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Between The Darkness

Chapter 7: Capítulo 6: Problemas Y Más Problemas

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—¿Dónde estamos? —preguntó Rupa, con la voz baja, mientras avanzaba con pasos cautelosos por los oscuros túneles subterráneos.

—Este es un escondite que descubrí hace años. Es un punto ciego en el monitoreo que tiene tu tatarabuelo —respondió Carla, deteniéndose momentáneamente para observar con atención un punto específico en el túnel, como si confirmara algo invisible para él.

Rupa frunció el ceño, intrigado y algo desconfiado. 

—¿Y por qué necesitas que estemos aquí? —inquirió, manteniendo cierta distancia entre ellos.

—Primero lleguemos al lugar. Hablaré cuando estemos más tranquilos —respondió Carla con calma, aunque su tono ocultaba una seriedad latente que no pasó desapercibida para Rupa.

El silencio los envolvió mientras avanzaban por el túnel durante lo que a Rupa le parecieron interminables diez minutos. Finalmente, llegaron a una pequeña habitación improvisada. Había una cama sencilla, algunos objetos personales y herramientas que, por su desgaste, claramente llevaban tiempo allí.

—Aquí suelo esconderme —dijo Carla con un atisbo de orgullo, dejando caer su bolso en un rincón—. Por eso nunca lograron encontrarme, por mucho que lo intentaran.

Rupa miró alrededor, examinando cada rincón con una mezcla de curiosidad y cautela. 

—Esto… esto es muy de ti —comentó, aunque en su voz había una nota de nerviosismo.

Carla no respondió de inmediato. En lugar de eso, cerró los ojos unos segundos, como si estuviera reuniendo fuerzas. Cuando habló, su tono era bajo, casi susurrado:

—Rupa…

Él giró la cabeza para mirarla, pero al ver la intensidad en sus ojos, un escalofrío le recorrió la espalda.

—Rupa, ¿has hablado con Upa-sama últimamente? —preguntó, sus palabras pesando como una losa.

Rupa vaciló, incómodo por la pregunta. 

—No… no mucho. Siempre está ocupado con sus asuntos —dijo, intentando restarle importancia.

—¿Te han presionado últimamente para… tener descendencia? —Carla alzó la mirada, examinando cada expresión en el rostro de Rupa.

—Sí… bastante —admitió, sintiendo que el ambiente se tensaba más con cada palabra.

—¿Sabes cuáles son los planes de tu abuelo? —preguntó, su voz endureciéndose.

Rupa parpadeó, confuso y a la defensiva. 

—Carla, ¿qué estás insinuando? —replicó con un dejo de incomodidad.

—¡Contesta! —demandó ella, alzando la voz, lo suficiente para hacerlo retroceder medio paso.

—¡No lo sé! —respondió Rupa, claramente alterado—. Él no me confía nada. Apenas si me deja conocer sus planes superficiales.

Un silencio pesado llenó el espacio antes de que Carla volviera a hablar, esta vez con un dejo de incomodidad en su tono.

—¿Y no recuerdas… que estuviste a punto de abusar de Lum?

—¿Qué… qué? —exclamó Rupa en estado de shock. Su rostro se contrajo en una expresión de incredulidad y pánico. Las palabras de Carla lo golpearon como un mazazo, pero pronto trató de justificarse, aunque su voz temblaba—. Carla, yo nunca haría algo así con Lum… ¡tú lo sabes! Sí, lo admito, a veces me enojo y… la sujeto con demasiada fuerza, o… o he tenido que presionarla, incluso forzarla a besarme. Pero todo eso… sabes que lo hago por mi abuelo. Él siempre está observando, vigilándome. Sospecha… sospecha mucho del tipo de relación que tengo con Lum.

Rupa terminó su explicación con un suspiro cansado, evitando la mirada de Carla, quien lo observaba con una mezcla de enojo y compasión.

Carla respiró hondo antes de hablar, su voz firme, pero cargada de frustración.

—Sé que te lo he preguntado muchas veces, Rupa, pero esta vez quiero que seas completamente honesto conmigo. ¿Por qué no te has divorciado de ella? —Su mirada lo perforaba—. Siempre me dices que es por la cultura de Lum, que no quieres deshonrarla. Y cada vez que intento ayudarte, no me permites hacer algo que pueda dañarla. Pero… —Carla entrecerró los ojos, como si estuviera resolviendo un rompecabezas—. Ahora sospecho que incluso si yo encontrara una forma de resolverlo… tú no lo harías.

Rupa se quedó en silencio, sus ojos evitando los de Carla. Finalmente, su voz emergió, insegura y cargada de peso.

—Carla… hay cosas que no puedo decir. Sabes que, aunque me llaman "rey," no tengo el control absoluto. Todo lo maneja mi tatarabuelo. Él siempre ha tenido un objetivo, y ese objetivo… siempre han sido los onis.

Carla alzó una ceja, confusa. 

—¿Qué estás diciendo? ¿Tu matrimonio con Lum es solo porque él necesita…? —Las piezas comenzaron a caer en su mente, pero dejó la pregunta incompleta.

Rupa asintió lentamente, su mirada fija en el suelo.

—Necesita un hijo con el ADN de ambas razas. Dice que sería muy fuerte.

El aire en el pequeño escondite se volvió más denso, como si la verdad hubiera absorbido todo el oxígeno. Carla retrocedió un paso, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—Entonces… —murmuró, intentando organizar sus pensamientos—. ¿Él no te permite divorciarte porque necesita que eso pase primero?

Rupa levantó la mirada, serio, como si el peso de sus palabras ya no pudiera esconderse. 

—Hasta que finalmente se logre eso… después Lum dejará de servirle.

Carla lo miró con una mezcla de rabia y tristeza. 

—Rupa… tu tatarabuelo te ha estado controlando. Y me atrevo a decir que esta no es la primera vez.

Rupa tragó saliva, incómodo. 

—Yo… yo lo quiero mucho. Pero debo admitir que, a veces, me da miedo. No tengo idea de lo que realmente planea ni por qué hace las cosas que hace.

Carla cruzó los brazos, mirándolo fijamente, como si evaluara cada palabra y reacción. Finalmente, habló, su voz cargada de determinación. 

—¿Y si te dijera que hay una forma de que te divorcies?

Rupa levantó la cabeza bruscamente, la sorpresa reflejada en su rostro. 

—¿Qué? No… no puedo hacer eso.

—¿Por qué no? —insistió Carla, dando un paso hacia él.

—No quiero decepcionar a mi abuelo… —replicó Rupa, pero su voz titubeó al ver la mirada intensa de Carla, que ahora lo escrutaba como si pudiera leer su alma.

—¡Rupa, basta! Esta es tu vida, no la suya. Él no debería controlarte. —Carla se acercó más, su voz casi un susurro cargado de emoción—. Dime, Rupa… ¿me amas?

El rostro de Rupa se tensó. La pregunta lo paralizó. Sabía la respuesta, y ella también. Ya se lo había confesado antes, pero decirlo otra vez, bajo estas circunstancias, se sentía como un desafío directo a los ideales de su abuelo, a todo lo que lo había atado hasta ahora.

—Sí, lo hago, pero… —Rupa intentó hablar, su voz temblorosa como si cada palabra cargara el peso de una montaña.

Carla, en cambio, no le dejó terminar. Dio un paso hacia él, encarándolo con una expresión decidida, casi desafiante.

—Entonces no hay "pero" que valga, Rupa. —Su tono era firme, directo, y llevaba ese filo cortante que solo alguien verdaderamente seguro podía manejar—. No importa lo complicado que sea, lo que la tradición dicte, ni lo que creas que deberías hacer. Esto se trata de lo que necesitas para ser feliz, no de lo que otros esperan de ti.

Él bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de su reproche. El eco de su respiración resonaba en los muros rocosos del túnel donde estaban.

—Carla, no es tan simple… —murmuró.

Ella soltó un suspiro exasperado, cruzándose de brazos mientras lo observaba con una mezcla de frustración y lástima.

—¿Ah, no? Claro que no es simple, Rupa. Pero, ¿vas a seguir huyendo? ¿Vas a seguir fingiendo que esta vida te llena cuando sabes que no lo hace?

El silencio se instaló entre ellos como una losa. Rupa respiró profundamente, intentando encontrar las palabras, pero lo único que sentía era una mezcla de vergüenza y rabia contenida, como un volcán al borde de la erupción.

—Hablé con Lum. —La voz de Carla cortó el aire como un cuchillo.

Rupa alzó la mirada, sus ojos brillando con incredulidad.

—¿Qué? ¿Hablaste con Lum? ¿Cuándo?

—Eso no importa. Lo importante es que ella también quiere divorciarse —respondió Carla, su tono firme pero sereno—. Me pidió ayuda.

Las palabras golpearon a Rupa como una bofetada. Por un momento, su rostro quedó inmóvil, congelado, mientras su mente procesaba la información. Luego, lentamente, algo oscuro comenzó a teñir su expresión.

—Eso no tiene sentido. —Su voz era baja, un gruñido contenido—. Los onis no pueden divorciarse. Es el problema desde el principio.

Carla asintió, avanzando un paso hacia él.

—Lo sé. Pero Lum tiene un plan, Rupa. Y no lo hace por capricho. Lo hace por amor.

La última palabra pareció encender algo en él. Rupa dio un paso atrás, su cuerpo tensándose como un resorte.

—¿Por amor? —repitió, su voz cargada de una mezcla de incredulidad y algo más oscuro, algo que Carla no pudo identificar al principio.

—Sí. Lum quiere estar con alguien más, igual que tú…

No pudo terminar la frase. Los ojos de Rupa se estrecharon, y su mandíbula se tensó de una manera que hizo que Carla retrocediera ligeramente.

—¿Tiene un amante? —preguntó, su voz apenas un susurro, pero cargada de un veneno palpable.

—¿Qué? No, no es eso. ¡Escucha lo que estoy diciendo!

—¿Tiene un amante? —repitió, esta vez más fuerte, su tono al borde del grito.

Carla levantó las manos, furiosa.

—¡Deja de actuar como un idiota! Esto no tiene nada que ver con…

Pero ya era demasiado tarde. Rupa giró sobre sus talones y salió corriendo, sus pasos resonando en el túnel, cada uno más rápido que el anterior.

—¡Rupa, maldita sea! —gritó Carla mientras lo seguía, pero él era más rápido.

El túnel era estrecho en algunos tramos, con paredes irregulares y suelo cubierto de polvo y pequeñas piedras. El aire se sentía pesado, con un ligero eco que amplificaba cada respiración y cada paso.

Rupa corría como si estuviera poseído, sus piernas moviéndose con una fuerza que Carla no podía igualar. Su respiración era pesada, pero no se detenía; cada pensamiento que cruzaba su mente alimentaba su furia. Lum. Un amante. Ella lo estaba traicionando. Pisoteando su orgullo.

Porque eso era lo que más le dolía. No era amor lo que sentía por Lum; nunca lo había sido, sino el golpe a su ego. Estaban casados, y la idea de que Lum pudiera preferir a alguien más lo hacía sentir humillado, reducido.

Carla seguía corriendo detrás de él, sus propios pensamientos hervían mientras intentaba alcanzarlo. ¿Cómo podía ser tan necio? Tan arrogante.

—¡Rupa! ¡Detente de una vez! —gritó, pero él no le respondió.

Después de casi diez minutos, la luz del túnel comenzó a desvanecerse cuando llegaron a la salida. El palacio se alzaba a la distancia, majestuoso e imponente, con sus torres brillando bajo una luz artificial que simulaba un atardecer.

Rupa no se detuvo ni un segundo. Cruzó los terrenos exteriores del palacio, sus pasos levantando polvo mientras avanzaba hacia un espacio especial al lado de la entrada principal. Allí estaba su carruaje: un vehículo rústico, sin techo, enganchado a cerdos que resoplaban con fuerza, como si sintieran la urgencia de su dueño.

—¡Rupa, no seas idiota! —Carla llegó jadeando, su voz cargada de rabia y desesperación—. ¡No puedes simplemente huir como un cobarde!

Él la ignoró. Subió al carruaje de un salto, agarrando las riendas con manos temblorosas. Rupa se sentó con la mandíbula tensada. Su mente era un torbellino de pensamientos caóticos. —¿Cómo se atreve? Aunque no sea amor, este matrimonio significa algo. Mi honor está en juego. No permitiré que nadie me humille de esta manera—. Solo podía

pensar en la humillación, en el

desprecio implícito en el supuesto acto

de Lum. —Si tiene un amante, acabaré con él. No importa quién sea. Nadie juega con mi honor—.

—¿Así es como piensas resolver esto? —Carla avanzó hacia él, sus ojos brillando con furia—. ¡Esto no se trata de Lum! ¡Esto se trata de ti y de tu maldito ego herido!

Por un instante, Rupa se quedó inmóvil. Giró la cabeza hacia ella, y su mirada era un abismo.

Ella apretó los puños, temblando de rabia.

—No voy a dejar que arruines todo porque no puedes aceptar que no eres el centro del universo.

Él no respondió. Con un brusco movimiento de las riendas, los cerdos arrancaron, sus patas golpeando el suelo con fuerza mientras el carruaje se alejaba rápidamente, dejando una nube de polvo tras de sí.

Carla se quedó ahí, viendo cómo desaparecía en la distancia, su pecho subiendo y bajando mientras intentaba calmar su respiración. Pero la rabia seguía ahí, junto con una nueva preocupación.

—Esto no se va a quedar así, Rupa —murmuró entre dientes antes de girarse y volver al túnel. Tenía que llegar antes que él. Lum debía saber lo que estaba a punto de suceder.

 


 

La habitación estaba sumida en un silencio pesado. Ataru y Lum permanecían abrazados en la cama, sus respiraciones sincronizadas en un ritmo calmado. La intensidad de la noche anterior aún flotaba en el aire. Ella había llorado hasta quedar exhausta, y él había estado allí, sin decir mucho, pero ofreciéndole todo lo que tenía: su calidez, su fuerza, su paciencia. Ambos cayeron rendidos al cansancio sin soltar al otro.

El descanso terminó abruptamente. Un golpe seco y brutal sacudió la puerta. Una vez, dos veces, tres, como si alguien quisiera derribarla. Lum abrió los ojos de golpe, su cuerpo tensándose de inmediato. Miró a Ataru, quien seguía profundamente dormido. Por un instante, deseó ignorarlo, quedarse allí con él, pero los golpes no cedían.

Se levantó con cuidado, sin querer despertarlo. Cada paso hacia la puerta hacía que el miedo le subiera por la garganta como un veneno amargo. Nadie debía golpear así. Nadie tenía permiso para hacerlo. Abrió la puerta, y el impacto de lo que vio le cortó la respiración.

Rupa.

Sus ojos estaban inyectados de rabia, sus puños apretados con tal fuerza que los nudillos estaban blancos. Era un volcán al borde de la erupción.

—Me debes una explicación, Lum. —La frialdad de su tono no encubría el veneno que cargaba cada palabra—. ¿Dónde está? ¿Está aquí contigo?

Rupa dio un paso hacia adelante, intentando entrar, pero Lum lo detuvo, apoyando ambas manos en su pecho.

—¿De qué demonios hablas? —Su voz tembló, a pesar de que intentaba sonar firme. El miedo la paralizaba. No estaba preparada para enfrentarlo. No así.

Rupa no tenía intención de detenerse. Dio un paso más, inclinándose hacia ella con los dientes apretados.

—No juegues conmigo, Lum. Sé lo que estás haciendo.

Los gritos terminaron por despertar a Ataru. Sus ojos se abrieron lentamente, su mente aún nublada por el sueño, pero el sonido de una voz extraña y hostil lo alertó de inmediato. Su mano buscó a tientas a Lum, pero no la encontró. El instinto lo sacó de la cama. Caminó hacia la puerta, deteniéndose al ver a Lum enfrentándose a un hombre que la superaba en altura y fuerza.

—¡Lum! —llamó mientras avanzaba hacia ella. Sin pensarlo dos veces, la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia su pecho.

El rostro de Rupa se deformó en una mueca de furia al verlos juntos. Ese hombre no era nadie. Ni un guerrero, ni un líder, ni alguien digno de su tiempo. Solo un simple habitante de este planeta miserable. Un don nadie.

—¿Con él, Lum? —La voz de Rupa resonó con una mezcla de incredulidad y desprecio—. ¿Te rebajaste a esto? ¿A esto? —Su dedo señaló a Ataru con desdén.

Ataru se adelantó, interponiéndose entre Rupa y Lum. Su mirada era una mezcla de odio y desafío.

—No te atrevas a hablarle así. —Su tono era bajo, casi un gruñido, pero cargado de una intensidad que hacía clara su advertencia.

Rupa lo miró con desprecio.

—¿Y tú quién demonios te crees? —dijo, acercándose más. Su imponente figura proyectaba una sombra que cubría a Ataru, pero este no retrocedió ni un centímetro.

—Soy quien va a detenerte si intentas tocarla otra vez. —Ataru no alzó la voz, pero la firmeza en sus palabras fue suficiente para detener el avance de Rupa por un momento.

Lum estaba detrás de Ataru, con las manos temblando. El miedo era palpable en cada fibra de su cuerpo. Su mente estaba nublada por el pánico, y las palabras de Rupa eran como cuchillas desgarrando su conciencia.

—Lum, esto es una humillación. —Rupa dio un paso hacia adelante, y su voz tembló, no de miedo, sino de rabia contenida—. ¡Yo soy quien tiene el derecho de estar a tu lado! ¿Cómo puedes traicionarme así? ¡A mí! —El rugido final retumbó en la habitación.

Ataru no se movió. Su cuerpo estaba tenso como un resorte, listo para actuar. Había entrenado para enfrentar adversarios más fuertes que él, y aunque el instinto le decía que estaba en desventaja, no iba a ceder. No esta vez.

—Ella no te pertenece. —Ataru lo miró directamente a los ojos, cada palabra cargada de desprecio—. Así que aléjate. Ahora.

El rostro de Rupa se oscureció aún más. El odio en sus ojos era casi tangible. Levantó una mano hacia Lum, pero Ataru fue más rápido. Sujetó su muñeca con una fuerza inesperada, haciéndolo retroceder.

—Dije que no la toques. —La voz de Ataru era fría, cortante. Sus dedos apretaron la muñeca de Rupa con tal fuerza que este intentó zafarse.

Lum, desesperada, dio un paso hacia adelante, intentando calmar la situación.

—¡Basta, por favor! —gritó, su voz quebrándose—. ¡Rupa, esto no tiene que ser así!

Pero Rupa no la escuchaba. Su mirada seguía fija en Ataru, su mandíbula apretada.

—Eres patético. —escupió—. No eres más que un insecto comparado conmigo.

Ataru no respondió. Solo lo miró, desafiándolo con una calma que era más peligrosa que cualquier grito. Rupa intentó liberar su muñeca de nuevo, pero esta vez Ataru lo soltó abruptamente, haciéndolo tambalearse.

—No, Lum. —dijo, mientras sus ojos no se apartaban de los de Rupa—. Supongo que ha venido aquí para matarme, ¿no? Y tal vez para herirte. Pues que lo intente. No voy a dejar que lo haga, cueste lo que cueste.

Lum sintió que el aire se detenía. El tono de Ataru era tan firme, tan lleno de convicción, que por un momento creyó que realmente sería capaz de enfrentarse a un ejército si fuera necesario.

Rupa soltó una risa seca y arrogante, como si el desafío de Ataru fuese una broma mal contada. Dio un paso hacia adelante, sus ojos relampagueando con desprecio.

—¿Es en serio? —dijo, mirando a Ataru con la superioridad de alguien acostumbrado a salirse con la suya—. Le diste demasiada confianza, Lum, y ahora cree que puede enfrentarse a mí. Este estúpido ni siquiera debería estar aquí.

Rupa alzó una mano con teatralidad, como un rey dando órdenes en su corte.

—Guardias, llévenlo al calabozo. —La frialdad en su tono no dejaba lugar a dudas: no era una simple amenaza, era una sentencia.

El eco de sus palabras apenas había muerto cuando un grupo de guardias apareció en escena, moviéndose rápidamente para cumplir la orden. Pero antes de que pudieran tocar a Ataru, la voz de Lum resonó como un trueno en la habitación.

—Ni se atrevan.

Los guardias se detuvieron en seco. El tono de Lum no dejaba lugar a interpretaciones. Dio un paso adelante, colocándose entre Ataru y los guardias, sus ojos fulminando a Rupa con una ira contenida.

—¿Crees que puedes dar órdenes aquí, Rupa? —Su voz estaba cargada de veneno—. Este planeta no te pertenece, ni tampoco a tu familia. Pertenece a Oniboshi, y mientras yo esté aquí, soy yo quien decide.

El peso de su autoridad cayó sobre la habitación como una losa. Los guardias intercambiaron miradas, claramente divididos entre el poder de Rupa y el de Lum. La tensión era palpable, el aire parecía cargado de electricidad.

—¿Qué están esperando? ¡Hagan lo que les ordené! —gruñó Rupa, intentando mantener su dominio.

Pero los guardias no se movieron. Su confusión era evidente, y antes de que pudiera forzar su voluntad sobre ellos, una nueva voz rompió el ambiente tenso.

—¡Rupa!

Carla apareció al fondo del pasillo, su rostro una mezcla de furia y determinación. Caminaba hacia ellos con pasos firmes, como si estuviera a punto de desatar una tormenta.

Rupa giró la cabeza hacia ella, y por un instante, su expresión se contrajo en algo que no era rabia, sino miedo. Pero lo ocultó rápidamente detrás de su orgullo.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? Esto no es asunto tuyo, Carla. —Intentó sonar autoritario, pero su tono traicionaba una incomodidad que no podía ocultar.

Lum parpadeó rápidamente, no sorprendida por lo que Carla decía, sino por su audacia. Era impresionante verla enfrentarse a Rupa de esa manera, sin miedo alguno. Ataru, por su parte, aprovechó la distracción para jalar suavemente a Lum hacia él, abrazándola protectivamente, como si quisiera dejar claro que no iba a soltarla.

—¿No es asunto mío? —espetó Carla, con una furia que no se molestaba en contener—. ¿Qué mierda estás haciendo, Rupa? ¿De verdad importa más tu estúpido orgullo que cualquier otra cosa? ¿Incluso más que yo?

El silencio cayó como una bomba. Ataru apretó los labios, empezando a entender que la situación era mucho más compleja de lo que parecía.

Rupa giró hacia Carla, su incomodidad transformándose rápidamente en enojo.

—Cállate. —dijo, su tono cargado de nerviosismo—. Esto no tiene nada que ver contigo.

Pero Carla no retrocedió. Dio un paso adelante, enfrentándose a él sin miedo.

—¿Qué quieres que calle, Rupa? —preguntó, su voz temblando ligeramente, no de miedo, sino de ira contenida—. ¿Que Lum no sabe que llevas meses engañándola conmigo?

Lum soltó un resoplido cargado de desprecio. Su mirada fría se clavó en Rupa mientras hablaba.

—Por supuesto que lo sé. —dijo con una calma que hacía su enojo aún más evidente—. ¿Creías que eras sutil? Eres tan obvio que hasta alguien ciego podría verlo. Pero te dejé ser porque sabía que eventualmente te expondrías solo.

El impacto de sus palabras fue como una bofetada para todos en la habitación. Rupa intentó interrumpir, pero Lum continuó sin detenerse, su tono cortante como una hoja afilada.

—Lo que no puedo tolerar es que ahora vengas aquí a jugar a ser la víctima. —Se giró hacia Ataru por un instante, su expresión suavizándose, antes de volver a mirar a Rupa—. No te atrevas a poner tus manos sobre él.

Rupa, incapaz de contener su rabia, giró hacia Lum con el rostro retorcido.

—¿Y eso qué importa? —espetó, su tono ahora desesperado, casi histérico—. ¡Al menos yo no te engañé con un don nadie! —Su dedo señaló a Ataru con desprecio—. ¡Me has humillado completamente, Lum! Y no te lo voy a perdonar. Ordenaré que lo ejecuten ahora mismo.

Ataru dio un paso al frente, sus ojos clavándose en los de Rupa con una intensidad helada.

—Inténtalo.

Pero antes de que Rupa pudiera replicar, Carla lo agarró de la oreja con un movimiento tan rápido y firme que lo hizo tambalearse.

—¡Déjate de estupideces, Rupa! —espetó, irritada—. ¿Ejecutarlo? ¿De verdad? Deja de ser tan jodidamente hipócrita.

La habitación cayó en un silencio incómodo. Rupa no se atrevió a responder de inmediato, y Ataru, por su parte, permaneció firme, sus ojos aún llenos de odio hacia él. Lum, sin embargo, solo podía mirar a Carla, intentando entender cómo todo había llegado a este punto.

—Carla... eso significa que tú... —Trató de hablar Lum.

Carla, sin perder un ápice de su determinación, respondió con una frialdad escalofriante.

—Vengo para que finalmente se divorcien. —Su voz era clara, casi cortante, y no había duda de que hablaba en serio.

Rupa, que había llegado con la intención de imponer su dominio, se quedó completamente paralizado por un segundo. La furia de su rostro se tornó en incredulidad y luego en desesperación.

—¿Qué harás, qué? ¡Yo no voy a hacer tal cosa! —Su voz se quebró levemente, pero intentó mantener el control.

—Oh, claro que lo harás. —La amenaza en la voz de Carla no era sutil. Con un movimiento rápido y calculado, sacó un arma, la apuntó directamente hacia él. Su mirada era tan fría como el metal de la pistola.

—¡Lo haré! Lo haré! —dijo Rupa, ahora temblando, visiblemente asustado. Había algo en la firmeza de Carla que le hizo dudar por un momento, como si toda su arrogancia se hubiera desvanecido en un instante.

Lum y Ataru observaban en silencio, completamente sorprendidos. La escena que se desarrollaba ante ellos era completamente inesperada. Rupa, quien había llegado imponente, con su actitud de siempre, se veía ahora completamente infantil, reducido a una caricatura de lo que había intentado ser.

—Ahora entra, de una vez. —Carla lo empujó hacia la habitación con fuerza, casi sin esfuerzo, como si estuviera tratando con un niño. Luego, al entrar ella misma, giró hacia Lum con un rostro serio—. Será mejor que actives el sistema de seguridad. Esta conversación no debe salir de aquí.

Lum asintió sin decir una palabra. Con un leve gesto de la mano, ordenó a Rumi activar el sistema de seguridad de la habitación. La puerta se selló automáticamente y las luces comenzaron a parpadear en tonos rojos, indicándole a todos que estaban en un espacio completamente cerrado y vigilado.

Rupa se cruzó de brazos, observando con furia a Ataru. La tensión en el aire era palpable. Sus ojos lo recorrieron de arriba abajo, analizando cada uno de sus movimientos.

Le dolía. Le dolía profundamente que Lum, entre tantos hombres, hubiera elegido a alguien como Ataru. ¿Cómo podía ser posible? Alguien que veía como inferior, alguien que ni siquiera merecía estar cerca de ella. No le costaba ver las marcas en el cuello de Lum, ni las que llevaba Ataru, aunque este tratara de ocultarlas bajo su traje desordenado. Rupa las veía todas. No estaba ciego, ni mucho menos.

Lum, por otro lado, sentía un nudo en el estómago al tener a Rupa tan cerca. Los recuerdos comenzaban a regresar, como fragmentos rotos de un sueño del que no podía despertar. Tembló levemente, y Ataru, notando su incomodidad, la apretó contra él, la abrazó con fuerza. Su mirada se clavó en Rupa con una intensidad helada, desafiante.

—Maldita sea, ¿pueden dejar de mirarse como enemigos? —gritó Carla, claramente al borde de la desesperación. Su rostro mostraba la tensión acumulada de años de contención. Mientras masajeaba su sien, miró a Lum con una seriedad absoluta—. Lum, debo aclararte algo. Rupa no trató de abusar de ti.

Lum la miró fijamente, y por un momento, los latidos de su corazón parecieron detenerse. Todo su cuerpo se tensó como una cuerda lista para romperse.

—No vengas a defenderlo, Carla. —Su voz salió entrecortada, llena de rabia—. Solo porque lo ames no tienes por qué defender algo tan... horrible.

Carla suspiró profundamente, sabiendo que esas palabras no eran fáciles para Lum. Sin embargo, mantuvo la calma, la mirada fija en ella, y no vaciló en lo que estaba a punto de decir.

—Yo no hice tal cosa. —Rupa gritó con desesperación, intentando defenderse. Su tono era tan patético que Lum casi se sintió enferma al escucharlo.

—¿No? —La voz de Ataru cortó el aire con un tono de desprecio tan claro que Rupa apenas pudo reaccionar. —Con todas las cosas que Lum me ha contado, lo que le has hecho, ya has demostrado que sí eres capaz.

Rupa no pudo evitarlo, su furia lo llevó a abalanzarse sobre Ataru, pero antes de que pudiera alcanzarlo, Lum lo electrocutó con tal fuerza que el sonido del impacto resonó por toda la habitación.

—¡Atrévete, y verás lo que te pasa! —gritó Lum, su voz temblando por la furia y el miedo que sentía.

—¡Basta! —exclamó Carla, casi rogando. Su rostro reflejaba una tensión abrumadora. Se giró hacia Lum con seriedad—. Lum, tus sospechas eran ciertas. Básicamente, Rupa no fue quien intentó violarte. Fue Upa-sama quien estaba controlando a Rupa. Él ni siquiera recuerda la reunión que tuvieron, ni lo que ocurrió después.

Lum se quedó paralizada, sus ojos se abrieron de par en par, buscando comprensión en las palabras de Carla.

Ataru, por su parte, estaba completamente confundido. No entendía a quién se refería Carla con "Upa-sama", ni por qué el nombre causaba una reacción tan impactante en Lum. ¿Qué demonios estaba pasando?

—No voy a decir nada sobre eso. —La voz de Rupa era tensa, marcada por una frustración palpable. No podía, no quería traicionar a su abuelo, aunque todo lo que hacía lo desgarraba por dentro.

Lum lo miró fijamente, incapaz de entender la razón detrás de su silencio.

—¿Y por qué lo haría? —Preguntó ella, sus palabras una mezcla de incredulidad y frustración, pero su voz también temblaba por la incertidumbre que rondaba en su mente.

Fue Carla quien rompió el silencio, la tensión aumentando con cada palabra que salía de su boca.

—Él quiere que tengas el hijo de Rupa. Quiere mezclar el ADN de nuestra raza con el de los Onis.

El impacto de esas palabras fue inmediato. Ataru y Lum se quedaron congelados, sus mentes procesando lo que acababan de escuchar. El aire entre ellos se volvió denso, tenso como una cuerda a punto de romperse.

—¡Carla! ¡Cállate! —Rupa gritó, su rostro enrojecido por la rabia. No debía haberse enterado Lum. Ni ella, ni nadie.

Pero Carla no se detuvo, al contrario, la furia en sus ojos era incontrolable. Su voz subió de tono, cargada de desesperación.

—Rupa, si vuelves a intentar callarme, te juro que te mato. —Sus palabras fueron cortantes, llenas de una furia contenida que ya no podía guardarse. La mirada de Rupa se volvió desconcertada, casi asustada, ante el desbordamiento de emociones de Carla. —¡Decídete! ¿Realmente vas a quedarte del lado de tu abuelo? ¡Te está usando como una marioneta! —El llanto amenazaba con escapar de sus ojos, pero ella lo reprimió. —¿De verdad prefieres a tu abuelo antes que a mí? —La pregunta flotó en el aire, amarga, dolorosa, como un puñal directo al corazón.

Rupa sintió que el peso de la decisión lo aplastaba. Estaba atrapado, entre dos mundos, entre dos amores, entre dos lealtades. De un lado, su abuelo, su único familiar, el único vínculo de sangre que le quedaba. Pero ese mismo abuelo que había hecho de él una herramienta, que lo había usado sin piedad. Y del otro lado, Carla, su amor, su refugio, la mujer que lo había amado, lo había perdido y lo había encontrado de nuevo. Y él, incapaz de dejarla ir. Pero también, incapaz de traicionar la sangre que lo había creado.

—Carla... —Empezó a decir, las palabras atascándose en su garganta. Sabía que no había forma de tomar una decisión sin arruinarlo todo, sin destruir algo que ya nunca podría reconstruir. Pero había algo en su interior que gritaba por Carla. —Yo... —Su voz se quebró, como si el peso de todo lo que había hecho y dejado de hacer estuviera por caer sobre él. —Solo lo hago por ti. —Finalmente lo admitió, como si esas palabras pudieran salvarlos a ambos.

Carla no dijo nada al principio. La expresión en su rostro cambió, de rabia a alivio, de dolor a una felicidad rota. En un instante, sus brazos lo rodearon, apretándolo contra ella, como si temiera que se desvaneciera.

—Finalmente, —susurró Carla, sus palabras llenas de una emoción que no podía contener. —Finalmente has cedido. Estamos un paso más cerca de ser felices.

—¿Pueden explicar todo? —La pregunta salió de su boca con un tono cargado de enojo. No soportaba más estar en la oscuridad, no soportaba más que las piezas de este rompecabezas siguieran sin encajar.

Ataru estaba en silencio, incapaz de comprender por completo la magnitud de lo que estaba sucediendo. Se sentía como un extraño en medio de todo esto, un espectador impotente. Sus ojos buscaban respuestas, pero no las encontraba. Solo el peso de la incomodidad y la confusión lo rodeaba.

Carla lo miró, como si ella misma tuviera que resolverlo todo, como si fuera su última oportunidad para liberar a Rupa de las garras de su abuelo.

—Lum, tanto Rupa como tú, en realidad, son solo piezas para Upa-sama. —La forma en que Carla pronunció el nombre del viejo era fría, distante, como si cada palabra que saliera de su boca fuera una daga. —Parece que él va por algo mucho más grande, pero no sé con certeza qué es.

Rupa, al escuchar a Carla, se tensó, como si lo que ella dijera solo confirmara sus peores sospechas.

—Lo que he entendido, —dijo, con voz grave, su mente llena de pensamientos oscuros—, es que él quiere que nuestro reino sea mucho más fuerte. Nunca nos dijo para qué, pero sospecho que lo que busca es algo más. Algo… aún más grande. —Miró a Lum, con una seriedad que raramente mostraba. —Creo que quiere dominar la parte luminosa del universo.

Lum no podía creerlo. ¿De qué estaba hablando? ¿Por qué todo esto parecía más grande de lo que ella había imaginado?

—¿Y por qué lo haría? —Su pregunta fue directa, pero en su interior algo se rompía. El caos que sentía en su pecho no se calmaba, pero necesitaba respuestas.

Rupa suspiró, su mirada perdida en recuerdos dolorosos.

—Verás... solo por poder y ambición. —Las palabras le salieron lentamente, como si cada una fuera un peso que no podía soportar. —Mi raza podría vivir tranquílamente por mil años. Pero la razón de que solo estemos mi abuelo y yo es por un atentado. Cuando era un bebé, una colonia rebelde atacó nuestra nave familiar. Mi abuelo estaba cerca de mí y escapó conmigo, pero… mis padres, mis abuelos, incluso mi hermana mayor… no sobrevivieron. —La tristeza en su voz era tan densa que parecía pesar en el aire. —Desde entonces, él se obsesionó con ganar poder. Al principio, parecía que solo quería protegernos. Pero con el tiempo, su propósito cambió. Y ya no sé si sigue siendo por protegernos… o por algo más.

Lum y Carla permanecieron en silencio, las palabras de Rupa llenando el espacio entre ellos. La historia que acababan de escuchar era algo que ninguno de los tres esperaba. Ataru, por su parte, sentía una mezcla de compasión por Rupa, pero esa compasión no cambiaba su odio hacia él.

—No lo sabía, Rupa… ¿por qué nunca me contaste? —preguntó Carla, con un dejo de incredulidad en la voz.

—Porque mi abuelo lo prohibió. Por eso la historia de mi familia siempre ha sido tan enigmática —respondió Rupa, desviando la mirada, como si cada palabra le pesara.

Carla apretó los labios y sacudió la cabeza.

—Eso no lo justifica.

—No lo hace —interrumpió Lum, su tono tan frío como determinante—. Tu abuelo no solo amenaza a mis padres con hacerme daño, también tiene espías vigilando cada rincón de Oniboshi. Es como si él fuera el emperador en mi propio planeta. Rupa, tienes que detenerlo antes de que yo lo haga.

Rupa frunció el ceño, con la frustración dibujada en sus facciones.

—¡No puedo! ¡Ya les expliqué por qué!

—Eso no significa absolutamente nada —intervino Ataru por primera vez. Su tono era calmado, pero las palabras llevaban un peso que resonó en la habitación—. Hacer lo correcto a veces significa enfrentarte a tu propia familia.

Rupa lo miró con una mezcla de furia y desprecio.

—¿Alguien escuchó un zumbido? Parece que hay un insecto fastidiando… deberían aplastarlo.

La mandíbula de Ataru se tensó mientras apretaba los puños. Había algo en la forma en que Rupa lo trataba que le recordaba a Benten: la misma arrogancia, la misma actitud de superioridad.

—¡Rupa! —espetó Lum, su voz como un látigo cortando el aire.

Rupa apartó la mirada, pero Carla lo enfrentó directamente, sus ojos clavándose en los suyos.

—Sabes que tiene razón.

La tensión en la habitación era palpable. Finalmente, Rupa soltó un largo suspiro.

—Está bien… los ayudaré. Pero con una condición: no voy a permitir que esto termine con la muerte de mi abuelo.

Lum lo miró, evaluándolo con la seriedad de alguien que carga un peso enorme sobre los hombros.

—No tengo intención de matarlo. Pero voy a necesitar ayuda. Hay un planeta, Eru, que tiene la tecnología y el poder para respaldar un divorcio incluso bajo las leyes de mi planeta.

Rupa arqueó una ceja, incrédulo.

—¿Y qué te hace pensar que van a mover un dedo por nosotros?

—Ahora que estás de nuestra parte, podemos solicitárselo por acuerdo mutuo. —Lum cruzó los brazos, pero no era un gesto defensivo; transmitía una determinación inquebrantable.

En su interior, Lum planeaba cuidadosamente cada movimiento. No confiaba en ellos del todo, y aún mantenía ocultos los archivos que documentaban cada acto de maltrato que había sufrido. "Por si llego a necesitarlos", pensó, esbozando una ligera sonrisa que apenas rozó sus labios.

—De acuerdo… haré lo que digan. ¿Cuándo debemos partir? —preguntó Rupa, la resignación en su voz.

—En dos horas. Así que prepárate. Esto no es negociable.

Rupa asintió, y Carla lo tomó del brazo, prácticamente arrastrándolo fuera de la habitación.

—Vamos, Rupa. Es hora de moverte —dijo ella, tirando de él con más fuerza de la necesaria.

Lum observó cómo se marchaban y dio instrucciones a Rumi.

—Déjalos salir, pero mantén los sistemas de vigilancia activados. Nadie entra ni sale sin mi autorización.

Rupa lanzó una última mirada cargada de odio a Ataru antes de que las puertas se cerraran. Ataru, sin inmutarse, le sostuvo la mirada con una fría intensidad. Cuando el sonido metálico de la puerta al cerrarse rompió el silencio, Ataru exhaló un suspiro cargado de frustración y rabia contenida.

—Nadie me toma en serio, Lum… —murmuró Ataru, con la mandíbula tensa y los puños cerrados. Había una mezcla de frustración y cansancio en su voz, como si estuviera al borde de romperse.

Lum lo observó en silencio durante unos segundos, intentando descifrar cada detalle en su expresión: los ojos que evitaban los suyos, la forma en que su respiración se volvía irregular. Finalmente, dio un paso hacia él, tomando suavemente su mano entre las suyas.

—Cariño… las cosas son diferentes aquí, en el espacio —comenzó, su tono suave pero firme—. Para ellos, la Tierra es primitiva, casi irrelevante. Es un planeta que no sabía que había vida más allá de sus fronteras. Por eso te ven inferior, pero te prometo que eso va a cambiar. Haremos que eso cambie.

Ataru apretó los labios y asintió apenas, aunque el dolor en su mirada era innegable.

—Quisiera serte más útil, Lum. Pero… no puedo evitar sentirme ignorante en tantas cosas. Todo esto es tan distinto de lo que conocía. —Bajó la cabeza, y su voz se quebró ligeramente.

El corazón de Lum se encogió al verlo así. Nunca había sido fácil para Ataru mostrar vulnerabilidad, y ese momento era prueba de cuánto estaba luchando consigo mismo. Sin dudarlo, dio un paso más y lo abrazó con fuerza, rodeándolo con sus brazos como si intentara protegerlo de sus propios pensamientos.

—Es normal sentirse perdido al principio. Todo esto es nuevo para ti, pero no tienes que enfrentarlo solo. Poco a poco aprenderás, y yo estaré contigo en cada paso. No te preocupes por eso.

Ataru cerró los ojos, dejándose llevar por la calidez del momento.

—Eso espero, Lum… —susurró, su voz apenas audible.

Lum sonrió con ternura, aunque en el fondo le preocupaba cuánto estaba afectando esta nueva vida a Ataru. Sabía que el cambio era abrumador, pero confiaba en su capacidad para adaptarse. Quería mostrarle que había un lugar para él, incluso en este universo lleno de desafíos.

Con un gesto suave, levantó su rostro para que la mirara.

—No pienses más en eso ahora —dijo, su voz adquiriendo un tono más juguetón mientras una chispa traviesa se encendía en sus ojos—. Mejor ven conmigo. Creo que ambos necesitamos relajarnos… ¿qué te parece si nos damos un baño juntos?

Ataru la miró, y por primera vez en horas, una pequeña sonrisa curvó sus labios.

—No creo que pueda decirte que no.

Lum rió suavemente, entrelazando sus dedos con los de él, y juntos caminaron hacia el baño. A pesar de las tensiones y los conflictos, en ese momento encontraron un breve respiro. Una tregua en medio de un universo caótico.

 


 

—¿Están todos listos? —preguntó Lum con tono firme, ajustando su bikini habitual. A su lado, Ataru, usando si traje de oni, asentía con impaciencia, sus ojos clavados en la nave reluciente que aguardaba en el puerto.

—Sí, vámonos de una vez —respondió Rupa, con evidente desgano mientras subía a bordo. Sus movimientos eran mecánicos, casi indiferentes—. Mi ausencia podría levantar sospechas.

Carla lo siguió sin decir nada, pero sus ojos reflejaban cansancio y algo de desconfianza. Ataru y Lum intercambiaron una mirada de fastidio antes de subir también. El aire estaba cargado de tensión, tan denso que parecía que podía cortarse con un cuchillo.

—¿Estás seguro de que puedes dejar a Rumi a cargo? —preguntó Ataru, su voz más seria de lo habitual mientras ajustaba el cuello de su traje.

Lum suspiró, girándose hacia él. 

—Sí, ella es capaz. Reagendará las reuniones y manejará los asuntos pendientes con eficiencia. La programé específicamente para esto.

Sin agregar más, Lum caminó hasta la base de la nave. Sus manos se movieron con precisión sobre el tablero de control, presionando una serie de botones hasta que el panel cobró vida. La nave se estremeció brevemente antes de elevarse con un zumbido grave, disparándose hacia el vacío estelar a una velocidad brutal. Sin embargo, el interior permaneció en total calma, con la atmósfera artificial estabilizada.

—Tardaremos aproximadamente dos horas en llegar —anunció Lum sin apartar los ojos del panel—. Aprovechemos el tiempo para definir lo que diremos.

—No pueden saber que tenemos… compañía extra —intervino Rupa con un dejo de gravedad, su mirada perdida en las luces estelares que cruzaban la ventana panorámica—. Si se enteran, no nos ayudarán.

Ataru frunció el ceño, cruzándose de brazos. 

—¿Y qué se supone que seremos Carla y yo? ¿Adornos de la nave?

—Asistentes —dijo Rupa con una sonrisa burlona, mirándolo por encima del hombro.

—¿Asistentes? —replicó Ataru, su tono lleno de desprecio—. No soy un maldito sirviente.

Lum soltó un suspiro audible y giró para encarar a Rupa. 

—Bien, ¿y cuál será la razón oficial de nuestra separación? Porque dudo que un simple "no nos soportamos" sea suficiente para convencerlos.

—No necesitamos una explicación elaborada —respondió Rupa con desdén, inclinándose contra el marco de la cabina—. Digamos que no te quiero, que eres una carga, y que, de todos modos, viviré muchos más años que tú.

Lum entrecerró los ojos, una chispa eléctrica recorriendo el aire a su alrededor. 

—¿De verdad piensas que esa razón basta? Los matrimonios arreglados son parte de nuestra cultura, Rupa. Esos argumentos suenan infantiles, incluso para ti.

—¡¿Y qué quieres que diga, entonces?! —exclamó Rupa, su voz subiendo de volumen con una mezcla de frustración y enojo—. ¿Que no podemos ni mirarnos sin sentir asco?

—¡Eso al menos sería más honesto! —respondió Lum, sus palabras cargadas de veneno mientras la electricidad zumbaba con fuerza en sus manos.

—¡Basta! —interrumpió Carla de golpe, su voz atravesando la tensión como una bala—. Esto es ridículo. Si necesitan una excusa, digan simplemente que existen diferencias irreconciliables. Algo elegante, algo que no los haga ver como unos adolescentes peleando. Pero recuerden esto: bajo las leyes del planeta Oniboshi, no pueden separarse tan fácilmente. La alianza no se rompe por caprichos.

El silencio cayó como una losa después de sus palabras. Ataru apretó los puños y miró a Lum, su ceño profundamente fruncido. 

—Solo espero que esto termine hoy mismo —murmuró con voz baja y tensa.

—¿Qué fue lo que dijiste, insecto? —espetó Rupa, volviendo su atención hacia Ataru con una mueca de desprecio.

Ataru se levantó bruscamente de su asiento, sus ojos clavados en los de Rupa. 

—Te dije que cierres la maldita boca, idiota.

Rupa se enderezó, caminando hacia él con pasos lentos y calculados. Su voz bajó a un tono amenazante. 

—¿Ah, sí? ¿Quieres pelear conmigo, enano? Te aplastaré con una mano.

—¡Ya basta los dos! —gritó Lum, poniéndose de pie entre ellos. Se acercó a Rupa, sus ojos centelleando de rabia—. Rupa, más te vale empezar a mostrarle algo de respeto. Cuando todo esto termine, él será el emperador consorte de mi imperio, te guste o no.

Rupa soltó una risa seca, casi cínica. 

—Ni con ese título me rebajaré a respetar a alguien tan patético como él.

Carla giró la cabeza bruscamente hacia Rupa, su voz saliendo baja y cargada de advertencia. 

—Rupa… estás cruzando una línea.

Por primera vez en toda la conversación, Rupa pareció incómodo. Desvió la mirada hacia el suelo, mascullando algo ininteligible en su idioma nativo.

Lum miró a Ataru, quien aún respiraba con dificultad, lleno de ira. Sin mediar palabra, tomó su brazo y lo arrastró hacia la puerta del corredor principal.

—Vamos, cariño —murmuró con firmeza, su voz lo suficientemente suave como para calmarlo un poco—. Necesitamos alejarnos de este imbécil.

Ataru no opuso resistencia. Mientras salían, lanzó una última mirada cargada de odio hacia Rupa, que le devolvió el gesto con igual intensidad. Era un odio mutuo, palpable, uno que no desaparecería fácilmente.

El corredor de la nave era silencioso, salvo por sus pisadas. Lum caminaba al frente con pasos firmes, mientras Ataru la seguía en silencio, su mente aún hirviendo de ira. Finalmente, Lum se detuvo frente a una de las puertas y giró hacia él.

—No te tomes en serio lo que dice —susurró, su mirada más suave—. Él siempre ha sido así.

Ataru soltó un suspiro, recargando su cuerpo contra la pared. 

—No me importa lo que diga. Solo quiero que esto acabe.

Lum asintió y abrió la puerta, permitiéndole entrar a una pequeña habitación con asientos acolchados y un ventanal que mostraba el infinito oscuro del espacio. Mientras la puerta se cerraba detrás de ellos, el peso de la situación parecía caer sobre ambos como una carga insoportable.

—Esto es solo el comienzo, ¿verdad? —murmuró Ataru, mirando hacia las estrellas con expresión distante.

Lum se sentó junto a él, apoyando su cabeza en su mano. 

—Sí. Y no será nada fácil.

Ambos quedaron en silencio, contemplando el vacío, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

 


 

Cuando finalmente llegaron al planeta, cada uno tomó sus respectivos roles. Carla y Ataru sabían que no podían permitirse ningún error, ningún gesto fuera de lugar, ningún comentario inoportuno. Pero mantenerse en silencio, adoptando una expresión neutra y servicial, les estaba resultando mucho más difícil de lo esperado.

Bajaron de la nave y fueron recibidos por una mujer de postura rígida, uniforme impecable y mirada inquisitiva. Cada paso que daban era analizado por ella, como si intentara leer sus intenciones más profundas.

—Bienvenidos al planeta Eru —saludó la mujer, con una voz firme y profesional—. ¿En qué puedo ayudarlos?

Lum avanzó un paso al frente, con el porte solemne que se esperaría de una emperatriz. A su lado, Rupa apenas la secundaba, manteniendo su habitual expresión de desdén apenas contenida.

—Solicitamos audiencia con la reina —anunció Lum, con voz firme y segura—. Soy la emperatriz Lum del planeta Oniboshi, y él es el rey del Reino de la Oscuridad.

La mujer apenas pudo ocultar su sorpresa; parpadeó un par de veces, como si procesara la inesperada declaración, y luego volvió a examinar a los acompañantes.

—¿Y ellos? —preguntó, señalando a Carla y Ataru con un gesto preciso y frío.

—Son nuestros asistentes —respondió Rupa con desgano, como si le molestara tener que explicar algo tan obvio.

La mujer asintió, aunque no parecía completamente convencida. Finalmente, extendió un brazo hacia un pasillo que se abría a la izquierda.

—Muy bien. Sigan a Mary. Ella los conducirá.

Una joven con uniforme blanco los esperaba más adelante. Saludó con una sonrisa profesional, aunque había algo distante en su mirada.

—Por aquí, por favor. —Su tono era cordial, pero el protocolo impregnaba cada palabra.

Lum y Rupa caminaron al frente con la cabeza en alto, seguidos de cerca por Ataru y Carla, que hacían todo lo posible por no apartar la vista del suelo o del camino. Sus cuerpos se movían rígidos, intentando emular la profesionalidad de asistentes reales, aunque cada paso les pesaba bajo la sombra de los nervios.

Subieron a lo que parecía ser un ascensor futurista: un cubículo de paredes translúcidas que se cerró con un leve zumbido. De pronto, la estructura comenzó a moverse a una velocidad vertiginosa, tan rápida que parecía desafiar las leyes de la física, aunque el interior se mantenía en una quietud engañosa. Ataru tragó saliva y disimuladamente se aferró a un borde de la pared, mientras Carla cerraba los ojos por un instante. Lum y Rupa, en cambio, parecían perfectamente acostumbrados, como si aquella tecnología no fuera nada extraordinario.

—Llegaremos en breve —anunció Mary con un tono automático.

Cuando las puertas se abrieron finalmente, el paisaje que se desplegó ante ellos era inesperado. Un inmenso jardín los rodeaba, lleno de árboles majestuosos y flores de colores imposibles. Fuentes de agua cristalina serpenteaban entre senderos de piedra blanca, y el aire olía a frescura y serenidad. Era evidente que aquel lugar no solo era hermoso, sino también deliberadamente intimidante en su perfección.

—Por aquí, por favor —indicó Mary.

Los condujo por el sendero principal, que culminaba en un palacio cuyas puertas enormes se abrieron con un suave crujido mecánico. Al otro lado, en una sala adornada con detalles minimalistas pero elegantes, los esperaba la figura de una mujer. La reina.

Su presencia era magnética. Tenía el cabello corto, de un rosa suave que contrastaba con su atuendo formal en tonos rosas oscuros. Sus facciones eran finas, pero su mirada de esmeraldas era aguda, penetrante, como si pudiera atravesar las capas más profundas de sus pensamientos con una sola observación. Al hablar, su voz resultó tan melodiosa como autoritaria, un equilibrio perfecto entre calidez y control.

—Así que ustedes son la emperatriz del planeta Oniboshi y el rey del Reino de la Oscuridad —dijo, avanzando hacia ellos con movimientos fluidos—. ¿Qué los trae a mi planeta?

Lum se adelantó, sosteniendo la mirada de la reina con firmeza. Había algo en aquella conversación que ya era incómodo, incluso antes de comenzar.

—Hemos venido a solicitar su ayuda en un asunto delicado —declaró Lum, midiendo cada palabra—. Queremos... divorciarnos.

La sala quedó en silencio por un segundo que se sintió eterno. La expresión de la reina no cambió de inmediato, pero la leve inclinación de sus cejas delató su sorpresa. Luego, su mirada se deslizó lentamente hacia Rupa.

—Vaya... —murmuró con un deje de ironía—. ¿Quieres divorciarte de este hombre?

Lum apretó los labios, claramente irritada por el comentario, pero mantuvo la compostura. Fue Rupa quien tomó la palabra esta vez.

—Nuestra unión fue meramente política —explicó con tono seco—. La alianza que se pretendía forjar ya no tiene sentido.

—Entiendo —respondió la reina con un aire pensativo, aunque su voz mantenía ese toque de burla apenas perceptible—. Comprendo lo que es un matrimonio impuesto... la falta de amor puede ser una carga difícil de soportar.

La mirada de la reina Eru se paseó con indiferencia por el grupo hasta que sus ojos se detuvieron, de pronto, en Ataru. Su expresión cambió de inmediato: de la cortesía distante a una sorpresa genuina, incluso atónita. Era como si acabara de ver a un fantasma.

Lum, Rupa y Carla intercambiaron miradas confundidas, pero fue Rupa quien frunció el ceño con molestia evidente. La forma en que la reina ignoró todo lo demás para concentrarse en alguien a quien él consideraba "inferior" le resultaba humillante.

—¿Es posible...? —murmuró Eru para sí misma, como si intentara convencerse de que lo que veía era real. Luego avanzó, deteniéndose frente a Ataru, ignorando por completo cualquier protocolo.

Ataru, que no entendía nada, se irguió un poco más, incómodo por el escrutinio repentino.

—Tú eres... ¿Tu nombre es Ataru Moroboshi? —preguntó la reina, su voz traicionando una mezcla de incredulidad y emoción contenida.

La sorpresa cayó como una bomba en la sala. Lum, Rupa y Carla se quedaron rígidos, incrédulos. ¿Cómo demonios aquella mujer conocía el nombre de Ataru? La incomodidad en el ambiente era palpable.

—¿Qué...? —susurró Lum, con la frente fruncida. Rupa, por su parte, apenas podía contener su indignación.

Ataru, todavía confundido, mantuvo la calma y respiró hondo. La atención sobre él no le gustaba en absoluto.

—Sí, ese es mi nombre —respondió finalmente, con voz firme pero educada—. ¿En qué puedo servirle, Reina Eru?

Eru no respondió de inmediato. La sonrisa que se dibujó en su rostro fue tan amplia que resultó desconcertante. Antes de que nadie pudiera reaccionar, se inclinó hacia Ataru y lo envolvió en un abrazo inesperado.

—¿Qué demonios...? —murmuró Rupa entre dientes, su voz cargada de ira contenida.

—¡¿Qué ocurre aquí?! —estalló Lum, dando un paso al frente, sus ojos brillando con un destello peligroso—. ¿Por qué estás abrazando a mi asistente?

—Mary, llama a Bárbara. —La orden de Eru fue firme y alegre al mismo tiempo, como si todo lo demás en la sala no existiera—. Él es... mi prometido.

El silencio que siguió fue abrumador. Ataru se quedó paralizado, como si un balde de agua helada le hubiese caído encima.

—¿Que soy qué? —exclamó finalmente, su voz saliendo casi en un grito involuntario.

Rupa dio un paso atrás, completamente descolocado por lo que acababa de escuchar. El aire a su alrededor parecía haberse vuelto irrespirable. Carla, al fondo, miraba todo con incredulidad absoluta, como si se hubiera transportado a un delirio absurdo. Pero Lum... Lum parecía a punto de explotar.

—¿Cómo que "tu prometido"? —preguntó Lum, con un esfuerzo sobrehumano por controlar la rabia que estaba bullendo en su interior. Su voz temblaba ligeramente, y sus manos estaban crispadas a los costados.

Eru apenas le dirigió una mirada fugaz, el brillo de alegría todavía en sus ojos.

—Eso no les incumbe a ustedes —respondió con un tono gélido, dejando claro que no pensaba dar más explicaciones.

Ataru, que todavía sentía las manos de Eru en sus hombros, dio un paso atrás, como si necesitara recuperar su espacio personal. Sus ojos estaban muy abiertos, el desconcierto reflejado en cada línea de su rostro.

—Perdón, pero... esto debe ser un malentendido. Ni siquiera la conozco.

La sonrisa de Eru se apagó un poco, su expresión volviéndose más seria. Dio un paso hacia él, sus ojos escudriñándolo como si buscara algo más profundo en su memoria.

—¿No me recuerdas? —preguntó con un dejo de tristeza, su voz ahora más suave. La reina parecía realmente herida por sus palabras—. Hace once años, fui a la Tierra a jugar. Allí me encontré contigo.

Ataru parpadeó varias veces, confundido, mientras los recuerdos intentaban abrirse paso en su mente como piezas sueltas de un rompecabezas imposible.

—¿Qué? —susurró él, casi sin voz.

—Te dije que si pisabas mi sombra, eso significaría que tendríamos que casarnos —continuó Eru, como si estuviera relatando algo precioso—. Jugamos toda la tarde, Ataru. Al final, pisaste mi sombra, y te prometí que regresaría once años después para cumplir mi palabra. Y esos once años se cumplen en tres meses.

El silencio volvió a llenar la sala. La explicación de Eru era tan ridícula como perturbadora. Lum y Rupa no podían creer lo que estaban escuchando, y Ataru... Ataru simplemente se quedó sin palabras.

—Lo siento, pero yo... no recuerdo nada de eso —logró decir finalmente, con evidente incomodidad en su voz.

—Eso no importa ahora —respondió Eru, con la misma alegría de antes, como si sus palabras hubieran sido irrelevantes—. Es un hecho, y ya que estás aquí, podemos adelantar la ceremonia.

—¡¿Ceremonia?! —exclamó Ataru, incrédulo. Su cuerpo entero se tensó; el sudor comenzó a formarse en su frente.

—Esto es ridículo —gruñó Rupa, completamente indignado.

Lum, sin embargo, permaneció callada. Su pecho subía y bajaba con respiraciones cada vez más irregulares. Finalmente, no pudo contenerse más.

—Un momento, no puedes hacer eso —exclamó Lum, con una mezcla de rabia y desconcierto que apenas lograba contener.

Eru sonrió, una expresión encantadora y peligrosa a la vez, como si controlara todo a su alrededor con una facilidad abrumadora.

—No se preocupen —respondió con una voz dulce pero firme—, me encargaré de resolver primero el asunto de ustedes.

El gesto de Lum se endureció. Sus ojos brillaban con un fuego inusual, mientras su mandíbula se tensaba al borde de la indignación.

—No puedes casarte con mi asistente —insistió, esta vez con un tono que delataba celos, frustración y algo más profundo que no podía nombrar.

De pronto, el ambiente se volvió denso, como si una sombra invisible se apoderara de la sala. La sonrisa de Eru desapareció de su rostro, reemplazada por una mirada fría y afilada, que atravesó a Lum como una espada. Incluso los presentes, acostumbrados a las tensiones diplomáticas y las confrontaciones políticas, sintieron una punzada de incomodidad.

—¿Qué acabas de decirme? —susurró Eru, pero su tono era una amenaza velada, un filo de acero oculto bajo terciopelo. Sus ojos se clavaron en Lum con una intensidad glacial—. ¿Acaso estás sugiriendo que no cumpla mi palabra? ¿Que detenga el procedimiento para tu divorcio?

La sala quedó en un silencio opresivo. Lum tragó saliva, sintiendo cómo su orgullo luchaba por no doblegarse, pero consciente de lo que estaba en juego. Carla, incómoda y asustada, retrocedió hasta quedar medio oculta detrás de Rupa, quien también evitaba la mirada de la reina.

Ataru, que hasta ahora había observado en silencio, decidió intervenir. No porque quisiera defender a Eru ni mucho menos, sino porque quería proteger a Lum, podía ver cómo la situación estaba a punto de estallar. Dio un paso adelante, con el aire de alguien acostumbrado a caminar sobre un campo minado.

—Reina Eru, creo que hay un malentendido —dijo con voz calmada, aunque en su interior sentía cómo la tensión le apretaba el pecho—. Lum-Sama no ha querido faltarle al respeto. Lo que sucede es que, como representante legal de la Tierra, no puedo ausentarme sin previo aviso. Mi planeta está bajo un estado de ocupación, y mi presencia es necesaria.

Eru volvió a sonreír, esta vez con un aire casi condescendiente.

—Eso no es un problema, querido Ataru. Si te conviertes en el Rey Consorte del planeta Eru, tu mundo ganará mayor influencia intergaláctico. ¿No es una oportunidad perfecta? —respondió con una lógica aplastante, como si el destino de un planeta entero pudiera reducirse a una cuestión burocrática. Luego, giró su atención hacia Lum—. En cuanto a tu divorcio, el proceso será rápido. Lo tendré listo en menos de una semana. Ahora pueden retirarse.

Lum abrió la boca, buscando las palabras correctas, pero solo encontró un vacío doloroso donde antes solía estar su orgullo. Sentía un nudo en la garganta, una mezcla de ira y tristeza que la consumía desde dentro. Ataru aprovechó la pausa para acercarse a ella, su voz apenas un susurro que solo ella pudo oír.

—Lum, tenemos que ser inteligentes —le dijo en un tono sereno pero firme—. Primero aseguremos tu divorcio. Cuando eso esté resuelto, pensaremos en cómo lidiar con esto. No podemos arriesgarnos ahora.

Ella lo miró directamente a los ojos, buscando alguna señal de que él también estuviera sintiendo lo mismo que ella: una furia silenciosa, un miedo soterrado a perderlo todo. Pero Ataru, aunque serio y centrado, tenía esa mirada suya, pragmática, siempre pensando en el siguiente paso. Lum apretó los puños, luchando contra el deseo irracional de gritarle que no quería dejarlo solo con esa mujer.

—De acuerdo —murmuró finalmente, su voz cargada de resignación y un dejo de dolor. Respiró hondo, buscando recomponerse, antes de mirar nuevamente a Eru—. Volveremos cuando el proceso esté listo.

—Perfecto —respondió Eru con una sonrisa cortés, como si todo estuviera saliendo según sus planes.

Rupa y Carla ya habían comenzado a moverse hacia la salida, nerviosos y silenciosos. Lum, sin embargo, se giró una última vez antes de marcharse. Sus ojos se encontraron con los de Ataru. En esa breve mirada se dijeron todo lo que no podían pronunciar: el miedo de perderse, la rabia por estar atrapados en esa situación, y el amor —tan evidente, tan frágil— que ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar.

Ataru sostuvo la mirada de Lum, intentando transmitirle que todo estaría bien, aunque en el fondo él mismo no sabía cómo saldrían de ese embrollo. La puerta se cerró finalmente detrás de ella, y con ese ruido sordo, la sensación de vacío inundó la sala. 

No podía ocultar su incomodidad. Cada fibra de su ser parecía estar en alerta, como si el peso de la situación estuviera aplastándolo lentamente. Eru, ajena —o quizás indiferente— a su tensión, se giró hacia él con una sonrisa dulce y en apariencia genuina. Antes de que pudiera reaccionar, ella lo abrazó sin previo aviso.

El contacto lo paralizó. Era suave y frío, pero había una intensidad casi sofocante en sus gestos.

—Hay que empezar con los preparativos —anunció con entusiasmo, como si estuviera hablando de un festival—. Nos casaremos en dos semanas.

El estómago de Ataru se revolvió. Forzó una sonrisa cortés, tratando de controlar el temblor involuntario de sus manos. Era un territorio peligroso; lo intuía en cada palabra de la reina.

—Reina Eru... —comenzó, cuidando que su tono fuera respetuoso, pero ella lo interrumpió con una rapidez calculada.

—No. Llámame Eru —respondió con una sonrisa tierna, aunque había algo en su mirada que resultaba... insidioso. No parecía una simple petición; era una exigencia disfrazada de amabilidad.

Ataru tragó saliva. Su incomodidad iba en aumento.

—Eh... claro. Uhm, Eru —murmuró torpemente, la palabra saliendo de su boca como un susurro nervioso. Respiró hondo, intentando reunir el valor suficiente para preguntar lo que realmente quería saber—. Pero… ¿por qué insiste en casarse conmigo? —dijo finalmente, sus palabras cuidadosas, como si caminara sobre vidrios rotos.

La reina lo miró como si la pregunta fuera la cosa más absurda que hubiera escuchado.

—Porque pisaste mi sombra —respondió con naturalidad, como si fuera lo más obvio del mundo.

Ataru parpadeó, incrédulo. Durante un segundo pensó que no había escuchado bien.

—¿Eso es todo? —insistió, casi sin poder evitarlo. Su voz, aunque contenida, delataba un dejo de frustración—. ¿No le parece un motivo... superficial? Quiero decir… —pausó, buscando las palabras correctas— ni siquiera me conoce.

Eru ladeó la cabeza, su expresión suavizándose. A cualquiera le habría parecido una imagen encantadora, pero a Ataru le resultaba inquietante. Era como mirar el mar en calma, sabiendo que en cualquier momento podría desatarse una tormenta.

—En mi planeta, es una tradición muy importante —explicó con firmeza—. No lo tomo como un juego, si eso es lo que te preocupa. Además… —sonrió de nuevo, esa sonrisa que le helaba la sangre— tendremos toda la vida para conocernos bien.

La simpleza con la que lo dijo hizo que algo se rompiera dentro de Ataru. Todo le resultaba irreal: las palabras, el abrazo, el futuro que ella ya daba por sentado sin siquiera consultarlo. ¿De verdad su opinión no importaba? No era la primera vez que se encontraba atrapado en situaciones así. Oyuki, la reina de Neptuno, solo había mostrado interés en él por su supuesto potencial como gobernante; para ella, Ataru era un recurso útil, nada más. Y ahora Eru, con una tradición que él ni siquiera comprendía, lo reclamaba como si fuera un objeto… una propiedad.

Ese pensamiento le dolió más de lo que quiso admitir. Lo único que lo mantenía cuerdo en ese momento era el recuerdo de Lum. Ella era diferente. Lo escuchaba, lo desafiaba, y aunque solía ser temperamental y feroz, jamás lo había tratado como algo desechable. Con ella, sentía que su voz importaba. Que él importaba. Ahora, en cambio, se sentía más pequeño que nunca, reducido a un simple trofeo que todos querían para después olvidarlo.

Su silencio fue interrumpido por Eru, quien retomó su tono encantador mientras daba la vuelta para retirarse.

—Ordenaré que te lleven a tus aposentos —anunció con un matiz coqueto en la voz—. No podemos dormir juntos hasta después de la boda, por supuesto.

Antes de que Ataru pudiera decir algo, ella desapareció tras las puertas con la gracia de alguien que siempre obtiene lo que quiere. Dos mujeres de aspecto solemne entraron poco después y, sin mirarlo directamente, lo guiaron por un largo corredor hasta una habitación. Era una habitación lujosa, adornada con tejidos delicados y paredes que irradiaban un tenue brillo azul. Todo parecía tan ajeno, tan frío… como si el lugar mismo se burlara de su presencia.

Una vez que las mujeres se marcharon y quedó completamente solo, Ataru dejó escapar un suspiro largo y pesado. Se sentó en el borde de la cama y se pasó las manos por el rostro, tratando de contener el pánico que empezaba a asomarse. Todo esto era una locura.

—Tengo que aguantar… —murmuró, casi como un mantra.

El divorcio de Lum era la prioridad. Si eso se resolvía, podrían trazar un plan. Quizá ella encontraría la forma de sacarlo de este infierno. La sola idea de que ella estuviera allá afuera, esperándolo, le daba fuerzas para soportar el peso de su situación.

Revisó rápidamente sus bolsillos y encontró su comunicador. Una pequeña chispa de alivio se encendió en su pecho. No todo estaba perdido. Aún podría hablar con Lum, mantenerse en contacto con ella, aunque fuera a escondidas. Esa simple posibilidad lo reconfortaba más de lo que le gustaría admitir.

Se acostó finalmente, pero el sueño no llegó. Las sombras del cuarto parecían crecer a su alrededor, mientras en su mente se repetía una sola imagen: los ojos de Lum al despedirse de él, cargados de amor, miedo y dolor.

—Aguanta… —se dijo de nuevo, cerrando los ojos con fuerza.

Pero las dudas seguían carcomiéndolo. ¿Cuánto más podría resistir? ¿Y si Eru cumplía su amenaza? ¿Y si realmente terminaba casado con ella? La inseguridad y el miedo lo rodearon como una prisión invisible, mientras la imagen de Lum se desvanecía lentamente en la oscuridad.

 


 

—¿De verdad vas a casarte con ese humano? —preguntó Bárbara, su voz teñida de incredulidad y cierto desprecio mientras observaba a Eru.

Eru apenas levantó la mirada de los archivos que tenía en la mano. Eran informes detallados sobre los onis, la humanidad y la raza de Rupa. La frialdad con la que los revisaba contrastaba con el brillo inusual en sus ojos.

—La tradición lo dicta así —respondió con calma, pasando una página sin inmutarse.

—Sabes que no tienes por qué cumplirla, ¿verdad? —insistió Bárbara, con el ceño fruncido—. Hay hombres más… apropiados. Más poderosos. Más atractivos. ¿Por qué él?

Eru detuvo sus manos un instante, dejando caer el archivo sobre el escritorio. Se giró lentamente hacia su abuela, clavándole una mirada tan firme que por un segundo pareció perforarla.

—Porque él no es como los demás —respondió, con una intensidad que descolocó a Bárbara—. Desde que era una niña, soñé con este momento. Soñé con alguien que no me mirara como un trofeo, como una fuente de poder o un título. Él es diferente. No le importa quién soy ni lo que represento. Para él, soy solo Eru. ¿Entiendes lo que significa eso para alguien como yo? —exclamó, su voz subiendo ligeramente.

Bárbara entrecerró los ojos, incapaz de comprender el idealismo casi ingenuo de su nieta.

—¿Eres consciente de lo ridículo que suena? —espetó con frialdad—. Él no te conoce. Apenas sabe quién eres. No puedes basar una decisión así en un sueño infantil.

—No estoy pidiendo que lo entiendas —respondió Eru, su tono más contenido, casi cortante—. Lo que importa es que esto ya es un hecho.

—Así que es definitivo… —murmuró Bárbara con resignación, alzando una ceja—. Dos semanas, ¿eh? ¿Y luego qué?

—Luego seré feliz —respondió Eru con una sonrisa casi triunfal, tomando nuevamente los informes—. Por ahora, necesito que prepares los documentos para el divorcio de esos dos. No quiero ningún obstáculo.

Sin más, salió de la habitación, dejando a Bárbara sumida en silencio, mirando el lugar por donde su nieta había desaparecido.

 


 

Lum sentía que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Caminaba de un lado a otro en el salón, con los puños apretados y chispas eléctricas bailando en el aire a su alrededor. Sus ojos ardían de furia y confusión, y cada respiración era un esfuerzo por no gritar.

—¡No puedo creerlo! —exclamó finalmente, su voz reverberando en las paredes—. ¿Cómo es posible que las cosas hayan llegado a esto?

Rupa, recostado contra una de las paredes con los brazos cruzados, bufó con desprecio. Su rostro estaba endurecido, su mirada fija en un punto vacío como si lo que ocurría fuera una absurda broma de mal gusto.

—Tampoco lo entiendo —dijo con voz baja pero firme, casi como un gruñido—. Ese idiota no tiene nada especial. No es fuerte. No es inteligente. No es atractivo. ¿Qué demonios lo hace tan especial? —La última palabra fue escupida con veneno.

Lum lo fulminó con la mirada, sintiendo cómo la electricidad se incrementaba en sus venas.

—No lo entiendes porque no lo conoces. Ataru no es un hombre perfecto, pero… —hizo una pausa, el temblor en su voz traicionándola—. Pero no es de los que se rinden. No es superficial. Él me eligió a mí, ¿entiendes? —Su pecho subía y bajaba con rapidez, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir—. No voy a perderlo.

—¿Y cuál es el plan entonces? —interrumpió Carla, su voz fría y pragmática mientras observaba a Lum con atención. A diferencia de Rupa, Carla parecía dispuesta a actuar, aunque su mirada delataba cierto escepticismo.

Lum respiró hondo, cerrando los ojos un instante. Cuando volvió a abrirlos, una determinación feroz reemplazó el dolor.

—Primero, lograré el divorcio —declaró, su voz firme como una sentencia—. Después… no me importa si tengo que ir a la guerra contra ella. Recuperaré a Ataru, cueste lo que cueste.

Las palabras salieron con tal convicción que Carla sonrió, cruzando los brazos con aprobación.

—Esa es la actitud. Puedes contar conmigo. No dejaré que esa mujer te arrebate lo que es tuyo —dijo con seguridad, sus ojos oscuros reflejando un brillo peligroso.

Rupa, por su parte, resopló, visiblemente disgustado.

—Están locas —murmuró entre dientes, sacudiendo la cabeza—. Dispuestas a matarse entre ustedes por ese inútil. Es patético.

Lum lo ignoró por completo. No había espacio en su mente para las opiniones de Rupa. Todo lo que importaba era Ataru. Ataru, que ahora estaba lejos. Ataru, que podía estar sufriendo. Ataru, a quien ella debía proteger.

—Si eso es lo que piensas, Rupa, eres libre de irte —respondió finalmente, sin mirarlo—. Pero no te interpongas en mi camino.

Rupa se mordió el interior de la mejilla, conteniendo su enojo, pero no dijo nada más. Carla, en cambio, dio un paso adelante, colocándose junto a Lum.

—¿Y ahora qué? —preguntó, como si esperara instrucciones.

Lum levantó la mirada al horizonte, sus ojos centellando con un ardor indomable.

—Ahora me preparo. Eru no sabe con quién se ha metido.

La habitación quedó en silencio, solo roto por el zumbido leve de las chispas que seguían surgiendo del cuerpo de Lum. Rupa los miró con desprecio y frustración, pero no pudo evitar sentir cierta admiración por la determinación inquebrantable de Lum.

Sabía que aquello no terminaría bien.

Notes:

Bueno, al fin terminé este capitulo, ufff, casi 12k palabras se me fueron, pero bueno, poco a poco la trama va tomando más forma y las cosas se van complicando más para Ataru y para Lum.

Finalmente apareció Eru y vaya sorpresa se llevaron :0 ¿que se supone que harán ahora? Muchas cosas se les vinieron encima y literalmente de forma muy inesperada.

¿Ustedes que piensan que sucederá ahiea? Espero leer sus comentarios <3
No olviden compartir y votar.

Me ha costado un poco escribir porque la verdad para mi es muy importante que quede bien detallado todo, desde los sentimientos, emociones, el ambiente, absolutamente TODO, por eso últimamente los capítulos son tan largos, pero realmente lo hago porque quiero que sea perfecto para ustedes, que puedan leer un fanfic largo y de calidad así signique demasiados dolores de cabeza porque las cosas no me salen como quiero xD.
Por eso lo único que pido es que comenten, porque leer sus opiniones, sus reacciones, etc, realmente es lo que me anima y me motiva a continuar con estos fanfics.

Hasta la próxima.

Instagram: Misslum21