137 Sanmiguel - Arboles
137 Sanmiguel - Arboles
137 Sanmiguel - Arboles
INFINITA COI.ECCIÓN
Rosario Sanmiguel
,
AR.BOLES
ÁR.BOLf.5
©Rosario Sanmiguel,2011.
«.•.el soñador amarra un corazón indeciso al
©Rosario Sanmiguel,2007.
corazón del árbol, mas el árbol lo arrastra en el
© RosarioSanmiguel,2006.
lento y seguro movimiento de su propia vida.»
Gastón Bachelard
Dibujode la portada: FelipeAlcántar
ISBN: 978-607-7788-70-6
Produccióneditorialintegral:
Ediciones del Azar A.C.
Calle 17número 117
Chihuahua, México,31000.
Tels.: (614) 4-100-584, 157-1159
Fax: 415-9283
E-mail: golpededados@hotmail.com
ellos menguaba el trajín del cruce a esa hora del día. Yo no sabía
qué me esperaba al final del trayecto, por eso la demora: una tre-
del cauce oscuro del río. Más tarde, paliada la fatiga, los niños me
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vereda de tierra repegada a los muros; buscaba la angostura de la parecían el contorno de un mapamundi extraño. Caminamos un
sombra que arrojaban los aleros del pobre caserío de adobe. El eji- poco más, dimos vuelta hacia la parte trasera de la casa, ahuyenta-
do era una resolana implacable. mos con nuestra presencia a media docena de gallinas que pico-
Llegué al cerco. Mientras me sacaba la tierra de los zapatos teaban en la tierra bajo un cobertizo de lámina. Esa era la fachada.
apoyada en el alambrado, escuché una musiquilla que venía de Por alguna razón sólo comprensible para él, Tavera dio vuelta a
atrás de la casa, luego vi aproximarse a un hombre. Buenas tardes, toda la casa para conducirme a una mesa a la que hubiéramos po-
me dijeron que aquí podía comer algo, le dije cuando lo tuve frente dido llegar directamente. Ahí, delante del techo de lámina, el cas-
a mí. Buenas, sígame, respondió el que supuse era Tavera. Tenía la
cajo de una camioneta reunía a tres muchachos risueños. Supuse
dentadura manchada de sarro, el pelo canoso, largo y ensortijado;
que eran los hijos de Tavera, los escuchas de la música.
llevaba la barba sin afeitar y una camiseta vieja ceñida al cuerpo
iBájenle güevones, que no estamos sordos!
con rastros de saín en el cuello. Abrió el cerco y lo seguí a través de
Tavera les gritó sin voltear a verlos al tiempo que me indica-
un patio extenso en dirección a la casa. Tavera dejaba las huellas
ba una silla con la mano. Cuando entró al cuarto que teníamos
de sus gastadas botas vaqueras claramente señaladas en la tierra.
justo enfrente, uno con la puerta abierta, los hijos de Tavera se
Tras nosotros iba un perro famélico que no supe cuándo se agre-
miraron entre sí, soltaron risillas, se encogieron de hombros y obe-
gó y que husmeaba el rastro que dejábamos en la superficie.
decieron. Me acomodé donde me había indicado, en la única silla
Unos cincuenta pasos más allá llegamos a la casa; era una cons-
que había en ese porche formado por las ardientes láminas. Bajo el
trucción angosta con una ventana orientada hacia la puerta del
cobertizo el calor era casi insoportable.
cerco. Detrás de la mampara presentí una sombra. Avanzamos por
una terraza de cemento cuarteado en cuyo centro una mecedora Disculpe, étray cigarros? Indagó llegando hasta mí el mu-
desvencijada miraba a los cerros. Ahí me detuve, apenas tinos se- chacho que parecía ser el mayor. Saqué una cajetilla de la mochila
gundos, pues Tavera sintió que me atrasaba y me urgió a seguirlo. y los otros se acercaron a tomar uno. ¿viene de Lajitas? ¿Encontró
Seguimos caminando los tres. Pasamos delante de cuatro puertas trabajo? insistió el muchacho sin conseguir que yo verbalizara una
cerradas y de una pieza abierta ocupada por varios catres con los respuesta inmediatamente. Asentí y negué con la cabeza porque
colchones descubiertos, donde las ostensibles manchas del forro mucho sus preguntas me habían sorprendido, puesto que yo me
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pensaba ajena a ese mundo que empezaba a conocer más a causa pensé que la mecedora de la terraza era de ella, par~ contemplar
de otra voluntad que a la mía. los cerros, para abatir la nostalgia que hablaba por ella en los ojos.
¿ne qué trabajo hablas? Cuestioné yo al muchacho, pero en- De un golpe vacié el vaso, luego les ofrecí a los ociosos otra
tonces fue él quien no respondió; el padre estaba de vuelta y ellos ronda de tabaco. También Tavera tomó un cigarrillo. Después de
regresaron a su lugar en la traca deshuesada. Tavera colocó frente encenderlos de nuevo subieron el volumen a la música y, como si
a mí un vaso de agua y un plato con tres tamales. Los deshojé ante así nos hubieran exigido silencio, nos quedamos callados: Tavera
el acecho de las moscas, que de inmediato se aposentaron sobre pensativo, yo agradecida por la sombra y el agua.
las hojas coloradas que yo dejaba en el peltre. iAlláviene Isidoro! De pronto gritó la mujer, que aún mira-
iEl trabajo está más adentro! Espetó el padre mientras jalaba ba por la ventana. Los muchachos, el padre y el perro corrieron en
un banco del interior del cuarto para acompañarme. ¿ne dónde dirección al cerco. Llevadapor la curiosidad abandoné la mesa para
viene? Preguntó enseguida en voz baja. ir tras ellos. Isidoro también corrió a encontrarlos. Cuando estu-
El Paso. Respondí a secas porque trataba de comerme los vieron juntos los tres mayores lanzaron una rechifla ruidosa y sos-
tamales antes que la miríada de insectos acabara con ellos. Tavera tenida para celebrar al menor de los Tavera.
asintió con la cabeza y agregó que hacía mucho tiempo que no ¿Hasta dónde llegaste hijo? Indagó la mujer, última en lle-
daba una vuelta por aquellos rumbos. Le pedí más agua. El no se gar al cetco.
levantó, a gritos ordenó que la trajeran, varias veces, hasta que
Adelante de Lajitas, allí me levantaron. Contestó el jovenci-
apareció una mujer enjuta con una jarra de plástico. A pesar de la
to en actitud suficiente.
lentitud de sus pasos el agua venía derramándose. Por un momen-
¿Trais dinero? Volvióa interrogarlo la madre al pasarle cari-
to me pareció ver a la mujer caminar en puntas, supuse que ella
ñosamente la mano por la frente.
era la sombra detrás de la mampara. Llenó el vaso sin pronunciar
Ni cinco, pero mañana regreso a cobrar.
palabra, ni siquiera contestó cuando le di las buenas tardes, sólo
me miró y regresó al cuarto del que salió, puso la jarra en una Orgullosos del niño los hermanos le brindaron otra silbatina,
mesa y sesentó frente a la ventana a mirar el camino, a abanicarse luego todos enfilamos de regreso a la casa. Los muchachos se aven-
con un cartón que le espantaba las moscas y el calor. Entonces taban a Isidoro entre ellos como a un juguete. La mujer trajo la
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jarra rebosante de agua y otro vaso para el menor de sus hijos, lPor qué razón creía él que yo debía saber cómo era la vida
pero Isidoro vació el líquido del pico a la boca. Resultaba obvia la en el ejido? Mientras avanzábamos recogía piedras, corcholatas,
admiración y el cariño de los mayores hacia el niño. Él por su parte tuercas mohosas y cuanto objeto llamaba su atención. Algunos se
gozaba con las fiestas· de sus hermanos y la atención de la madre. los guardaba en los bolsillos, otros le servían para ejercitar la pun-
Tavera, que hasta ese momento no había dicho nada, exclamó, tería. Decidí no preguntar más. Casi al llegar a la orilla apuntó ha-
iNomás hasta Lajitas nos dejan llegar, allí es donde nos necesitan! cia el norte y me dijo, allá hay muchos teléfonos y muchas televi-
iCabrones!, remoliendo las palabras en la boca. Fue lo último que siones y las casas están siempre frescas y es muy fácil comprar una
le oí decir antes de que se perdiera en el interior de la vivienda. troca. Al oír sus palabras advertí mi torpeza, Isidoro en una frase
Tras él la mujer desapareció también. Los hermanos, indiferentes resumió su experiencia con el mundo del que yo venía. Mejor hu-
ante el disgusto de su padre, escuchaban con alegría la música biera sido preguntarle sobre Malavid, a donde yo me dirigía esa
mientras Isidoro, sentado en el banco que recién había desocupa- tarde, seguramente me hubiera dado una respuesta acertada.
do Tavera, se entretenía con un juguete electrónico que sacó de la Llegamos a la playa de los barqueros. Ahí una troca vieja
bolsa raída del pantalón. estaba lista para salir. Los trabajadores que acababan de cruzar se
Pasaban de las dos de la tarde y yo debía seguir el viaje. arracimaban en la caja. Entre hombres y mujeres había poco más
Cuando me despedí de los hermanos les dejé la cajetilla de Marl- de una docena y otros tantos que esperaban su turno en la rivera
boro Lights. El niño me encaminó al cerco y me ofreció su ayuda del otro lado. Me despedí de él deseándole suerte en su viaje del
para buscar transporte a Malavid. Acepté y seguimos en dirección siguiente día. Me sonrió de cierta manera que interpreté como una
al río. burla. Tenía razón, quién necesitaba la suerte era yo. Enseguida
lCómo te vas a ir mañana? Lo interrogué con verdadera hablé con el chofer de la troca y éste le pidió a uno que me cediera
curiosidad. su lugar en la cabina. Minutos más tarde el vehículo estaba lleno y
De rait. listo para ponerse en marcha. A medida que salíamos del ejido, el
lEs muy lejos? lCómo es el lugar a dónde vas a cobrar? caserío se difuminaba tras un nubarrón de polvo. Allá quedaban
Isidoro no respondió, en cambio me miró como si no creyera posi- los Tavera, aunque no por mucho tiempo, pues antes de lo que
ble mi ignorancia. pensaba volvería a encontrarme con ellos. Hacia adelante, entre
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las pitas del breñal, la troca se abría paso por un intrincado cami- insolentes, molestas, pero pasajeras al fin. Palabras que no alteran
no de tierra, un rayón reseco trazado en la llanura. Esa ardiente la conciencia ni los hábitos de los oyentes ni del autor de ese dis-
tarde de julio, mientras la troca daba tumbos en el camino de curso, el cura Manríquez, quien acostumbra desayunar en la casa
terracería que iba a Malavid, las escenas y situaciones que había de los feligreses que con tanta paciencia esta mañana lo escuchan.
imaginado en el hospital se avivaban ante la inmediatez del en- Jacinta lo atenderá los jueves, tal vez. Lo recibirá amable,
cuentro con los Galindo. gustosa de servirlo, aunque en el fondo la inquietará el leve aleteo
ministrador de la mina y el maestro de la niña. A ellos van dirigi- sus deberes con la Iglesia, por eso después de intentarlo una vez
das las inofensivas palabras del cura. "Unos y otros, acabemos con más, resignado fumará un cigarrillo y beberá otra taza de café mez-
nos hagamos los desentendidos, que ante los ojos de Dios ni la Es el primer sábado de mayo de 1940. Los Galindo y sus in-
codicia ni la pereza permanecen ocultas. Reconozcamos nuestros vitados se reflejan en el pulido encino de los pisos, en la plata de
pecados ante el Señor..." Son las frases introductorias de un ser- los cubiertos resplandecientes, en el amplio espejo oval que traje-
món que zumba en las orejas como una de esas moscas verdinegras, ra Galindo desde San Antonio por capricho de doña Andrea
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Carrasco. Uno más de los muchos que tuvo y vio cumplidos su su fino oído musical le permite jugar con los instrumentos: ahora
En la espaciosa cocina la estufa de leña permanecerá encen- Al paso de las horas los comensales satisfechos se despedi-
dida desde el amanecer hasta entrada la noche. Las cocineras no rán, las cocineras apagarán el fogón y la fiesta gradualmente se
cesarán de echar tortillas de harina y de maíz, de servir el asado de agotará en el silencio de la noche. Jacinta, exhausta, también aban-
puerco en chile colorado a los invitados al convite. Para las seño- donará el escenario. En su alba cama de latón, Amandita ya dor-
de Ojinaga, los mejores de la región. Ese día Galindo toca con ellos,
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Desperté al filo de las doce. Emergía de un largo sueño del cual no lo largo de la acequia hasta el fondo de la calle, el sitio de la arbole-
recordaba nada o casi nada, salvo el rostro enjuto de Amanda, ima- da luminosa que había visto al llegar. Caminé sin rumbo fijo. Eran
gen que venía a mi mente en cualquier momento, ya fuera el mis pasos, no yo, los que se empeñaban en llevarme a algún lugar
sueño o la vigilia, como una obsesión, como una enfermedad que apartado de la casa de Galindo, del gélido recibimiento de Jacinta,
había que sanar, si es que la memoria tenía remedio. Después de de la indiferencia del viejo. Actitudes que no sólo me hacían incó-
haber dormido tantas horas una pesadumbre en el cuerpo me man-
moda la estadía en su casa, sino que además habían empezado a
tuvo aún largo rato en la cama. Cuando finalmente salí de la penum-
sembrarme dudas sobre el sentido del viaje.
brasa habitación que me había asignado Jacinta, no me atreví a
Apenas caminé unas cuadras cuando oí una voz que me
recorrer la casa, algo que deseaba intensamente.
llamaba por mi nombre; parecía venir de atrás de un mosquitero.
Fui derecho a la cocina, al lugar donde el día anterior me
El hombre que abrió la puerta me mostró en esa hora vacilante la
•·11·1 había recibido Jacinta, el único donde al parecer me era permitido
desarmonía de su figura, la generosa papada y la esbeltez de su
estar. Allíla anciana había dejado un plato cubierto con una servi-
cuerpo. Busco a Galindo. Respondí desconcertada, sorprendida al
lleta de lino blanco, esquinas bordadas en punto de cruz con flore-
escuchar mis propias palabras, pues seguramente sin yo saberlo
cillas en amarillos y violetas, que me llevó a las tediosas horas ves-
había salido a buscarlo.
pertinas de Amanda en compañía de Jacinta, su celosa custodia.
Por ahí debe andar, comentó amablemente el hombre,
Tomé la servilleta y aspiré profundamente ese olor a pan, a género
entre, tal vez pase por aquí más tarde.
limpio, a nada especial. Me la llevé de regreso a la habitación; do-
blada la guardé en la mochila y de paso tomé el cuaderno. Me eché Así lo hice. El hombre me tendió la mano y se presentó
en la cama y traté de escuchar la voz de Amanda. Cerré los ojos como pariente lejano de los Galindo. Se llamaba Tomás y era el
para invocarla, para que nada me distrajera del relato que vivía propietario del establecimiento. Me llevó a una mesa apartada,
dentro de mí. lEra su voz la que escuchaba o era la mía? Abrí el donde un rato más tarde supe que su amabilidad era el preámbulo
cuaderno y empecé a escribir las primeras frases. a una confesión. Usted conoció a Amanda lverdad? Le pregunté
Horas después, cuando salí de la casa vi un sol en declive abiertamente porque tuve la clara intuición de que él deseaba ha-
que inmovilizaba la tarde. El viejo caserío de adobes se alineaba a blarme de ella. Tomás no parecía ser un hombre movido por la
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curiosidad, en todo caso era un memorioso como Galindo, como la Era fácil suponer que Greiner y Amanda se habían conoci-
misma Amanda. do en el cine del campamento minero. A pesar del trazo tan am-
Sí. Fue una mujer consumida por la tristeza. No hay en- plio con el que Tomás dibujó al alemán, resultaba obvio que entre
fermedad que acabe tanto como un mal recuerdo. Hablaba con la esos tres hombres mi padre era el gañán, el malo de la película; el
mirada fija en un punto lejano, más allá de la puerta situada al bueno y el feo también saltaban a la vista. ¿Ese alemán aún vive
otro lado de la pieza, como si esperara verla cruzar el umbral en aquí?
cualquier momento. Después lanzó un ruidoso suspiro y agregó:
Antes de hablar sonrió con una mueca sarcástica. ¿Pensó
siempre estuve enamorado de ella. No fui yo el único, Wolfgang ',,.111
¡11:~;
ció en las minas del sur del país. Años después llegó aquí la noticia
hiera sido dejar por sentado un dato importante. Después de oírlo
de que se habían establecido en un pueblo cercano y que vendían
intuí que él sería un buen informador, alguien que por despecho
paletas de hielo hechas con una fórmula que Greiner inventó.
no consentiría equívocos, de manera que me aventuré a iniciar
una ringlera de preguntas relacionadas con ese personaje llamado La respuesta de Tomás explicaba en parte su sonrisa. Lue-
Greiner; un nombre que entre fragmentos había escuchado de la- Kº permaneció callado. La conversación se estancó antes de lo pre-
bios de Amanda. visto; sólo logramos reanudarla después de que llegó un cliente a
Wolfgangllegó aquí a trabajar en la mina, me explicóTo- sacarnos del mutismo, pero antes Tomás se levantó a atenderlo.
más, con la American Smelting, era el encargado de la maquinaria Desde la mesa veía todo el lugar, la puerta principal, cada una de
diesel, un tipo inquieto que un buen día se fue de viaje y regresó las ventanas, las mesas de lámina, la de billar y una larga barra de
con un proyector. Después iba a Ojinaga una vez a la semana a madera, en uno de cuyos extremos se encontraba la caja registra-
traer películas, las pasaba los sábados y domingos a las siete de la dora, en el otro, un viejo ventilador de aspas sucias que rotaba
tarde, en un local que él mismo levantó con ese propósito. lentamente. El aparato en lugar de refrescar, con el sordo zumbi-
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do del motor, adormecía. Atrás de nosotros un marco con una cor- Me di cuenta que Tomás hablaba como si me hubiera es-
tina corrida delimitaba el espacio entre la vivienda y el negocio. perado desde hacía tiempo para informarme no sólo sobre Amanda,
El recién llegado era el único cliente. Tomás fue a sentarse sino de la vida en aquellos pueblos entristecidos por la memoria y
a su lado mientras aquel bebía en sorbitos pausados un refresco. Ja pobreza. No le quise decir que yo había llegado a Malavid por ese
El hombre nunca se quitó el sombrero, lo llevaba calado hasta las camino. Tampoco quise comentar la desagradable impresión que
cejas. Yo agucé el oído p~.raescuchar lo que hablaban, pero no lo me causaron la desnudez del ejido y su miseria. Las palabras de
conseguí. Tal vez no dijeron nada. Cuando el hombre salió vi des- Tomás, aunadas a esa imagen, me hicieron sentir la desolación que
aparecer su menuda figura en la calle calcinada. A su regreso To- vi en los ojos de la mujer de Tavera.
más se sentó frente a mí y de golpe me preguntó de dónde venía y Después de la sugerencia de nuevo abandonó la mesa .
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11, qué buscaba en Malavid. Sus preguntas me sorprendieron, pues Desapareció de mi vista por mucho tiempo, el suficiente para que
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,, yo estaba segura que él sabía las respuestas. Aún así respondí: de yo me perdiera en toda clase de conjeturas. No se equivocaba To-
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la frontera. más si me creía capaz de buscar a Greiner. Pero, ¿por qué iba a
¿cuál? Hay muchas fronteras. hacerlo? Mi estancia en Malavid obedecía a una razón concreta.
Las palabras de Tomás surgieron de una sonrisa a medio Sin embargo, estaba por demás engañarme, la breve conversación
trazar. Sí, ya lo creo, pensé. Ahí estaba el muro erigido por Jacinta con Tomás fue para mí como el soplo del fuelle sobre la paja en-
para mantenerme apartada de ellos. También el mutismo empeci- cendida. Esa tarde, mientras uno a uno llegaban los clientes, me
nado que había encontrado en Galindo, su colindancia con el mun- convencí de que lo primero era ir al encuentro de los árboles
do y su insalvable frontera. fulgurantes que había visto al final del camino el día anterior. Era
Malavid con Lajitas es una de ellas, prosiguió como si me importante que yo escuchara el rumor de los árboles que acampa-
hubiera leído el pensamiento, un pueblo gringo a treinta y cinco ñaron en su juventud a Amanda.
kilómetros al noroeste. De este lado del río hay un ejido, se llama El dueño de uno de los muebles que transporta a la gente
Nuevo Lajitas. A las cinco de la mañana salen tracas para ese rum- se llama Guadalupe Olivas; el que acaba de entrar. Con ese comen-
bo, sospecho que le interesaría echarle un vistazo. tario reapareció Tomás sacándome de mi pienso, cuando el calor
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Bibliotecaa
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sofocante exacerbaba el tufo a cerveza y obligaba a los hombres a Andrea, escucha, déjame explicarte, la ~ina no siempre estuvo
buscar alivio cerca de las aspas del abanico. Luego se retiró a ha- ahí. Valentín Chávez descubrió el mineral, andaba en su burrito
blar con Olivas, posiblemente le explicó quién era yo. Aquél ni si- pastoreando las chivas cuando vio que algo brillaba intensamente
quiera volteó a mirarme, en cambio solicitó una bolsita de cuero y en el cerro, se acercó a recoger unas piedras y se las llevó a Malavid
los dados. Agitó el morralito y dejó caer los cubos sobre el fieltro para mostrarlas. La gente estaba maravillada, pensaba que encon-
gastado de la mesa; supuse que la combinación de los puntos ne- traría oro. No fueron pocos los que organizaron una expedición a
gros determinaba la bola a golpear. A ritmo de palafrén Olivas se los cerros, pero por alguna razón no hallaron la veta de la que ha-
preparó para iniciar el juego. Sacó su pañuelo y se enjugó la cara, blaba don Valentín. Al pobre chivero lo hizo tarugo su cuñado, Cruz
enseguida adoptó posición de ataque. Un disparo tras otro y en un Pando. Éste, nada tonto, de inmediato buscó quien ensayara las
santiamén despejó la mesa. No soy retador para usted Olivas, acla- piedras, quería saber de qué metal se trataba. Cruz llevó las pie-
ró Tomás con voz redomada cuando el otro le entregó el saquito de dras al Chapo, a un señor que vivía ahí, don Pepe Caballero, pro-
los dados. Pruebe, le replicó Olivas enjugándose nuevamente la pietario de una tienda de abarrotes muy próspera, enseguida de la
cara. Era hombre de maneras suaves, de actitud concentrada. estación, Dos caballeros, recuerdo que se llamaba, nada original.
Tomás y Olivas jugaron hasta altas horas de la noche. Olivas y yo Don Pepe tenía un hermano en Chihuahua, él era el ensayador, a
fuimos los últimos en salir. En el salón sólo se escuchaban las as- él se dirigieron con las piedras de don Valentín. Resulta que salie-
pas del abanico, el zumbido circular que desgajaba el aire caliente. ron muy ricas, de manera que quienes empezaron a trabajar el mi-
Una vez afuera Olivas se hundió en la negrura de las calles. neral y se enriquecieron fueron otros, mientras don Valentín si-
Yo, gobernada por las imágenes que había sembrado Amanda en guió de chivero. Era un viejito sin capital y sin grandes ambiciones
mí, caminé hacia la casa de Galindo; batallaba con la oscuridad de que vivía en la orilla de Malavid con su esposa, doña Locadia. A mí
una noche sin luna. me mandaba Jacinta cuando estaba chica a comprarle queso y suero
Sábado de Gloria, en el baile del primero de mayo, el día del Patrón Temía despertar a los durmientes. A oscuras aligeré el paso para
San Carlos, y así, todo el año encontró la ocasión para halagarla. buscar la salida. Crucé el pasillo en dirección a la cocina, donde vi
Busca una en la que estamos Reyes, Rita y yo en el solar de nuestra una brasa moverse por encima de la mesa. Cuando me acerqué oí
casa, sentadas en el borde de la pileta, verás unas dalias altísimas
claramente el crepitar del tabaco. Galindo fumaba con fruición en
en el fondo. Las cultivaba Jacinta, de todos colores. La jardinería
tanto sobrevivía la noche. Voy a Lajitas, hoy mismo regreso, le co-
era su pasión, ella misma vigilaba el agua que llegaba de la acequia
menté a pesar de que yo sabía que era inútil. Me lleva Guadalupe
y se encauzaba por los angostos canales que irrigaban el solar. Tam-
Olivas, usted lo conoce. En respuesta Galindo soltó una bocanada
bién cuidaba que los árboles no se plagaran y en tiempo de poda
de humo. No obstante, esperé unos segundos indefensa ante el
ayudaba a ramonearlos. Limpiaba las hojas de las aralias y las
silencio del abuelo. No veía su rostro, pero podía escuchar sus
piñononas con leche, para sacarles brillo.
movimientos, adivinarlos, seguirlos por medio de la brasa: el tallón
Las fotografías eran azuladas, recuerdo que la camarita de
de la colilla en el cenicero e inmediatamente después el clic del
José Marín descansaba en un tripié, seguramente no era buena,
encendedor.
pero consiguió lo que buscaba. Él y Reyes se casaron en el 43, tenía
yo doce años. El baile fue en el salón de actos de la escuela porque Salí a la calle. Respiré aliviada el aire fresco de la madruga-
llegó mucha gente de Ojinaga y Chihuahua, era el salón más gran- da. Caminé de prisa al lugar de la cita para alejarme de la indife-
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rencia del viejo lo antes posible. En el restorán ya estaban los tra- Salimos por un angosto camino de tierra apisonada. Hacia
bajadores que esperaban el arribo de las trocas. Bebían café negro el oeste se desplegaba en una vasta superficie arenosa poblada por
y comían las tortillas de trigo que una muchacha sudorosa aplana- arbustos y flores silvestres hasta la lejana línea del horizonte, don-
ba en el comal. Olivas llegó algunos minutos después que yo. A él de una llamarada emergía del desierto. Hacia el este, a medida que
la muchacha le tenía preparada una bolsa y un termo. Mientras avanzábamos, el camino se replegaba en dirección a los cerros
Olivas y la joven platicaban, algunos se acomodaron en la caja del
parduscos. Más adelante, por un lado se precipitaban los voladeros;
vehículo. Cuando él estuvo listo me hizo una señal para que lo si-
por el otro la mirada se estrellaba en un muro pedregoso. En esta
guiera. En el trayecto a Lajitas la luz del amanecer develó el cami-
parte del viaje Olivas encendió un cigarrillo que lo reconcentró en
no agreste por donde yo había llegado a Malavid.
sí mismo. Avanzamos el último tramo de lleno entre los cerros, en
Aquí todos hacen chilar y huerta; ni los voladeros los de-
el momento que la luz del día los aclaró totalmente, en la cima los
tienen, juegan carreras desde el río hasta Malavid, me explicó Oli-
rebaños de cabras mordisqueaban la flor de las palmas, luego en-
vas cuando la luz de la mañana hizo visibles las cruces a la orilla
tramos a terreno plano y una inmensa nube de polvo nos siguió
del camino.
hasta la vera del río.
¿Quiénes son todos? Discúlpeme si lo contradigo, pero yo
Respeté el silencio de Olivas, pero cuando advertí que fal-
veo muy tranquilo el pueblo. Casi no hay gente.
taba poco para llegar traté de volver a nuestra conversación.
Todos los que regresan.
¿A quién se refería? Insistí sin esperar respuesta. Hasta
¿1os que regresan? ¿ne dónde?
creí que diría que no sabía de qué le hablaba.
Olivas no respondió; así que decidí dejar el asunto mo-
La gente trabaja en los pueblos cercanos, Presidio, Fort
mentáneamente. Días atrás, cuando viajaba de El Paso a Malavid,
Stockton, Midland, Alpine y algunas rancherías de por aquí cer-
no pensaba que haría ningún recorrido turístico. Mi misión era
cas, los más arrojados llegan a Colorado o a Florida a pizcar
otra y quería cumplirla al pie de la letra, sin embargo, al encon-
naranja.
trarme con la actitud reservada de Galindo y Jacinta traté de pasar
Lo dice con disgusto, sin embargo veo que usted hace lo
las horas fuera de la casa, por eso acepté el paseo que me propuso
mismo y más, lleva hombres a trabajar.
Tomás.
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No significa que me gusta lo que hago. rano desorden, trajinan toda la noche por las calles con los estéreos
el sustento. Yo también trabajo allá, en el otro lado. También regresan con dinero en la bolsa, éeso no cuenta?
Lo suyo es otra cosa. Usted es de allá, usted no ha abando- ¿usted sabe lo que cuesta ganar ese dinero? Imagino que
nado su tierra ni su manera de vivir. Ahora ya no les entiende uno no. Mire, ya llegamos.
ni a sus propios nietos, cuando vienen de visita los oigo hablar en La voz de Olivasya no se oía igual. Gradualmente se cargó
inglés entre ellos, y con los hijos de otros. de coraje y varias veces desprendió los ojos del camino para mirar-
Todo va y viene, también nosotros. En cualquier sitio se me encabronado. Pero el ejido estaba frente a nosotros y Olivas
puede hacer una vida. La lengua y las costumbres cambian, se calló. Resguardó su troca bajo un largo alero de palos que segura-
aprenden. Nada permanece. mente albergaría otros vehículos durante el transcurso de la ma-
I,
Se equivoca. Uno es de donde tiene a sus muertos, de don- ñana. El grupo descendió y cruzó en varias barquillas. El agua os-
de nacen sus hijos, ellos son la raíz y lo verdadero. Lo demás es un cura fluía a los pies de aquel puñado de hombres. Olivas y yo fui-
Ese es sólo un lugar común; no niego que haya cierta ra- y ya del otro lado seguimos el viaje a pie.
zón en lo que dice, pero también sé que el mundo está en movi- A las cinco nos vemos allá, en la posta, dijo Olivasal tiem-
miento continuo. No podemos aferrarnos a lo que usted llama las po que señalaba una vieja construcción de madera. Tal vez regrese
raíces verdaderas. antes, respondí. Como quiera, agregó secamente. Olivas subió la
No estoy de acuerdo, todo ha cambiado muy rápido. Ape- ladera que llevaba a Lajitas, ese pueblo olvidado que los habitan-
nas hace algunos años eran muy pocos los que tenían mueble, ahora tes de Malavid resucitaban para transformarlo en un sitio turísti-
los muchachos que regresan vienen en el suyo, trabajan nomás co. Allí los hombres trabajaban de albañiles y las mujeres en los
para comprarse uno, el mejor que pueden cada año. No tienen hoteles limpiaban cuartos y cocinaban. A cierta distancia, sobre la
otra ilusión, regresan en noviembre para las fiestas del Santo Pa- orilla del río se extendía una columna de casas cámper. Por el as-
trón y los días que duran aquí se vuelven insoportables, un sobe- pecto supuse que pertenecían a los que no cruzaban a diario: sillas
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de jardín herrumbrosas, carros de modelo atrasado y ropa tendida tividades turísticas que ofrecía Lajitas: paseos a caballo por el de-
en el frente. Cuando yo subí el sendero ya había perdido de vista a sierto y lanchas rápidas por el río hasta el Cañón Santa Elena. Tam-
Olivas. Caminé sin rumbo fijo. Me dediqué a merodear por las ca- bién una visita al restaurante mexicano del ejido, donde servían
lles. Los hombres y las mujeres de Malavid literalmente recons- caldillo de carne seca y algunos otros platillos regionales. lPor qué
truían un pueblo. Por doquier proliferaban construcciones, hote- a mí los niños barqueros me mandaron a la casa de Tavera y no a
Entré en uno de esos hoteles de fachada Old West (como Seguí mi camino por las calles anchas y limpias. Tenía ra-
si se tratara del set de una película de Hollywood) a desayunar. zón Isidoro, abundaban los teléfonos. El pueblo era muy chico,
aún así anduve en círculos un par de horas; no tenía prisa por lle-
Good morning. Coffee?
gar a ningún lado. El sol de la mañana empezó a calarme, por lo
Buenos días. Sí, por favor y también scrambled eggs,
que entré a refrescarme en una drug store al estilo de los años
canadian bacon y muffins con blueberry jelly. La mesera se retiró.
cincuenta. Ordené una cocacola. Un hombre de bigote rubio, con
Me quedé bebiendo café mientras pasaba revista a la carta. Los
las puntas retorcidas hacia arriba, puso en la barra un vaso estili-
precios eran altos, pero servían todo a pesar de que nos encontrá-
zado lleno de cubitos de hielo. Cuando abandoné el lugar, sin pro-
bamos en la punta del diablo. Era evidente que hasta ahí llegaban
ponérmelo llegué a la carretera, que se extendía solitaria hasta el
los camiones refrigerados con diversas clases de legumbres y fru-
punto más lejano que mi vista era capaz de percibir. En ambos
tas; seguramente alimentos que los del ejido nunca probaban. Si
lados se abría el llano curtido por el sol. De pronto me encontré
miraban al norte, los ejidatarios podían ver el resultado de su tra-
completamente sola, en medio de la carretera, frente a un perro
bajo. No disfrutarlo.
que caminaba en sentido contrario al mío. Pasó lento, sin siquiera
Al tiempo que regresó la mesera con el desayuno entró un mirarme. Yollevaba la vista clavada en la raya blanca que marcaba
nutrido grupo de turistas alemanes que se distribuyó en varias me- los dos carriles de la carretera, el rostro bañado en sudor y la ropa
sas. Hablaban animadamente y leían diferentes panfletos. Orde- y los tenis blanqueados por la arena. Ciertamente, no iba a ningún
naron la comida, terminaron rápido y se fueron. En las mesas de- sitio, pero a pesar de la agobiante temperatura sentí que debía con-
jaron algunos de los papeles que leían, era la publicidad de las ac- tinuar, que nada me proporcionaría tanto alivio como adentrarme
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en aquel espacio solitario. Nada que no fuera el deseo de perder- me dejara en algún hotel cercano. Me llevó a uno en la entrada del
me en esa claridad ocupaba mi pensamiento; a medida que avan- pueblo, por el lado de la carretera. El buen hombre que me ayudó
zaba, más se abría hacia el frente, hacia los lados. De lo que dejaba también recogió mi back pack. En parte porque necesitaba una
tras de mí ya no lograba distinguir nada. No sé cuánto tiempo ca- identificación y en parte por curiosidad, revisé lo que llevaba den-
miné, pero la sensación de no moverme del mismo punto se apo- tro: el mantelito que yo suponía bordado por las manos de Amanda,
deró de mí, entonces aceleré la marcha. Lo último que vi fue un el cuaderno, un ejemplar de El hermoso verano, algo de dinero, el
resplandor que se aproximaba rápidamente. pasaporte y una tarjeta de crédito. Por ese día la situación estaba
Desperté en un lugar desconocido, después supe que era arreglada. En cuanto entré a la penumbra fresca del cuarto recor-
la parte trasera de una oficina refrigerada. Estaba cubierta hasta la dé a Jacinta y creí necesario avisarle que no volvería esa noche.
cintura con una manta y tenía una toalla húmeda en la frente. Llamé a la caseta telefónica de Malavid. La telefonista me pidió
Traté de levantarme pero me sentí mareada; tenía el estómago que volviera a llamar en media hora, tiempo suficiente para que el
indispuesto. Al escuchar mis. movimientos una señora norteame- mensajero le llevara el recado a Jacinta y ella acudiera al teléfono.
rio no quería pensar lo que me hubiera ocurrido con la temperatu- mente respondió que estaba bien y colgó. Sentí que me ardían las
explicó, al ir rumbo a su casa me había visto, recogido y llevado en Al siguiente día pasé la mañana releyendo las páginas de
su carro al museo, donde me habían dado los primeros auxilios la novela mientras bajaba el sol. En ratos dormitaba y en ratos leía.
para la insolación. Después de oirla cerré los ojos disgustada con Al atardecer, cuando me sentí con fuerzas suficientes para regre-
mi suerte. Comprendí que lo último que había visto era el brillo sar al museo, pedí en la recepción que alguien me llevara. Me dije-
del vehículo. Me volví a dormir. Más tarde la misma mujer me ron que las visitas guiadas eran temprano, pero si quería ir en ese
despertó; debía cerrar el museo y yo no podía quedarme ahí. Por la momento alguien me llevaría por una tarifa más elevada. El chofer
hora y el estado de debilidad en el que me encontraba ya no me me condujo en una camioneta que me dejó en la entrada e hice el
era posible acudir al encuentro con Olivas. Le pedí a la mujer que recorrido sola. Primero una exhibición de muebles del siglo dieci-
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nueve y efectos personales de la época. En la soledad de las salas desconchados, vigas de gruesos troncos de álamo, pisos de made-
avancé de un tema a otro, cada vez más interesada en lo que tenía ra, rústico mobiliario del diecinueve. Todos los ingredientes para
frente a mis ojos. No sospechaba que un museo de pueblo me ob- crear la ilusión del viejo oeste americano.
sequiaría una sorpresa conmovedora: cerotes de candelilla y ma-
Desde ahí columbré el ejido. Un manto de nubes ligeras lo
quetas explicativas sobre el proceso de su elaboración. Ver gráfi-
cubría. Abajo las barcas flotaban en un vaivén acompasado, los
camente el desarrollo del oficio al que se había dedicado mi padre
capitancillos descansaban indiferentes envueltos en la calidez del
en su lueñe juventud me alteró el ánimo. En apariencia no había
aire. El caserío se extendía pardusco a lo largo de las aguas calmas
relación alguna entre las maquetas y mis emociones, sin embargo,
del Bravo; dormía la siesta, era un lebrel viejo echado a un lado de
aquellos artefactos lograron que empezara a descifrar, no sin do-
la playa arcillosa. La iglesia, la escuela y la fonda de los turistas
lor, las causas de la malograda relación entre el candelillero y
mostraban sus muros albeantes de cal. El polvo del camino reful-
Amanda Galindo. Luego, como si alguien me hubiera tendido una
gía como diamantina cenicienta entre los chaparrones.
trampa o se empeñara en encender el pesar de la sorpresa, caí ante
Mientras esperaba el pequeño navío en el que iba a cruzar,
una colección de retratos de los antiguos pobladores de la región.
la mansedumbre del agua trajo a mi memoria los árboles del piéla-
Era absurdo, pero mientras pasaba la vista de una imagen a otra
go, que busqué a lo lejos como si fuera posible divisarlos. Los ima-
llegué a pensar que en cualquier momento vería, una vez más el
giné en llamas. Los vi arder en las horas más calientes de un lejano
rostro deseado, la mirada clara de Amanda.
Domingo de Ramos.
Salí del museo cuando el sol aún reverberaba en el azogue
lío es un mes duro, por el calor, no por otra cosa. Caminé directa-
mente a la margen del río, pues en unas cuantas horas había ago-
tado el interés por Lajitas. Me dirigí a la orilla. Empezaba a sentir A Jacinta le encantaban los manteles blancos de lino con la orilla
el calor y la fatiga intensamente. Ahí estaba el Trading Post, la bordada en punto de cruz. Los del diario los bordábamos en las
única construcción que los habitantes de Lajitas habían conserva- tardes, después de la siesta. Tu abuelo salía a conversar con los
do intacta. En verdad era una reliquia, altísimos muros de adobe amigos en tanto Jacinta y yo nos sentábamos en el salón con una
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cesta de hilazas, aros y agujas. En realidad yo era la que bordaba la hora. Jacinta, malhumorada, se levantó a ver de qué se trataba y
mientras Jacinta leía las novelas que compraba en sus viajes a cuando lo supo, más molesta aún respondió que el señor no lo po-
Chihuahua. De vez en cuando dejaba el libro que leía para asegu- día recibir en ese momento, que regresara después. Tu padre insis-
rarse que yo lo hacía bien; yo me esmeraba en seguir sus indicacio- tió, le pidió a Jacinta que le permitiera pasar, a lo que ella se negó,
nes, a pesar de que a mí no me gustaba bordar. Era muy estricta pero entonces tu abuelo despertó con la discusión y lo dejó entrar
conmigo, pero lo hacía por mi bien, me cuidaba como si fuera mi en contra de la voluntad de Jacinta, que a partir de ese momento
verdadera madre, por eso la obedecía y trataba de no causarle dis- lo rechazó. A tu abuelo en cambio le agradaron su personalidad
gustos, aunque hubo un tiempo que sólo le di amarguras, a ella y a desenvuelta y sus ganas de trabajar, en realidad tu padre trataba
tu abuelo. Los manteles de Navidad los ordenaba a doña Panchita, de ganarse la confianza del mío para facilitar las cosas. Jacinta ig-
una hilandera de manos prodigiosas que bordaba en los pañuelos noraba que ya nos conocíamos, también que yo estaba dispuesta a
de tu abuelo un monograma con su inicial. Jacinta le llevaba enca- dejar a Greiner por un extraño. Por un gazapo, como lo llamaba
jes y listones, telas de rizo y de holanda para que confeccionara ella.
toallas y sábanas, todas blancas, su color favorito. También las no-
Luego vendría el episodio de la pulmonía que lo retuvo en
chebuenas debían bordarse con hilaza blanca sobre lino blanco, en
la casa de Tavera y posteriores meses de ausencia. Recuerdo ése
el centro y en la falda del mantel. Así mataba yo el tedio de las
como un año especial porque nevó como nunca, fue el cuarenta y
primeras horas de la tarde. Esperaba que refrescara el día para sa-
ocho, el campo nival y el cielo nuboso hacían de Malavid una bella
lir a pasear. Llevo en la memoria el aroma a verdura que el sereno
postal de invierno. De cualquier manera reconozco que la única
arrancaba de los arriates de albahaca, romero y yerbabuena que
capaz de ver en tu padre su naturaleza baladí fue Jacinta. La prí-
crecían en los corredores de la plaza.
mavera siguiente bordaba yo en silencio, con el alma en un hilo
Una tarde, aún dormíamos la siesta cuando se presentó tu porque el candelillero se había ido. Me escribía contándome que
padre en mi casa, quería rentar las tierras candelilleras de tu abue- tenía asuntos pendientes en algún lugar, pero luego alguien me
lo. Él tomaba la siesta en el confidente del salón porque se queda- decía que lo había visto en otro sitio. iCuánta angustia siembra la
ba dormido leyendo los periódicos, sentado, con la cabeza echada desconfianza! Por fin el Domingo de Ramos, una tarde soporífera,
hacia atrás. Tu padre tocó el portón con toda su alma, sin respetar de nuevo irrumpió tu padre en la casa. Dijo sin mediar preparativo
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alguno que iba a pedir mi mano. A mí el alma me volvió al cuerpo, hay lugar para los Galindo, que por cierto, hace tiempo que no los
pero Jacinta, que esperaba la hora para salir, abandonó abrup- visito, cuénteme.
tamente la poltrona de la lectura para ver desde el zaguán la pro- Tavera me abrió la puerta del cerco y echó a andar hacia la
cesión cuaresmal. En lugar de unirse a ella como era su costum- casa. Lo seguí. No quería perder una palabra de lo que decía el
bre, se quejó del relajo que armaban el Jesús en el burro y los dueño de aquel basural recién adquirido. No era difícil adivinar
fieles que lo seguían con palmas en las manos. que se trataba de todo lo que desechaban los gringos de Lajitas.
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haya dormido tan bien como en la casa misma de Galindo. iMagali! pasaban en un mueble cargado de cerotes, esperaban que oscure-
iMagali, tráinos el café!
ciera para cruzar el cargamento y llevarlo ajdaJ:fa. Una noche, cuan-
Magali se llamaba la mujer de Tavera; era un lindo nom- do pensó que la patrulla había ya pasado, cargó una balsa y se echó
bre, de artista, pensé. Ella acudió con dos tazas humeantes, torti- al agua, pero la traca que lo esperaba del otro lado arrancó sin pren-
llas de harina, mantequilla y frijoles. La comida estaba recién he- der las luces, era señal de que había peligro. Su padre se sumergió
cha y olía muy bien. Tavera me explicó que sus hijos habían salido en el agua y allí se estuvo aguantando el frío hasta que estuvo se-
de madrugada a un trabajo en las afueras de Lajitas. Todos menos guro de que la patrulla se había alejado, lo malo fue que el mueble
el mayor, que andaba en otros asuntos por ahí cerca. Luego habló que lo había traído a la orilla del río también se había ido, y no tuvo
sin cesar de una diversidad de cosas triviales como el duro golpe más remedio que devolverse a pie. Esa noche se puso muy malo,
del sol y la venta de cacharros viejos. Pero repentinamente soltó los compañeros vinieron a traérmelo, según ellos yo tenía más po-
una frase que, por el tono y su actitud sentí maliciosa: yo conocí a sibilidades de ayudarlo; mandamos por el médico de la mina y aquí
su padre. Después de oída la declaración no quise decirle que ha- lo tuve hasta que se recuperó completamente lve aquella pieza?
cía algunos años había muerto; preferí callarlo disgustada por el allí mismo, donde durmió usted anoche, pasó muchos días con
acento en sus palabras. Mejor si creía que el candelillero aún esta- pulmonía. Le pregunté si quería que le avisáramos a alguien que
ba vivo, si conservaba la imagen de un hombre joven y fuerte, tal estaba enfermo. Me dijo que le avisara a Amanda Galindo que pa-
como lo había conocido décadas atrás. De Amanda dijo alguna cosa sados unos días iría a visitarla. Lo oí, pero no le hice caso de lo que
vaga que no me ayudaba en nada. Luego reacomodó su gordura en me dijo; discúlpeme, pero Galindo no me iba a tomar a bien que yo
la silla para dar principio a un relato. Magali regresó a otear el ca- le pasara el recado a su hija. Nunca volví a saber nada de él, tan
mino desde la ventana del cuarto vacío. Tavera la miró un rato, pronto como se alivió se fue, después supe que se robó a Amandita,
meneó la cabeza y dijo, así la verá día y noche, de nosotros hace pero nomás. A su mamá sí la ví, cuando regresó, una mañana que
muy poco caso lqué ve? la quién espera? Nomás ella sabe. Ense- fui a comprar herramientas a Malavid y pasé a visitar a Galindo,
guida volvió al asunto que había interrumpid~:~u padre m~chas siempre nos hemos procurado, desde chamacos, además somos
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veces acampó aquí cercas, en los terrenos candelilleros de Galindo. parientes lejanos, le decía, aquella mañana Jacinta y Amanda es- 111
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Eran él y muchos otros que le ayudaban. Aquí, frente a mi casa, taban en el solar, hace ya mucho tiempo de esta historia que le
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cuento, a Galindo lo encontré muy serio, todo se estaba poniendo te pasaría -Olivas.Era uno cargado de granadas maduras que colo-
muy triste en aquella casa, a decir verdad nunca supe qué fue lo reaba el frente deslucido de una vivienda. Así, mientras desgrana-
que pasó con Amanda, pero las cosas no volvieron a ser las mismas ba una ciñuela, la imagen de Magali en otro mundo emergió ante
ni para ella ni para Galindo. La única que nunca cambió, que siem- mí. Después de varias horas que maté trazando un apunte de la
pre fue la misma vieja cabrona, fue Jacinta. mujer en mi cuaderno pasó Olivas con su cargamento. Una vez
vez caminé sin rumbo fijo mientras esperaba que llegara la hora en
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Por encima de las olillas de polvo que el viento empuja, se alza la Veoa Magaliiniciar su rutina, abrir las piernas paralelamente
carpa del circo. Azotada por los terregales su falda golpea conti- a la barra y en seguida amarrar un pañuelo justo a la mitad; la
nuamente contra el armazón metálico. La rodean charcos pes- trapecista cierra las piernas con lentitud, .se pone de pie, dobla el
tilentes, puestos de comida que proliferan como lirios en la ciéna- cuerpo por la cintura sin flexionar las piernas y con la boca desata
ga; ronda un penetrante olor a estiércol, sudor y grasa. '
el pañuelo. Luego acomoda la cabeza en el centro de la barra, le-
Una larga fila de domingueros aguanta el intenso calor del
vanta las piernas, busca el equilibrio aún sujeta a las cuerdas. Fi-
atardecer. Esperan el momento de pasar a la sombra asfixiante de
nalmente abre brazos y piernas. Por unos segundos es una estrella
las lonas, donde los alientos tibios subirán la temperatura en el
prendida a un columpio. De un extremo de la arena aparece el se-
interior de la carpa. Risillas rápidas, compulsivas, se amontonarán
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1,11''1
1: 1111~
del anunciador. En la penumbra de la carpa los reflectores lo ilu- aire con la natural soltura que evolucionan los peces en el agua, 11
'"~1:1~~ 1¡11
' ~;,~11:~::
1 ,,;¡~;:;, minan porque damas y caballeros, el circo de Paco D'Zaide agrade- con la belleza de la luz solar cuando juega en lo alto de los árboles.
'• ~"'''•·llJ
,,,,¡,1c::::
ce su compañía y tiene el orgullo de presentar ante ustedes a la Magali es en el trapecio, en el viaje por la bóveda del circo. Vaivén IJI!
~~...,
única, la espectacular, a la internacionalmente conocida~ de columpios, lúdico ritmo. Aerolito en el domo celeste. Quince 11
zamos!
pendida, sujeta a la barra con el doblez de las rodillas, es el péndu- 111
Las cortinas del fondo se abren. Una mujer camina grácil 11111
lo de un reloj cuya cuerda acaba paulatina, inexorablemente.
hacia el público bajo un haz de luz; la envuelve una capa vaporosa 1
color malva salpicada de lentejuelas. Dos hombres de smoking la Las luces se encienden; Magali se dispone a salir de la arena. 11
111,
flanquean hasta el lugar donde desciende el trapecio. Los elegan- Antes de llegar a las cortinas los tipos de smoking le devuelven su
tes toman de los hombros de Magali la capa y desaparecen. La tra- capa color malva. Ella gira el cuerpo, ofrece una larga reverencia y
pecista de un salto monta al columpio y permanece estática unos siente que la carpa se eleva. La «Dama del Trapecio» abandona el
segundos. Imagino su rutilante sonrisa en los labios dibujados con escenario. 1
11ll
tarde ya ha perdido sus tintes de fuego para tomar el pálido color ya te voy a bajar, con eso es suficiente, le decía, después de casi
de la capa de Magali. Necesito hablar contigo, le dice a la otra. una hora de mantenerse aferrada a las cuerdas del columpio, con
Luego, ahora no tengo tiempo. Dado comió algo que le hizo un vacío en el estómago, pero pidiendo seguir ahí, sentada en las
daño lsabes? Desapareció toda la mañana, alguien dejó abierto el alturas. No. Sería de mala suerte para ti si te cayeras ahora, y si te
cerrojo de la jaula cuando le llevaron comida, después lo encontra- llegaras a morir le echarías la sal a este pueblo inocente, la sangre
1
ron echado a un lado del corral. Estaba vomitando. de una cirquera no debe mojar la tierra, es de mal agüerofla,~~le- /11
c...--
El remolque es muy pequeño. Nadie salvo ellas dos puede dad entraría en el cuerpo de estas gentes y nomás dejándolo se f11!.I
entrar allí. Así quiere Magali y Miriam acepta sin replicar, pues la curarían. lNo sabes que por soledad desparecen los pueblo~
¡11
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'· ,:¡,
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ros, pero Miriam lo niega, fue en1~olig,oidonde conociste a la vie-
La primera vez que vea el trapecio sabrá que su verdadera estancia
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1:(,1,11 '11¡
"·,1:::::.1 ja condenada de mi madrina, ya se le hacía mucho el gasto conmi- 1
111
:;~~:::::l
,. ·1""~1:111:~
en el mundo ocurrirá en las carpas y desde la altura de un trapecio. i
,,.,i:·;:;,¡ go. No es así; recuerdo que pasamos ese pueblo de largo y en 111
1>111,,n11·1111
1:•• ~::::~:¡ Pero lo que ella aprendió con Oiga no servirá con Miriam. Un j¡
Hechiceros paramos dos días a descansar, íbamos de camino a la
numerito fácil ideará Magali para su ayudante, para que siempre 1
dos y cuando regresó con la ropa tú venías con ella, dijo que eras
muy obediente y que me serías de mucha utilidad. Resultó cierto, Mientras Miriam con una varita luminosa dirige las piruetas
por eso ahora andas de cirquera, tenías entre once y trece años, si del par de pekineses, Magali frente a un gran espejo limpiará meti-
no lo recuerdas es porque has preferido olvidar. culosamente el maquillaje de su cara. Sus ojos se tornarán más
En un principio Magali tomará a la chamaca como su ayu- azules ya desprovistos de la sombra violeta de los párpados. Más
dante, limpiará el remolque y le arreglará la ropa. Más tarde que- desolados. Es difícil calcular su edad bajo la espesa capa de maqui-
rrá enseñarle su arte. Empezará por subirla al trapecio, donde de- llaje y aún cuando no lo lleva, en ella las aguas del tiempo fluyen
berá permanecer largo tiempo, pensar en cualquier cosa menos en por dentro sin dejar rastro aparente. La Dama del Trapecio se qui-
la altura para perder el miedo que despierta el columpio en los tará el leotardo y las mallas, doblará las prendas y las guardará en
aprendices. Supongo que eso hizo Oiga con ella muchos años atrás, el cajón de Miriam. Apagará la luz.
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~
encender la luz, luego oirá sorprendida las palabras de Magali. lTe acuerdas de Oiga? Pienso mucho en ella.
1
Dejo el circo, Miriam. iAh! Eso es, le temes al paso del tiempo, admítelo.
:11
lEstás ahí? lQué dices? Puede ser. No quiero terminar mirando desde abajo a mi 1:1
,l;
Eso. Dejo el circo.
sustituta, cuidando las cuerdas, las poleas, gorda y vieja, con las
111
descabellado? 11¡
deja de bromear!
Sólo recuerdo a Oiga.
Magali sale y se sienta en la escalerilla del remolque. Bajola
!
Ella tenía familia, no se fue con ellos porque no quiso.
carpa un alma no queda. ~a algarabía del circo es un recuerdo.
Magali regresará al interior del remolque y se recostará en la
Desde lejos, apenas audibles, llegan los ladridos de los perros; más
cama. Miriam la seguirá y se sentará a un lado de ella. Las mujeres
cercano es el zumbido de los insectos que pululan en la noche.
se tomarán de las manos en un gesto amoroso.
El tiempo sólo ata a los débiles, contesta finalmente la tra-
De eso se trata, de irse a tiempo.
pecisti
lA tiempo para qué? 11
\Nome refiero al paso de los días, sino a cómo los has vivido.
~--·--·----------~-----·-·--~~----~-.o"•----·-··--·--
--------------···
..-------------
~---··-·------------------·--""-------'~
No sé. 111
lCómo los he vivido? Igual que tú Miriam, que los demás.
No te entiendo. De verdad no te entiendo. lA dónde vas a ir?
He llenado mis días como he podido.
1:1111
52 53
1111111
Tampoco lo sé. prisa. Es el cansancio, agregará, que me llegó antes que todo lo
brazos para dar mayor peso a sus palabras. ¿ne verdad te vas,
Magali?
pueblo.
Miraba por la ventana transcurrir las primeras horas del día, la
¿ya le dijiste al viejo?
soledad de las higueras que crecían al pie de la acequia. El agua
No, me ofrecería más dinero, hasta sería capaz de mandar- arrastraba las hojas que se desprendían de los árboles, componían
me por separado en los viajes para que no me agote. Algo inventa- un rumor vivo en la calle solitaria. Pero Jacinta, infatigable, iba de
R
l .
I
·(1':
ría, qué sé yo. Pero nada importa, pronto encontrará quien me sus-
un lado a otro y Galindo, sentado en la mesa fumaba pensativo.
~.,:
C'' tituya. Después de todo, équíén es Magali, la mundialmente cono-
1L1 Me han dicho que en el museo de Lajitas hay cosas que
cida «Dama del Trapecio»? Una mujer que rueda de un pueblo a
pertenecen a la familia. Puntualizó Jacinta una de las veces que
otro en el desierto, encaramada en un columpio, que cuida a morir
entró a la cocina a atender a Galindo. Las vendió Tomás, el del
el ntuendo porque no hay cosa más triste que ver a una cirquera
billar; un pariente lejano que fue caporal en el rancho de tu abuelo
con el leotardo roto.
por algún tiempo, en realidad trp.}.}ajó
poco porque odiaba el traba-
Como si de esa manera pudiera retenerla a su lado, Miriam ¡t···-~•.\\
¡.,
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(
11111, ~I 111l1mio compró cosas valiosas a precio de regalo. Para la
que se vivía en la ciudad. Desafortunadamente fue allf donde •11
gente de aquí todo eso carecía de valor, veían las cosas como tras· corazón, tan amante de las emociones fuertes, empezó a mostrar
tos viejos,pero Tomás sabía lo que hacía, un negocio redondo. Pasó su poca resistencia. Meses después, por el tiempo en que nos llegó
el tiempo y una mañana llegó un camión con las mesas de billar. la noticia que Villa tenía tomada la ciudad, Andrea sufrió una re-
Eran de Tomás, las había comprado con el dinero de las antigüeda- caída que la postró en cama por más de siete meses. El caso es que
des. Algunos le reclamaron porque no compartió el dinero, pero pasaban los años y ella no se embarazaba, llegamos a creer que no
pronto lo olvidaron. Como te digo, los cacharros viejos aquí no tendría hijos, ya te puedes imaginar la desilusión de tu abuelo. Fue
importaban, luego le agarraron cariño al juego y hasta le agrade- hasta mucho después cuando recibimos la sorpresa de su embara-
zo. Andrea tenía poco más de treinta años y por desgracia, el naci-
cieron lo que había hecho. Algunos de esos objetos vendidos los
miento de Amanda le costó la vida.
trajo tu abuela de San Antonio en el is, cuando se casó con tu
lNo te parece extraño que si a Andrea, como dices, no le
abuelo. Por cierto, no te lo había dicho, pero hay algo en ti que me
importaba el matrimonio, decidiera casarse mientras el país vivía
recuerda a Andrea, te puedo asegurar que es algo más que un aire
en plena inestabilidad política?
de familia. En fin..., durante su corta vida siempre recordó ese via-
¿y la política qué tenía que ver con nosotros? preguntó
je, no por ser el de bodas, yo creo que el matrimonio nunca le im-
Jacinta extrañada por mis palabras.
portó, sino porque al regreso, en Chihuahua, donde ellos perma-
Supongo que mucho, particularmente con una familia
necieron una semana antes.de.venír a Malavid, pudo oír la descar-
como ésta, acaparadora de tierras, comenté ganándome una mira-
ga de balas sobre Felipe Ángelés. Me contó que la madrugada del
,,,"
da despectiva por parte de Jacinta, una reacción que me agradó,
fusilamiento una multitud esperaba ansiosa afuera del cuartel,
pues yo buscaba una respuesta abierta. Quería iniciar una discu-
supongo que algunos por morbo y otros por pesar. Como era un
sión que nos ayudara, no sé cómo, pero que me dijera algo desde el
militar muy respetado, muy querido, bdrea Carrasco de Galindol
fondo de ella y me permitiera conocerla más. No ocurrió así. Jacinta
no iba a perderse ese espectáculo por nada del mundo, aún en con-
sólo me dio una fria explicación.
tra de la voluntad de su esposo. Hubiera sido capaz de permanecer
Cuando los alzados llegaron hasta aquí nosotros nos fui-
en Chihuahua durante todo el año nomás para sentir la excitación mos a Presidio, allá pasamos año y medio, yo quería ir más al nor-
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I•, I'"''" 111 nh11rl11 Hr negó, no quería alejarse, pensaba que el or- día sobre lo que hablábamos. Además era preferible cambiar el 111111111
1hs11 •u 1·r11lnhlrcei·f11 en cualquier momento. Al regreso encontra- rumbo de la plática a entrar en el silencio. ¿Tú las has visto?
1111111mermas en las labores; sobre todo en el ganado, no dejaron Aquí, hace muchos años que no visito Lajitas.
111111sola cabeza viva. Era de esperarse, afortunadamente ocurrió
¿por qué, si está tan cerca?
en El Fresnal, esta casa permaneció cerrada todo el tiempo, los
Nomás los que andan con la vida perdida cruzan por ahí. Los
únicos que se quedaron aquí fueron los padres de Tomás, un ma-
de;h~r~()§, ~9,,,últim&"nre-lo;;dijocon un mohín de burla en la
trimonio de viejos que vivían en los cuartos de afuera, ellos se hi- ,,,/~ '·""
cap~radores y desheredados.) Un epíteto por otro. Estába-
~--...-·_,,
cieron cargo de la casa durante nuestra ausencia. ,~~---.
mos a mano.-------------"·---
¿y qué pasó con Andrea Carrasco y su familia?
El sonido de unos arañazos tenues nos interrumpió. El abue-
Ellos regresaron un año después que nosotros, pero ya sin lo, que había permanecido indiferente a nuestra conversación, se
el padre de Andrea, que había muerto en Estados Unidos, en parte
levantó a abrir la puerta. Le franqueó el paso a un enorme gato
a causa de una enfermedad crónica, pero también de tristeza. El ambarino que entró decidido a restregarse en las piernas de Jacinta,
padre de Andrea creyó que nunca volvería a ver su casa, y así fue, cubiertas con gruesas medias de algodón. Se oyeron los chispazos.
mas no por los desmanes de la bola, como él supuso, sino de una
lTiene hambre mi gatito? Mimosa, Jacinta le sirvió leche en un
dolencia de riñones; total, como Andrea y tu abuelo llevaban años plato que acomodó en un rincón, luego recogió, sin dejar de hacer-
de novios, en cuanto ella regresó decidieron casarse. Fue lo mejor le arrumacos al minino, la taza y el cenicero de Galindo. El abuelo
para todos. La boda fue muy sencilla, en la casa de los Carrasco, no
salió cuando el felino entró. La conversación terminó y yo, sin
era momento para celebrar con fastuosidad.
saber qué otra cosa hacer, seguí a Galindo. Estaba sentado en la
¿y las fotografías? pileta, miraba hacia las tapias ruinosas, me aplicaba su acostum-
Son los muertos de Malavid, dijo secamente mi tía abuela. brada indiferencia. Tal vez por eso sentí un deseo incontenible de
Obviamente yo no me refería a las fotos del museo, sino a las de la cruzar el solar, ir al punto donde creí que él tenía puestos los ojos y
boda, pero Jacinta respondió astutamente para cambiar el tema descansar la frente y las palmas de las manos en la tibieza del ado-
de la conversación. No chisté porque era ella quien siempre deci- be desnudo. Cerré los ojos y la voz del candelillero se materializó
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en mis oídos. Oí sus palabras no sé por cuanto tiempo, pero cuan-
un grito de dolor. Allí estuve hasta el amanecer, no sabía si cruzar
do abrí los ojos vi a Galindo en la terraza, ahora sentado en un viejo
otra vez palado del ejido o esperar. Esperar ¿a qué?, pensaba, pero
escaño. Tenía la cabeza echada hacia atrás y el rostro enjabonado.
allí me estuve, viendo pasar las horas sin que llegara nadie, ya me
Jacinta deslizaba con mano ligera una antigua navaja, destellante
estaba entrando miedo; empecé a sentirme muy infeliz. A media
bajo el sol de la mañana, por la plisada piel. A un lado de la pareja noche, por fin, llegó una troca que venía delado mexicano cargada
el félido acechaba a una palomita que volaba en círculos sobre su con candelilla de contrabando. El chofer y su acompañante se pu-
cabeza ámbar.
sieron a contar los cerotes que iban a entregar, pero al rato divisa-
nían los metales fundidos en la pie~J>ero como sea, todos abando- dejado atrás.
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namos las tierras, unos por la mina y otros como yo, por ir a las Después de varias semanas en Espadas el troquero nos lle-
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pizca1' No hay duda, la mina llevó trabajo, progreso y bullicio. El vó a~ Todos hechos bola en el mismo mueble.
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trabajo pa nosotros, el progreso pa ellos y la fiesta pa todos. Algu- Hombres, mujeres y niños como borregos, parados, sin descanso.
nos gringos llegaron con sus mujeres y sus hijos, otros llegaron Allí seguí la misma rutina, nomás que en lugar de algodón levanté
solos. El caso es que éramos tantos los fuereños que una casa mala espiga de escoba. Luego de varios meses nos llevaron al norte de
prosperó en Malavid. Los sábados se organizaban bailes que dura- (-~~bbock; donde aguantábamos las heladas a punta de fogatas de
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ban hasta el amanecer, los desvelados le soplaban a la llamita de leña. Cargaba un costal colgado del pescuezo, y esto era llenarlo
los quinqués y seguían la fiesta con la luz del nuevo día. con puños de algodón y puños de tierra. De lo que se trataba era de
Casi tres semanas tardé pa reponerme de la pulmonía, pesar. Cuando llenaba el costal iba a la treila y allí estaba un tipo
pero en cuanto dejé la cama busqué la forma de cruzar otra vez. que lo pesaba, anotaba todo lo que se levantaba en el día y el fin de
Junto a la necesidad me llevaba la aventura. Esa es la verdad. semana era la paga. Por cada cien libras pagaban dos dólares. Re-
Alguien me informó que llegaría una troca a Lajitas a recoger gen- cibía a la semana de veinte a treinta.
te pa la pizca. Allí estaban esperando familias completas, mujeres A Malavid regresé para pasar el fin de año, iba con la ropita
que se desesperaban con el llanto y lambre de los hijos. Fuimos a que había comprado, lo único que me alcanzó con el dinero gana-
un lugar llamado Espadas, en Tejas, una ranchería donde estuvi- do, unos zapatos, una chamarra, un sombrero y un cinto; también
..·----..--·-·--:::::.-.
-·-·~··"'·-···-
mos hasta que se terminaroñl~J~s. Nos levantábamos de un pantalón. Llevaba poco dinero en la bolsa, casi nada. ¿cuánto
madrugada a hacer el lanche, todo el día en el campo y al oscure- me podían rendir los cuatro dólares diarios que ganaba? Esa Navi-
cer, de regreso, a hacer las tortillas que nos íbamos a comer al otro dad regresé decidido a casarme con Amanda, con o sin el permiso
día. Los domingos eran nomás pa comprar comida y lavar ropa. de Galindo. Me acuerdo que cayó la nevada más intensa que he
También pa bañamos, porque entre semana no había tiempo, era visto en mi vida. Malavid cegaba de tan blanca y los árboles se
puro trabajo, desde el amanecer hasta rendir el día. Siempre con doblaban con el peso de la nieve.
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Fátima. Me respondió apenas mirándome sin interrumpir maba la animadversión que sentía hacia ellos. Nos vamos todos,
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su actividad. Era una niña seria y tal vez era mayor de lo que su Galindo también, enfaticé para decepcionarlo aún más. Pero lo que
cuerpo larguirucho aparentaba. el rostro de Tomás mostró fue sorpresa.
¿cuántos años tienes? Lo creo sólo porque usted me lo dice. lCómo consiguió sa-
Cumplí nueve para entrar en diez. carlo de aquí? Preguntó con una risilla nerviosa.
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que yo era un holgazán sin futuro nomás porque no me gustaba el
No fui yo, así lo dispuso Amanda, se lo pidió a Jacinta an-
h's de ingresar al hospital. trabajo del campo; a pesar de eso trabajé varios años en El Fresnal,
quise comprometerme, pues su deseo me pareció descabellado. En Trataba de granjearme a Galindo, esperar el mejor momen-
un principio combatí la idea de viajar a un lugar desconocido don- to para pedir la mano de Amanda, y como era de suponerse en la
de no sabía cómo sería recibida, pero después entendí que si en tardanza estuvo lo malo. Lo que vino después usted ya lo sabe.
realidad quería sacudirme ese asunto en definitiva, lo mejor era Bueno, me marcho. Ojalá nos volvamos a ver, le dije ten-
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Pues a decir verdad, no sabe en lo que se mete, apuntó tes que hizo el gobierno; en lugar de un varón, doña Andrea le dio 11
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Tomás, aguantar a un viejo taciturno y a una mujer como Jacinta una hija; luego la llegada del candelillero, bueno, el resto ya lo 1¡1 1
11
lPor qué no los quiere Tomás? Pregunté de manera ocio- No lo sabía con precisión, pero tampoco me interesaba oír
sa, pues era fácil adivinar la razón de su animosidad hacia el par de más su punto de vista. La versión de Tomás sería siempre diferen-
ancianos. te a la de Jacinta o Tavera. Para mí lo único cierto era que nuestras
11 1
Mire Andrea, Jacinta siempre estuvo en mi contra, decía vidas habían tomado cursos diferentes y ya no valía la pena buscar 1¡11111
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111111111•1111 lnl o cunl suceso. Finalmente, cada uno tenía su propia despertar compasión, ya no sabía lo que hablaba. Como esa menti-
v1•111lú11. l.o único claro era que la verdad de unos, los más fuertes o ra debió contarte muchas otras que debes olvidar.
l11tt 1111\s audaces, se imponía sobre la verdad de los otros. No había
lSí? lQué mentiras?
mós que hablar y nos despedimos cordialmente.
Todas.
En la casa encontré a Jacinta en su habitación. Distribuía
Debo entender que aquí la dueña de la verdad eres tú.
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la ropa de ella y la de Galindo en varias maletas y bolsas de viaje.
Fátima ya no estaba con ella, por eso me acerqué a pedirle, una vez
Ahórrate el sarcasmo. l
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¿y bien? ,ll
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más, que me permitiera ver algunas fotografías.
lCuáles fotografías? replicó molesta. Amandita entró en una depresión muy profunda cuando tú
era la correcta. Era posible que Jacinta ya hubiera sacado las cosas que tomaba sus comentarios con un grano de sal, mi tía abuela no
del bargueño, como si temiera que yo la despojara de sus derechos me desagradaba. Por el contrario, admiraba su fortaleza y creía que
sobre el mundito que ella controlaba. La actitud de Jacinta me con un poco de tacto y paciencia podríamos llegar a entendernos. 11'1
molestó y me hizo cambiar de opinión. En lugar de ir a buscar en el Sí, ya veo. Supongo que por ese motivo fuiste por ella, por
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mueble creí que era el momento de puntualizar algunas cosas con eso la apartaste de nosotros. Lo que no comprendo es por qué no
11111
ella. regresó. lQué acaso nunca se repuso? Tú se lo impediste, lverdad? 1¡1\\I
Me gustaría saber por qué eres tan hostil conmigo, le dije Amandita no estaba acostumbrada a batallar y con tu padre 11.I
con energía. No sé de qué me culpas Jacinta, si tú misma me sepa- sufría muchas carencias, además la dejaba sola por meses, según 11\11
raste de Amanda. él se iba a buscar trabajo. Los nervios de Amandita en aquella sole- 1111
111
Pobre mi Amandita, dijo en un tono de voz que pretendía dad se debilitaron al extremo de pasar días en cama. 1
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,1111\1111
hacer las cosas que a mí me gustaban, jugar a los encantados hasta ,11
Ese era sólo un fragmento del relato. Era cierto que mi pa-
la media noche o escuchar al violinista. El muchacho vivía con sus
dre se ausentaba largas temporadas, pero también era cierto que
dos hermanos mayores y en el pueblo lo acusaban de loco o sinver-
Jacinta necesitaba a Amanda para restablecer el orden del mundito
güenza, aunque él era ajeno a los rumores del mundo. Todos sa-
que regía en la casa de su hermano. Uno interrumpido cuando el
bían que tocaba el violín, pero pocos lo habían escuchado. Sus her-
candelillero llegó para llevarse a la hija de Galindo. En eso pensaba
manos elevaron las tapias para frenar a los curiosos, pues en las
cuando el abuelo entró .en la pieza donde estábamos, seguramente
tardes, al declinar el sol, el muchacho se trepaba en una vieja ca-
porque había percibido la crispación en la voz de Jacinta. Carecía
rreta abandonada a mitad del patio a tocar el violín. Siempre la
de sentido seguir con la discusión estando él presente. Le regresé
pensamiento, con el azul intenso de sus ojos niños que descubrían atrevía a canturrear porque era el puente secreto entre los dos.
las cosas del mundo. Nunca antes la había escuchado. Me gustaba porque me hacía sentir
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pedí permiso porque sabía que Jacinta no me lo concedería. Ella
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objetos olvidados en las banquetas. Al verme seguir a los herma- 111¡11
me negaba casi todo, pensaba que una niña de doce años no debía
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nos del violinista me lanzaban miradas reprobatorias. El celaje em- 11¡1111
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hieran entendido mis razones, las hubiera disgustado mi respues- Un haz de luz se filtraba por la juntura de las cortinas. numinaba
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ta. Cuando vi bajar el sol y colocarse en medio de las torres de la la mano exangüe de Amanda. Una paloma blanca con las alas reco- 11
iglesia, abandoné el juego de las niñas con el buen pretexto de ayu- gidas que reposaba sobre el cobertor; un solo manchón resplande-
ciente en un extremo de la cama. Todo lo demás, cada uno de los
dar en alguna labor doméstica. Crucé sigilosa el zagüán y la cocina
objetos que componían el escenario de aquel cuarto de hospital, el
cuidándome de no alertar a Jacinta. Para aplacar el chirrido de los
aire que ahí se respiraba, yo misma, estaba envuelto en sombras.
goznes abrí la puerta trasera lentamente y fui a treparme en el ta-
Sobre la almohada su oscuro perfil: el ojo cerrado, el pómulo ele-
burete. Quería verlo. Pero aquélla tarde él no estaba. Lo esperé los
vándose como promontorio por encima de la vasta hondonada; los
primeros minutos en calma, después, cuando vi que las torres de
labios apenas separados, el breve mentón. El resto era un bulto
la iglesia se tragaban el sol, me alarmé. Primero oí a los hermanos
casi imperceptible bajo la manta, y sobre ésta un claro luminoso.
llamándolo, luego los vi cruzar veloces el patio y también yo salí a
La miré por unos segundos antes de que orientara su rostro hacia
buscarlo. Al principio no supe qué dirección llevaban, tal vez ellos mí, que me ofreciera el filo de su nariz como un alfanje abriéndo-
tampoco sabían hacia dónde orientar sus pasos. Se me ocurrió que me una herida. La paloma agitó levemente la cabeza entre lns alas
podía estar más allá del piélago, ahí donde el agua llegaba a una cerradas. Me acerqué al rodapié. Con su mirada y mi silencio pre-
caída profunda. Después de correr de aquí para allá los hermanos tendíamos acortar la distancia entre nosotras, tal como ocura·l6ln
se encaminaron hacia la cañada. Rápidamente descendieron cuan- tarde que nos despedimos, mientras le aplicaban la (1ltlmlldn•l•
pecho manchados de tierra y sangre. Se había despeñado y el vio- pesar de todo cuando la vi por vez primera, postrada, una vuhnrndn
lín estaba hecho trizas. El violinista era un animal palpitante; un de compasión me abrazó el cuerpo. Empecé a visitarla a dlnrlo,
1\1111111<111que a mí me interesaba escuchar sus historias. Por qué ba y yo escuchaba. Suponía que como cualquier enfermo termi-
11p11rc•d11 un buen día, así nomás, para imponerse en mi vida justo nal, Amanda solicitaba con mayor frecuencia la inyección. Sintién-
cuundo la de ella estaba a un paso de terminar. Sólo eran dome inútil frente a su urgencia le suplicaba a la enfermera le apli-
cuestionamientos débiles, pues siempre terminaba por escuchar cara otra dosis. El riesgo era mucho, explicaba, puede provocarle
el relato fragmentado de Amanda; en ocasiones serena y compasi- un paro cardíaco o hacerla entrar en coma. Amanda también escu-
va, en otras rencorosa. Llegué a pensar que era demasiado tarde chaba la objeción de la enfermera, aún así, en ocasiones insistía
para cualquier intento de acercamiento, pero mientras yo luchaba tanto que llegué a pensar que quería acelerar el fin. ¿Qué propósi-
entre el impulso de abandonarla y el de agradecerle que me hubie- to había logrado para considerar que era el tiempo de marcharse?
ra buscado, ella trataba de establecer un orden, de encontrar un ¿Acaso creía tener derecho a buscarme, contarme sus historias y
poco de paz en el turbión de recuerdos que la agobiaba. luego partir definitivamente? Su actitud me daba rabia pero tam-
el momento que Amanda me buscó para pedirme que fuera al hos- Durante las siguientes cuarenta y ocho horas no me sepa-
pital, semanas antes de morir/Lo poco que sabía de ella lo perdí ré de su lado, sabía que en cualquier momento moriría. Con esa
voluntariamente en los meandros de la memoria. Muy pocas veces certeza en mente traté de manejarme con toda frialdad. Era inútil.
mi padre me habló de ella y cuando lo hizo sus comentarios iban Me engañaba con esos desplantes de invulnerabilidad, en el fondo
cargados de rencor. Sus palabras se centraban en Amanda; nunca no podía aceptar que las cosas terminaran así de fácil para ella. Me
mencionó a Galindo ni a Jacinta. Puedo asegurar que en veinticin- atormentaba pensar que nunca sabría quién era Amanda Galindo
co años no necesité saber de ella. Tampoco extrañé lo que no había y que tampoco tendría la voluntad para odiarla. Haciéndome la
tenido, sin embargo, sentirla cerca, escuchar sus relatos, contra- fuerte abandoné el hospital, decidí ir a casa a descansar, a olvidarla
riamente a lo que imaginé, fue como una azada que clavó en mí. por completo. Pero no pude conciliar el sueño.
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En la casa fui derecho a la cama, me acosté vestida, Quince minutos o quizá transcurrió una hora. A pesar de
11·
bocabajo y cerré los ojos con fuerza. Pasaron quince, treinta, se- que siempre tuve la conciencia de que en cualquier momento ocu- 1ill
senta minutos y nada. Encendí un cigarrillo y el televisor, pero mi rriría, cuando el hecho se presentó me resultó extraño, inespera-
atención estaba lejos de ahí, en el sombrío cuarto del hospital. Para do. Me fue muy difícil aceptar que estaba al lado del cadáver de la
distraerme empecé a ordenar la recámara, que estaba más desor- mujer que había sido mi madre. Una mujer que al final de su vida
denada que lo habitual, la ropa tirada en la alfombra, tazas con decidió acercarse a mí con un propósito que iba más allá del hecho ,111
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residuos de café encima del tocador, los tarros de crema abiertos, de reencontrar a su hija. Pero en ese momento nada me conmovió: I'.
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ceniceros repletos de colillas, libros y revistas viejas apiladas sobre ni el desolador jardincillo, que dominaba desde mi posición a un
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rante el tiempo que yo la visité, pero preferí esperar, no sabía para 11\111!1
único que fui capaz de sentir fue la frialdad de su mano yerta entre
11
la mía. qué o por qué, pero así lo hice. Me abatían toda clase de pensa-
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Felícitas guardará silencio. 111\I
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mientos mezclados con los rostros y sucesos que Amanda enferma 111
tenía importancia. Después de todo quién era esa mujer que había 111¡1
Así es más fácil la espera. Dijo con gesto infantil buscando
llegado a mi vida con una historia deshilvanada y una ristra de 1111
la aprobación de su hermana.
imágenes. Regresé a mi plan de alejarme de ahí cuanto antes y 1
Es lo mismo. )
dormir varios días seguidos. (Pero esa noche ni las siguientes me ~
1
1
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,, rá por la noria. Durante unos segundos, imagino, sus ojos busca- 1
frenté la realidad: casi nada sabía de Amanda. Ysin darle más vuel-
Felícitas Carrasco también se asomó a su regreso, pero a
i
ella el hueco oscuro sólo le devolvió la imagen de la fatiga puesta 1
en los ojos.
Varias semanas antes Felcítas cerró con gesto definitivo la r
'
~1·.
puerta de su casa. Dejaba para siempre Tucson. Cuando llegó a la
lTe acuerdas? Jacinta Galindo me asustó con sus cuentos, que si de su esposo. Primero los ranchos de Tejas, después los naranjales 1
1 111
esto o lo otro, pero a los pocos días el susto se me pasó. lTe acuer- de California y, por último, Arizona con sus enlatadoras.
das que te pregunté si era cierto? Tú no me dijiste nada, como si lo ~
En Ojinaga terminó el viaje en carretera. Ahí un camión ~
1
78
metros de recorrido a través de un camino de piedras vivas de sol. Reyesen cambio, desde el zaguán llamó a grltos 11Ft1lkll11M,
El camión se detuvo frente a una casa de adobe. Sobre la puerta un como si necesitara cerciorarse de algo. Su voz de niña cru:r.6loM
anuncio de lámina mostraba a una rubia sonrriéndole a una cerve- cuartos, se impregnó de olor a encierro. En la última pieza, dond«
za. Más arriba un letrero decía "El Puerto". Algunos pasajeros ba- se guardaban los pájaros y los helechos del corredor para protcjcrlos
jaron a beber algo. En total no llegaban a cinco. La dueña del lugar, de las heladas invernales, Reyes alcanzó su propia voz. Era el único
una mujer muy gorda, se refrescaba bajo una higuera, descansaba lugar iluminado de la casa. La luz que entraba del solar alimentaba
la redondez de sus nalgas en el bejuco desfondado de una mecedo- la claridad de los muros, sólo manchada en ese momento por la
ra. Entre las manos sostenía un vaso de agua que continuamente sombra de Felícitas.
'
\,,
se llevaba a la boca, no para beber el líquido, sino para humedecer-
...
No te anticipes. Le dijo Felícitas sin verla. Tenía la mirada
se los labios resecos por la tierra del camino.
puesta en otro lugar, sólo Dios sabía donde.
Después de un rato el camión retomó el viaje. Más adelan-
Reyes llegaba de Chihuahua, traía una pequeña valija con
te Felícitas vio la silueta de un hombre acostado formada por va-
ropa para tres días. Aquel viaje le resultaba incómodo. Se había
rios cerros aglutinados. Sabía que al darle la vuelta a los pies, des-
casado con un pasante de medicina que tan pronto terminó su ser-
pués de cruzar el arroyo, entraba en la mancha verdusca y ocre del
vicio social se la llevó a la ciudad. Ahí él se convirtió al paso del
caserío.
tiempo y con la ayuda de Reyes, en un respetable médico familiar,
Cuando en Ojinaga abordó el camión sintió que se desliza- 1
sible con tal de nunca volver, de no sentir el polvo tenaz que todo
que se despidió de Librada, al instante preciso que abrió el portón
lo cubría, lo vivo y lo muerto.
de la casa familiar. A su regreso lo abrió porque iba a despedirse de
Las hermanas se encontrarán para asistir a Librada, la ma-
ella. Cruzó el umbral y la espiral se detuvo. Felícitas reconoció aque-
yor de las Carrasco, durante los días anteriores a su muerte. Cada
lla casa cuyas puertas se abrían a un jardín central, corazón arbola-
una la tendrá tomada de una mano. Minutos antes de expirar,
do. Avanzó por el corredor con paso resuelto a su antigua habita-
Felícitas entenderá la intención de Librada, se inclinará hasta po-
ción y acomodó su equipaje con la aplicación de quien se instala
para siempre. ner una oreja sobre los labios de la anciana, después se incorpora-
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esa casa. Fue Jacinta quien estableció el día y la hora para salir de
rá y asentirá con la cabeza. Librada morirá en su cama de virgen · 11\1
La noche que regresé de Lajitas sentí más densa la oscuridad, más sar cuándo y cómo enfermó de pulmonía mi padre, pues la versión
profundo el silencio de la casa. En el largo pasillo de puertas cerra- de Tavera y la del candelillero no coincidían. lPor qué Amanda
das sólo el cuarto de Jacinta tenía la luz encendida. No pude evitar consintió que Jacinta gobernara en su vida? ¿Quién fue realmente
movimientos. Sabía que después de acostar al abuelo en su cama El impenetrable mutismo de Galindo y la actitud autorita-
de caoba regresaba a su cuarto, se arrellanaba en el terciopelo raí- ria de Jacinta espoleaban mi necesidad de saber, pero al mismo
do de la vieja poltrona y rezaba el rosario. Regresé a la pieza de tiempo me dejaban en un mar de suposiciones/Sólo me quedaba
Amanda. En la penumbra observé los objetos que me rodeaban, buscar a Amanda en los objetos de la casa, en las voces, en las na-
los muebles de maderas chirriantes, el crucifijo de bronce, el mar- rraciones fragmentadas. Así, esa larga noche, al igual que todas las
co ovalado con la imagen arrogante de Galindo y Andrea Carrasco. que pasé en la casa de Galindo, cerré los ojos para dejarla avanzar a
~h
Aliviadame dije que después de mi partida nunca más regresaría a pausas. \,\
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oigo decir en voz alta con la esperanza de que Idalia, tan joven t:1
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como llamativa, baje ahí mismo y las deje continuar el resto del 111
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Ninguna de las tres mujeres podría sospechar que en muy
las mujeres como ella, las que se atreven a amar
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luz del día. _.,..,.,,.
ella que esmeradamente lo cuidaba. Los sábados por la noche aseo del fallecimiento de Amanda.
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completo, baño de tina caliente con hojas de eucalipto, masaje en En el último tramo del viaje las dos jóvenes se quedan dor-
todo el cuerpo y recorte de barba. Todos los campamentos mineros midas. Idalia apoya la cabeza en el vidrio de la ventanilla; en lo
serán iguales, se dice y más resueltamente dispone su ánimo para profundo de la respiración abre apenas los labios coronados por
" el encuentro con su alemán. tenues gotas de sudor. Amanda descansa la cabeza en el hombro
de Jacinta, que sigue alerta, con los ojos cerrados, pero sin ceder al
Esa mañana, después de que el tren sale de la estación de
sueño. A punto de llegar, el tren disminuye la velocidad, permite
Ojinaga, Amanda cruza la mirada por única vez con Idalia. La ve
que Idalia al abrir los ojos se sorprenda y fije su atención en lo que
sin curiosidad. Idalia en cambio, cuando siente los ojos azules de
tiene a la vista, un animado pueblo de casas bajas de adobe,
la joven, le regresa una mirada honesta que Amanda recibe sólo
granados en el frente, en las aceras de tierra. Un lindo paisaje, su-
un instante antes de cambiar el foco de su atención. Ahora es Idalia
pongo que piensa y observa el límpido manchón azul, más arriba
quien recorre a la otra con la vista; en la palidez del rostro descu-
el amarillo luminoso y una pincelada ocre y rojo en la franja infe-
bre el destello de los ojos; un fulgor en la mirada que ella conoce ,1
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bolso neceser de tela estampada. La estación es un salón espacioso de la carretera se bifurca. Los Gallndo •lamm un t11tmlno ""''" 11u1
con bancos de madera. Un reloj inmenso de carátula blanca marca a lo lejos ofrece una arboleda, en cambio ldalla lUCll'ClCI ttn dl111Nlht1
las nueve en punto encima de la taquilla. Hay mucho movimiento, al oriente, donde la aridez del paisaje se aeentúe,
pasajeros, mujeres con canastas repletas de burros de chile pasado Imagino ingresar el taxi al campamento minero sobre un
y quesadillas; hombres que platican, niños que corren por aquí y camino de grava. Las casas de los extranjeros son de madera, blan-
por allá. cas, muy blancas, porche al frente con columpio y un jardincillo
A un lado de la estación, los carros esperan a quienes se agobiado por las flores de cultivo. Al fondo se ubican las barracas
J dirigen al campo minero. Idalia de inmediato encuentra un lugar. de los mineros y una cancha de básquetbol. Una sólida construc-
El chofer, por lo pesado del equipaje, piensa que la joven mujer ción central, la única de dos pisos, ostenta un letrero que simple-
que solicita sus servicios quiere envejecer en Malavid. Se equivo- mente dice "Hotel".
ca, pues el alemán, despreciado por Amanda, reanudará su rela-
ción con ella, que vivirá en el hotel diez meses exactos antes de
mudarse a la casa de Greiner, no sin antes convertirse en el tema
favorito de hombres y mujeres: la fina ropa interior, su afición al
Jacinta no se cansaba de ir de un lado a otro. Según ella, aún había
whiskey y a permanecer de pie hasta la madrugada, los alocados
detalles pendientes que Manuela, la mujer que se quedaría a cargo
paseos en motoneta abrazada a la espalda de Wolfgang o su gusto
de la casa, no sabría cómo resolver en su ausencia. Galindo espera-
por los naipes y la marihuana. Sin embargo, por esas cosas absur-
ba desde hacía horas en el solar. Fumaba un cigarrillo tras otro. Yo
das que respeta la gente decente, ya instalada bajo el mismo techo
también esperaba nerviosa el momento de partir; de vez en cuan-
que Wolfgang, dejará de ser la comidilla diaria y aunque nunca
do salía con cualquier pretexto; tenía la esperanza de que en los
claudicará a sus hábitos excéntricos, será respetada como la seño-
últimos momentos el viejo quisiera decirme algo. No lo hizo. A las
ra Greiner a lo largo de los tres veranos que vivirá en Malavid.
diez de la mañana los tres abordamos el camión. Galindo y Jacinta
Jacinta y Amanda abordan el Packard crema que conduce
se sentaron juntos. Yo atrás de ellos. Abandonamos las calles de 1111
~
-----.--
el camión viró para tomar la carretera descubrí a Fátima con el su calva cabeza. Lentamente el camión avanzaba. Jacinta y yo Ihn- ""
gato amarillo en los brazos, delgada y grave, con los zapatos talla- mos en resignada quietud, oíamos el zumbido adormecedor de ln11
dos de las puntas. Estaba atenta, como si el momento justo en que moscas que revoloteaban encima de la cabeza del abuelo. Pero de
el camión entrara al camino de terracería, con Galindo y Jacinta en pronto, cuando ya me había resignado al vuelo zumbón de los 1 11
él, fuera un acontecimiento. insectos, Galindo dio un leve quejido que supuse venía del sueño
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El zumbido de las moscas, que había iniciado cuando el y que finalmente alejó las moscas del dormido. Antes que deci-
camión emprendió el viaje, se intensificó. Volaban en círculos por dieran volver Jacinta le cubrió la cabeza con un pañuelo. Así lo
encima de la cabeza de Galindo, luego se posaban en su tonsura guarecía también de los rayos del sol.
húmeda y brillante. En medio del molesto ruidillo de los insectos y Jacinta viajaba tranquila, miraba siempre hacia el frente;
el traqueteo de los fierros del camión nosotras abrimos un claro de en cambio yo me sentía descorazonada. Estaba claro que el par de
silencio. Más tarde Galindo murmuró algo al oído de Jacinta, que ancianos no necesitaban a nadie y menos a mí. ¿por qué entonces
se levantó para comunicárselo al chofer. Éste enseguida orilló el Jacinta y yo acatamos el descabellado deseo de Amanda?
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\ camión. El abuelo bajó y caminó unos pasos hacia los cuartos en
\
¿Faltará mucho para llegar? Pregunté en voz alta, sin diri-
ruinas de lo que antaño fuera la animada Estación El Chapo. Con-
girme a nadie en particular. Era una pregunta más que llevaba en
tra una de las tapias vi el golpe del chorro ambarino que soltó
el pensamiento.
Galindo. No soplaba viento. El sol calcinaba la blancura de las nu-
¿A dónde? Respondió Jacinta secamente.
bes, los cerros y las casitas desperdigadas en el llano. El chofer,
¿A dónde ha de ser? Le devolví la pregunta con otra en
Jacinta y yo permanecimos inmóviles. Por un momento los cuatro
tono de pocos amigos. Ya no estaba en su casa, ya no consentiría
quedamos fijos en el tiempo.
sus desplantes.
Galindo subió al camión y le cambió el lugar a Jacinta; que-
El camión siguió su camino lerdo, arrojaba una sombra de
ría ver por la ventanilla. Las voladoras no lo dejaban en paz. Una y
vehículo destartalado sobre la tierra amarillenta. La sombra de las
otra vez se las espantó llevándose las manos a la coronilla, pero las
cuatro cabezas oscilaba como si éstas estuvieran apenas prendidas
moscas volvían siempre. Más tarde se durmió con la cabeza recli-
nada sobre la ventana, entonces se instalaron a sus anchas sobre al cuerpo. lTe refieres a Ojinaga? Insistió Jacinta.
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Al pueblo más cercano sobre la carretera asfaltada. gia, olvidé que quería evitar discusiones. ¿Qué me quieres decir?
Es ése, tú debiste pasar por ahí. ¿por qué me dices eso, Jacinta?
cir que nunca viste con buenos ojos al candelillero. Mis palabras
Ahora vas a recorrer una ruta más civilizada. Cruzaremos
eran una interpretación falsa, consecuencia del coraje. Mi padre
el puente en un taxi y del otro lado vamos a tomar un camión a El
1 no era de Lajitas, y el tiempo que vivió en esa región no era sufi-
Paso. No sé por qué tuviste que ir hasta ese lugar. ¿Quién te dijo a
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ti que hicieras eso? ciente como para considerarlo de ahí.
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\ Jacinta no respondió inmediatamente. También ella se dio
"~ Tú sabes quién. Respondí lacónica porque me desagrada-
\, cuenta que estábamos ya en Ojinaga. Sin embargo, ya para mí fue
ba el aire de superioridad de Jacinta. No sentía deseos de entablar
conversación con ella, además, no dejaba de pensar en el viaje y · difícil hacerme la desentendida. ¿No es así, Jacinta? Contéstame.
sus consecuencias, en lo que íbamos a hacer los tres allá, juntos. Sí, es verdad. Nunca acepté a tu padre porque él no tenía
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nas de hablar conmigo, así que me espetó una frase que yo no pude Eso ya me lo habías dicho, pero debes reconocer que ésa
menos que interpretar como una provocación: Odio Lajitas. no es la verdad; si Amanda se hubiera casado con otro hombre
En lugar de responder contemplé el desierto. A la vera del tampoco lo hubieras querido. Admítelo. Tú, el abuelo y Amanda
camino crecían espuelas de caballero moradas, azules y rosas. Eran eran la familia perfecta. Ni uno más, ni uno menos.
las florecillas silvestres que Amanda pintaba con hilazas sobre el iTú no sabes nada! Me respondió alzando la voz, enérgica-
lino. A lo lejos, también distinguí el tráfico de la carretera pavi- mente. Jacinta acompañó sus palabras con una mirada desafiante.
mentada. Su proximidad me hizo pensar que podía ignorar las pa- Era obvio que en ese momento, y desde el inicio de esta historia,
labras de Jacinta. Sin embargo, había ya decidido no responder cada una ocupaba un escaque de color contrario en el tablero. El
cuando dijo algo más: Y todo lo que se relaciona con Lajitas. sol aún no estaba en lo más alto, pero la temperatura subía rápida-
Sentí sus palabras como un ataque y, como por arte de ma- mente. Las ventanillas que no estaban atascadas por la herrumbre
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do, a fuerza de sol adquiría una claridad cegadora. lPor qué acep-
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~¡ Dejé transcurrir unos minutos para acercarme de nuevo a Jacinta.
Le pasé el brazo por los hombros sin pronunciar palabra. Ella, so-
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Pasada la cuaresma el circo llegará a Malavid. Los búnga- 11
sollozante. Y yo, sola, a unos cuantos pasos, excluida del cuadro. 11
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ros hablarán con Galindo para acampar en la parte lejana de la el litoral a Malavid. Aún resuena en mi memoria la comparsa de
casa, más allá del solar. Los mejores terrenos le pertenecen y él,
chatarra que anunciaba nuestro paso a lo largo del camino. Posi-
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ojos. Rozó apenas con la suya la mano que yo le tendí, misma que
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para beber limonadas; en las lentas horas que rodé por la humean-
te carretera bajo un sol que horneaba a fuego lento el paisaje. Ha-
Recuerdo que llegué a casa de Galindo llevada por el estridor y el bía salido de El Paso en dirección al oriente. Hacia la soberbia casa
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A Jacinta la encontré cuando preparaba la cena de su her- hasta la arboleda que había visto a mi arribo. ScgurnnumlC'l C'llHIe1rn ~
mano. Era algunos años menor que él. Más fornida. Tenía los ojos el sitio del que Amanda me hablaba, le dije, donde 1011 árbol~• en-
pequeños, muy vivos e innumerables arrugas en el rostro. Me abra- vejecían a la orilla de un vasto aguaje que los de Malavid,nostálgicos
zó, me dijo algunas palabras que no comprendí, pero que supuse de mar, llamaban piélago. Jacinta me clavó la mirada y frunció el
un saludo, luego me condujo por un largo pasillo a una pieza os- entrecejo, un instante porque de inmediato se alejó.
cura, de la cual únicamente percibí el olor a encierro. Jacinta Para tomar un respiro salí a fumar al solar solitario, al jar-
actuaba como si debiéramos despachar nuestro asunto sin con- dín que cultibaba Jacinta. Los rosales de castilla seguían dos vere-
ceder tregua alguna. Su diligencia me obligaba a actuar con rapi- das que corrían de un lado a otro, cuyo cruce al centro hacía lugar
dez y torpeza. Mientras me esperaba en el vano de la puerta solté la a una pileta de azulejos carcomidos por el tiempo. Aquí y allá ties-
mochila en un sitio cualquiera de la pieza para regresar tras ella, tos con geranios, alhelíes y nomeolvides que, a juzgar por su fres-
por el mismo pasillo, a la cocina. Ahí Jacinta me relató lo que yo ya cura, eran cuidados por una mano devota. La yerbabuena y el tré-
sabía: Amanda había muerto después de una larga agonía, de un bol verdecían los rincones; el nardo, prendido a los barrotes de
cáncer que la consumió gradualmente. Me habló como si yo no madera que resguardaban las piezas traseras, llegaba a repugnar
hubiera pasado las últimas semanas al lado de Amanda, que había de perfume tan intenso. No obstante la maleza pugnaba por brotar
muerto prácticamente en mis manos. No obstante, con más curio- al pie de las tapias, cuyas hiladas de adobes al descubierto mostra-
sidad que paciencia, escuché fragmentos de-un relato que yo mis- ban su ruinosidad. Y más allá los álamos añosos, fieles centinelas
ma le había contado meses antes, mientras velábamos el cuerpo que flanqueaban mudos el predio de Galindo.
de Amanda en la funeraria. Jacinta olvidaba o prefería no darse
Después de exhalar la última bocanada de humo entré a la
cuenta que la vida me había devuelto, veinticinco años después, a
casa a recorrer, una vez más, el largo pasillo de puertas cerradas.
una madre memoriosa y moribunda. Y a pesar de que me sentía
Volví al cuarto de Amanda a dejar transcurrir el tiempo, a poner
agotada, después de oírla, primero con oído presto, luego con irri-
en orden mis emociones. Abrí el cuaderno donde había anotado
tación, quise alejarme de ella y de su casa. Le comenté que desea-
algunas de las frases y los nombres que escuché de labios de
ba aprovechar los últimos momentos de luz y caminar, tal vez ir
Amanda. Retazos de una historia a la que trataba de dar sentido a
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fuerza de memoria e imaginación. Me preguntaba por qué en su tender que vivía en el pasado, inmerso en el recuerdo de los días de
relato Amanda había omitido veinte años, los últimos de su vida. esplendor, ahora opacados por el curso de la historia, por el vacío
Muertos Amanda y el candelillero me quedaba la ardua tarea de que le había dejado la pérdida de Amanda, ocurrida muchos años
llegar al centro del corazón de Jacinta y Galindo, territorio de arri- antes de su muerte física. Le tuve lástima, en su vida el candelillero
bo y a la vezverdadero punto de partida. Antes de cerrar el cuader- había dejado una marca muy amarga. Eso pensaba cuando de pron-
no escribí el primer apunte del viaje: Del BigBend a tierras ejidales, to me estremeció el golpe seco del portón de la iglesia. La noche se
en una barca agujereada al mando de un niño, por un cuarto de nos venía encima. Recordé con dolor a Amanda. Imaginé los árbo-
dólar crucé el río Bravo. les añosos del piélago, que no lejos se mecían bajo la silente carto-
Más tarde salí de la casa y para sorpresa mía, afuera encon- grafía de las estrellas.
tré -por segunda vez- al abuelo. Orinaba en la lila. Mientras el
chorro caía sobre el tronco, con los ojos entrecerrados parecía co-
lumbrar algo allá ariba, en lo azul, que a esa hora de la tarde ofrecía
las calles desiertas que Amanda me describió prolijamente, nunca vados reían a carcajadas. Wolfgang siempre atento, ese día pensa-
tan solas ni tan derruídas como las vi esa primera tarde; mamparas ba que me amaba. El viento soplaba y las ramas se buscaban en un
rotas y muros desconchados. Galindo llegó a la plaza. Los membri- abrazo alado. Esa tarde también el violinista acudía a la memoria,
llos aún verdes soportaban serenos la carga del verano. En la igle- aquel muchacho que vi en la cañada por última vez. Nunca conocí
sia desierta, unas cuantas palomas picoteaban el polvo del atrio. un ser tan indefenso ni un cuerpo más bello. Era un Sebastián fle-
La visita diaria de las rezanderas era de madrugada, me había con- chado por los cardos y el filo de las piedras.
tado Amanda, y a media mañana los domingos y los días santos, si Tu padre vino llamado por ese viento azaroso que agitaba
es que llegaba algún cura para oficial'.misa. Me acerqué a Galindo las copas esa tarde de San Juan. Lo veo caminar vestido entre los
y permanecí a su lado sin atreverme a hablarle. No era difícil en- álamos con ropa de trabajo, camisa de broches y botas camperas,
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impropias para el lugar y la ocasión. Jugaba con un cabestro de
lechuguilla que nunca supe por qué lo llevaba. Tampoco cómo lle-
gó él ni quién lo llevó.
árbol me miraba desde la otra orilla del aguaje. Siempre que pien-
cabestro en la mano.
corazón de un árbol.
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Alpine - Ciudad Juárez, 2001.
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.~-" _ ay una metáfora central con la que inicia y cierra
:.< .~.i~esta novela, se trata del coraz~n, y las palabras que
" .~.-~~Amanda, la madre distante de la protagonista, dicta
• · a la memoria de su hija para la configuración de la
escritura:
Tú también recuerda esto. Que una tarde de San Juan, o una tarde de
viento, o una tarde cualquiera amarré el corazón al corazón de un árbol.
Esun símboloque encarna una maquinaria secreta,profun-
da y callada, cuya monotonía posibilita la continuidad de la
vida. No la luz de la razón, sino la luz que despierta en lo os-
curo del cuerpo, donde sólo habitan las certezas de la sangre.
Por esto la prosa de RosarioSanmigueles virtualmente poesía.
Viajahacia el centro de las cosasque se revelan,no a través de
la explicaciónde los acontecimientos,sino por el complejome-
canismo de desanudarlos de la naturaleza que les dio origen.
La frontera se levanta entre los mismos seres que pueblan
esta novela, entre los mismos árboles que crecen en su tierra.
Andrea, la protagonista, nunca nombrará a su madre como tal,
nunca le dirá mamá, sino su nombre de pila. Una distancia
de dos décadas se abre entre ellas debido al abandono de la
madre, que llama a su hija para edificar,a través de un proceso
de despedida, en su lecho de muerte, la transmisión de una
historia en la que arraigaron la ensoñacióny la tristeza.
A esta frontera emocional, en la que se hace un hueco de
lenguaje, suceden otras. Al candelillero,padre de la protago-
nista, le sucede a la inversa. De él no conocemos el nombre,
sólo su oficio,que detallará la voz narradora ahora sí, llamán-
dolo padre, con una precisión y una objetividad desgarrado-
ras. Aquí existe una frontera que genera otro hueco: la de la
clasesocial.Elcandelillerono tienenombre, se le conocepor su
trabajo,por ser un migrante, un árbol cuya fronda se ausenta,
aunque su raíz esté clavada en el corazón de la mujer que ama.
En este universo de imágenes el lenguaje, heredero de la
mejor literatura hispanoamericana del siglo XX:Rulfo,García
Márquez, Onetti, es orillado a sumergirse en un piélago a sim-
ple vista estrecho,pero tan hondo como sugieren el cúmulo de
historias de quienes han cruzado y'cruzan el Río Bravo.
MinervaMargaritaVillarreal