Que Es America Latina - Rouquie
Que Es America Latina - Rouquie
Que Es America Latina - Rouquie
América Latina.
Introducción al Extremo Occidente.
Ed. Siglo Veintiuno.
Primera edición. México, 1989.
¿Qué se entiende geográficamente por América Latina? ¿El conjunto de los países de
América del Sur y América Central? Desde luego, pero según los geógrafos México
pertenece a América del Norte. ¿Quizá para simplificar debemos conformarnos con
englobar bajo esta denominación a las naciones al sur del río Bravo? Pero entonces
habría que admitir que Guyana y Belice donde se habla ingles y el Surinam de habla
holandesa forman parte de América Latina. A primera vista se trata de un concepto
cultural. Y nos inclinaríamos a pensar que cubre exclusivamente las naciones de cultura
latina de América. Ahora bien, aunque con Quebec, Canadá sea infinitamente más latina
que Belice y tanto como Puerto Rico, estado libre asociado de Estados Unidos, nunca
nadie ha pensado incluirlo, ni siquiera al nivel de su provincia francohablante, en su
subconjunto latinoamericano.
Por eso uno se interroga sobre la existencia misma de América Latina. De Luis Alberto
Sánchez en Perú a Leopoldo Zea en México, los intelectuales se han planteado la
cuestión sin dar respuesta definitive. Lo que está en tela de juicio no es sólo la
dimensión unitaria de la denominación y la identidad que encierra frente a la pluralidad
de las sociedades de la América llamada latina. En efecto, en ese caso, para poner el
ácento en la diversidad y evitar cualquier tentación generalizante, bastaría con eludir la
cuestión hablando, como por lo demás se ha hecho, de "Américas latinas". Este término
tiene la ventaja de reconecer una de las dificultades, pero al precio de acentuar la
dimensión cultural. Ahora bien, también plantea un problema.
¿Qué abarca esta etiqueta ampliamente aceptada hoy? ¿De dónde viene? Las evidencias
del sentido común desaparecen pronto en el caso de hechos sociales y culturales. ¿Son
latinas esas Américas negras descritas por Roger Bastide? ¿Latinas la sociedad de
Guatemala donde el 50% de la población desciende de los mayas y habla lenguas
indígenas, y la de las sierras ecuatorianas donde domina el quechua? ¿Latino el
Paraguay guaraní, la Patagonia de los agricultures galeses, la Santa Catarina brasileña
poblada de alemanes así como el sur chileno? En realidad se hace referencia a la cultura
de los conquistadores y de los colonizadores españoles y portugueses para designar
formaciones sociales de componentes múltiples. Se comprende así a nuestros amigos
españoles y muchos otros que hablan más fácilmente de América hispana, y hasta, para
no ignorar el componente de habla portuguesa del que es heredero el gigantesco Brasil,
de Iberoamérica. En efecto el epíteto latina tiene una historia aun cuando Haití,
francohablante en sus élites, puede hoy servir de coartada: aparece en Francia bajo
Napoleón III, vinculado al gran designio de "ayudar" a las naciones "latinas" de
América a detener la expansión de Estados Unidos. La desafortunada locura mexicana
fue la realización concrete de esta idea grandiosa. La latinidad tenía la ventaja, al borrar
los vínculos particulares de España con una parte del Nuevo Mundo, de dar a Francia
legítimos deberes para con esas "hermanas" americanas católicas y romanas. Esa
latinidad fue combatida por Madrid en nombre de la hispanidad y de los derechos de la
madre patria, donde el término América Latina sigue sin tener derecho de ciudadanía.
Estados Unidos, por su parte, opuso el panamericanismo a esa máquina de guerra
europea antes de adoptar esa denominación vertical conforme a sus propósitos y que
contribuyó a propagar.
Esa América conquistada por los españoles y los portugueses es bastante latina, al
menos hasta 1930 en la formación de sus élites donde la cultura francesa reina
exclusivamente. ¿Quiere esto decir que esa América sólo es latina por sus
"preponderantes" y sus oligarquías, que la América del primer ocupante y de los de
abajo que sólo recoge migajas de latinidad y resiste a la cultura del conquistador
representa por sí solo la autenticidad del subcontinente? Los intelectuales de la década
de los treinta, particularmente en los países andinos, que descubrían al indígena
olvidado, desconocido, lo creyeron. Haya de la Torre, poderosa personalidad política
peruana, propuso incluso una nueva denominación regional: "Indoamérica". Tendrá
menos éxito que el indigenismo literario en el que se inscribe o el partido político de
vocación continental al cual Haya dio origen. El indio no tiene mucho éxito en América
ante las clases dirigentes. Marginado y excluido de la sociedad nacional, es
culturalmente minoritario en todos los grandes estados e incluso en los de viejas
civilizaciones precolombinas y de fuerte presencia indígena. Así, según el último censo
(1980), de 66 millones de habitantes sólo había en México 2 millones de no
hispanohablantes y menos de 7 millones de mexicanos que conocían una o varias
lenguas indígenas. Podemos seguir soñando, con Jacques Soustelle, imaginando un
México "que a semejanza del Japón hubiera podido conservar en lo esencial su
personalidad autóctona sin dejar de introducirse en el mundo de hoy". No fue así, y ese
continente está condenado al mestizaje y a la síntesis cultural.
No obstante, incluso en los países más "blancos" la trama indígena jamás está
totalmente ausente y participa claramente en la conformación de la fisonomía nacional.
Esa América, según la expresión de Sandino, es "indolatina".
A primera vista, nos hallamos frente a una América marcada por la colonización
española y portuguesa (y hasta francesa en Haití) que se define por contraste con la
América anglosajona. Así pues allí se habla español y portugués en lo esencial, a pesar
de florecientes culturas precolombinas y hasta de núcleos inmigratorios recientes más o
menos bien asimilados. Sin embargo la ausencia de Canadá (a pesar de Quebec) en ese
conjunto y el hecho de que organismos internacionales como el SELA o el BID
incluyan entre los estados latinoamericanos a Trinidad y Tobago, Las Bahamas y
Guyana dan al perfil de la "otra Arnérica" una innegable coloración socioeconómica y
hasta geopolítica.
Quizá podríamos clasificar entre las naciones latinoamericanas a todos los países del
continente americano en vías de desarrollo, independientemente de su lengua y su
cultura, tan cierto es que a nadie se le ocurriría incluir en la opulenta América
anglosajona a las Antillas anglohablantes o a Guyana. Tan cierto es también que en esa
zona la política domina mucho más que la geografía-¿acaso el presidente Reagan no
incluyó recientemente, en nombre de los eventuales beneficiarios de su iniciativa de la
Cuenca del Caribe (Caribbean Basin Initiative), a El Salvador que sólo tiene fachada
marítima en el Pacífico? En todo caso, ¿por qué no seguir a quienes, haciendo a un lado
la geografía, proponen llamar "América del Sur" a la parte "pobre" y no desarrollada del
continente ?
Con relación al resto del mundo en desarrollo la singularidad del subcontinente "latino"
también es flagrante. Forma parte, para emplear la frase de Valéry, de un mundo
"deducido": una "invención" de Europa que por la conquista entró a la esfera cultural
occidental. Las civilizaciones precolombinas, en crisis para algunos en el momento de la
llegada de los españoles, no resistieron en efecto a los invasores que impusieron sus
lenguas pero también sus valores y religión. Los propios indígenas y los africanos
llevados como esclavos a ese "Nuevo Mundo" adoptaron bajo diversas formas
sincréticas la religión cristiana. Brasil es hoy la primera nación católica del mundo.
Todo ello da a la región un lugar aparte en el mundo subdesarrollado. Por ello América
Latina aparece como el Tercer Mundo de Occidente o el occidente del Tercer Mundo.
Lugar ambiguo si así puede decirse en el que el colonizado se identifica con el
colonizador.
Así pues, no podría sorprendernos que el conjunto de los países latinoamericanos haya
propuesto en la ONU, en 1982, contra el sentir de los países afroasiáticos recién
descolonizados, que la organización internacional celebre a Cristóbal Colón y el
"descubrimiento" de América. A diferencia de África o Asia, ¿acaso ese continente no
es una provincia a veces lejana, cierto, pero siempre reconocible, de nuestra
civilización, que ha ahogado, ocultado, absorbido los elementos culturales y étnicos
preexistentes?
Primeramente comienza para los estados recién emancipados lo que el historiador Tulio
Halperín Donghi ha llamado la "larga espera", durante la cual la destrucción del Estado
colonial no pérmite aún la instauración de un nuevo orden. Mientras a esas balbucientes
naciones les es difícil hallar un papel a su medida, las repúblicas hispanas atraviesan
largos períodos de turbulencias anárquicas donde se despliega el desorden depredador
de señores de la guerra (los caudillos), y el Brasil independiente parece prolongar sin
sobresaltos, bajo la égida de la monarquía unitaria de los Braganza y del emperador
Pedro I, el statu quo colonial.
Entre 1850 y 1880, con raras excepciones concernientes a algunas pequeñas repúblicas
de América Central o del Caribe, las naciones del subcontinente entran en la "edad
económica", que algunos han bautizado como "orden neocolonial": Las economías
latinoamericanas, y por consiguiente las sociedades, se integran al mercado
internacional. Producen y exportan materias primas. Importan bienes manufacturados.
Mecanismo esencial de la nueva división internacional del trabajo que se efectúa bajo la
égida de Gran Bretaña, cada país se especializa en algunos productos, y a veces en uno
solo.
Es entre 1880 y 1930 cuando ese nuevo orden alcanza su punto máximo. Los países del
subcontinente viven en el apogeo de un crecimiento extravertido que lleva en sí la
ilusión de un progreso indefinido en el marco de una dependencia aceptada por sus
beneficiaries locales y racionalizada en nombre de la teoría de las ventajas
comparativas. La crisis de 1929 pondrá fin a la embriagadora euforia de esta "bella
época", de la cual la mayoría de los trabajadores está por supuesto excluida, al de
sorganizar las corrientes comerciales. El final del mundo liberal es también el de la
hegemonía británica. Estados Unidos, ya dominante en su traspatio caribeño, sustituirá
la preponderancia del Reino Unido por la suya y se convertirá en la metrópoli exclusiva
de toda la región. Asimismo el período que comienza es determinado por, las relaciones
de América del Norte con los países de la región o, más precisamente, por los tipos de
políticas latinoamericanas que Washington pone en práctica sucesivamente. Sin
embargo paralelamente a esta periodización internacional, se inscriben fases
económicas muy diferenciadas, sin que por lo demás pueda discernirse un lazo causal
evidente.
Esta periodización sólo tiene valor de punto de referencia y su objetivo es subrayar que,
más allá de las especificidades nacionales, algunos fenómenos comunes rebasan las
fronteras. Las similitudes no se derivan simplemente de la historia, sin que se hallan
igualmente en estructuras análogas y problemas idénticos.
Las similitudes no podrían ser sobrestimadas. Con todo, historias paralelas han forjado
realidades que, sin ser semejantes, tienen numerosos puntos comunes que las
distinguen, por lo demás, de otras regiones del mundo desarrollado o subdesarrollado.
Sólo mencionaremos tres: 1. La concentración de la propiedad de la tierra. La
distribución desigual de la propiedad tertitorial es una característica común de los países
de la región. Es independiente de la conciencia que de ella tienen los actores y no
siempre aparece como una fuente de tensiones sociales o de debate político. No obstante
el predominio de la gran propiedad agraria tiene consecuencias evidentes sobre la
modernización de la agricultura, así como sobre la creación de un sector industrial
eficaz. Afecta directamente la influencia social y por tanto el sistema político. El
fenómeno de la gran propiedad va a la par con la proliferación de micropropiedades
exiguas y antieconómicas. Si bien esta tendencia se remonta a la época colonial, no ha
cesado hasta nuestros días: la conquista patrimonial continuada aparece como un
elemento/situación permanente a escala continental a la cual sólo escapan las
revoluciones agrarias radicales (Cuba). Algunos indicadores evaluados en cifras
permitirán definir las ideas, a pesar del alcance necesariamente limitado de estadísticas
que abarca el conjunto subcontinental tomado como un todo indiferenciado: el 1.4% de
las propiedades de más de 1000 hectáreas concentraba hacia 1960 el 65% de la
superficie total, mientras el 72.6% de las unidades más pequeñas-de menos de 20
hectáreas-sólo abarcaban el 3.7% de las superficies. Desde la publicación de estos datos
es poco probable que se hayan dado cambios que puedan modificar su significado
global.
Un destino colectivo forjado por evoluciones paralelas, una misma pertenencia cultural
a Occidente y una dependencia multiforme en relación con un centro único situado en el
mismo continente: los factores de unidad rebasan fortaleciendo la sorprendente
continuidad lingüística de la América de habla portuguesa y, a fortiori, de la América
española; al llegar de nuestra Europa exigua y fraccionada siempre nos sorprende hallar
la misma lengua y a veces la misma atmósfera de una capital a otra separada por cerca
de 8 000 kilómetros y nueve horas de avión. Sin embargo a esta homogeneidad
responde una no menos grande heterogeneidad de naciones contiguas. Las disparidades
entre países saltan a la vista. Su tamaño ante todo. Es evidente que Brasil, quinto Estado
del mundo por su superficie, gigante de 8.5 millones de km2, es decir igual a 15 veces
Francia y 97 veces Portugal, su madre patria, no puede ni medirse ni confundirse con el
"pulgarcito" del istmo centroamericano, El Salvador, más pequeño que Bélgica, con sus
21000 km2. Haciendo a un lado la variable lingüística que diferencia a Brasil de todos
sus vecinos, podemos retener cierta cantidad de criterios sencillos que dan cuenta de la
diversidad de los estados y las sociedades. En el caso de los primeros, la geopolítica
domina, y sobre todo la situación en relación con el centro hegemónico norteamericano;
en el de las segundas conviene tomar en cuenta los componentes etnoculturales de la
población, y los niveles de evolución social, a fin de poner un poco de orden en el
mosaico continental.
Esta puntillosa hegemonía no cambió ni sus métodos ni sus objetivos a la hora de los
misiles intercontinentales. Las tropas estadunidenses intervinieron en la República
Dominicana en 1965 para evitar una "nueva Cuba", y en octubre de 1983 en la pequeña
isla de Granada para echar a un gobierno de tipo castrista. La ayuda poco discreta de
Washington a las guerrillas contrarrevolucionarias de Nicaragua hostiles al poder
sandinista obedece a las mismas preocupaciones si no es que a los mismos reflejos. Más
generalmente, la exasperación neocolonial estadunidense ha conducido a Estados
Unidos a apoyar en la zona a cualquier régimen con tal de que fuera claramente
proestadunidense y a derrocar o por lo menos a desestabilizar, a cualquier gobierno que
intentaba sacudirse la tutela del hermano mayor, o afectaba sus intereses privados y más
generalmente el modo de producción capitalista.
Podemos pensar que la población es un indicador mejor y más manejable para una
tipología rigurosa. Es cierto que se encuentra cierta correspondencia entre climas y
poblaciones, en conexión sobre todo con los tipos de culturas históricamente
privilegiadas. En efecto la distribución regional de los tres componentes de la población
americana-el sustrato amerindio, los descendientes de la mano de obra esclava africana,
y la inmigración europea del siglo XIX-dibuja zonas de dominante identificable.
Decimos dominante, pues las naciones mestizas son las más numerosas y, a menudo, en
sociedades de población compleja, se yuxtaponen espacios étnicamente homogéneos.
Así, en Colombia, los resguardos indígenas de las "tierras frías" de altura a menudo
están en contacto con los valles "negros" de las "tierras calientes". Groseramente,
podemos sin embargo distinguir: una zona de densa población india que abarca la
América media y el noroeste de América del Sur, donde florecieron las grandes
civilizaciones; de las Américas negras al noreste en el perímetro caribeño, Antillas y
Brasil, ligadas a la gran especulación azucarera de la época colonial sobre todo; y
finalmente un sur, pero sobre todo un sureste "blanco", tierra templada que recibió a la
mano de obra libre europea, que se diseminó allí a partir del último cuarto del siglo
XIX.
Finalmente los pueblos nuevos, entre los cuales Darcy Ribeiro coloca a Brasil,
Colombia, Venezuela, así como a Chile y las Antillas, son producto del mestizaje
biológico y cultural. Para él, allí está la verdadera América, aquella, donde en el crisol
racial de dimensiones planetarias, se forja la "raza cósmica" del futuro cantado por José
Vasconcelos. Esa clasificación, incluso así jerarquizada, posee cierta lógica y
contribuye a dar una apreciación global más clara de la rosa de los vientos
latinoamericana.
Sin querer multiplicar las clasificaciones, no es inútil introducir una última, basada en la
homogeneidad cultural y la importancia del sector tradicional de la sociedad. Estas
tipologías son tan arbitrarias como los criterios elegidos para construirlas, pero
indudablemente son indispensables para aportar los matices necesarios para un estudio
transversal de los fenómenos sociales continentales.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Bastide, Roger, Les Amériques noires. La civilisation africaine dans le Nouveau Monde,
París, Payot, 1967.
Germani, Gino, "América Latina y el Tercer Mundo", en Aportes, núm. 10, París,
octubre 1968.
Martiniere, Guy, Les Amériques latines. Une histoire économique, Grenoble, Presses
Universitaires de Grenoble, 1978.
Métraux, Alfred, Les indiens de l'Amérique du sud, París, A.-M. Métailié, 1982.
Ribeiro, Darcy, Las Américas y la civilización, Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1969, 3 vols.
Soustelle, Jacques, Los cuatro soles: origen y ocaso de las culturas, Madrid,
Guadarrama.
Tapié, V.L., Histoire de l'Amérique latine au XlXe. siécle, Paris, Aubier, 1945.