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Turismo en Argentina en Los 30's

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Artículo en evaluación en Journal of Tourism History

El “despertar del turismo”: primeros ensayos de una política turística en la


Argentina (1930-1943)
Melina Piglia (UNMdP-CONICET)

1. Introducción
El viaje es un fenómeno social con una muy larga historia. El turismo es, sin
embargo, una práctica moderna, que implica un desplazamiento con fines recreativos
por un período acotado de tiempo. Distinto del veraneo aristocrático, supone como parte
constitutiva la otra cara de la moneda, el trabajo. En la Argentina, el turismo surge,
desde esta perspectiva, en los años veinte, ligado a la movilidad social ascendente, a la
expansión del tiempo libre disponible y a la difusión de nuevos valores y prácticas. Es,
fundamentalmente, turismo nacional: en parte imitando los veraneos de la elite,
crecientes sectores medios argentinos comenzaron por esos años a viajar por el país.
Los destinos iniciales fueron los ya consagrados: Mar del Plata, la villa balnearia
de agitada vida social y las Sierras de Córdoba, un lugar elegido para el descanso y la
recuperación de la salud. Con la difusión del automóvil y la expansión de la red de
caminos y de estaciones de servicio en los años treinta, aparecieron otras posibilidades.
Emergieron así nuevos lugares turísticos con un público predominante de sectores
medios, como los balnearios de segundas residencias en la costa norte de la provincia de
Buenos Aires (Bertoncello,1993; Bruno, 2002); también se desplegaron nuevas formas
de practicar el turismo, como el camping, o el turismo centrado en el viaje en sí, el
recorrido de rutas, vistas e hitos turísticos: un ejemplo de ello son los “raids” por el
noroeste argentino, una región que comenzó a crecer como alternativa de turismo de
invierno a fines de la década del treinta (Ballent, 2005; Piglia, 2008 (a)). A este turismo

- Este trabajo forma parte de mi tesis doctoral, defendida en la Universidad de Buenos Aires en julio
de 2009 y realizada bajo la dirección de la Dra. Anahí Ballent, con financiamiento de una beca
CONICET. Agradezco los comentarios de la Dra. Ballent y de los jurados, Rodolfo Bertoncello, Ana
Virginia Persello y Fernando Rocchi. Partes de este trabajo fueron asimismo discutidas en el
simposio “El turismo como instrumento de desarrollo económico y social en Iberoamérica (siglos
XIX-XXI)”, en I Congreso Latinoamericano de Historia Económica, Montevideo, 2007.
de sectores medios que continuó profundizándose como fenómeno en los años cuarenta,
cincuenta y sesenta, se le sumó, a partir del primer gobierno de Juan D. Perón (1945-
1955), un turismo masivo de sectores medios-bajos y obreros, estimulado a través del
turismo social y sindical y que se dirigió sobre todo a los destinos tradicionales de Mar
del Plata y Córdoba (Pastoriza y Torre, 1999).
A la vez que se difundía como práctica, el turismo también fue, en las primeras
décadas del siglo XX, construido socialmente como un asunto de bien público,
resaltando sus beneficios pedagógico-patrióticos, higiénicos y/o económicos, para el
individuo y para la colectividad (Piglia, 2008 (b)). La difusión de estás concepciones en
la opinión pública y su encarnación en el Estado, condujeron a que el turismo fuera
finalmente asumido como un actividad social que el Estado debía regular, promover e
incluso organizar. Así, en la Argentina durante los años treinta, se dieron los primeros
pasos, vacilantes, de una política turística. El Estado se preocupó entonces por mejorar
la accesibilidad de los destinos turísticos tradicionales y procuró convertir nuevos
espacios en lugares turísticos, a través de la construcción de hoteles, caminos y
atractivos para los viajeros, tanto orientados a un turismo masivo, como en el caso de
Mar del Plata, como dirigidos a captar un turismo de elite, como en el de la región de
los Lagos, en la Patagonia andina (Ballent y Gorelik, 2002; Navarro Floria, 2008;
Scarzanella, 2002). A la vez, tuvieron lugar los primeros intentos de regulación y
organización de la actividad turística.
Si bien en el mundo las políticas turísticas han sido objeto de atención
académica desde hace ya varias décadas, como parte de un interés más amplio por el
turismo y por el propio Estado como campos de indagación (Baranowsky, 2007; De
Grazia, 1981; Ory, 1994), en Latinoamérica este interés ha sido a la vez más reciente y
más incompleto. La perspectiva dominante en los trabajos realizados ha sido, en
general, la de la historia de las localidades turísticas y balnearios (Da Cunha 2002;
Pastoriza y Torre, 1999) y han sido más bien excepcionales los trabajos generales sobre
la política turística (Jacob, 1988; Pastoriza, 1999 (a y b)). Este trabajo se propone
realizar un aporte en este punto, a partir de una mirada de conjunto de las emergentes
políticas turísticas del estado central entre argentino entre 1932 y 1943.

1. El turismo como asunto público en los años treinta


Para comienzos de la década de 1930, numerosos indicios dan cuenta en la
Argentina del arraigo en la opinión pública de la concepción del turismo como una

2
“industria nacional”, capaz de llevar progreso y civilización a las regiones atrasadas y
de fortalecer la unidad nacional.
La atención prestada por la prensa a la cuestión es una señal importante de que el
turismo se había convertido en un tema público. Así, por ejemplo, la revista El Hogar le
dedicó números especiales, celebrando el “despertar del turismo” gracias al cual “el
pueblo argentino” estaba “en camino de descubrir el país argentino” (noviembre de
1931:3). En ellos se brindaba información sobre los lugares turísticos (incluyendo
destinos poco frecuentados como el norte del país o los lagos del sur), se instruía sobre
prácticas recreativas modernas (el camping, el turismo en automóvil) y se instaba a los
lectores, un público de sectores medios, a hacer obra patriótica conociendo el país:
“Conozca su patria: veranee!” (noviembre de 1931:26).
En Argentina, como en otros paises americanos, la vinculación de paisaje y
nación tenía una historia larga; lo novedoso en los años treinta era que esta apelación,
que se dirigió a los sectores medios, se generalizó en la opinión pública e integró un
cierto sentido común sobre el turismo. Más novedosa aún resulta la amalgama de esta
consigna con la mirada del turismo como actividad económica y por lo tanto con el
proceso de mercantilización de los lugares turísticos. Así, la emoción patriótica se
ofrecía como uno de los atractivos a consumir, a través de una práctica previsible (el
viaje de vacaciones por una o dos semanas), codificada y prefigurada por una pedagogía
turístico patriótica que, en las páginas de guías y revistas, indicaba al turista qué y cómo
mirar e incluso, a veces, cómo sentirse frente a ello1.
La otra novedad de los años treinta es que esta concepción encarnó también en
la burocracia estatal y en las discusiones parlamentarias, derivando en la constitución
del turismo como objeto de políticas estatales. Así, en el debate de la Ley Nacional de
Vialidad, el diputado socialista Castiñeira defendió la importancia económica y social
de la construcción de los caminos de turismo, que otros consideraban suntuarios,
sosteniendo que el turismo implicaba un enriquecimiento espiritual porque “facilitar el
conocimiento del país, apreciar sus necesidades, admirar sus bellezas naturales, conocer
también sus miserias, tiene un hondo significado para nuestro progreso político y
1
Así, por ejemplo, la primera guía de viaje publicada por el Automóvil Club Argentino señalaba a los
turistas debajo del nombre de la localidad, la lista de los sitios de interés “Jesús María (…) ver: bosques
de nogales y naranjos, restos de construcciones del siglo XVIII, ruinas donde velaron a Quiroga en
Sinsacate..”. (Guía ACA, 1943:166). Algo similar ha mostrado Harp en su análisis de las Guías
Michellin, y la constitución de un mapa turístico-gastronómico nacional en Francia en las primeras
décadas del siglo XX (Harp, 2002). El tipo de práctica que estas guías sustentaban estaba en claro
contraste con los viajes de descubrimiento de la patria de las elites, individuales, inéditos, narrados en
clave sublime (Véase por ejemplo, Elflein, 1917).

3
social” (HCDN, 1932: 611). Del mismo modo, Manuel Alvarado, el Ministro de Obras
Públicas de la Nación, enfatizaba la dimensión patriótica del turismo y planteaba la
necesidad de una acción positiva del Estado en esa materia: “Frecuentemente nos
quejamos de la “ignorancia extranjera” respecto de la posición que ocupa la Argentina
en el seno de las naciones civilizadas. Fuera más lógico comenzar por lamentarnos del
escaso conocimiento que los hijos del país tenemos de la maravillosa tierra en que
convivimos. (…) Hay que reaccionar contra esta tendencia, propalar las ventajas del
turismo interno, propender a su desarrollo por todos los medios prácticos y eficientes y
crear, si es necesario, un departamento especial que se encargue de organizarlo con la
prontitud requerida” (El Hogar, noviembre de 1933:5).
En el mismo sentido, trazando un balance de los aportes de la División Nacional
de Vialidad (creada en 1932) al desarrollo del turismo interno, su presidente, Justiniano
Allende Posse, apelaba a que “otras reparticiones de gobierno y las instituciones de
turismo” se organizasen para fomentar el turismo nacional y sudamericano, como forma
de unir a los pueblos (El Hogar, noviembre de 1933: 27).
Este cambio de clima que reconocía la importancia del turismo y era favorable a
una intervención del Estado en ese terreno estaba en sintonía con el desarrollo de
oficinas turísticas estatales en el mundo desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Se
vinculaba además con la crisis económica y con el modo en el que ésta actualizaba una
interpretación que hallaba la clave de los males argentinos en la falta de integración del
territorio y en el desarrollo desigual del Litoral y el interior del país.
La renovada atención prestada al turismo obedecía además a la expansión de la
actividad, visible si atendemos al incremento de la llegada de viajeros a las sierras de
Córdoba o a Mar del Plata (donde los veraneantes se triplicaron entre 1920 y 1936)2.
Este incremento puede plantearse, así lo ha hecho Elisa Pastoriza para el caso de Mar
del Plata, como una relativa “democratización”, que supuso el acceso de nuevos
sectores sociales a las vacaciones (Pastoriza, 2002:89). El fenómeno respondía además a
la gradual extensión del beneficio de las vacaciones, a la difusión del automóvil, a la
mejora vial y a los efectos, aunque muy limitados, de las acciones concretas de fomento
del turismo llevados adelante por clubes de automovilistas como el Touring Club
Argentino o el Automóvil Club Argentino, las asociaciones de fomento de las

2
Los 40.000 turistas de 1920 llegaron a ser 376.000 en 1941.

4
localidades turísticas, los gobiernos de provincia y los ferrocarriles3. La crisis
económica mundial, además, restringía los viajes a Europa, impulsando efectivamente a
las elites locales a “descubrir” el país. Finalmente, la expansión del turismo se vinculaba
con un cambio más general en los valores, las concepciones y las pautas de consumo,
ligado al vitalismo de la entreguerra, que enfatizaba los beneficios de la vida “al aire
libre” y del deporte como forma de compensar las consecuencias indeseables de la vida
moderna (Armus, 1996; Rocchi, 1999).

Argentina país de turismo. Fuente: El Hogar, noviembre de 1933: 26.

3. El Estado toma la iniciativa: caminos, hoteles y atractivos turísticos


3
Para el caso de Mar del Plata, Pastoriza ha analizado las acciones de fomento del turismo Asociación de
Propaganda y Fomento de Mar del Plata, y otras acciones de impulso al turismo como los “boletos
combinados” que conjugaban boleto de tren y alojamiento a precios accesibles, organizados por la
Asociación de Hoteleros y los ferrocarriles (Pastoriza, 1999 (b)).

5
El estímulo estatal al turismo, que se desplegó en los años treinta a nivel nacional y
también en algunas provincias, se concentró en una serie de obras públicas destinadas a
dotar de caminos, equipamiento y atractivos turísticos a distintos lugares turísticos (o a
regiones que se quería construir como tales). Por detrás de muchas de estas acciones
estatales había una confianza en que casi cualquier espacio podía convertirse en un
lugar turístico si contaba con los accesos (viales o ferroviarios) y la hotelería necesarios
y algún interés natural, histórico o patriótico en un sentido amplio (fábricas y otros
testimonios de la pujanza del país también eran posibles atractivos)4.
La largamente esperada construcción de la red troncal de caminos, cuya parte
sustancial se emprendió en los años treinta y que se completó con caminos provinciales,
constituyó tanto de manera indirecta como directa, la primera de estas acciones estatales
de fomento del turismo. La construcción de los caminos pavimentados a las ciudades de
Córdoba y Mendoza, aunque no se tratara de vías ni exclusiva ni fundamentalmente
turísticas, impulsó el turismo en automóvil desde las zonas más pobladas hacia el
centro, oeste y norte del país. Otros caminos nacionales construidos algo más tarde,
como la ruta pavimentada a Mar del Plata y los caminos internos en los Parques
Nacionales de Nahuel Huapi e Iguazú, respondían en cambio principalmente a esa
finalidad.
La Dirección Nacional de Vialidad había orientado su política claramente hacia
los caminos productivos y de bajo costo. Esta propuesta inicial del Estado contrastaba -
como señala Anahí Ballent- con las expectativas sociales de bellos caminos turísticos y
veloces carreteras de hormigón y resultaba en parte anacrónica, pues “se asentaba en la
imagen de un país que privilegiaba los aspectos rurales tradicionales, que se
modernizaba e integraba pero lo hacía en clave rústica” (Ballent, 2005:199). Esta idea
inicial fue pronto insuficiente para el propio Estado y para amplios sectores de la
sociedad y la Dirección Nacional de Vialidad comenzó a incluir en sus planes la
construcción de caminos turísticos.
El camino recto de Buenos Aires a Mar del Plata (la futura Ruta Nacional 2)
había sido incluido en el plan nacional de obras viales a realizarse dentro de un plazo de
quince años y su ejecución adelantada obedeció a un convenio especial firmado con la

4
Esto criterio optimista que procuraba pensar simultáneamente a todo el país y construía la idea de que a
cada ciudad le correspondía un atractivo, se acentuó en el peronismo. Carla Lois y Claudia Troncoso han
analizado un importante folleto de propaganda turística de 1950, que presenta un inventario de los sitios
de interés turísticos, que no dejaba fuera ni a las bellezas naturales, ni a los restos del pasado
independentista, ni a los testimonios del desarrollo económico nacional (Lois y Troncoso, 2004).

6
provincia de Buenos Aires. La ruta directa a Mar del Plata, parecía responder más
fielmente a las expectativas del “imaginario del camino” que se había construido en la
Argentina desde fines de los años veinte (Ballent, 2005); tenía un alto potencial
simbólico, era una obra rica en atractivos visuales y servía como apoyo a los discursos
sobre la voluntad de desarrollo económico y la prosperidad nacional y la
democratización del acceso al descanso: la ruta, sostenía la Dirección de Vialidad,
permitiría que “ciudadanos de todas las clases sociales hallen en el mar el descanso
indispensable”; el camino era una muestra de la voluntad del Estado de brindar “los
medios no solo para el trabajo sino también para el esparcimiento” (Memoria DNV de
1937, 1938:11).5
Construidos los caminos de acceso a los atractivos turísticos, el alojamiento
comenzó a ser una cuestión importante para el Estado a fines de los años treinta.
Inicialmente en el marco de la Dirección de Parques Nacionales, el Estado comenzó a
preocuparse por regular la calidad y el precio de la hotelería existente y promover la
construcción de nuevos hoteles a través de créditos más “blandos”, a lo que le siguió en
1937 la decisión de asumir de modo dierecto la construcción de alojamientos, como
medida clave de fomento del turismo.
Inédita en la Argentina, esta política tenía antecedentes en los países vecinos. En
Uruguay, las autoridades municipales de Montevideo, procurando aumentar los recursos
municipales, adquirieron, terminaron de construir y explotaron varios hoteles-casino
privados hacia mediados de la década de 1910 (Da Cunha, 2005). En Chile la
turistificación de la región de los lagos al sur del país en los años veinte fue producto de
la política de una dependencia estatal, la Empresa de los Ferrocarriles del Estado, que
entre otras cosas construyó grandes hoteles vinculados a ramales del ferrocarril en zonas
remotas como el Lago Villarrica (Booth, 2008).
En la Argentina, el primero de los hoteles levantados por el Estado siguió en
parte la experiencia chilena en la que la inversión estatal asumía el riesgo, creando la
demanda turística a partir de la construcción de un gran hotel. El hotel Llao-Llao fue
construido por la Dirección de Parques Nacionales en las cercanías de Bariloche e
inaugurado en enero de 1938; era un hotel muy lujoso con capacidad para 250
pasajeros, jardines, cancha de golf y una magnífica vista al lago Nahuel Huapi6. El hotel

5
La inauguración de la ruta 2 incrementó notablemente la llegada de turistas en automotores a Mar del
Plata, que casi se triplicaron entre 1936 y 1941
6
El Llao-Llao había sido diseñado por Alejandro Bustillo, hermano del presidente de la Dirección de
Parques. A. Bustillo recibió también por esa época el encargo del gobierno de la provincia de Buenos

7
fue entregado en concesión al mismo grupo que explotaba una serie notable de “grandes
hoteles” privados: los lujosos Bristol (de Mar del Plata), Plaza y Continental (Buenos
Aires), y el Hotel de Termas de Rosario de la Frontera (Salta). Jorge A. Durand, que
encabezaba la dirección de esos hoteles dejaba claro ese mismo año la posición del
gremio empresario: sostenía que los grandes hoteles ayudaban a las localidades en las
que se instalaban a convertirse en lugares turísticos y que, ya que eran poco rentables, el
Estado debía construirlos y concesionarlos o bien apoyarlos, complementándolos con
redes de hosterías atendidas por sus propios dueños (Durand, 1938:1 a 3). Empero, los
lujosos grandes hoteles estaban en decadencia a fines de los años treinta, y no sería este
el modelo de hotelería estatal de mayor perduración.

El segundo de los hoteles, no fue el producto de una política deliberada, pero


inauguró una línea que se profundizaría en los años siguientes. Mientras se completaban
las obras del Llao Llao, el Ministerio de Obras Públicas habilitó alojamientos turísticos
en Río Tercero (Córdoba), como resultado secundario de la construcción de un embalse:
por iniciativa del ingeniero que dirigió los trabajos, en 1937 el obrador se transformó en
una colonia de vacaciones para empleados estatales, que quedaría bajo la administración
del mismo ingeniero hasta 1944. La preocupación por el fomento del turismo a través de
la construcción de hoteles se extendió pronto a las provincias, que comulgaban con la
creencia de que el turismo podría ser la solución para localidades sumidas en el atraso
económico: Mendoza y Buenos Aires iniciaron sus propias políticas (Ballent, inédito), y
en 1939 el Gobierno nacional firmó un covenio con la provincia de Catamarca par la
construcción de un hotel en su ciudad capital. El hotel, que se inauguró en 1941, fue
diseñado y construido por la Dirección de Parques, y financiado por partidas
presupuestarias especiales (Memoria DPN de 1939, 1940:102). Poco después, la
construcción de hoteles para el turismo general se transformó en política estatal: con
una inspiración populista que procuraba la “democratización” del turismo, el Estado
decidió la construcción de hosterías económicas en varias regiones, sobre todo en la
Patagonia, Cuyo y el Noroeste7.

Aires (donde su hermano, José María, era Ministro de Obras Públicas) de proyectar la urbanización de la
Playa Bristol. Parte de esa obra la constituían dos edificios monumentales, uno destinado al Casino y otro
al Gran Hotel Provincial, que se inauguró en 1946 (el Casino y la Rambla se habían inaugurado en 1939).
7
La ley 12669/1940, que respondió a la iniciativa de una serie de senadores de provincias del Noroeste y
del Litoral, autorizaba la construcción de 25 edificios. Profundizando este camino, en 1942 el Poder
Ejecutivo envió al Congreso un proyecto para construir otros 40 edificios, la mayoría modestas hosterías.
Algunos de estos hoteles y hosterías, cuyos planos y estudios estaban terminados, fueron construidos

8
En tercer lugar, como ha mostrado Ballent, el Estado intervino en la producción
de atractivos turísticos: la obra de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y
Lugares Históricos contribuyó a crear las condiciones para el desarrollo de la dimensión
patriótica y pedagógica del turismo: a su iniciativa correspondió, por ejemplo, la
reconstrucción de la Casa Histórica de Tucumán (1934) y la restauración de las
misiones jesuíticas de San Ignacio (1941-1943) (Ballent, inédito). Esta acción estatal
atendió especialmente al norte del país, crecientemente presentado como la “cuna de la
patria”.

4. La Dirección de Parques Nacionales y el turismo de elite


La construcción de los parques nacionales fue el otro de los terrenos en los que se
desplegó la política turística estatal. La cuestión de los parques tenía una larga historia
previa (Ballent y Gorelik, 2002:170; Scarzanella, 2002)8. Desde las décadas finales del
siglo XIX, una serie de discursos científicos, literarios y políticos cifraron la identidad
nacional argentina en las bellezas y riquezas “naturales” del territorio. De manera
similar al proceso que se dio en Estados Unidos (Nash) también en la Argentina se optó
por la naturaleza como anclaje de la identidad nacional. Como ha mostrado Eugenia
Scarzanella, el paisaje natural adquirió un lugar central como expresión de un “sustrato
primordial”, proveyendo de “raíces” para la construcción de una identidad nacional
común en un país de inmigración; y los parques nacionales fueron creados como lugares
que debían expresar ese carácter nacional (2002:5). Esta producción de la metáfora de la
patria como biotopo implicó no solo una mirada estética, sino también un
“interrogatorio utilitarista”: el inventario de las potenciales riquezas (Andermann,
2000:123).
Sin embargo, recién en la década del treinta -como sostienen Ballent y Adrián
Gorelik- “tuvo lugar una acción decidida por parte del Estado, basada en el objetivo de

durante el período peronista, como es el caso de los de Ancasti y Chilecito en la provincia de La Rioja,
inaugurados en 1948.
8
. El Parque Nacional del Sud, luego Nahuel Huapi, había sido creado en 1916 sobre la base de una
donación de tierras hecha por Francisco P. Moreno en 1903 (tierras que el Estado le había otorgado en
pago por sus servicios como perito en la definición de la frontera con Chile). En 1910-1911, por encargo
del Ministro de Obras Públicas Ramos Mejía, el ingeniero norteamericano Bailey Willis dirigió la
Comisión de Estudios Hidrológicos; en su informe final recomendaba la creación de un parque que
combinara la reserva con la explotación comercial y turística. El proyecto de Bustillo para los Parques
Nacionales se basó explícitamente en lo planteado por Bailey Willis. Respecto de Iguazú, recién en 1922
se expropiaron unas 75.000 ha. que comprendían el lado argentino de las cataratas del Iguazú y una serie
de ruinas de misiones jesuíticas; esas tierras se pusieron bajo al égida del Ministerio de Guerra para un
futuro parque nacional..

9
integrar la industria del ocio y del turismo en la tarea de puesta en régimen y
explotación del territorio nacional”, comenzando por los parques nacionales (2002:170).
Así, en 1934 se creó la Comisión de Parques Nacionales, bajo la presidencia del
ingeniero y científico Ángel Gallardo, que debía redactar el proyecto de ley de Parques
Nacionales. A Gallardo, que murió en mayo de 1934, lo sucedió Ezequiel Bustillo, que
también formaba parte de la Comisión. Bajo la influencia de Bustillo se redactó el
proyecto de ley de Parques Nacionales, que se sancionó en octubre de 1934.
La ley creaba la Dirección de Parques Nacionales, dependiente del Ministerio de
Agricultura; Bustillo fue su presidente desde su creación hasta casi un año después del
golpe de 1943, cuando el arresto de Federico Pinedo por parte del gobierno de facto
motivó su renuncia. Su gestión al frente de Parques tuvo una fuerte impronta personal.
La política de Parques fue, en buena medida, fruto de sus ideas y de las provisiones que
tomó, apelando a su red de contactos personales, para llevarlas adelante, y de cuyo
complicado engranaje da cuenta tanto su racconto autobiográfico de su paso por la
Repartición, El Despertar de Bariloche, como el archivo de su correspondencia.
La recién creada Dirección de Parques Nacionales respondía a una doble
influencia: de un lado, la de los parques norteamericanos (como Yellowstone o
Yosemite), que combinaban la conservación de la naturaleza prístina (en las áreas
intangibles) con una explotación moderada y regulada por el Estado (a través del
turismo, la explotación forestal, etc.); del otro, el modelo europeo de turismo, que
influía fuertemente en la selección de los paisajes a ser protegidos y explotados (de
acuerdo con la similitud que guardaran con prestigiosos paisajes europeos, como
Escocia, los Alpes o las figuras talladas por la erosión de Córcega), y en las
intervenciones para transformarlos en lugares turísticos.
El fomento y la organización del turismo en los parques nacionales, que
formaba parte de los deberes de la Dirección de Parques, ocupó un lugar central en la
política de Bustillo al frente de la Repartición. La atención se concentró en el Parque
Nahuel Huapi, ya que, desde la perspectiva de Bustillo, era el que ofrecía las mayores
posibilidades para el desarrollo turístico: para él el Parque Iguazú equivalía a una muy
bella postal; una vez vistas las Cataratas, un espectáculo magnífico, admitía, el turista
no tenía otra cosa para hacer allí y regresaba en el siguiente barco; Nahuel Huapi podía
convertirse, en cambio, en un lugar de veraneo y de turismo deportivo invernal, al estilo
de las villas alpinas, capaz de sostener mayor población y de dar lugar a un amplio
desarrollo económico (Memoria DPN de 1937, 1938:81). Por otra parte, en el contexto

10
de los pasados conflictos limítrofes con Chile, y de la paranoica mirada acerca de la
“penetración chilena” en la Patagonia, la norpatagonia andina aparecía como una
frontera “caliente” y descuidada, a la que urgía colonizar, mientras las Cataratas, otra
frontera, no eran tematizadas ni remotamente de ese modo9.
El proyecto de Bustillo tenía dos objetivos principales: de un lado, el desarrollo
económico de las zonas comprendidas en los parques, desde la perspectiva de su
contribución a la riqueza de la nación, y, del otro, su integración simbólica y material al
territorio nacional. Se buscaba la patrimonialización de esos paisajes convertidos en
símbolo de la nación aún para aquellos que no tenían posibilidades de visitarlos. A la
vez, y sobre todo en el Parque Nahuel Huapi se procuraba una colonización de un área
considerada “vacía” (y por lo tanto, a la vez, desaprovechada y peligrosamente vacante)
y una argentinización de su población.

El turismo era, a los ojos de Bustillo el instrumento clave para realizar


simultáneamente los dos objetivos de desarrollo y nacionalización, a partir de la
transformación de la región en un centro de “gran” turismo (turismo de elite e
internacional), que luego podría dar lugar a un desarrollo turístico más amplio. El
turismo permitiría el encuentro de la elite cosmopolita con los sublimes paisajes
emblemáticos de la nación, argentinizándola; este mismo efecto era alcanzable, hasta
cierto punto, por la propia difusión entre la población en general de las imágenes del
sublime nacional, en los periódicos, en las revistas y en las exhibiciones de fotografías y
películas que se volvieron frecuentes en los años treinta (Silvestri, 1999). Por otro lado,
era también una industria y podría traer prosperidad y ayudar al desarrollo económico (y
por lo tanto al poblamiento).

La obra pública ocupaba, en ese marco, un lugar central en las tareas de la


Dirección de Parques Nacionales, que se pensaba como la punta de lanza de la
civilización, el progreso y la afirmación de la soberanía nacional en la región. La
Repartición contó con un financiamiento relativamente importante (aunque Bustillo
siempre se lamentara de su insuficiencia). En el Parque Nahuel Huapi la obra pública
encarada por la Dirección de Parques (con la cooperación de otras reparticiones
estatales) fue vastísima e incluyó la construcción de más de 400 kilómetros de caminos,

9
En consecuencia la obra pública fue mucho más limitada en Iguazú: se concentró en la mejora del hotel
que existía desde los años veinte (ampliación, construcción de una cancha de tenis), la mejora de los
accesos a la zona (construcción de un muelle, obras para un campo de aterrizaje) y de las pasarelas y
miradores de las Cataratas.

11
hoteles, un centro de deportes invernales en el Cerro Catedral y la creación de una serie
de villas turísticas destinadas al veraneo de la elite10. Las villas se pensaban como
poblaciones base a lo largo de la frontera que reafirmarían la soberanía argentina frente
a posibles reclamos chilenos; se esperaba atraer en sus loteos a sectores de la elite para
que establecieran allí residencias de veraneo, fijando al mismo tiempo, y como
consecuencia, población permanente ligada a la actividad turística (caseros, prestadores
de servicios, etc.). Las villas complementaban la simultánea política de “regularización”
de pobladores, a través de la cuál la Dirección de Parques seleccionaba, relocalizaba o
desalojaba a los ocupantes de tierras fiscales –en muchos casos los ancestrales
habitantes (Memoria DPN de 1940, 1941:50 a 60)11.
En el plano simbólico, la región fue construida como lugar turístico para la elite
a partir de su identificación con lugares comparables y prestigiosos: la región de los
lagos se convirtió, en el discurso y en su arquitectura, en “la Suiza argentina”12. Para
Bustillo, consolidar estos nuevos espacios como lugares turísticos requería de la elite y
como miembro de ella se dedicó a interesarlos personalmente en la región13. Como
contracara se hicieron algunos intentos, tímidos, de promover la llegada de sectores
medios al parque, propiciando sobre todo convenios con la empresas de ferrocarril para
abaratar los boletos y mejorar la calidad de los viajes en segunda clase (Memoria DPN
de 1935, 1936:16).

10
También se construyó, como ya dijimos, el Hotel Llao Llao, y una modesta hostería en la Isla Victoria,
se otorgaron créditos hipotecarios en condiciones ventajosas para la mejora o construcción de hoteles en
el parque, se adquirió un barco para la navegación en el lago Nahuel Huapi, y se invirtió en la mejora de
la ciudad de Bariloche, construyendo el Centro Cívico, el Hospital y la avenida Costanera, entre otras
obras.
11
La preocupación por la “calidad” de los pobladores, iba de la mano de una preocupación por su
nacionalidad, frente a lo que Bustillo considera una silenciosa penetración chilena. Para demostrarlo en
1935 realizó un censo en el Parque Nahuel Huapi (con la exclusión de Bariloche), que envió al Estado
Mayor del Ejército, y del que se desprende que de los 1524 habitantes, 426 son chilenos (la mayoría
adultos, con alta proporción de varones (58, 75% de los habitantes adultos). En la misma categoría entran
los 177 “pobladores” (población rural ocupante de la tierra), en su mayoría chilenos (Memoria DPN de
1935, 1936:125 a 130). No es imposible imaginar que algunos pobladores de origen indígena hayan sido
clasificados como extranjeros, algo que se originaba en la asimilación mapuche=araucano=chileno.
12
El arquitecto Alejandro Bustillo se ocupó de fijar las reglas constructivas y el estilo arquitectónico:
piedra, madera y construcciones pintoresquistas.
13
Por ejemplo, Bustillo gestionó un terreno para Federico Pinedo en las orillas del Nahuel Huapi y de
convencerlo para que invirtiese en la construcción de una casa (condición para conservar el terreno). Los
negocios inmobiliarios del propio Bustillo, de sus amigos y parientes en el Parque Nahuel Huapi, fueron
motivo, a partir del golpe de Estado de 1943, de sospechas y acusaciones contra él. Bustillo se defendió
argumentando que sus tierras en la zona habían sido adquiridas en 1931,con anterioridad a su gestión en
Parques. Durante el gobierno peronista algunas de las tierras de sus allegados fueron expropiadas: así,
Pinedo perdió su propiedad en La Angostura, y Antonio Lynch (exsecretario de la DPN), una parte de su
estancia en la Península Ketrihué. Para evitar una acción similar, Bustillo vendió Cumelén en 1950, y la
estancia pasó a formar parte de un Country Club (Bustillo, 1968:68).

12
El turismo extranjero era el otro segmento al que se apuntaba, aunque sin
progresos sensibles: Bustillo se lamentaba de los escasos recursos disponibles para una
propaganda turística en el exterior más sistemática. Se enviaban folletos y fotografías,
se intentaba interesar a la prensa y, sobre todo, como revela la correspondencia del
propio Bustillo, se utilizaban las redes personales y estatales para “hacer conocer” las
bellezas del sur y mostrar “que no sólo vivimos de la carne y el trigo” (FB, 9 septiembre
de 1939: expediente 3343).
El turismo popular ocupó un renglón menor en el proyecto de la Dirección de
Parques. Si creemos en las declaraciones posteriores de Bustillo, era su intención
desarrollar este aspecto una vez que las grandes obras se hubiesen llevado a cabo y que
el triunfo de la región de los lagos como lugar turístico estuviera afirmado. Es evidente
que era poco prioritario; parece claro también que, en los años finales de su función al
frente de la Repartición, procuró poner en marcha, tibiamente, algunos proyectos al
respecto: así, por ejemplo en 1939, se iniciaron estudios para la instalación de una
colonia de vacaciones para empleados, a orillas del lago Nahuel Huapi, y en 1942 se
construyó una hostería modesta en la Isla Victoria. Estas iniciativas coincidían con
cierta vertiente populista o democratizadora del acceso al ocio de las administraciones
de Ortiz y Castillo. Así, por ejemplo en febrero de 1938 el Poder Ejecutivo Nacional
presentó un proyecto para expropiar 13.000 ha. de la estancia de los Pereyra Iraola, en
el partido de Quilmes, y convertirlas en un Parque Nacional de corte popular. "Será un
turismo fácil, accesible y saludable” declaraba el Ministro de Agricultura (diario La
Nación, 5 de febrero de 1938:7). El proyecto incluía la creación de colonias para niños,
empleados, maestros, profesores y obreros y era visto, al igual que la colonia de Rio
Tercero o, más tarde, la construcción de hosterías baratas, como un complemento de la
ley 11729/34 que establecía la licencia anual para los empleados de la industria y del
comercio14.

La Dirección de Parques Nacionales fue el primer ensayo de política turística


sistemática y consistente y se basaba en un modelo de turistificación planificada y de
fomento, regulación y control centralizados de la actividad turística. Si bien la zona de
los Lagos había recibido visitantes en el pasado y había algunos hoteles y residencias
veraniegas, la verdadera construcción de Bariloche y de la región como lugares

14
El proyecto no se llevó adelante. Finalmente la estancia San Juan de los Pereyra Iraola, que tenía una
colección arbórea única, se convirtió en un parque público de recreo en 1948, durante el gobierno de
Perón.

13
turísticos se produjo gracias al accionar de la Dirección de Parques, que definió de
modo deliberado su perfil y, hasta 1943, controló que todo se desarrollara siguiendo ese
plan. El paisaje fue remodelado: se reforestó con coníferas, se impulsó la siembra de
salmones y truchas en los ríos y lagos para la pesca deportiva e incluso se procuró crear
un coto de caza de especies foráneas (ciervos y faisanes ) en la isla Victoria, se fijaron
estrictos códigos de urbanización para las nuevas villas destinadas a recrear el
pintoresquismo alpino y se aseguró que se convirtieran en lugares selectos entregando
grandes lotes en condiciones ventajosas. Reemplazando o adelantando a la iniciativa
privada, se buscó crear una demanda turística de elite, mejorando la hotelería, con la
construcción del lujoso Llao-Llao y fomentando y organizando los deportes de invierno.
A estas acciones se sumaron, como parte también de la constitución de una “mirada
turísitica” (Urry, 1996) sobre la región, la construcción de caminos y miradores, que
constituyeron circuitos de goce del paisaje consolidados por las guías de viaje y la
propaganda oficial del Parque15. La Dirección de Parques proveía en muchos casos las
fotografías y las descripciones que se publicaban en revistas y periódicos nacionales e
internacionales, lo que contribuyó aún más a la canonización de paisajes y “vistas”16.
Esta operación estatal, que para Carlos Navarro Floria tenía una vocación casi
“totalitaria” (Navarro Floria 2008:3), entró en colisión con los intereses de las
poblaciones y las autoridades locales17. Así, por ejemplo, Bustillo mantuvo en general el
control sobre el gobierno municipal de Bariloche y estrechas relaciones con los
intendentes, un control que en buena medida se basaba en la capacidad de la Dirección
de Parques de financiar obras en Bariloche que ni la gobernación ni el municipio podían
afrontar: la construcción del Hospital regional, del Centro Cívico, de la Catedral, de la
avenida costanera; sin embargo hubo tensiones y conflictos abiertos con algunos
sectores de la sociedad barilochense y del Consejo Municipal, que resintieron en
numerosas ocasiones el informal dominio de Parques, enfrentando a la Repartición a
través de la prensa local y nacional o realizando otras acciones de protesta.

15
La Dirección finanació en parte en unos casos, totalmente, en otros, los estudios y la construcción de
los caminos, y contó con la colaboración técnica y finanaciera de la Dirección Nacional de Vialidad, pese
a que la construcción de los caminos dentro de los Parques Nacionales no formó parte de sus deberes
hasta la reforma de la ley de vialidad en 1939.
16
La Dirección de Parques contaba desde 1936 con un archivo oficial de fotografías (unas 1800 en su
primer año), que se cedían gratuitamente a los periódicos y revistas que publicaran artículos sobre los
parques (Memoria DPN de 1936, 1937:55).
17
Las villas creadas por la Dirección estaban sujetas por completo a su autoridad; no sucedía lo mismo
con las ciudades preexistentes que contaban con autoridades municipales autónomas.

14
La política de la Dirección de Parques implicó un paso más allá respecto de las
concepciones que habían imperado hasta entonces respecto de las funciones de la
intervención estatal en materia de turismo: en general, hasta entonces se esperaba que el
Estado se concentrara en la recopilación y puesta en circulación de la información sobre
los atractivos y posibilidades abiertos al turismo, y no que interviniera en la regulación
o, menos aún, en la construcción de la oferta turística. La política turística de Parques se
basaba, en cambio, en la propiedad estatal de los atractivos, algo que Bustillo buscó
extender a otras zonas a través de su propuesta de creación de nuevos parques que
nacionalizaba atractivos como el Glaciar Perito Moreno o las termas de Los Copahues
(y que dio lugar a las nuevas reservas nacionales creadas por decreto en 1937). Por otro
lado, y como consecuencia de este control estatal -un control del Estado nacional
directamente, excluyendo a las provincias-, la Dirección de Parques imponía en su
jurisdicción una estrecha supervisión de la actividad privada, en todo lo que pudiera
afectar al desarrollo del turismo en el sentido en que se lo había planificado. Había un
elemento de regulación del recurso turístico y de la oferta, a través, no solo del control
de los servicios turísticos (tarifas, recorridos, etc.), sino incluso de la propia
urbanización y de todas las acciones (movimiento de tierras, tala de árboles, etc.) que
pudieran afectar al paisaje.

El ensayo de política turística sistemática de la Dirección de Parques Nacionales


resultó relativamente exitoso y anticipó desarrollos posteriores de la política turística
estatal. Algunos de los elementos que se pusieron allí en juego fueron retomados en los
años siguientes por los diversos intentos de crear un organismo estatal específicamente
encargado de la política turística nacional.

La gestión de Bustillo en la Dirección de Parques acabó por sucumbir a la acción


combinada de las tensiones financieras, en buena parte originadas por la guerra mundial,
y de los fuertes cambios políticos. Bustillo, que tenía algunos contactos en el nuevo
gobierno de facto, sobrevivió en la presidencia de la Dirección algunos meses tras el
golpe de 1943, pero el presupuesto de la Repartición fue crecientemente erosionado18.
Cada vez más aislado tras la caída de Ramírez, y en medio de los ataques a Pinedo,
renunció a la Dirección en mayo de 1944.

18
Es bastante posible que la continuidad de Bustillo en su cargo tras el golpe de estado se haya debido a
su relación con el Coronel Juan C. Sanguinetti, miembro del directorio de Parques Nacionales desde 1941
y hombre del GOU. Su caída en desgracia en 1944, cuando se enfrentó a Juan D. Perón y al presidente
Farrell, forma parte a su vez del aislamiento en el que queda el propio Bustillo, y explica en parte su
renuncia poco después.

15
3. Intentos de regulación
La presión para que el Estado centralizara la política turística en un nuevo organismo
específico se había incrementado en los años treinta. Provenía de la prensa, de las
asociaciones locales de fomento del turismo y de la propia la burocracia estatal. Parte de
la presión procedía también de la Unión Panamericana, ya que la Argentina había
firmado en 1935 un convenio internacional por el que cada uno de los países signatarios
se comprometía a establecer “un departamento u oficina dedicado exclusivamente para
llenar con la mayor amplitud posible, las funciones de organización, difusión e
intensificación del turismo y aplicar los acuerdos del presente convenio” (TCA, enero
de 1938:39). También el clima internacional era favorable a este tipo de intervención,
con ejemplos exitosos de fomento estatal del turismo, que mostraban que esa actividad
podía ser una interesante fuente de ingresos y también de consenso político, en
regimenes de signos políticos tan distintos como el alemán o el francés (Baranowski,
2007; Ory, 1994).
En ese marco, y retomando en parte aspectos de la política ensayada por la
Dirección de Parques Nacionales, sucesivamente las administraciones de Ortiz y
Castillo procuraron crear un organismo nacional específicamente encargado de la
política turística. Como la Dirección de Parques, estas agencias estatales se proponían
avanzar en formas más activas de intervención que excedían la función de fomento y
propaganda: el crédito hotelero, la construcción de hoteles y campamentos, la
organización del turismo popular (o al menos de viajes para maestros, empleados y
estudiantes), la regulación de los servicios turísticos, etc. Sin embargo, a diferencia del
ensayo de Bustillo que suponía la turistificación de lugares previamente seleccionados
como “bellezas” de acuerdo a criterios estéticos canónicos (y a su similitud con paisajes
ya consagrados desde el punto de vista turístico), estas políticas partían de la premisa de
que casi cualquier cosa –un atributo natural, un rastro de la historia nacional, un
testimonio de la modernización y la obra de gobierno- podía convertirse en un atractivo
turístico si el Estado invertía en hoteles, caminos y propaganda. Por otra parte, y
también a diferencia de la política de Parques, estos organismos se planteaban como
destinados a atender y posibilitar un turismo “nacional”, no solo de elites sino también
de sectores medios y medios bajos, ávido de conocer su país.

Así, en enero de 1938 un decreto del Poder Ejecutivo Nacional creó la Dirección
Nacional de Turismo. Este organismo no llegó a ponerse en marcha por dificultades

16
presupuestarias y fue oficialmente “pospuesto” para tiempos mejores por un decreto
presidencial en febrero de 1939 (Turismo, febrero de 1938:8). El modelo previsto para
la Dirección de Turismo distaba bastante del carácter proactivo de la Dirección de
Parques. De acuerdo con el decreto, la Dirección de Turismo debería encargarse de la
recopilación de información, de la planificación y de coordinar los esfuerzos que hasta
entonces venían realizando los agentes privados.
Desde a sociedad civil, entretanto, ganaba consenso un modelo de intervención
más plena del Estado en materia de turismo. En 1938 el Touring Club Argentino (TCA)
organizó el Primer Congreso Argentino de Turismo y Comunicaciones, del cual
resultaría un proyecto de ley nacional de turismo que preveía, entre otras cosas, que el
Estado se ocupara de impulsar y profesionalizar la hotelería. El Poder Ejecutivo
presentó ese proyecto ante el Congreso en 1939, con algunas pequeñas modificaciones,
pero no tuvo tratamiento.
En febrero de 1941, el gobierno nacional creó por decreto otro organismo
destinado a coordinar las iniciativas aisladas en materia turística, en reemplazo de la
malograda Dirección Nacional de Turismo: el Consejo Nacional de Turismo, un órgano
interministerial asesorado por un Comité Consultivo Honorario muy amplio. Se
esperaba que organizase campamentos y viajes y se ocupara de la propaganda. El
Consejo funcionó durante algunos meses; su iniciativa más notoria fue la organización
de un Congreso Nacional de Turismo.
Finalmente, sobre la base de estos proyectos y experiencias, en mayo de 1942 el
Poder Ejecutivo presentó ante el Congreso un nuevo proyecto de ley para la creación de
la Dirección Nacional de Turismo que, como todos los anteriores, nunca fue discutido.
En él aparecen, sintetizados, todos los tópicos que hemos venido presentando: el
turismo definido como industria nacional; el turismo como agente de patriotismo y de
hermandad con otros pueblos americanos; la necesidad, dada su importancia pública
del, de que el Estado interviniera, combinándose con la iniciativa privada. El proyecto
formulaba los funciones o tareas de la Dirección Nacional de Turismo de modo muy
amplio, evitando, a diferencia de todos los anteriores, entrar en detalle: “nada que se
vincule con la industria turística puede escapar a su competencia y a sus posibilidades”
(HCDN, 29 de mayo de 1942:94). Preveía una Dirección Nacional de Turismo
autárquica, bajo control del Ministerio de Agricultura y que tendría a su cargo el
fomento y la organización del turismo, hallándose “facultada para adoptar todas las
medidas necesarias para ello”, incluso, construir obras de turismo, aunque no había

17
mecanismo alguno de crédito previsto para la ampliación de la infraestructura hotelera
(HCDN, 29 de mayo de 1942:96).
Mientras aguardaba el tratamiento de la ley de turismo en el Congreso y se
organizaba el Congreso Nacional de Turismo, el Poder Ejecutivo dio un paso más hacia
la organización de esta actividad, reemplazando al Consejo Nacional de Turismo por
una Dirección Nacional de Turismo a cargo de Octavio González Roura19. Era el
complemento de la política de construcción de hoteles económicos estatales que
analizáramos arriba: se suponía que la Dirección de Turismo debería darle carácter
orgánico y planificado a este esfuerzo por, de un lado, construir lugares turísticos, y, del
otro, democratizar el acceso al ocio a través del abaratamiento del alojamiento. Así, se
planeaba la instalación de campamentos para empleados y obreros y la construcción en
la Capital Federal de un “Palacio de Turismo”, iniciativas que no pudieron ser puestas
en práctica, por la escasez de los recursos y la breve vida de la Dirección (Turismo,
agosto de 1942:6).
Estas iniciativas estuvieron signadas desde un comienzo por la esterilidad. Más
allá de sus defectos intrínsecos, esto era así por el contexto crítico en el que emergieron:
la Segunda Guerra Mundial afectaba negativamente amplios aspectos de la vida
nacional, desde el presupuesto (golpeado por la contracción de los ingresos de la
aduana), hasta la posibilidad de efectuar viajes en automóvil a causa del racionamiento
de combustible. En ese marco, la Dirección Nacional de Turismo tuvo pocos recursos
para implementar políticas concretas y poco tiempo para llevarlas a cabo, ya que la
crisis política del gobierno de Castillo desembocó en el golpe de Estado de junio de
1943.
La política turística estatal, escasamente prioritaria, resultaba además difícil de
financiar. Era complejo aplicar el principio (aplicado exitosamente en la construcción de
la red nacional de caminos) de que las inversiones debían ser costeadas por los que se
beneficiarían de ellas. Los gravámenes al combustible y a los pasajes al extranjero
(menguados por la guerra) tenían ya destino; las patentes a los hoteles y servicios
turísticos –que salvo excepciones eran negocios de pequeña escala- eran patrimonio de
19
González Roura era jurista y periodista y residía en París donde dirigía, desde 1934, “La Revue
Argentine”. Era un nacionalista liberal y antifascista, y ya de regreso en Argentina a principios de 1940
fundó la revista “Argentina Libre”. Había participado en el Primer Congreso Argentino de Turismo y
Comunicaciones (1938) presentando un proyecto de organismo de turismo que se inspiraba
explícitamente en la política implementada por el ministro de Deportes y Tiempo Libre francés, Léo
Lagrange. Esta procuraba probar que los Estados democráticos tenían la misma capacidad de acción en
estos temas que los totalitarios, impulsando el acceso de las masas al ocio y el desarrollo de los espacios
para el tiempo libre (Ory, 1994: 715-724 y 748-787).

18
los municipios, y crear nuevos gravámenes que los afectaran o cobrar directamente un
impuesto a los turistas era una forma de desalentar, más que fomentar, el turismo;
finalmente, provincias y municipios se mostraban renuentes a colaborar sosteniendo una
política nacional de aliento del turismo que potencialmente, pero solo potencialmente,
podía fomentar la actividad económica en sus territorios y con eso las propias finanzas
fiscales.
4. Palabras finales
Durante los años veinte se pusieron en circulación una serie de concepciones para las
que el turismo no era únicamente una práctica privada, sino también, cada vez más, un
asunto de interés general (Piglia, 2008 (b)). Durante los años treinta estas ideas se
difundieron de manera más amplia en la prensa y en la opinión pública y encarnaron
también en el Estado, en el marco de una crisis económica profunda, que actualizó los
esfuerzos por contemplar desde el Estado la totalidad del territorio.
La construcción del turismo como objeto de políticas estatales en los años
treinta se basó en un conjunto interrelacionado de factores. En primer lugar en la
expansión de la actividad turística (relacionada con la movilidad social ascendente, la
difusión del automóvil, los cambios en las pautas de consumo), que generó un campo de
intereses económicos en torno del turismo y ofreció pruebas de las posibilidades reales
que podía tener el turismo nacional. En segundo lugar, se vinculó con la difusión
militante de la concepción del turismo como asunto público que llevaron adelante los
clubes de turismo y automovilismo, amplificada además por la prensa y que configuró
los ejes en torno a los cuales la cuestión llegó al debate público y a la política estatal. En
tercer lugar obedecía a la presión que ejercían los convenios firmados en el marco de la
Unión Panamericana. Finalmente, formaba parte de la novedosa voluntad de los
gobiernos de intervenir en la economía y en la sociedad. Esta intervención estaba
orientada a obtener legitimación a través de la realización de obras públicas y de la
integración (aunque subordinada) de los intereses particulares en las instancias
burocráticas de formación de las políticas y aspiraba (aunque no demasiado claramente)
a conseguir una mayor diversificación de la economía e integración del territorio
nacional.
La promoción estatal del turismo se orientó tanto a desarrollar el turismo de elite
-por ejemplo en el Nahuel Huapi- como a ampliarlo hacia otros sectores sociales: el
fabuloso estímulo dado por la construcción de carreteras y la política de YPF al turismo
en automóvil (una práctica que gradualmente se difundía a los sectores medios), la

19
extensión del beneficio de las vacaciones, la construcción de hoteles por parte del
Ministerio de Obras Públicas y los boletos promocionales de los Ferrocarriles del
Estado, apuntaban a sectores medios y medios bajos. En el mismo sentido fueron las
políticas de algunas provincias, como las del gobierno de Manuel Fresco en Buenos
Aires.
Por detrás de estas iniciativas y ensayos estatales encontramos el creciente
convencimiento, en distintos niveles de la burocracia y de la clase política, por un lado,
de que el turismo podía convertirse en una “rueda auxiliar” de la actividad agro-
exportadora y, por el otro, de que fomentar el turismo de crecientes sectores de
argentinos dentro del territorio nacional era una forma de promover el patriotismo, la
cultura y la salud pública de la población y, a la vez, de llevar modernidad y civilización
al interior del país.
El turismo formó así parte, inicialmente menor, creciente luego, de las políticas
de la Dirección Nacional de Vialidad, y fue un elemento central en la Dirección de
Parques Nacionales, a nuestro juicio el primer espacio de ensayo de una política
turística comprehensiva y centralizada. A partir del gobierno de Ortiz, el Estado asumió
más claramente al turismo como un campo específico de intervención pública, aunque
la política turística de este gobierno y de su sucesor, fuera todavía fragmentaria y
espasmódica. Por otro lado, y a pesar del carácter inorgánico de la política turística, se
percibe una nota novedosa: la naciente preocupación por el desarrollo del turismo
popular, algo casi ausente en la Dirección de Parques, pero que estaba presente tanto en
políticas como el proyecto de construcción de hoteles baratos durante el gobierno de
Castillo, como en los proyectos de ley nacional de turismo de 1939 y de 1942, o en los
malogrados planes futuros de la Dirección Nacional de Turismo (1942-1943).
La intervención estatal en materia turística (incluída la Dirección de Parques
Nacionales) apuntaba a potenciar y articular la actividad privada, no a reemplazarla. Es
por eso que el diseño de las reparticiones encargadas de esta política se basaba
directorios mixtos, con presencia de representantes de los diferentes ministerios (el
turismo era una actividad trasversal a otras áreas de intervención estatal) y alguna forma
de representación o consulta a intereses corporativos o asociaciones civiles de fomento
o culturales interesadas en el desarrollo turístico.
Llama la atención que la política turística adquiriera mayor impulso en
coincidencia con la penuria financiera desatada por la Segunda Guerra, que restringió
proyectos ya en curso como los de la Dirección de Parques Nacionales y que, a causa de

20
la escasez de nafta y caucho, limitó las posibilidades del turismo en automóvil. Tal vez
la explicación de este renovado interés por el turismo, y en particular por el turismo
popular, se encuentre en la simultaneidad de esta situación con la crisis política del
gobierno conservador y el modo en que la administración de Castillo percibió al turismo
como un terreno para construir consenso y legitimidad social (en función de la
experiencia francesa y también de la de los gobiernos totalitarios europeos).
Algunas de las iniciativas que hemos analizado resultaron relativamente
exitosas: la gestión de Parques Nacionales, la construcción efectiva del hotel de
Catamarca. Otras, como la creación de una repartición específicamente encargada de la
política turística no llegaron a concretarse, o al menos a hacerlo completamente. Todas
ellas resultan un antecedente fundamental a la hora de entender la vigoroza política
turística implementada a partir de 1945 (y por lo menos hasta 1950), que en buena
medida consistió en la centralización y potenciación de los distintos fragmentos de la
política turística de los años treinta, organizados ahora bajo la consigna única de la
democratización del turismo.

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- FB: Fondo Bustillo, Archivo General de la Nación, sala 7.
- HCDN: Diarios de Sesiones de la Cámara de Diputados del Honorable Congreso
Nacional.- Memoria DNV: Memoria de la Dirección Nacional de Vialidad.
- Memoria DPN: Memoria de la Dirección de Parques Nacionales.
-Turismo: Revista mensual Turismo, Touring Club Argentino.
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