Vía Crucis en El Coliseo - Osa Maria Rita
Vía Crucis en El Coliseo - Osa Maria Rita
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PRESENTACIN
Si uno viese desde lejos su patria y estuviese separada por el mar, vera adnde ir, pero no tendra medios para
llegar. As es para nosotros... Anhelamos la meta, pero est de por medio el mar de este siglo... Ahora, sin
embargo, para que tuvisemos tambin el medio para ir, ha venido de all aquel a quien nosotros queremos
llegar... y nos ha proporcionado el navo para atravesar el mar. Nadie puede atravesar el mar de este siglo, si
no le lleva la Cruz de Cristo... No abandonar la Cruz, ella te llevar.
Estas palabras de san Agustn, tomadas del Comentario al Evangelio de san Juan (cf. 2, 2), nos introducen en la
oracin del Va Crucis.
En efecto, el Va Crucis quiere avivar en nosotros este gesto de asirnos al madero de la Cruz de Cristo a lo
largo del mar de la existencia. El Va Crucis no es, pues, una simple prctica de devocin popular con un tinte
sentimental; expresa la esencia de la experiencia cristiana: El que quiera venir en pos de m, que se niegue a
s mismo, que cargue con su cruz y me siga (Mc 8,34).
Y por esta razn el Santo Padre cada Viernes Santo recorre el Va Crucis ante el mundo y en comunin con l.
Para la composicin de esta oracin, el Papa Benedicto XVI se ha dirigido este ao al mundo monstico
agustino femenino, encomendando la redaccin de los textos a Sor Mara Rita Piccione, O. S. A., Madre
Presidenta de la Federacin de los Monasterios Agustinos de Italia "Nuestra Seora del Buen Consejo".
Sor Mara Rita pertenece al Monasterio Agustino de Lecceto (Siena) -uno de los eremitorios toscanos del s.
XIII, cuna de la Orden de San Agustn- y es actualmente miembro de la Comunidad de Santi Quattro Coronati
de Roma, donde tiene su sede la casa comn de formacin para las novicias y las profesas agustinas de Italia.
No slo los textos son obra de una monja agustina, tambin las imgenes reciben forma y color de la
sensibilidad artstica femenina y agustina. Sor Elena Mara Manganelli, O. S. A., del Monasterio de Lecceto,
antes escultora de profesin, es la autora de las tablas que ilustran las varias estaciones del Va Crucis.
Este entrelazarse de palabra, forma y color nos comunica algo de la espiritualidad agustina, inspirada en la
primitiva comunidad de Jerusaln y fundada sobre la comunin de vida.
Es un don para todos saber que la preparacin del Va Crucis nace de la experiencia de monjas que viven
juntas, piensan, rezan, dialogan, por decirlo con el retrato vivo y eficaz con que Romano Guardini bosqueja
INTRODUCCIN
[Canto]
V/. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo.
R/. Amn.
Cristo padeci por vosotros, dejndoos un ejemplo para que sigis sus huellas (1 Pe 2,21).
Hermanos en Cristo:
Nos encontramos convocados por la Palabra que se acaba de proclamar, para recorrer el Camino de la Cruz de
Jess.
Fijemos nuestra mirada interior en Cristo, e invoqumoslo con corazn ardiente: Di a mi alma: "Yo soy tu
victoria". Dselo de manera que lo oiga.[1]
Su voz confortadora se entrelaza con el frgil hilo de nuestro s y el Espritu Santo, dedo de Dios, teje la slida
trama de la fe que conforta y gua.
Seguir, creer, orar: stos son los pasos sencillos y seguros que sostienen nuestro camino a lo largo del Camino de
la Cruz y nos dejan entrever gradualmente el camino de la Verdad y de la Vida.
ORACIN INICIAL
(breve pausa de silencio)
Seor Jess,
t nos invitas a seguirte
tambin en esta hora extrema, tu hora.
En ti est cada uno de nosotros
y nosotros, muchos, somos uno en ti.
En tu hora est la hora de la prueba
de nuestra vida
en sus ms descarnados y duros recodos;
es la hora de la pasin de tu Iglesia
y de la humanidad entera.
Es la hora de las tinieblas:
cuando vacilan los cimientos de la tierra (Is 24,18)
y el hombre, parte de tu creacin,[2]
gime y sufre con ella;
cuando las multiformes mscaras de la mentira
se burlan de la verdad
y los halagos del xito sofocan
la ntima llamada de la honestidad;
cuando el vaco de sentido y de valores
anula la obra educativa
y el desorden del corazn mancilla la ingenuidad
de los pequeos y de los dbiles;
cuando el hombre pierde el camino
que le orienta al Padre
y no reconoce ya en ti
el rostro hermoso de la propia humanidad.
En esta hora se insina la tentacin de la fuga,
el sentimiento de angustia y desolacin,
mientras la carcoma de la duda roe la mente
PRIMERA ESTACIN
Jess es condenado a muerte
SEGUNDA ESTACIN
Jess con la cruz a cuestas
TERCERA ESTACIN
Jess cae por primera vez
Jess cae, pero..., manso y humilde, se levanta
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Mateo 11,28-30
Venid a m todos los que estis cansados y agobiados, y yo os aliviar. Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de m, que soy manso y humilde de corazn, y encontraris descanso para vuestras almas. Porque mi
yugo es llevadero y mi carga ligera.
Las cadas de Jess a lo largo del Camino de la Cruz no pertenecen a la Escritura; han sido trasmitidas por la
piedad tradicional, custodiada y cultivada en el corazn de tantos orantes.
En la primera cada, Jess nos hace una invitacin, nos abre un camino, inaugura para nosotros una escuela.
Es la invitacin a acudir a l en la experiencia de la impotencia humana, para descubrir cmo se ha injertado en
ella el poder divino.
Es el camino que lleva a la fuente del autntico descanso, el de la gracia que basta.
Es la escuela donde se aprende la mansedumbre que calma la rebelin y donde la confianza ocupa el lugar de la
presuncin.
Desde la ctedra de su cada, Jess nos imparte sobre todo la gran leccin de la humildad, el camino que lo
llev a la resurreccin.[8] El camino que, despus de cada cada, nos da la fuerza para decir: Ahora comienzo
de nuevo, Seor; pero no slo, sino contigo.
Humilde Jess,
nuestras cadas, entretejidas de fragilidad y pecado,
hieren el orgullo de nuestro corazn,
lo cierran a la gracia de la humildad
e interrumpen nuestro camino hacia ti.
Ven, Espritu de la Verdad,
lbranos de toda manifestacin de autosuficiencia
y concdenos reconocer en cada cada
un peldao de la escalera para subir hacia ti.
Todos: Padre muestro...
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
mater Unigeniti!
Oh, cun triste y cun aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
CUARTA ESTACIN
Jess se encuentra con su Madre
Junto a la cruz de Jess la madre est:
sta es su oracin y su maternidad
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Juan 19,25-27
Junto a la cruz de Jess estaban su madre, la hermana de su madre, Mara, la de Cleofs, y Mara, la
Magdalena. Jess, al ver a su madre y junto a ella al discpulo al que amaba, dijo a su madre: Mujer, ah
tienes a tu hijo. Luego, dijo al discpulo: Ah tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discpulo la recibi
como algo propio.
San Juan nos dice que la Madre estaba junto a la cruz de Jess, pero ningn evangelista nos habla directamente
de un encuentro entre los dos.
En realidad, en este estar de la Madre se concentra la expresin ms densa y alta del encuentro. En la aparente
pasividad del verbo estar vibra la ntima vitalidad de un dinamismo.
Es el dinamismo intenso de la oracin, que se ensambla con su sosegada pasividad. Orar es dejarse envolver por
la mirada amorosa y franca de Dios, que nos descubre a nosotros mismos y nos enva a la misin.
En la oracin autntica, el encuentro personal con Jess nos hace madre y discpulo amado, genera vida y
trasmite amor. Dilata el espacio interior de la acogida y entreteje lazos msticos de comunin, confindonos el
uno al otro y abriendo el t al nosotros de la Iglesia.
Humilde Jess,
cuando las adversidades y las injusticias de la vida,
el dolor inocente y la violencia cruel
nos hacen imprecar contra ti,
t nos invitas a estar, como tu Madre,
a los pies de la cruz.
Cuando nuestras expectativas y nuestras iniciativas,
vacas de futuro y marcadas por el fracaso,
nos llevan a huir hacia la desesperacin,
t nos llamas a la fuerza de la espera.
Hemos olvidado verdaderamente
la importancia del estar como expresin del orar!
Ven, Espritu de la Verdad,
s t el clamor de nuestro corazn,[9]
que, incesante e inefable,
est confiadamente en la presencia de Dios.
Todos: Padre muestro...
Quae maerebat et dolebat
Pia mater, cum videbat
Nati poenas incliti.
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
QUINTA ESTACIN
El Cirineo ayuda a Jess a llevar la cruz
Jess aprende la obediencia del amor
a lo largo del camino de la pasin
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Lucas 23,26
Mientras lo conducan, echaron mano de un cierto Simn de Cirene, que volva del campo, y le cargaron la
cruz, para que la llevase detrs de Jess.
Simn de Cirene es un hombre retratado por los evangelistas con una particular precisin en el nombre y la
proveniencia, la parentela y la actividad; es un hombre fotografiado en un lugar y en un tiempo
determinado, obligado de algn modo a llevar una cruz que no es suya. En realidad, Simn de Cirene es cada
uno de nosotros. Recibe el madero de la cruz de Jess, como un da hemos recibido y acogido su signo en el
santo bautismo.
La vida del discpulo de Jess es esta obediencia al signo de la cruz, en un gesto cada vez ms marcado por la
libertad del amor. Es el reflejo de la obediencia del maestro. Es el pleno abandono a dejarse instruir, como l, por
la geometra del amor (cf. Ef 3,18), por las mismas dimensiones de la cruz: la anchura de las buenas obras;
la longitud de la perseverancia en la adversidad; la altura de la expectacin de los que esperan y miran hacia
arriba; la profundidad de la raz de la gracia divina, que se hunde en la gratuidad.[10]
Humilde Jess,
cuando la vida nos propone un cliz amargo
y difcil de beber,
nuestra naturaleza se cierra, recalcitrante,
no osa dejarse atraer por la locura
de ese amor ms grande
que convierte la renuncia en alegra,
la obediencia en libertad,
el sacrificio en grandeza del corazn.
Ven, Espritu de la Verdad,
haznos obedientes a la visita de la cruz,
dciles a su signo que nos abraza totalmente:
cuerpo y alma, mente y voluntad,
inteligencia y sentimientos, lo que hacemos y dejamos de hacer,[11]
y que agranda todo a la medida del amor.
Todos: Padre muestro...
Quis est homo qui non fleret,
matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
Y cul hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
SEXTA ESTACIN
La Vernica enjuga el rostro de Jess
Jess no mira la apariencia. Jess mira el corazn
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura de la segunda carta del apstol san Pablo a los Corintios 4,6
Pues el Dios que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas ha brillado en nuestros corazones, para que
resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo.
A lo largo del Camino de la Cruz, la piedad popular seala el gesto de una mujer, denso de veneracin y
delicadeza, casi un rastro del perfume de Betania: Vernica enjuga el rostro de Jess. En ese rostro, desfigurado
por el dolor, Vernica reconoce el rostro transfigurado por la gloria; en el semblante del Siervo sufriente, ella ve
al ms bello de los hombres. sta es la mirada que provoca el gesto gratuito de la ternura y recibe la recompensa
de la impronta del Santo Rostro. Vernica nos ensea el secreto de su mirada de mujer, que mueve al encuentro
y ofrece ayuda: ver con el corazn!. [12]
Humilde Jess,
nuestra mirada es incapaz de ir ms all:
ms all de la indigencia,
para reconocer tu presencia,
ms all de la sombra del pecado,
para descubrir el sol de tu misericordia,
SPTIMA ESTACIN
Jess cae por segunda vez
Jess no mostr poder,
sino que ense paciencia [14]
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
OCTAVA ESTACIN
Jess encuentra a las mujeres de Jerusaln que lloran por l
Jess nos mira y suscita el llanto de la conversin
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Lucas 23,27-31
Lo segua un gran gento del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por l. Jess
se volvi hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusaln, no lloris por m, llorad por vosotras y por vuestros hijos,
porque mirad que vienen das en los que dirn: "Bienaventuradas las estriles y los vientres que no han dado a
luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarn a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a
las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leo verde, qu harn con el seco?.
Jess, el Maestro, sigue formando nuestra humanidad a lo largo del Camino del Calvario. Encontrando a las
mujeres de Jerusaln acoge con su mirada de verdad y misericordia las lgrimas de compasin derramadas sobre
l. Dios, que ha llorado sobre Jerusaln (cf. Lc 19,41), educa ahora el llanto de esas mujeres para que no se
quede en una estril conmiseracin externa. Las invita a reconocer en l la suerte del inocente injustamente
condenado y quemado, como leo verde, como castigo saludable (Is 53,5). Les ayuda a que examinen el leo
seco del propio corazn y experimenten, as, el dolor benfico de la compuncin.
Brota aqu el llanto autntico, cuando los ojos confiesan con las lgrimas no slo el pecado, sino tambin el
dolor del corazn. Son lgrimas benditas, como las de Pedro, signo de arrepentimiento y prenda de conversin,
NOVENA ESTACIN
Jess cae por tercera vez
Jess, con su debilidad, fortalece nuestra fragilidad
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Lucas 22,28-30a. 31-32
Vosotros sois los que habis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como
me lo prepar mi Padre a m, de forma que comis y bebis a mi mesa en mi reino...
Simn, Simn, mira que Satans os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que
tu fe no se apague. Y t, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos.
Con su tercera cada, Jess confiesa el amor con el que ha abrazado por nosotros el peso de la prueba y renueva
la llamada a seguirle hasta el final, en fidelidad. Pero nos concede tambin echar una mirada ms all del velo de
la promesa: Si perseveramos, tambin reinaremos con l (2 Tim 2,12).
Sus cadas pertenecen al misterio de su encarnacin. Nos ha buscado en nuestra debilidad, bajando hasta lo ms
hondo de ella, para levantarnos haca l. Nos ha mostrado en s mismo la va de la humildad, para abrirnos la
va del regreso.[20] Nos ha enseado la paciencia como arma con la que se vence el mundo.[21] Ahora,
cado en tierra por tercera vez, mientras com-padece nuestras debilidades (Heb 4,15), nos indica la manera de
no sucumbir en la prueba: perseverar, permanecer firmes y constantes. Simplemente: Permanecer en l (cf. Jn
15,7).
Humilde Jess,
ante las pruebas que criban nuestra fe
nos sentimos desolados:
no nos acabamos de creer que nuestras pruebas
hayan sido ya las tuyas,
y que t nos invitas simplemente
a vivirlas contigo.
Ven, Espritu de la Verdad,
en las cadas que marcan nuestro camino!
Ensanos a apoyarnos en la fidelidad de Jess,
a creer en su oracin por nosotros,
para acoger esa corriente de fuerza
que slo l, el Dios con nosotros, puede darnos.
Todos: Padre muestro...
Fac ut ardeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazn abrasado
ms viva en l que conmigo.
DCIMA ESTACIN
Jess es despojado de sus vestiduras
Jess queda desnudo
para revestirnos con la vestidura de hijos
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Juan 19,23-24
Los soldados... cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la tnica. Era
una tnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: No la rasguemos, sino
echmosla a suertes, a ver a quin le toca. As se cumpli la Escritura: Se repartieron mis ropas y echaron a
suerte mi tnica. Esto hicieron los soldados.
Jess queda desnudo. El icono de Cristo despojado de sus vestiduras es rico de resonancias bblicas: nos
devuelve a la desnudez inocente de los orgenes y a la vergenza de la cada (cf. Gn 2,25; 3,7).
En la inocencia original, la desnudez era la vestidura de la gloria del hombre: su amistad trasparente y hermosa
con Dios. Con la cada, la armona de esa relacin se rompe, la desnudez sufre vergenza y lleva consigo el
recuerdo dramtico de aquella prdida.
La desnudez significa la verdad del ser.
Jess, despojado de sus vestiduras, teji en la cruz el hbito nuevo de la dignidad filial del hombre. Esa tnica
sin costuras queda all, ntegra para nosotros; la vestidura de su filiacin divina no se ha rasgado, sino que, desde
lo alto de la cruz, se nos ha dado.
Humilde Jess,
delante de tu desnudez
descubrimos lo esencial
de nuestra vida y de nuestra alegra:
ser en ti hijos del Padre.
Pero confesamos tambin la resistencia
a abrazar la pobreza como dependencia del Padre,
a acoger la desnudez como hbito filial.
Ven, Espritu de la Verdad,
aydanos a reconocer y a bendecir
en cada expolio que sufrimos
una cita con la verdad de nuestro ser,
un encuentro con la desnudez redentora del Salvador,
un trampoln que nos lanza
hacia el abrazo filial con el Padre.
Todos: Padre muestro...
Sancta mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
cordi meo valide.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazn imprime
las llagas que tuvo en s.
Y de tu Hijo, Seora,
divide conmigo ahora
las que padeci por m.
UNDCIMA ESTACIN
Jess es clavado en la cruz
Jess, elevado sobre la tierra,
atrae a todos hacia s
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Juan 19,18-22
Lo crucificaron y con l a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jess. Y Pilato escribi un letrero y lo puso
encima de la cruz; en l estaba escrito: Jess, el Nazareno, el rey de los judos. Leyeron el letrero muchos
judos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jess, y estaba escrito en hebreo, latn y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judos dijeron a Pilato: No escribas: "El Rey de los judos", sino: "Este
ha dicho: Soy el rey de los judos". Pilato les contest: Lo escrito, escrito est.
Jess crucificado est en el centro; la inscripcin regia, alta sobre la cruz, abre las profundidades del misterio:
Jess es el rey y la cruz es su trono. La realeza de Jess, escrita en tres lenguas, es un mensaje universal: para el
sencillo y el sabio, para el pobre y el poderoso, para quien se acoge a la Ley divina y para quien confa en el
poder poltico. La imagen del crucificado, que ninguna sentencia humana podr remover nunca de las paredes de
nuestro corazn, ser para siempre la palabra regia de la Verdad: Luz crucificada que ilumina a los ciegos,
[22] tesoro cubierto que slo la oracin puede abrir,[23] corazn del mundo.
Jess no reina dominando, con un poder de este mundo, l no tiene ninguna legin.[24] Jess reina atrayendo
(cf. Jn 12,32): su imn es el amor del Padre que en l se da por nosotros hasta el extremo.[25]Nada se libra
DUODCIMA ESTACIN
Jess muere en la cruz
Jess vive su muerte como un don de amor
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Juan 19,28-30
Sabiendo Jess que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed. Haba all
un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caa de hisopo, se la acercaron
a la boca. Jess, cuando tom el vinagre, dijo: Est cumplido. E, inclinando la cabeza, entreg el espritu.
Tengo sed. Est cumplido. En estas dos palabras, Jess nos muestra, con una mirada hacia la humanidad y
otra hacia el Padre, el ardiente deseo que ha impregnado su persona y su misin: el amor al hombre y la
obediencia al Padre. Un amor horizontal y un amor vertical: he aqu el diseo de la cruz! Y desde el punto de
encuentro de ese doble amor, all donde Jess inclina la cabeza, mana el Espritu Santo, primer fruto de su
retorno al Padre.
En este soplo vital del cumplimiento, vibra el recuerdo de la obra de la creacin (cf. Gn 2,2.7) ahora redimida.
Pero tambin la llamada a todos los que creen en l, a completar en nuestra carne lo que falta a los
padecimientos de Cristo (cf. Col 1,24). Hasta que todo est cumplido!
Seor Jess, muerto por nosotros!
T pides para dar,
DECIMOTERCERA ESTACIN
DECIMOCUARTA ESTACIN
Jess es puesto en el sepulcro
La tierra del silencio y de la espera custodia a Jess,
semilla fecunda de vida nueva
V/.Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R/. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio segn san Juan 19,40-42
Tomaron el cuerpo de Jess y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, segn se acostumbra a enterrar
entre los judos. Haba un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde
nadie haba sido enterrado todava. Y como para los judos era el da de la Preparacin, y el sepulcro estaba
cerca, pusieron all a Jess.
Un jardn, smbolo de la vida con sus colores, acoge el misterio del hombre creado y redimido. En un jardn,
Dios puso a su criatura (cf. Gn 2,8), y de all la desterr tras la cada (cf. Gn 3,23). En un jardn comenz la
Pasin de Jess (cf. Jn 18,1), y en un jardn un sepulcro nuevo acoge al nuevo Adn que vuelve a la tierra (cf. Jn
en el silencio de la cruz, en el silencio de la muerte. Es un silencio que lleva consigo el peso del dolor del
hombre rechazado, oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso del mal. Esta
noche hemos revivido, en lo profundo de nuestro corazn, el drama de Jess, cargado del dolor, del mal y del
pecado del hombre.
Que queda ahora ante nuestros ojos? Queda un Crucifijo, una Cruz elevada sobre el Glgota, una Cruz que
parece sealar la derrota definitiva de Aquel que haba trado la luz a quien estaba sumido en la oscuridad, de
Aquel que haba hablado de la fuerza del perdn y de la misericordia, que haba invitado a creer en el amor
infinito de Dios por cada persona humana. Despreciado y rechazado por los hombres, est ante nosotros el
hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, despreciado y evitado de los hombres, ante el cual se
ocultaban los rostros (Is 53,3).
Pero miremos bien a este hombre crucificado entre la tierra y el cielo, contemplmosle con una mirada ms
profunda, y descubriremos que la Cruz no es el signo de la victoria de la muerte, del pecado y del mal, sino el
signo luminoso del amor, ms an, de la inmensidad del amor de Dios, de aquello que jams habramos podido
pedir, imaginar o esperar: Dios se ha inclinado sobre nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincn ms oscuro de
nuestra vida para tendernos la mano y alzarnos hacia l, para llevarnos hasta l. La Cruz nos habla de la fe en el
poder de este amor, a creer que en cada situacin de nuestra vida, de la historia, del mundo, Dios es capaz de
vencer la muerte, el pecado, el mal, y darnos una vida nueva, resucitada. En la muerte en cruz del Hijo de Dios,
est el germen de una nueva esperanza de vida, como el grano que muere dentro de la tierra.
En esta noche cargada de silencio, cargada de esperanza, resuena la invitacin que Dios nos dirige a travs de las
palabras de san Agustn: Tened fe. Vosotros vendris a m y gustareis los bienes de mi mesa, as como yo no he
rechazado saborear los males de la vuestra... Os he prometido la vida... Como anticipo os he dado mi muerte,
como si os dijera: "Mirad, yo os invito a participar en mi vida... Una vida donde nadie muere, una vida
verdaderamente feliz, donde el alimento no perece, repara las fuerzas y nunca se agota. Ved a qu os invito... A
la amistad con el Padre y el Espritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos mos..., a participar en mi vida"
(cf. Sermn 231, 5).
Fijemos nuestra mirada en Jess crucificado y pidamos en la oracin:
Ilumina, Seor, nuestro corazn,
para que podamos seguirte por el camino de la Cruz;
haz morir en nosotros el hombre viejo,
atado al egosmo, al mal, al pecado,
y haznos hombres nuevos,
hombres y mujeres santos,
transformados y animados por tu amor.
NOTAS:
[1] San Agustn, Confesiones 1, 5, 5. (A partir de ahora las citaciones que no sean de la Sagrada Escritura y