Vasques & Cía.
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El Libro del desasosiego que hoy disfrutamos no es una obra construida y acabada por su propio artífice. No nos queda más que aceptar el libro tal cual lo disfrutamos, pero también rebelarnos ante él. En cierto modo es lo que hemos hecho con esta propuesta experimental, quizás herética, que pretende convertirse en una de las posibles ventanas para adentrarse en el universo pessoano y, más concretamente, en el siempre fascinante, pero a ratos abrupto, Libro del desasosiego. La añadidura del largo poema «Tabaqueria» («Estanco»), considerado una de las cimas de la poesía europea del siglo xx, obedece a su claro entroncamiento con la iconografía del desasosiego y con mucho de lo que pudiéramos percibir en el intramundo de Soares.
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Vasques & Cía. - Fernando
reservados.
EL universo de Vasques & Cía.
Hay días en que cada persona con la que me cruzo e, incluso más, las personas con las que mantengo una convivencia forzada y cotidiana, asumen aspectos simbólicos y, ya aislados, ya unidos entre sí, forman una escritura profética u oculta, descripción en sombras de mi vida.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.
No soy nada.
Nunca llegaré a ser nada.
No puedo querer ser nada.
Más allá de todo esto, albergo en mí todos
[los sueños del mundo.
Álvaro de Campos, Estanco.
Ya hemos apuntado en otra parte que Libro del desasosiego es un libro interminable, una especie de bosque donde cada fragmento y cada apunte se constituye en una suerte de posición central y sobre el que cabe hacer girar el resto del corpus. Pero a la vez Libro podría considerarse como una sucesión de libros o capítulos descabalados, susceptibles de gavillarse y ordenarse de una manera unitaria pero también fragmentada (el propio Pessoa, abrumado por su frondosidad, se plantea tal posibilidad). Lo que hoy conocemos por Libro del desasosiego, sin duda uno de los hitos literarios del siglo xx, no es obra construida y acabada por Fernando Pessoa. De haber tenido tiempo suficiente de compilar, depurar y ordenar su libro, el resultado o los resultados de éste serían sin duda muy distintos al que hoy conocemos. Como jamás sabremos qué libro nos hubiera dejado el propio artífice, no nos queda más que aceptar el libro tal cual lo conocemos (y amamos), pero también rebelarnos ante él. Esto último es lo que, en cierto modo, hemos hecho con esta selección intencionada del libro, ateniéndonos a la idea de que no es del todo imposible que el propio Pessoa hubiera concebido (o aceptado) una selección no demasiado alejada de la nuestra.
Fernando Pessoa concibió Libro del desasosiego primeramente como una suerte de libro de relatos estáticos, donde se insertarían textos cercanos a la prosa poética, desde una factura inequívocamente post-simbolista, como ocurre con El bosque de la enajenación, Marcha fúnebre para el rey Luis II de Baviera, Peristilo o Nuestra Señora del Silencio, escritos en torno a 1912, aproximadamente un año antes de que Pessoa alumbrase a su maestro Caeiro y con él a Álvaro de Campos y a Ricardo Reis. Eran tiempos en los que el poeta se sentía imbuido en el proceso paulista que lo conduciría junto a otros jóvenes lusitanos como Sá Carneiro o Santa Rita Pintor a la aventura de Orpheu, la revista que revolucionaría la estancada vida literaria lusitana. Años más tarde, sobre 1915, superada la fase de disociación que daría lugar a sus tres principales heterónimos, y asentado en una escritura que se alejaba del post-simbolismo, se distancia del inicial esquema de Libro y comienza a concebirlo como una sucesión de apuntes de cariz filosófico que pretenden dar pábulo a sus intereses éticos y estéticos y que atribuye a Vicente Guedes. Esta fase dura hasta 1919, cuando Pessoa abandona el libro para retomarlo sólo diez años después. Para entonces, ya en plena madurez vital, desengañado del mundo, comienza a redactar piezas de carácter diarístico, en el que partiendo de la realidad cotidiana, va esbozando su particularísima visión del mundo. No deja de ser curioso y sintomático que sea justo entonces cuando aparezca asociado a la autoría del libro el nombre de Bernardo Soares —nombre que es, no por casualidad, un sutil anagrama que encubre el nombre de Fernando Pessoa—, el auxiliar de contable, quien a partir de ahora se convertirá en el alter ego de Pessoa en la redacción del libro, y cuya vida rutinaria en la oficina de Vasques & Cía. en plena Rua dos Douradores, tanto nos recordará a la del mismo poeta de Mensajem, a la sazón redactor y traductor de cartas comerciales en la Baixa, lo que ha significado que ni siquiera la crítica consiga inclinarse sobre la consideración de Soares como un heterónimo, al estilo de Reis, Search o Caeiro.
Con la nueva concepción casi diarística y con el auxilio de Soares, que actúa como parapeto ficcional, Pessoa traza un camino bastante distinto de la obra, en el que se observa tanto un claro despojamiento de lo literario, cuanto una mayor implicación personal de Pessoa en la redacción de la obra. Si en sus proyectos anteriores los textos se inclinaban por una clara textura literaria o filosófica, donde preponderaban las ideas o las formas, en la nueva concepción de la obra, la cotidianidad, la rutina, el desasosiego y todas las grandezas y miserias del existir se van imponiendo con espontaneidad, sin por ello abandonar el carácter reflexivo de la obra, porque reflexión abstracta y experiencia personal consiguen trenzarse de forma conmovedora y natural a lo largo de estas páginas. Lo humano, la aventura de lo humano, acaba por transcender, de manera que uno puede seguir esos textos como una suerte de diario del desasosiego, en el que Soares/Pessoa va/n relatando desde una escritura tan límpida como palpitante, su propia experiencia vital. «Pero enseguida —escribe Brechón— ese diario con ensayos intercalados adquiere un tono novelesco en la medida en que el narrador, presunto autor, lo es por una ficción análoga a la de todas las novelas de análisis escritas en primera persona.»
Son estas páginas, que aluden a la propia experiencia personal del Pessoa maduro y lúcido, las que acaso hayan cuajado con mayor éxito en los lectores de este prodigioso Libro del desasosiego. A través de ellas uno puede seguir el pálpito de esa pequeña comunidad encerrada en la oficina-universo de Rua dos Douradores y, sobre todo, ese cansancio de vivir y esa observación aceradamente lúcida de la existencia humana, en sus devaneos, en sus absurdos, en sus hipotecas, en sus engaños, en su tedio, en su grandeza, en su fracaso, en sus ficciones. Comparece aquí el Pessoa más nítido, aquel que mejor encarna su visión del mundo y de la existencia. Volcado hacia sí mismo, tal vez con la certeza de que esas páginas escritas a vuelapluma y sin una clara mediación literaria, Pessoa escribe acaso lo más personal y lo más aparentemente circunstancial —así lo cree él— de su obra. La oficina y la habitación de alquiler de Rua dos Douradores se tornan universo en sus palabras. Ese recoleto y anodino mundo de escribientes, contables, verduleras, mozos de almacén, jefes, clientes, libros de registros, mesas, escaparates, tormentas, tinteros, moscas, barberos y ventanas —muchas ventanas—, se yergue milagrosamente de los dedos de Pessoa para, en lo que se parece tanto a una Humana Comedia de trazos sobrios y limitados, darnos la medida humana del mundo. Escritas como una lucha contra el tedio y la servidumbre de las horas, estas páginas consiguen hacernos llegar en toda su intensidad dramática y humana el pálpito y la tensión existencial del último y maduro Pessoa, el extranjero en su ciudad y el arraigado en la penumbra de su cuarto de alquiler y en sus oficinas alimenticias.
Libro del desasosiego está lleno de personajes anodinos, que experimentan su vacío radical, ignorando que habitan un mundo en descomposición, crepuscular, que acabará por devorarlos, disolviéndolos en la nada. Visto así, el libro es «un breviario del decadentismo», como lo define Georg Rudolf Lind. Aun así, tras la impávida huella del fracaso, el contable Moreira, el patrono Vasques, el lotero, el cajero Borges, el barbero, las modistillas, el mozo de almacén, cada uno de los tipos que se dan cita en este retablo vivo de la desazón de ese pequeño mundo, forman un tejido humano que aun condenándolo, defiende al propio Pessoa del frío y de la angustia que lo corroe por dentro.
Pero si B(F)ernar(n)do PesSoa-res se conforta en sus figuras anónimas y deshabitadas, si diluye su propia soledad en sus gestos cotidianos, si se duele o se admira de unas existencias tan aparentemente insignificantes, tal vez sea porque cada uno de estos testigos de su propio ser en tránsito a la nada, parecen, como él, traspapelados en