó y…, a continuación, asintió.
—Muy bien..., pero más te vale que placas estén listas, goblin..., ¡O
serás mi tentempié!
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— ¡Seguro que sí, lord Neltharion, seguro que sí! —Acto seguido a
pesar de que se «nesgaba a enojar aún más a su amo, añadió—:
¡Recuerda! ¡Debe permanecer en el plano mortal! ¡La forma en que
lo usaste en un principio ha desunido los hechizos más de lo que
esperábamos! ¡El nuevo sortilegio necesitará varios días más para
poder unirse al receptáculo físico antes de que podamos garantizar
que tal cosa no vuelva a suceder jamás!
—Lo entiendo, mosquito... Lo entiendo.
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Era evidente que Neltharion se había dado cuenta de que sucedía algo
raro. Sin embargo, por la manera imprecisa y amplia con la que estaba
haciendo la búsqueda, cabía deducir que no sabía qué era. El druida
se quedó helado, sin saber si era mejor intentar macharse o quedarse
donde estaba flotando.
El barrido del sondeo mágico pasó esta vez más cerca, pero una vez
más pasó al elfo de la noche de largo. Malfurion se fue relajando... y,
entonces, de improviso notó que el dragón dirigía su conciencia
directamente hacia él.
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CAPÍTULO CINCO
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hebra de pelo. Pudo sentir cuál era el nivel del poder que poseían estas
Altonato... y, entonces, supo que, de las tres, la que le estaba
limpiando las heridas era la más poderosa de lejos. Aunque incluso
en ese instante, las habilidades de esta elfa de la noche no eran nada
comparadas con las suyas.
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entendió que era una señal del poder que poseía. Illidan habría
parpadeado si hubiera podido. Aunque Azshara había sido amada por
todo su pueblo, algunos, como él, habían dado por sentado que poseía
un dominio escaso de las artes mágicas. Siempre había creído que la
reina había necesitado el poder de los Altonato para lanzar hechizos.
Illidan se preguntó si el difunto lord Xavius o el viejo capitán
Varo'then habían llegado a comprender alguna vez lo ducha que era
su monarca en estas artes.
—Majestad.
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apreciarlo, ya que si no, ¿para qué te habría otorgado ese valioso don?
—Con unos dedos largos y esbeltos le acarició la venda—. Aunque
es una pena que hayas perdido esos hermosos ojos ambarinos... Sé
que eso duele mucho…
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—Es cierto que cuentas con su favor… y, por lo tanto, con el mío —
susurró la reina Azshara, quién se acercó aún más de nuevo—. Y yo
puedo concederte muchos favores que ni siquiera él...
—Perdona esta intromisión, tan inoportuna, Luz de Luces —dijo casi
con un gruñido una figura que se hallaba en la puerta.
Tal vez incluso más letal en ciertas ocasiones; sobre todo, siempre que
se tratara de enemigos reales o imaginarios que rivalizaran por las
atenciones de la reina y que despertaran sus celos. Varo'then
prácticamente echó humo al ver a Azshara e Illidan en el diván. La
reina empeoró aún más las cosas al acariciar al hechicero en la mejilla
mientras se levantaba.
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—Primero, debemos dar con esa bestia, lo cual afirmas que eres capaz
de hacer.
Illidan se volvió hacia la reina e hizo una reverencia como las que
había visto hacer en el Bastión del Cuervo Negro.
—Con tu permiso...
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Sin dirigirle ni una sola palabra a ese hombre ataviado con una
armadura, Illidan abandonó la estancia. Notó que Varo'then lo seguía
muy cerca por detrás. Al gemelo de Malfurion no le habría extrañado
que el capitán intentara darle una puñalada por la espalda, pero era
evidente que Varo'then era capaz de controlar sus impulsos.
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Cuerpo de Centinelas, nada más! Tal y como dijo Maiev, ¡la fortuna
me ha sonreído! No soy mejor comandante que... que...
— ¿Que Ojo de Estrella? —apostilló Rhonin, con una sonrisa de
satisfacción.
—Me temo que debemos contar contigo, Jarod Cantosombrío. Los
tauren y los demás ven que les tratas con respeto y ellos te tratan de
la misma manera. Tal vez llegue otro momento en el que, tal y como
hiciste antes, tengas que tomar la decisión de actuar. Y he de añadir
que eso será bueno para tu propia gente.
—Haré todo lo que pueda, maestro Krasus. Eso es lo único que puedo
decir.
El mago asintió.
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Richard A. Knaak
que el mago dragón también estaba en lo más alto de la lista negra del
demonio.
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El Cataclismo
Los tres dieron buena cuenta de sus raciones. Para un dragón como
Krasus, comer carne salada y desecada no era fuente de mucha
satisfacción, pero hacía tiempo que había aprendido a hacer de tripas
corazón. Malfurion comió algunas frutas (también desecadas) y
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Richard A. Knaak
nueces, mientras que Brox comió lo mismo que Krasus, pero con
muchas más ganas; los orcos no eran muy refinados en cuestión de
comida.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
—Un guerrero orco puede dormir con los ojos abiertos y un arma en
ristre. No hace falta despertar al elfo de la noche. Debe dormir más.
Contra el dragón, él será mucho más útil que este viejo combatiente.
—Ya he dejado atrás mis días de gloria. Ya no habrá más relatos sobre
Broxigar el del Hacha Roja.
—He vivido mucho más tiempo que tú Brox; por tanto, sé de qué
hablo. Aún te quedan muchos días de gloria por delante, muchas
batallas heroicas. Habrá más historias sobre Broxigar el del Hacha
Roja, aunque tenga que contarlas yo mismo.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Vio dentro de cada uno de ellos el mismo salvajismo y caos que había
percibido en incursiones previas. Que tal maldad pudiera existir en
cualquier criatura era algo que al mago aún le costaba creer. Era una
locura similar a la que había dominado en su día al noble Neltharion
hasta transformarlo en el nauseabundo Alamuerte.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Escuchar esas palabras fue todo un alivio para el mago. Krasus asintió
y se concentró.
Pero tal y como había temido, el tercero escapó de esa trampa. Sin
embargo, el demonio se mantuvo a salvo por muy corto espacio de
tiempo. Mientras lo que quedaba de las dos primeras criaturas se
precipitaba hacia el suelo, Malfurion alzó una sola hoja y murmuró
algo al viento. De repente, una fuerte brisa sopló cerca del druida; una
brisa que, con celeridad, elevó la hoja y la arrastró de manera certera
hasta el guardia apocalíptico que seguía vivo.
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El Cataclismo
Por fin, el último guardia apocalíptico cayó como una piedra al suelo.
Unos meros segundos más tarde, una sombra planeó sobre ellos de
manera fugaz..., una sombra que barrió toda aquella zona. Esa forma
alada se desplazaba tan velozmente que se perdió entre las nubes antes
de que cualquiera de ellos pudiera identificarla. Mientras Krasus y
Malfurion preparaban unos sortilegios, el orco aguardaba con su
hacha en ristre.
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Richard A. Knaak
El yo joven del mago aterrizó justo delante del trío. El dragón rojo era
una visión magnífica que contemplar. Tenía una cresta que le nacía
en la cabeza y le llegaba hasta la cola. A pesar de que era tan grande
que podría haberse tragado a los tres de una sola vez, a pesar de tener
unas fauces repletas de dientes, a uno solo le hacía falta mirarle a los
ojos para ver que era un ser inteligente y compasivo.
—He percibido unos hechizos al pasar por aquí cerca por pura suerte
—afirmó con voz atronadora—. Estaba tan ensimismado, pensando
en otras cosas, que lo normal habría sido que no reparara en su
presencia. —Entonces, dirigiéndose al mago, añadió—. Ni siquiera la
tuya.
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El Cataclismo
Krasus pensó en los huevos que había salvado, pero decidió que no
era el momento adecuado para lidiar con ese asunto.
Korialstrasz comprendió que esa era una táctica sabia, a pesar de que
el plan también conllevaba muchos riesgos.
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Richard A. Knaak
— ¡Conozco ese lugar infecto! ¡Ahí anida una maldad más antigua
que los dragones, aunque no sé de qué puede tratarse!
—Eso carece de importancia en estos momentos. Lo único que
importa es el Alma Demoníaca. —La figura alta y pálida contempló
las colinas—. Y si esperamos tener la oportunidad de robarla, será
mejor que iniciemos nuestro viaje. A los sables de la noche les llevará
un tiempo cruzar esas colinas.
— ¿Los sables de la noche? —replicó un perplejo Korialstrasz—.
¿Para qué los necesitan si ahora cuentan conmigo?
—Porque tú correrías más riegos que nadie —le explicó Krasus al
dragón—. No puedes cambiar de forma, por lo cual eres un blanco
muy claro. Aún más, podrías caer fácilmente bajo el influjo H Alma
Demoníaca. Con solo desearlo, el dragón Negro podría convertirte en
tu esclavo.
—No obstante, haré lo que pueda. Tienen que llegar a esa guarida a
tiempo. Los felinos no son lo bastante rápidos ni tampoco pueden
arriesgarse a confeccionar un hechizo de teletransportación.
Krasus era consciente de que discutir con uno mismo era una pérdida
de tiempo. En efecto, Korialstrasz les ayudaría a alcanzar su meta
mucho antes. Sin embargo, una vez ahí, Krasus conminaría a su yo
joven a marcharse cuanto antes.
—Muy bien. Brox, prepara a los sables de la noche para que se vayan
de aquí. Escribiré una breve misiva que llevará el mío. Regresarán
ellos solos con la hueste y, con suerte, Rhonin podrá recibir esta
información sobre nuestros avances. Coged únicamente lo que
podamos llevar. Nada más.
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El Cataclismo
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CAPÍTULO SEIS
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Las cuñas tenían que avanzar con la máxima violencia posible, para
abrirse paso entre las líneas de la Legión Ardiente como si fueran unos
dientes horadando la carne. Los demonios atrapados entre las cuñas
serían el objetivo de los arqueros y los espadachines. Los elfos de la
noche progresarían de manera coordinada, sin que ninguna cuña se
adelantara a otra. La caballería se mantendría a la espera, por si había
que apoyar a cualquier punto débil que se generara.
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El Cataclismo
La batalla se desató.
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El Cataclismo
Entonces, los tres enanos atacaron con sus martillos. Allá donde
golpeaban al demonio, esas armas pesadas dejaban grietas y fisuras.
Al infernal se le desmoronó la pierna izquierda, de tal manera que
hincó una rodilla en el suelo.
Lo último que vio Rhonin fue que los tres terráneos iban a golpearle
con sus martillos en la cabeza al demonio.
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El Cataclismo
No hacía falta que nadie le explicara al mago quién era el que ataba
hablando. Al final, a Rhonin le fallaron las fuerzas y, mientras la
negrura lo reclamaba, el nombre de ese demonio retumbó por sus
sentidos que se desvanecían.
Archimonde…
*******
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¿O no?
*******
Brox se agarraba tan fuerte como los otros dos mientras Korialstrasz
los llevaba volando hasta su destino. Si bien el orco había vivido en
una época en la que su pueblo dominaba a los dragones rojos, él nunca
había volado en uno de ellos. Ahora gozaba de esa sensación y, por
primera vez, verdaderamente se compadecía de esos dragones que
habían sido esclavizados. El hecho de que, después de haberse sentido
tan libres y de haber vivido en el cielo, hubieran acabado teniendo que
morir como unos perros por culpa de otros seres..., ese era un destino
capaz de hacer que hasta un orco se estremeciera. De hecho, sentía
cierta afinidad con los dragones, puesto que, en verdad, su pueblo
también había sido esclavizado en cierto modo, cuando sus instintos
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El Cataclismo
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—Mi pueblo también lo llama Sombra de Sangre... pero sí, todas las
criaturas vivas lo conocen como Alamuerte, para su consternación.
Malfurion se estremeció.
— ¿Cómo vamos a evitar que nos detecten? Yo evité que repararan
en mi presencia gracias a lo que Cenarius me había enseñado, pero no
todos podemos viajar al Sueño Esmeralda.
—Tampoco tendría sentido —replicó Krasus—, ya que no podríamos
tocar el Alma Demoníaca desde ese plano. Debemos permanecer en
este. Yo conozco mejor a ese monstruo. Debería ser capaz de
escudamos ante cualquiera de sus hechizos de alerta. Sin embargo,
eso implicará que el resto tendrán que hacerlo Brox y tú.
—Lo estoy deseando.
—Yo también. —El orco alzó su hacha mágica—. Si debo, le
arrancaré la cabeza del cuello al dragón Negro.
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El Cataclismo
El día dio paso a la noche y, aunque ahora Malfurion podía ver mejor,
se detuvieron para poder dormir. El druida estaba seguro de que se
hallaban cerca de la guarida, lo cual provocó hasta Brox ansiara
descansar.
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El Cataclismo
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Una tenue luz iluminaba la zona qué tenía justo delante. Brox echó un
vistazo tras una esquina... y vio a unos goblins.
— ¡Más, más! —murmuró uno de ellos—. ¡No hay bastante para otra
placa!
— ¡La veta está agotada! —le espetó un compañero, que era
prácticamente idéntico al primero. Dirigiéndose al tercero, añadió—:
¡Hay que dar con otra, con otra!
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El Cataclismo
El resto se animó.
Algo golpeó con fuerza al orco en la parte posterior del cráneo, el cual
cayó de rodillas. Algo había aterrizado sobre su espalda y le estaba
estrangulando. Una vez más, Brox recibió un potente golpe en la parte
posterior de la cabeza.
Esa voz aguda rasgó el velo de su dolor. Otro goblin más se le había
acercado por detrás y lo había sorprendido. Como los puños de los
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Richard A. Knaak
goblins no eran tan grandes, Brox dio por sentado que lo habían
atacado con un martillo o una piedra.
Mientras Brox hacía todo lo posible para evitar esa hoja, un segundo
atacante aterrizó en uno de sus hombros. El orco gruñó al notar que
un filo le rozaba la oreja. Brox consiguió alzar el brazo para agarrar a
esa criatura, a la que, tras arrancársela del hombro arrojó lo más lejos
posible. Mientras el chillido del goblin se perdía en la lejanía, el
combatiente intentó de nuevo quitarse de encima al que tenía en el
pecho.
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El Cataclismo
Un segundo goblin saltó sobre el orco caído, al que golpeó con una
piedra. Esta no era la muerte noble en batalla que Brox se había
imaginado que tendría. No recordaba a ningún orco en ninguna gran
saga épica al que hubieran derrotado unos goblins.
Entonces, los dos que terna encima del pecho chillaron al ser barridos
por una luz roja. Salieron despedidos, y uno de ellos choco con otro
goblin, de tal manera que acabaron hechos un amasijo de
extremidades, al mismo tiempo que el segundo se estampaba
violentamente contra las rocas.
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Otra de las criaturas, que o bien era más inteligente o más arrogante
que el resto, tiró con una puntería infalible una piedra que impactó en
la sien del mago. A pesar de que era consciente de que era demasiado
tarde, Brox abrió la boca para lanzar una advertencia a Krasus...
Entonces, vio que la roca no solo no impactaba contra esa delgada
figura, sino que rebotaba a tal velocidad que, cuando alcanzó al
goblin, le fracturó el cráneo.
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El Cataclismo
—Ellos saben cuál es la mejor ruta para llegar a la guarida del dragón
—le explicó Krasus, cuya mano refulgía de nuevo—. Pueden
mostramos el camino.
Brox echó un vistazo a su alrededor. Todos los goblins que podía ver
parecían estar muertos. Entonces, vio que el que se había estrellado
contra las rocas se ponía en pie torpemente. En un principio el cansado
orco se preguntó cómo era posible que esa criatura hubiera
sobrevivido a tal impacto..., pero rápidamente se percató de que eso
no había sido así.
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El Cataclismo
CAPÍTULO SIETE
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abrir los ojos, pero esos ojos no veían, ni siquiera permitían ver el más
mínimo atisbo de que hubiera una inteligencia tras esa mirada.
Alzó la vista.
—Madre Luna...
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El Cataclismo
Tenía que advertir al noble. Para Jarod, eso era lo único que tenía
sentido. Nadie más podía hacerlo, puesto que Krasus se había ido.
El capitán agarró al inerte Rhonin y lo subió a una gran roca. Colocó
al mago en el lado opuesto, de tal manera que no se le podría ver desde
el campo de batalla. Con suerte, nadie atisbaría a esa figura ataviada
con una túnica que se hallaba ahí.
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El caos se desató en una hilera tras otra de soldados, ya que cada uno
de ellos luchaba para protegerse del horror. Se habían enfrentado a
hojas y garras (a peligros que podían combatirse con un arma), pero
contra ese terror hirviente que la Guardia Apocalíptica había
desencadenado, no había nada que hacer.
— ¡Mi señor! ¡Mi señor! ¡Haz algo! ¡Tenemos que derribar a esos
demonios!
— ¡Es demasiado tarde, demasiado tarde! ^—balbuceó Ojo de
Estrella, sin mirarlo—. ¡Todos estamos condenados! ¡Esto es el fin de
todo!
—Mi señor...
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El Cataclismo
—Mi señor...
— ¡Lárgate antes de que ordene que te encadenen!
El torrente que cayó sobre Ojo de Estrella y los demás les abrasó la
carne y derritió el metal. En medio de sus estertores de muerte, el
sable de la noche del comandante se revolvió, lo que provocó que el
cadáver achicharrado de su jinete saliera despedido por los aires. El
noble aterrizó sobre una montonera monstruosa, con sus arrogantes
facciones deformadas por el horror hasta ser casi irreconocibles. Sus
colegas nobles y los guardias no salieron mucho mejor parados; los
que no habían sido asesinados de una manera horrible yacían en el
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El Cataclismo
Para entonces, las tropas sobre las que Jarod había asumido el control
ya se habían reorganizado. Mientras el capitán cavilaba sobre qué
podía hacer para resolver ese nuevo problema, vio cómo casi una
decena de guardias apocalípticos caían del cielo, lo cual le hizo
albergar una leve esperanza, al menos.
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El Cataclismo
Siguió recibiendo una petición tras otra, lo cual impedía que Jarod
pudiera recuperar el aliento. Llegó un momento en que incluso los
terráneos y el resto de aliados empezaron a pedirle consejo. Como
Jarod no pudo dar con nadie de más alto rango, contestaba siempre a
sus ruegos y rezaba para implorar que no estuviera enviando a ningún
inocente al matadero.
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Jarod intentó una vez más obligarlo a beber agua, pero fue inútil.
Frustrado, se volvió hacia uno de los soldados, al que espetó:
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El Cataclismo
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— ¿Está...?
—Ya no se encuentra bajo el influjo de ese demonio, hermano —
respondió Maiev con una voz un tanto temblorosa—. Descansará el
tiempo que sea necesario. —Se puso en pie—. Ha sido muy duro, pero
Elune ha sido generosa, loada sea.
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El Cataclismo
—Gracias.
—Tú menos que nadie debes darme las gracias. Vamos, Jia. Hay
muchos que necesitan ser curados.
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Esta vez, Jarod fue incapaz de hablar. Se limitó a asentir, más por puro
reflejo que por otra razón. Al parecer, el noble interpretó ese gesto
como que se mostraba decididamente de acuerdo y, agradecido,
asintió a su vez.
—Según parece, Krasus acertó contigo. Esta vez, has hecho mucho
más que salvar la situación. Es más que probable que hayas salvado
al mundo, al menos por el momento.
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El Cataclismo
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El Cataclismo
Korialstrasz logró estirar una pata delantera hacia otro pico, en el que
clavó profundamente sus garras. Por mor del impulso, arrancó
toneladas de rocas de la otra montaña, pero eso ralentizó su descenso
lo suficiente como para darle tiempo a pensar. El dragón rojo se ladeó,
lo que sobresaltó a su enemigo y provocó que el dragón Negro
perdiera su asidero.
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— ¡No!
Como el dragón Negro era más pequeño, era, por tanto, más veloz; no
obstante, Korialstrasz era muy astuto y artero. Mientras su adversario
doblaba la esquina de un pasaje, Korialstrasz optó por seguir una ruta
distinta. Había pasado bastante tiempo con-templando ese paisaje
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Con una mayor determinación si cabe, Korialstrasz rugió una vez más
y prosiguió la cacería.
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CAPÍTULO OCHO
Para sorpresa del druida, fue Krasus el que primero expresó en voz
alta lo que los demás llevaban tiempo pensando.
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El Cataclismo
—Escuchen...
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El druida se tensó.
—Hemos llegado.
—Entonces, ya podemos poner punto final a esta obscenidad... —
Krasus agitó una mano en el aire y el goblin se giró. La figura
reanimada trepó hasta una roca y desapareció de la vista. Un instante
después, el mago dragón hizo un gesto, como si hubiera cortado
algo—. Lo acabarán encontrando..., pero después de que hayamos
completado nuestra misión.
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El Cataclismo
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Como era incapaz de dar con ninguna otra razón con la que defender
que debería entrar solo, Malfurion aceptó que el orco lo acompañara.
En verdad, el elfo de la noche se alegraba de poder contar con él.
Gracias a la constitución robusta y el poderoso brazo de Brox
adentrarse en la guarida del dragón resultaba menos sobrecogedor.
Un poco menos.
Pero Malfurion sabía que había que hacerlo y creía que era él quien
tenía más posibilidades de lograrlo. No lo hacía por puro ego, sino
porque tenía la sensación de que todo lo que había estudiado lo
convertía, de algún modo, en la elección idónea.
Por suerte, los goblins utilizaban el túnel para traer minerales en bruto,
ya que, si no, incluso Malfurion habría tenido problemas para poder
entrar en él. De hecho, Brox tuvo que llevar los brazos pegados al
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El Cataclismo
Al fin, una tenue luz iluminó el túnel que se curvaba. Brox se tensó
visiblemente. Malfurion lo agarró del hombro.
Lo que contemplaron sus ojos era más caótico que lo que Malfurion
había presenciado anteriormente. Ahí había, al menos, el doble de
goblins que antes y todos ellos iban corriendo de aquí para allá como
si la vida les fuera en ello..., lo cual probablemente era así. Varios se
afanaban en partir las enormes pilas de mineral en bruto, mientras que
otros lanzaban combustible a esos altos hornos. Mediante un sistema
de recipientes descomunales que se desplazaban gracias a unas
cadenas, un flujo incesante de metal fundido era vertido en unos
moldes gigantescos. Más allá, unos vastos tanques de agua
aguardaban a los moldes que ya se habían llenado. Unos goblins
sudorosos bañados en vapor se afanaban en colocar bien y de un modo
seguro un molde que ya estaba dentro de uno de los tanques.
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El Cataclismo
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— ¡Espero que sean más robustas que las últimas, las cuales fueron
un miserable fracaso!
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El Cataclismo
El goblin se estremeció.
— ¿D-disculpe, mi señor?
—Ya...
— ¡Sí, mi señor Neltharion! ¡De inmediato, mi señor Neltharion!
¡Muévanse, haraganes!
Meklo les espetó estas últimas palabras a los goblins que seguían
manipulando la placa.
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El Cataclismo
retumbó por la caverna. Si bien la terrible grieta que había debajo hizo
que la placa temblara, esta no se soltó.
*******
Brox no dijo nada; se limitó a entornar los ojos, a la vez que aferraba
con tanta fuerza la daga que sus nudillos adquirieron un tono
blanquecino.
Una vez más, el balanceo del cuerpo del dragón provocó que la tarea
se les complicara a los goblins. Al tercer intento, lograron acertar en
uno de los agujeros superiores. El tomillo se introdujo en parte en él,
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El Cataclismo
Neltharion rugió, pero fuera cual fuese el dolor que sentía, su grito se
mezclaba con una satisfacción indudable.
— ¡Tiren!
Los demás goblins tiraron de las cadenas. Las diversas poleas giraron
aquí y allá..., y el martillo volvió a caer.
— ¡Pretende que le incrusten todas esas placas! ¿Por qué? ¿Por qué?
—Para protegerse... —respondió el orco—. Son fuertes y ligeras. Ya
lo has visto. —Brox se encogió hombros—. También quizá para
evitar que esas fuerzas lo desgarren por dentro...
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El Cataclismo
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A sus espaldas, pudieron oír al goblin líder exclamar una vez más con
su aguda voz:
— ¡Tiren!
Alamuerte.
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El Cataclismo
Le comentó esto mismo al orco, quien, como era típico en él, se limitó
a encogerse de hombros y replicar:
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El guardián (no podía ser otra cosa) dio dos pasos más, lo cuales lo
llevaron directamente hacia el druida y el guerrero. Como era tan alto
como un dragón, el elfo de la noche parecía un enano en comparación.
Al observar cómo pisaba el suelo con uno de esos pies rocosos, se
imaginó cómo quedaría si lo aplastara con él.
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El Cataclismo
Sin embargo, aún tenían que superar la dificultad de llegar hasta ahí
arriba. Una vez más, lo que había sido tan fácil de lograr mientras
portaba su forma onírica era mucho más difícil de conseguir ahora,
pues lo que buscaban se encontraba muy, muy arriba. Para alcanzar el
escondite del Alma Demoníaca, iban a tener que realizar un ascenso
muy duro y no menos peligroso.
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Ninguno de los dos miró hacia abajo, pues eran conscientes de que
eso podría hacerles perder el equilibrio. La diminuta cueva, que
probablemente sería capaz de albergarlos a los dos, los tentaba a
entrar en ella.
A través de las lágrimas pudo ver una larga cabeza cadavérica, con
unas orejas similares a las de un elfo de la noche y un mechón que le
pendía de la frente. Dos colmillos amarillentos le brotaban de la
quijada. Tenía incrustada una reluciente gema negra justo en mitad de
la frente; sin ningún género de dudas, ese era el método que empleaba
Alamuerte para mantener a tales guardias bajo su control.
La criatura era mucho más alta que un goblin, incluso un poco más
alta que Malfurion. Su piel gris oscura y rojiza se mimetizaba muy
fácilmente con la pared de la roca.
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El Cataclismo
El druida se apartó hacia atrás lo máximo que pudo, de tal manera que
las afiladas uñas del troll no le rasgaron la cara por un pelo. Aunque
Malfurion intentó tomar un desvío por la cueva, el troll se aferró a la
pared de la roca y, como si fuera una araña, descendió hacia su presa.
Intentó alcanzar a Malfurion una vez más y, esta vez, logró agarrarle
de la muñeca al druida. Con una fuerza sorprendente, el troll procuró
arrancarlo de la pared.
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El Cataclismo
Miró hacia abajo y vio que Brox había alcanzado la cueva que habían
buscado en un principio. El orco echó un vistazo dentro.
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Todo aquello que les permitiera pasar menos tiempo en ese lugar era
toda una bendición. Malfurion asintió y volvió a centrar su atención
en esa falsa tapa. Por el momento, habían tenido suerte de que el
estrépito de las labores de colocación de esa demencial armadura que
le estaban incrustando a Alamuerte hubiera tapado los ruidos que
habían hecho los trolls al morir, pero la fortuna no les iba a sonreír a
los dos eternamente...
Brox asintió.
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El Cataclismo
Fue entonces cuando fue consciente del terrible error que había
cometido.
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El Cataclismo
CAPÍTULO NUEVE
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El Cataclismo
Oyeron unas fuertes pisadas procedentes del exterior, pero no eran las
propias de un dragón. Malfurion echó un vistazo por el recodo de la
cámara y distinguió la forma descomunal del gólem de piedra.
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El Cataclismo
Y de ese modo... lo logró. Las fuerzas que fluyeron a través del elfo
de la noche lo llenaron de tal confianza que se sintió tentado a salir a
enfrentarse contra Alamuerte, el gólem y cualquier otro dragón que
hubiera en la guarida. Lo único que evitó que obrara así fue que era
consciente de que su propia muerte supondría, seguramente, el fin de
todas las esperanzas de aquellos por los que tanto se preocupaba.
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Y lo que fue aún peor: cuando ambos únicamente habían dado unos
pocos pasos, oyeron la voz atronadora del dragón:
— ¿Dónde están? ¡Le desollaré vivos, les clavaré agujas en todos los
nervios! ¡Aparta!
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El Cataclismo
A pesar de liberar tal poder había sido muy estimulante tal vez
Malfurion se había equivocado; tal vez debería haberse dado la vuelta
para enfrentarse al dragón Negro. Si hubiera derrotado Alamuerte,
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— ¡Ahí! —gritó con voz ronca el elfo de la noche—. ¡Ahí hay una
abertura!
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El Cataclismo
Una vez más, fue Brox quien encabezó la marcha. El orco daba cada
paso con suma precaución en esa pendiente cubierta de nieve, en más
de una ocasión, descubrió algún punto donde podrían haber acabado
despeñándose hacia una muerte segura si no hubiera sido tan
cauteloso. Por ahora, Brox seguía llevando su hacha bien sujeta, con
el fin de evitar que cualquier tropiezo pudiera hacerle perder esa arma
tan valiosa.
Sin embargo, su suerte pareció cambiar a peor una vez más cuando
una gran silueta los sobrevoló y cayó en picado. Tanto Brox como
Malfurion se arrojaron a la nieve inmediatamente, intentando así
protegerse mientras el dragón pasaba cerca de ellos.
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
Es raro que solo lo hayamos visto a él. ¿Dónde se han metido los
demás dragones?
— ¡Debería haber usado este maldito objeto para que nos llevara hasta
Krasus!
—Entonces, el dragón Negro nos habría localizado al instante.
—Lo sé... Es que...
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El Cataclismo
Rozó una bolsa con los dedos (en la que se hallaba el disco) y, al
instante, oyó unos susurros en su mente.
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El otro guardia vil titubeó. Y eso fue lo único que Brox necesitó. El
hacha encantada del orco le abrió un profundo tajo al demonio en el
pecho, atravesando armadura y carne.
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El Cataclismo
Debe ser destruido... Todos deben ser destruidos... Todo aquel que
desee el disco... Todo aquel que quiera arrebatártelo...
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220
El Cataclismo
Oyó rugir a Brox con furia, así como el estrépito del hacha al golpear
la piedra. Entonces, se oyó un violento golpe sordo y el orco se quedó
aterradoramente callado.
221
Richard A. Knaak
—Les has dejado vivir. ¿Por qué? —preguntó alguien con una voz
que, en efecto, pertenecía a un elfo de la noche, pero que tenía el tono
de un demonio.
—Nuestro señor se mostrará muy interesado en estos dos...
Malfurion se quedó anonadado al oír esa segunda voz. ¿Podría ser él?
Oyó que algo se posaba con ligereza en el suelo y, acto seguido, unos
pasos que se acercaban a él. Percibió unos chirridos mientras esa
figura cercana recogía lo que solo podía ser la infecta creación del
dragón.
222
El Cataclismo
CAPÍTULO DIEZ
Y lo que era aún peor: el enlace mental con el druida y el orco se había
roto y no por culpa de algún sortilegio lanzado por el dragón Negro.
Alguna fuerza igual de terrible, a su manera, que Alamuerte se había
interpuesto entre el mago y sus compañeros..., y Krasus creía que
tenía una vaga idea sobre qué podía ser.
224
El Cataclismo
planes de los dioses antiguos, ya que eran muy superiores a él, tanto
como él era superior a un gusano. Aun así, al menos su objetivo inicial
era comprensible.
Y lo que era aún peor: tenían a Nozdormu muy ocupado; sin lugar a
dudas, eso también formaba parte de su plan. Krasus se detuvo y se
dejó caer hacia atrás hasta apoyarse en la ladera de la montaña.
Aquello lo abrumaba. Los oscuros antiguos habían invertido mucho
tiempo y esfuerzo en esas maquinaciones. Habían colocado a muchos
peones en su sitio y habían ocultado sus intrigas muy bien. ¿Cómo iba
a poder alguien (y mucho menos él) frustrar sus malévolas
conspiraciones?
¿Cómo?
225
Richard A. Knaak
— ¡TÚ!
Al final, fue el terror alado del cielo quien detuvo su ataque, pero
únicamente para lanzar otra descarga horrenda. Sin embargo, ese
instante de vacilación por parte de su rival era lo único que necesitaba
Krasus.
226
El Cataclismo
El único factor que Krasus sabía que obraba a su favor era que
Alamuerte se hallaba tan dominado por la ira que era incapaz de
concentrarse para emplear sus poderes como era debido. El mago notó
que su adversario estaba sondeando mágicamente el entorno, pero de
una manera rápida y somera, haciendo unos barridos tan veloces y
amplios que su presa fue capaz de esconderse con gran facilidad.
227
Richard A. Knaak
Mejor. Si tenía que sacrificar su vida para que los demás pudieran
llevarse el Alma Demoníaca, que así fuera. Rhonin sabría qué hacer
con ella.
Por todas partes, los escombros que habían generado las anteriores
descargas del coloso negro salieron volando por los aires,
bombardeando así a Alamuerte. Unos fragmentos descomunales,
algunos tan grandes como la cabeza del dragón, impactaron contra él
de manera violenta. Sobresaltado, Alamuerte lanzó un rugido
mientras viraba de un modo demencial hacia una montaña, contra la
que evitó colisionar en el último momento.
228
El Cataclismo
229
Richard A. Knaak
230
El Cataclismo
Aun así, lo único que realmente importaba era que esa criatura estaba
muerta y el disco volvería a ser suyo. Simplemente, tenía que ser
paciente. Sin duda, el Alma se hallaba cerca de él, enterrada bajo el
magma, aguardando a reunirse con él.
Esperaba que el coloso negro lo diera por muerto y que creyera que
había enterrado al Alma Demoníaca con él. Como también era un
dragón, Krasus era consciente de la gran cantidad de energía que
consumía un congénere suyo durante un ataque, por lo cual creía que
el asalto que acababa de llevar a cabo Alamuerte en su contra
demoraría al Aspecto en su búsqueda del elfo de la noche y el orco.
Cada valioso minuto que le sacaran de ventaja, otorgaría más
posibilidades de éxito a los dos.
231
Richard A. Knaak
Agotada, la figura vestida con una túnica yacía sobre el suelo rocoso.
Los primeros rayos de luz se extendían por lo poco del horizonte que
podía ver. En este lugar tan oscuro, lo único que podían hacer esos
haces de luz era marcar la vaga diferencia entre el día y la noche. Sin
embargo, Krasus les dio la bienvenida, pues era un ser de la Vida y la
Vida florecía mejor bajo la luz del sol. Mientras se le adaptaba la vista
a esa nueva iluminación, el mago por fin se permitió el lujo de
relajarse, al menos por un momento.
Fue entonces cuando alguien con una voz grave que procedía de allá
arriba bramó triunfal:
*******
232
El Cataclismo
Tyrande no se sintió traicionada, sino que dio las gracias a Elune por
todo lo que había hecho la deidad. A pesar de que ahora todo dependía
de su excesivamente frágil carne mortal, el adiestramiento que había
recibido por parte de la hermandad la ayudaría a seguir adelante.
Todas las noches, cuando llegaba la puesta de sol, uno de los Altonato
le traía un cuenco con comida. Lo que contenía ese cuenco (unas
gachas que Tyrande sospechaba que eran las sobras de las comidas de
sus captores) permanecía en el suelo cerca de la esfera sin ser tocado.
Lo único que Tyrande tenía que hacer era decirle a uno de sus captores
que tenía hambre y la esfera descendería mágicamente, lo cual
permitiría que, a continuación, la cuchara de marfil que siempre
acompañaba al cuenco pasara con el alimento a través de la barrera.
233
Richard A. Knaak
—Déjanos a solas.
234
El Cataclismo
y Azshara, pero el que tenía delante le había revelado que eso tal vez
no fuera así.
—Los Altonato siempre han sido los dignos protectores del reino,
pues han velado tanto por el pueblo como por el Pozo. Estoy segura
de que tus ancestros serán capaces de apreciar tus esfuerzos y no verán
nada malo en ellos.
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Richard A. Knaak
236
El Cataclismo
—Si dejarás de resistirte, todo sería mucho más fácil. Si no, acabarán
cansándose de tenerte aquí. Y si eso ocurriera, señora, me temo que
sufrirías un destino no muy agradable.
—Debo seguir el camino que creo que la Madre Luna pretende que
recorra, pero te doy las gracias por la franca preocupación que
muestras por mí, Dath’Remar. Resulta reconfortante ser objeto de
tales sentimientos en el palacio.
237
Richard A. Knaak
238
El Cataclismo
Esa respuesta brotó de sus labios de una manera tan automática que
la sacerdotisa no pudo evitar tener la sensación de que Dath’Remar la
había repetido muchas veces..., tal vez incluso a sí mismo.
239
Richard A. Knaak
—Intentaré ver qué se puede hacer para que la próxima vez puedas
degustar algo más sabroso, señora Tyrande.
—Que la bendición de la Madre Luna recaiga sobre ti, Dath’Remar
Caminante del Sol.
240
El Cataclismo
CAPÍTULO ONCE
Con los ojos cubiertos por unas pequeñas sombras negras que ninguna
luz era capaz de atravesar, Malfurion siguió tropezándose y cayendo,
sufriendo cortes y roces constantemente, e incluso en una ocasión
estuvo a punto de partirse la crisma con una roca.
El hechicero que llevaba una venda en los ojos no dio ni la más leve
muestra de arrepentimiento. Cada vez que Malfurion se tropezaba,
Illidan se limitaba a tirar de la cuerda hasta que el druida conseguía
levantarse. Entonces, los guardias que iban detrás de los prisioneros
los espoleaban a avanzar y se reanudaba la caminata.
Brox dirigió su mirada a su hacha, que ahora pendía del felino sobre
el que estaba montado el oficial del rostro marcado. El orco ya había
decidido que el capitán Varo’then iba a ser su otro objetivo principal,
en el caso de que las circunstancias permitieran que Malfurion y él se
liberaran. Si bien era cierto que los guerreros demoníacos eran
peligrosos, carecían de la astucia ladina que Brox podía ver en el otro
elfo de la noche. Incluso Illidan no era tan taimado como él. Aún así,
si los espíritus le daban su bendición, Brox los mataría a ambos.
242
El Cataclismo
Lo más curioso de todo no era que Illidan fuera quien la llevara ahora,
sino que unos instantes después de que el hechicero se la hubiera
arrebatado a su hermano, el capitán se había acercado al gemelo
traidor y le había tendido una mano enguantada, a la vez que le exigía
a Illidan que se la entregara. Y era todavía más curioso que el hermano
de Malfurion hubiera obedecido sin rechistar.
De repente, abrió los ojos como platos y se gruñó a sí mismo por ser
tan necio. Sí, el orco se dio cuenta al fin de que algo lo había distraído.
Sí, algo... o, más bien, alguien: Krasus.
243
Richard A. Knaak
— ¡Angh!
Por mucho que lo intentara, el orco no podía hacer nada para ayudar
al elfo de la noche caído. Apretando los dientes, lanzó una mirada
iracunda a Illidan.
El hechicero se ajustó la venda que le tapaba los ojos. Brox había visto
lo suficiente como para saber que les había pasado algo terrible.
244
El Cataclismo
Se levantó la venda.
Al orco se le pusieron los pelos de punta al ver por primera vez lo que
yacía ahí abajo. Brox lanzó un juramento a los espíritus Incluso los
monstruosos guardias que se encontraban junto a él se movieron
inquietos.
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Richard A. Knaak
246
El Cataclismo
—Debemos hacer algo... —le instó en voz baja, mientras tiraba con
fuerza de las cuerdas y, lamentablemente, descubría que seguían
resistiendo perfectamente.
—Ya lo he estado haciendo —respondió entre susurros el druida—
desde que Illidan me ha devuelto la vista. Antes no podría
concentrarme porque no paraba de caerme..., pero eso ahora no es un
problema.
— ¿Cómo?
—Los felinos. He estado hablando con ellos. Los he convencido El
orco frunció el ceño y se acordó de cómo Malfurion había hablado
mentalmente con otros animales en el pasado.
—Estaré listo, druida. ¿Crees que actuarán pronto?
—Ha resultado más difícil de lo que pensaba. La... la presencia de la
Legión los ha corrompido, pero... creo que... sí... Prepárate Actuarán
en cualquier momento.
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Richard A. Knaak
Brox se giró y colocó sus manos atadas junto a la cabeza del hacha.
El filo siempre afilado del arma cortó las cuerdas con suma facilidad
y apenas le hizo algún leve rasguño al guerrero en el brazo derecho.
Brox agarró el arma.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Por el rabillo del ojo vio cómo Malfurion enviaba al sable de la noche
sin jinete a combatir a los guardias viles. El primer demonio
retrocedió, pues no estaba seguro de si debía atacar a la montura de
Varo’then o no. Esa vacilación le costó muy caro, ya que la enorme
pantera se abalanzó sobre la figura ataviada con una armadura un
instante después y le desgarró la garganta.
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El Cataclismo
Brujería...
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Richard A. Knaak
Lo que más dejó anonadado a Brox fue que el fuego había sido
lanzado con tal precisión que apenas notó el calor. Eso lo dejó aún
más perplejo, ya que había dado por supuesto, y con razón, que un
dragón surcaba el cielo... y, seguramente, no se trataba de un dragón
cualquiera.
Sino de Alamuerte.
Brox poco podía hacer, salvo prepararse lo mejor posible para lo que
sabía que iba a suceder y confiar en la habilidad de Korialstrasz.
Mientras una ráfaga de viento le acariciaba la cara, Brox notó que las
extremidades se le desentumecían. Ya fuera por mor de algo que había
hecho el dragón rojo o por alguna circunstancia caprichosa, el hechizo
de Illidan se había desvanecido.
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El Cataclismo
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El Cataclismo
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vamos. Los felinos vuelven a estar bajo nuestro control. Tenemos que
llevar el disco a Zin-Azshari lo antes posible, ¿no es así?
—Por supuesto.
256
El Cataclismo
Cuando otro noble había sugerido una maniobra por un flanco que
probablemente habría tenido como consecuencia que la hueste
acabara fragmentada, Jarod había intervenido para explicar por qué
tal estrategia solo serviría para provocar una debacle que destruiría a
los elfos de la noche. El hecho de que tuviera que dejar esto bien claro
al que debería haber sido el más entendido de su raza sorprendía al
humano. Al final, Jarod se las había ingeniado para lograr que todos
los nobles pasaran a ser leales seguidores suyos, quienes se habían
sentido realmente aliviados al contar con alguien que parecía ser un
estratega nato.
Sin embargo, ahora que la misión cuya finalidad era hacerse con el
disco pendía de un hilo, ¿bastaría únicamente con el liderazgo de
Cantosombrío?
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Richard A. Knaak
—En su día, no habría podido soñar con mayor honor que ascender
hasta un puesto privilegiado y vestir los suntuosos atuendos propios
de mi nuevo cargo —comentó Jarod de modo melancólico—. ¡Ahora
me siento como si tuviera pintas de bufón!
—No esperes que yo te rebata en esta cuestión —admitió Rhonin—.
Pero esa vestimenta impresiona al grupo, así que tendrás hacer de
tripas corazón, al menos por ahora. Cuando tengas aún mayor
autoridad, podrás prescindir de esos adornos, poco a poco —Me
muero de impaciencia por poder hacerlo.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
— ¡Esa llamada procede del extremo más alejado del flanco derecho!
¡Ahí no debería haber ninguna fuerza de la Legión! ¡Nunca podrían
pasar por ahí sin que nosotros lo supiéramos!
— ¡Pues parece que así es! —Indicó con una seña a los soldados que
se acercaran a él—. ¡Monten y tráiganme a mi felino! ¡Y el del mago
también! ¡Tenemos que ir a ver qué está ocurriendo ahí ahora mismo!
Trajeron a los animales con una eficiencia que Rhonin no había visto
cuando Ojo de "Estrella ejercía el liderazgo. Estos soldados realmente
respetaban a Jarod. No se trataba solo de que contara con el apoyo de
muchos nobles importantes, aunque fueran unos inútiles, sino de que
se había corrido la voz y conocían sus hazañas; todos sabían cómo
había tomado las riendas en un momento en que todos los demás
habían creído que todo estaba perdido.
260
El Cataclismo
Rhonin hizo ademán de contestar, pero justo entonces divisó algo más
allá de aquella línea, a lo lejos. El enemigo se hallaba más cerca de lo
que podría haber imaginado. El mago distinguió unas formas
colosales, unas criaturas aladas y una vasta variedad de siluetas
ominosas que ni siquiera él, que había combatido a la Legión en el
futuro, pudo identificar.
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Richard A. Knaak
— ¡Espera, Jarod!
—Maestro Rhonin, ¿tú también?
262
El Cataclismo
En cuanto vio a su líder, estuvo aún más seguro de que había acertado.
Se trataba de una criatura cuadrúpeda muy alta que se desplazaba a
gran velocidad y cuya testa greñuda estaba coronada por una
magnífica cornamenta. A ese ser colosal lo seguían muy de cerca
decenas y decenas de criaturas que se parecían a los sátiros, ya que
tenían un torso semejante a los de los elfos de la noche; sin embargo,
la parte inferior de sus cuerpos era más propia de un fauno; además,
todas eran unas hembras jóvenes y hermosas. Parecían ser tanto
plantas como animales, ya que tenían la piel cubierta de unas hojas
verdes y brillantes. A pesar de que tenían un aspecto delicado, había
algo en su porte y actitud que le hacía sospechar que cualquier
enemigo se arrepentiría de tener que enfrentarse a ellas.
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
tenían algún parecido notable con algún aspecto particular del mundo
natural.
Rhonin echo una mirada fugaz hacia atrás. Por todas partes, soldados,
tauren, furbolgs, terráneos y otras clases de seres observaban
sobrecogidos esa escena. Ahora, la mayoría era capaz de reconocer
que los recién llegados eran unos seres muy antiguos y de un
tremendo poder..., todos los cuales estaban rindiendo pleitesía a
Jarod, al reconocerle como aquel de quien recibirían órdenes en la
batalla.
266
El Cataclismo
El señor del bosque asintió y posó los ojos sobre los demás defensores
mortales que se hallaban detrás de Jarod. Una expresión de
determinación se apoderó del semblante barbudo de Cenarius.
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Richard A. Knaak
CAPÍTULO DOCE
Abrió los ojos y se topó con el suave manto de la noche. Por una vez,
Malfurion dio las gracias por poder evitar el resplandor de la luz
diurna y se incorporó, a pesar de que le dolía todo el cuerpo, hasta
sentarse. A continuación, escrutó la zona.
—E-está vivo... —acertó a decir una figura arrugada que se alzó como
un espectro de la tumba—. E-eso te lo puedo asegurar fácilmente.
— ¿Krasus?
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
A pesar de que había algo en su tono de voz que parecía insinuar que
sabía más sobre el gemelo de Malfurion de lo que dejaba entrever,
Krasus no se explayó más.
Tras asentir, Malfurion le contó con todo detalle cómo los habían
capturado a Brox y a él, cómo les habían arrebatado el malévolo disco
y cómo habían llevado a cabo ese arduo viaje. Cada vez que tenía que
mencionar a Illidan, Malfurion casi se ahogaba.
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Richard A. Knaak
— ¡Pero no podemos! ¡Se han aislado del resto del mundo, ni siquiera
tú puedes contactar con ellos! Si Korialstrasz estuviera consciente,
entonces...
—Ya —le interrumpió el mago dragón—. Y es Korialstrasz quien, en
parte, puede ayudamos a sacarlos de su aislamiento... si conozco a
Aquella Que es la Vida tan bien como creo.
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El Cataclismo
Al entornar Krasus los ojos, Malfurion se dio cuenta, por primera vez,
de que tenían una forma bastante reptiliana.
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Richard A. Knaak
—Lo haré.
—Intentaré velar por ti. Brox, te encomiendo la tarea de protegernos
a los dos si es necesario.
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El Cataclismo
— ¿Ha respondido?
— No…, no hubo respuesta alguna.
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Richard A. Knaak
— ¡Es ella! ¡Debería haberme dado cuenta que ella misma en persona
intentaría descubrir si esa espantosa noticia era cierta o no!
Una dragona carmesí del tamaño de Alamuerte planeaba por encima
de ellos. Mientras Malfurion la observaba con detenimiento, se
percató de ciertas características suyas que le indicaron que había
visto antes a esa giganta en particular.
276
El Cataclismo
— ¡De todos los que me conocen tú sabes mejor que nadie lo pesada
que ha sido esta broma! Temía que... que tú... y él...
—No será porque el Alma Demoníaca no lo ha intentado —replicó
Krasus—. Si su portador actual no hubiera estado tan poco versado
en su manejo, ahora nos verías a los cuatro aquí muertos.
—Ya te explicarás en breve —le espetó la dragona—. Primero, debo
verlo.
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El más grande de los dos recién llegados agachó la cabeza con sumo
respeto.
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El Cataclismo
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El Cataclismo
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El Cataclismo
Alexstrasza resopló.
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A pesar de que Malfurion dudaba que eso fuera tan sencillo, el elfo
de la noche optó por no insistir más en el tema..., al menos por el
momento.
—Se darán cuenta de que las escamas tienen la misma movilidad que
en un dragón de verdad —les explicó Krasus—. Metan los pies por
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
— ¡En efecto, muy bien hecho, mortales! —Al instante, tendió una
zarpa enorme a Varo’then—. Ahora, denme el artefacto para que
pueda preparar el encantamiento del portal.
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Richard A. Knaak
Si bien esa aseveración los pilló a todos con la guardia baja, a Illidan
más que a los demás. Esto no iba a (no podía) acabar así. Todo
dependía de que fuera él quien manipulara el disco.
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CAPÍTULO TRECE
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El Cataclismo
Con suma admiración, la joven abrió los ojos como platos al darse
cuenta de que él la recordaba. De repente, Jarod se sintió muy
incómodo bajo esa mirada tan intensa. A Shandris todavía le
quedaban un par de años para tener la edad necesaria para ser una
pretendiente y, aunque el militar tampoco le sacaba tantos años, daba
la impresión de ser una brecha del tamaño del Pozo de la Eternidad.
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— ¡Lo siento! ¡Sé que tienes mucho que hacer! No debería molestarte
con esto, Jarod.
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Le trajeron un odre, que vació sin derramar una sola gota. Incluso
entonces, Rhonin se sintió como si no hubiera bebido nada desde
hacía más de un día.
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El Cataclismo
Rhonin negó con la cabeza, pues no podía creer lo que veían sus ojos.
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El Cataclismo
Aun así, a pesar de haber sufrido una horrible debacle, los demonios
siguieron avanzando. Jarod le atravesó la cabeza al primer demonio
que había logrado sobrevivir al asalto de Agamaggan. Cenarius agarró
a otro infernal, lo alzó por encima de su cabeza, a pesar de lo mucho
que se revolvía ese monstruo, y lo arrojó contra sus hermanos. Por
primera vez, los infernales descubrieron qué se sentía al ser embestido
por uno de sus congéneres. La fuerza con la que el semidiós lanzó ese
misil tuvo como resultado que sus objetivos cayeran hacia atrás unos
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Richard A. Knaak
Los osos gemelos fueron mucho más directos. Con unas pesadas
zarpas, desataron el caos entre las filas demoníacas; apartaron de su
camino tanto a los infernales como a los guardias viles, a los que
derribaron como si se estuvieran quitando unas hojas de los brazos.
Varias bestias viles saltaron por encima de la cuña que se venía abajo
y se adhirieron al plantígrado que iba primero. Este se echó a reír y se
arrancó a esas bestias de la Legión una a una del pecho, rompiéndoles
la espalda y lanzando los cadáveres por los aires, los cuales
aterrizaron sobre la retaguardia de los guerreros de Archimonde.
302
El Cataclismo
cualquier otra arma que hubiera ahí, si no aún mayores. La hoz que
giraba en círculos en el aire atravesó volando a la Legión, decapitando
a un demonio y abriéndole en canal el pecho a otro antes de regresar
a la mano de su dueño. El rechoncho guerrero repitió esta acción una
y otra vez, recogiendo una cosecha sangrienta en cada ocasión.
Sin embargo, los primeros en cometer ese error lo pagaron con la vida.
Archimonde no toleraba que nadie se batiera en retirada, ni ahora ni
nunca, salvo que fuera por una cuestión de estrategia. Los demonios
contra los que desató su ira se derritieron, de tal manera que tanto su
armadura como la carne se desprendieron de sus huesos como si
fueran una cera blanda. Sus chillidos se transformaron en gorgoteos
y, unos segundos después, lo único que quedaba de ellos eran unos
charcos hirvientes en los que flotaban unos pocos fragmentos de lo
que habían sido.
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Richard A. Knaak
304
El Cataclismo
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Pero seguían sin saber nada de Krasus, por lo cual incluso el mago
humano, que conocía perfectamente las tremendas habilidades y la
gran astucia del mago dragón, se empezó a preguntar si tal vez su
antiguo mentor había perecido realmente en la guarida de Alamuerte.
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¿Alexstrasza?
Entonces, se preguntó qué podía haber traído hasta ahí a esa falsa
Alexstrasza para ayudar a la hueste.
306
El Cataclismo
— ¡Loados sean todos por seguir vivos! —exclamó con una amplia
sonrisa—. ¡Han vuelto con el Alma Demoníaca en sus manos!
De repente, Brox señaló con su hacha hacia un lugar situado más allá
de los demás.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Su antiguo mentor se inclinó aún más hacia él para que solo el mago
pudiera escucharle.
—Entonces, Sargeras tendrá por fin los medios necesarios para entrar
en Kalimdor... y, en cuanto entre en nuestro mundo, el señor
demoníaco reescribirá los últimos diez mil años de historia.
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El Cataclismo
CAPÍTULO CATORCE
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—En verdad, nunca hemos tenido acceso más que a una mera sombra
de su grandeza —murmuró al capitán.
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El Cataclismo
— ¡Tomen posiciones!
Los hechiceros y los sátiros formaron el patrón que Sargeras les había
indicado. Mannoroth observó detenidamente dónde se habían
colocado y, mediante amenazas, logró que aquellos que se habían
equivocado se situaran en el lugar adecuado. Cuando por fin el coloso
cubierto de escamas se sintió satisfecho, se alejó del grupo.
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Richard A. Knaak
—No, esta vez, no, Luz de Luces..., pero no tardará mucho más. Una
vez se estabilice el portal, lo atravesará.
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El Cataclismo
Y, ahora..., el disco...
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
único que se quedó ahí. El demonio extendió una vez más los brazos
hacia delante como si quisiera abrazar a una amante.
Una ola tan grande como cualquier dragón barrió la zona donde se
hallaba el demonio.
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Richard A. Knaak
Entonces, una luz brillante que tenía delante captó su atención. Illidan
expandió sus sentidos hasta el límite y percibió que la misma Alma
Demoníaca flotaba por encima de la superficie. Ese disco de aspecto
tan sencillo irradiaba una luz dorada que se centraba sobre todo en las
aguas de allá abajo. Illidan ya sabía suficiente sobre el Alma
Demoniaca como para comprender que Sargeras manejaba sus
energías de una manera que nadie habría podido manejar, salvo tal
vez el dragón Negro, aunque quizá incluso mejor. Incluso desde el
distante reino en que aguardaba, el Señor de la Legión manipulaba el
increíble poder del disco a la perfección en conjunción con las fuerzas
primordiales del Pozo.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
Lo cierto es que no hacía falta dar tal orden a los Altonato y los sátiros,
puesto que la mayoría ya estaba siguiendo a Mannoroth. Únicamente
Illidan se quedó rezagado, cuyos pensamientos se debatían entre lo
que creía haber interpretado en las palabras y el rostro del comandante
demoníaco y lo que había logrado atisbar del reino del Señor de la
Legión.
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Este último echó un vistazo ahí una sola vez, escrutó a la prisión y,
acto seguido, volvió al pasillo.
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El Cataclismo
Repitió los mismos pasos que había dado lady Vashj en su momento.
La esfera descendió y las ligaduras invisibles se desvanecieron.
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El Cataclismo
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El Cataclismo
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— ¡Eso no hace falta preguntarlo! ¡Claro que lo haré! ¡Lo juro por la
Madre Luna!
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El Cataclismo
— ¡Cabalguen!
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El Cataclismo
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los que lograban sortear sus ataques desataban el caos entre los elfos
de la noche. Una elfa cayó cuando su montura, degollada, se
desplomó. Antes de que pudiera levantarse, el guardia vil que había
asesinado a su felino la decapitó. Otro Altonato fue derribado de su
silla de montar; lo empalaron y, acto seguido, lo arrojaron con
deprecio bajo las zarpas de los sables de la noche, que lo pisotearon.
332
El Cataclismo
Este nuevo sortilegio resultó ser mucho más efectivo. Los Altonato
fugitivos que se habían visto demorados en su avance por el
despiadado ataque inicial de los demonios, recuperaron el ritmo en su
veloz huida. Aun así, dejaron atrás a más de una decena de los suyos,
la mayoría destrozados por las cruentas hojas de la Legión Ardiente.
Unos sables de la noche sin jinete alguno, pero con los lomos
empapados de sangre, siguieron avanzando con el resto del grupo.
Dos taumaturgos vestidos con túnicas alzaron los brazos. Algo similar
a un halo cobró forma por encima de ellos y, acto seguido, se expandió
hasta cubrir a gran parte del grupo.
Pero antes de que pudieran concluir el hechizo, fuera cual fuese, que
pretendían lanzar, una explosión los zarandeó. Sus sables de la noche
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El Cataclismo
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La sacerdotisa cerró los ojos con fuerza. Aunque sus rezos fueron
dirigidos a su diosa, sus últimos pensamientos se centraron en
Malfurion, quien se sentiría responsable de su muerte, si eso era lo
que iba a suceder en breves instantes, a pesar de que ella no quería
que cargara con esa pesada carga. Pero serían los dioses quienes
decidieran su destino, no los actos de su amador. Tyrande comprendía
que Malfurion había hecho todo cuanto había podido y que el sino de
su pueblo era mucho más importante que el de esta humilde sierva.
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El Cataclismo
Tocó la tierra. Sí, había caído..., pero, si era así ¿por qué seguía de
una sola pieza?
— ¡Malfurion!
—Mira que eres necia... —Le tendió una mano—. ¿Y bien? Ven
conmigo... ¡si quieres vivir lo suficiente para verme salvar el mundo!
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CAPÍTULO QUINCE
Pero había otros que también aguardaban con una expectación cada
vez mayor, otros con sueños más funestos y mucho más antiguos que
los del señor demoníaco. Habían estado esperando tanto tiempo para
tener una vía de escape, los medios para reclamar lo que antaño había
sido suyo. Cada paso hacia el éxito que daba Sargeras a la hora de
reforzar el portal, era un paso hacia el éxito para ellos también. Con
338
El Cataclismo
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339
Richard A. Knaak
Con todo, siempre había más demonios para reemplazar a los que
habían perecido.
340
El Cataclismo
Entonces, una manada de bestias viles pillaron a uno de los osos por
sorpresa, abalanzándose sobre su víctima, a la que rápidamente
derribaron. Antes siquiera de que su gigantesco adversario impactara
contra el suelo, una veintena más se unió a la primera manada.
Rápidamente, los monstruosos adhirieron sus ventosas al peludo
cuerpo y bebieron con ansia la magia innata del guardián... y, por
tanto, su fuerza vital.
El gemelo del caído rugió con furia cuando vio lo que había sucedido.
Apartando a golpes a los guardias viles, se arrojó contra esas
horrendas sanguijuelas. Una a una, el semidiós las arrancó del cuerpo
inmóvil, arrancándoles la cabeza y rompiéndoles la espalda de paso.
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
Esta última muerte espoleó aún más a Cenarius. Arremetió contra los
demonios que se estaban ensañando con el cadáver destrozado del
jabalí, aplastándoles las tráqueas o empalándolos en las cerdas del
semidiós caído. Tal era su furia que, al final, se convirtió en el
objetivo principal de los violentos ataques de la Legión Ardiente. La
mano invisible de Archimonde guiaba a los demonios más poderosos
hacia el señor del bosque.
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Richard A. Knaak
Con cada paso que daba hacia el venado, Archimonde iba aumentando
de tamaño hasta que fue tan alto como su adversario. Al contrario que
sus dementes guerreros, el comandante demoníaco mostraba un
semblante imperturbable, casi analítico. A pesar de que no empuñaba
344
El Cataclismo
Más atrás, Jarod y Brox, a los que se sumó por el camino Dungard el
terráneo, llevaban al herido Cenarius hasta donde se hallaba Krasus.
El mago, a pesar de que corría el riesgo de ser atacado por un eredar,
se apartó de la batalla para conocer en qué estado se encontraba el
señor del bosque.
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Richard A. Knaak
Un crujido tremendo reverberó por toda la región, uno que por solo
un breve instante, provocó que todos los demás ruidos cesaran.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
—Mi pueblo siempre ha creído que era Elune quien había dado a luz
al señor de bosque...
—La verdadera historia es un poco complicada —replicó Krasus.
Brox siguió sin decir nada, pues era consciente de que las
explicaciones no habían acabado.
348
El Cataclismo
era la madre de mi shan’do (lo cual fue toda una sorpresa), pero ya
sabía la verdad sobre Malome. Cenarius me reveló durante mis
estudios que había sido engendrado por el Venado Blanco... —El elfo
de la noche cerró el puño—. Así que cuando he visto lo que
Archimonde le había hecho al progenitor de aquel que había sido
como un padre para mí, lo único que he deseado era arrebatarle la
vida, estrangular a ese enemigo.
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Richard A. Knaak
350
El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Uno de los dragones bronces cayó (había sido deformado hasta ser
irreconocible) por culpa de los eredar y los Nathrezim, quienes
pretendían detener ese impresionante ataque. Sin embargo, sus
hechizos flaquearon y se volvieron unos contra otros en cuanto el
vuelo de Ysera los sobrevoló. Con sus soñadores ojos cerrados, los
dragones verdes provocaron pesadillas en las susceptibles mentes de
los taumaturgos. Los brujos se miraron mutuamente y lo único que
vieron fue al enemigo a su alrededor.
En el cadáver de Malome.
352
El Cataclismo
—Sufrirán tales pesadillas que sea lo que sea lo que tengan por
corazón explotará... —afirmó con una voz chirriante—. Haré que
sufran el ataque de sus propios demonios internos, que los volverán
locos hasta tal punto que lo único en que podrán pensar será en
morir..., pero no les permitiré estar despiertos el tiempo suficiente
como para poder suicidarse...
353
Richard A. Knaak
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354
El Cataclismo
Aun así, a largo plazo, tales cosas importaban muy poco. Lo único
que realmente importaba era que pronto él se adentraría en Kalimdor
y, en cuanto eso ocurriera, ni siquiera todos los dragones de ese
mundo serían capaces de salvarlo de él...
*******
Intuyeron que volverían a ser libres en poco tiempo. ¡Qué irónico iba
a ser que alguien que antaño había sido uno de los odiados titanes
fuera a ser la pieza clave de su liberación! En su día, se había
necesitado el poder combinado de muchos titanes para capturarlos;
sin embargo, tras su regreso triunfal, no necesitarían hacer un gran
esfuerzo para erradicar a esa criatura arrogante ni para obligar a sus
guerreros a servir a la causa de sus nuevos amos.
355
Richard A. Knaak
CAPÍTULO DIECISÉIS
357
Richard A. Knaak
Sí, sin más..., a pesar de que todos sabían de que era perfectamente
posible que perecieran.
Aun así, la situación era mucho más compleja desde el punto de vista
de Malfurion. A estas alturas, temía muy poco su propia muerte
(puesto que cualquier sacrificio que se hiciera para poder detener tal
amenaza estaría bien hecho), pero seguía pensando en sus seres
queridos. En algún lugar cerca de su destino, en algún lugar cerca o
dentro de la vasta Zin-Azshari, esperaba hallar a Tyrande e Illidan.
Algo...
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358
El Cataclismo
le imploraba tal cosa, pero esperaba que estaba vez hiciera caso a lo
que le decía—. ¡No deberías seguir este camino! ¡Piensa! ¡Al dejarte
corromper por el poder de la Legión, su maldad te consume cada vez
más y más!
— ¡No digas tonterías! ¡Voy a salvar Kalimdor! ¡Seré su querido
héroe! —Se volvió hacia ella—. ¿No lo entiendes? ¡Todo lo demás
no ha funcionado! ¡Hemos luchado sin parar y la Legión sigue
avanzando! ¡Al final, me di cuenta de que la única manera de lidiar
con esos demonios era entenderlos como solo ellos son capaces de
entenderse a sí mismos! ¡Debíamos conocerlos a fondo para poder
usar ese conocimiento en su contra! ¡Por eso vine aquí y fingí que
pasaba a engrosar sus filas! Incluso logré engañar a su señor para que
me concediera su mayor don...
— ¿Don? ¿A lo que te ha hecho en los ojos lo consideras un don? El
hermano de Malfurion se cernió sobre ella de un modo amenazador,
dando la sensación en ese momento de ser más uno de esos demonios
que un elfo de la noche.
—Si pudieras ver lo que yo veo, sabrías que me ha otorgado unos
poderes asombrosos... —Con una sonrisa enervante, Illidan le
permitió ver de nuevo esos fosos que se hallaban donde antes habían
estado sus ojos. No pareció importarle que Tyrande, tal y como había
hecho cuando había visto por primera vez lo espantosamente
desfigurado que había quedado su rostro, se echara para atrás de un
modo involuntario—. Sí, el mayor don imaginable... y la mejor arma
para luchar contra la Legión Ardiente...
359
Richard A. Knaak
No obstante, rezaba para que una parte del joven Illidan todavía
sobreviviera dentro de esta versión más hastiada y mucho más
ambiciosa que la arrastraba vigorosamente por esas tierras bajo el
dominio de los demonios.
360
El Cataclismo
— ¡Sí, esto debería darme tiempo suficiente como para llevar a cabo
lo que he planeado!
— ¿Y eso en qué consiste? —En el mismo momento en que hizo la
pregunta, Tyrande divisó en la lontananza esas aguas negras y
ominosas—. ¿Por qué nos dirigimos al Pozo?
— ¡Porque pretendo transformar el portal de Sargeras en una vorágine
total, una que absorberá a los demonios, sacándolos de Kalimdor y
arrojándolos a su mundo abisal! ¡Yo haré que disco del dragón haga
justo lo contrario a lo que pretenden hacer con él! ¡Piénsalo! ¡Con un
solo hechizo, no solo salvaré a nuestro pueblo, sino al mundo entero!
— ¡No crees que sea capaz de hacerlo! ¡Tal vez si fuera tu querido
Malfurion, ahora estarías dando saltos, aplaudiendo mi inteligencia!
— ¡No es eso en absoluto, Illidan! Es que...
— ¡Da igual! —Contempló el tormentoso paisaje, en busca de algo.
Posó su monstruosa mirada sobre una casa arbórea caída. El ángulo
en que se hallaba el roble muerto les permitía entrar dentro de él,
donde podrían gozar de unas vistas perfectas del Pozo de la
Eternidad—. ¡Eso será simplemente perfecto! ¡Entra ahí!
361
Richard A. Knaak
Una calavera.
—Podrás rezar por ellos en cuanto ya nos haya salvado a todos mentó
Illidan con desdén—. Justo ahí delante parece ser el mejor Una silueta
monstruosamente familiar emergió de las sombras de un salto.
Pero antes de que pudiera hacer nada, la bestia vil, cuyos tentáculos
ya estaban buscando el pecho de Illidan, aulló presa del dolor. El
sabueso demoníaco se retorció mientras el hechicero se levantaba con
suma calma. Illidan agarraba con la mano derecha ambas ventosas.
362
El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Tras dejar atrás los huesos, ascendieron a lo que antaño había sido una
elegante terraza situada en el tejado. Unas barandillas rotas talladas
en madera viva yacían desperdigadas en el suelo de abajo y una
estatua hecha de perlas de Azshara (que, sorprendentemente, seguía
intacta) yacía enredada en el follaje muerto del árbol que había dado
cobijo a la casa.
364
El Cataclismo
El hechicero asintió.
¡Tyrande tenía que hacerle ver las cosas con claridad! Coquetear con
las aguas del Pozo de tal modo suponía cortejar el desastre, un
desastre similar al que se había producido cuando el hechicero había
aceptado la magia oscura de la Legión.
365
Richard A. Knaak
—Sí..., imagina qué fuerzas contiene este frasco entero… —Si Illidan
todavía tuviera unos ojos de verdad, se le habrían iluminado por mor
de la expectación ante lo que esperaba lograr—. ¡Con esto debería
bastar para que pueda salvar el mundo!
Ningún sonido pudo escapar de los labios de Tyrande por mucho que
intentara generar el más mínimo ruido. Incluso cuando tosía, lo hacía
en un absoluto silencio.
366
El Cataclismo
Illidan apretó con un dedo el tapón, el cual Tyrande ahora pudo ver
que era una efigie de cristal y en miniatura de la reina de los Pies a la
cabeza. Azshara giró tres veces, como si danzara para el hechicero, y
entonces el tapón se cayó. Illidan lo cogió con suma facilidad.
Sin embargo, las aguas del Pozo no actuaban como unas aguas
normales, al menos no en el caso de Illidan. No lo calaron y, de hecho,
solo lo mojaron brevemente. Y lo más siniestro de todo era que, allá
donde las aguas tocaban al gemelo de Malfurion, este brillaba con una
intensa luz negra. Acto seguido, el hechicero absorbió esa aura
inquietante, la cual lo llenó como habían hecho anteriormente las
energías robadas a la bestia vil.
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Richard A. Knaak
—Por los dioses —susurró Illidan—. Sabía que sentiría algo..., pero
esto... esto es maravilloso.
Bajo la venda, las cuencas de sus ojos brillaban como el mismo fuego.
Incluso dio la impresión de que la tela se estaba chamuscando.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Pero mientras el hechicero hacía ademán de mirar hacia ella, este unió
ambas palmas de las manos... y un rayo de luz negra brotó de ellas,
rasgando a gran velocidad el turbulento cielo tormentoso que se
hallaba por encima del Pozo de la Eternidad.
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Krasus se sobresaltó.
—Me temo que tenemos menos tiempo incluso del que había
calculado. ..
—Entonces, ¡debemos actuar con mayor celeridad si cabe!
370
El Cataclismo
Una vez dicho esto, la enorme dragona roja batió las alas con aún más
fuerza, de tal modo que sus músculos se quejaron al verse sometidos
a tanto esfuerzo.
Krasus miró hacia atrás y vio que los demás dragones también
aceleraban. Todo el mundo intuía, ahora más que nunca, que el tiempo
corría en su contra. El mago lanzó un juramento en silencio. Esto no
debería haber ocurrido. Incluso a sus propios congéneres les había
llevado demasiado tiempo decidir qué curso de acción iban a tomar,
a pesar de que todo debería haber sido muy obvio. Si hubieran hecho
caso...
371
Richard A. Knaak
Krasus apretó los dientes. El futuro que conocía tan bien seguía siendo
posible, pero solo era tan probable como uno (suponiendo que
tuvieran éxito en su empeño) donde algunos o todos ellos perecieran
aquí. En su caso, eso era algo que podía aceptar. Pero ver a su amada
reina morir...
372
El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Y no todos lo lograron. Tal vez reaccionara con más lentitud por culpa
del asalto anterior de los infernales, pero lo cierto es que el dragón
verde titubeó. Más de una decena de rayos impactaron en él de manera
violenta. Los relámpagos le abrasaron primero el ala izquierda y luego
le quemaron de manera espantosa la cola y el pecho.
374
El Cataclismo
Sin embargo, esto no podía seguir así eternamente. Con los ojos
entornados. Krasus dirigió su mirada hacia el centro del Pozo. Sí...,
podía detectar ahí el Alma Demoníaca, también pudo percibir que el
portal estaba prácticamente acabado.
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Richard A. Knaak
El mago asintió.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
CAPÍTULO DIECISIETE
¡Mi señor Sargeras ya llega! ¡Por fin, alguien digno de ser llamado
mi marido!
379
Richard A. Knaak
Se produjo otro temblor; este mucho más cerca. Azshara oyó unos
gritos que procedían de los aposentos de sus doncellas y vio que unas
grietas se estaban abriendo en la pared de ahí.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
Aun así, si ese era el caso, Varo’then y sus soldados constituían unos
espejismos muy tangibles. Dos de esas criaturas hechas de sombras
se aferraron a la montura de Brox, desgarrándole las alas.
Las marcas sangrientas que dejaron en su dura piel escamosa eran una
prueba más que suficiente de su letalidad; además, en cuanto la
dragona bronce intentó contraatacar, sus asaltos fueron en vano.
Ysera también fue víctima de ellas. Una de ellas pasó volando junto a
su garganta, abriendo unos surcos en ella, con unas garras negras que
formaban parte de su ala. La sangre manó de esas heridas rojas.
Aunque Ysera intentó morderle el ala, solo hendió el aire.
— ¡Sé dónde deberían estar! —gruñó Ysera, quien por una vez perdió
la paciencia, lo cual era muy raro en ella—. ¡Pero cuando intento
atacar, ya no están ahí!
382
El Cataclismo
Ysera no podía hacer nada, ya que la silueta negra de esa criatura con
forma de murciélago la envolvía por entero. Al mismo tiempo, un
segundo monstruo agarró de las patas traseras a la Señora del Sueño.
383
Richard A. Knaak
Tal vez la dragona bronce reaccionara más rápidamente que los demás
porque formaba parte del vuelo del Aspecto del Tiempo. Con sumo
deleite, la dragona arremetió contra un murciélago que acababa de
materializarse a su alcance. Su rapidez sorprendió a Malfurion, al
igual que su salvajismo. Le desgarró a la criatura lo que
supuestamente era un robusto cuello y, acto seguido, arrojó tanto al
jinete como a la montura hacia el vacío oscuro que los aguardaba allá
abajo.
— ¡Maldita sea!
384
El Cataclismo
Ysera golpeó con la cola a la segunda criatura que tenía cerca de las
patas traseras. Por pura suerte, logró que la bestia saliera volando
hacia atrás, lo que permitió a la dragona, al menos por el momento,
poder combatir de un modo más justo con la montura de Varo’then.
Ysera pareció sufrir un espasmo. El druida miró hacia abajo y vio que
la segunda bestia había regresado... y una tercera la seguía de cerca.
Intentó advertir a gritos a la dragona.
385
Richard A. Knaak
a Ysera girarse hacia el segundo atacante. Dejó de batir las alas y cayó
sobre el murciélago y el jinete, atrapando a ambos bajo un inmenso
contorno. Le hizo trizas con las garras esas alas cubiertas de semillas
y le dio un mordisco muy profundo en ese cuello rechoncho.
386
El Cataclismo
Pero lo peor de todo era que, mientras tuvieran que enfrentarse a esos
enemigos, no podrían hacer nada con respecto al Alma demoníaca y
el portal, y Malfurion era consciente de ello. La vasta vorágine de allá
abajo ya había adquirido una notoria tonalidad verduzca en sus
bordes, una muy similar al de las llamas de la Legión Ardiente como
para ser una coincidencia.
387
Richard A. Knaak
Uno de los dragones rojos, que había sufrido varios mordiscos de los
que brotaba sangre, cayó ante el asalto de un par de adversarios. Otra
dragona bronce logró atravesarle un ala a mordiscos a su asaltante,
pero el monstruo le había clavado los colmillos muy profundamente
en el hombro. Rhonin y Krasus continuaron lanzando hechizos con
diverso grado de éxito, mientras Brox hería con suma destreza a
cualquier enemigo que se hallara a su alcance.
Una figura de ébano pasó volando a gran velocidad. Aunque
Malfurion creyó que se trataba de uno de los murciélagos, enseguida
comprobó que poseía la familiar silueta reptiliana de un dragón.
Apartó la vista y, acto seguido, boquiabierto, volvió a mirar.
Era Alamuerte...
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388
El Cataclismo
Entonces, una fuerza golpeó al dragón Negro con tal potencia que este
salió despedido hacia atrás, hacia donde se encontraban los
combatientes. Se chocó con una de las criaturas murciélago, cuyo
jinete cayó gritando al vacío hacia una muerte segura. Neltharion
rugió de furia ante ese ataque inesperado. Buscó un objetivo con el
que poder dar rienda suelta a su intensa cólera, así que agarró al
murciélago aturdido y lo hizo trizas. Como eso no lo aplacó, posó su
mirada iracunda sobre el disco e intentó detectar con sus agudos
sentidos qué era lo que le separaba de su premio.
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Richard A. Knaak
Sin embargo, al igual que antes, se vio repelido como si no fuera nada.
El dragón se enfrentaba no solo al poder de las voces, sino también al
del Señor de la Legión. Con un rugido donde se mezclaba la cólera y
el dolor, Neltharion giró descontroladamente en el aire hasta alejarse
mucho de la batalla. Se detuvo al fin en el mismo borde norte del
Pozo. Resistiéndose a la agonía que lo dominaba, el furioso gigante
contempló su parte central sacudida por la tormenta.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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El elfo de la noche se maldijo a sí mismo por ser tan necio. Claro que
Archimonde estaba esperando algo... o, más bien, a alguien.
A su señor, a Sargeras.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
A lomos del tercer sable de la noche que montaba este día, Jarod
destripó a un guerrero provisto de colmillos. Su propia armadura
estaba destrozada, muy dañada por culpa de los golpes de sus
adversarios. Aunque tenía, al menos, media decena de heridas por
todo el cuerpo, ninguna, por suerte, era mortal de necesidad o capaz
de dejarlo totalmente sin fuerzas. Jarod podría descansar cuando la
batalla concluyera... o cuando muriera.
Jarod sabía que debería quedarse donde estaba, pero Maiev, por
muchos defectos que tuviera, era su única familia. Se preocupaba por
ella más de lo que se atrevía a mostrar. Tras cerciorarse con celeridad
de que la zona donde se hallaba no fuera a caer en cuanto partiera, el
comandante obligó a girarse a su montura y se dirigió hacia esa escena
dantesca.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
Sin embargo, un segundo después, más allá de las líneas de los elfos
de la noche, la misma dragona se escoró con el pecho transformado
en una masa crepitante de escamas destrozadas y entrañas
desgarradas. La tierra tembló cuando se estrelló contra ella y Jarod,
tras lanzar una mirada fugaz hacia allá, puedo comprobar a ciencia
cierta que no volvería a volar jamás.
397
Richard A. Knaak
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
CAPÍTULO DIECIOCHO
Una lanza repleta de púas le rozó la cabeza veloz como una centella,
de tal modo que despellejó levemente al curtido orco, pero sin
lastimarlo. El soldado ceñudo que la empuñaba obligó a virar a su
murciélago sombra hacia un lado, con la esperanza de dejar atrás las
400
El Cataclismo
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Richard A. Knaak
El dragón rojo que hacía las veces de montura del mago se giró para
permitir al orco que se encaramara a él. Rhonin le tendió una mano al
orco para ayudarlo a subir y luego dejó que el canoso guerrero se
colocara detrás de él.
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Al ver que Alamuerte era repelido por el hechizo que rodeaba al disco,
Malfurion se sintió asombrado y descorazonado al mismo tiempo. Si
ni siquiera el dragón Negro era capaz de atravesar esa barrera
confeccionada con una tenebrosa magia, ¿qué esperaban poder hacer
el druida y sus compañeros al respecto?
402
El Cataclismo
Al mismo tiempo que la hoja caía, Malfurion lanzó las semillas a las
fauces del murciélago.
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Richard A. Knaak
404
El Cataclismo
— ¡Aaugh!
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
— ¡Eres patético! ¡Vivimos en una roca diminuta que solo es una más
entre muchas otras! ¡Kalimdor no es nada! ¡Gracias a la Legión y mi
reina, cruzaré un millar de mundos, a todos los cuales aplastaremos y
pisotearemos! ¡Es una cuestión de poder, druida! ¡El poder es mi
sangre, mi aliento, ¿no lo entiendes?! —Mediante un giro de muñeca,
el capitán Varo’then consiguió que Malfurion le soltara la mano con
la que sostenía la daga—. Pero si la inminente muerte de Kalimdor te
preocupa tanto, ¡te voy a hacer el favor de enviarte al más allá para
que puedas darle la bienvenida a su alma en persona!
Del druida emanó una suave luz azul que impactó a Varo’then de
lleno en el pecho.
407
Richard A. Knaak
Al igual que uno de los infernales que había caído sobre las víctimas
de Suramar, lo que aún quedaba del capitán Varo’then cayó en picado
sobre el portal que se estaba solidificando.
De repente, sintió una sacudida que casi lo hizo caer y seguir los
mismos pasos que Varo’then. Ysera tenía a un murciélago en cada
una de sus patas delanteras y, aunque la dragona le acababa de
desgarrar la garganta a uno de ellos, el otro le había rasgado un ala.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
410
El Cataclismo
Aun así, a pesar de que de vez en cuando se encogía de dolor bajo ese
intenso asalto, Alamuerte no aflojó.
Un dragón rojo pasó volando junto a Malfurion y este vio que Rhonin
y Brox iban montados en él. Con una voz amplificada mediante un
hechizo, el mago gritó:
¿Malfurion?
411
Richard A. Knaak
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El Cataclismo
Algo brotó del fuero interno de Malfurion, algo que supo que debía
controlar inmediatamente. Aun así, por mucho que lo intento, el
druida no lo logró por entero.
Si bien Illidan hablaba con ese tono condescendiente tan propio de él,
su mente aún estaba asimilando la asombrosa revelación de que su
hermano, al que había considerado un débil, no lo era en realidad.
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Richard A. Knaak
Aunque quería ir adonde estaba ella, una vez más, eso no era posible.
Malfurion lanzó un juramento.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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El mundo explotó.
Salió despedido.
416
El Cataclismo
Entonces, desde las profundidades del Pozo, una fuerza negra brotó
velozmente y golpeó de lleno a Alamuerte.
El dragón salió despedido hacia atrás, pues el impacto fue tan brutal
que lo lanzó mucho, mucho más allá del vasto Pozo. Mucho más allá
de la orilla incluso. Un Alamuerte que no paraba de dar vueltas en el
aire se perdió de vista entre las nubes...
417
Richard A. Knaak
Aun así, eso no quería decir que los demás se fueran a quedar de
brazos cruzados. Alexstrasza no aminoró su avance a pesar de las
heridas y, a la derecha de Krasus, aparecieron volando Rhonin y Brox
montados en el dragón rojo. Una hembra bronce también los seguía,
pero como carecía de jinete, lo único que podía hacer era observar a
los demás.
418
El Cataclismo
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Como guerrero que era, Brox conocía bien sus límites. Había llegado
el momento de que intervinieran los magos y los hechiceros. Ahí
arriba ya no había enemigos que blandieran espadas y hachas.
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Richard A. Knaak
— ¡Miren ahí!
420
El Cataclismo
El orco creía que solo podía hacer una cosa. Si bien una parte de él le
decía que era una locura, otra insistía en que tenía que hacerlo.
Brox saltó.
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Richard A. Knaak
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El Cataclismo
CAPÍTULO DIECINUEVE
¡Tyrande! ¿Qué...?
423
Richard A. Knaak
¿Hermano?
¡Illidan! ¿No puedes huir de ahí?
¡Estamos rodeados y no cabe duda de que Mannoroth aguarda con
ansia a que emplee un hechizo para poder escapar hasta un sitio
seguro! Seguramente, lo manipularía al instante, para que cayéramos
en sus cariñosas garras...
Malfurion se estremeció.
Oh, cómo rezaba Malfurion para que todo pudiera volver a ser como
antaño, como antes de la Legión. Como en esa época en que su
hermano y él habrían luchado codo con codo. En su juventud, Illidan
y él habían sido capaces de superar cualquier obstáculo porque
actuaban como si fueran un solo ser.
424
El Cataclismo
Ojalá las cosas pudieran ser así una vez más, pensó el desesperado
druida. Si pudiera luchar codo con codo con Illidan para
enfrentarnos a este mal...
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Richard A. Knaak
426
El Cataclismo
Su entorno pasó a ser de nuevo el Pozo y ese cielo invadido por los
demonios. El druida contempló la impía creación de Alamuerte.
Aunque le repugnaba lo que iba a sugerir, no le quedaba más remedio
que hacerlo.
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Richard A. Knaak
— ¡Sátiros!
Esas criaturas con forma de cabra en parte, que antes habían sido unos
elfos de la noche, saltaron por encima de los demás demonios, a la
vez que preparaban unos hechizos. Se rieron de un modo demencial e
incluso algunos balaron.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
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430
El Cataclismo
Algo negro se movió a su derecha, algo que llamó la atención del orco.
De manera instintiva, se giró para encararse con ello...
Y se vio golpeado de un modo terrible por una fuerza que hacía que
el poder de los demonios que tenía delante fuera una insignificancia
en comparación. Le fracturó el hombro a Brox, quien notó que varias
costillas se le hundían y le perforaban varios órganos. Varias oleadas
de un dolor muy agudo y agónico lo recorrieron por entero.
Aunque intentó ponerse en pie, el veterano guerrero fue golpeado sin
misericordia de nuevo. Tenía las piernas aplastadas y la mandíbula
derecha rota. Brox saboreó su propia sangre, a lo cual estaba
acostumbrado. El orco tenía un ojo morado, que no podía abrir, y a
duras penas lograba seguir respirando.
Qué pena...
431
Richard A. Knaak
Entonces, el titán alzó una mano, en la cual, tal y como Brox pudo
ver, sostenía una espada malévola, cuya hoja se encontraba partida.
Aunque lo que quedaba de ella estaba mellado, aún era más que capaz
de matar con esa arma.
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
— ¡Solo soy tu humilde sierva, Luz de Luces! ¡He intentado que lord
Mannoroth me informara de qué está ocurriendo, pero me ordenó que
me fuera bajo la amenaza de que, si no lo hacía, me desollaría viva!
— ¡Qué impertinente! —Azshara miró en dirección hacia la torre
donde los Altonato y los demonios estaban trabajando—. ¡Eso ya lo
veremos! ¡Ven, Vashj!
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El Cataclismo
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Richard A. Knaak
436
El Cataclismo
A pesar de que Azshara frunció los labios ante el tono ofensivo que
el demonio había empleado, se dio cuenta de que lo que decía tenía
sentido.
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437
Richard A. Knaak
¡Illidan!
438
El Cataclismo
Como era consciente del destino que sufriría Kalimdor si eso llegara
a suceder, Malfurion lanzó el hechizo. Fuera cual fuese el daño que
causara, sería como una leve brisa en comparación.
439
Richard A. Knaak
Si bien la potencia del vendaval se multiplicó por diez, por cien, para
los dragones y sus jinetes, era poco más que una mera brisa. Aunque
no era así para sus desesperados adversarios. Por centenares, los
guardias apocalípticos giraban y giraban y giraban...
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ante los ojos de esos brujos y elfos de la noche acobardados para que
pudieran contemplarlo bien.
— ¡Trabajen!
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Una gran fuerza tiró de los demonios. Los que se hallaban más cerca
de ese agujero de forma irregular siguieron casi inmediatamente el
mismo camino que habían recorrido los descomunales fragmentos de
piedra por encima de esa masa negra de agua y se esfumaron
rápidamente en la lontananza. Unos guerreros provistos de unas
pesadas armaduras fueron alzados del suelo como si fueran tan ligeros
como una pluma.
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El Cataclismo
Sin dejar de rugir, Mannoroth surcó el cielo por encima del Pozo de
la Eternidad.
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CAPÍTULO VEINTE
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El Cataclismo
Pero lo que hacía que todo fuera aún peor era que Jarod era
perfectamente consciente de que el colosal demonio simplemente
estaba jugando con él. Si bien Archimonde podría haber asesinado a
su diminuto adversario una decena de veces antes, la criatura estaba
gozando de un modo sádico al machacar lentamente al elfo de la
noche hasta la muerte. Aun así, Jarod sabía que, a no mucho tardar,
Archimonde le propinaría el golpe de gracia. Poco más podía hacerle
ya al magullado soldado.
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El titán iba ataviado con una armadura de lava de los pies hasta el
cuello y su tenebrosa furia era tan grande que al mago le ardieron los
ojos con solo mirarlo. Ignorando el dolor, Krasus se atrevió a mirar
fijamente el rostro del mal, esa versión monstruosa y distorsionada de
la perfección. Antaño, había sido un ser apuesto, incluso hermoso; un
ser que pertenecía a la raza que Krasus sabía que había creado su
mundo. Ahora, sin embargo, esa belleza se había corrompido. Su
carne era como la de los muertos y sus ojos, unos vacíos ardientes de
caos total. Sargeras tenía colmillos en vez de dientes. A su espalda, se
agitaba una cola larga y gruesa con unas escamas irregulares que
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El Cataclismo
Era Brox.
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Los demás siguieron sus órdenes. Krasus notó que tanto su reina como
su antiguo protegido le permitían guiar sus respectivos poderes. El
dragón rojo sumó también sus energías, al igual que Ysera. Aunque
esta táctica dejaba a Malfurion desprotegido, si este último esfuerzo
fallaba, ninguno de ellos podría tener la esperanza de sobrevivir.
Con los encendidos deseos por el poder que lo recorrían por dentro.
Krasus concentró la magia combinada del grupo en el portal. El mago
confiaba en que el demonio estuviera tan concentrado en su empeño
que no se percatase de lo que estaban haciendo los taumaturgos, de
tal modo que su desesperado plan pudiera tener éxito.
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El Cataclismo
— ¡Ahora, Malfurion!
Krasus había apostado a que la herida infligida por esa arma mágica
sería suficiente como para atraer la atención del señor demoníaco
momentáneamente si alguien hurgaba en ella. El poder combinado de
todos ellos solo había servido para generar una leve molestia, una en
la que Sargeras, de manera instintiva, se había centrado, olvidándose
del portal.
Entonces, ocurrió algo que Krasus nunca hubiera soñado que fuera
posible. Como Sargeras se negaba a aceptar que hubiera sido
derrotado, se adentró en el portal que seguía desmoronándose e
intentó reconstruirlo y atravesarlo a la vez. Y eso fue su condenación.
El señor demoníaco acabó atrapado en el portal mientras este
implosionaba. No podía huir, no podía retirarse. El titán incluso soltó
la espada y golpeó el portal con los puños, pero fue en vano. El pasillo
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El Cataclismo
—Ha comenzado... —susurró Krasus para sí—. Que los creadores nos
protejan... Ha comenzado y no podemos hacer nada para impedirlo...
— ¡No! —Ni siquiera Ysera sabía cuál era el destino que iba a sufrir
esa región. Y lo que era aún peor: no había manera de saber que le
sucedería a la línea temporal si, en vez de llevársela de ahí, el Alma
Demoniaca se perdía en los estertores del Pozo—. ¡Debemos volver!
¡Debemos darles alcance!
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Bastantes cosas tenía ahora en mente como para que una de sus
sirvientas protagonizara un acto tan deleznable en su presencia. Aun
así, nadie tuvo la decencia de llevarse el cuerpo de ahí. El resto de
ellas, incluida Vashj, corrían de aquí para allá presas del pánico
mientras las paredes temblaban y el suelo se agrietaba.
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Sin embargo, en vez de eso, Azshara, con su tono de voz más regio,
ordenó:
Para enfatizar aún más lo que estaba diciendo, se acercó a una sus
sillas, que el primer temblor había volcado. Vashj la colocó bien
rápidamente y le quitó el polvo al asiento con el dobladillo de su
propio vestido.
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El hechicero asintió.
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— ¿Qué has estado haciendo con esa mano metida en el pozo Illidan?
— ¡Si sabes cómo salir de aquí, será mejor que nos larguemos cuanto
antes! ¡He intentado lanzar un hechizo que nos teletransportara a
Tyrande y a mí fuera de aquí, pero ha sido imposible! ¡El Pozo se ha
vuelto muy inestable!
— ¡Por aquí!
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Si bien las dos dragonas batieron las alas tan fuerte como pudieron,
apenas avanzaron, pues era como si volaran a través de alquitrán.
Malfurion miró hacia atrás y vio que el cielo situado encima del Pozo
ya ni siquiera existía. Una gigantesca nube en forma de embudo lo
cubría todo. Al parecer, Illidan había dicho la verdad. Entre el
entramado de hechizos de los demonios, los hechizos de los dioses
antiguos y los propios esfuerzos mágicos de los defensores, el Pozo
de la Eternidad se había visto sometido demasiadas veces a una
tensión desgarradora.
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Con su poder, mantuvo a raya esas aguas, pero la presión de tener que
mantener alzado el escudo enseguida se acabó convirtiendo en un
gran quebradero de cabeza. Azshara arrugó el ceño y unas gotas de
sudor (las primeras de toda su vida) le perlaron la frente.
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El Cataclismo
Hay un modo de escapar... Sí, lo hay... Serás más de lo que jamás has
sido..., más de lo que nunca fuiste... Podemos ayudarte... Podemos
ayudarte...
— ¡Angh!
Serás mucho más de lo que jamás has sido..., le prometieron las voces.
Y cuando llegue el momento, a cambio de lo que te concedemos...
serás una buena sierva...
Pero... no se ahogó.
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Pero ahora no podía hacer nada al respecto. Krasus apartó la vista del
Pozo, apartó la vista de la devastación que se extendía con rapidez en
todas direcciones. Enormes fragmentos de Kalimdor continuaban
siendo arrastrados hacia el Pozo tras ser arrancados sin que hubiera
nada que indicara que ese espanto fuera a menguar. Varios kilómetros
de tierras que se habían hallado más allá de Zin-Azshari ya se habían
desvanecido. Lo único bueno en todo ese desastre era que el avance
de la Legión Ardiente había provocado que todo ser vivo abandonara
esas zonas hacia tiempo. Por ahora, las únicas víctimas del remolino
habían sido la tierra calcinada y los huesos de los muertos..., pero si
la catástrofe no se detenía pronto, Krasus se preguntaba si quedaría
algo en pie.
¡Hay que parar esto!, insistió. ¡La historia dice que esto se detuvo!
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CAPÍTULO VEINTIUNO
Rhonin dio gracias a las estrellas por haber visto muy pocos seres
vivos antes de alcanzar la hueste, ya que habría sido imposible para
dos dragones y un mago agotado salvar a nadie tan cerca de la región
del Pozo. La única gente que había divisado era un gran grupo de elfos
Altonato que cabalgaban para salvar el pellejo hacia la hueste. Por
fortuna, casi la habían alcanzado para cuando los dragones y él los
sobrevolaron.
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Entonces..., aquello por lo que había rezado Krasus pero que a estas
alturas temía que no ocurriera, sucedió, y fue la salvación del elfo de
la noche. El Pozo de la Eternidad por fin había dejado de agitarse. Ya
no devoraba Kalimdor, sino que solo se engullía a sí mismo. Con una
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—Justo a Tiempo...
Eso fue lo único que dijo con una voz atronadora el dragón. A
continuación, pasó volando junto a ellos, dirigiéndose hacia el monte
Hyjal y aferrando aún a Malfurion y el disco con una de sus enormes
patas.
El mago por fin sacudió la cabeza y, por primera vez desde que había
sido enviado al pasado por medio de un hechizo, respiró como si se
hubiera quitado un gran peso de encima.
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Los elfos de la noche recibieron ayuda de los tauren y otras razas que
se habían visto menos afectadas por la calamidad que había asolado
Kalimdor. Si bien todas habían sufrido, ningún hogar había quedado
tan totalmente destruido como el de los congéneres de Jarod. Aceptó
con sumo gusto la ayuda del pueblo de Huln y le alegró comprobar
que se produjeron muy pocos incidentes motivados por los prejuicios
que imperaban entre los elfos de la noche con respecto a esas otras
razas que ahora se solidarizaban con ellos. El futuro de los refugiados
dependía de cuánto tiempo se pudiera mantener esta paz entre las
diversas razas. Ya no poseían esas ciudades suntuosas y
extraordinarias (esas ciudades con enormes casas arbóreas y paisajes
esculpidos mágicamente de las que solo habían podido gozar ellos)
desde las que habían contemplado con desdén al resto del mundo. De
hecho, la mayoría ya no tenía siquiera un techo bajo el cual cobijarse,
puesto que contaban con muy pocas tiendas.
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Jarod había donado su propia tienda a los refugiados más jóvenes que
habían quedado huérfanos por culpa del desastre.
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—les doy las gracias a todos por venir y atenerse a razones. Y ahora
cavilemos sobre cómo podemos aprovechar mejor el milagro de que
hayamos sobrevivido.
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— ¡Agua! —exclamó.
Jarod contuvo una sonrisa como pudo. Tal vez estuviera aprendiendo
al fin a ser un líder...
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—Malfurion...
—Maestro Krasus.
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—Ya sabes por qué hemos venido —dijo con un tono muy suave la
dragona roja.
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—Malfurion...
Krasus asintió.
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Por mucho que le repugnara tocar ese objeto, el elfo de la noche hizo
lo que le pedía. Malfurion se dio cuenta de que ya no deseaba
quedarse el Alma Demoníaca, lo cual le resultó extraño. O bien eso
era obra de los dragones, o bien su fuerza de voluntad había crecido.
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—Muéstrenmelo.
—Ya lo veo.
—Gracias.
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Notó una cierta calidez en la frente, una calidez muy agradable. Llevó
la mano hasta ahí y se percató de que le habían crecido más los
cuernos. Otros más pequeños habían brotado de las ramas principales.
—El mundo se curará, pero aún hay mucho que hacer. Deberíamos
regresar con los demás.
Nozdormu asintió.
—De acuerdo.
Malfurion abrió la boca para darles las gracias a los dragones por todo
lo que habían hecho..., pero entonces vaciló, ya que se sintió invadido
por una sensación de desasosiego. De improviso, miró a su alrededor,
como si buscara a alguien. Solo después de hacer eso, el druida se dio
cuenta, al fin, de a quién estaba buscando tan desesperadamente,
aunque no lograba entender la razón.
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El Cataclismo
Sabía que Krasus se sentía igual, tal vez incluso aún peor, ya que el
mago dragón había vivido lo suficiente como para haber perdido a
generaciones de seres queridos y compañeros. El mago comprendía a
su antiguo mentor lo bastante bien como para saber que el paso de los
siglos no había vuelto a Krasus inmune a la tristeza. El taumaturgo
encapuchado sufría mucho con cada muerte, por mucho que intentara
esconder esas emociones a veces.
Y ahora, había otro difunto más que añadir a esa lista de muertos.
Rhonin nunca había pensado que llegaría a llorar la muerte de un orco,
pero así era. Brox se había convertido en una cama-rada leal, en un
noble compañero. El humano había comprendido demasiado tarde el
sacrificio que había hecho ese guerrero. El orco se había arrojado al
portal sabiendo que lo aguardaba ahí un destino horrendo; aun así, no
había titubeado. Como sabía que Malfurion necesitaba más tiempo, el
orco había hecho todo lo posible para concedérselo.
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El mago se puso en pie y observó los restos que todavía flotaban hacia
la orilla. La marea había traído consigo diversas cosas; trozos de
plantas, sobre todo, pero también despojos del reino de los elfos de la
noche: jirones de ropa, fragmentos de muebles, comida podrida y, sí,
cadáveres también. No muchos, afortunadamente; además, ninguno
había llegado hasta ese lugar en concreto. Jarod había enviado a unas
avanzadillas a peinar la orilla, en busca de muertos a los que
enterrarían con rapidez y honrarían con unos funerales adecuados. No
solo era una cuestión de decoro, sino también de seguridad. Los
muertos podían portar enfermedades, lo cual era un peligro muy real
para los temerosos refugiados.
Algo flotaba cerca del mago, algo que se bamboleó dos veces antes
de quedarse justo debajo de la superficie. Rhonin lo habría ignorado
de no haber sido porque percibió algo inusual. Esa cosa estaba
imbuida de un poco de magia.
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El Cataclismo
Por fin, Rhonin dirigió su vista hacia donde se había hallado el portal.
El humano se imaginó a Brox sobre una montaña de demonios
masacrados, desafiando a más a atacarlo.
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CAPÍTULO VEINTIDÓS
Illidan desmontó y, con sus cuencas vacías cubiertas por una venda,
escrutó el denso bosque en busca de alguna amenaza. Aunque si
hubiera habido alguna, no albergaba ninguna duda de que habría sido
capaz de lidiar con ella, por supuesto. El Pozo tal vez hubiera
desaparecido, pero había aprendido bastante de Rhonin y la Legión
Ardiente como para poder compensar esa pérdida. Además, en unos
pocos minutos, incluso esa consideración sería inconsecuente.
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El Cataclismo
Por eso, Illidan iba a estar preparado para esa invasión inminente.
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consideraban que sus ojos (sus gloriosos ojos) eran el estigma con el
que había sellado su supuesto pacto con el Señor de la Legión.
El tapón que tenía la forma de la reina Azshara danzó una vez más
ante él antes de saltar. Tras dejar que el tapón cayera sobre la hierba,
el elfo de la noche sostuvo el frasco abierto sobre el lago.
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El lago brilló allá donde las gotas del Pozo lo acariciaron. Esas aguas,
que eran de un azul plácido, refulgieron súbitamente de forma muy
intensa allá donde las gotas habían caído. El cambio se extendió
rápidamente; primero atravesando la isla y después rodeándola. En
cuestión de segundos, el lago entero había adquirido una viva
tonalidad azul celeste que solo podía ser de índole mágica.
Illidan había estado tan absorto en lo que hacía que no se había dado
cuenta de que alguien se aproximaba. Se giró, con el último frasquito
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El comandante desmontó.
—No...
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El Cataclismo
— ¡Por Elune! Pero ¿qué clase de ojos tiene para que brillen de esa
manera bajo esa venda?
—Cuidado...
Jarod y los nobles cargaron contra él. Illidan contempló con desdén
esa insignificante amenaza e hizo un gesto.
El suelo situado bajo sus pies explotó. Jarod salió despedido hacia
atrás. El noble que encabezaba la carga, Bosque Negro, voló por los
aires y se estrelló contra un árbol con un estruendoso crujido.
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—Lord Bosque Negro ha muerto. A los demás, creo que se les Podrá
salvar —aseveró otra sacerdotisa.
—Mi hermano... sigue vivo —logró decir Maiev. Tanto ella como
Shandris estaban atendiendo al inconsciente Jarod, el cual tenía
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Pese a que la isla tenía un tamaño razonable, solo estaba cubierta por
una hierba muy alta. El grupo se colocó en su parte central, tal y como
había pedido Alexstrasza. Los dragones ocuparon un lugar
prominente cerca de lo que afirmaban que era el centro exacto de la
isla, dejando un pequeño hueco abierto entre ellos.
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El Cataclismo
Nozdormu pisó el suelo con una pata y, con un solo movimiento, abrió
un agujero perfecto para plantar la semilla, la cual Alexstrasza colocó
dentro con suma delicadeza. Después, Ysera echó tierra al agujero.
—Mientras este árbol siga en pie, yo daré Fuerza y una Vida Sana a
los elfos de la noche —proclamó Alexstrasza.
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De él surgió un aura de color bronce que se sumó a la luz del sol, tal
y como había hecho el fulgor rojo. Tras fluir por el retoño, se hundió
en el montoncito.
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Ysera miró de nuevo hacia el árbol... y de ella surgió una niebla verde.
Como había sucedido en las dos ocasiones anteriores, su regalo se
unió a la luz del sol y luego envolvió al árbol.
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que el druida estuvo seguro de que incluso esos que se hallaban debajo
del pico pudieron ver al fin ese follaje colosal y en expansión. Era tan
descomunal ese follaje que debería haber tapado con su sombra toda
la región, pero de algún modo la luz del sol seguía iluminando la zona,
incluido el lago.
Cuando por fin dejó de hacerlo, hasta los dragones parecían no ser
más que unos pájaros que podían posarse en una de las ramas y
esconderse entre el follaje.
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manera, así como así, el Aspecto se había desvanecido sin más, sin
que nadie se diera cuenta.
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Era Nozdormu.
—Rhonin...
El humano asintió.
—Le he oído.
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El Cataclismo
—He hecho lo que había que hacer. Al igual que Rhonin... y Brox. —
También essstoy hablando con el mago en este misssmo momento —
le había comentado el Aspecto con cierta displicencia, pues para él
hallarse en dos lugares al mismo tiempo, si así lo deseaba, no era una
gran proeza—. Le estoy diciendo lo misssmo que a ti: que me ocuparé
de devolverosss a sus hogaresss.
—Me... Gracias.
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Aunque Krasus también deseaba ver a su amada reina una vez más,
había aceptado que sería mejor que no lo hiciera, pues se le podía
escapar algo que ella no debería saber. Sin embargo, ahora, cuando
tanto él como Rhonin esperaban al dragón bronce, el mago lamentó
no haber ido a hablar con ella a pesar de todo.
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El Cataclismo
—Nozdormu...
—Sssí, sssí, son el druida y la sacerdotisa. Lo he sabido en todo
momento. ¡Salgan de ahí y despídanssse! ¡Debemos irnosss ya!
Aunque el Aspecto se tomó con calma su aparición, Krasus no se
sintió tan cómodo.
— ¿Ustedes dos no habrán oído...?
—Lo hemos oído todo —le interrumpió Malfurion—. Aunque no lo
hemos entendido todo.
El mago asintió.
—Poco podíamos contar y seguimos sin poder decir nada más. Solo
deben saber una cosa, los dos. Volveremos a encontrarnos.
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—Sí, y el mundo será mejor gracias a ello. Y una vez dicho esto, me
despido.
Pero antes de que pudieran hacerlo..., tanto el dragón como los jinetes
desaparecieron sin más.
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El Cataclismo
CAPÍTULO VEINTITRÉS
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— ¡Jalia! ¡Ven!
— ¿Vereesa? ¿Vereesa?
— ¡Rhonin! ¡Loada sea la Fuente del Sol! ¡Rhonin, estoy aquí!
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El Cataclismo
Sin embargo, se dio cuenta de que nada de eso era tan milagroso como
el acontecimiento en el que estaba participando ahora mismo..., y por
eso agradeció que tanto los demás como él hubieran triunfado.
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—No.
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Y, por último...
Thrall no había sabido nada de los dos orcos que había enviado a las
montañas a investigar la visión del chamán. Tal vez siguieran
llevando a cabo su misión, pero el líder orco sospechaba que la verdad
era mucho peor. A ningún buen gobernante, ni siquiera a uno de su
raza, le gustaba enviar a unos guerreros leales a una muerte segura
para nada.
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— ¿Quién se atreve?
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Un dragón rojo.
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-FIN-
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