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El Midrash y María

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El Midrash

El principal método de interpretación judío es el midrásh. La palabra midrásh de la raíz hebrea (darash), se
traduce por estudio o interpretación. El midrásh es tanto el método de interpretar la Torah como la literatura
relevante. Darash significa inquirir, buscar, investigar, exponer, interpretar y hasta predicar. Para aceptar esta
diversidad de sentidos es importante recordar que en hebreo una palabra tiene más de un significado. El objetivo
de los midrashim (en plural) es extraer y explicar la significación profunda de los textos bíblicos.

[El midrásh] busca en los textos su valor de vida. Para ponerlo en evidencia, el intérprete ilustra las Escrituras sirviéndose
de todos los medios de que dispone, con el objeto de hacer surgir más allá de las palabras un sentido relacionado con los
problemas de su tiempo. (Vergara, Abril).

Este estudioso de la Biblia concluye que el midrásh tiene un rasgo común, el de actualizar y dar cumplimiento a
los textos consagrados por la tradición escrita. Según Croatto, un texto ya sacra- lizado puede sentirse distante en
medio de comunidades recientes que por el tiempo y la distancia geográfica están alejadas de la gran tradición. Lo
mismo puede acontecer con las comunidades que se hallan en circunstancias o situaciones muy diferentes de las
que generaron los textos originales. El midrásh vendría a ser una herramienta necesaria para que las comunidades
más recientes se acerquen al contexto en el que las comunidades primitivas dieron origen a los textos bíblicos.

1.2.1 María, la madre de Jesús


Los evangelios emplean el recurso midráshico para presentar personajes, momentos claves o figuras de la segunda
alianza de las que históricamente se sabe poco. Por ejemplo, la figura de María, madre de Jesús, de quien el
primer Evangelio, el de Marcos, no dice casi nada, pero a quien los otros evangelistas presentan en momentos
signifícativos de su vida y vocación, sin que se pueda tener certeza de la historicidad de estos relatos.
Algunos estudiosos del midrásh evangélico hacen propuestas arriesgadas que ayudan a reflexionar e invitan a
abrirse a otras maneras de leer los textos de los evangelios. Así, por ejemplo, Sandrick le Maguer realiza una
lectura midráshica del lugar que ocupa la figura de María en los evangelios. Esta manera de leer, que ofendería a
quienes solo desean ver datos históricos en los textos, ofrece la riqueza de ir más allá y hacer unidad entre las dos
alianzas.

Me dicen muy a menudo que María era judía. Es verdad, pero, inmediatamente yo puedo decir que ella era y es judía al más
alto grado: ella debe su existencia a la genial hermenéutica judía llamada midrásh [...] para decirlo claramente: María se ha
escrito de derecha a izquierda, de Oriente a Occidente. En su lengua original, el hebreo, ella se llama My- riam; en griego,
ella se pronuncia Mariam, y el latín nos ha habituado a escucharla María. Ella nunca tuvo nada de histórico, pues ella es el
fruto de una inmensa búsqueda en el texto bíblico de la ascendencia del Mesías. El resultado de una rica experiencia a gran
escala para responder a una pregunta simple: ¿Cómo advendrá el Mesías? María se enraíza en la historia porque atraviesa
las lenguas, por el injerto en un texto surgido de dos civilizaciones: de ojos griegos leyendo el texto judío.19

Según esta autora, María, o mejor, todas las manas de los evangelios recogen en ellas la Myriam de la primera
alianza, la profetisa hennana de Moisés, que representa al pueblo de Israel.

María es identificada con la sabiduría o constituye un personaje por donde transita la sabiduría; por ello es la Madre de
Jesús. Es virgen, porque Myriam reviste midráshicamente el concepto mismo de la virgen de Israel, es decir, de la
comunidad de Israel.20
Maurice Mergui, en su libro sobre las fuentes midráshicas de los evangelios, al hablar sobre las marías de de los
evangelios, se pregunta: ¿Por qué la madre de Jesús debe llamarse María? Responde que existen varias razones
para ello:
Myriam figura simplemente aquí el pueblo judío, inclinado a la revuelta, trabajado por las siete abominaciones, como María
de Magdala, pero finalmente sanado por Jesús.
Para cumplir midráshicamentc la profecía de Isaías que exige un ’alma como madre del Mesías. Se llega así a un resultado
inesperado: la madre de Jesús es virgen porque ella es la Myriam bíblica, y no por razones de pureza o de tabú unido a la
sexualidad.
Según el midrásh judío, el Mesías debe venir de David, el mismo midrásh (solo él y no la Biblia) hace de Myriam el ancestro
de David. Ésta constituye una prueba de que los evangelios continúan ese mi- drásh.

El midrash representa los esfuerzos realizados por parte de los rabinos para
demostrar, escudriñar y diseccionar la historia sagrada, a la búsqueda de
significados ocultos, con la intención de llenar los huecos y buscar las claves que
condujeran a la verdad todavía por revelar. Los rabinos que desarrollaron el
midrash partieron del supuesto de que el texto sagrado era intemporal, que fue
cierto en el pasado, lo era en el presente y seguiría siéndolo en el futuro.
En la actualidad, las claves para comprender la acción de Dios podrían
encontrarse en las narraciones antiguas. Los cristianos estaban convencidos de
que Jesús era la llave que les permitiría comprender las escrituras judías. El Dios
que había hablado «a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos
tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2). Así pues, revisaron
los textos antiguos, a la búsqueda de indicaciones, pistas, previsiones e
interpretaciones.

Sólo hacía falta poseer ojos que pudieran ver. En consecuencia, volver a contar
historias extraídas del pasado religioso judío para iluminar una nueva experiencia
no era engañoso, falso o inducía a error. Se trataba más bien de iluminar la nueva
experiencia demostrando cómo era visto el pasado y cómo se cumplía éste en el
presente. Los lectores de los evangelios lo comprenderían, ya que conocían este
método midrhásico de explorar las Escrituras. Esta forma de actuar, sin embargo,
parecería hallarse entre la verdad literal y la mentira abierta para los miembros
de una generación que viviera varios centenares de años más tarde, separada de
sus raíces religiosas judías, y aferrada a una actitud mental peculiarmente
occidental.
Nuestro mundo moderno, distorsionado por las afirmaciones religiosas de
posesión de objetividad y literalidad, pregunta: «¿Sucedió en realidad?». En
cambio, los autores bíblicos, profundamente impregnados por la tradición del
midrash, trataban de contestar una pregunta muy distinta: « ¿Qué significa?». Los
evangelios son ejemplos de midrash cristiano en mucha mayor medida de lo que
se había creído hasta ahora. En los evangelios se configura, recuenta, interpreta e
incluso se cambia la antigua historia judía para arrojar así una luz adecuada sobre
la persona de Jesús.

Las narraciones sobre la natividad ilustran el midrash cristiano de una forma


quizás mucho más concentrada que en cualquier otra parte del Nuevo
Testamento. El único hecho histórico evidente que subyace en estas narraciones
es que Jesús nació. Si se es humano, nadie llega a este mundo de ninguna otra
forma. Históricamente, la Iglesia ha resistido todos los esfuerzos que se han
hecho para quitarle a Jesús su humanidad, aun cuando en la mentalidad popular
sigue siendo considerado como un visitante celestial.

La primera piedra en la construcción de la figura no humana de Jesús en la


posterior mitología cristiana la encontramos en las narraciones de Mateo y Lucas
sobre la natividad. Sin embargo, debemos considerar éstas como intentos
midrhásicos por interpretar el poder y el impacto del Jesús adulto. El lugar de
Belén, la concepción milagrosa, las señales celestiales, los presentes de los
magos, la visita de los pastores, el asesinato de los infantes masculinos, la huida a
Egipto y quizás hasta los nombres de Zacarías, Isabel, José y María son productos
del midrash. Al menos, deberíamos considerar y explorar estas posibilidades.

Él era Jesús de Nazaret, un nombre común en la sociedad hebrea. Era Yeshua, o


Joshua. Con toda probabilidad, su nacimiento no llamó la atención de nadie,
excepto de María y de quien la asistiera. El parto de María fue real. El nacimiento
de Jesús fue tan humano como otro cualquiera. Hubo contracciones, dolor,
sangre, un cordón umbilical que tuvo que cortarse, y el posparto, del que alguien
tuvo que ocuparse. Tal y como expondré más adelante, pudo haber existido
incluso un indicio de escándalo relacionado con este nacimiento.

Sin embargo, ninguna de estas narraciones sobre la natividad se habría creado si


la experiencia con el Jesús adulto no hubiera exigido una explicación. ¿Quién es
este hombre? ¿De dónde ha venido? Las historias de la natividad tardaron años en
formarse. No aparecieron en forma escrita hasta la novena década de la era
cristiana. Reflejan el encanto del narrador romántico, que deseaba explicar algo
que jamás podría captar la cámara o la cinta de vídeo.

Pero antes de introducirnos en ese mundo mágico de partos virginales,


mensajeros angélicos, visitantes de los cielos, estrellas errantes, magos exóticos y
pastores de las colinas, debemos investigar la experiencia que exigía una
explicación tan elaborada. Esa experiencia, aunque conectada con Jesús, no se
originó en los acontecimientos de su nacimiento, sino más bien en los de su
muerte. Sólo lentamente fueron retrocediendo en la historia, hasta que alguien
pudo tomar la pluma y escribir: «Érase una vez, en el pueblo de Belén...».

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