Estado Ideal y Estado de Razón
Estado Ideal y Estado de Razón
Estado Ideal y Estado de Razón
484-
ESTADO DE RAZON
DISCURSO
de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales
y Polticas del Excmo. Sr. D. Gonzalo Fernndez de la
Mora y Mon, el da 29 de febrero de 197 2
y
DISCURSO
de contestacin del Excmo. Sr. D. Alfonso Garca
Valdecasas y Garca Valdecasas
MADRID
1972
Seores Acadmicos:
La primera vez que entr en esta casa fue para escuchar
el discurso de ingreso de quien hoyes nuestro Vicepresidente,
Jos Larraz. Tena yo dieciocho aos y consuma mi tiempo
entre las bibliotecas y las aulas. Espaa era una nacin lacerada y pobre, y nuestra Universidad, pequea y rota. Los
jvenes de entonces sabamos que con nuestros padres tendramos que rehacerlo casi todo. Nos faltaban incluso los
libros; pero ramos ambiciosos. Nos movan el mpetu Y la
esperanza. Sera insincero si no confesara que, cuando hace
un cuarto de siglo, me acomod, un tanto asombrado, al
fondo de este saln, llevaba en mi cartera, entre cuadernos
de apuntes, una soada medalla de acadmico, mi bastn de
mariscal. Hoy colmis, queridos maestros y amigos, una ilusin juvenil; es decir, emocionada y siempre viva. Con el
entrecortado ardor de antao y con la castigada madurez de
ahora, dos estados de nimo que enmarcan el mejor torso de
mi vida, os doy gracias.
A muchos de vosotros me liga una indestructible relacin discipular. Debo a don Juan Zarageta, catedrtico mo
de Metafsica y de Teodicea en la complutense Facultad de
Filosofa, un invariable ejemplo de honestidad intelectual,
de sistematismo y de nimo liberal. Debo a Leopoldo EuIogio Palacios, que me ense Lgica, el descubrimiento de
ras Modernas del Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. Me recibi con aquella sonrisa benvola en la que
siempre afloraba un punto de irona. Y desde aquel da me
honr con su amistad y tambin con su asistencia. Recuerdo
cun solcitamente me pilot en Lisboa cuando fundamos,
con Marcelo Caetano, la seccin lusitana del Centro Europeo
de Documentacin e Informacin. Inolvidables dilogos en
sus despachos del Consejo de Estado, del Consejo Superior
de Investigaciones Cientficas y de nuestra Embajada en Portugal. Era cordial, generoso y alegre. Desconoca el resentimiento. Nunca tuvo nostalgia del poder, acaso porque lo
entenda como una servidumbre.
Ibez Martn, turolense de 1896, fue un intelectual y
un poltico. Lo ms revelador de su faceta de estudioso son
sus trabajos Smbolos hispnicos del Quijote (1947), Dios
y el Derecho (1952), Algunos aspectos de l.a escultura del
Renacimiento en Aragn en la primera mitad del siglo XIV:
Gabriel Yoly, su vida y su obra (1956) y, sobre todo, Surez
y el sentido cristiano del poder poltico (1967). Estas monografas, de seguro rigor erudito, estn rotundamente insertas
en la concepcin catlica y tradicional del mundo. La obra
de Ibez Martn est pensada desde su condicin de creyente y de hispano. Era 10 contrario del escptico, porque su
arquitectura mental se apoyaba en firmezas dogmticas. Sus
pginas ms conceptuales tienen el sobrio corte de las relectiones clsicas: la entraa afirmativa consiste en certidumbres dadas. La trayectoria de su pensamiento no fue una
azarosa aventura, sino un reglado derrotero.
La lnea que prevalece en el perfil de Ibez Martn es,
sin embargo, la de gobernante. Durante doce aos desempe el Ministerio de Educacin. Fue el restaurador de
nuestros museos y Facultades. Reconstruy la Ciudad Universitaria de Madrid. Fund el Consejo Superior de Investigaciones Cientficas. A m me parece que sta es su obra
capital. El activo del Consejo est en el impresionante inven9
11
l.
lNTRODUCClON
15
I6
perfecto? Estos sern los hitos de nuestra meditacin, demasiado frgil y breve para la robusta magnitud del tema.
II.
La historia del pensamiento poltico se reduce en Occidente a una infatigable bsqueda del arquetipo social. La ya
milenaria aventura intelectual arranca de un supuesto pronto
convertido en conviccin firme: existe el Estado ideal. En
este planteamiento del problema est el origen de extraordinarios esfuerzos tericos y de formidables decepciones prcticas. Cmo se forj y cmo evolucion la hiptesis que
iba a condicionar centurias de especulacin y de coexistencia?
Los
CLSICOS
18
Repblica, 500 e.
500 d.
592 e.
501 c.
que no interrumpe el lento proceso desmitifcador de la historia. La nocin de la ciudad ideal posee inicialmente caracteres mitolgicos, y responde a las exigencias de la mentalidad primitiva. En una posterior fase de primera racionalizacin adquiere el rango de idea, todo lo divina y esotrica
que se quiera; pero con sustantividad metafsica. La meta
no ha variado porque subsiste, aunque en otros trminos, la
hiptesis de la existencia de la polis absolutamente mejor.
Ahora ya no hay que preguntarle su forma a la sibila, sino
al filsofo; l es el medium que la observar en su lugar
celeste y la pondr 'al alcance de todos. El platonismo poltico responde, pues, a un idealismo objetivo. Qu acontecer con la ciudad cuando Aristteles haga descender las
ideas desde su sempiterno y sublime domicilio urnico hasta
la mvil y perecedera estructura hilemrfica de las cosas?
Aristteles, el genio que, reanudando la tradicin jnica,
devolvi las esencias a la tierra y restaur una interpretacin
fsica del mundo, se encontr con el tema de la polis perfecta
tan slidamente establecido, que no pudo removerlo. Al final
de la Etica a Nicmaco y como preludio de lo que iba a ser
su recopilacin de constituciones, proclama su esperanza de
que acaso pueda discernir cul sea la mejor forma de gobierno '1. En la Poltica ya es ms tajante. Empieza pasando
revista a lo que otros han dicho sobre la mejor forma de
gobierno 8 y confiesa: Nos hemos propuesto teorizar acerca
de cul es la mejor de todas las comunidades polticas 9. La
ariste politeia o rgimen mejor es la frmula constantemente
repetida, y que en Aristteles corresponde a la eunoma o
buena constitucin. La constitucin preferida es el rgimen
intermedio, tambin denominado con el apelativo genrico
de politeia o repblica, y que consiste en una mezcla de
7 ARISTTELES: Etica a Nicmano, 1131 b. Vid. mi estudio El relativismo
poltico en Aristteles, Atlntida, nm. 46, 1970, pgs. 347 a 361.
8 ARISTTELES: Poltica, 1260 b, 24.
11 Op. cit., 1260 b, 28.
1294 b, 1.
1266 a, 5.
1294 a, 9.
1288 b, 26.
14 CICERN: De [lnibus, V, 4, 14.
15 ARISTTELES: Op. clt., 1269 a, 4.
'll
21,
politeia 22.
Ya enteramente itlico, aunque con devociones atenienses, es Cicern quien, p:ese a sus flaquezas especulativas, sera
el prncipe de los intelectuales romanos si no hubiera nacido
Sneca. Pues bien, tampoco Marco Tulio sale del crculo
conceptual en que se mueven sus predecesores. El objeto
principal de su gran dilogo de plenitud, la Repblica, ignorado durante siete siglos y slo parcialmente recuperado, consiste en esclarecer cul sea el optimus status eivitatis 23. Y ese
Estado tericamente ptimo es tambin el que resulta de la
mezcla y combinacin de las tres formas clsicas 24, 10
cual constituye un quartus genus 25. Y su realizacin histrica es nostra civitas 26 o eivitas maxima 27, la repblica roHistorias, VI, 3, 7.
VI, 11, 11. El inventor de la repblica mixta trimembre parece
que fue el aristotlico Dicearco (F. WEHRLl: Die Schule des Aristoteles, 19672 ,
20 POLlBIO:
21 Op. cit.,
24
25
27
22
y la oligarquia, 826 c.
Los
MEDIEVALES
31 AGUSTN DE H1PONA:
32
Op.
Op,
Op.
Op.
Op.
33
34
35
36
37 Op,
38
39
40
41
42
Op.
Op.
Op.
Op.
43
Op,
Op.
44
45
Op.
46
Op.
o.
63
64
55
58
1 c.
63
MODERNOS
7'1 DANTE:
78 BODINO,
'l9
La tendencia idealista es todava ms acusada en los utopistas de la poca. Toms Moro, en el primer libro de su
obra famosa, juzga implacable y duramente a la sociedad de
su tiempo. Tras la diatriba de lo real, dedica el libro siguiente y ltimo a perfilar the best state 01 a common uiealthe 80,
es decir, el Estado perfecto. Su compatriota Francisco Bacon no persigue un fin distinto con La nueva Atlntida, en
cuya nota preliminar se declara que el autor pens escribir
the best siate or mould 01 a commonwealth 8\ o sea la repblica modlica. Y Toms Campanella, en su Ciudad del
Sol, contina la general persecucin del paraso poltico 82.
Los tres dependen de Platn; pero Moro y Campanella de
un modo tan estrecho que, en sus soadas constituciones, no
dejan de repetir los fundamentos conceptuales y aun los detalles comunitarios del esquema platnico. Es un idealismo"
social en el que convergen el racionalismo de las construcciones apriorsticas, el maximalismo de las normas puras y
el trascendentalismo de una mentalidad religiosa. Y, a pesar
de su carcter tangencial a la Historia y a la vida, estos esfuerzos actan con hondura y vigor sobre la ciencia poltica,
empujndola hacia objetivos ltimos. El utopismo es una desesperada invitacin a un pensar asintticamente encaminado
hacia la convivencia imperfectible.
Los
ILUSTRADOS
El hombre que asesta al arquetipo monrquico absolutista el golpe de muerte es Locke. El primero de sus Dos
Tratados sobre el Gobierno Civil, puramente crtico, es un
ensayo acerca de los false principles 83. Estos falsos principios son los de Hobbes y, sobre todo, los de Filmer, cuyos
Toms: Utopa (1516), 11, in ttulo.
Francisco: New Atlantis (1623?), To the reader.
82 Adems de la Citt del Sole (1623). CAMPANELLA escribi unas Questioni
sull'ottima repubblica, cuyo ttulo es ya una lcida definicin.
83 LoCKE, John: Two Treatises 01 Civil Government (1690),"1, in titulo.
80 MORO,
81 BACON,
86
87
88
89
90
91
92
93
94
32
Op. cit., 1, 1.
Op. cit., JI, 90.
33
34
I1I,
I II,
IIJ,
IV,
15.
1.
13, Y III, 18.
1.
111, 18.
I1I, 1.
3:S
Los
DIALCTICOS
captulo 111.
116 LENIN: L'Etat et la revolution, 1918, V. 1. Cito por la versin oficial
francesa de las Oeuvres, vol. XXV, reeditada en Oeuvres choisies, Mosc,
volumen 11, pg. 352.
117 'C. MARX Y F. ENGELS: Manijest der Kommunistischen Partei, 1848, 111,3.
118 MARX: Der Biirgerkrieg in Frankreich, 1871, 111.
119 ENGELS: Zur Wohnungs/rage, 1873, 11, 1.
planteamientos imaginativos y aun a los 'simplemente abstractos est bien reflejada en este texto: Si Rousseau acab
indirectamente, gracias a su Contrato Social republicano,
con el Montesquieu constitucional, ste fue un acontecimiento que permanece en el mbito de la teora del Estado... y
que no sale de los dominios del pensamiento 120. Los fundadores del socialismo cientfico pretendan estar en los antpodas de sus precursores los utpicos. He aqu el concluyente juicio de Lenin: En Marx no hay una gota de
utopismo; l no inventa, no imagina todas las piezas de una
sociedad nueva 121. Significa esto que el marxismo, anclado en una ontologa materialista, logr romper una tradicin
milenaria y escapar a la tentacin de dar con el Estado ideal?
La respuesta a esta interrogacin es negativa. En ms de
una ocasin Marx admite la existencia de una miste politeia.
Son fragmentos poco citados. La mejor forma de Estado
es aquella en que los contrastes sociales no son constreidos
por la fuerza 122. Pero 10 decisivo no son las alusiones a die
beste Staatsform. Lo decisivo es que Marx, como contrapunto de su airada y demoledora crtica de la democracia
burguesa, propone una frmula constitucional transitoria, la
dictadura del proletariado, que desembocar en el definitivo
modelo de la convivencia poltica, la sociedad sin clases. Recordemos la tesis famosa: Entre la sociedad capitalista y
la socialista se encuentra el perodo de la transformacin revolucionaria de la una en la otra: es un perodo poltico de
transicin cuyo Estado no puede ser otro que el de la dictadura del proletariado 123. En qu consiste esta temporal
panacea poltica?
Un ejemplo histrico permite una primera aproximacin
intuitiva: Examinad la Comuna de Pars; eso es la dicta120 ENGELS: Briei an F. Mehring, 14-VIII-1893.
121 LENIN: Op. cit., 111, 3, en Oeuvres choisies, vol. 11, pg.
122 MARX: Die lunirevolution, 29-VI-1848.
123 MARX: Kritik des Gothaer Programms, 1891, IV, A.
325.
37
dura del proletariado 12.. Pero el cabal desarrollo del concepto corresponde a Lenin, quien lo define como un poder
especial de represin ejercido contra la burguesa por el proletariado 125 no compartido con nadie, que se apoya directamente sobre la fuerza armada de las masas 126 y que
no est ligado a ley alguna l2'7. Esta dictadura del proletariado implica una serie de restricciones a la libertad para
los explotadores capitalistas... ; y all donde hay opresin,
hay violencia y no hay ni libertad ni democracia 128. La dictadura del proletariado es, pues, antidemocrtica, antiliberal,
antiparlamentaria, violenta y totalitaria. Los socialistas reclamamos que la sociedad y el Estado ejerzan el control ms
riguroso sobre el trabajo y el consumo 129. Aunque toda el
ala derecha y algunos de la izquierda se empeen en asociar
el marxismo al roussoniano nombre de democracia, Lenin
lo desmiente con una sentencia cegadora: Una revolucin
es, sin duda, lo ms autoritario que existe 130. Y ah est
para ratificarlo la mxima encarnacin viviente de este arquetipo, la Unin Sovitica. El primer modelo constitucional
marxista es un retorno al absolutismo, con la diferencia de
que el titular de la soberana no es un prncipe de derecho
divino, sino el partido elitista que, por dogmtica definicin,
encarna los intereses de la clase obrera.
Pero en el marxismo, porque es evolucionista y dialctico, hay, junto al esquema poltico de transicin, otro que
es su lmite. En qu consiste ese Estado absolutamente ltimo y perfecto que, en cierto modo, eleva al cuadrado la
fidelidad marxista a la hiptesis de la ciudad ideal? Es lo
124 ENGELS:
reich, 1891.
que Marx llamaba ela fase superior de la sociedad comunista 131 y lo que sus escoliastas consideran el ltimo estadio
del socialismo o comunismo sensu stricto. Cules son los
rasgos de ese esquema poltico? He aqu la descripcin del
ambicionado futurible: Cuando hayan desaparecido la esclavizante subordinacin de los individuos a la divisin del
trabajo y, con ella, la oposicin entre el trabajo intelectual
y el manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio
de vida y se convierta en la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo mltiple de los individuos, las fuerzas
productivas se acrecienten y manen con abundancia todas
las fuentes de riqueza, solamente entonces podr... escribir
la sociedad sobre sus banderas: . i D cada uno segn sus
capacidades y a cada uno segn sus necesidades! ' 132. A esta
descripcin hay que aadir una nota esencial: la supresin de las diferencias de clase 133. Lenin complet la imagen tan rpidamente abocetada por su maestro. Su glosa
principal incide sobre la supresin del Estado: Los hombres se habituarn gradualmente a respetar las reglas elementales de la vida en sociedad conocidas desde hace siglos
y repetidas durante milenios en todas las prescripciones morales, a respetarlas sin violencia, sin presin, sin sumisin
y sin ese especial mecanismo coercitivo que se llama Estado 134. Entonces los hombres trabajarn voluntariamente
segn sus capacidades... y la reparticin de los productos
no exigir el racionamiento por la sociedad... , sino que cada
uno los tomar libremente segn sus necesidades 135. En
fin, todo el mundo gobernar y se habituar rpidamente
a que nadie gobierne 136. Estos son, en suma, los rasgos que
definen la sociedad comunista ideal: nacionalizacin de los
MARX: Kritik des Gothaer Programms, 1, 3.
Op. cit., loe. cit.
133 MARX y ENGELS: Maniiest, 11; MARX: Kritik des Gothaer Programms, 11.
134 LENJN: Op. cit., V, 2, en Oeuvres choisies, vol. 11, pg. 356.
135 Op. cit., V, 4, en Oeuvres choisies, vol. 11, pg. 362.
136 Op. cit., VI, 3, en Oeuvres choisies, vol. 11, pg, 378.
131
132
39
En las disposiciones epilogales de uno de los ms remotos textos jurdico-polticos de la Humanidad se lee: Yo,
Hamrnurabi, soy el rey perfecto 139. Y esta certeza es la que,
lgicamente, conduce al legislador a imponer que en lo sucesivo nadie cambie el Derecho promulgado ni los destinos
de la patria que yo institu HO. Es la primera apelacin escrita a un rgimen ptimo y definitivo. En los tres mil setecientos aos que han transcurrido desde la redaccin del
terrible cdigo babilnico hasta nuestros das, apenas ha
Op. cit., V, 4, en Oeuvres choisies, vol. 11, pg. 362.
Grundlagen des Marxtsmus-Leninismus, Berln, 1960, pgs. 810 y ss,
139 C6digo de Hammurabi (trad. esp. de L. Martn, segn versin latina de
A. Pohl), ed. Intemac, Madrid, 1970, pg. 61.
140 Op, cit., pg. 63.
137
13B
cambiado el planteamiento de la.teora del Estado. Acabamos de pasar revista, enjuta y velozmente, a los ms altivos
puntos de inflexin de esa milenaria trayectoria doctrinal.
En el lenguaje de cada tiempo ha sonado, como un ritornello inexorable, idntico axioma: existe la ciudad ideal.
Para Tirteo, como para los israelitas, era una constitucin
teolgica; para Platn era la traduccin filosfica de un arquetipo divino; para Aristteles era un compromiso racional; para los estoicos era un imperativo tico; para los romanos, una feliz realizacin histrica; para la patrstica
agustiniana era un eco de la vida celestial, o sea, trasunto de
un dogma revelado; para la escolstica era una alianza entre
el ejemplo bblico, la especulacin clsica y la experiencia
medieval; para los renacentistas era la monarqua de derecho divino, heredera de la natural autoridad paterna; para
los ilustrados era el gobierno de la mayora moralmente impuesto por el principio de la soberana popular; para los
marxistas era el necesario producto de una sociedad traumticamente liberada de todas las taras burguesas. Apelando
ya a los dioses, ya a la razn prctica, ya a la razn dialctica,
la teora del Estado en su conjunto tiene un denominador
comn y un supuesto homogneo: hay una forma de convivencia perfecta. La hiptesis del Estado ideal es a la poltica tradicional lo que los postulados de Euclides son a la
geometra clsica. Ahora se trata de repetir en otro sector
intelectual una aventura reciente en matemticas: revisar el
punto de partida. Es posible una teora no eucldea del Estado? Cabe abandonar una hiptesis que, a fuerza de egregias e implacables reiteraciones, parece una propiedad trascendental del saber poltico? Esta es la cuestin.
IIJ.
REVISION DE LA HIPOTESIS
La existencia de un Estado ideal y su viabilidad histrica son los dos principios, tcitos o expresos, sobre los que
se ha levantado la ciencia poltica. Nadie se ha preocupado
ni de probarlos ni siquiera de explicar su verosimilitud o utilidad. Se han dado como verdades evidentes por s mismas;
pero son proposiciones extraordinariamente problemticas. En
realidad, no se trata de certezas, sino de hiptesis que la reiteracin haba convertido en axiomticas. Sobre tales bases
'Se han venido fundando las distintas teoras del Estado. Han
sido unos supuestos condicionantes, y por ello de consecuen-cias latsimas. Urge su doble y paralelo examen crtico, tanto desde la perspectiva esencial como desde la existencial.
Un tab doctrinal de tan venerable antigedad y prolongada
vigencia requiere abordajes escalonados y envolventes, porque, aunque parezca paradjico, es difcil revelar lo obvio
:sin escndalo.
PLURALIDAD y ALTERNANCIA
Desde los comienzos de la especulacin poltica, los doctrinarios no dejan de proyectar modelos constitucionales. Su
nmero es difcilmente abarcable, porque dentro de cada
tipo hay profusin de variantes. En un primer acercamiento
al tema apenas si hemos hecho otra cosa que rozar las muestras ms significativas de los cientos de Estados ideales que
han sido propuestos a la ilusin de los humanos. Y, sin embargo, todava es mayor la cifra de formas polticas histricamente realizadas. La sociologa primitiva ofrece un variopinto y riqusimo panorama de esquemas tribales. La
coleccin de constituciones reunida por Aristteles llegaba
hasta la ciento cincuenta y ocho, a pesar de que se mova en
un rea geogrfica limitada y en un perodo de tiempo relativamente corto. Entre 1808 y 1876 se suceden en Espaa
42
44
MOTIVO BASAL
46
La insegura naturaleza humana necesita que se la tran-quilice con el postulado de la ptima repblica. Pero la razn obliga a ms; exige una teora. Supuesta la existencia
del Estado ideal, cabe argumentada de tres modos principales: como revelacin divina, como arbitrio maximalista o
48
puede captar proslitos. En tal caso, lo que era simple esquema terico se convierte en programa compartido. Simplificarse, vulgarizarse, dramatizarse y mitificarse es uno de los
peores destinos que pueden sobrevenir a una idea. Y esto es,
precisamente, 10 que le acontece cuando se convierte en ideologa. Entonces las primigenias debilidades del arbitrismo se
multiplican. Pero todava es ms grave que el arbitrismo se
construya con el propsito previo de polarizar unos intereses.
En tal caso las adhesiones no son un aadido, sino un requisito. Y, consecuentemente, el producto surge marcado por la
parcialidad y por la impureza especulativa; es un disfraz de
apetencias individuales o de grupo; es una seudoteora y una
falsificacin. Desde el punto de vista epistemolgico, la politizacin previa de los arbitrismos constitucionales los tara y
la posterior los degrada.
y hay, en cuarto lugar, las consecuencias propias del origen voluntarista del esquema. En un arbitrismo constitucional, tanto ms cuanto ms utpico, los ciudadanos, las circunstancias espacio-temporales, las estructuras econmicas y
los fines perseguidos no son algo dado, sino algo, en mayor
o menor medida, puesto por la voluntad del proyectista.
Es una planificacin que puede llegar a ser totalitaria en el
sentido de que incluya no slo un arquetipo constitucional,
sino implicativamente un modelo de mundo: el Estado ideal
de Rousseau, por ejemplo, entraa, entre otras cosas, toda una
antropologa. Pero aunque el esquema est limitado a la arquitectura jurdica del Estado, su origen volitivo 10 torna formalmente dogmtico y, por tanto, indiscutible. Es ms un
deseo que un dato. Y por este motivo los arbitrismos tienden
a exigir una aplicacin totalitaria en el sentido de coercitiva.
Los arbitrismos constitucionales, como el marxista, se convierten en enormemente pugnaces contra todo 10 que sea distinto de ellos mismos. No cabe el dilogo sobre anhelos y
finalidades contrapuestas. Y de eso se trata. Desde Din de
Siracusa hasta Lenn, siempre que se ha intentado realizar un
Estado ideal se ha vertido sangre. La pura voluntad en ejercicio es necesariamente violenta. La praxis arbitrista cuando es
individual desemboca en la agresividad y la fuerza, y cuando
es colectiva, en la guerra y el terror. La biografa y la historia
nos abruman con ejemplos.
LA VA TICA
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pueden implantar independientemente de las estructuras comunitarias y que, a su vez, stas condicionan el rendimiento
de aqullas. La realidad nunca ha cesado de resistirse a la pretendida universalidad de la ciudad ideal de turno.
La segunda consecuencia es el despotismo. Un imperativo
categrico no se discute. Si el derecho divino de los reyes es
una norma tica, procede aplicarla implacablemente. Todo
modelo constitucional que recaba para s la condicin de precepto moral debe implantarse y mantenerse con el autoritarismo consustancial a la verdad prctica. Es la faceta tirnica del
deber. Incluso cuando el paradigma constitucional es la anarqua, su aplicacin sigue siendo inexorable y totalitaria. Por
eso hay dictaduras de la mayora, fanatismos de la libertad y
despotismos anarquistas. No son paradojas. La va tica conduce siempre a instituciones intransigentes y a constituciones
rgidas.
La tercera consecuencia es el finalismo. Lo existencialmente prioritario es instaurar el paradigma ptimo. Tal fin
supremo justifica los medios. Quiz sea imprescindible la violencia, como prescribe el liberalismo jacobino; acaso sea necesario sacrificar a grupos sociales enteros, como exige la
dictadura del proletariado; por ventura ser inevitable condenar a la esclavitud permanente a los plebeyos, como sucede
en los regmenes aristocrticos. Poco importan los trmites especficamente necesarios para el establecimiento de la supuesta ciudad perfecta. Es el destino 10 prevalente. Se postula inexorablemente el qu, y luego se acepta el cmo. El modo
y manera se dan por aadidura. En la lucha por la implantacin del modelo preceptivo hay que aplicar sin miedo los
medios adecuados, sean cuales fueren. Existen paradigmas
polticos que, como el demoliberal, preconizan caminos pacficos; pero, de hecho, tambin se suelen establecer mediante
la revolucin y la espada. El finalismo suele ser ms fuerte
que cualquier moderacin procesal.
La cuarta consecuencia es la destecnificacin. Los valores
55
56
57
el esquema de Rousseau o de Marx para aqu y universalmente, para ahora y siempre. Et nunc et semper es una tradi-cional forma teolgica; es decir, ultramundana. El idealismo
poltico ignora esa propiedad trascendental del ente finito que
es la contingencia y que se traduce en temporalidad. En la
medida en que la ciudad perfecta es supratemporal se divorcia de la Historia. El idealismo poltico entraa la paradoja
ntica de proponernos algo inmutable para ser el gran sujeto
de la mutante Historia. Pretender que todo cambia salvo el
Estado es entrar en la mitologa.
Cabra, al cabo, concebir una ciudad ideal si el Estado
fuera un fin, porque en tal caso se tratara de un ente de razn
.al que podramos dar todo el absolutismo que apeteciramos.
Pero los hombres no se renen en sociedad por el masoquista
placer de limitarse asocindose, sino para obtener unos bienes
'que no pueden alcanzar en el anrquico aislamiento. Recordemos que el Estado es un expediente instrumental, y cmo
va a permanecer siempre joven cuando todas las tcnicas envejecen? Los medicamentos, los materiales, las mquinas, se
pierden muy pronto en el almacn de las curiosidades. Y no
son slo las tcnicas mdicas y mecnicas las que marchan a
la carrera, arrinconando las frmulas de ayer. Son la geometra, la fsica y hasta la lgica las que exigen la sustitucin de
no pocos de sus principios ms nucleares. Es el paso de Euclides a Rieman, de Newton a Einstein y de Leibniz a Heisenberg. Todos los medios estn en trance de constante adaptacin a una realidad fluyente y cuya heracltea estructura, cada
ao mejor conocida, no cesa de exigir instrumentos ms agudos y flexibles. Cambiarn todas las tcnicas salvo las de la
'Convivencia? A esto aspiran los idealistas polticos. Es un
gesto que recuerda al de Josu deteniendo al Sol para ganar
su batalla. Es un constitucionalismo unidimensional que slc
tiene en cuenta el lugar y que, por aadidura, supone la homogeneidad del espacio poltico: el hombre y su circunstancia como constantes. Pero la vida social es pluridimensional }
58
Uno de los ms turbadores y estimulantes descubrimientos de nuestro tiempo ha sido la ley de aceleracin de la Historia. Y si esta ley ha tenido en algn sector una incidencia
espectacular ha sido precisamente en el de la tecnologa. El
inmobilismo ha sido siempre retrgrado; pero ahora lo es ms
-que nunca, porque el ritmo del progreso se apresura exponen-cialmente, Fosilizar un saber ha sido siempre un comportamiento brbaro; pero a esta altura del tiempo sera suicida.
La evolucin es un factor decisivo de la naturaleza y tambin
-de la poltica. Hemos de concebirlo todo en funcin de la
.apresurada mutacin histrica y no pueden ser una excepcin
las formas de ordenar la convivencia. Al contrario, los dogmas
del idealismo poltico han lastrado tan fuertemente al Derecho
-constitucional que la recuperacin del desnivel que padecemos
exige un arte de la convivencia todava ms gil y vivaz que
la ms veloz de las tcnicas. Frente al abstracto quietismo, la
prctica adaptacin. En suma, hay que reemplazar la clsica
teora idealista y esttica por una teora emprica y cintica
-del Estado.
IV.
LA CONDICION INSTRUMENTAL
DEL ESTADO
El Estado es una realidad intuitivamente clara: 10 encontramos por doquier en los deberes y limitaciones que nos impone y en los derechos y oportunidades que nos concede.
Y, sin embargo, es uno de los conceptos ms controvertidos
de las ciencias sociales. Hace un siglo largo, el irnico Federico Bastiat propuso que se creara un premio de un milln
de francos, cifra a la sazn fabulosa, para quien lograse definir
el Estado. Ingente es la especfica bibliografa aparecida desde
entonces y, sin embrgo, la discusin contina vivamente entablada. La problematicidad y la complejidad del tema no eximen de abordarlo, porque la cuestin de la ciudad perfecta
tiene su nudo resolutivo precisamente en el concepto mismo
de Estado.
Algunos tratadistas de Derecho pblico, poco expertos en
metafsica, confunden el concepto abstracto con la cosa concreta; es decir, la idea del Estado con tal Estado. Pero no es
10 mismo la nocin hombre que el individuo Juan. Lo primero es un ente de razn que slo existe en nuestra mente,
y 10 segundo es algo real y exterior a nosotros. Lo primero
se aplica a innumerables ejemplares distintos; 10 segundo denomina exclusivamente a un ser irrepetible. El valor metafsico de un concepto, sea cual fuere, depende de algo previo
y extremadamente sutil: una teora de los universales. Cuando muchos juristas se preguntan si el Estado es un ens fictum
estn solapando el mbito de los hechos con el de las abstracciones. Y esta confusin es difcilmente evitable cuando se
intenta, como es habitual, una definicin jurdico-formal del
Estado.
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UN
ARTEFACTO REAL
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ra, el hilemorfismo, por ejemplo, pertenece al orden del pensar y los elementos con que se construye son abstracciones.
En cambio, los artefactos reales se edifican con entes materiales concretos y las relaciones que se establecen entre ellos
tienen fundamento real; son cosas insertas en el mundo fsico. Nuestro objeto no es un artefacto ideal como el centauro
o las matemticas, sino real como una torre; no es la teora
del Estado, sino el Estado mismo.
JUSTIFICACIN FINALISTA.
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dependencias se perfilan, para cada clase de seres, unas dominantes y especficas. Los utensilios y, en general, los medios, estn sujetos a una serie de relatividades que, esquematizadas, ilustran su naturaleza.
En primer lugar, un medio es relativo al sujeto que 10
utiliza. Cada escultor tiene un cincel preferido y cada compositor una forma musical en la que se expresa mejor. Cuanto
ms refinado es el protagonista, ms tiende a individualizar
su utensilio; instrumentos aparentemente tan reglados como
la guitarra han visto incrementar el nmero de sus cuerdas
para ajustarse a las exigencias de un intrprete singular. No
se puede comprender bien un medio si se lo asla del usuario.
Este es un factor importante de su definicin existencial y
concreta. Para juzgar a un medio procede referirlo a un sujeto, de ordinario a un quien.
En segundo lugar, ese medio es relativo a su propia materia. Dos gubias de idntica apariencia formal son funcionalmente heterogneas si una es de bronce y la otra de acero.
Sin esta referencia a su textura la indefinicin sera difcilmente tolerable. Lo decisivo de un utensilio es su eficacia y
sta resulta indeterminable si se ignora la relacin entre el
medio y su propia sustancia. Para conceptuar con cierto rigor
un instrumento hay que aludir a esta modesta dimensin material que suelen despreciar los lgicos formalistas. Tan es
as que, de hecho, son numerossimos los utensilios cuya esencial nota distintiva es, ms que su especial configuracin, la
calidad de su materia.
En tercer lugar, un medio es relativo a la cosa sobre la
que va a actuar. Para pulir madera se requiere una base distinta que para el metal. De ah que se omita algo existencialmente decisivo si se alude a un pulidor sin referirlo a la materia sobre la cual va a aplicarse. Desconectado de ella, el
medio pierde una parte decisiva de su sentido. No es una
precisin ltima y rigorstica; es una connotacin imprescindible si se quiere evitar que el utensilio permanezca trunco,
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La intrnseca relatividad de los medios tiene graves consecuencias axiolgicas. No se puede valorar un utensilio independientemente de sus correlaciones bsicas. Aislado de su
cudruple dependencia, nada categrico cabe afirmar de un
medio ni acerca de su utilidad ni de su bondad. Es eficaz
este o aquel instrumento? Ello depender del sujeto, de la
materia, del objeto y del fin. Cmo medir la utilidad actual
de un Stradivarius? Ya estn dados los factores formal y material; pero sin los restantes sera ilusorio pronunciarse. Se
trata de que lo haga sonar un inexperto? Se pretende talar
con l un rbol? He aqu dos circunstancias en las que tan
delicado instrumento sera enteramente intil. Es buena una
segur? No para ajustar el ncora de un reloj de bolsillo, pero
s para partir un tronco. Y, segn el tamao y la dureza del
leo, se requerira un hacha distinta. Un medio es eficaz secundum quid. Por eso es de verdad imposible fabricar la
f,,,,
herramienta ideal. Tendra que ser a la vez universal y suprema: apta para hacerlo todo imperfectiblemente. Pero tales
exigencias son, de hecho, contradictorias: no se puede reunir
en un ente finito la mxima indiferenciacin y la mxima especificidad. No existe el utensilio ideal. Ni siquiera se puede
aplicar ese supremo epteto a las ms modestas especies de
herramientas. El martillo preferido del orfebre no es el del
picapedrero. La astronmica y elemental palanca que peda
Arqumides sera inutilizable dentro de nuestro planeta. El
mito de Tntalo muestra cmo la inadecuacin entre el medio y el fin acaba desvalorizando al mismsimo oro.
El hombre ha tratado de hallar la materia omnivalente o
piedra filosofal y quiz la eneuentre, porque la busca en un
nivel ontolgico: no es un medio para todo y no es un artefacto, sino la naturaleza por excelencia. Tambin ha perseguido la droga universal, eso que los farmacuticos renacentistas llamaban la triaca mxima, o sea la terapia totalitaria y
definitiva; pero nunca se dar con ella, porque un slo medio
no puede alcanzar todos los fines salutferos. Tampoco encontraremos la mujer ideal, porque cada uno espera de ella
algo diferente. Todos estos viejsimos empeos tienen su mito
literario, porque suelen ser una variacin de la lmpara de
Aladino.
Tampoco puede emitirse un juicio moral sobre un medio
si no se relaciona con sus fines. En s mismos los medios no
son ni buenos ni malos, son indiferentes. Si prescindimos del
bonum estrictamente entitativo, la calificacin tica de cualquier medio, por complejo que sea, depende primordialmente
de su adecuacin a un destino. Los medios son tanto mejores
cuanto ms directa y plenamente cumplen su misin. Sin
este endoso a una finalidad, resultan moralmente neutros. El
fundamento del juicio tico es, precisamente, la relacin de
medio a fin, y si esta relacin no existe, la valoracin es imposible. A la pregunta radical: Es bueno tal artefacto? ,
no hay ms remedio que contestar: Segn para qu.
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Deduzcamos las inevitables conclusiones polticas'. Supuesto el carcter instrumental del Estado, no cabe afirmar
la existencia de un arquetipo universal, til para los siglos
de los siglos. Su eficacia depender de quines sean sus gestores, cules sus beneficiarios y cules sus metas. No hay
el medio perfecto, porque hay multiplicidad de fines, y cada
uno requiere instrumentos ad hoc. Ni siquiera para cada gnero de fines -clavar, o lograr el bienestar de una sociedad,
por ejemplo- hay un medio nico, ya que los fines especficos son tambin plurales. Hay un instrumento circunstancialmente bueno para unas coordenadas espaciotemporales y
demogrficas concretas; pero se no es el Estado ideal. Se
incurre, pues, en contradiccin lgica cuando se busca o
afirma el Estado eficaz en absoluto.
Consecuentemente, tampoco cabe sostener que exista el
Estado moralmente imperativo para la especie humana, porque tal Estado, desligado por definicin de toda referencia
a un lugar y a un tiempo, no puede estar conexo a unas circunstancias y unos fines concretos; y entonces resulta ticamente indiferente. Se podr argir que su fin es el bien
comn; pero poco habremos avanzado si no se precisa quines son sus destinatarios histricos. Porque el bien que en
cada momento yen cada territorio resulta factible para una
cierta sociedad es algo que vara en funcin de las condiciones estructurales. El Estado, falto de engarce con un destino preciso, se convierte en un medio moralmente neutro.
Nunca se podr recomendar un Estado sin relacionarlo con
una situacin factual, porque la bondad de todo instrumento viene dada por el objetivo propuesto. Si las circunstancias
econmicas, pedaggicas, psicolgicas, histricas, etc., fueran siempre idnticas, y si las metas prximas fueran necesariamente invariables para toda sociedad, cabra determinar
la forma ptima de Estado. Pero como todos esos supuestos
son mltiples, varios y cambiantes, habr que adaptar a ellos
el instrumento estatal. Hic et nunc se podr contar con un
Los preceptos jurdicos pueden ser o sustantivos o adjetivos. Aqullos son los que determinan el contenido material de un derecho, es decir, el qu; los preceptos adjetivos
son los que delimitan la forma de llegar al reconocimiento
de aquel derecho, o sea el cmo. Un cdigo civil es predominantemente sustantivo, mientras que una ley de enjuiciamiento es ms bien adjetiva. Esta distincin no es puramente lgica; posee un correlato real de la mayor relevancia.
Los preceptos sustantivos tienen una pretensin de morali.dad objetiva, aspiran a ser no un capricho del legislador,
sino el reflejo de imperativos ticos inmutables. Los preceptos sustantivos responden a un requerimiento de la naturaleza, mientras que los adjetivos o procesales son esencialmente arbitrarios. Quin sentencia? Puede ser un juez, un
tribunal, un jurado, y los modos de elegirlos y de encaminar
los trmites son innumerables. Qu plazo hay para ejercer
una accin? He aqu otro caso de pura discrecionalidad.
Cada pas se dictar el derecho procesal que quiera; pero
no puede hacer 10 mismo con el derecho civil. Es necesario
que haya un cdigo procesal coherente; sta es la nica exigencia absoluta del derecho adjetivo; 10 dems es opcional.
Por ello, slo excepcionalmente se manifiesta un a priori moral en materia de procedimiento. Las leyes sustantivas declaran algo en cierto modo preexistente, las adjetivas lo inventan. Cuando dicta una disposicin de procedimiento, el
legislador es libre; cuando promulga una sustantiva, no.
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La poltica se reduce a suscitar unos problemas, a proponer y a criticar unas soluciones y a decidir. Cada cual --el
gobernante y el gobernado, el colaborador y el oponenteasume una funcin peculiar. Cul es el papel de la oposicin en este concierto? Puede ser la pura negacin obstaculzante, .actitud que, salvo circunstancias excepcionalsimas,
es condenable. Puede ser la objecin unida a un proyecto
de respuesta. Es la llamada crtica constructiva. Pero, en
tal caso, cabe aportar dos clases de dictmenes, los que afectan al procedimiento y los que se refieren al fondo del asunto. La distincin es capitalsima. Cuando un paciente consulta a su mdico ste puede darle dos tipos de consejo: uno
sera reenviarle a un especialista; otro sera prescribir un
tratamiento. En el primer caso no resuelve sobre el fondo,
sino que endosa la cuestin; no nos da una receta, sino un
procedimiento.
La oposicin es procesalista cuando plantea el dilogo po-
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'74
El ms ilustre intento filosfico de absolutivizar el Estado es el de Hegel. Como contraste de cuanto hasta aqu he
venido sosteniendo, sus tajantes textos son altamente esclarecedores. Proceden todos de una de sus ltimas obras:
Grundlinien der Philosophie des Rechts. Helos aqu: el Estado es la realidad en acto de la idea moral objetiva; es un
fin propio, absoluto e inmvil y, por ello, este fin tiene un
derecho soberano sobre los individuos, cuyo supremo deber
es ser miembros del Estado; la autoridad del Estado es
divina en s y por s, y su majestad es absoluta; el Estado
es la voluntad divina que se va desplegando en la formacin
270 Y 271.
76
77
v.
&
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80
hiptesis de trabajo. En rigor, la mayor utilidad del concepto es servir de catalizador de conclusiones. Hay dos modos
opuestos de concebir el Estado de naturaleza: el ednico de
Rousseau y el infernal de Hobbes.
Juan Jacobo tena cuarenta y dos aos cuando public,
como una de sus primeras obras, el Discours sur l'origine
et les [ondements de Yingalit parrni les hommes, el ms
retrgrado y delicioso libro de la literatura poltica universal. La primera parte contiene una descripcin del buen salvaje. Segn Rousseau, el hombre en estado de naturaleza
erraba por los bosques, sin industria, sin palabra, sin domicilio, sin guerra, sin relaciones, sin ninguna necesidad de
sus semejantes y sin deseo de daarles, acaso sin jams reconocer a ninguno individualmente, sujeto a pocas pasiones
y autosuficiente 143. Este hombre robusto apenas sufra de
otras enfermedades que las heridas y la vejez, se mora casi
sin enterarse, no tena ms virtud que la piedad; sus nicas
necesidades, las fsicas (alimento, sexo y sueo), eran muy
fciles de satisfacer; apenas pensaba, desconoca la amistad
y el amor y se mantena siempre nio, es decir, en una imbecilidad y felicidad original 144. Tal situacin le pareca a
Rousseau maravillosa, porque entenda que el estado de reflexin es contrario a la naturaleza, y que el hombre que medita es un animal depravado 145, porque la perfectibilidad
del hombre es la fuente de todos sus males 146, y porque la
sociedad es culpable de la desigualdad y de casi todas las
desventuras. Tal versin del estado de naturaleza es, en realidad, una animalizacin de la mtica raza urea y del Adn
143 ROUSSEAU, Juan Jacobo: Discours sur l'origine et [es [ondements de
l'ingalit parmi [es hommes, 1754. Premire partie. Cito por la edici6n de
Lefevre, Pars, 1859, pg. 156.
144 Op. cit., ed. cit., pg. 140.
145 I'ose presque assurer que l'tat de rflexon est un tat contre nature,
et que l'homme qui mdite est un animal dprav (Op. cit., ed. cit., pg. 136).
Rousseau insiste en esta tesis en su Lettre it M. Philipolis (1755), que era el
pseud6nimo del eminente naturalista Charles Bonnet.
146 Op. cit., ed. cit., pg. 140. En contra, HEGEL: Op. cit., 111, 2, 187 Y 194.
81
en estado de inocencia. Es, prcticamente, una deshumanizacin de dichos prototipos ideales, porque el hroe primitivo de Hesodo 147 y el Adn del Aquinate 148 eran semidioses
capaces de yerro, mientras que el hombre natural de Rousseau era una semibestia piadosa.
La posicin antpoda es la de Hobbes. He aqu el texto
famoso del Leviathan: Guerra de cada uno contra cada uno
y, por lo tanto, nada puede ser inicuo. Las nociones de bueno
y malo, de justo e injusto, no tienen cabida. Donde no hay
ningn poder poltico no hay ley. Donde no hay ley no hay
injusticia. La fuerza y el fraude son en tal lucha las dos virtudes cardinales 149. La expresin war 01 every man against
every rnan y su correspondiente latina beilum omnium erga
omnes reflejan lcidamente la idea generalmente admitida
del estado de naturaleza. Este es un concepto que se repite
por doquier y que hacen suyo mentes tan eximias como la
de Kant, quien distingue entre el estado de naturaleza jurdica, o guerra de todos contra todos, y el estado de naturaleza moral, o la incesante soberana del mal 150. Esta
interpretacin, en cierto modo demonaca, del estado de naturaleza, tiene sus antecedentes en la tercera raza u hombre
de bronce de Hesiodo 151 y en la naturaleza cada o postparadisaca de la teologa bblica.
'147 Los hombres de oro vivan como dioses, sin inquietudes, trabajos y
miserias; la triste vejez no les amenazaba; llevaban una vida alegre, lejos de
todo mal, sin perder el vigor de sus piernas y brazos; luego moran' como dominados por el sueo. Todas las cosas les pertenecan, la tierra frtil daba
espontneamente sus frutos con abundante generosidad. Y ellos, felices de su
destino, pacficos, vivan en medio de gran abundancia de bienes (HESlOOO: Los
trabajos y los das, 110-119).
HS Horno in statu innocentiae aliqualiter habuit omnes virtutes (AQUINO,
Toms de: Summa Theologica, 1, 95, 3 c).
149 HOBBES, Toms: Leviathan, 1651, cap. XIII, in fine.
'150 Der juridische Naturzustand ein Zustand des Krieges von jedermann
gegen jerdermann ist, so ist auch der ethische Naturzustand ein Zustand der
unaufhorlichen Befehlung durch das Base (KANT, Manuel: Die Religion innerhalb der Grenzen der blossen Vernunft, 1793, 111, 1, 1).
151 Los hombres de bronce slo amaban los trabajos de Ares, fuente de
lgrimas, y la violencia; tenan un corazn duro, hecho de acero; eran temibles (HESlOOO: Op. cit., 145148).
82
pg. 138.
8,
es siempre una tensin dialctica entre la honestidad y la iniquidad, y es aspiracin universal que no cese de adelantarse
en las latitudes del bien. Tan pronto como se ha superado la
anarqua, el hombre se preocupa de que el orden sea justo,
es decir, de que se d 10 suyo a cada uno: necesita que los
bienes espirituales y materiales se distribuyan razonablemente. El Estado se constituye para establecer un orden; pero
no un orden cualquiera, sino 10 ms justo que sea viable. La
equidad es el gran factor configurante del orden; es tambin
el dinamismo que se aade a la relativa estabilidad de un
orden. La justicia es la segunda dimensin del fin para cuya
consecucin los hombres crean y mantienen el Estado.
Pero el orden justo no es el que se reduce a una perpetuacin del subdesarrollo. Tan pronto como se ha elaborado
un derecho y funcionan las instancias jurisdiccionales, el ciudadano ansa que 10 suyo sea cada vez ms y mejor; pero
no slo a expensas de las otras participaciones, sino tambin
de la ampliacin del haber colectivo. Y entonces pide al Estado que multiplique el patrimonio cultural y material de la
comunidad. Durante milenios esta exigencia ha estado atenuada por la conviccin de que las reales posibilidades de
crear riqueza eran fsicamente muy limitadas o tan costosas
como la guerra imperialista y rapaz. Pero la revolucin industrial ha introducido en la coyuntura econmica un elemento de potencialidades aceleradas. Hoy, 10 suyo de cada
cual puede aumentar constantemente gracias a la organizacin y a la tecnologa. Por eso se dilatan el rea del bienestar posible y, paralelamente, las demandas individuales. Ahora menos que nunca basta un simple orden formalmente
justo. El hombre, y sobre todo el de la era postindustrial,
funda y sostiene el Estado para que produzca ms bienes y
valores, para que sea, adems de gendarme y de juez, un
creador. El desarrollo es la tercera dimensin del fin que da
sentido al Estado, una dimensin antes problemtica, embridada y subalterna, pero hoy lcida, galopante y dominadora.
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El Estado se constituye y perfecciona para realizar el orden, la justicia y el desarrollo hasta donde lo permitan las
circunstancias de cada momento histrico. Del mismo modo
que no hay ms lmites a la necesidad de salud que el nivel
de la ciencia mdica y la propia naturaleza, el Estado ha de
llegar en su lucha por el orden, la justicia y el desarrollo
hasta donde los saberes de cada momento y las condiciones
estructurales lo permitan. La empresa se presenta como inacabable, es decir, como permanentemente abierta a nuevas
perfecciones, porque no se ve que los avances del saber tengan una frontera infranqueable ni que la capacidad de capitalizacincomunitaria conozca techos ltimos. Mientras la
humanidad aliente, el Estado se encontrar con metas inalcanzadas, con tierras prometidas. Y sta es la imperecedera
y dramtica razn de su fecunda eviternidad.
El orden, la justicia y el desarrollo no son, en rigor, tres
fines, sino tres dimensiones de una finalidad prcticamente
infragmentable. Todo orden social supone una cierta idea
de la distribucin de los bienes y, por 10 tanto, una referencia ms o menos positiva a la justicia. A su vez, no es factible ninguna clase de justicia sin la apoyatura de un orden;
el caos es la negacin de las normas. Por otro lado, la idea
de un bienestar mnimo tcnicamente posible, que lleva al
imperativo del desarrollo, brota de la justicia, puesto que se
trata de una aspiracin a distribuir lo potencialmente existente. Y de modo recproco, el desarrollo es siempre para
alguien, lo que requiere una poltica de reparto y, en definitiva, de equidad. He aqu cmo las tres dimensiones se imbrican y condicionan mutuamente. La distincin trimembre
es ms especulativa que real, si bien cada poca ha solido
poner el acento sobre una de las tres slabas: la tnica del
Estado tradicional es el orden, la del Estado revolucionario
es la justicia, y la del Estado industrial, el desarrollo. El Estado de razn acenta sostenidamente las tres.
LA VALORACIN UTILITARIA
Dos mil quinientos aos de platonismo poltico han deformado de tal modo la funcin social judicativa, que hoy se
tiende a valorar apriorsticamente al Estado. Cada ciudadano
se ha forjado una idea de la Constitucin perfecta, y para
calibrar las que le ofrece la realidad, las compara con su
previo concepto ideal. De este modo el justiprecio se deduce como una necesaria conclusin lgica: el Estado en cuestin ser tanto mejor cuanto ms se parezca al esquema propio, y ser tanto peor cuanto ms se le contraponga. Para el
comunista, la propiedad privada ser condenable, y viceversa. En esta operacin, tan grvida de consecuencias prcticas
que es una de las determinantes de la Historia, hay una serie de insalvables flaquezas. El Estado ideal no existe, y quien
crea en l sufre de grave alienacin; est dominado por un
mito y sacrifica en holocausto de una quimera. Quiz la ms
voluminosa de las ficciones polticas sea la de la Constitucin perfecta para todo tiempo y lugar. Este engao ha servido, ciertamente, para suscitar adhesiones y entusiasmos;
pero el precio que se ha pagado por ello ha sido muy elevado.
El consenso debe apoyarse en la verdad. Y el perfeccionamiento del hombre se lastra con la alienacin y con el fraude.
El formalismo conceptual no slo hace que la adhesin
ciudadana dependa de un puro prejuicio y, por 10 tanto, de
una propaganda sistemtica o arbitrario adoctrinamiento previo, sino que, adems, desplaza los problemas crticos hacia
el rea, tambin formalista, de la legitimidad. La inmensa
mayora de las conmociones polticas arranca de una puesta
en entredicho de la legitimidad: el soberano efectivo es el
titular del mejor derecho al poder o es un usurpador? Esta
pregunta slo tiene sentido prctico si se supone que existe
un Estado ideal con unos procedimientos precisos para acceder a la suprema magistratura y que tal trmite constituye
la esencia de la poltica. Ahora bien, ninguna de estas dos
RR
condiciones es verdadera. El Estado ideal es una ficcin imaginativa que, como se ha demostrado, es, por aadidura, lgicamente contradictoria. Y quin sea el gobernante es algo
muy significativo no por su modo de acceder al poder, sino
por su manera de gobernar. La legitimidad de origen tiene
un peso poltico realmente muy secundario y restringido.
Centrar la discusin social sobre tal formalismo accidental
es una subversin de los valores, es una miopa moral. Pero
tiene otros inconvenientes prcticos. Tal gnero de debates
se asienta sobre principios enteramente gratuitos: basta ser
absolutista para proscribir la democracia, y a la inversa. Por
su origen discrecional y volitivo es una discusin tan insoluble e infinita como las que versan sobre los gustos. Adems,
el debate es de una terrible simplicidad lgica: puesto el
simple axioma, se desprende la inmediata conclusin. Hasta
los ms iletrados pueden sumarse a la gran polmica constitucional y, directa o indirectamente, contribuir a la disolucin del consenso. Ellegitimismo, de clara inspiracin platnica, ni tiene defensa especulativa ni arroja un saldo
histrico positivo.
Sera razonable valorar una broca no por su rendimiento, sino en funcin de criterios extrafinalistas? Ser mejor
o peor dicho utensilio a causa de que lo haya fabricado un
diplomado o un autodidacta, un obrero de plantilla o un esquirol, en jornada laboral o en horas festivas, abonando o
no derechos de patente, etc.? Tal clase de referencias son
extraas a la cuestin de la eficacia instrumental, que es la
planteada. Las crticas al Estado que no se centran en su rendimiento son adiafricas y supernumerarias y, adems, se
convierten en perturbadoras si pretenden servir como criterios de medida. En este contrasentido o tergiversacin se viene cayendo con prodigiosa insistencia desde hace centurias.
Al Estado no se le valora formalmente, sino materialmente;
no por un prejuicio, sino por unos resultados; no por su
origen, sino preferentemente por su ejercicio. Juzgada por
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91
Lo
OBJETIVO, A DEBATE
VI. CONCLUSION
Hay un dogma poltico que, desde los orgenes hasta nuestros das, se ha ido acrisolando en la obra de los doctrinarios
y robusteciendo en el subconsciente de las masas; ese dogma
consiste en la existencia teortica y en la viabilidad histrica
de un Estado ideal para cualquier lugar y tiempo. La creencia en tal paraso terrestre, fundada ya en la teologa, ya en
la tica, ha sido la clave de la especulacin y de la prctica
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