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Bolívar Echeverría - La Religión de Los Modernos
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Si se les preguntase por el sentido de esa actividad sin reposo, que no se contenta jams
con lo alcanzado... diran (supuesto que supiesen dar una respuesta) que para ellos el
negocio, con su incesante trabajo, es indispensable para su vida.
Max Weber
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Presentado en el Congreso Nacional de Filosofa en agosto de 2001 en la Facultad de Filosofa y Letras de la
UNAM.
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El presente documento ha sido extrado desde el sitio web oficial de Bolvar Echeverra:
http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/La%20religion%20de%20los%20modernos.pdf
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para el ser humano, durante toda la historia de la escasez, de la que hablaba Jean-
Paul Sartre, la necesidad de hacerlo a travs de la interiorizacin de un pacto mgico
con lo otro, con lo no-humano o suprahumano. Un pacto destinado a conjurar la
amenaza de aniquilamiento que eso otro tendra hecha a lo humano y que poda
cumplirse en cualquier momento mediante un descenso catastrfico de la
productividad del trabajo. Se trata de una interiorizacin que afecta a la constitucin
misma de las relaciones que ligan o interconectan a los individuos sociales entre s,
una interiorizacin que se hace efectiva bajo la forma de una estrategia de
autorrepresin y autodisciplinamiento que debe ser obedecida necesariamente por
toda realizacin de lo poltico, por toda construccin de relaciones sociales de
convivencia, es decir, por toda produccin de formas, figuras e identidades para la
socialidad humana. Esta realizacin de lo poltico, una realizacin que se cumple, sin
duda, pero que lo hace paradjicamente slo a travs de la negacin y el sacrificio de
su autonoma, slo mediante la sujecin a un pacto metafsico con lo otro, slo a travs
del respeto a una normatividad que es percibida como revelada e incuestionable, es
lo que conocemos como la realizacin propiamente religiosa de lo poltico, como la
actualizacin religiosa de esa facultad del ser humano de ejercer su libertad, de darle
una forma a su socialidad.
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Si Dios no existe, todo est permitido. Sin Dios, el orden de lo humano tiene
que venirse abajo: porque, entonces, en razn de qu el lobo humano debera
detenerse ante la posibilidad de sacarle provecho a su capacidad de destruir o
someter al prjimo? Dostoievski ratifica con esta frase de uno de sus personajes lo que
Nietzsche haba dicho a travs del iluminado, ese personaje al que recurre en su
Ciencia risuea, cuando afirmaba la centralidad de la significacin Dios en medio del
lenguaje humano y de la construccin misma del pensamiento humano. Dios ha
muerto, dice ah, y nosotros lo hemos matado. Y, sin Dios, el mundo humano es como
el planeta Tierra que se hubiese soltado del Sol. Hacia dnde se mueve ahora?
Hacia dnde nos movemos nosotros? No estamos en una cada sin fin? Vamos hacia
atrs, hacia un lado, hacia adelante, hacia todos los lados? Hay todava un arriba y un
abajo? No erramos como a travs de una nada infinita?
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Hay que observar aqu que el uso que hace Marx del trmino fetichismo no es
un uso figurado. Implica ms bien una ampliacin del concepto de magia en virtud de
la cual, junto con la magia arcaica, ardiente o sagrada, coexistira una magia moderna,
fra o profana. Segn Marx, los modernos no slo se parecen a los arcaicos, no slo
actan como si se sirvieran de la magia, sin hacerlo en verdad, sino que real y
efectivamente comparten con ellos la necesidad de introducir, como eje de su vida y
de su mundo, la presencia sutil y cotidiana de una entidad metafsica determinante. La
mercanca no se parece a un fetiche arcaico, ella es tambin un fetiche, slo que un
fetiche moderno, sin el carcter sagrado que en el primero es prueba de un
justificacin genuina.
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La mercancas son fetiches porque tienen una capacidad mgica, del mismo
orden que la de los fetiches arcaicos, que les permite alcanzar por medios sobre-
naturales o sin intervencin humana un efecto que resulta imposible alcanzar por
medios naturales o humanos, en las condiciones puestas por la economa capitalista;
una eficiencia mgica que les permite inducir en el comportamiento de los
propietarios privados una socialidad que de otra manera no existira; que les permite
introducir relaciones sociales all donde no tendran por qu existir. Las mercancas
son los fetiches modernos, dotados de esta capacidad mgica de poner orden en el
caos de la sociedad civil; y lo son porque estn habitadas por una fuerza sobre-
humana; porque en ellas mora y desde ellas acta una deidad profana, valga la
expresin, a la que Marx identifica como el valor econmico inmerso en el proceso de
su autovalorizacin; el valor que se alimenta de la explotacin del plusvalor
producido por los trabajadores.
El motor primero que mueve la mano oculta del mercado y que genera esa
sabidura segn la cual se conducen los destinos de la vida social en la modernidad
capitalista se esconde en un sujeto csico, como lo llama Marx, de voluntad ciega
ciega ante la racionalidad concreta de las comunidades humanas pero implacable: el
sujeto-capital, el valor econmico de las mercancas y el dinero capitalista, que est
siempre en proceso de acumularse. Confiar en la mano oculta del mercado como la
conductora ltima de la vida social implica creer en un dios, en una entidad
metapoltica, ajena a la autarqua y la autonoma de los seres humanos, que detenta
sin embargo la capacidad de instaurar para ellos una socialidad poltica, de darle a
sta una forma y de guiarla por la historia.
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Puede decirse, por ello, que la prctica del laicismo liberal ha trado consigo la
destruccin de la comunidad humana como polis religiosa, es decir, como ecclesia,
como asamblea de creyentes que desconfa de su capacidad de autogestin y resuelve
los asuntos pblicos, a travs de la moralidad privada, mediante la aplicacin de una
verdad revelada en el texto de su fe. Pero no lo ha hecho para reivindicar una polis
poltica, por decirlo as, una ciudad que actualice su capacidad autnoma de
gobernarse, sino para reconstruir la comunidad humana nuevamente como ecclesia,
slo que esta vez como una ecclesia silente, que a ms de desconfiar de su propia
capacidad poltica, prescinde incluso del texto de su fe, que debera sustituirla, puesto
que presupone que la sabidura de ese texto se encuentra quintaesenciada y
objetivada en el carcter mercantil por naturaleza de la marcha de las cosas. Es una
ecclesia cuyos fieles, para ser tales, no requieren otra cosa que aceptar en la prctica
que es suficiente interpretar y obedecer adecuadamente en cada caso el sentido de esa
marcha de las cosas para que los asuntos pblicos resuelvan sus problemas por s
solos.
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El tercer corolario tiene que ver con el hecho histrico de que el dios de los
modernos, el valor que se autovaloriza, slo tiene la vigencia y el poder que le vienen
del sometimiento de la vida social al dominio de la modernidad capitalista, y que este
sometimiento, aunque es una realidad dominante, no es absoluto. El dios profano de
los modernos debe por ello coexistir junto con los distintos dioses sagrados y sus
metamorfosis; dioses que siguen vigentes y poderosos en la medida en que las
sociedades que los veneran no han sido an modernizadas estructuralmente. La
poltica que obedece a la religiosidad moderna tiene que arreglrselas en medio de las
polticas que obedecen an a las sobrevivencias de la religiosidad arcaica. Puede
decirse, por ello, que ninguna situacin es peor para la afirmacin de un laicismo
autntico que aquella en la que el dios de los modernos entra en contubernio con los
dioses arcaicos, a los que recicla y pone a su servicio mediante concertaciones y
acomodos. Puede decirse que la afirmacin de la autonoma humana de lo poltico, es
decir, la resistencia al dominio de su versin religiosa, resulta ms difcil de cumplirse
mientras mejor es el arreglo con el que la religiosidad moderna, profana o atea
somete a la religiosidad tradicional, sagrada o creyente.
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El proyecto de los jesuitas, que se ofrecen como los ms fieles siervos del Papa,
implica en verdad una puesta del Papa al servicio de su proyecto de revolucin y del
catolicismo.
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sus subalternos. Segn esto, la tarea del cristianismo moderno deba ser, en general, la
propaganda fide, la de extender el reino de Dios sobre el mundo terrenal,
arrebatndole al demonio los territorios fsicos y los mbitos humanos sobre los que
se enseoreaba todava.
Como se puede ver, nadie entre los siglos XVI y XVIII estaba en Europa ms
atento que el catolicismo jesuita para percibir el surgimiento de la religiosidad
moderna y su nuevo dios, el valor que se autovaloriza, y nadie estaba tampoco mejor
preparado que l para hacer el intento de combatirla.
Bien puede decirse, por lo anterior, que el proyecto jesuita del siglo XVII fue un
intento de susbsumir o someter la nueva deidad profana del capital bajo la vieja
deidad sagrada del Dios judeo-cristiano. Se trataba de fomentar la acumulacin del
capital pero de hacerlo de manera tal, que el lugar que le corresponde en ella al valor
que se autovaloriza pasase a ser ocupado por la empresa cristiana de apropiacin del
mundo en provecho de la salvacin, empresa que ellos, los jesutas, impulsaban y
dirigan.
De este fracaso histrico del proyecto jesuita no slo resulta claro que se debi
al hecho de que el sujeto-capital era indomable por el sujeto-Iglesia; a la realidad
innegable de que la voracidad por la ganancia aglutina a la sociedad civil de manera
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ms fuerte que el apetito de salvacin, y a que, por tanto, la religiosidad arcaica tena
que resultar ms dbil que la moderna.
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