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Trabajo Claudio Mora - Emprendedores

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FACULTAD DE ARQUITECTURA

DISEÑO Y CONSTRUCCIÓN

ESCUELA DE CONSTRUCCIÓN

EMPRENDEDORES

Alumno : Claudio Mora Araneda.


Carrera : Técnico Nivel Superior en Construcción.
Asignatura : Gestión Empresarial
Profesor : Jose Manuel Aguirre
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INTRODUCCION

Al hablar de emprendedores, es fácil asociar la realidad de grandes empresarios de


fama internacional, cuyos éxitos y logros podrían inspirar a varios en modelos de negocio
innovadores, audaces. Siempre están a la mano los ejemplos de Bill Gates, Mark Zuckerberg,
y tantos otros reconocidos tanto por sus éxitos, como por lo visionarios que fueron para
emprender, pero las condiciones, el entorno, los modelos de negocio, las leyes que nos rigen
quizá disten mucho de esas realidades, pero aun así, podemos dar una mirada local y
encontrarnos con chilenos que también tuvieron una visión, se arriesgaron y contra todo
pronóstico, se lanzaron en busca del éxito, en las más diversas áreas, pero que hoy, pueden
ser considerados entre los grandes emprendedores chilenos de la última década.
A continuación daremos un paseo por entrevistas realizadas a 4 jóvenes chilenos, de
distintos estratos sociales, distintas realidades, distinta educación, pero con el mismo espíritu,
surgir, de manera innovadora y con mínimos recursos en sus bolsillos.
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ALGRAMO

Este proyecto nace para hacer frente al denominado impuesto a la pobreza, ese 40%
de más al comprar suministro y alimentos en pequeñas cantidades. AlGramo acerca su
máquina dispensadora de productos a granel a los negocios locales, evitando así que los
vecinos paguen ese sobreprecio. Además, la recogida se hace con envases reutilizables.
Esta innovadora apuesta corresponde a José Manuel Müller y Salvador Achondo,
fundadores de la empresa de abastecimientos al detalle Al Gramo, ellos se fijaron la meta de
terminar con el denominado "impuesto a la pobreza", luego de constatar que las familias de
bajos recursos que compran pequeñas cantidades de productos básicos en almacenes de
barrio, pagan hasta 40% más que si lo hicieran por un volumen más alto en los
supermercados. Para tal efecto diseñaron un sistema de máquinas dispensadoras y envases
retornables que ya funciona en varias comunas.
Fue una realidad que José Manuel Müller pudo vivir en carne propia: el alto precio que deben
pagar en alimentación las personas que no tienen la posibilidad de hacer compras de
volúmenes mayores en el supermercado y que deben recurrir a la adquisición de productos al
menudeo en los almacenes de barrio.

En 2012, cuando era estudiante de ingeniería comercial de la Universidad Católica, se fue a


vivir con un grupo de amigos a la comuna de La Granja y constató que la gente de menos
recursos paga hasta 40 por ciento más por la compra de legumbres, arroz y detergente
cuando los adquiere en pequeñas cantidades.

Esta problemática lo llevó a idear un modelo social que permitiera poner freno a esta
situación, el que desarrolló finalmente junto a su socio Salvador Achondo, a quien conoció en
un concurso de la incubadora de negocios Social Lab que les aportó un capital de poco más
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de 70 mil dólares para partir. Fue así como nació Algramo, uno de los emprendimientos
seleccionados en 2015 por el programa Valor Empresario, una mirada diferente, de BCI.

Se trata de un sistema que trabaja directamente con los dueños de almacenes de barrio y que
permite a los consumidores pagar un precio justo mediante un sistema de envases retornables
y máquinas dispensadoras.

“Algramo comienza bajo una problemática, que bautizamos como el ‘impuesto a la pobreza’.
Esto significa que cuando las familias compran en pequeños formatos, como un cuarto litro de
aceite, medio kilo de arroz o un cuarto de azúcar, paga aproximadamente el 40% más que las
familias a las que les alcanza para los formatos más grandes. Eso genera que las personas
con menos plata estén pagando mucho más por productos básicos”, explicó.

Achondo complementó lo anterior, indicando que “el impuesto a la pobreza, en el fondo es la


manera formal de decir ‘castigo’, porque es un castigo en la medida que las familias no tienen
otra opción de comprar de manera más barata. Ellos saben que están comprando más caro,
pero no tienen alternativa de comprar el mismo producto en un formato distinto y a un precio
más económico y justo. Están siendo castigados, sin elección”.

Tecnología al servicio de la gente

Müller explicó que no fue fácil en un comienzo instalar las máquinas expendedoras en los
distintos almacenes. De hecho, los propios locatarios debían primero convencerse de que el
asunto no tenía letra chica y que efectivamente recibían una ganancia mayor. Los clientes, por
su parte, sólo deben comprar los envases retornables para los distintos productos, que
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pueden obtener desde la máquina dispensadora, como en el mesón, con un sistema de


envases retornables similar al que utilizan las bebidas gaseosas.

Algramo, por su parte, se encarga de reabastecer las máquinas que tienen una capacidad de
hasta 35 kilos por cada uno de los productos, que corresponden a arroz, porotos, lentejas,
garbanzos, azúcar, puré deshidratado y detergente en polvo y líquido.

Empresa B

Algramo recibió una certificación como Empresa B que se otorga a las empresas que generan
un triple impacto de carácter social, económico y medioambiental.

“Social, porque reducimos el costo de las familias; medioambiental porque redujimos la huella
de carbono al no utilizar más plástico; y económico porque somos una empresa que busca
ser sustentable y al mismo tiempo entregamos un muy buen margen de ganancia al
almacenero”, dice Achondo, quien destacó que ello llevó a que cambiaran los estatutos de la
empresa. “Una empresa tradicional dice que está constituida para maximizar utilidades, en
cambio la nuestra fue constituida para generar impacto social, esa es nuestra meta”.

Fondos de innovación

Algramo contaba en 2013 con 20 puntos de venta, los que se incrementaron a 100 en 2014, y
a cerca de 400 en 2015. El sistema sentó sus bases en las comunas del sector norte de
Santiago como Recoleta, Huechuraba, Independencia y Conchalí, y continuó en el último año
en Quinta Normal y en otros sectores de la capital.

Para lograr esta expansión, además de los recursos que entregó Social Lab, el
emprendimiento ganó fondos de Startup Chile, y logró instalarse en Colombia gracias al fondo
Semilla de Expansión de Corfo. En 2015 también se adjudicaron US$ 300 mil al obtener el
primer lugar del concurso internacional The Venture que organiza Chivas Regal, en el que
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participan Startups de todo el mundo que utilizan sus negocios para generar un cambio
positivo.

Extractos de entrevista realizada por El mostrador.


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LA INSOLENCIA

Este segundo ejemplo nos presenta la valentía de Matías Leiva. Este joven chileno se vio

obligado a lanzarse a las calles para vender sándwiches caseros con tan solo una inversión

de 6 mil pesos.

Hoy en día La Insolencia factura más de 2 millones de pesos al día y cuenta con un equipo de

15 vendedores que destacan por su elegante uniforme con diseño y estilo único y el toque de

alta cocina que le ponen a sus productos.

Un sencillo muchacho oriundo de la Ligua se vio en una encrucijada al aterrizar su realidad y

ver que su sueldo no alcanzaba para vivir y pagar sus múltiples deudas. Sólo en su poder

contaba con $6.000 pesos que un fin de semana decidió administrarlos de una manera

diferente para duplicarlo. Es Matías Leiva, dueño en la actualidad de La Insolencia, empresa

dedicada a la venta de panes gourmet, quien le dio un giro a la venta callejera.

¿Cuándo comienzas con la idea de emprender?

Yo estaba trabajando en una empresa de transporte internacional, llevaba importaciones, pero

tenía muchas deudas y el sueldo no me alcanzaba, así que decidí ir a preguntar al banco
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cuánto era lo que yo debía y casi me morí al sacar la cuenta porque eran más de 8 millones.

En ese minuto vi cuánto era lo que tenía y en mi bolsillo tenía sólo $6.000 pesos.

¿Cómo llegas a tener tantas deudas?

Mira yo no tenía una profesión entonces el trabajo que una persona hace sin tener un título

nunca es bien valorado, por más que trabajes mucho y te saques la mugre donde estés. Yo

tenía un sueldo de $500.000 y sólo de arriendo pagaba $200.000 y las tarjetas y el comer…

Todo sumaba. Y ahí, ese 12 de octubre, me vi con sólo $6.000 pesos.

¿Y qué hiciste en ese momento?

Ahí me propuse hacer algo, a pensar qué podía hacer para generar dinero todos los días,

administrar bien esos $6.000 y decidí comprar harina, levadura, jamón, queso y ponerme

amasar.

¿Quién te apoyó en ese minuto?

Llamé a Sebita, Sebastián Avendaño mi socio y amigo de Curicó, y le dije: “Tenemos que salir

a vender sándwiches”. El día 12 de octubre de 2015, comencé con 12 panes, al día siguiente
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fueron 18 panes y ese día viernes terminamos vendiendo 50 panes. Desde ese día supe que

esto era lo que debía hacer.

¿Por qué La Insolencia?

Es que mi mamá cuando era chico me decía “cállate, insolente”. Mi intención en ese momento

que decidí utilizar los únicos $6.000 pesos que me quedaban, era faltarle el respeto a la venta

ambulante, a los clientes, a la calle y yo quise ser un insolente. La idea era darles calidad a

todos quienes habitualmente no compran en la calle, para que se atrevieran a conocer otras

formas de venta.

¿Quiénes trabajan contigo?

Tengo un equipo maravilloso, hay 25 personas en este minuto trabajando, incluso cuento con

algunos extranjeros en el equipo. Son chiquillos que llegaron a trabajar porque sólo

necesitaban trabajar. Fuimos formando áreas de trabajo y pensando en equipos grandes.

¿Cómo se te ocurrió la manera en que venden, vestuario, etc?

El día que salimos con Sebastián a vender, le dije: “Sebita, mira cómo la gente vende porque

yo quiero que hagamos algo diferente”. Ahí pensé en cómo antiguamente se vendía en los
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cines, con los productos en canastos y decidí hacer los delantales y gorros característicos de

mi marca hoy en día, y partí a comprar dos canastos a La Vega que en ese minuto me

costaron $7.000 pesos.

¿Cuánto es lo que vendes actualmente?

Ahora vendemos más de 2500 sándwich diarios en el centro de Santiago, Con eso tú te das

cuenta que lo que nosotros creamos fue un concepto, una marca, más allá de un simple

sándwich.

¿Cuántos tipos de sándwich cuenta la Insolencia?

Tenemos tres tipos: El Insolente, el Paulina ─en honor a la primera persona que compró un

sándwich y confió en nosotros─, y el Canturria, en honor a mi mamá.

¿Cuál son los puntos de venta?

Por Alameda estamos desde Teatinos hasta Ahumada y desde Huérfanos desde Amunategui

hasta Miraflores, Santa Lucia y Salida de Bellas Artes.

Extractos de entrevista publicada por HLPS.


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GREEN GLASS

Por último, tenemos la experiencia emprendedora de Óscar Muñoz, quien en medio de

sus estudios universitarios tuvo el desafío de presentar un proyecto de emprendimiento, y en

base a su experiencia con el vidrio, ideo un modelo de negocio basado en el reciclaje, la

verdad es que ni su profesor ni compañeros creyeron en su idea, pero hoy factura alrededor

de $ 30.000.000 mensuales, bajo la premisa, “Que cada vaso del mundo sea de una botella.”

Óscar empezó a trabajar con vidrio a los cinco años, porque ayudaba a cortar, pulir y crear

productos en Calypso, la empresa de su mamá, que realiza artesanías. “Siempre hemos

vivido de lo que hacemos con nuestras manos”, dice.

En 2009, un amigo le pidió ayuda para cortar una botella de vodka Absolut y transformarla en

un vaso. Su compañero quedó tan contento con el resultado que le sugirió que hiciera más y

los vendiera. En ese momento, Óscar estudiaba ingeniería comercial y tenía que presentar

para un ramo un proyecto de emprendimiento que vendiera al menos dos millones de pesos

durante el verano. Les propuso a su grupo su idea, pero no convenció a nadie y lo echaron del

equipo. Óscar le explicó su idea y su situación al profesor, pero tampoco la aceptó. “Me sentí

mal, porque era el ramo que más me gustaba. En ese tiempo estaba partiendo el boom de ser
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emprendedor y yo quería hacer algo, pero el profesor no me dejó ni hablar. Me explicó que sin

grupo iba a reprobar. Me dijo que no era un emprendedor, ni proactivo y que no tenía buenas

ideas”.

A último minuto un amigo lo sumó a su grupo, que iba a vender alfajores. “Pero yo empecé a

tratar de convencerlos otra vez de que hiciéramos los vasos. A un compañero le encantó la

idea y me apoyó hasta que se sumaron todos”.

¿Cómo hiciste tus primeros vasos?

Les pedíamos las botellas a bares del sector, principalmente a Las Urracas. Las trabajábamos

en el taller de mi casa, donde teníamos un par de máquinas, pero no eran las precisas. La

mayoría las cortábamos con sierra a mano y nos poníamos huinchas en los dedos para

pulirlas.

El joven recuerda que junto a su grupo se pasaron casi todo el verano cortando botellas y

haciendo vasos, hasta que consiguieron producir 800 y cumplieron con la meta del proyecto.

Cuando volvieron a clases se sacaron un siete y terminó aprobando el ramo, incluso los

compañeros de su anterior grupo y el propio profesor les compraron vasos y los felicitaron. Él

se cambió a la Universidad de Chile y continuó con el proyecto, ahora convertido en la

empresa Green Glass.


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¿Te costó compatibilizar tu emprendimiento con la universidad?

Sí. La universidad te hace muy difícil llevar una vida, compartir con tu familia, tener amigos,

polola y más encima un emprendimiento. Era complicado, sobre todo si no eres un genio. A mí

me costaba estudiar.

¿Por qué?

No soy bueno para economía y no le encuentro mucho sentido a la universidad. No le veo un

valor práctico. Lo único que quería era montar una empresa y sacarla adelante. Aprender a

vender más, hacer contratos, hacer procesos, software que te sirvieran, pero ellos no te

enseñan eso.

¿Por qué seguiste estudiando?

Tenía que terminar la carrera. Ya estaba endeudado con el CAE y con un crédito en la

universidad. Fue una época bien ruda. Tenía que vender, comprar botellas, cortarlas, pagarle

al David, la única persona que trabajaba conmigo en esa época y que, además, era

indocumentado. Todo estaba hecho a la mitad y por mí. Yo era el administrador, encargado de

marketing y comunicaciones. Durante varios años, Green Glass fue un pendejo y un peruano

haciendo vasos de botellas.

¿Pensaste en dejar la carrera?

Sí, muchas veces. Igual es bacán decir “yo dejé la universidad y me fue bien en la vida”, pero

saqué la carrera por el miedo a que me fuera mal. Apenas salí, me fue bien altiro, porque
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pude dedicarme completamente a los vasos. Si hubiese invertido toda esa plata en Green

Glass, me hubiese ido mejor desde un principio.

¿Te costó que confiaran en ti porque eras joven?

Sí. Y me pasa hasta el día de hoy. Reconozco que soy desordenado y que me visto mal.

Siempre llego de jeans y polera a las reuniones de clientes. Ahora soy como un mini

empresario y tengo responsabilidades y problemas que mis amigos no tienen. Ellos les piden

plata a sus papás y listo, pero esa no era mi situación: desde los 18 que no les pido plata a

mis papás.

¿Qué te dicen ahora tus amigos?

Me molestan y me dicen “El magnate del vidrio”.

El vidrio no es basura

En un principio, Óscar les compraba las botellas a bares y restaurantes de Santiago, las que

luego limpiaba y transformaba en vasos. Hoy las adquiere de un centro de reciclaje en La

Cisterna que trabaja con personas que recogen las botellas de la calle y las venden. “En

muchos lugares las botellas se botan como si nada. A varios restaurantes les pedí que

separaran las botellas de la basura, porque con cien unidades me ayudaban a crear un

empleo, pero muchos me miraban con cara de imposible. En el fondo, les daba lata”.

¿Cuesta que la gente recicle?

Demasiado. Imagina que sólo el 17 por ciento de la población lo hace. Con suerte, el 10 por
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ciento de los residuos de nuestro país son reciclados. Al año se producen 17 millones de

toneladas de basura, y un tercio de ella es doméstica. Ahí entran los recicladores de base,

quienes hacen la pega de meterse al basurero y buscar lo que botan de las casas. Hoy

compramos cerca de un millón de pesos en botellas al centro de reciclaje y así ayudamos en

sueldo a los recicladores.

¿Siempre pensaste en comprarles a los recicladores?

Sí, porque el vidrio es el material menos pagado en Chile. En el país existen cerca de 60 mil

recolectores y son muy mal pagados. El kilo cuesta cerca de 20 pesos y el recolector recibe la

mitad, lo que significa cerca de tres pesos por botella. Nosotros la transformamos, le

sumamos nuestro mensaje y la vendemos a tres mil pesos, le agregamos mil veces su valor

inicial. Estamos valorizando el vidrio y quiero que la gente haga lo mismo, que no lo bote a la

basura.

¿A cuánto compras una botella?

Al principio a 100 pesos. Ahora a 150, porque los recolectores nos subieron el precio y

nosotros felices. Pagamos lo que nos piden. También los ayudamos a crear un contrato con

Cristalerías Chile, a los que les vendían el vidrio molido en 20 pesos el kilo y ahora logramos

que les dieran 45 pesos. Con eso, en vez de pagarle 10 pesos al recolector, ahora le dan 20.

Después la cristalería ofreció 50 pesos. Nosotros buscamos darles visibilidad a los

recolectores y que la gente aprenda a reciclar.


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¿Cuántos vasos estás vendiendo al mes?

Diez mil, y siempre es un desafío. El año pasado, en esta misma fecha, vendíamos dos mil.

Estamos en hoteles de lujo, como el Hyatt o el W, cosa que nunca imaginé, porque en muchos

otros lados me dijeron que era ordinario usar un vaso de una botella.

¿La gente piensa que eres millonario?

(Ríe) Sí. A veces me reclaman porque cobro tres mil pesos por unos vasos. Creen que el

vidrio me lo regalan o que sólo hay un par de costos chicos, pero no imaginan todo el trabajo

que hay detrás. No es grito y plata.

¿Tienes algún referente?

No, pero sí admiro a otras marcas, como Algramo y Karün, porque somos parecidos. Estamos

tratando de generar impacto. Eso es lo que se viene: vivir con un propósito. Es bonito ver

cómo cambió la forma de pensar de la gente, en que la plata ya no es todo. Y esa es la gran

crisis que están teniendo las empresas, porque muchas son simplemente máquinas de hacer

plata y les queda grande el poncho de aportar en otras cosas.


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CONCLUSIONES

Como decía al principio, es fácil desviar la mirada hacia emprendedores

extranjeros, por lo notorio que pueden ser, social y culturalmente, pero no hay

que buscar mucho para encontrar valientes emprendedores chilenos, que nos

demuestran que cada uno de nosotros es una potencial persona de éxito, y eso

va más allá de la educación recibida, de la familia de origen o incluso de donde

vivimos, lo único realmente necesario y que es común en todos estos casos, es

una intención de generar un modelo de negocio acorde a sus propias

capacidades, y con los escasos recursos que podemos tener quienes estamos

ajenos al mundo de los negocios, y que no manejamos en lo más mínimo

nociones de organización empresarial, o temas tributarios o contables por

ejemplo.

Lo único importante al fin es la convicción y voluntad de surgir, de romper

esquemas, y de mejorar nuestras condiciones, y porque no, asegurar el futuro de

nuestras familias, creo que hay creernos el cuento como se dice, y pensar en

que una buen idea nos puede dar la satisfacción de un buen pasar, ahora, las
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ideas por si solas no nos harán triunfar, hay que ser inteligentes para

desarrollarlas, buscar la mejor ayuda y orientación, conocer el ambiente en el

que nos queremos desarrollar y , me imagino, trazar una ruta lo más realista

posible de objetivos que nos permitan ir avanzando en pos del desarrollo de

nuestra idea principal.

Y en eso espero encontrar en este ramo la ayuda necesaria para de una

buena vez tomar el riesgo y desarrollar un plan que me permita estar en esa lista

de emprendedores exitosos, seguro habrá desafíos, y obstáculos, como en todo

lo que hacemos, como en estudiar y trabajar, pero con una buena base, con

conocimientos frescos que ayuden a tomar buenas decisiones, y conociendo el

mercado al que apuntar, espero poder decir en un tiempo cercano, que acá tuve

el empujón necesario para comenzar mi emprendimiento.

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