André Louf - Algunas Trampas en Psicología Monástica
André Louf - Algunas Trampas en Psicología Monástica
André Louf - Algunas Trampas en Psicología Monástica
PSICOLOGA
MONSTICA
Hubiera podido poner varios ttulos a esta conferencia. De hecho, he vacilado bastante
antes de decidirme por el que he elegido.
Pens primero en la frase, tan breve, con que san Benito resume el objeto de la atencin
sostenida con que el Padre Maestro escruta las intenciones ms o menos puras del joven
novicio: "Si vere Deum quaerit", busca de veras a Dios? Es la pregunta fundamental que el
monje o la monja no deben dejar de plantearse a todo lo largo de su vida monstica y a la
que no siempre se puede responder con ms facilidad y limpidez a medida que avanza la
vida y que parecen acumularse compromisos de todas clases, queridos o tolerados.
Sin olvidar que, con los aos, a veces se modifica ligeramente la pregunta y aparece con
una variante notablemente significativa. Ya no se dice; busca de veras a Dios?, sino busca
al verdadero Dios? Porque puede haber muchos dolos en la vida cristiana e incluso en la
vida monstica.
Otro ttulo que me tent un poco fue el de "Discernimiento espiritual y arrepentimiento".
Hubiera tenido la ventaja, o el inconveniente, de decir de entrada de qu querra, en el
fondo, hablaros: dos cosas muy relacionadas, que me gustan mucho y de las que he tenido
ocasin de hablar o escribir muchas veces. Todos conocemos la importancia del
discernimiento espiritual y me gusta insistir en el hecho de que la sabidura monstica, en
este terreno, da ms importancia a un criterio entre los dems: quizs al nico criterio verdaderamente cristiano y que no puede engaar: el arrepentimiento humilde.
Por fin me he quedado con un tercer ttulo: "Algunas trampas en psicologa monstica".
Reconozco que es ms vago; quizs tambin intriga ms y suscita cierta curiosidad; pero es
ms ambiguo. Me lo perdonaris. Este ttulo me permitir abordar el tema de un modo
particular, aunque llegaremos a las mismas conclusiones.
Sobre todo, no hay que tener miedo a la palabra "psicologa. Me pregunto si puedo
usarla. En todo caso, os garantizo ya desde ahora que la utilizo en el sentido de una
correcto de la voluntad de Dios. Otro Padre del monacato, Casiano, dir que el fin de la vida
monstica es el amor, pero que el camino es el discernimiento, es decir, la posibilidad de estar
clarificado respecto a los propios deseos. Y eso no puede darse fuera de un amor autntico.
Para los ancianos, este discernimiento se convertir en una verdadera justa de
clarividencia, tanto ms ardua cuanto que los ancianos siempre tuvieron tendencia a
identificar los deseos con el diablo o con el Espritu Santo, segn se tratara de deseos
malos ,o buenos. En esta masa difcilmente verificable de mis deseos, hay uno que se re de
ellos y los pone al servicio de su propia causa: es aquel al que la tradicin llama el adversario por excelencia, el diablo. Casiano presenta del modo siguiente el posible espejismo de
los deseos:
"El diablo trata de burlarse de nosotros incitndonos a una obra que, bajo capa de
virtud, conduce al vicio. As por ejemplo, los ayunos inmoderados y fuera de tiempo,
vigilias excesivas, oraciones mal ordenadas, una lectura fuera de lugar: espejismos con
los que nos arrastra a un fin desgraciado. Tambin nos persuade, con pretexto de
caridad, para meternos en otros asuntos y hacer visitas, a fin de sacarnos de la santa
clausura del monasterio y del secreto de la paz amiga. Nos sugiere preocuparnos de las
mujeres consagradas a Dios y carentes de apoyo, a fin de meternos en trampas
inextricables y distraernos con mil preocupaciones perniciosas. O bien nos empuja a
desear las sagradas funciones de la vida clerical, bajo pretexto de edificar a muchos y
de conquistarlos para Dios a fin de arrancarnos de a humildad de nuestra vida... ".
Los monjes, como se ve, no han esperado al Doctor Paul Chauchard para hablarnos de
'los vicios de las virtudes' y las 'virtudes de los vicios'. Pero escuchemos de nuevo a
Casiano, que cita muchos ejemplos de los que slo retendr uno:
"Recordad lo que en otro tiempo visteis con vuestros propios ojos, cmo el anciano
Hern fue victima de una ilusin diablica y precipitado desde las cumbres al abismo;
l, que haba permanecido cincuenta aos en este desierto, en una fidelidad sin par al
rigor de nuestra abstinencia, que am como nadie el secreto de la soledad, con
fervor impresionante. Cmo, despus de tan grandes trabajos, ha podido dejarse
coger en la trampa del tentador y tener tal cada que a todos, en este desierto, nos ha
llenado de dolor y duelo? Acaso no es porque careci de discrecin y prefiri
conducirse por su pro pio juicio, ms que inspirarse en las deliberaciones y
conferencias de los hermanos y obedecer a las reglas de nuestros Padres? Haba con-
vertido el ayuno en una ley tan rigurosa y absoluta, y se mostraba tan celoso de su
soledad y del secreto de su celda que ni siquiera el honor' debido al da de Pascua le
hizo compartir la comida con sus hermanos. Cada ao, en esta solemnidad, se renen
todos en la iglesia; l era el nico que faltaba por el miedo de que, al tomar con ellos
algunas verduras, pudiera relajarse en su propsito. Esta presuncin fue la trampa en
que cay. Recibi al ngel de Satans con la ms profunda devocin; presuroso por
obedecerle se lanz de cabeza a un pozo cuyo fondo no se poda ver; estaba seguro, de
acuerdo con la promesa que se le haba hecho, de que por el mrito de sus virtudes y
trabajos no sufrira dao alguno. Esto era tan cierto que la experiencia iba a demostrarlo: se hara evidente de modo clamoroso cuando lo vieran sano y salvo. Y as,
a media noche, se precipit al fondo del pozo esperando demostrar su notable mrito
saliendo de all indemne. Pero los hermanos tuvieron muchas dificultades para sacarlo
de all medio muerto. Dos das ms tarde expir. Lo peor fue que se obstin en su
ilusin, l.a experiencia que le cost la vida no consigui persuadirlo de que haba
sido juguete del demonio...!".
Aqu, en efecto, la ilusin era tpica. Y tambin es tpico el hecho de que caminen juntos
el caso psicolgico evidente y la interpretacin espiritual. Se puede aadir otra cosa: la
actitud espiritual recomendada por Casiano va, evidentemente, en el sentido de una
verdadera salud psicolgica.
De qu fue vctima ese buen monje?. Del hecho de que uno de sus deseos adquiri una
dimensin indebida y lleg a suplantar a los dems. Se trata de lo que todava en un
lenguaje corriente hasta hace poco tiempo, y que yo considero muy sintomtico, se
llamaba el deseo de perfeccin, o el ideal de santidad. Estos dos vocablos, deseo e ideal,
merecen ir subrayados.
Es evidente que ambos se confunden con la imagen narcisista de la propia perfeccin,
imagen que puede movilizar todos los esfuerzos y la generosidad de la persona. En toda accin
que se emprenda se mirar de reojo hacia esta imagen. No cesar de compararse, de medirse,
de situarse en relacin a ese ideal con el que se identifica. Y lstima!, no mirar a lo ms
hondo de su ser, sino a una cierta 'altura' falsamente espiritual que lo separa de su realidad
ms profunda.
Lo saban los Padres antiguos cuando hacan notar: "El que todava sabe que ora, no ora
de de verdad", porque el que de verdad ora, se ha olvidado de ello completamente. Incluso,
en la mayor parte de los casos, est convencido de que no sabe orar.
Como acabo de decir, vivir mirndome de reojo, comparndome con cierto ideal, me
corta de mi terreno profundo, que slo puede ser el de mis verdaderos deseos. Como el
ideal intenta regularizar, ordenar, domesticar y, por fin, rechazar y ahogar mis deseos, yo me
voy convirtiendo en irreal e incapaz de tener sentimientos verdaderos. En el mejor de los
casos, mi ideal no pasar de ser ms que una fuerte y slida tapadera sobre una cacerola
hirviendo. Quizs, durante cierto tiempo, conseguir contener esta fuerza interior; pero,
pronto o tarde, acabar saltando.
En la medida en que el ideal de perfeccin es incapaz de adaptarse a mis deseos ms
profundos, de reconocerlos, de asumirlos y, sobre todo, en la medida en que no puede
escuchar la parte de verdad profunda que se oculta en cada deseo, tal ideal es un mal
instrumento de discernimiento. Est en mi cabeza, pero no en mi corazn ni en mis
entraas. A la larga, corre el riesgo de estrangular en m toda espontaneidad para reducirme
a ser 'un buen monje', o 'un santo sacerdote' o, lo que es an peor, 'una regla viva'; cuando,
segn el Gnesis, Dios insufl su Aliento en el hombre para hacerlo 'un ser viviente'.
"Por eso, el discernimiento espiritual tendr que descender hasta situarse a nivel de
deseos. La tarea que le espera no es fcil. Tropezar con el deseo mal identificado,
disfrazado, camuflado; con el deseo no asumido. Tendr que descubrir en cada deseo la
parte que puede, y que a veces debe, ser tenida en cuenta, y la parte que no debe serlo y
que se puede enterrar. Con un lenguaje ms clsico podra decir que ser preciso discernir
entre el deseo bueno, que viene de Dios, y la ilusin o deseo malo, que procede del diablo.
Toda terapia espiritual tiene que verse necesariamente confrontada con estos deseos
contradictorios. Consiste en una paciente ordenacin de nuestros deseos. Entonces es
importante dar precedencia, libremente, a algunos deseos que se quieren retener, y ordenar
todos los dems hacia ellos.
La gracia acta e interviene en el creyente a nivel de deseos. Ms en concreto: en el 'tira y
afloja' que causa la misma contradiccin de esos deseos. Al revs de lo que se cree a veces,
el punto de impacto de la gracia es esta debilidad que existe en nosotros, y no nuestros
esfuerzos ms o menos convincentes de generosidad o de virtud. Acaso no dijo el mismo
Jess que no haba venido para los justos sino para los pecadores? Por tanto, se dirige en
primer lugar a esta parte que en nosotros todava est marcada por la debilidad del pecado.
Para ilustrar cmo un deseo al que se ha dado preferencia puede ordenar a s a todos los
dems quisiera basarme de nuevo en la antigua literatura monstica y comentar un
apotegma. Se trata de un monje joven que haba llegado haca cierto tiempo al monasterio y
que recibi la visita de su madre. Cuando todava estaba en el mundo haba tenido una
amiga y pregunt a su madre qu haba sido de ella. Por desgracia, haba evolucionado mal
y se haba entregado a la prostitucin. Ante tal noticia el hermano, profundamente turbado,
se pregunta si no debera dejar el monasterio para conducir a su antigua amiga al camino
recto. Va a pedir consejo a su padre espiritual. La respuesta, sencilla y rpida es: no, debe
permanecer donde est. Salir del monasterio con ese fin sera una ilusin. Pero l insiste:
Cmo, pues, ayudar a su amiga? El Padre espiritual le pregunta si ella practica de vez en
cuando alguna obra buena. Pues s. Adems del piso donde recibe a sus clientes, en una
pequea habitacin de la planta baja tiene costumbre de acoger a los vagabundos, hacia los
que siente cierta debilidad. Los cuida, les prepara una comida caliente y luego los despide.
Pues bien, responde el padre espiritual, que le enven a todos los vagabundos de la regin. Y
as se hizo. Al cabo de cierto tiempo, esta mujer estaba ocupada y completamente
desbordada en su pequea habitacin de la planta baja. Gracias a su buen corazn se ocupa
cada vez ms en consolar a los innumerables pobres que acuden. Acaba no teniendo tiempo
ni deseos de recibir a sus clientes del primer piso, que pronto se cierra. Y no slo eso:
impulsada por sus buenas obras y por su caridad, termina hacindose monja.
La moraleja de esta encantadora historia es que de nada hubiera servido a aquel monje ir
a sermonear a su amiga. Ni siquiera era conveniente enfrentara directamente con los malos
deseos. Bastara dar amplia oportunidad de desarrollo a los buenos deseos para suplantar a los
malos.
Elque acta de este modo acaba dejndose conducir por sus deseos
ms profundos y verdaderos. No est bajo la influencia de cierto ideal que
le enmascare su propia realidad y la de los dems. Es libre de tomar conciencia de sus
deseos y de confrontarlos entre s. Los buenos, plenamente desarrollados en nosotros,
reducen como naturalmente a los malos y acaban ocupando su lugar.
Pero el antdoto ms potente contra el ideal de perfeccin es el arrepentimiento tal como
lo encontramos en los textos antiguos. Incluso se trata del antdoto esencial. Porque el
arrepentimiento no es slo una toma de conciencia del propio pecado. Al mismo tiempo es
toma de conciencia del amor en el pecado ya est perdonado. As el monje se da cuenta de que
no es un perfecto que cada da se perfecciona ms sino que, esencialmente, es un pecador
perdonado. En este sentido quisiera comentar brevemente dos de los apotegmas ms bellos y
ms evanglicos da la antigua literatura monstica.
As, todos nuestros deseos, incluso los ms inconfesables, incluso los que nos revuelcan en
el pecado o que, por lo menos, rozan el pecado, slo existen para ser ordenados al Amor,
para ser asumidos en esa mirada de amor entre el Seor y yo. Mirada que cura y restaura
porque brota del Amor.
Eso es lo que cantamos desde hace siglos en la noche de Pascua: O felix culpa, feliz culpa
que nos ha procurado tal Redentor!
Querra concluir con un apotegma que no necesitar comentario. Muestra de maravilla
hasta qu punto saban los antiguos monjes que el esfuerzo asctico y espiritual se halla en
medio de un discernimiento difcil y est sembrado de trampas terribles. Pero indica
tambin la nica salida posible, que nos conduce siempre al ncleo del Evangelio.
-'Muy bien, Jernimo, gracias. Es verdad que muestras tener buena voluntad. Pero,
tienes todava algo ms que darme?
Jernimo no dud un instante, pues tena muchas cosas que ofrecer a su Maestro:
- 'Desde luego, Seor; mi ayuno. Slo como despus de la puesta del sol'.
De nuevo dijo Jess:
'Muy bien, Jernimo, gracias. Pero, tienes todava algo para darme?'.
Y Jernimo reflexionaba sobre qu poda ofrecer a Jess; una tras otra present sus
vigilias, su larga salmodia, sus estudios de la Biblia de da y de noche, el celibato que
intentaba cultivar cuanto poda, su falta de confort, su pobreza, los huspedes ms
inesperados a los que intentaba atender sin demasiada murmuracin, los grandes
calores del da y, por fin, el fro de la noche.
A cada una de estas cosas, Jess lo felicitaba y le daba las gracias. Pero tambin,
cada vez, con una leve sonrisa en los labios le preguntaba: 'tienes alguna otra cosa
para darme?'.
Al fin, Jernimo haba nombrado ya todas las buenas obras que poda recordar.
Cuando Jess le hizo por ltima vez la misma pregunta slo le quedaba la posibilidad
de protestar suavemente y casi al borde del desnimo:
'Seor, ya ves que te he dado todo. Ya no me queda nada'.
Pero Jess le dijo:
'S, Jernimo. Te has olvidado de algo: dame tambin tus pecados para que pueda
perdonrtelos' ".
Por este camino acaba el monje su iniciacin monstica y acaba irradiando por todas
partes, adems de la oracin, las dos virtudes ms caractersticas de su estado: la dulzura y
el amor humilde: humilis caritas, caritas humiltatts: dos expresiones de la Regla de san
Benito.
Instintivamente pienso en los dos tipos de monje que Dostoievsky pone frente a frente
en 'Los hermanos Karamazov'. Por un lado, el asceta spero e implacable llamado
Theraponte; por otro, el staretz, monje mucho ms bonachn y ms o menos mal visto por
los fervorosos, pero que irradia humildad y ternura. Un monje reconciliado con su propia
debilidad e incluso con su significancia, y capaz, por lo mismo, de acoger las debilidades
del mundo entero.
Una vez traspasada esta etapa decisiva, poco a poco predomina el sentimiento de un
suave y gozoso arrepentimiento en la experiencia espiritual del monje. Cada da renace
como hombre nuevo a partir de esta ascesis de pobre. En adelante est totalmente
pacificado tras haber sido deshecho y rehecho de arriba a abajo por pura gracia. Ya no se
reconoce. Ha rozado el abismo de su pecado pero, al mismo tiempo, ha tocado el abismo de
la misericordia. Ha aprendido a ceder ante Dios, a deponer su mscara Y sus armas. Se
encuentra desarmado ante El, sin nada con que defenderse de su amor. Est despojado y
desnudo. Desprendido de sus virtudes y de sus proyectos de santidad. Lo nico que
conserva penosamente es su miseria para ponerla de manifiesto ante la misericordia... Dios,
para l, ha llegado a ser verdaderamente Dios, slo Dios, es decir, Salvador de su pecado.
Acaba, incluso, reconcilindose con ese pecado, siendo feliz por su debilidad.
Ya se ha desinteresado de perfeccin: no es mas que un trapo sucio a los ojos de Dios (Is
54,5). Sus virtudes las posee slo en El: son heridas curadas y cuidadas por la misericordia.
Ya no puede ms que dar gloria a Dios, que trabaja en l (Prl.) y contina sin cesar sus
maravillas.
Es un amigo carioso y manso entre sus hermanos, cuyos defectos no lo irritan y con
cuyas debilidades es comprensivo. Desconfa infinitamente de s mismo pero confa
locamente en Dios y depende totalmente de su misericordia y su omnipotencia... Slo le
queda un deseo: que Dios quiera ponerlo de nuevo a prueba para que otra vez, siempre de
nuevo y siempre ms, pueda arrojarse en sus manos y abrazar con ms amor la humilde
paciencia, la que lo asemeja a Jess y permite a Dios, continuar sus maravillas.
Abbaye Sainte-Marie-du-Mont
B.P. 3 Godewaersvelde 59270
Bailleul FRANCE