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Borges El Etnografo

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Adrin Gorelik

El color del barrio. Mitologa barrial y conflicto cultural en la Buenos Aires de los aos veinte

a literatura sobre la presencia de Buenos Aires en el Borges de los aos veinte ha enfatizado por lo general el intento, en buena medida nostlgico, de fijar en imgenes durables el pasado de la ciudad (Grau 20); la obra borgesiana habra buscado restituir el Buenos Aires de su infancia y, aun ms atrs, sus restos criollos previos a la modernizacin que se desenvolva sin pausa desde la dcada de 1880. se habra sido, entonces, el rol del suburbio en su produccin mitolgica de Buenos Aires: ofrecer, en una ciudad que se modernizaba desde el centro, una rplica desplazada del paisaje urbano de la ciudad tradicional. Los paseos de Borges por el suburbio y la importancia que les dio en su obra de la dcada del veinte suelen presentarse como una suerte de descubrimiento ntimo de esos restos criollos, en los que habra visto una esencia nacional y aristocrtica en rebelda casi solitaria contra el masivo afn modernizador y plebeyo y el correlativo protagonismo del centro de aquella Buenos Aires de extranjera. Por supuesto, la obra de Borges est sembrada de huellas que apuntan en esas direcciones; pero cuando se recorta su mirada sobre la ciudad contra el fondo de las transformaciones urbanas y de las representaciones culturales de aquel perodo, cobra relevancia una serie de operaciones en las que sorprende todo lo contrario: la modernidad (incluso en trminos polticos) de su concepcin, y el intenso debate sobre el suburbio, en el que Borges era apenas uno ms de los participantes. Porque contra cualquier impresin de descubrimiento solitario, lo primero que debe entenderse es que en los aos veinte, el suburbio se haba convertido en Buenos Aires en el centro de la polmica poltica, urbana y cultural. Aquellos territorios descalificados que se anexaron a la jurisdiccin municipal de Buenos Aires en 1887 y que desde comienzos de siglo haban empezado a poblarse por nuevos sectores populares de forma prcticamente silenciosa, marginal a la cultura, como una

Variaciones Borges 8 (1999)

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excrecencia de la ciudad, en los aos veinte se convirtieron en el nuevo centro dador de sentido de Buenos Aires. El debate que se abri entonces fue doble: el que opuso el suburbio al centro (tpico del tango y del reformismo poltico contra el conservadurismo que quera mantener la centralidad de la vieja ciudad), y el que opuso diferentes suburbios entre s como territorios conflictivos de definicin para una esencia de Buenos Aires. El suburbio, hasta haca muy poco tiempo negado, se convirti en un reservorio de modelos culturales en pugna que los artistas salan a reconocer para identificarse con ellos y que, a la vez, en ese mismo reconocimiento, construan y es importante resaltar esto para entender que la ciudad y sus representaciones se constituyen mutuamente . Una parte importante de esta cuestin fue advertida desde temprano por la mejor crtica literaria: hubo pocos momentos en Buenos Aires en que la cultura remitiera tan directamente a figuraciones urbanas para definir sus programas y poner en acto sus conflictos, al punto de que Marechal pudo, varios aos despus, utilizar el deambular urbano del que l mismo fue protagonista como recurso principal para una lectura irnica de las polmicas culturales de los aos veinte.1 A su vez, la peculiar vinculacin de la renovacin literaria de Borges con el conjunto de figuraciones que suponan las orillas de la ciudad, ha sido explicada a la perfeccin por el oxmoron con que Beatriz Sarlo define su obra temprana: criollismo urbano de vanguardia (Borges). Sin embargo, eso no parece formar parte de una imagen conjunta de Borges, las representaciones urbanas y la transformacin efectiva de la ciudad; se insiste en que Borges se inventa una ciudad a su medida (Andreu), pero se desconocen las relaciones entre esa ciudad y las otras representaciones contemporneas, y el modo en que entre todas disputan por una Buenos Aires verdadera, con lo cual resulta imposible entender la originalidad y los efectos de la mirada borgesiana. El presente artculo se propone mostrar cmo en los aos veinte las representaciones culturales de la ciudad supusieron un conflicto con otras que se producan fuera del mbito literario y cmo operaron de conjunto en la produccin del barrio como espacio pblico moderno: un barrio que se producir en varios colores ideolgico culturales, en
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Cf. la desopilante excursin a Saavedra en el Adan Buenosayres. Ya Adolfo Prieto (38) analiz el rol que las excursiones colectivas a los suburbios tuvieron en los grupos de vanguardia, pero es Beatriz Sarlo quien ms a fondo ha llevado este enfoque, analizando en varios de sus libros la importancia de la ciudad en la produccin literaria y cultural de las vanguardias. (Modernidad, Imaginacin)

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uno de los cuales tendr un rol decisivo la obra de Borges. Esto es, tal vez, lo que an hace falta comenzar a ver: en una ciudad como Buenos Aires, sin tradiciones ni geografas prestigiosas o pintorescas, el barrio pudo existir en tanto fue producto de una violencia cultural, en un proceso que articula su emergencia y apogeo como realidad poltica y como mito cultural, como producto de una nueva cultura masiva y como proyecto vanguardista. 1. El barrio (o su imposibilidad existencial) en Buenos Aires En principio, conviene aclarar para un lector que conozca poco Buenos Aires que en esa ciudad no existe nada parecido a barrios, si por ello se entiende el barrio de la ciudad europea: el barrio tpicamente redondo, como lo describi Jean Paul Sartre en su viaje a Nueva York, azorado por el contraste que le presentaba la ciudad moderna y regular americana. En Europa los barrios son cerrados, y en ellos, las casas amontonadas, entremezcladas, gravitan pesadamente sobre el suelo (75). Gravitan pesadamente: pocas imgenes ilustraran tan bien esa peculiaridad atribuida al locus en la ciudad tradicional: como una vertical ascendente que conecta la historia humana con un designio originario, en la que es posible reconocer a los propios antepasados, los materiales del lugar, la suma del trabajo humano, los acontecimientos familiares y de la comunidad. Las casas del barrio tradicional son pesadas porque forman un plano de consistencia urbano y social en el que todo reconduce al mismo lugar:
Las calles se arrojan en otras calles y, cerradas en cada uno de sus extremos, no llevan directamente hacia las afueras de la ciudad, sino que dan vueltas en redondo. Son algo ms que simples arterias, pues cada una de ellas constituye un medio social. Los habitantes se detienen en las calles, se encuentran all con otros, beben, comen y viven all. (75)

La dimensin de la ciudad americana, en cambio, no permite la diferenciacin interna de crculos identitarios: es una estructura abstracta, cuyas calles son carreteras sin lmites, infinitas, que llevan siempre afuera de la ciudad: son calles surgidas de la nada, producidas en un brevsimo tiempo a travs de un territorio sin historia. As es Nueva York y tambin Buenos Aires: la grilla de calles de la primera se traz en 1811 para toda la isla de Manhattan, cuando slo estaba construida su vieja punta holandesa; la grilla de calles de la segunda se traz en 1898 para cubrir las 14.000 hectreas de pampa que haban sido anexadas en 1887 a las 4.000 hectreas de la ciudad existente y en esas novsimas 14.000 hectreas se van a desarrollar en menos de dos dcadas los

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as llamados barrios en Buenos Aires .2 La moderna ciudad de cuadrcula surge como parte del proceso modernizador que clausura aquella experiencia circular y nada mejor que la grilla, homognea en todas direcciones, para graficar la ruptura. Todos los viajeros que llegaban a Buenos Aires a comienzos de siglo desde la ciudad europea acarrearon el peso del contraste entre la claridad de la grilla y su indiferencia existencial; Sartre en Nueva York lo retrat como ninguno: el hombre no se siente jams extraviado, pero se siente siempre perdido (77). Cmo encontrar barrio, entonces, en una ciudad como Buenos Aires donde, segn deca Arturo Cancela, las casas viven menos que los hombres? Ese territorio cambiante da a da, inspido lugar de tejas anglizantes ahora, de hornos humosos de ladrillos hace tres aos, de potreros caticos hace cinco, como sealaba no sin irona Borges, mostrando su aguzada conciencia acerca de la precariedad de los materiales con que deba construir su pica (OC 1: 107). Provisoriedad, extensin y movimiento infinitos: tal era la representacin generalizada del suburbio desde el comienzo del siglo; en l, la planicie indiferenciada pareca adecuarse naturalmente al trazado de la grilla cuadriculada para producir una doble abstraccin. El principio de la repeticin al infinito, enseado por la naturaleza con la Pampa, ha sido repetido escrupulosamente por los hombres, escriba sorprendido Massimo Bontempelli (69) en su visita a Buenos Aires, en 1933. Una doble abstraccin, una matriz rgida superpuesta a otra, estructura inflexible sobre la que cualquier expresin de lo concreto no puede sino ser contingente. Sin embargo, ya desde finales de la dcada del diez va a aparecer con claridad que sobre esa estructura abstracta, mejor, que sobre el torbellino modernizador que ella permite y estimula, se ha logrado producir una forma, una unidad urbana novedosa a la que se va a llamar barrio. En primer lugar, entonces, conviene precisar las diferencias con el barrio europeo: en Buenos Aires el barrio suburbano no implic la produccin de un lugar antropolgico imposible por definicin en la modernidad sino de un lugar poltico; no la produccin de un espacio comunitario tradicional, sino de un espacio pblico moderno. Los vecindarios desgajados en el suburbio, perdidos en la doble abstraccin de la grilla y la pampa, pudieron transformarse en barrio cuando ese territorio fue resignificado radicalmente por un complejo proceso de for-

He desarrollado este tema en La grilla y el parque; de hecho, el presente artculo rene y reorganiza diferentes aspectos presentados en ese libro sobre la historia cultural de Buenos Aires.

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macin de instituciones vecinales y produccin de una moderna cultura popular, que dio lugar a la aparicin de un espacio pblico local. Pero, en segundo lugar, es necesario notar de inmediato que para la definitiva conversin en barrio de ese espacio pblico local va a ser fundamental la produccin literaria de un mito, porque, justamente por sus implicancias identitarias, el artefacto cultural barrio tampoco podra haber nacido en Buenos Aires sin una relacin mitificada con tradiciones originarias. Y sa es la paradoja que atraviesa toda la elaboracin poltica y cultural del barrio y que le dar color a cada una de sus representaciones: el barrio porteo es producto de la modernizacin a la vez que est condenado a negarla. 2. Buenos Aires roja: el barrio del reformismo La primera representacin del barrio que se forma es la del espacio pblico local y el espritu progresista del fomentismo, el barrio cordial en los trminos de Enrique Gonzlez Tun (Parque Patricios). Desde inicios de siglo, los sectores populares de origen inmigratorio que se hacinaban en los conventillos del centro haban comenzado, gracias al abaratamiento del boleto tranviario y la generalizacin de los loteos en cuotas, a poblar la vaca grilla amanzanada que el poder pblico haba trazado sobre el suburbio como expansin potencial de la ciudad. En las dos primeras dcadas del siglo fue un proceso de ocupacin hormiga, tan vertiginoso como invisible, realizado a espaldas de una cultura oficial que, hacia el centenario, se congratulaba en la celebracin del proceso modernizador de la Buenos Aires cntrica. Ese desconocimiento result uno de los detonadores, sin embargo, de la formacin del espacio pblico barrio, ya que los nuevos vecinos debieron organizarse para reclamar por mejoras urgentes los loteos se consumaban sobre una grilla imaginada en los planos pblicos como una cuadrcula de calles, pero en la realidad eran zanjas de barro sin la mnima infraestructura , y para ello formaron instituciones sociales y culturales de fuerte capacidad identificatoria con el territorio. Especialmente, la Sociedad de Fomento, que a partir de sus reclamos al estado fue configurando un nuevo tipo de sociabilidad interna en el mosaico tnico y social del barrio, convirtindose en una institucin inclusiva y productora de ciudadana, en momentos en que la titularidad de derechos efectiva estaba severamente restringida por el sistema poltico oficial para la mayor parte de los nuevos sectores populares (cf. Gutirrez y Romero). Y, por supuesto, el Club social y deportivo que, ade-

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ms de aportar al enriquecimiento de esa nueva sociabilidad democrtica, cre el equipo de ftbol, institucin barrial fundamental ya que todos los grandes equipos de ftbol argentinos se crean en los primeros aos del siglo en diferentes barrios de Buenos Aires y consolidan el proceso identificatorio de la nueva poblacin con su nuevo territorio, construyndolo como un territorio cultural. As que, en las primeras dcadas del siglo, el barrio es un compuesto efervescente de poltica, cultura y sociabilidad popular. Que esta dificultosa creacin social y cultural se diera sobre un territorio homogeneizado por la cuadrcula pblica no fue secundario en la formacin de su carcter como espacio pblico. Conviene volver a subrayar la paradoja: el recorte diferenciador que el barrio necesita para producir una forma es dificultado por esa homogeneizacin; la Sociedad de Fomento recorta al barrio contra la ciudad oficial y el Club contra otros barrios, pero la cuadrcula tiende a integrarlo en un conjunto indiferenciado. Sin embargo, es en esa dialctica entre diferenciacin e integracin que el espacio pblico puede formarse, porque su carcter moderno no convoca a la tradicin sino al proyecto: la patria chica del barrio como lugar de integracin de los nuevos sectores populares est hecha de promesas de ascenso, de mejoras, de triunfos; en este sentido expreso es progresista. Y a ese progresismo la cuadrcula, tan repudiada por su monotona en la cultura urbana establecida, le ofreci, en primer lugar, una estructura homognea que prometa que esos andurriales dejados de la mano de Dios en un futuro formaran parte indiferenciada de la ciudad; en segundo lugar, en el interior de cada barrio, le ofreci la manzana cuadrada, cuya regularidad modular prometa la integracin social en tanto favoreca los rpidos recambios edilicios al comps del ascenso social. Y esto explica que la regularidad en Buenos Aires haya sido un bien social: la sociedad aluvial de comienzos de siglo, al mismo tiempo que construa sus mbitos diferenciados de sociabilidad e identidad, encontr en la integracin homognea un reaseguro del ascenso social que borrara completamente las huellas de su pasado miserable. Estos cambios que experiment la ciudad pasaran a primer plano pblico sobre el final de los aos diez; entonces se verifica un salto abrupto desde la formacin silenciosa del barrio y su lugar subalterno, a la publicidad ms rotunda y diversificada. En muy poco tiempo, entre los ltimos aos diez y los primeros aos veinte, el suburbio avanza sobre el centro ocupando rpidamente las principales atenciones polticas, culturales y urbansticas; y ya no las abandonar, hasta que quede claro

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que el crecimiento urbano no haba sido un fenmeno independiente de las cualidades de la ciudad tradicional, sino que las haba afectado al punto de disolver su propio sentido, replanteando las bases mismas sobre las que hasta entonces se haba considerado el espacio pblico. Y, como corresponde a su carcter reformista, el primer mbito de representacin del barrio suburbano como problema de la ciudad fue el poltico. Desde la reforma electoral nacional que en 1916 llev a la presidencia a Hiplito Yrigoyen haba comenzado a discutirse la necesidad de una reforma democratizadora de la ciudad: la administracin del sufragio calificado construye avenidas diagonales y resuelve el ensanche de calles, descuidando la atencin de las necesidades ms elementales de gran parte de la ciudad, escriba el socialista Mario Bravo en 1917 (17 18). Para buena parte de la opinin pblica el sufragio calificado representaba el espacio pblico tradicional, el centro modernizado con su tradicional ciudadana de propietarios y su correspondiente urbanstica de ostentacin; por lgica oposicin, la ampliacin democrtica deba atender las aspiraciones postergadas de la otra ciudad, el suburbio, permitiendo que sus nuevas voces populares se escuchasen, ciudadanizndolas. La absoluta mayora que lograron en 1918 socialistas y radicales en las primeras elecciones comunales con sufragio universal efectiviz aquel pronstico, convirtiendo el Concejo municipal en una eficaz caja de resonancia de los problemas barriales, instalndolos en el tope de la agenda pblica. Como parte de un imaginario que reclamaba la expansin del progreso y la integracin de los nuevos sectores populares en la ciudad, el barrio encontr un campo para proyectarse pblicamente hacia toda la ciudad en su cualidad de espacio pblico, coincidiendo esa trascendencia cultural con la puesta en contacto material de todos los barrios entre s y con la ciudad por el completamiento progresivo de la grilla universal a medida que se densificaba el suburbio. Desde finales de la dcada del diez hasta mediados de la del treinta (cuando se consuma el proceso modernizador en todo el territorio de la ciudad y la unificacin de la ciudad tradicional con el suburbio se hace irreversible), la campaa del reformismo va a ser permanente e intensa contra los sectores conservadores que pretendan desconocer la legitimidad urbana de los nuevos barrios y proponan que el inters pblico se volviera sobre el espacio pblico consagrado de la ciudad tradicional; el reformismo, en cambio, propondra invertir la imagen de la ciudad, con alternativas urbansticas que buscaban un recentramiento de Buenos Aires para atender a la nueva figura urbana que se haba formado gracias a la incorporacin del suburbio.

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La prensa del perodo cumpli un papel destacado en esa proyeccin de los barrios como nuevo centro. En su proceso de publicidad poltica, el barrio se convirti en un tema periodstico de primer orden: del mismo modo que los partidos polticos, el nuevo periodismo construa all su principal clientela, por lo que en los aos veinte comenz a darle un espacio privilegiado. Entre la modalidad de excursin a un territorio desconocido con que la prensa tomaba el tema suburbano en las dos primeras dcadas, para narrar desastres naturales o exticas epopeyas de frontera, y el Buenos Aires se queja con que Roberto Arlt titula su columna diaria en El Mundo en 1934 para denunciar la desatencin de los barrios por el poder municipal (Aguafuertes), media una transformacin espectacular en la produccin y la orientacin de la noticia, en la que los barrios ganarn una presencia creciente ya como parte inescindible, sino la ms caracterstica, de la ciudad. Frente a la ahora extendida sensibilidad por la situacin de los barrios suburbanos, la prensa sera una caja de resonancia para la denuncia fomentista, los conflictos y los reclamos socialistas en el Concejo Deliberante o las polticas de las intendencias radicales. En los aos veinte, todos los diarios organizan una seccin municipal, encargan series de notas a especialistas, salen a reconocer la nueva ciudad popular, o realizan encuestas sobre las transformaciones en curso. Se trataba, en todos estos casos, de la publicidad del barrio progresista, cordial y laborioso que se haba formado silenciosamente en los primeros aos del siglo; es decir, la representacin homognea del barrio moderno que levantar el reformismo poltico a tono con las razones y los objetivos del fomentismo al que buscaba interpelar y representar. Las relaciones entre barrio y reformismo son ms que coyunturales y, en verdad, responden a una lgica que en los aos de entreguerras se reconoce en todas las ciudades de gestin socialdemcrata del mundo: el barrio conlleva la encarnacin del problema social en una forma urbana, y esta identidad permite un acercamiento indito del reformismo poltico a la ciudad. 3. Buenos Aires negra: el barrio reo contra el barrio cordial Pero casi de modo simultneo fue surgiendo la otra lnea de representaciones del barrio que sera fundamental en su produccin cultural y en su nuevo lugar central, aunque veremos que se opuso punto a punto a la del progresismo vecinal: el barrio pintoresco de la literatura y el tango, que va a realizar el camino inverso de su conformacin p-

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blico poltica, un salto sin mediaciones del progreso a la nostalgia. La nueva centralidad del suburbio produjo, en principio, dos Buenos Aires: la roja, que en el barrio identificaba la demanda de progreso y la traduca en reivindicacin y reclamo poltico del fomentismo y el reformismo municipal; y la Buenos Aires pintoresca, negra, que en la bsqueda de tradicin y color local organiz nuevos productos culturales y nuevos modos para su consumo: el tango, la literatura del margen. Esta es la Buenos Aires del barrio que comienza a reaccionar contra los efectos que la publicidad del barrio generaba en la ciudad, porque, en los aos veinte, la comunicacin universal de la cuadrcula que haba hecho nacer con toda su potencia cultural y urbana al barrio como tema pblico es la misma que, en sentido estricto, le extiende su certificado de defuncin, al homogeneizarlo en el conjunto; el barrio puede nacer como tpico cultural cuando deja de ser una realidad geogrfica y social. De all el carcter conscientemente mistificador de la operacin cultural que lo produce, como resistencia explcita a su desaparicin. Muchos de los actores en este conflicto de representaciones eran bien conscientes de lo que estaba en juego. El concejal socialista Angel Gimnez, intentando establecer un deslinde con uno de los barrios modernos predilectos por el pintoresquismo, Nueva Pompeya, muestra apenas un ejemplo de que para muchos las demandas de progreso y tradicin no eran precisamente coincidentes:
Ya no se trata de ese barrio de leyenda y que ha dado lugar a cierta literatura de vagos, delincuentes y milonguitas, sino de un barrio de gente obrera, honesta y laboriosa que clama con razn por el derecho a la vida en condiciones ms humanas de las que se encuentra actualmente, hurfano por completo de toda proteccin oficial. (Actas)

El explosivo xito de las letras de tango por poner el ejemplo de mayor masividad, que desde los primeros aos veinte producen su modesta mitologa (Matamoro, citado en Jos Gonzlez) cultivando aquella leyenda de vagos, delincuentes y milonguitas, debera hacer pensar, sin embargo, que los habitantes reales de esos barrios cordiales y progresistas se las ingeniaban para reconocerse en demandas tan flagrantemente encontradas. Slo la prensa pudo hacerlas coincidir, dndoles, adems, pareja activacin. Como continuidad genrica con la tensin de los magazines ilustrados entre la celebracin de la modernizacin y el rescate de lo pintoresco, el nuevo periodismo de los diarios Crtica y El Mundo ser uno de los pocos mbitos donde se produzca simultneamente el ba-

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rrio como proyecto y como tradicin, haciendo coincidir en un mismo plano textual las disonancias entre las diferentes representaciones, el conflicto constitutivo de la publicidad del barrio entre su progresismo cordial y el necesario carcter pintoresco para un eficaz procesamiento literario. Las diferencias con aquellos magazines radican, de todos modos, en el carcter de este nuevo pintoresquismo: ya no se trata de mostrar, a la manera del costumbrismo finisecular, la marginalidad urbana en su radical otredad; el nuevo periodismo y la nueva literatura estn hechos por escritores e intelectuales que ahora tambin vienen del suburbio (Sarlo Modernidad 180). Uno de ellos, Enrique Gonzlez Tun, fue de los que ms lcidamente y desde ms temprano reconoci la necesidad de una operacin de mistificacin para producir culturalmente el barrio. Festejando todava los logros del progreso cordial, retrat en 1925 la paradoja de un barrio moderno por excelencia, Parque Patricios: el barrio deba convertirse en reservorio de un pasado cuya extincin haba sido, sin embargo, prerrequisito para su propia existencia.3 La consciencia de la operacin mistificadora se advierte en Tun en la irona en los artculos periodsticos ya que no en muchos de sus cuentos, donde cultiva el patetismo pero, sobre todo, en el modo en que busca modular, en sus textos periodsticos y literarios, diferentes registros para el barrio, como en un ejercicio de prueba y error: Parque Patricios puede ser en un artculo un barrio cordial, ingenuo, humilde y regenerado en el trabajo (Caras y Caretas); en otros, un territorio misterioso de una bohemia anarquizante (Crtica); en las glosas de Tangos es el arrabal amargo en el que malevos fracasados conviven con inmigrantes fracasados con el fondo fantasmal de los Corrales Viejos; y en algunos cuentos de El alma de las cosas inanimadas es el cuadro miserabilista de la denuncia social. Unos aos despus encontraremos oscilaciones an ms radicales en las Aguafuertes de Roberto Arlt, en las que el barrio podr encarnar desde el espacio de la postergacin social de las notas del Buenos Aires se queja, hasta el srdido ring en que se libra el combate por un ascenso social sin horizontes; desde el mbito mgico de encanto maParque Patricios se forma como barrio moderno gracias al desalojo (c. 1900) de un dispositivo tpico de las afueras de la ciudad tradicional, el Matadero. Entre el verde higinico del parque que se forma sobre los restos del Matadero desalojado, y las prcticas criollas de la matanza de animales, la diferencia que impone el barrio moderno frente al arrabal se hace paradigmtica. Sin embargo, se es el pasado que, en la lgica narrativa del mito originario, podr constituir la identidad barrial (cf. Gorelik).

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fioso y dulzura mistonga, hasta el universo mezquino de mediocridad y tedio de la vida cotidiana de los sectores populares, con su moral de pacotilla y su pequeo mundo de engaos e hipocresa (cf. Tern). Adems de las oscilaciones, en este ltimo registro arltiano interesa subrayar una primera forma prototpica de condena al barrio cordial y progresista en tanto expresin social y cultural de la nueva clase media. Con ms o menos contradicciones, con mayor grado de crtica radical o de elitismo, muchos escritores la cultivaron; es el Palermo matero y progresista que Borges ve apurarse hacia la zoncera en La cancin del barrio de Carriego: Palermo se conduca como Dios manda, y era una cosa decentita, infeliz, como cualquier otra comunidad gringo criolla (OC 1: 130). La operacin mistificadora necesita ratificar, en todos los casos, la peculiaridad lugarea que la construccin pintoresca demanda. El barrio puede ocupar un lugar en la ciudad en tanto asuma un pintoresquismo que se convertir en la segunda lnea de condena al barrio cordial, ya que necesita tomar distancia de su ambicin integrativa: la invencin de una tradicin implica la necesidad de exasperar el recorte de un espacio geogrfico cultural para el barrio. El pintoresquismo reclama una autonoma lugarea que la estructura inclusiva de Buenos Aires, con su extendida cuadrcula pblica y su desarrollado sistema de transporte, dificulta. Y esto va a llevar a quienes celebren la peculiaridad del barrio y su pasado a asentarse precisamente sobre las escasas irregularidades que el progresismo intentaba borrar, lo que revierte lgicamente en un nuevo e inesperado motivo de repudio a la cuadrcula regular: la irregularidad social y urbana, las peculiaridades, aparecen ahora como un plus imprescindible para dar cuerpo a la identidad. Este pintoresquismo producir un encadenamiento perdurable entre nuevo periodismo, literatura de vanguardia, barrio y tango, productos enteramente modernos asociados en la bsqueda de una tradicin lugarea. El suburbio deja atrs el momento de ajenidad costumbrista, y el color local que la prensa vena buscando infructuosamente en Buenos Aires para alimentar la crnica urbana con su principal combustible parece poder encarnar ahora en la mezcla de bohemia, miserabilismo social y mitologa tanguera que algunos artistas e intelectuales ofrecen como producto tpico del nuevo barrio suburbano. La colaboracin entre ellos y la prensa en la emergencia de esta cantera cultural es constitutiva: Ctulo Castillo record, por ejemplo, cmo a travs de iniciativas del diario Crtica en los aos veinte nacieron la Repblica de La Boca y la Repblica de Boedo, con Quinquela Martn y Jos Gon-

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zlez Castillo como presidentes respectivos, y cmo el peridico fomentaba un antagonismo artificial entre los dos barrios para alimentar la crnica pintoresca (Jos Gonzlez 124). La Boca y Boedo: dos de los barrios ms caractersticos, sin duda. Pero mientras La Boca es el nico sector de Buenos Aires que ofrece desde muy temprano un plus de paisaje urbano pintoresco el ro y el puerto, el aislamiento de la ciudad, la primera concentracin inmigratoria con su correspondiente proliferacin de iniciativas culturales y polticas, de crculos socialistas y anarquistas, que haban generado ya hacia mediados del siglo XIX un piso urbano, social y cultural del todo peculiar, Boedo, en cambio, es uno de los ejemplos ms ntidos de los barrios producidos sobre un territorio completamente despojado de atributos. Boedo es uno de los tantos barrios bautizados a posteriori de la ocupacin de la cuadrcula, como resultado de un recorte arbitrario e impreciso sobre la regularidad del plano urbano y sobre la regularidad de la composicin social de un rea mayor, Almagro. Uno de esos barrios que se producen a partir de un centro puntual o una calle comercial, en este caso la calle Boedo, en la que se agota la identidad barrial, ya que a las pocas cuadras de ese sitio es prcticamente imposible, incluso para sus propios habitantes, diferenciarlo de otros barrios o reconocer sus lmites. Un barrio completamente descaracterizado, en el sentido de que su paisaje urbano es idntico al de toda la franja suroeste oeste de la ciudad; una porcin azarosa de la ms homognea expansin cuadriculada. Y, sin embargo, al mismo tiempo, Boedo resulta uno de los barrios ms ntidos para la cultura portea. Se trata de una construccin cultural en la que el tango y el ftbol han tenido un rol fundamental a partir de los aos treinta: las letras de Homero Manzi y la identificacin tarda del club San Lorenzo de Almagro con el barrio de Boedo, con la consiguiente celebracin de uno de los principales clsicos barriales de ftbol con Huracn, el club del vecino Parque Patricios. Pero ya en los aos veinte hay una cantidad de iniciativas culturales que van a concentrar y reunir en Boedo las representaciones del novedoso margen de un campo intelectual en expansin; ese margen formado por una plyade de periodistas, autores de teatro, poetas, pintores y escultores que le van a dar al barrio la base cultural sobre la que se multiplicarn en los aos veinte las universidades populares, los teatros populares, las bibliotecas populares, los cineclubs, las peas, las decenas de peridicos barriales. Boedo fue el eptome de esa produccin marginal, una encarnacin sinttica de toda la nueva cultura barrial. En este sentido, Jos Gonzlez Castillo

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fue uno de sus nombres ms significativos, porque es de los que ms temprano realizan la doble funcin de construir el barrio como tpico y de construir en el barrio las instituciones culturales capaces de alimentarlo. Autor teatral en el momento de mayor auge del teatro, letrista de tango en los inicios del tango cancin, guionista de cine en los inicios de la cinematografa, periodista, poeta, Gonzlez Castillo se instal en Boedo luego de pasear su bohemia por el pas y luego de haber sido expulsado a Chile por anarquista en los aos del centenario. Ya en Boedo, promovi buena parte de las instituciones que en los aos veinte y treinta le dieron su aureola cultural; y es interesante notar el peso que en las representaciones del barrio tuvo la connotacin bohemio anarquista, en momentos en que el anarquismo haba prcticamente desaparecido como fuerza poltica de la ciudad: el artefacto cultural barrio que produce esta bohemia barrial es el ltimo refugio de un anarquismo pintoresco que, nuevamente, propone una imagen completamente desplazada del barrio cordial: se trata de un barrio de vagabundos, poetas, inventores y filsofos de cafetn. Capacidad representativa cuya fuerza imaginaria es la nica explicacin de la adopcin del nombre Boedo por los escritores que buscaron oponer en los aos veinte una literatura de compromiso social a los experimentos de la vanguardia de Florida; como bien afirma de Privitellio, es un error recurrente en la historia de la literatura suponer, en cambio, que el barrio de Boedo era en s mismo el motor de esa preocupacin social, en tanto barrio obrero, fabril o marginal: Boedo es desde su nacimiento un tpico barrio progresista de clase media y la avenida Boedo, una prspera calle comercial. Las letras de Jos Gonzlez Castillo estilizan desde muy temprano para el tango la descripcin de un barrio arquetpico a partir de una sinttica enumeracin de motivos esenciales: parecen apuntes escenogrficos para representar en un film algunos versos de Evaristo Carriego. As es en Sobre el pucho, de 1922, con msica de su entonces jovencsimo hijo Ctulo:
Un callejn en Pompeya y un farolito plateando el fango, y all un malevo que fuma y un organito moliendo un tango.

Motivos que continuaran elaborando Pascual Contursi con Ventanita de arrabal, de 1927, el propio Ctulo en casi toda su obra escrita con Anbal Troilo, y finalmente Homero Manzi, cerrando con estas constantes el ciclo que va del tango narrativo de los aos veinte al potico de los cuarenta.

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Estas son algunas de las razones, entonces, culturales, sociales y polticas, por las cuales en la Buenos Aires de los veinte el margen se hace visible para el centro. Pero en realidad hay otra razn muy directa, recurrentemente sealada: porque si se haba podido armar un circuito marginal autnomo y ese fue el modo de apropiarse de un lugar central a espaldas del centro, el imaginario urbano de la bohemia artstica y tanguera va a situar, a su vez, el centro de todo su universo marginal en la calle Corrientes, muy cerca del mismo corazn de la ciudad tradicional. La calle Corrientes, ese territorio mgico de la noche urbana en los aos veinte y treinta, territorio del cruce cultural celebrado por autores como Tun, Arlt o Scalabrini Ortiz como mbito de intensidad metropolitana y aventura bohemia, hace de corazn desplazado de esta nueva ciudad marginal. Mientras el reformismo pretenda capitalizar la nueva centralidad poltica del suburbio reclamando un desplazamiento del centro tradicional hacia los nuevos barrios, la literatura marginal realiza el movimiento inverso, volviendo a ratificar para la cultura barrial un corazn central: se trata, tambin, de la reivindicacin de un avance plebeyo sobre los valores constituidos de la ciudad. Aunque para ese mismo imaginario se trata de un corazn paradjico, porque el tango va a formalizar en esa oposicin, al mismo tiempo, su primera escisin urbano moral entre el paraso perdido del suburbio y la perversin del centro, de la cual las milonguitas seran sus vctimas predilectas. A partir de esa primera escisin que aparece muy temprano en sus letras, el tango profundizar, como ha sealado Noem Ulla, el tpico del barrio como refugio, en la correlacin barrio hogar madre infancia amparo, esa bondad suburbana que es, podra decirse, el ltimo frente de impugnacin, acaso el ms radical, al barrio que se haba construido como espacio pblico; porque el barrio amparo del tango radicar para siempre en una cualidad ntima, familiar, construida con recuerdos de infancia (personales y de la ciudad), la idealizacin de un espacio comunitario que buscar recrear todo aquello que el barrio moderno debi desplazar para constituirse en el artefacto pblico, cvico y urbano de los aos veinte. Ambos barrios son tan incompatibles que rpidamente el tango describir el itinerario completo que lo lleva de la descripcin de su barrio como mito premoderno, a la nostalgia por la prdida de lo que nunca tuvo, y de la nostalgia al repudio por la modernizacin que, dentro de la propia lgica narrativa del mito barrial, habra terminado por destruirlo: a diferencia de la literatura, que va a poder mantener cierta distancia irnica con su propia produccin

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mitolgica, el tango debe completar el paso hasta el rechazo por la modernizacin de la que es el producto ms genuino. Es el itinerario que se realiza desde la descripcin despojada de Sobre el pucho hasta la evocacin desolada de Tinta roja (Dnde estar mi arrabal? / quin se rob mi niez?), y de all al lamento por la pesadumbre de barrios que han cambiado de Manzi. Alberto Vacarezza, con plena claridad antimodernizadora, identificando los enemigos del barrio en el plano municipal y el inmigrante en ascenso social que justamente lo formaron, le hace recitar a su personaje Villa Crespo en el sainete El conventillo de la Paloma, de 1929:
Villa Crespo!... Barrio reo, el de las calles estrechas y las casitas mal hechas que eras lindo por lo feo.
(...)

Ya no sos lo que eras antes Villa Crespo de mis sueos, otras leyes y otros dueos te ensancharon las veredas, y con manos chapuceras el grbano constructor clav en los gecos en flor del andamiaje las redes y levantando paredes te fue cambiando el color. Qu quers con la postura de tus tiendas y tus llecas, tus cinemas y tus fecas, si te agarr la pintura? Te engrupi la arquitectura del plano municipal... (274 275)

Se ha postulado en muchas oportunidades una conexin estructural entre el surgimiento del tango cancin y el del barrio progresista: la aparicin de las letras en el tango sera el producto directo de la emergencia del nuevo pblico barrial popular en ascenso a clase media, ya que habran producido un adecentamiento del tango que lo habra hecho apto para su masificacin, proceso del que forma parte la industrializacin del disco y el surgimiento del dolo cantor; la propia tematizacin del barrio en las letras es un indicio ms de esa transformacin. Pero hace falta enfatizar el modo paradjico en que esa tematizacin trabaj los cimientos sobre los cuales las clases medias edificaban su progreso social y urbano: el tango, como producto clave de la cultura urbana moderna en Buenos Aires, cierra el crculo de la impugna-

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cin al barrio moderno como producto de la integracin urbana y el ascenso social. El barrio de tango, entonces, el barrio de la literatura marginal y la bohemia anarquizante, concluye en una negacin en toda la lnea del barrio cordial, al impugnar su mezquindad clasemediera, sus ambiciones de ascenso social, la regularidad montona de su cuadrcula integrativa con la disolucin de la peculiaridad lugarea que entraa su universalidad, y especialmente su modernidad y sus aspiraciones progresistas; por eso puede ofrecerle un pasado que niega toda su historia y se relaciona ambiguamente con su proyecto. Como seal Borges, seguramente sa fue la misin del tango: darle a los argentinos, darle al barrio podra decirse aqu, un pasado apcrifo (OC 1: 162). 4. Buenos Aires blanca: barrio, pampa y cuadrcula Pero no es crtica la intencionalidad de Borges en aquella definicin del tango; no era se su motivo de polmica con el tango cancin: nadie fue tan consciente como l de la importancia de un pasado apcrifo para constituir una cultura moderna en Buenos Aires. Su polmica con el tango cancin como, simtricamente, con el criollismo era sobre los motivos ms apropiados o eficaces para lograrlo, y posiblemente haya sido la figura que ms programticamente insisti sobre ese objetivo: toda su produccin potica y ensaystica de los aos veinte desde Fervor de Buenos Aires a Evaristo Carriego estuvo destinada a producir una epopeya de Buenos Aires, esa fiesta literaria que se puede creer: no estn preanuncindola acaso el teatro nacional y los tangos y el enternecimiento nuestro ante la visin desgarrada de los suburbios? (Tamao 125). Continuando la lnea maestra de la literatura argentina que haba abordado la necesidad de una epopeya para condensar los valores esenciales de la nacionalidad, Borges se plantea obsesivamente en esos aos las preguntas que de esa tarea se derivan, propone sus propios motivos y tradiciones, sus paisajes, produciendo como resultado de esa bsqueda lo que se ha definido como criollismo urbano de vanguardia (Sarlo Borges). Como bien seala esa definicin, la novedad que introduce Borges es un cambio radical del escenario de esas bsquedas, y aqu nuevamente el barrio ocupa un lugar central, aunque se tratar, por necesidad programtica, de otro barrio y de otro circuito de barrios completamente diferente al de la bohemia artstico tanguera.

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El mito que propone producir Borges prescinde de todo pintoresquismo; encuentra en el barrio una caracterstica de Buenos Aires que le permite localizar, darle forma a la doble bsqueda de sntesis tpica de un sector de la vanguardia portea: la sntesis entre modernidad y tradicin, y entre la ciudad y la pampa. Su circuito puede por eso llegar desde Palermo y Saavedra hasta Boedo, pasando por Villa Urquiza y el Bajo Flores, pero jams aceptara como parte de su suburbio a La Boca con su colorido chilln y su rezongona quejumbre itlica (Idioma 116) y, menos aun, centrarlo en la calle Corrientes con la insolencia de sus luces falsas (Ciudad, Fervor). Frente al pintoresquismo bohemio, Borges opone un suburbio despojado, el de las involuntarias bellezas de Buenos Aires (OC 1: 134) que encuentra en las casas de muros rectos y ciegos, en las leyendas de los carros, en la luz de los atardeceres, en las rectas hileras de rboles de las calles rectas. Ahora bien, desde el punto de vista de la produccin literaria del barrio, tambin el suyo se opone al progresismo fomentista del barrio cordial, presentndolo como otra mitificacin en pugna, de cuya coloracin poltica dar una versin sarcstica, percibiendo agudamente las aporas ideolgicas de la relacin entre el reformismo municipal y el cuentapropismo inmobiliario:
Arrabal es (...) la blanqueada hilera de casas bajas, en calmosa esperanza, ignoro si de la revolucin social o de un organito. Arrabal son esos huecos barrios vacos en que suele desordenarse Buenos Aires por el oeste y donde la bandera colorada de los remates la de nuestra epopeya civil del horno de ladrillos y de las mensualidades y de las coimas va descubriendo Amrica. (Idioma 137)

Y tambin, aunque por motivos diferentes, ese barrio afecta la cualidad principal de espacio pblico: el barrio para Borges es el espacio de una ancha intimidad (Inquisiciones 91), un mbito que actualiza el origen y permite la sensacin de eternidad, el lugar existencial de produccin de la identidad social y cultural. Por eso destaca en Carriego unos versos en los que el poeta conversa con una calle mostrando su secreta posesin inocente (OC 1: 136). Sin embargo, hay otros elementos del barrio de Borges que generan una relacin de mayor ambigedad con los diferentes aspectos del suburbio involucrados, en esos mismos aos, en la emergencia de un espacio pblico novedoso. En primer lugar, la cualidad material de sus representaciones. Horacio Cppola ha narrado una ancdota muy significativa de los paseos suburbanos que realizaban con Borges en los aos veinte:

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Era interesante (su) gusto por la piel, por decir as, de Buenos Aires. Por ejemplo, paseando por un lugar por donde haba un paredn, un paredn revocado y descascarado, hubo un momento en que Borges puso las manos as, y lo tante, as, como si fuera algo vivo. (21 23)

Desde este punto de vista, la propia presencia de Cppola en el paseo es aun ms significativa que la ancdota: fotgrafo modernista, Cppola retrataba las imgenes que inspiraban a Borges, y Borges no slo crey importante incorporar dos de ellas en la primera edicin del Evaristo Carriego, sino que proyectaba un libro completo sobre la ciudad Descubrimiento de Buenos Aires organizado como un recorrido fotogrfico (Grau 24). A diferencia de la produccin mitologizante de la bohemia literaria y tanguera, que construye un barrio de arquetipos necesariamente distanciados de la realidad urbana y social que ha estado moldeando el barrio, Borges produce un barrio mitolgico a partir de la reunin y la potenciacin potica de una serie de objetos existentes en el barrio real. As, puede pensarse que no fue meramente una boutade su modo de recordar la clebre oposicin entre los grupos de Florida y Boedo:
Yo hubiese preferido estar en el grupo de Boedo, puesto que estaba escribiendo sobre el Barrio Norte, los suburbios y la tristeza y los atardeceres. Pero fui informado por uno de los conjurados de que yo ya estaba asignado a las huestes de Florida y que era demasiado tarde para cambiar de bando. (Salas XII)

En esa zona de la ciudad, y no en Florida, Borges puede encontrar los mismos objetos potico urbanos que en Palermo o Villa Urquiza, los mismos retazos de ciudad mezclados con la pampa, las mismas casas, las mismas calles, el mismo cielo. En todo caso, su provocacin frente al modo clsico de presentacin de la polmica Boedo/Florida consiste en convertir una polmica esttico ideolgica en una eleccin topolgica. Se trata de una provocacin que apunta a poner en evidencia el carcter mitificado del Boedo bohemio y humanitarista para presentar su propia mitificacin de un Boedo criollo y vanguardista y, ante todo, para mostrar que si se quiere, paradjicamente su mito barrial es ms verdadero; no desde ya porque su operacin cultural est librada a la lgica de la descripcin realista, sino porque Borges seala que para l el barrio es en s mismo el objeto literario que debe producir la mitologa y no, como para el realismo humanitarista o la bohemia tanguera, un escenario arquetpico en el que transcurren las historias. Al mismo tiempo, esa referencialidad material, esta produccin sobre elementos existentes, es lo que permite afirmar que el barrio de Borges no es el intento de restitucin de un Buenos Aires anterior: en su pro-

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pio presente suburbano Borges encuentra el espacio donde combinar de modo tpicamente vanguardista tradicin y novedad. El arrabal puede ser as, simultneamente, un mbito de resistencia a la modernizacin y su producto ms bastardo, pero no la mera repeticin de una esencia de la ciudad tradicional que por la transformacin operada en el centro debe buscarse ms y ms afuera. La poesa de Borges no colecciona imgenes congeladas de una ciudad que se desplaza: en su propio fluir, las orillas siempre cambiantes de Buenos Aires muestran el carcter ms especfico de la ciudad. Ayer fue campo, hoy es incertidumbre (Villa Urquiza Fervor): no hay nada anterior a Villa Urquiza, y es en ese filo ambiguo donde el criollismo urbano busca la produccin de una lengua nueva que invente al mismo tiempo su tradicin. Operacin tpicamente vanguardista, entonces, que ratifican las fotografas de Cppola de los aos veinte y treinta, no tanto porque nos ofrezcan informacin documental sobre ese suburbio, sino porque justamente comparten la misma mirada que lo produce: Cppola fotografa las austeras casitas tradicionales como si fueran objetos del diseo de vanguardia, con sus volmenes puros y sus blancas superficies. Se trata de una reduccin esencialista y abstractizante que convierte los elementos ms tradicionales y espontneos de la ciudad en proclamas de pureza modernista. Una pureza que contina, en verdad, la ambicin clasicista con que desde comienzos de siglo la cultura de elite portea buscaba infructuosamente oponer un orden al caos eclctico de la ciudad aluvial, pero que recin ahora parece poder realizarse gracias a la salida que le ofrece la figuracin de vanguardia (cf. Gorelik y Silvestri). Una vanguardia, entonces, para multiplicar el oxmoron, que no slo es criollista y urbana, sino tambin clasicista. As, las imgenes del barrio de Borges y Cppola anticipan la versin que ser ms influyente en la arquitectura modernista local: las casitas suburbanas, recompuestas por una mirada cargada con motivos de las ms radicales propuestas vanguardistas, recuperan la tradicin criolla del colonial pobre del Ro de la Plata. Muy pocos aos despus del inicio de los recorridos suburbanos de Borges y Cppola, la casa popular como motivo modernista encuentra similar legitimacin de parte de dos visitantes ilustres: Le Corbusier y el urbanista alemn Werner Hegemann. En una de sus conferencias de 1929, Le Corbusier, acompandose con dibujos, convocaba a los arquitectos porteos a abrir los ojos:
Dicen: no tenemos nada, nuestra ciudad es muy nueva. (...) Vean: dibujo un muro de cerramiento, abro una puerta en l, el muro se

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prolonga por el triangular tejado a la izquierda de un cobertizo con una pequea ventana en el medio; a la izquierda dibujo una galera bien cuadrada y neta. Sobre la terraza de la casa elevo ese delicioso cilindro: el tanque de agua. Ustedes piensan: Caramba, he aqu lo que compone una ciudad moderna! Nada de eso: he dibujado las casas de Buenos Aires. (59)

Dos aos ms tarde, Hegemann, tan diferente de Le Corbusier, coincida sin embargo en el rescate moderno de la casa tradicional a partir de la revaloracin del espritu de Schinkel en Sud Amrica:
las empresas constructoras levantan todava hoy miles de pequeas casas que estn completamente dentro de las formas clsicas (que) se han simplificado y depurado de los agregados barrocos y se han entregado de lleno, inmediata e inocentemente, a un materialismo (Sachlichkeit) modernsimo. (...) No fue necesario en la Amrica del Sud la importacin del cubismo de la post guerra por arquitectos europeos, pues se form solo, como consecuencia natural y lgica de su sana tradicin. (469)

La casa popular suburbana, entonces, como elemento de reunin de lo ms tradicional con lo ms nuevo a partir de una reconsideracin vanguardista de su simplicidad y pureza: un cubismo espontneo. La bsqueda de una epopeya para la ciudad lleva al criollismo urbano de vanguardia a una figuracin clasicista porque la bsqueda de una epopeya es a la vez la bsqueda de una esencia: dnde radicar el carcter de esa ciudad empecinada en cambiar da a da, producto fulminante de una modernizacin sin cualidad? En Buenos Aires, salvo casos excepcionales, no prosper la tpica figuracin vanguardista progresista, que propusiera convertir la propia temporalidad de la modernizacin inesencial en la esencia de la ciudad, con una apuesta vitalista hacia el futuro. Por el contrario, se impuso la mirada clasicista en la vanguardia, cuya respuesta debe descartar el tiempo como esencia: el liviano tiempo es lo que ms rpido pasa en los pases jvenes, sin historia, como afirma reiteradas veces Borges (por ejemplo, OC 1: 107), por lo que nada que desee anclarse puede hacerlo a ese movimiento. Hay que anclarse a aquello que queda despus que el tiempo pasa: un orden esencial. Se trata, evidentemente, de una aspiracin contraprogresista, que rescatar en la ciudad moderna los resquicios de una temporalidad arcaica: el cuadrado de pampa del patio detrs de una tapia, el distanciado carro en el trfago de la avenida. Escribe Borges:
El tardo carro es all distanciado perpetuamente, pero esa misma postergacin se le hace victoria, como si la ajena celeridad fuera des-

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Adrin Gorelik pavorida urgencia de esclavo, y la propia demora, posesin entera del tiempo, casi de eternidad. (Sneca)

Notemos la similitud de esta afirmacin de Borges con la de alguien tan diferente como Enrique Larreta, que hacia los mismos aos describe su visin ideal de la ciudad:
Tal vez algn da (...) casi todo lo que hoy se llama progreso ser mirado como proliferacin morbosa, neoplasma. Se volver a la sencillez. La misma lentitud recobrar su valor. Habr trenes para ricos con obligacin de andar muy despacio. Aquellos que no puedan pagarse ese lujo vivirn protestando. A los pobres se les har viajar a velocidades infames. (66)

Sin embargo, Larreta, en plena coherencia, aplica ese contraprogresismo a sostener la posicin conservadora que niega el suburbio (el lugar de lo nuevo) y propone un regreso al centro tradicional (de hecho, la frase citada forma parte de una rememoracin de la Plaza de Mayo que sera tomada en los aos treinta como base para un relanzamiento del rea tradicional del que Larreta ser mentor principal). La aplicacin al suburbio de esa similar aspiracin contraprogresista, en cambio, la vuelve ambigua: qu es lo que conduce al suburbio? Qu es lo que le permite a Borges suponer que tal aspiracin poda radicarse en ese arrabal en el que el paisaje urbano no cesaba de cambiar bajo sus ojos? A qu puede reconducirse una ambicin clasicista en pleno torbellino de la modernizacin? El suburbio, la regin ms progresista de la ciudad de los veinte, resistida a ser incluida en la imagen de la ciudad por los sectores tradicionalistas o incluida por los sectores marginales de la cultura como rincn pintoresco, le ofrece a este contraprogresismo vanguardista una estructura esencial para su resolucin paradjica de los dilemas modernidad/tradicin y ciudad/pampa: la cuadrcula. Nada ms esencial que esta estructura abstracta, tan abstracta como la pampa, que ya desde comienzos de siglo vena apareciendo como lo ms esencial de esta cultura. Borges ve lo mismo que toda una larga tradicin cultural argentina vea con pavor, la absoluta homologacin entre cuadrcula y pampa, pero invierte sus connotaciones negativas reivindicando la encarnacin de la planicie en las lneas rectas de la cuadrcula:
No es Buenos Aires una ciudad izada y ascendente (...). Es ms bien un trasunto de la planicie que la cie, cuya derechura rendida tiene continuacin en la rectitud de calles y casas. Las lneas horizontales vencen las verticales. Las perspectivas de moradas de uno o dos pisos, enfiladas y confrontndose a lo largo de las leguas de asfalto y piedra son demasiado fciles para no parecer inverosmiles. Atraviesan cada encrucijada cuatro infinitos. (Inquisiciones 88)

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La misma descripcin que encontramos en Sartre, pero de inverso sentido existencial: gracias a su abstraccin, la cuadrcula trama y da sentido a todo nuevo pedazo de ciudad como una urdimbre invisible y poderosa, confiriendo una unidad de forma, la manzana, que sobrelleva toda heterogeneidad social o cultural:
y estuve entre las casas miedosas y humilladas juiciosas cual ovejas en manada, encarceladas en manzanas diferentes e iguales como si fueran todas ellas recuerdos superpuestos, barajados de una sola manzana. (Arrabal Fervor)

Para entender la importancia de esta celebracin conjunta de la cuadrcula y la pampa como esencias de Buenos Aires, debemos repasar brevemente esa largusima tradicin de repudio. Las crticas a la monotona de la cuadrcula tienen una presencia abrumadora en todos los testimonios sobre Buenos Aires, por la ausencia de perspectivas pintorescas pero, sobre todo, por las conclusiones culturales que se desprendan de ella en su asimilacin con la pampa. Sarmiento fue uno de los primeros en establecer el diagnstico: la identificacin de la planta de la ciudad con las pervivencias tradicionales, como el sinnimo de la imprevisin y la incultura espaolas y de la amenaza anmica de la pampa: la pampa era la metfora de la asfixia de una ciudad a la que la grilla convierte en una vasta prisin, en un cuerpo pletrico que se ahoga (Tomo XLVI: 104). Y si este diagnstico permita durante el siglo XIX explicar la chatura de Buenos Aires como combinacin de una doble barbarie del pasado y la naturaleza que la modernizacin urbana deba superar, cuando se disee a finales de siglo la grilla pblica de calles para todo el enorme territorio anexado a la ciudad parecern alimentarse en abismo las dos asechanzas al modelo civilizatorio: la ciudad, a travs de la cuadrcula, realiza la amenaza de la pampa. Su expansin no puede verse como culturizacin de la llanura, sino como metamorfosis. Desde entonces, infinidad de testimonios tendieron a identificar la ciudad como una prolongacin indeterminada de la pampa: Una de las particularidades de Buenos Aires es que no se le puede ver el fin. La pampa no presenta ningn obstculo, escriba en el centenario Georges Clemenceau (29). Y lo que para los visitantes extranjeros poda incluso ser auspicioso (una peculiaridad de la ciudad americana), para los observadores locales era la demostracin de un fracaso: a la ciudad no se le puede ver el fin porque ya la pampa no es un obstculo sino un medio para la expansin metropolitana: la ciu-

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dad moderna, a medida que avanza sobre la pampa, se vuelve ms y ms su propia metfora. La clave del repudio a la cuadrcula era su asimilacin a la barbarie que la ciudad estaba llamada a conjurar. A pesar de que desde el fin de siglo la visin de la pampa se fue positivizando como lugar incontaminado, reserva de valores puros, ofreciendo una respuesta cultural a la necesidad de construir una identidad frente al aluvin inmigratorio, sin embargo, la mayora de los observadores del proceso de modernizacin urbana siguieron explicando en trminos negativos la ciudad resultante de la cuadrcula por su homologacin con la pampa, por su dificultad para trazar lmites ntidos con ella. El ejemplo ms claro, que contina sin fisuras la correlacin ominosa de Sarmiento, es la Radiografa de la pampa de Martnez Estrada, de 1933:
Buenos Aires ha sido engendrada, concebida, superfetada por el llano. Superficie: sa es la palabra emblema. Superficie es la misma ciudad, que carece de tercera dimensin. (...) El trazado de las calles y el plano de las casas, gtico y vandlico a travs de Espaa, son formas de eludir los problemas de la perspectiva y de la lnea quebrada, ondulada y rica de motivos hogareos: propia de un pueblo de jinetes. La forma de tablero es correlativa de la llanura y del hombre sin complicaciones espirituales. Slo un ojo que se anubla para la percepcin de los matices y de los tonos en las sinfonas panormicas, tolera sin disgusto la sinceridad grosera de la calle perpendicular y la edificacin en planta baja en manzanas enteras por las que sube el llano. El trazado gtico de las calles, las manzanas como losas, se diran la figura geomtrico edilicia del tedio. (...) Monotona simtrica, tpica de las ciudades de caballeras y de carros (...). Son calles para ver a lo lejos, hasta el horizonte, para otear peligros; no para ver frentes, arquitectura, rostros. La calle Rivadavia larga como un telescopio. Por esas infinitas calles rectas, por esas canaletas el campo desemboca en las ciudades (...). Por esas calles rectas es imposible salir... (197 199)

Borges, en cambio, en un gesto que caracteriza muchas de sus operaciones culturales, reacciona de modo vanguardista contra esa tradicin, convirtiendo su doble objeto de repudio en valor. Justamente porque por esas calles rectas el campo desemboca en las ciudades, Borges va a poder celebrarlas, en su reconocimiento material de la matriz formal de Buenos Aires, como parte de lo que recupere la presencia de la pampa: a mi ciudad que se abre clara como una pampa (OC 1: 73). La vanguardia clasicista celebrar como cualidad la horizontalidad del paisaje de Buenos Aires, precisando el valor de la secuencia de casas bajas con azoteas planas, tpico producto de la expansin amanzanada en un gran territorio vaco, en el que resalta siempre el pavoroso cie-

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lo de la pampa, la enormidad de la absoluta y socavada llanura (Inquisiciones 88). Cppola realiza varias fotografas que titular apenas Un cielo de Buenos Aires, en las que se ve una indiscernible lnea de ciudad arrinconada en el borde inferior y un infinito cielo que remite directamente a ciertos paisajes de Figari, el viejo pintor uruguayo levantado por la vanguardia. Ya Lugones, en el centenario, haba iniciado una novedosa celebracin del carcter chato y horizontal del paisaje urbano, proponiendo la emergencia de un arte reservado y filosfico que respondiera taineanamente al espritu del lugar; aunque seguramente influyente en Borges, se trataba todava de una remisin genrica. En los veinte, en cambio, el gesto de encontrar la sntesis ms plena de esa ciudad chata en la abstraccin de la manzana tiene una radicalidad difcil de sobrevalorar. Creo que slo en el marco de la tradicin de doble repudio a la cuadrcula y la pampa es comprensible el grado de provocacin buscado por Borges en su poema La fundacin mitolgica de Buenos Aires, al proponer la fundacin de la ciudad en una manzana cuadrada en el medio de la pampa: una manzana entera pero en mit del campo (Cuaderno 10). Ms an que las casitas blancas, la manzana le ofrece a esta vanguardia, ya resuelta en una forma pura y perfecta, la ms completa expresin de las cualidades formales y ontolgicas que desea para el suburbio; como en los poemas de Borges, aparecer en las fotografas de Cppola, omnipresente en las interminables perspectivas de las calles siempre iguales, en la importancia dada a las esquinas clave de inteligibilidad constructiva de la cuadrcula, en la lisura de las fachadas homogneas donde se muestran los colores blandos como el mismo cielo (OC 1: 20), en los juegos abstractos producidos por la superposicin plana de medianeras otra caracterstica del peculiar loteo de la manzana portea, repudiada por la cultura arquitectnica y urbanstica. Adems de su perfeccin geomtrica y su extensin indefinida es esa combinacin lo que permite que la ciudad se abra clara como una pampa, la manzana es la matriz ms apropiada para reunir lo ms arcaico, la propia traza fundacional, con lo ms nuevo, la expansin metropolitana que en ese mismo momento estaba produciendo la ms completa integracin social de los nuevos sectores populares en la ciudad. As, buscando captar en la manzana el espacio de frontera caracterstico de la mtica ciudad criolla, Borges tambin identifica, de hecho, el lugar donde se materializa la cualidad ms especfica de una ciudad puramente moderna como slo puede ser Buenos Aires. El barrio sub-

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urbano se convierte entonces en el lugar que rene la historia y el futuro. Y la pampa recupera as la otra cara de la ambigua oscilacin entre horror y fascinacin que caracterizaba la actitud de los romnticos del siglo XIX: no slo es el lugar de la carencia, tambin es el lugar donde lo nuevo modernista puede emerger puro, sotto le stelle impassibili, sulla terra infinitamente deserta e misteriosa (...) non deturpato dallombra di Nessun Dio, como entrevi el poeta Dino Campana en su peregrinaje alucinado por la pampa de comienzos de siglo (52). Esta es la operacin que sobre el barrio realiza la vanguardia clasicista, operacin que en los aos veinte fue ms reservada y secreta que la pintoresquista, aunque es posible encontrar indiferenciadas muchas veces manifestaciones de una u otra en las revistas de vanguardia o en los propios medios masivos de la poca. Frente a la Buenos Aires roja del reformismo socialista y la Buenos Aires negra de la bohemia marginal, el vanguardismo clasicista construye un barrio que se propone recuperar desde el suburbio la Buenos Aires blanca que aora la elite cultural, con su pobreza y su dignidad esttica frente al caos eclctico del cocoliche modernizador. Frente a aquellas dos primeras Buenos Aires, la blanca es indudablemente ms ambigua: una Buenos Aires familiar e ntima que desconoce los mrgenes de publicidad poltica ganada por el barrio cordial, pero que al mismo tiempo se instala en ese suburbio despreciado por las versiones centrales dominantes que veamos en un Larreta; sobre todo, que reinvidica como fundacional, y por lo tanto la legitima, la expansin cuadriculada que en ese mismo instante estaba produciendo la ms completa integracin en la ciudad de los nuevos sectores populares, integracin rechazada, a su vez, por las versiones pintoresquistas del barrio de tango que esos mismos sectores comenzaban paradjicamente a celebrar. Tal la realidad explosiva, abierta, diversificada y en pleno curso de construccin, de las representaciones del barrio en la Buenos Aires que asiste a su masiva publicidad. Aqu quisimos mostrar que Borges estuvo activamente involucrado en ella y que, por lo tanto, su obra puede adquirir en ese marco otra inteligibilidad. Los aos treinta sern ya muy diferentes, incluso porque se realizar una celebracin oficial de la ciudad blanca vanguardista, pero ya como sostn ideolgico de la modernizacin conservadora del centro de la ciudad el obelisco de Prebisch de 1936 es su mejor manifestacin, con su intento explcito de vincular el clasicismo, la tradicin criolla y la geometra esencial de la pampa, volvindose rpidamente un lugar comn de la cultura portea ese conjunto de claves interpretativas de Buenos Aires; entonces,

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Borges tomar considerable distancia de ellas (Gorelik 410). Pero eso ya constituye otra historia; no estaba dicho en los ltimos aos veinte y los primeros treinta cul deba ser la resolucin de esa productiva tensin cultural.
Adrin Gorelik Universidad Nacional de Quilmes

Bibliografa
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Apndices a. Planos de Buenos Aires

1. Plano de Buenos Aires de 1895 (Atlas de la Repblica Argentina, ngel Estrada, 1895). En este plano se nota que la trama de calles de la ciudad consolidada llega hasta alrededor de la altura de la plaza Once al oeste de la ciudad; en 1887 se haban anexado todos los territorios de Flores y Belgrano, que en este plano lucen todava prcticamente vacos con la excepcin de los centros de esos dos Partidos (formados unas dcadas atrs). Sobre ese vaco se dar la expansin urbana que formar los barrios (la orientacin dada al plano facilita la comparacin con el siguiente).

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2. Planoproyecto de Buenos Aires realizado en 1898 y publicado en 1904 por el Departamento de Obras Pblicas de la Municipalidad (Museo Mitre). Es el plano que traza la grilla en todo el territorio anexado en 1887. Las zonas construidas aparecen en una trama ms oscura y, ms claras, las anchas reas de cuadrcula mayormente uniforme trazada sobre el territorio vaco de la pampa. Las manzanas dibujadas en este plano son las que, prcticamente sin modificaciones, se abrirn y construirn en los siguientes cuarenta aos. Podra decirse que esta grilla da la base material urbana sobre la que se construirn en ese lapso los barrios modernos.

b. Fotografas de Horacio Cppola Pretenecen todas del lbum Buenos Aires 1936. Buenos Aires: Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1936. En todas ellas se nota la voluntad vanguardista de realizar composiciones abstractizantes, cubistas, con los objetos ms habituales del suburbio porteo.

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3. Jean Jaurs y Paraguay, 1936. Esta es una de las dos imgenes urbanas que public Borges en el Evaristo Carriego, en tomas de 1929 que Cppola volvi a repetir, casi con el mismo encuadre 7 aos despus.

4. Avenida del Trabajo y Lacarra, 1936.

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5. Medianeras, 1931.

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6. Barrio Saavedra, 1936

7. Una calle de Almagro, 1931

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c. Las casitas de Buenos Aires:

8. Dibujo de Le Corbusier, 1929, ensendole a su audiencia portea la modernidad de las casas populares de Buenos Aires (Le Corbusier en Buenos Aires, 1929. Buenos Aires: SCA, 1979).

9. Fotografa tomada por Werner Hegemann, 1931, mostrando el espritu de Schinkel, la clasicidad espontnea y, por lo tanto, el cubismo espontneo, de las casas populares de Buenos Aires (Revista de Arquitectura, octubre 1932).

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