De Hoz, Historia Linguistica
De Hoz, Historia Linguistica
De Hoz, Historia Linguistica
Javier de Hoz
HISTORIA LINGÜÍSTICA
DE LA PENÍNSULA
••
IBÉRICA
EN LA ANTIGUEDAD
I. Preliminares
y mundo meridional prerromano
Javier de Hoz
HISTORIA LINGÜÍSTICA
DE LA PENÍNSULA
••
IBÉRJCA
EN LA ANTIGUEDAD
I. Preliminares
y mundo meridional prerromano
,
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS
Madrid, 201O
~ CSIC
GOBIERNO MINISTIRIO
DE ESPAÑA DE CIENCIA
E INNOVACIÓN
© CSIC
© Javier de Hoz
NIPO: 472-10-266-1
ISBN: 978-84-00-09259-7 (Obra completa)
ISBN: 978-84-00-09260-3 (Vol. 1).
Depósito Legal: M-53953-2010
2. EL MUNDO MERIDIONAL .......... . ... .... .... ... ..... ... ................ ........ .... .... .... ..... 217
2. 1. Las fuenles anti uas.......................................................................... 2 17
2.1.1.
2.1.2.
2. 1.3. De la llegada de los romanos a Justino .............................. 231
2.1.4. Avieno .................................................................. ... ..... ... ... 239
2.1.5. Fuentes orientales............................................................... 242
2. 1.6. Referencias a los vecinos de los tanesios .......... .. .............. 244
2. 1.7. Mastienos, bastetanos y bástulos .................................... ... 247
2. 1.8. Túrdulos............................................................................. 251
2. 1.9. KY11etes/conios ................................................................... 252
2.1.10. Gentes llegadas de fuera en el primer milenio................... 254
2. 1.10.1. Pueblos venidos de oriente, griegos, fenicios
y cartagineses.................................................. 254
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2. 1. 10.2. Gentes del n rte de Africa............................... 260
2.2. La formación del mundo tartesio......................................... ........ .. .. . 264
2.2.1. Antecedentes de las formas orientales de escritura lle-
gadas a Hispania ............... ................................................. 264
2.2.2. Orientales en la Península Ibérica ...................................... 265
2.2.3. El mundo indígena receptor............................................... 273
2.2.4. Los rimeros rie os en Occidente.................................... 28 1
2.3. El mundo social y material de los pueblos del sur............................ 282
2.3.1. La cultura tanesia.. .. .. ............ .... .. ................ ...... .. ............. .. 282
2.3.2. La cultura del SO .......... ......... ........................ .... .... .... ...... .. 291
2.3.3. La cultura turdetana........................................................... 295
2.3.4. La periferia septentrional..................... .......... .......... .......... 298
2.3.5. La eriferia oriental...... ........... ........ ................ ..... ............ .. 302
2.4. Problemas eográficos etnoló icos .. ..................................... ........ 306
2.4.1. Etnolo ía tartésica... .. .. .............. ................... ...................... 306
2.4.2. Los conios y la expansión tartesia en Portugal .. .......... .... .. 31O
2.4.3. Otras zonas de la periferia tartesia. los mastienos ... ...... .... 317
2.4.4. Los turdetanos.................................................................... 320
2.1 0.2.1.
Onomástica personal ...................................... . 458
. .
2.10.2.2.
T oponuma ...................................................... . 462
2.1 1. Ensayo de interpretación histórica.................................................... 471
2. 11.l. El problema de la lengua tartesia....................................... 471
2. 11.2. Las funciones de la escritura en el mundo tartesio............ 478
2.11 .3. La literatura tartesia ........................................................... 481
3. EL ORIGEN DE LAS ESCRITURAS PALEOHISPÁNICAS ............... .................... 485
3.1. El problema .............................. .. ...................................................... . 485
_
3. 1. 1. Presupuestos y datos ......................................................... . 485
3. 1.2. Cuestiones de método y alternativas ................ ......... ......... 486
3.2. El signario de Espanca y el origen fen icio de las escrituras paleo-
. ' .
h tspan1c-as ......................................................................................... . 488
3.2.1 . Los indicios de un modelo fenicio antes del descubrimien-
to de Espanca .................................................................... . 488
3.2.2. El signario de Espanca ..................................................... .. 491
3.2.3. Crítica a la hipótesis del origen griego ............................. . 495
3.2.4. La protoescritura paleohispánica y la reioterpretación de
los grafemas fenicios para oclusivas .................................. 500
3.2.5. Explicaciones alternativas del semisilabismo ................... . 504
3.2.6. La redundancia y su posible explicación .......................... . 507
3.2.7. El proceso de creación de la escritura paleohispánica re-
flejado en el signario de Es panca ...................................... . 513
3.2.8. Recapttu. 1ac1.on
' ................................................................... . 516
3.3. La primera escritura paleohispánica ................................................ . 517
3.3. 1. Intento
. , . de identificar
, . la escritura tartesia como la paleo-
htspamca mas anttgua ....................................................... . 517
3.3 .2. El signario de Es panca como signario tanesio ................. . 522
3.4. Cuestiones paleográficas ................................................................. . 524
BIBLIOGRAFÍA CITADA Y ABREVlATURAS BIBLIOGRÁFICAS.............................. 527
MAPAS, CUADROS Y OTRAS ILUSTRACIONES.............................. ..................... 583
M.APAS ...... ... ....... .... ... .... ........... .... .... ... .... ....... ... .... .... ...... ......... ... ..... ... ......... 585
CUADROS ... ....... ·········· ··· ········ ············ ........... ····································............. 617
FIGUAAS ........... .......... .... .... ... .... ........................ o 00 00 • • 00 • ••• o • •••••• 00 • • •••• o. o. o.......... 62 7
'
l NDICE DE AUTORES Y FUENTES .. .... ....... ........... ....... ........... .... ....... ........ ....... .. 641
'
[NDICE DE LUGARES Y PU EBLOS......... .... .... ... ............ ... .... .... ... .... .... ... .... ... ... ... 653
'
INDICE DE PE RSONAS REALES O FICTICIAS................. ....... .... ... ........................ 675
•
INDI CE LING ÜÍSTI CO DE PALABRAS Y MORFEMAS .. .......................................... 683
'
lNDICE DE MATERIAS. ........ .. ..... ... ... ........... .... .... ... ..... ... ... ..... ...... ................ .... 695
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INDICE DE TEXTOS PALEOHISPÁNICOS ............................................................. 733
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La teoría lingüística que me interesa será capaz de dar
cuenta del comportamiento de un hablante que se mueve en
un complicado mundo de cambiantes situaciones lingüís-
ticas, que cada día aprende algo nuevo de su propia lengua
vemácula y de las restantes lenguas que maneja, y que se ve
continuamente afectado por múltiples influencias sociales y
culturales, algunas originadas en su entorno, otras con raíces
en un tiempo o un espacio remotos, incluidos el tiempo y el
espacio en que la especie humana desarrolló su capacidad
para el lenguaje.
Gramático anónimo de avanzado el siglo XXI, activo
en alguna parte del Pacífico suroccidental o la Amazonia
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18 HISTOIUA I.ING ÜiS TICA DE I.A P ENiNSUI.A I.BERICA EN LA A NTIG ÜE DAD
las que mi deuda es mayor; los coloquios paleohispánicos que se celebran desde
1974 han sido ocasión de encuentro para quienes nos interesamos por las lenguas
antiguas de Hispania y por su imbricación en las culturas que les eran contempo-
ráneas; en esos coloquios y de los amigos que en ellos participaron y participan
he aprendido mucho de lo que aquí he intentado transmitir. Quiero mencionar en
particular a Koldo Michelena, que fue para mí un maestro a la vez que un amigo
entrañable, a Jürgen Untem1ann y a Joaquín Gorrochategui. 'Una persona que, en
composición en anillo, está a La vez al principio y al final de este libro es Francisco
Rodríguez Adrados, al principio porque al proponerme como tema de «tesina>> de
licenciatura la hidronimia antiguoeuropea de Hispania es posiblemente el respon-
sable de que me haya dedicado a la paleohispanística, al final por la gentileza con
que ha prestado su apoyo para la publicación de este libro. También quiero hacer
constar mi agradecimiento al Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
que ha hecho posible esa publicación.
J Por desgracia el Departamento que entonces me brindó su hospitalidad ya no existe.
• Ya en pmebas, Daniel O. Romero ha sabido corregir algunos titllos de la cartografía.
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NOTA SO BR E TRANSCRIPCIONES Y ABREVIATU RAS 23
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28 HI ST ORIA LI NG Ü ÍSTIC A D E LA P ENÍNS U LA IBERI CA EN LA ANTI GÜEDAD
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32 HI STORIA LINGÜÍSTI CA DE LA P EN ÍNSULA IBERICA EN LA A NTIGÜEDAD
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36 HISTORIA LINGÜÍSTI CA DE LA PENÍNSULA IBÉRI CA EN LA ANTIG 0 EDAD
Los topónimos permiten, al menos con carácter indicativo, porque como ve-
remos la realidad es mucho más compleja, dividir la Península en dos zonas, 10
al oeste y al este de una línea que sigue un trazado desde la costa atlántica me-
ridional cerca de la frontera portuguesa hacia e l norte, en arco que incluye toda
la Meseta y que a la altura de Castellón se acerca al Mediterráneo para remontar
luego hacia el NO por el sur del Valle del Ebro, y tinalmente corta hacia el norte
por la frontera oriental de los cántabros (mapa 1.2). Al oeste de esa línea aparecen
topónimos indoeuropeos en -briga, al este topónimos no indoeuropeos, en parti-
cular con un componente ilti.
Esa misma línea separa la zona de concentración de antropónimos indígenas
indoeuropeos en época imperial de la zona en que predomina casi exclusivamente
la onomástica latina.
Se ha considerado esta línea como divisoria de la Península indoeuropea de
la no indoeuropea, pero hay que matizar. La antroponimia es un dato cronológi-
camente muy limitado. No se puede extrapolar de ella hacia atrás. La toponimia
puede ser muy antigua, pero no necesariamente, en especial en el caso de asenta-
mientos humanos que, a diferencia de los ríos y montañas, pueden ser de funda-
ción relativamente reciente. Los topónimos en -briga perviven como formación
viva y productiva hasta fecha relativamente moderna en el mundo indoeuropeo
occidental como demuestran los topónimos compuestos por un NP romano y
-briga. Es decir que esa línea corresponde a una división relativamente moderna
y muestra sobre todo las zonas en que los rasgos culturales indígenas indoeuro-
peos han resistido más tiempo por tratarse de zonas menos sometidas a influen-
cias civilizadoras. Precisamente el término -ilti, tal vez «ciudad» (pero vid. infra
§ 2.1 0.2), es característico de las zonas de cultura superior relativamente antigua.
De ahí que confrontando el mapa de onomástica y el de monedas coincidan hasta
cierto punto, ya que la moneda es también un rasgo de civilización avanzada; el
área indoeuropea corresponde al área no monetal más la zona de moneda celtibé-
rica; el área no indoeuropea corresponde a los grupos monetales del norte, ibérico
y meridional. La posición especial de los celtíberos no es de extrañar; se trata del
único grupo indoeuropeo que ha llegado a consolidarse como una nación - no
desde luego un estado- perceptible como tal por los observadores extraños y a la
vez ha sufrido un fuerte grado de influencia civilizadora ibérica. De hecho el co-
nocimiento de la onomástica indígena depende fundamentalmente de fuentes clá-
sicas, literarias en el caso de los topónimos, epigráficas en el de los antropónimos,
monetales en ambos, aunque para los últimos resulta cada día más significativa la
información contenida en las propias fuentes indígenas.
método: M. Faust & A. Tovar 1971 y J. de Hoz 200 l. Presentación de las fuentes en e l capitulo 1.4,
sobre todo § 1.4.8.
10 J. Untermann se ha ocupado con frecuencia. desde 1961 , de esta línea de separación identifi-
cada por W. von Humboldt en 1821: MLH IV, pp. 436 y 726. La aparente claridad de esa división ha
tenido efectos desafortunados. porque ha sido habitualmente sobrevalorada en la bibliogratia.
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40 HI STORIA LIN GÜÍSTI CA D E. LA P ENÍ NSU LA IBÉRICA EN LA A NTI(iÜEOA D
diferencia de lo que ocurre en otras zonas ni siquiera las monedas responden a una
tradición unificada, sino que las variedades locales muestran gran independencia
y a menudo es dificil asegurar si signos utilizados en lugares diversos son grafe-
mas diferentes o simples alógrafos.
Aun así está claro que existen ciertas diferencias importantes con respecto a la
escritura ibérica. Esto parece indicar que la lengua para cuya transcripción sirvió
en origen la escritura meridional no fue idéntica a la ibérica levantina, conclusión
de importancia considerable pero en la que no me detengo por el momento.
La romanización fue aquí aún más rápida e intensa que en territorio ibérico
y prácticamente no quedan restos indígenas en la epigrafia romana. Aun así se
pueden señalar algunos hechos: a) Fuerza de la colonización púnica que ha de-
bido hacer penetrar la lengua fenicia en cierto grado al interior; b) Presencia de
elementos indoeuropeos, dispersos en muchas zonas, concentrados en otras como
la Baeturia en conformidad con lo que indican las fuentes literarias; se trata del
fenómeno normal de atracción ejercida por una zona rica y geográficamente fa-
vorable sobre los pobladores de territorios más duros en la Meseta o Lusitania; e)
Elementos ibéricos en la zona andaluza oriental; d) Elementos lingüísticamente
indeterminables, al parecer no ibéricos, en particular ciertos nombres en inscrip-
ciones latinas que quedan circunscritos a la Andalucía occidental y se concentran
en algún punto como el Cortijo de las Vírgenes (Baena CO).
Provisionalmente se podría hablar de una Andalucía ibérica y una Andalucía
no ibérica o turdetana, poseedora de su propia lengua, sometidas ambas a fuertes
penetraciones indoeuropeas, en especial la turdetana.
Todavía en la parte meridional de la Península hay que señalar una última zona
en la que se ha utilizado la escritura para transcribir una lengua indígena en los
años a los que corresponde nuestro mapa.
Efectivamente en la costa portuguesa, al sur de Lisboa, en la antigua Salacia,
hoy Alcácer do Sal, he situado siguiendo a otros autores una enigmática ceca
(A.I 03), los pocos signos de cuya leyenda monetal plantean aún muchos pro-
blemas y no pueden considerarse leídos. No sabemos por ello si se trata de una
simple variante de una rama autónoma de las escrituras hispánicas, tal vez un
testimonio tardío de una situación creada en fecha muy anterior de acuerdo con
una hipótesis a la que habré de referirme más abajo. En todo caso ésta, como tal
vez otras ciudades del sur de Po1tugal, es un caso de enclave en un territorio que
parece ampliamente indoeuropeizado, aunque testimonios epigráficos
. .
más anti-
guos, básicamente de la Primera Edad del Hierro, demuestran que tuvo su propia
personalidad lingüística, todavía enigmática para nosotros aunque con gran pro-
babilidad preindoeuropea.
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44 H ISTORIA LI NGÜÍSTI CA DE LA PENÍNSUL A IBÉRICA EN LA A NTIGÜEDAD
1.2.1 O. La /atinización 11
M. C. Díaz y Díaz 1960; A. García y Bellido 1967 y 1972; A. Tovar 1968b y 1974; S. Mariner
17
1976 y 1983.
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48 HISTORIA LING Ü ÍSTIC A D E LA P ENÍNS ULA IB ÉRI CA EN LA A NTIGÜE DAD
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52 HISTORIA LI NG ÜÍSTICA DE LA P ENiNSULA IB ÉRI CA EN LA A NTIGÜEDA D
lSAunque eslo es hoy día una cuestión polémica a la que lendremos que prestar atención al
ocupamos del mundo ibérico INFRA.
29 M. L. Ruiz-Gálvez 1990, pero vid. 1998, 248-58, con una posición más matizada; B. CunlifTe
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56 HI STORI A LINGÜ ÍSTICA DE LA P GNÍ NSUI.A I BÉRICA EN LA A NTIGÜEDAD
cierto modo consolidándose durante los dos primeros siglos de la conquista. Las
inscripciones en lenguas indígenas son sin duda los testimonios más importantes
que nos permiten hablar de las lenguas paleohispánicas, pero existen otras mu-
chas fuentes que nos proporcionan algtmos datos lingüísticos marginales, y ade-
más, y esto no es precisamente marginal, nos permiten reconstruir parcialmente
el contexto cultural y etnológico en el que vivieron aquellas lenguas . También
desde este punto de vista la llegada y la penetración romana hacia e l interior de
las tierras peninsulares constituyen momentos trascendentales que inaug uran una
nueva fase.
Las fuentes de la historia cultural son de una parte materiales, lo que en nues-
tro caso s ignilica arqueológicas, y de otra de comunicación transmitida a través
del lenguaje, que presentan una complicada variedad de casos. La disponibilidad
de fuentes arqueológicas no se vio obviamente afectada por la presencia romana
sino en la medida en que los romanos provocaron la deposición de restos de nue-
vas variedades y a menudo más vis ibles, y hasta cierto punto destruyeron parte
del registro arqueológico anterior pero en todo caso su papel en este estudio, con
la excepción de los soportes epigráficos sobre los que tendremos que volver de
continuo, es importante pero no tan directo que nos obligue a detenernos desde
ahora en ellas.
Distinto es el caso de todo el complejo de informaciones que podemos consi-
derar comunicación transmitida, y en e l que conviene distinguir al menos algunos
casos. Obv iamente el primero es la epigrafía del que ya me he ocupado y sobre
algunos de cuyos problemas generales volveré más adelante (!NFRA). Un se-
gundo bloque de noticias es el que nos proporcionan los autores antiguos que se
ocuparon de la Península Ibérica y cuya obra ha llegado hasta nosotros; no nos
interesan sino marg inalmente en cuanto fuente de acontecimientos concretos, en
particular políticos, lo que fue siempre la materia privilegiada de la historiografia
antigua, pero no faltan en sus obras informaciones de carácter etnog ráfico y cultu-
ral , que son las que nos interesan más directamente. En particular tendremos que
prestar atención al componente «geográfico» de sus obras, presente desde la más
antigua historiogratia, representado también desde antiguo por sí mismo en obras
de carácter meramente descriptivo, sistematizado con cierta independencia en las
obras de historia desde Éforo (s. IV), y convertido en tema autónomo con preten-
respecto de muchas cuestiones sólo he citado estudios muy fundamentales o trabajos recientes en los
que se pueden cnconLrar las referencias a los anteriores. En genera l cito obras generales si aportan
a lgo concreto sobre la cuestión que trato o si proporcionan la bibliograf1a básica, como es el caso
de E. Olshausen 1991 , pero prescindo de muchas que no dejan de tener su utilidad - por ejemplo,
R. D' Hollander 2002 a pesar de sus limitaciones fi lológicas es útil. no sólo para la geogralia astro-
nómica, que aquí no nos afecta, sino para la cartografia- y no rccnvio a las historias de la literatura
griega o latina, ni a los artículos de RE que sin embargo son imprescindibles para muchos de los
autores de los que me ocuparé, sobre los que hay pocos estudios recientes; tampoco ci to las ediciones
estándar que pueden encontrarse en cualquier buena enciclopedia, en particu lar por más actualizada
en el OCD la bibliografia por supuesto suele ser útil en e l Neu Pauly a pesar de las deficiencias de
muchos artículos. que en algunos casos llegan a ser escandalosas. vid .. por ejemplo, los comentarios
de B. & J. Kramer 2000a.
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60 HI STORIA LING ÜÍSTICA DE LA P EN ÍNSULA IBERICA EN LA ANTIG ÜEDAD
•o Cf. sobre los objetivos de la exploración en la AmigOcdad y sobre s us relaciones con la ciencia
M. Cary & E. H. Warmington 1963, pp. 11 -4; R. Hennig 1936-56: M. Ninck 1945, pp. 7- 12: C. Ni-
colci 1988, pp. 97-1 Ol.
'11 Un problema especial es el que plantean las noticias sobre una literatura tartesia. que para
algunos autores podría haber sido en parte historiográfica y estar en la base de ciertas informaciones
transmitidas por autores griegos o romanos (por ejemplo, A. Schulten: 1958 1, pp. 65-6). pero el lugar
adecuado para tratar este iema es el apartado sobre la cultura tartes ia (§ 2.1 1.13).
•: R. Syme 1988a. p. 374. recuerda que en muchos pasajes Plinio se refiere a «thc twin channcl s:
' negotialores nostri' and ' am1a Romana·,.
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64 HISTORIA LING OISTICA DE LA PENiNSULA IB ÉRI CA EN LA A NTIGÜEDAD
[ 1.2) nom omnis apta natio ad pecuariam, quod neque Bastulus neque Turdu-
lus idonei. Gal/i apposilissimi. maxime ad iwnenta (Rer. rus t. 2 10.4; FHA VII I,
p. 99; THA JH p. 383 j).
Grosse comenta. «Es interesante que según Varrón los Túrdulos y Bástulos, es
decir los Andaluces, no eran aptos para la ganadería, mientras que hoy lo son.
Lástima que Varrón no diga porqué», y a continuación, sin entrar en la cuestión de
qué entendía Varrón por bástulos y túrdulos, da unas referencias a pasajes sobre
esos pueblos en FHA 1.11. En realidad Varrón no tiene porqué decir qué es lo que
hacía no idonei ad pecuariam a bástulos y túrdulos porque ello estaba implícito
en las características culturales de esos pueblos, los entendiese Varrón como re-
presentación del conjunto de la Bética, es decir como bastetanos y turdetanos, o
como bástulos y túrdulos específicos, en oposición a los anteriores (vid. §§ 1.1. 7,
2.3.3 y 2.3.4). En cualquier caso se trata de representaciones de tipos humanos
genéricos, no adecuados para un tipo particular de ganadería, lo cual no quiere
decir que esa ganadería no se diese en su territorio, y por lo tanto el texto no es
en absoluto utilizable para sacar consecuencias sobre la situación económica de
Andalucía en época de Varrón. Pero para comprender adecuadamente el pasaje
hay que considerarlo dentro de su contexto natural, que se inicia en realidad en
2 10.1 cuando los interlocutores del diálogo plantean la cuestión del adecuado
número y características de los pastores, distinguiendo ganado mayor y menor, y
sobre todo in saltibus e in fundis, es decir el pastoreo del ganado semilibre en la
montaña y el del que se recoge a diario en las granjas; obviamente los pastores del
primer tipo deben ser hombres vigorosos, capaces de soportar duras condiciones
de clima y geografía y de utilizar armas; es a éstos a quienes se refiere la cita y
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68 HISTORIA l-iNGÜÍSTIC A DE LA P EN ÍNSULA IOER ICA EN LA ANTIG ÜE DAD
Al decir esto estoy tomando partido en una cuestión polémica; la mayoría de los
autores que se han ocupado de estos temas aceptan la existencia de algún periplo,
o descripción de las costas occidentales anterior a Hecateo. Aunque volveré sobre
la cuestión (a propósito de Avieno, § 1.4.8), debo señalar desde ahora que no creo
demostrada la existencia de tales descripciones, y aunque es bastante probable
que existiesen anotaciones prácticas de carácter más o menos privado, obra tanto
de marinos griegos como fenicios, de las que nacería luego el género literario de
los periplos y a las que ya nos hemos referido, no existe indicio de la existencia
de ninguna obra de carácter <<teórico» en la que pudiese satisfacer su curiosidad
el griego deseoso de saber cómo eran las tierras y los hombres de Occidente.57
Al parecer con carácter teórico existía el mapa de Anaximandro,S8 pero por lo
que sabemos de él se trataba de una construcción extremadamente esquemática,
en la que se indicaban tan sólo las líneas costeras y los grandes ríos, sin ninguna
información etnológica.
Hecateo, nacido en Mileto a tiempo de ser hombre de influencia durante la
sublevación jonia contra los persas en el 500, fue autor de una obra mitológico-
histórica y de una descripción del mundo conocido (Periégesis, Períodos gés), 59
esta última según fuentes tardías acompañada de un mapa que corregía el de Anaxi-
mandro,60 de la que sólo nos quedan fragmentos, a menudo meras menciones de
nombres de pueblos y lugares transmitidas por un lexicógrafo del siglo VI d.C.,
Esteban de Bizancio (§ 1.4.9), de cuyo léxico geográfico (Ethniká) sólo se con-
serva a su vez una versión drásticamente reducida. Posiblemente Esteban de Bi-
zancio no utilizó directamente a Hecaleo, sino a través de otros lexicógrafos ante-
riores, como Oros. Hay que subrayar que las preocupaciones de estos lexicógrafos
no eran las cuestiones geográficas en sí, sino el correcto uso lingüístico de los
nombres geográficos y étnicos.
En los escasos fragmentos de Hecateo que proceden del comienzo de su obra,
en el que describía, posiblemente todavía sin una idea clara de que la Península
Ibérica era una península, las costas más occidentales de Europa, aparecen cita-
das un cierto número de poleis. No sabemos si la palabra polis fue la usada por
pp. 10-8 y 290. Aquí y en lo que sigue las referencias a las tres últimas obras permiten no citar para
fechas anteriores sino la bibliografia esencia l. Para los historiadores griegos del arcaismo final y
clasicismo inicial, en varios de los cua les era importante el componente etnográfico y geográfico, es
esencial R. L. Fowler 1996; en parte afecta a este § P. M. Freeman 1996.
~ 7 Sobre Eutímenes volveré más adelante; en cuanto a Himilcón, que exploró al frente de una
expedición oficial cartaginesa las costas occidentales de Europa, y de cuyas noticias quedan ecos
en Plinio (NH 2 169) y Avieno (Ora marit. 117-29, 380-9, 402-15), no sabemos con seguridad la
fecha, aunque podría remontar a finales del s. vr; cf. recientemente, K. von Fritt 1967 1, pp. 30-3; E.
Olshausen 1991 , p. 83.
ss O. A. W. Dilke 1985, pp. 22-3; C. Jacob 1991. pp. 36-9; E. Olshausen 1991. pp. 91-3. Refe-
rencias fundamentales: Heródoto 2 109; Agathcmerus 1 1 (GGM 11, p. 471); Diog. Laert. 2 1-2.
s• FGrH 1 n.• 1; G. Nenci 1954. Fragmentos relativos a Hispania en FHA 12 , pp. 185-9; THA 11
A, pp. 136-55.
60 Crítica de esas fuentes en M. Dorati 1999-2000, que plausiblemente niega la existencia del
mapa de Hecateo.
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76 HI STORI A LI NGü iSTICA DE LA P EN iNS l)tA IB ÉRI CA EN LA A NTIGÜEDAD
'
1.4.6. De Eforo a la segunda guerra púnica
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80 HI STORIA LINGOiSTICA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA ANTI GÜEDAD
10
~ F. Wehrli 19672•
103
F. Lasserre 1966a.
'~" Se le ha atribuido a veces una referencia a Agathe en territorio ligur (vid., por ejemplo, F. Gi-
singer 1921 , pp. 104-5), pero P.-M. Duval 1971 1, pp. 205-6 prefiere pensar en Eudoxo de Rodas, un
historiador del siglo 111, muy mal conocido, autor también al parecer de una descripción de la tierra,
parte quizá de su obra histórica (FGrH 79; O. Lendle 1992, p. 205).
•os S. Bianchcmi 1998, pp. 27-39.
106
H. J. Mette 1952; E. Olshausen 1991 , pp. 84-5; C. H. Roseman 1994; S. Bianchetti 1998.
Sobre los intereses y el método de Pi teas. vid. también S. Maf,>tlan i 1996, con abundantes referencias
a la bibliogralia anterior.
101 La hipótesis recientemente renovada por B. Cunlife 2002, pp. 56-60, según la cual Piteas
habría cruzado el sur de Francia por tierra para ini ciar su viaje marítimo en la desembocadura del Ga-
rona. tropieza con dificultades de detalle en los fragmentos (S. Bianchetti 1998. pp. 52-6), pero sobre
todo resuha inverosímil que Piteas renunciase a conocer el Estrecho de Gibra ltar, dada su actillld de
buscador del conocimiento a través de la experiencia directa.
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84 HI STORI,\ LINGÜÍSTICA DE LA P ENÍNSULA IBÉRI CA EN Lr\ A NTI GÜEDAD
uso genérico de «íbero» como habitante de Iberia, es decir las costas del extremo
Occidente, y que éste sea el sentido habitual en griego en esa época. Asi lo indican
textos en que se pone en pie de igualdad íberos o Iberia y grandes agrupaciones
étnicas o espacios geográficos complejos como Libia, es decir todo el norte de
África excepto Egipto (Megástenes 1a Jacoby, FHA 11, p. 89; THA lJ B, p. 504), y
así se explica mejor el carácter arqueológico de los objetos encontrados en Grecia
e Italia que pueden ser atribuidos a esos mercenarios. 124
El siglo 111 representa un auténtico nuevo horizonte en la etnología y geografia
griegas, provocado conjuntamente por la experiencia directa de nuevas tierras y
gentes a que habían dado Jugar las conquistas de Alejandro y por los descubri-
mientos y en general el nuevo espíritu científico que se había construido sobre la
tradición aristotélica. Nace así lo que se ha llamado carta alejandrina, 125 una nueva
imagen del mundo más precisa y más densa de información que por primera vez
rompe con la visión de itinerario o periplo que había caracterizado a la geografia
anterior, y que no constituye sin embargo un logro estático sino que se desarrolla
a partir de Eratóstenes en continuas polémicas. Como en el caso de Eudoxo, que
en buena medida pudo ser el precursor de esta nueva geografía, nos es más fácil
hacernos una idea de su contenjdo en lo relativo a Oriente que a Occidente, y
por otra parte algunas de sus preocupaciones fundamentales, importantísimas sin
duda para el desarrollo científico, como todo lo relativo a medidas, localizaciones
y divisiones sobre base astronómica, no afectan demasiado a nuestro presente
objetivo.
Pero no es sólo que se nos haya transmitido más información sobre lo que la
geografia de la época conocía de Oriente; es que esa geografla, y en general cual-
quier tipo de actividad intelectual o de curiosidad popular, estaba mucho más di-
rigida hacia Oriente. En Occidente no se daba una tradición de interés mantenido
como la que existía con respecto a Oriente desde los albores mismos de la historia
griega, y no existió nada comparable a las campañas de Alejandro Magno; sólo la
conquista romana creará un ámbito occidental de expansión de la cultura greco-
latina comparable al que Alejandro había creado en Oriente para la cultura griega,
pero eso se iniciará no sólo siglo y medio más tarde sino que tendrá un desarrollo
mucho más lento, y por lo tanto de efectos mucho menos dramáticos.
Es sintomático, por ejemplo, el peso completamente distinto que Oriente y
Occidente tienen en campos diferentes de los de la etnografia y geografia, como
las ciencias naturales o la literatura de ficción. Las peculiaridades del ecosistema
occidental , al margen de algunos tópicos ya consagrados como las referencias a
la fauna marítima de los alrededores del Estrecho, 126 no son mencionadas ni si-
124
J. Luque 1984; F. Quesada 1994, pp. 227-9.
' 25 P. Pédech 1976, pp. 87-107; C. Jacob 1991 , pp.I05-24.
12" Es significativo sin embargo que cuando posteriormente Ateneo recopila informaciones di-
versas sobre productos tan característicos de la zona como el atím y la salazón, universalmente co-
nocidos en su tiempo, su perspectiva erudita y anticuaría deje muy poco espacio a la Hispania meri-
dional frente a otras zonas; vid. Athen. 7.301 e-304b, con cita de un fragmento de Teodorides (SHe/1.
744; FHA 11, p. 111; THA IH, p. 441 ) y oLro de Po libio (34 8. 1; FHA JI, p. 139; THA 111, p. 442) sobre
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88 HISTORIA LING ü iSTI CA OC:: tA P ENiNSULA IB ERI CA EN I, A A NTI GÜ EDAD
puesto que lo único cierto sobre él es que dedicó su libro a Nicomedes fl de Biti-
nia (rey desde 133 a.C.) o más probablemente a Nicomedes lll (rey desde 127/6).
La obra es una 11Ep(o8os r~s o Circuito de la tierra en trímetros yámbicos, 147 en
la que el marco geográfico depende de Eratóstenes pero se añaden noticias históri-
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cas tomadas básicamente de Eforo y Dionisio de Calcis pero también de otros his-
toriadores, como nos dice el propio autor (109-27); sin embargo no menciona la
Península Ibérica en la relación de países que ha visitado (128-36). La descripción
de las costas hispánicas que nos da el «Anónimo de Nicomedes» es por desgra-
cia muy escueta, pero constituye la única presentación sin lagunas que tenemos
de la imagen helenística, anterior al comienzo del aprovechamiento de los datos
facilitados por la intervención romana, de la geografía de la Península Tbérica y
las costas mediterráneas del sur de Francia. 148 En su momento veremos el interés
de algunas de sus afirmaciones concretas; aquí baste señalar la secuencia básica
que nos da, Tartessos más allá del Estrecho ( 162-4), al interior los celtas ( 167-8),
ya en el Mediterráneo, libio-fenicios, tartesios e íberos hasta el territorio de los
ligures, con los beb1ykes como vecinos de los íberos en el interior, en una zona
indeterminada ( 196-202).
No fa ltan por supuesto dentro de la vieja tradición referencias sueltas en los
poetas, en particular al Estrecho, por ejemplo Euforión de Calcis, un erudito y
poeta calimaqueo, activo en Eubea, Antioquia y tal vez Atenas a final es del s. 111
(FHA 11, p. 120; THA II B, p. 473 n. 837; frgs. 52 y 166 Powell). En cierto modo
en la misma línea hay que situar las disquisiciones sobre Occidente en los co-
mentaristas de los poetas, de las que puede servir de ejemplo la teoría del «exo-
ceanismo», es decir la identificación en el Atlántico de algunas de las aventuras
de Ulises, representada en particular por Crates de Malos, influyente erudito de
la corte de Pérgamo que visitó Roma como embajador en el 159, o tal vez el 168;
sus intereses geográficos son evidentes por la esfera terrestre que construyó, pero
(A. Dillcr 1952, p. 177; 1955; critica en D. Marcotte 2000, pp. 38-40) o con Apolodoro de Atenas (D.
Marcotte 2000, pp. 41-6 en particular).
147 E. Olshauscn 1991, p. 78; D. Marcotte 2000, pp. 1- 100; en pp. siguientes, texto y comen-
tario.
" 8 THA 11 8, pp. 560-8; FHA 11, pp. 55-66.
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92 HI STORIA LINGÜÍSTICA DE LA P EN ÍNSU LA IB ÉRICA EN LA A NTIGÜEDAD
carrera política y militar tras de sí, redacta la primera obra histórica en latín, sus
Origenes, parece que dedicó considerable atención a los temas etnográficos y
geográficos. Es significativo por ejemplo el primer fragmento del libro ll (edición
Chassignet), que contiene una caracterización moral de los ligures e información
sobre su falta de tradiciones y su desconocimiento de la escritura, antítesis en
cierto modo del texto de Estrabón sobre las antiguas tradiciones de los turdetanos
y su conocimiento de la escritura (Str. 3 1.6). Igualmente Catón debió incluir una
caracterización etnológica de los pueblos de la Península Tbérica, puesto que en
su historia se ocupa de las campañas romanas en Hispania de las que él mismo
había sido protagonista destacado. No nos queda sin embargo ningún fragmento
específicamente etnográfico, tan sólo (5.2) una descripción de primera mano de la
zona del Valle del Ebro, con la mención más antigua del cierzo. La presencia de
consideraciones geográficas en su obra, que por otra parte concuerda con su de-
pendencia de la tradición helenística, 164 no es suficiente para decidir si realmente
escribió una auténtica etnografía de cierta extensión, pero sin duda, a juzgar por la
práctica habitual de los historiadores antiguos, la geografía no dejaría de ir acom-
pañada de algunas referencias a los indígenas de la zona y sus costumbres.
Los otros historiadores romanos anteriores a César nos son igualmente o inclu-
so peor conocidos, pero no veo razón para dudar de que al menos algunos de ellos
incluyesen en su narrativa de las campañas de Hispania anotaciones sobre los pue-
blos indígenas que tenían interés obvio para su públ·ico,' 65 ya que no existía sobre
ellos la rica información griega de que se disponía sobre los pueblos de Oriente.
En varios casos esas anotaciones procedían de la experiencia directa del autor, ya
que se trataba de miembros de la aristocracia romana que habían tenido cargos
militares en Hispania. No hay que pensar por lo tanto que las alusiones tópicas de
la poesía latina posterior a ciertas costumbres hispanas procedan exclusivamente
de la tradición oral o de autores griegos. De hecho la contraposición habitual
que se suele hacer entre los griegos interesados por la etnografía como disciplina
científica o actividad literaria, y los romanos que carecen de ese interés pero por
razones de control y organización necesitan conocimientos etnográficos y fomen-
tan y utiliz.an la labor de los griegos, es bastante simplista. Existen diferencias
sin duda entre ambas tradiciones, pero menos tajantes de lo que se pretende. En
realidad la gran diferencia viene dada por la distinta situación en que se encontra-
ban las clases acomodadas de las que podían salir los etnógrafos. Los griegos no
participan en la conquista y la administración, su información tenía que provenir
necesariamente de las bibliotecas y de la experiencia obtenida en viajes de estudio
que dependían del apoyo y la buena voluntad de la administración romana. El re-
sultado es, desde el punto de vista de su público griego, una etnografia científica
para expertos o una literatura etnológica para un púbüco culto o semiculto.
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96 HISTORIA LING ÜÍS TICA DE LA P EN ÍNSULA I BE RICA EN LA A NTIGÜEDAD
hace dificil creer que estuv iese pensando en un excurso relacionado con el desarrollo de su historia.
pero sí podria estar pensando en el libro 34 como una geografía y etnología general, o <1l menos de
Occidente, con personalidad propia.
m Para A. Schuhen 19 11 , p. 568. el conjunto del li bro 34 era una in troducción geográfica a las
guerras celtibéricas. pero esta idea no ha encontrado ningún eco en la bibliografía polibiana. obvia-
mente con razón.
m Aunque sitúa sus limites en el Estrecho de Gibraltar, podría tratarse de una referencia general.
imprecisa, y no implicar que sitúe a los turdetanos fuera de Iberia: vid. infra. Posiblemente 3 39.4,
sobre las conquistas cartaginesas en «Iberia». debe entenderse en el mismo sentido que 3 37.10-1.
como opina A. Schulten (FHA 11, p. 137).
'" P. Moret 2003a, pp. 293-8.
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)00 HISTORIA LINGÜ ÍSTICA DE LA PEN ÍNSULA IBÉRICA EN LA A NTIGÜEDAD
""' Schulten da una hipótesis muy detallada en FHA 11, p. 161, pero todo ello es muy especu-
lativo.
1 1
~ C. Gallazzi & B. Kramcr 1998; B. Kramer 200 1; 2005; B. & J. Kramer 2000a; P. Moret
2003b; R. C. Knapp 2004. El catálogo de la exposición en que se ha presentado el papiro en Milán del
8 de febrero al 7 de mayo de 2006 (C. Gallazzi & S. Settis (eds.) 2006) contiene fotografias del papiro
(pp. 142-55), traducción (p. 157, sin indicación de autor) y diversos esntdios, en particular la descrip-
ción del papiro: C. Gallazzi 2006. Vid. ahora la editio princeps, C. Gallazzi, B. Kramcr & S. Scnis
2008, y el ataque a la autenticidad del papiro de L. Canfora 2008, que no me resu lta convincente.
188 L. Consolandi 2006.
1
"" Sobre los dibujos vid. S. Settis 2006.
I'IQ Que se trate del libro l. sería una hipótesis muy aventurada pero que merecería la pena consi-
derar, a1mque no en este lugar, ya que e l texto se entendería mejor al comienzo de la obra y la atribu-
ción al libro 11 depende de las citas mencionadas infra, todas ellas dependientes sin duda entre sí y en
cuyo origen puede haber una confusión debida a que el libro 11 era el dedicado a Hispania, aunque tal
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(04 HI STORIA LINGÜÍSTICA DP. I.A PeNÍNSULA IB ÉRICA EN LA A NTIGÜE DAD
en nn. anteriores.
200
Como seriala M. Laffranque 1964, pp. 116-7, no es improbable que Poseidonio haya escrito
a lgunas monografías históricas de las que no haya quedado no1icia direc1a.
201 Frags. 203 Edelstein-Kidd, 468-9 Thcilcr.
cías humanas. Tras sus estudios en Roma y Atenas desarrolló una carrera política
complicada por su opción pompeyana, pero logró sobrevivir incluso a la pros-
cripción de Marco Antonio tras la muerte de César; a partir de entonces se dedi-
có exclusivamente a sus estudios. Se conocen 55 títulos de obras suyas, aunque
Ritschl le calculó más de setenta. Se ocupó de historia, incluidas historia social y
de la religión, geografia, retórica, ley, filosofía, música, medicina, arquitectura,
historia literaria, religión, agricultura y lingüística, recopilando el saber previo y
añadiendo investigación original, y sentando las bases para los estudiosos de la
época de Augusto.
Lo único que se ha conservado de Varrón, aparte fragmentos citados por otros
autores, es el tratado de agricultura, De re rustica, con escasas referencias a His-
pania, a una de las cuales ya tuvimos ocasión de referirnos(§ 1.4.4), y parte de De
lingua latina, que contiene algunos términos hispánicos de los que será preciso
ocuparse más adelante (§ 1.4.11 ). Pero los fragmentos conservados demuestran
que Varrón tenía informaciones diversas sobre Hispania que podía utilizar en los
lugares más variados (FHA vrn, pp. 95-1 03); en particular entre las noticias que
Plinio nos ha transmitido destaca la historia del poblamiento de Hispania aceptada
por Varrón (§ I .4.1 0), pero, dado el volumen de su obra geográfica e histórica
y su influencia indudable, ha podido dejar una huella en los autores posteriores
muy superior a lo que las citas explícitas nos dejan entrever. En particular su obra
De ora marítima, sea una obra independiente o parte de otra mayor, en todo caso
geografia con estructura de periplo,209 ha podido ser utilizada sistemáticamente,
como veremos a propósito de Mela y Plinio (§ sig.), en obras conservadas, pero
no sabemos en qué medida se detenía en referencias etnológicas a los pueblos
costeros o del interior que pudiesen ser de interés desde nuestro punto de vista.
Estrabón (c. 64 a.C.-post 21 d.C.) es autor de la obra más importante que
se nos ha conservado de la geografía antigua. 210 Griego de Amasia en el Ponto,
miembro de familia relevante, educado en su patria y en Roma por gramáticos
y filósofos prestigiosos, heredero de la tradición intelectual del Asia Menor he-
lenística y a la vez de la cultura greco-romana que se venía construyendo desde
Panecio y Polibio y de la que era pieza clave Poseidonio, al que llegó a conocer,
bien relacionado en la aristocracia romana, con acceso a las bibliotecas de Roma
con ocasión de varias visitas y a la de Alejandría durante una estancia en Egipto
en los años veinte a.C., fue un compilador como geógrafo (Geografia en 17 libros,
de los que el dedicado a Hispania es el tercero) y como historiador (47 libros en
su mayor parte dedicados a la historia posterior a Polibio) con escasa formación
científica e intereses sobre todo morales y prácticos, con obvios prejuicios prorro-
m Sobre el problema de las obras geográficas de Varrón vid. en particular K. G. Sallmann 1971.
pp. 6-20.
210
Monografia más reciente con la bibliografia anterior: D. Dueck 2000. Vid. tambi én G. W.
Bowersock 1965, pp. 126-34; G. Aujac 1966; F. Lasserre 1983; F. Prontera (ed.) 1984; en particular
para Hispania: A. Garcia y Bellido 1945; A. Schulten, FHA 111; G. Cruz Andreorti coord. 1999: G.
Cruz Andreolli, M. García Quiniela & J. Gómez Espelosín 2007. Para la relación entre la obra geo-
gráfica e histórica de Estrabón, J. Engels 1999.
manos, lo que hace de él un crítico poco fiable de los geógrafos precedentes pero
no quita valor a la inmensa masa de informaciones que nos ha transmitido y a la
inteligencia con que las ha sistematizado.
Una fuente útil en ocasiones para aclarar problemas textuales de la Geografia
es la Chrestomatia heidelbergensis del s. IX, posiblemente realizada con influen-
cia o por encargo de l patriarca Focio sobre un ejemplar de la obra conservado tal
vez en la biblioteca imperial de Constantinopla.21 1 La Chrestomatia representó en
la época un auténtico redescubrimiento ya que, desde Esteban de Bizancio, Estra-
bón prácticamente no había vuelto a ser citado.
La opinión más generalizada en la actualidad ve en Poseidon io la fuente prin-
cipal de Estrabón; incluso en los casos en que éste c ita a Artemidoro o Polibio en
el libro lll, lo haría indirectamente a través de Poseidonio, sin perjuicio de aceptar
que en otros casos la c ita sea directa, ya que no parece dudoso que Estrabón había
leído a los otros autores citados. 212 Esta opinión común no puede considerarse
probada, y es preciso en cada caso, en la medida de lo posible que a menudo es
muy limitada, intentar determinar la fuente directa de las distintas informaciones
que Estrabón nos transmite.
Un aspecto en e l que Estrabón, junto con Plinio y Tolomeo, resulta fundamen-
tal es e l conocimiento de las diversas etnias hispanas, de sus relaciones mutuas
y su localización geográfica, pero todos estos autores tienen graves Umitaciones
desde este punto de vista. De Tolomeo, que plantea problemas propios, nos ocu-
paremos luego, pero tanto Estrabón como Plinio tienen en común el que en ningún
momento pretendieron dar una imagen sistemática y menos aún exhaustiva de la
complejidad étnica de Hispania; el objetivo de ambos era dar una información
general y aproximada, proporcionar líneas generales; Plinio podía ser más preciso
en ciertos aspectos, pero en último término no esperaba que sus lectores fuesen
capaces de atribuir cada oppidum a su etnia correspondiente. A ambos autores les
interesaban los grandes rasgos y por lo tanto podían utilizar la denominac ión del
territorio de una etnia con cierta libertad, no por supuesto de forma arbitraria pero
sí refiriéndose con ella a un territorio que, por exceso o por defecto, no coincidía
no ya con la estricta realidad, por otra parte a menudo imprecisable en el caso de
los territorios étnicos, sino ni siquiera con la idea aproximada que el propio autor
tenía de esa realidad. Esencialmente utilizaron criterios pragmáticos y por lo tanto
aproximados.
Hay por supuesto en Estrabón otras muchas informaciones esenciales para el
conocimiento de la Hispania antigua, y algunas nos interesarán desde distintos
puntos de vista, en especial las de carácter cultural, pero dados nuestros objetivos
es sin duda lo que Estrabón nos dice sobre el mosaico étnico peninsular lo que
más directamente nos interesa.
211 Texto insatisfactorio en GGM 11, pp. 529-636; publicación prevista en la continuación de
S. Radt 2002-2004.
212 F. Lasserre 1966a, pp. 3-11 con la bibliografia anterior en p. 5. Pero debe consultarse la bi-
b liografia sobre Poseidonio citada en n.n. anteriores y los comentarios e n FGrH 81.
m E. Schwartz. RE 5. pp. 663-704. recogido en E. Schwanz 1957. pp. 35-97: M. Sartori 1984:
K. Sacks 1990.
2" FHA 11, pp. 163-71 , abusivamente atribuido a Pose idonio; VIII, 118-23; THA TI B, pp. 584-
K. E. Müller 1972, p. 332; K. Meister 1992, p. 214; F. W. Walbank 1979 111, p. 599; E. Rawson
1985, p. 254; J. MalitZ 1983, pp. 117-9; G. Dobesch 1995, pp. 60 y 81 n. 311: A. Schulten en FHA 11.
pp. 163-70, seguido por R. Grosse, FHA VIIJ, p. 120. Vid. también P. Pédech 1964, p. 580 n. 366;
F. Burillo 1998. p. 50; L. A. García Moreno 1993, p. 337.
217 Entre los autores que sin negar la utilización de Poseidonio parecen conlar con otras fuenles
se puede citar J. Caro 1983, pp. 182-3. M. La !Tranque 1964, no menciona nuestro texto, de modo que
no debe considerarlo originado en Poseidonio.
1 '8La idea remonta al mismo texto de Müllenhoff ya citado en n. anterior. Entre los autores
posteriores se puede citar, por ejemplo, F. Jaco by 1961 ; 1963 F 116; J. J. Tiemey 1960, pp. 203-7;
A. Momigliano 1975, p. 67. G. Oobesch 1995. pp. 70-99. saca conclusiones particularmente llama-
tivas de la probable dependencia de Poseidonío por parte de Diodoro. Escépticos: L. Edelstein &
l. G. Kidd 1988, ll l pp. 308-9, ll 2 pp. 917, 918, 938.
alusión a Hispania. El final de la guerra c ivil en Hispania es narrado por otro seguidor de César en el
Bellwn H ispaniense.
22$ K. Büchner 1960; R. Syme 1964; Y. Poscbl (ed.) 1970.
:u. R. Syme 1988a, pássim y en particular pp. 364-5, sitúa suuabajo en «the veci nity of390».
227 S. Mazzarino 196611.1 , pp. 484-91; 11.2, pp. 388-9 n. 498; G. Fomi & M. G. Angeli Bertinelli
autor de una historia de Oriente con el título Sobre los reyes y cuya innuencia sobre Estrabón, que lo
cita en un par de ocasiones ( 4 1.13, 15 1.57 y frg. 1 1 Jacoby), se discute (e f. FHA 11, pp. 175 y 179,
F. Lasserre 1966a, pp. 8-9). En todo caso, a pesar de que hay motivos para pensar que se interesaba
por la etnología, s u atención se centraba en Oriente y no es pensable que haya podido jugar un papel
signiticativo desde nuestro punto de vista.
11
" A. Klotz 1940-41 ; P. G. Walsh 196 1; H. Trankle 1977.
230 Schulten depende de los análisis de Klotz (A. Klotz 1940-41) incluso antes de la publicación
de la obra de éste, Ull como recoge en FHA IIJ, pp. 52-3; en las líneas generales las conclusiones de
Klotz y sus predecesores parecen válidas, pero los datos disponibles distan de pennitir precisiones
tan ponnenorizadas como a veces se pretende. Vid. P. G. Walsh 1961 , pp. 110-37, en particular 124,
127-8 y 134-5.
231 Eudoxo de Cícico (FHA 11, p. 188), navegante al servicio de Tolomeo VIII , intentó en dos
ocasiones el periplo de África desde Cádiz, desapareciendo la segunda, pero no hay indicios de que
dejase infonnación escrita sobre su primer viaje.
13 2 H. Diels 1904.
puso en relación con ' Pa8avouaía de Esteban de Bizancio en contraste con ' Po-
8avoooía del Pseudo-Escimno (208). En cuanto a la mención del Ródano como
río de Iberia, aunque habremos de volver sobre ello, cabe preguntarse si no es-
tamos ante un simple salto de escriba. Frente a otras listas que empiezan por
oriente la de ríos, como la de fuentes , se inicia en occidente con el texto citado, y
originalmente pudo ser:
uso de intérpretes por los hispanos al dirigirse al senado es tan genérica que no
añade nada a lo que necesariamente tendríamos que suponer. Más precisas son
sus informaciones sobre la Narbonense, en particular en Pro Fonteio, pero sin
relación con nuestros intereses y marcadas hasta el sectarismo por los intereses
de su cliente.
Finalmente, en la baja época republicana y augústea Hispania entra en la poesía
latina como tema de alusiones fugaces, aunque el uso que de ella hacen los poetas
no puede ser separado del que hacen de otras zonas más o menos exóticas, y que
ha sido considerado sobre todo desde la perspectiva del poeta doctus, 233 aunque
quizá sea más característico el aspecto paradoxográfico, es decir, la mención de lo
que resultaban rarezas desde el punto de vista romano que ocasionalmente puede
dar lugar a alguna noticia de interés, aunque normalmente nos movamos en repe-
tidas alusiones a excentricidades como la orina utilizada para lavarse los dientes,
con el inconvenjente añadido, con el que ya nos hemos encontrado, de que el
nombre de Hispania sirve de paraguas para cubrir cualquier parte de la Penín-
sula. Aquí habría que citar a Catulo (FHA VIII, pp. 103-6), Virgilio (FHA VIII,
pp. 116-8), Tibulo (FHA Vlll, pp. 123-4), Horacio (FHA Vlll, pp. 126-7), Pro-
percio (FHA Vlff, p. 129), Ovidio (FHA VIII, pp. 130-1 ), y Grattius (FHA Vlll,
pp. 132-3). Un interés particular tiene Catulo 3 1 17-9 al referirse al regreso a
Roma de su amigo Veranio, que llega de Hispania cargado de relatos, testimonio
de lo que fue sin duda una fuente de información fundamental para los autores
que escribían en Roma sin haber visitado las provincias occidentales. No faltan
algunos poetas griegos helenísticos como Partenio (FHA 11, p. 193; FHA VIIl,
p. 94), que utilizan los viejos mitos occidentales, y en ocasiones incluyen alguna
referencia más actual como Crinágoras de Mitilene (FHA Vlli, p. 133) o el autor
de un epigrama de Rodas (FHA VUl, p. 93). En cuanto a la literatura de ficción,
ocasionalmente encontramos ya Hispania como materia de una pura invención,
como el viaje de Licurgo a Occidente en la casi desconocida obra,·al parecer no-
velesca, de Aristócrates de Esparta (FGrH 591; FHA VTTI, p. 94).
m Así R. Mayer 1986, insiste sólo en la cuestión de los nombres geográficos. Las alusiones a los
viejos mitos, en panicular a Heraclcs en Occidente, se integrarían en esa misma tendencia.
íberos» ( 1 124),244 a pesar de que en otras ocasiones distingue los diferentes pue-
blos hispanos a los que se refiere (De be/l. lud. 2 374). La importancia de Josefo
para la historiografia posterior ha sido enorme, porque de él procede la leyenda
de Tuba! y de sus descendientes en Hispania. Por otro lado veremos que a partir
de la genealogía de Génesis otros autores pretendieron precisar más, aunque con
dudosos resultados.
La tendencia a referirse a los Hispani o Jberes en general resulta especial-
mente incómoda en algunos textos que carecen de sentido si no es en relación
con una zona determinada; así ocurre en el caso de Adamancio, médico del s. IV
activo en Alejandría, autor de una paráfrasis de los Physiognomonika de Polemón
de Laodicea (c. 88-144 d.C.) en la que afinna que los «íberos», que contrastan
con los libios a pesar de ser ambos pueblos occidentales, se asemejan a los celtas
(Physiognomonici B.31, 384-5 Forster); la afirmación tiene sentido referida a los
pueblos del centro y oeste de Hispania que es a la región, a juzgar por su alusión
al Mar Exterior, a la que se refería Adamancio. 24s
La idea banal de unos étnicamente homogéneos hispanos encuentra precisa
expresión en ese mismos. IV en un poema anónimo, el Carmen de figuris ,246 que
menciona la gens Hispanica ( 136), y formulación más colorista en las acusacio-
nes de san Jerónimo (vid. infra) en el Diálogo contra los luciferianos ( 177 .15) o
en la Epístola VI. 241
Particularmente lamentable desde nuestro punto de vista es que esa fa lta de
precisión al hablar de las cosas de Hispania se aplique también a los escasos datos
lingüísticos que nos han transmitido los autores antiguos, y ello incluso cuando se
trata de nativos de las provincias hispanas.
Escritor nacido en Hispania, concretamente en Cádiz, es Columela (Lucius
Junius Moderatus~, autor de un manual de agricultura en doce libros,248 escrito
probablemente en los aftos sesenta del siglo primero, y un breve Líber de arbori-
bus, en los que defiende el modelo de explotación intensiva y esclavista utilizando
una amplia bibliografía griega, latina y púnica, y una igualmente amplia experien-
cia de terrateniente en Italia, la Bética y otras zonas del lmperio. Su obra contiene
noticias abundantes e interesantes sobre la agricultura en Hispania, en realidad la
Bética,249 pero lo que nos interesa aquí son sobre todo algunas palabras indígenas
por él citadas (§ 1.4.11 ).
w FHA VIII, p. 239; THA 11 B, pp. 724-7. A propósito de Eforo ya mencionamos un pasaj e de
Josefo (§ 1.4.6).
2
' s Schulten sin embargo, s iempre convencido del carácter africano de los íberos, insiste en que
el autor se equivoca (Fl1A VII I. p. 362-3).
2' 6 FHA VIII, p. 392; Anthol. /m. 11, 485 Riese.
241 FHA VIII, pp. 393-5.
2
'~ F. Martín 1985; V. Lundstrom, A. Josephson & S. Hedberg 1897-1968, edic ión Budé e n
curso desde 1969. Traducciones españolas: A. Holgado (ed.) 1988; J. l. Garcia Anncndári z 2004.
2 ' 9 FHA VIII , pp. 163-7 1: tan solo un fragmento e n THA ll B, p. 728, ya mencionado en n. ante-
[ 1.6] namque tu Parthos etiam Riberos sua lingua patrem tuum laudantis pro
summis oratoribus audias (4 2.3)
«pues tu oirías a los partos y a los íberos incluso alabando en su lengua a tu padre
como a consumados oradores».
de Cesarea (vid. infra) donde esperaríamos infom1aciones útiles para nosotros, pero apenas si hay
referencias genéricas a Hispania.
~ss Conu·a Vigil. cap. 4: FHA VIII. p. 396.
:so Dial. X ff (Ad Helviam) 7.2; FHA Vlll. pp. 146-7.
ching 1928.
264
Aparte del propio Schulten, la act illld optimista sobre el valor histórico de Silío está represen-
tada de la forma más sistemática en la tesis de su discípulo F. Bleiching 1928, y de ellos ha pasado
a buena parte de la bibliogratia emográfica. Una posición mucho más real a mi modo de ver, que
subraya la manipulación poética de lo que Silio podía conocer de los diversos pueblos que menciona.
en, por ejemplo, F. Spaltenslein 1986.
Un caso especial entre los poetas que citan asuntos hispanos es el de Marcial
(38/41-1 O1/ 104),265 ya que no sólo nació en Bilbilis!Calatayud y permaneció en
Hispania hasta c. 64, en que inició una carrera literaria en Roma de considerable
éxito, sino que también mantuvo siempre una actitud añorante hacia su tierra, en
parte pose literaria basada en el tópico de las virtudes de la vida natural, en pa1te
sincera, y finalmente regresó a ella en el 98. Sus alusiones, por lo tanto, no sólo
pertenecen al tipo genérico propio de otros poetas sino que también incluyen re-
ferencias muy precisas a una zona muy determinada, considerada por el propio
Marcial como Celtiberia (12 18.11 y vid. vv. cit. infra), aunque en realidad habría
que matizar que se trata de la Celtiberia del Valle del Ebro.
Marcial fue un poeta de epigramas, autor fecundo de quince libros, en parti-
cular los Epigrammaton libri XII, en los que en la tradición del epigrama griego,
pero sobre todo de la obra no amorosa de Catulo, concentra en breves poemas
estampas satíricas y en ocasiones sentimentales, a través de las cuales obtenemos
a veces una imagen de ciertos aspectos de su tierra natal de los que, desde nuestro
punto de vista, tienen un interés particular las menciones de topónimos locales no
conocidos por otras fuentes y algunos datos de léxico común (§ 1.4.1 1). Además
hay que recordar versos famosos, citados a menudo, como la explicación que
Marcial daba al nombre «Celtíberos»:
Entre los autores que nos transmiten noticias sueltas sobre Hispania constitu-
yen un caso especial los eruditos que acumulan informaciones diversas en obras
misceláneas o en enciclopedias/ 74 a los que podemos sumar los lexicógrafos que
aportan datos varios al analizar algunas palabras, y algunos autores técnicos.
M. Verrio Flaco (c. 55 a.C.-c. 20 d.C.), profesor reconocido en la propia fami-
lia imperial y continuador de la línea enciclopédica de Varrón, fue autor de mu-
chas obras perdidas y de lo que sería la referencia indjscutible para la lexicografia
latina posterior, De verborum signiflcatu, conocido parcialmente por epítomes
tardíos, en particular el de Sexto. Para nosotros tienen interés datos sobre topóni-
mos y léxico hispano. 275
Igualmente, nada hay de interés, excepto lo que comentaremos a propósito del
'
léxico, en Aulo Gelio/ 76 nacido c. 125 quizá en Africa pero residente en Roma,
autor de una obra miscelánea, Noctes Atticae, en la que deja ver su escasa profun-
didad y su gran cultura asistemáticamente repartida en todo tipo de cuestiones.
Si no palabras del léxico común, sí nos proporciona NNL y NNP Flegón de
Tralles,277 un liberto de Hadriano, autor de varias obras de erudición y de un escri-
to paradoxográfico, «Sobre longevos y maravillas», en el que son citados varios
individuos de larga vida originarios de ciudades de Hispania, indicándose en cada
caso su nombre, el de su padre y el de su ciudad, por lo que tiene una cierta uti-
lidad para el conocimiento de la onomástica indígena; aunque no tenemos datos
sobre sus fuentes, las coincidencias con la epigrafia demuestran que se trata de
auténticos nombres hispanos, y la presentación regional y las coincidencias con
Plinio en lo que se refiere al norte de Italia parecen indicar que en último térmjno
proceden del censo oficial (vid. infra). 278
Julio Pollux fue un erudito y retórico originario de Naúcratis pero activo en
Atenas a fines del s. 11, autor entre otras obras de un Onomasticom o diccionario
aticista en ocho libros del que nos han llegado cuatro versiones incompletas e
interpoladas de un epítome que remonta al menos al s. IX. El diccionario está
organizado por temas y desarrolla la explicación de las palabras más allá de la
mera aclaración léxica por lo que, unido a la amplia erudición del autor y su
uso de fuentes perdidas, tiene considerable interés para algunos temas, pero sus
referencias a Hispania (FHA VITI , p. 31 O; THA H 8 , pp. 770-1) son banales, con
, . Dejando aparte Plinio, que aunque propiamente correspondería a esle apartado encaja mejor
entre los geógrafos (vid. infra) dado el volumen y la importancia de esa parte de su obra enciclopé-
dica, estos autores no ofrecen informaciones de primera mano, y su interés para nosotros depende
de que transmitan informaciones de fuentes perdidas, lo que hace dudoso a veces la conveniencia de
detenerse en ellos. Marciano Capella, por ejemplo, es mencionado por Grosse (FHA Vlll, p. 376)
sólo para reenviar a otros textos con los que ese autor coincide, mientras que si se le considera en
THA (11 B, pp. 9 10-3). Aquí he prescindido de él.
m FHA Vfll, pp. 133-5.
276 FHA VIII, pp. 303-5.
217
FHA VIII, pp. 285-7. En THA 11 B, p. 829 no figura el único pasaje de Flegón que tiene in-
terés.
ns C. Nicolet 1988, p. 156.
la posible excepción del nombre del perro de Gerión (5.46), que pudiera contener
una raíz indígena.
Incluyo aquí a Pausanias (mediados del s. 11), 279 autor de una Periégesis de
Grecia y hombre de considerable cultura literaria, aunque en realidad no pertene-
ce a este bloque, porque las numerosas noticias ajenas a la línea conductora de su
descripción de Grecia se presentan en forma similar a las de las obras misceláneas.
A pesar de que se refiere a menudo a los «íberos» en general,280 es decir «hispa-
nos», no menciona datos concretos de interés para nuestros objetivos, pero nos ha
transmitido una noticia significativa sobre la metalurgia tartesia porque se trataba
de una información conservada en Grecia, y por lo tanto recogida por Pausanias
de primera mano (6 19.1-4; vid.§ 2.1.3), pero que no nos afecta directamente.
Ateneo de Naúcratis en Egipto, activo en la transición de.l s. 11 al 111, fue un
lector incansable que en los diálogos de sus Deipnosophistaí («Banquetoemdi-
tos») nos ha dejado, aparte noticias sobre los más variados temas, citas de más de
10.000 vv. y de muchas páginas de prosa a menudo no conocidas por otras fuen-
tes. Sus datos sobre Hispania pueden ser banales o alejados de nuestro interés en
este lugar/ 81 pero le debemos pasajes de Poseidonio imprescindibles a propósito
de los celtas.
Eliano (Ciaudius Aelianus, 165170-230/5), nacido en Palestrina pero que se
convirtió en un estilista del griego, a pesar de ser su segunda lengua, fue un escri-
tor con pretensiones trascendentes. quizá más visibles en sus obras perdidas, pero
básicamente acumulador de anécdotas en sus Sobre la naturaleza de los animales
y Varia Historia, mientras que sus Cartas rústicas son recreaciones de la vida
rural en la Atenas clásica. Entre sus anécdotas hispánicas alguna tiene interés
etnológico o lexicográfico. 282
Lucius Ampelius puede ser hasta cierto punto considerado un enciclopedista
por su Liber memorialis, un compendio de diversas disciplinas basado en fuentes
varias, no todas identificables, redactado posiblemente en una fecha tardía, al me-
nos ya en el s. 111, en el que aparecen diversas noticias sobre Hispania conocidas
por otros autores de las que sólo nos interesa la confirmación de ciertos topónimos
(FHA Vlfl, pp. 335-7).
Macrobio (Macrobius Ambrosius Theodosius), miembro del estamento sena-
torial más elevado y posiblemente prefecto pretoriano de Italia en 430, 283 fue au-
tor, aparte de sus obras gramaticales y filosóficas, de un diálogo misceláneo, los
Saturnalia, en que aparecen un par de datos únicos sobre el sur de Hispania cuyas
fuentes por desgracia no son determinables. 284
m En este caso THA 11 B, pp. 815-28 es muy preferible a FHA Vlll, pp. 313-5.
m Por ejemplo, 1 33.4 (íberos y celtas habi1an junto al Océano). Sin embargo en 1O 17.5 la noti-
cia de la emigración de los iberos a Cerdeila depende de una tradición originada cuando << iberos» no
se refería todavía a la lotalidad de la Península.
28 1 FHA VIII, pp. 318-9; THA 11 B. pp. 842-56.
282
FHA VIII. pp. 330-3; en THA 11 B, pp. 838-41 faltan los textos de más in1crés.
283 A. Cameron 1966.
28-1 FHA VIII, pp. 407-8; en THA 11 B. pp. 902-4 falta uno de los dos textos de interés.
m Así. por ej emplo, en Timoleón 28. 11 (FHA 11, p. 70; THA 11 B, p. 747).
188 De un dato indirecto, que podría tener cierta importancia para la ctnog rafia del SO, me ocu-
paré más adelante.
u 9 FHA VIII. p. 307; . Criniti 198 1; B. Scardig li 1983.
:!<10 FHA VIII, pp. 287-90. y pasajes di versos en FHA 111-V. No tig ura en THA 11 B.
'" 1 FHA VIII, p. 293. y pasajes en FHA 111 y V: THA 11 B. p. 814. muy incompleto.
291
THA 11 B. pp. 767-9. un solo fragmento. En FHA los 1extos se reparten de ac uerdo con la
cro nología de su tema entre los tornos 111 a VI , especialmente IV.
Dión Casio (Cassius Dio, c. 164- post 229), nativo de Bitinia, adonde se retiró
el229, senador y alto funcionario que alcanzó el consulado y el gobierno de varias
provincias, escribió, posiblemente a partir de 211 , tras diez años de recogida de
materiales, una historia de Roma, desde los orígenes hasta su retiro, en ochenta
libros de los que sólo se conservan treinta y cinco con lagunas; para el resto de-
pendemos de excerpta, del tipo que ya conocemos por Polibio, y de los epítomes
de Zonaras, del que faltan los años 145-45 a.C. y desde el 97 d.C., y Xiphilinos,
conservado desde el 69 a.C. Dión es un gran historiador que utiliza con inteligen-
cia fuentes variadas que en general es imposible identificar, pero obviamente los
sucesos hispanos no reciben particular atención en su obra, y los que más podrían
interesarnos se hallaban en la parte perdida. 293
Hipólito (c. 150-236) es un caso diferente ya que pertenece al mundo de los
autores cristianos de crónicas que combinan, siguiendo la tradición judía helenís-
tica, la historiografia greco-romana con la bíblica, y elabora una aproximación que
ya hemos encontrado en Josefo. 294 Aunque su actividad se desarrolló en Roma,
donde llegó a ser obispo disidente, hasta su destierro en Cerdeña, su formación
es claramente oriental y fue el último escritor romano que escribió en griego. La
Crónica atribuida a Hipólito, y al parecer suya aunque según Nautin sería obra
de un Josippus bastante nebuloso, se conserva parcialmente en el original griego
y en tres traducciones latinas y una armenia. Su intención es práctica, demostrar
que no existían motivos para temer ya el fin del mundo porque aún faltaba mucho
para que se cumpliesen los seis mil años que supuestamente debía durar, pero a
partir de Génesis 1O y con complementos de origen no determinable, ofrece una
división de la tierra entre los hijos de Noé que fue muy influyente. En ella utiliza
Spanoi e lberes a veces como denominación de dos pueblos distintos (81-3, 200),
a veces como sinónimos (2 19) ya que ambos son identificados con los Tyrrenoi
o Tyrrenaioi, confusión al parecer basada en la asonancia con Tarakonnesioi, por
lo que se convierte en un antecedente de Schulten y sus «tirsenos en España». Es
notable sin embargo el acceso que ha tenido Hipólito a fuentes anteriores, lo que
le permita citar entre los descendientes de Jafet no sólo a hispanos e íberos sino
también a celtíberos, lusitanos, vacceos, conios (80), tan·aconesios, béticos, au-
trigones, vascones, y galaicos a los que llama también Aspores, posiblemente
«astures» (219), además de saber que los íberos e hispanos tenían su propia escri-
tura (83). También incluye entre los hijos de Javán a los Tharseis, de los que des-
cienden los íberos (7 1). Resulta enigmática sin embargo su distinción de tierras
(chorai) occidentales, en las que incluye Lysitanía, Spanogalía, Iberia y Spanía
«la grande». 295
m FHA VIII, pp. 446-7 y 316, donde se reenvía a los pasajes comentados en FHA ll-V y la
primera pane de VIII. No lig ura en THA JI B.
:., FNA VIl 1, pp. 317-8; THA 11 B, pp. 831-7; Gaule 11, pp. 495-7.
205
No veo en qué se basan las identificaciones de FHA.
¡os FHA Vlll, pp. 422-3; no tiene entrada propia en THA, vid. índice de ci.tas y añadir lA 9, n. 8;
FGrH JI A n.• 103 (p. 482 ss.). e 312 SS.
JI'IO Dentro de la organización de THA no se han publicado aún los geógrafos.
110 0. A. W. Dilke 1985, pp. 40-1 , 43-4; C. Nicolet 1988, pp. 104-7.
311
O. A. W. Dilke 1985. p. 3 1. En general para la cartogratia helenística y romana vid. J. B.
Harley & D. Woodward (eds.) 1987.
m La edición de Klotz se encuentra en A. Klotz 1931 , p. 386 ss. y añade comcrllario: a Hispania
corresponden los frgs. 2-6 y a la Narbonense el fr. 9. Agripa no tiene entrada propia en FHA. Traduc-
ción de la edición de Riese (GLM) en A. García-Toraño 2002, pp. 85- 11 3.
[ 1.1 O] ajlumine Ana litore oceani oppidum Ossonoba ... mons Ca/pe. dein lito-
re interno ... Barbes u/a ... Murgi, Baetica finis. oram eam in universum originis
Poenorum existumm'it M. Agrippa; abAna autem Atlantico oceano obversa Bas-
tulorum Turdulorumque est (3 7-8).
«Desde el río Guadiana en la costa del Océano, la ciudad de Ossonoba ... el monte
Calpe. A continuación en la costa mediterránea Barbésula ... Murgi, final de la
Bética. M. Agripa consideró que esta costa en su conjunto era de origen cartagi-
nés, pero desde el Guadiana, la que da al Océano Atlántico, es de los bástulos y
los túrdulos».
[ 1.11 J et sinus ultra est in eoque Cartela, ... quam transvecti ex Africa Phoeni-
ces habitan! atque unde nos sumus Tingentera (2 96) ... aequor Atlanticum et
ora Baeticae frontis ... usque ad.fluvium Anam paene recta ... Turdu/i et Bastuli
habitanl (3 3).
m O. A. W. Dilke 1985, pp. 39-53; C. Nicolet 1988, pp. 103-31 ; E. Olshausen 1991 , p. 95.
310
Aunque Estrabón utiliza reiteradamente (Str. 5.2. 7, 6.1.11, 2.11 , 3.1 O) un «Cerógrafo», que
para algunos sería el propio Agripa.
>•s ...qw"dqw"d ... gelllwm
· , naflonum
· ... : .Eumemus,
. Pan. S.20.
1•• K. G. Sallman 1971 , p. 106.
«Y más allá hay un golfo y en é l Carteya ... que habitan fenicios cruzados de
A' frica, y Tingentera, de donde somos nosotros ... el mar Atlántico y la costa de la
fachada bética ... hasta el río Guadiana casi recta ... La habitan los túrdulos y los
bástulos».
Los ecos entre ambos autores son obvios, a pesar de que Mela ha separado neta-
mente las referencias al mar interior y al Atlántico porque intercala entre la des-
cripción de ambas costas la de Cádiz y las islas mediterráneas (2 97-1 06), presta
poca atención a la costa de la Bética hasta Barbésula porque considera sus ciuda-
des poco dignas de atención (ignobilia, 2 94) y su delimitación del mar exterior
y el interior, en Trafalgar (2 96), no coincide con la de Plinio, en Gibraltar (3 7).
'
En todo caso en ambos autores hay cartagineses, fenicios de Africa, que ocupan
la costa interior, y túrdulos y bástulos que ocupan la exterior hasta el Guadiana. 317
La no coincidencia en el detalle podría deberse a la interpretación de un dato
cartográfico poco preciso pero también a que los objetivos de ambos autores no
. , . .,
extgtan una prectston mayor.
Teóricamente el mapa de Agripa podría haber sido utilizado por Estrabón,m
pero no hay indicios seguros de ello, y al igual que otras obras augústeas sólo pa-
rece haber sido explotado en lo que nos concierne a partir de Mela y Plinio, lo que
explica que nos ocupemos de él en este lugar. Su utilización plantea sin embargo
ciertos problemas; no es imposible que Plinio tomase notas directamente o por
un intermediario en la Porticus, pero se trataría de una labor desde luego dificil y
sólo justificada si se daba un extraordinario valor a esa fuente y no había forma
de reemplazar la observación del original. Por otro lado ya hemos visto que con
seguridad Plinio utiliza el mapa, aunque eso no demuestra un uso sistemático;
cabe además la posibilidad, verosímil a la vista del papiro de Artemidoro, de que
se hubiesen hecho copias librarías y Plinio pudiese disponer de una, de la misma
forma que disponía de los Comentarii, de los que no hay noticias de que existiese
una edición.
Pero la obra geográfica de Augusto (FHA Vlll, p. 129) no se 1imita a su rela-
ción con el mapa de Agripa, aunque sea ésta la que explica las referencias ambi-
guas al emperador como autor geográfico.m De un lado tenemos las referencias
étnicas que encontramos en su autobiografia y los posibles datos del perdido Bre-
viario; de otro algo mucho más importante, el impulso que da a la recopilación de
datos geográfico-administrativos y étnicos, y a su accesibilidad en forma escrita.
317 Es cierto que algunos autores interpretan e l texto de Pli.nio en el sentido de que los bástulos
y túrdulos se hallan al oeste del Guadiana. pero tendremos ocasión de comprobar que no es as!
(§ 2.4.5).
J•s Ya Riese en GLM(p. 1, e) incluye. entre los testimonios relativos al mapa de Agripa, Str. 2
5.7 («mapa corográfico») y sus fragmentos 5, 6, 8, 9, 11 y 12, todos ellos relativos a Italia o sus islas
y atribu idos a un indefinido «CorógrafO>> o (fr. 8) una anónima Corografia, pero puede tratarse de
referencias genéricas o a una obra monográfica sobre Italia aún no identificada.
m C. Nicolet 1988, pp. 181-99; F. Prontera 2002, pp. 238-9.
En lo que se reñere a sus propios escritos, sabemos por Suetonio (Aug. 1O1) y
Dión Casio (56 33) que, aparte el testamento, las instrucciones para su funeral
y unos discutidos consejos a Tiberio, dejó una relación autobiográfica, las Res ges-
tae conocidas epigráficamente, y el llamado Breviario (breviarium totius imperii en
Suetonio; cf. Tácito, Ann. 1 11. 7), con datos concretos sobre el estado del Imperio
en el que figuraba por ejemplo el número y la distribución de las legiones. Desco-
nocemos el contenido real de ese documento, pero como ha señalado Nicolefl 20 no
es inverosímil que contuviese informaciones demográficas y estadísticas utilizadas
por autores posteriores, aunque precisamente los autores en los que se han querido
ver ecos del Breviario y las propia Res gestae parecen indicar que serían pocos los
datos útiles desde nuestro punto de vista. Augusto sólo menciona Hispaniae en su
«autobiografia» en términos generales (26 y 28), pero no da ningún dato preciso so-
bre los cántabros a diferencia de como actúa en el caso de Germanía y Oriente, y en-
tre los supuestos ecos del Breviario, el conocido pasaje de Josefo sobre los recursos
del imperio (Be/l. Jud. 2 16.345-40 1), que algunos autores consideran que utiliza la
obra de Augusto, resulta ambiguo; de un lado se menciona -aparte tópicos obvios,
relacionados con la posición extrema de Hispania, como Gades, las columnas de
Heracles y las mareas atlánticas (363 y 374)- el oro y la belicosidad de lusitanos y
cántabros (374), lo que encaja bien con la época de Augusto, pero por otra se señala
que una sola legión es suficiente para custodiar el país (375), lo que nos lleva a una
fuente posterior al 69 d.C. 32 1 Si Josefo utilizó el Breviario, no tenemos ninguna se-
guridad de que procedan de él las referencias a cántabros y lusitanos, y en todo caso
la misma naturaleza de la obra no hace esperable mucha información etnológica
excepto desde un punto de vista sobre el que enseguida volveré.
En cuanto al papel de Augusto en la recopilación y sistematización de datos
geográficos y en cierta medida etnológicos, en pa1te está en la raíz de la redacción
de los Comentarii de Agripa, a lo que debe unirse su papel en hacer públicos esos
datos, que explica el que se pueda invocar la autoridad del emperador en relación
con ellos (Plin. 3 17), pero quizá lo más importante sea su interés por organizar y
sistematizar, que debió dar nueva vida a documentos como las formulae provin-
ciarum, de las que por desgracia es imposible llegar a conocer todos los aspectos
que nos interesarían pero sí podemos dar una caracterización general. Se trata de
documentos redactados en cada una de las provincias y, al parecer, susceptibles
de actualización, lo que parece haberse realizado ampliamente bajo Augusto, de
los que se conservaba copia en Roma, donde fueron accesibles a autores como Pli-
nio. De su contenido se puede asegurar que incluían distancias y listas de lugares
con indicaciones sobre su estatus administrativo, pero es dudoso en qué medida
podía encontrarse en ellas datos propiamente etnológicos.322 Hay sin embargo un
m G. Perei.ra 1992.
J}J P. Le Roux 1982, pp. 93-6, 284-6. Si las civitates locales se e ncargasen en cierta medida del
reclutamiento habría que matizar la afinnación a la que acompaña esta nota, pero en cualquier caso
para e l NO de Hispania seguiría siendo válida: J. M. Roldán 1974, p. 274, que resume la polémica
en 273-4.
m Sobre el porqué vid. J. M. Roldán 1974, p. 59.
J~ J. de Hoz 2000b, p. 17.
bución depende de razones geográficas, por lo que cada caso debe ser valorado
por sí mismo antes de aceptarlo.
Marino de Tiro, activo en la transición del s. 1 al11, fue autor probablemente de
un mapa universal, pero sobre todo de indicaciones aclaratorias en forma de listas
de topónimos con datos sobre s u localización y mención de las fuentes en que se
encontraban éstos; esas fuentes parecen haber sido muy numerosas y varíadas. 337
Sin embargo su concepción cartográfica, basada en la proyección cilíndrica, debió
ser bastante deficiente. Su obra fue totalmente olvidada tras la aparición de la de
Tolomeo, que sin embargo depende básicamente de él, como se ve por ejemplo
en la posibilidad de fechar la colección de topónimos entre 107, por los topóni-
mos trajaneos, y 116, por la ausencia de topónimos introducidos por Hadriano
tras las guerras partas; la contribución principal de Tolomeo parece haber sido la
localización de los topónimos en coordenadas, algo que apenas nos afecta aquí y
que además implica continuos errores. Más dudoso es si en Marino aparecía ya la
atribución de los NNL a grupos étnicos, aunque dada la actitud de Tolomeo hacía
su fuente es lo más probable.
En todo caso, desaparecida la obra de Marino, la presentación más exhaustiva
de la geografta de Hispania, aunque con intereses muy limitados, se la debemos
a Claudio Tolomeo en el Ubro Il, capítulos 4-6 de su Manual de GeograJia. To-
lomeo,338 del que prácticamente no sabemos nada, investigó en Alejandría a me-
diados del siglo 11 d. C.. en concreto utilizó datos del año 141 en una obra anterior
al Manual, por lo que éste no debe ser anterior a c. 150, pero sus fuentes son rara
vez contemporáneas, y básicamente depende de Marino de Tiro.
Tolomeo pretende, de acuerdo con su peculiar concepto de geografia (1 1),
proporcionar una representación gráfica del mundo conocido en la que la posición
de sus elementos está fijada con valores astronómicos, es decir por medio de la
indicación de su longitud y latitud en grados astronómicos. Esos elementos son
los más significativos accidentes y el mayor número posible de lugares habitados,
a los que, siguiendo un uso lingüístico ya normal, denomina poleis con absoluto
desprecio de su real entidad urbanística o estatutaria. Sin duda él mismo debió
elaborar uno o varios mapas, pero lo que ha llegado a nosotros es el manual que
permitía su construcción, y que en buena parte, libros 2-7, consiste en un mero
listado de nombres de lugar y sus correspondientes coordenadas.
Obviamente las indicaciones de esas coordenadas en numeración alfabética
han debido sufrir en la transmisión todo tipo de corrupciones, ya que los errores
de copia sólo se podían descubrir por medio de una cuidadosísima colación, lo
m E. Honigmann en RE XIY.2 (1930), col!. 1767-96 (relación con Tolomeo en 1772-4, fuen-
tes 1790-6); N. C. Photinos en RE Suppl. XII ( 1970), col!. 791-838; F. Lasscrre en KP 3 ( 1969),
pp. 1027-9.
Ho Tolomeo se ocupa de los pueblos de Hispania en un p<Lr de pasajes de su Apote/esmatica (2 13
y 16: FHA VIII , pp. 297-8), en los que los caracteriza desde el punto de vista de la astrología étnica,
cayendo por supuesto en la imagen genérica puesto que, junto a la tendencia común que ya hemos
comentado. le condicionaba su propia disciplina, ya que los diferentes pueblos de Hispania estaban
sometidos a las mismas influencias astrales.
que no es probable que haya ocurrido con frecuencia, pero más grave es que no
tenemos demasiados motivos para suponer que ya en su origen esos datos hayan
sido muy exactos. De hecho el propio Tolomeo es muy consciente de ello: «Las
coordenadas, latitud y longitud, de los lugares frecuentados deben ser conside-
radas cercanas a la realidad a causa de la abundancia y acuerdo de las noticias.
Pero las de lugares poco frecuentados han sido calculadas, a causa de la escasez
e inexactitud de la información, de manera grosera a partir de las posiciones o
figuras más dignas de confianza, para que ninguno de los lugares mencionados de
la totalidad del mundo habitado quede sin localización precisa» (J 1.2).
Es obvio que Tolomeo apenas si contaba con datos astronómicos para un re-
ducido número de lugares, y que los datos atribuidos a los restantes se basaban
en cálculos de distancias estimando a la vez su situación en la rosa de los vientos
en relación con el lugar tomado como referencia, con lo que los errores se iban
acumulando hasta alcanzar proporciones sin duda descomunales. Por otra patte
la estimación era más o menos correcta, como Tolomeo reconoce, según que el
lugar fuese más o menos conocido, pero cabe preguntarse qué es lo que resultaba
conocido de la Península Ibérica para un geógrafo romano de Alejandría. Supon-
go que Tarragona, Mérida, Córdoba o Cartagena entrarían en esa categoría, aun-
que no hay que olvidar que Apiano, también de Alejandría, creía que Cartagena
estaba al norte del Ebro (Hann. 3 con Hisp. 19), pero en todo caso la mayor parte
de los topónimos citados por Tolomeo pertenecían sin duda a esos lugares para
cuya localización había que luchar con la escasez e inexactitud de la información.
Como deja claro el final de la cita anterior, Tolomeo se obligó a sí mismo a una
labor imposible, y no tiene sentido esforzarse en resolver los problemas creados
por su texto para la localización de las ciudades antiguas cuando otras fuentes lo
contradicen.339
No es éste sin embargo el problema mayor desde nuestro punto de vista, ya
que aquí no nos interesa la topografia histórica sino la onomástica y la etnografía
en la medida en que forman parte de la historia lingüística. Desde este punto de
vista Tolomeo también ha elegido el someterse a una innecesaria camisa de fuer-
za, al atribuir todos y cada uno de los lugares habitados que cita, al menos en las
zonas que nos interesan, a un grupo étnico concreto. Pero es éste precisamente,
junto con la abundancia de topónimos, el interés esencial que para nosotros tie-
ne su obra, y por ello la cuestión de las fuentes de que ha podido disponer, él o
Marino, para sus atribuciones nos resulta prioritaria y a la vez en buena medida
irresoluble como ya hemos tenido ocasión de ver.
Muy distinto es el carácter de la obra de Julio Salino, activo a principios del
s. lll y autor de Collectanea rerum memorabilium, que a pesar de su título es un
resumen de geografía y etnologia que depende al parecer casi enteramente de
m Otra cosa es que en ocasiones se.a posible determinar cuál ha sido el origen del error de Tolo-
meo, lo que a su vez puede proporcionar información sobre los datos itinerarios de que disponía.
Mela y PI inio. 340 Sus noticias hispanas (23. I -12) no añaden novedades a estos
autores, 341 aunque hay un par de referencias a regiones que en su momento nos
podrán ser de utilidad (23.8 y 23.1 0).
Relacionado con los tratados geográficos está el género de los periplos, que
sigue vivo en la época como recurso erudito con pretensiones literarias para dar
una imagen intemporal y abstracta, cultura libresca sin otra utilidad práctica que
la de reconocer referencias geográficas en los textos de los autores consagrados
- un enfoque en el que insistiremos al hablar de Avieno-- para un público de
nivel variable, desde los alumnos de la escuela a gente madura y de cierta cultura,
que por otro lado podría utilizar estas obras como guía de turismo intelectual :142
La información más práctica desde este punto de vista serían las distancias que,
en algunas obras, aparecen consignadas con bastante cuidado.
En los comienzos mismos del período Menipo de Pérgamo redactó un «Peri-
plo del mar interior» en tres libros, no conservado, ninguno de cuyos fragmentos
tiene interés directo para nosotros,343 pero vid. infra a propósito de Marciano.
Contemporáneo o posterior a Menipo, a quien c ita, es Agatémero (THA II B,
pp. 750-5), pero su breve Geographias hypotyposis, o Bosquejo de geografia, 344
aparte datos sobre la historia de la geografia de cierto interés contiene básicamen-
te distancias que no son útiles para nuestros objetivos; recoge sin embargo una
cita de Timóstenes, ya mencionada (§ 1.4.6), sobre la que habremos de volver
(§ 1.4.1 1).
Un ejemplo típico de periplo de nivel escolar es Dionisia Periegeta, autor ale-
jandrino de época de Hadriano,345 cuya Descripción de la tierra habitada da una
visión a la vez escueta y exhaustiva del orbe en versos épicos, muy sistemática
pero con un orden complejo en e l que la Península Ibérica aparece primero como
ribera en la descripción de los mares, como espacio terrestre en la descripción de
los continentes y, fina lmente, como territorio en la enumeración de los pueblos
de Europa, aunque siempre con excesiva brevedad. Dionisia tuvo sin embargo
acceso a fuentes perdidas, en parte utilizadas también por Avieno, cuya fecha y
valor nos interesaría conocer aunque esto no parece posible con la documentación
'">Una buena presen1ación del problema de las fuemes en F. J. Femández N ieto 2001,
pp. 33-52.
'" FHA VIII. pp. 329-30; THA 11 B. pp. 857-60. La edición de referencia sigue siendo T. Momm-
sen 18952; una traducción al español con buenas notas en F. J. Femándcz · ieto 200 l .
2
" F. J. González Ponce 2002, limitado a obras en cuyo título se indica que es un periplo: E. Ols-
hausen 1991 , pp. 86-7.
343 E. Olshausen 1991 , p. 72; F. J. González Ponce 1993; L. A. Garcia Moreno & F. J. Gómez
actual. Su obra fue traducida por el propio Avieno (infra) y por el gramático Pris-
ciano de Cesarea a comienzos del s. VI (FHA Vlll, p. 424; THA JI 8, pp. 985-90),
pero las traducciones se limitan a repetir la información del texto original, a dife-
rencia del comentario de Eustacio (§ 1.4.9).
Protágoras,l 46 de c. 200, al que conocemos básicamente por la Biblioteca (188)
de Focio, fue autor de una Geometría de la ecumene, eo cuyos primeros cinco
libros daba mediciones de Asia, Libia y Europa basadas sobre todo en Tolomeo
pero con cálculos nuevos que le corregían. Para nosotros es sobre todo interesante
por el uso que Marciano hizo de él. No sabemos sin embargo si su sexto libro, de
contenido paradoxogrático, mostraba algún interés por la Península.
Marciano de Heraclea Póntica tiene una posición relevante en la historia de la
geografia antigua porque, a juzgar por la introducción a su Epítome del Periplo
de Menipo Pergameno, conoció gran parte de la literatura anterior a su época,
recopiló obras de esa literatura en un manuscrito que puede estar en el origen del
Parisinus graecus 443, base de nuestras ediciones de los geógrafos griegos me-
nores, y contribuyó con obras propias, poco originales quizá pero basadas en las
mejores fuentes disponibles, a la difusión de los conocimientos geográficos.347 Sin
embargo apenas si sabemos nada de él/'18 excepto que es poste1ior al cartógrafo
Protágoras, de c. 200 como hemos visto, al que utiliza, y anterior a Esteban de Bi-
zancio, que le cita; situar su vida a finales del siglo IV o comienzos del v puede ser
una hipótesis razonable. De sus obras se han conservado escasos fragmentos de
un epítome de los Geographoumena de Artemidoro, parte y fragmentos del epí-
tome de la obra de Menipo, aunque sólo uno de ellos (frg. 6) nos afecta, y partes
importantes de su Periplo del Mar exterior, entre ellas la descripción de la costa
atlántica de la Península Ibérica y de Aquitania (2 6-23), con algunas indicaciones
muy precisas de límites étnicos. Se suele aceptar que las fuentes de Marciano en
esta obra son Artemidoro y sobre todo Tolomeo a través de la conversión de sus
datos en medidas en estadios que babría becho Protágoras, y de hecho los datos
que nos interesan se pueden deducir todos de Tolomeo excepto una discrepancia
en los límites occidentales de los turdetanos marítimos (2 13) que no implica ne-
cesariamente uso de otra fuente.
La contrapartida terrestre del periplo es e l itinerario en el que se mencionan los
lugares de reposos y las distancias que los separan, pero curiosamente este género
no parece haberse desarrollado hasta época romana,349 aunque cuesta trabajo creer
¡' 6No 1iene emrada en FHA ni THA. A. Diller 1952, p. 45. F. Lasscrrc en KP 4 ( 1975),
p. 1195.
m THA 11 B, pp. 896-9 (se limita a las referencias a Cádiz y al Estrecho de Gibraltar). La publi-
cación de la parte de su obra relativa a Hispania estaba prevista en FHA VIl (A. Schulten 1958-63 l.
p. 1S1), pero finalmenle no se incluyó en ese torno. A. Diller 1952, pp. 45-7.
Ho E. Olshausen 1991 , p. 72; M. Pastor 1978; L. A. García Moreno & F. J. Gómez Espelosín
1996, pp. 434-40, y trad. del Epítome de Menipo y del Periplo del Mar exterior en pp. 415-33
y 44 1-508.
m W. Kubitschek 1916; O. Cuntz 1927; O. A. W. Dilke 1985. pp. 112-29; E. Olshausen 1991,
pp. 87-90.
m M. Mayer, R. García & J.-A. Abásolo 1998; para un ejemplo andaluz vid. P. Sáez 1990.
m D. Weber 1986, p.lll. Sobre Avicno en general vid. J. Soubiran 198 1, pp. 7-39.
m K. Müllenhotl ' 1870, pp. 73-203.
m Ya en la primera edición de FHA l, Berlín-Barcelona 1922. Todavía se encuentra sorpren-
dentemente viva esa idea en obras actuales como, por citar algunos ejs. al azar, E. Olshausen 199 1.
pp. 77-8 y 82; M. Salinas 2006, p. 1O.
314 V. 64: ingenio numerisque Solensibus.
175
Esto s uponie ndo que no sean cienos ninguno de los intentos de identificar Ampurias en al-
g uno de los topónimos desconocidos por otras fuentes, como a veces se ha pretendido; vid., por
ejemplo, J. G. F. Hind 1972.
376
Muy distinto es el hecho de que Avicno silencie sus predecesores lat inos en la traducción
de Arato; sin embargo en esa misma obra se complace en citar autores tan remotos como Paniasis
(v. 175). [n cuanto a Dionisio, cuya no mención es considerada por Schulten como un paralelo de
la supuesta ocultacióu por Avieno de la fuente antiquísima de los Ora marítima (FHA F, p. 16), se
trataba de un compilador de fecha avanzada que no podia prestigiar particularmente el poema del
autor latino.
m Vv. 40-50: Hecateo, Helánico de Lesbos, Fileas de Atenas. Escílax de Carianda. Pausímaco
de Samos, Damastcs de Sigeo. Bacoris de Rodas, Euctemón de Atenas, Cleón Siculo, Heródoto y
Tucídides; de ellos cita en el texto a Euctcmón (337 y 350). Escílax (3 72), Damasto (3 72) y Filcas
(695). Cita también aunque no los menciona en la lista inicial a Himilcón ( 117, 383 y 412) y Dionisio
Pericgeta (33 1).
m Existían ya hace algunos años interpretaciones modernas de los Ora maririma que rompían
en mayor o menor grado con la propuesta por Schulten, pero se trataba de trabajos breves como el de
Hind citado en una n. previa o las pp. 11-3 (n. 31) de von K. Fritz 1967 1 2. Un estudio mucho más
que no haya datos de interés en los Ora marítima; porque, como he dicho, Avieno
ha utilizado directa o indirectamente varias fuentes antiguas y desde luego ha
tenido acceso a la imagen del mundo de la geografía del s. IV a.C., heredera de la
obra de Recateo, pero sus datos deben ser valorados aisladamente por una doble
razón: porque su técnica compositiva, de acuerdo con tendencias de su época,
privilegia las secuencias autónomas, no integradas en una estructura en que cada
parte depende de las restantes, lo que le permite excluir tramos de costa o reite-
rar otros desde distintos puntos de vista, 379 y porque no depende en la parte que
nos interesa de una obra previa sino que él mismo ha construido su descripción
tomando noticias de aquí y de allí, con los solos criterios de la antigüedad de la
fuente -dü·ecta o indirectamente conocida- y del atractivo anticuario del dato
en ella encontrado. De ahí que la valoración de las informaciones contenidas en el
poema exigiría un estudio previo de fuentes basado en los únicos criterios fiables
de que disponemos, la historia del conocimiento geográfico griego, el uso lingüís-
tico y los pasajes paralelos; la aceptación precipitada del indemostrado periplo ha
impedido que ese estudio necesario, iniciado por autores del siglo xtx,380 se lleve
adelante con métodos y conceptos propios de nuestros días excepto en una cierta
medida por críticos de la teoría del periplo corno Berthelot y otros más recientes.
Hoy por hoy las a·ñrmaciones de Avieno valen lo que vale su fuente en los casos
en que la menciona explícitamente; en los restantes su valor necesita confirma-
ción externa, y a menudo la fuente que proporciona esa confirmación hace inútil
el testimonio de Avieno. Pero en todo caso es preciso afrontar el problema de sus
fuentes , aun con la seguridad de que no es posible llegar a una conclusión sól ida,
porque alg1mas de sus noticias son o muy raras o únicas en el resto de la tradición.
En contrapartida tenemos la ventaja de que Avieno probablemente no inventó
nada, cosa que sería ajena a su poética,381 a no ser inadvertidamente al combinar
sus fuentes, y por lo tanto tenemos derecho a buscar el origen de todas sus noticias
en una fecha no sólo anterior sino también, en principio, muy anterior.
El comercio de los oesflymnioi atlánticos en particular con los tartesios y con
los cartagineses (vv. 90-129a), el origen septentrional de los ligures (129b- 145),
las costas septentrionales y occidentales de la Península con indicaciones sobre
Avieno, es decir elementos de composición que aparentemente se refieren a tramos de costa pero que
en realidad tienen una función puramente literaria que lleva, podríamos decir que inevitablemente, a
la manipulación de los datos geográficos.
;so Una breve historia de los estudios sobre los Ora maritima en D. Stichtenoth 1968, pp. 4-8; las
conclusiones geográficas de esa obra no pueden sin embargo tomarse en consi deración en absoluto.
Js• Probablemente me expresé mal en J. de Hoz 1989a, ya que V. Correia 1997, p. 54, me re-
procha atribuir a Avieno el haberse inventado etnónimos. El problema de Avieno no es conlener
falsedades. aunque si n duda las contiene, s ino que una fuente no puede ser utilizada s i no sabemos
e l origen y el referente cronológico y geográfico de la noticia que nos da, y a menudo en el caso de
A vieno desconocemos todo eso.
el interior (146-200a), los supuestos íberos del SO (248-53), los cempsos de An-
dalucía (255-9a, cf. 301 ), la fortaleza de Geronte (261-4), los pueblos del Valle
del Guadalquivir (298-303, cf. 419-24 y 428-31) son, como iremos viendo en
sucesivos momentos, cuestiones que presentan en Avieno información original,
para las que a veces contamos con indicios que apoyan su valor pero que otras nos
dejan la duda de si su aparente originalidad no será el resultado de la manipula-
ción literaria de Avieno, inocente pero irresponsable, o simplemente de una mala
comprensión de sus fuentes.
Un problema adicional, propio de toda la poesía docta, es la complicidad de
Avieno con su público; no escribe para informar sino para dar una imagen litera-
ria a lectores que tienen una cultura del mismo tipo que la suya, y respecto de los
cuales puede a menudo proceder por alusiones. Un ejemplo obvio lo tenemos en
los vv. 434-6:
que demuestra que podían darse más fenómenos de pervivencia de los que nor-
malmente tenemos en cuenta.
Dudoso es el valor como pervivencia muy antigua que pudiese tener el rito
de año nuevo denominado cervulum facere, en el que se utilizaban disfraces de
animales, en particular de ciervo, y sobre el que existen numerosos testimonios
(FHA VJH, pp. 364-6), uno de ellos sin duda hispano. San Paciano, obispo de Bar-
celona en la segunda mitad del s. IV, 382 fue autor de un tratado de nombre Cervus ,
destinado a combatir el rito pero perdido, del que nos ha quedado noticia por san
Jerónimo (De viris ill. 106) y por el propio Paciano (Paraenesis 1 2); sin embargo
es dudoso que se pueda hablar en este caso de tradición indígena, sino simple-
mente de tradición precristiana cuyas raíces podrían ser puramente romanas. Sí
tendría importancia Paciano para nuestro tema si, como defendió Morin,383 fuese
autor del tratado De similitudine carnis pecati, un tratado que ha sido también
atribuido a Eutropio,384 que García y Bellido identificó con el obispo de Valencia
del s. vt de ese nombre, 385 pero parece más sostenible la opinión defendida por
Mariner, que prefiere un texto de fines del v y situable en el norte de España o sur
de Francia, lo que en último término le lleva a un contexto vascón. 386 La cuestión
tiene importancia porque en ese texto, con independencia de su fecha y autoría,
sobre las que habremos de volver, se contiene, como vio García y Bellido, una
noticia importante sobre la última y definitiva amenaza que sufrieron las lenguas
paleohispánicas (vid.§ 1.4.1 0).
m Textos reunidos en FHA rx, aunque en gran parte son noticias re lativas a la historia visigoda
y a la Hispania bizantina. Algunos textos en FHA VII I y en THA 11 B. En el proyeclo original de
FHA estaba previsto un tomo de fuentes árabes tempranas relativas a Hispania que lamentablemenle
no se llevó a cabo, aunque efectivamenle en ellas pueden encontrarse datos de interés, en particular
topográficos y toponímicos.
3
~* Por supuesto la ocupación de Hispania por los descendientes de Noé s igue siendo un terna
obligado de la historiografía cristiana, por ejemplo, en e l Cltronicon Pascltale (FHA IX, pp. 426-8)
encontramos informaciones con las que ya nos hemos tropezado en Hipólilo y sus traductores
(§ 1.4.8). Hi stodadores como Jorge Cedreno (THA !X, p. 436) o Zonaras (THA IX, pp. 436-7) re-
cogen por supuesto la tradición bíblica. En Cedreno es curioso cómo se funden noticias diversas, al
parecer mal comprendidas, al mencionar como unidades equivalentes de un lado Hispania, Celtiberia
que rara vez contiene una información que no nos hayan proporcionado fuentes
anteriores y que va mostrando cada vez más ignorancia y más influencia de la ca-
pacidad mitificadora del pasado, agudizada en la época por la necesidad de tender
puentes entre la tradición clásica y la bíblica.
Hay sin embargo algunas obras que tienen importancia por las fuentes ante-
riores que conocen, lo que a veces hace posible que encontremos en ellas a lguna
noticia única. Claro está que las noticias únicas pueden ser simples errores naci-
dos de la mencionada ignorancia; así es probable que ocurra, por ejemplo, en el
caso de la ciudad de Cantabris/ 89 mencionada por Constantino Vll (912-59)
al delimitar la parte del Imperio que correspondió al efímero Constantino 11,390
o el culto a Hades en Cádiz que sólo conoce Eustacio (vid. infra). 391
Por otra parte la epigrafia y, sobre todo, la rica numismática visigoda, en la
que reaparecen topónimos antiguos transformados o topónimos previamente no
atestiguados pero que parecen antiguos, deben ser tomadas en consideración,392
aunque la valoración de sus datos, muy locales, puede dejarse para el momento en
que nos ocupemos de las zonas en cuestión.
Volviendo pues a las obras literarias, no son muchos los autores de los que nos
tenemos que ocupar. Esteban de Bizancio fue un gramático activo en Costantino-
pla en época de Justiniano (527-65), autor de una obra lexicográfica, Ethniká, en
quizá sesenta libros, en la que aparecían en orden alfabético multitud de topóni-
mos de los que se indicaba la forma lingüísticamente más con·ecta y el correcto
adjetivo localicio, a la vez que se añadían noticias diversas sobre el lugar; las
fu entes eran variadas, sin particular atención a los geógrafos y sin criterios cro-
nológicos, y probablemente con una gran dependencia de compilaciones previas,
en particular la del lexicógrafo Oros (c. 450), también activo en Costantinopla y
autor, entre muchas otras obras, de un léxico geográfico en que se daba importan-
cia a la etimología y se introducían muchos mitos relativos a los diversos lugares.
La obra original de Esteban la conocemos t:an sólo por citas de Constantino VI r
y Eustacio; lo que ha llegado a nosotTOS es un epítome, realizado no después del
s. x, tal vez directamente sobre el texto de Esteban, tal vez combinando epítomes
previos. Básicamente se han conservado los topónimos y los adjetivos derivados
y los lusitanos (Synops. hist. 1 24) y de otro Lusitania, Céltica, Massalia, Celtogalia. Iberia, y la
grande y la pequeña Hispania (Synops. hist. 1 25).
m Hay que señalar sin embargo que el topónimo Cantabris resulta IOialmente coherente como
nombre de lugar del NO en baja época, cuando ha surgido un tipo en -bris. ac. -brim (Gr. -brin. que es
la forma atestiguada en Constantino V11), como evolución de los frecuentes compuestos en -brix, por
otra parte también latinizados en -briga: F. Vi llar 1995n, p. 170; J. A. Correa 2002a. p. 256 con n. 8,
pero vid. otra etimología en Monteagudo 1986 y C. Búa & S. Lois 1995, que J. J. Mora lejo 2003a.
p. 186, y 2003b, p. 99, rechaza. a la vez que, para algunos casos. la tradicional.
190 FHA IX. pp. 394-5. 57.6-1 O. Otros textos de Cons1an1ino VIl en FHA IX, pp. 428-3 1, son
lumnas de Heracles, precisando los que son «bárbaros» (ad 64), o la parte de la
Península que originalmente se llamaba Hispania (ad 28 1). Sin embargo cuando
repite que los cempsos habitan al pie del Pirineo (ad 338) no da ningún indicio
que permita deducir si posee alguna información distinta del propio Dionísío. En
general es interesante la atención que dedica a los nombres de lugar, aunque esto
pueda llevarlo a etimologías disparatadas como la de Gádeira (ad 64 y 451); nos
queda la duda sin embargo de si la afirmación de que un topónimo es indígena (ad
281 y 457) se basa en algo sólido o es un mero comodín a falta de explicación. Por
supuesto no faltan fantasías sin más interés que como reflejo de mentalidad de la
época, por ejemplo, los fabulosos Keltós e Jber, hijos de Heracles (ad 281 ).
Los datos concretos sobre las lenguas antiguas habladas en la Península que
nos transmiten las fuentes clásicas no son muy abundantes si prescindimos de la
onomástica; en realidad se reducen a algunas palabras hispanas, de las que nos
ocuparemos más adelante(§ 1.4.11 ), y a algunas caracterizaciones globales ínti-
mamente ligadas a la imagen etnológica del país que, a pesar de su carácter muy
vago, tienen una considerable importancia. De hecho los puntos de vista más acer-
tados sobre la situación lingüística que se han mantenido desde el Renacimiento
hasta el desciframiento de Gómez-Moreno se han basado en la atención a esos
datos frente a teorías derivadas de prejuicios religiosos o nacionalistas.
Los antiguos tenían clara la idea de que Hispania había tenido una historia
compleja, en la que se habían sucedido invasiones de diversos pueblos hablantes
de lenguas diferentes, que en parte se habían ido eliminando unos a otros pero que
en último término habían dado lugar a una situación en la que la diversidad era
el rasgo quizá más llamativo, y ello a pesar de que el uso vulgar, unas veces por
desconocimiento y otras por comodidad, utilizase los términos iberes o hispani
como fórmulas cómodas para referirse a cualquier habitante de la Península. Sin
embargo a veces esas aparentes denominaciones genéricas parecen referirse a un
fondo unitario común, unos aborígenes hispanos que en cierto modo serían más
indígenas que otros grupos llegados después, como los celtas, y que no tendrían
una denominación específica. Estrabón, por ejemplo, que habitualmente utiliza
iberes para referirse a todos los habitantes de Hispania, en un pasaje (3 4.5, vid.
infra) dedicado al tópico de la incapacidad de los hispanos para unirse frente a los
invasores, contrasta a los iberes no sólo con fenicios, cartagineses y romanos sino
también con los celtas de los que surgirían los celtíberos y los berones.
Algunos textos implican que esos íberos aborígenes habían llegado de fuera,
de acuerdo con la concepción dominante en la etnología antigua, que considera
que el origen de los pueblos está en invasiones y que sólo en algunos casos excep-
cionales, como el de los atenienses, se puede hablar de autóctonos, surgidos en la
propia tierra. Por supuesto aquí se inserta la línea que parte de la interpretación
del Génesis y que ya hemos visto en Josefo, san Jerónimo y otros textos(§ 1.4.8 y
§ 1.4.9), pero también los autores que dependen de la tradición clásica; Columela
por ejemplo ( 1 3.6; FHA VI II, p. 164; THA 11 B, p. 728) cita a los Hiberi en una
lista de pueblos que emigraron para instalarse en una nueva tierra.
Pero son por supuesto textos mucho más precisos los que nos interesan aquí.
Los textos más explícitos sobre el poblamiento de Hispania son un fragmento de
Varrón transmitido por Plinio y un pasaje de Estrabón. Según Plinio (3 3( 1).8):
•o• Entre los modemos A. Schulten (por ejemplo, 1955 1, p. 80 = 1958-63 l, p. 125) corregía en
Tersas para apoyar sus 1eorías sobre los tirscnos en Hispania; W. Schillc por su parte ( 1969, p. 55)
identificaba a esos «persas» con los jinetes nómadas de la primera Edad del Hierro que en su visión
de la Protohistoria hispana hacía llegar a la Península.
' 06 J. Dcsangcs 1980, p. 482, basándose en parte en St. Gsell y seguido por H. Zehnacker 20042•
p. 98.
Obviamente tanto Varrón como Estrabón conocen una historia del poblamiento
de Hispania en época postmítica en la que la Península es invadida sucesivamente
por fenicios, celtas y cartagineses; la ocupación de los griegos al parecer se consi-
dera excesivamente reducida como para darle un papel en este panorama de gran-
des movimientos. Cuando llegan los fenicios Hispania está ya habitada por íberos,
es decir por los autóctonos, lo que no implica que éstos hablasen una sola lengua y
fuesen étnicamente unitarios - Estrabón como veremos enseguida es plenamente
consciente de lo contrario- sino que carecen de una definición histórica precisa
en tém1inos extrahispanos; han tenido que llegar de alguna parte pero no se sabe
de dónde, y si en fecha remota hubo otras invasiones, como la de los compañeros
de Heracles, sus protagonistas no han conservado una personalidad propia, se han
fundido en el magma de los íberos, a diferencia de fenicios , celtas y cartagineses,
que conservan su personalidad.
Estos textos se refieren a grupos étnicos y naturalmente implican diferencias
de lengua, pero sin precisión y no como rasgo exclusivo ya que evidentemente
tanto Varrón como Estrabón eran conscientes de que la lengua de los fenicios y
la de los cartagineses era la misma. El texto más preciso que los antiguos nos han
dejado sobre diferencias lingüísticas en la Península es una rápida digresión que
introduce Estrabón (3 1.6) a propósito de la cultura escrita turdetana:
[ 1.15] Kal oi. UAAOl 8' "1f3TJPES' XPWVTat ypa¡.¡.¡.¡.aTlKÚ, ou IJ.l<~ <O'> lOÉq., ovó€
yap , >..wTTu Lote;¡ .
«También los otros íberos utilizan la escritura, pero no una única variedad, porque
tampoco utilizan una lengua propia».
7
•• En lo que se refiere a los celias cf. Str. 3 4.12, pero tendremos que volver sobre estos textos
en su día desde el punto de vista especifico del problema céltico.
«No hablando la misma lengua, cada pueblo utiliza una escritura de acuerdo con
su propia lengua».
[ 1.17] Ka\. oí. OAAOL o'" I~T] p€S" XPWVTQL ypaj.lj.lOTLKi:¡. oú J.ll~ <O'> LOÉq, oú&
yap )'AulTTlJ j.lLQ.
«También los otros íberos utilizan la escritura, pero no una única variedad, porque
tampoco utilizan una única lengua».
(1.18] Kal. oí. aAAOl 8'" I ~TJPES XPWVTaL ypaj.lJ!aTLKD. oú JllQ <O'> toú;r. oú8E
yap y>..wTTTJ <j.lLQ an· > to(c;.t.
«También los otros íberos utilizan la escritura, pero no una única variedad, porque
tampoco utilizan una única lengua sino la propia».
En cualquier caso el sentido del texto no admite duda, Estrabón pensaba en una
pluralidad de lenguas y de escrituras entre los «íberos», es decir los habitantes de
Hispania, pero obviamente los del sur y este ya que se les atribuye la escritura,
aunque naturalmente sería hacer a EstTabón decir más de lo que realmente dice si
dedujésemos que cada lengua distinta hablada por esos pueblos iba acompañada
por una escritura diferente (infra § 2.11.3). Ya he mencionado(§ 1.4.7) el frag-
mento de Artemidoro (22 Stiehle; St. Byz. s. v. iberia) que afirma que los íberos
de la costa utilizan la misma escritura que los «ítalos», y volveré sobre él en
§ 2.1.3, aunque no es tan significativo como pudiera parecer.
•IJS Las glosas hispanas o palabras indígenas citadas por los autores clásicos fueron recogidas
ya por Ambrosio de Morales en e l s. xvt (A. Tovar 1980, p. 32) y desde entonces han jugado un
papel e n las disquisiciones de los erud itos sobre la lengua o lenguas an tiguas de España. Su e-studio
moderno podemos decir que se inicia con HUbner en las pp. LXXX a LX:XX!ll de MLJ, que consti-
tuyen todavía una investigac ión básica sobre la cuestión a pesar de que las erradas ideas de la época
sobre la existencia de una única lengua antigua en Hispania relacionada con el vasco, que Morales
supo criticar entre otras cosas precisamente con s u lista de palabras, llevan a l A. a dudar s in motivo
de l carácter loca l de muchos térm inos. Posteriormente no conozco ningún trabajo sistemático que
pretenda estudiar la totalidad del material o gran parte de él - aunque los estudios sobre el léxico
minero son en parte una excepción. vid. infra-, pero en trabajos anteriores (J. dc Hoz 2003a; 2003b;
2007a; 2007b), que utilizo en lo que sigue. he revisado buena parte de las glosas paleohispánicas; si
hay bastames trabajos suel tos sobre formas diversas; e n particular hay que consultar los diccionarios
etimológicos del latín y las lenguas romances, y muy especialmente J. Corominas & J. A. Pascual
1980-1 991. Algunas consideraciones generales sobre estas voces se encuentran en E. Philipon 1909,
pp. 190- 1 y J. Hubschrnid 1960, p. 57-8.
•"-' M. Lejeune 1949. pp. 5 1, 55-6.
••o J. de Hoz 2000b, e in fra §§ 2.3.1-6.
Por otra parte Columela cita como galo el término arepennis 'medida equiva-
lente a media yugada' (algo menos de 1.300 m2) (5 1.6), pero según Isidoro ( Orig.
15 15.4) era usado en la Bética. Probablemente se trata realmente de un término
galo, como veremos infra s. v.
También había nacido en Hispania Quintiliano, en este caso como ya vimos
en el Valle del Ebro, que en su lnstitutio Oratoria cita algunas palabras atribuidas
una vez más genéricamente a Hispania. Adecuadamente las citas proceden del
libro primero, el más cercano a sus orígenes puesto que en él se ocupa de lo que
pudiéramos llamar enseñanza básica y por ello del peligro de usar barbarismos;
las palabras en cuestión son cantus ( 1 5.8) y gurdus ( 1 5.57).
No parece tener conocimiento directo de la Península Ibérica el c ilicio Pedanio
Dioscórides, también activo en la segunda mitad del s. 1,4 1 1 cuyos amplios viajes
parecen haberse restringido a Grecia y Oriente, pero su descripción de las plantas
medicinales y las drogas que de ellas se obtienen en cinco libros, TIEpl. ÜA.r¡s- La-
TpLKf¡s o Materia medica,412 contiene muchas referencias a Hispania. 413 Su interés
para nosotros no estriba sin embargo en su propia obra; con frecuencia Dioscó-
rides menciona el nombre de una planta en una región determinada; es cierto
que esos nombres no son necesariamente indígenas, pero en casos obtenemos
auténtico vocabulario local, por ejemplo el nombre ligur, saliunca, de la valeriana
céltica ( 1 8). Sin embargo, Dioscórides no atribuye ningún nombre específico a
los habitantes de Hispania, pero una de las familias de manuscritos a través de la
que se nos ha conservado su obra nos proporciona alguna infonnacióo útil desde
este punto de vista_ Se trata de una reorganización del texto que ordena las entra-
das por orden alfabético e incluye adiciones, y que posiblemente remonta al s. 111
o comienzos del1v. 4 14 Lo importante para nosotros es que esas adiciones son en
buena medida sinónimos de los nombres de plantas con indicación de qué gentes
usaban cada nombre; desde Wellmann se supone que estos datos están tomados
de Pánfilo de Alejandría. 415
Pántilo fue un gramático posiblemente activo en Alejandría sobre cuya fecha
sólo sabemos que pudo utilizar a algún escritor de época de Ca lígula y que en épo-
ca de Hadriano ya era considerado un clásico de la lexicografía. Entre sus obras
figuraba un ITEpl. ~oTavwv en el que sin conocimientos botánicos ni experiencia
directa acumulaba la información de las obras anteriores con un interés especial
por los distintos nombres y su clasificación lingüística. 416 Es de suponer que la
misma tendencia moderada que se advierte en Di.oscórides a dar distintas denomi-
naciones de una planta se daría en otros autores anteriores, y Pánfilo reunió esas
m Su obrn podría haberse publicado hacia 64 d.C.: J. Scarborough 1986, p. 64 con reterencias.
41
~
M. Wcllmann 1907-1914. Traducción española de M. García Valdés.
•l> FHA VIII, pp. 153-8: THA 111, pp. 203-10.
414
El estudio básico es M. Welhnnnn 1898 y cf. también Hermes 51. 1916, 1-64, y la edición
cirada.
415
C. Wendcl 1949.
416
Galeno nos da uoa caracterización de la obrn en el proemio del libro VI de De simpl. medi-
cam. (X l. pp. 792-8 en la edición de Kiihn).
noticias hasta conseguir un considerable vocabulario del que gracias a los manus-
critos de Dioscórides nos ha llegado una representación quizá no desdeñable.
Los nombres hispánicos tomados de Pánfilo son eLaápLKUIJ. (2 126, thicarica
en Ps.-Ap. 2), KEllTOVIJ.KCÍ.lTL Ta , EOKCÍ.pLO (conj. de Wellmann) y AE ~EvváTa (3 21 ),
Kpó~ovA.a (3 35) y chrap(a (4 29). El indiscutiblemente latino centumcapita de-
muestra que cuando Pánfilo se refiere a los spanoi no implica necesariamente pa-
labras indígenas sino que puede tratarse de usos peculiares del latín de Hispania.
El punto de vista es el mismo que se da en Dioscórides e implica una fuente no
interesada en el lenguaje en sí sino en la botánica, e interesada en las distintas de-
nominaciones desde un punto de vista práctico, para poder identificar una planta
en un lugar detenninado. Sin embargo la interpretación más verosímil de aque-
llos ténninos que no son griegos ni latinos es que se trata de fonnas indígenas,
denominaciones de la flora local, que han entrado en la lengua de comerciantes,
colonos u otro tipo de inmigrantes y a través de ella han adquirido un cierto uso en
griego o latín, normalmente provincial, a veces más amplio, y han sido recogidas
en obras de botánica de donde han pasado al léxico de Pánfilo. En lo que se refiere
a los tém1inos hispanos, la ausencia total de flora ibérica en la obra de TeofTasto,
el primer gran tratadista botánico de la Antigüedad, ya señalada por Schulten,4 17
implica que ese tipo de información no debió entrar en la tradición griega antes de
la conquista romana, mientras que el escaso número de voces hispanas recogidas
por los reelaboradores de Dioscórides, en contraste por ejemplo con las galas,
me hace sospechar que los usos lingüísticos de las regiones no mediterráneas
de Hispania no llegaron a ser tomados en consideración de una manera amplia
por los botánicos,418 mientras que las mediterráneas y meridionales se latinizaron
demasiado rápido y ofrecían pocas novedades desde el punto de vista italiano o
griego, aunque algunas formas indígenas que designaban plantas para las que
existía denominación griega y latina sobrevivieron durante cierto tiempo y llega-
ron a Pánfilo.
Es cierto que los manuscritos de Dioscórides atribuyen los términos genérica-
mente a los «hispanos», pero ya hemos visto que ésta era la forma usual de proce-
der en el mundo clásico y sin duda los nombres indígenas citados deben de tener
un origen específico. Ninguna de las plantas, a juzgar por su distribución actual,
permite apuntar a una zona determinada de la Península Ibérica, pero me parece
probable, por lo arriba dicho, que se trate de nombres mediterráneos o turdetanos.
y en el comentario a las distintas voces veremos algunos indicios en ese sentido.
La variedad de registros de la Historia Natural de Plinio hace que su informa-
ción sobre el léxico hispano sea la más rica y la más diversificada temáticamente
•
•
•
164 HI STORIA LING Ü ÍSTICA DE LA P i!NÍNSUI.A IB ERI C A EN l.A A NTIGÜE DAD
impersonales, vocant (33 67, 68, 69, 70, 72, 74, 75, 76, 77), appel/atur (69). 427 Es
seguro que el sujeto no explícito no es un pueblo determinado sino los expertos en
minería o los simples mineros, porque vocant implica siempre el uso de un grupo
específico, normalmente técnico, pues la única vez que hay un sujeto explícito en
el pasaje sobre la minería del oro, precisamente al comienzo de la descripción,
se trata de aunun qui quaerunt (67), y porque a veces se mencionan designa-
ciones puramente latinas: canalicium, canaliense (aurum) (68) o griegas como
agogae (vid. infra). 428 Por otra parte la mención de la mayor parte de los términos
técnicos sigue de cerca a la puesta en relieve de los montes de Hispania como
particularmente ricos en oro (67); la única referencia a un país en la descripción
de la minería del oro, con la excepción de Dalmacia (67), es a Hispania (76); esa
descripción concluye con referencias a Asturia, Callaecia y Lusitania (78), y en
ocasiones, como veremos, tenemos testimonios independientes de que se trata de
palabras de Hispania;429 además la ausencia de estos vocablos en otras fuentes y la
importancia y la antigüedad de la tradición minera en algunas zonas de la Penín-
sula hace probable que en pa.te al menos estemos ante vocabulario local; en todo
caso nunca lo niega explícitamente Plinio, que había realizado recapitulaciones
sistemáticas de información y en muchos casos podría detectar el carácter foráneo
de un término. En resumen podemos concluir que es de suponer que una parte de
los términos citados por Plinio fuesen de origen hispano, pero que no podemos
darlo por supuesto en ningún caso concreto si no tenemos otros indicios, y que
m Cf. tasconio: hoc est terra alba... (69); u/ice. ji·wex est roris marini similis... (76), que im-
plican el mismo interés por la existencia de un término téc nico y por explicar su sentido. y el mi smo
desinterés por su o rigen . Vocare introduce no sólo términos supuestamente hispanos, sino todo lo que
se sale del uso habitual. inc luidos helenismos técnicos: J. F. Healy 1988, p. 6 .
418 Designaciones hispanas en el sentido de haberse originado en Hispania, aunque ya entre ha-
blantes de latín. mencionadas por Plinio serían (coc/eae) cavaticae (8 140. FHA VIII , p. 176, c f. 30
45, FHA, p. 196), aves tardae ( 10.57, FHA VIII , p. 181 ), vipiones ( 1O 135, FHA VIl 1, p. 182), malina
y amygdalina ( 15 42, FHA Vlll, pp. 185-6). (Hordeum) glabrum también puede ser giro hispánico
puesto que Plinio lo atribuye a Turranius, al que siempre cita como autoridad para Hispania ( 18 75,
FHA VlU , p. 189). En cuanto almusmo (8 199, FHA VIII , p. 177), aunque posiblemente palabra indí-
gena, al re fe rirla las fuentes no sólo a Hispania si no a también a Córcega y Cerdeña, es más verosímil
que su origen esté en una de esas islas que no en Hispania. No es posible determinar la dirección del
préstamo entre el latín y la idéntica forma griega, pero al no estar at.e stiguada ésta antes de Estrabón
parece poco probable que se haya originado en el momento de relaciones antiguas de los griegos con
Cerdeña, por lo que resulta más económico pe nsar en la ocupac ión romana de ambas islas tras la
primera guerra púnica. Grossc (FHA VIII. p. 197) considera mw·ia = ·salmuera' (31 83) «voz ibéri-
ca», pero la palabra está atestiguada en latín desde fecha temprana y ha dado diversos derivados, y e l
testimonio de Plinio no es suficientemente explícito para asegurar que se trata de un término local y
no de un uso peculiar de l término.
" 29 Domergue insistió en tiempos en las referencias a Hispania y en particular a que todo e l
proceso de la n~ina montium debe considerarse exclusivo de Hispania (C. Domergue, 1972-1 974 ,
pp. 500-3), pero posteriormente, 1990, pp. 482-91, en especial 487 ss., ha cambiado sensiblemente
de posición (vid. infra), siguiendo en gran medida a Sánchez-Palencia, aunque J. Andreau 1990 11.
pp. 1O1-2 atribuye la argumentación al propio Domergue. Los estudios lingüísticos tradicionales da-
ban en general por supuesto. como ya he dicho, el origen hispánico de los términos, aunque HUbner
se mostró escéptico en muchos casos.
incluso los términos que puedan ser considerados hispanos plantean el problema
de su origen, ya que hay que contar con las tradiciones meridional y del nordeste,
que fueron las primeras conocidas por los romanos. Por otro lado, se plantea el
problema de si la explotación no meramente artesanal en la zona a la que se refiere
la terminología de Plinio fue básicamente de introducción romana, 430 aunque aun
así se puede contar en cierta medida con la posible utilización de términos indíge-
nas en el NO por parte de la mano de obra indígena.43 1
Por otra parte la cuestión del origen de los términos debe ser situada a la vez en
el terreno de la geografia de las explotaciones mineras y de la geografia lingüística
de Hispania. Cuando los romanos llegan a la Península fbérica existía ya una am-
plia y larga tradición minera muy diversificada según zonas; 432 la actividad más
importante se situaba en el sttr, donde la ocupación cartaginesa había introducido
sin duda, a pesar de la ausencia hasta el momento de testimonios arqueológicos,
una explotación de tipo helenístico a la vez que se beneticiaba de una consolidada
tradición local, 433 y donde ya durante la República la actividad de Jos romanos
fue intensa bajo distintas fórmulas técnicas y administrativas.434 En el nordeste
catalán, el Valle medio del Ebro y el territorio celtibérico oriental la falta de es-
•Jo Sobre el problema de la técnica de la explotación minera y sus orígenes vid . F. J. Sánchez-Pa-
lencia 1983b; 1989; C. Domergue 1990 cit., aunque hallazgos más recientes indican en época prerro-
mana un desarrollo técnico mayor de lo que se suponía, vid., por ejemplo, A. Villa 1998, p. 598.
•31 F. J. Sánchez-Palencia ha insistido en distintas ocasiones en esta idea, más concretamente en
la creación de terminología indígena para designar las técnicas importadas por los romanos (desde
l983b, p. 45). para expl icar la contradicción que implica aparentemente una tecnología importada y
una terminología indígena; es posible que en a lgunos casos sea así, pero lo que Plinio conoció ñ1e
el vocabulario d igamos culto, es decir el que util izaban los responsables de las exploraciones y los
escritores «técnicos)), y no me parece probable que, en el caso de que los indígenas hubiesen creado
un vocabulario propio para designar las novedades introducidas por los romanos en vez de tomar en
préstamo los nombres que éstas traían consigo. ese vocabulario hubiese podido llegar a ser recibido
por el estrato superior si no en casos excepcionales. Vid. infra para otra explicación del uso romano
de términos indígenas.
m Minería hispana en general: O. Davies 1935, pp. 94-139; C. Domergue 1990; A. Orejas. D.
Plácido, F.-J. Sánchez-Palencia & M." D. Femández-Posse 1999; minería del oro: J. F. Healy 1978,
p. 48.
m Respecto a la explotación cartaginesa se adviert.e a veces una actitud de un positivismo casi
ciego: puesto que no hay testimonios arqueológicos no existida o en todo caso no se puede a finnar
que existiese. En realidad toda la historia de la Hi spania bárquida carece de sentido sin una conside·
rabie explotación de los metales monctariament.e esenciales; además así se explica el volumen de las
acuñaciones cartaginesas en plata y la existencia de las de oro en Hispania (M." P. García-Bell ido.
& C. B lázquez 2001 1, pp. 73-4, 11, p. 87), la reaparición de acuñaciones de oro puro en Cartago (G.
K. Jenkins & R. B. Lewis 1963, p. 47), e l interés de los Bárquidas por el NO mencionado por las
f11eorcs y confirmado arqueológicamente. Por eso la afirmación de Sáncbcz-Palencia: «tampoco fue
muy fuene la necesidad de oro que pudieron sentir los cartagineses>> (en C. Domergue coord. 1989
11, p. 52) sólo se puede ex plicar en e l contexto de la discusión espontánea y un tanto irreflexiva en un
coloquio . Ya en 1907 Mispoulet señaló indicios de continuidad con la administración cartaginesa en
las explotaciones mineras de 1-lispania. y la idea ha s ido recogida por autores posteriores: A. D'Ors
1953, p. 73; M." P. Garcia-Bellido 1982, p. 158.
•>• Resumen en A. Orejas, D. Plácido, F.-J. Sánchez-Palencia & M." D. Fernández-Posse 1999.
pp. 284-90.
tudios no permite precisiones pero hay indicios suficientes para contar con una
minería indígena de cierta importancia aunque no para valorar lo que representó
la ocupación romana. 435 En el NO se conoce relativamente bien la importancia y
la complejidad organizativa y técnica de la explotación de época imperial, pero
como ya hemos visto tiende hoy día a pensarse, tal vez apresuradamente, que el
beneficio prerromano de los recursos fue de escasa entidad y mínima sofistica-
ción, simple obtención de lo necesario para las necesidades locales aprovechando
las facilidades naturales, en particular el lavado del oro de los ríos. 436
Las lenguas utilizadas a la llegada de los romanos en las zonas que he mencio-
nado eran también muy variadas, como hemos visto superficialmente (§§ 1.2.3-
1O) y como tendremos ocasión de ir viendo con más profundidad. En el sur es
posible que se conservase todavía residualmente la lengua de las estelas del SO
de la primera Edad del Hierro, pero lo que nosotros percibimos es la penetración
en esa zona de lenguas TE, la de los Celtici y posiblemente al menos otra que pre-
sionaba desde el área lusitana; más al este dominaba el turdetano, lengua de los
herederos de los antiguos tartesios, pero con una presencia muy fuerte del fenicio
en al menos dos variedades, la introducida por los antiguos colonos y la traída
por la ocupación cartaginesa, que quizá había aportado también algunas pequeñas
manchas líbicas; tampoco faltaban enclaves de lengua lE. Desde la alta Andalucía
la situación resulta confusa; e l turdetano no debía ir más hacia el este del territorio
de Obulco!Porcuna, y desde allí tenía una presencia difícil de definir el ibérico;
el fenicio estaba casi tan presente como más al oeste, pero no hay datos para
valorar la posible presión indoeuropea, y la situación desde Sierra Morena a la
costa resulta muy opaca. En el nordeste el ibérico tenía una posición consolidada
aunque, si mi hipótesis es correcta, no como lengua coloquial y nativa sino como
lengua vehicular; esto le daría una posición privilegiada en los intercambios pero
no necesariamente en la explotación de los recursos, en concreto de los mineros,
que básicamente debía concentrarse en el Pirineo. De las lenguas habladas en la
zona no sabemos prácticamente nada, aunque es verosími l que al menos parcial-
mente se diese una presencia indoeuropea en las tierras bajas, pero ello es más
improbable en el Pirineo donde los límites orientales de la familia eusco-aquitana
son difíciles de definir pero han sido tal vez exagerados por la bibliografía. El
Valle medio del Ebro era una zona particularmente compleja en la que entraban
en contacto los que llamamos íberos, que sin duda utilizaban esa lengua pero pro-
bablemente no sólo ésa, los vascones, también en cierta medida plurilingües ya
que aunque hablantes de una forma antigua de euskera, o al menos de una lengua
de la misma familia, habían sufrido una cierta influencia del ibérico y del celti-
bérico, y los celtíberos que como es sabido hablaban una lengua céltica de rasgos
bastante conservadores. En las zonas próximas al Ebro, que nos interesan en este
momento, esas influencias eran tan dominantes que se puede descartar allí un foco
de préstamos técnicos euskeras. Finalmente el resto de Celtiberia era dominio del
celtibérico, aunque tal vez se diese ocasionalmente alguna bolsa precéltica o algu-
na presencia temporal de hablantes de este tipo debida a circunstancias especiales
como la transhumancia.
Dado ese panorama la pretensión de tomar en consideración exclusivamente
el euskera para interpretar el léxico pliniano carece de sentido. No sólo se trataba
de una lengua minoritaria y marginal sino que su hipotético uso por mineros de
la región pirenaica, ni por volumen ni por trascendencia hace esperable en modo
alguno una influencia en zonas peninsulares mucho más desarrolladas desde ese
punto de vista. Los supuestos paralelos vascos merecen todavía cierta atención,
aunque, si se confirman será más lógico ver en ellos, no las formas originales de
la lengua que proporcionó el término al uso semitécnico de los mineros, sino un
testimonio más de cómo palabras de civilización nacidas en un lugar u otro de la
Península, o entradas en la Península por uno u otro punto, se han extendido a
áreas cada vez más amplias alcanzando en muchos casos el territorio vasco, con lo
cual, por circunstancias históricas bien conocidas, sólo alJí han podido sobrevivir
en época moderna. En algunos casos la pervivencia regional de términos relacio-
nados con los de Plinio permite precisar algo sobre su área primitiva de uso, pero
hay que advertir que muchas de las supuestas formas modernas no han existido
nunca en el romance como formas reales, sino que se trata de cultismos utilizados
por glosadores o traductores de Plinio. 437
Me he referido más arriba a las peculiaridades del vocabulario técnico, y con-
viene insistir en esta cuestión. Como es sabido actividades especializadas, en las
que se ocupan grupos relativamente minoritarios, suelen dar lugar a dialectos pro-
pios caracterizados sobre todo por un vocabulario especial. Ese vocabulario tiene
a menudo orígenes diversos en la medida en que esos grupos mantienen relacio-
nes profesionales con gentes de otra nacionalidad o de otra adscripción dialectal,
pudiendo darse situaciones muy complejas con repercusiones incluso sobre la
lengua estándar. El caso más evidente y probablemente mejor estudiado es el de
los dialectos náuticos, pero la lengua de los mineros también ha dado lugar en dis-
tintas zonas y épocas a su propia jerga en la que la movilidad que frecuentemente
caracteriza a la profesión ha dejado su huella en la coexistencia de vocablos de
distinto origen. Un caso bien estudiado es el de la lengua de los mineros alemanes
que se desarrolla desde la Edad Media, cuando en el s. x mineros de la Franconia
renana emigraron a la Baja Sajonia dando lugar a una primera mezcla de su dia-
lecto alto alemán con el bajo alemán de la zona, que se complicó con posteriores
•·" Aparte los tém1inos comentados infra, Grosse (FHA YUI, p. 201) incluye el texto Plinio
33.59, en e l que figura el término técnico obrussa 'prueba del oro', con lo que parece considerarlo de
origen hispano, aunque él mismo menciona e l griego o~pu(;a de l que es préstamo la forma latina; el
griego es a su vez préstamo oriental (A. Emout & A. Meillet 1985, p. 456). J. F. Healy 1978, p. 276
n. 109 incluye aggans ' washing-table' que no se de dónde procede a no ser que se trate de una confu-
sión con una de las lectu ras de agogas; en n. 11 O (p. 276) cita como hispanos ciertos lérminos de las
Tablas de Aljustrcl: rutramina, ubertumbus, pillaciaria, echolae, temagus que exigirían un estudio
pormenorizado antes de pronunciarse sobre su origen .
....2 FHA Ylll, pp. 250-67. No figura en THA 11 B, aunque sí reiteradamenle en THA 111.
... 3 Así lo subraya M. Dol.;: 1953, p. 27, que da la lista de palabras occidentales, no sólo hispáni-
cas. aunque sin estudiarlas. Para la toponimia vid. ibíd. pp. 176-238.
...,. cuniculus en su sentido general pero con juego de palabras con el militar ( 14 60, FHA Ylll ,
p. 266), aswrco {14 199, título; FHA Ylll , p. 267) y balta ( 12 57.9, FHA Ylll, p. 265).
'"' 5 bascauda ( 14 99.1) es palabra británica de acuerdo con el propio Marcial; la cita 1ambién Ju-
venal (Sat. 12 46, con scho/. y glosa que no afectan al análisis lingüístico); vid. X. Del amarre 2003 2,
p. 68, y para la descendencia románica, W. Meyer-Lübke 1935', n.• 969. Varios términos son galos:
bardocucullus (l 53.5, 14 128.1 ) es considerado por Marcial un.a vez propio de los lingones y otra
de los santones; vid. Delamarre, loe. cit, pp. 6 7 y 131 . paeda ( 1 92.8) es ci tado simplemente como
Suetonio (Aug. 82)446 refiere que Augusto utilizaba un solium de madera para
tomar baños de manos y pies, al que él mismo llamaba con una palabra hispánica:
dureta.
Poco hay de interés desde el punto de vista del léxico en las obras miscelá-
neas o las enciclopedias, pero Auto Gelio,447 además de corroborar datos de otros
autores,448 nos ha transmitido como vimos la interesante voz lancea tomada de
Varrón.
Ya hemos encontrado a Isidoro de Sevilla(§ 1.4.1 O); en un par de casos nos
referiremos a él porque menciona una palabra citada por un autor más antiguo,
pero hay un cierto número de térmjnos que sólo se nos transmiten en sus Etimo-
logías, aunque a menudo es dudoso en qué medida se trata realmente de palabras
paleohispánicas o de otro origen, o simplemente de términos usados en el latín de
Hispania en su época. Un caso claro es la atribución a los hispani de la denomina-
ción ciconia (20 15.3), 'cigüeña' , para la pértiga de extraer agua, que es obvio que
se trata de uso figurado puramente latino. 44 9 Sin embargo en otros casos una deno-
minación más genérica, como vulgus o n.1stici, puede referirse a la gente común de
Hispania y a su uso de un término local que puede ser de origen prerromano, como
parece ser el caso de sarna (4.8.6). En el libro 12, dedicado a las aves, Isidoro,
aparte de mencionar amma (12 7.42), posible término paleohispánico, sin indicar
su origen, señala que los hispani utilizan el nombre ciculus para el tucus ( 12 7.67).
El libro 17, sobre agricultura, parecería un lugar indicado para encontrar antiguos
términos rurales, y de hecho alguna palabra de ese tipo, como arapennis, aparece
en otros libros, pero en el 17 sólo tenemos un caso posible y muy hipotético: ala
( 17 11.9). El libro 18 se ocupa de la guerra y enumera un buen número de am1as
algunos de cuyos nombres son, según Isidoro, «hispanos». En algún caso se trata
claramente del latín provincial ; es evidente que francisca, cuyo nombre, como
el propio Isidoro señala ( 18 6.9), deriva del de los francos, es un neologismo del
bajo latín. Más interés tiene la entrada sobre la maza arrojadiza (clava, 18 7. 7), en
la que Isidoro menciona dos palabras que nos interesan: cateia y tautonus. Barca
( 19 1.19) es recogido por Isidoro entre los nombres de embarcaciones. En el li-
bro 19, dedicado a las vestiduras, Isidoro menciona algunas propias de Hispan ia:
siringes ( 19 23.1 ), sagum (19 24.13) y mantum (19 24.15).
En autores muy tardíos, aparte la repetición en los glosarios de fom1as que
ya hemos comentado, es casi nada lo que hasta ahora se ha señalado que podría
galo: no lo estudia Delamarre. De ueredu.~ (Xn 14.1, XI V 86.1 ) Marcial no nos indica el origen, pero
es forma gala bien conocida y que se aclimató en latín y dejó amplia descendencia; vid. Dclamarrc,
loe. cit., p. 264. calla ( 13 69.1) es panónico, lo que puede implicar céltico o no, quizá relacionado con
ganula, citado por Oribasio.
•"" El comentario de Schulten (FHA V, p. 187) es totalmente erróneo.
.,.., FHA Vlfl, pp. 303-5. No figura en THA n B pero si varias veces en THA 111.
..., Vid. infra gurdus y cateia .
....9 En FHA IX, p. 278, Schulten afirma que según Isidoro los hispanos utilizaban con ese sig-
nificado ciconia y te/o, pero se trata de una confusión porque en ningún momento el etimologista
atribuye a te/o ese origen.
los pueblos vecinos de los cántabros, o a que los propios romanos desarrollaron
esa táctica durante las guerras cántabras.458
En conjunto el número de palabras i.ndígenas que entraron en el latín de His-
panía parece ser escaso, incluso sí añadimos a los términos ya vistos un par de pa-
labras atestiguadas epigráficamente459 y la lista no muy numerosa de vocablos no
atestiguados en la Antigüedad pero detectables en e l léxico moderno. 460 Teniendo
en cuenta las condiciones en las que el latín sustituyó a las lenguas indígenas esto
era lo esperable, y lo que se observa en muchos otros casos en que un substrato
interfiere en una lengua dominante en el proceso de ser substituido por ella. 46 1
Paso a comentar en orden alfabético las palabras paleohispánicas atestiguadas
en autores antiguos:
•s• Quienes se han ocupado de la Tacrica subrayan la ausencia de vocabu lario técnico en la se-
gunda pane, más acrual, frente a la primera purameme anticuaría: A. B. Boswonh 1993, p. 255; A.
M. Devine 1993, p. 331. El Camabricus densus es mencionado también por Hadriano en su discurso
a las tropas en Lambaesis (lLS 2487; Y. Le Bohec 2003, p. 90 y comentario en 93-4 (J.-M. Lassere))
en el que también aparece lanceas (vid. infra s. v.).
459 Vid. in(ra /011sia y paramus.
4
60 Presentación antigua de W. Hübner 1893, pp. LXXX III -LXXX IV: una aproximación en J.
Hubschmid 1960b y 1960c, y en R. Lapesa 1981 9 , pp. 46-52. Mucha documentación, a menudo muy
especulativa, e n los monumentales diccionarios de Corominas: J. Corominas & J. A. Pascual 1980-
1991, y J. Coromines 1980. El propio Corominas recogió e l material céltico en J. Corominas 1956 e
insistió en estas cuestiones en 1976. Sobre el te ma habré de volve r al ocuparme de la latini7.ac ión.
461
S. G. Thomason & T. Kaufman 1988, pp. 21,42-3, 68-9, 115-8, 121 , 129,212.
~.: Mencionada también por Yarrón (Rer. ms1. 1 10.2) y san Isidoro ( Orig. 15 15.5), y posi-
blemente en una in scripción; vid. E. HUbner 1893. p. LXXX, c¡ue no considera seguro e l carácter
hispano de la palabrd. La inscripción en lLS 5688 y CIL IP/5.30.
~1 H. Blümner 1887. p. 1 18.
#..1 Citado por V. Bcnoldi 1937, p. 142, y por C. Domcrguc a pan ir de P. Lhande 1926, p. 16 (non
vidi) .
"'5 Aunque C. Domergue 1970a, p. 265 n.48 , niega que se pueda justificar un término griego
en ese contexto. Posteriormente sin embargo lo acepta ( 1990, p. 483). Reconocen que se trata de un
término griego A. Schulten 1963 11, p. 261: F. J. Sánchez-Palencia 1983b. pp. 38-9; H. Zehnacker
1983, p. 177; J. F. Healy 1988, p. 8. La palabra falta en A. Ernout & A. Meillet 1985 y en A. Walde
& J. B. Hofmann 19825, lo que indica que no la consideran latina. Para los testimonios arqueológicos
ala (Isid., Orig.l7 11 .9) es según Isidoro el nombre que los rustici dan a la inula,
'helenio' (también en CGL lll 538.53 (alta) y Antid. Glasgow 125 (alla)). 466 So-
brevive al parecer exclusivamente en ibero-romance,467 por lo que se podría ad-
mitir su origen hispano, pero existen otras formas difícilmente separables que tu-
vieron un ámbito más extenso. Afum con variantes formales (alus, halus) aparece
con dos sentidos diferentes, symphytum officina/e (Piin. 26 7.26.42, 19 6.34.11 6,
[App.) Herb. 59.20, Marc. Emp. 31.29, Ps.-Diosc. 4 9), y symphytum tuberoswn
(Plin. 1 27.24, 27 6 .24.41). 468 Setibonius Largus, médico de la primera mitad del
s. 1, protegido de lulius Callistus, el secretario del emperador Claudio, identifi-
ca inula rustica y alum Gallicum (23) y también Marcelo, el Ps.-Apuleyo y el
Ps.-Dioscórides utilizan esa denominación,469 mientras que encontramos alga/li-
cum en otros autores (Chiron. 243, etc., Marc. Emp. 10.68, 17.21) y Plinio (26 42)
dice que alum es voz gala; 470 por otro lado ya en AAA está atestiguado a/ant (al.
mod. Alant, hol. med. alaen), que suele interpretarse como préstamo latino,411
pero que Bolelli (Ita!. Dial. 17, 136; non vidi) considera, junto con las formas
latinas, resto preindoeuropeo. Las variantes formales de lo que, a juzgar por la
coincidencia de significado, es una única voz original, apoyarían la idea de un
término de substrato; 412 formalmente, en particular por la alternancia entre germ.
alant e hispánico ala, se podría pensar en un término antiguo-europeo, pero la
raíz sobre la que se han formado muchos nombres de ríos europeos, Ala, Alara,
Alsa. Alantia. Almus. Alma ... 413 es probablemente *h 1elh 1-. 'ir sin rumbo' (TEW.
pp. 27-8; LJV, p. 264) o *elh 1 - , 'ir, mover' (IEW, pp. 306-7, LIV, p. 235), lo que
no parece relacionable con el helenio, que por otra parte, aunque crece en lugares
húmedos, no es una planta acuática. Más sentido tendría, dadas las propiedades
de la planta, la raíz IE *h1 el-, 'crecer, alimentar' (!EW, pp. 26-7, LIV, p. 262),474
de lo que podrían ser antecedentes de las agogae en territorio griego o de control griego vid. F. J.
Sánchez-Palencia 1989b, p. 41 y las objeciones de Domergue en p. 52.
466 J. Sofcr 1930, pp. 96-9.
«>T W. Meyer-Lübke 1935¡, n.• 305, que la considera gala, si n duda por confusión o identifica-
ción con a/um, que por el contrario no menciona; más útil J. Corominas & J. A. Pascua l 1980-1991 1,
pp. 99- 1OO. J. André 1981 , p. 247 n. 634: «Les ruslici sont peut-etre des paysans espagools».
468 A. Emout & A. Meillet 1985, pp. 19, 25. 289, pero sigo la clasificación preferible de J. André
1985, s. v. J. Sofcr 1930, p. 99 y Walde/Hofmann 1, p. 33, consideran que ala nace de alum por cruce
con imila. y que alum a su vez pertenece a la familia de alo o mejor a la de alium .
.w> En realidad el texto del Ps.-Dioscórides es dudoso, puede ser «Otros (la llaman) alum galli-
ctmm, o «los galos. almrm. pero en todo caso añade la denominación de los africanos que debe ser
una corrupción de algal/icum.
470
W. Meid 1996, pp. 26-8, muestra que muchos de esos pasajes dependen de Plinio.
471
Walde/Hofmann 1, p. 33; F. Kluge 198922 , pp. 17-8; A. L. Lloyd & O. Springer 1988 1,
pp. 147-9 (préstamo lat. con ti nal analógica germán ica).
m Aunque Thumeysen, en su reseña a la primera edición del Wa lde/Hoffmann. de la que fue
autor exc.lusivo Walde (1906), proponía una etimología lE con paralelos en Al (GGA 1907. pp. 795-
807. en concreto 801 ), que no ha encontrado eco. Una etimología genn. propuso Klugc en 1922. pero
luego la abandonó; cf. Lloyd & Springer cit.
m H. Krahe 1954, p. 49.
m W. Meid 1996, p. 29, defiende esta etimología para alus, y rechaza *alu-, ·amargo', etimolo-
•
178 HISTORIA LINGÜÍSTICA DE I.A P ENÍNSULA IB ÉRICA EN LA ANTIGÜEDAD
arepennis, medida agraria atribuida por Isidoro a los béticos ( Orig. 15 15.4, ara-
pennem), es sin duda gala como afirma Columela (5 1.16),492 ya que su etimología
es clara, *ari-kwenn- (cf. A Ir airchenn, «extremidad, lado corto de un campo de
labom (LEJA A-39)), y /p/ sólo se justifica en galo (are- «ante»,penno- «cabeza»),
no en hispano-celta. Además existen testimonios epigráficos en la Narbonenese
(CJL Xll, 1657) y Pannonia (CJL III, 10275). Como otros términos galos entró en
e l léxico rural del latín occidental aunque la única lengua romance en que pervive
hoy es el francés arpent.~93 Is idoro era consciente de su carácter no literario pero
no de su origen y lo atribuyó a la zona en que lo había oído.
arrugia, ' explotación por medio de galerías subterráneas para provocar la ruina
de un monte' (arrugias, arrugia abl., Plin. 33 70 y 77, FHA, p. 203) 494 debe ser
adaptación técnica de un uso corriente en la lengua,495 que uno se sentiría tentado
de suponer próximo a 'corriente de agua', ya que no sólo e l agua era parte esencial
en la explotación de las arrugiae para una primera separación del material aurí-
fero sino que la palabra ha dejado también descendientes con este sentido en es-
pañol y portugués, como arroyo, arroio,496 y tal vez en otros dialectos romances,
en particular italianos del norte,497 que presuponen sin embargo *rugia; de hecho
m A. Walde & J. B. Hofmann 19825 1, p. 66; A. Ernout & A. Meillet 1985, p. 45; X. Delamarre
2003, p. 53, lo consideran galo, J. Sofer 1930, pp. 118-20, 164, 176, y S . Marincr 1983, p. 846, his-
panocéltico. y aunque Hiibner (p. LXXX) lo menciona se inclina a definirlo céltico, que en su caso
casi excluye el que sea hispano; la etimología, *are-k"'enn- 'extremo (del terreno)' (X. Delamarre
cit.; remonta a Much, citado en Walde & Hofmann) es no sólo cé ltica sino específicamente ga la ya
que en CI se habría conservado la labiovelar. No es necesario postular una forma dialectal con con-
servación de -nd- como creía R. Thurneysen 1884, p. 32, aunque efectivamente esa conservación se
da eo hispano-celta, porque el desarrollo de -d-es secundario en L. Existen di versas formas tardías:
J. Sofer 1930, p. 118 ss., 176.
m Perviveneia en el fr. mpetll y esp. ant. arpende a través de un intermediario arependis; W.
Meyer-Lübke 19353 , n.• 634; J. Corominas & J. A. Pascual 1980 l, p. 210.
m H. Blümner 1887, p. 114; F. J. Oroz 1996, p. 211.
m A. Emout & A. Meillet 1985, p. 48, no excluyen que se trate de un término latino. Propuesta
de etimología latina en H. Meier 1983, pp. 62-3; 1984, p. 33; 1988, pp. 86-94. esta última citada por
F. J. Oroz 1996, pp. 207-8, como posible aunque está en contradicción con lo afirn1ado por él mismo
correctamente en pp. 211-2 sobre la longitud de la vocal u.
• 96 J. Corominas & J. A. Pascual 1980- 1991 1, p. 359.
3
••7 V. Bcrtoldi 1931 , p. 122, que cita la bibliografía anterior; W. Meyer-Liibke 1935 , n.• 678;
J. Hubschmid 1960b. p. 63: J. Corominas & J. A. Pascual, cit. Para J. Hubschmid 1960d, p. 82. se
trata de uno de los términos que relacionan los substratos del área hispánica y de Lombardía y Alpes
orienta les.
en LJV, p. 498 *rei'-) mucho más productiva y que ha dado lugar a desarrollos
muy alejados de su sentido original ' derecho, extender en línea recta, dirección' ;
dados los avatares semánticos de esta raíz no sería imposible que fuese éste el
origen de las voces plinianas, pero es una posibilidad menos económica que la
anterior o la siguiente. Hay en efecto otra alternativa lE; J. MiUán ha buscado el
origen de estas voces en una raíz lE cuya forma plantea problemas (*reu-, reuo-
IEW, pp. 868-7 J, *reuo-1 /ER, p. 71 , *h3reyk- LIV, p. 307), pero de la que sin duda
existen ampliaciones con velar y cuyo sentido es ' machacar, (ex)cavar' ,S00 lo que
a ese A. le parece apropiado al significado de los términos plinianos. En realidad
tanto las formas plinianas como la toponimia o el léxico actual del NO peninsular
apuntan por un lado a la idea de espacio hendido o excavado y por otro a la de
cauce de agua,501 aunque a mi modo de ver este segundo sentido es mucho más
evidente en los testimonios modernos y es desde luego claramente dominante en
••s l. Millán 1973, pp. 135-9, defiende adecuadamente el parentesco de armgia y corrugus.
' 99 En sardo y leonés occidental arruoyo: J. Corominas & J. A. Pascua l, cit.
~00 l. Millán 1973, que con1iene va liosa información sobre toponimia gallega relacionada con
corrugus (pp. 140-2). El A. incluye en su argumemación la lectura de la inscripción CJRG 1 n.• 73 por
él propuesta, que debe ser rechazada (vid. la edición cit.}, pero esto no afecta al resto de la hipótesis.
La relación de arrugia con ÓpÚO'O'ELV, es decir con la misma raíz que propone Millán, ya había sido
planteada anteriormente, por ejemplo, por Curtius, al que cita H. Blümner 1887, p. 11 8 n.; así lam-
bién J. f. Healy 1980, p. 186; 1988, p. 7, pero en términos vagos. Tampoco es preciso H. Zeboackcr
1983, pp. 176-7, que cita además otras hipólesis. C. Domergue 1990, p. 483, parece aceptar la inter-
pretación de Millán, pero en pp. 486-7 la rechaza por razones semánticas, con las que básicamente
coincido, y supone una raíz, lE o no, con el significado de ' lavar, regar' de la que derivarían los térmi-
nos plinianos; una hipótesis más precisa sobre esa posible raíz es la que he presentado más arriba.
so• H. Zehnacker 1983, ad loe. cita la supuesta palabra española arrugia ' mina de oro'; vid.
n. 20.
la zona alpina,502 pero no se puede decir que la semántica decida entre las alterna-
tivas etimológicas. 5m La etimología eo cualquier caso quedaría en el terreno de la
mera posibilidad pero me parece muy improbable, dada la alternancia de preftjos,
que sea cual sea el origen de la raíz no haya sido configurada en las formas que co-
nocemos por hablantes de una lengua 1E,504 mientras que la abundancia de formas
en co- en la toponimia del NO parece indicar que en la jerga minera se adoptaron
términos topográficos locales (vid. inft·a).
as turco, nombre del pequeño caballo del territorio astur, es un caso dudoso. Puede
tratarse de una formación culta latina sobre el nombre de los astures,505 o de una
formación indígena por ejemplo a partir del nombre del río Astura, quizá como
nombre de región. En todo caso t-uvo vitalidad en latín puesto que ha dejado des-
cendencia al menos en rumano.s'lii
baca, a veces escrito bacca, es palabra normal en L con el significado de ' fruto ' o
más concretamente ' baya' , y carece de etimología conocida. 507 En romance ha de-
jado descendencia por todas partes excepto en rumano,S08 pero no tiene una repre-
sentación particularmente significativa en Hispania, donde baya es un galicismo
y baga ha restringido su uso, excepto en portugués, a sentidos muy limitados, en
español, por ejemplo, 'cápsula de la semilla del lino', pero Varrón (De ling. Lat.
7 87) afirma bocea vinum in Hispania, por lo que Hübner (MLJ, LXXXI s. v.)
recoge la voz entre las paleohispánicas dudosas. Sin embargo es evidente por el
contexto que Varrón está pensando no en baca sino en Bacchae, 'bacantes' ,509 un
helenismo que no hay motivo para relacionar con la voz que nos interesa; Varrón
de un lado propone una etimología que no es preciso aceptar, pero de otro nos
revela que su sentido de la lengua no relacionaba bocea con baca. Más verosímil
sería relacionar bocea con bacar, ' recipiente para vino', palabra no atestiguada en
501 Es dudoso que un sentido originario en re lación con la idea de cana l de agua explique el texto
del médico Cassius Feli>: (28 Rose: s. v), el otro ejemplo de la pa labra en latí.n , qu~: de Cinc a las lom-
brices como vermicu/os de arrug ia; podría pensarse más bien en tierras húmedas. algo en realidad
más próx imo que un río a las arrugiae mineras.
SOl Por un sentido en relación con agua se inclina F. J. Sánchez-Palencia 1983b, pp. 43-7, y en
l. Sastre & J. Sánchez-Palencia 2002, pp. 216-7.
l<~ Una interpretación l E diferente de arrugia y corrugus se puede ver en F. Villar 2000,
pp. 23 1-5. pero se basa en la hipótes is de un sufijo paleohispánico -uk- en cuya existencia no encuen-
tro argumentos para creer. Esas palabras también han sido derivadas del L. ruga, vid. , por ejemplo,
A. Walde & J. B. Hofmann 1982 5 1, pp. 69 y 849; A. Emout & A. Meillet 1985, p. 582 s. v. runco.
sos El término falta en A. Walde & J. B. Hofmann 1982s; pero está atestiguado desde la Rhet. ad
Her. 4.50163; vid. ThLL 11, 982. A . Emout & A. Meillet 1985, p. 52, lo consideran latino.
506 W. Meyer-Liibke 1935·\ 749a.
l<ll A. Emout & A. Meillct 1985, p. 63; A. Waldc & J. B. Hofmann 19825 J, p. 91. que no distin-
gue bocea y baca.
«<t W. Meyer-Uibke 19J5l, n.• 859; J. Corominas & J. A. Pascuall 980-199 1 1, p. 453.
m Ch. T. Lewis & Ch. Shon 1879, pp. 217-8, separan adecuadamente baca y bocea (ésta s. v.
Baccha).
la literatura sino en los gramáticos (Festo 28 3),510 a cuya familia pertenecen otros
nombres de recipientes, también atestiguados en los gramáticos o deducibles de
su descendencia románica,S 11 concentrada sobre todo en francés septentrional. Es
precisamente esa distribución geográfica el mayor inconveniente para relacionar
ambos términos, pero Isidoro ( Orig. 20 5.4) menciona entre los recipientes para
beber baccea primum a Baccho, quod es vinum, nomina/a, con lo que especula de
la misma forma que Varrón, pero también deriva baccea del nombre del vino, tal
vez acertando con la verdad sin darse cuenta, si ese nombre del vino fuese bacca.
En conjunto sin embargo los datos son demasiado inseguros para afirmar que
bacca pertenezca al léxico paleohispánico.m
balsa, es voz recogida por Hübner (MU, LXXXI) entre los términos paleohispá-
nicos; aunque sus descendientes romances demuestran que existió como lexema
en la Antigüedad sólo aparece en los textos como topónimo, por lo que debemos
posponer su estudio.
batuca y ba/ux (Piin. 33 77; FHA Ylll, p. 203) deben ser estudiadas más abajo
jw1to con palacurna y su familia.
barca (Isid., Orig. 19 1.19) es recogido por lsidoro entre los nombres de embar-
caciones, aunque sin atribuirlo a los hispanos. El origen del término es dudoso; se
ha pensado en un derivado de baris, préstamo del griego que a su vez procedería
del egipcio, 513 pero su primer testimonio está en una inscripción del sur de Por-
tugal, posiblemente del s. lll (CIL 3; J. D'Encamas;ao 1984, p. 73),514 y antes que
Isidoro utiliza el término san Paulino de Nola (Carm. 21 95), que aunque nacido
en Burdeos vivió en España, especialmente entre 389 y 394, donde pudo tener
propiedades. El término se generalizó sin duda en el bajo latín, dada su extensión
en las lenguas romances,SIS pero ba sido patticularmente vivo en español y la
hipótesis de un origen local, defendida desde Kluge,5 11' que tras revisar todos los
testimonios hasta el s. Xl no ve indicios de un origen oriental, no es improbable.
510 A. Emout & A. Mcillct 1985, p. 63; LEW 1, p. 9 1: ' 'OZ prc-rE relacionada con Bacchos, de la
que derivarla bacar.
511 W. Meyer-Lilbke 19353, n."' 860, 862. 866.
m J. Sofer 1930, p. 165 n.l, piensa que baccea es fom1a céltica, pero no hay argumentos para
ello. A. Ernout & A. Meillet 1985, p. 63, parecen considerar posible una relación de bacca con
Bacchus como préstamo mediterráneo. J. Álva.rez Delgado, 1946, pp. 121-26, va más lejos y propone
una raíz mediterráneo-africana de la que procederían L bucea y su familia, bocea, bacar y la suya, y
términos bereberes, a los que habría que añadir buccinum como préstamo gétulo en L.
m J. Sofer 1930, p. 111 n. 3, 175; A. Emout & A. Meillet 1985, p. 66; Walde!Hofmann 1, p. 96;
ya en Diez.
514 l. Holder 1896-191 O, p. 346, menciona una di vinidad Barcae o Barsae en Comminges.
m W. Meyer-Lübke 193Sl, n.0 952; J. Corom inas & J. A. Pascual 1980-1991 1, pp. 507-8.
516 F. Kluge 1922, pp. 231 -2; considera la voz de origen ibérico, y niega tanto la hipótesis común
como el origen gennánico o céltico que también habían sido propuestos, pero la última edición de su
diccionario, F. Kluge 1989u, s. v. Barke, se adhiere a la opinión común.
brisa (Columela 12 39 .2, CGL ll 43 7.6, 449.36, 570.24), 'orujo' ,517 es palabra ra-
rísima, no atribuida en las fuentes a ninguna región en particular, pero su herencia
romance es básicamente hispánica, 518 a lo que se une que la única mención litera-
ria sea la de Columela. Aparentemente existe una buena etimología lE propuesta
por Brüch y seguida en los diccionarios etimológicos latinos,519 según la cual
sería palabra traco-iliria emparentada con la glosa tracia TÓ. ~pÚTEa,520 'orujo',
con probables cognados en albanés y, como término de substrato, en serbocroata
y esloveno. Dejando aparte el erróneo concepto de traco-ilirio, hoy día podríamos
aceptar un término balcánico antiguo, verosímilmente costero, es decir del grupo
de lenguas que se solían confundir bajo la denominación de ilirio, si es que ha
proporcionado un préstamo al latín, aunque las glosas señalan explícitamente al
tracio, pero esa explicación choca con la geograña romance del término que es
exclusivamente occidental. 52 ' De ahí que Corominas haya preferido buscar un ori-
gen hispánico a la palabra, bien como cognado occidental de la forma iliria, o más
probablemente en relación con un supuesto galo-latín brisare,522 atestiguado en el
escolio a Persio 1 76, brisare enim dícitur exprimere; 523 la relación de brisa, bri-
sare y el francés briser ha dado lugar a interpretaciones contradictorias.524 En todo
caso, aun si aceptamos una base gala *bris- cuya semántica se refiera al pisado de
la uva y al residuo que deja, tenemos un problema difícil; en España brisa pervive
en el área más oriental, en catalán y dialectalmente en aragonés y murciano; claro
está que podría tratarse de un término hispano-celta del área NE, introducido se-
cundariamente en el SE, mejor que celtibérico como afirma Corominas. 525
m No recogida por Hübner. Vid. ThLL 11, 2193-4, y cf. 2194 s. vv. briso y Brisaeus.
m W. Meyer-Lübke 1935J, n." 1.307; J. Corominas & J. A. Pascual 1980-1991 1, pp. 669-70.
s19 A. Emout & A. Meillet 1985, p. 76; Waldc/Hofmann l. p. 116. También IEW, p. 144.
' 10 R. Kati6ié 1976 1, p. 139; l. l. Russu 1967~, p. 97.
m A. Tovar 1974, sin desechar la posibilidad del préstamo ilirio, considera dos alternativas
hispanas: la céltica (vid. inrra) y un componente ilirio en la indoeuropeización de Hispania, al que él
y otros au tores dedicaron diversos trabajos, pero que hoy nos parece insostenible.
m IEW, p. 166; P.-H. Billy 1993, p. 34. No recogido en Delamarre. La relación que establece
IEW con AIr brissid es rechazada con argumentos fonétic.os por W. Meyer-LUbke 19353, n.• 1.31 O y
L.EIA B-9 1, pero puede tratarse de dos derivados diferentes de la misma raíz. cf. R. Thurneysen 1884,
pp. 93-4.
m Cf. schol. a Horacio, Carm. 3 23.16.
Sl• A. Emout & A. Meillet 1985, p. 76, y W. Meyer-Lübkc 19353, n.• 1.31 O, aceptan la relación
de brisare con briser. pero no con brisa.
m J. Corominas 1972 1, p. 400. En J. Cororninas & J. A. Pascual 1980-1991 1, pp. 669-70, se
insiste en el origen hispánico del término y en su relación con briser. pero no hay una atribución tan
neta a una lengua precisa, simplemente se dice del término ga llego-portugués, supuestamente rela-
cionado, brirarlbirtar, que se puede suponer sea céltico o sorotáptico.
pretación latina como derivado de bulla,526 pero la mayor parte de los editores
prefieren la otra lectura, que es sin duda la lectio difficilior,m y bulbatio carece de
interpretación latina. Por ello no parece una hipótesis excesivamente arriesgada
la propuesta de Le Bonniec y Gallet de Santerre de ver en esa palabra un término
local, de la Tarraconense según ellos,528 que en realidad más precisamente habría
que considerar cántabro dado el contexto. El problema en las traducciones habi-
tuales es que implican que bulbatio sería la forma utilizada por Plinio para hacerse
comprender de su público, con lo que difícilmente podría tratarse de un término
indígena, desconocido para la mayor parte de los lecrores; pero lo cierto es que
se trata de un hápax que desde luego no podía ser muy conocido; la solución
es simple reinterpretando la sintaxis: lúe lapis et in Cantabria nascitur, non ut
il/e magnes verus caute continua, sed sparsa, bulbatione - ita appellant-, «esta
piedra también se da en Cantabria, no como la auténtica piedra imán en f01ma de
roca continua sino dispersa, en bulbatio - así la llaman- »; separando sparsa de
bulbatione se obtiene un sentido que no sólo deja clara la diferencia entre los dos
tipos de formación natural sino que justifica el ita appellant que si no resulta in-
comprensible. En todo caso la etimología no está clara; si se tratase de una forma
lE se podría pensar en la raíz de Gr ~oX~ós ' bulbo, cebolla' del que L bu/bus es un
préstamo,529 y que está representada en varias lenguas con sentidos que en general
implican una protuberancia redondeada, pero la raíz base es *bol- (JEW, p. 103)
y extraña la coincidencia de una fonna lE hispánica con la ampliación labial que
aparece en Al y Gr. Por otro lado no sería completamente imposible una forma-
ción a partir de bu/bus desarrollada en el L local de Cantabria para designar un fe-
nómeno local, aunque dado lo temprano de la fecha esto resulte poco verosímil.
caelia, 'variedad de cerveza' (PIin. 22 164, FHA vm, p. 194 sin comentario, pero
vid. A. García y Bellido 1947, pp. 270- 1, y cf. FHA fY , p. 92, a propósito de Oros.
5 7.13-4); no existe una etimología probable, y la asociación con el topónimo
Caeliobriga,530 frecuentemente hecha, resulta poco creíble al margen de la posi-
ble relación de éste con el étnico Coelerni; 531 tampoco veo probable la relación,
propuesta ya por Costa, con el frecuente NP Caelius y formas relacionadas, donde
es dificil separar lo romano de lo indígena hispano, aunque la etimología *kai-lo-
526
A. Ernoui & A. Meillet 1985, p. 76 s. v. bulla. Tanto bullatio como bulbatio faltan en A.
Walde &J. B. Hofmann 1982s.
m Al parecer sólo las ediciones de Jan y Sillig prefieren bul/atio.
528 H. Le Bonniec & H. Gallet de Santerre 1953, p. 306. Su uso de bu/bes en la traducción parece
s30 Vid., por ejemplo, A. Walde & J. B. Hofmann 1982 5 1, p. 130. A. Ernout & A. Mcillet 1985,
p. 83, se limilan a considerarla voz extranjera.
531 J. L. García Alonso 1993, p. 336; E. R. Luján 2000, pp. 61-2.
del término con NNP es menos clara que en otros nombres de armas, aunque hay
algunas posibilidades,545 y no ha dejado descendencia en romance.54('
can tus ' aro exterior de hierro de una rueda', atribuido por Quintiliano, como ejem-
plo, a un hipotético africano o hispano que podría introducir un término extraño
en un contexto latino ( 1 5.8. FHA Vlll. p. 237).SSL En realidad Quintiliano debía
ser perfectamente consciente de que cantus era un término céltico utilizado en su
Celtiberia natal, y hay que separar la hipótesis genérica, provinciales hablando
latín, del ejemplo concreto. Que cantus tiene origen céltico es habitualmente re-
conocido,552 pero la cita de Quintiliano aconseja pensar más concretamente en el
celtibérico, lengua en la que el término tirikantam, atestiguado en el primer (MLH
1V K. l.l) y en el cuarto bronce de Botorrita,553 fue interpretado ya por Fleuriot
como un compuesto de *kant-a y la etimología *tri-kan!- con referencia al lugar
s.s A. Holder 1896- 191 O1, pp. 68 1-2, menciona formas como Caetronius, atestiguado en Hispa-
nia pero mucho más frecuente en otros lugares, en particul ar Italia, Caetranius (68 1), no atestigt1ado
en Hispania, y Caeticcus y Caeto (lll, 1037), el segundo sí atestiguado en Hispania.
s.~ La afirmación de R. Maltby 2002. p. 352, según el cual se continúa en español y ponugués
cetro, debe ser una confusión.
S.l Hübncr, MLI, p. LXXXI; ThLL JI 1, p. 278, lo considera de origen incierto.
J,.IS A. Emout & A. Meillet 1985, p. 94. LEW 1, p. 152, s. v. Canicae. no da etimología .
.s<? J. González Echegaray 1993 1• p. 166, piensa que su origen podría estar en la caballería cán-
tabra.
sso M. Marín y Peña 1956. p. 378; G. Webster 1969, p. 136. Hübner, loe. cit., acepta el origen
cántabro del estandarte.
m «... usual en África o Hispania» (Grosse ad loe. en FHA).
m Por ejemplo. A. Emout & A. Meillet 1985. p. 94. aunque citan G cantem que hoy sabemos es
falso corte de & KavTEIJ.. Sobre la etimología céltica, aunque con la hipótesis restrictiva de que camus
sea de origen galo, X. Delamarre 2003 2• p. 105; vid. también A. Walde & J. B. Hofmann 19825 1,
pp. 155-6. El griego Kavaós en el mismo sentido de cantus, sólo atestiguado tardíamente. debe ser un
latinismo que ha confluido con una palabra gri ega de origen obscuro.
m F. Villar, M.• A. Díaz, M. M.• Medrano & C. Jordán 2002.
en que se unen tres caminos, o bordes de acuerdo con e l sentido céltico de la raíz
kant-, es aceptada habitualmente a partir de un estudio de Villar. 554 También es
pertinente el uso romance;m el español canto en su sentido de ' arista, borde, es-
quina '556 desciende sin duda de la forma citada por Quintiliano.
cateia (FHA VIII, p. 103, atribuida a Varrón por Gelio 1O25.2) es según Isidoro
(Orig. 18 7.7) un arma gala, 557 en lo que coincide con Servio (tela gallico), que la
menciona a l comentar Eneida 7. 741:
F. Vi llar 1990, pp. 38 1-6. Las alternativas que Lextos posteriores han planteado a la formación
l J.<
de tirikantam no afectan a la cuestión semántica.
m W. Meyer-Lübke 19351, n.• 1.616; J. Corominas & J. A. Pascual 1980-1991 1, pp. 81 7-8, que
también se inclinan por el origen celtibérico.
su Se discute si en la acepción ' piedra de construcción, piedra suelta y redondeada' se trata de la
misma palabra o no: J. Corominas & J. A. Pascual 1980-1991 1, p. 819.
m Referencias en A. Holder 1896 1, pp. 839-40; en textos tardíos el término se ve simplemente
como exótico y es considerado africano o incluso persa. Holder ya señala que W catai no es palabra
heredada s ino préstamo latino.
m Como término culto la palabra sigue viva en la Edad Media, v.id., por ejemplo, la referencia
a Abbo (s. x) en A. Blaise 1975, p. 160; también aparece dos veces en la Ars Laureshamensis (s. IX,
CM 40A, cd. LOfstcdt) y en Mauretach (s. IX, CM 40, ed. Holtz).
lS9 LElA C-24; X. Delamarre 2003' , p. 11 O. J. Degrave 1998, p. 143 duda entre las dos etimo-
logías arriba rechazadas. LEW 1, p. 181. que admite que la palabra es ga la. piensa en una raíz *kat-,
'incurvado'. que no sé identificar, a la que podría corresponder también L ca1ax.
~ A. Schulten 1914 1, p. 219; M. P. Garcia-Bellido 1999; M. P. Garcia-Bellido & C. Blázquez
200 1 1, pp. 65-6.
$6l A. J. Lorrio 1995, p. 78; 1997, pp. 196-8 y Tabla 2 ante p. 387.
2001, no se ocupa de las fonnas en -eiko-, pero vid. ejemplos de NN P en -ko- en la tabla de p. 593.
U. Schmoll 1959. p. 54. se ocupa de -eiko- sólo en el NO. J. M. Vallejo 2005. pp. 579-80. cita algún
otro ejemplo no Cl, aparte los lusitanos, pero su interpretación del sufijo se refiere naturalmente sólo
a estos últimos.
tema en -a- en -iko-, los derivados de temas en -ia- son exclusivamente en -iako-.
-ako- o -ioko-, por lo que esperaríamos *kateiakos, *kateakos o *kateiokos, pero
la formación en -eiko- de kateiko es indiscutible y no se ve ninguna base de la
que pueda derivarse con ventaja sobre cateia. Por supuesto no podemos pasar de
una sospecha, pero es plausible que Cateicus derive de cateia, y en ese caso se
comprobaría la existencia del término en bjspano-celta.
ce/dones o thieldones (PI in. 8 166, FHA VIII, p. 176),567 nombre indígena al pare-
cer de los populares caballos del norte, conocidos en latín como asturcones, que
Meyer-Lübke no recoge, por lo que parece que no tiene descendencia románica. 5<•8
•
Dado el número de raíces *kel- o *kel- que se recogen en JEW no sería diticil
proponer una etimología más o menos verosímil pero arbitraria; sin embargo es
tentador el caso de 4. *kel- ' mancha de color', o el de 5. *kel- ' impeler, moverse
rápidamente' ,569 de donde procede el nombre del caballo de carreras en Gr: KÉA'f'lS'.
Por supuesto no hay ninguna seguridad de que no se trate de una forma cantábrica
pre-IE de origen desconocido, e incluso algunas de las hipótesis que lo relacionan
con términos de substrato pueden tener cierta base.
KlpKLOS, circius, «viento del NO», es palabra poco usada en griego pero que en
latín occidental se generalizó en la variante cercius y ha dejado descendencia ro-
mance. m Algunos textos utilizan el ténnino de fonna significativa desde nuestro
punto de vista; Aulo Gelio (2 22.28) y Apuleyo (De mundo !4; FHA Hl, pp. 185-6)
567 A. Waldc & J. B. Hofmann 1982l JJ , p. 679, se mueven en las etimologías «vasco-ibéricas» de
Schuhardt o Bertoldi, en las que se hace interven ir vasco zaldi 'caballo', tém1inos bereberes y fonnas
toponímicas mediterráneas incluso de l norte de África. J. Hubsclunid 1960b, p. 35, acepta la relación
con zaldi, pero considera que bereber aserdun, 'mulo', es un préstamo ltispáoico. Todo esto, al igual
que la hipólt!sis de un préstamo de un hispánico •1eldo en gennánico antes de la segunda mutación
consonántica (F. Klugc 198912, p. 809), que daría Al Zeller, es muy dudoso.
568 A. Emout & A. Meillet 1985, p. 11 O, «Mol étranger, ibere?».
569 LJ V, p. 348; C. Watkios 2000, p. 39 (keP).
pp. 34-5, cuya propuesta - *kerfJ- - me parece la más probable, aunque él la refiere a la variante que
encontramos en el nombre de Ceres y s ignifica 'crecer', mientras que yo prefiero la forma homófona
que sign ifica ' cocinar'; la cen~eza seria una ' cocción'.
sn No recogido por Hübner. ThLL lli, p. JI Ol. Descendencia romance, W. Meyer-Lübke 1935J,
n. 0 1.945; V. García de Diego 1985\ pp. 581-2; J. Coromiuas 1965 ll. pp. 217-20; J. Corominas &
J. A. Pascua l 1983 11, pp. 71.
citan a Catón (Orig. 52 Chassignet), que utilizaba la forma cercius con referencia
especifica a Hispania; el mismo Gelio (loe. cit. y 2 22.20 citando a Favorino, que
era nativo de la zona) y Plinio (2 121) confirman que la denominación se usaba en
la Narbonense; Timóstenes (65 Wagner) en Agatémero (GGM II, p. 473; 11.7 Di-
ller;573 FHA IJ , p. 92-3; THA 11 B, pp. 527-8, 751-2) afLrma que es el nombre dado
por los habitantes de la zona en que sopla al viento Thraskias, del NNO, y aunque
la referencia a los pueblos a los que afectaba ese viento se ha perdido, es claro por
el contexto que incluían a los celtas contiguos a Iberia. Que el nombre del «cier-
zo» no es una palabra paleohispánica propiamente dicha es obvio, puesto que se
trata de griego, KtpKLOS', «halconero, viento del halcón», 574 sin embargo cabe la
posibilidad de que haya entrado como préstamo focense en el sur de Francia y en
el NE de España incluso antes de la conquista romana. 575 En latín el término está
atestiguado desde Catón, pero Timóstenes demuestra que ya antes se conocía en
griego y se consideraba propio del arco NO del Mediterráneo, lo que para un tér-
mino griego implica el dialecto focense de Marsella y Ampurias, pero la forma de
expresión de ese autor da la impresión de que no está pensando en griegos sino en
indígenas, lo que implicaría que el término griego había entrado como préstamo
en alguna lengua local. Por otra parte la doble forma latina, circius/cercius, puede
apuntar a una recepción directamente del griego, posiblemente en Marsella,576 y
a otra, con /e/, transformada por un intermediario;577 esta segunda es, no sólo la
que utiliza Catón, cuyos comentaristas señalan su pronunciación anómala, sino la
que ha dado origen a las formas romances, es decir la que realmente se usaba en
el habla de Occidente. Corominas y Pascual dan un paso más y suponen que en
realidad no se trata de un helenismo sino de una auténtica forma hispánica origi-
nal basándose en su diferencia con otros testimonios griegos578 y en que la forma
cierzo aparentemente sería más usual en el SE y oeste, pero frente a datos que, si
realmente responden a la realidad y no al azar de las investigaciones realizadas,
pueden ser resultado de fenómenos modernos, es mucho más significativo el que
cercius haya dejado descendencia sólo en occitano, catalán y español y no en
galaico-portugués.579 En conjunto me parece probable que estemos ante el único
testimonio antiguo, explícitamente reconocido por los autores, de la influencia
cuscolium o cusculium (Piin. 16 32, FHA Vlii, pp. 186-7) está mencionado por
Plinio en un contexto ambiguo, en el que sintácticamente tanto puede referirse al
coccum, 'agalla producida por el quermes', utilizada para teñir de rojo,599 como
a la parva ilex, ambos previamente mencionados. 600 En general se entiende lo
primero, dado que ése es el sentido de español coscoja, pero no hay que olvidar
que la coscoja está próxima a la encina y responde bien a la descripción de Plinio,
que el catalán cosco!/ designa una especie de encina chaparra, y que dentro de su
ambigüedad el texto favorece más la segunda alternativa, que es la que me parece
más probable.601 En todo caso se trata de un término sólo citado en este pasaje de
Plinio, de uso limitado en latín por lo tanto - posiblemente léxico rural- pero
que ha sobrevido en español, catalán y provenzal,602 que carece de interpretación
latina y Plinio introduce con el típico vocant que normalmente implica término
extraño y/o de uso técnico, y para referirse a una actividad que pone en relación
con Hispania. Es muy probable por lo tanto que, aunque Plinio no lo diga explí-
citamente, la palabra sea de origen hispano; no tenemos sin embargo datos para
atribuirlo a una u otra zona ni para arriesgar una etimología.
s97 M. Faust 1966, pp. 27-9, 130-1 y mapa de p. 143. Vid. también F. Villar 2000, pp. 23 1-7.
aunque no compano la idea del A. de que el sufijo pueda ser 1E.
;,. V. Benoldi 1937, p. 146, atribuye el término al mismo mundo pirenaico-alpino al que atri-
buye otros tém1inos mineros. y lo contmsta con la familia. también prerromana pero direrente, de
lepus.
s.. A. Walde & J. B. Hofi11ann 1982s l. p. 241 , contra lo habitual no consideran coccum de origen
griego sino celta. lnlerpretación usual de la dirección del préstamo en X. Delamarre 2003 2, pp. 120-1.
La cuestión no puede considerarse aclarada.
600 A. Walde & J. B. Hofmann 1982s 1, p. 318, dejan abierta la posibilidad de una derivación
19351, n.0 2.424. J. Corominas & J. A. Pascual 1983 11, pp. 219-20, resulta ambiguo, por un lado tra-
ducen cusculium como 'coscoja'. por otro consideran e-sta última palabra dllrivada de esp. coscojo .
.Ol Algunas de las formas romances supuestamente relacionadas son muy dudosas.
de madera, que designaba con el nombre hispánico de " dureta", y sumergir alter-
nativamente las manos y los pies» (trad. R. M. 3 Agudo).
El texto ha dado lugar a interpretaciones discrepantes, ' baño, cubo, asiento' , pero
el contexto claramente contrasta la práctica de Augusto con un baño normal en
que se moja el cuerpo, y solium, si con cierta libertad podría ser entendido como
un baño de asiento - puesto que Suetonio dice insidens solio-, no veo cómo
puede traducirse por 'cubo'. Se trata por lo tanto de un tipo particular de asiento
y no es preciso relacionarlo en absoluto con la estancia de Augusto en un bal-
neario de los Pirineos (Crinágoras, A nth. Pat. 9 4 19) s ino en términos generales
con su presencia en el norte de Hispania durante las guerras cántabras. Los NNP
Dureta de León, DVREITA de una tésera celtibérica recientemente publicada y
turenta de Botorrita,603 podrían estar relacionados, pero la semántica del término
que nos transmite Suetonio no parece muy adecuada para NNP. La tradicional
interpretación como recipiente para agua favoreció una etimología idéntica a la
probable del río Duero y otros muchos ríos (Durius ; *dheu-r- ' correr', IEW, pp.
259-60), pero excluida esa interpretación nos encontramos, como en el caso de
todos los elementos aislados y descontextualizados, en la imposibilidad de ofrecer
una etimología que tenga un mínimo de garantía y a la vez, puesto que por razones
históricas ya mencionadas es probable que e l término proceda de una lengua lE
del norte de Hispania, ante diversas posibilidades más o menos arbitrarias, por
ejemplo *dü-re-tola- '(asiento) alargado' (cf. IEW, pp. 219-20), o incluso mala
transmisión --o disimilación de derivado en -r-, *dru-r-et- - de una forma de la
bien conocida raíz *deru-, *dreu- ' madera, árbol, roble' (IEW, pp. 214-7).
EOKápw (conj. de Wellmatm) es, según Pánfilo (Diosc. 3. 21; FHA V Il!, p. 154),
nombre hispano para el cardo corredor {E1y ngiumj. 604 En realidad el Pseudo-
Dioscórides lo que atribuye a los hispanos explícitamente es la voz latina cenhJm-
capita, pero a continuación añade, introducidas por «otros», dos denominaciones
más que, a juzgar por el uso de «otros» en e l conjunto de la obra, deben referirse a l
pueblo previamente mencionado. La primera de esas denominaciones es EOKápta
y la segunda AE ~EvváTa (vid. infra). 60~ No hay elementos para una localización o
una etimología.
fa/arica figura entre las armas arrojadizas citadas por Isidoro (Orig. 18 7.8).606 El
propio Isidoro, como otros autores, da una etimología secundariamente latina, a
603 F. Diego 1986, n.P 194; F. Villar & J. Untennann 1999. t>. 727: F. Beltrán, J. de Hoz & J.
Untermann 1996, 11-25. MLH IV K.1.3.11-25 y p. 602.
"" No recogido en Hübner; falta en H. Frisk 1954- 1972 y en P. Chan traine 1968- 1980.
ol<ll En THA 111, p. 3 15, sólo se retiene centumcap ita , de lo que se deduce que los autores no con-
sideran hispanos los otros términos.
1>06 No recogida por Hübner.
partir de falo , que ha sido aceptada por autores modemos. 607 En realidad la rela-
ción entre ambos términos dista de ser segura y puede ser un resultado secundario
de la semejanza fonética, unida o quizá contribuyendo a lo que se deducía de la
evolución del am1a. Quesada ha distinguido, creo que con razón, dos usos del
término, uno que corresponde a un arma de mano ibérica, similar pero no idéntica
al pilum romano, y otro que corresponde a un proyectil pesado arrojado por una
máquina y propiamente romano, que es en realidad al que se refiere fsidoro; 608
no es fácil entender cuál es la relación entre ambos usos, pero el más antiguo,
o al menos el atestiguado con mucho en fecha más temprana, es el relativo al
arma ibérica. 609 A partir de ahí podríamos pensar que efectivamente la palabra fue
tomada por los romanos de los íberos, pero hay sin embargo ciertos problemas.
En este caso estaríamos ante un término propiamente ibérico, cuya entrada en la
historia internacional se produce en Sagunto, y un préstamo ibérico con /f/ parece
totalmente increíble;610 hay por supuesto alternativas; existía ya una voz romana
similar y simplemente se asimiló la voz ibérica, lo que justificaría el mencionado
doble uso, o existe una forma púnica intem1ediaria, que haría posible el paso de
una oclusiva ibérica, vía una forma púnica aspirada, a una /f/ latina, pero el ibérico
no conocía formas oclusivas labiales sordas que se prestasen a ser realizadas en
púnico con aspiración. Desde el punto de vista fonético la hipótesis ibérica no es
imposible pero sí muy difícil; alternativamente podríamos pensar en un término
meridional, donde nuestra ignorancia excluye el que podamos plantear dificulta-
des muy concretas. En cualquier caso la cuestión por ahora carece de base sufi-
ciente para ser tomada muy en serio.
gandadia o gangadia, 'mezcla natural de arcilla y grava ' 611 (gangadiam BP, gan-
dadiam VdT, también gandediam gangadadiam, Plin. 33 72, no en FHA). 612 En
relación con el término pliniano se suele citar el supuesto vasco andyelo «tierra
arcillosa»,613 pero, al margen de las dudas que suscita esa forma, Corominas ha
negado con aceptables argumentos su relación con gangadia. 614 La palabra tal cual
601 LEW 1, pp. 446-7, discute diversas alternativas parajala; A. Emout & A. Meillct 1985, p. 2 13.
la consideran voz etrusca. Holder no recoge fa/arica.
60!< F. Quesada 1997, pp. 334-6.
6IYI El testimonio más antiguo es Ennio (557 Skutsch); en Virgilio (Ae11. 9 705) no es necesario
entender que Tumo es capaz de arrojar un proyectil de máquina, lo que seria un anacronismo con
respecto al tiempo poético. El testimonio más antiguo del nombre aplicado a un proyectil parece
hallarse en Lucano (6 198).
610 También los celtíberos conocían la falarica (A. Lorrio 1997, p. 192, con refe rencia a Tara-
cena), pero un préstamo del C l con /f/ sería igualmente incre íble; ninguna de esas lenguas poseía
una fricat iva labial. Sobre / f/ en Hispania vid. U. Schmoll 1959, pp. 97- 100; J. Hubschmid 1960b,
pp. 148-9; M." L. Albertos J987a.
611 Sobre su naturaleza C. Domergue 1972-1 974 , p. 508; F. J. Sánchez-Palencia 1983b,
pp. 39-40.
612
H. BIOmner 1887, p. 1 16; A. Walde & J. B. Hofmann J982s 1, p . 582 y A. Schulten 1963 11,
p. 260, que reenvían a Bertoldi; F. J. Oroz 1996, p. 212.
6 3
' A. Emout & A. Meillet 1985, p. 267, H. Zehnacker 1983, p. 176.
•" J. Corominas & J. A. Pascua l 1980 111, p. 73.
no parece haber dejado testimonios romances,615 pero puede estar relacionada, so-
bre todo si admitimos la lectura gandadia, con los diversos derivados de ganda,616
un vocablo propio de la zona alpina central y oriental que en España estaría repre-
sentado por la voz asturiana y gallega gándara - también portugués septentrional
gandara, ' tierra baja e inculta'- 617 con sus variantes gándra y granda, ésta muy
viva en la toponimia. Menéndez Pida! incluyó también otros topónimos iniciados
en gand- con distribución meridional y mediterránea que carecen de control se-
mántico y es muy dudoso que pertenezcan a esta familia. Si aceptamos la relación
de las formas hispanas y alpinas nos encontramos ante un representante de uno de
los más confusos problemas del substrato, ya que no se ve una posible etimología
1E y hay que partir por lo tanto de un horizonte lingüístico de muy amplia geo-
grafía pero que no cubre la totalidad de la Península/'18 previo a la penetración lE
y del que no podemos garantizar que haya participado el protovasco.6 ' 9 La forma
pliniana en todo caso debe corresponder al vocabulario hispánico septentrional,
ya que esa hipótesis, existiendo a llí los herederos modernos, es más económica
que hacer venir al vocablo de la ltalia alpina.
•z• Laberio (Decimus Laberius) en Frgm. 13 Rib. (vol. 11, p. 281) = Sonaría v. 26 (p. 42. comen-
tario en pp. 107-8 con referencias a las citas de los glosarios) (Aul. Gel. 16 7.8).
inula. Su presencia en Hübner (ML! LXXXII), aunque sea para negar su carácter
hispánico, parece deberse a una confusión a partir del texto de Isidoro (Orig. 17
11.9) en que afirma que los rustici llaman ala (vid. supra) a la inula. Esta última
voz, quizá transformación latina de ÉX.Évwv, es normal en el vocabulario botánico
latino y no tiene nada que ver con las lenguas paleohispánicas.625
lancea (atribuida a Varrón por Gelio 15 30. 7;626 FHA VlH, p. 100),627 considerada
de origen griego por Festo ( 105.17) posiblemente por confusión con X.óyxr¡, y
gala por Diodoro (5 30.4).628 El término puede ser a la vez galo e hispano-celta, ya
que en ambas zonas puede haber dejado rastro toponímico,629 pero se naturalizó
en latín desde Sisenna, citado por Nonio, 630 y san Isidoro (Orig. 18 7.5) menciona
la forma sin hacer ninguna referencia a su origen extranjero. Se ha pretendido
relacionarla con Alr do-léicid 'lanzar', pero el sentido básico de este verbo en su
forma simple no deja dudas de su origen en */eik"- (LIV, pp. 406-8) y no tiene
por lo tanto ninguna relación con /ancea; 631 una interpretación semántica y fonéti-
camente obvia sería CC */ang-ya (I E*{d)l!Jg"-), ' la larga', si se pudiese justificar
la oclusiva sorda, pero a pesar de cierta tendencia en galo y en la antroponimia
hispana632 a la alternancia de g y e, no existe una base suficiente para admitir esa
evolución -o reinterpretación fonética latina- para la que existen numerosos
contraejemplos;633 por razones semánticas */onkii (!EW 677), 'valle, pradera, le-
cho de río', que Scbmoll ha propuesto para topónimos como Lanca,634 no parece
posible.635 En todo caso no debe pensarse que el vocalismo a exija una alternativa
no céltica como la supuesta por Walde & Hofmann.
6H A. Emout & A. Meillet 1985, pp. 339-40; A. Walde & J. B. Hofmann 19825 1, pp. 757-8, y
m Interpretada en general como casos de ultracorrección; vid. en último lugar J. M. Vallejo Ruiz
2005, p. 704.
olJ En general para los problemas de las bases lank- y /ang- en la Península vid. en último lugar
con las referencias a la bibliografía anterior D. Wodtko 2000, pp. 215-6.
•J.J U. Schmoll 1959, pp. 79-80.
635 El propio Schmoll, loe. cit., separa ambas formas y considera la etimología de lancea no
resuelta.
caso que fue palabra extendida en el latín occidental -al parecer no hay restos en
rumano-; en el lenguaje oficial se halla ya en el Edicto de Diocleciano ( 19.71:
11ávToc:; valorado en mil denarios; la parte latina está perdida). El vasco montar,
' trapo' en vizcaíno y guipuzcoano, aparte otras acepciones dialectales varias, se-
gún Azkue (s. v.), y 'manta de abarca' según Michelena,654 podría estar relacio-
nado tanto si se trata de un término latino como de una forma hispana; podríamos
pensar en una forma primitiva si aceptásemos la propuesta de Bertoldi sobre un
antiguo formante de plural-ar,655 no incompatible con significados como ' trapo' o
'cosa sin valor', pero la teoría de Bertoldi es una mera especulación, no imposible
pero sin argumentos precisos.656
pala (vid. infra Str.), palacurna y palaga 'pepita de oro de más de diez libras de
peso' (palagas, palacurnas, Plin. 33 77, FHA, p. 203), y balux o balucis ' pequeña
pepita o polvo de oro' (balucem, Plin. 33 77, FHA VII I, p. 203), forman parte de
una familia atestiguada también en otras fuentes,657 alguna de los cuales añade
más formas. Marcial (12 57.9, FHA V[ll, p. 265) menciona en genitivo una forma
corrupta en los códices que se restituye sin duda como balux o palux, la primera
variante preferible desde el punto de vista de la coincidencia con Plinio, la segun-
da a juzgar por lo realmente transmitido; es importante que la forma vaya acom-
pañada del adjetivo Hispana, justificado posiblemente no sólo por el origen del
oro cuya manipulación por el malleator en las calles de Roma robaba el descanso
al poeta sino también porque explicaba la palabra balux y a la vez juntamente con
ella indicaba el origen del oro. Balluca está atestiguada en textos jurídicos (Cod.
Just. 11 17.1 , Cod. Theod. 1O 19.3-4) y técnicos (Veg. De mulomedicina 1 20.2),
de los que se deduce que no era oro retinado sino con ligeras impurezas, y es sin
duda variante de balux porque su sentido es muy próximo. Por último Estrabón,
en su descrípción de la minería turdetana, menciona el término rrá>..a o rrá>..11 como
designación local de una pepita que alcanza la media libra (rrá>..as, Str. 3 2.8).
Obviamente todos estos términos están relacionados pero es difícil establecer su
origen y las formas de su dependencia mutua.658 De Estrabón podría deducirse que
la raíz es turdetana,659 máxime teniendo en cuenta que con toda probabilidad su
ten 196311, pp. 261-2; C. Domergue 1990, pp. 483-4: F. J. Oroz 1996, pp. 212-3.
6' 8 R. Menéndez Pidal 1952. p. 17 1. interpreta balux como fom1ación «ambro-ilíría» sobre una
en todo caso la idea de 'polvo' es segura, y no es un término adecuado para designar no el polvo de
oro sino precisamente la pepita de al menos medía libra, es decir algo más de 160 g; cf. en este mismo
sentido C. Domergue 1990, p. 484.
6«1 F 47 (239 Edelstein-Kídd, 19 Theiler) y cf. F 1 17 (89 Thei1er) Jacoby. M. LaiTranque 1957; J.
Malítz 1983, pp. 105-9. No se discute que las noticias recogidas en Str. 3 2.9 procedan de Poseídonio.
pero la cuestión no es tan clara para Str. 3 2.8, que aquí nos interesa directamente; F. Lasserre J966b,
p. 41 n. 2, opina que el texto en cuestión estaría tomado de Asclepíades. No existe una conclusión
cierta, pero en todo caso el dato se refiere con seguridad a Turdetania y a época republicana.
661
Str. 3 2.9 se refiere a un pasaje de Poseidonio sobre los ártabros, pero en términos que indican
conocimiento indirecto. puesto que el contexto es el de la explotación del estaño por pueblos all án-
tícos mal conocidos, y por otra parte mencionando tan sólo la explotación de placeres fluviales por
medio de bateas, pero no de oro puro sino de plata, estaño y oro blanco.
662 Así A. Schulten 1963 11, p. 262.
663 Partiendo de esa idea F. Víllar 2000, pp. 232-3. ha propuesto para &aluca una etimología
' pequeña [píedrecita] brillante' de *b~el- ' brillante' con un sufijo diminutivo atestiguado en lituano,
pero como he dicho ames no creo en la importancia de tal sufijo en el ámbito lE paleohispáníco.
664 Vid. infra § 2.1 0.2, y J. de Hoz 1989b, pp. 552-3; interpretación dí ferente en F. Vi llar 2000,
pp. 346-9. También se ha querido ver en la alternancia un rasgo típico del ibérico (V. Bertoldi 1931,
p. 134; J. Coromínas & J. A. Pascual 1980 1, p. 352), ¡>ero en la perspectiva del substrato general
vasco-ibérico que no se puede mantener. Admitida la pluralidad y variedad de lenguas de la antigua
Hispania, ninguno de los datos geográficos que tenemos sobre este grupo de palabras los relaciona
con el mundo propiamente ibérico.
paramus (C/L 2660d, IRPLe 17d; Jul. Honorius, 84, p. 36 en GLM), anteceden-
te, al parecer ya con ese sentido, de «páramo»,671 atestiguado exclusivamente en
5
"" J. Corominas & J. A. Pascual 1980 1, p. 483, rechazan explícitamente la relación con bal/ico
'planta similar a la cizalla' , pero en IV, pp. 350- 1, proponen derivar de pa/aga, vía una hipotética
*palagana 'gamella para batear', la palabra española palangana. de eti molog ía discutida; la especu-
lación semántica me parece excesiva aunque no imposible.
666 A. Scherer 1963. pp. 407, 4 12; H. Krahe 1964, pp. 48-9 (resumiendo muchas publicaciones
anteriores). R. Lazzeroni 1964, pp. 34-7. da argumentos de cierto peso para negar el carácter lE de la
mayoría de estos topónimos, y para conectarlos con el grupo siguiente.
667 En último lugar B. Prósper 2002, pp. 44·6, con bibliografía anterior.
668 La bibliografía es excesiva para dar más de un par de ejemplos: G. Devoto 1939, que niega
explícitamente la relación con balux (p. 54); V. Bertoldi 1931 , pp. 139-4 1, 156-7. Las formas ca-
talanas, gasconas, romanches y gri sonas que dan nombre a pastos alpinos, pendientes y rocas son
consideradas por muchos ro mani stas (J. Corominas 1972 11, p. 169; J. Corominas & J. A. Pascual
1980 IV, p. 345) deri vados metafóricos de Lpa/a, pero la cuestión me parece abierta.
Offl M. Lejeune 1971 ; P. Solinas 1994; F. Molla 2000. R. Menéndez Pida! 1952, p. 166, ponía en
relación todavía e l término lepóntico con los bidrónimos lE y con los más dudosos NN L habitados.
La palabra no tiene nada que ver con Lpala: A. Walde & J. B. Hofmann 1982s 11, p. 236.
70
• Aducido con muchas reservas por P. Chamraine 1968- 1980 1, p. 161.
61
' Pero en realidad los topónimos modernos implican s ignificados diversos, aunque en general
reducibles a la idea de altum: J. Hubschmid 1960a, pp. 484-5.
m W. Mcycr-Lühkc 19351, n.• 6.228; J. Corominas & J. A. Pascua l 1980 IV, pp. 390-2. J. Hu-
bschmid, loe. cit. con bibliograt1a, excluye las formas portuguesas.
6 73
Por ejemplo, U. Schmoll 1959, pp. 44 y 81 ; A. Tovar 1968a: J. Hubschmid 1960a, p. 485;
J. Corominas & J. A. Pascual, loe. cit.; J. de Hoz 2001 , p. 115. La etimología remonta a E. Phj)jpon
(1909, p. 191). R. Menéndez Pida! sin embargo (1952, pp. 69-70) parece inclinarse por un s ufijo
prerrornano mal definido.
•" Aparte JEW ya citado vid. ejemplos diversos en C. Watkins, pp. 65-6.
675 El grado pleno con el timbre /el conservado parece estar atestiguado en la Península en el NO
Peremusta, mientras que el también ND Param(a)eco deriva de paramus.
676
No en Hübner.
677
A. Walde & J. B. Hofmann 19825 1, pp. 340-1, se ocupan de ambas formas juntas; su etimo-
logía es sólo válida para la latina. Los derivados romances (W. Meyer-LObke 19351• n.• 6.657) pro-
ceden lilmbién de éslil.
reburrus es incluido por Hi.ibner (MLI LXXXII) entre los términos hispánicos
dudosos, aunque se inclina finalmente por su carácter latino. 678 En realidad los
testimonios latinos son muy escasos y tardíos, desde San Agustín, y su relación
con Fr rebours no está clara.679 Lo cierto es que Reburrus con algunas variantes
es un NP frecuentísimo en ciertas zonas de Hispania, básicamente en el N0,680
que no se explica a partir del latín y que no es seguro que haya dado origen a la
forma latina,68 1 aunque cabría una posibilidad de reinterpretación latina, morfo-
lógica y semántica, del término hispano. 682 Schmoll ha propuesto con dudas una
forma lE precelta con tratamiento *r > ur, etimología *bhrsos, 'enhiesto' (IEW,
pp. 108-9),683 que deja abierto el problema de re- a no ser que aceptemos para el
NP el mismo sentido que para el adjetivo L y por lo tanto la identidad de ambas
formas. Más vale no separar la palabra del estudio de la onomástica personal del
NO, donde realmente corresponde.
sagum es citado por Isidoro ( Orig. 19 24.13), que como otros autores considera el
término galo. 684 La palabra aparece casi contemporáneamente en griego (cráyoS') y
en latü1; 685 Po libio menciona a galos de Italia vestidos con sagoi (2 28.7, 30. 1) y a
menudo se le atribuye a él la mención del origen galo de la palabra (por ejemplo,
Ernout/Meillet), pero en realidad no tenemos ningún testimonio temprano sobre
la procedencia del préstamo, que en autores posteriores puede ser una deducción
a partir de los textos de Polibio. Es dudosa la relación entre la forma griega y la
latina; lo más probable es que se trate de un préstamo céltico en latín que pasó de
éste al griego;686 la forma sagus, idéntica a la griega, está ya atestiguada en Ennio
(529 y 530 Skutsch), sin que las citas permitan identificar en qué contexto histó-
rico utilizaba el término, y todavía lo usa así Afranio (44 Ribbeck y López), que
además menciona un Gal/um sagatum (284 Rjbbeck = 283 López); a menudo es
678 A. Emout & A. Meillet 1985, p. 566, parecen aceptar la latinidad del término pero no dan
etimología. LEW 11, pp. 422-3. reenvía a 1, p. 124. s. v. /.burra, que relaciona con Gr ~tppóv, ~i ppo~ .
~úpoa, y niega sea voz gala. A. Holder 1896-19 10 11, p. 1089, lo considera celta siguiendo a Zeuss y
a d'Arbois; referencias en 1089-92, y NNP relacionados en 1088-9.
670
A pesar de W. Meyer-Llibke 1935 3 , 11.0 7. 105.
~ J. Rubio Alija 1959; J. M. Vallejo 2005. pp. 382-90.
681 El adjetivo reburrus, tardío, podría proceder de L burro en su acepción de 'lana grosera' (así
J. Cororninas & J. A. Pascual 1980-1991 l. pp. 630-1) y no tener ninguna relación con el NP, aunque
es sospechosa su distribución básicamente occidental e incluso hispánica. Los ejemplos renanos a los
que Corominas/Pascual, loe. cit., dan ciena imponancia, son dejados de lado por su inciena relación
con la zona por L. Weisgcrber 1969, p. 291.
6B1 En último lugar, con la bibliografia anterior y una posición razonable sobre el tema. vid.
no ser que el sentido 'arena gruesa' de vasco sarra, que Hubschmid relaciona con
port. charneca, ' terreno inculto, arenoso y estéril' sea primitivo. Pero hidrónimos
como Sarnus o Sarna se explican de la manera más económica como formaciones
«antiguoeuropeas» con sufijo nasal, paralelas a Adrana, Adranos, Albina, Amana,
Arnus, etc.,703 a partir de la raíz lE *serhr 'arrojarse sobre, fluir ' (IEW, pp. 909-
91 O; L/ V, p. 535), y por tanto sin relación aparente con el sarna isidoriano, aun-
que en realidad un desplazamiento semántico 'fluir, brotar, brote, erupción ' -e f.
eczema de EK(Éw, ' hervir'- no es impensable.
segutilum (PILn. 33 67, FHA VIll, p. 202)/04 sentido poco claro en Plinio que es
la única fuente. 705 El A. nos dice que así se llama el indicium, obviamente de la
presencia de oro, y lógicamente parece referirse al resto de la arena de una batea
tras el lavado, pero lo cierto es que afirma alveus lúe est harenae, con lo que que-
da la duda de si se refiere a todo el contenido de la batea o a esta misma, en cuyo
caso habría que pensar en una arena de características especiales o en una batea
peculiar.706 También en este caso se ha buscado, a falta de una etimología vasca
inexistente, aproximar al menos la formación de la palabra al vasco con referen-
cia a algunas supuestas fonnas dialectales, apuntaladas con NNL antiguos como
Sing-ilis Bilb-ilis;707 en realidad en vasco no existe ningún indicio de un fonnante
en -i/, y por otra parte nuestra ignorancia de la etimología de la fom1a pliniana
nos impide segmentarla adecuadamente; no hay ningún motivo para preferir una
formación *segut-il- a, por ejemplo, un compuesto *segu-til-. Hay que reconocer
sin embargo que tampoco se ve una etimología lE factible , por mucho que se
quiera manipular el sentido de las diversas raíces lE *seg- o *seft-. 108 La hipótesis
menos descarriada, aparte el simple reconocimiento de nuestra ignorancia - que
es lo único seguro-, sería pensar en un término meridional, pero no existen tes-
timonios turdetanos claros de fom1aciones comparables. En cuanto a la supuesta
formación de topónimos hjspanos en -i/i-, está en realidad, a diferencia del tema
il(t)-, mínimamente justificada porque se basa en un número escaso de nombres
ha dado lugar en varias lenguas 1E al nombre de la 'tierra ' ante todo en su sentido cosmogónico pero
también como materia (!EW, p. 1061 ), por lo que se podría pensar en algo así como 'contenedor de
tierra'.
strigiles (h) o striges (8) ' pepitas de oro puro' ;70<) sin posibilidad de decidir entre
las diversas variantes al tratarse de un bápax (Piin. 33 62, FHA VIH , pp. 20 1-2);710
es posible que en la forma transmitida baya influido el helenismo (?) strigilis711
o en sentido contrario la familia de strigo. 712 Bertoldi, fiel a su teoría del léxico
minero ibero-aquitano, aceptaba la forma strigiles y la relacionaba con la forma-
ción de segulilum, sobre la que ya hemos visto su opinión.713 Hay que subrayar
que en este caso Plinio indica explícitamente que se trata de una palabra hispana
(Hispania striges vocal auri parvo/as ma.<¡sas) .
siringes, 'vestidura propia de los hispanos' (Isid., Orig. 19 23.1 ).714 Sobre sirin-
ges cabe una vez más la posibilidad de que se trate de un tém1ino dialectal latino,
relacionado con el verbo stringo, 'apretar, estrechar', e incluso se ha supuesto
que tendría un paralelo próximo en el slrigium (CGL V 631.43)1 15 o stigium (V
61 0.11) de los glosarios, ambos definidos como genus vestimenli.7 16 Un derivado
vulgar *stringa habría dado el español antiguo es/ringa y el ital. siringa, denomi-
nación de un tipo de cinta que Corominas & Pascual prefieren poner en relación
con formas germánicas como ing. string,717 por lo que consideran que se trata de
un término godo; sin embargo la familia de slring viene de lE *slreng'-, 718 cuyo
grado -o- da lugar a la familia germánica *strang-, y la mutación de a, normal en
anglosajón en un tema *slrangi-, es en gótico una mera posibilidad que no pode-
mos comprobar porque, al parecer, el tema no está atestiguado en esa lengua. Por
otro lado, el paso semántico de lE 'estrecho, apretado, torcer' a germ. <<cuerda/
709
No recogida por Hübner.
110 H. Blümner 1887, pp. 119-20; A. Schulten 1963 11, pp. 257-8.
711 A. Walde & J. B. Hofmann 19825 11, p. 603, consideran el término pliniano un uso especial
de esa palabra latina. La tendencia a adaptar los términos plinianos a fonnas latinas reconocibles es
evidente en h.
m Schulten creía en una derivación de stringere. En cualquier caso no hay que relacionar el
lérmino pliniano con la variante striges, de siringes 'vestimenta hispana', en lsid. 19 23.1; vid., por
ejemplo, J. Sofer 1930, pp. 45-6. H. Zeh.nacker 1983, pp. 170- 1, considera por el contrario que sirin-
ges es celtibérico (?) y que striges debe serlo también.
m V. Bertoldi 1950, p. 225.
11
' No recogida por Hübner.
1' 5 J. Vallejo 1949, considera que siringes es una variante de strigium, que estaría atestiguado
ya en Plauto (R. P. Oliver 1947, pp. 405- 10, en particular 407, y frags. 16-7 en p. 419 (sobre lapo-
sibilidad de que Perotti tuviese acceso a manuscritos perdidos vid. pp. 389-90)), al que podría haber
utilizado Isidoro; por otra parte Perotti e Isidoro podrían haber conocido el De genere veslium de
Suctonio (cf. Oliver, p. 407, n. 64).
71
6 Ernout, A. & Meillet, A.: 1985: Diclionnaire, 657; A. Walde & J. B. Hofmann 19825 IJ,
p. 604. J. Sofer 1930, 45-6 (y 171) niega la relación con strigium o stigium , pero siguiendo a Brllch
(Die Einjluss der germanischen Sprachen al!( das Vulgiirlatein, Heidelberg 1913, 51) admite una
fonna la!. are. *siringa de stringo, de la que siringes sería una variante.
717 J. Corominas & J. A. Pascual 1980-1991 11, pp. 810- 1.
118
IEW. pp. 1036-7; C. Watkins 2000, p. 87; LIV. p. 604.
talutium (Piin. 33 67, FHA VIII, p. 202),722 lectura insegura; el sentido del pasaje
tampoco está claro, puede ser 'clase de oro' o ' indicio de la presencia de oro' .m
Plinio no dice que la palabra sea hispana y la introduce inmediatamente después
de mencionar un hallazgo en Dalmacia,724 pero en general se admite que como
otras palabras técnicas de la minería pertenecía al vocabulario hispánico, y sobre
esa base se han dado intentos de explicación;725 Meyer-Lübke sin embargo daba
por seguro que se trataba de galo, de donde francés y provenzal talus y a través del
francés esp. talud. 726 La etimología gala de fr. talus, que remonta a Jud, es prácti-
camente segura dado el bien documentado galo talu- 'frente' y los derivados de la
misma raíz en lenguas célticas con significado topográfico, pero es muy discutible
que talus pueda proceder de talutium , más bien habrá que postular un *talutum.
Dada la ausencia de terminología minera específicamente gala en Plinio, y la bien
atestiguada existencia de la mencionada raíz celta en Hispania,727 me inclino a
119 El tema *sn·en¡!'- está representado en A Ir por e l verbosrengaid, 'tirar de, arrastmr', y tal vez,
aunque también podría ser prés1amo germánico, por el sus1antivo sreng 'cuerda': LEJA S-184-5.
m X. Delamarre 2003 2, p. 282.
m D. Wodtko 2000, s . vv.
m H. Blümnerl887, pp. 113-4; W. Meyer-Lübke 19353, 8545b; A. Walde & J. B. H.ofmann
1982$ 11, p. 645; A. Emout & A. Mcillct 1985, p. 675; A. Scbullen J 963 11, p. 258; J. Corominas &
J. A. Pascual1980-1991 V, pp. 390-2; C. Domergue 1990, p. 484; F. Oroz 1996, p. 213; D. Wodtko
2000, p. 359; X. Del amarre 20031, pp. 288-9.
72
J El primer sentido, por ejemplo, en Emout & Meillet, Schuhen (con un matiz claramente
falso), J. F. Healy 1989, p. 12, J. W. Humphrey, J. P. Oleson & A. N. Sherwood 1998, p. 187, C.
Domcrgue 1972-1974, pp. 501 , 516; e l segundo, por ejemplo, en Meycr-LUbkc, Spitzer (citado por
Corominas & Pascual, p. 391) y Wodtko.
124
A. García y Bellido 1947, p. 188, no recoge el texto, por lo que parece que no lo considera
relativo a Hispania.
ns V. Benoldi 1937, p. 145; 1938, p. 236, cuya interpretación ya hemos visto a propósito de
alutia, se apoya en vasco !uta «desprendimiento de tierras» (R. M. de Azkue 1906 T, p. 560), que no
es s ino variante de lurf(l, obviamente derivado de lur 'tierra' . H. Zchnacker 1983, pp. 173-4, critica
la etimología que defiendo más abajo, y acepta la improbable relación con alwia. La lectura de h,
alutatium, debe basarse ya en un intento de relacionar ambos términos.
726
Meyer-Lübke, cit.; Schulten cit., que, sin embargo, combina interpretaciones lingüísticas
contradictorias; F. J. Sánchez-Palencia 1983, 39; J. Corominas & J. A. Pascual, c it.; Delamarre, cit.
m Wodlko 2000, 358-9 con referencias.
tasconium ' tierra arcillosa clara de la que se hacen crisoles' (tasconio, Plin. 33 69,
no en FHA). 130 Es uno de los términos plinianos cuya explicación por el euskera se
ha considerado más obvia a partir de vasco toska «caolín» (R. M. de Azkue 1906,
p. 285), casi general en la lengua, y 'cal de las estalacitas' en vizcaíno de Arra-
tia.73' Por otro lado Bertoldi cita la forma medieval Tasconem del actual Tescon ,
río entre Montauban y Tolosa que supongo debe ser el Tescou que desemboca en
el Tarn en Montauban, aunque en realidad no hay razones semánticas para relacio-
nar toska y Tasconem. Más interés en relación con la voz euskera tiene el término
romance hispánico oriental, tosca, aducido por Hubschmid,732 con acepciones que
van de ' arena fina ' (aragonés) a ' piedra ' (na vano), pasando por distintos tipos de
arenisca blanda o tierra apelmazada (catalán, alavés). Este grupo sin embargo es
interpretado por Corominas y Pascual (1983 Y, pp. 565-7), que señalan su uso en
castellano, como derivados de la familia romance de esp. tosco, a su vez de origen
latino, de los que procedería también la forma vasca; esta interpretación parece la
más ajustada a los datos y resuelve el problema de la diferencia de timbre vocálico
entre la forma pliniana y las modernas que Bertoldi no se planteó, ya que en rea-
lidad no estarían relacionadas. Ese problema no se da en la etimología preferida
por J. Corominas y J. A. Pascual 1983, pp. 437-9, que incluyen el térmi110 en la
familia de esp. tascar 'espadar el lino', derivada de un término céltico conocido
por la glosa gálata TOOKÓS' 'estaca'.733 Los autores citados no se plantean el pro-
blema de la relación de TacrKÓS' con *tascos, *taxos 'tejón' ,734 aunque mencionan
Los NNP galos con primer elemento tasco- que sin duda es el nombre del animal.
Se trate o no de la misma raíz, no veo posibilidad semántica de explicar así tasco-
nium; sin embargo quizá se podría diferenciar, de entre las formas citadas dentro
de la familia de tascar, algunas semánticamente muy alejadas como tasco 'terrón
118
J. Corominas & J. A. Pascua l, loe. cir., 391, consideran la posibilidad del celta hispano, pero
se deciden por una elimologia «ibérica» siguiendo a Bertoldi; Domergue acepta la etimología celta;
también Wodtko parece considerar posible una forma celta hispana.
719
Hay que reconocer sin embargo que los indicios de la raíz en cuestión en esa zona son muy
tenues, vid., por ejemplo, Tafanius en Russu, l. 1.: 1969: 1/irii, 252.
73
° F. J. S{mchez-Palencia 1983b, pp. 40-1, que subraya la presencia de tierras de ese tipo en el
NO; A. Ernout & A. Meillet 1985. p. 677; C. Domergue 1990, p. 484; F. J. Oroz 1996, pp. 210- 1
(iber. y aquit.lafsco-). Desconozco en qué se basa H. Zehnackcr 1983, p. 175, que aduce una inexis-
tcnre. palabra española 1asconio 'tierra calcosa para hacer crisoles'.
731
V. Bcrtoldi 1931 , p. 100-1 , seguido, por ejemplo, por A. Walde & J. B. Hofmann 1982 5 11,
p. 650, por A. Schulten 1963 11, p. 258, y por Domergue.
732
J. Hubschmid 1965, pp. 126-8.
m W. Meycr-Lilbkc 1935 3, 8591 b.
7; • X. Delamarre 20032 , pp. 292-3, que no cita tasconiwn.
cubierto de césped' a ambos lados de los Pirineos centrales,735 pero ni está clara
su autonomía ni en ese caso serían semánticamente relacionables con seguridad
con tasconiwn o tendrían una interpretación clara. En realidad carecemos de una
etimología viable para la palabra y por lo tanto desconocemos su origen. 736
m Supongo que ése debe de ser el «Spanish tascO>> del que J. F. Healy 1978. p. 194, deriva tas-
conium.
136 Aunque uno de los sentidos de lE *teH- (> *tá- en CC y otras lenguas de la fiunilia) ( IEW
1053-4) es ' fundir' , resu ltaría muy aventurado proponer esta etimología.
"' La lectura toutonus es clarameote preferible como lec/lo di.tficilior ya que no existe ningún
motivo para que un escriba haya substituido un esperable teutonus por el problemático tautamts, que
por otra parte aparece también en los glosarios.
133 No recogida en Hübner.
739 J. Sofer 1930, pp. 46-7 (y 171 ). A. Walde & J. B. Hofrnann 19825 11, p. 652, admiten una
urium 'barro arrastrado por el agua de las arrugiae, concretamente en los corrugi'
(Plin. 33 75, no en FHA)164 también ha sido considerado un caso claro de relación
con el euskera a partir de vasco ur 'agua', con numerosos derivados, entre ellos
hidrónimos, a lo que dentro de la concepción vasco-iberista y lingüísticamente
unitaria de la Hispania antigua se añadía el río Urium (ac.), nombre antiguo del
Odie!, y otros hidrónimos antiguos y modernos, en particular la diosa Uro fons
(CIL XII 3076) en el departamento de Gard. 765 En realidad el texto de Plinio in-
dica claramente que el término no se refiere a agua sino a tierra (genus terrae), 766
por lo que se han buscado otras posibilidades,767 pero no existe ninguna expli-
cación semánticamente válida que cuente con un mínimo de indicios positivos.
La toponimia hispana, no sólo la hidronímica, e incluso la antroponimia ibérica,
proporcionan por supuesto muchos nombres iniciados por ur- o que contienen un
elemento de esa forma que podría ser segmentable, al margen de las fonnas como
Baeturia o Astura, así sutijadas o que pueden estarlo/68 pero se trata de un seg-
y W. Meyer-Llibke 19353, 9034. para la etimología que remonta a Baist. Las formas italianas del N
que cita Mcycr-LObkc son una vez más llamativas.
7 1
6 Voz mediterránea para A. Ernout & A. Meillet 1985, p. 744.
162
André parece dar por supuesto que se trata de una palabra latina, pero él mismo (cit.. 35-6) da
un buen argumento para excluir una re lación con uligo y udus.
7
6.1 M.• J. López Pantoja 1995. 18.
' "' H. Blümner 1887, p. 118 n. 1; F. J. Sánchez-Palencia 1983b, p. 41: A. Ernout & A. Mcillct
1985, p. 755 (¿ibérico?); H. Zehnacker 1983, p. 177 (palabra ibérica).
' liS V. Benoldi 1931, p. 100, con la bibliografía anterior; 1937, p. 142: U. Schmoll 1959, p. 92;
A. Walde & J. B. Hofmann 19825 11, pp. 840-1 ; A. Schulten 1963 11, 1>· 260; C. Domergue 1990,
p. 484. También sobre la idea de una raíz de significado ' agua', pero en este caso lE - •awer- en
IEW, pp. 80-1 , *weh ¡-r en IER, p. 100-, F. Vi llar 2000, pp. 199-208.
766
No encuentro conv incente la argumentación de F. Villar 2000. 206, que insiste en que la
palabra debe significar una clase de agua. Un intento de salvar la relación con vasco w· aceptando la
diferencia semántica en F. J. Oroz 1996, pp. 213-4 (compuesto).
' 6' C. Domergue 1970, p. 266.; M.• J. López Pantoja 1995, pp. 27-73, plant.e a una ingen iosa hi-
pótesis para explicar urium y Urius (así citado) a pan ir de un supuesto vasco *uri- 'rojo' que babria
servido para designar la tierra roji za arrastrada por e l agua de las arrugi(le y las aguas igualmente
rojizas del río; vasco urre ' oro' tendría el mismo origen. El problema es que la clave de la teoría,
*uri- = ' rojo', es totalmente especulativa.
' 68 Se puede entresacar una lista de entre las formas citadas en F. Villar 2000. pp. 194 y 200;
mapa en p. 202 del que se deduce, a mi modo de ver, la posible coincidencia de formaciones de dis-
tinto origen.
mento tan mínimo que carece de valor para establecer relaciones si no se cuenta
con datos externos, en particular semánticos; sin embargo desde ese punto de
vista sólo contamos con el término vasco y con el hecho de que ciertos topónimos
que podrían estar formados sobre esa base son nombres de río, lo que nos lleva
al signiiicado 'agua' que en principio debemos separar del término pliniano. Es
sin duda llamativa la coincidencia entre el nombre del Odie! y la forma citada por
Plinio, ambos urium en acusativo, lo que como mucho podría indicar una mínima
diferencia en nominativo si tuviesen distinto género. Dada la importancia minera
de la zona Tinto-Odie! y su explotación muy anterior a la del NO, al menos en vo-
lumen no meramente artesanal, resulta tentador pensar en un término semitécnico
del SO que haya llegado al NO con los prospectores y mineros que sin duda llevó
a la zona la organización romana de las explotaciones, pero en ese caso habría
que pensar que el río, dadas sus características, llevó un nombre del tipo «(Río)
Lodoso», con lo que de nuevo estamos en plena construcción especulativa.
viriolae y viriae; Plinio distingue viriolae como forma Celtice y viriae como for-
ma Celtiberice (33 39, FHA, p. 20 1). 769 En otras ocasiones he dudado del sentido
de Celtíce, que podría referirse a los celtici hispanos o al galo, es decir la lengua de
la Celtica, pero Plinio se refiere sistemáticamente a ésta con la denominación
latina habitual, por lo que creo que efectivamente aquí, por extraño que pueda
parecer dada la escasa importancia de la etnia, habla de la lengua de los celtic i,710
posiblemente a causa de que en este caso conocía su contraste con el celtibérico,
al que la debía considerar casi idéntica -cf. e l conocido texto sobre el origen
celtibérico de los ce/tici: Celticos a Ce/tíberis ex Lusitania advenisse manifestum
est sacris, lingua, oppidorum vocabulis (Piinio, 3 13)- . La forma gala debía ser
en realidad igual a la celtibérica, y ambas palabras, que juegan un papel en la
onomástica personal tanto de las Galias como de Hispania, tienen una etimología
bien conocida: *weih 1- 'curvar' .771
z(a)eus (Columela 8 16.9, Plinio 9 68, FHA , pp. 179-80),772 nombre en Gades del
faber o 'gallo'; algunos autores lo interpretan como el del dios griego,773 pero se
trata en realidad del (a.los, conocido en griego sólo en Hesiquio (s. v., definido
como «especie de pez>>, aunque existe también la forma (a(a'Los igualmente rara)
'fll Otras citas de viriae en A. Holder 1896 111, pp. 362-3; los textos jurídicos muestran en qué
grado ambas formas se habían integrado en la lengua latina. lsid. Orig. 19 31.16 puede ser un indi.c io
de que efectivamente viriola era forma característica del SO de Hispania.
710 X. Delamarre 20032, p. 321 , interpreta el término viriola como galo, pero el paralelo onomás-
tico que da no corresponde a viriola sino a viria. De todas formas ambas palabras han. podido con.vi-
vir en las mismas lenguas ya que una no es sino el diminutivo de la otra, de ahí que ambas pervivan
en una misma lengua romance: W. Meyer-Lilbke 19353,9366 y 9370.
171 R. Thumeysen 1884, pp. 82-3; A. Walde & J. B. Hofmann 19825 ll, pp. 799-800.
m No recogido en Hilbner.
m Grosse, FHA Vlll, p. 167; A. Holgado (cd.) 1988, p. 198 n. 50.
774
K. Lan.e L953, p. 42, da argumentos para preferir la fonna (ato~ y para negar que Opiaoo
haya utilizado la voz; seria una corrupción del nombre de Diogeniano.
m A. Tovar 1973b. p. 103 n. 30. piensa en una forma «mediterránea» porque no ha sido identi-
ficada como semítica, pero realmente nuestro conocimiento del fenicio no da pie para el argumento
de ausencia.
o bien:
1
Fundamental M. Koch 1984; además, de entre una bibliografia exageradamente amplia. se
pueden encontrar refe rencias o a lguna idea útil en A. Garcia y Bellido 1952, pp. 282-3; J. M.• Bláz-
quez 1969; C. González Wagner 1986a; J. de Hoz 1989a, que en buena parte utilizo en lo que sigue;
G. Cmz Andreotti 1993 y 1995; J. Alvar 2000.
1
Fr. S 7 en D. L. Page 1974; Estrabón 3 2.11. Vid. también M. Dav ics, PMGF p. 154 fr. 184;
FHA F, pp. 182-3; THA JI A, pp. 90 y 104-8.
3
M. Treu, RE Suppl. 11, 1968, pp. 1253-6; M. L. West 1971.
yupop((ous
ÉVKEU9j.LWVL TIÉTpas .
Por Estrabón sabemos que la referencia es al nacimiento de Eurytíon, el boyero de
Gerión, y por los descubrimientos papirológicos de la Gerioneida, que en el texto
de Estrabón es preciso, por razones métricas, contar con una laguna; la primera
solución, [2.1 a] es una conjetura de Barrett, aceptada en la edición de Page, que
da un sentido probable aunque la literalidad de la expresión griega y su lugar en
el texto transmitido admite diversas posibilidades; de hecho la métrica aconseja
optar por la segunda/ [2.1 b), que es la adoptada en la edición de Davi es y en el
Estrabón de Radt. La traducción «fuentes» en vez de «aguas», que a menudo se
encuentra en comentaristas del pasaje, no está en absoluto exigida por el texto
griego y da un sentido absurdo, una isla frente a las mismas fuentes del río.>
Las informaciones que obtenemos de este texto son tres: los griegos occiden-
tales conocían ya en aquellas fechas el río Tartessos, la región por la que corre
el río tenía ya fama por su riqueza en plata y las noticias relativas al río y a la
región tenían ya suficiente antigüedad y habían causado suficiente impacto entre
los griegos como para que se hubiese iniciado el proceso de localización allí de
antiguos mitos cuya geografia original era imprecisa.
Es importante subrayar que ya en su primera mención el nombre de Tartessos
aparece sometido a un proceso de mitificación; este proceso va a continuar y se
va a hacer más complejo a medida que pase el tiempo. Por supuesto ninguna
información que corresponda en origen a la tradición mítica, y que sólo secunda-
riamente haya sido localizada en la geografía real de la Península Ibérica, deberá
ser tomada en consideración por el historiador. De todo ese proceso lo único que
nos interesa aquí es lo que implica sobre el tipo de conocimiento que los griegos
tenían sobre la zona. La mitologización no significa necesariamente un conoci-
miento vago y nebuloso; los griegos estaban acostumbrados a asociar sus mitos
a su propio entorno geográfico, y por ello pudieron trasladar esos mitos incluso a
zonas de colonización donde se habían implantado firmemente y que les eran co-
nocidas con absoluta precisión, pero por otra parte la geografia tradicional de los
mitos era bastante imprecisa, destacando en ella sólo algunos rasgos necesarios
para el relato, por lo que también un territorio mal conocido, incluso conocido
sólo por noticias indirectas, podía convertirse en escenario de un viejo mito; bas-
taba que un par de rasgos, susceptibles de aplicación a éste, excitasen la imagina-
ción de una comunidad griega.
idea que de ellos se hacía el autor (vid. infra § 2.3.3). Lo importante es que, para
Hecateo, Tartessos era un territorio en el que existían ciudades,' 5 dato éste que hay
que valorar en relación con el texto de Anacreonte citado y con los de Heródoto
que enseguida analizaremos. En cuanto a los nombres de esas ciudades, que no
aparecen más que aquí, la con seguridad citada por Hecateo, Elibyrge, puede estar
formada sobre el e lemento frecuente en NNL i/-, mientras que la del fragmento
45 Nenci, atribuible verosímilmente pero s in seguridad a Hecateo, lbylla, podría
corresponder a la serie toponímica ip(p)o- y, aún más dudosamente, a las forma-
ciones meridionales en -u/a, pero todo esto no pasa de especulación (§ 2.1 0.2.2).
Más interés podría tener la distinta fonnulación de ambos fragmentos, en el pri-
mero <<polis de Tartessos», en el segundo «polis de Ta1tessía» (vid. 2.2.1).
Antes de ocupamos de noticias posteriores a Hecateo, debemos empezar por
zanjar una cuestión bastante confusa y de la que a menudo se ha dado una inter-
pretación excesivamente simplista: la del cierre del Estrecho a los navegantes no
fenicios, o si se quiere no púnicos, a partir de fines del siglo VI.
Desde el punto de vista de las fuentes esa idea ha sido defendida sobre todo
por Schulten, al que han seguido muchos otros, basándose sobre todo en textos
poéticos y en particular en Píndaro. Hay en efecto en los poemas de este autor,
destinados a celebrar a los vencederos en los grandes juegos religiosos griegos,
una serie de alusiones a las Columnas de Heracles como límite que no debe ser
transgredido. 16 Para Schulten tendríamos aquí referencias históricas precisas a
una situación de hecho, los griegos no podrían cruzar e l Estrecho porque se lo
impedirían los cartagineses. 17
Para juzgar correctamente un pasaje de un texto literario es imprescindible
considerarlo en su contexto, y atendiendo a la vez a las características propias del
género al que pertenece ese contexto. Los poemas de Píndaro conservados perte-
necen a un género literario de rasgos muy peculiares y definidos por una tradición
fuertemente formalizada; la misión del poeta es elogiar a un vencedor, y para ello
utiliza recursos diversos y tópicos, pero el elogio se combina con otros compo-
nentes tradicionales, uno de los cuales es la reflexión moral apoyada a menudo
en la metáfora y el ejemplo mítico que la enfatizan y le dan color y vitalidad. La
retlex.,ión moral de Píndaro, en la línea de una importante tradición griega arcaica,
insiste en la noción de los límites humanos, de la frontera entre hombres y dio-
ses, y de la conciencia que de esos límites y esa frontera debe tener el hombre,
aun cuando se trate de un vencedor. Esa noción aparece a menudo expresada por
medio de alusiones míticas que son a la vez ejemplos y metáforas, así la alusión
a los límites que marcó Heracles con sus columnas o al desdichado intento de
•s Utiliza Tartcssos y Tartessía, pero a diferencia de las ciudades «de los mastienos» no se nos
ha conservado un frag mento en que hable de ciudades <<de los tartesios».
" O. 3.43-5, lsth. 3/4.29-30, N. 3.1 9-23, N. 4.69-70, Frg. 256 S-M; THA 11 A, pp. 176-85.
11
Idea reiterada en multitud de ocasiones, baste citar e l comentario a los pasajes de Pindaro en
cuestión, FHA JL. pp. 16-7.
Belerofonte para llegar volando al cielo. 18 Tan mítico es un tópico y tan poca re-
lación tiene con la realidad histórica como el otro. Lo que sí se puede deducir de
los textos pindáricos es que el Estrecho representaba algo remoto y escasamente
conocido para la generalidad de los griegos. 19
El supuesto cierre del Estrecho no puede defenderse por lo tanto a partir de
las fuentes literarias; de hecho el único texto explícito referible a una situación
histórica de naturaleza análoga a la que implicaría ese cierre, el primer tratado de
Roma y Cartago, transmitido por Polibio,2° no aporta ningún indicio a su favor.
En cuanto a la escasez de noticias sobre Occidente en las fuentes anteriores a
Polibio, ninguno de los autores conservados con cierta extensión tenía motivos
para ocuparse particularmente de estas tierras. Si el cierTe se dio las pruebas habrá
que buscarlas no en los textos sino en la arqueología, y en tanto e-sas pruebas no
se materialicen deberemos juzgar por sí mismos los fragmentos de los siglos v-111
que se nos han transmitido, sin interponer en nuestro análisis el prejuicio de una
supuesta impenetrabilidad de Occidente. Por otro lado, incluso si el hipotético
bloqueo hubiese sido una realidad, griegos y fenicios habrían seguido hablando y
comunicándose noticias; la absoluta impenetrabilidad de Occidente para los grie-
gos es un extraño mito carente de la más mínima verosimilitud.
Es precisamente un autor del siglo v el primero que nos ha dejado textos sobre
Tartessos de cierta extensión y de contexto conocido. Heródoto menciona Tar-
tessos en dos pasajes ( 1 163, 4 152), y en otros se refiere a las comadrejas tartesias
(4 192).2 1 Todos esos textos tienen en común el centrar su interés en cuestiones
ajenas a la Península Ibérica, y el que las referencias a Tartessos tengan por lo
tanto un claro carácter anecdótico. Conviene subrayar esto y recordar que Heró-
doto no debió de realizar investigaciones especiales sobre Occidente, aunque sí se
interesó de forma específica por la colonización focea,22 lo que inevitablemente le
puso en contacto con el tema Tartessos.
En los tres textos citados se manifiestan los distintos planos de la información
'
de Heródoto. El parecido de las comadrejas del Norte de A frica y las tartesias pue-
de apuntar a la literatura geográfica con menciones sobre flora y fauna. 23 La histo-
18
Vid., por ejemplo, A. Kohnken 1971 , índice p. 240 s. v. «Grenzem>.
19 A. J. Dominguez Monedero 1988: E. Gangutia, THA /1 A, p. 184 n. 379. A. Tovar, que ya
había insistido en las relaciones de Cádiz con Atenas en época clásica ( 1962a. pp. 81 6-7), ve en ellas
prueba del libre paso del Estrecho ( 1971 , p. 40).
10 3 22-23, ef. W. Huss 1985, p. 89. Distinla podría ser la situación en el segundo tra.tado (Polib.
3 24), pero cmonces ya estamos en la segunda mitad del siglo IV (cf. § 2.1.2).
21 FHA ll, pp. 26-8 y 29; THA ll A, pp. 238-49 (4 192 falta en THA).
12
Heródoto parece referirse a la muralla de Focea como a un monumento directamente conocido
por él, y es probable que sea en la propia trddición local donde ha adquirido sus noticias sobre los
descubrimientos y colonización focenses, cf. F. Jacoby 1956, p. 117; M. Gigante 1966, p. 296; la
ausencia de los pasajes herodoteos sobre Hispania en las recientes obras colectivas sobre el autor es
a la vez testimonio de la importancia marginal que tienen en su obra y de la escasa familiaridad con
el tema de gran parte de los estudiosos de la Antigüedad.
2} En realidad el término griego usado por Heród!)to puede referirse a varios animales más o
menos relacionados con la comadreja; el contexto parece adecuado para esta interpretación, pero el
hecho de que se trate de un animal peculiar del N de África y de Espai'ía podría aconsejar la traduc-
c ión «hurón».
2
' F. D. Harvey 1976; M. Tore lli 1982, p. 3 18; A. Johnston & M. Pandolfini 2000, pp. 1S-6 con
la bibliografia en n. 6 de p. 16.
15 B. Freyer-Schauenburg 1966.
'• Estas relaciones están recibiendo confinnación arqueológica en los últimos años, cf. infra
§ 2.2.4.
rcs, vid. J. Caro Baroja 197 l. pp. 77-124, aunque excesivamente teórico en a lgunas de s us conclusio-
nes. Vid. también §§ 2.3.1 y 2.3.3.
2<l Esa ha sido sobre todo la posición de A. Schuh.:n 1945 2, pp. 12.3-35, y en muchos otros lu-
gares.
minar qué es lo que Herodoro entendía por génos ibérico, lo cierto es que en el
sur distingue una serie de pueblos de los que los tartesios no son sino uno más,
que en ningún modo es considerado con dominio sobre los restantes. La posición
especial de los tartesios se deduce sin duda de otras fuentes, pero la conserva-
ción del fragmento de Herodoro es una afortunada casualidad que nos permite
matizar nuestras conclusiones; el «reino» de Tartessos era política y económi-
camente, y en sus relaciones con el exterior, la comunidad más importante de
Andalucía, cuya propia posición destacada, de acuerdo con un movimiento muy
común en la bistoriografia, se ha convertido en única posición visible, pero no era
la única comunidad existente y los griegos, y por supuesto los fenicios, conocían
. '
vanas mas.
Los fragmentos de la literatura del siglo v o de comienzos del1v que hacen
alusión a productos gaditanos podrían hacemos pensar que la ausencia de referen-
cias paralelas a productos tartesios sí es significativa, pero no sólo hay que contar
con el mero azar de la transmisión sino también con la propia naturaleza de las
exportaciones mencionadas, que las hacía mucho más apropiadas para figurar en
pasajes cómicos, dado el interés por la gastronomía que caracteriza al género, que
otros productos como los minerales. Es significativo sin embargo que, frente al
amplio espacio en que la arqueología muestra la presencia de establecimientos
dedicados a la producción de salazones en el sur de la Península,30 sea Cádiz la
ciudad que monopoliza las referencias, lo que parece indicar su hegemonía como
centro de redistribución. Por ello no es raro que la única referencia a Tartessos en
la comedia sea completamente anecdótica, y comparable a la referencia herodotea
a la comadreja; se trata de una mención de la «murena tartesia» en un pasaje aris-
tofánico - Ranas 475; FHA Ir, p. 43; THA TIA, pp. 282-3- en el que el adjetivo
«tartesio» ha sido elegido más por lo remoto de la referencia y por las posibles
asociaciones verbales con Tártaro que por su concreto valor referencial, aunque
un par de fuentes posteriores implican que la «murena tartesia» era una variedad
particularmente exquisita.31
Pero no merece la pena pasar revista a todas las alusiones, reales o posibles, a
Tartessos que nos ha legado la época comprendida entre Heródoto y la segunda
guerra púnica; me limitaré a mencionar algunas particularmente significativas o
que añaden realmente algo a nuestros conocimientos.
'
Algunos de los fragmentos de Eforo conservados demuestran que se ocupó del
sur de la Península,32 pero no aportan nada de interés, a no ser que nos apartemos
de nuestro tema estricto para entrar en la dificil cuestión de los límites meridio-
nales de los celtas(§ 2.4.5 pero sobre todo !NFRA). Por el contrario, su contem-
'0 No conozco una síntesis actual que sustituya a M. Pons ich & M. Tarradell 1965. pero vid. la
presentación actualizada de E. García Vargas 200 l.
" W. B Standford 1963, y K. Dover 1993, ad loe. El comentario de Schulten, FHA 11. p. 43. es
particularrneme desafortunado.
" F 128-31 Jacoby; FHA 11. pp. 54-63 (con fragmentos no contenidos en Jacoby ni en THA.
algunos de atribución discutible); THA IIB, pp. 457-9 (falia r: 131 ).
prueba de que Tartessos y la Tarshish bíblica serían una y la misma cosa, puesto
que Tarseion sería una derivación latina de la fonna púnica, idéntica o muy simi-
lar a la bíblica.
Por desgracia esta excelente construcción deja demasiadas cuestiones sin re-
solver. La relación de Cabo Bello, Mastias y Tarseiou es discutible y no se ve
cómo la entendía realmente Polibio y menos aún cuál era su sentido en el tratado:
¿«del Cabo Bello de Mastia Tarseion>>, «del Cabo Bello, de Mastia, de Tarseion>>,
o según la interpretación mencionada? ¿Pensaba realmente Polibio que la Mastia
en cuestión estaba en España?42 ¿Por qué en ese caso no fue más explícito, en su
comentario, cuando todas las referencias precisas que utiliza se refieren a Africa,
Sicilia y Cerdeña, o es que Mastia era suficientemente conocida en su época?43
La cuestión va más allá de la identificación de Mastia en Hispania, y afecta a
toda la cuestión de las relaciones entre Roma y Cartago con anterioridad a la se-
gunda guerra púnica, que no es cosa de afrontar en este momento, pero en relación
con la bibliografia reciente sí conviene insistir en algunos puntos.
Contra lo que se ha dicho44 es perfectamente posible que Polibio se equivoque
en sus comentarios porque se está refiriendo a sucesos muy anteriores a su época y
eso quita algo de valor a los argumentos que parecen identificar el Cabo Bello con
el Cabo Bon, es decir a las indicaciones del propio Polibio (3 23.1-2) que están ex-
plícitamente referidas a un accidente geográfico que delimita la costa oriental de
Cartago y no la septentrional, es decir que marca un límite a la navegación hacia
el sur, hacia las Sirtes, mejor que hacia occidente. El problema no es simplemente
geográfico, ya que implica la identificación de la zona de exclusión de los roma-
nos en el primer tratado, de la que Polibio podía tener noticias independientes del
documento que comenta; este hecho unido a que, si bien no es totalmente seguro
que Polibio entienda correctamente el texto del tratado, ésta es la interpretación
más económica y el peso de la prueba corresponde a quienes no la acepten, me
lleva a admitir que el Cabo Bello es efectivamente el Cabo Bon.
En todo caso la interpretación del sentido de los dos primeros tratados depen-
de totalmente de la correcta interpretación de Cabo Bello, y como no podemos
garantizar totalmente que Polibio no se equivoque al identificarlo con Cabo Bon,
a su vez esa interpretación depende normalmente de la que los distintos investi-
gadores dan de los tratadosY Por mi parte, admitido que el Cabo Bello es el Cabo
Bon, he partido de la base de que mi interpretación de los tratados no chocase con
ese dato. Mi impresión es que, en el estilo escueto y hasta cierto punto ambiguo
de Tarseion»), para lo que hay justificación tratándose de una enumeración pero no en el comentario
del tratado: «se añade al Cabo Bello (límite del antiguo tratado) Masria Tarseiom>; además la forma
Tarseion se interpreta más naturalmente como adjetivo que como sustantivo.
•z En todo caso, si Polibio no creía que es tuviese en Es paña, eso no garantizaría que no lo estu-
viese.
•l Cf. sobre todo 3 24. 14, que parece excluir que el tratado incluyese nuevas exigencias relativas
a la Península Ibérica.
•, Vid. , por ejemplo, P. Moret2002, pp. 263-4.
•s Resumen de la cuestión en B. Scardigli 1991. pp. 66-71.
MiPara el problema lingüístico vid. M. Faust 1966, pp. 25-6, en panicular 26 n. 1 sobre el sufijo
griego, aunque luego (§ 2.3.3) habré de volver sobre la identificación lingüística de bastetanos y
mastienos, negada por Faust.
cio para el localicio de Tarseion (s. v.) es Tarseites, es decir en pi. Tarseitai, pero el parecido debe
ser mera coincidencia y Polibio se refiere claramente a etnias y no a ciudades.
5
~ Str. 3 2.11 = F8 Mette = Tll Roseman = 4 Bianchetti; FHA 11, pp. 78-9; falta en THA.
53 La Tartéside es el concepto más proximo en las fuentes antiguas a la idea de Tartessos como
denominación geopolítica que ha intentado justificar M. Koch 1984, pp. 119-26, y que a mi modo de
ver no está atestiguada en relación eon el nombre Tartessos.
~· Comentario en Ji. Flashar 1990.• traducción en F. J. Gómez Espelosin 1996, pp. 199-251.
55 J. de Hoz 1971 , pp. 138-41.
só J. Geffcken 1892, pp. 83-99 y 154, al que sigue A. Schulten, FHA ll , pp. 94-5. No recogido en
THA 11 B como de Ti meo sino simplemente como pseudo-aristotélico (THA 11 B n.• 66. en particular
pp. 481-2). Que Timeo se ocupó de la zona e-s seguro porque Plinio (NH 4.120) explícitamente le
atribuye la utilización del topónimo griego arcaico Cotinusa para denominar a una de las islas ga-
ditanas (Fr. 566 F 67 Jacoby; FHA 11. pp. 95-6; THA 11 B p. 487).
5' A. Giannini 1964, p. 135. Dt:bo algunas prccisiono.:s sobre los Miriabilia a lreoe Pajón.
embargo en ella se publican por primera vez infonnaciones de gran interés para
el problema de Tartessos.
El primer autor importante que utiliza las infonnaciones obtenidas con la pre-
sencia romana en Hispania y del que se nos han transmitido materiales interesan-
tes es Polibio. A partir de él Turdetania,58 una acunación probablemente romana,
se convierte en el área nuclear del sur de la Península, substituyendo a Tartessos,
aunque no está claro si Polibio la deja fuera de su concepto restringido de Iberia,
es decir cuando no emplea la palabra como sinónimo del latín Hispania. 59 Polibio
mismo nos informa de que había visitado al menos parte de las tierras meridio-
nales, pero éstas no juegan un papel significativo en la historia militar, que es lo
que se nos ha conservado básicamente de su obra. Los datos más significativos
los conocemos por citas de Estrabón, que nos trasmite que Polibio, a diferencia de
otros autores, consideraba distintos a los turdetanos de los túrdulos, que eran sus
vecinos por el norte (3 1.6), y que los «célticos» compartían con los turdetanos
costumbres civilizadas y un cierto desarrollo político (3 2. 15).
Este último texto sin embargo presenta varios problemas y conviene detenerse
en él:
[2.2] Tñ 8€ Tils xwpac:;- eú8aL(lOVLc;t Ka\. TO ~(lEpov Ka\. TO lTOAL TLKOV GUVT]KO-
A.oú9T]GE To1c:;- Toup8T]Tavol.c:;- · Kal. Tot') l<.EA.nKol.c:;- 8€ 8L<l T~v YELTv(aaw, wc:;-
e'l pl)KE ffo )..úf3lOS . 8u] TlJV auyyÉVELav, a n 'é KE'ÍVOLS (lEll ÍÍTT()ll ' TÓ. TTOAAa yap
KW(lT]80v ( waLv. [-- ws <$> ELPTJKE ffoA.ú~LOS, OLa T~v auyyÉvewv-- Radt]
«A los turdetanos les acompañan, junto con la fortuna de su tierra, costumbres
civilizadas y cierto desarrollo político. También a los célticos por su vecindad,
como ha dicho Polibio, por su parentesco, pero menos a éstos. De hecho la mayor
parte viven en aldeas».
~ Plin. 4 22(36).120.
' 0 Mela 2 96.
1' L. A. García Moreno 1979. Es lamentable que la por lo demás excelente crónica de G. Fomi,
G. & M. G. Angeli Bertinelli 1982, desconozca por completo la bibliografía reciente sobre el libro 44
de Justino, que se puede encontrar citada en el artículo de Garcia Moreno.
12
L. A. Garcia Moreno 1979, pp. 129-30; C. González Wagner 1986a, pp. 219-20.
El texto resulta ambiguo ya que no sabemos si existe una auténtica oposición en-
tre populus y p/ebs, es decir el total de la población y los no nobles, o la segunda
palabra está empleada en un sentido general para evitar la repelición de la prime-
ra, exigida si no por el cambio de construcción de dativo a nominativo. En todo
caso queda en pie la oposición entre trabajos propios de libres y trabajos serviles,
y por lo tanto la contraposición de dos grupos sociales, y la distribución de los
tartesios en comunidades que tendrían algún tipo de entidad política, y que podían
ser asimiladas a ciudades. Más adelante volveremos sobre otros aspectos del mito
narrado por Justino (§ 2.11 .3).
2.1.4. Avieno
73
Es posible que A vieno haya uti lizado dos fuemes di fe rentes que utilizaban distintos topónimos
para el cabo San Vicente, y que sin advertirlo haya colocado en sucesión dos descripciones relativas
a un único terreno. En ese caso habría que reinterpretar drásticameme el texto desde e l v. 20 l. pero
no es éste el lugar para intentarlo.
7' Cf. v. 85 y también su DescripliO orbis Terrae, 6 12-4, que traduce. añadiendo la mención de
Tartessos que no está en el original, los vv. 450-7 de la Descripción de la 1/erra habilada de Dio-
msao.
1
~ Estas incoherencias de Avieno confirman, contra lo que alguna vez se ha dicho (cf. M. Álvare?.
Maní-AguiJar 2007. pp. 485-6), que efectivamente Tanessos llegó a ser confundido con Gadir.
76
Según Schulten (FHA P, p. 111) también Asclepiades citaría ese río, pero en § 1.4.6 y sobre
todo INFRA doy una interpretación muy distinta de ese texto.
[2.4] €v &~Lq To'is ÉKTos E:m~áA.A.EL T~S ' l~11pías, llLKpov úrr€p Twv TOu Bat-
TLOS ÉK~OAWV, os ELS T~v· ATAOVTLK~V ÉK<jlEpÓj.iEVOS eáA.aTTav OVOjlQ Tfl TTEpl
aúr ov ' I~T]PLQ napÉGXEV .
<<(Sertorio) llegó por la derecha a la parte exterior de Iberia, poco más allá de la
desembocadura del Baitis, que corriendo hasta el mar Atlántico dio nombre a la
parte de lberia de su entorno» (Ser/. 8.1; FHA IV, p. 165d; THA II B, pp. 745-6).
77
Un intento inteligente de salvar ellber del SO, pero que no me convence. en A . J. Domíngucz
Monedero 1983.
anterior uso de esta cita; no se puede contraponer la redacción a los hechos históricos cuando cono-
cemos éstos por una redacción que puede ser deformadora.
81 M. Koch 2003, pp. 21-2, señala la mención de Tarshish por Epifanio, autor del s. IV, obispo
nimo rastro de otro destino mediterráneo que pudiese disputar a Tartessos el título
de Tarshish, y que filológicamente se puede establecer una buena equivalencia
entre ambos topónimos, dados los distintos intermediarios a través de los que
han llegado a nosotros(§ 2.1 0.1 ), negar esa equivalencia implica. un escepticismo
empecinado.
Pero Tartessos no agota la historia del mediodía peninsular. Las fuentes más
antiguas sobre su periferia citan algunos pueblos sobre los que sólo caben espe-
culaciones. Es el caso de los Cilbiceni, Elbysinioi, Elbestioi, Etmanei, !leates,
Gletes, Kelkianoi y Tletes. Se ha pretendido ver en algunos de estos etnónimos
variantes alternativas, unas veces con más verosimilitud, otras con menos. Su
característica común es que no pasan al segundo horizonte onomástico(§ 1.4.6) y
que, con la excepción de las noticias de Avieno, carecen de una ubicación precisa
puesto que los encontramos en fuentes indirectas.
El dato más significativo es que los primeros visitantes griegos del sur de
la Península encontraron una diversidad considerable ya que Hecateo distinguía,
además de tartesios y Kynetes (vid. infra), Elbestioi, Mastienoi, y posiblemente,
aunque no se nos han transmitido en sus fragmentos, los otros pueblos que apa-
recen en Herodoro (fr. 2a Jacoby; THA II A, pp. 274-5, cf. THA II B, pp. 950-2),
aunque no deben proceder de aquél,90 Gletes al norte de los Kynetes, y Kelkianoi.
De esa fase temprana de referencias a los pueblos de Hispania meridional, en bue-
na parte perdida, deben proceder también los Olbysioi u 0/bysinioi y los Tletes,
transmitidos por Esteban de Bizancio, los primeros sin indicación de fuente (THA
li B, p. 969) y los segundos tomados de Teopompo (THA ll B, pp. 466 y 980).
Enseguida veremos que Avieno ha tenido acceso a fuentes de ese mismo horizon-
te, pero antes conviene determinar a cuántos pueblos distintos hacen refe rencia
las diferentes formas griegas. Como demuestra el caso de Kynetes y Kynesioi,
formas equivalentes utilizadas por Heródoto (vid. infra), un mismo étnico fue
adaptado al griego en distintos momentos con diferentes sufijos en circunstancias
que obviamente no podemos reconstruir, y pequeñas diferencias en un fonema
dentro de un mismo tipo, por ejemplo cambio de vocal, son siempre esperables
en adaptaciones paralelas; parece por lo tanto que Elbestioi y 0/bysioi pueden ser
aceptados sin más como un solo pueblo. Más dudoso es el caso de los Gletes y
Tletes, pero si aquí no parece fácil admitir dos variantes fonéticas de un mismo to-
pónimo, sí es lógico suponer un error de transmisión dado el parecido entre T y r
unciales (T/D..f]TES'). Estrabón (3 4.19) cita de Asclepiades (FHA n, p. 186; falta
en THA ll B), en un contexto en que precisamente está señalando la inseguridad
de los datos antiguos sobre Hispania, Jglétes como nombre antiguo de los íberos
90
En Hcrodoro los Elbestioi de Hccateo aparecen con el nombre de Elbysinioi. En todo caso
Herodoro representa el mismo estrato de información griega sobre Occidente que Hecateo.
que habitaban aparentemente al norte del Ebro, en lo que entonces sería Iberia
propiamente dicha. En general se entiende el texto, erróneamente a mi entender,
como producto de una confusión entre el Ebro y el supuesto río homónimo del SO
al que se refiere Avieno, aunque ya vimos que toda esa cuestión es muy confusa
(vid. § 2.1.4). En su día veremos en detalle el problema de sus lglétes (INFRA)
que, si realmente deben ser identificados con los Gletes de Herodoro, deberían
estar situados al sur del Ebro. Sin embargo ambos términos son únicos y no hay
datos externos que los relacionen, tan sólo el parecido fonético, lo que no excluye
la posibilidad de que Gletes e Jgletes sean dos variantes del mismo nombre, ya
que Asclepiades ha debido utilizar las fuentes más antiguas que le eran accesibles
dado su enfoque anticuarista y literario de la etnología bética.91 Por otra parte en
las ediciones la hipotética restitución del sentido del texto de Asclepiades, sin
duda corrupto, es una hipótesis de mínimos; no es en absoluto impensable una
laguna, incluso relativamente larga, en la que se mencionasen datos djversos en
relación con los sentidos de la palabra Iberia, y se mencionasen pueblos diver-
sos, entre ellos uno, no necesariamente «los íberos», al que por otro nombre se
llamaba Jgletes, que habitaba un territorio, único al que ciertos autOres daban el
nombre de Hispania, y que se encontraba en el espacio delimitado por el Ebro,
posiblemente al sur del río.
Avieno sitúa al parecer al este del Guadalquivir, tierra adentro, a los Etmanei,
y cerca de ellos a los 1/eates y en la costa a los Cilbiceni (vv. 298-303 y cf. 254-5),
pero sus indicaciones topográficas son totalmente confusas. Más confuso aún es
el pasaje posterior, sin duda basado en otra fuente, en que vagamente señala en
las proximidades del Estrecho de Gibraltar cuatro pueblos: los libio-fenicios,
los mastienos (Massieni), los selbisinos (regna selbyssina), y los tartesios (vv.
416-23). No sabemos cuándo se incorporaron los libio-fenicios al catálogo de
pueblos del sur; en Pseudo-Escimno aparecen junto a los tartesios (vv. 196-200),
sin que se incluyan otros étnicos, dentro de una tendencia vislumbrable en lo que
se nos ha conservado de la literatura de periplo; en general se va prescindiendo
de pueblos a los que convencionalmente podemos llamar menores y se menciona
a tartesios, libio-fenicios y en su caso mastienos (vid. infra),92 pero Avieno en el
pasaje sobre el Estrecho cita aún a esos selbisinos que podrían ser los cilbicenos,
bajo otra forma del nombre, o más probablemente los Elbysinioi/0/bysinioi/EI-
bestioi. De hecho también otras fuentes relacionan a este pueblo con el Estrecho,
Esteban de Bizancio explícitamente, Herodoro implícitamente por el orden en que
los cita. Un problema sin embargo es la afirmación de Esteban, en un contexto en
que menciona a Hecateo, según la cual los elbestioi serian un pueblo del norte de
9
Como en otros casos hay que recordar que en la transcripción de topónimos y étn icos de pue-
'
blos mal conocidos es Fácil que aparezcan dobletes a partir de formas gramaticales distintas de un
mismo lexema; lgferes podría contener, por ejemplo, un prefijo gramatical del que se ha presci ndido
en Gfetes.
" 2 Con excepciones como la cita de los cempsos por Dionisio ya mencionada supra.
93
F. López Pardo & J. Suárez Padilla 2002, con olra serie de hipótesis relacionadas con este
supuesto pueblo africano muy especulativas que no me parecen aceplables: especialmente las inter-
pretaciones toponímicas carecen de base.
•• A. Padilla en THA 11 B, pp. 969-70, siguiendo aG. Chic. La propuesta de Schulten de interpre-
tar *0/ba como el nombre antiguo de Huel va (FHA 11, p. 38) carece de base. Por otro lado el pagus
y fimdus citados nos recuerdan un tema ímporl<lnte que por falta de adecuados estudios preparatorios
no podremos considerar aquí: la pervivencia en época romana de una rnicrotoponimia de carácter
indígena, cf. J. F. Rodríguez Neila 1993-94, p. 456.
95
Olras leyendas no publicadas las menciona A. Faria 1996, p. 219.
96 Desde Müller se suele identificar el topónimo tolemaico como Lacilbis (J. L. García Alonso
2003, pp. 55-6). Podría pensarse en *Lac-cilb- a juzgar por Lacipo; vid. § 2.1 0.2.2.
•, B. Kramer 2005. p. 28: cf. DCyP 2. pp. 2 11 y 106.
9
' Tanto las nuevas monedas como el papiro demuestran la existencia de una base ki/(i)b-, lo que
apoya la lectura Cilibitani (Paria, cit.).
En resumen, parece que las fuentes nos permiten hablar al menos de Cilbiceni,
Elbestioi/Eibysinioi/Selbyssini, Etmanei, 1/eates, Kelkianoi y Gletesíl'letes. Las
posibilidades de dar a esos nombres un contenido étnico y geográfico son como
veremos muy escasas.
99 Basándose en esas ciudades Ferrer y de la Bandera (E. Ferrer & M.• L. de la Bandera 1997)
han llegado a la conclusión de que los masticnos son los colonos fenicios de la zona del Estrecho,
hipótesis que a pesar de la evidente aculruración fenicia de los mastienos costeros me parece in-
sostenible; no conozco ningún paralelo para la util ización por los g riegos de un étnico distinto de
«fenicioS)> para referirse a éstos, y en ese sentido hay que interpretar el uso de Hecateo, que está bien
atestiguado porque cuando Esteban de 13izancio sólo lo menciona a é l no hay motivo para pensar
que esté manipulando la información básica del autor arcaico. En el caso de las ciudades fenicias, o
bien se indi ca explícitamente que se trata de una ciudad de fenicios o de Fenicia: 273/2&6-275/288 y
277/290 («de Fenicia»), 276/289 («de los fenicios>>), o bien llevan una indicación geográfica como
Motye. «ci udad de Sicilia>) (76 Jacoby/85 Nenci, cf. 75/84), por lo que cuando ciudades seguramente
fenicias son citadas con la especi(icación «de los mastienos» debemos entender ésta como una deno-
minación geográfica, «del territorio mastieno», a falta de un sustantivo preciso como el que existía
para Sicilia. Por otro lado hay ciudades fenicias hispanas, empezando por Gades, a las que en ningún
momento se las relaciona con los mastienos.
100
Mainobora es probablemente la Maenoba de las fuentes de época romana, que puede ser
Cerro del Mar en la desembocadura del Vélez, pero no existe una confirmación definitiva.
101
No creo sin embargo que Esteban haya mal interpretado e l texto del tratado romano-cartaginés
del 348 en Polibio y haya atribuido a los mastienos una ciudad de Á frica (P. Moret 2002, pp. 273-4;
cf. supra). Criticas a la identificación tradicional de Mastia con Cartagena, que efectivamente carece
de base, en J. L. Garcia Moreno 1990, y E. Ferrer & M." L. de la Bandera 1997.
•
2. EL MUNDO MERIOIONI\L 249
étnicos. Si, como según dice Estrabón que hacían ciertos autores, no distinguía
entre dos etnias diferentes en cada caso, es decir bástulos frente a bastetanos y
túrdulos frente a turdetanos, entonces se refiere a la casi totalidad de los habitantes
de Andalucía, y habría que poner el pasaje en relación con otros textos que hablan
de su avanzada cultura y su carácter urbano; el andaluz típico no servía para esa
profesión ruda y agreste, lo que no implicaría en absoluto que en Andalucía no
existiese ganadería de montaña, incluso encomendada a andaluces menos típicos;
pero si Varrón se refería a túrdulos y bástulos en sentido estricto (para los túrdulos
vid. infra §§ 2.1.8 y 2.4.8) habría que pensar más bien en las peculiaridades eco-
nómicas de esas zonas, mineras y mercantiles. El pasaje parece tener más sentido
referido a un tipo humano que a unas condiciones económicas.
2. 1.8. Túrdulos
Los túrdulos, con los que ya nos hemos encontrado, presentan un problema
similar al de los bástulos; son gentes culturalmente relacionadas con los turdeta-
nos pero con rasgos diferenciales que la romanización irá desdibujando hasta el
punto de que en época de Estrabón no eran reconocibles y sólo se podía identifi-
car adecuadamente a unos y otros utilizando fuentes anteriores. Los autores que
parecen conocer a unos túrdulos auténticos son Polibio (supra § 2.1.3), Plinio 110
y Tolomeo.
Plinio (3 1(3).8) conoce túrdulos en la costa atlántica y Tolomeo indica más
concretamente algunas ciudades (2 4.5), el puerto de Menesteo, el templo de
Hera, posiblemente en el promontorio de Trafalgar, y Baelo. Pero la intormación
fundamental es la lista de ciudades de la parte occidental de la Baeturia - región
entre el Betis y el Anas al norte de Turdetania, es decir donde Polibio sitúa a los
túrdulos- que da Plinio (3 1(3). 14) tras señalar que esos túrdulos pertenecen al
convento de Córdoba (3 1(3).13); en esa lista figuran Arsa (turdetana en Ptol. 2
4.1 0),1 11 Mellaria/Fuenteobej una, Mirobriga (turdetana y oretana en Ptol. 2 4.1 Oy
2 6.58; cerca de Capilla), Regina (turdetana en Ptol. 2 4.1 O; Casas de Reina BA),
Sisapo (oretana en Ptol. 2 6.58 ; Almadén) y Sosontigi (Aicaudete ?). 112 Como ve-
remos (§ 2.4.5) hay rasgos culturales que permiten delimitar un espacio original
en el que se encuentran la mayor parte de esas ciudades y otras no citadas por
PI inio; Sisapo sin embargo debe ser m·etana (g l en mapa 2. 7) aunque fronteriza
con el territorio túrdulo, y Sosintigi, de no tratarse de una coincidencia de NNL,
debe de ser un simple error de Plioío.
11
° Cabría la posibi lidad, aunque poco probable, de que túrdulo en Plinio signifique rurdetano
y que en los restantes casos de la Bética no especifique porque dé por sobreentendido que todas las
ciudades son túrdulas = turdetanas.
11 1 No identificada con precisión, pero en las proximidades de Regina y Za lamea: M.• P. Garcia-
Bellido 1991-92.
112 R. Corzo & A. J iménez 1980, p. 46.
Tolomeo no considera túrdulas a las ciudades de esa zona sino oretanas a las
ti·onterizas por el este y turdetanas a las restantes, probablemente porque para esa
parte depende de una fuente que no distingue turdetanos de túrdulos. 113 Tenía sin
embargo infom1ación de ciudades al este del Genil a las que considera túrdulas
(2 4. 9) mientras que Plinio considera a muchas bastetanas o mejor dicho deBas-
tetania (§ 2.4.5). Podríamos pensar en un error más de Tolomeo pero se trata de
un conjunto demasiado amplío y demasiado coherente geográficamente, y creo
que es más probable que Tolomeo contase con algún tipo de fuente, un mapa por
ejemplo distinguiendo un territorio turdetano y un territorio túrdu lo, o incluso una
lista étnica de ciudades túrdulas como han propuesto Bendala y Corzo, 114 en que
basar su clasificación. El problema es que Plinio no clasifica étnicamente muchas
de las ciudades mencionadas por Tolomeo sino que las incluye con criterios admi-
nistrativos, por conventos, con lo que no sabemos qué adscripción étnica les daba;
es posible que también él conociese túrdulos en la zona pero no los mencionase, lo
que podría explicar su error con Sosintigi; por otro lado, como veremos, sus ads-
cripciones a Bastetania no se pueden tomar sin más como adscripciones étnicas.
En conjunto lo que nos queda es una zona dificil, «túrdulo-bastetana», en la
que ciertas ciudades debían ser efectivamente bastetanas en el mismo sentido que
las de más a l este, pero podían ser consideradas también túrdulas de la misma ma-
nera que otras, como la propia Córdoba u Obulco, que en modo alguno podían ser
bastetanas. Como veremos la interpretación más económica de los hechos es dar
a «túrdulo» un sentido cultural más que étnico, una designación referida a turde-
tanos mestizados en una cierta medida, bien porque se encontrasen en un contexto
cultural distinto del originario (vid.!NFRA sobre los turduli veteres), bien porque
sufriesen la presión de gentes de cultura diferente como en el Guadalquivir me-
dio, bien porque en realidad se tratase de gentes no turdetanas pero culturalmente
próximos como podría ser el caso en la Beturia y desde luego en Bastetania.
2.1.9. Kyneteslconios
113
M. Bendala & R. Corzo 1993. p. 96, piensan en dos listas étnicas, una de turdetanos y otra de
ttirdulos, pero en el caso de los turdetanos creo que Tolomeo no tenía ta ll ista sino otra, por ejempl o,
de carácter administrativo, e informaciones inadecuadas para s ituar las ciudades, y además una lista
de ciudades célticas (2 4.1 1) sobre cuyo uso vid. infra § 2.4.5.4.
'" M. Bendala & R. Corzo 1993. p. 96.
"~ Vid. el aparato crítico de O. Scel 19722, quien por su parte imerpreta la lectura como un error
del propio Justino al transcribir a Trogo.
116 Excelente tratamiento en F. Gaseó 1987, aunque no me parece seguro el papel que atribuye a
duda fue la opinión unánime en cualquier época, pero el único autor que se expre-
sa con c ierta precisión es Veleyo Patérculo ( 1 2.3; FHA VIII, p. 136; THA 11 B,
pp. 702-4), que fecha su fundación, no como se suele decir ochenta años después
de la guerra de Troya, sino ea tempestate, es decir «en este tiempo», refiriéndose
a una serie de acontecimientos ocurridos más o menos por las mismas fechas y
de los cuales el primero que menciona es el regreso de los Heráclidas, el único al
que estrictamente corresponde la referencia precisa de ochenta años. Obviamente
uno puede sentir una fuerte tentación de prescindir de la opinión de un autor que
utiliza indistintamente ochenta años tras la guerra de Troya y ciento veinte tras
la muerte de Hércules (1 2. 1), 123 pero en los últimos tiempos, sobre todo como
consecuencia de la efervescencia de descubrimientos fenicios en H ispania que
durante mucho tiempo quedaban muy lejos de la fecha de Veleyo, se le ha arrin-
conado con excesiva ligereza aludiendo a lo sumo en términos muy genéricos a
las limitaciones de la historiografia helenística y en particular de Timeo, del que
se suele suponer que depende Veleyo. 124 En realidad no sabemos de dónde tomó
Veleyo su fecha ni cuál de las propuestas para la guerra de Troya aceptaba, si es
que se planteó e l problema, pero desde luego estamos ante un serio problema de la
historiografia helenística, cuyo nivel en sus buenos representantes era excelente y
en los no tan buenos podía ser muy incompetente, aunque por desgracia los datos
de que disponemos para resolver la cuestión de cómo y por quién o quiénes se
había planteado la cronología de la fundación de Cádiz son mínimos.
Tenemos una idea del tipo de investigación que subyace a las diversas da-
taciones de la guerra de Troya, 125 y por tanto a la que usaba Veleyo, fuese cual
fuese, y sabemos algo de la información que los eruditos griegos tenían sobre la
cronología fenicia , que tomaban de un pequei'ío número de obras que directa o
indirectamente se basaban en fuentes originales, entre ellas listas reales que pro-
porcionaban una cronología fiable. 126 Josefo sobre todo nos informa de la historia
fenicia de Dius, a quien considera un historiador preciso aunque no menciona sus
fuentes (A p. 1 1 13-5, Ant. 8 147-9), y con más detalle de la de Menandro, basada
en fuentes fenicias. del que recoge la sucesión y cronología de los reyes de Tiro
desde el padre de Hiram, contemporáneo de Salomón, hasta la fundación de Car-
tago (Ap. 1 116-26, y cf. Ant. 8 144-6). El problema estriba en quiénes, en qué
1~1 Omito un examen detallado de la enorme y repetitiva bibliografia sobre el valor histórico del
dato 1rasmitido por Veleyo.
114 En realidad tenemos indicios de que Timco utilizaba una cronologia de la guerra de Troya
muy temprana (T. S. Brown 1958, p. 58), antes del 1.300 a.C, es d..:cir próxima a la de Duris. Ligereza
también, pero en sentido contrario, encontramos en los últ imos editores y comenlaristas de Veleyo,
que aceptan sin más su fecha gaditana: M. Elefante, p. 159; J. Hcllegouare'h 1982. p. 25.
115 Un cómodo panorama de las diversas dataciones antiguas de la guerra de Troya en H. Cancik
2001.
11& En el estudio de las fuentes hay una 1endencia a valorarlas exclusivamente desde el lado
m El texto de Menandro c itado por Josefa menciona una expedic ión de Hiram contra una ciudad
de nombre corrupto en los manuscri tos en ambos pasajes, en la que algunos autores han querido ver
Útica, pero es una hipótesis sin base. De fiarse en meras semejanzas fonéticas vale más la conjetura
de Kition e n Chipre. Sin embargo la noticia de Menandro (en Josefa, Ant. 8 324) según la cualluo-
baal , que posiblemente reinó en el tercer cuarto del s. IX. fundó Auza en Libia, si puede ser atendible
aunque la ciudad no esté identificada.
cronología fenicia que está detrás de las noticias clásicas que han llegado hasta
nosotros.
Otras noticias sobre la fundación de Cádiz (Str. 3 5.5), aunque muy interesantes
desde otros puntos de vista, no afectan a los problemas que aquí nos competen.
Con posterioridad a la fundación podríamos esperar alguna noticia sobre el
aspecto de la colonización fenicia temprana mejor atestiguado por la arqueología,
es decir el conjunto de fundaciones en la costa meridional mediterránea, pero ese
aspecto, del que posiblemente quedó constancia en fuentes fenicias, no ha intere-
sado a los autores clásicos llegados a nosotros; a lo sumo en fecha muy posterior
(infra) encontraremos afirmado el carácter y origen fenicio de algunas ciudades,
pero sin detalles sobre su historia.
En cuanto a Cádiz, hay algunas noticias vagas que apuntan a un cierto domi-
nio político sobre indígenas, sin que se pueda percibir una cronología o geografia
claras (lsaías 23.1 ss.; Str. 3 2.13-4 (que implicarían control político en una fecha
muy antigua), 3 4.5; Macrobio Satur. 1 20.12).
Igualmente vagos son la mayor parte de los indicios de un control cartaginés
antes de Hamílcar (Apiano lb. 3 (que puede referirse a la expedición de Hamíl-
car), Justino 44 5, Athenaeus Mechanicus 9 Schneider = Yitruvio lO 13.1-2). 128
Po libio 1 10.5 y 2 1.5-9, en particular el primero, parecen afirmaciones explícitas
sobre un dominio cartaginés en Hispania antes de la primera guerra púnica pero
son textos excesivamente imprecisos que pueden entenderse de formas di ferenres.
sin que necesariamente impliquen un control militar y directo. Otros textos que
veremos a continuación y en el § siguiente no se dejan fechar con precisión y
pueden referirse por lo tanto a después del237 a.C.
Información mucho más precisa, derivada de los historiadores de Haníbal y de
la segunda guerra púnica, tenemos sobre la conquista bárcida, iniciada el 23 7 a.C.
(FHA 111, pp. 9-51 ); de ella nos interesan las noticias que implican asentamiento
duradero con posibles consecuencias epigráficas y lingüísticas, posibilidades de
aculturación o presencia en lugares previamente mal conocidos que pudiera dar
lugar a nuevos conocimientos sobre la etnología indígena, aunque la penetración
cartaginesa fue tan profunda que de momento no tenemos que ocupamos de mu-
chas noticias relacionadas con ella porque afectan a pueblos como los oretanos,
los olcades o los saguntinos y sus vecinos que quedan fuera de nuestro interés. 129
También hay que tener en cuenta algunas noticias relativas a la segunda guerra
púnica que implican una presencia cartaginesa continuada, aunque obviamente de
corta duración, en zonas muy occidentales, que puede haber tenido también cier-
tas repercusiones en las culturas de la zona; Polibio ( 1O7.4-5), por ejemplo, nos
118 Los capítulos 13-5 del libro 1O de Vitntvio y llthen. Mech. Peri Mechanematon 9-26 pueden
ser indistilllamentc traducción el uno de l otro s i. como parece, son contemporáneos: la fuente origi-
nal es imprecisable, aunque según l. D. Rowland & Th. N. Howe (eds.) 1999. p. 297. podría ser el
desconocido Agesístrato (citado en Vitr. 7. pracf. 14). En general sobre Canago e Hi spania antes de
los Barca. J. A. Barceló 1988; M. Koch 2000.
IN Por s upuesto las distintas noticias sobre turdetanos, o supuestos turdetanos, en contacto con
los sagunlinos, son fntto de confusiones antiguas.
referencia genérica a los indígenas meridionales situados hacia el interior, 141 pero
es dificil aceptar esa interpretación dado lo dicho sobre el carácter culturalmen-
te africano de los libiofenicios ni compaginarla con el texto de Avieno, aunque
insisto en que éste puede haber utilizado la misma fuente pero, o combinándola
confusamente con otros textos, o entendiéndola mal, y desde luego dando un color
retórico a lo que en origen era mera información geográfica, como demuestra la
expresión feroces ... Libyphoenices.
Habitualmente se ponen en relación estas referencias a los libiofenicios con
los llamados bástulo-fenicios, que aparecen en las fuentes con diversas denomina-
ciones. Tolomeo (2 4.6-9) da una lista de ciudades «de los bástulos llamados poe-
noi», que ocupan una limitada extensión de costa al oeste del Estrecho, y añade
en el Mediterráneo otras ciudades que, por el contexto, parece incluir en la misma
lista (2 4.8-9), hasta Báreia; Marciano de Heraclea en su Periplo del Mar exterior
(2 9) coincide más o menos con Tolomeo, aunque naturalmente se limita a la zona
occidental. Apiano por su parte (Hisp. 56) nos ha dejado un confuso relato, como
a menudo ocurre con su geografía, según el cual una correría de lusitanos llegó
hasta la costa y puso sitio allí a los blastophoinikes, súbditos de los romanos, que
habían recibido ese nombre por haber sido trasladados desde África por Haníbal.
La explicación carece de sentido y es posible que Apiano esté confundiendo no-
ticias sobre lo que el anónimo de Nicomedes llama libiofenicios de Hispania con
otras sobre los bástulos púnicos porque la situación geográfica de ambos era la
misma, y en parte deban ser considerados el mismo pueblo (§ 2.4.5). 142 En todo
caso dentro de la vaguedad del texto nada se opone a que los blastofenicios de
Apiano estén situados en la misma zona que los de Tolomeo y Marciano.
Sobre el etnónimo cabe decir lo mismo que sobre «libio fenicios» y por lo tanto
suponer que implica una cierta personalidad cultural en ta que se advertían ele-
mentos de tradición fenicia y de tradición local, bástula (§§ 2. 1. 7 y 2.4.5). En todo
caso «bástulos» parece haber sido sólo etnónimo y no término geográfico, por lo
que un original «fenicios de ... » no parece posible y desde el primer momento
hay que contar con «bástulos fenicios», como explícitamente parece deducirse de
las fuentes. No hay en principio motivo para ponerlos en relación con el norte de
África, pero la coincidencia en su localización con los libiofenicios del anónimo
y la confusión de Apiano dejan entrever la posibilidad de que efectivamente los
cartagineses hubiesen provocado o facilitado el asentamiento en algunos puntos
del sur de la Península de gentes norteafricanas, quizá en algunos casos en con-
tacto con o en la proximidad de comunidades bastulofenicias, ya fuese durante la
ocupación bárquida o, si llegamos a aceptar un dominio cartaginés anterior, en
fecha más temprana.
••J J.Naveh 1982. pp. 23-42; F. M. Cross Jr. 1967. pp. 8*-24*; B. Sass 1988: M.' G. Amadasi
1999. Contra. G. Garbini 1979, pp. 32-3 y 35-40. Una presentación sullciememente matizada en
M. Sznyccr 1977. en especial pp. 11 3-7.
" " Sin por ello aceptar las interpretac iones de tex tos parti culares del 11 milenio a que dicha teoría
ha dado Jugar.
145 J. aveh 1982, p. 53 ss.
•
266 HI STO RIA LINGÜÍSTICA DE LA P ENÍNSULA IB ÉR ICA EN L;\ ANTIG ÜEDAD
O. Anenga 1990; M. Gras, P. Rouillard & J. Teixidor 1991; M.' E. Aubel 19942 ; H. Schub¡tn 2001;
La colonización fenicia de Occidente, 2002; H. G. Niemcyer 2002; M. Bono 2002: A Ncvillc 2007.
"'' O. Arteaga & A.-M." Roos 2002, p. 31.
' 5' El mejor testimonio de los viajes lempranos de mercaderes tenicios, anteriores a la fundación
de ascntamicn1os proJ>iarncme dichos. lo tenemos ahora en tos recién publicados mmeriales de Huel-
va que remontan al siglo IX: F. GonZlilcz de Canales, L. Scmmo & J. Llompan 2004. Esto no excluye
sin embargo que en otro punto de la Península sí existiese ya algún asentamiento, aunque la posi-
ción común es negar que la colonización se hubiese podido producir antes del s. VIII (por ejemplo,
H. G. Niemeyer 2002, pp. 179-83) e incluso algunos autores piensan en otros orientales, no fenicios,
como protagonisias de los primeros viajes suponiendo para Tiro una situación excesivamente débil
para lo que no veo una justificación concreta, vid. G. Garbini 200 l.
ll? R. Corzo 1991 ; M.• E. Aubet 19941, pp. 226-41.
19 Una fonna ext rema de entender la relación del Castillo con Cádiz es la teoria de R.uiz Mata
según la cual tanto el Castillo como la isla eran la antigua Gades, vid .. por ejemplo. D. Ruiz
Mata 1999.
114 Debo reconocer sin embargo que existen opiniones distintas, según las cuales todos los cen-
tros portugueses con una una cultura orientalizante bien visible serían propiamente fenicios.
m Defensores de la colonización rural: C. R. Whittaker 1974, pp. 60-3, 75, seguido por C. Gon-
zález Wagncr & J. Alvar 1989 y, posterionnenle, por otros autores. por ejemplo. M. Botto 2002.
pp. 25-6. En contra, por ejemplo: M. Gras, P. Rouillard & J. Teixidor 1991 , pp. 82-5; M. Torres
2002, pp. 29-30.
ts• Si la leyenda de la fundación de Canago tiene una base his16rica, en iodo caso se trataria de la
emigración como respuesta a un conflicto político, también conocida en Grecia, pero que se produce
ocasionalmente y no como mecanismo sistemáticamente aplicado para resolver una crisis alimen!a-
ria recurrente. Por otro lado, en Grecia han jugado un papel esencial factores culturales y, d iriamos,
psicológicos, a los que cada día se presta mayor atención, que no parecen estar presentes en el mundo
fenicio.
una infraestructura y unos medios costosos, resulta difícil de creer que una suma
de aventuras individuales pudiese dar lugar a una colonización interior como la
que se pretende; más bien creo que habrá que pensar en que esas aventuras indi-
viduales, que sí resultan verosímiles en número limitado, más una cierta inmigra-
ción desde las propias colonias de Occidente a medida que éstas crecían, más la
presencia relativamente estable de mercaderes occidentales en centros indígenas
de particular importancia comercial, en donde pudieron llegar a tener su propio
barrio y un templo como el excavado en Cannona, convergieron en la creación de
una población relativamente significativa de metecos fenicios en algunas comu-
nidades indígenas. 160 Por otra parte negar la colonización rural interior no implica
negar también un componente agrícola en las factorías costeras, que en tono me-
nor ha podido recibir el impulso de Tiro como complemento de los asentamientos
comerciales.
En todo caso la posición dominante del comercio en las actividades de los
fenicios occidentales parece un hecho, y su influencia sobre el mundo indígena se
hizo sentir en buena medida a través de los objetos que proporcionaban, bien fue-
sen los propios del comercio ordinario, bien los más lujosos que habían empezado
a llegar ya en fechas anteriores a manos de los hombres con poder suficiente como
para que comprar su protección resultase rentable.
No existe una historia perceptible de los fenicios de la Península, es decir una
secuencia de cambios sociales y políticos continuada, anterior a la llegada de los
Bárquidas en el 237. En particular desconocemos la estructura política intema de
las pequeñas comunidades fenicias, qué relaciones de dependencia o de otro tipo
existían entre ellas, y qué transformaciones se produjeron denh·o de esa perspecti-
va. Cádiz jugaba un papel único desde el punto de vista económico, y quizá tam-
bién políticamente; desde luego es dificil pensar que no existiese alguna forma de
dependencia del Casti llo de Doña Blanca respecto de ella, pero no existe infor-
mación sobre su forma de gobiemo, y aunque sus acuñaciones se inician ya en
el s. tv, 161 mucho antes que las de las restantes colonias púnicas, son inicialmente
anepígrafas y no nos proporcionan por lo tanto ningún dato institucional, aunque
su tipología helénica sí muestra el ambiente de la koiné cultural mediterránea de
la que participaba como Cartago, y que tendría su pleno desarrollo en la cultura
helenística.
Si no tenemos datos históricos sobre el mundo fenicio hispano, se advierte sin
embargo un período relativamente prolongado de transformaciones que ha sido
bautizado como la «crisis del s. VI». Conviene tener en cuenta que la palabra «cri-
sis» no debe ser entendida necesariamente en sentido peyorativo; si los habitantes
de Cerro del Vi llar abandonan su asentamiento porque la evolución costera lo ha
160 C. R. Whinaker 1974, pp. 70-2, proponía una imagen en la que lo signiticmivo e ra la presen-
c ia de indígenas conviviendo con los fenicios en los asentamientos de éstos, mientras que me parece
más probab le que esa coincidencia se diese en ambas d irecciones, pero ambas imágenes tienen en
común la fuerte interacción de fenicios e indígenas que presuponen.
161 C. A lfi1ro 1988; M.'' P. García-Bellido & C. Blázquez 2001 11, s. v.
102 Vid., por ejemplo, M. Oras, P. Rouillard & J. Teix idor 1991 , p. 249, sobre la translormación
de la política exterior canaginesa en esas fechas. ~lay que advenir, sin embargo, que algunos autores
tienden a re mo111ar el cambio hasta los com ienzos mismos del siglo: M.• G. Amadas i Guzzo 1994,
p. 193. Sobre la tradición del término «punico»: G. Bunnens 1983.
163 M. Bcndala 1987; J. A. Barccló 1988; M. Koch 2000; 200 1; 11. G. Niemayer 200 l.
••• El proceso no es por supues10 exclusivo del mundo tartesio; aparte de los diversos paralelos
mediterráneos de fechas similares, también respecto de la formación de los diversos Estados africanos
se han propuesto modelos que reducen la importancia de los estímul os exteriores e insisten en la exis-
tencia previa de desarrollos indígenas, debidos a una agricultura desarrollada y un cieno volumen
demográfico. y a la ap<1rición de jerarquizaciones basadas en el control de las tierras pm1icularmente
fértiles o de las redes intemas de comercio, sobre los que sólo posteriormente habría venido a inOuir
el comercio exterior, vid. G. Connah 1987. pássim y, en especial, pp. 227-32.
(pero vid. infra) nos introduce en un Bronce Final 111 en que el poblamiento se
hace mucho más visible.170
Paralelamente esperaríamos que a esos hábitats acompañase un mundo fu-
nerario igualmente visible, pero aquí tropezamos con un problema mayor de la
arqueología tartesia. Nadie niega que apenas existen sepulcros conocidos del
Bronce Final, e incluso para el momento orientalizante posterior veremos que la
situación no es totalmente distinta, pero la interpretación de este hecho es muy
variable. Para algunos autores se trata de un reflejo directo de las prácticas fune-
rarias de la época, que no dejarían huella arqueológica, mientras que otros cuentan
con una insuficiencia de la exploración y valoran una serie de indicios o supuestos
enterramientos atribuible.s a las fechas en cuestión. Algunos de esos indicios po-
seen un interés añadido para nosotros porque pueden tener el valor de precedentes
de usos epigráficos posteriores.
En la periferia occidental inmediata al territorio tartésico, es decir el sur de
Portugal, en la Edad del Bronce existe una tradición de enterramientos de inhu-
mación en cista171 de la que no hay testimonios seguros en el Bronce Final pero
que parece probable que de alguna forma dé lugar a la tradición de incineraciones
en cista que dominará en la Edad del Hierro orientalizante y que está muy bien
representada en una serie de necrópolis, muchas de las cuales han dado, corno
veremos, testimonios epigráficos(§§ 2.5.1-3).
El aspecto quizá más discutido e interesante del Bronce Final meridional son
las estelas con grabados de armas y otros objetos, y en su caso figuras humanas. 172
Casi ninguna ha aparecido en un contexto preciso y su cronología depende exclu-
sivamente de los objetos en ellas representados. En general, por motivos tipoló-
gicos y de distribución, se suele admitir un desarrollo de los tipos más sencillos,
con sólo escudo y espada, hasta los más complejos con ricas escenas con diversas
figuras humanas, y una progresión discontinua desde la Sierra de Gata hasta el
Valle del Guadalquivir, pero sin alcanzar lo que será o era el núcleo tartésico.
En realidad la información es tan insuficiente que no creo que se pueda excluir
un origen en alguna de las zonas centrales o meridionales, y una difusión de la
idea que ha podido ser recibida más al norte en forma más simplificada, pero
en cualquier caso no cabe duda de que la distribución de las estelas demuestra
comunicaciones culturales fl uidas entre todo el SO y relaciones a larga distancia
puesto que ejemplos aislados se encuentran incluso en el sur de Francia. Por el
aspecto general de las estelas inicialmente se pensó que se trataba de marcadores
de enterramientos, pero la ausencia de hallazgos probatorios ha llevado a plantear
hipótesis alternativas, ery particular marcadores de vías, símbolos de apropiación
territorial u ofrendas substitutorias, que, si a mi modo de ver no han quedado
170 M. Bendala 1986; J. L. Escacena 1995; 2000, pp. 131-7; D. Ruiz Mata 2001 , pp. 45-66;
S. Celestino 2001 ; M. Torres 2002a, pp. 66-7, 273-85.
171
H. Schubart 1975.
172 M. Almagro Basch 1966; M. Varela & J. Pinho 1976-77; M. Almagro-Garbea 1977; M. Sen-
dala 1977; J. A. Barce16 1989; E. Galán 1993; S. Celestino 1990; 2001 ; Carálogo de esrelas 2005.
"' A. Mederos 2005; M. Torres 1998. No faltan intentOs de anticipar la cronología arqueológica
desde sus propios recursos: J. Feroández Jurado 2003, pp. 46-51.
rancia de cuál sería la fecha adoptada por los defensores de un sistema, o indi-
car X? porque estoy deduciendo a partir de la fecha atribuida a un determinado fe-
nómeno la de otro distinto. X-Z representa una horquilla amplia, dentro de cuyos
límites se sitúan otras cronologías propuestas; es posible, aunque poco probable a
mi modo de ver, que lo correcto sea X; es posible que lo sea Z, pero mi impresión
es que probablemente habrá que remontar un tanto las fechas correspondientes; en
todo caso con los datos actuales quien cree conocer con seguridad las fechas rea-
les vive en un mundo propio al que la generalidad de nosotros no tiene acceso.
Con independencia de las fechas absolutas que se consideren más justas, hay
un concepto de cronología relativa que es esencial en cualquier caso, y que por
simplificar podemos resumir en la palabra «precolonial», es decir un momento
en el que todavía no se encuentran en los yacimientos indígenas huellas de la
presencia de fenicios u otros orientales establecidos cerca. Hay que subrayar sin
embargo la idea de establecimiento, porque como veremos se plantea la posibili-
dad de que en la fase precolonial hayan existido contactos, e incluso contactos no
esporádicos, que han podido dejar en el registro indígena algunos objetos orien-
tales sin que eso nos autorice a concluir que ya había fenicios establecidos en la
Península.
Como ya vimos ( 1.3.2), en Andalucía, a partir del s. xt?/rx, aparecen poblados
más estables de cabañas ligeramente exc;avadas en el suelo e incluso fortificacio-
nes. Es dudoso cuánto tiempo han precedido estos desarrollos a la llegada de los
fenicios y qué volumen habían adquirido para entonces, pero lo que los fenicios
encuentran es el mundo de esos poblados. Su economía parece ligeramente diver-
sificada según regiones, combinando en general una base agrícola en expansión
con la importancia de la ganadería, y en algunas zonas como Huelva con una
cierta importancia de la extracción de metales y su elaboración, aunque hoy tiende
a limitarse la imagen excesivamente optimista que en tiempos se tuvo de ese as-
pecto. En todo caso tuvo que existir un comercio de cierta amplitud, visible en la
difusión de objetos y de ideas, lo que viene condicionado y a la vez da ocasión al
desarrollo de una incipiente jerarquización con la que de algún modo deben estar
relacionadas las estelas decoradas de las que ya hemos hablado, sin duda reflejo de
un grupo social que puede ser llamado guerrero sin pecar de caer en un tópico.
Otros elementos significativos de la cultura material demuestran que estamos
en una época de desarrollo e innovaciones. Aparecen tipos cerámicos característi-
cos que pervivirán en el posterior periodo orientalizante e incluso algunos de sus
ejemplares llegarán a ser soporte de grafitos. En particular, dejando de momento
a un lado la cuestión de la cerámica a torno, hay que mencionar la cerámica de
retícula bruñida y la cerámica con decoración geométrica pintada; ambas plantean
problemas sobre su origen, y si para la primera cabe la posibilidad de innova-
ciones dentro de una antigua tradición local, la segunda difícilmente puede ser
separada del conjunto de estilos geométricos que se di funden por el Mediterráneo
a finales del segundo y principios del primer milenio, aunque establecer un nexo
preciso con un esti lo oriental concreto resulte mucho más problemático.
con seguridad pertenecen a esa fecha pero que son simple testimonio de un co-
mercio esporádico; 117 obviamente la recepción de la técnica implicaría contactos
humanos y transmisión directa de habilidades, y dificilmente podría ser fruto de
un mero encuentro ocasional. Finalmente hay sobrados indicios de la existencia
de un comercio atlántico con el Mediterráneo central que no pudo realizarse sin
costear la Península y que es inverosímil que no contase con puntos de amarre
en ésta; incluso la participación como intermediarios de los prototartesios en ese
comercio es altamente verosími 1. 17s
En conclusión es probable que las relaciones mediterráneas, con Cerdeiia, Chi-
pre y la costa siro-palestina, más hipotéticamente con Grecia, hayan implicado
ya un contacto humano directo aunque limitado a grupos muy minoritarios, que
contribuyó al desarrollo de una economía y una dinámica social nuevas que son
el antecedente inmediato de la cultura tartésica orientalízante, y que, si todavía no
eran lo suficientemente avanzadas como para justificar la adopción de la escritura,
anunciaban ese paso posterior, a la vez que, aunque los contactos no pudieron te-
ner desde el punto de vista lingüístico excesivas consecuencias, quizá aparecieron
ya algunos préstamos de palabras culturales en Occidente y llegaron a Oriente
algunos nombres de lugar que pudieron ser transmitidos a la tradición posterior.
En resumen, la sociedad que se desarrolló entre el siglo xt11x y ellx/VIIl en el
bajo Guadalquivir tenía unas necesidades de control económico, una estructura
incipientemente urbana, una cultura diversificada y en la que los valores simbóli-
cos y de ostentación eran esenciales para los grupos privilegiados. Se estaba en el
umbral de las condiciones necesarias para que se pudiese producir la adopción de
la escritura sobre todo si ex istía un modelo adecuado, y ese modelo lo iban a traer
consigo los fenicios y quizá, aunque de forma menos asequible para los indígenas,
otros mercaderes que tenían un cierto acceso a la zona a través de aquéllos.
171
M. Torres 2002a, pp. 110- l.
m A los testimonios sardos (M. Rui z-Gálvez 1986: F. Lo Schiavo 1991: M. Torres 2004) hay
que sumar los sicilianos: M. Cuhraro 2005.
119 J. Fernández Jurado 1984; R. Olmos 1986; 1989; 1991 ; P. Rouillard 2001: M. Blech 2001.
pp. 306-13; M. Torres 2002a, pp. 93-6; A. Domingucz Monedero 2003; P.Cabrera 2003. Materiales
procedemc:s de yacimientos indígenas o fenicios en A. J. Domínguez Monedero & C. Sánchez 2001,
pp. 5-37. 78-9, cf. el comentario en pp. 88-9.
eubea y posiblemente de otras zonas. 180 En todo caso estamos hablando sin duda
de contactos muy localizados en puntos costeros, y de breve duración y escasa
intensidad, que no han podido repercutir en la adopción de Ja escritura ni en los
usos lingüísticos de los indígenas.
En el último tercio del s. Vil la situación cambia; la arqueología muestra en
yacimientos, sean indígenas como Huelva, sean fenicios como Cerro del Villar,
un incremento notable de la presencia de cerámicas griegas que se mantiene du-
rante la primera mitad del s. VI e irá reduciéndose durante la segunda, hasta casi
desaparecer a fines de siglo. Los tipos son variados y sus orígenes también y
dif1ciles de determinar; en todo caso destacan las copas jonias tal vez de diversas
procedencias y los productos de Samos. En el otro extremo del Mediterráneo
marfiles sudhispánicos de fines del s. VIl aparecidos en la propia Samos cuentan
la misma historia. Coincidiendo con la información arqueológica Heródoto nos
señala la presencia en Tartessos primero del samio Coleo, posible representación
dramáticamente personalizada de todo un grupo de navegantes, y luego de los
foceos huéspedes de Argantonio que tenían ya sus bases en el NE de la Península
y otros puntos del Mediterráneo noroccidental, a los que de manera más genérica
que a Coleo se les atribuye el descubrimiento de Tartessos (Hrd. 1.163).
Se trata de meras relaciones comerciales, no de colonización, aunque no cabe
excluir la fundación de alguna factoría o comunidad afincada en un asentamiento
indígena o fenicio que con el tiempo acabaría asimilada, aunque se conservó al
menos el recuerdo de Mainake (vid. supra§ 2.1.1 0.1 ). 1 ~ 1 El contacto parece haber
sido puramente costero y la influencia cultural por lo tanto escasa y limitada tan
sólo a grupos indígenas privilegiados o profesionales, al margen de la transmi-
tida por los objetos mismos, siempre reducida y ambigua, pero en ese ambiente
encontraremos algunas inscripciones griegas(§ 2.9.3), y quizá algunos indígenas
llegaron a conocer hábitos epigráficos ligados al ambiente de la hospitalidad y
las relaciones sociales de los que el mundo fenicio no les había proporcionado
ejemplos.
ruinas del yacimien1o fenicio de Toscanos (H. G. Nicmcycr 1979-80; 1980) ha tenido un extraordi-
nario éxito, pero en rea lidad no tiene el menor apoyo concrelo.
en aquellos rasgos que son significativos para su definición étnica y que debieron
condicionar el uso que en ella se hizo de la lengua y la escritura. 182
La cultura tartesia tiene un marco cronológico cuyo comienzo, en lo que a
nosotros nos afecta, podemos situar como he dicho en el s. Vlll o, si se admite
la cronología alta (§ 2.2.3), a finales del IX, y su fi nal, sobre el que volveremos
enseguida, a finales del V I o comienzos del v. El momento de máximo desarrollo
corresponde al s. VJJ. 183
A grandes rasgos el territorio de la cultura tartesia comprende el Valle del
Guadalquivir medio (pero vid. infra) y bajo (mapa 2.1), es decir las campiñas
en general muy fértiles de su orilla izquierda, y a su derecha Sierra Morena con
sus impo11antes recursos minerales. Más o menos desde la altura de Sevilla el río
abandona la proximidad de la Sierra y en su Jugar encontramos el Aljarafe y más
a occidente las tierras bajas de Huelva, el condado de Niebla.
Dado el carácter de las fuentes literarias, aunque son ellas las que nos permiten
dar nombre a la cultura tartesia, su definición es ante todo material; se trata de un
conjunto de objetos y de transformaciones del territorio que proporcionan una
imagen unitaria y se producen en un espacio y unas fechas compatibles con lo que
las fuentes nos dicen de Tartessos (mapa 2.2). El rasgo más llamativo de ese con-
junto material es que su composición nos pennite bablar de una cultura orientali-
zante,184 al igual que lo hacemos en el caso de Etruria o de Grecia; en efecto junto
a rasgos de tradición indígena encontramos muchos otros que se explican por el
contacto con pueblos de Oriente, en particular Jos fenicios asentados en la perife-
ria tartésica. Pero esos rasgos orienta les son patrimonio sobre todo de un sector
minoritario de la sociedad tartésica y sirven para dar expresión a la ideología de
ese sector y marcar a la vez su carácter de grupo privilegiado tal como veremos
más abajo. 1ss La cuestión muy polémica en estos momentos de en qué medida una
parte significativa de esa cultura orientalizante correspondería en realidad a gen-
tes de origen fenicio instaladas en el territorio interior o incluso compartiendo los
asentamientos indígenas, la abordaremos más adelante en este apartado.
En el repertorio característico de la cultura tartesia encontramos cerámicas de
tradición indígena, como la de retícula bruñida, que no desaparecerá hasta finales
del s. VI 1o comienzos del VI y en la que se grabarán algunos grafitos, pero sobre todo
tipos nuevos en parte moldeados a mano, en parte a tomo. De entre las cerámicas
a tomo hay que destacar las grises, posiblemente iniciadas en las colonias fenicias
pero dirigidas al mercado indígena y continuadas luego por los propios tartesios
y por pueblos de su periferia que las adoptan como vajilla cotidiana de seroilujo,
incluso en fechas muy posteriores a las que ahora nos interesan; también en estas
18
~ La bibliografía general sobre la cultura tartesia se ha citado en § 2.2.3.
183 La bibliografia en que se defiende la cronología alta ya fue citada antes. Un cuadro cronoló-
•
2. E L. M UNDO MI'. RI(> IONA L. 285
el Bronce Final, como retícula bmñida y fíbulas tipo Hue lva, a los que se unen
luego entre otros cerámica gris, de barniz rojo, cerámica de bandas, importaciones
griegas, quemaperfumes, fíbulas de doble resorte, de tipo Acebuchal y anular,
broches de cinturón, y puntas de flecha de tipo barbillón, aunque en parte esos
rasgos son resultado del contacto directo con los fenicios (vid. infra).
Podemos hablar con c ierta precisión del mundo material tartésico, pero cuando
pasamos a cuestiones como el poblamiento y la estructura política apenas si pode-
mos ir más allá de algunas generalidades más o menos vagas dado la imprecisión
de las fuentes escritas, la escasez y la opacidad de la epigrafía y la ausencia de
excavaciones en extensión que permitan conocer en detalle la estructura interna
de un asentamiento complejo. De ahí las marcadas diferencias de interpretación
que encontramos en la bibliografía y que normalmente no van acompañadas de
una crítica explícita de las alternativas.
A ello se une la cuestión de la ambigüedad fenicio-tartesia, es decir los proble-
mas de identificación que van desde aspectos esenciales, por ejemplo, si pro-
ductos o rituales fenic ios implican aculturación o presencia feni cia, a cuestiones
técnicas, por ejemplo, si un determinado objeto de estilo fenicio ha sido realizado
en Oriente, en un establecimiento fenicio de Occidente o es una copia indígena.
Todo ello da lugar a un amplio inventario de dudas que afectan a las cuestiones
que más nos interesaría conocer. Las fuentes mencionan explícitamente un rey
de Tartessos (Heródoto) y reyes en e l ámbito geográfico de Tartessos (Pompeyo
Trogo/Justino), pero el alcance real en términos geográficos y de poder que hay
que dar a la palabra nos resulta muy difícil de determinar y a mi modo de ver
algunas imágenes de la monarquía sagrada tartesia van más allá de lo que los da-
tos pem1iten plantear como hipótesis de trabajo legitima: s; Incluso el argumento
arqueológico en apariencia más contundente a favor de la existencia de reyes mo-
nopolizadores de la religión, los editicios complejos que incluyen un espacio con
seguridad ritual, a los que a menudo se ha denominado palacios, son considerados
por otros investigadores exclusivamente santuarios, sin que existan datos objeti-
vos para zanjar la polémica, '88 aunque en términos comparativos los para le los en
otras zonas del Mediterráneo apoyan sin duda la idea de centros multifuncionales,
a la vez políticos, religiosos y económicos, si bien esos mismos paralelos demues-
tran que e l grado de desarrollo de cada una de esas funciones puede ser distinto, y
el tamafto de los ejemplos hispánicos se adapta mejor a la idea de entidades polí-
ticas limitadas, como las casas prepalac iales del Egeo, que a la de los palacios de
las monarquías complejas que surgieron después. Por otro lado no hay que olvidar
que por ahora los ejemplos mejores de esos edificios complejos se encuentran en
l &<> J. L. Escacena 1987, pp. 295-6; 1989; 2000, pp. 219-20: M.• Belén & J. L. Escacena 1992.
199
M. Torres 1999; 2002a, pp. 35 1-9.
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2. EL. MUN DO Mt;RIDIONi\1. 297
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I NDICE LING ÜÍSTICO DE I'ALABRAS Y MORFEMAS 689
Germánico (Ger) 18J n., 185, 189n., 203, de Morro de Mezquitilla 425,
208-9.2 14 428
Gétulo de Toscanos 425
préstamo al latín 181 n. del Castillo de Doña Blanca
Glosa 427-8
gálata 2.1.0 marcas 425, 427-9
tracia J.&2 comerciales 427
Glosadores 1.61 de la desembocadura del
Glosas (paleo)hispanas 159n., 162, 1.68 Guadalhorce 425n.,
Glotales 432 427-8
Giros hispánicos 164n. de Morro de Mezquitilla 4,
Gótico .208 11 427
Grado del Cabezo de la Esperanza
cero .2.Q3 427, 429
o 179. 208 del Castillo de Doña Blanca
pleno .203 427-8
Grafemas de Morro de Mezquitilla 425,
alfabéticos 505, 507 428
del SO 374, 385-6, 513 de Toscanos 425, 428
alfabéticos 383 de Huelva 427n.
consonánticos 383 de Málaga 435
vocálicos 383 de Medellín 426
fenicios 509, 513 de Morro de Mezquitilla 424n.,
ibéricos levantinos 405n. 429
ibéricos merid.ionales 373, 405n. del Castillo de Doña Blanca 424n.,
silábicos 509-1 O, 512 426,429
suplementarios 489, 497-8, 514-5 griegos de Anchialos-Sindos 453
vocálicos 51 O monolíteros 427n., 435
Grafemático 293n., 302, 365, 367, 386, paleohispánicos 426n.
404, 426, 435n., 485-6, 490, 497-8, arcaicos 354
506, 509-1 O, 511 n., 517 de Abul 293, 429
sistema 504 de Extremadura 368
Grafitos 278, 283-4, 299, 300-2, 304, de La Baja Andalucía 368
361 ' 372, 403, 436, 354, 362-72, 425- de Medellín 300, 354, 364-7
30, 433, 436-7, 453, 455, 474-5, 479- del Cabezo de San Pedro 354,
.a.Q, 485, 509-12, 519-20 362-3, 367
fenicios de Mogador 428-9 del Carambolo 354, 362, 364
fenicios en la Península 424-9, 436 de la Herdade da Amoeirinha do
cerámicos 425 Caía 300-1
de Abul 426, 428n. de Yillasviejas 300, 302
de Cartagena 435 del Castro de Botija 301
de El Carambolo 426 del S de Portugal 366-8
de propiedad 425, 427-9 de Femáo Vaz 366
de Huelva 427 de Fonte Yelha 366-7
de La Fonteta 426 de Monte Coito 366
de la necrópolis Laurita (?) de Pomares 366n.
425-6 del SE peninsular 367
de la Peña Negra de Crevillen- de la Peña Negra de Crevillente
te 426-7, 474 354, 367-8,429, 474
Matres lectionis 426n., 490, 499, 505, Micénico (mic.) 198, 321 , 438-9
507-8 Post- 290
Mausoleo 484 Miel 484
Mentalidad griega .236 Miliarios 144
Mercaderes 28 1, 435, 490, 499, 511 Minas
fenicios 267, 289, 292, 479 administradores de 163
de Cádiz 269, 479 andaluzas 168n.
occidentales en centros indígenas de Hu el va 16.8
210 galería de 192-3
viajes tempranos a la Península prospectores de 163, 215
267n. Minerales 225
griegos 264. 437 obtención a cargo de los fenicios con-
mercado tartesio 223 trolados por los indígenas 26&
orientales 265, 279 Minería 163-4, 166, l.6E
púnicos 435 de Dalmacia .21Q
precoloniales 291 de Hispania/rberia 107-8. 137, 162n.,
prototartesios 291 163, 165, 169, 201,30 1,303,306
Mercenariado bibliografia 165n., 166n.
Mercenarios 66, 273 de época imperial .1.6.6.
africanos 351 del NO 213n., l l i
cartagineses 128, 185 del S 234-5, 251 , 297, 329
celtas 351 de la zona de Cástulo 442
celtibéricos 185 de la zona Tinto-Odie! 21.5
de Aníbal 96-7. W de Sierra Morena 2.83
hispanos en los ejércitos cartagineses explotación artesanal 165. 20 1,
273 21.5
ibéricos 83-4 explotación de tipo helenístico lli
Mestización 295-6, 319, 327, 332, 337, geografia de las explotaciones mine-
346, 348-52 ras lll.s
Metáfora 12J indígena 165-6
Metales l l i lavado 173-6
comercio de 297, 303 recursos del Alemtejo y las Beiras
decadencia del gran comercio inter- 2fil
nacional de 221 romana 173. 215
extracción y elaboración 278, 431 n. tradición griega en la l13
regiones metalíferas occidentales 299 tartesia 288, 320
Metales monetariamente esenciales de oro y plata 95
165n. de plata 163n.
Metecos, vid. comunidades metecas de oro J 64, 168, J 78, 179n., 20J
Metalurgia 298, 301 , 303, 433 bibliografía 165n.
ce ltíbera 1.28 malleator .200
tartésica 126, 287, 320 turdetana 200
Método leyes 198
de Schmoll 373 Mineros 164, 1.61
morfológico 373 en Huelva procedentes del NO 168
Metrología 364n., 405 lengua 167. 169, 215
ibérica 407n., 408, 413, 417 alemanes 167-8
Mezcla de pueblos 261 , 327, 332, 337, ibero-aquitano .2fi8
348, 353 pirenaicos 1.61
fenicio 491 , 494, 513-5 Silabismo 373, 488, 491 , 495, 506-8
ibérico 489n. meridional 518
levantino 404, 421-3, 523 origen 491
meridional 371 , 3 73, 404-5, 421-3, Silabogramas 34, 373-4, 376-8 1, 383,
486,518 387, 404-6, 407n., 408, 411 , 415, 418-
estructura 418-22 22, 490-1 , 494, 500, 504-6, 51 O, 513,
tartesio 522 517-8, 523
Signarios be ibérico 405, 407, 421
didácticos 522 con vocal explícita 508
teóricos 362, 491-2, 494-5, 516, consonánticos 505
522-3 de la escritura meridional 513
paleohispánicos 491 , 494, 496 de la serie a 380, 414
Signos de la serie -e 4 16
«alfabéticos» 378, 418, 489-90, 505- de la serie o 379
6, 509 de la serie u 3 79
con determinación vocálica 509 dentales 421
calcídicos 516 en e 378-9
complementarios 491 en -i 413
consonánticos 382, 384, 498-9, 506, en u 319
508-9 ibericos 405n.
de atestación única 380-2 meridionales 4 J 5, 518
del SO 522 no explícitos 505, 507
indeterminados 384 oclusivos 507
laringales fenicios 499 te 378
nuevos/inventados 489 velares 420-1
pseudosilábicos 489 vocálicos 499
reinterpretados 489 Simbología del poder 279
suplementarios/supletorios 489-90 Simplificación 176
silábicos 487, 489, 506, 507n., 509, Sincronismos 257, 483-4
517, 524 Sintagmas ibéricos 405
con vocal explícita 517 Siríaco 9 1, 130, 243n.
vocálicos 490-1 , 497-9, 505, 508, 511 - Sistema
4, 517 de enseñanza 486
Sílaba 388-9, 447n., 490, 503n., 504-5, de escritura cananita 2M
508-1 1' 516-7 de relaciones 41 O
acadia 503n. de transmisión 485
anómala 511 del SO 374n.
configuración 506n. fonológico 381 , 387, 467, 505, 509,
corte silábico 506 521
realizaciones silábicas 507 levantino 408
Silabario, vid. alfabeto meridional 408
chipriota 499 Sistemas
fenicio 501 alternativos 383
con vocal no explícita 506 de escritura hispánicos 491
neoluvita 499 Situación lingüística protohistórica en el
no explícito 504 Atlántico l l i
no redundante 5 13 Soberanos 298
paleohispánico 506 indígenas 447
Sociedad Tartesios
del SO 389n. límites de los 442
tartesia 238, 274, 278, .281 , 285-90 Tartessos
Sociedades protohistóricas mediterráneas descubrimiento .2&.2
21J Teatro romano 299
Sol esquemático 382 Técnica
Soldados de infantería libios 260 de bateado 169, 177-8, 201 n., 202n.,
Sonantes 377, 513 .201
vocálicas 506n. Villena-Estremoz 279
Sonoridad 489 Tema
Sortitio .1.46 con inicio en si- celtibérico 209
Sprachbund, vid. área de convergencia lin- en -a(-) 189, 430n., 431
güística en - ia- 189
Sublevación judía 117 nasal 447n.
Substrato 173-4, 178n., 179, 182, 189, - ni- 447n.
196, 216, 303, 305, 312, 353 Temas en dental 456
lenguas occidentales de 206 Templo
«mediterráneo» 200n., .2.Q2 de Tellus 132
pretartesio 472 romano de Mirobriga (Santiago de Ca-
cém) 311
vasco-ibérico 201 n.
Templos fenicios 2.68
Sufijo
templo de Carrnona .210
dental 456
Tendencia a adaptar los términos plinianos
diminutivo 20 1n.
a formas latinas 208n.
nasal .201
Tensión 460
paJeohispánico 180n., 398
Teónimos .202
prerromano 203n. Teoría del exoceanismo 88-9
Sufijos 399,414, 417,438-9,462, 466n.
Término, vid. también «palabras»
aglutinantes 399-400 antiguo-europeo 174-5
cadenas de 39 1 céltico 444
IE 466n. galo 444
romanos 192 de cultura 444, 470
turdetanos 462-3, 466 griego 444, 448n.
Syngeneia 232-3 IE 169
técnico metalúrgico 169, 170n.
Tahellarii 144n. viajero 2ill
Tabla de los pueblos 89-91, 117n. viajero .202
Tablas Términos
alfabéticas vénetas 511 militares 192
de Aljustrel 170n. mineros 202
Tablillas occidentales no hispánicos no
de barro mesopotámicas 433 que hacen referencia a las característi-
micénicas 438 cas de un material 169
Tabula Peutingeriana 144 rurales 17 1-2
Táctica militar 109, 116n., 184 Terminología topográfica 168. 180
Tartesio 337, 345, 363n., 368, 455, 470, Territorio
473-4, 476,478, 488,521 ausetano J.Q.3
estadio de lengua inmediatamente ante- bástulo-mastieno 346
rior al tartesio m conio 477