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INFOJUS La - Letra - y - La - Ley - Completo 357 PDF
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La letra y la ley
Estudios sobre derecho y literatura
PRESIDENCIA DE LA NACIÓN
Dra. Cristina Fernández de Kirchner
SECRETARÍA DE JUSTICIA
Dr. Julián Álvarez
ISBN 978-987-3720-10-9
ISBN: 978-987-3720-10-9
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura.
1ra. edición - octubre 2014
II
Prólogo
Carlos M. Cárcova (1)
•
Los textos aquí reunidos, en su mayoría, han sido elaborados en los últi-
mos años para presentarse en el seminario sobre derecho y psicoanálisis,
organizado por la Secretaría de Posgrado de la Universidad Federal de
Paraná, Curitiba, Estado de Paraná, Brasil.
Las actividades mencionadas se desarrollan bajo la iniciativa, impulso
y compromiso de diversas personas, entre las que se destacan Jacinto
Miranda Coutinho y Mauro Mendes Dias. Reúnen, año tras año, a un
grupo de psicoanalistas y de abogados que comparmten interés por las
problemáticas implicadas en el cruce y la intersección de sus respectivas
disciplinas, las cuales se patentizan de manera particularmente reflexiva
en el campo de la creación literaria, entre otros. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
III
carlos m. cárcova
(2) London, Ephraim (ed.), The World of Law: The Law in Literature and The Law as Literature,
Nueva York, Simon and Schuster, t. I y II, 1960.
IV
prólogo
V
carlos m. cárcova
VI
prólogo
VII
introducción
intr o ducci ó n
•
En los últimos años, teóricos del derecho, que pertenecen a tradiciones
culturales diferentes y que responden a visiones paradigmáticas muchas
veces enfrentadas, vienen recorriendo un camino común y exhibiendo un
interés similar. Este interés se refiere a los posibles enlaces entre el dere-
cho y la literatura, entendida esta en su sentido más amplio, es decir, como
relato, novela, crónica y narración, entre otros.
El enlace, la articulación, no es externa, en el pueril sentido en que el de-
recho se refiere a la literatura cuando produce normas y regula conductas
acerca de cuestiones autorales o en que la literatura se refiere al derecho
cuando toma a este como sustancia de la trama, como en el caso de
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(1) Van Roerdmund, Bert, Derecho, relato y realidad, Madrid, Tecnos, 1997.
(2) Dworkin, Ronald, “Cómo el Derecho se Parece a la Literatura”, en La Decisión Judicial: El
Debate Hart-Dworkin, Santafé de Bogotá, Siglo del Hombre, 1997, p. 143.
IX
carlos m. cárcova
la tesis de que los jueces actúan como narradores que tienen a su cargo
producir un texto que ya tiene un comienzo que otros han escrito y que
al capítulo que a él le corresponda escribir le seguirán otros capítulos
escritos, a su vez, por otros jueces. La libertad creativa del intérprete
resulta así, acotada. Pero reconoce que, como la tarea judicial es emi-
nentemente política en cuanto selecciona finalidades sociales, no hay
ningún algoritmo que permita sostener la validez de una única solución
posible o de un único sentido válido, atribuible a una interpretación de-
terminada. Aun así, el deber del juez será el de interpretar la historia que
encuentra y no inventar(se) una historia mejor.
Bert Van Roerdmund, citado más arriba, explica que cuando el relato se
ocupa del derecho muestra la imagen que la sociedad tiene de sí misma,
como orden social más o menos justo. De este modo, lo narrativo deter-
mina —y constituye— cierta forma de conocimiento.
X
introducción
XI
carlos m. cárcova
XII
introducción
Pero una dimensión más nueva y compleja del fenómeno artístico tam-
bién ha construido un discurso ejemplar. Me refiero al cine. Cientos de
películas han tomado el tema del derecho y la justicia —en clave de
tragedia, de drama o de comedia— y han propuesto miradas enrique-
cedoras, incluyendo perspectivas teóricas sobre las que los juristas aún
no hemos reflexionado lo suficiente.
XIII
carlos m. cárcova
XIV
introducción
XV
carlos m. cárcova
XVI
introducción
XVII
ÍNDICE
Bibliografía.............................................................................. p. 333
•
XX
Capítulo I
A propósito de
El lector
de Bernard Schlink
•
Noticia:
En un plano trata del encuentro entre un adolescente y una mujer que termina siendo
quien lo seduce y lo inicia sexualmente. Las dimensiones del deseo y del enamoramiento
entre ambos se entrelazan de manera extraña y profunda.
En otro plano pinta la época del nazismo y sus crímenes más abyectos y, finalizada la
guerra, muestra la contaminación de los procesos transicionales, desvirtuados tanto
por los intereses estratégicos de las potencias vencedoras como por la amoralidad y
cobardía de los que callan, de los que apañan, de los que se saben culpables y de los que
han incurrido en lo que Hannah Arendt ha llamado “la banalidad del mal”.
Alicia E. C. Ruiz
Jorge E. Douglas Price
Carlos María Cárcova
… y todo lo demás
Alicia E. C. Ruiz
… y todo lo demás
Alicia E. C. Ruiz
1.
Dice Hannah Arendt: “Esto no tenía que haber pasado. Allí sucedió algo
con lo que no podemos reconciliarnos. Ninguno de nosotros puede hacer-
lo. Me refiero al método, la fabricación de cadáveres y todo lo demás…”. (1)
Y Primo Levi advierte: “No se puede querer que Auschwitz retorne eterna-
mente porque, en verdad, nunca ha dejado de suceder, se está repitiendo
siempre”. (2)
Tomo como clave la expresión “y todo lo demás…“ para situarme en la
Argentina desde la dictadura genocida de los setenta hasta nuestros días.
Ese “y todo lo demás” es especular al emblemático “Nunca más” que
simboliza en nuestro país la lucha por los derechos humanos.
En la relación entre ambos se juega el sentido y la actualidad del pasado
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(1) Agamben, Giorgio, Lo que queda de Auschwitz, Valencia, Pre-Textos, 2000, p. 73.
(2) Agamben, ibid, p. 105.
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Alicia E. C. Ruiz
que den cuenta del mundo en el que vivimos y de sus dimensiones más
dramáticas.
Si Auschwitz vuelve una y otra vez es porque, por una parte, mostró los
límites de los parámetros jurídicos, morales y éticos disponibles; lo que
llevó a que desesperadamente se recurriera a la excusa, la condena, la
justificación, la negación, el espanto.
Otro costado problemático que Auschwitz dejó al desnudo es el que re-
fiere a la posibilidad o imposibilidad de explicar, de narrar y de represen-
tar lo sucedido. Muchos entienden que la magnitud del horror lo vuelve
irrepresentable, que sus dimensiones exceden aquello de lo que el len-
guaje puede hacerse cargo. Cada vez que se creyó que había una fórmula
adecuada “para representar el fenómeno abisal de la masacre histórica,
un nuevo hecho atroz llevó a los contemporáneos a estar seguros de que
lo que observaban no podía ser puesto ni en palabras ni en imágenes”. (3)
Otros, como Levi, se esforzaron y se esfuerzan en hablar de lo que pa-
rece innombrable, como una manera de evitar que el silencio conduzca
insensiblemente al olvido, como una manera de seguir siendo hombres
y no cerdos. (4)
Lo más terrible, sin embargo, es que Auschwitz no acabó en 1945. Como
observa Benjamin, “la tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘esta-
do de excepción’ en el cual vivimos es la regla”. (5) El estado de excepción
no es un momento provisorio en el que se suspende el orden jurídico, sino
que vuelve y se instala, en los siglos XX y XXI como una forma permanente
y paradigmática de organización política, que Agamben analiza a lo largo
de buena parte de su obra.
¿Cómo pensar el horror? ¿Cómo, el pasado respecto del que es posible
emitir un juicio moral o jurídico y/o como una herida abierta que sangra y
tiñe el presente, sin remedio ni cura que mitigue el sufrimiento?
Hannah Arendt cree, con Faulkner, que
“‘el pasado nunca está muerto, ni siquiera es pasado’ (…) que
el mundo en que vivimos en cada momento es el mundo del pa-
(3) Burucúa, José E. y Kwiatowski Nicolas, “La masacre y sus sistema de representación”, en
Revista Ñ, nº 9, Bs. As., 07/05/2011.
(4) La alusión remite a la regla impuesta por las SS en los campos de concentración. Véase
Agamben, op. cit., p. 60.
(5) Agamben, Giorgio, Estado de excepción, Valencia, Pre-Textos, 2004.
6
… y todo lo demás
2.
La novela El lector dispara muchos de los dolorosos interrogantes que
fueron largamente trabajados a partir de la experiencia del nazismo y sus
campos de concentración, interrogantes que involucran, entre otras, las
nociones de responsabilidad, culpa y juicio. Memoria u olvido. Justicia,
reconciliación, perdón y reparación. El derecho, la moral y la ética.
Desde el marco que propone Schlink, intentaré formular algunas reflexio-
nes en torno al pasado y a la oscilación del protagonista entre comprender
y condenar, pero sin ceñirme a la relación entre sus personajes principales.
Michael se debate entre comprender o condenar a Hanna, desde que
sabe que ella esta siendo juzgada y que es analfabeta. En verdad, quiere
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(6) Arendt, Hannah, “A casa a dormir”, en Responsabilidad y juicio, Barcelona, Paidós, 2007,
p. 248.
(7) Schlink, Bernhard, El lector, Barcelona, Anagrama, 2006, p. 148.
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Alicia E. C. Ruiz
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… y todo lo demás
Arendt señala que lo que hace que lo sucedido en los campos sea tan ho-
rrible es la constatación de que quienes servían, como Hanna, para llevar
adelante el proyecto
Ese ciudadano corriente bien podría ser el juez al que Hanna interpela y es
sugestivo el silencio que sigue a la pregunta que la imputada le dirige“ ¿y
usted que hubiera hecho?”.
9
Alicia E. C. Ruiz
3.
Las dos protagonistas se llaman Victoria: ese fue el nombre que sus pa-
dres biológicos eligieron para ellas. Y el nombre no es una casualidad:
es un legado que expresa la ilusión o la fe en un proyecto que se frustró
10
… y todo lo demás
dramáticamente. Es la herencia que los muertos dejaron a sus hijos sin be-
neficio de inventario. Las “Victorias” son portadoras del horror que acabó
con sus padres y por tanto, para ellas, no hay cesura entre el pasado que
fue y el presente que es, que se proyecta en las relaciones con sus hijos,
en las contradicciones, angustias y sentimientos que ellas son capaces de
transmitir, y en “todo lo demás…” que nos atañe a cada uno de nosotros y
a todos como sociedad, porque aunque el inicio de esta tragedia ocurrió
antes, allí es donde sucede algo con lo que no podemos reconciliarnos.
Las “Victorias” son un tipo especial de víctima a quienes parecería que nin-
guno de nosotros puede encuadrar en el simplificado marco de compren-
der o condenar. Son ellas mismas las que se debaten y oscilan entre com-
prender o condenar a sus apropiadores, a quienes reconocieron, amaron
y obedecieron —y en algún caso aún siguen amando aunque los conde-
nen—, o quienes se niegan a reconocer que son hijas de sus padres biológi-
cos: buena prueba de que optar entre comprender o condenar no es fácil.
Victoria tiene una hermana, Eva Daniela, nacida antes del secuestro de
sus padres, que fue criada primero por la abuela paterna, luego por su
abuela materna Leontina —una de las fundadoras de Abuelas de Plaza
de Mayo— y finalmente pasó a vivir con su tío, quien ganara un juicio de
tenencia.
(13) El testimonio de la diputada Victoria Donda surge de una entrevista que le realizara
el periodista Juan Cruz Taborda Varela publicada en su blog http://juancruztv.blogspot.
com/2007/06/cantar-victoria.html; de la nota “La historia de Victoria Donda”, de Martín Pi-
qué, publicada Página/12 el 26/12/2006; de la nota “La bronca de Victoria Donda: ‘recu-
rren a los métodos más bajos y aborrecibles’”, publicada en Perfil.com el 06/10/2009; y de
“Victoria vs. Eva por un acto pro-militar”, publicada [en línea] http://blogsdelagente.com/
prosur/2009/10/6/a-cada-donda-llega-su-san-martin-victoria-vs-eva-donda/
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Alicia E. C. Ruiz
Victoria cuenta de Alfredo Donda: “El no quiere ser mi tío. Lo fui a ver y
dijo que no le constaba que yo fuera su sobrina porque su hermano no me
reconoció…”. Y agrega que él dijo alguna vez refiriéndose a su actuación
durante la dictadura que aquello era “… una guerra. Y con los enemigos
no hay que tener piedad, no la tuve ni con mi hermano, ni con mi cuñada,
ni con la hija de ellos’”.
“No estoy muy segura que mis abuelos supieran el rol de mi tío, supon-
go que no. Mi abuelo lo debía sospechar porque le dijo a una compa-
ñera de trabajo, cuando le preguntaron cuántos hijos tenía, que había
tenido dos: que uno se había muerto porque era montonero y el otro
porque era asesino. Por eso supongo que mi abuelo debe haber sospe-
chado algo”.
Victoria, aún sin saber su identidad, comenzó a militar en trabajo social a
los 17 años, en un espacio contrapuesto al mandato paternal, paternalis-
mo ficticio, pero el único que conocía. “Es cierto que el hogar en donde
uno se cría algunas marcas va dejando y por eso creo que la vida está llena
de grises. Hay valores que durante mi crianza me han transmitido. Y uno
de esos valores es poder tener la valentía de hacer lo que uno siente que
tiene que hacer”, explica Victoria.
A fines de 2003, un compañero le dice “… que había posibilidades de que
yo fuera hija de desaparecidos … me mostraron mi partida de nacimiento
que decía que yo había nacido en un terreno baldío y que el médico que
la firmó estaba procesado porque trabajaba en la ESMA. Me puse a llorar.
Me di cuenta que sí...”.
Para el momento en que Victoria se realiza la prueba de ADN, aún no ha-
bía sido sancionada la ley de extracción compulsiva de ADN que faculta a
la justicia a ordenar la toma de muestras biológicas (sangre, saliva y piel,
entre otras) como método para determinar la identidad de las personas en
las causas por las que se investigan delitos de lesa humanidad. “… Primero
tuve que tomar la decisión de hacerme el ADN. No me negué, pero fue di-
fícil. Decidirme fue una las decisiones más traumáticas de mi vida”. Y expli-
ca el por qué: “El problema es que cuando tenés que hacer el ADN tenés
que decidir mandar a la cárcel a gente que amás… sí, están los derechos
personalísimos de las personas que pueden decidir sobre su cuerpo. Pero
hay un Estado que tiene que decidir qué bien jurídico protege: si protege
una sociedad de un crimen que hoy se sigue cometiendo o respeta los
derechos de un individuo”.
12
… y todo lo demás
13
Alicia E. C. Ruiz
que era una guerra, que ingresó a la casa y que había abatido a
los subversivos, que eran mis padres. Me dijo que lo había he-
cho por mí, que quería lo mejor para mí, y recuerdo que en ese
momento, yo se lo agradecí, que le decía ‘papá quedate tran-
quilo que no tengo dudas de que fue así’, van a ser diez años”.
Cuando el periodista le pregunta si pudo haber acaso algo bueno en esos
años, contesta: “Nada bueno puede surgir de una relación enfermiza, del
asesino de mis padres, de hecho él me dio el arma con la que los mató y
hasta hace poco tiempo yo la tenía en mi casa. Ahí no hay amor. Me la había
dado para que la cuide porque cuando se lo llevaron detenido tenía que en-
tregar el arma, el arma reglamentaria. Ese arma representa mis propias con-
tradicciones. Ya no está más, ya se fue. Hay mucha perversión en todo esto.
En una apropiación no hay amor. Mis abuelos se murieron buscándome.
No me dieron la posibilidad de darles a mis abuelos la felicidad de verme”.
Victoria cuenta que supo que era hija de desaparecidos en el juzgado, que
lo primero que dijo fue que entonces ella era hija de la subversión, y que
sintió el juez era el que “… me estaba robando a mi familia, ahora entiendo
que fue él quien me ayudó a recuperar a mi familia, mi identidad y mi vida
(…) Me dijeron que en un 99 por ciento yo no era hija de ellos, pero yo dije
que me quedaba con ese uno por ciento, porque sí era hija de ellos. Les de-
cía que eran todos unos subversivos, porque pensaba que era hija de ellos”.
“La identidad —explicó Victoria— no es sólo el ADN, son un montón de
otras cosas que tenés que recuperar porque justamente la idea era devas-
tar todo. (Tetzlaff) me dijo un día, ‘cuando te fuimos a buscar a la comisaría
hicimos dos cuadras y tiramos toda tu ropa, para que no quede nada de tu
pasado’. Y obviamente me formaron toda la vida para que no quede nada.
Entonces te lleva tiempo acomodarlo, pero para eso están las Abuelas,
otros nietos, mi familia biológica que es fabulosa y me ayudó mucho en
todo esto (…) Hasta entonces, yo lo que sabía era que en Argentina hubo
una guerra, en ese momento yo consideraba a Herman como mi papá,
para mí la subversión se estaba vengando de ellos que habían sido solda-
dos; que los desaparecidos eran mentira. Pensaba que no eran personas
físicas, sino un invento de las Abuelas”.
“Por eso para mí eran todas unas mentiras: yo era hija de él y estaba con-
vencida de que todo era un invento… Durante mi infancia yo estuve ena-
morada de él, siempre lo quise muchísimo, era todo, era mi vida. Me llevó
muchos años entender, para mí todos tenían la culpa menos él. Todos: las
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… y todo lo demás
4.
Las “Victorias“ están atravesadas por la necesidad de comprender y com-
prenderse. En el largo y doloroso camino que recorrieron y aún están tran-
sitando para construir su identidad, aunque no tienen que responder por
lo que hicieron sus padres ni sus apropiadores, sufren y padecen la pa-
radoja amor/odio. Viven oscilando entre la cercanía y el distanciamiento
con los familiares (de uno y otro lado) que las reclaman, las ignoran, las
lloran o las rechazan. Y ellas mismas no saben por momentos qué hacer
con cada uno de los personajes que conformaron y conforman su mundo
más próximo, si están dispuestas a cerrar una etapa definitivamente para
empezar otra, o asumir lo que han sido como parte inescindible de lo que
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(15) “La diferencia es que la moral se presenta como un conjunto de reglas coactivas de un
tipo específico que consiste en juzgar las acciones e intenciones relacionándolas con valores
15
Alicia E. C. Ruiz
trascendentes (esto está bien, aquello está mal…); la ética es un conjunto de reglas facul-
tativas que evalúan lo que hacemos y decimos según el modo de existencia que implica.
Decimos tal cosa, hacemos tal cosa, ¿qué modo de existencia implica todo ello?”, en Deleuze,
Gilles, Conversaciones, Valencia, Pre-Textos, 1996, p. 163.
(16) Agamben, Giorgio, Lo que queda..., op. cit., p. 107.
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Entre culpas: nada sale de los campos
Entre culpas:
nada sale de los campos
Jorge E. Douglas Price
•
“Esas eran mis cavilaciones; convertí mi deseo en factor
de un extraño cálculo moral y así acallé mi mala conciencia”
Bernhard Schlink, El lector, 2006
1. El cálculo moral
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Jorge E. Douglas Price
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Entre culpas: nada sale de los campos
(4) Mariscal, J. A., “La psicología de masas a la luz del Siglo XXI“, [en línea] http://www.cd-
celp.org/freudiana/JA%20Naranjo.PDF
(5) Schlink, op. cit., p. 119.
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Jorge E. Douglas Price
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Entre culpas: nada sale de los campos
3. La inocencia es interpelada
Hanna ha comprendido, mejor que sus compañeras de crimen, el valor de
su culpa, la imposibilidad de buscar el refugio de la conmiseración o del
perdón: Hanna ha descubierto “las flores del mal”.
Frente a este crimen no hay eximentes, no hay atenuantes. Es una culpa
de otro mundo, diría Karl Jaspers. Es una culpa, desde su concepción,
metafísica, porque existe una responsabilidad más allá de vencidos y ven-
cedores, y porque “… hay una solidaridad entre hombres como tales que
hace a cada uno responsable de todo el agravio y de toda la injusticia del
mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia o
con su conocimiento”, (8) aún si la otra Hannah, muy distinta a la del relato,
tuviese razón y no existiese castigo para este crimen. (9) Pero, advierte el
filósofo alemán,
“se dice, ciertamente, cuando se habla de la culpa alemana,
que se trata de la culpa de todos —el mal oculto en todas par-
tes— comparte la culpabilidad por el desencadenamiento del
mal en tierra alemana. De hecho, sería una falsa disculpa si no-
sotros los alemanes quisiéramos aminorar nuestra culpa redu-
ciéndola a la culpa de la humanidad… La cuestión del pecado
original no puede convertirse en un camino para sustraerse a la
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
culpa alemana”. (10)
Recuerdo que en los prolegómenos del retorno a la democracia en la Ar-
gentina, el dictador que aún conservaba el poder dijo, repitiendo la cita
bíblica, que “el que estuviese libre de culpa que arrojara la primera pie-
dra”, a lo que el reciente electo presidente, Raúl Alfonsín, respondió pa-
rafraseando la letra de un tango célebre, que si bien la cita bíblica era
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Jorge E. Douglas Price
cierta, también era cierto que no estábamos “en el mismo lodo, todos
revolcados”. (11)
(11) La frase usada por el primer presidente de la democracia recuperada tras la dictadura
(1976/1983) proviene de una deformación popular de la letra del muy conocido tango de
Enrique Santos Discépolo, “Cambalache“, de 1935, que dice: “Vivimos revolcaos en un me-
rengue / y en el mismo lodo / todos manoseados”.
(12) Jaspers, op. cit., p. 69.
(13) El genocidio armenio (en armenio Հայոց Ցեղասպանություն; en turco Ermeni Soykırımı),
a veces también llamado holocausto armenio (Մեծ Եղեռն), fue la deportación forzosa y la
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Entre culpas: nada sale de los campos
La siguiente pregunta es, entonces, ¿qué podían hacer los alemanes fren-
te a su propio Estado? Los historiadores de la Resistencia francesa señalan
que no fue sino hasta 1942 o 1943 que la Resistencia comenzó a ser un fe-
nómeno extendido, y aun así reducido y virtualmente impotente frente al
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Jorge E. Douglas Price
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Entre culpas: nada sale de los campos
(15) Camus, Albert, El hombre rebelde, Bs. As., Losada, 1978, pp. 9/10.
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Jorge E. Douglas Price
5. Las masas
Pero algo más sutil se desplaza bajo la puerta: otros, muchos, deslizan
como Hanna sin ser portadores de su mismo analfabetismo. ¿Cómo expli-
car la actitud de los miles que debieron cooperar, ya no en los campos o
en las SS, sino en la red de ferrocarriles alemanes, donde los judíos eran
transportados a los campos en vagones de ganado, red que era operada
por un millón de trabajadores?
El orden bajo el cual se cometen los asesinatos del holocausto es el caos
elemental de los sueños, el caos donde pueden cohabitar ideas opuestas.
Así en las masas, sostiene Freud, se da lo mismo que en la vida anímica
inconsciente de los individuos, de los niños y de los neuróticos. Aquellas
están sometidas al poder de la palabra, que:
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Entre culpas: nada sale de los campos
“La vida consciente del espíritu representa sólo una mínima parte
comparada con la vida inconsciente. El analítico más fino, el ob-
servador más penetrante, no llega nunca a descubrir más que un
pequeño número de los motivos (in) conscientes que determinan
su conducta. Nuestros actos conscientes derivan de un sustrato
inconsciente creado en lo fundamental por influencias heredita-
rias. Este sustrato incluye las innumerables huellas ancestrales que
constituyen el alma de la raza. Tras las causas secretas que no con-
fesamos, pero tras estas hay todavía muchas otras más secretas
que ni conocemos. La mayoría de nuestras acciones cotidianas son
efecto de motivos ocultos que escapan a nuestro conocimiento”. (18)
¿Se pueden hacer estas mismas preguntas a cada alemán por lo que hubo
ocurrido entre 1933 y 1945; y a cada argentino por lo ocurrido entre 1976
y 1983?
(17) Freud, Sigmund, Psicología de las masas y análisis del yo, Bs. As., Amorrortu, 2001, pp. 75/76.
(18) Freud, op. cit., p. 70.
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Entre culpas: nada sale de los campos
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Jorge E. Douglas Price
Los Rascher, según relata Magris, fueron ejecutados por los propios nazis.
No eran confiables, eran unos truhanes. Pero, ¿cómo reflexionar frente al
mal? ¿Se puede pensar, como el Papa Paulo VI, que el diablo existe en
serio? ¿O debemos hacer una reflexión un poco más seria? Tan seria como
la que hace yagunzo Riobaldo, quien se pregunta:
(20) Magris, Claudio, “El mal absoluto”, en La Nación, Bs. As., 05/02/2005.
(21) Guimarâes Rosa, J., Gran Sertón: Veredas, Bs. As., Adriana Hidalgo, 2009, pp. 24/25.
(22) Jaspers, op. cit., pp. 120/121.
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Entre culpas: nada sale de los campos
(23) “El Olimpo” fue un centro clandestino de detención ubicado en el oeste de la ciudad
de Buenos Aires, en Ramón Falcón y Lacarra, en cuya entrada había un cartel que decía
“Bienvenido al Olimpo de los Dioses. Los Centuriones”. Funcionó durante seis meses, de
agosto de 1978 a enero de 1979, sin embargo allí fueron alojados 700 detenidos de los cua-
les sobrevivieron 50. El edificio era un galpón que se utilizaba como terminal de colectivos,
hasta que en los comienzos del Proceso de Reorganización Nacional fue expropiado por las
Fuerzas Armadas. A principios de 1978 se construyeron las celdas para alojar a los detenidos,
las cuales fueron construidas por detenidos que fueron trasladados desde otros centros. Allí
también se almacenaban los botines de los robos realizados durante los secuestros y tenía
dos salas de tortura, con cableado eléctrico reforzado. Con la llegada de la democracia,
el edificio pasó a manos de la Policía Federal Argentina, y fue convertido en un centro de
verificación automotor. El predio fue declarado sitio histórico mediante la ley 1197 de la Le-
gislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Garage Olimpo, película dirigida por Marco Bechis,
retrata la función de este centro.
31
Jorge E. Douglas Price
incursión sobre una ciudad más grande. Pero son sus respuestas con for-
ma de pregunta durante el proceso las que nos aterrorizan: ¿qué debía
hacer?, ¿dejarlas escapar? ¿Qué debí hacer?, ¿no haber entrado a trabajar
en Siemens? En suma, pregunta: ¿qué debe hacer un común, un simple,
frente a la organización de la guerra?
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Entre culpas: nada sale de los campos
(30) En el Programa de Eutanasia, denominado T4, que fue mantenido en secreto práctica-
mente hasta el final de la guerra, se asesinó, según los datos del Tribunal de Nüremberg, a
275.000 personas. La mayoría de los asesinados (a quienes, por supuesto, no se les requirió
su consentimiento) eran de raza “aria”, según los historiadores. Por el Decreto de Eutanasia
(Erlass), ante-datado al 1 de septiembre de 1939 para hacerlo ver como una necesidad de
guerra, Hitler ordenó al Dr. Karl Brandt y al Reichsleiter Philip Bouhler, jefe de la Cancillería del
Reich, que ampliaran la autoridad de ciertos médicos, a designar nominalmente, de modo
que a las personas que, según juicio humano y sobre la base del más cuidadoso diagnóstico
de las condiciones de su enfermedad, se consideraran incurables, se les concediera una
muerte compasiva (Gnadentod), término que en alemán se aproxima al de “solución final”.
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34
Entre culpas: nada sale de los campos
8. La masacre y la “masa”
Ahora bien, ¿cómo pudo suceder que un pueblo en su inmensa mayoría,
asistiese impávido a esta masacre?
¿Puede hablarse de comportamiento de “masa”?
Hay una pregunta que no veo aparecer en Freud: ¿en qué sentido el pue-
blo alemán constituía una “masa”? ¿Todo pueblo constituye una “masa”?
¿Es esto así por definición?
El fenómeno de la psicología de masas que describían, quizás un tanto
primitivamente, Freud o Le Bon, necesita en este caso ser explicado más
de cerca. La pregunta está relacionada con el fenómeno en el sentido
de que —como señalaba el propio Freud— hay distintos tipos de ma-
sas, unas que llamaríamos “naturales” porque surgen espontáneamente
como la horda inicial, y otras artificiales, como el “ejército” y la “iglesia”,
donde el jefe militar o Cristo —me atrevo a corregir a Freud y en lugar
de Cristo pongo al Jefe, sea de la Iglesia o del Estado, sea el Papa o el
Pastor, sea el Führer o el Presidente, lo mismo da— que actúan como
subrogados del padre.
Pero, ¿por qué solo hablar de estos casos? Las mismas nociones de Es-
tado o Nación, ¿no son hipóstasis de las masas que sacian el deseo de
identificación buscando la “seguridad perdida”? ¿No es que fungen como
sustitutos del nombre del Padre, de ese padre asesinado a quien buscan
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
35
Jorge E. Douglas Price
(33) El origen de la diferencia es sociológico. Los hutus son agricultores y los tutsis ganaderos.
Esa diferencia que en su origen no les impedía convivir, fue azuzada durante siglos, primero
mediante el establecimiento de un sistema de castas, luego mediante la colonización europea
que llegó a establecer un “carnet étnico” a favor del grupo dominante aunque minoritario, los
tutsis. Con la descolonización, se suprime mediante referéndum el régimen monárquico y se
establece una república, momento en el cual los tutsis, partidarios del rey y del régimen de cas-
tas, se exilian en el exterior. Ya en 1972 hay un primer genocidio de hutus a manos de tutsis, en
Burundi. Tras un intento de invasión del país por los tutsis, en 1990, desde Ruanda, se firma una
paz en 1993 conocida como acuerdo de Arusha. En 1994, las milicias hutus o Interahamwe (que
significa “golpeemos juntos”), son entrenadas y equipadas por el ejército ruandés, probable-
mente con fondos de la ayuda internacional al desarrollo, y asesinan un número indeterminado
de tutsis, entre quinientos mil y un millón, una cifra que podría representar las 4/5 partes de la
población tutsi. A ello le siguió una venganza de los tutsis cuyo número de víctimas tampoco
pudo conocerse con exactitud. El papel de Occidente y de las iglesias occidentales en la cons-
trucción de esta antinomia merece el título de complicidad en la masacre.
36
Entre culpas: nada sale de los campos
9. La culpabilidad
Solo en un muy aislado momento de la historia de la humanidad la guerra
quedó confinada a los campos de batalla y fue un asunto entre militares.
El retorno a la horda ha sido una constante.
En ella, dice Freud, se pierde la individualidad. Pero, ¿ello disuelve mi res-
ponsabilidad individual?
Si ingresar en la horda me priva de comprender, ¿la privación de discer-
nimiento puede ser alegada como exculpación? ¿Es la incorporación a la
masa como el analfabetismo de Hanna?
En el esquema con que el derecho penal liberal ha montado la idea de
culpabilidad, se es culpable por la participación comprensiva, esto es, por
la participación consciente en un hecho que ha sido definido a priori como
reprochable, esto es, como delito.
Por eso, el Tribunal que juzga a Eichmann, con gran honestidad pero re-
huyendo, como decía Arendt, las preguntas centrales, se pregunta por la
capacidad de Eichmann para comprender sus actos, aunque Eichmann era
sorprendentemente cuerdo y normal en sentido psiquiátrico. Para Arendt
era peor aún: tampoco se trataba de un fanático antisemita ni de un fanático
de cualquier otra doctrina. Pero los jueces no le creyeron, porque eran de-
masiado honestos o porque les resultaba psicológicamente imposible ad- La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
mitir que una persona “normal“ —alguien que no era un débil mental, ni un
cínico, ni un doctrinario—, fuese totalmente incapaz de distinguir el bien del
mal. Prefirieron suponer que se encontraban ante un embustero. Prefirieron
soslayar la conclusión de que “en las circunstancias imperantes en el Tercer
Reich, tal sólo seres ‘excepcionales’ podían reaccionar ‘normalmente’“. (35)
(34) La Escuela de Mecánica de la Armada fue utilizada como centro de detención clan-
destina y, según ha podido develarse, fue el mayor de todos ellos (también en Ruanda, una
escuela, la Escuela Técnica Murambil, fue el lugar donde muchas víctimas fueron asesinadas
y es ahora un museo del genocidio). Ahora funcionan en ella diversas iniciativas confiadas
a diversas instituciones de derechos humanos, todas ellas vinculadas a la memoria de las
víctimas y del padecimiento sufrido, en una representación simbólica del horror, tal como lo
afirmara el Ministro de Justicia y Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde.
(35) Arendt, op. cit., p. 47.
37
Jorge E. Douglas Price
(36) En algunos casos en que una radical diferencia de comprensión se ha puesto de ma-
nifiesto así ha sido (por ejemplo respecto de prácticas sexuales incestuosas en el Norte de
nuestro país).
(37) Como se lee en el Museo del Holocausto, en muchos aspectos, los juicios de Nüremberg
no tuvieron precedentes. Nunca antes tantos líderes nacionales habían sido juzgados por
un tribunal compuesto por sus conquistadores militares. Veinticuatro personas, que repre-
sentaban a todos los sectores de la política bajo el régimen nazi, fueron acusadas de cuatro
delitos: plan común o conspiración para cometer crímenes contra la paz; crímenes contra la
paz; crímenes de guerra; y crímenes contra la humanidad. Entre los acusados se encontraban
dos personas vinculadas a la creación o la difusión de la propaganda nazi. Los argumentos
contra el editor del periódico Der Stürmer, Julius Streicher, y el Ministro de Propaganda e
Información Pública, el oficial Hans Fritzsche, se basaron totalmente en sus acciones como
propagandistas. La acusación incluyó una declaración que afirmaba que la propaganda era
“una de las armas más poderosas que poseían los conspiradores [quienes] desde el comien-
zo (…) valoraron la urgencia de inculcar al pueblo alemán los principios y la ideología nacio-
nalsocialistas” y quienes usaron la propaganda “para preparar psicológicamente el terreno
para la acción política y la agresión militar”.
38
Entre culpas: nada sale de los campos
En ese mismo bombardeo, aun si fuera ficcional, han muerto otros civiles
que no eran judíos de campos de concentración y nadie pregunta por
aquellos que dieron las órdenes.
Ellos fueron asesinados también, en este caso por el solo hecho de per-
tenecer a la población del enemigo. ¿No es esto lo que hemos calificado,
y comparto, como crimen de lesa humanidad? ¿Por qué no se procesa a
los que ordenaron bombardear las aldeas vietnamitas con napalm? ¿Al-
guien recuerda hoy la matanza de My Lai? (38) ¿Alguien pensó en procesar a
Truman, junto con Paul Tibbets, el piloto del “Enola Gay” y con Charles W.
Sweeney, el piloto del “Bockscar”, por lanzar las bombas atómicas sobre
Hiroshima y Nagaski? ¿Se podrían condenar los bombardeos sobre obje-
tivos civiles en Irak o Afganistán? Siempre me ha horrorizado y conmovido
en modo infinito el que los bombardeos sobre objetivos civiles no hayan
sido juzgados siquiera por esa raposa que es la Historia.
¿Sería posible juzgar hoy al Presidente de los Estados Unidos por haber
ordenado asesinar, orden que ha confesado a través de los medios
masivos de comunicación?
¿Qué quieren decir los medios masivos cuando dicen que en tal o cual
operación militar han muerto “civiles inocentes”?, ¿es que hay civiles cul-
pables?, ¿qué es lo que transforma a un civil en militar? No seguramente el
uniforme, tampoco siquiera la portación de un arma reglamentaria. Lo que
lo transforma es la diferencia hecha en función de la lógica de la guerra:
obstáculo/facilitación.
Ahora, pregunto: ¿no es esa la misma lógica de la sociedad de consu-
mo, la lógica que me enseña que debo procurarme el goce aquí y ahora
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(38) La matanza fue llevada a cabo por el ejército de los Estados Unidos en la aldea de
ese nombre que es uno de los tres caseríos que componen la población de Song My, en la
provincia de Quang Ngai, Vietnam del Sur. El gobierno norteamericano descargó la respon-
sabilidad en el Teniente William Laws Calley Jr., 26 años, quien fue detenido bajo sospecha
de homicidio de 109 vietnamitas, cometido el 16 de marzo de 1968. En el horrendo episodio
fueron asesinadas, según los propios soldados intervinientes, más de trescientas personas,
entre ellos mujeres y niños completamente indefensos. El soldado Paul Meadlo, uno de los
que confesó la masacre, refirió que no sabía cómo había podido hacerlo, pero que al día
siguiente fue castigado pues “pisó una mina y perdió un pié”. Su relato se parece ostensible-
mente a algunos de los formulados por partícipes de la masacre de Ruanda, quienes referían
como explicación que “algo les había nublado la mente”.
39
Jorge E. Douglas Price
40
Entre culpas: nada sale de los campos
41
Jorge E. Douglas Price
(41) Kant, Immanuel, La religión dentro de los límites de la mera razón, Madrid, Alianza, 2001.
(42) Arendt, op. cit., p. 12.
(43) Maquiavelo jamás escribió esa frase, pero usa una metáfora similar: “Trate, pues un prín-
cipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por
todos; porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y el éxito; y en el mundo solo hay
vulgo, ya que las minorías no cuentan sino cuando las mayorías no tienen donde apoyarse“,
Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, [en línea] www.elaleph.com, p. 91.
42
Entre culpas: nada sale de los campos
Agrega Mariscal que “para Freud, es el padre el que le impone al sujeto la psi-
cología colectiva —sólo todos los hermanos juntos podrán acabar con él—,
pero luego el todos, lo colectivo, se pierde para quedar reemplazado por el
uno del héroe”. (46) Es que en el héroe y en el maldito se esconden por igual la
horda. El maldito no escupe solo por sí, escupe a cuenta de los demás.
(44) Buber, Martin, Imágenes del bien y del mal, Bs. As., Lilmod, 2006.
(45) Mariscal, op. cit.
(46) Ibid.
(47) En el célebre drama de Lope de Vega, es todo el pueblo el que se reclama culpable de
haber asesinado al Comendador de la Orden de Calatrava, Don Fernán Gómez de Guzmán.
La justicia, mediante torturas, pretende descubrir al asesino pero todos al unísono, contestan:
“Fuenteovejuna”, callando el nombre del culpable (Frondoso, quien se venga en lo particular
de los abusos del Comendador contra Laurencia, a quien ama). Los Reyes Católicos, absol-
verán al pueblo y lo harán depender a partir de entonces de la propia Corona, lo que puede
ser visto como una de las operaciones de la fundación simbólica del primer Estado moderno.
43
Jorge E. Douglas Price
“Hay uno que es más feo, más inmundo, más malo!/ Sin lanzar
grandes gritos ni mostrar grandes gestos,/ Convertiría a la tierra
en un despojo,/ Y tragaría al mundo en un solo bostezo./ Es el
tedio! —De llanto involuntario llena/ La mirada, su pipa fuma
y sueña patíbulos./ Tú conoces, lector, al delicado monstruo,/
Hipócrita lector —mi igual —hermano mío!”. (48)
Si donde la traductora de Baudelaire pone tedio, colocamos desidia, veremos
al taxista que lleva a Michael Berg, nuestro protagonista, un taxista que puede
reconocerse en la fotografía como el aburrido oficial alemán que fuma y deja
pender una pierna cadenciosamente, aburridamente, mientras otros gasean
a miles, es la imagen de ese tedio, de esa desidia, de esa locura, que anuncian
los heraldos negros, como decía el poema de César Vallejo.
•
(48) Baudelaire, Charles, Las flores del mal, Lamarque N. (trad.), Bs. As., Losada, 1976, p. 46.
44
Moral y sociedad
Moral y sociedad
Carlos María Cárcova
1. Introducción
El lector, la famosa y divulgada novela de Bernhard Schlink —escritor, juez
y profesor de derecho—, tiene enormes méritos. Los mayores no concier-
nen a su estilo literario. Quizás de intento, se presenta aquí seco, gris y un
tanto monótono. Las virtudes refieren a la trama de la obra, a los sutiles
enlaces entre las vicisitudes individuales de sus patéticos personajes cen-
trales y los hechos sociales y políticos, y los horizontes históricos en los
que aquellas se inscriben.
La trama, potente y atractiva, recorre varias décadas de Alemania —desde
las primeras del siglo XX hasta los años 60— y alude a la Segunda Guerra
Mundial, a los crímenes del nazismo y a las responsabilidades morales y
políticas frente al Holocausto. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
45
Carlos María Cárcova
dicho. En cada uno de estos aspectos median abismos entre ambos. Sin
embargo, los verdaderos abismos de los que desea hablar el autor, son los
morales. Esos, a los que están asomados Hanna y Michael, alcanzan a una
sociedad que participa en el genocidio de 6.000.000 de seres humanos
en razón de su origen racial, apoyando activamente el proyecto nazi u
optando por una complicidad que es a veces silencio, también temor o
acaso indiferencia. Una sociedad que calla, que tolera y que finalmente,
derrotado el régimen, prefiere olvidar.
De modo que sería pretencioso intentar una reflexión que tenga alguna
cuota de originalidad. En consecuencia, procuraré discurrir poco menos
que espontáneamente acerca de ciertos entresijos del relato que envuel-
ven un juicio ético sobre los personajes. Luego concluiré con algunas refe-
rencias a la moralidad de nuestro tiempo, a la supervivencia del mal y a la
sobredeterminación ideológico-cultural de la conducta humana.
2. Sinopsis
El texto de Bernhard Schlink está dividido en tres partes y narrado en primera
persona por Michael. Cuando el relato comienza, él tiene 15 años, sufre una
descompostura en la calle porque está enfermo. Lo ayuda Hanna, una mujer
de 36 años, opulenta y atractiva, que despierta impulsos eróticos en el ado-
lescente.
46
Moral y sociedad
Un buen día ella rechaza la lectura habitual, se baña junto con él y luego
se aman de manera exacerbada y lujuriosa, con una intensidad infrecuente
que ella propicia y a la que él se pliega de buen grado. Más tarde lo des-
pide: “vete con tus amigos”. La tarde era calurosa y Michael va a bañarse
a la piscina pública. Se encuentra con Sophie, una compañera del Liceo
y se sientan juntos a conversar. En un momento determinado, levanta la
vista y percibe a Hanna, parada a lo lejos, observándolos. No reacciona de
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
47
Carlos María Cárcova
Las reas eran acusadas de hacer regresar a Auschwitz a mujeres que habían
llegado para trabajar en el campo satélite y que, por sus condiciones físi-
cas, ya no podían continuar con su tarea. Ese retorno significaba la muerte.
El otro hecho imputado era que, en la mencionada marcha hacia el oeste,
las guardianas habían usado una pequeña iglesia para encerrar a las pri-
sioneras hasta el día siguiente, en el que proseguirían su camino. Pero,
mientras tanto, sobrevino un bombardeo aliado. La capilla ardió y varios
centenares de las prisioneras murieron quemadas porque las guardianas
no habían abierto las puertas, cuyas llaves poseían.
Hanna admitía con franqueza los hechos que le concernían y los consi-
deraba ciertos. Por eso perturbaba a las otras acusadas que negaban los
hechos para eludir sus responsabilidades. Pero Hanna, a su vez, disentía
tercamente respecto de otros hechos que —según entendía— consti-
tuían falsas imputaciones. Lo hacía sin estrategia ni comprensión de las
reglas de juego en el que le tocaba participar. Finalmente las otras acu-
sadas y sus abogados se pusieron de acuerdo para descargar en Hanna
las mayores responsabilidades y culpas, inventando hechos y mintiendo.
Un material de cargo fue un libro de memorias escrito por una de las
dos únicas sobrevivientes, cuyo contenido se había dado a conocer a
48
Moral y sociedad
por qué no había hecho ninguna objeción respecto del libro usado como
prueba de cargo y por qué había “ignorado” las citaciones fiscales.
Pocos días después, Michael advierte que Hanna ha bajado los brazos y
que no seguirá batallando. Ella esperará la pena, que será grave gracias
a las artimañas de sus ex compañeras. El joven piensa que debe hacerle
conocer al juez la verdad que ha descubierto. Sin embargo, no está seguro
de violentar la voluntad de Hanna y revelar un secreto que ella ha queri-
do silenciar, aun corriendo el riesgo de una prisión prolongada. Michael
entrevista al juez pero no le dice nada. Cuando se despide también él se
siente anestesiado por todo el horror, ya no siente nada por Hanna y tam-
poco por lo que ocurriera con ella. Finalmente las guardianas son conde-
nadas. Las otras, a penas menores; Hanna, a prisión perpetua.
49
Carlos María Cárcova
Michael le lee durante los siguientes diez años a Keller, Fontane, Heine,
Mörike y otros autores vigentes en la burguesía culta de la época. Pero las
cintas no contienen referencias personales ni son acompañadas por cartas
o esquelas; él no le pregunta sobre su situación ni le habla acerca de cómo
está él. A partir del cuarto año ella le envía algún mensaje corto, de puño y
letra y con las dificultades del caso, transparentadas en la escritura. Hanna
había aprendido a escribir. Además llegan otros mensajes, breves, sobrios
y con opiniones o pedidos sobre autores.
50
Moral y sociedad
3. Moralidades y culpas
Sociólogos, antropólogos y lingüistas suelen coincidir cuando nos pro-
veen explicaciones sobre los mecanismos a través de los cuales los seres
humanos adquieren la condición de sujetos. Sostienen que se trata, en
lo fundamental, de un complejo proceso de aprendizaje que facilita y es
condición para la afiliación de un individuo a un grupo social. Es decir, para
que pase a formar parte del grupo. El individuo deberá adquirir noticia e
interiorizar las costumbres vigentes, los valores, los universos de sentido,
las ideas religiosas, los principios morales, las prácticas cotidianas de na-
turaleza institucional y ritual y los hábitos alimenticios e higiénicos; en fin,
la cultura —en términos de pauta de vida— propia del grupo en cuestión.
Este proceso de aprendizaje, dice Peter Winch, (1) comienza por la adqui-
sición del lenguaje. Como es sabido, los lenguajes naturales no existen
como correspondencia bi-unívoca entre la palabra y su referencia. Pero se
admite el uso de la expresión “lenguaje natural” para caracterizar al que
se adquiere en el marco de la socialización primaria y que es aprendido en
el contacto del niño con la madre. Mediante el lenguaje llegan al individuo
las informaciones, los saberes y las destrezas que lo transformarán en un
sujeto, es decir, en parte integrante del grupo. En la dialéctica de la co-
municación es donde se construye la subjetividad y, con ello, las nociones
de lo bueno y lo malo, de lo permitido y lo prohibido, de lo sublime y lo
abyecto, de la responsabilidad, la culpa y el perdón.
Es claro que, con marcadas diferencias respecto del presente, aun en las
sociedades primitivas estas nociones fueron adquiridas e inculcadas por
y en los seres humanos, por medio del lenguaje. Pero en las sociedades
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
complejas del siglo XX —cuya inteligibilidad ni aun los más preclaros pen-
sadores son capaces de captar con exhaustividad— las exigencias que
demanda el entrenamiento social y la comprensión de la realidad resultan
exponencialmente acrecentadas. La multiplicidad casi infinita de opciones
permanentes y cotidianas —que la complejidad del mundo moderno pro-
pone a los individuos en el despliegue de sus existencias— los coacciona
a la selección, como explica Luhmann. Los individuos deben elegir, ellos
están compelidos a ejercer opciones. Por ejemplo, elegir entre admitir
un ascenso laboral o no admitirlo, entre cambiar de trabajo o no hacerlo,
entre seguir las instrucciones propias del rol social asignado o ignorarlas.
(1) Winch, Peter, The Idea of Social Science, Londres, Routledge & Kegan Paul, 1958.
51
Carlos María Cárcova
Y, claro está, para poder elegir, para optar, para orientarse por el bien y
no por el mal, para satisfacer adecuadamente los intereses o necesidades
personales, es preciso contar con información y con formación.
Esto es, precisamente, aquello de lo que Hanna carecía. Ella era analfabeta.
Por alguna razón singular, que opera como presupuesto en la trama de El
lector, el personaje es un ser anómalo en términos de adiestramiento y socia-
lización —considerando la época y el lugar en los que ha nacido—. La suya
es una historia improbable, pero es la que nos plantea el autor. Michael, que
tantas contradicciones sufre al conocer toda la verdad; que se reprocha e
inculpa, solo por haber amado a una mujer responsable —en tanto guar-
diana de un campo de concentración— de haber dejado morir a cientos
de personas; que oscila permanentemente entre el repudio frente a esa
acción y los sentimientos amorosos que ha sentido por Hanna; entiende,
sin embargo, con absoluta claridad, la dimensión trágica de esa condición
de exclusión que pesa sobre ella y que ella esconde del mundo, aun al
precio de afrontar una condena durísima. Sus propias palabras son de una
elocuencia absoluta. Michael, ya maduro, dice:
52
Moral y sociedad
moral. Según sostiene Martin Farrell (2) son tres las teorías éticas normativas
que dominan el panorama de la filosofía moral. Dos son éticas del deber
y la tercera, una ética del carácter. Las éticas del deber son el consecuen-
cialismo y el deontologismo. Ellas establecen un catálogo de nuestros de-
beres morales. La ética de la virtud o ética del carácter pone énfasis en el
agente moral: las cosas no son buenas intrínsecamente, lo son cuando las
lleva a cabo quien ostenta un carácter virtuoso. Como recuerda el autor
citado, ya Platón desalentaba esta tesis cuando afirmaba que las cosas no
eran buenas porque las hicieran los dioses, sino que los dioses las hacían
porque eran buenas (Eutifrón).
En la modernidad podría afirmarse que tanto el consecuencialismo como
el deontologismo han ocupado, en el terreno de la ética normativa, el lugar
de atención central de las reflexiones morales. Para el primero debe otor-
garse prioridad a lo bueno por sobre lo correcto (por ejemplo, alcanzar la
mayor felicidad, como postulan los utilitaristas). Lo correcto es maximizar
lo bueno y lo que corresponde hacer. El deontologismo, en cambio, privi-
legia lo correcto por sobre lo bueno. Aquí los medios empleados son más
importantes que el fin a alcanzarse. Por ejemplo, si para evitar una acción
terrorista que puede ocasionar la muerte de muchas personas tuviera que
someter a torturas a un individuo apresado, cómplice de la acción, estaría
moralmente obligado a abstenerme de incurrir en esa práctica aberrante.
En mi opinión, el discurso de las instituciones del Estado y, en particular,
el de la jurisdicción es generalmente deontologista, aunque muchas veces
sus prácticas estén signadas por el consecuencialismo.
Ahora bien, si de lo que se trata es de juzgar el acto a través del cual
Hanna es responsabilizada, la cuestión sería la siguiente: la consigna que
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(2) Farrell, Martín, Filosofía del Derecho y Economía, Bs. As., La Ley, 2006.
53
Carlos María Cárcova
54
Moral y sociedad
la nueva Alemania, con la que había que cerrar rápidamente las heridas de
guerra porque —en forma casi inmediata— se transformaría en la frontera
occidental de la otra guerra sobreviniente, la llamada “guerra fría”.
En lo que sigue deseo dejar sentada brevemente mi opinión acerca del
comportamiento de Michael. Su talante egoísta, medroso y contradic-
torio no me inclina a ocuparme mucho de él. Creo que su actitud me-
rece la condena moral. Él, que tanto le debe a Hanna porque lo ha hecho
hombre, porque lo ha obligado a ser un estudiante aplicado, porque lo ha
cobijado, se siente el centro del universo y reacciona con resentimiento
cuando ella —por razones que solo conoceremos más tarde— aban-
dona la ciudad, interrumpiendo el vínculo que mantenían. Cuando la
descubre en el juicio, su reacción es contradictoria. Se espanta y se
55
Carlos María Cárcova
56
Moral y sociedad
(3) Hume, David, Tratado de la Naturaleza Humana, t. III, , Bs. As., Ediciones Orbis S. A.-
Hyspanoamerica, 1984, n° 455/484.
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Carlos María Cárcova
58
Moral y sociedad
(7) Ibid.
59
Capítulo II
A propósito de
Gran Sertón: Veredas
de João Guimarães Rosa
•
Noticia:
Alicia E. C. Ruiz
Jorge E. Douglas Price
Carlos María Cárcova
Divagaciones en los márgenes (una provocación...
Alicia E. C. Ruiz
Divagaciones
en los márgenes
(una provocación a los procesalistas
penales, entre otras cosas)
Alicia E. C. Ruiz
1.
El sertón es un mundo difícil; “es cuando menos se lo espera”.
Difícil de vivir…
Difícil de recorrer.
Difícil de entender.
Ajeno aun para los que le pertenecen… los que lo andan día tras día.
Difícil de contar… eso lo hace tan extraño y complejo.
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(1) GuimarÃes Rosa, JoÃo, Gran Sertón: Veredas, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora,
2009, p. 81.
65
Alicia E. C. Ruiz
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Divagaciones en los márgenes (una provocación...
sentido del libro escogido. Y siento que, invariablemente, aunque con la con-
vicción de que cada vez hacemos algo diferente, nos repetimos.
Hablamos acerca de una misma y única cuestión que a los juristas y los
psicoanalistas nos desvela: el lugar de la ley. Una forma de reclamar y re-
clamarnos algo que mitigue la angustia y asegure un cierto orden y algo
de paz en nuestro interior y en el exterior que nos rodea.
2.
La narración de Riobaldo parece no tener fin. Y sin embargo solo habla
del pasado que siempre es finito (aunque pueda interpretarse de mil ma-
neras), de lo que fue en un presente que transcurre morosamente, antici-
pando la muerte de un viejo. Muerte que no llega y que, si embargo en su
inevitabilidad, es lo único que anticipa el futuro.
La narración de Riobaldo es recuerdo de pasajes de la vida “cada uno con
su signo y su sentimiento. Contar seguido, hilvanando, solo siendo cosas
de importancia rasa (...) de cada vivimiento que tuve realmente, de alegría
fuerte o de pesar, cada vez lo veo hoy como si fuese de una persona di-
ferente. Sucedido en desgobierno. Así lo creo, así lo cuento”. Es una na-
rración de recuerdos (de cosas sucedidas y de sentimientos variados) que
reactualiza el pasado, lo trae con el “desgobierno” con que cada aconteci-
miento fue vivido. Tal vez por ello, como si fueran de personas diferentes. (4)
Riobaldo advierte que habla de lo que fue y ya no es. Y pregunta y no sabe
responderse porqué quiso o le ocurrió que un día dejó de ser yagunzo y
se quedó quieto.
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
3.
¿Es esta que estoy leyéndoles una presentación demasiado extensa? Es
probable que así sea, y como Riobaldo frente a su interlocutor silencioso,
me excuso, pido disculpas e intentaré una justificación. No, no una
justificación, porque toda justificación presupone el reconocimiento
(consciente o inconsciente) de una mala conducta o, lo que es aún peor,
de unos malos pensamientos, o de una imborrable culpa. Y no es mi caso.
Necesito insistir en la caracterización del paisaje y también en el tono
del relato, que son interrumpidos por el juicio para sustentar la hipótesis
enunciada: con el juicio irrumpe la ley en el sertón.
67
Alicia E. C. Ruiz
4. El juicio en el sertón
Riobaldo, en un impulso, evita que Zé Bebelo muera en batalla. De la cul-
pa que lo embarga, reflexiona, nace la idea de que debe salvarlo y lo pone
en boca de Joca Ramiro. (5)
(5) Todos aprueban, lo falso se torna verdadero y, como tal, se impone. Entonces, Riobaldo
imagina cuáles han de ser las consecuencias de su invención: salvar a Zé Bebelo de morir
ahora para que sea muerto.
“Joca Ramiro quiere a ese hombre vivo. Ni sé cómo se me ocurrió decir eso: falso, verdadero,
inventado (…) Orden de Joca Ramiro: hay que agarrar al hombre vivo (…) dije todavía. Ahí yo
salvaba a Zé Bebelo. Todos aprobaron, de forma peor, a lo fácil… ¿entonces yo había pensa-
do en todo, en lo real? (…) ¡Tanto todo iba siendo por mi culpa! Pide el rifle y las cartucheras
y dispara sin pausa… “Quería por toda ley alcanzar con un tiro a Zé Bebelo para acabar con
él de una vez, su martirio de sufrimientos”. Cuando Zé Bebelo aparece no quiere que lo
reconozca y está avergonzado. Op. cit., pp. 240 y 241.
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Divagaciones en los márgenes (una provocación...
¿Por qué Riobaldo hace lo que hace? Quizás un sentimiento filial hacia
aquel hombre que le había enseñado mucho de lo que sabía, al que había
abandonado, al que amaba como a un padre y cuyo lugar ocuparía, con
su consentimiento, mucho tiempo después cuando fuera instituido jefe de
yagunzos, bajo el nombre de Yarará blanca. (6)
Lo que sigue lo sorprende. Dice “… me agarré de mí (…) atrás del gran
pedazo de piedra. Lo que yo estaba era avergonzado”; Diadorim le expli-
ca “vencimos! Se acabó la guerra”; Joca Ramiro aprecia la captura; todos
celebran lo que vendrá, y el propio Zé Bebelo reclama respeto y, desde
su situación de preso, exige “¡O me matan ahora, aquí o entonces exijo
juicio correcto legal!”.
Aquí el ritmo de la narración se transforma y en boca de los participantes
aparecen giros de un lenguaje nuevo.
Subrayo juicio correcto, legal. Hay que detenerse en expresiones como
esta porque instalan la posibilidad de reflexionar y dejan en suspenso la
pura acción. Repito: el ritmo de la narración es otro y la escena una foto-
grafía.
Solo Riobaldo, envuelto en un terrible desasosiego, no percibe la nue-
va situación. Desesperado se aferra a Diadorim: “¿y después? Para qué
Diadorim? ¿Ahora lo matan? ¿Van a matarlo? La respuesta que escucha
marca el límite azaroso, fugaz pero decisivo en el que la ley se instala:
“Matar no. Van a juzgarlo”.
Y todavía Riobaldo insiste “También, lo que yo no entendía posible era
tener a Zé Bebelo preso. Él no era individuo que se captura, persona cosa La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
que se tiene entre manos…”. El anuncio del juicio, por sí solo, cambia
todo, hace posible que Zé Bebelo esté preso y no muerto, y lo hace sujeto
por y de la ley (una ley no enunciada, una ley que se internaliza y opera en
el imaginario).
A partir del momento en que todos llegan, la hacienda Siempre Verde se
convierte en la Sala de juicio. Hasta entonces no había sala, espacio prefija-
do, algo distinto del paisaje del sertón. Ahora la naturaleza se distingue de
la sociedad (como en la ficción contractualista de la modernidad). Una vez
más, Riobaldo es el único que duda y se pregunta para qué hacer tan largo
camino hasta la hacienda. “¿Quién tenía la capacidad de juzgarlo? (...) volví
69
Alicia E. C. Ruiz
Digresión 3: ¿recuerdan aquella película de Lars von Trier, Dog Ville? Desde
la primera vez que leí el juicio en el sertón me persigue el recuerdo de ese
filme. Y el recurso del director que monta un escenario teatral y no cinema-
tográfico, pero ubica en un sitio imposible a los espectadores. Miran desde
arriba lo que pasa abajo.
Provocando a los procesalistas penales “¿Artes del juicio? (...) nadie sabía
con certeza (...) ¡Ey, ahora llegó el juicio! la mayoría se burlaba, en fiesta
alborotada”. (9) Desafío para procesalistas penales. Querían el juicio, esta-
ban alegres (era una fiesta), tenían conciencia de que exigía reglas pero no
había código de esas características en el sertón. Vale la pena recordar que
ya figura en la novela la referencia a otro juicio (10) donde quien juzga es Zé
Bebelo. Sin embargo, en ese episodio no hay otra cosa que la decisión del
jefe. Quien tiene el poder militar, sin rito alguno que diferencie ese acto
de cualquier otro que realizara para dirigir a los yagunzos, decide y punto.
Aquí no. El procedimiento se va construyendo de un modo peculiar que lo
distingue de cualquier otra actividad propia de la guerra o de los tiempos
de descanso o de traslado entre selvas y desiertos. Se instaura un nuevo
ritual desconocido y atrapante.
70
Divagaciones en los márgenes (una provocación...
Los jefes son convocados a hablar. Y en sus dichos quedan definidos los
papeles del acusador y de la defensa. Con una sutileza desconcertante,
algunas de las cuestiones más importantes que atañen a un proceso son
consideradas y resueltas.
En el juicio la palabra es decisiva. Pero los yagunzos no están acostum-
brados. “Todo el mundo se miraba con desconcierto. Como se dice allá:
71
Alicia E. C. Ruiz
cada uno con la cara atrás de la montura. Para hablar allí no estaban. Pero
eso nadie lo había esperado. Con tanto, unos hechos extraordinarios”. (15)
Insiste Joca Ramiro: “¿habrá alguno que quiera hablar en acusación o en
defensa de Zé Bebelo, dar una palabra en su favor?...”. (16) “Oficio de abo-
gar es lo que vi. ¿Alguien quería? (…) estando allí sin mentirle más de
quinientos hombres. Surgió el silencio de todos ellos. El silencio, peor que
un alarido”. (17)
Hermógenes (el que había pactado con el diablo, que no existe pero que
no es poco aliado), gritando exige la sangre de Zé Bebelo, que se ha tra-
tado como un animal: “Perro, que es bueno para la horca”. (19) Y Ricardón
se dirige al jefe de los jefes y dice que solo su gentileza, innecesaria en el
sertón, hace posible la instancia del juicio; pero que, reconocido el gesto,
hay que atender al clamor, a la sangre y los sufrimientos de todos los que
murieron a causa de Zé Bebelo. “Ahora que vencimos, llegó la hora de la
venganza y del desquite”. (20)
72
Divagaciones en los márgenes (una provocación...
vale en todo este norte. Mi pueblo me honra. Soy amigo de mis amigos
políticos, pero no soy criado de ellos ni sicario. La sentencia vale”. (27) En
tres líneas de boca de un yagunzo se resumen temas como la validez y la
eficacia de una sentencia judicial, la competencia del juzgador y los requi-
sitos para la ejecución del fallo.
73
Alicia E. C. Ruiz
74
Divagaciones en los márgenes (una provocación...
75
El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
1. El sertón es el mundo
Las veredas son parte del jardín de los senderos que se bifurcan, pero to-
das conducen al juicio, en todas se puede perder el juicio. Por lo que todo
el mundo está en juicio y en riesgo de perderlo. Cada quien es jurado en
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
ese tribunal.
Hay muchos tipos de juicio. El del sertón es solo uno de ellos. Existen
también juicios legales, juicios perdidos de antemano, el Juicio Final, la
pérdida del juicio.
Entonces, ¿qué clase de juicio es el del sertón?, ¿qué están juzgando los
jefes yagunzos presididos por Joca Ramiro?, ¿se trata de juzgar los asesi-
natos del sertón?
No hay que dejar de advertir que los límites del sertón son difusos, como
todos los del mundo. Por lo tanto, el sertón es el mundo y el mundo cabe
en el sertón.
77
Jorge E. Douglas Price
Así, no solo han sido asesinados Julio César; Abraham Lincoln; Mahatma
Ghandi; Sacco y Vanzetti; Ethel y Julius Rozenberg; sino también seis mi-
llones de judíos a manos de los nazis; miles y miles de tutsis a manos de
los utsis; de albanos kosovares; bosnios; y millones de mujeres a manos de
sus maridos, esposos, amantes, cafiolos.
Joca Ramiro también será asesinado.
Zé Bebelo no es juzgado por matar a Joca Ramiro, porque Joca Ramiro
aún no ha sido muerto y es él quien lo juzga —o debiera decirse “quien
preside su juicio”—. Ni siquiera puede decirse que Zé Bebelo es juzga-
do por alguna de las muertes que él ha provocado, sino por haber sido
atrapado, por ser prisionero, por responder al estado, a los políticos, a los
soldados del gobierno, para poner bajo otra ley, bajo otro juicio, al sertón.
¿Es que los pobres del mundo son llevados a juicio por otras razones? En-
tonces, ¿el sertón está siendo juzgado? o ¿es el sertón el que juzga? Acaso
¿no es que el sertón es el mundo y el mundo es el sertón? Si el sertón no
es el mundo, ¿dónde está el sertón?, ¿fuera del mundo?, ¿cuál es el otro
lado del mundo?, ¿es el sertón?
78
El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
Pero nadie busca la verdad en el sertón. El juicio del sertón trata de otra
cosa, trata de una distinción que no es sobre “lo verdadero” o “lo falso”,
sino sobre la valentía o la cobardía, la lealtad o la traición, la vida o la
muerte. Se trata de las distinciones sobre las que se monta la guerra.
¿Será que la paz existe?
La ciudad aún no ha comenzado. Sus límites están del otro lado del Ser-
tón, pero: ¿cuál es la unidad de su diferencia? La ciudad tiene otras razo-
nes, que no son las del sertón.
(2) Guimarâes Rosa, Joâo, Gran Sertón: Veredas, Bs. As., Adriana Hidalgo Editora, 2009, p. 81.
(3) Guimarâes Rosa, J., ibid., p. 132.
(4) Ibid., p. 309.
79
Jorge E. Douglas Price
Tal vez sea por eso que Riobaldo se resiste a pelear con Zé Bebelo, porque
le tiene simpatía, y su simpatía es algo que se le ha dado, dice, en forma
definitiva. Por la misma razón admite, aunque le anuncien que Zé Bebelo
viene a acabar con su vida, que si él no estuviera en el medio, todo ten-
dría otra forma, que él pondría su ahínco desenfrenado en combatir; pero
pelear a muerte con Zé Bebelo era cosa que repugnaba a su inteligencia.
Riobaldo pone en duda su propia profesión de yagunzo. Se pregunta si
ellos, él mismo y los yagunzos, están con dios y define de un plumazo la vi-
sión de sí mismo: “Yagunzo: criatura a sueldo para el crimen, imponiendo
el sufrir en lo calmo urbano de los demás, pillando y matando”. (5) De allí
que, de repente, perciba que estaba deseando que Zé Bebelo venciese,
“… porque era él quien tenía razón (…) debía venir, fuerte, a liquidar de
veras, al ras, con el infierno de la yagunzada!”. (6)
Es por ese motivo que el juicio de Zé Bebelo está formulado en la men-
te de Riobaldo de antemano, como una autoprofecía. Cuando su amado
Diadorim le pregunte si conoce su destino, le responderá que el diablo
sabe, sin atreverse a decir el nombre de dios. (7) Tal vez porque él —Riobal-
do— abandonó el hábito de violar mujeres, porque, quizás, dios lo “libró
de endurecerse a ese punto”, luego de violar a una morenita pequeña que
no respondió en modo alguno a su modo de actuar. Sabía por Diadorim
que las mujeres son “tan infelices…”.
Riobaldo, tal vez, sabía que el sertón se acaba.
¿Se acaba?
(5) Ibid.
(6) Ibid., p. 168.
(7) Ibid., p. 190.
(8) Foucault, M., La verdad y las formas jurídicas, México, Gedisa, 1983, p. 39.
(9) Guimarâes Rosa, J., op. cit., p. 243.
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El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
(10) Kelsen, H., Teoría General del Derecho y del Estado, México, DF, UNAM, 1995, p. 141.
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Jorge E. Douglas Price
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El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
(13) Foucault, M., El gobierno de sí y de los otros, Bs. As., Fondo de Cultura Económica,
2010, p. 64.
(14) Guimarâes Rosa, J., op. cit., p. 254.
(15) Guimarâes Rosa, J., ibid., pp. 254/55.
83
Jorge E. Douglas Price
Sorprende de este juicio que Joca Ramiro mantenga, en rigor, una forma
arcaica. Pues, el jefe yagunzo no juzga, quien juzga es un jurado citado
espontáneamente por él —sin que nadie lo sepa, ni su paciente amor Dia-
dorim— para terminar la obra que Riobaldo ha comenzado en medio de
la lucha. Esto permite una operación más sutil: conservar toda la virtud del
buen juicio y desligarse del error, que siempre será del jurado, del coro,
del pueblo.
Él muele en lo áspero, como lo hacía Hegel, por eso sabe que la catarata
es sólo barranco en el suelo y que cuando se consume el agua o deshace
el barranco, no queda catarata.
Sabe que el río de ayer no es el río de hoy. Sabe que el diablo no existe
y que dios enseña a sus hijos de una manera feroz. Al menos ese dios del
sertón —parecido, aunque en este caso Riobaldo no lo sepa, al dios de los
judíos y cristianos—, capaz de mandar una epidemia de ceguera a unos
pobres niños sólo para enseñar a su padre.
Riobaldo, que sabe hacer mapas y que gusta de leer libros y lunarios per-
petuos, diverge del mundo en el que vive; ha nacido liberto y diferente.
Sabe que vivir es peligroso y que “Querer el bien con demasiada fuerza,
de forma equivocada”, puede significar empezar a estar queriendo el mal.
“¡Estos hombres! Todos tiraban al mundo hacia su lado, para el arreglar
arreglado. Pero cada uno sólo ve y entiende las cosas de un modo suyo”. (16)
También Riobaldo sabe que, como el Sr. K. del relato de Kafka, no existe
diferencia entre la ciudad y el tribunal. Riobaldo y el Sr. K, advienen a la
modernidad.
84
El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
5. ¿Qué es el juicio?
Zé Bebelo quiere un juicio legal. Joca Ramiro le proporciona uno que es
“legal”pero en el sentido brasileño del término, que, paradójicamente,
no equivale a su sentido jurídico.
Sin embargo, no es lo que importa si consideramos que el sertón comprende,
principalmente, al Brasil. Claro que del otro lado de Brasil, también, está el
mundo; pero, al mismo tiempo, el mundo entero es el sertón. De modo que
Brasil está en el sertón.
Entonces, este juicio ¿también tiene un sentido jurídico? ¿Qué significa
juzgar? ¿Cuándo fue que se dejó de juzgar a la persona y se empezaron a
juzgar actos individuales?
¿Qué dios o qué diablo introdujo esa idea de la que tanto se ufana el libe-
ralismo? Parece que ha sido dios, al menos el judeo-cristiano y musulmán,
el que enseña con tanto rencor. “El demonio está en la calle en medio del
remolino”. (17)
Un dios que no puede perdonar, como perdona Joca Ramiro, ¿qué clase
de dios es?
Zé Bebelo —que casi acaba al Hermógenes más allá del Río Pacú, que
entonces dio vivas al gobierno y prometió mucha cosa republicana para
un futuro cercano— quiere un juicio legal; aunque los que lo juzguen sean
esa “verguenzera” de los yagunzos que “descentran la justicia, sólo para
destruir todo, de lo civilizado y legal”, (18) el orden y el progreso.
Si el sertón no puede ser juzgado, ¿quién puede juzgar en el sertón?, ¿el hom-
bre? Cosa que tiembla “… Hay diversas invenciones del miedo: yo sé, usted
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
sabe. La peor de todas es que primero atonta y después vacía”. (19) Los tiem-
pos del yagunzo debían acabarse. La ciudad acaba con el sertón. ¿Acaba? (20)
Es que el juicio es siempre una especie de profecía y, en tanto apodera-
miento de la verdad, es, como dice Foucault, una de las formas de construc-
ción del poder. De algún modo Riobaldo sabe que, al juzgar a Zé Bebelo
como propone hacerlo, está construyendo su propio camino a la jefatura.
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Jorge E. Douglas Price
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El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
6. La modernidad
Acuerdo con muchos otros en que la modernidad es un concepto filosófi-
co y sociológico y, por derivación, jurídico. Puede enunciarse como el pro-
yecto de imponer la razón como parámetro trascendental de la sociedad.
Ahora bien, la razón que opera en la modernidad es una entre tantas; aun-
que haya pretendido y aún pretenda ser la Razón.
ejercicio para que todos puedan tener acceso a ella; o, como afirmaba
Kant en el complejo de obras que constituyen su Metafísica de las Cos-
tumbres, de forma de ser todos portadores de una razón. (24)
(24) Kant, E., Principios Metafísicos del Derecho, Bs. As., Américalee, 1974.
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Jorge E. Douglas Price
Habrá una razón jurídica, una razón económica, una razón de los homo-
sexuales, una razón política, una razón de los cristianos; así como de los
judíos o de los musulmanes, o de los agnósticos. La lista apenas comienza
y, como he dicho, podría continuar infinitamente. Pues estamos experi-
mentando las primeras manifestaciones de esta específica complejidad
moderna.
Existe otra paradoja respecto de la sociedad moderna. Cuando se alude a
ella desde el presente, esta —única sociedad que se considera así misma
moderna— remite a un pasado que se reclama moderno. Sucede algo
análogo al contrasentido que plantea, al menos semióticamente, hablar
de posmodernidad.
No obstante, y contra aquella idea del supuesto “pasado” de la moder-
nidad, Niklas Luhmann decía que ahora estamos experimentando sus pri-
meras manifestaciones.
Recién ahora vemos la perversión que estaba presente en “la” razón, por-
que ahora vemos que hay otras razones fuera de “la” razón presentada
por la modernidad. Razones tantas y tan diferentes, sin embargo todas
“razonables”.
Así, el terreno de lo conocido, la tranquilidad que nos provee la idea de
normalidad a la que ha sido tan afecta la modernidad, el descanso, el
reposo que nos proveen las clasificaciones establecidas —como la Enci-
clopedia de los Saberes Celestes que describe el “El Idioma Analítico de
John Wilkins” (25) de Jorge Luis Borges—, se ven sacudidos cuando, por
ejemplo, a la razón heterosexual se opone la homosexual.
Me he referido al tema en mi libro La Decisión Judicial, (26) diciendo que,
en ese relato, Borges
“… consigna que Wilkins, rector de uno de los colegios de
Oxford, abundó en numerosas curiosidades e indagó sobre los
principios de un lenguaje universal, escribiendo hacia mediados
del siglo XVII una obra de seiscientas páginas sobre el tema, y
como no existía (según el relato) copia de la misma en la Bi-
blioteca Nacional, Borges investigó sobre el tema en obras de
(25) Texto que, según su propia confesión, tanto hizo reír a Foucault y lo incitó a escribir una
de sus obras fundamentales: Las Palabras y las Cosas.
(26) Douglas Price, J. E., La Decisión Judicial, Santa Fe, Rubinzal Culzoni, 2012.
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El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
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Jorge E. Douglas Price
(27) Borges, J. L., “El idioma analítico de John Wilkins”, en Otras Inquisiciones, Bs. As.,
Emecé, 1964.
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El sentido del juicio. El Leviatán en el sertón...
pia esfera de acción. El cristiano está liberado de toda sujeción a la ley, ex-
cepto de la Ley de Cristo. Esto no configura una contradicción, pues esta
ley se halla “in-formulada” —esto es: no formulada, no desarrollada— en
el interior de cada cristiano, es pura subjetividad.
Así Lutero libera a los sujetos de la ley canónica, los “des-sujeta”, y con-
tribuye a la conformación de la nueva sociedad individualista, constituida
por átomos que necesitan ser sujetados con nuevos lazos: los lazos del
derecho moderno, que precisamente hacen de cada persona un “sujeto”.
(28) Muñoz, J., “Solo un Dios puede aún salvarnos”, en Heidegger o el final de la Filosofía,
Madrid, Complutense, 1997.
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Jorge E. Douglas Price
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La estirpe de los yagunzos
Carlos M. Cárcova
1. Preliminar
La tradición hermenéutica representada por Gadamer, Ricoeur, Davidson
y otros concibe a la interpretación como un proceso complejo que se
asienta en la construcción de un acuerdo, de un pacto, entre la objetivi-
dad de un texto y la subjetividad de un lector. Ambos cambian cuando
la tensión inicial consigue superarse. Existe tensión porque no hay lector
ingenuo; cualquiera que él sea, ingresará al vínculo con el texto con lo
que “ya sabe”, es decir, con sus pre-conceptos, con su pre-comprensión
del mundo, a la que no siempre será sencillo reducir o adaptar el texto.
La interpretación permite asir el sentido de este último y de ese modo,
construir el acuerdo.
Varias son las cuestiones que hacen de la narración en cuestión una expe-
riencia excepcional y al mismo tiempo, insólita.
I. Se trata de un largo monólogo por donde desfilan cientos de personajes,
sin voz.
II. Son estos unos individuos cuasi mitológicos, anacrónicos, cuyas vidas discurren
en una especie de topus uranus en donde todas las formas de la naturaleza
están presentes en alucinante y alucinada diversidad.
93
Carlos M. Cárcova
Las cuestiones señaladas son solo algunas de las características que sin-
gularizan a Gran Sertón: Veredas y, sin ánimo de invadir territorios con-
ceptuales que no son los míos, sin ánimo de arrogarme competencias
propias de la crítica literaria —sólo con la intención de dar testimonio de
las impresiones admiradas de un modesto lector—, formularé respecto de
tales características algunos breves comentarios para concluir estas notas
con consideraciones sobre un pasaje en especial, la escena del juicio a Zé
Bebelo —en tanto síntesis brillante de toda la riqueza narrativa de la no-
vela—, y también por lo que en esa escena hay, leída desde este presente
que resignifica el texto, de anticipatoria sabiduría.
2. Impresiones
2.1. Los modos del relato y sus personajes
En algo más de 550 páginas, Guimarães Rosa despliega un monólogo
que, sin embargo, es también diálogo, porque el narrador incorpora per-
manentemente al narratario a través de lo que podemos presumir son
sus gestos o sus visajes. “¿Se asombra Ud?” “¿Le parece irreal lo que le
expongo?”, interrogará Riobaldo a su oyente, informándonos así que la
escucha coadyuva para darle sentido a su extendido, discontinuo, anfrac-
tuoso y sólo aparente soliloquio.
Otros autores han usado también ese arriesgado recurso expresivo, como
Rulfo en México o Lins do Rego en Brasil, pero Guimarães es el más ori-
ginal y potente de los rapsodas de una modernidad experimental que se
une, se entrama indisolublemente, con el regionalismo narrativo.
Los rapsodas eran recitadores o pregoneros que cantaban/contaban los
poemas homéricos u otros episodios épicos, sin acompañamiento musical.
Más tarde, en épocas no tan remotas, fueron los juglares los que cumplie-
ron parecida tarea, refiriendo las vicisitudes románticas y militares de los
caballeros medievales en su infatigable búsqueda del Santo Grial. No pa-
rece gratuita la comparación ¿No hay acaso en el temple, en el coraje, en
el desprecio por la vida propia y por la ajena, en el misticismo, la lealtad y la
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La estirpe de los yagunzos
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Carlos M. Cárcova
(1) Libertella, Mauro, ”Gran Sertón: 50”, Página/12, Radar libros, Bs. As., 23/07/2006.
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La estirpe de los yagunzos
(2) Cella, Susana, “Larga vida al Gran Sertón“, Página/12, Radar libros, Bs., As., 06/09/09.
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Carlos M. Cárcova
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La estirpe de los yagunzos
está la justicia.
Guimarães Rosa parece decir, cincuenta años antes de las tragedias que
enlutaron los países del cono sur mediante el terrorismo de Estado, la
desaparición forzada, la tortura, el genocidio, que no hay socialidad sin
alguna forma de justicia; sin responsabilidad respecto de los actos come-
tidos; que éstos deben ser juzgados; que deben mediar las acusaciones,
que ellas deben ser concretas, claras, precisas; que todos deben poder
ejercer su defensa y que es finalmente la sociedad, a través de quienes la
representan, la que debe condenar o absolver.
En la Hacienda Siempre Verde, en su amplia terraza, se reunirán todos y se
celebrará el juicio. Zé Bebelo es tratado como prisionero, pero con respeto.
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Carlos M. Cárcova
Joca Ramiro, el más sabio y el más jefe, construye los sentidos de la densa
escena. Le dice al enemigo: “El señor pidió un juicio… Le aviso que puede
ser fusilado de una buena vez. Perdió la guerra, es nuestro prisionero”.
Luego invita primero a los jefes y después a todo el mundo a que formulen
acusación, él se reserva la sentencia.
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Carlos M. Cárcova
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La estirpe de los yagunzos
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Capítulo III
A propósito de
La hora de la estrella
de Clarice Lispector
•
Noticia:
Clarice Lispector fue una de las más brillantes escritoras brasileñas del modernismo
de la generación del 45. Había nacido en Ucrania en 1920, pero solo un año después
sus padres se instalaron en su patria de acogida. Se casó con un diplomático y por
acompañarlo en sus funciones viajó por todo el mundo, postergando su vocación de
escritora. Solo a partir de 1959, después de divorciarse y regresar a Brasil, escribe con
sistematicidad y persistencia, entre otras cosas para independizarse económicamente.
Su obra más prestigiosa se tituló La pasión según G.H. Escribió ficción literaria y
poesía e incursionó con frecuencia en el periodismo. Unas treinta obras constituyen el
núcleo más destacado de su producción. Tuvo una vida poco feliz a pesar del prestigio
y reconocimiento que alcanzó. Murió tempranamente, afectada por una enfermedad
incurable, a los 56 años en Río de Janeiro. La hora de la estrella, su narración
póstuma; es una bella y trágica “nouvelle” que cuenta la infeliz y oscura existencia de
una muchacha nordestina, huérfana, que sobrevive precariamente en la gran ciudad,
con un empleo de oficinista. También cuenta su triste final. “Las tribulaciones del
Dr Domitilo” imaginan el modo en que el juez competente, envuelto en sus rutinas,
sería capaz lidiar con el caso.
Alicia E. C .Ruiz
Jorge E. Douglas Price
Carlos María Cárcova
”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
Alicia E. C. Ruiz
“… como una
mariposa blanca”
(¿es que la felicidad puede
ser algo más?)
Alicia E. C. Ruiz
•
“… y de pronto!, ¡de pronto!; ¡de pronto!, la mariposa blanca volando
por los corredores sombríos, perdiéndose al final de la oscuridad”
Clarice Lispector, La araña, 2005
“Tengo que copiarme con una delicadeza de mariposa blanca. Esa idea de la mariposa
blanca viene de que si la muchacha se casara, lo haría delgada y sutil y, como virgen,
de blanco (...) Mayo, mes de las mariposas blancas flotando con sus blancos velos”
Clarice Lispector, La hora de la estrella, 2006
“Qué hay más leve que una mariposa. La mariposa, pétalo que vuela”
Clarice Lispector, Un soplo de vida, 2001 La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
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Alicia E. C. Ruiz
(1) Esta reflexión está sugerida por el cuento “Felicidad clandestina”, de Clarice Lispector.
Volveré sobre la “clandestinidad” en el tercer apartado de este texto.
(2) Freud, Sigmund, “Lo perecedero”, en Obras Completas, t. XIV, Bs. As., Amorrortu, 1975,
pp. 309/311. En la edición que se cita a lo largo de este trabajo, a diferencia de otras edicio-
nes, al ensayo aparece denominado “La transitoriedad”.
(3) Lacan, Jacques, Seminario 17. Reverso del psicoanálisis, Bs. As., Paidós, 2008, p. 77.
(4) Hélene Cixous dice respecto de Clarice: “Lo descubre todo. Todos los movimientos para-
dójicos de las pasiones humanas, los dolorosos maridajes de los contrarios, que constituyen
la mismísima vida, el miedo y valentía (el miedo es también valentía), locura y sabiduría (la
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”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
una es la otra como la bella es la bestia), carencia y satisfacción, la sed es agua (…) Nos
descubre todos los secretos y, una a una, nos brinda las mil claves del mundo. Y también es
experiencia suprema, sobre todo hoy en día, consistente en ser-pobre a fuerza de pobreza,
o a fuerza de riqueza”. Cixous, Hélene, La risa de la medusa. Ensayo sobre la escritura, Barce-
lona, Anthropos, 1995, p. 166.
(5) Lispector, Clarice, La hora de la estrella, Madrid, Siruela, 2006, p. 14.
(6) Sennet, Richard, O declinio da homen publico, Brasil, Companhia das letras, 1993, p. 33.
(7) En un texto escrito hace muchos años y que presenté por primera vez aquí en Curitiba,
empecé a reflexionar sobre la felicidad como derecho. Ruiz, Alicia E. C.; “De la deconstruc-
ción del sujeto a la construcción de una nueva ciudadanía”, en Idas y vueltas por una teoría
crítica del derecho, Bs. As., Editores del Puerto/Facultad de Derecho (UBA), 2001.
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Alicia E. C. Ruiz
Clarice lo pone en boca de Rodrigo con todas las letras: “lo que escribo
es más que una invención, es obligación mía hablar de esa muchacha, de
entre millares de ellas. Es mi deber, aunque sea de arte menor, revelar su
vida”. (9) Y vuelve sobre la sorpresa que le causa que los demás no com-
prendan como ella, la obviedad de lo injusto: “… tampoco yo hago la
menor falta; hasta lo que escribo lo podría escribir otro”. (10)
(8) Justamente, en la apertura del Seminario 17, Lacan advierte que “... si no es en el derecho
donde se palpa de qué modo el discurso estructura el mundo real ¿dónde va a ser?”
(9) Lispector, La hora..., op. cit., p. 15.
(10) Clarice agrega irónicamente y volviendo al juego de inventar un narrador, identificarse
con él y rápidamente separarse: “Otro escritor, sí, pero tendría que ser hombre, porque una
mujer escritora puede lagrimear tonterías”, ibid., p. 15.
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”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
vez hubiese visto por primera vez una definición de clase social.
¡Pensó, pensó, pensó! Llegó a la conclusión de que en verdad
nadie la había ofendido jamás, todo ocurría porque las cosas
son como son, y no había lucha posible, ¿para qué luchar?”. (17)
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Alicia E. C. Ruiz
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”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
a los enfermos. Era desconsiderado y pensaba que la pobreza era una cosa
fea. Trabajaba para los pobres aunque detestaba tratar con ellos. Le parecían
los residuos de una sociedad muy alta a la que él tampoco pertenecía”. (26)
Perfecta alusión metonímica a una sociedad desentendida de tantos seres
a los que les duele el estómago de hambre como a la nordestina, que no
vomitan “para no desperdiciar ese lujo que era el chocolate”, (27) y que hasta
agradecen la noticia de que tienen tuberculosis pulmonar. (28)
La cuestión social y también la cuestión jurídica implicadas en la vida de
Macabea trascienden su triste y miserable destino. Son cuestiones que
comprometen y que deberían avergonzar a los que la ven con indiferencia
sobrevivir malamente. Una vez más hay que volver sobre lo que para Cla-
rice es increíble. La injusticia no es algo “igualmente obvio para todo el
mundo”, como no lo es el médico que no duda en prescribirle que coma
como corresponde. “La vida es un puñetazo en el estómago”. (29)
“Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad.
Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera.
¡Cuánto me demoré!... Había en mí, orgullo y pudor. Yo era una reina delicada”
Clarice Lispector, Lazos de familia, 1960
“–No sé bien lo que soy... Quiero decir, no sé muy bien quién soy yo. –¿Pero al menos
sabes que te llamas Macabea? –Es verdad. Pero no sé qué hay dentro de mi nombre.
Sólo sé que nunca he sido importante...” “hay un lado doloroso en la felicidad excesiva”
Clarice Lispector, La hora de la estrella, 2006
(30) Estas líneas agregadas a mi trabajo cuando estaba casi terminado son consecuencia
del intercambio de ideas y de las sugerencias de una colega, Bárbara Goldschmitt, a quien
mucho agradezco su paciencia y generosidad.
(31) Lispector, La hora..., op cit., p. 65.
(32) Lispector, ibid., p. 28.
(33) Ibid., p. 33.
116
”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
(34) Woodward Cossío, Miguel, “Clarice”, en Cuentos reunidos, Madrid, Alfaguara, 2002.
(35) Lispector, La hora ..., op. cit., p. 35.
(36) Lispector, Clarice, “Restos de Carnaval”, en Revelación de un mundo, Bs. As., Adriana
Hidalgo, 2005, pp. 61/64.
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”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
cine. (43) Pero hay más. “Ella sabía lo que era el deseo, aunque no supiese
que lo sabía. Era así: estaba hambrienta pero no de comida, era un gusto
algo doloroso que subía desde el bajo vientre y le alborotaba los pezones
y los brazos vacíos de abrazos. Se volvía dramática y le dolía vivir. Entonces
se ponía un poco nerviosa, y Gloria le daba agua con azúcar”. (44)
¿Hay felicidad más devaluada que la de Macabea? Sobrevivía con lo que
no era y con lo que no tenía. Sólo cuando “… se hizo una pregunta trági-
ca: ¿quién soy yo? Se asustó tanto que dejó de pensar por completo”. (45)
En su “irreal cotidiano (...) ella no sabía quién era y el no saber era parte
importante de su vida”, (46) y la sostenía para continuar viviendo. “La me-
canógrafa vivía una especie de nimbo aturdido, entre el cielo y el infierno.
Nunca había pensado ‘yo soy yo’. Creo que se consideraba sin derecho,
ella era un azar. Un feto abandonado en el cubo de la basura, envuelto en
un periódico. ¿Hay millares como ella? Sí, y que apenas son un azar. Pen-
sándolo bien: ¿quién no es un azar en la vida?”. (47)
Simple y modesta, le parecía bien permanecer triste, aunque nunca llega-
ba a la desesperación. Para mortificarse, se detenía ante las vidrieras que
exhibían joyas o prendas de seda, “… echaba en falta encontrarse consigo
misma y sufrir un poco en ese encuentro (...) Las más de las veces se vestía
de sí misma [y] pasaba el resto del día representando con obediencia el
papel de ser (…) ¿Y cuando se despertaba? Cuando se despertaba ya no
sabía quién era”. (48)
Quiero volver ahora, sobre el final, al carácter ambivalente de “esa cosa clan-
destina llamada felicidad” que mencionara en el primer apartado del texto.
119
Alicia E. C. Ruiz
120
”… como una mariposa blanca” (¿es que la...
tengo (…) oí una música”, dice y empieza a llorar. Era la primera vez que
lloraba. “No lloraba por la vida que le había tocado (…) creo que lloraba
porque, a través de la música, adivinaba que quizá había otros modos
de sentir, que había existencias más delicadas y hasta con cierto lujo en
el alma. Sabía muchas cosas que no sabía entender [al] sumergirse en la
vastedad del mundo musical que no necesitaba ser entendido. Su corazón
se había desbocado”. (52)
A la evocación de un brevísimo momento de felicidad —¿éxtasis?, ¿epifa-
nía?— le siguen la desolación y el llanto: conciencia de lo que no se es ni
se tiene, conciencia absoluta de lo imposible, de lo que falta sin posibili-
dad de ser completada. Cuando su voz no alcanza a entonar ni una nota
del aria de Donizzetti, queda al desnudo el inmenso vacío de ser que es
toda ella. Esa escena es infinitamente más desgarradora que la de la muer-
te de Macabea, desangrándose en posición fetal en medio de la calle.
En cambio, cuando es arrollada por el automóvil —¿azul o amarillo?— es-
taba envuelta en las palabras de Madame Carlota, a la que busca “... por
desesperación, aunque no supiese que estaba desesperada; estaba roída
hasta la miseria, con una mano atrás y otra delante”. Y la profecía le dio la
“… esperanza para la cual nunca había tenido ánimo…”. (53) Por un instan-
te alcanzó a ser un “sujeto que desea a otro arriesgándose a construir o
inventar una historia suya...”. (54)
Macabea fue Greta Garbo, o mejor Marilyn a la que tanto admiraba, y se
sintió amada por Hans y tuvo la ilusión de ser, de ser otra para siempre. (55)
Una ilusión tan leve y tan fugaz como una mariposa blanca. ¿Es que la feli-
cidad puede ser algo más que eso?
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
121
Morir bajo palabra
•
“Porque en la hora de la muerte uno se vuelve como una brillante
estrella de cine, es el instante de gloria de cada uno y se parece
al momento en que en el canto coral se oyen agudos sibilantes”
Clarice Lispector, La hora de la estrella, 2007
1. Introito interrogante
¿Quién no sintió una vez el terror de la página en blanco?
¿Quién no pensó alguna vez que la única manera de saltar la muerte sería
a través de la violencia creadora de la palabra escrita?
¿Quién, como Meursault en El Extranjero, no ha dicho: “ya basta, déjenme
ir a la cama”?
¿Quién, como el Sr. K, no ha muerto “como un can”?
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
123
Jorge E. Douglas Price
2. La culpa es mía
Sin duda La hora de la estrella (1) es un conmovedor epitafio, un testamento
literario, una petición de principios de alguien que sabe que se muere —y
que la muerte es menos absurda que la vida— y que, por tanto, vale la
pena intentar aquello que menos sabemos hacer: despedirnos con cierta
dignidad.
Clarice establece claramente desde el vamos, su culpa. La culpa de todo
el que escribe: la de copular con letras de imprenta. A las letras le debe-
mos la invención del tiempo y, en realidad, la muerte es un subproducto
del tiempo. Sin el tiempo la muerte apenas sería lo que es: la separación
de unas células.
Dice Rodrigo S. M., el andrógino narrador de la novela:
“Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy
de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres.
Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la
rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es
escribir, me moriría simbólicamente todos los días. Pero estoy
preparado para salir con discreción por la puerta trasera. He ex-
perimentado casi todo, aun la pasión y su desesperanza. Ahora
solo querría tener lo que hubiera sido y no fui”. (2)
Y para despedirse hay que decir algo lenguajeante, como dice Maturana,
que no es lo mismo que hablar, es “fluir juntos en el lenguaje”, hacernos
en el lenguaje —que es mucho más que informar, pedir, ordenar o interro-
gar, como sugiere el análisis tradicional—: lenguajeamos a través de nues-
tros cuerpos, nos convertimos en nuestras conversaciones y generamos
las conversaciones en las que nos convertimos. (3)
Como recuerda Daniel Link en su semblanza de Lispector, (4) para ella, la
hora de la muerte es la hora del lixo, de la basura, de lo que sobra, de lo
sucio y de lo que dejamos. Esto también coincide con la historia literaria
de Clarice quien declara, por entonces, querer reinventarse, abdicar de
124
Morir bajo palabra
todo lo ya escrito, empezar de cero sin recursos, sin hábitos, sin tics, “dejar
de lado el know-how” para exponerse a un nuevo tipo de ficción al que
no sabría manejar. Ella, como Ungaretti, buscaba un “país inocente”. Link
dice que:
“Fue precisamente una ética lo que hizo que el amor para Cla-
rice fuera una ascesis y un ejercicio de lo cotidiano (‘cualquier
gato, cualquier perro vale más que la literatura’) y no una palabra
asociada a alguna conversión mística: escribir columnas desti-
nadas a niñas infelices, ayudar a los soldados durante la guerra,
cuidar a sus hijos, escribir contra la ‘vida puerca’ (‘el mundo pe-
rro’): ‘Uma pessoa leu meus contos e disse que aquilo não era li-
teratura, era lixo. Concordo. Mas há hora para tudo. Há também
a hora do lixo. Este livro é um pouco triste porque eu descobri,
como criança boba, que este é um mundo cão’. (5)
Clarice sabe la paradoja de nuestra constitución: la palabra es, a la vez,
nuestro exilio y nuestro único hogar. Ella —como dice Link—, una brasile-
ña judía nacida en Ucrania, obligada por las circunstancias a rodar por el
mundo, casi una apátrida con una lengua prestada que conoce como no
la conocen “los del lugar”; tal como Kafka, como Rimbaud y como Pavese,
escribe para sobrevivir.
Así se explica que Rodrigo S. M., el narrador de La hora…, diga: “Quiero
aceptar mi libertad, sin pensar en lo que muchos creen: que existir es cosa
de locos, un caso de demencia. Porque lo parece. Existir no es lógico. La
acción de esta historia tendrá como resultado mi transfiguración en otro y
mi materialización final en objeto”. (6)
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(5) Dice Link en su nota 11 al texto que cito: “’La hora de la basura (lixo)‘ es el nombre que la
misma Clarice da a esta etapa de su obra, donde se privilegia un juego ambiguo de sublima-
ción y desublimación. Tal como ha señalado Italo Moricone, ’los textos producidos durante el
período que llamamos La hora de la basura ponen en escena los límites y la extenuación de
un proyecto de progresiva radicalización de la escritura autoreflexiva. Desde el punto de vista
estético, plantean el más espectacular de los finales, que probablemente determina todos
los demás: el fin del modernismo‘”. Ver Moriconi, Italo, “La hora de la basura”, en Página/12,
Radarlibros, Bs. As., 12/03/2000. El texto puede leerse en http://www.pagina12.com.ar/2000/
suple/libros/00-03/00-03-12/nota.htm
(6) Lispector, Clarice, op. cit., p. 21.
125
Jorge E. Douglas Price
Tanto nuestras emociones como las de los otros cambian como resultado
de nuestras palabras. Y, a su vez, nuestras palabras cambian como resul-
tado del cambio en nuestras emociones. Dice Rodrigo S. M.: “Con esta
historia me voy a sensibilizar, y bien sé que cada día es un día robado a
la muerte. No soy un intelectual escribo con el cuerpo (…) Sé que estoy
retrasando la historia y que juego a la pelota sin pelota (…) Juro que este
libro está construido sin palabras”. (7)
126
Morir bajo palabra
3. La hora de la estrella
Pero volvamos a nuestro relato. ¿Qué nos dice acerca de ello el narrador,
Rodrigo S. M.? Dice cómo es posible la disgregación del Yo, cómo nos es
posible trascender la imposición del personaje, que llamamos identidad,
y forjarnos —lenguaje mediante— diversas variaciones del “autor”, como
en la obra de Pirandello o en la de Pessoa.
¿O no es acaso Rodrigo un heterónimo? ¿Podemos pensar acaso en
actitud más salvaje? ¿En actitud más resueltamente vuelta contra eso que
llamamos “principio de realidad”, alejada de todo trascendentalismo?
¿No es este un “ensayo sobre la cordura”?
Antes de morir, Clarice decide recurrir a una vieja astucia de la emoción
frente a la razón, resuelve dejar una huella, la única compensación admisible
para soportar el absurdo. Frente a la muerte, la palabra como remedio. Fren-
te a la muerte, dar vida y muerte a un autor y a un personaje. Copular con las
letras. Es Eros rebelado frente a Tanatos, volviendo a la fuente germinal, allí
donde las generaciones pasadas desovaron sus protistas germinales.
Mantener la percepción de unidad con nosotros mismos, eso que llama-
mos identidad, es solo una función de supervivencia. Es lo que el sentido
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
127
Jorge E. Douglas Price
(10) En alusión metafórica al criterio propuesto por Herbert Hart en su obra El concepto de De-
recho, para identificar los modos de producción de: normas al interior de cada sistema jurídico.
(11) Lispector, Clarice, op. cit., p. 28.
128
Morir bajo palabra
5. El derecho al grito
Pregunto yo, dice el narrador: ¿sabría ella algún día del adiós del amor?
¿Sabría algún día de los desmayos del amor? ¿Tendría a su modo el dulce
vuelo? (13) Para su desconcierto, la nordestina encontró el grito en el lugar
menos esperado: en la soledad, allí donde podía poner la radio a todo
volumen, pedir un café soluble y tomarlo a sorbos delante del espejo sin
perderse nada de sí misma.
¿Es el espejo el lugar donde nos encontramos? ¿Así es, como dice Freud,
que reconocemos al que vamos a amar, porque se nos parece? ¿Un caso
de narcisismo que nos lleva a amarnos como si fuéramos otro, un nos-otro,
un no “otro”?
Pero Macabea era tan desprendida que solo una vez habló de sí misma. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
129
Jorge E. Douglas Price
130
Morir bajo palabra
(17) En alusión al Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, Bs. As., Emecé, 2000.
(18) Freud, Sigmund, “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen”, en Obras Completas,
t. IX, Bs.As, Amorrortu, 1999, p. 9 y ss.
131
Jorge E. Douglas Price
a Gradiva que no parece darse cuenta del peligro que se cierne sobre
ella y la ciudad, por lo que lanza un grito de advertencia, un grito que
hizo que Gradiva se volviese, pero ello continúa caminando hacia el pór-
tico del templo de Zeus y allí se reclina sobre las gradas, empalideciendo
mientras las cenizas comienzan a cubrirla. Al despertar del sueño creyó
oír los gritos de pavor de los pobladores de Pompeya. No obstante ad-
quiere la confianza de haber observado la tragedia ocurrida dos mil años
atrás. Más tarde Hanold viaja sin saber bien por qué a Pompeya. Y en sus
piedras de lava ve claramente a Gradiva caminando. Ciertos datos, como
una lagartija que se mueve cerca de su pie, dotan de sentido de realidad
a la escena. Freud dice que tal vez lo que necesite el muchacho sea un
tratamiento a fondo que lo reconduzca a la realidad, pero por ahora no
puede sino adecuar su delirio a la maravillosa experiencia que acaba de
hacer. Y aún cuando le habla ella contesta en alemán con la voz que él
imaginaba que tenía. Aquella voz que no había alcanzado a emitir dos
mil años atrás, cuando cerca del templo se quedó dormida. Él le ruega
que vuelva a hacerlo como entonces, pero ella le dirige una mirada de
extrañeza y desaparece entre las columnas del atrio: “Un momento antes
había revoloteado una bella mariposa, y él la interpreta como mensajera
del Hades para indicar el regreso a la difunta, pues expiraba la hora me-
ridiana de los espíritus”. (19) ¿Serán como esa las mariposas blancas que
Clarice coloca aquí y allá en su obra, como nos señalaba en su magnífico
texto Alicia Ruiz?
Hanold, sin recurrir al psicoanálisis y apenas con recursos de su ciencia,
golpea en la mano a Zoe, la doncella alemana a la que él llama Gradiva,
y empieza a autocurarse del delirio. Avizora, poco a poco, que se trata de
una mujer que conoció de niño, con quien jugaba y se manoteaba en los
primeros escarceos de la sexualidad. La naturaleza retorna aunque la sa-
ques con una horquilla, es la cita de Horacio que retoma Freud. (20)
Hanold comienza a salir de su delirio al liberar lo que reprimía. Ya no va-
cilaba en recordarla como una buena camarada, ella misma advertida le
dice “Que alguien deba primero morir para devenir vivo (…) Pero para los
arqueólogos ello es sin duda necesario”. (21)
132
Morir bajo palabra
(22) Braunstein, Néstor, El Goce, un concepto lacaniano, 7a ed., Bs. As., Siglo XXI, 2006, p. 13.
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Jorge E. Douglas Price
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Morir bajo palabra
(26) Losada Soler, Elena, en A. Carabí y M. Segarra (eds.), Mujeres y Literatura, Barcelona,
PPU, 1994, pp. 123/136.
(27) Lispector, Clarice, ibid, p. 18.
135
Jorge E. Douglas Price
(28) Ibid.
(29) Ibid., p. 19.
(30) Ibid., p. 21.
(31) Hay una versión exquisita de Eric Clapton para Cream.
136
Morir bajo palabra
¿Es esto la búsqueda del goce perdido? ¿Es lo mismo que buscaba
Proust?, se pregunta Braunstein en “En busca del tiempo perdido que
trata una y otra vez de la epifanía del goce por el reencuentro con el in-
cunable de su primera edición: el sabor de la magdalena hundida en una
tisana, el sonido de una breve frase musical, el tropezón por el encuentro
del pie con un par de baldosas desparejas, la tiesura al tacto de una ser-
villeta almidonada, el sonido de una cuchara que golpea contra un vaso y
que remite al viaje en ferrocarril donde un empleado golpeó con un fierro
la rueda del vagón detenido, el libro casualmente hallado en la biblioteca
y que resulta ser el mismo libro que la madre leyó al niño insomne, hoy
anciano”. (32)
¿Pudo encontrarse Clarice con su hora? Creo que sí, solo que no lo supo,
como nadie lo sabe, lo que lo hace inane. Nos vamos a despedir sin saber
si lo hemos logrado, por mi parte des-espero como Kierkegaard, y para
colmo, ni siquiera creo en su Dios vacilante y también inane.
137
Jorge E. Douglas Price
Macabea, excluida desde siempre, negada desde siempre a los goces, que
apenas si dirige contra las teclas de la máquina de escribir, recibe in extre-
mis de madame Carlota —como Antígona del ciego Tiresias— el anuncio
de su muerte escondida en un enigma. Y entre explosiones cada vez más
138
Morir bajo palabra
Una parte de mí es todo el mundo/ otra parte es nadie: fondo sin fondo./ Una
parte de mí es multitud/ otra parte extrañeza y soledad./ Una parte de mí
pesa, pondera/ otra parte delira./ Una parte de mí almuerza y cena/ otra parte
se espanta./ Una parte de mí es permanente/ otra parte se sabe de repente./
Una parte de mí es sólo vértigo/ otra parte, lenguaje./ Traducir una parte en la
otra parte/ —que es una cuestión de vida o muerte—,/ ¿será arte?”. (37)
•
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
139
Las tribulaciones del Dr. Domitilo
Las tribulaciones
del Dr. Domitilo
Carlos María Cárcova
•
Tengo el placer de presentar a uds. al Dr. Domitilo Brandao. Estoy conven-
cido de que sus reflexiones acerca del tema que nos ocupa serán del ma-
yor interés para todos y especialmente útiles a los fines de este simposio
académico. Los dejo, pues, en su muy grata compañía.
Quiero agradecer que me permitan participar de estos intercambios. He
aprendido escuchándolos y siento un poco de aflicción porque mi aporte,
definitivamente, no alcanzará el nivel de los vuestros.
141
Carlos M. Cárcova
142
Las tribulaciones del Dr. Domitilo
cribió un libro con ese título) y entonces, se las guardan para ellos. Porque,
el que sabe puede y cuanto menos sean los que sepan, más podrán los
que pueden. En fin, de todos modos, entre tantas carencias me sobran
amigos inteligentes.
Le mandé un correo a uno que tengo en Porto Alegre, que es también
jurista y filósofo, experto en cuestiones de hermenéutica y fenomenología,
y me dio una respuesta que quiero transmitirles y que me ha facilitado
algunas cosas y me ha obligado a pensar en otras. Dice mi amigo, más
o menos literalmente, que no hay punto cero del relato: su tiempo es el
tiempo del narrador, un tiempo que va siendo sido, como parece que dijo
Heidegger. Por eso, afirma, el narrador y el juez narrante (volveré sobre
esto) se insertan abruptamente en la narración.
143
Carlos M. Cárcova
Parece que la comienzan, pero ella ya había comenzado antes. Claro que,
agrega, el conocimiento reclama un punto de partida y entonces simple-
mente se lo establece: se trata de la precomprensión del mundo para al-
gunos; de la observación del observador para otros; de unas tambaleantes
conjeturas... En fin, un punto de partida que, bien mirado, resulta tan arbi-
trario como un axioma y no menos necesario.
144
Las tribulaciones del Dr. Domitilo
145
Carlos M. Cárcova
También dice: “... Esta historia exterior y explícita esta llena de secretos...”.
Volvamos, desde esta convicción, al mundo de la muertita. Ella tenía una
amiga, una compañera de trabajo, una especie de precaria confidente,
habida cuenta de lo reservada y tímida que se mostraba Macabea, en el
estrecho ámbito de sus relaciones. Me refiero a Gloria, quien no vaciló
en serle desleal y, casi por capricho, terminó seduciendo a su novio para
después recomendarle, aparentemente arrepentida de ser la causa de su
nuevo fracaso y de la pérdida de sus ilusiones, que consultara a Madame
Carlota. Establecida la cita, la única que sabía cuándo la muchacha asistiría
a la sesión era Gloria.
146
Las tribulaciones del Dr. Domitilo
A semejanza de él, pienso con frecuencia “si debería avanzar por delante
del tiempo y esbozar enseguida un final, pero yo mismo no sé todavía
cómo terminaré esto...”. Tengo a esta historia en mi vida, en el Juzgado y
en mis horas de descanso porque, como dice el narrador, “... [tengo] como
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
Si no fuera yo, como de hecho soy, una persona poco importante al lado
de la importancia que seguramente posee el narrador, me atrevería a pen-
sar que somos como “alter y ego”.
147
Carlos M. Cárcova
148
Capítulo IV
A propósito de
El mercader de Venecia
de William Shakespeare
•
Cuerpo/Cuerpos
Alicia E. C. Ruiz
Cuerpo/Cuerpos
Alicia E. C. Ruiz
Sin embargo, el estilo engaña y su aparente liviandad encubre que hay algo
más que entretenimiento, amores cruzados, ingenio y retórica. Shylock,
con su presencia, trastoca el escenario. Evoco, simplemente, la cena en
casa de Antonio —una escena imposible en la Venecia del siglo XVI, como
explicaré más adelante—: un festejo lleno de luz, de vida, de alegría, de
voluptuosidad, que la llegada de Shylock ensombrece. Un “divertimen-
to” convertido en “réquiem”. El mercader de Venecia divierte, provoca la
atención del lector o del espectador y, al distraerlo, aleja la angustia y lo
distancia de lo que está implicado en la celebración del contrato.
(1) La película El mercader de Venecia de Michael Radford (2004), insinúa, con su tono oscuro,
en los momentos centrales, el tema que me ocupa.
151
Alicia E. C. Ruiz
(2) Esta cuestión tuvo marcada influencia en la evolución de la crítica respecto de la pieza.
Harold Bloom sostiene que es “profundamente antisemita” y que la figura de Shylock causó
mucho daño a la imagen de los judíos en general.
152
Cuerpo/Cuerpos
(3) Sennett, Richard, Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, Ma-
drid, Alianza Editorial, 1994, pp. 269/270.
(4) Este desenlace subraya la ambigüedad que caracteriza a la obra en su conjunto: ¿El merca-
der de Venecia se inclina al lado de la comedia o de la tragedia? Los personajes cristianos, por
admirables que sean, tienen menos peso que Shylock. Encajan en el marco de la comedia y El
mercader de Venecia, con frecuencia, se representa como tal. La trivialización del desenlace nos
prepara para las diversas intrigas cómicas que se resuelven en el Acto V. Los cristianos triunfan,
Porcia libera a Antonio y El mercader de Venecia se convierte en una comedia costumbrista.
(5) Sennett, Richard, op. cit., p. 231.
(6) Ibid.
153
Alicia E. C. Ruiz
154
Cuerpo/Cuerpos
(10) Shakespeare, William, El mercader de Venecia, Bs. As., Losada, pp. 191/192.
(11) El gueto (originariamente significaba fundición) fue la opción espacial de Venecia para
los “cuerpos judíos impuros pero necesarios”. Ver Sennett, Richard, op. cit., pp. 246/249.
(12) Sennett, Richard, ibid., p. 241.
(13) Ibid., pp. 242/243.
155
Alicia E. C. Ruiz
156
Cuerpo/Cuerpos
balcones de los edificios que daban a los canales fueron eliminados y solo
quedaron los muros desnudos de los castillos. (17)
4. Cuerpo/Cuerpos
El temor de tocar a y ser tocado por los judíos expresa el límite de la posi-
bilidad de concebir un cuerpo común.
“No me toques” marca un límite, el límite que el hombre establece y que,
como tal, define el lugar del escándalo o del vértigo, el lugar de lo intole-
rable y de lo imposible, dice Jean Luc Nancy. (18) “Esa violenta paradoja” in-
dica una doble connotación. “No me toques” puede significar la amenaza
de una reacción violenta si el otro insiste en el acto de tocar; es una última
advertencia, una última conminación y el último límite “donde el derecho
va a ceder a la fuerza, a una fuerza que se legitimará con la violencia del
otro (…) y constituye en sí misma una incitación a la violencia”. Al mismo
tiempo “no me toques” puede significar una súplica y no una orden: “No
me toques pues no puedo soportar ese sufrimiento sobre mi llaga, esa
voluptuosidad que se exaspera hasta lo insostenible”. (19) En cualquier caso
implica contradicción, no cruzamiento, y simultáneamente contracción, re-
tracción y atracción.
Antonio se ha comprometido, en última instancia, a satisfacer la deuda a
pagar con su carne. Cuando es evidente que no podrá cumplir la obliga-
ción contraída, la literalidad del contrato hace correr un escalofrío por la
espalda de los espectadores. Es el cuerpo de Antonio el que fue dado en
garantía. ¿Es el cuerpo de un hombre en términos de universalidad?
Sería bueno distinguir, siguiendo la comedia, el cuerpo de Antonio de
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
otros cuerpos.
La privación de una libra de carne de Antonio atenta contra un cuerpo que
no es cualquier cuerpo. Es el cuerpo de un ciudadano de Venecia rico, no-
ble, reconocido, que goza de respeto, de prestigio y de impunidad; como
queda exhibido a lo largo de toda la pieza, es el cuerpo de un hombre que
insulta, escupe, ejerce violencia sobre el cuerpo de otro hombre, sin que su
conducta produzca escándalo y solo porque ese otro hombre es un judío.
157
Alicia E. C. Ruiz
158
Cuerpo/Cuerpos
“¿No tiene ojos un judío? ¿No tiene un judío manos, órganos, pro-
porciones, sentidos, emociones, pasiones? ¿No se alimenta con
la misma comida? ¿No lo hieren las mismas armas, no está sujeto
a las mismas enfermedades, no se cura por los propios medios,
no lo enfría y lo acalora el mismo invierno y el mismo verano que
a un cristiano? ¿Si nos pincháis no sangramos? Si nos hacen cos-
quillas ¿no nos reímos? Si nos envenenáis ¿no nos morimos?...”. (23)
(20) Agamben, Giorgio, Lo abierto. El hombre y el animal, Valencia, Editorial Pre-textos, 2011, p. 52.
(21) Ibid., p. 52.
(22) Ibid., p. 53.
(23) Shakespeare, William, El mercader de Venecia, Bs. As., Losada, pp. 160/161.
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Alicia E. C. Ruiz
(24) Butler, Judith, Vida Precaria. El poder del duelo y la violencia, Bs. As., Paidós, 2006, p. 59.
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Cuerpo/Cuerpos
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El interés de la deuda
El interés de la deuda
Jorge E. Douglas Price
(1) Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral. Segundo Tratado, Madrid, Edaf, 2000, p. 103.
Por otra parte, puede anotarse que en alemán deuda y culpa pueden decirse igual: schuld.
(2) Nietzsche, Friedrich, ibid., p. 100.
165
Jorge E. Douglas Price
(3) De Giorgi, Raffaele, “Roma como memoria da evolução”, en Direito, Tempo e Memória,
Guilherme Leite Gonçalves (trad.), São Paulo, Quartier Latin, 2006, p. 75. La traducción al
español me pertenece.
166
El interés de la deuda
Es que toda deuda genera un interés y hay interés en generar una deuda.
La creación de la relación de deuda, del sentimiento de culpa y del re-
mordimiento está en la base de la creación simbólica de la obligación, en
suma, en la base de la creación simbólica del poder.
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Jorge E. Douglas Price
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El interés de la deuda
(6) De Álzaga, Agustina, Araujo, Martina y Trussi, Martín, El fin de la condena a la tasa de
interés, Universidad del Cema, Cursos de Historia del Pensamiento Económico, 2002, p. 2.
(7) Ibid, p. 3.
169
Jorge E. Douglas Price
La historia de Shylock, Antonio y Venecia está envuelta por esta matriz his-
tórica. Desde ella podemos leer la primera y más dramática de sus varias
historias entrecruzadas: la de la frustrada venganza de Shylock.
3. El “chivo emisario”
La venganza de Shylock se inscribe en la creación de la deuda de Antonio.
Pero esta venganza no es la venganza de uno que ha sido accidentalmente
ofendido por un ofensor malvado o descuidado. Shylock es ofendido por
Antonio desde el fondo de la Historia, es ofendido en memoria de la Histo-
ria, conscientemente ofendido en el núcleo mismo de esa Historia, de esa
memoria, que los partidarios de las religiones monoteístas se han creado.
170
El interés de la deuda
(8) Freud, Sigmund, “Moisés, su pueblo y la religión monoteísta”, en Obras Completas, t. XXIII,
Bs. As., Amorrortu, 2001, p. 61.
(9) Freud, Sigmund, ibid, pp. 62 y 63.
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(10) Donación de Constantino (latín: Donatio Constantini): Decreto imperial apócrifo atri-
buido a Constantino I según el cual, al tiempo que se reconocía al Papa Silvestre I como
soberano, se le donaba la ciudad de Roma, así como las provincias de Italia y todo el resto
del Imperio Romano de Occidente. La autenticidad del documento fue puesta en duda ya
durante la Edad Media. Pero fue el humanista Lorenzo Valla quien en 1440 pudo demostrar
definitivamente que se trataba de un fraude de la curia romana: a través del análisis lingüísti-
co del texto demostró que no podía estar fechado alrededor del año 300.
(11) “... Junto con todos los magistrados, con el senado y los magnates y todo el pueblo
sujeto a la gloria del Imperio de Roma, nos hemos juzgado útil que, como San Pedro ha
sido elegido vicario del Hijo de Dios en la tierra, así también los pontífices, que hacen las
veces del mismo príncipe de los Apóstoles, reciban de parte nuestra y de nuestro Imperio
un poder de gobierno mayor que el que posee la terrena clemencia de nuestra serenidad
imperial, porque nos deseamos que el mismo príncipe de los Apóstoles y sus vicarios nos
sean seguros intercesores junto a Dios“. Fragmento del texto La refutación de la Dona-
ción de Constantino. Ver Biosca, Antoni (ed.), Refutación de la Donación de Constantino,
Madrid, Akal, 2011.
171
Jorge E. Douglas Price
Los judíos, cuya ley sagrada permite prestar a usura a los extranjeros,
pueden cumplir con esta función. Así, al mismo tiempo resuelven el
problema económico y el político, podrá hacérselos responsables a las
lacras que ello genere y transformarlos, de aquí en más, en los chivos
emisarios del capitalismo incipiente. La matriz genética del holocausto
está en marcha.
Los cristianos actúan frente a los judíos como los miserables a los que
alojaba Viridiana para pagar su propia culpa (la de Viridiana y la de los cris-
tianos). Ellos necesitan hacer del acreedor su chivo emisario; aborrecerlo,
mancillarlo y descalificarlo para ignorar una deuda que no puede pagarse
porque “no se quiere pagar”. Freud dice en “Más allá del principio de
placer”: “Se conocen individuos en quienes toda relación humana lleva
a idéntico desenlace: benefactores cuyos protegidos (por disímiles que
sean en lo demás) se muestran ingratos pasado cierto tiempo, y entonces
parecen destinados a apurar entera la amargura de la ingratitud…”. (12) Es
que el ser humano no quiere verse como deudor, aunque la sociedad lo
constituya como tal para constituirse como sociedad. El malestar en la
cultura y de la cultura no es otro que este.
Parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz, podría decirse: “cristianos ne-
cios que acusáis a judíos sin razón, sin ver que sois la razón de lo mismo
que culpáis”.
En esta función económica (en el doble sentido económico y psicológi-
co) sin duda se puede hallar el mito del judío prestamista, implacable y
avariento, que recoge la tradición europea y que lleva a Marlowe a pre-
sentar a su Judío de Malta, como un personaje tan grotescamente ruin
que mueve a risa.
Shakespeare, en cambio, crea un personaje insondablemente “humano”.
Un personaje que da un grito de alerta: entre los pliegues de Shylock, el
bardo inglés profiere una lección que lejos está de la superficial acusación
de antisemitismo de la que, de tanto en tanto, es objeto esta obra. Mirada
desde esta perspectiva, la historia de El mercader de Venecia muestra im-
placablemente cómo un “perro judío” es humillado, estafado y despojado
por una argucia tan innoble como astutamente “sofística”, dirían los plató-
nicos, desde del poder constituido por los nobles cristianos.
(12) Freud, Sigmund, “Más allá del principio de placer”, en Obras Completas, t. XVIII, Bs. As.,
Amorrortu, 2001, p. 21.
172
El interés de la deuda
nea, con un retruécano de Shylock que más parece una simple letanía que
una respuesta, el dramaturgo de Stratford-upon-Avon pone en escena el
concepto central de la génesis de la deuda.
“Basanio: Como os dije, Antonio va a quedar ligado a la obligación y
Shylock responde: Antonio va a quedar ligado, bien”. (13)
En la sutileza de hacer desaparecer la palabra “obligación” de la res-
puesta está toda la profundidad del drama que se avecina. Antonio ya no
quedará ligado a “una” obligación sino ligado a Shylock. La sutileza se
(13) Shakespeare, William, El mercader de Venecia, Pablo Ingberg (trad.), Bs. As., Losada, 2000,
Acto I, Escena III, p. 71.
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El interés de la deuda
(17) Según la nota de Ingsberg se trata de una alusión al Evangelio según San Lucas, XVIII,
9, 14, en el que se opone la arrogancia del primero a la simplicidad del segundo.
(18) Shakespeare, William, op. cit., pp. 74 y 75.
(19) Ibid., Acto I, Escena III, p. 82.
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El interés de la deuda
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Jorge E. Douglas Price
5. El grito
Por eso Shylock quiere la carne de Antonio, porque es “noble”, porque es
“gentil”, para saciar su sed de venganza. Con él, con Antonio, que acos-
tumbraba a llamarle usurero; con él, que acostumbraba a prestar dinero
sin interés, “por cortesía cristiana”; por eso es a él a quien dice: “que se
fije en su obligación”. (28)
Por eso, cuando Salarino insinúa que finalmente no será capaz de cortar
la libra de carne y le pregunta para qué le serviría, la respuesta de Shylock
contiene el grito más consistentemente humano, más universal e igualita-
rio que se pueda encontrar en las obras de Shakespeare:
“De carnada para peces; si no alimenta ninguna otra cosa, va
a alimentar mi venganza. Me ha infamado, y me ha impedido
ganar medio millón, se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado
de mis ganancias, ha insultado a mi nación, me ha frustrado ne-
gocios, ha enfriado a mis amigos, acalorado a mis enemigos, ¿y
por qué razón? Porque soy judío. ¿No tiene ojos un judío? ¿No
(27) Von Ihering, Rudolph, “La lucha por el Derecho”, en Estudios Jurídicos…, Bs. As., Helias-
ta, 1974, p. 56.
(28) Shakespeare, William, op. cit., p. 160.
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El interés de la deuda
(29) Shakespeare, William, ibid, pp.160/161. El traductor acota que Marlowe le hace decir a su
personaje equivalente, Barrabás: “Tal vida los judíos llevamos adelante,/Y con razón, pues
hacen lo mismo los cristianos” (El judío de Malta, V. ii).
(30) Nietzsche, Friedrich, op. cit., p. 107.
(31) Ibid.
179
Jorge E. Douglas Price
La paradoja es que Antonio y Shylock son hijos del mismo Dios. Sus
pueblos inventaron la misma religión con dos versiones del mismo libro.
Shakespeare lo deja ver a cada paso, como podía hacerlo un dramaturgo
del siglo XVI, burlándose con sutil ironía de ello, hace que ambos despre-
cien recíprocamente el método de prosperar de cada uno, y el espectador,
el de los dos. Antonio dice que no da ni toma dinero a interés, a “usura”.
A lo que Shylock responde con el ejemplo de Jacob y la estratagema de la
crianza de ovejas de Labán. El diálogo entre Shylock y Antonio circunscri-
be entonces toda la trama central de la obra:
180
El interés de la deuda
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Jorge E. Douglas Price
•
182
Porcia y la función paradojal del derecho
Carlos M. Cárcova
Porcia y la función
paradojal del derecho
Carlos María Cárcova
1. Derecho y narratividad
Los estudios jurídicos se han visto enriquecidos, en las últimas décadas,
por los aportes de otras disciplinas, superando así su aislamiento tradi-
cional. Esos aportes provinieron de los lugares más variados: la lógica, la
teoría de los juegos, la antropología cultural, la sociología o la lingüística.
183
Carlos M. Cárcova
De modo que las narraciones acerca del derecho no solo permiten su mejor
conocimiento, sino que constituyen, al mismo tiempo, un mecanismo que
habilita la comprensión de otras dimensiones de la intersubjetividad. Ellas
representan, de ese modo, formas de autoreflexividad social, histórica y hu-
mana. Así lo perciben muchos autores divulgados en este tiempo. Marta
Nussbaum, por ejemplo, en su conocida obra Justicia Poética o el prestigio-
so Edgar Morin, cuando afirma:
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Porcia y la función paradojal del derecho
185
Carlos M. Cárcova
(3) García Amado, Juan Antonio, “Sobre los modos de conocer el derecho”, en Doxa, nº 11,
Madrid, 1992, v. nota 10.
186
Porcia y la función paradojal del derecho
(4) Ver “Derecho, relato y conocimiento”; “Sobre el razonamiento judicial”; “Ficción y verdad
en la escena del proceso”. Estos ensayos han sido publicados en distintos medios especia-
lizados. Junto con otros de mi autoría, fueron editados en el mes de septiembre de 2007,
fueron publicados bajo el nombre, Las teorías jurídicas postpositivistas (Bs. As., Lexis-Nexis,
2007). Bs. As., Lexis-Nexis.
(5) Por razones didácticas propongo una breve síntesis. Se cuenta la historia de Antonio, rico
mercader de Venecia, generoso con sus amigos y en especial con el joven Basanio, a quien
distingue sobremanera, al punto de haberle prestado fuertes sumas de dinero que Basanio
ha dilapidado de manera irresponsable. Procurando corregir su vida disipada y devolver el di-
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
nero a Antonio, el joven intentará la conquista de una bella y rica heredera. Sin embargo, para
ese propósito necesita una cuantía importante y se la pide a Antonio, quien no cuenta con
el efectivo, pues su capital líquido se encuentra invertido en varias naves fletadas con fines
comerciales. En cambio, ofrece su crédito. Su capacidad de hombre rico para endeudarse. Es
allí cuando aparece Shylock, un prestamista judío sistemáticamente despreciado por Anto-
nio. El judío adelanta el dinero requerido por Basanio, contra un pagaré de Antonio que de-
berá ser levantado a plazo cierto. En el supuesto de que el mismo se venciera y la obligación
no fuera atendida en término, se pacta una cláusula penal por la que Shylock podrá apropiar-
se de una libra de carne del deudor. Basanio conquista finalmente el corazón de Porcia, la
rica heredera, y contrae con ella matrimonio. Pero antes de la consumación llega la noticia de
que las naves de Antonio han sufrido distintos accidentes y no llegarán a puerto. Por lo tanto,
el mercader no puede pagar su deuda y el judío exige el cumplimiento literal de la ley. Porcia
aporta los fondos para pagar, doblada, la deuda y, con ellos, parte Basanio. A pesar de ello,
previendo la contumacia de Shylock, Porcia viaja a Venecia y asume el papel (transvertido) de
un distinguido jurisperito que deberá decidir sobre la validez de las convenciones estipuladas
y dictaminar sobre el modo legal de resolver el entuerto. Allí lucirá su astucia para redimir al
condenado y condenar al acreedor, dando final feliz y aleccionador a la obra.
187
Carlos M. Cárcova
inglés, había escrito algún tiempo antes, El judío de Malta. Ese texto tam-
bién inspiró a Shakespeare. Sin embargo, en ninguno de tales preceden-
tes se alcanza la profundidad y la sutileza que El mercader... posee para
exponer las dilemáticas polaridades que constituyen el telón de fondo
en el que la historia se proyecta: justicia o venganza; seguridad jurídica o
equidad; ritualidad o sentido; forma o argumento. Con su maestría habi-
tual, el autor construye el relato valiéndose de dos grandes recursos: en
primer lugar, el juego de distintas polaridades, de diversas dicotomías,
que operan como especies de las citadas anteriormente y que se encar-
nan, a veces, en los propios personajes: Antonio y Shylock; Basanio y Por-
cia; Porcia y Shylock o que se representan mediante otros contrapuntos:
judíos y cristianos; apariencia y realidad; (6) bien y mal. En segundo lugar,
por lo que podríamos denominar “la ocurrencia de la paradoja”.
Para sintetizar, una clave de lectura posible para este complejo entramado
de historias que se superponen e interceptan podría sintetizarse en los
términos contrapunto y paradoja. Al decir de Pedro Talavera, (7) de entre
esas variadas historias, dos son las principales: la de la conquista de Porcia
por parte de Basanio y la de la venganza de Shylock. Si bien se obser-
va, ambas finalmente resultan paradojales. Es Porcia más activa, más sutil,
más inteligente, más audaz y más decisiva en el relato que su desleído
pretendiente; la venganza de Shylock, impía, sorda, implacable, solo tiene
una víctima: el propio Shylock.
En estos apuntes, en donde acudo a la paradoja en clave eurística, tengo
por propósito principal sostener la idea de que la función del derecho, en
particular en las formaciones capitalistas, es de naturaleza paradojal. Ya a
principios de los 90 había planteado esa perspectiva de análisis apoyándo-
me, en lo sustancial, en una teoría de la ideología actualizada por el estruc-
turalismo y en una teoría del poder como relación y no como instrumento, a
la manera en que fuera formulada por Michel Foucault. Tal propuesta dirigía
una dura crítica tanto al mecanicismo marxista como a la pretendida “neu-
tralidad” de la sociología empírica o funcionalista. Mi argumento aquí es
que Porcia entendió el asunto unos cuantos siglos antes y, apoyándose en
esa inteligencia, hizo, ahora sí, un “uso alternativo del derecho”.
(6) Es esta antinomia la que enfatiza, en clave interpretativa, el muy interesante texto de
Pedro Talavera, en el capítulo IV —dedicado a la obra en análisis— de su libro Derecho y
Literatura, Granada, Comares, 2006.
(7) Ver Talavera, Pedro, ibid.
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Porcia y la función paradojal del derecho
comercio. Solo quedaba para ellos, que vivían en una especie de ghetto,
en una isla vecina conocida como “la Giudecca”, hacer aquello que a los
cristianos les estaba vedado por la censura del Evangelio, esto es, prestar
dinero a interés (o la usura, para la terminología de ese tiempo). Las leyes
de Venecia eran, por otra parte, tan inflexibles como el judío prestamista.
A efectos de consolidar la confianza de los capitales extranjeros que se
invertían en el Rialto, las normas eran implacables con los deudores moro-
sos o insolventes, puniéndolos con latigazos, cárcel, subasta de todos sus
bienes, incluidos mujer, hijos, criados, etc. La situación de los judíos en la
Inglaterra de Shakespeare era bien distinta a la de la República de Venecia,
la Serenísima. Ya casi no existían los de esa raza, luego de haber sido ex-
pulsados en 1290, por el rey Eduardo I. Antes de esa fecha habían tenido
189
Carlos M. Cárcova
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Porcia y la función paradojal del derecho
191
Carlos M. Cárcova
(10) “Tabla III - De la Ejecución en caso de confesión o condena”, en Costa, José Carlos,
Manual de Derecho Romano Público y Privado, Bs. As., Lexis-Nexis, 2007.
(11) Ver Hoyos Muñoz, José, Fantasías jurídicas en El Mercader de Venecia”, Medellín, UPB, 1998,
p. 28 y ss.
(12) Para seguir con la literatura, la situación que describo está brillantemente reflejada en la
novela de Arturo Pérez Reverte, Corsarios de Levante, quinta entrega de la serie dedicada a
narrar las aventuras del Capitán Alatriste, que viene publicando en España, la Editorial Alfaguara.
192
Porcia y la función paradojal del derecho
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Carlos M. Cárcova
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Porcia y la función paradojal del derecho
(13) Foucault, Michel, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Madrid, Siglo XXI, 1976.
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Carlos M. Cárcova
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Porcia y la función paradojal del derecho
(14) Poulantzas, Nicos, Estado, poder y socialismo, Madrid, Siglo XXI, 1980.
(15) Konder, Leandro, O futuro da filosofía da práxis: o pensamento de Marx no século XXI,
Sao Paulo, Paz y Terra, 1992.
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Carlos M. Cárcova
(16) Ascarelli T, “Letteratura e diritto. Antigone e Portia”, Teoria del Diritto e dello Stato.
Rivista europea di cultura e scienza giuridica, 2004.
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Porcia y la función paradojal del derecho
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Capítulo V
A propósito de
El proceso
de Franz Kafka
•
La paradojalidad del derecho y el lugar del juez
Alicia E. C. Ruiz
La paradojalidad
del derecho y el lugar
del juez
Alicia E. C. Ruiz
•
“Nuestra cultura se caracteriza por la palabra ‘progreso’.El progreso es una forma,
no una de sus propiedades.Es típicamente constructiva, su actividad consiste en erigir
una estructura cada vez más compleja... a mí no me interesa levantar un edificio, sino
más bien ver con claridad ante mí los fundamentos de los edificios posibles”
Ludwing Wittgenstein, Pensieri Diversi, 1980
1.
Alguien debió difamar a Joseph K. y “sin que hubiera hecho nada malo”
fue arrestado. (1)
203
Alicia E. C. Ruiz
A partir de aquí poco importa quién es, qué hizo, qué omite, en qué se
equivoca alguien que, como K., es sometido a proceso. Ni K. ni nosotros
sabremos cuál fue su culpa y cuál el crimen que se le imputaba.
Antes de morir, K. se pregunta dónde estaba el juez al que vio una sola vez
en la primera indagatoria, dónde el Alto Tribunal al que nunca pudo lle-
gar. Sin embargo, curiosamente no duda de que el juez y el Alto Tribunal
existen. Tal vez porque, como él mismo reflexiona al ser detenido, vive en
un estado de derecho donde reina la paz y todas las leyes se mantienen
vigentes, aunque es ínfimo lo que sabe K. acerca de los tribunales.
El diálogo que mantiene con los guardianes está cargado de sugerencias.
Ellos afirman que no hay error alguno en el modo en que opera la justicia,
que sus instancias por lo poco que saben de ellas “no buscan la culpabili-
dad en la población, sino que —como dice la Ley— son atraídas por dicha
culpabilidad, y tienen que enviarnos a nosotros, los guardianes”.
“Esto es la ley... ¿Dónde podría haber un error?
– No conozco esa ley –dice K.
– Tanto peor para usted –le responde el guardián.
– Acaso [esa ley] existe tan solo en sus cabezas –dijo K., quien
intentaba meterse en los pensamientos de los guardianes, utili-
zarlos en su beneficio o situarse en ellos.
El guardián dijo, rechazándolo:
– Ya la sentirá —Y luego comentó con su compañero, casi iróni-
camente: ... él no conoce la ley y afirma, al mismo tiempo, que
es inocente—”. (2)
K. clama por el juez y por el Alto Tribunal en los que cree, pero a los que
nunca accede. Cree en esa institución destinada a arrestar inocentes, ini-
ciar procedimientos absurdos y, en general, desprovistos de resultados.
Una institución que no tiene un lugar fijo, ni límites definidos, y con la que
tropieza en los lugares más inesperados.
Una conclusión apresurada de la novela podría ser que no hay procedi-
miento, ni juez, ni derecho (cualquier cosa que este sea), sino únicamente
coacción y muerte, puro poder.
(2) Ibid., p. 9.
204
La paradojalidad del derecho y el lugar del juez
2.
Voy a intentar otra lectura. El proceso propone, a mi entender, una ex-
traordinaria síntesis de cómo el derecho moderno se instala y construye el
imaginario social.
El dispositivo del poder tiene como elemento constitutivo la violencia y
ese dispositivo se frustraría si no pudiera estar articulado con el discurso
del orden y el imaginario social. Son este discurso y este imaginario los
que reactualizan la fuerza y la convierten en poder, en un poder socialmen-
te transmisible. La transformación de la violencia en poder marca una dife-
rencia cualitativa y no de grado, al punto de que la presencia del poder se
impone aunque la violencia esté ausente. (3)
En otros términos, una búsqueda de la genealogía del poder —genealo-
gía en el sentido nietzscheano de la palabra— en el mundo del derecho
conduce a la violencia. El estado moderno monopolizó el legítimo ejer-
cicio de esa violencia, a la que el derecho alude como actos de fuerza.
Pero siempre detrás de las múltiples formas en que el poder se manifiesta
está la violencia desnuda, que el derecho disfraza. Esa violencia es deter-
minante del poder, aunque no se actualice de manera permanente en su
ejercicio, y esa relación inescindible entre derecho y violencia solo está
preservada mientras no se la exhiba permanentemente.
La ejecución de K. en manos del verdugo es violencia a cara descubierta,
aunque disimulada bajo la forma de la aplicación legítima del castigo, que
ocurre en un momento y en un tiempo determinados. En el derecho mo-
derno la muerte juega sus propios simbolismos. Es el último síntoma del
poder que el discurso mantiene oculto. La muerte de K. expresa el carác-
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(3) Ver Marí, Enrique E., “Racionalidad e imaginario social en el discurso del orden”, en Pape-
les de Filosofía, Bs. As. Biblos, 1993.
(4) Ver Ruiz, Alicia E. C., “La ilusión de lo jurídico”, en Materiales para una teoría crítica del
derecho, Bs. As., Abeledo-Perrot, 1991.
205
Alicia E. C. Ruiz
206
La paradojalidad del derecho y el lugar del juez
– No todos piensan como usted –dijo K.–; yo, por ejemplo, tam-
bién estoy acusado, pero es tan cierto como que quiero salvar-
me que no he presentado una solicitud de pruebas, ni empren-
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
dido ninguna otra cosa de esa clase. ¿Considera, pues, que eso
es necesario?
207
Alicia E. C. Ruiz
208
La paradojalidad del derecho y el lugar del juez
3.
Trataré ahora de tomar distancia del texto de Kafka, de superar la sen-
sación de encierro, de imposibilidad de salir del oscuro mundo de la
institución judicial para intentar jugar al hermoso y frágil juego de la
teoría, (11) sin la pretensión de formular un modelo teórico omnicom-
prensivo del discurso jurídico.
209
Alicia E. C. Ruiz
(12) Resta, Eligio, La certeza y la esperanza. Ensayo sobre el derecho y la violencia, Bs. As.,
Paidós, 1995, p. 16.
(13) Ibid., p. 16.
(14) Benjamin, Walter, El origen del drama barroco alemán, Madrid, Taurus, 1981.
210
La paradojalidad del derecho y el lugar del juez
211
Alicia E. C. Ruiz
4.
A esta altura se vuelve necesario que nos preguntemos, como se lo pre-
gunta Joseph K., dónde está el juez, cuál es el lugar que ocupa en este
discurso que no puede despegarse de la violencia, que la incorpora y la
asume sin admitirlo. “El juez ocupa el lugar de la decisión e impide que lo
paradójico de la decisión aparezca y denuncie que la razón por la que se
decide lo que es o no conforme a derecho es una paradoja”. (20)
212
La paradojalidad del derecho y el lugar del juez
213
Se presume culpable
•
“… no se podrá explicar esos textos, que no son alegoría de una doctrina,
sino la alegoría de un enigma (…) Son muy esotéricos, en el sentido de que
comentarlos para encontrar en ellos una explicación será siempre pueril”
René Marill Albérès - Pierre de Boisdeffre
(1) Este trabajo no hubiera podido ser “hecho”, antes que escrito, sin las observaciones
psicoanalíticas y las lecturas críticas de Verónica Murias, mi esposa, a quien debo gratitud
también por esto.
(2) Kafka, Franz, El proceso, Bs. As., Colihue Clásica, 2005, p. 3. El resaltado me pertenece.
215
Jorge E. Douglas Price
(3) Freud, Sigmund, ”Moisés y la religión monoteísta“ en, Obras Completas, t. XXIII, 2ª ed.,
6ª reimpr., Bs. As., Amorrortu, 2001, p. 78 y ss.
(4) En alusión al término utilizado por Freud, según el diccionario de Psicoanálisis de Laplan-
che-Portalis, en su segunda teoría del aparato psíquico, como: “instancia de la personalidad
que resulta de la convergencia del narcisismo (idealización del yo) y las identificaciones con
los padres, sus subtipos y los ideales colectivos. Como instancia diferenciada, el ideal del yo,
constituye un modelo al que el sujeto intenta ajustarse”.
216
Se presume culpable
sentencia.
Kafka muestra la constitución y destitución (confirmación-desconfirma-
ción) de la persona de K como la de cualquier persona, lo que recuerda
que para el sistema lo importante es castigar de vez en cuando para man-
tener la necesaria cuota de terror, no quien sea efectivamente castigado.
Por eso, el apellido del personaje queda reservado aunque irónicamente
la inicial evoque a la del propio Kafka.
(5) Ese apunte lo proporciona en la misma edición citada, como nota sobre el texto (ver
p. LVII y LVIII), el autor de una cuidadosa y profunda Introducción, Miguel Vedda, especialista
en literatura alemana, investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica (CONICET) y
de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA).
217
Jorge E. Douglas Price
3. La producción de culpa
El proceso de K es un episodio más de la producción de un sistema que si
bien tiene símbolos externos evidentes (policías, jueces, sentencias), ocul-
ta, invisibiliza su cimiento más fuerte, su más preciado secreto: la culpa.
Nos dice Giacinto Coutinho en la convocatoria a este Seminario: “recuér-
dese la función esencial que el concepto de culpabilidad asume por ante
la dogmática penal de la teoría del crimen y se tendrá clara la magnitud
del problema. Delante de él, con un mínimo de sensibilidad (tuertos que
están los conceptos de lucidez y discernimiento a los que estamos habi-
tuados), procesemos la culpabilidad”.
Pero la culpa de Joseph K es algo más inasible, dice la Sra. Grubach, la
locadora del departamento donde vive K: “Usted está arrestado, pero no
como es arrestado un ladrón, eso es malo; pero este arresto… Se me ocu-
rre que es algo erudito (…) se me ocurre que es algo erudito que sin duda
no entiendo, pero que tampoco debo entender”, (6) a lo que K responde
que, en efecto, no es algo siquiera erudito, sino algo inexistente.
Y así lo denuncia Kafka con sarcasmo, cuando el Juez de Instrucción le pre-
gunta a K “si es un pintor de brocha gorda”, pregunta formulada como afir-
mación, K le responde que aquello en lo que se ve envuelto no es un proce-
dimiento, porque un procedimiento lo es solo si se lo reconoce como tal. (7)
Kafka ridiculiza en este punto la forma típica del interrogatorio judicial lla-
mado sarcásticamente absolutorio, interrogatorio originado en las formas
de la prueba de la inquisición, en el quid como advertiría Foucault, (8) basado
en el perverso propósito del sistema de hacer confesar, de ahorrarse el cos-
toso trabajo de declarar la culpabilidad y tener que argumentar sobre ella, a
riesgo de advertir que para culpar a alguien primero hay que omitir toda re-
ferencia al sistema que lo obliga a hacer aquello por lo cual luego lo culpa.
Podríamos aquí parafrasear a Sor Inés de la Cruz: “Hombres necios
que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la razón de lo mismo que
culpáis”; (9) sustituyamos hombres por sistema y mujer por prójimo, y ten-
dremos transmutada la denuncia.
218
Se presume culpable
Cuando Joseph K, al ser arrestado, se aferra a pensar que todo tal vez sea
una broma de sus compañeros de oficina, lo hace, pues los guardianes
que irrumpían en su pieza no se diferenciaban demasiado de unos “es-
tibadores de esquina”. Esta casi absurda referencia, en realidad, enuncia
la pregunta por el sistema en toda su hondura: ¿cómo diferenciar, si es
que se diferencian, a los agentes del sistema de los asaltantes o de los
bromistas?
Esta idea, astutamente kantiana, se repite: tal como a veces sugieren los
uniformes de las funciones del Estado, en el universo de Kafka falta corres-
pondencia entre el aspecto externo y la función, nada ni nadie es lo que
parece. Así, los culpables son considerados culpables por algún signo en
la postura de los labios, un eco lombrosiano que perfila la atrocidad del
holocausto.
ahora, puede valerse de las mismas estratagemas de los sin ley: se es-
conde, se disfraza, espía, actúa furtivamente, miente, seduce, corrompe.
Notoria es la gama de instituciones que, recientemente, al amparo de la
influencia del benthamismo rampante del imperio hegemónico, se adop-
tan para hacer más “eficiente” la actividad policial del Estado: agentes
encubiertos, recompensas, negociaciones de pena, etc.
Pero todo esto, con su atrocidad, es solo anecdótico; no deja de ser una
discusión en la misma Tierra Prometida, sostenida por el mito fundante de
esa tierra: la idea de culpa.
(10) Hart, H. L. H., El concepto de derecho, 2ª ed., Bs. As., Abeledo-Perrot, 2004.
219
Jorge E. Douglas Price
Pero, ¿qué hay si no hay culpa? ¿Puede haber Estado sin culpa, Iglesia sin
culpa, funcionarios sin culpa? En suma, ¿puede haber Ley o ley sin culpa?
Si el Estado es un subrogado del Padre asesinado por la horda primitiva, si
Dios es otro subrogado nacido del mismo crimen, ¿cómo es que actúa la
culpa a favor de los subrogantes?
Como recuerda Miguel Vedda, todos los acusados están doblados sobre
sí, infinitamente culpables antes de ser sentenciados. El sujeto clásico kaf-
kiano está doblado o acostado, como Gregorio Samsa (11) (con la manzana
del pecado original incrustada en la espalda, obligado a asumir la postura
de insecto) o como el campesino que en la leyenda “Ante la ley” va incli-
nándose hacia el suelo a medida que pasan los años. (12)
5. El absurdo
Las oficinas del tribunal se encuentran en una casa de alquiler, posible-
mente porque los funcionarios se han arrojado sobre los fondos públicos
antes de que fueran empleados con finalidades judiciales, la citación se ha
cumplido en día domingo, día en que el ujier es enviado por costumbre
a realizar notificaciones inútiles. El lugar donde el juicio ocurre aparece
como de una desnuda pobreza, una austeridad oscura y gris. Incluso el
momento de la semana del juicio ocurre fuera del ambiente habitual —la
semana laboral—, donde la seguridad de lo “familiar” parece llevarnos
ilusoriamente a alguna parte.
El absurdo se abre en la novela como un pozo abisal, a cada paso, para
destruir la fachada a la que obliga la existencia, contrariando el self. (13)
La atmósfera se vuelve irrespirable por la gran circulación de acusados y el
aire no es más que una parte de la sensación de naufragio, dice K:
“Creía estar en un barco que se encontraba en medio de un
violento oleaje. Para él, era como si el agua se precipitara contra
las paredes de madera, como si desde lo profundo del pasillo
llegara un bramido, como de agua que se precipita; como si el
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Se presume culpable
7. El Estado de derecho
¿De qué clase de hombres se trataba? ¿De qué hablaban? ¿A qué
institución pertenecían? “K vivía, sin embargo, en un Estado de derechos;
en todas partes dominaba la paz y todas las leyes se mantenían vigentes,
¿quién se atrevía a tomarlo por sorpresa en su departamento?”. (19)
La advertencia no es menor, la novela no ocurre en una de nuestras patéti-
cas y trágicas dictaduras, donde la ficción se volvería mero costumbrismo,
ocurre allí donde se dice que esto no ocurre: en el Estado de derecho.
Ocurre en el espacio normal de un estado normal, allí donde una conjura-
ción corrupta o un simple error pueden perder en los laberintos de la ley a
una persona, “desconfirmándola” hasta el punto de la muerte o la locura.
Solo la Ley parece erguirse frente a esta sinrazón, la apelación a la Ley
—que es otro recurso del Estado de derecho— aparece como el hilo de
salida para estos Teseos desventurados. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
Pero, ¿qué es la Ley? ¿Dónde está la Ley? ¿Por qué buscar la Ley, si en el
fondo el sistema me instituye culpable de una vez y para siempre?
Todo parecido con los Libros Fundadores no es pura coincidencia.
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10. La perdición
Los clientes del abogado de pobres debían sentirse perdidos allí. Esta sen-
sación de perdición es la que campea todo el proceso, y “perdición” es la
palabra bíblica que resume la condición después del pecado original. (24)
El cuadro del juez está inspirado en el Moisés de Miguel Ángel (25) y Moisés
es el fundador de esta religión de culpables (26) sobre la que dice Camus:
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
“Curioso texto del Génesis (III, 22) ‘Y dijo Jehová Dios: He aquí que el
hombre es (después de la culpa) (27) uno de nosotros, sabiendo el bien y el
mal; ahora, pues, que no alargue su mano y tome también del árbol de la
vida, y coma, y viva para siempre’”. (28)
(22) Freud, Sigmund, El yo y el superyó (ideal del yo), en Obras Completas, t. XIX, op. cit., p. 32.
(23) Ibid, p. 32.
(24) Kafka, Franz, op. cit., p. 113.
(25) Ver nota 34 de Vedda en Kafka, Franz, ibid., p. 114.
(26) Freud, Sigmund, Moisés y la religión monoteísta, op. cit.
(27) El agregado es de Camus.
(28) Camus, Albert, Carnets 2, Enero 1942-Marzo 1951, Bs. As., Losada, 1966, p. 61.
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ese Estado moderno, panóptico, que se hace omnipresente, una idea que
Kafka desarrollaría hasta el paroxismo en El Castillo.
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La defensa, en rigor, quiere ser eliminada, todo debe depender del propio
acusado, pero ello no quiere decir que los acusados no dependan de sus
abogados. Como los abogados no pueden estar en las indagaciones, solo
reciben noticias de su cliente, en general confusas, por lo que en rigor
lo que cuenta de los abogados no son sus defensas, sino sus relaciones.
Y estas relaciones deben ser honestas, bien que solo posibles con altos
funcionarios… del grado más bajo. Nuevamente el ridículo y el absurdo
imponen de frente al sistema la sensación de abismo, de caída.
A su vez, los abogados son irremplazables, una vez que se los elige ya
no se los puede cambiar, el proceso va ascendiendo hasta llegar a tribu-
nales inaccesibles, en que incluso el acusado ya no es accesible para el
abogado.
(35) Expresión usada para referirse a abogados que utilizan recursos deshonestos de actuación.
(36) Kafka, Franz, op. cit., p. 135.
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Se presume culpable
Tres notas: a) el aire irrespirable que se repite en casi todos los escenarios
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
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(42) Isaacson, José, La realidad metafísica de Kafka, Bs. As., Corregidor, 2005, pp. 86/87.
(43) Vedda, M., en nota II, p. 287.
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Se presume culpable
cuales elabora una gran culpabilidad, desde “algún lugar en el que origi-
nalmente no estaba”. (44)
Es más, el mismo K, escudriñando a Titorelli, afirma que el Tribunal no
realiza acusaciones imprudentes y cuando acusa, acusa convencido de la
culpabilidad del acusado.
Titorelli se revela a su vez como juez psicológico y jurídico, análogo del
superyó. También él tiene papeles inescrutables, solo él puede pintar a los
jueces, y puede porque su cargo es hereditario e inamovible, como el de
la cultura (¿como el del superyó?).
La influencia de Titorelli marca definitivamente el curso de la novela, que
es como decir de las posibilidades del hombre frente a la culpa. Tras ase-
gurarle que él puede abogar por su causa, convencido de su inocencia, le
dice a K:
“He olvidado preguntarle en un comienzo qué clase de libe-
ración desea. Hay tres posibilidades, a saber: la absolución
auténtica, la absolución aparente, y la postergación. La abso-
lución auténtica es, naturalmente, lo mejor; solo que no tengo
la menor influencia para esta clase de solución. En mi opinión,
no existe ninguna persona individual que tenga influencia para
la absolución auténtica. Aquí, aparentemente, solo decide la
inocencia del acusado. En vista de que usted es inocente, sería
realmente posible que se fíe tan solo de su inocencia. Entonces,
usted no me necesita a mí ni necesita otra ayuda”. (45)
Pero si esto es así, entonces ¿qué sentido tiene buscar influencias? Pasa,
dice Titorelli, que según la ley el inocente debe ser absuelto, pero no se
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
dice en ella que los jueces pueden ser influidos: “No conozco ninguna
absolución auténtica, pero sí muchas influencias”. (46)
La absolución aparente demanda un esfuerzo total y temporario y se
obtiene mediante un ardid: Titorelli va haciendo firmar a los jueces la
adhesión a una absolución que él mismo ha redactado, copiándola de
un texto que le fuera transmitido por su padre (¿la Ley del Padre?). Pero
algunos jueces pedirán que lleve a K en su presencia, otros lo rechazarán
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Jorge E. Douglas Price
En la absolución auténtica las actas del proceso tienen que ser totalmente
eliminadas; no solo la acusación, sino también el proceso e incluso la ab-
solución son destruidas (¿olvidadas?, ¿forcluidas?). En este punto, la pará-
frasis de Kafka con la psiquis como proceso es completa:
(47) Todo el párrafo podría ser visto como una metáfora del aparato psíquico freudiano.
(48) Kafka, Franz, op. cit., pp. 170/171.
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Se presume culpable
El guardián aparece aquí como el superyó (cuanto más interior más grave
y más atemorizante), bloqueándonos acceder al conocimiento del origen
humano de la ley (psíquica y legal), impidiéndonos reconocernos a nosotros
mismos, a nuestros deseos, postergando para después el acceso a un lugar
donde solo próximos al morir nos será revelado que nos pertenecía o nos
estaba reservado. Kafka, insidiosamente, hace envejecer al campesino fren-
te a un guardián que permanece indiferente al paso del tiempo, como la Ley.
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Capítulo VI
A propósito de
Cometas en el cielo
de Khaled Hosseini
•
Cometas en el cielo es una novela escrita por un bestseller de esta época, Khaled
Hosseini, médico de origen afgano, residente en EEUU. Fue escrita en 2003 y se
ha publicado en 48 países. Fue llevada al cine en 2007 por el director Mark Foster.
En atención al éxito obtenido, el autor abandonó tempranamente el ejercicio de su
profesión para dedicarse a la literatura. Ha publicado, con considerable éxito, otras
dos novelas.
Alicia E. C .Ruiz
Jorge E. Douglas Price
Una Heurística de retazos: Melancolía y Justicia
Alicia E. C. Ruiz
Una heurística
de retazos:
melancolía y justicia
Alicia E. C. Ruiz
2. Amir
“Entonces vi algo más: un hombre uniformado con un chaleco espiga-
do presionando la boca de su Kalashnicov contra la nuca de Hassan.
Hassan desplomándose en el suelo, su vida de fidelidad no correspondi-
da escapando de él como las cometas arrastradas por el viento que solía
perseguir”.
“Fue en invierno de 1975 cuando vi a Hassan volar una cometa por
última vez”.
(1) Los párrafos en cursiva son citas de la novela mencionada en su versión en español.
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Alicia E. C. Ruiz
Luego de decirme que volaría la cometa azul para mí, agregó que por mí
lo haría mil veces más... “sonrió y desapareció por la esquina. La siguien-
te ocasión que lo vi sonreír tan descaradamente como aquella vez fue
26 años más tarde, en una descolorida fotografía hecha con una cámara
Polaroid”.
“Hassan estaba tendido con el pecho en el suelo. Kamal y Wali le apre-
taban ambos brazos, doblados por el codo contra la espalda. Assef per-
manecía de pie, aplastándole la nuca con sus botas de nieve... Assef se
arrodilló detrás de Hassan, colocó ambas manos sobre la cadera de su
víctima y levantó sus nalgas desnudas. Luego apoyó una mano en la es-
palda de Hassan mientras que con la otra se desabrochaba la hebilla del
cinturón. Se bajó la cremallera de los vaqueros y se puso justo detrás de
Hassan. Este no ofreció resistencia. Ni siquiera se quejó. Movió ligeramen-
te la cabeza y le vi la cara de refilón. Vi su resignación. Era una mirada que
ya había visto antes, la mirada del cordero”.
“Tenía una última oportunidad para tomar una decisión. Una oportunidad
final para decidir quién iba a ser yo. Podía irrumpir en ese callejón, dar la
cara por Hassan igual que él había hecho por mí tantas veces en el pasado
y aceptar lo que pudiera sucederme. O podía correr. Al final corrí”.
“Corrí porque era un cobarde, tenía miedo de Assef y de lo que pudiera
hacerme. Eso fue lo que me obligué a creer... El verdadero motivo era que
Assef tenía razón: en este mundo no hay nada gratis. Tal vez Hassan fuera
el precio que yo debía pagar, el cordero que yo tenía que sacrificar para
ganar a Baba. ¿Era un precio justo? La respuesta flotaba en mi mente sin
que yo pudiera impedirlo: era solo una hazara, ¿no?”.
“Unos quince minutos más tarde, oí voces y pisadas... Y vi pasar a toda
prisa a Assef y a los otros dos, que se reían... me obligué a esperar diez mi-
nutos más... entorné los ojos hasta que divisé a Hassan... llevaba la cometa
azul, y eso fue lo primero que vi y no puedo mentir ahora y decir que mis
ojos no la repasaron en busca de algún desgarrón. Hassan estaba man-
chado de barro por delante y llevaba la camisa rasgada por debajo del
cuello. Se detuvo. Se balanceó como si fuera a caerse luego se enderezó y
me entregó la cometa. Hassan se pasó la mano por la cara para limpiarse
los mocos y las lágrimas. Esperé a que dijera algo, pero permaneció en
silencio en la penumbra. Agradecí aquellas primeras sombras del anoche-
cer que caían sobre el rostro de Hassan y ocultaban el mío. Me alegré
siquiera de tener que devolverle la mirada. ¿Sabría él que yo lo sabía? Y
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Una Heurística de retazos: Melancolía y Justicia
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Alicia E. C. Ruiz
Cuando volví a Afganistán, Rahin Kan me contó que Hassan era hijo de mi
padre. Mi desesperación posterior fue consecuencia de tener que enfren-
tarme con lo que siempre había sabido. Todo el daño que le hice a Hassan
fue para no darme por enterado, para no reconocerlo, para que siguiera
ocupando el lugar del sirviente hazara, y no pudiera legítimamente dispu-
tarme el amor de Baba. Y sin embargo, después de Baba, a nadie quise
como lo quise a él.
3. Hassan
Los gritos, los golpes, la ametralladora clavada entre mis hombros, ¿es
que se puede matar a quien ya está muerto? Yo morí en el invierno de
1975. ¿Y ahora qué será de Fazane Han y de Sohrab? Cómo entonces,
nada puedo hacer para evitar lo que sobrevendrá.
Otra vez a mis espaldas el asesino me empuja contra el suelo y me aplasta.
Vuelvo a sentir el dolor, el horror y la tremenda soledad que me rodea.
Amir no está... y si estuviera huiría pese a saber qué pasaría conmigo.
Amir es mi amigo, mi hermano. El mejor lector de historias maravillosas,
el escritor de cuentos increíbles. Es el más inteligente, el que sabe todo
lo que yo ignoro. Pero no está y aunque se hallara a mi lado sería incapaz
de salvarme.
La cabeza me estalla, apenas veo el cielo y busco el barrilete azul. No
ofrezco resistencia y la resignación me invade como en aquel invierno de
1975 cuando Assef aflojó la presión sobre mi espalda y se alejó riendo con
Kamal y Wali.
Me levanté sucio de barro y de vergüenza y recogí el barrilete azul. Era de
Amir y debía entregárselo, pero no quería mirarlo, no quería ver sus ojos
ni escuchar su voz. Me limpié las lágrimas. Caminé hacia donde él estaba.
Cuando estuve a su lado, quise hablar y no pude.
¿Por qué Amir no intentó sostenerme? ¿Por qué no lloró por mí? ¿Por qué
no pronunció una palabra? Yo sabía que Amir estaba aterrado, que la
escena que acababa de presenciar lo había destruido tanto como había
ocurrido conmigo. Solo yo comprendía hasta qué punto Amir no podía
ni siquiera defenderse a sí mismo y mentía para ocultarlo. Cuando los
chicos se reían de él yo los echaba, y si Baba preguntaba porque estaba
arañado, Amir decía que me había caído. ¿Cómo hubiera podido hacer
algo para protegerme?
244
Una Heurística de retazos: Melancolía y Justicia
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Alicia E. C. Ruiz
Aquel día terrible en que Alí y yo abandonamos la casa, perdí lo único que
me importaba: mi fe en Amir. Y sin embargo conservé la misma devoción
que siempre le había profesado.
¿Por qué escribí la carta que entregué a Rahim Kan?
¿Por amor? No lo sé. El dolor es más agudo y la oscuridad me envuelve.
“Amir Agha —decía— con mis profundos respetos... espero que un día
tenga en mis manos una carta tuya. Les he hablado mucho de ti a Fanzane
Han y a Sohrab, de cómo nos criamos juntos y jugábamos y corríamos
por las calles. Desearía que pudieras ver a Sorba. Es un buen muchacho.
Rahim Kan Sahib y yo le hemos enseñado a leer y a escribir para que no
crezca ignorante como su padre. Soy un padre muy orgulloso y afortuna-
do. Sueño que mi hijo crecerá y que será una buena persona, una persona
libre e importante. Y sueño que algún día regresarás a Kabul... si lo haces
encontrarás a un fiel y viejo amigo esperándote”.
Príncipe Amir, busca a mi hijo en Kabul. Y nunca lo abandones, nunca. Y
dile la verdad: quién eres y cuanto hice por ti.
No vendrás, eres demasiado cobarde, demasiado débil. Estabas allí la tar-
de en que fui violado y huiste. Me robaste el amor de Baba, mi único hogar
y tu compañía, lo que más amaba. Cometiste el peor de los pecados.
Amadísimo Amir, como en aquel atardecer frío y gris del invierno de 1975,
cuando intento decir tu nombre, mi voz enmudece.
Y solo puedo, por primera vez, sentir que el odio ocupa todo mi corazón.
Que Alá me perdone... Amir
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Una Heurística de retazos: Melancolía y Justicia
por un lado, deposita en Amir el desprecio que siente por sí mismo, por
su cobardía y por su sometimiento a las reglas que le aseguran un lugar
destacado y un respeto incondicional del mundo social al que pertenece.
Por otro, venera a Hassan y lo admira por las virtudes y capacidades que
quiere sentir como propias y que, en algún sentido, posee. Solo hacia el
final de su vida, lejos de Afganistán y condenado a habitar en un país que
le es extraño, las notas más reconocibles de la melancolía lo invaden.
Hassan y Amir, marcados por la ley paterna, son un yo escindido y patéti-
co. El espanto que provoca la bajeza moral irredimible de Amir es especu-
lar al rechazo generado en la sumisión infinita que Hassan le ofrenda. Ese
amor fraternal que lo somete una y otra vez a ser violado también condena
a su propio hijo a la repetición de su vergüenza. Ese loco amor fraternal lo
enlaza a su hermano definitivamente, más allá de la muerte. Sin embargo,
para Hassan, tal vez su oportunidad de estar en paz sea odiar intensamen-
te a su amado Amir, gritar su odio sin palabras mientras la vida se le escapa
y morir con la boca abierta, evocando el cuadro de Munch.
Para Amir no hay espacio para la cura, ni para la reparación, ni para su-
perar la culpa, o siquiera para recuperar la posibilidad de dormir. No hay
forma de “volver a ser bueno”, como creía Rahim Kan, porque no es de
bondad de lo que aquí se habla. Amir no escapa a su destino volviendo
a Kabul, ni llevando consigo a su pequeño e infeliz sobrino, ni al protago-
nizar a los casi cuarenta años —y prometiendo hacerlo mil veces más— la
patética escena de remontar una cometa.
A esta altura necesito tomar aire y hacer pie apoyándome en el texto freu-
diano para justificar ante ustedes la audacia de esbozar una lectura psicoa-
nalítica de la novela de Hosseini.
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(2) Freud, Sigmund, “Duelo y melancolía” (1917 [1915]), en Obras Completas, t. XIV: Contribución a
la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras (1914-1916),
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Alicia E. C. Ruiz
“El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una
extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico, un enorme empobreci-
miento del yo. En el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la
melancolía, eso le ocurre al yo. El enfermo describe a su yo como indig-
no, estéril y moralmente despreciable; se hace reproches, se denigra y
espera repulsión y castigo. Se humilla ante todos los demás y conmisera
a cada uno de sus familiares por tener lazos con una persona tan indigna
(...) No juzga que le ha sobrevenido una alteración, sino que extiende su
autocrítica al pasado; asevera que nunca fue mejor. El cuadro de este de-
lirio de insignificancia —predominantemente moral— se completa con
el insomnio, la repulsa del alimento y un desfallecimiento, en extremo
asombroso (...) de la pulsión que compele a todos los seres vivos a afe-
rrarse a la vida”. (3)
248
Una Heurística de retazos: Melancolía y Justicia
carente de valor”. (8)
“La peculiaridad más notable de la melancolía, y la más menesterosa de
esclarecimiento, es su tendencia a volverse del revés en la manía, un estado
que presenta los síntomas opuestos. Cuando parte voraz, a la búsqueda
de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra también in-
equívocamente su emancipación del objeto que le hacía penar”. (9)
249
Alicia E. C. Ruiz
La regla que Baba impone a su hijo Amir (¿solo a Amir?) hace del robo el
peor de los pecados. No remite a Dios ni al derecho, que en su mundo
cultural carece de la autonomía de la que goza en Occidente a partir de la
modernidad. Desde otro ángulo, y como una velada confesión de ese pa-
dre/legislador a quien el peso de la culpa se le vuelve insoportable, Baba,
un agnóstico que descree de Dios y de sus representantes en la tierra, no
renuncia a la expresión “pecado”. Baba ha mentido y engañado: le quitó
su mujer a otro hombre (al que amaba como a un hermano) y le ha robado
el padre a uno de sus hijos, privándolo para siempre de la identidad.
250
Una Heurística de retazos: Melancolía y Justicia
nuestros nietos? ¿Por qué —se preguntan— fuimos robados? ¿En nombre
de qué ley lo que nos ocurrió pudo suceder?
¿Hay un punto en el que el odio (o los odios) puede (pueden) ser —a nivel
social— metabolizado como instancia de justicia? Desde otra perspectiva, ¿la
estructura del discurso jurídico habilita el paso del odio a la justicia? ¿El deseo
de venganza, imbricado en el odio de las víctimas, puede ser expresado
socialmente en el deseo de justicia? Y si el discurso del derecho posibilitara
ese pasaje, ¿no marcaría exactamente allí su diferencia con la violencia?
251
Alicia E. C. Ruiz
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Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
•
“… el Yo es el contenido de la relación y la relación misma; es él mismo contra otro
y sobrepasa al mismo tiempo este otro, que para él es también solo él mismo”
Georg W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, 1807
1. Introducción
Según afirma Hegel en su Estética, si bien la narrativa se caracteriza por
presentar la totalidad de los objetos como una esfera de la vida real, su
énfasis está en la representación, en la mímesis, estableciendo una ten-
sión entre el autor y el mundo objetivo, entre el narrador y el discurso, que
pone en juego al mismo autor.
En este trabajo intento identificar en paralelo los procesos de la estruc-
turación del Yo y los de constitución de las identidades comunitarias,
para observar como un viaje dialéctico la odisea de Amir, la de su autor
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
Hosseini y la de Afganistán.
La historia de Amir es la historia de la constitución de su Yo, y desde esa
perspectiva podríamos ver a esta historia como proverbial, de un mundo
en donde las identidades que parecían conformarse como características
de la edad moderna tienden a disolverse en el marasmo de la globaliza-
ción, en un sincretismo que mezcla irreverentemente, pero no “casual-
mente”, a Lollywood con Hollywood, a Kipling con Ian Fleming, a la Biblia
con el calefón, (1) como dice la letra de un tango.
(1) En alusión a la letra del tango “Cambalache” (1935), el más emblemático de la cultura
sincrética desarrollada en Buenos Aires durante el siglo XX. Letra y música pertenecen a
Enrique Santos Discépolo, dramaturgo, actor, compositor, de consciente filosofía pesimista,
253
Jorge E. Douglas Price
quien expresó ácidamente, con letras como la de este tango, la violencia que hacía en las
gentes el mundo de la migración:
“Igual que en la vidriera irrespetuosa / de los cambalaches / se ha mezclao la vida, / y herida
por un sable sin remaches / ves llorar la Biblia / contra un calefón”.
(2) Las virtudes literarias, estéticas, no son lo más destacable de esta novela. Lo mejor, sin
dudas, es la misma historia, aunque también padezca un exceso de recursos que se po-
drían clasificar como clichés narrativos. Pero la fuerza del drama traspasa a Hosseini y sus
virtudes literarias, tal como las tragedias de Shakespeare podían superar a pésimos actores
o directores, como recordaba Borges en el prólogo a la traducción de Hojas de hierba de
Walt Whitman.
254
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
(3) Hegel, Georg W., “La verdad de la certeza de sí mismo”, en Fenomenología del Espíritu,
7ª reimpr. de 1ª edición en español, México, FCE, 1990, p. 113.
(4) Ibid., p. 114.
(5) Tomo la idea de los apuntes a la obra de Hegel realizados por mi colega de cátedra en la
Universidad Nacional del Comahue, Juan Manuel Salgado, a quien debo consejos bibliográ-
ficos sobre Hegel y los lúcidos apuntes que cito.
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Jorge E. Douglas Price
256
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
En el final de esta historia, Amir arriesgará su vida por Sohrab y Sohrab por
Amir, como antes lo hiciera ya su padre Hassan, cada uno de ellos para encon-
trarse a sí mismo, aunque también para encontrarse con los otros. Para en-
contrarse en “el” nosotros, se quedan en el primer momento de esa búsque-
da: en la religión. Aquel momento de este movimiento dialéctico que Amir
—sin duda uno de este tiempo de la Humanidad— no puede superar.
Pero
veamos la historia más de cerca para ver si podemos explicarnos mejor.
3. La certeza sensible
El primer descubrimiento de Amir es que el pueblo de Hassan, los hazaras,
ese pueblo que los niños del barrio llamaban “comedores de ratas, nari-
ces chatas, burros de carga” (11) había sido masacrado por el suyo porque
eran musulmanes sunitas, y el suyo, un pueblo de musulmanes chiitas.
(10) Hegel, Georg W. F., op. cit., p. 116. La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(11) Hosseini, Khaled, Cometas en el cielo (The Kite Runner), Barcelona, Salamandra, 2007, p. 17.
(12) Código Pashtunwali (Camino de rectitud): Código de conducta con obligaciones de tipo
ético y penal, de la comunidad pashto. Son las siguientes: melmastia (deber de la hospitali-
dad, incluso para los prófugos); nanawatei (obligación de aceptar una solicitud de perdón);
hadal (derecho a la venganza que se convierte generalmente en deber de venganza); torei
(bravura, incitación a superarse); sobat (tenacidad); imandari (comprometerse a tener fe y a
ser justo); esteqamat (persistencia); ghayrat (defensa del propio honor, rechazo-obligación
de aceptar una afrenta) y, por último, namus (defensa del honor de las mujeres de la familia).
Los intentos del gobierno central afgano a lo largo del siglo XX para acabar con este siste-
ma arcaico de justicia no dieron resultado alguno. El pashtunwali es aceptado por toda la
comunidad pashto y la violación del mismo comporta el deshonor no solo para la persona,
sino también para toda la tribu y, por ende, para toda la comunidad pashto. Desde el punto
de vista de la cultura, los pashtunes son todo un mundo. Excepto pequeños grupos como
la tribu turí, que es chiita, la inmensa mayoría pastún es sunita. Su estructura tradicional es
tribal que va desde la familia al clan, y de este a la tribu. En estas estructuras no hay monarcas
absolutos. Muchas decisiones son resultado de consejos y organismos colectivos de repre-
sentación (“jirga”) competentes para resolver pleitos.
257
Jorge E. Douglas Price
Así, Baba vivirá fragmentado entre su hijo legítimo y su hijo ilegítimo, aco-
sado por la culpa frente a Alí, su amigo y siervo, como también frente al
propio Hassan, el hijo nacido de su relación con la esposa de Alí.
Los pashtunes se rigen por un código de conducta, el famoso pashtunwalí que, en teo-
ría, debe regir e inspirar los consejos. La mediación/protección (nanawati), la hospitalidad
(melmastia) y la venganza (badal) son figuras centrales del pashtunwali.
(13) Ver Hosseini, Khaled, op. cit., p. 155.
(14) Ibid., p. 27.
258
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
que se llena la frente del rojo de una granada para probarle su libertad.
Un esclavo que con el poder explicativo del sueño le enseñaba premoni-
toriamente el camino que Amir tardaría mucho en descubrir:
“Estábamos en el lago Ghargha tú, yo, mi padre, agha Sabih,
Rahim Kan y miles de personas más —dijo—. Hacía calor y lucía el
sol. El lago estaba transparente, pero nadie nadaba porque de-
cían que había un monstruo… Así que todos tenían miedo de en-
trar en el agua, y de pronto tú te quitabas los zapatos, Amir agha,
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Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
Ese día que Baba conserva solo como rito despojado de significado, es
el rito que Amir conservará en un sueño repetido: el de la palma de una
mano cortada por cortes paralelos producidos por el vidrio molido del
hilo del barrilete; de ella verá caer gotas de sangre que gotean sobre lo
blanco, gotas que persisten como huella de su psiquis, menos de lo que
persisten en el humillado pantalón de Hassan, o en la nieve de Kabul.
Gotas rojas como el rojo de la granada con que su conciencia culpable man-
charía a Hassan hasta que Hassan aplaste, él mismo, el fruto rojo sobre su
frente, mostrándole el poder de la sumisión del siervo, revelándole su feroz
superioridad. Es el Esclavo que se impone al Amo, tal como proclama Hegel.
5. La conciencia “Ama”
Amir es el Amo que ha entrado en un callejón sin salida, aunque haya
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
arriesgado la vida para hacerse reconocer por Otro; aunque haya arriesga-
do su vida real, natural, biológica por el hecho de ser reconocido en y por
una (otra) conciencia.
La paradoja, dice Hegel, es que de allí en más el Amo no tiene que realizar
esfuerzos para satisfacer sus deseos naturales; a través del Esclavo domina
la Naturaleza. Vive así en el goce, sin esfuerzo, en el placer.
Sin embargo, su búsqueda es de reconocimiento, pero, en definitiva, no
ha sido reconocido sino por un Esclavo y entonces su reconocimiento es
incompleto, le es necesario entonces hacerse reconocer por otro Amo,
pero esto lo transformaría en Esclavo, pues en tal relación dialéctica no es
concebible una relación de igualdad, aquello que Hegel no podía superar,
261
Jorge E. Douglas Price
6. El Lenguaje
Esta es una novela de idiomas encontrados, de farsi, de urdu, de pashtun,
de inglés, pero de la lengua que no se habla es de la ”lalengua“ de Amir,
que no es la lengua, diría Lacan, de una comunidad determinada, sino
el discurso de un Otro que se inscribió como conciencia, como deseo,
como ideal, fantasía o identificación; en suma: como lo que fue “asimi-
lando, de su relación con el Otro, en su paso por el complejo de Edipo
y el complejo de castración” es, sin más, la forma en que el lenguaje se
inscribió en el sujeto.
Allí, en ese lugar, estará Baba, o Baba en el lugar que le da Amir, diciendo lo
que el Superyó de Amir le dice al Yo de Amir. Allí, y por eso, quien hablará
mejor será Sohrab, el hijo de Hassan, quien con su nombre de héroe mítico
y desde su virtual autismo hablará para Amir con el lenguaje del juego que
da nombre al libro. El lenguaje de Sohrab es un no-lenguaje que, como la
lalengua de Lacan, o como el juego de barriletes afgano, no tiene reglas. A
Sohrab solo el corte sangriento de un hilo de barriletes en combate lo hace
sonreír enigmáticamente, abriendo una oportunidad para su Yo.
(18) La razón tiene naturaleza contradictoria; con la misma realidad que la conciencia, solo
puede captar parceladamente y en fases sucesivas. La realidad, como el lenguaje, no existe
toda al mismo tiempo en un sujeto ni tampoco es conocida en un solo momento: se desen-
vuelve a lo largo del tiempo. En ese proceso hacia un saber absoluto, hacia una autoconcien-
cia total o hacia el Espíritu Absoluto, consiste la dialéctica. La idea de Dios obra de trasfondo.
262
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
7. El viaje de Amir
A través de su viaje Amir asume, como un estoico, la búsqueda especular
de su Yo a través del rescate del pequeño Sohrab.
Ha partido desde los deshechos de esa suerte de polis antigua que era
la Kabul monárquica; para desde allí, mediando en la oposición entre lo
universal y lo particular, intentar resolver las contradicciones de su ethos
mundano en una interioridad irreductible o, como diría Hegel: “volviendo
como Sócrates y los estoicos a buscar dentro de sí mismo lo que es justo
y bueno” en épocas en las que aquello que es tenido como tal en la reali-
dad y en las costumbres no puede satisfacer su conciencia, su propia ima-
gen en el espejo, las demandas de la culpa, las del incorruptible Superyó.
Amir y Afganistán se encuentran en esa etapa del proceso por el cual po-
dría aplicarse lo dicho por Hegel al decir que a tal retraerse lo: “… hemos
visto ser la perdición del espíritu griego, se convierte aquí en el terreno
sobre el cual brota una nueva fase de la historia universal, ocasionándose
‘la depuración de la interioridad, que se hace personalidad abstracta’”,
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
263
Jorge E. Douglas Price
264
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
(26) En alusión al sueño relatado por Freud en La interpretación de los sueños, que recuer-
da Lacan a propósito de su investigación denominada “Del Sujeto de la Certeza”, en Los
Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, Libro 11, Bs. As., Paidós, 2001, p. 42
(entre otras), que no casualmente, según observo, guarda mucha proximidad con el título
del capítulo citado de Hegel.
(27) Hart, H. L., El concepto de derecho, Bs. As., Abeledo-Perrot, 2004.
(28) Royce, Josiah, Lectures on Modern Idealism, New Haven, 1919, citado por Hyppolite, Jean en
Génesis y Estructura de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, Barcelona, Península, 1974, p. 14.
265
Jorge E. Douglas Price
(29) Freud, Sigmund, “Los vasallajes del Yo”, en “El Yo y el Ello y otras obras”, en Obras Com-
pletas, t. XIX, Bs.As., Amorrortu, 2000, p. 53.
(30) Freud, Sigmund, op. cit., pp. 53/54.
266
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
Dice Freud: “No es fácil para los seres humanos, evidentemente, renunciar
a satisfacer esta su inclinación agresiva; no se sienten bien en esa renun-
cia. No debe menospreciarse la ventaja que brinda un círculo cultural más
pequeño: ofrecer un escape a la pulsión en la hostilización a los extraños.
Siempre es posible ligar en el amor a una multitud mayor de seres humanos,
con tal que otros queden fuera para manifestarles su agresión”. (31) Así, en
Psicología de las masas, llama a estas sorprendentes tendencias agresivas
entre comunidades muy próximas, como podrían ser la pashtun y la hazara,
como “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Y recuerda que, cuando Pa-
blo hace del amor universal el fundamento del cristianismo, lo hace al precio
de la intolerancia más extrema del cristianismo hacia los otros, y el imperio
romano que no había fundado sobre el amor su régimen estatal y que no
había conocido la intolerancia religiosa. Y, podemos agregar, esa intoleran-
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
cia recién se hace presente cuando el emperador descubre que puede ven-
cer bajo el signo de la cruz, y hace de este signo el signo de la victoria: In
Hoc Signo Vincis, significa también el comienzo de la intolerancia romana.
267
Jorge E. Douglas Price
268
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
(32) Kojeve, Alexandre, La dialéctica del Amo y del Esclavo en Hegel, Bs. As., La Pléyade,
1985, p. 75.
(33) Ibid.
269
Jorge E. Douglas Price
270
Pan tolmaton o a la cas/za de la conciencia
9. Pan tolmaton
Hemos revisado esta historia desde el paralelismo hegeliano entre historia
de la conciencia individual e historia de la conciencia universal.
samente en: “pero a todo hay que atreverse, porque hasta una persona
pobre…”.
Para Carson, Safo responde: “El amor hace que el Yo se atreva a abando-
narse a sí mismo, a entrar en la pobreza”.
(37) Carson, Anne, “Decreación”, Mirta Rosenberg (trad.), en Diario de Poesía, n° 75, Bs. As.,
2007, pp. 21/22.
271
Jorge E. Douglas Price
272
Capítulo VII
A propósito de
El señor de las moscas
de William Golding
•
¿Cuál es el buen orden?
Alicia E. C. Ruiz
1.
La lectura de El señor de las moscas me provocó diversas reacciones di-
fíciles de tratar en una misma presentación. Las agruparé bajo dos títulos
tentativos: “el descenso a los infiernos: entre el juicio moral y la tentación
de interpretar desde el psicoanálisis” y “la aporía del orden racional”.
El primero, “el descenso a los infiernos: entre el juicio moral o la tenta-
ción de interpretar desde el psicoanálisis”, refiere a los momentos más
dramáticos de la novela: 1) el pseudodiálogo entre Simón y “el señor de
las moscas”, seguido de su desdichado intento de comunicar lo que ha
descubierto al resto de los náufragos y de su aún más desdichada muerte;
2) la otra muerte inútil, la de Piggy, precedida del hostigamiento incesante
que padece a lo largo del texto; 3) el ocultamiento de ambos crímenes, ex-
presado del modo más terrible en la actitud de Ralph, prefigurado como
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
275
Alicia E. C. Ruiz
2.
Muy brevemente quiero poner en discusión la perspectiva racionalista he-
gemónica y liberal que subyace en la obra de Habermas y Rawls.
Autores tan distintos como Derrida, Laclau, Chantal Mouffe y Rorty (1) coin-
ciden en señalar que no hay un vínculo necesario entre universalismo, ra-
cionalismo y democracia moderna. Tampoco hay nada trascendente en ca-
tegorías como “naturaleza humana”, “razón universal” y “sujeto racional
autónomo”. Estas coincidencias no implican una renuncia al compromiso
democrático sino que expresan un desacuerdo teórico de consecuencias
importantes en el plano político.
(1) En este apartado presento una síntesis de las ideas expuestas por Chantal Mouffe y
Ernesto Laclau en diferentes obras y particularmente algunas conclusiones que surgen del
debate recogido en Critchley, Simón; Derrida, Jacques, Laclau, Ernesto; Rorty, Richard, en
Mouffe, Chantal (comp.), Deconstrucción y Pragmatismo, Colección Espacios del Saber,
Bs. As., Paidós, 1998.
(2) Mouffe, Chantal, “La política y los límites al liberalismo”, en Política, Madrid, Paidós, 1996.
(3) Ibid.
276
¿Cuál es el buen orden?
277
Alicia E. C. Ruiz
3.
En El señor de las moscas hay una innegable puesta en escena de la lógica
política del liberalismo: la prédica de la racionalidad para la toma de deci-
siones; el desprecio por las pasiones, por las creencias y por los individuos
(8) Ibid.
(9) Ibid.
(10) Ibid.
(11) Ibid.
278
¿Cuál es el buen orden?
Vale la pena preguntarse por qué ocurre lo que ocurre, por qué esos niños
abandonados a su suerte y alejados del entorno en el que nacieron hacen
lo que hacen. En la búsqueda de una respuesta, para mí, el liberalismo,
por lo que escamotea y niega, constituye un obstáculo para la construc-
ción de una democracia que supere las limitaciones actuales.
Para mostrar la debilidad del pensamiento liberal desde otro lugar, les
propongo que revisemos algunos personajes y escenas del libro.
Durante un tramo del relato las cosas parecen ser como Ralph las presen-
ta. El orden reglado se impone sin cuestionamientos. Los más débiles se
colocan bajo la protección de los más fuertes y las decisiones se acuerdan
por mayoría. Sin embargo, desde ese primer encuentro el antagonismo
entre Ralph y Jack está latente. Las diferencias y la lucha por el poder
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
279
Alicia E. C. Ruiz
(12) Butler, Judith, Marcos de guerra: las vidas lloradas, Bs. As., Paidós, 2010.
280
¿Cuál es el buen orden?
(13) Freud, Sigmund, “El porvenir de una ilusión”, en Obras Completas, t. XXI, Bs. As.,
Amorrortu, 1979.
281
La marca de la caracola
La marca de la caracola
Jorge E. Douglas Price
1. La distopía
La idea de aquello que pudiera suceder si el ejercicio de la moral fuese
puesto en suspenso aparece representada con frecuencia en las novelas y
en la literatura filosófica en particular.
(1) Golding, William, El señor de las moscas, 2a reimpr., Barcelona, Edhasa, 2008.
(2) Dos años de vacaciones de Julio Verne es, seguramente, un relato que debió conocer
Golding, las similitudes entre ambos son varias y bien señaladas. Pero no es el caso de relatos
como La rebelión en la granja (1984) de Orwell, o Farenheit 451 de Bradbury, o La naranja
mecánica de Burguess, que son variaciones de un mismo tema.
283
Jorge E. Douglas Price
(3) Hobbes, Thomas, Leviatán: o la materia forma y poder de una República Eclesiástica y Civil,
México, FCE, 1998, p. 79.
(4) Hobbes, ibid, p. 101.
(5) Ibid, p. 102.
284
La marca de la caracola
Precisamente por eso, solo el contrato que deposite todo el poder en uno
puede suspender la guerra de todos contra todos.
Las consecuencias de esto son también bien conocidas: la suposición de
Hobbes justifica la monarquía absoluta; (6) mientras que la de Rousseau,
la democracia directa. (7) Así lo expresan en sus obras, indispensables
referencias de la modernidad. (8)
2. El malestar en la cultura
Freud, de alguna manera, concuerda con ello. Admite que su indagación
sobre la felicidad no lo ha llevado a ningún lugar poco conocido. (9) Pues,
aparentemente podemos lidiar con los desengaños que nos proporciona
la “hiperpotencia” de la naturaleza y la “fragilidad” de nuestro cuerpo
—las dos fuentes primarias y por momentos invencibles de dolor—. Pero
frente a la que menos recursos parecemos contar es la tercera: “lo social”,
sobre la que afirma, “…nos negamos a admitirla, no podemos entender
la razón por la cual las normas que nosotros mismos hemos creado no
habrían más bien de protegernos y beneficiarnos a todos”. (10)
Ello tal vez explica que en la obra de Golding, pese al intento inicial de
Ralph de mantener las reglas que alimenten la esperanza de rescate, se-
rán los instintos dionisíacos de Jack Merridew serán los que, en definitiva,
(6) Bien que sus ideas sobre el origen popular del poder, y no divino, y la admisión de que en
ciertas condiciones la desobediencia civil estaría justificada (limitadísimas, según se ve en el
Leviatán), le valió en su época acerbas críticas de los realistas tradicionalistas. Estos, además, de
no admitir restricciones al poder real, no elevaban el famoso “King can’t no wrong” a categoría
suprema, tal como la iglesia católica hará con las decisiones papales: omnia scrinia habet in pec-
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
tore suo. No extrañamente un rey inglés será el único que se atreverá a asumir en Occidente, a
excepción del propio Papa de Roma, la doble condición de jefe de la iglesia y jefe del Estado.
(7) Aunque una lectura atenta del Emilio deja ver cómo Rosseau también abonaba la idea
de una democracia representativa.
(8) Al mismo tiempo, las historias de vida de Rousseau y de Hobbes parecen de modo muy
lineal justificar que ambos siguiesen sendas orientaciones, pero —en honor a la verdad—,
no conocemos estudios de la psicología de estos autores que pudiesen abonar más allá de
esa linealidad, una correlación entre sus teorías y su experiencia de vida. Sin embargo, si
pudiésemos admitir que tales suposiciones son correctas —esto es que la vida de Hobbes
transcurrió en un período de extrema y continuada violencia, en medio de la guerra civil que
sacudía a Gran Bretaña, mientras que la de Rousseau lo fue en medio de cierta bucólica cal-
ma en su Ginebra natal—, también tendríamos que admitir que existe más parentesco entre
la vida de Golding y la de Hobbes, que entre aquella y la Rousseau.
(9) Freud, Sigmund, ”El malestar en la Cultura“, en Obras Completas, t. XXI, Bs. As., Amorror-
tu, 2001, p. 56 y ss.
(10) Freud, S., ibid, p. 85.
285
Jorge E. Douglas Price
venzan por sobre los frenos de la cultura, por sobre aquello que nos ha de-
venido, impuesto por siglos de represión, obra lenta y siempre inestable
de la vida social. Él azuzará a los cazadores en pos de satisfacer su deseo
más primario: el de alimentarse. Alrededor de este sentará su poder.
Esos rasgos perviven hasta en el propio Ralph desde que éste, en una pa-
rábola poco explorada de la obra, enarbola en su defensa la lanza sobre
la que se clavaba la cabeza de cerdo transformada en un “proto-tótem”.
En el instante final en el que su vida corre peligro ante la cerca impuesta
por los cazadores, es Ralph mismo el que desentierra el hacha de la guerra.
La historia, sin embargo, concluye con la reaparición también paradójica
de la sociedad adulta. Pues el episodio representa el acto de mayor salva-
jismo y autodestrucción de Jack: el incendio de toda la foresta para hacer
salir a Ralph y atraparlo.
¿Puede ser leída esta secuencia de actos como una parábola de la segunda
guerra mundial, en la que Golding combatió? ¿Puede ser interpretada como
una analogía de la violencia criminal del nazismo seguida por la violencia
criminal de los aliados?
El primer título que le dio a su novela —rechazado por varios editores an-
tes de que Faber and Faber la editara en 1954—, “Strangers from Within”
(“Extraños desde el interior”), parece una confirmación de ello. La extran-
jería, la extrañeza, la otredad, es algo que viene del interior, no del exterior
de nosotros mismos. Es ese “siniestro” sobre el que alerta Freud y que
parece estar siempre en latencia que, por consiguiente, amenaza con des-
truir de un soplo el leve andamiaje de la sociedad humana.
Es que en la naturaleza humana conviven el bien y el mal y la línea que los
separa es delgada y leve.
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La marca de la caracola
287
Jorge E. Douglas Price
288
La marca de la caracola
(13) De Giorgi, Raffaele, Jurisprudencia, México, Campeche, 2009, pp. 3/4, traducción del
autor, inédito.
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Jorge E. Douglas Price
(14) Milgram, Stanley, “The Perils of Obedience”, en Harper´s Magazine Foundation, 247: 1483
(1973: Dec.), p. 62.
290
La marca de la caracola
(15) Relata Freud que Romain Rolland así llamó, en su carta de respuesta al envío El
porvenir de una ilusión, al sentimiento de “eternidad” que embarga a los hombres, del
que no dimana ninguna promesa de vivencia personal, pero es la fuente de la energía
religiosa que las iglesias y sistemas de religión captan y sin duda, dice Freud, también
agotan. En Freud, op. cit.
(16) En referencia a La rebelión en la Granja, donde una rebelión de animales, encabezada
por un cerdo, revierten el orden social, reinstaurando poco a poco, a través de la dictadura
la misma desigualdad contra la que se alzaron. Como 1984, esta distopía se alzaba contra los
totalitarismos del siglo XX.
(17) Ibid., p. 67.
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Jorge E. Douglas Price
(18) Freud, Sigmund, ”El porvenir de una ilusión“, Obras Completas, t. XXI, Bs. As., Amorrortu,
2001, p. 24.
(19) Freud, S., ibid., p. 30.
292
Capítulo VIII
A propósito de
El círculo de tiza caucasiano
y del teatro revolucionario
de Bertolt Brecht
•
El círculo de tiza causasiano y el teatro...
Carlos M. Cárcova
1. Brecht y su tiempo
Quizás resulte una desmesura el intento de encerrar en unas pocas pági-
nas una referencia a nuestro autor. Al contrario de otros creadores e inte-
lectuales, su personalidad desbordante, su tiempo trágico, las múltiples
dimensiones de su talento y su vida inquieta y trashumante parecen impo-
sibles de resumir o de acotar sin que tal operación no represente el riesgo
de omitir o, peor aún, el de adulterar.
Voy a asumir ese riesgo tratando de salvar acechanzas pero sin dejar de
recomendar a quién, de algún modo, resulte interpelado por la vida o la
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
295
Carlos M. Cárcova
Para 1939 ya ha escrito Mann ist Mann, Línea de conducta, Acuerdo y La ex-
cepción y la regla, obras de su primera época a las que sucederán otras más
famosas y consagratorias. A los veinticinco años edita su primera colección
de poemas, Devocionario doméstico, y solo un año más tarde alcanza uno
de sus mayores éxitos teatrales en la República de Weimar con La ópera
de tres centavos —con música de Kurt Weill—. Esta obra constituye una
despiadada crítica a la sociedad burguesa, a la que representa como una
sociedad de delincuentes, prostitutas y mendigos. Un año después expone
sus ideas comunistas en la película: ¿A quién le pertenece el mundo? cuya
dirección confía a Slatan Dudow. Pero ya estamos en los inicios de 1933.
Hitler toma el poder y comienza la persecución ideológica y racial que,
desde luego, también se dirige contra él. Su obra La toma de medidas es
interrumpida por la policía y sus responsables son acusados de alta traición.
Tanto Brecht y su esposa como su núcleo de amigos más cercanos abando-
nan Berlín. Él pasa cortos periodos en Praga, Viena y Zúrich y recala final-
mente en Skovsbostrand, Dinamarca, donde se instala durante cinco años.
296
El círculo de tiza causasiano y el teatro...
Murió joven. Vivió en la época más dramática del siglo XX, amó y fue
amado. Fue autor de una obra excepcionalmente rica y generó una teoría
acerca del arte y la dramaturgia que hoy resulta insoslayable en la historia
cultural de Occidente. Parece casi imposible que solo un hombre haya
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
297
Carlos M. Cárcova
298
El círculo de tiza causasiano y el teatro...
fía china. Por eso muchas de sus obras, y en particular El círculo de tiza cau-
casiano, son vistas como palimpsestos modernos en los que, a la manera
de Barthes, la escritura circula, se desarticula y reconstruye de manera au-
daz, heterodoxa e innovadora. Incluso hay una versión moderna, anterior a
la de Brecht, escrita por Kablund (pseudónimo de Alfred Henchke) y repre-
sentada en Alemania en los años 20 y que no era desconocida por nuestro
autor. Sin embargo, como se verá de inmediato, mientras que el conflicto
y la trama se resuelven, tanto en la versión china como en la de Kablund,
de manera convencional al restituir en el acto judicial la naturalidad de los
vínculos familiares; en Brecht esa solución es diversa y la verdadera justicia,
pronunciada no por un magistrado de oficio sino por un pícaro marginal,
entroniza los valores auténticos del sacrificio, el amor y la generosidad.
299
Carlos M. Cárcova
(1) Sosa, Carlos, “Modalidades y funciones del metateatro en El Círculo de Tiza Caucasiano”,
en Cuadernos FH y CS, Universidad Nacional de Jujuy, nº 33, 2007.
300
El círculo de tiza causasiano y el teatro...
Azdak le ha dicho antes a Gruche: “si amas al niño deberás dejarlo ir, será
rico, no pasará necesidades, será feliz”. Sin embargo, la criada insiste en que
el hijo es de ella. Se realiza la prueba y es Gruche la que suelta la mano del
chiquillo. Pero protesta ante Azdak: “Si lo he cuidado y lo amo, cómo tiraré
de su brazo hasta despedazarlo”. “¡Basta de pavadas!”, impone Azdak; la
sentencia debe cumplirse. “Repetiremos por última vez este procedimiento.
Tirad, ordena”. Y por segunda vez, es Gruche la que suelta al niño. Azdak se
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
301
Carlos M. Cárcova
302
El círculo de tiza causasiano y el teatro...
Claro que siempre pensé, como Brecht, que la historia la hacían los pue-
blos, aun cuando la escribieran, por lo general, hombres ligados al cono-
cimiento y —por ello mismo— al poder. Por eso, las historias oficiales sue-
len recaer en adulteraciones y ocultamientos y atribuir hechos y procesos
al genio de unos pocos —como si tales hechos y procesos no hubieran
ocurrido sin la intercesión de esos pocos— desconociendo y ocultando
así factores estructurales que, en su dialéctico desarrollo, construyen el
destino y acompañan las tribulaciones, las marchas y las contramarchas de
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(2) Brecht, Bertolt, Diario de trabajo, Bs. As., Nueva Visión, 1977.
303
Carlos M. Cárcova
•
304
Capítulo IX
A propósito
de la figura del juez en
Hamlet
de William Shakespeare
•
El juez Hamlet
Alicia E. C. Ruiz
El juez Hamlet
Alicia E. C. Ruiz
1.
No soy una experta en Shakespeare, apenas una lectora que, desde la
adolescencia, fue y volvió sobre algunas de sus obras, guiada más por
preferencias que por devaneos intelectuales que exigen que una siempre
conozca a los clásicos. No es mi caso. Hay obras de Shakespeare (no to-
das) que me apasionan: Macbeth, El Rey Lear o La Tempestad. También
Otelo. Y después Hamlet.
Me asustan los anacronismos por lo que no estaba dispuesta a transcribir
alguna frase aislada, sacarla de contexto y colocarla como epígrafe para
enhebrar luego un par de reflexiones sobre el papel y el lugar que los
jueces ocupan en nuestros tiempos (temas sobre los que llevo años escri-
biendo y dando batalla por transformar). La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
2.
Convocada a hablar acerca de Shakespeare y el juez volví a leer El mercader
de Venecia, sobre el cual había presentado un texto en las Jornadas de Dere-
cho y Psicoanálisis de Curitiba en 2007. También a Medida por Medida; a Las
alegres comadres de Windsor; a El Rey Lear y (no se bien por qué) a Hamlet.
307
Alicia E. C. Ruiz
3.
¿Cómo satisfacer el compromiso de hablar en este encuentro? Dejé por
unos días a Shakespeare, y caí en Artificios de Borges. De un clásico a un
autor contemporáneo reconocido universalmente: lo mío es casi un acto
de puro masoquismo que acrecienta la angustia.
En “Tema del traidor y el héroe” me atrapan dos párrafos: “que la his-
toria hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que
la historia copia a la literatura es inconcebible…”; “Fergus Kilpatrick fue
ultimado en un teatro, pero de teatro hizo también la entera ciudad y los
actos fueron legión, y el drama corroborado por su muerte abarcó muchos
308
El juez Hamlet
4. (3)
Algunas ficciones tienen la posibilidad de crear un “clima” de verdad. Es
más, quizás la verdad no sea sino ese “clima” provocado por ciertas fic-
ciones. “La primera sensación que se percibe al hablar de las ficciones,
es la de encontrarnos envueltos en una atmósfera de misterio (...) en este
universo una nube, un color, un nombre, una campana, son algo más por-
que forman clima (...) El clima, la atmósfera, es lo propio de las ficciones”. (4)
La ficcionalidad, señala Jonathan Culler, refiere tanto a situaciones y perso-
najes cuanto al lugar de la enunciación, a los pronombres, a los adverbios.
También esa ficcionalidad conlleva el problema de la verdad. Cuando uno
se pregunta qué dice una obra literaria acerca la realidad, esa referencia
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
al mundo no es una propiedad de los textos literarios sino, más bien, una
función de la interpretación
Para interpretar a Hamlet, el propio Culler indica que
“deberemos decidir si creemos que trata de los problemas
de los príncipes daneses o bien del dilema del hombre del
(1) Borges, Jorge Luis, “Tema del traidor y del héroe”, Artificios, en Obras Completas, Bs. As.,
Emecé, 1974, p. 497.
(2) Borges, Jorge Luis, “El oro de los tigres”, en Obras Completas, ibid., p. 1093.
(3) El apartado que sigue recoge ideas que expuse en “El derecho: entre el folletín y la trage-
dia”, en Idas y Vueltas. Por una teoría crítica del derecho, Bs. As., Editores del Puerto, 2001.
(4) Marí, Enrique, La teoría de las ficciones, Serie Tesis, Bs. As., Eudeba, 2002.
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Alicia E. C. Ruiz
(5) Culler, Jonathan, Breve introducción a la teoría literaria, 1a ed., Barcelona, Crítica, 2000, p. 44.
310
El juez Hamlet
5.
Si hay un vínculo tan estrecho entre teatro y derecho, el escenario jurídico
es (parafraseando a Borges) la ciudad entera… donde el drama se vive
y la muerte se sufre por muchos días y muchas noches. Y la clave de ese
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
(6) Se refiere a Sanfor y Levinson, “El derecho y las humanidades: una relación incómoda”, en
The Yale Journal, vol. 18, p. 155 y ss.
(7) Cárcova, Carlos M., “¿Hay una traducción correcta de las normas?”, ponencia presentada
en el VIII Encontro do Grupo Caiña, celebrado los días 11, 12 y 13 de febrero de 2009 en
Teresópolis, Brasil, p. 9.
311
Alicia E. C. Ruiz
(8) Bloom, Harold, Shakespeare. La invención de lo humano, Colombia, Grupo Editorial Nor-
ma, 2001, p. 397.
(9) Ibid., p. 422.
(10) “El nihilismo de Hamlet es un efecto trascendente, sin comparación con el que puede
existir en los personajes de Dostoievsky, o en las advertencias de Nietzsche de que aquello
para lo que se pueden encontrar palabras tiene que estar ya muerto en nuestros corazones, y
de que sólo vale la pena decir lo que no puede decirse. Tal vez por eso Shakespeare irritaba
tanto a Wittgenstein. De manera extraña Wittgenstein comparaba a Shakespeare con los
sueños: todos equivocados, absurdos, mezclados, las cosas no son así excepto por la ley que
pertenece sólo a Shakespeare o sólo a los sueños. ‘No le es fiel a la vida’, insiste Wittgenstein
sobre Shakespeare, aunque evade la verdad de que Shakespeare nos había hecho ver y pen-
sar lo no hubiéramos podido ver ni pensar sin él. Wittgenstein podría negar esto pero ese
era su motivo para desconfiar tanto de Shakespeare: Hamlet, más que ningún otro filósofo,
de hecho nos hace ver el mundo de diversas maneras, de maneras más profundas de lo que
nos gustaría verlo. Wittgenstein quiere creer que Shakespeare, como creador de lenguaje
construyó un heterocosmos, un sueño. Pero la verdad es que el cosmos de Shakespeare se
convirtió en el de Wittgenstein y en el nuestro y no podemos decir de la Elsinore de Hamlet
o del Eastcheap de Falstaff que las cosas no son así. Son así, pero necesitamos a Hamlet o
Falstaff para iluminar el ‘así’”, Bloom, Harold, Ibid., p. 435.
312
El juez Hamlet
“Lo despertó el teléfono. ‘De una buena vez tengo que cambiar este ho-
rrible sonido’. Miró la hora y se sorprendió. Eran las diez, estaba vestido
y sentado frente a la televisión encendida. Le dolía la cabeza y la luz gris
de una mañana lluviosa y fría completaban un cuadro del que no quería
formar parte. Miró alrededor, vio la botella de vino vacía y la copa caída
sobre la alfombra. No quiso recordar.
Mala noche y peor despertar. ¿Quién llamaba? Contestó sin levantarse.
– ¿Dónde estás? Te necesito ya!
(11) Borges, Jorge Luis, “Everything and nothing”, en Obras Completas, Bs. As., Emecé Edi-
tores, 1974, p. 803.
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314
El juez Hamlet
– Necesito saber qué pasó, necesito que usted oiga a mi padre, amaba la
vida, estaba sano y pensaba que el suicidio era una cobardía. Algo muy
oscuro cayó sobre él… y debo hacer algo.
315
Alicia E. C. Ruiz
316
El juez Hamlet
– No te preocupes. Estoy tan loco como Hamlet, y por tanto más cuerdo
que nunca. No me confundo. Esto no es Elsinor ni el trámite judicial que
llevaremos adelante es ‘la Ratonera’, pero aquí como en Dinamarca algo
está podrido. Soy parte en la escena del crimen y en el deseo de vengan-
za, pero mi papel en esta obra es otro. No importa lo que querría hacer
sino lo que diga y lo que haga. Y eso lo dirá y lo hará el juez. Te aseguro
que mi identificación con el hijo de Ballesteros no me llevará al desvarío.
Alejo (¡lo comprendo tan bien!) sueña con la venganza. Yo en sustitución,
puedo darle Justicia. Averiguar lo ocurrido, convertir las sospechas que lo
desesperan en pruebas incriminatorias y llevar a los culpables a juicio. No
sé si una sentencia le permitirá soportar mejor la muerte del padre y vivir
en paz. Pero es cuanto puedo hacer… y es lo que desearía para mí.
Se volvió hacia Horacio y en voz baja le dijo:
– Mi buen amigo te encomiendo como lo hizo Hamlet antes de morir: ‘si
en tu corazón fui alguien afronta con dolor este mundo áspero para contar
mi historia’”. (19)
Fin del cuento
6.
El relato precedente le da razón a Harold Bloom: “… No hay un verdadero
Hamlet como no hay un verdadero Shakespeare: el personaje como el
escritor, es un charco de reflejos, un vasto espejo en el que tenemos que
vernos nosotros mismos”. (20)
Y entonces Hamlet puede encarnar a un juez que ocupa el lugar de la jus- La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
317
Capítulo X
A propósito de
1984
de George Orwell
•
¿Somos personajes de 1984?
Alicia E. C. Ruiz
¿Somos personajes
de 1984?
Alicia E. C. Ruiz
1.
La propuesta (y el desafío) fue partir de una obra literaria, sin juzgar sus
méritos como tal. Pareciera —o al menos a mí me sucede— que el acer-
camiento a una ficción literaria despierta la inquietud de mirar y hurgar en
321
Alicia E. C. Ruiz
otras ficciones literarias. Así que empezaré con un cuento muy reciente de
Roberto Bolaño —un escritor latinoamericano—, “El policía de las ratas”,
que me obliga a una precisión. “Tira” es una de las expresiones con que los
argentinos denominamos, en lunfardo, a los policías. En el apartado que
sigue incluyo un resumen de ese relato.
2.
“Me llamo José, aunque la gente que me conoce me llama Pepe,
y algunos, generalmente los que no me conocen bien o no tienen
trato familiar conmigo, me llaman Pepe el Tira. Pepe es un diminu-
tivo cariñoso, afable, cordial, que no me disminuye ni me agiganta,
un apelativo que denota, incluso, cierto respeto, afectuoso, si se
me permite la expresión, un apelativo distante. Luego viene el otro
nombre, el alias, la cola, la joroba que arrastro con buen ánimo, sin
ofenderme, en cierta medida porque nunca o casi nunca lo usan
en mi presencia. Pepe el Tira, que es como mezclar arbitrariamen-
te el cariño y el miedo, el deseo y la ofensa en el mismo saco os-
curo... ¿Qué es un tira? Un tira es, para mi pueblo, un policía. Y a
mí me llaman el Tira porque soy, precisamente, policía, un oficio
como cualquier otro, pero que pocos están dispuestos a ejercer”. (1)
Pepe el Tira es policía en una comunidad de ratas. La labor cotidiana de Pepe
es recorrer las alcantarillas, principales o secundarias, túneles que las ratas
cavan sin cesar para acceder a los alimentos, para escapar, para comunicar
laberintos, “... y que forman parte del entramado en el que mi pueblo se
mueve y sobrevive”. Pepe encontraba en las alcantarillas a las víctimas muer-
tas de los depredadores. Él mismo luego trasladaba los cadáveres para que
el forense informara las causas del deceso:
“degollamiento, muerte por desangramiento, desgarros en las
patas, cuellos rotos, mis congéneres nunca se entregaban sin
luchar, sin debatirse hasta el último aliento. El asesino solía ser
algún carnívoro perdido en las alcantarillas, una serpiente, a ve-
ces hasta un caimán ciego”.
Un día Pepe descubre un cadáver cuyo cuello estaba desgarrado. Lo ob-
servó sin poder distinguir ninguna otra herida. En una de las latas encontró
(1) Bolaño, Roberto, “El policía de las ratas”, en El gaucho insufrible, Barcelona, Anagrama,
2003, pp. 53/86.
322
¿Somos personajes de 1984?
los restos de una rata bebé que llevaba muerta por lo menos un mes y, por
primera vez, pensó que tal vez no fue un depredador. Cuando se reunió
con el forense le preguntó específicamente acerca de la causa de la muer-
te y no encontró una respuesta que lo satisfaga. En los días que siguieron
no dejó de pensar en el asunto:
”... el bebé había sido secuestrado hacía un mes y probable-
mente tardó tres o cuatro días en morir. Durante esos días debió
chillar sin parar. No obstante ningún depredador se había senti-
do atraído por esos ruidos. Regresé una vez más a la alcantarilla.
Esta vez sabía lo que estaba buscando y no tardé mucho en en-
contrarlo: una mordaza. Durante todo el tiempo de su agonía el
bebé había estado amordazado. Pero, en realidad, no durante
todo el tiempo. De vez en cuando el asesino le quitaba la mor-
daza, y le daba agua, o bien, sin quitarle la mordaza, untaba un
trapo en agua”. (2)
Al cabo de un tiempo Pepe encontró otra víctima. Volvió a hablar con el
forense y “le hice notar que el desgarro en el cuello era similar al de la otra
víctima”. “Puede ser una casualidad“, dijo (el médico). Tampoco se las
come, le contestó Pepe, e insistió:
“... examina la herida, dime qué clase de dentadura produce
ese desgarrón. Cualquiera, cualquiera, dijo el forense. No, cual-
quiera no, dije yo, examínala con cuidado. La verdad ¿qué quie-
res qué diga? me preguntó el forense. La verdad dije ¿Y cuál es,
según tú, la verdad? Yo creo que estas heridas las produjo una
rata, dije yo. Pero las ratas no matan ratas, dijo el forense miran-
La letra y la ley. Estudios sobre derecho y literatura
do otra vez el cadáver. Esa sí, dije yo. Luego me fui a trabajar y
cuando volvía a la comisaría me encontré con el forense y el co-
misario jefe que me esperaban. El comisario jefe no se anduvo
por las ramas. Me preguntó de dónde había sacado la peregrina
idea de que había sido una rata la autora de los crímenes. Quiso
saber si había comentado mis sospechas con alguien. Me advir-
tió que no lo hiciera. Deje de fantasear, Pepe... ya bastante com-
plicada es la vida real para encima añadir elementos irreales que
solo pueden terminar dislocándola. Yo estaba muerto de sue-
ño y pregunté qué quería decir con la palabra dislocar. Quiero
(2) Ibid.
323
Alicia E. C. Ruiz
3.
Pepe vive en un mundo mucho más parecido al nuestro que al de 1984. Un
mundo que pretende (con más o menos éxito) ocultar aquello que en la
novela de Orwell es lo único exhibido: el horror, la crueldad y la agresión
de unos individuos contra otros. Un mundo en el cual el poder es ejercido
con enorme eficacia, de modo mucho más sutil y eficiente en el control de
los actos, de las voluntades y de las creencias.
Sin embargo, existen otras semejanzas entre ambos relatos. Pepe, como
Winston, es una amenaza para la sociedad porque duda de aquello de
lo que nadie duda. Como a Winston, sus jefes intentan convencerlo de
que las ideas que expone son locas, de que deje de fantasear, de que
no es prudente “añadir elementos irreales” a la vida real porque acaban
dislocándola.
En 1984, como en la comunidad de ratas, el orden es un valor prioritario. La
vida debe tender hacia el orden y cada uno debe actuar para afirmar ese
orden. Tanto en 1984 como en el cuento de Bolaño hay un desorden que es
particularmente condenado: el desorden imaginario. Otra vuelta de tuerca:
nada es más temible que la imaginación, que los sueños y las ilusiones. Una
vez disparadas nada las detiene y “el orden impuesto está amenazado”.
La clave de la diferencia entre ambas ficciones (y lo que aproxima el mun-
do de Pepe a nuestro propio mundo) está en estas dos líneas “... las ratas
no matan ratas, dijo el forense mirando otra vez el cadáver”. Pepe pone
en riesgo el “orden” cuando sostiene porfiadamente que no es así, que
las ratas matan ratas, y no solo las matan. Las ratas gozan con la agonía
prolongada de un bebé a quien su asesino “le quitaba la mordaza, y le
(3) Ibid.
324
¿Somos personajes de 1984?
(4) Freud, Sigmund, “El porvenir de una ilusión”, en Obras Completas, t. XXI, Bs. As.,
Amorrortu, 1975, p. 7.
(5) Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, Valencia, Pre-textos,
1998, p. 159.
(6) Agamben, Giorgio, Ibid., p. 159.
325
Alicia E. C. Ruiz
4.
En Orwell, el Gran Hermano, para garantizar su dominio, tiene que lograr
que Winston no solo no lo odie sino que lo ame. Y para que lo ame debe
destruirlo, tiene que llevarlo a la habitación 101 en donde lo que ocurre allí
es para siempre. En 1984 hay un lugar identificado donde el horror alcanza
su culminación. Es un mundo aterrador, sí, pero previsible. El círculo del
espanto se construye siguiendo una secuencia terrible pero ordenada que
culmina en la habitación 101. En el 2004 ninguno de nosotros sabe dónde
están ni cuántas son las habitaciones 101.
“Dentro de ti no pueden entrar nunca, le había dicho Julia”. Sin embargo,
en la habitación 101 Winston comprende que Julia estaba equivocada.
“Lo que te ocurre aquí es para siempre”, le había dicho O’Brien. Había
cosas, actos propios, de los que no era posible recuperarse. Una vez allí,
“algo moría en el interior de la persona; algo se quemaba; algo se caute-
rizaba”. En la habitación 101 Winston aprende que para cada uno siempre
hay algo que no puede soportarse. Y que frente a ese algo, como a él le
sucede frente a las ratas, hará lo que se le pida que haga: interponer a otro
ser humano el cuerpo de otro ser humano entre las ratas y él. Winston, en
la habitación 101, comprende “... que en todo el mundo solo había una
persona a la que podía transferir su castigo, un cuerpo que podía arro-
jar entre las ratas y él. Y empezó a gritar una y otra vez, frenéticamente:
–“¡hazle eso a Julia! ¡A mí no! ¡A Julia! ¡No me importa lo que le hagas a
ella...! pero a mí, ¡no! ¡A Julia! ¡A mí, no!“.
Žižek recuerda la escena y escribe:
“... este dolor no es primordialmente físico sino sobre todo do-
lor mental, la humillación que causamos con nuestra intrusión
en el fantasma de otro. En 1984, O´Brien, con la amenaza de las
ratas, perturba la relación de Winston con Julia, y de tal modo
326
¿Somos personajes de 1984?
5.
La metáfora de la anamorfosis puede ser útil para no quedar atrapados en
la linealidad de 1984. Žižek explica la lógica de la anamorfosis del siguien-
te modo: “se trata del detalle de una pintura que mirado de frente parece
un punto borroso, pero si lo miramos al sesgo desde un costado, asume
formas claras y distintas...”. (8)
(7) Žižek, Slavoj, Mirando al sesgo, Bs. As., Paidós, 2000, pp. 260/261.
(8) Ibid., p. 28.
327
Alicia E. C. Ruiz
El objeto que Orwell muestra está puesto por su propio deseo, y única-
mente es percibido por una mirada distorsionada por el deseo, un objeto
que no existe para una mirada objetiva “en otras palabras, siempre, por
definición el objeto a es percibido de manera distorsionada porque fuera
de esta distorsión, en sí mismo, el no existe...”. (9)
Claro que Orwell cree que puede existir algún tipo de sociedad en la cual
el sujeto sea autor de sus ideas y de sus actos, libre y autónomo, garan-
tizado por su conciencia y su razón para alcanzar el conocimiento pleno
y verdadero y la capacidad de decisión absoluta. (10) Orwell no advierte,
como Foucault,“... que una política progresista no hace del hombre o
de la ciencia o del sujeto en general, el operador universal de todas las
transformaciones”. (11) Tampoco asume la herencia freudiana que indica
que en todo sujeto hay un inconsciente, y por tanto, un descentramiento
constitutivo de toda dimensión de la intencionalidad consciente.
6.
Volviendo a Agamben, vivimos en un mundo en el que
“intentan convencernos de que debemos aceptar, como dimen-
siones humanas y normales de nuestra existencia, prácticas de
control que siempre habían sido consideradas excepcionales y
verdaderamente inhumanas. Al traspasar ciertos umbrales en el
control y manipulación del cuerpo se ingresa, continúa, en una
nueva era biopolítica, en la que está en juego la nueva relación
biopolítica normal entre los ciudadanos y el Estado. Esta rela-
ción ya no tiene que ver con la participación libre y activa en la
esfera pública, sino que concierne a la inscripción y al fichaje del
elemento más privado y más incomunicable de la subjetividad:
me refiero a la vida política del cuerpo”. (12)
En la palabra pública, manipulada y controlada a través de dispositivos me-
diáticos tecnológicos, “se inscribe e identifica la vida desnuda: entre estos
dos extremos de una palabra sin cuerpo y de un cuerpo sin palabra, el
(9) Žižek, Slavoj, Mirando al sesgo, Bs. As., Paidós, 2000, p. 29.
(10) Ver Ruiz, Alicia E. C., “De la deconstrucción del sujeto a la construcción de una nueva ciu-
dadanía”, en Idas y vueltas por una teoría crítica del derecho, Bs. As., Editores del Puerto, 2001.
(11) Ver la referencia a Foucault, en Ruiz, Alicia E. C., ibid.
(12) Agamben, Giorgio, artículo publicado en el diario Clarín el 21/01/2004.
328
¿Somos personajes de 1984?
(13) Ibid.
(14) Ibid.
(15) Agamben, Giorgio, artículo publicado en el diario Clarín el 21/01/2004, cit.
(16) Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida, op. cit., pp.18 y 19.
(17) En paralelo al proceso en virtud del cual la excepción se convierte en regla, el espacio de
la nuda vida que estaba situada originariamente al margen del orden jurídico, va coincidiendo
de manera progresiva con el espacio político, de forma que exclusión e inclusión, eterno e in-
terno, bios y zoe, derecho y hecho entran en una zona de irreductible indiferenciación. Cuan-
do sus fronteras se desvanecen y se hacen indeterminadas, la nuda vida “... pasa a ser a la
vez el sujeto y el objeto del ordenamiento político y de sus conflictos, el lugar único tanto de
la organización del poder estatal como de la emancipación de él”. Agamben, G., ibid., p. 18.
329
Alicia E. C. Ruiz
7.
Peter Sloterdijk también se detiene en la consideración de los horrores de
nuestro tiempo:
“No es nuestro deber —escribe— desplegar históricamente el
oscurecimiento de la Ilustración. Sabemos que esta, a pesar de
las numerosas resistencias y contradicciones, durante los siglos
XVIII y XIX y por lo que respecta a sus propios rendimientos y pla-
nes, ha sabido actuar, con el fermento de la autoduda preferen-
temente, de una forma productiva y aspirando progresivamente
hacia delante. A pesar de todas las dificultades y contratiempos
del desarrollo, se permitió creer que la ley del progreso estaba
de su parte. Grandes nombres de la época están a favor de los
grandes logros: Watt, Pasteur, Koch, Siemens. Sus prestaciones
tal vez puedan rechazarse hoscamente, pero esto sería un gesto
de humor, no de justicia. La prensa, el ferrocarril, la asistencia
social, la penicilina, ¿quién podría discutir que estas innovacio-
nes son dignas de consideración en el jardín de lo humano?
Sin embargo, tras el horror técnico del siglo XX, desde Verdún
hasta Gulag, desde Auschwitz hasta Hiroshima, la experiencia
habla irónicamente a todos los optimismos. Tanto la conciencia
(18) “Detrás del largo proceso de antagonismo que conduce al reconocimiento de los dere-
chos y de las libertades formales, se encuentra, una vez más, el cuerpo del hombre insacrifi-
cable y, sin embargo, expuesto a que cualquiera lo destruya. Adquirir conciencia de esta apo-
ría no significa desvalorizar las conquistas y los esfuerzos de la democracia, sino atreverse a
comprender de una vez por todas por qué, en el momento mismo en que parecía haber ven-
cido definitivamente a sus adversarios y haber llegado a su apogeo, se ha revelado en forma
inesperada incapaz de salvar de una ruina sin precedentes esa zoe a cuya liberación y a cuya
felicidad había dedicado todos sus esfuerzos. La decadencia de la democracia moderna y
su progresiva convergencia con los Estados totalitarios en las sociedades posdemocráticas
y espectaculares (...) provienen quizás, de esta aporía que marca su inicio y la ciñe en secreta
complicidad a su enemigo más empedernido. Nuestra política no conoce hoy ningún otro
valor (y, en consecuencia, ningún otro disvalor) que la vida, y hasta que las contradicciones
que ello implica no se resuelvan, nazismo y fascismo, que habían hecho de la decisión so-
bre la nuda vida el criterio político supremo, seguirán siendo desgraciadamente actuales”,
ibid., p. 19.
330
¿Somos personajes de 1984?
(19) Sloterdijk, Peter, Crítica de la razón cínica, Madrid, Siruela, 2003, p. 59.
(20) Sloterdijk, Peter, Ibid. p. 40.
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Campichuelo Ltda. en octubre de 2014. Campichuelo 553 - C.A.B.A. - C1405BOG - Telefax: 4981-6500 / 2065-5202
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