La Caja Vacia (Paolo Bertrando)
La Caja Vacia (Paolo Bertrando)
La Caja Vacia (Paolo Bertrando)
¿Qué significa “enseñar la terapia sistémica”? (Se podría también preguntar: “¿Qué
significa enseñar cualquier terapia?”, pero limitémonos a aquella que nos toca más de
cerca). Frecuentemente se piensa que significa: “enseñar la teoría sistémica y a
comportarse en terapia consecuentemente con ella”. La idea es cautivante por su
simpleza, pero probablemente es demasiado simple para ser certera. Tal vez es propio
de esta idea que deriva (al menos en parte) lo que se puede considerar la crisis actual, de
los terapeutas sistémicos, si no es hacia la terapia, al menos lo es respecto de la teoría
que los guía. Pero tratemos de profundizar más el problema…
El problema
Dicho por muchos, hoy en día, la teoría sistémica está en crisis. No buscaré en este
caso, hacer un listado de las innumerables explicaciones ideadas para esta incomoda
situación; me limitaré a proponer una, relativamente simple.2 La teoría sistémica es casi
totalmente formal, un modo de poner juntos elementos, una forma que se puede adaptar
a cualquier contenido. Después de todo, fue justamente por su naturaleza que las
primeras teorías de la cibernética, aquellas reunidas en la Macy Conference de 1946,
consiguieron aplicar los mismos formalismos a la ingeniería de los servomecanismos, a
los primeros procesadores electrónicos, al sistema nervioso, a los sistemas ecológicos,
sociales y microsociales (Heims, 1991). Esta misma naturaleza, convierte a la teoría
sistémica en algo a lo menos problemático para quien- como los terapeutas que a ella se
avocan – desea fundar una práctica: siendo un puro y simple recipiente, que para ser
utilizable en la clínica debe ser llenada de cualquier cosa.
1
Paolo Bertrando, psiquiatra y psicoterapeuta sistémico, profesor del Centro Milanese di Terapia della
Famiglia, Director de la Asociación Episteme de Turín. Enseña psicodinámica del desarrollo y de las
relaciones familiares en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán.
Dirección para correspondencia: Paolo Bertrando, Piazza Sant’Agostino 24, 20123 Milano.
Fono: 0039 024819054; E-mail: gilbert@libero.it
2
La idea surgió en una conversación con Luigi Boscolo
3
Para lo concerniente a la evolución en el tiempo de los modelos sistémicos en terapia, véase Bertrando y
Toffanetti, 2000ª.
4
(N. del traductor: en inglés en la edición original en italiano, las cursivas son del autor)
1
influenciados también por el conductismo, que en aquellos años estaba iniciando su
acceso al mundo de la psicoterapia).
Era una teoría ágil, elegante, simple, pero con el paso del tiempo se mostró
demasiado limitada. La caja negra podía funcionar sólo en una gama relativamente
limitada de los problemas y de las situaciones, requería no tomar en consideración la
experiencia individual, aunque si la praxis del MRI no excluía de hecho la terapia
individual ni prescribía la terapia familiar. Se trataba en cierto sentido de una terapia
individual desindividuada: el individuo, en ella, no era el agente o el fin de una serie de
patrones comportamentales a modificar. En muchos sentidos, luego, la teoría de la caja
negra conduce a los terapeutas del MRI a alejarse lentamente del trabajo sobre
problemas psiquiátricos graves, aún cuando habían estado en el origen de la fundación
del propio instituto: pero ocuparse de las psicosis trabajando sólo sobre pattern era
difícil y otros problemas parecían más fáciles de solucionar por esos medios.
Cuando inició su recorrido hacia una terapia sistémica, tornando a enfrentar los
complejos problemas de la anorexia y de la esquizofrenia, el grupo original de Milán
poco a poco se liberó del dogma de la caja negra: restringiéndose a ella, las hipótesis e
intervenciones que convirtieron en famoso al grupo habrían sido impensables. Sin
decirlo jamás en voz alta, incluso declarando el propio “purismo sistémico”, los
terapeutas de Milán recurrieron al psicoanálisis, además de a miles de otras ideas,
incluyendo el clásico buen sentido común. Así, la pureza del modelo estaba
resguardada, pero al precio de hacer resbalar en aquello que había sido definido como lo
“no dicho” de muchos elementos que hacen eficaz la terapia (Boscoso y Bertrando,
1996). Gran parte de los sorprendentes resultados del grupo eran posibles sólo gracias al
particular recorrido epigenético de sus componentes, que, al momento de la creación del
modelo, eran todos psiquiatras y psicoanalistas ricos en experiencia existencial y
profesional.
Pero en los últimos años, el recorrido humano y profesional de los terapeutas que
vienen a formarse en el modelo de Milán se transformó en algo cada vez más distinto
tanto de lo que fueron los maestros, como de lo que fueron los primeros alumnos. Si la
primera generación (al menos de los alumnos italianos) estaba compuesta
principalmente de clínicos relativamente ya expertos, formados al menos en otro
modelo terapéutico, los alumnos mas jóvenes se aproximaban a la formación sistémica
sin ninguna experiencia previa (ni teórica ni practica) de terapia. Para estos últimos,
5
Aquella precedente y aquella que Mara Selvini Palazzoli elaboró después eran diferentes, mucho mas
normativas (cfr. Selvini Palazolli et al., 1975, 1988).
2
faltaba aquel conjunto de aprendizajes precedentes y de experiencia que había permitido
a sus antecesores a superar, en la práctica, los limites de la teoría.
Así, para muchos terapeutas neófitos, la caja negra de Palo Alto se convertía en una
caja vacía (empty box). Al mismo tiempo, fueron sometidos a una creciente presión para
entrar dentro de aquella caja: la demanda que recibían eran frecuentemente de terapia
individual, mientras en los contextos laborales se adoptaban modelos integrados, en los
cuales la terapia familiar no era más que la modalidad de tratamiento escogida– y a
veces ni siquiera contemplada. El terapeuta sistémico se siente así limitado, incómodo,
en especial cuando debe hacer algo distinto que ordenar las relaciones. Por ejemplo,
cuando trabaja con individuos, o con problemas psiquiátricos graves, cuando en realidad
termina siendo un puro y simple técnico de la familia. Porque un modelo
preferentemente formal funciona muy bien cuando se trata de ver familias, de trabajar
sobre las relaciones visibles a la hora del encuentro terapéutico, menos cuando se debe
entrar en el mundo interno y en la intimidad (algunas veces insidiosa) de un encuentro
de a dos. El sumergirse en la teoría sistémica ahora lleva a arriesgarse a dirigirla hacia
una terapia vacía, en que inexorablemente falta algo. Salir de la teoría conduce a un mal
encubierto eclecticismo, en el que el vacío es llenado con una bulímica adquisición de
fragmentos de teorías (y técnicas, experiencias y practicas) ajenas. Parece de cualquier
modo imposible para ellos, llenar el vacío de la caja.
Los intentos de solución, de parte del terapeuta sistémico, son de varios géneros:
Mis ideas son posibles de ubicar en el último de estos caminos. Quiero ahora
precisar cuál es mi discurso, en qué modo propongo superar este impasse.
3
La teoría como fuzzy set6
Muchos equívocos a propósito del rol de la teoría en la práctica clínica están ligados
a los significados que se dan al término “teoría”. Frecuentemente es usado en modo a lo
menos casual, sin preguntarse exactamente cuál es su significado. Cuando es más
conciente, el uso que se hace de él es análogo a aquello que un físico o un químico
harían del término “teoría” en sus respectivos campos. Como si una teoría terapéutica
fuese formalmente idéntica, por ejemplo, a una teoría física.
6
Nota del traductor: Fuzzy set se encuentra en inglés en el original. La expresión es traducida al español
como subconjunto difuso, teoría matemática que se desarrollo a partir de 1965 para cubrir aquellos
espacios de incertidumbre del conocimiento humano y la visión subjetiva.
7
Nota del traductor: booleano es un término inherente a la teoría matemática de Boole en que los datos
toman valores binarios de verdadero o falso.
8
Un aparente ejemplo del género podría ser el grupo originario de Milán, en el primer periodo de “pureza
sistémica”: pero como es descrito en el articulo/narración de Carmine Saccu que aparece más adelante en
este número la cosa no estaba propiamente así.
4
séptimo capítulo de La interpretación de los sueños (1899)9, en que se integrar como
una visión y una técnica hermenéutica. La teoría se estructura completamente en los
escritos sobre metapsicológica (1915-17). Pero es modificada profundamente en Más
allá del principio del placer (1920), donde aparece un instinto de muerte
completamente nuevo, que hace necesaria una reorganización que es un verdadero y
propio vuelco de muchas partes de la teoría. Con la segunda tópica de El yo y el ello
(1923), la teoría evoluciona en un modo aun más determinante, introduciendo inéditas
metáforas estructurales. Luego Inhibición, síntoma y angustia (1925) modifica
profundamente la teoría de la ansiedad, que había sido un fundamento de todas las
formulaciones precedentes.
Así la teoría freudiana (de la cual aquí he solamente esbozado las etapas más
relevantes) es una teoría en devenir, en la que sus diversas versiones, aunque en una
estratificación epigenética, entran fácilmente en contradicción entre ellas. Los
aprendices de ésta la utilizan una y otra vez en múltiples sesiones, sin preocuparse
demasiado de seguir su evolución cronológica: por ejemplo, pocos, incluso entre los
más fieles freudianos, han aceptado la idea del instinto de muerte, pero esto no les ha
impedido aceptar otras formulaciones que Freud había legado indisolublemente a aquel
concepto.
Pero, al mismo tiempo, todas estas teorías presentan una semejanza, que resulta
evidente si se confronta el conjunto de estas teorías con aquellas construidas por el
nuevo grupo fundado por Mara Selvini Palazzoli (Selvini Palazzoli et al., 1988, 1998); a
pesar de haber evolucionado desde un mismo tronco común, estas últimas teorías
reivindican un realismo estructural muy lejano de la sensibilidad construccionista y
postmoderna que caracteriza a las otras. Al volverse tan vertiginosa la complejidad, el
terapeuta en su subjetividad no usa nunca todos los elementos correspondientes a la
teoría que utiliza de referencia, sino que sólo algunos y, a veces, los integra con
elementos de otras teorías.
9
N. del T.: La fecha asignada corresponde al autor. Se sabe que el texto aludido estuvo terminado ya en
1899, pero la fecha de edición fue 1900, por el deseo de Freud de que inaugurar el siglo con esta obra que
supuso seria de gran importancia para su teoría.
5
Es evidente que, en un contexto similar, la idea de la teoría terapéutica como
conjunto clásico no es sostenible. La teoría terapéutica recuerda, a lo más, un juego
lingüístico (en el sentido de Wittgenstein, 1953), o sea un fuzzy set (literalmente,
“conjunto esfumado”). Queremos explorar aquí las posibles implicaciones de considerar
una teoría terapéutica como fuzzy set.
La teoría del fuzzy set ha sido introducida por Zadem (1965) justamente para superar
la rigidez de la lógica y de la teoría de conjuntos boleanos. Un fuzzy set puede tener
elementos comunes con otros conjuntos sin entrar en contradicción interna: el principio
de verdad/falsedad es sustituido por un principio de pertenencia. Cada elemento del
conjunto tiene un grado de pertenencia al conjunto mismo que varía entre cero (no
pertenencia) y uno (total pertenencia). Por consiguiente, el principio de verdad de la
lógica clásica ya no es válido. Un elemento puede ser al mismo tiempo A o no A:
tertium datur (Pizzaleo, 2000). En un fuzzy set, además, las explicaciones y las
categorías son multi-temáticas: “La pertenencia a la misma clase no ocurre sobre la base
de un criterio único, sino de todos los criterios implicados, como en una cuerda formada
de tantos hilos en que ninguno es tan largo como la cuerda misma” (Vineis, 1999, p.12)
El concepto de fuzzy set ha sido aplicado por Paolo Vineis al análisis de la noción de
“enfermedad” en medicina, un campo límite en que emergen problemas muy parecidos
a aquellos que hemos encontrado en psicoterapia. Una enfermedad puede ser
considerada un fuzzy set que admite explicaciones múltiples, lo que significa que para
una enfermedad puede existir una pluralidad de causas y que al mismo tiempo una sola
causa puede ser suficiente, o un conjunto de ellas puede resultar insuficiente, pero es
imposible determinar una única causa para todos los casos de esta enfermedad. Por
ejemplo, el tumor al pulmón “es causado” por el humo del cigarrillo, pero el humo no es
suficiente para causarlo, y desde otro punto de vista, hay casos de tumor pulmonar que
no dependen del humo. Estas teorías no son solamente generalizaciones empíricas
(haber observado diferentes casos en que hay un vinculo entre el humo del tabaco y el
desarrollo de tumores), sino que conectan diversos niveles de la realidad: en el caso
especifico, conocimientos químicos y biológicos sobre los procesos de cancerogénesis,
biología del ADN, estudios epidemiológicos, y así sucesivamente. Su validez deriva de
un conjunto de observaciones, generalizaciones y experimentos de diversa naturaleza,
más allá que de su insensibilidad en algunos a priori aceptados comúnmente por la
ciencia del periodo, como la teoría genética basada en el ADN (Vineis, 1999).
10
Un razonamiento de este tipo ha sido propuesto por de Shazer (1991) a propósito de las diversas
terapias familiares, llegando al mismo resultado. El primero en usar el término “semejanza de familia”, en
este sentido ha sido el Wittgenstein de Investigaciones Filosóficas (Wittgenstein, 1993).
6
pertenecía con la teoría psicoanalítica, pero mantiene una pertenencia, aunque débil, con
la teoría sistémica de Milán (aunque el inconsciente batesoniano al que se refiere la
teoría milanesa no es del todo idéntico al inconsciente freudiano y postfreudiano), sin
que por esto disminuya la coherencia de las dos teorías; por otro lado, el conflicto
inconsciente no tiene derecho de ciudadanía en la teoría conductista, ni en aquella
sistémico estratégica del MRI, al interior de las cuales simplemente no tiene sentido. Un
concepto como “Súper-yo” tiene una pertenencia fuertísima con la teoría analítica y
muy débil con la sistémica; para la dupla de conceptos simetría/complementariedad vale
lo opuesto. Desde este punto de vista, también la cotidiana lucha de los terapeutas con
las teorías, por hacerlas calzar en el propio quehacer laboral, adquiere, sino es otro, un
sentido mayor.
Nadie posee la teoría terapéutica, porque nadie puede poseerla. La teoría terapéutica
es un conjunto no sólo difuso, sino también, por su misma naturaleza, fluido y en
constante evolución. Se puede decir que cada terapeuta sistémico se crea la versión
propia de la teoría sistémica, que es válida tanto como cualquier otra, con tal que
participe en alguna medida del corpus sistémico. Luego, en su práctica cada terapeuta
escoge elementos de diferentes fuzzy set terapéuticos, construyéndose el propio, que se
convierte en su estilo terapéutico. Su adhesión a la teoría deriva en conjunto con el
número y grado de pertenencia de los elementos que toma de un cierto modelo; por
ejemplo, nosotros somos terapeutas sistémicos que no hacemos más preguntas
circulares, aun cuando las preguntas circulares son consideradas uno de los elementos
más fuertes y característicos del modelo de Milán (Boscolo y Bertrando, 1993). Se
puede decir que un terapeuta no es “sistémico” o “no sistémico”, “milanés” o “no
milanés”, sino que es “más o menos sistémico o milanés”, aun si esto es difícil de
aceptar para los defensores del purismo teórico.12
11
El rol de similares tradiciones orales en la trasmisión de la teoría psicoterapéutica comienza apenas a
ser estudiado, por ahora en pocos casos. Para lo relativo a Freud, véase Roazen (1975, 1995) y Mahony
(1986)
12
Todo esto, se entiende, no vale sólo para los terapeutas sistémicos, pero en esta ocasión no entraré en
otros campos.
7
Para referir a un ejemplo concreto del proceso, Debby Schwarz Hirschhorn (1999)
pidió a una colega evaluar las videograbaciones de una de sus terapias, para verificar,
entre otras cosas, qué teoría, modelo o componentes de modelos fueron seguidos. La
colega
Que las disciplinas que se ocupan de la cura están en busca de legitimidad a través
de la ciencia está confirmado, después de todo, bajo ciertas vicisitudes léxicas. La
medicina que, en tanto académica, se convierte en “biomedicina” [como si existiera una
medicina no biológica]. O bien la psiquiatría que se hace parte del caldo de cultivo de
las “neurociencias” o de las “ciencias del comportamiento”. Cada vez más, la ciencia es
una fuente de legitimidad para los profesionales.
Siempre siguiendo a Schön, es una herencia del positivismo, de una época y una
doctrina en la que la ciencia y el progreso tienen asumida una función salvadora
comparable a aquella de las religiones –en la cual tomaron forma gran parte de las
universidades actuales- con sus programas que dividen así, cuidadosamente, la ciencia
de base de aquella aplicada. Un ejemplo típico es la medicina, donde sea, está
constituida por dos ciclos de estudio, preclínico [basado en química, bioquímica,
13
Las referencias bibliográficas atribuidas por los autores a los cinco modelos citados son,
respectivamente: Selvini Palazzoli et al. (1978); Fisco et al. (1982); Goolishian y Anderson (1992);
O’Hanlon y Wilk (1987); Epston et al. (1992).
8
anatomía, fisiología] y clínico [diagnóstico y terapia]. Sin embargo, no estamos
enfocando la investigación sino a la profesión médica en concreto, ni siquiera en la
medicina los límites entre “arte” y “ciencia” son así de claros como se quisiera. Una y
otra vez, en la historia de la medicina la cualidad curativa de cierto fármaco o de cierta
práctica estaba bien evidenciada antes que se encontrase una explicación científica. El
efecto placebo no es exclusivo de la psiquiatría o de la psicoterapia, testimonio de ello
es la importancia de todas aquellas variables relacionales que una visión técnica de la
cura quisiera reducir o anular. El hecho es que, incluso en medicina, la ciencia razona en
términos de poblaciones, y por consiguiente de estadísticas; pero el médico debe operar
con un paciente particular con el cual las estadísticas de poblaciones son insuficientes, a
veces incluso engañosas (Vineis, 1999).
Este proceso es muy diferente del que se da en una “ciencia aplicada”. En lugar de
reconocer en el nuevo caso una situación exactamente idéntica a otra previa, en la que
puede aplicarse un instrumento ya existente, útil para todos los ejemplos de aquel tipo
de situación, el profesional produce aquello que Schön llama una “metáfora generativa”,
9
un pensamiento no lógico en el que la semejanza entre la situación nueva y aquella ya
experimentada es metafórica: es advertida, intuida, pero no necesariamente explicitada.
14
Esta “sapiencia tácita” (Polanyi, 1966) es muy similar a aquella que Schön (1983) define como
“reflexión-en-acción”
15
Para un ejemplo sobre cómo el diálogo a tres voces entre la persona del terapeuta [o de los terapeutas],
la persona del cliente [o de los clientes] y la teoría terapéutica lleva a la generación de hipótesis
sistémicas, véase Bertrando y Toffanetti (2000)
10
Esto significa que la formación sistémica [aunque esta propuesta puede valer
también para alguna otra formación en terapia] es una formación sobre el uso, sobre el
diálogo con la teoría. Esto no exime – como muchos creen – del conocimiento acerca de
la teoría, sino que va más allá. La teoría provee un horizonte, el límite de las
posibilidades exploradas por el terapeuta que la usa; así también provee conjuntamente
un repertorio de conocimientos y de movimientos. El horizonte permite al terapeuta
considerarse parte de una tradición y de una orientación, el repertorio califica las cosas
que hace como conectadas [en grado variable] con el modelo sistémico.16
Aunque esta puede parecer una puntualización banal, incluso superflua, a una
compleja tradición formativa, las consecuencias no son sólo secundarias. Se desprende
que:
Creo que es superfluo, en este punto, extenderse sobre sus opciones formativas
concretas. Las técnicas de formación con las cuales conseguir resultados similares son,
sino infinitas, bastante numerosas. Lo importante es recuperar, en la formación, un
sentido de la utilidad de la teoría sistémica y de su valor todavía en un mundo en el que
es imposible considerarla como un faro que guía al terapeuta en cada una de sus
elecciones. En el mundo posmoderno, cada elección terapéutica debe ser considerada
como una elección que ocupa al terapeuta en primera persona, y no puede ser justificada
por algún libro ni por algún manual: el terapeuta [sistémico o no] que opere en nuestro
mundo de teorías débiles y elecciones fuertes es un terapeuta que continuamente hace
elecciones éticas (Bianciardi y Bertrando, 2002). Pero aún para tal terapeuta hay un
horizonte teórico y una idea del por qué ha elegido y acepta ese horizonte, lo que se
convierte en un modo de reasignarle sentido al propio trabajo.
16
Para un ejemplo de cómo la visión y técnica sistémica se concretan en intervenciones específicas, véase
Bertrando [en imprenta].
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