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Ima demo ao ga sunde iru

Summary:

Getō Suguru decide salir de fiesta con sus amigos para celebrar que, por fin, le han ascendido en la empresa para la que lleva trabajando cinco años. En una discoteca, conoce a un misterioso joven que le cautiva. Dos semanas después, se lo encuentra de nuevo en una entrevista de trabajo y comprueba que se ha olvidado de él.

Notes:

¡Hola, hola, pichones!

Aquí os traigo, de la mano de la magnífica VinsmokeDSil, un nuevo fic SatoSugu que esperamos os encante tanto como a nosotras escribirlo :). Igual que ocurre con el ZoSan 'Alcohol y tabaco' (también publicado en mi perfil porque ella no es tan activa por aquí), este SatoSugu lo hemos hecho mediante rol. Es decir, cada una coge un personaje y lo interpreta, y vamos escribiendo poquito a poco. En este caso, ella es Gojō y yo soy Getō (por si tenéis curiosidad jaja).

Va a ser un fic largo porque ya tenemos muuuuchos capítulos hechos, así que iremos publicando semanalmente. Mi idea es hacerlo el lunes, pero probablemente lo haga el domingo junto con el resto de actualizaciones que tengo pendientes.

Como ya he dicho, esperemos que os guste y, por supuesto, estamos siempre pendientes de comentarios y sugerencias que nos lleguen porque nos encanta estar en contacto con nuestras lectoras y saber su opinión. Así que no os cortéis! Muuuuchos besos, y a leer! :D:D

Chapter 1: Capítulo I

Chapter Text

Gojō Satoru miró de lado a lado de la discoteca en la que se encontraba, intentando enfocar la vista. No solía beber, era abstemio, no solía gustarle el sabor del alcohol –demasiado amargo para su gusto, y no le encontraba la gracia a embriagarse.

Esa noche, en cambio, Utahime Iori –su mejor amiga para él, su eterno enemigo para ella–, le había engañado para beber varios cócteles, mucho más dulces que una cerveza o un whiskey, y mucho más apetecibles para él. Al no estar acostumbrado, sólo hicieron falta un par de esas bebidas tan deliciosas para conseguir que se tambaleara.

Ahora, la oscuridad del local le rodeaba, lleno de personas que parecían manchas difuminadas a su alrededor. Tenía calor, mucho calor, y seguía teniendo la necesidad de refrescarse.

–Necesito beber algo –le dijo a Utahime, sintiendo la boca pastosa.

La chica le ofreció un poco de su bebida, y Satoru casi la escupió cuando el sabor a vodka rozó su lengua. Definitivamente, eso no era a lo que se refería.

–¿No vas a quitarte las gafas de sol ni siquiera aquí? –le preguntó la chica, divertida con su reacción.

Nunca desaprovechaba la oportunidad para molestar al otro.

–Las luces me molestan –respondió, con un tono de voz elevado debido a lo alto de la música.

Desde que tenía uso de razón, Gojō Satoru había tenido fotosensibilidad, y se le hacía impensable separarse de sus gafas oscuras. Ya estaba acostumbrado a esconder sus hermosos ojos azules tras los cristales. Aunque fuera de noche, en un local cerrado en el que apenas hubiera iluminación, él veía perfectamente. Tenía muy buena vista.

–Que sensible eres... –dijo ella, con ironía.

Gojō le sonrió de vuelta, sin dejarse picar por una burla tan simple como esa.

–Por cierto, esas chicas te están mirando –respondió ella luego.

Satoru soltó un amago de carcajada.

–Claro que lo hacen, soy terriblemente atractivo –respondió, con arrogancia, hinchando el pecho.

Incluso su postura corporal cambió, parecía que estuviera posando para el grupo que había señalado Utahime con la cabeza, permitiéndoles adorar el arte que era su imagen. Un chico joven, de veintitrés años, alto, musculoso, pelo blanco y facciones finas escondidas tras el misterio de sus gafas de sol oscuras, que ocultaban sus ojos azules como el cielo de verano, tan vivos y brillantes.

Vestido con una camisa blanca, contrastando levemente con su piel pálida, con un par de botones desabrochados de forma disimulada, dejando entrever parte de sus bien formados pectorales. Los vaqueros ceñidos y los zapatos negros finalizaban el conjunto. Sí, Gojō Satoru era un Adonis con todas las letras, pero también era terriblemente creído.

–Eres insoportable... –dijo Utahime, suspirando, dándole por perdido otra vez.

Satoru volvió a reírse en voz alta, divertido.

–Voy a bailar un rato –anunció, con el ligero toque a alcohol en el habla.

Sin darle tiempo a su amiga, se giró en dirección a la pista, dispuesto a sudar y a unirse a esa marabunta de gente que bailaba al ritmo de una canción conocida.

–Gojō, ¡que voy a irme en nada! –la chica intentó llamar su atención, pero no pareció que la escuchara–. ¡Maldita sea, Gojō!

La pista de baile, que era prácticamente toda la superficie del local salvo la zona de la barra y los servicios, estaba a rebosar. Y era lógico, era sábado por la noche. La gente joven –y no tan joven– salía a quemar la ciudad. Y más en el barrio de Shinjuku, donde la fiesta parecía no acabar nunca incluso cuando amanecía.

Había otras muchas zonas para salir en una ciudad tan cosmopolita como Tokio, pero a los amigos de Getō Suguru les gustaba esta zona por cuestiones obvias. Shinjuku era el corazón de la comunidad LGTBIQ+ de Japón, y ellos eran la viva imagen de cada una de las letras que representaba al grupo.

Sin embargo, si no hubiese sido por un motivo de peso, Suguru no hubiese salido. A sus veintiocho años, a él le gustaban los planes más tranquilos. Un cine, salir a cenar, un paseo, una tarde en el museo. Planes que, además de diversión, le aportasen conocimientos. Pero esa noche estaban celebrando su ascenso a jefe del departamento de Recursos Humanos de la empresa en la que llevaba trabajando cinco años, y sus amigos habían insistido en arrastrarlo hasta allí para celebrarlo.

–¿Aún no has visto a nadie que te guste? –le preguntó Mahito al oído, gritando a pleno pulmón.

Estaban bailando en medio del gentío, rodeados por todas partes y apretados como en una lata de sardinas. Getō no tenía problema con sentir otros cuerpos pegados al suyo, pero sí echaba de menos un poco de espacio personal –y aire fresco.

–Deja de preguntármelo cada cinco minutos –él respondió con hastío.

Sus amigos se habían empeñado en conseguirle un ligue, pero él no estaba por la labor. Había bebido y, aunque no estaba borracho, tampoco estaba sobrio y se notaba levemente mareado. Y no le gustaba ligar en ese estado de embriaguez –por si se arrepentía a la mañana siguiente.

–Si te hubieras puesto mi camiseta, ya tendrías a veinte encima –Mahito le increpó con diversión.

Le había sugerido una camiseta negra completamente transparente, muy similar a la que él mismo llevaba, pero Getō se había negado en rotundo. A pesar de ser un hombre atractivo, no gustaba de exhibir su cuerpo como si se estuviera vendiendo. Y por eso había optado por unos vaqueros anchos y un jersey igual de ancho de color violeta con un gracioso gatito bordado en el bolsillo.

Rodó los ojos y siguió bailando, ignorando a su amigo deliberadamente. Esta noche iba a pasárselo bien, no quería hablar de conquistas.

Gojō seguía bailando en medio de la pista, atrayendo gran parte de las miradas. No podía evitarlo, destacaba sin quererlo –aunque le encantaba hacerlo. Era como si tuviera luz propia. Una que le enfocaba y le convertía en el centro del mismo universo. ¿Cómo no iba a serlo? Atractivo, alto, fuerte, vestido con ropa cara, con una sonrisa permanente en la cara y bailando como si hubiera nacido para ello.

Para más inri, a Satoru se le daba todo bien –cosa que molestaba aún más a su amiga. Utahime le estuvo buscando. Le odiaba, pero tampoco quería dejar al chico sólo en una discoteca yendo borracho. Aunque, debía admitir que emborracharle a base de San Franciscos había sido divertido. Se moría por ver a Satoru vomitando en el baño, feo por una vez en su vida, pero por desgracia, Gojō le había puesto freno antes.

Localizarle fue fácil: justo en el centro de atención de todo el mundo. Era difícil que el chico no destacara.

–¡Satoru, yo me voy! –le gritó al oído, intentando que le escuchara sobre el elevado volúmen de la música.

–¿Tan pronto? ¡Si esta es nuestra canción! –dijo él, animado, intentando arrastrarla con él.

Utahime hizo el pequeño amago de bailar, arrastrada por la situación, pero quería irse y no estaba de humor para aguantar la actitud infantil de su amigo.

–¡Si ni siquiera la conoces! –dijo ella, sabiendo bien el gusto musical de Gojō.

–¡Pero es nuestra canción! –dijo él, haciendo un puchero–. ¿Cómo se llama? Da igual, ¡vamos al podio! –insistió el chico, intentando tirar de ella.

Eso sí que no.

Utahime era mucho más comedida y, a diferencia de Gojō, ella odiaba llamar la atención. Mandándole a freír espárragos por quincuagésima vez en la noche, se apartó de él y se fue del local. Conocía a Gojō para saber que no tenía que preocuparse por él, aunque fuera idiota, era muy apañado y podía defenderse de cualquier situación. Se fue tranquila, oyéndole llamar su nombre mientras se aferraba a la barra en el podio y berreaba el nombre de la chica sólo para avergonzarla un poco más.

De repente, Miguel apareció con la mano cargada de vasos de chupito. Getō frunció el ceño –ni siquiera de joven había tolerado los tragos de alcohol puro, y ahora menos. Le instaron a beber ahí en medio de la pista, notando cómo el alcohol se balanceaba cada vez que alguien los empujaba y caía al suelo, manchándolo y convirtiendo la pista en un suelo pegajoso y negro.

–Voy al baño, ahora vengo –les anunció, con la esperanza de que, a su vuelta, ya no hubiese chupitos que beber.

–Aburrido –Mahito se burló de él, sacando la lengua como un niño pequeño.

Miguel y Larue le siguieron el juego. Se notaba que Getō era el mayor y tenía una actitud más comedida. A veces se preguntaba cómo podía llegar a tener una amistad con ellos si, en algunas cosas, eran radicalmente opuestos.

Con la mano libre tapando la apertura del vaso para que nadie le echara nada, Getō se fue abriendo paso entre la gente como pudo. Bordeando el podio para alcanzar los servicios, que estaban al otro lado.

Gojō seguía dándolo todo en la pista, rodeado de gente que le animaban y le halagaban, algo a lo que estaba acostumbrado. Un par de chicas del grupo anterior intentaron ligar con él, pero sólo les respondió con una sonrisa cortés y arrebatadora. No eran su estilo, y no era lo que le apetecía esa noche. Si habían salido esa noche a Shinjuku, no era solo para bailar en una discoteca y darlo todo en la pista, sino porque a Gojō le apetecía algo más.

¿Y ese culo quién es?

Gojō Satoru estaba muy acostumbrado a ligar, tanto con hombres como con mujeres. Si había algo más grande que su ego, eso era su lascivia. Y hoy le apetecía comerse a un hombre. Siguiendo el recorrido de lo que le había llamado la atención, Gojō detuvo sus movimientos y fijó la vista en ese culo que tenía el descaro de pasearse delante de él.

Se bajó un dedo las gafas para seguir estudiando las caderas estrechas, los hombros anchos, el pelo negro cayendo como una cascada por la espalda.

Perfecto.

Era justo del tipo que le gustaba a Satoru. Masculinos, pero con un buen culo y caderas delgadas, para cogerlo mejor cuando estuviera detrás de él. Preparó su mejor mirada de conquistador para cuando pasara por delante de él. Esperaba que, igual que el resto, se parara, le mirara de forma discreta, hiciera algún movimiento sutil para acercarse a él, para llamarle la atención.

¿Dónde...?

En vez de eso, pero, Gojō se quedó con su mirada de conquistador mirando el pasillo de gente por el que se había ido, por el que se alejaba de él.

¿Ni siquiera me ha visto?

Sin saber por qué, el chico se puso un poco cachondo.

Ah no, tú no te escapas.

Despidiéndose de sus fans, Satoru saltó del podio y siguió a ese culo que le había llamado sin saberlo. A media pista, consiguió alcanzarlo, fingiendo un choque casual.

–Vaya, disculpa –dijo intensificando la mirada, por sobre sus gafas de sol y su característica sonrisa, esa que conseguía embaucar a cualquiera.

Getō se giró en cuanto notó el empujón. No para quejarse, no solía ser agresivo y tenía demasiada paciencia –tanta que, muchas veces, se lo echaban en cara sus amigos en alguna situación. Era «Mamá Suguru» para ellos porque era cierto, irradiaba una energía maternal indudable.

Se encontró con un chico más joven –no supo ubicar su edad con el juego de luces y sombras de la discoteca, pero su piel tersa indudablemente era de un joven de unos veinte. Le sonreía de manera obvia y le había dicho algo, pero con la música tan alta no se había enterado. Suguru supuso que se estaba disculpando por el empujón.

Vaya, qué chico tan guapo. Tiene unos ojos preciosos. Pero es un poco joven...

Con educación, Suguru le sonrió de vuelta e hizo un gesto con la mano –no había ningún problema, entendía que el golpe no había sido a propósito. Y no se paró a hablar, siguiendo su camino hasta el baño. La sonrisa de Satoru se rompió un poco al ver de nuevo la cabellera negra alejándose de él.

¿Estaré perdiendo facultades?

Aun así, no iba a rendirse. No era algo que soliese hacer, nunca. Satoru luchaba hasta el final, e iba a conseguir que este chico le hiciera caso y todo lo que conllevaba eso.

Y de cara... No está nada mal. Parece algo mayor, pero me da igual. Está muy bueno.

Tras un par de segundos de incertidumbre, avanzó de nuevo, directo hacia él. Enlazando sus dedos con los suyos, le detuvo de nuevo y se acercó a su oído, aun estando de espaldas a él.

–No nos conocemos, pero creo que deberíamos –dijo en voz grave, intentando cautivarle.

Suguru sintió un escalofrío y volvió a girarse de nuevo, tan rápido que casi se choca con el rostro de Satoru –que estaba justo detrás. Ahora sí que había escuchado lo que el chico le había dicho. Una frase así era demasiado obvia como para tener doble significado.

Se lo quedó mirando unos segundos, algo sorprendido y un poco descolocado. Los hombres que ligaban con él lo hacían de una forma tan sutil, no eran tan lanzados. La diferencia de edad, quizá. O frecuentar otro tipo de ambientes más relajados.

Directo al grano... Cómo se nota que es un chavalín...

–¿Y eso por qué? –preguntó, esbozando una tenue sonrisa.

No quería ser borde con él porque, aunque fuese bastante lanzado, no había sido grosero ni le había dicho ninguna barbaridad –algo que le provocaba rechazo inmediato.

¿Por qué? ¿A ti qué te parece?

Gojō no estaba muy acostumbrado a ser él quien iba detrás, aunque no era algo que le molestara.

Para follarte hasta borrar el límite entre los dos.

Aunque no soliera ser él quien ligaba, sabía que había ciertas cosas que era mejor no decir, y en cierto modo, le gustaba que aquel hombre actuase así. Era como un reto, uno que estaría encantado de superar. No era tan orgulloso como para no insistir por un pastelito como ese. Disimuladamente, aspiró el aroma que emanaba de su pelo. Champú con olor a miel y loción de afeitar. Estando tan cerca, podía notarlo perfectamente.

–¿Por qué no? –preguntó con una caída de ojos.

Suguru no pudo evitar seguir el movimiento de los párpados de Satoru. Tenía unos ojos impresionantes, del mismo azul del cielo, y cortaban el habla –a pesar de que las gafas los ocultaban parcialmente.

Sus ojos son su punto fuerte, no hay duda. Bueno, es bastante guapo. Tiene esa belleza de juventud, con ese remanente aún de años jóvenes... Pero huele a alcohol...

–¿Cómo te llamas? –preguntó, cambiando la estrategia.

¡VAMOOOOOS!

Satoru se apuntó ese breve contacto como una victoria a su favor. Era tremendamente optimista, y tenía mucha confianza en sí mismo.

–Gojō Satoru –respondió, algo más relajado, sonriendo de nuevo–. ¿Y tú? –preguntó, sin perder detalle de la mirada de ese hombre.

Con la poca luz del local, podía distinguir que los ojos de Suguru eran oscuros, aunque no llegaba a discernir del todo su tonalidad. Sin darle oportunidad a Suguru de pensar otra cosa, acarició discretamente el dorso de su mano con el pulgar. Un gesto que podía parecer involuntario, pero que era totalmente intencionado.

Getō esbozó una sonrisa más forzada, tragando suavemente y apartando la mano discretamente. La subió hasta su pecho, colocándose la bebida bien pegada y la volvió a tapar. No le gustaba el contacto no deseado, aunque fuese ínfimo. Era alguien reservado y un poco tímido, y las intenciones de aquel chico eran demasiado obvias.

–Getō Suguru –contestó también con el apellido porque él lo había hecho, y le parecía una falta de educación no hacerlo.

Será mejor que me mueva o...

–¿No eres un poco joven? –preguntó, manteniendo la sonrisa.

Gojō ladeó la cabeza con curiosidad.

–¿Para qué? –preguntó, sin estar seguro de si le seguía.

Esta discoteca es para mayores de edad, así que...

No le pasó desapercibido cómo apartó su mano, atento a todos los detalles.

No le gusta el contacto físico, entiendo.

–Para estar hablando conmigo. Quizá te lo pasarías mejor con alguien más afín a ti... –Suguru respondió sin borrar la sonrisa, intentando mantener la educación a pesar del sutil rechazo.

¿Te haces el difícil? Me gusta.

Gojō no se iba a deprimir por tan poco. Al contrario, solía aprender mucho de sus pequeños fracasos, tanto como para darles la vuelta.

–¿Cómo sabes que tú y yo no podemos ser afines? –preguntó, con algo de inocencia, como si realmente fuera un buen chico.

Suguru sintió cómo se le sonrojaban las orejas –suerte que las tenía ocultas bajo una espesa mata de pelo negro. Ese chico, ese Gojō Satoru, sabía jugar muy bien.

Ah... Seguro que se lleva a alguien todos los sábados...

–No quiero ofenderte, pero no... Me siento halagado, eres un muchacho encantador, pero no estoy buscando nada... –murmuró, dando un paso hacia atrás para marcar algo de distancia.

Optó por decirle eso antes de sonar más cortante. Lo cierto era que, aunque Satoru fuese muy guapo y atractivo, a él le llamaban más los hombres de su edad —más mayores, como él. Los jóvenes eran alocados y eso, jóvenes, y él ya no estaba en esa etapa de la vida.

Vaya, eso es nuevo.

Sin darse cuenta, a Satoru le salió un pequeño guiño en el ojo, fruto del rechazo. No era una sensación a la que estuviera familiarizado para nada.

–¿Qué me dices de una copa? –preguntó, como nuevo intento–. Una copa, y el placer de tu compañía. Me apetece conocerte, nada más.

Getō dudó. Una invitación a beber no tenía que conllevar nada. Ni obligaba a nada. Y aquel chico se estaba comportando bastante bien –más de lo que se había imaginado.

Está siendo cordial y no parece haberse tomado a mal lo que le he dicho... Quizá debería concederle eso, un rato para charlar y nada más.

–Está bien. Una copa está bien –acabó por concederle.

Perfecto.

La sonrisa de Satoru se amplió de forma genuina. Era un chaval muy expresivo, y pocas veces podía ocultar cuando estaba contento o enfadado.

–Bien, te invito a lo que quieras –dijo con emoción.

Tomándose todas las libertades del mundo, volvió a coger a Suguru de la mano y le arrastró hasta la barra más cercana. No fue un gesto romántico y abusivo, sencillamente él no le daba tanta importancia al contacto físico ni al espacio vital como la mayoría de la gente. Le salió como algo natural para no perderlo entre la multitud.

–¿Qué te apetece? –preguntó, en cuanto llegaron a su destino.

Aunque varias de las miradas de la gente estuvieran clavadas a su alrededor, Gojō les ignoraba a todos para centrar su atención en Getō.

Quizá era el alcohol, que comenzaba a hacerle efecto en el organismo. O quizá era la novedad de que un chico mucho más joven que él –aunque Satoru no le había dicho la edad, Suguru creía hacerse una idea– le estuviera invitando a algo a la vista de todo el mundo. Pero Getō empezaba a sentir cierto cosquilleo, cierta emoción, al estar cerca del chico de ojos claros. Esta vez, no le apartó la mano. Al revés, sería Satoru quien tuviera que hacerlo cuando creyese necesario.

–Un Martini blanco con soda, por favor –dijo, porque era lo que llevaba bebiendo toda la noche.

Satoru asintió con la cabeza y miró al camarero –con todo el descaro del mundo, se había saltado la cola, aunque nadie le dijo nada al respecto.

Suena sofisticado.

–Un Martini con soda para mi amigo –dijo, señalándole con la cabeza–. Y un licor 43 con batido de vainilla para mí.

El camarero le miró un tanto extrañado, pero no dijo nada y se puso manos a la obra. De las muy contadas veces que había bebido, Utahime le recomendó esa por ser muy dulce. Era de las pocas que toleraba. No quería pedirse más alcohol, iba a coger un refresco, pero no quiso quedar como un crío delante de Suguru. Al igual que el otro, tampoco le había soltado la mano, con sus dedos entrelazados de forma tan natural que casi no se daba ni cuenta. Getō miró a Satoru de reojo.

¿Acaba de pedir un licor 43 con batido? Pero... ¿Cuántos años tiene? ¿Le ha cambiado siquiera el gusto?

No sabía si decir algo o no, a fin de cuentas los gustos personales de cada uno eran eso, personales. Pero un cubata con batido... Era tan infantil.

–Hacía mucho que no escuchaba a nadie beber eso... Me recuerda a cuando empecé a salir –optó por decir.

Gojō no pilló la indirecta sutil que venía con la afirmación de Suguru. De normal era muy avispado, inteligente, lo entendía todo a la primera. Ahora, había bebido y el alcohol hacía mella en su organismo.

–Yo suelo pedirlo siempre –respondió, intentando sonar interesante.

Bueno, en verdad tiro más para la soda de uva, pero da igual.

–Me encanta la vainilla –acabó, con una sonrisa sincera.

El camarero dejó ambas bebidas sobre la barra, y Satoru no tardó en sacar la cartera del bolsillo y ofrecer su tarjeta para pagar por ellas. Suguru sonrió, mirando la tarjeta de crédito un momento de manera discreta.

¿Tan joven y ya tiene tarjeta? ¿Será de sus padres? No... No creo que esté trabajando. Y lleva ropa que parece cara... ¿Un niño de papá está intentando ligar conmigo?

–Prefiero los sabores más secos. El dulce me resulta un poco empalagoso... –comentó, cambiando su vaso de chupito medio vacío por el nuevo cóctel.

Satoru había tenido que soltar la mano de Getō para poder pagar, por lo que pretendía acercarle el Martini como un pequeño acto de caballerosidad. Pero, al volver a guardarse la cartera, Getō ya se le había adelantado. Cogió una pajita de colores que había en un bote de la barra y la puso dentro de su vaso. No sabía beber bebidas con hielo sin pajita.

–¿Sí? A mí me encanta el dulce, podría alimentarme a base de pastelitos –comentó, mirándole de nuevo a los ojos.

Aunque no tan ricos como tú, eso lo tengo claro.

Suguru soltó una suave carcajada.

Claro que te gusta el dulce, corazón, si hace nada acabaste el instituto... Ay, madre, ¿qué estoy haciendo aquí?

–Debes de tener una genética prodigiosa, porque no veo un gramo de grasa en tu cuerpo –murmuró, porque era verdad.

Después cayó en la cuenta del doble sentido que sus palabras podían tener, y se arrepintió. Satoru levantó una ceja. Eso sí lo había entendido, y su cerebro lo había interpretado como había querido.

¿Te has fijado en mi cuerpo?

Aun así, no dijo nada al respecto, aunque se podía sobreentender por su expresión divertida y algo triunfadora.

–No puedo quejarme –respondió, siguiendo por la vía educada. Tenía la sensación que así iba a conseguir algo más que no de forma directa–. Y sin ir al gimnasio –acabó al final, siguiendo la broma.

Juventud, divino tesoro...

–Si yo no hago ejercicio, pronto tendría barriguita... –Getō comentó.

No era un loco de las pesas, pero tenía una rutina y trabajaba el cuerpo dos o tres veces a la semana, dependiendo de su disponibilidad. Y notaba cuándo dejaba el ejercicio por algún motivo –notaba cómo el cuerpo se atascaba, se ralentizaba como una bisagra mal engrasada.

Extrañamente, Getō estaba tan embebido en la conversación con Gojō que no vio cómo Mahito los había cazado a lo lejos, y cómo se acercaba a ellos con una enorme sonrisa diabólica en el rostro. Satoru giró la cara como si le estuviera pasando un examen.

Va vestido bastante ancho, es difícil de decir.

–No me da la sensación que puedas estar mal –dijo luego, de forma natural, sin pudor alguno a lo que implicaban sus palabras.

Bebió el líquido a su copa a través de la pajita de forma inocente, subiendo la mirada a los ojos de Suguru de nuevo. Al igual que él, tampoco fue consciente del amigo de su posible ligue acercándose a ellos.

–Bueno, gracias por el cumplido –Getō murmuró, notando que las orejas le enrojecían de nuevo.

El gesto inocente de Satoru, de beber a través de la pajita, le resultaba indecorosamente erótico. Iba a añadir algo más para cambiar de tema, pero algo llamó su atención. Descaradamente, Mahito se colocó detrás de Gojō, a cierta distancia, y comenzó a hacer gestos obscenos con la mano. Un círculo cerrado con una y un dedo con la otra, entrando y saliendo del agujero repetidas veces. Su cara, excesivamente alegre por el alcohol, susurraba algo con los labios que Suguru era incapaz de leer.

Y el moreno perdió el hilo de la conversación por completo, sintiéndose avergonzado e incómodo a partes iguales –mirando a su amigo con cara de susto. El sonrojo de Suguru no fue evidente para Satoru debido a la mala iluminación del local, pero sí lo fue la cara que puso, mirando justo detrás de él.

–¿Pasa algo? –preguntó, girando la cara.

En cuanto Gojō se giró, Mahito dejó de gestualizar como un mimo y esbozó una de sus mejores sonrisas, mostrando su blanca y perfecta dentadura. Y, como si aquello no hubiese sido penitencia suficiente para Suguru, se atrevió a acercarse a Gojō.

–Vas a ver las estrellas con mi amigo –murmuró en su oído, sin darle tiempo siquiera a una respuesta.

Se esfumó de allí a la velocidad de la luz y Getō quería morirse.

–N-No le hagas caso, por favor –se apresuró a decirle a Gojō cuando se quedaron a solas–. Es un amigo al que le encanta molestar, pero sólo dice idioteces...

¿Pero qué?

El chico miró en dirección a Mahito, esfumándose y luego volvió la cara a Getō, aún sorprendido por la situación. Y lo que vio le encantó. Ese Suguru, avergonzado, tartamudeando, estaba demasiado guapo como para no querer hincarle el diente. Gojō, que se había sorprendido bastante por el comentario de Mahito, tuvo la suficiente velocidad para responder a Getō.

–¿O sea que no vería las estrellas contigo? –preguntó, de forma traviesa.

Si antes quería morirse, ahora Getō quería desintegrarse como una estrella al morir en el firmamento. Quería convertirse en polvo y marcharse de allí, movido por el viento. Pero antes mataría a Mahito entre terrible sufrimiento.

–N-No, o sea... –se trabó, rojo como un tomate–. ¿Eso te ha dicho?

Gojō sonrió de nuevo, afilando la mirada y volviendo a beber de la pajita. Asintió con la cabeza, totalmente pendiente de las reacciones de Suguru. Getō se mordió la lengua, intentando reordenar sus pensamientos y calmarse un poco. Por culpa del alcohol, estaba reaccionando de forma exagerada. No conocía de nada a este chico, ¿por qué tenía que importarle lo que pensara de él?

–Lo siento mucho, yo... No quiero que pienses que estoy jugando contigo, de verdad que no estoy buscando nada... –se excusó.

Mierda, que se me agobia.

–No creo que estés jugando conmigo –respondió Gojō, manteniendo su actitud calmada.

No aún, al menos.

–Sólo estamos tomando una copa y conversando tranquilamente, nada más –pretendió recordarle, intentando que viera que tenía todo el espacio que una discoteca abarrotada podía permitirle.

Deliberadamente, no respondió a la segunda parte de la afirmación de Getō. Antes de que Suguru pudiera contestar, alguien le empujó por detrás y acabó yéndose hacia delante –chocando con Satoru. Pecho con pecho, la copa que tenía en las manos acabó por salpicar la carísima camisa de Gojō.

Suguru ya no sabía qué más podía ir mal aquella noche. El alcohol le estaba volviendo torpe y estaba tardando demasiado en rechazar a un chico que, en otra ocasión, le hubiese perdido de vista mucho antes. Se sentía atolondrado. Alzó la vista para disculparse y fue consciente de lo cerca que estaban. Satoru era escasamente más alto que él, y eso ya era demasiado porque él no era bajito. Pero se sentía pequeño a su lado, como nunca antes se había sentido con un hombre.

–N-No pretendía... Me han empujado... –se disculpó, mirando a Satoru desde abajo.

Huele a colonia cara... Huele... Muy bien...

Satoru negó suavemente, sin apartarse siquiera un poco.

Si me miras así no voy a poder seguir siendo considerado contigo...

–No pasa nada –susurró, con voz algo más grave–. ¿Tú estás bien? –preguntó, intentando destacar ese "tú".

Satoru no sabía si podía dar un paso más o si, por lo contrario, podía equivocarse y destrozar la cercanía que había conseguido, por lo que optó por quedarse quieto, mirando a Suguru, sin poder evitar que sus ojos se fijaran en sus labios.

Suguru no se movió del sitio, pegado al cuerpo de Gojō con el cubata como única barrera entre los dos, humedeciendo su ropa por el contacto.

–Deberíamos... Ir al baño a lavarlo... –murmuró, notando que perdía las fuerzas lentamente.

En la cabeza de Gojō sonaron campanas de victoria. Se atrevió a acariciar suavemente el codo y el brazo de Getō, tomando la sugerencia del mayor como una invitación.

–Deberíamos –dijo con el mismo tono de voz de antes, manteniendo la atmósfera de intimidad que se había creado entre ellos.

Suguru asintió levemente, un poco tarde, aun mirando a Satoru con los ojos algo empañados y cristalinos por el alcohol. Dejó la copa sin tocar en la barra –ya no quería beber más– y se dio media vuelta. Agarró la mano de Satoru, entrelazando los dedos con él sin pudor alguno, y guio la marcha hasta los servicios –a los que él quería ir y que, mágicamente, se había olvidado.

Los urinarios tenían una luz tenue y oscura, demasiado íntima para unos servicios. Pero ese tipo de locales eran así. Apenas había gente, sólo dos tipos vaciando la vejiga a los que dieron la espalda porque los grifos estaban al contrario. Getō, liderando la iniciativa por ser el culpable de la mancha, se atrapó a sí mismo entre el lavabo y Satoru, que lo seguía como un imán.

–Un poco de agua... –murmuró ensimismado en su tarea antes de girarse para encarar al más joven.

Por supuesto. Agua.

Suguru llevaba demasiado provocando a Satoru. Demasiado. Se había paseado delante de él. Le había rechazado, dos veces. Su amigo se le insinuó por él, se sonrojó, tartamudeó, se le lanzó encima, le tiró la copa, le cogió de la mano y le arrastró al baño. Y encima, ahora, se situaba él solito, frente al lavamanos. Entre este y su cuerpo.

Demasiados estímulos para un Satoru deseoso de comerse a un Suguru que parecía ofrecerse a él como un caramelo. Sin perder un sólo segundo, atrapó al mayor. Ambos brazos del chico acabaron cogidos al mármol, encerrando con su propio cuerpo a Suguru, muy cerca de él. Con la nariz, acarició el cuello de Getō, aspirando su aroma bajo su oreja, algo encorvado por la diferencia de altura.

–¿Y qué más, Suguru? –preguntó, directamente sobre su piel.

El nombrado se desconcentró con su nombre y, ahora sí, se giró. Pero sólo pudo mover el cuello, todo su cuerpo estaba clavado en el sitio –preso entre Satoru y el lavamanos. Lo primero que captaron los adormecidos ojos de Suguru fueron los orbes eléctricos de Satoru, mirándole tan cerca que parecía que se lo iba a comer ahí mismo. Encima de él, como si tuviera intención de montarlo.

Sus narices se rozaron, Getō acarició la mejilla de Gojō con la punta. Abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de ella.

Qué bien hueles... Será un placer devorarte.

Satoru alargó esos momentos, mirándole a los ojos, captando todas y cada una de las micro expresiones en el rostro de Suguru. Sorpresa. Estupefacción. Nervios. Esos labios entreabiertos que parecían llamarle a gritos, que se moría por probar. Pero disfrutaría un poco más, saboreando su aliento antes de atacar con la lengua.

–Suguru... –susurró su nombre, sobre sus labios, hambriento de él–. Eres hermoso...

Los párpados de Suguru se abrieron levemente, demostrando con sutileza la sorpresa del chico. Unos ojos brillantes que, bajo la luz del fluorescente del baño, imitaban al oro. Hasta parecían temblar, igual que el labio inferior de su boca. Igual que el resto de su cuerpo, débil de repente como una gelatina.

«Hermoso» no era un término que solían asociar con él. Sabía que era atractivo, tenía su público y más cuando se quitaba esas ropas anchas que ocultaban un cuerpo distinto. Cintura estrecha, caderas redondeadas y unas piernas tersas –una figura extrañamente feminizada que llamaba la atención puesto que tenía una complexión masculina. Su trasero era quien más halagos recibía, comparado muchas veces con un melocotón maduro.

Pero que alguien tan sexy como Satoru le hubiese calificado de «hermoso» le hacía sentir ese torbellino de emociones en la boca del estómago que no le dejaba hablar. Era una sensación eléctrica y adictiva. Su voz era melodiosa y embaucadora, como un canto de sirena. Y su nombre sonaba tan bien en sus labios...

–S-Satoru... –respondió con un hilo de voz, aguantando la mirada torpemente.

No puedo más.

No pasaron ni dos segundos antes de que el propio Satoru cortara el contacto visual para atacar de una vez esos labios que tanto le llamaban. Oír su nombre salido de entre ellos, susurrados con esa voz suave, dulce, extrañamente magnética, fue demasiado para su poca cordura.

Llevó una mano a la mejilla de Suguru para acabar de girarle la cara hacia él y poder besarle al fin. No fue un beso suave, ni dulce, ni sutil. Ese no era el estilo de Gojō Satoru. Le besó con pasión desde el segundo uno, avasallándolo, degustándolo una y otra vez, atrapando sus labios con los contrarios mientras su experta lengua se colaba en su boca, impaciente por entrar y jugar con la contraria.

Getō reaccionó unos segundos más tarde, su cerebro registrando la acción con lentitud pasmosa. Fue como un tsunami. Una ola de un color azul cristalino con espuma blanca como las perlas del mar que le atrapó y le arrastró consigo sin pedir perdón ni permiso.

Primero sintió los labios de Satoru encima de los suyos, y después su lengua. Juguetona e hiperactiva, enseguida se adueñó de su boca sin encontrar resistencia alguna. Su propia lengua parecía rendirse a cada movimiento, siguiendo los pasos que el húmedo músculo de Satoru le marcaba.

Después cerró los ojos suavemente, sin hacerlo del todo, entreviendo a través de sus pestañas. Sus dedos se aferraron al mármol del lavabo, temeroso de soltarse y desmayarse. Ni siquiera habían empezado y Suguru ya estaba fuera de combate, completamente derrotado.

La actitud sumisa de Suguru no hacía más que envalentonar a Satoru, deseoso por más. El más joven se aferró más a su cuerpo, ahora que Suguru parecía –por fin –no rechazarle. Situó su otra mano en la cintura del mayor de forma posesiva, reclamándole para él. Porque eso iba a hacer. Iba a ser suyo esa noche, y no iba a darle tiempo para pensar en nada más que no fuera él.

Suguru se estremeció, pero no se apartó. Al revés, continuó con el beso hasta que sus pulmones chillaron por oxígeno. No quería romper el contacto, pero tuvo que hacerlo. Un suspiro se escuchó entre dientes, como una queja minúscula. Los labios de Suguru resplandecían con la saliva de Satoru. Su boca ya había sido marcada.

–Satoru... –susurró su nombre, girándose por completo para encararlo por fin.

Pero le daba vergüenza alzar la vista demasiado, retar esos ojos contra los que no tenía oportunidad. De repente, fue como si la realidad le golpease de lleno y descubriera –y se diera cuenta– que estaban en los baños de una discoteca. A la vista de todo aquel que atravesara una puerta.

–Aquí no... –murmuró, acariciando con timidez los botones de la camisa del más joven.

Satoru siguió aferrado a la cintura de Suguru, bien pegado a él, mirando atentamente cómo sus dedos tanteaban los botones de su camisa. Volvió a alzar la vista para mirarle a los ojos como un lobo hambriento.

Me está llamando.

Miró un momento de reojo a su lado, viendo uno de los cubículos con la puerta abierta. Sin mediar palabra, volvió a arrastrarle con la mano de la mejilla hacia sus labios y tiró de él hacia el cubículo, besándole sin parar en ningún momento. Notó cómo su cuerpo, impaciente y caliente, chocaba contra la madera con un sonido sordo.

Le daba igual. Le daba igual chocarse contra el picaporte o comerse un maldito urinario, si con eso podía entrar en ese pequeño espacio con Suguru para poder reclamarle al fin.

Chapter 2: Capítulo II

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Ayer no pude actualizar, así que lo hacemos ahora. Debido al éxito del primer capítulo, vamos a subir dos (también porque ahora que se acerca agosto, vamos a estar un poco separadas del ordenador y las actualizaciones no serán tan frecuentes). Esperemos que os guste, y no dudéis en comentar para saber vuestras opiniones! :D

Chapter Text

Suguru no había previsto que su mensaje pudiera tener lagunas. Él quería ir a un sitio más privado, sí –a su casa. Los baños de una discoteca no cumplían ese requisito. Pero no pudo quejarse. Cuando la lengua de Gojō lo atrapó de nuevo, perdió todas las ganas de reprochar nada.

Se dejó arrastrar y entró en el estrecho cubículo con Satoru, viendo a través de sus pestañas hacia dónde se dirigían. La puerta se cerró tras ellos y Suguru sintió cómo era empujado contra ella sin hacerse daño, y también escuchó cómo se cerraba un endeble pestillo. Tuvo la capacidad justa para separarse de Gojō y mirarlo levemente, aún avergonzado y sonrojado, nervioso y ansioso a partes iguales.

–¿Qué vas a hacerme, Satoru...? –preguntó con la voz entrecortada, buscando los ojos de Satoru y apartando los suyos cuando pasaba más de un segundo.

Satoru sostenía la cabeza de Suguru con la mano, entre él y la puerta, para evitar que se hiciera daño. Notó el suave tacto de esas hebras negras entre sus dedos, y no pudo evitar pasearlo entre ellas en una caricia sutil. Miraba fijamente a Suguru, cómo le rehuía la mirada, como un cervatillo asustado.

No hagas eso, porque vas a lograr que me descontrole.

–Voy a hacer que veas las estrellas –repitió las palabras de Mahito, con una sonrisa de medio lado.

Sin darle tiempo a nada, volvió a besarle con las mismas ganas, apretándose a su cuerpo, presionando la cintura antes de pasar la mano por debajo de la sudadera. Suguru aceptó el beso con ganas, y hasta intentó coger el ritmo –pero Satoru era demasiado bueno en eso, y él estaba adormecido por el alcohol. Su cuerpo iba a ralentí. Subió las manos con cuidado por el pecho de Gojō, notando la calidad de la tela de la camisa en sus yemas. No quería rasgarla, no quería estropearla más.

Unas falanges se quedaron jugando con el primer botón que estaba abrochado, como si estuviese dudando en desabrocharlo o no. Las otras subieron hasta la nuca del muchacho para acariciar el delicado y perfecto degradado de maquinilla. Suspiró entre beso y beso y, poco a poco, sus caderas comenzaban a moverse débilmente, embistiendo entre temblores y estremecimientos.

Satoru gruñó en la boca de Suguru al notar el vaivén sobre sus caderas. Parecía que poco a poco empezaba a corresponderle y a participar más en todo lo que estaba a punto de suceder. Sin dudar, subió la mano que se encontraba acariciando la cintura bajo la tela de la sudadera, acariciando con la yema de los dedos la tersa piel, los músculos bien marcados de cintura, abdominales y pectorales, descubriendo fascinado cada uno de ellos.

–Cómo se nota el ejercicio... –murmuró Satoru sobre sus labios, sonriendo, en referencia a la conversación que habían tenido hacía escasos diez minutos.

A diferencia de Getō, él no tenía reparos en hablar o tocar descaradamente el cuerpo ajeno. Suguru se sonrojó de nuevo. Ya sabía qué cuerpo tenía y, aun así, las palabras de Satoru le encantaban.

Rompió el contacto con Gojō y se levantó la sudadera sin llegar a quitársela, escondiendo parte del rostro debajo de la tela mientras le enseñaba a Satoru lo que había debajo. Igual que una muchacha que se levantaba la falda delante de su novio por primera vez, Getō se sentía así de vergonzoso –incluso virginal–, pero también quería continuar.

Ante los ojos de Satoru apareció un cuerpo formado, con unos músculos que, a pesar de notarse, parecían esconderse debajo de la dermis cual tesoro pirata. La cintura del vaquero quedaba justo debajo de su ombligo.

–¿Te gusta...? –preguntó con timidez, tapándose la boca con la tela del jersey.

Las pupilas de Satoru se dilataron con la imagen que tenía delante de él. Sin que sus caderas se separaran, se apartó un momento de Suguru para poder admirarlo como si fuera una obra de arte. Con descaro, recorrió el torso desnudo con los ojos, subiendo las gafas a su cabeza para poder verlo sin ningún impedimento. Después de un par de repasos, subió de nuevo la mirada hacia su rostro, viéndolo de esa forma, tan tímido para lo que estaban a punto de hacer.

Estás jugando con fuego y no lo sabes.

–Tendría que ser muy estúpido para que no me gustara esto –dijo mirándole a la cara, acariciando los costados de Suguru con ambas manos.

Con habilidad, casi como si quisiera ayudarlo, acabó por coger también la sudadera de Getō para pasarla sobre su cabeza y poder quitársela.

–Quiero verte mejor –respondió, con seriedad, viéndole por fin desnudo de cintura para arriba.

Getō sintió que el calor de sus mejillas se extendía por todo su cuerpo. Ahora que ya no tenía ropa, estaba más expuesto que nunca a los ojos curiosos de Satoru, que no se apartaban de él.

Me mira como si de verdad fuese único para él... Y sólo es un chaval... ¿Qué demonios me pasa? ¿Por qué me siento así por un niño?

–Te... Te falta la mejor parte... –murmuró sin saber por qué.

Quizá era el hecho de sentir esos ojos azules clavados en él. Quizá era el deseo egoísta de tenerlo un poquito más para sí. Quizá, simplemente, era el alcohol el que le estaba soltando la lengua.

Con diversión en los ojos, Satoru volvió a alzar la mirada hacia los de Getō, casi sin creerse que el hombre que parecía temblar como un flan entre sus brazos acabara de decir eso. Probablemente, en otras circunstancias, hubiera soltado un comentario ingenioso al respecto. Pero no quería que Suguru se fuera de allí y le dejara con el calentón.

–Ah, ¿sí? –preguntó, con una muy falsa inocencia–. ¿Y esa cuál es? –preguntó en el mismo tono, volviendo a acercarse a él.

Esta vez, le abrazó, recorriendo su espalda musculosa con ambas manos mientras le besaba el cuello. Suguru se dejó hacer. Ladeó más el rostro para darle más acceso a Satoru y correspondió al abrazo de igual manera. A su lado se escuchó el ruido del urinario contiguo, cómo se abría la puerta y unos pasos entraban. Una bolsa de plástico, el golpe de una tarjeta sobre la taza y unas aspiraciones de nariz profundas.

El moreno cerró los ojos con fuerza. No era tan inocente como para no saber lo que estaba sucediendo a su alrededor, pero no le gustaba. Era el único de su grupo de amigos que se mantenía limpio en ese sentido –a pesar de que el alcohol también era una droga. No era un mundo que le gustase conocer. Se separó de Satoru lo justo y necesario para mirarle a los ojos, sin romper el abrazo. Atreviéndose por fin a aguantarle la mirada otra vez a pesar de que seguía con los nervios a flor de piel.

–Me vas a tratar bien... ¿Verdad? –preguntó en un susurro, parcialmente escondido en el pecho de Satoru.

Getō no estaba habituado a este tipo de relaciones esporádicas ni tan repentinas. Por supuesto que había tenido sexo en una primera cita, pero siempre había conocido a la persona antes. A Satoru no, y le daba miedo que le hiciera daño. ¿Por qué? No lo sabía, pero era débil ante esos ojos azules.

Pese a ser un ególatra de manual, Satoru era muy considerado en la cama –o en el baño, como era el caso. Viendo a Getō así, escondido en su pecho, no pudo evitar sentir ternura por él. Le gustaba tenerlo de esa forma, abrazado a su pecho, sintiendo el tacto de su piel en las yemas de sus dedos. Le acarició el pelo suavemente, intentando calmarle, intentando transmitirle que todo iba a estar bien. De nuevo, asintió con la cabeza, con una ligera sonrisa en el rostro.

–Sólo quiero que disfrutes esto tanto como yo –declaró en voz baja–. Si hay algo que no te guste, o si te hago daño, dímelo, por favor.

Getō se dejó atrapar por esa voz, por esos ojos. Eran embaucadores como su dueño. Gojō sabía lo que tenía que hacer, lo que tenía que decir para tranquilizarlo y llevarlo a su terreno. ¿Cómo, si no se conocían de nada?

Ah... Me siento como si tuviera 15 años otra vez... Debería ser yo el que dijera eso, y sin embargo estoy temblando como un flan...

Aunque su cuerpo temblase, los brazos de Satoru estaban allí para sostenerlo. Y le encantaba esa sensación. Asintió suavemente y se mordió el labio, notando cómo iba subiendo la vergüenza hasta su rostro por lo que iba a hacer.

Rompió el abrazo y se dio media vuelta, quedando de espaldas a Gojō –algo que agradeció, porque sentía que estaba rojo como un tomate. Se desabrochó el pantalón con manos torpes y lo mostró. Bajó la cintura del vaquero, junto con la ropa interior, hasta enseñar su trasero. Los mofletes aparecieron como dos melocotones, redondos y suaves y más abultados gracias a que la cintura del pantalón los apretaba hacia arriba como un push-up.

Y giró el rostro levemente, escondiendo los ojos tras la cortina negra que era su pelo, tímido, esperando una respuesta por parte del otro. La mirada de Satoru se oscureció por la onírica visión que tenía delante. Suguru le había llamado la atención por ese culo, sabía que no iba a decepcionarle en absoluto, pero ni en sus mejores sueños pudo imaginarse que podía llegar a gustarle tanto.

Voy a soñar con este momento muchas veces.

Volvió a alzar la vista hacia Suguru al darse cuenta que le estaba mirando, y su cuerpo actuó por impulso, dejando un poco atrás la caballerosidad que había intentado mostrar hasta ahora. Cogió la mano de Suguru y se la llevó directo a la entrepierna, haciendo que le tocara por encima del pantalón.

–Me has puesto duro con sólo verte, Suguru... –dijo, apretando la mano contra la tela vaquera, pretendiendo enfatizar sus palabras y que el otro viera que eran totalmente sinceras.

Lo que me voy a divertir contigo...

Las mejillas de Getō enrojecieron aún más. Notaba perfectamente el miembro de Gojō bajo la tela del pantalón, duro y listo para la acción, y se le hizo la boca agua.

Parece grande... Ah... Hace varios meses que no hago esto...

–Quiero verlo... –susurró, mirando a Satoru a través de sus pestañas.

A Gojō se le escapó un gruñido de la garganta por lo explícito de las palabras de Getō.

El gatito asustado se está soltando...

Sin ninguna clase de vergüenza, se metió la mano de Getō dentro de la ropa interior. Luego, se desabrochó la hebilla del cinturón y el pantalón para, seguidamente, bajarlos junto al bóxer hasta medio muslo. Todo eso con una sola mano. La otra estaba demasiado ocupada palpando la delgada cintura del de delante, recorriéndola con su tacto, bajando luego para tocar ese culo con descaro, poniéndose cachondo mientras lo miraba.

Ligeros jadeos escapaban de su boca mientras admiraba y tocaba esa obra de arte. Paseaba los dedos por la redondez de las nalgas, apretaba toda la nalga con su mano, como si quisiera establecer dominancia y posesión a ese tesoro que acababa de ser descubierto.

Suguru se estremeció y un jadeo se escapó de sus labios, muestra inequívoca de que se estaba encendiendo. A pesar de los reparos que podía sentir, del entorno poco inspirador y el alcohol de su cuerpo, Getō quería continuar. Ese muchacho le estaba volando la cabeza y le encantaba. Su mano temblorosa contrarrestaba con la de Satoru, que le tocaba el trasero sin pudor alguno. Era abrumador, pero en el buen sentido. Se sentía extasiado siendo el centro de su atención.

Lentamente, comenzó a mover la mano con una cadencia rítmica, masturbando el miembro de Satoru aunque no le hiciera falta endurecerse más. Su vista se paseaba de su miembro a sus ojos, como en un partido de tenis.

Sin lubricante... Quizá Mahito tenga... Pero no quiero salir ahora... Ah, me parece que tengo un preservativo en la cartera...

–Satoru... Dame un beso, por favor... –suplicó.

Satoru, quien no paraba de jadear por el contacto con Suguru, notó como empezaba a envalentonarse, llegando al punto de no retorno.

–A ti te doy lo que quieras –respondió antes de lanzarse sobre Suguru, atrapando sus labios en un beso hambriento y desesperado.

Sus manos recorrían todo su cuerpo, tocándolo por todas partes con urgencia. Pocas veces había sentido esa necesidad de poseer a alguien, y no iba a frenar sus impulsos –nunca lo hacía, menos ahora. Le abrazaba tocándole los hombros, los abdominales, el pecho, entreteniéndose un momento a jugar con el pezón de Getō, poniéndolo en punta y presionando ligeramente después.

Esa misma mano se apartó un sólo segundo del cuerpo ajeno para pegar un fuerte tirón a su camisa. Le daba igual arrancar todos los botones, necesitaba sentirlo piel con piel al abrazarle, al tocarle. La otra mano seguía dedicada a adorar su culo, sus caderas y su cintura, sin perder el contacto más que para deslizarla, frotando la piel, el pubis del chico, dirigiéndose a su miembro para abrazarlo con sus dedos también.

La boca de Gojō, furiosa, reclamaba la de Getō como propia. Esta vez, no pidió permiso para colar la lengua como antes, fue directa a por él. Recorría cada espacio de su boca, saboreándola, degustando el sabor seco del Martini, reconociendo interiormente que así sí que le encantaba el alcohol. Embriagándose de Suguru, avasallándole con todas las atenciones que pudiera darle, y todas las que iba a darle.

Suaves jadeos comenzaron a escaparse de la garganta de Suguru, suspirando cada vez que notaba los ociosos dedos de Satoru sobre él. Estaba decidido a aprenderse toda su figura a base de caricias, y al moreno le encantaba la idea. Siempre le había gustado que le tratasen bien, buscando un contacto más romántico que pasional.

Pero comprendía la situación y sabía que no podía exigirle a un desconocido como Satoru que le hiciera el amor. Allí mismo, encerrados en un cubículo de los servicios de una discoteca de Shinjuku, el cuerpo le pedía guerra aunque al día siguiente se muriese de la vergüenza.

–Me gusta cómo me tocas... Me gusta cómo me besas... –murmuró, y la voz le temblaba un poco.

Acabó por girarse del todo y se pegó contra el pecho de Satoru con el suyo, buscando un poco más de fricción hasta que se separó y, sin decir palabra, se arrodilló frente a él. Sonrojado hasta el extremo, mirándole con sus ojos de zorro. Como si hubiera sido una orden velada, Satoru apretó más el agarre sobre el cuerpo de Suguru.

–Prometo que voy a hacerte cosas que van a gustarte mucho más –respondió, con una sonrisa de medio lado.

Getō le correspondía, se abría más a él, y eso le encantaba. Satoru abrió los ojos con sorpresa cuando vio a Suguru agachado enfrente de él. Él no solía practicar sexo oral para los polvos de una noche, pero para nada iba a negarse a ello.

Míralo... Está para comérselo enterito...

Tragó saliva, agarrándose él mismo la base del pene, ofreciéndoselo a su acompañante de esa noche. Suguru entrecerró los ojos y bajó la vista hasta el miembro de Gojō, que le saludaba muy animado. El glande sonrosado hasta le parecía bonito, igual que su dueño. Se apartó un mechón de pelo y se lo guardó tras la oreja, mostrando más su rostro arrebolado.

Y, de forma inocente, le dio un pico al miembro de Satoru de forma tierna antes de abrir la boca y comérselo sin prisa, cerrando los ojos y degustando la carne con sus labios. A Gojō se le escapó un jadeo cuando Suguru se introdujo su miembro en la boca, disfrutando de ese primero momento.

–Dios, Suguru... –murmuró con la voz ronca por el placer, sin perderse detalle de la escena que tenía lugar bajo él.

El pequeño flequillo volvió a escaparse de la oreja del mayor a medida que seguía con el vaivén de la boca sobre su miembro, y Gojō tuvo el impulso de ser él mismo quien se lo apartara del rostro, dulcemente, manteniendo la mano al lado de su cabeza. Acarició suavemente la mejilla hinchada de Getō con el pulgar. Satoru tenía muy en cuenta todo lo que el otro le decía, y notaba que le gustaba ese tipo de contacto más íntimo, cariñoso incluso en la situación en la que estaban.

Getō suspiró por la nariz mientras iba cogiendo ritmo. No lo hacía especialmente rápido, al revés. Se introducía el miembro de Satoru hasta casi el final, sacándolo despacio mientras lo humedecía con su saliva. No tenía unos labios prominentes, pero parecían más rellenos ahora que succionaba. Mantenía las manos sobre sus rodillas, casi sentado en postura seiza como si estuviera haciendo un acto devoto. Como si Satoru fuese algún ser venerable y divino.

Manteniendo los ojos cerrados, evitando hacer contacto visual para no ponerse más nervioso. Sin necesidad de sacarse el miembro de la boca, llegaba a acariciar el glande con los labios y comenzaba de nuevo, compaginando bien la respiración. Siempre le habían alabado su habilidad para el sexo oral, era consciente de ello y por eso se había ofrecido –porque quería dejarle a Satoru un buen recuerdo de él.

Su propio miembro se veía entre la tela de sus pantalones, medio erecto, como una flor cubierta por sus hojas. Su trasero continuaba al descubierto y, aunque le resultaba un tanto invasivo, pronto debería comenzar a prepararse si quería llegar hasta el final.

Los gemidos escapaban de la boca de Satoru sin poder frenarlos, teniendo que apoyarse con la otra mano a la puerta para evitar perder las fuerzas. A diferencia de Getō, Gojō sí se atrevía a mirar. Observaba cada detalle del rostro de Suguru, sus ojos cerrados, sus labios hinchados, su boca llena con su miembro, desapareciendo entre sus labios hasta perderse en su garganta.

Dios... Lo hace muy bien...

–Suguru... –volvió a decir su nombre, con la voz ronca, mirándole, jadeando.

Se notaba la frente sudada, el pelo se le humedecía a consecuencia y sabía que tendría la cara sonrojada por la excitación. Su cuerpo entero desprendía calor por las atenciones recibidas, y notar la saliva caliente en cada poro de su miembro no ayudaba para nada. Con cierta delicadeza, siguió acariciando el rostro y el pelo de Suguru, como si le felicitara por un trabajo bien hecho.

Reuniendo algo de valor, Suguru abrió los ojos y miró a Satoru, estableciendo contacto visual enseguida. Tener a alguien tan atractivo como Satoru así, de esas maneras, le provocaba un sentimiento de orgullo que rara vez experimentaba.

Despacio, hizo un par de movimientos más y acabó por sacarse el miembro con delicadeza. Lo sostuvo con las yemas de una mano, muy próximo a su rostro como si lo estuviera exhibiendo, y comenzó a dejar pequeños besos por la piel. Desde el glande hasta la base.

–¿Lo estoy haciendo bien, Satoru? –preguntó contra la piel de su miembro, aguantando la mirada.

A Satoru se le escapó todo el aire de los pulmones.

–Sí –se apresuró a contestar–. Sí, joder, sí... Eres increíble, Suguru... –siguió felicitándole, ahora siendo él quien se vio obligado a cerrar los ojos un par de segundos, apoyando la cabeza sobre la mano que sostenía la puerta.

Sin poder controlar sus reacciones, agarró el pelo de Suguru por la base, apretándolo entre sus dedos. No le daba ningún tirón, no le hizo daño, pero sí que notaría la presión en la zona.

–¿Quieres follarme la boca, Satoru? –volvió a preguntar, notando la presión sobre su pelo.

Getō nunca se dejaría abusar de esa forma, ponía por delante de toda su integridad física y no le gustaba la degradación que algunas personas asumían con ciertas prácticas, pero con Satoru iba a hacer una excepción. Se estaba portando tan bien con él, estaba siendo tan gentil...

–A ti te dejo –añadió, haciendo una caída de ojos.

Gojō tragó saliva ante la declaración.

–¿Pu-Puedo? –preguntó de nuevo, con la voz entrecortada, mirándole a los ojos.

Aunque hubiera dado su consentimiento explícito, quería asegurarse de su respuesta. No quería portarse mal con él porque, para Satoru, su prioridad era que su amante disfrutara. Eso le hinchaba mucho más el ego que el mejor de los orgasmos, pero cuando tenía un chico tan atractivo como Suguru, tan dispuesto... Podía llegar a descontrolarse.

Suguru se limitó a morderse el labio y asentir suavemente, fingiendo inocencia mientras sus ojos brillaban con lujuria. Satoru asintió, imitando a Suguru sin darse cuenta, excitado.

Éste al final me hace pillar un infarto... ¿Cómo puede ser cada vez más guapo?

–Cualquier cosa, me dices y paro... –pidió como si fuera un favor. Sonrió de medio lado, recuperando el ambiente enseguida–. Y ahora, abre bien la boca...

Abriendo algo más las piernas, volvió a incorporarse sobre el sitio, equilibrándose bien para lo que venía. Gojō sujetó la cabeza de Getō por donde ya lo estaba haciendo y, sin perder más tiempo, echó las caderas hacia delante a la vez que le empujaba hacia él, hasta que su nariz tocó el vello blanquecino de su entrepierna.

Su miembro se abrió paso por la boca de Getō sin resistencia alguna, sintiendo la calidez de su boca, cómo era abrazado por la lengua y la garganta de Getō, cómo este presionaba con los labios alrededor de su tronco, cómo aguantaba esa arcada que seguro le había provocado –Gojō no era precisamente pequeño. Le mantuvo ahí, bien amorrado a su polla mientras le miraba a los ojos.

–Por dios, Suguru... Deberías verte ahora mismo... –murmuró, tremendamente excitado.

Suguru contestó con un suave pestañeo, incapaz de pronunciar alguna palabra con la boca completamente llena. Incluso su garganta estaba abultada, lo notaba. Satoru no era precisamente pequeño. Sus palabras le gustaron y ronroneó como un gato, complacido, para provocarle más placer. Pensaba regalarle la mejor mamada que le habían hecho nunca.

Gojō sintió que perdía por un segundo la fuerza en las piernas, cerrando los ojos, incapaz de mantenerlos abiertos estando tan cachondo. Perdiendo el poco autocontrol que podía tener, apartó la cabeza de Getō despacio, hasta que su glande apareció entre los labios, para volver a meterla de golpe, aferrándose al final con ambas manos a su pelo.

–Ah, joder, Suguru, me encanta... –murmuró, dejando que los gemidos escaparan de su boca.

Sabía que cualquiera de los tíos de fuera le estarían escuchando gemir, estarían escuchando el sonido de las arcadas de Getō, la carne perforando la boca y la saliva escurriéndose. Pero no podía importarle menos. En ese momento, estaba disfrutando de lo lindo con Getō entre sus piernas.

Suguru cerró los ojos y notó cómo se le humedecían, unas lágrimas amenazando con salir. Gojō no iba a tener consideración con él, y no le importaba. Se lo había pedido, se lo había concedido. Abrió aún más la boca, todo lo que pudo, y escondió los dientes bajo su lengua para que nada estorbase el camino del miembro de Satoru penetrando su boca sin parar.

Y un jadeo opacado se escapó por sus labios, prueba evidente de que le estaba gustando. Con vagueza, llevó una mano a su entrepierna y comenzó a masturbarse lentamente. Satoru, que no perdía detalle de Suguru en ningún momento, se fijó en lo que estaba haciendo. Su sonrisa se amplió y, sólo por ver qué pasaba, volvió a apartarle la cabeza a Getō para volver a empotrarla contra él, más rápido.

–¿Te gusta mi polla? –preguntó, con fingida inocencia.

No le dejó contestar, puesto que volvió a manipular su cabeza como quiso para obligarle a tragarse su polla de golpe, obligándole a quedarse bien pegado a él.

Me gusta mucho. Me encanta.

Getō no podía contestar, y no lo hizo. Pero sí volvió a ronronear, esta vez más fuerte, como si fuese un jadeo gutural.

Vamos, haz lo que quieras conmigo... Me has prometido ver las estrellas...

Satoru volvió a gemir, notando lo que parecía disfrutar también Suguru con eso.

–Te gusta... –afirmó por los dos, sonriendo, jadeando, sonrojado–. Y es toda para ti... –siguió diciendo, obligándole a tragársela cada vez más deprisa, cada vez más al fondo, follándole la boca, tal y como Suguru le había ofrecido.

Getō suspiró y comenzó a succionar cada vez que la polla de Satoru entraba en su boca, como si quisiera atraparla entre su paladar antes de que volviese a salir con fuerza. Sus labios hacían ventosa y pronto empezaron a enrojecerse del esfuerzo, llenando el pequeño cubículo de sonidos húmedos y obscenos.

Otras veces, Getō se hubiese tragado la saliva que su boca iba generando, pero ahora no. Todo lo contrario. Dejaba que se escapase por su barbilla cada vez que la polla de Satoru le penetraba, imaginando que eso le gustaría. Era un chico joven y seguro que tenía muchos fetiches sexuales.

Notaba que sus testículos le golpeaban en la cara, y casi parecía que le estaban dando un azote, una bofetada. Como si Suguru necesitase corrección. Aumentó la velocidad de su mano, su miembro erecto agradeciendo el contacto. La otra, sin embargo, la llevó a su parte trasera y comenzó a acariciarse los glúteos.

Eso es...

Satoru estaba tan centrado en el placer que la boca de Suguru le ofrecía que le pasó desapercibido lo que pasaba detrás de él.

–Joder, tu boca es gloria bendita... –dijo Gojō, aún perdido en su propio placer y sacudiendo la cabeza de Getō a su antojo.

Trágatela entera, vamos... Esto te gusta tanto como a mí...

Suguru se estremeció, excitado con el placer de Satoru. Le gustaba que estuviese disfrutando tanto, que le dijera esas cosas sin vergüenza alguna. Getō no era una persona ególatra, pero reconocía que le gustaba gustar y le gustaba sentirse deseado –como a todo el mundo. Llevó su mano hasta el final de su trasero con cierta dificultad por la postura, que no le daba un buen acceso, pero comenzó a acariciar suavemente su propio anillo de músculos como iniciación a lo que le esperaba. No tenía lubricante a mano y no quería tocarse sin él –se esperaría a que Satoru se lo permitiese.

Satoru abrió de nuevo los ojos para mirar a Getō, viendo su rostro contorsionado por la mamada y follada de boca.

¿Qué...?

Alzó un poco la cabeza para ver por qué el brazo de Suguru estaba echado para atrás, aun moviendo la cabeza del contrario. El moreno volvió a suspirar, aumentando el ritmo de la mano que se masturbaba. Le estaba encantando el trato rudo de Satoru, le estaba gustando demasiado. Satoru vio que parecía tocarse la entrada, e igual le pareció que se estaba preparando a sí mismo.

Eso sí que no.

Quizá fuera por el alcohol y por la borrachera que llevaba encima –nada grave, pero sí que notaba que le afectaba a los sentidos y a su actitud–, pero no pudo evitar enfadarse por ello.

–¿Qué te crees que haces? –preguntó, separando al mayor de su miembro con un tirón.

Satoru miró seriamente hacia abajo, pero no enfadado, aun jadeando. Hilos de saliva unían su miembro a la boca de Suguru, y le pareció la visión más erótica que había visto en mucho tiempo.

Así aún menos.

Con menos delicadeza de la que hubiera querido, con movimientos algo bruscos debido al exceso de alcohol en su cuerpo, que no le permitían calcular bien, Satoru cogió a Suguru del brazo y le obligó a levantarse. No le dio tiempo a decir nada, acabó empotrándole de cara a la puerta, con su otra mano en medio para que no se hiciera daño.

–Esto es cosa mía –susurró en su oreja, antes de morderle suavemente el lóbulo y tirar de él–. Tú sólo tienes que disfrutar.

Le lamió toda la longitud del cuello, desde la base hasta casi el oído de nuevo.

–Abre la boca –volvió a susurrar, con los dedos preparados cerca de los labios de Suguru.

El cerebro de Suguru no fue capaz de registrar lo que había sucedido. Un segundo estaba de rodillas frente a Gojō, permitiéndole vejar su boca de cualquier manera, y al siguiente estaba contra la pared de malas maneras. Lo miró con los ojos bien abiertos, descolocado, pero no dijo nada –no sabía qué decir. Le temblaron los labios otra vez, pero abrió la boca como le había ordenado. Satoru esperó pacientemente a que Suguru abriera la boca para colar dos de sus dedos en ella, buscándole.

–Chúpalos bien... No quiero hacerte daño –explicó, dejando que le lamiera.

Y ambos sabemos lo bien que se te da chupar...

Getō bajó la mirada y aceptó la intrusión, lamiendo ambos dedos de Satoru como le había pedido. Pero no estaba convencido del todo.

La saliva es mal lubricante... Joder, me va a doler...

Satoru, aunque borracho, notaba que Suguru parecía algo incómodo.

¿Estará poco acostumbrado a ser el de abajo? No lo parece, con lo dispuesto que estaba. Quizá sólo es tímido...

El más joven lamió de nuevo el cuello de Getō, degustándolo y besándolo de forma delicada, intentando transmitirle confianza, relajarle en cierto modo por lo que venía.

–Suguru, eres delicioso... Me muero de ganas por estar dentro de ti... –susurró, pegado a su piel.

Cuando lo consideró oportuno, sacó los dedos de la boca de Suguru y los bajó a su trasero, buscando entre sus glúteos, tanteando su entrada.

–Voy a meter uno –susurró en su oído, besándole el hombro, el cuello y todo lo que tenía a su alcance–. Iré despacio, avísame si te duele...

Suguru se sonrojó de nuevo, incapaz de reaccionar de otra manera ante las palabras de Gojō. Le decía cuatro tonterías y ya estaba flotando entre las nubes. ¿Qué demonios le estaba pasando?

Tengo que decirle algo... Esto estaba yendo bien y va a acabar como siempre...

Suguru disfrutaba siendo pasivo. Pero sus relaciones sexuales habían sido poco satisfactorias en ese sentido, y no había sido por falta de intentos. La mayoría de parejas activas no habían sido capaces de satisfacerle lo más mínimo, al revés, y Getō había acabado prefiriendo ser el activo para, al menos, disfrutar un poco.

El sexo homosexual también tenía muchos estereotipos, y él los detestaba. ¿Por qué el pasivo tenía que ser tan maniatado? ¿Por qué tan poca empatía con él? El sexo anal no consistía en meterla y empotrar con fuerza, había que tener cuidado y prepararse bien. Y, por supuesto, intentar dar el máximo placer. La próstata no era fácil de encontrar, y muchos hombres pensaban que sólo con clavarla hasta el fondo lo iban a lograr.

Getō había creído que, quizá con Satoru, iba a ser diferente. ¿Por qué? No lo sabía explicar, pero lo había creído posible. Ahora empezaba a dudar.

–Tengo un preservativo en el bolsillo... –murmuró con cierto nerviosismo–. Creo que deberíamos usarlo para el lubricante...

Satoru se quedó parado en ese momento, completamente quieto.

Preservativo, lubricante...

Era como si sus neuronas intentaran conectar una con la otra.

Oh. Claro. Lubricante.

–Casi lo olvido, perdona –murmuró separándose un momento de él, metiéndose de lleno en un nuevo trabajo.

Se subió los pantalones lo justo para poder sacar la cartera del bolsillo. Del interior de ésta sacó un sobrecillo de aluminio. Lubricante. Nunca salía de fiesta sin un par de esos, mucho menos si planeaba acostarse con un chico.

–Tengo esto –se lo enseñó, con una sonrisa sincera y algo de vergüenza por no recordar un detalle tan importante–. Hay más, así que no te preocupes.

Suguru suspiró suavemente, aliviado. Conocía esos sobres, Mahito los usaba de continuo y él, a veces, también.

Parece que ha captado la indirecta... Bueno, hemos conseguido algo.

–Supongo que no es... La primera vez que lo haces... ¿No? –preguntó con vergüenza, intentando sonar lo más educado posible.

Lo último que quería era herir los sentimientos de Satoru, pero por encima de todo estaba su bienestar –y no le importaba prepararse a sí mismo, lo hacía con cierta asiduidad. El menor ladeó la cabeza, algo confundido.

–¿Sexo? –preguntó, sin entender por dónde iba.

–No... Me refiero a... Los preliminares... A la preparación... –Getō respondió con más vergüenza aún.

Satoru bajó la cabeza, mirándole con confianza y con cierto deje a travesura.

–¿Quieres que te hable de mis otras conquistas en este momento? –preguntó, divertido.

Suguru negó con la cabeza, agachando la vista levemente. Él no encontraba la gracia a ese comentario. Al revés, le hizo sentirse como un juguete en manos de un niño grande. Un niño que, encima, era más joven que él. El alcohol que se le había subido a la cabeza comenzó a desaparecer y, aunque Satoru siguiera pareciéndole un muchacho muy atractivo, no sabía qué se escondía detrás de tanta fanfarronería.

–Quiero ver las estrellas, Satoru... –susurró, sintiéndose expuesto y vulnerable.

Satoru relajó un poco la postura. No sabía qué clase de relaciones había tenido Suguru, pero él podía vanagloriarse de ser muy considerado. Por supuesto que con Suguru iba a serlo, y más viendo lo nervioso que parecía al respecto.

–Y vas a verlas –respondió en un tono más dulce–. Te lo prometo, Suguru...

Volvió a besarle el cuello, esta vez sin lametones exagerados ni mordiscos, sólo besándole, intentando calmarle. Abrió el pequeño sobrecito y esparció parte del lubricante en los dedos.

–Voy a meter uno. Voy a ir muy despacio, y dime si te hago daño, ¿sí? –preguntó al final, como si pidiera permiso.

Getō asintió levemente, cerrando los ojos por inercia. Apoyó la frente en la puerta y agarró la mano libre de Gojō, llevándola hasta su propio pecho para que le acariciase también. Quería que le abrazase, que le rodease y le protegiese.

–Está bien, Satoru –murmuró con suavidad.

Cumpliendo los deseos de Suguru, Satoru acarició el pecho bien formado del mayor. No de forma posesiva como antes, sino con más cuidado. Besando el cuello de Getō por detrás, los hombros, la nuca, todo lo que tenía al avance. Con cuidado, tanteó la zona más íntima de Suguru, encontrando su anillo de músculos y acariciándolo de forma delicada antes de, muy despacio, empezar a introducir la primera falange.

Suguru tragó saliva e intentó relajarse. Sería más complicado si estaba nervioso, lo sabía. Un dedo no era nada, sobre todo cuando se lo metían tan despacio y con tanto cuidado. Parecía que Satoru le había leído la mente y estaba atendiendo correctamente sus peticiones silenciosas.

–No soy tan frágil, Satoru... Puedes ir un poco más rápido... –susurró, reuniendo su orgullo herido.

Satoru sonrió sobre la piel de Suguru, soltando el aire por la nariz.

–Lo sé –respondió, tranquilo–. Me gusta así...

Habiendo ya introducido la primera falange casi por completo, empezó a buscar ese punto dulce dentro de Suguru, ese que sabía que iba a encantarle.

–Concretamente, así…

Gojō acabó de hablar y Getō sintió que algo explotaba en su interior. Sus paredes internas comenzaron a convulsionar y, seguidamente, todo su cuerpo. Le temblaron las rodillas, las piernas perdieron fuerza.

¿Qué...?

Suguru abrió los ojos de golpe y sintió el delicado movimiento del dedo de Gojō en su interior. Y se le escapó el aire entre los dientes, casi como un suspiro entrecortado.

Está... Está...

Bien... He acertado.

Satoru volvió a suspirar, sonriendo de nuevo en la piel de Suguru.

–¿Te gusta? –preguntó, agravando un poco la voz.

Le ponía cachondísimo ver en primera persona el placer que era capaz de ofrecerle a alguien. Suguru intentó hablar, pero sólo consiguió que la nuez de su garganta se moviese arriba y abajo sin emitir sonido alguno. Arqueó la espalda y pegó más la frente a la puerta del servicio, manchando la superficie con su sudor –¿desde cuándo estaba sudando?

Dios mío... Dios mío, dios mío, dios mío...

Satoru no había tardado ni un segundo en encontrar su próstata. ¿Cómo? ¿Tenía alguna habilidad especial? ¿Magia? ¿Rayos X? Suguru no tenía ni idea, y su cerebro tampoco estaba para especular porque estaba sufriendo un cortocircuito orgásmico en esos momentos.

El vientre bajo le ardía como si un hierro candente le estuviera perforando las entrañas. Pero sólo era el dedo de Satoru, acariciando su punto más débil una y otra vez. Su miembro dio un respingo, duro y erecto como el mástil de una bandera. A puntito de caramelo.

–Me... Me... –jadeó sin voz, con la garganta extrañamente seca.

A Satoru se le subió todo a la cabeza al ver a Suguru responder de esa forma. El erotismo que desprendía ese hombre debería estar prohibido. Animado, siguió metiendo el dedo, acariciando una y otra vez ese punto, usando la mano que tenía en el pecho para acercarle más a él, para pegarle más a él.

–Vamos, Suguru... –siguió animándole, cogiéndole por el cuello para acercarle a él, a su cara, para verle, como podía.

Como si fuese una orden, el moreno terminó alcanzando el orgasmo de manera repentina y explosiva. Todo su cuerpo ardía, la piel enrojecida era prueba de ello. Con la vista clavada en el blanco techo, los ojos bien abiertos. Sus paredes internas dilatadas, apresando el dedo intruso para no dejarle marchar. Y su miembro, chorreando como una fuente mientras esparcía su semilla sobre la puerta del urinario.

Suguru había tardado segundos en correrse. Nunca lo había hecho así de rápido, ni siquiera él sólo. Ni así de intenso. De no ser por Satoru, ya estaría tirado en el suelo sin poder mover las piernas. Su cuerpo convulsionaba de la misma manera que lo hacía su cerebro, incapaz de asimilar lo que estaba viviendo. Sólo sabía que aquel muchacho le acababa de regalar un orgasmo delicioso.

Satoru, que tenía bien sujeto a Suguru, no se perdió detalle de su cara mientras se corría. Encima, haberlo conseguido tan rápido y prácticamente sin tocarle le inflaba el ego hasta niveles insospechados.

–¿Te ha parecido un buen primer paso? –preguntó, con inocencia, aun sosteniéndole y acariciándole la mejilla con el pulgar.

Mantuvo el dedo en el interior de Suguru, y por nada del mundo iba a sacarlo ahora. El moreno se sonrojó aún más, avergonzado con la pregunta. Notaba cómo se pegaban las hebras de su pelo negro al cuerpo por la frente, los hombros y la espalda.

¿Qué ha sido eso...? ¿Cómo...? ¿Cómo lo ha hecho...?

Miró de reojo a Satoru sin sentirse con fuerzas para aguantarle la mirada. Se mordió el labio y asintió levemente. No tenía fuerzas para hablar, se había quedado sin voz y ni siquiera había podido gemir a gusto –todo muy deprisa, como un huracán que había destrozado todo a su paso.

Curiosamente, los baños tenían una bastante mejor iluminación que la discoteca, por lo que Satoru era perfectamente capaz de distinguir el sonrojo en las mejillas de Suguru. Sonrió con más ganas al verlo, le encantaba el efecto que podía provocar en él, verle disfrutar de esa forma.

–Me alegro –mencionó, con la mirada oscurecida.

Llevaba los pantalones bajados, por lo que su miembro, completamente duro, se clavaba contra el muslo de Getō, reclamando unas atenciones que aún no iba a recibir, porque antes tenía que encargarse de algo. Besó con suavidad los labios de Suguru.

–Voy a meter otro –susurró sobre ellos, antes de volver a juntarlos.

Y, con la misma parsimonia que antes, Satoru añadió un segundo dedo a la ecuación, atento a cualquier señal de incomodidad por parte de Suguru. Getō se estremeció de pies a cabeza, jadeando entre dientes. Después del orgasmo, su cuerpo estaba relajado y el dedo entró sin problemas en su entrada más dilatada.

Los pies se resbalaron un poco y se abrió más de piernas, todo lo que el vaquero le permitía, sujetándose a la puerta con ambas manos para no caerse. Bajó la espada e intentó sacar el trasero, buscando más fricción y contacto en la zona, separándose un poco de Satoru para lograr la postura deseada –como si se estuviera acomodando en la encimera de una cocina, listo para la acción.

Más... Necesito más... Otro dedo no es suficiente...

–Ah... –gimoteó contra la puerta del baño, cubriendo su rostro con las cortinas de su pelo–. S-Satoru...

Satoru sonrió para sí mismo al ver a Suguru encorvarse, permitiéndose por un momento observar ese culo que tanto le había hipnotizado. Se relamió.

–Suguru...

Qué vista más maravillosa... Me muero por ver mi polla entrar ahí...

La mano libre de Satoru fue a la cintura del mayor, acariciándola, admirando su estrechez contrastada con las anchas caderas, imaginándose cómo sería follárselo con su polla y no con sus dedos. Jugaban en el interior de Suguru, haciendo la tijera, entrando y saliendo, dilatando la zona tan rápido y cuidadosamente como podía.

El calor le volvía a subir a la cabeza, y tuvo que intentar centrarse de nuevo para no ser un maldito animal y follarse ese culo en ese preciso momento.

Quizá fuese el orgasmo que acababa de tener, tan intenso y reciente, pero su cuerpo reaccionaba demasiado bien a las atenciones recibidas. Hasta sentía que estaba dilatando más rápido que otras veces, como si estuviese predispuesto para Satoru y para lo que iban a hacer.

Como si esto fuese un omegaverse y mi cuerpo estuviese listo para ser fecundado... No, para, ¿en qué estoy pensando? Ah... Siento que mi cerebro no funciona bien...

–Satoru... –se atrevió a llamarlo, mirándole con sus ojos de zorro a través de los mechones de pelo–. ¿T-Te gusta? Dime cosas bonitas...

Satoru levantó la vista del culo de Suguru a su cara. Verlo ahí, tan necesitado, con tantas ganas de más...

Joder, qué bueno estás.

Una gota de sudor recorrió su sien, bajando por la mejilla. Tanta sensualidad en una mirada debería estar prohibida. Volvió a subir la mano hacia el pecho, acariciándole, recorriendo su cuerpo entero.

–Me encanta... Eres muy sexy, Suguru...  –respondió en un gruñido–. Joder, Suguru... Me pones muy cachondo...

Suguru se movió siguiendo el ritmo de la mano ajena, buscando su caricia desesperadamente. No era alguien egocéntrico ni ególatra, pero reconocía que le gustaba recibir halagos –sobre todo de alguien tan atractivo como Satoru. Él no solía hablar durante el sexo, pero le gustaba escuchar y que le dijeran con todo lujo de detalles lo que sentían por él.

Después de varios años y varios fracasos sentimentales, Suguru había acabado creyendo que no iba a encontrar a nadie para él. Sabía que no había nada de malo en estar soltero –un compañero de trabajo era más mayor y seguía libre–, y aún era joven, ni siquiera había llegado a los treinta. Pero mentiría si dijera que no deseaba despertar con alguien a su lado todos los días.

Y en esos momentos de sexo esporádico, las palabras de Satoru saciaban su sed sentimental.

–¿Aunque sea más mayor que tú...?

¿Eso importa?

–Por supuesto –respondió al instante–. Si me importara, no te hubiera hablado –siguió Satoru.

Tienes un aire maduro que me pone mucho...

Suspiró, recuperando el aire mientras seguía jadeando, moviendo sin parar la mano, preparando al moreno.

–Tienes un aire maduro que me pone muy cachondo...

Una carcajada entrecortada se escapó de la garganta de Suguru –ese comentario había tenido su gracia porque él lo veía completamente al revés.

–¿Cómo voy a ser maduro...? S-Si me tienes temblando entre tus manos como un a-adolescente... –jadeó–. Listo para ti...

Eso es porque soy muy bueno.

Satoru se agachó hasta cubrir con su pecho la espalda de Suguru, quedando de nuevo a la altura de su oído.

–Eso no tiene nada que ver... –susurró en su oreja, antes de besar la piel justo debajo de ella–. Es cómo te veo... Y ni te imaginas lo que me gusta verte así, entre mis brazos...

Siguió besando el cuello de Suguru como si fuera lo más valioso que había tenido en su vida.

Creo que...

–¿Puedo meter otro? –le pidió permiso, consintiéndole un poco.

Chapter 3: Capítulo III

Notes:

Capítulo extra ;)

Chapter Text

                Getō cerró los ojos y dejó que las sensaciones del momento le embriagasen por completo. Se estaba emborrachando de Satoru, de sus atenciones y sus caricias, de sus miradas y sus hábiles palabras. No se conocían, pero Suguru ya había adivinado que sería un buen conversador en la cama. Tenía ese carisma, esa sensualidad palpitante.

No podía negarse a nada de lo que le dijera. Si ahora mismo abría la puerta y le pedía a Suguru que se colocase a cuatro patas en medio del baño, a la vista de todo el mundo, al moreno le hubiese faltado tiempo para quitarse los pantalones y abrirse como una flor para él.

–Con más lubricante, por favor... –contestó.

Satoru asintió con la cabeza y los ojos cerrados, aspirando antes el aroma de Getō.

Su pelo huele tan bien... Y a la vez es tan varonil...

–Tus deseos son órdenes –respondió en un susurro.

Se apartó un momento de Suguru para coger otro de los sobres que tenía guardados en la cartera, con impaciencia y cierta torpeza por la excitación y el alcohol. Abrió el sobrecito con los dientes, manchándose la boca en el proceso, y se untó tres dedos con el fluido viscoso.

–Voy a meterlos... –informó, desde detrás de él.

Se tomó la licencia de tomar el glúteo del moreno con la mano para abrirlo más, para poder ver con todo lujo de detalles como su entrada se abría y aceptaba gustosamente sus dedos.

–A-Ah... –Getō jadeó, todo su cuerpo temblando.

Se puso de puntillas y sus piernas se tensionaron, sintiendo la intrusión dentro de él. Arañó la puerta sin querer, presionó con los dedos hasta que se le quedaron blancos. Pero no era suficiente.

Más... Quiero más...

Se mordió el labio y reprimió un gemido, notando cómo el vello de la nuca se le erizaba como si una corriente eléctrica le recorriese la zona.

–Sa... Satoru...

–Suguru... –susurró su nombre como respuesta, notando como los nudillos llegaban a alcanzar la carne.

Se siente tan bien así...

Satoru no podía dejar de fantasear en cómo sería follarse ese culo.

–Siento como me estiras los dedos... ¿Tantas ganas tienes? –preguntó, sonriendo con cierta malicia.

Sí... Ah, me muero de ganas... No puedo...

Satoru no se movía muy rápido, de hecho parecía que se estaba recreando y se estaba tomando todo el tiempo del mundo para prepararlo a pesar de estar en unos baños de una discoteca, con cientos de personas a su alrededor. Y Getō se lo agradecía, estaba eternamente agradecido por ese trato gentil, pero también notaba que estaba perdiendo la cordura poco a poco. Que necesitaba el plato fuerte.

–Muchas... Ah, S-Satoru... Muchas... –susurró, asintiendo con la cabeza para enfatizar.

Satoru gruñó de nuevo, parecía una bestia en celo, controlándose mucho para no saltar en ese momento al cuello de un delicioso amante. Suguru estaba tensando demasiado una cuerda que no sabía que existía, y le estaba costando mantener su autocontrol para no reclamarlo en ese mismo momento.

La visión delante de él era deliciosa. Suguru ofreciéndose a él, con las piernas abiertas, aceptando y succionando sus dedos sin parar, deseosos de algo más. El pelo negro cayendo como una cascada por su musculosa espalda, esa cintura estrecha moviéndose en un delicioso vaivén contra su mano.

Quiero follarlo. Quiero follarlo. Quiero follarlo. Quiero follarlo.

Jadeando con fuerza, aceleró un poco el ritmo de su mano, intentando prepararle lo más que podía sin hacerle daño.

–Yo también... Suguru, vas a lograr que me descontrole... –dijo con la voz ronca.

Hazlo... Hazlo, por favor, hazlo... Agárrame y tómame y haz lo que quieras conmigo... Quiero ver las estrellas, me lo has prometido...

–Otro m-más... –Suguru gimió, moviendo las caderas para aumentar la fricción de los dedos que tenía en su interior–. Más...

Por dios, no me digas esto...

Satoru apoyó la frente en el hombro de Suguru, aguantando, desesperado. Negó con la cabeza.

–Aún no... –dijo moviendo un poco más rápido los dedos en el interior de Suguru.

Aún no estás suficientemente dilatado...

A Suguru le temblaron las piernas, se estremeció otra vez. Mágicamente, aún aguantaba precariamente sobre sus piernas. El sonido del lubricante entrar en su cuerpo le estaba volviendo loco. Deseaba que fuese el miembro de Satoru, ese que sentía presionando sobre uno de sus muslos, ese que estaba listo para la acción.

Casi no le había cabido en la garganta, cuando le penetrase le iba a llenar como un globo –y lo estaba deseando. Estaba cachondísimo.

Quiero más, Satoru... Más, más, más...

–Por favor... –gimoteó, buscando a Satoru con la mirada.

No sé si...

Satoru levantó la cara, pero cuando vio esos ojos suplicantes, supo que no podía hacer nada. Cerró un momento los ojos antes de volver a abrirlos y asentir. Con cuidado, sacó los dedos del interior de Suguru y usó el resto del lubricante para embadurnarse su propio miembro.

–Cualquier cosa, dímelo –pidió, mirándole directamente.

Se colocó bien tras el cuerpo de Suguru y, aun mirándole a los ojos, le apuntó con su miembro, directo a la entrada, y comenzó a empujar. El glande de Satoru atravesó el anillo de músculos con facilidad, pero a Suguru le pareció que se le partía algo.

Joder... Joder, joder...

Y después le siguió el resto, y Suguru puso los ojos en blanco. La propia envergadura del miembro de Satoru le iba abriendo, moldeando su interior. Le estaba llenando de verdad.

Me va a reventar, joder. Me va a... Dios mío, dios mío...

Y, sin embargo, a pesar del punzante dolor de su vientre bajo, Suguru se estaba derritiendo por dentro. Satoru se detuvo cuando la mitad del miembro estaba dentro.

–¿Estás bien? –preguntó, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad.

Suguru asintió con torpeza –hasta eso le costaba hacer. Tenía un nudo en la garganta tan grande que creía que se iba a ahogar en cualquier momento, impidiéndole hablar.

Nunca he estado mejor.

Gojō asintió como respuesta, volviendo a seguir el ritmo lento de la primera penetración.

Dios. Siento que me engulle. Me succiona cada vez más adentro... Este culo es gloria bendita...

Acabó de meterla por completo con un sonoro jadeo justo al lado del rostro de Suguru, abrazándole por la cintura con un brazo, intentando acercarle aún más a él. Al moreno se le escapó el aire de los pulmones, emitiendo un sonido agudo y extraño, similar a un chillido pero sin la misma fuerza. Gojō Satoru estaba dentro de él y Suguru estaba a punto de desfallecer.

No sabía si era a causa del alcohol, si era la excitación del anterior orgasmo o la sobreestimulación de su cuerpo, pero Getō nunca había sentido nada así. Irguió la espalda y notó cómo el glande rozaba sus paredes internas sin pudor alguno, y de su propio miembro se escaparon unas gotitas de semen.

Me está abriendo como a un melón... Dios mío, me va a partir...

Intentó pegarse al pecho de Satoru, aun sosteniéndose con una mano contra la puerta del baño. Las rodillas le bailaban. Su otra mano la llevó hasta su vientre bajo, y creyó sentir un bulto que previamente no estaba.

Si estuviese más delgado... Seguro que sobresalía... Ah... Me va a matar...

–T-Tan... Satoru... Grande... –jadeó, incapaz de ordenar una frase con sentido.

Lo sé. Lo soy.

Satoru cogió con toda la palma de la mano una de las nalgas de Getō mientras seguía abrazándole por la cintura, clavando los dedos, intentando atraparla por completo.

–Y está toda dentro de ti... –jadeó, apretándose más contra él–. Toda para ti, Suguru...

Toda para mí... Ah... Me encanta... Me voy a poner las botas...

Getō contestó con un gruñido que casi parecía un quejido, un lloriqueo sin ganas. Estaba completamente abrumado y las emociones se agolpaban en su cuerpo. Ni siquiera se había acordado del preservativo. Él, que nunca practicaba sexo sin uno –ya fuese activo o pasivo. Pero ahora, el profiláctico había pasado a mejor vida en un hueco de su cartera.

–Toda... Para mí... Para mí... –murmuró, extasiado.

–Eso es... –susurró como respuesta–. Voy a moverme.

Te gusta... Estás temblando y, joder, me encanta tenerte así...

Justo en ese momento, después de algunos segundos, sacó su miembro lentamente del cuerpo de Suguru y volvió a meterlo con la misma cadencia que cuando había entrado, permitiendo que el cuerpo del contrario se fuera acostumbrando a su tamaño.

–Estás tan apretado... Joder, me encanta, Suguru...

Las piernas de Suguru flaquearon y las rodillas se le hundieron hacia adentro, y Getō tuvo que soltarse el vientre y sostenerse con ambas manos para no caerse –aunque Satoru no iba a permitir que eso sucediera. Al mayor le ardía todo el cuerpo, incandescente como un hierro en la forja.

Esto es increíble... ¿Cómo puede dolerme y gustarme a la vez? ¿Cómo lo hace?

–S-Satoru... S-Satoru...

Poco a poco, cuando notó que Suguru empezaba a acostumbrarse, Satoru fue aumentando la velocidad. Agarró con ambas manos la cintura de Suguru, sosteniéndole a la vez que lo apartaba un poco de él, admirando su espalda, la cascada de pelo negro bailando al ritmo de sus embestidas.

–Dios... Eres espectacular, Suguru... –dijo, relamiéndose con la tremenda vista que tenía de su miembro escondiéndose entre las nalgas del mayor.

Suguru arañó las paredes como un gato, agarrándose de malas maneras para acometer las embestidas de Satoru. No iba especialmente rápido, pero Suguru lo sentía todo multiplicado por cien. Le temblaba todo el cuerpo, se estremecía con cada embestida. De verdad que Satoru le estaba abriendo como quería, sin impedimento. Las paredes de su interior arropaban el miembro de Satoru y hasta parecía que lubricaban.

–Rápido... Más... Más... –pidió, porque se estaba derrumbando y no iba a aguantar.

Joder, llevo demasiado rato cachondo, no voy a durar nada.

Satoru había llegado al punto de no retorno.

Necesito verlo. Lo necesito.

–Todo. Voy a dártelo todo –respondió animado, aumentando la velocidad.

Satoru se detuvo de repente y sacó el miembro del culo de Suguru. Sin preguntarle ni pedirle permiso, le obligó a girarse, a que le encarase. Pegándole un ligero azote en el culo, bajó la mano por su muslo, obligándole a subir su pierna por encima de su cadera.

–Quiero verte los ojos cuando haga que te corras otra vez –dijo en un tono de voz sincero y algo autoritario, jadeando.

Abriendo bien el culo de Suguru con la misma mano, direccionó su miembro de nuevo a la entrada de Getō, penetrándole de una estocada. Ya no podía controlarse más. Suguru se dejó manejar como un muñeco, completamente sumiso. Él era todo lo contrario, pero Satoru le había volado la cabeza y ahora ya no sabía ni cómo se llamaba.

Estaba hecho un desastre, convertido en el juguete personal de aquel niño grande. Parte de su pecho, cuello y rostro tenía la piel tan enrojecida que parecía febril. El sudor le pegaba el pelo por todas partes. Los músculos de sus piernas estaban tan tensionados que iban a estallar como pirotecnia. Y su semblante reflejaba el placer indescriptible que estaba sintiendo en aquellos momentos.

Getō Suguru estaba siendo follado de tal manera que le bizqueaban los ojos, tenía la mirada perdida. Como si le estuvieran follando el cerebro, totalmente ido.

Gojō gimió con ganas cuando penetró de nuevo a Getō, ahora ya sin resistencia alguna. Su cuerpo –y su culo– se habían abierto para él como pocos antes, y le encantaba poder jugar con él tanto como quería. Salió antes de volver a penetrarlo de nuevo, entrando y saliendo de él, cada vez más rápido.

–¿Así te gusta? –preguntó, sin poder evitar que el deje de arrogancia que en estas situaciones solía ocultar, se oyera.

Aumentó aún más el ritmo, cogiéndolo con ambas manos por el culo, manoseándolo a gusto, como si fuera a levantarlo en cualquier momento. Suguru buscó con la mirada la voz que le hablaba, pero su vista era incapaz de enfocar. Sólo vio dos halos azules, como dos bolas mágicas, que le devolvían la mirada. Y sus labios se curvaron hacia arriba torpemente, buscando una respuesta física porque había dejado de hablar hacía unos minutos.

Haz conmigo lo que quieras, ojos claros. Me derrito como un helado al sol y me encanta. Me vas a dejar la polla grabada en el culo, y me encanta. Y ya no voy a querer a nadie más.

Sintió algo similar a un latigazo en su vientre bajo, donde creía que tenía un bulto, y supo que iba a correrse otra vez. Gojō bufó como un toro, como un caballo desbocado.

–Agárrate a la parte de arriba de la puerta –ordenó.

Sin darle tiempo a pensar, aunque no lo estuviera haciendo, le agarró por el culo y lo subió para que éste enredara las piernas alrededor de la cintura. En cuanto lo tuvo en la posición deseada, no tardó ni un segundo en empotrarlo contra la puerta y empezar a penetrarle como un animal en celo, bien pegado a él.

Sus pieles chocando la una contra la otra, su sudor mezclándose, sus gemidos resonando por todo el baño, donde todos los hombres ahí presentes podían oírlos y ver la puerta del cubículo temblar.

Getō no tuvo tiempo de asimilar el cambio de postura porque, cuando su cerebro lo registró, Satoru comenzó a penetrarle como un animal y Suguru creyó que moría. Las embestidas no eran como las anteriores –ahora Satoru estaba sacando toda su fuerza.

Dios mío... ¿Cómo puede levantarme y follarme así? Si no parece tan fuerte... Ah... Me encanta. Me encanta, me encanta, me encanta.

Suguru sentía que su interior convulsionaba como si tuviera dentro un vibrador tan potente que le hacía temblar entero. El lubricante se salía y bajaba por toda la redondez de sus nalgas hasta el suelo, dibujando un fino hilo de lo más sensual.

Y otra vez ese torbellino, ese apretón en sus entrañas que le anunciaba un orgasmo igual de intenso que el primero.

–M-Mhgn... S-Sa... –jadeó, cerrando los ojos con fuerza porque estaba a punto.

Mírate... No puedes ni hablar...

Por culpa de Getō, por lo mucho que le ponía y lo bien que reaccionaba a lo que fuera que le hiciera, Satoru había perdido el control hacía rato.

–Follarme tu culo es una delicia... Puedo hacértelo tan duro como me plazca... –gruñó, mirando a Suguru a los ojos.

En esa postura, todo su miembro profanaba por completo el interior de Suguru, y éste no podía disfrutarlo más.

–¿Lo notas, Suguru? Me estoy clavando en lo más profundo de ti... ¿Dónde crees que estoy llegando? –preguntó, otra vez de forma dominante.

Sin esperar más ni darle siquiera un poco de margen, Satoru no dudó en coger el pene de Suguru con el mismo atrevimiento como si fuera el suyo propio, masturbándole al ritmo de sus embestidas.

No puedo... No aguanto... No...

Suguru se estremeció de pies a cabeza, todo su cuerpo temblando como un flan cuando Satoru comenzó a masturbarle. Era demasiada estimulación para un cuerpo sobreexcitado como el suyo, con el miembro duro como una piedra, goteando líquido preseminal, y un agujero abusado y follado de cualquier manera.

Abrió la boca para llamarle, pero un gemido profundo y lastimero se escuchó en su lugar. Ni siquiera pensaba en el espectáculo que estaban dando en los baños, con el pestillo de la puerta a punto de romperse por la fuerza de las embestidas.

Y se vació sobre la mano del menor, manchando ambos vientres y parte de la camisa de Satoru. No salió tanto como la primera vez, agotado y seco –su cuerpo, adulterado por el consumo de alcohol. Temblando sin control, apretando la pinza de sus piernas por acto reflejo, encerrando a Satoru con él.

La visión de Suguru corriéndose en su mano, manchándole de semen, su rostro contorsionado por ese segundo orgasmo, fue demasiado para la psique de Gojō Satoru. Dejó que Suguru acabara de correrse a gusto antes de abrazar su cuerpo con ambas manos, pegándose lo más que pudo a él, ignorando por completo el semen que manchaba su cuerpo.

Quería sentirse unido a él. Quería marcarle como propio. Quería llegar donde nadie más había llegado y, por dios, quería rellenarle de su semilla tan profundamente que no se escapara nada cuando le sacara la polla del culo. Con varias embestidas más, certeras, intentando profundizarlas lo más que pudo, Satoru se corrió en el interior de Suguru, soltando todo lo que llevaba aguantando hasta ahora.

Su cabeza se quedó en blanco, sus sentidos se adormecieron y, si no fuera por la fuerza que tenía y que su postura corporal estaba bastante equilibrada, hubiera acabado en el suelo de ese baño de discoteca. Gemía con gusto mientras acababa de vaciarse con embestidas más pequeñas en el interior de Suguru, sintiendo su calor sobre su piel, con la cara apoyada de lado en su hombro, como si se escondiera en él.

No supo cuánto rato pasó, si fueron diez segundos o dos minutos, pero Satoru no abrió los ojos, agotado, hasta que notó que ya no iba a expulsar nada más, aun abrazando al mayor con fuerza.

Getō intentó regular su respiración, intentó recobrar el aliento durante los momentos posteriores. Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo, con los músculos en tensión durante tanto tiempo. Le dolían brazos y piernas, y también los dedos de las manos –con las yemas blancas del esfuerzo.

Había sido un polvo salvaje y espectacular, rápido, brutal e intenso. Había sido todo lo que había estado buscando desde hacía tiempo. Ese chico, ese niño, había conseguido volarle la cabeza de tantas formas... Y su forma de abrazarle, de sujetarle y marcarle como suyo. De poseerlo. A Suguru nunca le había gustado la gente así, pero a él se lo había permitido.

A él le había permitido todo.

–Mhnmf... –murmuró, cuando el cerebro parecía volverle a funcionar.

Tenía miedo de soltarse porque sabía que acabaría en el suelo, las piernas como gelatina.

Joder... Esto ha sido intenso...

Sin saber cuánto tiempo más podría aguantar su peso y el de Suguru, Gojō dio un par de pasos hacia atrás y se dejó caer en la tapa del inodoro, sentándolos a ambos. Lejos de la actitud animal que había tenido hacía pocos segundos, ahora se le veía mucho más relajado.

Restregó su mejilla contra el pecho de Getō, como si quisiera acomodarse ahí, acariciándole en un momento casi romántico después del sexo. Con esa cara de satisfacción y esa actitud cariñosa, Gojō parecía hasta dócil.

–¿Cómo estás? –preguntó en voz baja, aun acariciándose él mismo la cara con la piel de Suguru.

No podía evitarlo, le encantaban los mimos después del sexo, y más si había sido tan bueno como ese. Daba igual que estuvieran en un baño público. Le daba igual haber montado el espectáculo, que todo el mundo los hubiera oído o que les hubieran grabado desde fuera, Satoru era bastante egoísta, y sólo pensaba en ellos.

Getō se acomodó mejor sobre el regazo de Gojō, estirando los brazos para rodearle vagamente mientras notaba que sus piernas se iban relajando y volviendo en sí –aunque seguían doliendo un poco. Era sorprendente cómo Satoru podía sostenerlo después de lo que habían hecho –tenía una fuerza sobrehumana.

Aún con la cabeza en las nubes con el placer del orgasmo, el moreno bajó el rostro hasta hacer contacto con Satoru, quien parecía muy cómodo sobre su pecho. Se lo quedó mirando unos segundos, absorto en aquellos ojos azules, grandes y hermosos, que brillaban con luz propia.

Qué... Qué guapo es... Y qué tierno... Después del polvo que hemos echado... Parece un gatito.

–Viendo las estrellas –respondió en un susurro, notando el permanente rubor en sus mejillas.

Satoru sonrió de forma sincera. Levantó la cara hacia Suguru, muy cerca de él, con la punta de sus narices tocándose.

–Te dije que iba a hacerlo –respondió en un tono suave y relajado, aun buscando sus caricias.

Suguru se quedó sin palabras unos segundos, notando un dulce cosquilleo en la boca del estómago. La voz de aquel chico era melodiosa y dulce, pero también cálida y masculina.

Ah... Creo que el alcohol me está haciendo ver cosas que no son... Me estoy emocionando demasiado.

Llevó una mano a su vientre, sintiendo al chico ahí dentro. Durante el sexo había creído tener un bulto, pero no era posible –su imaginación le había jugado una mala pasada.

–Me siento tan lleno... –murmuró con algo de vergüenza, no habituado a ese tipo de charla.

Sigo dentro...

Satoru suspiró y sonrió, bajando la frente de nuevo al pecho de Getō.

–Perdona –dijo en un suspiro, sintiéndose sólo un poco culpable.

Volvió las caderas para sacar su miembro del interior de Getō, no estaba en sus planes causarle incomodidad.

–Se está tan bien dentro de ti... –susurró de nuevo, besando la piel de forma dulce.

Seguro que mañana no puedo sentarme... Me ha dilatado muchísimo...

Suguru se sonrojó por su propio pensamiento, sin fijarse en que Gojō no había usado preservativo. Ahora, lo daba por hecho.

–Gracias... Supongo... –susurró, apartando la mirada con vergüenza.

Satoru, mucho más relajado y sin las preocupaciones de Suguru, seguía disfrutando de su momento post orgásmico.

Justo lo que quería...

–No me las des... –murmuró, de nuevo tumbado en él–. Yo también lo he pasado muy bien...

Has hecho lo que has querido conmigo, ¿cómo no ibas a pasarlo bien? Ah... He estado muy sumiso con él, qué vergüenza...

–No sé si deberíamos salir... Todo el mundo nos ha tenido que escuchar... –dijo, aunque quería alargar esos momentos unos minutos más.

Dios... Me está entrando mucho sueño... quiero dormir... ¿Llamo a Utahime para que venga a recogerme? Mejor a un taxi... Que, si se pone chillona, me entra dolor de cabeza...

Satoru asintió con desgana. Si fuera por él, estaría un ratito más sentado, abrazándole, pero ya habían acabado lo que ambos habían ido a hacer en el baño. Con un gruñido y los ojos aún cerrados, separó los brazos de Getō, dejando que se moviera como quisiera.

Suguru parpadeó un par de veces, viendo cómo Satoru le soltaba a la mínima, sin oponer resistencia –o eso había creído.

Sí, claro. Ha sido un polvo rápido, no puedo pedirle más. No... Estaría fuera de lugar por mi parte, supongo.

Se levantó con cuidado y notó que sus piernas no resistían su peso, pero no se cayó. No dijo nada y comenzó a vestirse, recogiendo la ropa que había acabado tirada por el suelo –algo que no le hizo ni pizca de gracia. Gojō se apoyó sobre la pared, detrás del inodoro, aun recuperando la respiración.

Me baila mucho la vista...

Suspiró mientras veía cómo Getō recogía su ropa y volvía a vestirse mientras su mente funcionaba cada vez más despacio.

¿Tan borracho estoy? No me había dado cuenta...

Parecía que, sin la adrenalina del sexo, el alcohol se hacía más evidente en el cuerpo de Satoru. Anda, un gatito. Qué gracioso, pensó, viendo la sudadera de Getō. No se movió, dejó que Suguru acabara con lo que tuviera que hacer y luego, si eso, ya intentaría ponerse en pie.

Lo último que hizo Getō fue arreglarse el pelo –o intentarlo. Se deshizo el moño que llevaba, del que casi no quedaba nada, y se lo volvió a peinar. Se le habían enredado un poco las puntas con el meneo, pero necesitaba un peine para eso.

–Esto... –comenzó, viendo que Satoru no se había movido del sitio–. ¿Quieres que salga yo primero para que no nos vean juntos o…?

Creo que tendría que levantarme ya...

Satoru hizo el esfuerzo de ponerse en pie, tambaleándose levemente. Cualquiera diría que hacía escasos cinco minutos había sido perfectamente capaz de soportar su propio peso y el de Suguru sobre las caderas mientras le embestía. Se subió los pantalones y se los abrochó justo antes de intentar hacer lo mismo con la camisa.

Vaya, no le queda ni un botón y está manchada. Una es semen... ¿qué era lo otro? Qué más da...

–¿Qué más da que nos vean juntos? –respondió con otra pregunta.

A Gojō le daba absolutamente igual, y en su cabeza no entraba la posibilidad que Getō pudiera sentir algo de pudor de encontrarse con nadie que los hubiera oído.

–Ya, sí, bueno... Supongo que tienes razón... –Suguru murmuró con nerviosismo, apartando un mechón de pelo detrás de la oreja.

Miró a Satoru una última vez antes de abrir el pestillo de la puerta y salir, muerto de la vergüenza. El hecho de pensar que los allí presentes los habían escuchado tener sexo de aquella manera tan salvaje le provocaba una ansiedad horrible. Agachó la mirada e intentó cubrirse con el pelo. Encima, le dolían las piernas un montón y no caminaba bien.

En los baños se había formado cierto grupo de hombres que esperaban a que los enamorados salieran, cuchicheando mientras y comentando la jugada. Cuando vieron a Suguru, hubo algunos aplausos y comentarios jocosos que sólo aumentaron aún más su vergüenza.

–Lo has dejado seco –le dijo uno, y Suguru se quería morir.

Al contrario que Suguru, Satoru ignoró por completo a los espectadores que se habían formado de su momento de pasión. Ni siquiera escuchaba los comentarios. Sencillamente, volvió a bajarse las gafas –que milagrosamente, seguían apoyadas sobre su cabeza.

¿La luz de aquí ha sido todo el rato tan blanca?

Intentando no tambalearse –cosa que hizo que sus fans reafirmaran la creencia que él había recibido, y que a Satoru no podía importarle menos–, se dirigió hacia el lavamanos donde hacía escasos veinte minutos había atrapado a Suguru.

Agua. Necesito agua.

Se lavó las manos, quitando los restos de semen, y se refrescó la cara y el cuello. Suguru no sabía qué hacer. Ahora que habían salido, el público había comenzado a esparcirse, pero aún se sentía el centro de atención –y no le gustaba. Suguru prefería pasar desapercibido, y sólo cuando estaba realmente cómodo en un ambiente se soltaba y relajaba.

Y esos baños eran zona hostil.

Miró a Satoru y lo siguió por inercia, decidiendo que un poco de agua no le vendría mal. Los músculos de las piernas le quemaban por el exceso de trabajo, y notaba su entrada en carne viva.

Me lavo un poco y me voy... ¿Seguirán mis amigos por ahí? Bueno, creo que lo más prudente será regresar a casa, estoy molido.

Satoru acabó de refrescarse y se quitó con papel lo poco que pudo de la camisa. Sacó su teléfono para poder llamar al taxi para recogerlo.

–¿Tienes cómo volver a casa? –preguntó.

–Sí, bueno. Iba a coger el metro... –Suguru contestó.

–Puedo llamarte a un taxi, es tarde –respondió, ya con el teléfono en la oreja.

En su cabeza, era algo parecido a acompañarle a casa.

–Esto... Bueno, vale –concedió, porque le pareció un gesto bonito.

Satoru asintió, mirándole a través del espejo. Pidió un taxi para la discoteca, anotando los cargos a su cuenta. Gojō nunca usaba el metro, prefería la comodidad de los taxis. Cuando lo hicieron, ambos se dirigieron a la salida. Por el camino, Suguru no fue capaz de ver a sus amigos –tampoco los buscó, lo cierto era que quería irse a casa.

Satoru no podía evitar tambalearse un poco, y ni siquiera en la calle, con la luz de las farolas, se quitó las gafas. Cualquier luz que captaba hacía que le doliera más la cabeza. Se sentó en el suelo mientras esperaba, apoyado a la pared, intentando que la luz dejara de colarse por sus ojos.

Qué cansado estoy...

Suguru no pensó en sentarse en la calle porque, sinceramente, le daba un asco tremendo. Las zonas próximas a los bares y garitos de fiesta siempre estaban bastante sucias. Por suerte, el taxi no tardó en llegar –atentos a las llamadas nocturnas.

Satoru se levantó del suelo y fue directo al vehículo, abriéndole la puerta a Getō para que montara primero. Estaba medio dormido y borracho, pero seguía queriendo ser considerado con él. Se sentó a su lado y oyó la dirección de Suguru, pero su cerebro fue incapaz de procesarlo. Se acomodó en el taxi, colocándose bien y tomándose la libertad de apoyar la cabeza en el hombro de Suguru para descansar la vista.

Sólo cerraré los ojos... Cinco minutos

Getō no se apartó. No tenía problema con que Satoru se apoyase en su hombro, era una práctica bastante habitual en los trenes entre trabajadores. Miró por el retrovisor al taxista, pero estaba concentrado en la carretera. Suguru no se avergonzaba de su condición sexual –salía de un club queer–, pero no le gustaba ir exponiendo su vida privada. Sólo por si acaso, por seguridad.

Bueno... Diez minutos y estaré en la cama.

Al cabo de unos dos segundos, Satoru cayó rendido. Las gafas se deslizaban ligeramente por sobre su nariz, sin llegar a caerse. El viaje en taxi fue tranquilo y sin sobresaltos. Suguru miraba a Satoru de reojo, memorizando su rostro tranquilo de ángel. Su pelo blanco le hacía cosquillas en la barbilla y le gustaba. A él también le estaba costando mantener los ojos abiertos. Cuando llegó a su destino, sin embargo, tuvo que despertarlo.

–Satoru... Despierta... Satoru... –susurró despacio, moviendo al chico suavemente.

Satoru levantó la cabeza con un ligero sobresalto.

–No estoy dormido –respondió, con voz de dormido, de forma automática.

Abrió los ojos e intentó enfocar la vista, intentando descubrir dónde estaba. Suguru esbozó una sonrisa sincera.

Qué mono, igual que un niño pequeño...

–He llegado a mi destino, ahora te toca a ti –dijo, manteniendo un tono bajo y cálido.

Satoru se frotó los ojos mientras asentía con la cabeza.

–Bien –murmuró con una ligera sonrisa.

Como solía ser él, sin ningún tipo de vergüenza, acercó la cara a la de Suguru para darle un beso dulce en los labios, a modo de despedida.

–Descansa, Suguru –susurró.

El gesto tomó a Suguru por sorpresa, sonrojándose un poco, pero mantuvo la sonrisa en los labios.

–Buenas noches, Satoru.

Salió del taxi y, mientras rebuscaba las llaves de su apartamento, el coche arrancó. Y, de repente, un fluido mucoso humedeció el interior de sus muslos. Suguru se quedó blanco.

No, no, no. Por favor, que me haya meado sin enterarme.

Algo que sabía que era imposible.

Satoru... Hijo de puta.

Satoru volvió a acomodarse en el taxi, dándole su dirección al conductor. Para él, había sido una noche increíble, aunque el alcohol seguía haciendo estragos en su cuerpo.

–Despiértame cuando lleguemos –pidió, colocándose bien en el asiento.

*

                Pero qué es eso...

Gojō Satoru se despertó en su cama, en el apartamento en el que vivía sólo en Ginza gracias a su pequeña fortuna familiar. Giró la cabeza observando su teléfono móvil, que no paraba de sonar.

Joder, qué dolor de cabeza...

–¿Diga? –preguntó, sin siquiera mirar el contacto.

Sonó una risa estridente al otro lado de la línea.

–¿Aun durmiendo? ¿A qué hora volviste? –preguntó la voz de una mujer.

Gojō dejó caer de nuevo su cabeza de cara al colchón.

–Utahime... Qué quieres...

–Oírte sufrir con la resaca –respondió, la otra, animada.

Ver mal a Gojō Satoru era un gran motivo de alegría. Satoru volvió a bufar. Ahora mismo no estaba para las bromas de su amiga.

–Mal... –respondió de forma sincera.

Dios, me encuentro fatal...

Utahime volvió a reírse.

–Vamos, si tampoco bebiste tanto –dijo ella, con chulería, aprovechando el momento–. Yo estoy como una rosa.

–Porque tienes un serio problema con el alcohol... –respondió él, de forma sincera.

¿Puedo seguir en la tumba? Me apetece...

La chica le gritó tanto al teléfono que Satoru tuvo que apartarlo de su oído.

–Bueno, ¿y qué tal cuando me fui? –preguntó ella, cuando se había calmado.

Gojō se giró, quedando de espaldas al colchón. Se rasco la cabeza, confundido.

–¿Te fuiste? –preguntó.

Ella volvió a reírse.

–¿Es que no te acuerdas de nada? –preguntó, divertida.

Gojō gruñó un par de veces, volviendo a notar los pinchazos en la sien.

¿Qué hice ayer...?

–Me acuerdo de... Un culo... –respondió vagamente.

Utahime suspiró en voz alta.

–¿Te liaste con alguien y no te acuerdas o qué? –preguntó.

Gojō se encogió de hombros, como si le viera alguien.

–No lo sé –respondió, tan normal.

Se dio cuenta de la incomodidad que sentía en su cuerpo. Aún llevaba la camisa rota y manchada, y los vaqueros.

¿Estoy vestido? Menos mal que me quité los zapatos... ¿Y eso?

–Puede ser –respondió, viendo la mancha de semen–. Me vuelvo a dormir.

Utahime le dio una pequeña licencia.

–Bebe mucha agua y tómate algo para la cabeza, va... –dijo ella al final, de forma casi maternal–. Por cierto, ¿es mañana la entrevista?

Satoru volvió a gruñir, molesto, al ver que aún no le dejaban colgar.

–¿Qué entrevista?

–La que tus padres te obligan a pasar en la empresa para que conozcas todo desde el eslabón más bajo –explicó casi perdiendo la paciencia.

Satoru llevaba quejándose de eso varias semanas.

–En dos semanas –dijo después.

–Bueno, así puedes pasar tranquilo la resaca.

Satoru no le respondió a Utahime, había vuelto a quedarse dormido.

Getō Suguru se despertó al día siguiente de muy mal humor. Había dormido poco y mal porque, en cuanto llegó a casa, tuvo que meterse a la ducha porque tenía los muslos llenos de semen. La ropa olía a meado por haber estado tirada en el suelo del baño. Y, para colmo, había dormido fatal.

Y todo por culpa de Gojō Satoru.

Ese maldito niñato se había aprovechado de él –de alguna forma que aún no sabía explicar. Le había engatusado con sus preciosos ojos azules y sus maneras carismáticas. Pero, en el baño, se había convertido en todo lo contrario.

¿El sexo había sido increíble? Sí. ¿Suguru hubiese repetido las veces que hiciera falta? También. ¿Se sentía vacío después de haber tenido semejante pollón dentro? Evidentemente.

Pero Gojō Satoru había sido un capullo. Getō sólo tenía una petición, y era usar preservativo. Porque ahora tenía que hacerse test, sólo por si acaso. Siempre pensaba bien de la gente, que estaba limpia y no tenía enfermedades venéreas. Pero Gojō era el candidato perfecto para tener una –un vividor que se pasaba el día follando con todo lo que se le ponía por delante.

Además, sus sobrinas estaban en el instituto y Suguru estaba muy concienciado con el sexo seguro.

Pero, por encima de todo, estaba enfadado consigo mismo por haber perdido los papeles con aquel muchacho –encima, mucho más joven que él… Había sido muy sumiso, se había dejado hacer de todo… ¡Si hasta se ofreció para hacerle sexo oral salvaje! Había sido vilmente utilizado por un chaval que lo único que quería era meterla en caliente, y Getō había sido tan estúpido de caer en sus trampas. Qué lamentable.

«Recuerda que mañana empezamos el proceso de selección de candidatos» le había mandado un compañero de trabajo. El domingo no podía ir a peor –ahora sólo tenía que soportar dos semanas de intensas entrevistas de trabajo.

Chapter 4: Capítulo IV

Notes:

¡Hola, hola, pichones!
Nueva actualización (por fin), que estamos suuuuuuper contentas con la acogida que está teniendo :____) Esperemos que os siga gustando ahora que se ha acabado lo bueno ò.ó

Chapter Text

                Getō Suguru se frotó el puente de la nariz con pesadez –estaba agotado. Durante toda la mañana había estado con entrevistas de trabajo, y ahora que se acercaba la última hora, su energía empezaba a agotarse. No era una tarea que le desagradase en absoluto, siempre había sabido relacionarse bien con la gente y tenía facilidad para entablar una conversación casual. Pero, después de cinco horas atendiendo ininterrumpidamente a posibles candidatos, su cerebro estaba en las últimas.

Trabajaba para la Gojō Business Family Inc., un conglomerado de empresas que, principalmente, se dedicaban a la inversión. Él nunca hubiese pensado en acabar en un puesto así cuando terminó la carrera cinco años atrás, pero comenzó con unas prácticas y sus jefes, sorprendidos y contentos con su actuación, le ofrecieron un puesto. Y ahora llevaba dos semanas como director del Área de Recursos Humanos. Y, hasta habituarse al puesto, vivía en un constante estado de nervios que le agotaba mentalmente.

Su estómago rugió con ganas, demandando un poco de alimento. Haría la última entrevista y bajaría a la cafetería para comer. Por inercia, se atusó el pelo, recogido en un moño a excepción de un mechón rebelde que nunca conseguía dominar. Agarró el currículum del último candidato del día y comenzó a leerlo con desgana.

Doble grado en Finanzas y Dirección de Empresas, un máster en Derecho internacional, otro de Comunicación y un curso en Estados Unidos sobre Inversión en bolsa. Tres idiomas: japonés, inglés y chino, además de nociones en alemán y francés. Vaya, este hombre es un portento... ¿Cuántos años tiene? ¿¡Veintitrés!? ¡Qué joven! ¿Cómo ha podido conseguir todo esto en tan poco tiempo? Quizá sea algún tipo de genio...

Suguru buscó el nombre del susodicho en la parte superior del documento.

¿Gojō Satoru? Gojō... ¿Como esta empresa? Qué coincidencia, parece una señal del destino. Bien, desde luego es el mejor candidato del día, y quizá de la semana.

Antes de llamar a su secretaria para que lo hiciera pasar, Getō se planchó el chaleco y comprobó que el cuello de su camisa estaba bien alineado. Vestía un traje verde musgo de pantalón palazzo de talle alto y chaleco a juego, además de una camisa blanca. Al principio, sus jefes no parecían muy contentos con su estilo de vestir –sobre todo con algún tipo de prendas–, pero Suguru vestía con decoro y, aunque llevase ropas que nadie más llevaba, especialmente en el mundo financiero, al final acabó ganando aquella pequeña batalla personal.

–Manami, haz pasar al siguiente –dijo, pulsando el teléfono que tenía en su mesa.

Gojō Satoru llevaba casi un par de horas sentado en la sala de espera. Era el último candidato, aunque le hubieran dicho que estuviera ahí a primera hora.

Seguro que ha sido cosa de Nanamin...

Vestía traje negro, ceñido, con corbata y americana, y no podía sentirse más incómodo.

De verdad que no sé por qué tengo que pasar por esto...

Gojō Satoru era el único hijo único de los dueños de Gojō Business Family Inc. y, por lo tanto, su heredero. La idea inicial era que aprendiera a llevar la empresa mano a mano con sus padres, aprendiendo el duro trabajo que suponía llevar una empresa tan grande como la suya. Por supuesto, los planes estándares no podían aplicarse con Satoru.

Aunque fuera un genio y sumamente inteligente –con un cociente intelectual de 145–, su personalidad extravagante y arrogancia lo echaban todo por la borda. Nadie diría que Satoru había sido capaz de sacarse un doble grado en menos de tres años y dos másteres a la vez, igual que aprendió inglés en menos de un año, viendo la tele.

Aun así, a sus padres les preocupaba su falta de compromiso con nada. Todos los estudios que tenía se los sacó raspados, sin estudiar ni esforzarse con nada. Si ya le daba para aprobar ¿para qué quedarse en casa estudiando si podía salir de fiesta? El hecho de ser tan inteligente desde niño hizo que se desarrollara un gran defecto en él: la pereza. Se esforzaba lo justo y necesario, porque ya tenía suficiente.

Aunque fuera un genio, los padres del chico sabían que hacía falta compromiso y dedicación para poder dedicarse a una empresa. Y, sobre todo, a Gojō Satoru le hacía mucha falta desarrollarse en un campo: el personal. Podría tener trabajadores que trabajaran para él, pero debía aprender a tratar con personas si quería que todo tirara para adelante.

Cansados de que los planes con su hijo salieran mal, decidieron cortarle el grifo y aplicarle tratamiento de choque: trabajaría en su empresa, sí, pero no sería fácil. Iba a ser como cualquier otro candidato, sin tratos de favor ni nada por el estilo, y eso incluía pasar una entrevista de trabajo. Si el entrevistador consideraba que no era el candidato apropiado, repetiría hasta que lo fuera.

Trabajaría bajo las órdenes de Nanami, uno de los jefes del departamento de Contabilidad, el cual conocía a Satoru desde que era un niño. De esta forma, aprendería el oficio desde lo más bajo y sería capaz de entender y apreciar todos los eslabones.

¿Cobraré como un becario? Espero que no, no me gusta la ropa barata.

–Gojō-san, su turno –dijo la voz de la secretaria, una mujer joven bastante atractiva.

Satoru bufó y se colocó mejor las gafas de sol negras. Sus padres le habían insistido explícitamente en que se quitara las gafas, pero él había decidido ignorarles. Su fotosensibilidad llegaba tan lejos que hasta los fluorescentes le dañaban los ojos. Se levantó de la butaca y se adentró en el despacho del tipo que iba a hacerle la entrevista.

A ver, no quiero hacer esto más veces, así que voy a portarme bien...

–Buenos días, señor –saludó con una leve reverencia nada más entrar.

Suguru, que se había levantado por educación, para responder con otra reverencia, se quedó blanco de repente. Blanco como el cabello del joven que acababa de entrar por su puerta. Fue como si tuviera una revelación.

¿¡Gojō Satoru!? ¿Cómo no he podido acordarme? ¡Valiente hijo de puta, te voy a matar!

Apretó los puños con tanta fuerza que creyó que se clavaría sus propias uñas hasta hacerse sangre. De golpe y porrazo, todo el agotamiento de su cuerpo se había borrado sin dejar rastro. ¿Por qué? Porque las ganas de asesinar a ese mocoso eran mucho mayores.

¿Cómo puedes tener la poca vergüenza de aparecer por mi trabajo después de lo que me hiciste en los baños? Ah, pienso hacer que te hundas en la miseria igual que yo.

Suguru carraspeó e intentó recomponerse, esperando con ansias la reacción del otro cuando alzase la vista y lo viera allí –como el juez de su futuro laboral.

–Buenos días. Siéntese, si es tan amable –contestó con su mejor sonrisa de asesino.

Satoru se incorporó y puso su mejor cara de profesional, mirando por fin a Suguru.

Joder, qué mal rollo da…

Por supuesto, el chico ni siquiera se acordaba de Suguru. No se acordaba de haber tenido siquiera un idilio esa noche, sólo supuso que se lio con alguien y siguió viviendo su vida, feliz, despreocupado. Avanzó hasta la silla enfrente de la mesa, sentándose delante de la mesa de Suguru.

¿Por qué parece que quiera matarme?

Igual que con todo en la vida, Gojō decidió no darle importancia y responder con una sonrisa tranquila. A Getō le salió un tic en el ojo, y eso sólo le sucedía cuando estaba extremadamente nervioso, incómodo y estresado –todo a la vez.

¿Quién coño se ha creído que es este puto niñato de mierda con esa sonrisa de bobo en la cara? ¿Me estás tomando por gilipollas o qué? ¿Cómo tienes la cara tan dura de fingir que no me conoces? Imbécil integral es lo que eres.

A pesar del perro rabioso que tenía en su interior, dispuesto a atacar a Satoru y clavarle los dientes hasta desgarrarle la yugular, Suguru se contuvo y se sentó en su silla –de director. Él estaba al mando ahora, y no al revés como en los baños de la discoteca. Puso su mejor cara de póker. Serio, calmado y sosegado. Algunos de sus compañeros le habían dicho que tenía cierto aire místico, de profesor de instituto, cuando se enfadaba. Iba a intentar sonar lo más áspero posible.

Esta entrevista va a ser la peor de toda tu vida.

–Muy bien, Gojō–san, comencemos –anunció, cogiendo otra vez el currículum–. Veo aquí que tiene usted notorias titulaciones, aunque es un poco joven.

Satoru asintió con la cabeza, completamente ajeno a los pensamientos asesinos de Suguru para con su persona. Para él, era la primera vez que lo veía, y probablemente tuviera poco contacto, puesto que estaría con Nanami en Contabilidad. Asintió con la cabeza, con las manos en su regazo, fingiendo sumisión –Utahime le había insistido que mantuviera una postura así, y no se sentase de cualquier forma o con las manos sobre la mesa, como si fuera suya.

–Correcto, doble grado en Finanzas y Dirección de Empresas, un máster en Derecho internacional y otro de Comunicación, además de múltiples cursos sobre Inversión en bolsa entre otros –respondió, intentando sonar agradable.

Aunque no sé por qué tengo que decir esto, si puede leerlo.

–Sí, es lo que pone aquí –contestó Suguru, intentando sonar cortante.

¿Te crees que no se leer? Aprendí antes que tú, capullo.

–Lo que quería saber era cómo es posible conseguir tantos títulos a tan corta edad –añadió, como si hubiese sido obvio desde el principio.

Pues pregúntalo desde un principio...

Satoru no se dejó amedrentar por la actitud cortante del entrevistador, ya imaginaba que sus padres le habrían parado alguna trampa para que se espabilara.

–La carrera me la saqué en tres años, y los másteres los hice a la vez –respondió–. Y aproveché el Erasmus en Estados Unidos para los cursos de Inversión –respondió, aun usando su tono neutral.

¿Te estás quedando conmigo? Nadie puede sacarse una carrera en tres años, ni hacer dos másteres a la vez. Y menos tú.

–Vaya, impresionante –fue lo que Getō contestó, con cierta desgana–. Debió de ser duro compaginar ambos estudios.

¿Impresionante? Si parece que no te lo creas... En fin.

Satoru se encogió de hombros. La verdad es que no lo fue, para nada.

–Se me dan bien los estudios –respondió de forma neutra–. Era difícil cuando coincidían las fechas de los exámenes.

Y era difícil con la alumna de primera fila, siempre en minifalda y tanga

Suguru arqueó una ceja por encima del papel. Lo había mantenido levantado, como si fuese un escudo entre Satoru y él –así podía ocultar parte de su rostro detrás.

–Y con una mente tan brillante, ¿por qué las finanzas?

Algo tenía que hacer, y esto se me da bien. Bueno, como todo.

Aunque se hubiera preparado la entrevista, Gojō dudó en esa respuesta. Sabía que no podía responder su opinión si no quería volver a pasar por esto.

Aparte, si mi padre le ha dado un extra para putearme, lo sabe seguro. ¿Debería...?

–Seguir con el negocio familiar –respondió, tan tranquilo, lanzándole la indirecta sutil.

Sé por qué haces esto, y no vas a acojonarme aunque lo intentes...

Getō miró a Gojō de reojo, suspicaz. ¿Negocio familiar? ¿Era algún tipo de broma porque su apellido coincidía con el de la familia que dirigía la empresa?

Dudo que sea hijo de alguien... En ese caso, no estaría haciendo esta entrevista, lo habrían contratado a dedo directamente.

–¿Y a qué aspiras dentro de esta empresa?

  1. A) Molestar a Nanami.
  2. B) Aprender el negocio desde abajo.
  3. C) Molestar a Nanami.
  4. D) Que mis padres me dejen en paz.
  5. E) Molestar a Nanami.

–Pretendo aprender las bases y el funcionamiento real de una empresa dedicada a la inversión y a la compra y venta de acciones, poner en práctica todos mis conocimientos y dar lo mejor de mí en mi nuevo puesto de trabajo –respondió el discurso aprendido de Utahime.

Y molestar a Nanami.

Suguru dejó el currículum en su sitio, encima de una pila de folios –todos los currículums de las entrevistas que había tenido ese mismo día. Y se puso a teclear en el ordenador como si estuviera rellenando un documento importante. Nada más lejos de la realidad, había abierto un Word con la ventaja de que Satoru no podía ver la pantalla.

Cabronazo. Picha corta.

–Eso es importante. En esta empresa cuidamos que nuestros empleados cumplan y, sobre todo, buscamos la excelencia.

Ya, ya, y no sólo en la empresa...

–No pretendo nada menos que eso –siguió Satoru, en su papel de adulto responsable que busca trabajo.

Este señor me recuerda a uno de mis profesores de secundaria. También parecía querer matarme cada vez que abría la boca.

–Esta empresa se toma muy en serio el trabajo. Miramos cada punto de los empleados, empezando por la vestimenta. Como imaginará, existe un código –comentó Getō, mirando las gafas de sol de Gojō.

Seguro que eso es otro mensaje de mi madre... Dios, es como hablar con ella. Me juzga de la misma manera.

–Me he puesto la corbata –repitió las mismas palabras que le dijo a su madre en la llamada de esa mañana.

–No lo decía por eso, sino por las gafas de sol –Suguru puntualizó.

Le hubiese reprochado no llevar corbata, pero él, habitualmente, tampoco llevaba –le gustaba ir más ancho.

¿Qué problema tiene la gente con mis gafas?

–Es por un problema médico –explicó Gojō, bajándoselas un poco–. Tengo fotofobia. Si no las llevo, tengo mareos y dolores de cabeza.

Y me molesta más a mí que al resto de la humanidad que le molesta que vaya con gafas de sol.

Suguru perdió los papeles un segundo y abrió mucho los ojos.

–Lo siento, no tenía ni idea –se apresuró a decir, reprendiéndose a sí mismo.

La información médica relevante solía estar también en el currículum, ¿por qué no lo había leído? No quería causar problemas ni incomodidades.

–En ese caso, claro, tiene que llevar las gafas en todo momento –añadió bajando un poco la vista.

Satoru se encogió de hombros, sin darle mucha importancia.

Era peor los profesores, que no se lo creían y acababa con unas migrañas...

–No se preocupe, ya estoy acostumbrado a ello –respondió de forma cortés.

Por primera vez me ha hablado normal.

Ladeó un poco la cabeza, mirándole con curiosidad.

La forma de bajar los ojos... ¿Por qué me resulta familiar?

–¿Existe alguna otra condición médica a tener en cuenta? No es intromisión, sólo para anotarlo por si, al final, es usted el seleccionado –Suguru preguntó, tecleando de verdad en el ordenador.

Satoru negó con la cabeza.

–Nada, estoy muy sano –dijo finalmente con una de sus sonrisas más luminosas.

Me lo demostraste en el baño de la discoteca, sí. No, para. No sigas por ahí.

Suguru carraspeó para recomponerse, borrando de su mente cualquier imagen de aquel desastroso fin de semana.

–Sigamos hablando de usted... ¿Cuál considera que es su mejor virtud? ¿Y su mayor defecto?

¿Mayor virtud? Todas. ¿Mayor defecto? Ninguno.

Satoru hizo como si pensara, sabiendo qué sería lo correcto en esas situaciones.

–Mejor virtud... Aprendo muy rápido, suelo entender las cosas a la primera –explicó, ocultando lo que de verdad pensaba.

Y ahora, lo difícil... ¿Qué hago mal? No se me ocurre.

–Y suelen llamarme arrogante –dijo al final, como si no se lo acabara de creer.

¿Y te extraña? Maldito niñato de los cojones, ¿cómo coño me dejé embaucar para acostarme contigo?

–La arrogancia es un defecto considerable –fue lo que dijo.

Satoru llevaba tanto tiempo oyendo lo mismo que ni siquiera le afectaba. Nunca lo había hecho. ¿Era un creído? Sí. ¿Se lo podía permitir? También.

–Supongo –respondió, sin saber bien qué decir.

¿Supones? ¿¡Supones!? De verdad, acostarme contigo fue el peor error de mi vida.

Claramente molesto, incapaz de ocultar su ceño fruncido, Getō cambió de tema.

–Y teniendo en cuenta las respuestas anteriores, ¿qué considera usted que puede aportar a la empresa? ¿Por qué deberíamos incorporarlo al personal? –preguntó con cierto retintín.

¿Por qué parece odiarme tanto? Qué pereza.

Satoru tenía claro lo que podía aportar y por qué deberían contratarle, pero hasta él era lo suficientemente consciente para no decir nada de eso.

–Puedo aportar el entusiasmo y el empeño de la juventud, nuevos conocimientos por los estudios que acabo de sacarme y mi mayor esfuerzo para lograr que esta empresa sea aún mejor –respondió el discurso aprendido.

Deberías contratarme porque si no tendrás que volver a hacerme la entrevista.

–Y le aseguro que puedo lograr todo eso y más, señor Getō –respondió con confianza, sonriendo.

El tic en el ojo regresó cuando Getō escuchó su apellido en boca del muchacho. En el baño le había encantado cómo susurraba su nombre, y ahora le entraban ganas de vomitar. Intentó, con poco éxito, esbozar una sonrisa para dulcificar su rostro.

–No me cabe duda, Gojō-san –respondió, y volvió a carraspear–. ¿Tiene alguna duda que resolver antes de que pongamos fin a la entrevista?

Utahime me dijo que no era buena idea, y no entiendo por qué.

–¿Cuándo sabré el resultado? –preguntó–. ¿Y cuánto es el sueldo?

Soy un chico coqueto de gustos caros.

Antes de que Suguru pudiera contestar, alguien llamó a la puerta. Getō suponía que sería su secretaria, que vendría a entregarle unos documentos importantes –de ahí la interrupción–, y la hizo pasar. Su sorpresa fue mayúscula cuando, en lugar del pequeño y esbelto cuerpo de Manami, apareció otro compañero de trabajo, Nanami Kento –director del Área de Contabilidad.

Lo cierto era que Suguru, a pesar de que no tenía mucha relación con él, admiraba la entrega de aquel hombre. Era recto y cordial, correcto en su trabajo hasta rozar el perfeccionismo enfermizo. Y, a pesar de ser varios años más mayor que él, Suguru debía reconocer que el hombre estaba de muy buen ver.

Si no fuesen compañeros de trabajo –y si conociese sus intereses sexuales–, Suguru ya habría hecho algún movimiento.

–¿Desea algo, Nanami-san? –preguntó desde su escritorio con cierta curiosidad, intentando adivinar el motivo de la visita.

A Satoru se le iluminó la mirada en ese mismo instante.

–¡Nanamiiiiiiiin! –saludó de forma efusiva, con el apodo que solía usar con él–. ¿Has venido a desearme suerte?

Nanami chasqueó la lengua, frunció el ceño de forma exagerada mientras cerraba la puerta del despacho de Getō.

–Compórtate, Satoru –le espetó, mortalmente serio.

El hombre no soportaba las muestras excesivas de cualquier emoción. Y, habiendo conocido a Satoru prácticamente desde el principio de sus días, el chico reunía un montón de cualidades que detestaba –que le hubiese apodado de esa manera tan estúpida, entre ellas.

Mientras tanto, Getō, desde su sitio, se había quedado de piedra. ¿De qué se conocían esos dos? ¿Y esas confianzas? ¿Qué era eso de «Nanamin» y «Satoru»? ¿Se estaba perdiendo algo?

–Pensaba que la entrevista ya habría acabado. Mis disculpas, Getō-san –añadió, cordial como siempre.

–No... No hay problema... –fue lo que el moreno contestó, aún muy descolocado.

Qué majo, se ha preocupado por mí y ha venido a verme. Si en el fondo es un blando... Sólo se hace el duro.

Para variar, Satoru era completamente ajeno a toda la incomodidad que había causado.

–Ya casi acabamos. Lo he bordado –respondió con su mayor sonrisa, enseñando todos los dientes.

–No está en tu mano decidir eso, Satoru –Nanami le reprendió casi como un padre exasperado por los malos modales de su hijo.

Suguru estaba cada vez más intrigado por la relación de esos dos. ¿Y por qué nadie le había comentado nada?

–Será mejor que me marche, no quisiera alargar la interrupción más de la cuenta –anunció el rubio.

–Esto... Nanami-san –Getō lo llamó antes de que se fuera–. ¿De qué se conocen ustedes dos?

–Nanamin es mi niñera –respondió Satoru antes de que el rubio pudiera dar alguna que otra explicación.

Los colores subieron a las mejillas de Nanami.

–Satoru, por favor –pidió Nanami elevando el tono de voz, empezando a enfadarse.

La sonrisa no desapareció de la cara de Satoru, que se lo pasaba en grande.

–Desde los quince años –acabó de puntualizar el chico.

Nanami suspiró, exasperado.

–Soy su padrino. Sus padres me pusieron a cargo de él cuando era un adolescente, nada más –respondió el otro–. Fui su tutor durante un par de años, cuando tuvieron que realizar varios viajes al extranjero para expandir el negocio.

Getō no estaba preparado para ninguna respuesta –mucho menos, esa. ¿Niñera? ¿Nanami Kento haciendo de niñera? Eso iba contra natura.

¿Y por qué habla en presente? ¿Es que sigue teniendo que cuidar de él?

–Ah... –murmuró, con sorpresa–. No tenía ni idea... Aunque, claro, ¿cómo iba a saberlo? –se corrigió a sí mismo, torpe.

Satoru ladeó la cabeza, mirándole con curiosidad. Ya no parecía el entrevistador demonio de hacía escasos minutos.

–Porque nunca hablo de mi vida privada en el trabajo –respondió Nanami, serio como solía ser.

Ni en el trabajo ni en casa.

–Ni en el trabajo ni en casa. Así no vas a conseguir nada con la panadera...

Nanami carraspeó, incómodo. Como había dicho, su vida privada era eso, privada.

–Satoru, tengamos la fiesta en paz –contestó el rubio, y casi parecía su padre–. Aquí soy tu superior, igual que Getō-san, y tienes que respetarnos.

De todo lo que Nanami le había pedido, Satoru se quedó sólo con el pequeño detalle que le interesó.

–¿Eso significa que ya estoy dentro? ¿No tengo que volver a pasar la entrevista? –preguntó, ilusionado.

No porque le hiciera ilusión trabajar ahí, sino porque no tendría que volver a pasar por eso.

–Que seas el hijo de Shachō-san no te otorga privilegios. Eso es algo que Getō-san, como jefe de departamento, tiene que decidir –el rubio le reprimió.

Suguru casi se atraganta con su propia saliva. ¿Cómo que el hijo de Shachō-san? ¿¡Shachō-san!? ¿¿¿Este indeseable era el hijo de Gojō-sama???

¿He estado puteando toda la entrevista al hijo del jefe? Dios mío, soy hombre muerto... Y sólo llevo dos semanas como director... Ya lo estoy viendo, despedido en el acto...

–Sí, bueno, claro... –se vio obligado a comentar por alusiones, claramente nervioso.

¿¡Y qué hago ahora!? Si yo no quería contratarlo... ¡Pero ahora debo!

–En unos días se sabrá la respuesta, hay que valorar a todos los candidatos –añadió, carraspeando.

Pues lleva toda la entrevista puteándome a encargo de papá...

–Unos días... Bueno, puedo esperar –respondió, encogiéndose de hombros.

Seguro que no me pilla porque papá quiere que haga varias entrevistas... ¿Por qué me molesta tanto?

–Ya lo has oído, Satoru. Ahora despídete como es debido y espera la respuesta. Estate atento al teléfono, que te conozco –aleccionó Nanami al chico.

Con rapidez, a diferencia de lo que había hecho cuando Satoru entró en su despacho, Suguru se levantó de la silla para hacer también una reverencia educada. El chaleco se le había arrugado un poco y se podía ver su cinturilla estilizada por el pantalón de tiro alto.

Qué cintura tan... Céntrate.

Satoru no miró más de medio segundo antes de levantarse para hacer otra reverencia en respuesta. Sabía que era lo que tocaba por protocolo.

–Espero su llamada, Getō–senpai –dijo en un intento de quedar bien.

Nanami le dio una colleja al segundo.

Suguru agradeció enormemente haberse agachado y que su rostro no quedase a la vista, porque se le habían subido los colores un poco.

Getō-senpai... ¡No! ¡Suguru, reacciona! ¡No caigas en la tentación!

–Un placer conocerle, Gojō-san –fue lo que contestó, incorporándose.

–Para ti Getō-buchō, Satoru –le reprendió Nanami por su informalidad.

Satoru le quitó importancia al comentario.

–Se me entiende –le dijo al mayor.

Se despidió de Suguru con la mano y con una sonrisa jovial para, finalmente, salir por la puerta. Getō se colocó bien el chaleco, se apartó el mechón de pelo rebelde y se recompuso –había sido una entrevista de trabajo muy extraña.

–Jamás hubiese adivinado que Shachō-san tuviera un hijo tan... Distinto a él... Son como el día y la noche –comentó con Nanami cuando se quedaron solos.

Suguru había visto al señor Gojō un par de veces únicamente, pero sabía que era un hombre serio y bastante estoico –nada que ver con el carácter alegre y desenfadado de su hijo. Nanami suspiró, mirando aún a la puerta por la que el chico acababa de salir.

Nunca cambiará...

–Satoru siempre ha sido un alma libre...

Incapaz de tomarse nada en serio.

–No se lo tome a mal, Nanami-san, pero no le imagino cuidando de alguien como él... Debió ser complicado, sobre todo teniendo en cuenta que la adolescencia es una etapa difícil –el moreno comentó, interesándose.

A Nanami se le escapó un bufido que casi podía parecer un amago de carcajada.

–Ni se lo imagina –respondió, recordando esos años con nostalgia–. Cuando se lo propone, puede ser muy… Intenso –expresó, usando un eufemismo.

A veces me da la sensación que uno de sus hobbies es molestarme, simplemente por el placer de hacerlo.

–Pero es buen chaval –añadió al final–. Salía de fiesta, pero nunca tuve que ir a buscarle borracho, no bebe nunca. Tampoco se metía en peleas, y nunca me llamaron de su colegio para quejarse de él. Iba aprobando, aunque nunca le vi estudiando.

Cosas de superdotados... Nunca ha tenido que esforzarse por nada.

–Y esa personalidad... Supongo que todos los genios son excéntricos de alguna forma.

¿Lo considera un genio? Bueno, está claro que es muy inteligente si ha conseguido todos esos méritos académicos. Pero un genio... Bueno, supongo que yo no lo conozco tanto como él...

Suguru no quería cambiar la mala opinión que tenía de Satoru, se había portado muy mal con él, pero también tenía curiosidad por saber más de él. ¿Por qué? No se lo quería cuestionar.

–Y... ¿Por qué ha tenido que hacer una entrevista? Si es el hijo del jefe... –murmuró.

Nanami, sentado sobre el escritorio, relajó levemente su postura siempre recta. No solía hablar de la gente, pero con Suguru tenía cierta afinidad que le permitía mostrarse un poco más humano.

–¿No es obvio? –preguntó con cierta ironía–. ¿A usted le parece que ese niño, ahora mismo, está capacitado para llevar él sólo todo el negocio?

El hecho de que Nanami hubiese calificado a Satoru de 'niño' hizo que a Suguru se le revolviesen las tripas –se había acostado con él, y qué polvo había sido...

Me he coronado, de verdad... La próxima vez, voy a pedir el DNI.

–No, desde luego que no... Bueno, en dos días seguramente le informaré de la buena noticia –comentó.

Nanami se sorprendió levemente al oír eso.

–¿Ha hecho una buena entrevista? –preguntó, más sorprendido que otra cosa.

Sabía que Satoru era inteligente y tenía un carisma arrollador, pero también sabía lo mal que podía dársele la gente, más si debía parecer un adulto funcional y responsable. Getō dudó.

¿Soy sincero o miento? Ah... No puedo mentirle a Nanami, seguro que me pilla y se molesta.

–Lo cierto es que ha sido una entrevista curiosa... Quizá no sea el mejor compañero a la hora de trabajar, pero es evidente que está más que cualificado –dijo.

–Curiosa... –murmuró Nanami, pensativo.

Esta vez, sí que soltó un amago de carcajada.

–Sí, no esperaba nada menos –respondió luego.

Lo cierto era que Nanami había ido a intentar echarle un cable a Satoru. No podía evitar sentir un poco de debilidad por él.

–Por ahora estaría bajo mi cargo, así que no tendría que cruzarse mucho con él. Por supuesto, haga lo que considere oportuno.

El teléfono del trabajo empezó a sonarle, nunca lo llevaba en silencio. Miró la pantalla, viendo el número de Satoru, el cual le había mandado el sticker de un pene. Nanami chasqueó la lengua, molesto.

–Olvide lo de antes. Es un cretino insoportable –gruñó entre dientes.

¿Cómo diablos ha conseguido este número?

Getō no pudo evitar soltar una carcajada –ese cambio de opinión había sido hilarante.

–Revisaré las notas que he ido recogiendo de cada candidato y lo meditaré –dijo.

Nanami asintió con la cabeza, levantándose al fin y dispuesto a volver a su trabajo.

–Que tenga un buen día, Getō-san –se despidió el rubio, colocándose bien la corbata.

–Igualmente, Nanami-san –contestó el moreno, sonriendo suavemente como acostumbraba a hacer.

Chapter 5: Capítulo V

Notes:

¡Hola, hola, pichones!
Perdón por haber estado desaparecida estas semanas, pero me quedé sin portátil y no he podido publicar nada hasta que no me he comprado uno nuevo... Qué dolor en la cuenta corriente TT.TT Aun así, esperemos que os guste el nuevo capítulo y ya sabéis que podéis comentar lo que queráis que siempre contestamos y estamos deseando leeros!

Chapter Text

Gojō Satoru estaba tomando su chocolate caliente sentado en la barra de su cocina-comedor estilo americano. Habían pasado un par de semanas desde que había hecho esa fatídica entrevista, y empezaba a sospechar que no iban a llamarle. 

Seguro que papá me programará otra en breves

Aunque estuviera aún con los ojos medio cerrados, ya llevaba las gafas de sol puestas. Se había despertado hacía poco, aunque fueran las once de la mañana. Pero... Ha valido la pena, pensó, con una sonrisa triunfadora en el rostro. Su teléfono empezó a sonar.

Getō Suguru escuchó el primer pitido de la línea y notó que apretaba la mandíbula sin querer. Era viernes y, aunque mañana también tenía que trabajar, casi podía sentir el fin de semana con las yemas de sus dedos.

Cordialidad y educación ante todo. Es el hijo del jefe, puede hacer que me despidan con sólo chasquear los dedos...

Había hecho una selección entre todos los candidatos, y Satoru había pasado. Reconocía que tenía un currículum impresionante y que podía ser un buen activo para la empresa –un diamante en bruto. Aún le odiaba con todas sus fuerzas, pero Suguru se vanagloriaba de ser un profesional y no dejaba que sus sentimientos interfiriesen con el trabajo.

Miró el reloj sobre la mesa de su escritorio una vez más. Eran las once de la mañana y acababa de sonar el segundo tono. Llamaría para comunicarle la noticia y, después, bajaría a la cafetería a almorzar. Porque iba a necesitar un descanso después de ello.

–¿Diga? –preguntó Gojō, antes de dar otro sorbo a su chocolate.

–¿Gojō Satoru? Buenos días, soy Getō Suguru. Le llamo de parte de Gojō Family Business Inc. –contestó el moreno con su mejor voz cordial.

Getō Suguru...

Gojō no pudo evitar el pensamiento sobre lo dulce que sonaba su voz cuando no parecía querer matarle. Por supuesto que se acordaba del entrevistador demonio. Como para no hacerlo, con la entrevista que le dio... Ya creía que no iba a llamarle. 

–Buenos días, Suguru–senpai –respondió. No se acordaba del honorífico que Nanami le había dicho que debía usar.

Getō puso una cara por la que agradeció estar hablando por teléfono y no en persona. Satoru se había cogido muchas confianzas con él y prefería marcar distancia.

–Getō-san está bien, si no le importa –le corrigió, carraspeando–. Como habrá imaginado, le llamo por la entrevista de trabajo que realizó para la compañía hace dos semanas. Me hubiese gustado ponerme en contacto con usted antes, pero el proceso de selección ha sido tedioso –se excusó.

¿Getō-san? Qué frío

–No se preocupe, entiendo que es usted un hombre ocupado –respondió Gojō, jugando con la patilla de sus gafas.

Más de lo que me gustaría...

–El caso es, Gojō-san, que después de valorar varios factores, hemos decidido que usted es el candidato adecuado para ocupar el puesto dentro de nuestras filas –comunicó, manteniendo un tono neutro y profesional.

La mirada de Satoru se iluminó por completo. 

–¿En serio? –preguntó, contento–. ¡Muchas gracias por esta oportunidad, Suguru-senpai!

Suguru se sonrojó suavemente, como si volviese a tener 16 años y estuviese a cargo de un compañero más joven en el instituto.

–E-Empezará el lunes que viene, en Contabilidad. Como ya tiene una relación previa con Nanami-san, estará a su cargo y trabajará en su área –dijo.

Contabilidad. Sí, Nanamin dijo que iba a estar con él. Aunque sueña a coñazo...

Satoru asintió con la cabeza, como si alguien le estuviera viendo.

–Por supuesto, ahí estaré. Prometo dar lo mejor de mí –siguió, hablando con profesionalidad, practicando ahora que debía trabajar de verdad.

Suena hasta mono... Es su primer trabajo, ¿no? Según lo que deduje de la charla con Nanami...

–A primera hora en las oficinas, Edificio Aka, plantas tres y cuatro. Una vez allí, ya le mostrarán dónde estará su nuevo puesto de trabajo –Suguru explicó.

La empresa era tan grande que había dos edificios, Aka y Murasaki, conectados entre sí por una amplia red de ascensores y pasillos. Suguru trabajaba en el segundo, donde se concentraban las zonas de Recursos Humanos, Atención al cliente y Publicidad.

–Traje oscuro, no es necesaria la corbata. Buena higiene y apariencia –añadió, aunque eso se daba por sentado–. No es necesario que lleve portátil, tendrá uno en su mesa. ¿Alguna duda?

Gojō frunció levemente el ceño, acabándose el chocolate y dejando la taza en el fregadero. Ya la limpiaría luego. 

–Siempre cuido mi higiene y mi apariencia, Suguru-Senpai –dijo intentando que no se notara el timbre de molestia en la voz. 

Siempre diva nunca indiva. 

Getō no pudo evitar esbozar una sonrisa contra el teléfono, y luego se reprendió a sí mismo por haber bajado la guardia.

–Hay espacios habilitados para fumadores en cada planta, aunque sólo está permitido acudir dos veces por jornada laboral –continuó, recordando las normas de la empresa–. El turno de comida es de doce a cuatro, aunque desde las once ya se puede servir por si algún empleado lleva otro horario debido a sus actividades.

Gojō asintió de nuevo, con la espalda apoyada en la barra. 

–¿Hay máquinas de comida por si me entra hambre antes? –preguntó–. De esas con chocolate, dango , mochi... Ya sabe.

Sus prioridades eran bastante diferentes a las del resto del mundo.

–Cada dos plantas hay ubicada un área de esparcimiento con máquinas expendedoras, tanto de bebida como de comida. Aunque preferimos que nuestros empleados acudan a ellas sólo cuando sea de imperiosa necesidad.

El chocolate cuenta como imperiosa necesidad

–De acuerdo –respondió al final, asintiendo de nuevo, atento a la voz suave de Getō. 

De verdad que suena bien cuando no parece un asesino en serie

–¿Tengo que presentarme antes para firmar el contrato?

–No será necesario. El lunes, en recepción, ya le estarán esperando y será lo primero que haga. También le enseñarán las oficinas y después, podrá habituarse a su nueva zona de trabajo –contestó Getō.

–¿Tendré un despacho? –preguntó, ilusionado de nuevo.

Suguru tuvo que morderse los carrillos por dentro para no reírse a carcajada limpia.

¿Pero en qué puesto se piensa este chico que va a trabajar?

–No. Los despachos son sólo para directivos y jefes de sección –le corrigió, divertido–. Usted estará en planta, con el resto de compañeros. Cada uno con su mesa y unos separadores de tres paredes.

A Satoru se le escapó un puchero. Le hubiera hecho ilusión tener uno. 

–Está bien... –respondió, intentando que no se le notara la frustración.

–¿Tiene alguna pregunta más antes de que finalicemos la llamada? –Suguru preguntó con educación, mirando el reloj de reojo.

–Nada más. Muchas gracias, Suguru-senpai –agradeció Gojō finalmente.

Suguru le iba a corregir otra vez, pero lo dejó estar.

–En ese caso, me despido. Que tenga un buen día, Gojō-san.

Satoru se despidió de Getō y colgó el teléfono. Contento, bostezó con la boca abierta, apagando la pantalla del teléfono. 

–¿Con quién hablabas? –preguntó una voz femenina detrás de él. 

Los brazos de una mujer le rodearon por la espalda, acaramelada al de pelo blanco. Gojō se giró en dirección hacia ella, su acompañante de esa noche. 

–Del trabajo –respondió él, en el mismo tono antes de besarla.

*

Lunes, 26 de febrero. El día era algo desapacible y el viento helador soplaba con fuerza, enfriando la temperatura del ambiente bastante. El invierno estaba dando sus últimos coletazos antes de dormir hasta el año que viene. Por suerte para el bullir de la ciudad de Tokio, la nieve sólo se había dejado ver unas semanas a mitad de enero. En una ciudad tan grande, las inclemencias climáticas afectaban al normal funcionamiento más de lo que gustaría.

Millones de trabajadores se desplazaban a primeras horas hacia sus puestos de trabajo en todos los medios de transporte posibles. Las bocas de metro, las estaciones y las calzadas escupían viandantes sin parar, dando forma a una masa de cabezas casi homogénea.

Entre todos los trabajadores que se desplazaban a esas horas, los salarymen eran casi una especie diferente. Ataviados con ropas oscuras y maletines, parecían cortados por el mismo patrón. Hombres de un rango de edad considerable, con cara cansada y vista perdida, pensando en todas las tareas que el día les deparaba.

La Gojō Family Business Inc. era uno de esos enormes edificios de oficinas que plagaban el distrito financiero de la ciudad. Y, como el resto, sus puertas se abrían para acoger oleadas de trabajadores que, sin levantar la vista del suelo, se dirigían a sus puestos de trabajo –el camino tantas veces recorrido, aprendido de memoria.

El ruido de los tacones al pisar el pavimento, los saludos breves y cordiales y el suave murmullo que acompañaba al gentío pronto sería sustituido por dedos sobre el teclado, llamadas de teléfono y máquinas de café.

De entre todos ellos, esa mañana había uno que destacaba en especial. Gojō Satoru llegó a la recepción de la empresa, siguiendo las indicaciones que había recibido por parte de Getō. Para una mejor impresión, se presentó en el lugar indicado veinte minutos antes, atravesó las puertas automáticas con su mejor sonrisa, resplandeciente como sólo él sabía hacerlo. 

–¡Buenos días a todos! –saludó de forma efusiva, destacando sin pretenderlo siquiera.

La muchacha de recepción se lo quedó mirando con la misma cara que sus nuevos compañeros –una mezcla de estupefacción y curiosidad con cierto reproche. De mediana edad, estaba ordenando la recepción porque le gustaba tener todo en su sitio.

–¿Es usted Gojō-san? –preguntó, levantándose del sitio tras el mostrador.

Satoru iba vestido con su traje negro, sin corbata y camisa blanca, con el último botón desabrochado. Además, para que no le dijeran nada, se había comprado unas gafas de sol nuevas. Ya no eran las redondas, que le daban un aire más informal, estas tenían una forma más ovalada y, a su parecer, le daban un toque de seriedad que le ayudaría. 

–El mismo –respondió, sonriendo a la mujer.

La joven sonrió e hizo una reverencia cordial, estirándose la americana que vestía para dar una mejor impresión –Gojō-san era un hombre muy atractivo. Un poco joven, pero atractivo. Cogió una carpeta del mostrador y salió de él.

–Si es tan amable de acompañarme, por favor –dijo, haciendo un gesto con la mano–. Le están esperando en su departamento.

Eso no era cierto porque Satoru había llegado antes, pero lo decía por cordialidad. Satoru asintió con la cabeza y dejó que la recepcionista le guiase hasta su futuro puesto de trabajo. 

–Muchas gracias, señorita –respondió él. 

Esa faldita le hace un... Frena. Aquí no. Tengo límites, y el trabajo es uno

Se dirigieron hacia los ascensores y, junto al resto de compañeros, subieron a la cuarta planta. Fue entonces cuando Satoru pudo ver su zona de trabajo: una planta bastante amplia y diáfana salvo por algunos pasillos y despachos privados, llena de mesas y separadores.

Con ella liderando el camino, se dirigieron hacia el despacho del fondo, el que pertenecía a Nanami Kento. A las puertas había otro puesto de trabajo para el ayudante de Nanami. El chico acababa de llegar a su puesto de trabajo, y se estaba quitando el abrigo –un café humeante sobre el escritorio.

–Buenos días, Ino-san –dijo ella para llamar su atención–. Le presento a Gojō Satoru-san, el nuevo empleado del sector.

Takuma Ino era un joven –más joven que Satoru incluso– alto y constitución delgada, ojos grandes y cejas finas. Su cabello castaño estaba un poco desordenado porque se había quitado un gorro recientemente.

–¡Buenos días, Gojō-san! Un placer conocerle. Ino-san está bien, pero puedes llamarme Takuma también –se presentó alegremente.

¿Éste quién es? ¿No voy a tener a Nanamin para mí sólo? ¿Tiene otro chico al que hacerle de niñera?

Gojō nunca diría en voz alta que acababa de experimentar los celos nada más conocer a alguien.

¿Takuma? Nanamin es mío

–Un placer, Takuma –respondió Gojō, sonriendo de forma cordial, sin poder evitar emanar un aura de furia heladora para con su compañero.

–El contrato de Gojō-san –la mujer le cedió la carpeta a Ino–. Cuando esté todo en orden, lo necesitarán en Recursos Humanos.

–Claro, yo me encargo –respondió Ino, y la mujer de recepción volvió a su puesto.

El chico la abrió y ojeó el contrato levemente por encima, cogiendo un bolígrafo de su escritorio.

–Hay que firmar aquí y aquí –le señaló a Satoru–, pero primero asegúrate que está todo bien. Luego te enseñaré tu puesto de trabajo y la planta.

Satoru ladeó la cabeza con curiosidad y algo de decepción. 

–¿No me va a hacer el tour Nanamin? –preguntó, cogiendo el contrato.

Ino no pudo evitar soltar una carcajada.

–Nanami-buchō tiene mucho trabajo que hacer. Está hasta arriba con un informe de cuentas que hay que entregar para la semana que viene –explicó, cosa que no debería–. Te lo haré yo y luego ya podrás ponerte a trabajar.

El puchero en la cara de Satoru fue más que evidente. 

Yo quería a Nanamin, no a la gata rompehogares...

–De acuerdo... –murmuró, como un niño pequeño.

Ino forzó una sonrisa, un tanto incómodo. No era agradable ese desprecio tan evidente, sobre todo porque no se conocían de nada. Y sabía que Nanami era el mejor –a él también se lo parecía–, pero ello no le hacía sentir mejor. A pesar de su posición en la empresa, aún tenía momentos en los que no se sentía capacitado para sacar adelante el trabajo.

–Primero el contrato –repitió, cediéndole papel y boli a Satoru.

Satoru asintió con la cabeza, cogiendo los objetos que Ino le cedía. Firmó su contrato sin poder evitar recordar la imagen de Getō durante la entrevista. 

¿Estará por aquí?

Una vez firmado el contrato, ambos jóvenes comenzaron con la entrevista. Primero, la zona de trabajo de todo el mundo. Ino le fue explicando que cada uno tenía su mesa, separada de la de sus compañeros mediante compartimentos –prácticamente, cubículos a excepción de una pared– donde trabajaban individualmente a pesar de compartir espacio. Satoru tenía libertad de movimiento para ir al servicio o a cualquier otra parte, incluso a buscar a otros compañeros a la mesa por si necesitaba alguna documentación –o ayuda.

Mientras ellos caminaban por el pasillo, los trabajadores iban llenando sus puestos de trabajo y se escuchaba el ruido de teclados y ratones. Al final del pasillo estaban los servicios y, al lado, el área de esparcimiento.

–Supongo que te lo habrán dicho ya, pero tenemos un receso de cinco minutos cada hora y media para enfriar la cabeza. Puedes salir a fumar o picotear algo –explicó Ino, entrando.

La habitación era de tamaño medio, con varias máquinas expendedoras de diversos tipos. También había unas cuantas mesas altas con banquetas para relajarse un momento, y varias papeleras separadas por tipo de basura.

Donettes, Lacasitos, chocolatinas, Toke, chuches, Kit-Kat, Oreo, galletas... Perfecto

Satoru fue escuchando atentamente todas las explicaciones y quedándose con la información, sabía que iba a serle útil. 

–Entiendo –fue respondiendo a lo que Ino iba diciéndole–. ¿Suelen hacerse muchas horas extra?

–Bueno... Una hora diaria aunque, si hay trabajo importante, a veces nos quedamos hasta la medianoche. Ya sabes, si hay que entregar algún informe o estar pendientes de la bolsa o algún movimiento comercial relevante –respondió el chico–. No quiero hablar mal de la empresa, pero Shachō-sama es exigente y tiene unos objetivos muy claros...

Qué me vas a contar...

Satoru no tenía mala relación con sus padres, de hecho, era bastante buena. ¿El problema? Chocaban mucho por la diferencia de carácter entre ellos. Sus padres eran más chapados a la antigua, y Gojō era un espíritu libre. 

–Y eso es quedarse corto –dijo con cierta ironía, algo divertido.

Ese comentario, a Ino, le sorprendió.

–¿A qué te refieres? –preguntó con curiosidad.

A que me castigó dos semanas sin salir de casa cuando me pilló fumando

–A que lo es –respondió el joven de forma natural.

–Pero... Me refiero, ¿lo conoces? –Takuma preguntó.

¿Cómo no voy a conocer a mi propio padre?

–Claro –respondió Satoru algo extrañado. 

En su cabeza, no entraba la posibilidad de que no se diera por hecho quién era él. No porque fuera el hijo del jefe, sino porque para él era lo normal.

–Ah... –el chico se quedó completamente descolocado.

Él llevaba allí trabajando dos años, que era poco tiempo para la posición que ostentaba. Y, por supuesto, nunca había visto al jefe. Al jefe ni a ningún alto mando a excepción de Nanami y, a veces, Getō por cuestiones lógicas –Recursos Humanos estaba en contacto con todos los empleados.

–Bueno, pues entonces no tengo mucho que contarte... –murmuró, sin saber muy bien qué decir.

–De acuerdo –respondió Satoru, mirando a su alrededor–. Entonces... ¿Cuál es mi sitio? 

Aunque creo que pillaré unas galletas en la máquina para ir picando mientras

–Por aquí –Ino indicó con la mano.

Regresaron a la zona común y fueron recorriendo el laberinto de mesas, colocadas en filas y columnas, hasta llegar a una mesa vacía.

–Aquí trabajarás a partir de ahora. Sería bueno que memorizases la fila y la columna, porque al principio puede ser un poco lioso... ¿Tienes alguna duda?

–Lo tengo –dijo mirando la mesa, memorizándolo al instante nada más llegar–. Fila tres, columna cuatro –dijo en voz alta. 

Miró al pequeño cubículo en el que estaría ubicado, con algo de desgana. 

El pupitre en el que me sentaba en el colegio de primaria era más grande que esto... Y pegado con el resto de la gente...

–¿Con qué tengo que empezar?

–Si no recuerdo mal, te han enviado unos documentos a tu nuevo correo corporativo. Lo tendrás todo explicado, y las claves y tus datos, en un documento permanente en el ordenador –explicó el joven, moviéndose un poco para que Satoru pudiera sentarse.

Satoru asintió con la cabeza de nuevo, viendo que ya le tocaba empezar a ponerse las pilas. 

–De acuerdo, Ino–... –dudó un par de segundos, intentando recordar cuál sería el honorífico apropiado, puesto que él nunca usaba–. San. 

El joven asintió cordialmente y se despidió de Satoru con la premisa de que, si necesitaba ayuda con lo que fuera, su mesa estaba siempre abierta para cualquier duda. Y, después de eso, dejó a Gojō en su nuevo puesto de trabajo. Satoru se colocó mejor las gafas y miró al pequeño cubículo que iba a ser su lugar de trabajo a partir de ahora. 

Es enano...

Suspiró un par de veces. Sólo había sitio para un ordenador, una libreta para apuntar y el teléfono. 

Al menos, tengo teléfono

Abrió su maletín y sacó con cuidado lo único que había traído para su primer día: un cactus. Lo colocó encajonado entre el teléfono y las paredes falsas que le separaban de su compañero de trabajo justo al lado. 

–Bueno, pues... Vamos a ello...

Abrió el ordenador y siguió las indicaciones que Takuma le había dado. Al cabo de una hora, Satoru ya había conocido a los dos compañeros que tenía a ambos lados y al de enfrente, aunque sólo fuera cordialmente. Eran todos mayores que él, dos hombres y una mujer, y llevaban varios años en la empresa.

Para las minucias y cosas sin importancia, le dijeron, que hablase con ellos en lugar que con algún encargado de departamento –un jefe estaba totalmente descartado– para no molestar mucho. Para problemas más graves, sí. Pero ellos nunca tenían problemas graves. Como mucho, que el ordenador no encendía.

Por ser su primer día, a Gojō le habían encargado una tarea bastante sencilla y algo monótona. Pero era lo que todos allí parecían estar haciendo. Teclear y teclear, a veces usar la calculadora o hacer una llamada. Contabilidad era eso, contar.

Con la breve charla mantenida con sus compañeros, Satoru se enteró de que el Edificio Aka, en el que estaba, era el corazón de la empresa. Allí estaban ubicados todos los departamentos de peso. Y el Edificio Murasaki estaba destinado para otras áreas, también relacionadas con la empresa pero de menor importancia. Y también le comunicaron, por supuesto, que lo primero que tendría que hacer era un examen médico cuando Recursos Humanos lo solicitase.

Cuando llevaba un par de horas trabajando, Satoru sintió la imperiosa necesidad de devorar algo dulce. Se levantó de su silla y se estiró cuan largo era y se dirigió a la sala de descanso para poder saquear algo de la máquina. 

Aún no he conseguido el número de Nanamin... A ver si engaño a alguien y puedo hacerle alguna broma telefónica cuando haya avanzado un poco .

Mientras Satoru estaba comprando en la máquina, llegó Suda Manami con una bandeja vacía. Iba impecablemente vestida, con una falda de tubo gris y una blusa fucsia que moldeaba perfectamente su cuerpo. La mujer era un bellezón, no había duda de ello –y a ella, presumida, le gustaba arreglarse.

–¿Gojō-san, verdad? –se acercó a Satoru con coqueteo–. ¿Qué tal en su primer día?

Ella se acordaba perfectamente de él porque se acordaba de todos los hombres guapos con los que se cruzaba.

¿Pero qué tenemos aquí?

Satoru iba a recoger su paquete de galletitas de chocolate, pero una voz dulce le obligó a girarse antes. 

Santo dios bendito, qué hermosura hay aquí

La chica le entró por la vista y, si hubiera podido, él le hubiera entrado a ella. Se giró en redondo para prestarle toda su atención a la vez que se apoyaba de forma relajada sobre la máquina.

–No puedo quejarme, no está mal y Takuma me lo ha explicado todo –respondió con cierto coqueteo, bajando las gafas de forma sutil para enseñar un poco sus ojos. 

Sabía que llamaban la atención, que gustaban y atraían a partes iguales, y no dudaba en usarlos como arma. 

Y ahora que te he visto a ti... Menos.

En ese momento, pero, fue consciente del lugar en el que se encontraba. 

Espera. No. No, no, no, no. Frena. Frena. En el curro, no. Está feo y me han amenazado con desheredarme.

–¿Y usted, qué tal su jornada? –preguntó luego, intentando adoptar de nuevo una postura corporal y un tono de voz más profesional–. Trabajaba con Suguru–senpai, si no recuerdo mal.

–Ay, no me trates con tantos formalismos que me siento mayor, por favor –Manami soltó una carcajada suave.

Si a mí me gustan mayores que yo…

Era una mujer un poco escandalosa y, a veces, algo infantil porque se comportaba como una adolescente con los hombres por los que se sentía atraída –como era el caso con Satoru.  Se apartó un mechón de pelo con la mano con un gesto calculado, para que su perfume de marca inundase el ambiente, y se apoyó con un hombro sobre la máquina.

–Sí, trabajo para Getō-sama. De hecho, he venido a por un té y un snack para él –ella explicó con su melodiosa voz, sin apartar la vista de Satoru–. Las máquinas de nuestro departamento están averiadas. Una pena, ¿verdad? –preguntó, haciendo un pequeño puchero.

Satoru desvió la vista por el pelo, siguiendo su gesto, hacia el hombro, apoyado en la máquina. 

Y qué bien huele...

–Entonces tendréis que bajar aquí a menudo... –respondió.

No. Para. En el trabajo, no.

Gojō volvió a ponerle ojitos antes de volver a centrarse. 

–En ese caso, no quiero entretenerla, señorita –dijo luego, recogiendo su paquete de galletas. 

Atrás, tentación

–Qué cortés, y siendo tan joven... Qué mono –Manami esbozó una sonrisa.

Bueno, será mejor no avasallar la primera vez, que luego se me escapan...

Decidió no prestarle más atención a Satoru y atender la máquina de bebida para comprar un té rojo –para su jefe. Ella se pediría un café de avellana y, para comer, Getō le había encargado unas algas fritas.

Piensa que soy mono. La tengo en el bote. No, para. Satoru, controla tus impulsos.

Despidiéndose de forma cortés con una leve reverencia, volvió a su zulo antes que no fuera demasiado tarde. 

Mierda, no le he preguntado el número de Nanamin

La mujer observó a Satoru irse y no pudo evitar suspirar, haciendo un pequeño puchero. La máquina de café dio un pitido y la mujer apartó el primer vaso para meter el segundo.

Luego me acercaré a su mesa para comentarle lo del examen médico...

Tengo que quedarme con las horas a las que baja a comer algo, aunque sea para alegrarme la vista...

Satoru volvió a sentarse en su mesa, con una galleta ya en la boca. 

Puedo llamar a Takuma y preguntarle por Nanamin, trabaja para él... Pero antes, seguimos con esto

Abrió de nuevo el portátil para seguir con su trabajo. Satoru intentaba ser muy responsable con ese tipo de cosas. Antes de que se hubiese dado cuenta, el reloj de la oficina –y de todos los dispositivos digitales– marcaba la hora de comer. No todo el mundo tomaba el descanso a la misma hora, había turnos por secciones para que la cafetería no se desbordase de afluencia.

Cada edificio tenía la suya, pero daba la casualidad de que la del edificio contiguo, Murasaki, estaba de reformas durante unos días –y ahora, todos los empleados iban a la cafetería del Edificio Aka a comer.

–Nos vamos a comer. ¿Te vienes? –preguntó su compañera, levantándose de la silla para ver por encima de los separadores.

Dios... Me duelen los ojos hasta con las gafas...

Satoru no estaba acostumbrado a estar muchas horas seguidas en el ordenador, porque su vista –y su cabeza– se resentían. Había pensado que, con sus gafas oscuras, aguantaría bien, pero llevaba media jornada y ya se lo notaba. 

Me vendrá bien descansar un ratito…  

–Claro –murmuró, masajeándose los párpados por sobre los cristales oscuros–. Me muero de hambre. 

Lo que era curiosamente cierto, aunque se hubiera comido tres paquetes de galletas y dos chocolatinas. Junto al resto de compañeros, bajaron por el ascensor hasta la planta calle –donde se ubicaba la cafetería. No tenía pérdida, toda la gente se dirigía al mismo sitio.

Chapter 6: Capítulo VI

Notes:

¡Hola, hola, pichones!
Continuamos con este nuestro fic que, para nuestra inmensa alegría, está teniendo una acogida increíble. Nos encanta saber que lo leéis y esperáis las actualizaciones con ganas, igual que nos encanta saber vuestra opinión en los comentarios! Sin más dilación, dentro capítulo <3

Chapter Text

La cafetería era una zona muy amplia. Al fondo se situaba la cocina en la que, a través de mostradores, los empleados recogían la comida en fila –igual que en un colegio. El menú era el mismo para todos, aunque había varios platos a elegir. Hoy lunes había cerdo shōgayaki como plato principal acompañado de arroz blanco, repollo cocido en tiras, sopa de miso, algas nori fritas, ensalada de pepino y, de postre, flan de huevo o yogur natural.

El resto del espacio lo ocupaban las mesas para comer, cada una para ocho comensales. Cada empleado cogía su bandeja y, cuando terminaba de comer, llevaba las bandejas a los carros adyacentes en los extremos y se iba. Satoru buscó con la mirada por todo el comedor, buscando a su querida niñera para saludarla.

Anda, mira.

–¡Suguru–senpai! –saludó, viendo la cabellera negra atada en un moño haciendo fila para recoger la comida.

El nombrado no pudo evitar girarse a buscar la fuente de esa llamada. Nadie le llamaba así, con ese mote tan infantil –nadie, salvo Satoru. El chico le saludaba con su mejor sonrisa como si nada.

¿Cómo me ha llamado? Le dije que no lo usase conmigo... Ay, qué vergüenza. Me está mirando todo el mundo...

Lo cierto era que varios compañeros le estaban mirando –porque nadie se atrevía a mostrar esos compadreos en la oficina, mucho menos con los directivos.

–Parece que le cayó usted bien, Getō-sama –comentó Manami a su lado, peinándose un poco.

Suguru forzó una sonrisa y le devolvió el saludo con la mano. A diferencia de Suguru, a Satoru le daba bastante igual llamar la atención, por lo que ignoró todas las miradas indiscretas dirigidas a su persona. Amplió su sonrisa en dirección a Getō.

Si en el fondo sólo iba de duro...

–¿Conoces a Getō-sama? –preguntó la compañera de trabajo al chico, mirándole entre sorprendida y abochornada.

Satoru le miró, sonriendo con cordialidad.

–Sí, me hizo la entrevista. Me las hizo pasar putas –comentó bastante animado.

–¿En serio? Eso no parece propio de él, con lo educado que es siempre... –la mujer contestó, sorprendida–. Tiene un club de fans. Cuando se sienta a comer, siempre lo rodean un montón de mujeres. Pero, hasta donde yo sé, nunca ha pasado nada con ninguna. Es muy profesional. Y eso que su secretaria le pone ojitos desde que llegó... –añadió, bajando la voz.

Un club de fans...

Satoru volvió de nuevo su vista hacia él, examinándole por primera vez.

La verdad... Es bastante atractivo...

A Satoru le sorprendía no haberse fijado en eso hasta ahora. Suponía que era por la cara de perro que le puso nada más verlo.

Había notado que era guapo. Pero no que lo fuera tanto.

Vaya, vaya... Y qué buen culo tiene...

Satoru se entretuvo un par de segundos de más observando esa maravilla anatómica.

¿De qué me suena ese culo...?

–Su secretaria, la mujer pelirroja, ¿verdad? –preguntó, intentando despistar–. Me la he cruzado en el comedor antes.

A mí también me ha puesto ojitos, pensó, con orgullo.

–Sí, Manami-san... Aunque si yo fuese como ella, también intentaría acercarme a él... –murmuró la mujer.

Fue en ese momento en el que la susodicha, como si la hubiesen invocado, se acercó a ellos con paso decidido.

–Gojō-san, hay que discutir una serie de cosas sobre su contrato. ¿Le importaría comer con nosotros para aclararlo todo cuanto antes? –preguntó con inocencia, batiendo sus pestañas un par de veces.

Satoru, gracias a su amplia experiencia en el campo del amor de una noche, fue capaz de disimular perfectamente la impresión que ese pestañeo causó en él.

–Claro, por supuesto, Manami-san –respondió Satoru, quedándose con el nombre de la chica y siguiéndola luego.

Manami se acercó a su jefe con una sonrisa en el rostro, sabiendo que Gojō la seguía. Le encantaba rodearse de hombres guapos. Llevaba años tras su jefe, antes compañero de trabajo, pero nunca había tenido la oportunidad. Tal vez, si lo viera con otro, le haría tener celos y eso le ayudaba a mover ficha.

–Ya estamos aquí –canturreó, complacida, regresando a su sitio en la fila.

–Buenos días, Gojō-san –saludó Suguru con una sonrisa que intentó no forzar demasiado.

–Hola –saludó de forma informal, con su característica sonrisa alegre.

Cómo no, no notó que Suguru estaba tenso debido a su presencia. Le habían invitado a sentarse con ellos, para él, eso ya era una muestra de paz.

Mientras Manami y Gojō mantuvieron una charla informal, la fila fue moviéndose y ellos llegaron a servirse la comida. Luego, con las bandejas en las manos, se sentaron en una de las mesas del lateral izquierdo, donde ya había tres mujeres comiendo. Se saludaron cordialmente y comenzaron a comer.

–La comida aquí es bastante buena –anunció Manami–. Hay un restaurante a unos diez minutos que prepara un sushi riquísimo, pero es un poco caro.

Coqueta como siempre, se encargaba de mantener la conversación viva con Gojō.

¿Es una invitación velada?

–Mi sueldo no sé si da para eso aún –respondió, obviando bastante el resto de dinero que tenía.

Ahora que sus padres le habían cerrado el grifo, prefería ahorrar en caprichos innecesarios.

Y no puedo ir contigo, belleza, que trabajamos juntos.

A Satoru tampoco le pasó desapercibido que Manami miraba de reojo mientras hablaba con él. Era más que obvio que estaba coqueteando sutilmente con él para poner celoso a Suguru.

Sí que le gusta, sí... Pero él no le hace ni caso. Ni siquiera parece darse cuenta, de hecho. ¿Por qué?

Por pura curiosidad, Satoru prestaba atención a las acciones de Suguru, que parecía enfadado con el mundo.

Ahora sí parece el tipo que me entrevistó.

Suguru estaba concentrado en su comida. Y no la estaba degustando porque Manami había decidido actuar por su cuenta –algo que nunca hacía– para acercar a Gojō y que se sentase con ellos. ¿Por qué?

Si sólo he comentado lo del reconocimiento médico... No hacía falta sentarse juntos... Agh... Y encima estos dos están tonteando... Manami lleva detrás de mí desde que llegué, ¿lo sabías, niñato?

–Para alguna ocasión especial entonces –ella contestó, sonriendo–. Los sábados por la noche, solemos ir a algún izakaya cercano. En tu primera semana, no puedes faltar –le sonrió a Satoru con malicia.

¿Debería...?

Gojō no sabía si era del todo correcto, pero por un lado, le estaban invitando, y era cierto que era su primera semana. Por otro lado, le encantaba la fiesta. Miró a Suguru, algo dubitativo.

Pero creo que éste aprovechará para matarme. ¿Qué le he hecho para que me odie así?

–Claro, si os parece bien, será un placer –respondió, no muy seguro de sí mismo, aun mirando al mayor.

Getō arqueó una ceja.

¿Me está pidiendo permiso?

–Todo el mundo es bienvenido. Además, es una buena forma de relacionarse con los compañeros, y sería bueno que asistiera –dijo.

Satoru asintió con la cabeza, sin estar seguro de si era bienvenido o no.

Pero si dice que sí...

–Ahí estaré entonces –respondió.

–Ya verás, te lo pasarás muy bien –Manami comentó, bebiendo un poco de agua–. Algunas veces, hasta hemos acabado en un karaoke.

–Manami-san, va a ser su primera vez. No lo asustes... –murmuró Getō, no muy atento a la conversación.

El hecho de hablar sobre alcohol, fiesta y Satoru en una misma frase no le gustaba lo más mínimo.

–Me encanta el karaoke –respondió Gojō, algo más animado con el plan. 

Y parece preocupado. O eso, o intenta que no vaya de forma disimulada.

El hecho de estar en la misma mesa que Suguru y que le ignorara de esa forma se le hacía algo raro. El resto de compañeros le miraban al menos cuando le hablaban, pero él ni eso, y no acababa de entender por qué. Manami miró a Gojō con diversión antes de guiñarle un ojo.

–Es que Getō-sama prefiere los planes más tranquilos –susurró, tapándose la mano con la boca.

No lo hizo con discreción y Suguru pudo oírlo. No se enfadó porque ya conocía a su secretaria lo suficiente como para saber a qué estaba jugando. Y, además, tenía razón.

–Pero es bueno haber encontrado un compañero de fechorías –añadió ella, con un claro doble sentido.

Satoru no pudo evitar levantar la ceja. Manami estaba siendo demasiado obvia con su estrategia. Y con su coqueteo. A Satoru le gustaba gustar, y Manami le había entrado muy bien por la vista, pero no iba a hacer absolutamente nada al respecto. Aunque fuera un playboy de manual, también era cierto que tenía mucho autocontrol –cosas de poder tener a quien quisiera y cuando quisiera.

–Claro –respondió disimulando la incomodidad como pudo, con una sonrisa cortés.

Manami no dijo nada más. Su teléfono empezó a sonar y se centró en la pantalla, olvidándose casi de comer –y del motivo por el que había hecho llamar a Gojō. Suguru, por su parte, escuchaba de refilón la conversación que mantenían las otras tres mujeres sentadas a la mesa –estaban hablando sobre una serie de televisión, nada trascendente. Pero tampoco estaba interviniendo.

Satoru sintió el silencio como una losa pesada, y empezó a preguntarse qué hacía ahí realmente.

Han dicho algo de un reconocimiento...

–Entonces, Suguru-senpai... Lo del reconocimiento... –dejó caer.

Getō apretó con fuerza los palillos, pero intentó relajarse. Ya le había dicho a Satoru que no le llamase así, pero estaba claro que el chico iba a hacer lo que le diera la gana.

–Cada nuevo empleado tiene que pasar un reconocimiento médico que, posteriormente, se hará cada año. Tengo que llamar a la clínica con la que tenemos el convenio, pero seguramente te citen la semana que viene –explicó, olvidándose de ser formal por una vez.

Está tenso. Me odia. Definitivamente, me odia.

Ahora que ya no estaba afectado por el alcohol, Satoru era perfectamente capaz de ver cada gesto de molestia de Getō.

¿Por qué?

No le gustaba no saber, así que, inconscientemente, se había decidido a llegar al fondo del asunto.

–De acuerdo –asintió, comprendiendo–. ¿Me mandarás un correo o vendré a tu despacho? –preguntó, de manera informal.

–Mejor un correo. Cuando tenga la confirmación de la clínica, lo enviaré a tu correo empresarial –respondió Getō.

Todos los jefes tenían una lista de los correos de cada departamento, y con ello podían derivar información a la persona adecuada sin necesidad de intermediarios. Una vez que aprendías el sistema, era bastante sencillo.

Comprobado, no quiere ni verme.

En la cabeza de Satoru, no entraba la posibilidad de autoinvitarse y que el rechazo tuviera un sentido lógico.

–De acuerdo –murmuró, intentando que no se notara mucho la frustración.

Satoru siguió comiendo de su plato, dándole vueltas al asunto. No quería no caerle bien a Suguru, y aún menos sin saber el motivo. Observó con curiosidad el menú de Getō, había escogido la opción baja en grasas.

–El té rojo también acelera el metabolismo y a la reducción de grasas. ¿Sigues alguna dieta? –preguntó al mayor.

Suguru miró su menú, como si el comentario de Satoru le hubiese hecho dudar de su propia elección.

–¿Perdón...? –se le escapó, mirando al joven al fin, con cara de sorpresa.

¿Me está llamando gordo? ¿A qué ha venido ese comentario? Ha sido un poco repelente...

–Tu elección de comida. Te rojo para desayunar, sin ningún sólido, y el menú bajo en grasas para comer. Da la sensación que vigilas mucho la alimentación –se explicó, sin pensar que pudiera haber ofendido de alguna forma.

Suguru se sintió extrañamente ruborizado, y desvió la mirada un momento.

–Me gusta comer sano y cuidarme... –murmuró con la boca pequeña–. El metabolismo va cambiando con el paso del tiempo y el cuerpo ya no puede asumir ciertas cosas...

Durante aquella noche fatídica, Suguru ya le había confesado que iba al gimnasio. Cuidar las comidas era un añadido. Satoru, por el contrario, había pedido que le llenaran los platos hasta arriba.

¿Se ha ruborizado?

Satoru asintió con la cabeza, aún algo confundido.

Lo cierto es que es bastante mono... No me extraña que tenga tantas fans.

–No pareces ser mucho mayor que yo. ¿Veinticinco años? –preguntó.

Satoru miró su bandeja. Tallarines con pollo y katsudon con extra de arroz. Incluso había cogido dos postres, flan y helado de fresa y nata. Comía como un niño pequeño y, para su suerte, tenía el metabolismo de uno, por lo que le costaba comprender a la gente que se fijaba en esas cosas –como Utahime, por ejemplo.

Suguru no pudo reprimir una carcajada al escuchar aquello.

¿Veinticinco años? Ojalá.

–En realidad tengo veintiocho, pero gracias por el cumplido –comentó con sinceridad, sonriendo levemente.

Qué risa tan dulce...

A Satoru le encantó ese sonido, deseándolo poder escucharlo más veces.

Es atrayente sin pretenderlo...

Le dio la sensación que era la primera vez que le veía medianamente relajado a su lado, sin estar a la defensiva.

Bueno, parece que vamos mejorando.

–No me las des, sólo digo lo que pienso –respondió, deseoso de volver a escucharlo.

Las mejillas de Suguru se enrojecieron un poco más, y él no pudo evitarlo. No quería reaccionar así a las dulces palabras de Satoru, pero su cuerpo le estaba saboteando y parecía recordar lo sucedido en aquella discoteca.

–Siempre he pensado que la ropa de trabajo me hacía más mayor, pero ahora veo que no –comentó, porque era verdad.

Él no era muy amigo de los trajes ni la ropa formal, prefiriendo un estilo más relajado y cómodo –que intentaba, de algún modo, reflejar en la oficina.

No me hagas hablar del culo que te hacen los pantalones palazzo...

A su alrededor, las cuatro mujeres habían dejado de prestar atención a sus asuntos para centrarse más en la interacción de su jefe con el chico nuevo, aunque lo hacían de forma disimulada.

Satoru, no. Es uno de tus jefes, no hagas ni digas nada inapropiado.

–A mí me dicen que con el traje sigo pareciendo un niño –respondió él, intentando desviar el tema.

Lo que fuera para no pensar en esas mejillas sonrosadas que le pedían a gritos acariciarlas y enrojecerlas aún más.

Sí que tienes cara de niño... Un niño por el que me dejé engañar... Dios, qué patético. Perdí la cabeza por una cara bonita.

–Supongo que tu actitud jovial y despreocupada ayuda a dar esa impresión de ti –dijo el moreno, revolviendo su plato de algas con los palillos–. Y aún tienes esa aura adolescente.

Ah... Me estoy metiendo en un jardín...

Satoru abrió los ojos con sorpresa, expresándolo de forma más que evidente. ¿Suguru acababa de echarle un cumplido? Su sonrisa se amplió de nuevo de forma sincera.

–Y yo que pensaba que te caía mal –respondió.

Suguru, que estaba bebiendo, se atragantó de forma evidente. Empezó a toser y se puso rojo como un tomate, haciendo que todos los ojos de la mesa se posasen en él.

Mierda. Joder. Que me ahogo. Su madre. Y ahora todos me miran. Me quiero morir. ¿Por qué me pasan a mí estas cosas?

–No... No es eso... –murmuró, tosiendo un poco, cuando se hubo recuperado–. Yo no...

Rojo como un tomate, ni siquiera podía mirar a Satoru.

–Hey, cuidado colega –respondió tan tranquilo, picando en la espalda de Getō, completamente ajeno a la incomodidad que había causado en él–. Respira, respira.

Para él, Suguru simplemente se había atragantado, no imaginaba que había sido por su causa. Getō se puso aún más rojo, intentando a duras penas recuperar la respiración normal.

–Gracias... –murmuró a Satoru cuando ya se hubo calmado, aun rehuyendo su mirada–. Se me ha ido por el otro lado...

Satoru abrió la boca para soltar una de las suyas.

¿Y el té también?

La cerró nada más coger aire para hablar. No, definitivamente, una broma sexual no era buena idea el primer día de trabajo. El segundo, quizá.

–No te preocupes, hombre –respondió en su lugar, dejando de golpear su espalda.

–¿Está bien, Getō-sama? –Manami se interesó.

–Sí, sí. No ha sido nada –se excusó él, aún avergonzado.

–Ha estado trabajando muy duro últimamente, y encima ha estado con el extra de las entrevistas. Debe cuidarse –ella continuó, dulce.

–¿Tuviste muchas? –preguntó Satoru, con un deje de arrogancia en la voz.

–Unas siete diarias durante dos semanas –suspiró el moreno.

Se cansaba sólo de pensarlo. A una media de veinte minutos por entrevista, más luego aún le quedaban unas horas para trabajar en sus otras funciones.

Y, de entre todos, me elegiste a mí.

Satoru tenía una sonrisa triunfante en el rostro, pero no dijo nada al respecto.

–Suena agotador –dijo finalmente.

–Por cierto, ya has firmado el contrato, ¿verdad? ¿Lo has leído? –preguntó el mayor.

–Pues no –respondió de forma natural.

Papá no me intentaría estafar. Estaría feo.

–Nunca se firma nada sin leerlo antes –Getō puso los ojos en blanco.

Gojō ladeó la cabeza, como un perro confundido.

–¿Por qué?

¿O sí?

–¿Cómo que por qué? Porque siempre hay letra pequeña –el moreno comentó como si fuera obvio.

O quizá sí... Me mintió con lo de Santa Claus durante años...

Gojō dudó unos segundos, perdiendo un poco la seguridad.

–¿Podemos leer la letra pequeña luego? Con las gafas me cuesta a veces –le pidió.

Mejor no le digo que he derramado el chocolate en mi copia.

Suguru abrió la boca para encasquetar el trabajo a su secretaria, porque realmente no quería hacerlo, pero el comentario de las gafas le hizo cambiar de opinión. Le debilitaba esa condición, igual que durante la entrevista de trabajo.

–Ven a última hora al despacho y te explico todo –comentó, regresando la vista a su plato medio vacío.

–De acuerdo –respondió, con su mejor sonrisa –muchas gracias, ¡Suguru-senpai!

–De verdad... No hace falta que me llames así... Sólo con el nombre está bien... –Getō respondió, avergonzado de nuevo.

Ya había dado por perdido el 'Getō-san'. Ahora sólo luchaba para que le llamase 'Suguru' a secas. Satoru le miró de nuevo con cierta curiosidad.

–Está bien, Suguru –respondió, sonriendo.

Suguru... ¿Por qué se me hace familiar?

Suguru sintió un escalofrío que intentó disimular como pudo, centrando su atención en el plato de comida medio vacío. Escuchar su nombre en boca de Satoru, sin diminutivos y en unas circunstancias más amenas, le hacía recordar momentos que quería olvidar.

¿Qué me está pasando? Me siento estúpido. ¿Por qué tengo que actuar así con él? Si sólo fue un polvo rápido en unos servicios... Fue increíble, pero... Eso, sólo un polvo que no se va a volver a repetir porque encima, el niñato este no se acuerda. Eso fui para él, uno más. Y eso tiene que ser él para mí.

–Voy un momento al servicio –dijo, excusándose.

Satoru le vio irse de la mesa, prácticamente huyendo.

–¿He dicho algo malo? –lanzó la pregunta al aire.

–No se preocupe, Gojō-san –Manami intervino, restándole importancia al asunto–. Getō-sama ha estado muy estresado últimamente y aún no ha podido descansar. No es nada personal.

Satoru suspiró levemente, sin decir nada más. Antes había dicho que creía caerle mal a Suguru, y ahora volvía a dudarlo de nuevo.

Aunque Utahime dice que le caigo mal a mucha gente y yo no sé verlo... Pero a él... Ha sido desde que le conocí

A Satoru no le gustaba no entender algo, con lo cual, iba a intentar llegar al fondo del asunto. Siguió comiendo de su plato, sin decir nada más.

Lo primero que hizo Suguru al entrar al baño fue ir directo al lavabo para despejarse un poco con agua. Se mojó el rostro y la nuca con cuidado de no mancharse la camisa. Después, se recogió todo el pelo en un moño bajo para aliviar esa sensación de agobio que se había instalado en su pecho.

Vamos, un poco de aire. Dentro. Fuera. Dentro. Fuera. No me tiene que afectar tanto. Sólo fue una noche.

Miró su reflejo en el espejo. No tenía muy buen aspecto. El cansancio de las semanas anteriores también se dibujaba en su rostro.

Él no se acuerda de mí, y tampoco pasa nada. Es ciertamente insultante dadas las circunstancias, pero... ¿Qué? No puedo hacer nada. No debo permitir que me afecte tanto estar cerca de él. Al final, alguien podría sospechar y... No quiero ni imaginar qué pasaría si alguien del trabajo se enterase...

Respiró un par de veces más, se colocó bien el cuello de la camisa. Había llegado a la conclusión, después de todo el fin de semana para pensar, que Satoru no se acordaba de él. No podía tener la cara tan dura como para haberse presentado a aquella entrevista y, al verle, reaccionar de una forma tan impasible –directamente, no se acordaba de Suguru.

Y eso sólo agravaba el malestar del mayor, porque él sí que se acordaba perfectamente de Satoru y de lo que sucedió en aquellos servicios. Hasta su cuerpo, como si de un boicot se tratase, se acordaba de Satoru –más concretamente, de una parte de su anatomía.

Fue el mejor polvo que he tenido en meses, pero sólo fue sexo. ¿Desde cuándo me he vuelto tan dependiente de un hombre? Concretamente, de su pene. Desde nunca. Soy independiente, puedo con esto y con mucho más.

La conversación en la mesa siguió de forma amena mientras los cinco comensales restantes seguían comiendo de sus platos. Satoru, pero, todavía tenía la cabeza en Suguru. Debía admitir que había aprovechado cuando se había ido y la discreción que le daban sus gafas oscuras para mirarle el culo de nuevo. Que no fuera a ligar con nadie del trabajo no significaba que no pudiera mirar. Miró su bandeja –apenas había tocado la comida.

¿Se encontrará mal y no tendrá hambre? En ese caso... ¿Puedo quedarme con su postre?

Alargó la mano para observar las natillas bajas en grasas que se había cogido el mayor. Suguru regresó a la mesa justo cuando Satoru agarraba su postre.

Pero bueno... ¿Y éste de qué va? Si es que es como un crío...

–Ya estoy aquí –anunció, elevando la voz un poco.

–¿Estás bien? –preguntó Satoru, aún con el postre en la mano.

–Perfectamente –Getō sonrió un poco exageradamente–. ¿Ese no es mi postre?

Perfectamente... Seguro... Y yo que quería preguntarle si me lo daba...

–Sí... –respondió, dejándolo a regañadientes en su sitio. Había pillado la indirecta poco sutil.

Ver cómo Satoru renegaba del postre fue tremendamente satisfactorio para Getō, y eso que era una tontería. Como una pequeña victoria.

Así aprenderás a no tocar las cosas de los demás. Aunque, bueno, no sé si me lo iba a comer... Lo cierto es que no me apetece mucho el dulce, no sé por qué he cogido natillas...

Se sentó en su sitio de nuevo y echó un vistazo a su bandeja.

Ah... Si es que soy tonto...

Sin decir palabra, cogió las natillas y las colocó sobre la bandeja de Satoru.

–Toma. No me las voy a comer –dijo con la boca pequeña, distraído.

A Satoru se le iluminaron los ojos como a un niño pequeño. A él le encantaba el dulce, lo comería sin parar.

–¡Muchas gracias! –respondió, cogiéndola de nuevo al vuelo.

Suguru miró de reojo a Satoru y volvió a sonrojarse sin quererlo.

¿Por qué tiene que ser tan mono? Mierda, otra vez no.

Se mordió los carrillos por dentro y se concentró en su plato, comiendo un poco más deprisa para acabar cuanto antes. Como un niño con un juguete nuevo, Satoru, que ya había acabado de comer, devoró la natilla que Suguru le había cedido.

Al final, la comida transcurrió bastante tranquila y las compañeras de mesa, enseguida, iniciaron otra conversación en la que Getō y Gojō participaron esporádicamente. Y, cuando quisieron darse cuenta, la hora ya se había pasado.

–Volvamos al despacho, Manami-san –le dijo Getō a su secretaria–. A ver si podemos acabar esos documentos cuanto antes.

–Por supuesto, Getō-sama –contestó ella.

–¿Nos vemos luego? –preguntó el moreno a Satoru, levantándose de la mesa.

–Sí –respondió Satoru antes de pegarle el último trago a su refresco–. Mientras tanto, me vuelvo a mi zulo. Ya me falta poco para acabar los informes para Nanamin.

–¿Para quién? –preguntó Manami.

–Nanamin –siguió Satoru, nombrando al contable por el apodo que le puso cuando tenía 15 años.

La mujer le miró con cara interrogante, como si hablase en otro idioma. Pero Getō dedujo de quién se trataba por la visita inesperada durante su entrevista.

Seguro que odia ese mote... Ja, es hasta gracioso.

–Se refiere a Nanami-san –aclaró el moreno, cogiendo la bandeja vacía–. ¿Recuerdas dónde estaba mi despacho? En el otro edificio, planta tercera.

–Planta tercera, segunda puerta a la izquierda –puntualizó Gojō, tirando de memoria fotográfica–. Con un escritorio de dos metros de madera de nogal, ordenador MacBook del año pasado, una orquídea blanca y la foto de dos niñas, de unos cinco años –recitó todo lo que recordaba.

Y deberías cambiar el teclado, las teclas estaban desgastadas.

Suguru se quedó boquiabierto unos segundos. Satoru acababa de hacer una descripción perfecta de su mesa de trabajo. Hasta había mencionado la foto de sus sobrinas, y desde su posición en la entrevista no se veía bien.

–Sí... Ese mismo... –murmuró, parpadeando un par de veces.

Satoru iba a responder algo, pero otra cosa llamó su atención.

–¡Nanamin! –gritó viendo al hombre que iba a sentarse en otra mesa.

A Nanami le salió un tic en el ojo al oír ese estúpido apodo gritado a pleno pulmón en el comedor de su lugar de trabajo. El hombre, pero, terminó por acercarse. Acababa de recoger su bandeja de comida, seguido de Ino.

–Satoru, por favor, no grites en el comedor. Esto no es un patio de recreo –le reprendió, claramente avergonzado. Después, se giró hacia Getō–. Buenos días, Getō-san.

–Buenos días y buen provecho –contestó el moreno, esbozando una sonrisa cordial–. Nosotros ya nos vamos, les cedo el asiento.

Va con Takuma... Maldita gata rompehogares.

–Si hubiera sabido dónde estaba tu despacho hubiera venido a buscarte para comer... –murmuró el de pelo blanco a su padrino y actual jefe.

Se notaba que Satoru estaba claramente celoso del otro chico.

–No es necesario, cada uno llevamos un ritmo de trabajo distinto –el rubio comentó, sentándose.

–¿Qué tal el primer día? ¿Te apañas? –preguntó Ino, claramente interesado.

Con el cambio de conversación, Getō y Manami aprovecharon para marcharse sin hacer mucho ruido.

Satoru se encogió de hombros, no se había dado cuenta como los otros dos se daban a la fuga.

–Voy bastante rápido –respondió.

–Eso está muy bien. Si tienes alguna duda con algo, ya sabes dónde estoy –el chico le sonrió.

–¿Puedes decirme tu número para llamarte en caso necesario? –preguntó, como si fuera un buen chico.

–Claro, apunta –contestó Ino, sonriendo, procediendo a recitarle su número personal.

Yo quería el de Nanamin... Bueno, por algo se empieza.

Satoru asintió, memorizando el teléfono sin necesidad de apuntarlo.

Nanamin no va a dármelo, no se fía, pero puedo ganarme la confianza de éste para que me lo dé y, luego, destruirlo desde dentro.

–Entonces, tu primer día, ¿bien? –preguntó Nanami, preparando su comida.

Satoru asintió con la cabeza, contento.

–Muy tranquilo, no sé por qué la gente le tiene tanto miedo a un primer día de trabajo.

–El primer día es un proceso de aprendizaje, principalmente. Según me ha informado Ino, te han dado unos informes sencillos. Mañana también harás lo mismo, pero pasado asistirás conmigo a una reunión de equipo –comentó el mayor–. Sólo como acompañante, nada más.

La mirada de Satoru se iluminó como si se tratara de un niño al que acababan de darle un juguete nuevo.

–¿Puedo verte trabajar? –preguntó, ilusionado–. ¿Y estar contigo en una reunión?

–Puedes. Va a ser una reunión informativa, para exponer unos resultados –continuó Nanami, comiendo–. Pero, aun así, espero que te comportes.

–Si yo siempre me comporto –respondió el chico con su mejor sonrisa.

Kento arqueó una ceja con escepticismo, pero se guardó el comentario para sí. Llamarle a grito pelado en medio de la cafetería no entraba dentro de su concepción de «comportarse». Las mujeres que tenían al lado se levantaron, ya habían acabado de comer, y se despidieron de ellos al tiempo que otro grupo se sentaba. La cafetería estaba llena –hora punta.

Ino comenzó a hablar con ellos, dejando más a su aire a Nanami y Satoru. Gojō fue a despedirse educadamente, o todo lo educado que podía ser. Ya había comido, y debía volver a su zulo de trabajo. Ya le había preguntado a Nanami si podía ir con él a su despacho, pero este sólo le había mirado mal.

Hablando de malas miradas...

–Por cierto, Nanamin... ¿Sabes qué le pasa a Suguru conmigo? –preguntó, tan natural.

–¿Yo? No, no tengo ni idea –el rubio contestó, sospechando–. ¿Le dijiste algo inapropiado durante la entrevista?

Satoru negó con la cabeza.

–Qué va, seguí tu consejo –respondió él.

Que me lo estoy tomando en serio.

–Pues... No tengo ni idea. Porque no os conocíais de antes, ¿no? –Nanami cuestionó.

–Qué va, nunca –respondió el otro, inconsciente al completo de la noche que pasaron juntos.

–Le puedo preguntar –Kento se ofreció.

–Vale –respondió el menor–. A ver si le sacas algo.

–Aunque ya te puedo asegurar que Getō-san es un hombre responsable y nunca ha tenido problemas con nadie –añadió el mayor, mirando a Satoru de forma acusatoria.

Gojō chasqueó la lengua, algo molesto, levantándose ya de su sitio.

–¿Por qué das por hecho que es culpa mía? –preguntó.

–Es la explicación más lógica –Nanami contestó de forma neutra.

–¿Por qué? –contestó medio picado.

–Porque dudo mucho que Getō-san te haya cogido manía sin motivo alguno –Kento contestó como si fuera obvio.

Satoru bufó por la boca. Igual que todo el mundo, Nanami daba por hecho que todo era su culpa.

–Yo no he hecho nada... –respondió, como un niño.

Si hubiera podido, Kento hubiese puesto los ojos en blanco. Pero no podía –su expresión seria rara vez cambiaba.

–Hablaré con él. Y ahora, vuelve al trabajo que ya has comido –suspiró.

Satoru asintió con la cabeza, yéndose con la misma sensación que cuando Nanami le echaba la bronca cuando era adolescente.

Joder... Me tomo el trabajo en serio y nadie parece darse cuenta.

Chapter 7: Capítulo VII

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Aquí os traemos nuevo capítulo, esperamos que os guste ^^

Chapter Text

El resto del día transcurrió tranquilo, como todos los lunes en la oficina. Suguru había regresado a su puesto y se había olvidado por completo que había acordado verse con Satoru hasta que no llamó a su puerta y lo hizo pasar.

Aún seguía molesto con él, pero lo cierto era que la rabia estaba comenzando a dejar paso a la tristeza. Tristeza por haber sido olvidado tan pronto. Satoru parecía no acordarse absolutamente de nada, y el amargor que eso dejaba en Getō era muy desagradable.

–¿Me permites el contrato? –preguntó, yendo directo al grano.

–Eh... Claro, por supuesto. –respondió el albino, sacando una copia recién escaneada y editada de su contrato para evitar que se vieran las manchas de chocolate.

Lo cierto era que había acabado su trabajo ya hacía un buen rato, no era algo difícil, aunque sí sistemático, y se había entretenido ese rato hasta que llegara el final de su jornada a arreglar el desastre que había provocado durante la mañana. Tenía suerte de ser bueno también en edición de imágenes y documentos, había quedado una copia impoluta de su contrato.

Aun así, había tardado más de lo usual en ese tipo de situaciones. Algo dentro de él le obligaba a alargar el tiempo para tardar lo máximo posible en ir a ver a Getō. No sabía qué era, no entendía por qué esa aura de amenaza cada vez que hablaba con él, y se le hacía incómodo a la vez que curioso. Quizá por eso se torturaba a sí mismo orquestando citas laborales con él para luego fastidiarse acudiendo a ellas.

Suguru agarró la copia y observó por encima la primera parte, donde aparecían los datos de la empresa y los de Satoru, en este caso. Todos los contratos eran iguales en ese sentido y, de tantos que había firmado, ya se lo sabía de memoria.

–A primera vista, puedo decir que tienes un contrato de becario básico –murmuró, continuando con los párrafos siguientes–. Aunque con algunas diferencias dada la naturaleza de tu persona.

Espera, espera... ¿Qué?

Satoru cerró un momento los ojos, frunciendo el ceño, aunque este hecho podía pasar desapercibido con sus gafas puestas.

–¿Cómo que de becario? ¿Diferencias? ¿Qué significa eso?

–La primera cláusula explica que, cada vez que se acabe tu contrato de trabajo, se te debe hacer otro en consonancia con el trabajo que vayas a realizar. Lo que yo entiendo aquí es que, cada mínimo tres semanas y según estipule tu supervisor, vas a ir rotando dentro de la empresa en las distintas áreas, y se te tiene que hacer un contrato nuevo –Suguru explicó, aun leyendo el contrato.

Lo cual es una putada, porque ni siquiera ha generado el tiempo suficiente como para percibir un finiquito. Y supongo que todos los contratos serán de aprendiz como este, que es... Un poco precario. ¿Es cosa mía o sus propios padres le están fastidiando a propósito?

–En todo lo demás, se trata de un contrato base de aprendiz –añadió.

Contrato base de aprendiz...

–Pero... Eso significa que ni siquiera cotizo, y que el sueldo es de unos 140.000 yenes al mes –respondió Satoru, tirando de memoria–. ¡¿PERO QUÉ ES ESTO?!

Si cobraba más trabajando de camarero cuando estaba en la universidad.

Satoru empezaba a verse claramente alterado. Getō lo miró con cara de circunstancia –nunca era plato de buen gusto hablar de los subterfugios que tenían las empresas para pagar menos a sus empleados. Y eso que él, como miembro de Recursos Humanos, intentaba luchar por mejorar la vida de los trabajadores.

Al menos conoce las condiciones generales... No es tan tonto como parece...

–Es... Un contrato base, ya te lo he dicho... –contestó, levemente incómodo.

Esto no puede ser cierto...

Satoru había recibido una educación estricta, y sabía cómo era su padre, lo sabía perfectamente. Aun así, siempre había pensado que había límites que iba a respetar. Se quitó las gafas y las dejó un poco de malas maneras sobre el escritorio de Getō. Se acercó a él por detrás de su silla y sacó la cabeza por encima del hombro, para leer bien el contrato que tenía Suguru entre manos.

–¿Seguro que es lo que dice aquí? –preguntó de nuevo, atento a la letra, haciendo gala de una falta de espacio vital hacia Suguru muy típica de él.

Suguru se tensó enseguida. Iba a mostrarle el contrato a Satoru para que lo viera con sus propios ojos si se lo hubiera pedido, pero no se esperaba estas confianzas hacia su persona.

Pero qué hace... ¿Es que no sabe lo que es el espacio personal? Y ese olor... ¿Es la misma colonia que llevaba esa noche?

El moreno se ruborizó sin poder evitarlo, su mente comenzando a recordar escenas pasadas. No estaba seguro si la colonia era la misma, pero el perfume era evocador y le gustaba. Tenía a Gojō justo encima, podía notar sus hebras de cabello acariciando su mejilla. Se atrevió a mirarlo de reojo, pero no pudo llegar más que hasta su mentón. De repente, le habían entrado unos nervios horribles.

¿Está jugando conmigo? ¿Se acuerda o no se acuerda de mí?

–En la primera cláusula está todo bien explicado... –murmuró, intentando taparse el rostro con el pelo.

Satoru estaba demasiado centrado en leer los términos de su contrato como para darse cuenta de las reacciones de Suguru.

Esto no puede ser verdad...

Pero sus ojos no le engañaban, y las palabras que leía estaban ahí, escritas. Aun así, no pudo evitar acercarse más aún para comprobarlo mejor.

–Maldita sea...

A Suguru se le nubló la vista por unos instantes. La sangre se le subió a la cabeza y, si hubiese sido posible, los ojos le habrían estallado como globos.

Qué hace. Pero qué hace. QUÉ HACE.

En un instante, se había transportado de su despacho al cubículo de los servicios de aquella discoteca. No lo estaba haciendo, pero era como si Satoru le estuviera arrinconando contra la puerta. Se sentía débil otra vez.

Respira. Respira. Esto no está pasando. Delante tengo un contrato, estamos mirando las cláusulas. No hay nada sexual en ello. Está todo en mi cabeza. Soy un hombre adulto. Esto no me está pasando a mí.

–¿No estás conforme? –preguntó, y se le escapó un gallo.

–¿Tú lo estarías? –preguntó, girándose hacia él para mirarle.

Para Satoru, no existía el concepto de espacio vital, por lo que no se sentía incómodo en absoluto.

Es... Bastante guapo. Pero ahora no estoy por esto, mi padre me ha engañado. Otra vez.

Suguru respiró como pudo, expulsando el aire lentamente para tranquilizarse. Estaba en el trabajo, no podía ponerse así por un tipo con el que se había acostado una vez. ¿Había vuelto a tener quince años otra vez?

–Bueno... Es evidente que la empresa se está beneficiando al rehacer tu contrato una y otra vez. Así continuarás siendo un aprendiz pasados los seis meses, que es el máximo por ley para ese tipo de contratos... –murmuró, agachando el rostro para taparse aún más con el pelo.

Por supuesto, no se atrevía a mirar a Satoru. El papel era su vía de escape y flotador en esos momentos.

Eso no es lo que te he preguntado.

–¿A ti te hicieron lo mismo? –preguntó, intentando ocultar el enfado en su voz.

Maldito vejestorio... ¿Se cree que voy a volverme como él?

–Tuve un contrato de prácticas al empezar, es algo habitual hasta que se completa el periodo de prueba. Pero luego ya tuve un contrato como trabajador indefinido... –Suguru contestó.

Becario hasta completar el período de prueba... Eso son...

–O sea, seis meses igual... –respondió Satoru, molesto.

Es algo habitual... ¿Aprovecharse de la gente hasta que la normativa no lo permita más?

Suguru asintió suavemente, apartándose discretamente de Satoru para tener un poco de espacio personal. La piel le ardía en las zonas en las que los mechones revueltos del chico le rozaban. Satoru desvió los ojos hacia los de Suguru, mirándole ahora ya sin el impedimento de las gafas, aún demasiado cerca.

Dorado con algunos toques verdosos...

–Lo siento... –murmuró con sinceridad, en voz baja.

Suguru, igual que la primera vez que vio esos ojos azules, se sintió embrujado. Satoru tenía los ojos más bonitos que había visto nunca. Eran de un azul tan cristalino que parecía reflejar el alma.

¿Por qué me provoca todo esto...? Por qué no puedo... Actuar con normalidad cuando estoy con él...

–No... No es culpa tuya... –susurró en el mismo tono, haciendo una caída de ojos sin quererlo.

Satoru siguió muy atentamente las pestañas de Suguru, observando cómo sus iris parecían fundirse como el oro, derritiéndose lentamente, como algo dentro de su interior. Sólo fue un segundo, un sólo segundo hasta recuperar el temple y la cabeza, la mente fría, un segundo en el que observó sus labios con ganas de probarlos.

No. Para. Esto no. Aquí no. Él no.

Un sólo segundo que podría haber pasado por una confusión.

–Pero sí de mi padre... –respondió, volviendo a sus ojos.

Suguru tuvo que leerle los labios porque el retumbar de los latidos de su corazón no le dejaba oír nada. No era estúpido, sabía perfectamente lo que acababa de pasar.

Hemos estado a punto de... Mierda, esto se me está yendo de las manos.

–Eh... ¿Tienes problemas con él? –preguntó, cambiando de tema mientras echaba la silla para atrás.

Apártate. Apártate si no quieres liarla. No aquí. No él.

Satoru se levantó de repente, recuperando la distancia y la cordura, que buena falta le hacía.

Puedes tener a quien te apetezca, no te líes. Haz como con su secretaria, ignora su belleza.

–No –respondió, seco, rascándose la cabeza–. O no lo sabía, al menos.

Se giró de nuevo a mirarle, una vez hubo recuperado el aliento.

–¿Puedo usar tu teléfono? –pidió permiso.

–Por supuesto.

Getō agradeció enormemente el espacio y la vuelta a la normalidad. Había estado a punto de cometer un error garrafal.

–Puedo irme si quieres privacidad... –añadió, cediéndole el teléfono.

Satoru no respondió a la pregunta implícita, sólo había escuchado el "sí". Llamó al teléfono móvil del trabajo de su padre, se lo sabía de memoria. Sabía que no iba a responder al privado, y aún no conocía el teléfono de su despacho.

–Getō-san –respondió al cabo de un par de tonos–. ¿Todo bien? Éste es el número que uso para las emergencias.

Satoru enfureció al escuchar la voz grave y calmada de su padre al otro lado de la línea.

–¿Estafar a tu propio hijo no te parece una emergencia suficiente? ¿O mejor pido cita para verte? –preguntó, en tono mordaz.

Suguru no sabía qué hacer. No le gustaba escuchar conversaciones ajenas, mucho menos las de tono hostil –y esa lo estaba siendo. Agachó la vista y pretendió no escuchar, aunque le era imposible no hacerlo.

–Siete horas y treinta y cinco minutos –respondió su padre–. Eso es lo que has tardado en darte cuenta de lo que has firmado. Ni siquiera lo habías leído, ¿verdad?

Su padre ya esperaba esa llamada y, a decir verdad, la esperaba antes incluso. Satoru cerró los dientes.

–Eso no quita que me la hayas jugado otra vez... –respondió, entre dientes.

–La primera regla de los negocios es leer siempre lo que se firma. No entiendo cómo no lo has hecho –el hombre le recriminó con cierto desdén.

–¡Porque no imaginaba que volvieras a hacerme la de Santa Claus! –respondió Gojō, echándole en cara que le mintió durante años y que, ahora, había vuelto a hacerlo–. ¡Mentiroso!

Suguru, que se estaba muriendo de vergüenza en su silla, estuvo a punto de partirse de risa. Se contuvo como pudo.

–A mí no me levantes la voz. Y que conste que yo no te he mentido. Te dije que conocerías la empresa desde abajo, y eso estás haciendo –contestó el hombre, elevando la voz.

–¿Desde abajo significa aprovecharte de tus trabajadores con contratos basura hasta que la ley te prohíba seguir haciéndolo? –preguntó–. Muy noble por tu parte...

Satoru no se dejaba achantar por el tono autoritario de su padre, nunca lo había hecho. Su padre soltó una carcajada.

–¿Desde cuándo los negocios son nobles? Hijo, si la ley lo permite, no estoy cometiendo ninguna ilegalidad –se rio.

Y encima se ríe, el muy...

–La ley también permite defender a los trabajadores –respondió, en un tono de voz más bajo.

–Getō-san sabe mucho de eso. Pregúntale –le animó, sonriendo a través de las ondas–. ¿Quieres algo más? Porque estoy un poco ocupado...

¿OCUPADO?

–¡NI SE TE OCURRA COLGARME! –reclamó el chico–. ¡TE VOY A MONTAR UN COMITÉ DE EMPRESA! ¡ABAJO EL OPRESOR! ¡Empieza la revolución!

Suguru y el padre de Satoru se rieron a la vez, aunque de forma muy distinta.

–Muy bien, hijo, lo que tú quieras –su padre, por supuesto, se lo estaba tomando a broma–. Ya nos veremos.

–Papá, no –advirtió Satoru de nuevo–. Papá, que voy muy en serio, ¡ni se te ocurra colgarme!

Oyó la señal telefónica al otro lado de la línea.

¡Será...!

Se apartó el teléfono de la oreja.

–¡Pero...! ¡Que me ha colgado el maldito viejo!

¿Por qué nunca me toma en serio?

Suguru miró al joven con cara de circunstancia. No sabía qué hacer –básicamente, porque nunca había intercedido en un conflicto familiar entre padre e hijo. Era relativo al trabajo y debía actuar, pero... ¿Cómo?

–Eh... Lo siento... –murmuró, forzando una sonrisa–. Si puedo hacer algo...

–Calcular las posibilidades de que me pillen deshaciéndome del cadáver de mi padre si lo meto en la bañera de su casa y lo desintegro con una mezcla de sosa cáustica y lejía, teniendo en cuenta que con su masa corporal y el volúmen de la bañera tardaría unas seis horas en desaparecer por completo –espetó, aun mirando enfadado al teléfono.

Getō se había imaginado cualquier respuesta menos esa. Y, debido a la tensión del momento, no pudo evitar esbozar una sonrisa.

–No te lo recomendaría, el parricidio tiene penas muy altas –murmuró, y se levantó de la silla.

Rodeó su escritorio y se apoyó en éste de forma desenfadada, soltándose el cabello por completo –después de todo el día con el moño, la cabeza empezaba a dolerle.

–Lo que sí puedo hacer, si quieres, es revisar tu contrato y buscar una solución –sugirió–. Rehacerlo para que sea un contrato de aprendiz al uso, o negociar algún tipo de incentivo cada vez que cambies de sector.

Como director de Recursos Humanos, él debía mirar por los intereses de la empresa. Pero muchos empleados acudían a él pidiendo consejo y, aunque estuviera fuera de sus labores, los ayudaba en todo lo que podía. Suguru se ablandaba muy fácilmente cuando veía una injusticia, y ahora tenía una delante.

Es... Muy bonito.

Los ojos de Satoru no pudieron evitar caer hipnotizados por las ondas negras que caían sobre los hombros de Suguru, de forma natural y algo despeinado, pero a la vez, precioso. Sin saber cómo ni por qué, toda la ira que sentía se vio aplacada de golpe por la voz dulce de Suguru, por su tono amable. Era casi como si acariciara su alma.

Asintió bajando la vista, sintiéndose pequeño de repente por primera vez en su vida. Era extraño, no sabía identificar qué era, ni siquiera pensaba sobre eso. Pero sabía que era algo que, en cierto modo, le incomodaba y le gustaba a partes iguales.

–¿Harías eso por mí? –preguntó, medio encogido en el sitio, mirando a Suguru de reojo.

¿Por qué tiene que ser tan mono? Dan ganas de abrazarlo y... No, mierda. Igual está jugando conmigo. Ah... Me va a volver loco.

–Es mi trabajo –el moreno contestó, desviando la mirada mientras se recogía un mechón de pelo rebelde–. Pero, para eso, necesito tu confirmación expresa.

Si había una regla universal en este mundo, esa era que Gojō Satoru nunca pedía ayuda. Jamás. Porque Gojō Satoru no la necesitaba. Para nada. Era perfectamente capaz de valerse por sí mismo, de espabilarse, de hacer él sólo cualquier cosa. Pero ahora, su padre le había puesto en la encrucijada, una que no le dejaba más remedio que acudir a otro.

¿Ese es tu plan?

En esta ocasión, Satoru estaba desarmado por completo. Él no podía hacer nada, porque era un simple becario, y encima, con el peor contrato que podía tener.

¿Humillarme para obligarme a pedir ayuda? ¿Esa es tu idea?

Conocía lo suficiente a su padre como para saber la clase de lecciones retorcidas que solía aplicar. Igual que cuando le enseñó a nadar –tirándole al agua con un flotador pinchado que le molestaba más que otra cosa. Ahora, pretendía enseñarle humildad humillándole, demostrándole que iba a necesitar a más gente, no podía valerse siempre por él mismo.

Quería negarse. Quería largarse de ahí, iba a hacerlo. No iba a dejar que su padre le manipulara, como cada vez que pretendía enseñarle algo. Pero todo eso se esfumó al mirar de nuevo a Suguru.

Él no tenía nada que ver con eso, era un peón que su padre había usado para conseguir su meta. Él mismo lo había dicho en su llamada telefónica: "Getō-san sabe mucho de eso, pregúntale". Y ahí estaba él, ofreciéndose a hacerlo, a echarle un cable con algo que ni le iba ni le venía. No era cosa suya su contrato y, aun así, se había preocupado en preguntarle si lo había leído, había quedado con él para explicárselo y, ahora, ofrecía su ayuda de forma gratuita.

Y la verdad era que Satoru la necesitaba.

Bajó la cabeza de nuevo, incapaz de mirarle, tragándose su orgullo.

–Por favor… –murmuró en voz baja, con unas primeras sílabas ininteligibles.

Suguru le regaló una media sonrisa casi maternal. No por nada sus amigos le llamaban «Mamá Suguru». A fin de cuentas, era de corazón blando y siempre intentaba hacer el bien en todo lo posible, aunque no fuera con él directamente.

A pesar de todas las diferencias que podía tener con Satoru, no era tan retorcido como para desearle unos meses de desgracia absoluta en el trabajo. Además, y eso era cierto, su padre se había aprovechado de su contrato de trabajo y, en líneas generales, era algo que no habría hecho con otro trabajador.

–Mañana me pondré a ello para intentar que te lo aprueben antes de que acabe la semana –murmuró, y miró de reojo el reloj–. Aún falta media hora para salir, pero yo me marcharía ya. Y, si te preguntan, ha sido orden mía –añadió, manteniendo la sonrisa.

Gojō levantó la cabeza de repente hacia Suguru, oyendo sus palabras sorprendido.

¿Me está dejando irme antes?

–¿De verdad? –preguntó, abriendo más los ojos, casi ilusionado.

Suguru asintió suavemente.

–Hemos tenido un momento un poco intenso, y creo que será mejor que te marches. Así podrás despejarte un poco –concedió.

Intenso...

De repente, a Satoru le vino un flash a la cabeza. Ese pelo suave y negro bailando, ondeando, esa voz aterciopelada clavándose en sus oídos.

¿Y esto?

Satoru asintió, incorporándose, tocándose la sien sin darse cuenta.

Serán imaginaciones mías...

–Las cosas con papá siempre son intensas –respondió con una sonrisa, medio disculpándose–. Muchas gracias por todo, Suguru.

–No hay de qué, Satoru –contestó el mayor, disculpándole.

Sintió un cosquilleo al pronunciar su nombre, pero no le dio importancia. Lo importante ahora era haber ayudado a alguien que lo necesitaba.

–Cuando tenga tu nuevo contrato, te enviaré una copia antes para asegurarme de que está todo bien.

Satoru sonrió de forma dulce, entrecerrando los ojos.

–Hasta mañana –susurró antes de irse, con la curiosa ilusión de que llegara el día siguiente.

Se dirigió a la puerta, dispuesto a irse, olvidando por completo sus gafas oscuras sobre el escritorio de Suguru. El moreno se dio la vuelta y fue entonces cuando vio las gafas. Las cogió con rapidez, antes de que Satoru se marchase.

–Espera, Satoru –lo llamó–. Te dejas tus gafas.

Pero el chico ya había cerrado la puerta. A toda prisa, intentando huir de ese despacho, se fue del lugar sin fijarse en nada ni nadie –pensando en todo lo que había pasado ese primer día.

–¿Satoru...? –Getō lo llamó en el aire, viendo que su despacho estaba vacío.

Suspiró y se apoyó de nuevo sobre el escritorio, apartándose el cabello del rostro. Miró las gafas oscuras, alargadas y de patillas finas. Eran sencillas pero elegantes.

–Aquella noche también llevabas gafas de sol... Ah... Me parece que yo también me voy a ir antes de la hora…

Chapter 8: Capítulo VIII

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Ayer nos fue imposible actualizar, pero aquí traemos nuevo capítulo para alegrar la semana :)

Chapter Text

               Getō Suguru se terminó su cuarto vaso de té en menos de tres horas. Manami le había preguntado cuando le acercó el último, pero Getō se había dedicado a esquivar el interrogatorio. Lo cierto era que estaba muy nervioso. Después del encuentro con Satoru el día anterior, Suguru no había sido capaz de pensar en otra cosa durante el resto del día.

Por mucho que quisiera odiar al muchacho, una parte de él se apiadaba del joven ahora que sabía la difícil situación que tenía en casa. Y no quería, porque siempre le pasaba lo mismo. Mahito ya se lo había repetido miles de veces: de tan bueno que era, acababa siendo tonto.

Quería hacer tanto el bien que, al final, la gente acababa aprovechándose de él. Y eso no podía sucederle con Satoru porque no quería sentirse usado otra vez.

Había dormido fatal y ahora, por la mañana, tenía la cabeza en cualquier otra parte que no fuese el trabajo. Las gafas de Satoru seguían en su escritorio y ni siquiera había sido capaz de devolverlas a su dueño.

Estaba entre dos tierras, y odiaba esa sensación.

Necesito tomar el aire... No, necesito ir al baño antes.

Decidido a perder un poco de tiempo en recomponerse, Getō salió de su despacho hacia los servicios de caballeros –tanto té le había salido caro.

Nanami salió de su despacho, bastante nervioso. Era media mañana, y tenía el correo electrónico lleno de Gojō Satoru. No de él en concreto, sino de páginas de spam a las que le había apuntado usando su e-mail, tanto de páginas de ligar, como de jardinería, clubs nocturnos, costura y cocina.

Voy a matarlo algún día de estos...

–Getō-san –le saludó de forma cortés, viéndole acercarse a él por el pasillo.

–Buenos días, Nanami-san –Suguru contestó de igual forma, aunque forzó demasiado una sonrisa falsa porque, lo cierto era, tenía un poco de mal aspecto.

Tenía prisa, no quería pararse a hablar con él y no dijo nada más para darse a entender.

Estoy en este edificio precisamente para esto... Ese niño me debe un gran favor...

Nanami se paró un momento, suspirando, no muy convencido de esto.

¿Por qué sigo intercediendo por ese pequeño tocapelotas?

–Getō-san –le llamó.

El nombrado se giró en redondo porque había pasado de largo –ni siquiera se había preguntado qué podía estar haciendo Nanami allí. Pero, después de que le llamase una segunda vez, tuvo que frenar.

–¿Sucede algo?

Nanami Kento era muy parco en palabras, por lo que lo que sonaba en su cabeza era bastante diferente a lo que salía por su boca.

–A su despacho –dijo.

–Ah...

¿A mi despacho? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Y yo sin poder mear

Suguru asintió levemente y comenzó el camino de vuelta. A pesar de que ambos tenían el mismo puesto en diferentes secciones, Nanami era más mayor y Getō lo respetaba mucho. Nanami guio la marcha hacia el despacho de Suguru.

Aunque ese no fuera su edificio, él también trabajó varios años en recursos humanos, por lo que se conocía la distribución de los despachos a la perfección, incluido el despacho del jefe de recursos humanos. Abrió él mismo la puerta y le dio paso a Getō, dejando que éste se sentara en su silla para después pasar él y sentarse enfrente.

¿Esas no son las gafas de Satoru?

–Muy bien, Nanami-san, usted dirá –Suguru murmuró al tiempo que se sentaba en su silla.

–Supongo que puede imaginarse el motivo por el que estoy aquí –empezó.

Sí, son las que le regalé por su cumpleaños, estoy seguro. ¿Qué hacen aquí?

Suguru parpadeó un par de veces con incredulidad.

–Lo cierto es que no tengo ni idea...

¿No? Me sorprende.

–¿Qué ha hecho Satoru? –preguntó el rubio, dando por hecho que la hostilidad que el joven decía sentir era por su propia causa.

Vaya, qué rápido vuelan las noticias...

–Ayer vino a hablar conmigo por su contrato. No estaba conforme y llamó a su padre –contestó el moreno de forma escueta.

Nanami levantó una ceja, descuadrado.

–¿Qué problema hay con su contrato? –preguntó.

Era la primera noticia que tenía.

¿Eh? ¿Pero no estás aquí por eso?

–Me pidió que le explicase algunas cláusulas y, al parecer, no está muy conforme con el modus operandi de la empresa... –Suguru contestó–. Acabó llamando a su padre y discutiendo con él, y me ha pedido una revisión.

Nanami no pudo evitar que se le escapara una carcajada.

–Por qué no me sorprende... –respondió, frotándose los ojos con el pulgar y el índice de la misma mano.

Suspiró, aguantando algunos segundos en silencio.

–En el instituto, montó una huelga liderando el consejo de estudiantes porque la asociación de padres se negaba a dejarles ir de viaje de fin de curso. ¿Adivinas quién era el presidente? –preguntó, aún con los ojos cerrados.

Suguru, por primera vez en lo que iba de día, sonrió con alivio.

–O sea, que su situación familiar ha sido siempre así –murmuró.

Nanami se cruzó de piernas, de forma relajada.

–Al clan Gojō le encanta demostrar quién la tiene más grande... –respondió de forma demasiado relajada.

Se aclaró la garganta, como si se hubiera dado cuenta en ese momento de lo que acababa de decir. Kento siempre intentaba ser muy pulcro en su trabajo, y eso se traducía no sólo en la profesionalidad, sino también en sus formas y sus modales.

–A su extraña manera, se llevan bien –aclaró al final.

Pues el hijo va bien servido... Ahora no, joder. No puedo pensar en eso.

–Bueno, su situación personal no es de mi incumbencia. Con Satoru estuvimos hablando de temas laborales, nada más –Getō se explicó–. Él quería mejorar su contrato y me ofrecí a modificar alguna cláusula. Aún no he podido hacerlo, eso sí.

Nanami se recolocó en la silla, volviendo al tema que le atendía.

–En ese caso, entiendo que no ha tenido ninguna clase de desacuerdo con él.

–No... ¿Por qué iba a tenerlo? –el moreno cuestionó, arqueando una ceja.

–Ayer después de la comida, me pidió que intercediera por él. Nota algo de hostilidad por su parte –respondió Nanami, con su habitual tono de oficinista.

Sea lo que sea, es cosa suya, seguro. Tiene la virtud de sacar a todo el mundo de sus casillas.

–Es un chico extraño, pero sabe notar esas cosas, cala muy rápido a la gente. Así que debo suponer que habrá hecho algo que le moleste, puesto que eso también se le da de maravilla.

Suguru se quedó blanco. De repente, a su mente llegaron imágenes de la noche en el bar, en los servicios. Por un momento, perdió el hilo de la conversación.

No, no, no, no, no. Esto no. Cualquier cosa menos esto. Me quiero morir, joder.

–E-Eh... No... –balbuceó con torpeza–. N-No sé a qué s-se refiere...

El tartamudeo y los nervios en Suguru hicieron sospechar a Nanami.

–¿Seguro? –preguntó, extrañado por el tono de su compañero.

–S-Sí, claro... Quiero decir, él no le ha c-contado nada, ¿no? –Suguru murmuró–. Seguro que e-es un malentendido.

Por favor. Por favor. Que no se entere Nanami. Todos menos él.

–¿Tendría que haberme contado algo? –preguntó el mayor.

Me va a pillar. Joder, me va a pillar. Si es que, no sé mentir. Y menos a alguien como Nanami. Me van a despedir. Cinco años en esta empresa para nada. ¿Y ahora dónde me contratarán?

–¿El qué? No, no. Claro que n-no –Suguru sonrió con dificultad, claramente turbado.

Nanami no se creyó ni una palabra. Claramente, estaba mintiendo.

Pues se ve que Satoru tiene razón...

–¿Es porque es el hijo de Sacho-san? No tiene que preocuparse por eso, trátelo como a un trabajador más. No pretende que Satoru tenga ningún trato de favor, sino que aprenda a sacarse las castañas del fuego en cualquier parte.

Voy a confesar. Yo no aguanto este sinvivir. Al menos, defenderé mi honorabilidad y nadie podrá tacharme de mentiroso.

El moreno negó con la cabeza levemente, suspirando un par de veces para insuflarse ánimos. Le temblaba todo el cuerpo, pero se había decidido. No podía seguir huyendo, le habían cogido. Lo mejor era confesar.

–N-No, eso no tiene nada que ver –entrelazó unos dedos con otros, notando cómo le sudaban las manos–. Conocí a Satoru unas semanas antes, fuera del trabajo. Y-Y me llevé una mala impresión.

Nanami se llevó una fuerte impresión al oír eso. Se esperaba cualquier cosa menos que fuera algo personal, de antes de esa entrevista. Se quedó callado unos segundos, pensando en eso.

Debería decirle que lo personal debe quedarse en casa... Aunque Satoru es el primero que lo trae... Espera, pero el niño no me ha dicho nada, no sabe nada, sino no me hubiera pedido intervenir.

–¿Os conocéis de fuera? –preguntó, dejando atrás los formalismos por la confusión.

¿Por qué Satoru se ha saltado esta parte?

–Una noche, que coincidimos en un bar de copas –Suguru explicó, evitando datos innecesarios.

¿Bar de copas?

Nanami no pudo evitar pensar en ciertos aspectos de la vida de Satoru que no quería recordar. Para su desgracia, había vivido en primera persona su adolescencia.

–Bar de copas... –dijo en voz alto, pensando, sin que le cuadrara aún nada.

Si Satoru no bebe, aunque sí le encanta salir de fiesta.

–Sí... Una discoteca... –Suguru se corrigió, ruborizándose un poco.

Va a pensar mal de mí, seguro. ¿Qué pinto yo en una discoteca?

Una discoteca...

Nanami puso cara de concentración, pensando.

Eso me cuadra más. Hace unas semanas salió con sus amigos, me mandó varias fotos. A saber la que lio...

–Satoru es muy intenso, y de fiesta lo es todavía más –respondió finalmente–. No se lo tenga en cuenta, seguramente ni notó que estaba incomodando a todo el mundo –le excusó al final.

En la cabeza de Nanami ni siquiera existía la posibilidad que se hubieran acostado, más bien se imaginaba a Satoru dando el cante de cualquier forma.

No, si... Intenso fue un rato. Eso desde luego. Porque menudo meneo me pegó el muy...

Poco a poco, Suguru se fue relajando. Parecía que Nanami no le estaba juzgando y, lo más importante, que no tenía ni idea de su orientación sexual. Getō no se escondía, pero sabía cómo de conservador era el mundo de los negocios y prefería no jugarse el puesto. Además, ¿a quién le interesaba su vida? Si era aburridísima.

–Fue una primera impresión un tanto rocambolesca... Y no esperaba encontrármelo otra vez haciendo una entrevista para la empresa –confesó.

–Eso no lo dudo –respondió Nanami.

El rubio se levantó de la silla, notando el cuerpo pesado por el cansancio del día a día y la edad, que ya empezaba a afectarle.

–Bueno, si era eso, todo aclarado entonces –dijo finalmente.

Sí. Sólo eso. No hay nada más que hablar. Venga, vete. Adiós. Bye-bye.

El color regresó al rostro de Suguru –había superado la prueba. Y no había mentido. Solo... No había dicho toda la verdad.

–Si tiene alguna duda más, ya sabe dónde encontrarme –el chico se ofreció por cortesía, porque realmente no quería tratar el tema.

–Por supuesto.

Nanami, de pie enfrente del escritorio, miró una última vez las gafas de Satoru.

Qué raro... Nunca se las quita, y menos se las deja por ahí. A mí me parece que le ha cogido cariño a Getō-san... También es extraño que se preocupe por la gente a la que le cae mal.

Despidiéndose con la cabeza, Nanami salió al fin del despacho.

*

               Suda Manami apareció en la oficina con el ruido distintivo de sus tacones contra el suelo. Pasos cortos y decididos, de mujer poderosa que sabía lo que quería. Aunque su trabajo de secretaria le gustaba, pasearse por toda la oficina, por los dos edificios, entregando documentos por orden de Getō Suguru le gustaba aún más.

Porque podía lucirse y que todo el mundo viera lo guapa que estaba hoy, con su nuevo vestido de color burdeos –de cuello alto y sin mangas, ajustado hasta los tobillos. Siempre se vestía un poco excesiva, hasta su jefe se lo había dicho, pero a ella le daba igual.

El ascensor la dejó en Contabilidad y fue hasta el cubículo que estaba buscando, con varias carpetas en los brazos.

–Buenos días, Gojō-san –saludó al joven con su voz aterciopelada–. Getō-sama le espera en su despacho.

Satoru levantó la vista hacia la secretaria.

¿Ha venido expresamente? ¿No hubiera sido más fácil llamarme?

Asintió con la cabeza, levantándose las gafas que llevaba hoy. Estas eran oscuras, completamente redondas, pero filtraban menos luz que las actuales –eran las que llevaba antes de firmar el contrato. No conseguía encontrar ni recordar dónde había dejado las buenas, las que le regaló Nanami, y después de varias horas, se lo empezaba a notar.

–Muchas gracias, Manami. Ahora voy –respondió, en su tono de voz calmado.

La mujer esbozó una sonrisa amable y, graciosamente, se dio la vuelta para seguir con sus tareas.

Dios… Ese vestidito le hace un culo increíble...

Satoru era bastante activo sexualmente, y aunque él mismo se hubiera impuesto la regla que no iba a tener nada con ningún compañero de trabajo, eso no le impedía mirar –o que se le escaparan los ojos con la secretaria sexy. Siempre había sido más de culos que de pechos.

Desvió de nuevo la vista a su cubículo, agradeciendo a las gafas que le ayudaran a disimular, y lo recogió todo para dirigirse al despacho de Suguru.

–Psst –el compañero de cubículo de Satoru lo llamó–. Está buena, ¿eh? Tenemos una porra para ver con qué jefe se acuesta antes.

Satoru se giró para mirarlo. En otras circunstancias, no hubiera dudado en comentar la belleza de la mujer, pero ese último comentario le pareció demasiado gratuito.

–Por favor... –respondió con un deje de decepción–. Tened un poco de respeto...

Se levantó de su silla, recogiendo sus cosas sin mirarle.

–Pero, ¿qué he dicho? –el hombre murmuró para sí, viendo cómo Satoru se iba.

Satoru no escuchó lo que dijo su compañero, fue directo a bajar las escaleras para dirigirse al otro edificio, en el que se encontraba Recursos Humanos. Subió a paso rápido para llegar cuanto antes al despacho de Getō y aclarar lo del contrato de una maldita vez.

–¡Buenas, Suguru! –saludó, entrando directamente en vez de llamar a la puerta.

El moreno estaba, en esos momentos, hablando por teléfono con el departamento de Publicidad. Tramitando una baja por maternidad, nada problemático. Aun así, se sobresaltó levemente cuando Gojō entró a su despacho sin avisar. Le miró un poco mal, pero le hizo un gesto con la mano para que entrara y se sentase mientras él acababa.

–Eso es... Sí, a partir del martes de la semana que viene. Muy bien –siguió hablando, desviando la atención de Gojō un momento.

A Satoru le importó más bien poco que estuviera hablando por teléfono, entró en el despacho tan tranquilo y se sentó enfrente del escritorio, esperando mientras miraba a Suguru. Las gafas que llevaba hoy tenían el cristal más claro, por lo que podía verse bastante mejor el color y el brillo de sus ojos, fijos en el moreno.

–Te envío los documentos a lo largo del día para que ella los firme y los tenga antes del martes, sí... Perfecto. Muchas gracias –Suguru sonrió sin quererlo a pesar de que la persona con la que estaba hablando no lo veía–. Un saludo, adiós.

Y colgó.

Bueno, y ahora vamos con esto.

–Buenos días, Satoru –le saludó, correcto–. Ya tengo el borrador de tu nuevo contrato. A ver qué te parece.

Y, de una carpeta encima de la mesa, sacó varios folios grapados entre sí para extendérselos al joven. Satoru los cogió y se colocó las gafas en la cabeza para examinar los papeles y leerlos atentamente. Ya había aprendido la lección.

–He modificado un par de cláusulas –Suguru comenzó a explicar–. Como ya comentamos, ahora obtendrás un plus económico cada vez que termines en un sector. Ya que, al rehacer el contrato, es como si la empresa te despidiera, ese plus tiene valor de finiquito, aunque mucho más elevado. También he aumentado la compensación por transporte arguyendo que tendrás que hacer alguna salida.

Satoru fue leyendo y escuchando a la vez todo lo que Suguru le iba diciendo, viendo que era cierto.

Bueno, sigue siendo un contrato de becario, pero al menos las condiciones están mejor.

Asintió con la cabeza, aun siguiendo atento a las líneas.

–¿Salida? –preguntó, desviando la vista hacia él.

–He supuesto que, cuando trabajes en otras áreas más dinámicas, te desplazarás como el resto de compañeros. Ahora estás en Contabilidad, y aunque estés a todas horas en tu mesa, quizá vayas a alguna reunión fuera de las oficinas –el moreno comentó.

Había áreas que eran totalmente sedentarias, pero hasta él había tenido que salir alguna vez. Así que, ¿por qué Satoru no? Si tenía que aprender de todo… El menor volvió a asentir de nuevo.

–Tiene sentido –respondió–. ¿Tendré coche de empresa? –preguntó con tono travieso.

–Aún no –Suguru sonrió–. Te desplazarás en transporte público o, en su defecto, compartirás coche con otros empleados.

Satoru asintió de nuevo, volviendo la vista a los papeles.

–Supongo que tampoco puedo pedir más –respondió en un suspiro–. Al fin y al cabo, acabo de empezar.

–Ya sé que ahora te parece que tienes un contrato casi de esclavo, pero te aseguro que, conforme vayas avanzando, tus condiciones mejorarán exponencialmente –Getō le aseguró, esbozando una suave sonrisa.

La Gojō Family Business Inc. no era una gran empresa por nada. Si los empleados estaban contentos, trabajaban mejor –y eso se reflejaba en los resultados.

–A mí me pasó lo mismo cuando entré hace cinco años, y ahora soy director –añadió, satisfecho–. El trabajo bien hecho se recompensa.

Satoru miró atentamente a Suguru algunos segundos, observándole.

Se te ve formal, responsable y muy profesional. Todo lo contrario de cómo mi padre me ve a mí. Y no dudo que lo seas, para nada.

–Seguro que te lo has ganado –respondió él, convencido.

Calaba rápido a la gente, y si Suguru le había agradado desde el minuto uno era por algo –pese a la fatídica entrevista. Sabía que era muy bueno en su trabajo, estaba seguro de ello.

–Sí, bueno... Lo mío me ha costado –Getō comentó, sonrojándose levemente–. He tenido que hacer muchas horas extra y guardarme algunas opiniones para mí.

Cuando yo lleve esto, no tendrás que guardarte nada... Aunque aún falta mucho para eso.

Satoru era, en cierto sentido, aún muy inocente, pero había cosas que ya sabía verlas.

–Estoy seguro de eso –murmuró, algo serio.

–Pero no quiero que pienses que estoy aquí a disgusto. Al revés. Antes de entrar aquí, probé en otras dos empresas. Sólo duré un mes porque hacía once horas diarias y acabé deseando tirarme por la ventana –Suguru sonrió–. Esta empresa es de lo mejor que hay en el sector, de eso no me cabe duda.

Satoru ladeó la cabeza algo confundido.

¿Por qué se justifica conmigo? ¿Es porque soy quién soy?

–No he querido decir nada de eso –respondió–. No hace falta que hables bien del sitio sólo porque mi padre sea el jefe, sé que hay muchas cosas que están mal y quiero cambiarlas.

–No, no, no te estoy haciendo la pelota –Suguru negó con efusividad.

No me caes tan bien para eso. No, qué demonios, ni aunque me cayeses bien te haría la pelota.

–Sólo te cuento lo que he vivido ahí fuera. Si llevo cinco años aquí, es por algo –añadió.

Satoru volvió a asentir.

–Me alegra que estés bien –dijo Gojō, al cabo de unos segundos. Tampoco quería incomodar a Suguru, al fin y al cabo, le estaba haciendo un favor.

Como acto reflejo, se frotó los ojos. Los tenía algo enrojecidos, y notaba que no faltaba mucho para que le empezara a doler la cabeza. Había estado bastantes horas con unas gafas de mala calidad frente a la pantalla del ordenador.

Tengo que encontrar las otras

El gesto desencadenó en Suguru el recuerdo de que tenía las gafas de Satoru en su poder. Las había guardado en un cajón del escritorio para que no se rayaran o sufrieran algún percance con el trasiego de documentos.

–Por cierto –anunció–. Antes de ayer te dejaste esto.

Abrió el cajón y dejó las gafas sobre la mesa, justo enfrente del chico. Satoru abrió los ojos con sorpresa. Siempre intentaba ser muy cuidadoso con sus cosas, en especial, con sus gafas, porque sabía el efecto que tenía dejárselas.

¿Me las dejé el otro día? Supongo que con los nervios por lo del contrato y eso...

–Menos mal... –respondió, cogiéndolas–. Ya las echaba en falta, las que llevo ahora no van muy bien para las pantallas.

–Tiene que ser muy molesto tener tanta sensibilidad a la luz... –el moreno murmuró, apenado.

Pobre... Y con lo joven que es. ¿Seguro que puede trabajar delante de un ordenador? Las pantallas son muy perjudiciales para la vista.

–¿Un colirio no te ayudaría?

Satoru se encogió de hombros. En cierto modo, ya estaba acostumbrado.

–Es bastante común en el albinismo –respondió, como dato–. Pero sí... Es una mierda...

Se cambió las gafas por las que eran más oscuras.

–Ayuda al principio, cuando empiezan a arderme los ojos –respondió.

–Pues es una pena... Con los ojos tan bonitos que tienes... –Suguru susurró sin pensar.

Y se sonrojó cuando se dio cuenta de lo que había dicho. No lo había filtrado, le había salido de dentro.

–Perdón, no pretendía incomodarte... –se corrigió, apartándose un mechón de pelo de la cara.

El rostro de Satoru se veía claramente sorprendido con ese inocente comentario. Algo dentro de su pecho pegó un pequeño salto, aunque no supo identificar el qué. Muchas veces habían halagado sus ojos, pero que Suguru lo hiciera era algo diferente.

–No me incomoda –respondió al cabo de un par de segundos.

Me gusta que lo digas.

–Muchas gracias –respondió al final, sonriendo travieso.

–Por si acaso... La política de la empresa respecto al acoso en el trabajo es bastante estricta –se excusó, un poco nervioso.

Sabía que Satoru no se iba a molestar por eso –se lo estaba diciendo. Pero Suguru notaba que, cada día que pasaba, sus defensas flaqueaban cuando Gojō estaba cerca.

Y eso es algo que no me puedo permitir. Sigo enfadado con él. Me utilizó y después no quiso saber nada más de mí... ¡Si ni siquiera me recuerda! ¿Puede haber algo más humillante?

–Volviendo al contrato... –carraspeó un poco, centrándose–. Si estás conforme, lo presentaré para que lo aprueben. Aunque cabe la posibilidad de que lo rechacen.

Satoru no pudo evitar relajarse demasiado.

–¿Acoso? –preguntó, entrecerrando los ojos y sonriendo–. ¿Estabas ligando conmigo?

No respondió a lo siguiente. Suguru no pudo evitar sonrojarse de nuevo. Satoru era sensual, era sexy sin apenas pretenderlo. Su mirada por encima de las gafas, su media sonrisa de conquistador. Por mucho que pretendiera ser fuerte, la carne era débil y su cuerpo se acordaba perfectamente de lo que había pasado con aquel muchacho.

–¿Y-Yo? ¿Ligando contigo? –preguntó muy rápido, nervioso–. ¡Por supuesto que no! ¿P-Por quién me tomas? –se quejó, a la defensiva.

A Satoru le congratuló enormemente la reacción de Suguru. Mentiría si dijera que no se estaba divirtiendo.

¿Se sonroja y se pone a la defensiva?

Satoru no era idiota, y pudo ver que eso podía significar que, un mínimo interés, había.

Así que le gustan los hombres... Nada mal...

No perdió la calma, no perdió la actitud –pocas veces lo hacía. Y Suguru le estaba divirtiendo demasiado como para no seguir tirando un poco más de la cuerda.

–No he dicho que sea malo –respondió, con la misma sonrisa, intensificando la mirada.

–¿Y-Y por qué iba a ser malo? –Suguru cuestionó, frunciendo el ceño.

Espera. No. Joder, que le estoy dando la razón. Mierda.

–Quiero decir q-que... –murmuró, rojo como un tomate.

No sabía dónde meterse. Quería que se lo tragase el suelo, desaparecer debajo de su escritorio de madera de nogal y no aparecer nunca más –o, al menos, no cuando estuviera Satoru.

–Esto está completamente fuera de lugar –bufó, nervioso.

Miraba a todas partes y a ninguna, removiéndose sobre la silla, inquieto. Hasta las orejas se le habían puesto rojas.

Míralo, qué mono. No sabe ni dónde meterse.

A Satoru no le resultaba para nada difícil ligar. No tenía que hacer nada para que se acercaran a él, su apariencia angelical con sonrisa de diablo solía hacer el trabajo por él. Por eso, personas como Manami, que mostraban interés explícito en él, solían carecer de interés –a no ser que estuviera de fiesta y le apeteciera desfogar.

En cambio, encontrarse a alguien como Suguru, que parecía hacer lo que fuera para demostrar que no le agradaba, tenían ese algo especial. Abrió la boca para seguir con la conversación, para seguir provocando esas reacciones, pero pareció darse cuenta de dónde estaba.

Espera. No puedes entrarle. Estás en el trabajo, es tu compañero, y va a ser tu jefe en unas semanas. Para, porque al final, vas a liarla.

Cerró de nuevo la boca, perdiendo un poco la sonrisa. Se recolocó las gafas para taparse por completo los ojos de nuevo, como si eso fuera una barrera más que Satoru quisiera poner.

–Sólo me metía un poco contigo, no te preocupes –respondió, recogiendo cable–. Tampoco quiero incomodarte.

El moreno suspiró y bufó sutilmente, intentando recomponerse un poco.

No, qué va. Si te encanta. Y la culpa es mía por caer en tu juego. Maldita sea, ¿qué me pasa con este chico?

–No me incomodas... Pero en el trabajo, está totalmente prohibido relacionarse entre compañeros –murmuró, casi como un niño pequeño, sin mirar a Satoru.

Picado, pensó Satoru, sonriendo para sí mismo.

–No pretendo hacerlo –respondió Satoru, tranquilo–. El trabajo es trabajo, nada más.

Exacto. El trabajo es el trabajo. Así que ya te estás largando a tu mesa. Venga. Fus-fus.

–Sobre el contrato... ¿Conforme? –cambió de tema otra vez, un poco más serio.

Intentaba tranquilizarse un poco, recomponerse, pero también se estaba enfadando poco a poco. Satoru le sacaba de sus casillas con su actitud despreocupada, como si nada le importase. Como si flirtear con la gente –compañeros de trabajo o no– no le supusiera ningún problema.

Satoru dejó de nuevo el contrato sobre la mesa, divertido con la actitud de Suguru. Le encantaba molestar a la gente, Nanami lo había vivido en sus propias carnes.

–Conforme –respondió, devolviéndoselo al fin.

El moreno cogió los folios como si se los estuviera arrebatando, con demasiada fuerza y brusquedad. Se notaba a la legua que estaba molesto.

–En ese caso, hoy lo enviaré y en un par de días tendré la respuesta –murmuró, un poco indignado.

Suguru no solía tomarse las cosas tan personalmente, y sus formas y sus gestos no parecían ir acorde con él. No sabía qué hacer con las manos, estaba nervioso y fruncía el ceño levemente, como si estuviese discutiendo consigo mismo.

¿Por qué está tan mono con el ceño fruncido? Suguru, me lo pones difícil.

Satoru se moría de ganas de quedarse allí, de seguir hablando con él, de molestarle un poco más. De seducirle, por qué no decirlo. El director de Recursos Humanos era terriblemente atractivo, y esa molestia que notaba hacia su persona había pasado de disgustarle a causarle curiosidad.

Siempre quería lo que no podía tener, ya se lo habían dicho muchas veces.

Pero debía tocar de pies en el suelo, y Getō Suguru era un plato prohibido que le podía traer problemas. No le convenía, para nada. Siempre había seguido esa regla de forma muy estricta.

Donde tengas la olla, no metas la polla.

Se levantó de la silla, colocándose de nuevo las gafas.

–Si no tiene más que decirme, Suguru-senpai, me despido –recuperó el honorífico, en un intento de mantener el respeto hacia él.

Y ahora soy Suguru-senpai... Lo voy a matar. Y luego me mato.

–No, no tengo nada más que decir –respondió el moreno con la boca pequeña.

Se estaba sintiendo como un juguete, como si Satoru fuese un niño y él su muñeco personal. Estaba enredándose en su juego, estaba cayendo en su trampa. Y esa sensación le carcomía por dentro. Él, que era un hombre adulto y responsable. Decente, con los pies en la tierra. Y ahora, todo eso no le estaba sirviendo de nada. Al revés. Se sentía un tonto, torpe.

Satoru finalmente se levantó de la silla y le hizo un gesto alegre con la mano antes de salir del despacho, como si no hubiera pasado nada.

Creo que vamos a llevarnos bien

Cuando se quedó solo, Suguru suspiró con fuerza y se llevó las manos a la cara, frotándose los ojos.

–Mi corazón no lo aguanta... Esto, mi corazón, no lo aguanta…

Chapter 9: Capítulo IX

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Como todos los lunes, nuevo capítulo :)

Chapter Text

               Gojō se frotó las sienes. Ya habían acabado la reunión a la que Nanami le había invitado a quedarse y, tal y como le había pedido, se había portado bien. O, al menos, su definición de portarse bien.

–Oye, Nanamin –dijo una vez se hubieron levantado todos los presentes.

Nanami endureció el rostro de manera inconsciente –no le gustaba ese mote y no le gustaba que Gojō se hubiese cogido las confianzas de llamarle así en el trabajo. Fuera... Lo podía soportar. Pero en la oficina, le hacía verse como alguien inferior.

–¿Qué? –respondió algo seco, guardando unos documentos en su maletín de cuero.

Qué borde es siempre por las mañanas...

Satoru ya estaba acostumbrado al tono duro que Nanami solía usar con él, poco le importaba.

–Lo de Suguru... Creo que no hará falta al final –respondió con una sonrisilla triunfante.

El rubio puso cara de sorpresa durante una milésima de segundo. Por un momento, se había olvidado por completo de su conversación con Getō y el motivo de ella.

–¿Por qué? –cuestionó.

¿Si le digo la conversación que tuve con él ayer, me echará la bronca?

–Porque... –empezó, haciendo una pausa.

Sí, definitivamente sí.

–Ayer estuvimos hablando por el tema del contrato –siguió.

Y puede que le vacilase un rato y ahora sí le caiga mal.

–Y ya no tengo la sensación de hostilidad.

Porque no es una sensación, más que nada, conseguí que lo fuera. Pero no es mi culpa, él empezó.

Nanami levantó el rostro, mirando a Satoru por primera vez –guardar los documentos era más importante.

–¿Te has disculpado con él? –preguntó, arqueando una ceja.

Le resultaba complicado porque Satoru era muy orgulloso como para rebajarse a eso, pero era la única vía que él entendía para arreglar las cosas con Suguru. Satoru ladeo la cabeza, confundido.

–No, ¿por qué iba a hacerlo? –preguntó.

¿Cómo que por qué? Porque debiste comportarte como un imbécil integral en esa discoteca.

–Porque estaba molesto contigo. Y es lo que tienes que hacer –el rubio contestó con rotundidad.

Satoru levantó la cara de repente, muy sorprendido.

Se... ¿Se lo ha contado? ¿En serio?

Satoru seguía sin recordar nada de ese fatídico día en la discoteca, y la explicación de Nanami sólo le daba una respuesta posible.

¿De verdad le ha dicho que puede que le vacilase un poquito? Si fue él quien empezó diciendo que le gustaban mis ojos

–Yo no hice nada... –se defendió, como un niño pequeño. 

Si me corté un montón.

Nanami arqueó una ceja, analizando al joven que tenía delante. Lo conocía y sabía que, en líneas generales, no era un mentiroso. Y, si alguna vez mentía, era en cosas sin mucha importancia. Un problema con un compañero de trabajo no era el caso.

–Satoru, en la discoteca le dirías alguna cosa. Ya sé que no bebes, pero puedes hacerlo igualmente sin necesidad de alcohol –dijo, como si estuviera dando una clase.

¿Discoteca?

–¿Qué discoteca? –preguntó, ahora sí sin entender absolutamente nada.

¿El crío de las narices me está tomando el pelo o qué?

–La discoteca en la que os conocisteis –Kento contestó con hastío, como si fuera algo obvio.

¿Pero de qué habla el viejo?

–¿Suguru te ha dicho esto?

–Evidentemente –Nanami lo miró con cara de tonto.

¿Cuándo?

–Pues...

Ah, coño. ¿Y si fue cuando salí con Utahime?

–Sinceramente, no me acuerdo –dijo al final–. ¿Qué te dijo?

–¿Cómo que no te acuerdas? ¿Bebiste? –Kento obvió descaradamente la segunda parte.

Satoru no bebía, y le preocupaba más que hubiese empezado a hacerlo y que él no se hubiera enterado.

–Sólo un par de copas... Creo –respondió, rascándose la cabeza–. Utahime me enredó, aún no sé cómo.

Bueno, me dijo "no hay huevos", y los hubo.

Kento endureció la mirada, mortalmente serio. Una de las pocas cosas buenas que tenía Satoru era precisamente que detestaba el alcohol. Si el chico ya era pesado de normal, estando borracho debía ser ya insoportable.

–Satoru, ¿te acuerdas de lo que hiciste esa noche? –cuestionó, indignado.

Satoru apartó la mirada, algo avergonzado. No respondió. A Nanami le entraron ganas de matar. De matar y de despedirse del trabajo, dejar todo atrás y coger el primer avión a una isla paradisíaca –y, a poder ser, desierta. Sólo alguien como Gojō Satoru tenía la capacidad de sacarle de quicio en cuestión de segundos.

¿Qué he hecho yo en otra vida para merecer esto? Si hay alguien ahí arriba... Juro que te voy a sacar los ojos, cabronazo.

–¿Necesitas que te hable otra vez sobre las consecuencias del exceso de alcohol en el organismo? Porque no me gusta repetir las cosas –murmuró, mortalmente serio.

–No bebo, y ni siquiera me gusta el alcohol o emborracharme –saltó Satoru, molesto–. Sólo fue un día, y tampoco pasó nada grave.

A Satoru no le gustaba nada cuando Nanami le echaba la bronca de esa forma, le hacía sentir como un niño, demasiado pequeño.

–Eso no lo sabes, porque no te acuerdas –el rubio contestó con rapidez.

Iba a seguir cuando la cabeza de Ino apareció por la puerta. Carraspeó para hacerse notar.

–Esto... Nanami-san, ¿van a seguir aquí más rato o…? –preguntó, incómodo por interrumpir una conversación privada.

–Volved al trabajo –el nombrado le ordenó–. Tengo que hablar con Satoru. Y cierra la puerta.

Ino tardó menos de un segundo en desaparecer, acatando órdenes. Sabía cuándo su jefe estaba enfadado, y no le gustaba estar presente cuando eso pasaba. Satoru se cruzó de brazos, mirando con la cabeza agachada a Nanami. Sabía que iba a echarle la bronca, pero también sabía que era algo injusto. Él no había hecho nada malo, nunca le haría daño a nadie, ni borracho ni sereno. Llegó a su casa, y estaba de una pieza.

Ya no tengo quince años, joder.

–No tengo nada más que decir –respondió, alzando un poco el tono.

Como te me pongas chulito...

Nanami sentía que se estaba enfadando cada vez más. Y no quería, porque no le gustaba enfadarse. Él era un hombre sosegado y racional, calmado y calculador. La ira era un sentimiento visceral, y él no quería sentirse así.

Además, su padre era igual. ¿Cómo no va a seguir el hijo los pasos del padre? Ya sentará la cabeza, pero ahora es joven y tiene la cabeza en otra parte...

Respiró y expulsó el aire de sus pulmones con fuerza.

–¿No puedes hacer memoria? Al menos, en lo que a Getō-san se refiere –comentó con un tono más sosegado.

He intentado hacer memoria de la mancha de semen en mi camisa, pero dudo mucho que tenga algo que ver...

Satoru negó con la cabeza.

–No recuerdo nada desde que Utahime se fue a casa, a las tres de la madrugada. Me desperté al día siguiente en mi cama –explicó–. Solo y vestido –recalcó, mirándole mal, antes de que soltara algo de lo que, definitivamente, NO quería hablar con Nanami.

El detalle del semen me lo salto.

–Tenía la cartera con las tarjetas y el dinero, el teléfono, el reloj y las gafas –recalcó, queriendo darle a entender que no era tan idiota o irresponsable como todo el mundo creía.

Nanami se frotó los ojos y suspiró pesadamente. Aunque debía reconocer que lo escuchado le había reconfortado un poco. Tantas charlas, al final, estaban dando sus frutos.

–Entonces, no recuerdas absolutamente nada de lo que sucedió con Getō-san. Tanto si fue una nimiedad como si no –recalcó, como si quisiera entenderlo él también.

–Te juro que la primera vez que le vi fue el día de la entrevista, no recuerdo nada de esas siete horas y treinta y cinco minutos antes de despertarme –recalcó Satoru.

–Pero... Algo harías. Es decir, Getō-san no es de los que va causando problemas por ahí... Es un hombre bastante tranquilo –el mayor puntualizó–. Aunque no lo recuerdes, creo que deberías disculparte con él.

Satoru suspiró, exasperado.

Sí, claro, sobre todo después de lo de ayer.

–Pero a ver, Nanami... ¿Cómo voy a disculparme por algo que no recuerdo? Pensará que me estoy riendo de él, me mandará a la mierda y me despedirá a la mínima que pueda...

–Si le incomodaste, deberías disculparte –Nanami recalcó–. No te puede despedir por algo así. Bueno, no te puede despedir porque ni siquiera estáis trabajando juntos. Además, ¿qué piensas hacer sino?

Satoru se encogió de hombros.

–No lo sé. Hasta ahora no sabía ni que le conocí antes…

Nanami se recostó sobre la silla. Todo esto le estaba agotando mentalmente –y aún tenía media mañana por delante.

–Si no quieres disculparte... No puedo obligarte. Es tu decisión y la respeto, aunque no la comparta –dijo, y sonaba un poco derrotado–. Pero Getō-san sabe lo que pasó esa noche y, si vas a trabajar con él, deberías hablar con él.

–No será para tanto... –murmuró Satoru, algo contrariado.

Nanami se lo quedó mirando unos momentos, como si quisiera adivinar lo que había sucedido en aquel encuentro.

–No lo sé, Satoru, porque no estaba allí –murmuró al final–. Pudiste haberle molestado en la barra. O a algún conocido suyo. En los servicios –se encogió de hombros–. O pudiste incluso haber intentado ligar con él.

Cuando de Gojō Satoru se trataba, todas las posibilidades estaban abiertas. Nanami no era tonto –sabía lo que implicaba la vida nocturna. Satoru encajaba allí perfectamente, disfrutando de los placeres de la vida como un auténtico hedonista. Suguru, no tanto. Pero también había excepciones –hasta él había estado alguna vez en locales así.

A Gojō se le escapó un amago de carcajada con la garganta que intentó disimular tapándose la boca. Intentó ponerse serio sin mucho éxito.

–Admite que eso último hubiera tenido su gracia –dijo al final.

Kento arqueó una ceja. Conocía demasiado bien al joven como para saber que era capaz de hacerlo –el coqueteo le nublaba el juicio.

–Depende de cómo te hubieras comportado con él –contestó.

¿De verdad crees que es eso?

–No soy tan cretino como todos decís, seguro que me rechazaría y le dejaría en paz...

Sé aceptar un no por respuesta. O lo haría, si me hubiera pasado alguna vez.

–Teniendo en cuenta que te pones muy pesado cuando no consigues lo que quieres... –Nanami suspiró, cerrando su maletín.

Ya había guardado todos sus documentos, más despacio que de normal porque la conversación con Satoru ocupaba toda su atención. No quería problemas en la empresa –sobre todo porque sabía que él sería el responsable del comportamiento de Satoru.

–Siendo sinceros. ¿Le hubieras entrado a alguien como Getō-san? –preguntó, un poco más serio.

¿Le entraría si no lo conociera?

Satoru desvió un momento la mirada, poniéndose serio también. Pensó en sus ojos dorados, su mirada afilada. Su pelo negro, cayendo en olas sobre su espalda después de haber estado todo el día atado, lo suave que parecía al tacto. Su sonrisa sincera, su voz dulce. Sus brazos fuertes, la cintura estrecha que le marcaba el traje que solía usar para ir a trabajar y el tremendo culo que le hacía.

–No le entraría a un compañero de trabajo –respondió, sin llegar a responder de verdad a la pregunta–. Hasta yo tengo límites.

Sin dudarlo.

Nanami fijó su mirada en Satoru. En su expresión facial, en sus gestos y en sus modos. Y podía asegurar que el chico no mentía.

Algo es algo.

–Bien –fue lo único que dijo, satisfecho sin mostrarlo.

¿Bien? Bueno... Si no insiste, le parecerá bien...

–¿Qué te dijo exactamente? –preguntó Satoru, más serio que antes.

–No mucho. Que os conocisteis en una discoteca y la primera impresión no fue buena –contestó el mayor, más relajado.

Eso es demasiado abstracto...

–¿Seguro que era yo? –preguntó, para asegurar.

Porque quizá me conviene no recordarlo...

–No lo sé –Kento se encogió de hombros–. Repito lo que me dijo. Si quieres saber más, habla con él.

Creo que es mejor no hacerlo... Y menos después de lo de ayer...

Satoru asintió con la cabeza, no muy convencido.

–Si no tienes nada más que decirme... –Nanami hizo un gesto con la mano, invitando al joven a volver a su puesto de trabajo.

Él también tenía que regresar a su despacho, la sala de reuniones se ocuparía en diez minutos. Satoru sacó un sobre de la solapa interior de su chaqueta, que encerraba una carta.

–Me han dado esto para ti –dijo, alargándole el sobre mientras se levantaba y se iba de la sala.

Kento miró el sobre con curiosidad. A veces se pasaban recados en notas, pero un sobre se veía demasiado protocolario.

¿De quién será?

Lo abrió y descubrió la nota. Lo primero que vieron sus ojos fue el trazo fino de un bolígrafo negro que dibujaba un pene de forma infantil. Y, debajo, escrito con una caligrafía que reconocía bien, «Colica».

«Colica» era un término tan infantil como el sujeto que lo había escrito.

Lo mato. Un día de estos, lo mato.

*

               –Suguru.

Satoru entró en el despacho del jefe de Recursos Humanos como Pedro por su casa, igual que en todos lados. Tenía que entregarle unos papeles que Nanami le había pedido explícitamente. ¿Qué relación solían tener Contabilidad y Recursos Humanos? Poca, bastante poca, pero Satoru sabía lo que su niñera intentaba. Aún con el paso de los años, seguía cuidando de él a su manera.

Hacía ya una semana de la charla que habían tenido al respecto de por qué Getō parecía odiar a Gojō, y Satoru no se había atrevido a hablar con Suguru. No por cobardía, sino porque no sabía ni cómo hacerlo.

¿Cómo voy a disculparme por algo que no recuerdo? Pensará que me estoy burlando de él y será peor...

Además, ese momento de debilidad que habían tenido en el despacho seguía muy presente en su mente. Sólo fue un segundo, un pensamiento intrusivo que ni siquiera llegó a formarse, pero Satoru era plenamente consciente de que le hubiera encantado besar esos labios. Y eso, hacía lo de la discoteca todavía peor.

¿Qué diablos había hecho? Suguru le parecía alguien muy atractivo, era estúpido negarlo. Sin conocerle de nada y, encima, borracho, Satoru era capaz de cualquier burrada. Pero no ahora. No en el trabajo.

No, cuando me lo estoy tomando en serio. No puedo liarla.

Por eso seguía sin atreverse a dar el paso, porque prefería vivir en la ignorancia. Era lo más práctico para ambos, fingir que no había ocurrido nada –si es que siquiera había llegado a ocurrir algo.

¿Por qué preocuparse por algo que quizá ni siquiera ha pasado? Puede que sólo me viera bailando sin camiseta en la tarima, Utahime me dijo que también lo hice.

Enseñó el sobre marrón que llevaba en la mano, pretendiendo dejarlo sobre la mesa y largándose de ahí lo más rápido posible. Suguru levantó la vista de la pantalla de su ordenador. Aunque no era algo habitual en él, se estaba tomando un receso entre papeleo por una causa más que justificada –el cumpleaños de sus sobrinas.

Nanako y Mimiko Hasaba eran sus dos preciosas sobrinas que, desde que nacieron, habían ocupado el corazón del moreno de manera indiscutible. Hermanas gemelas, se diferenciaban en el color del cabello y su personalidad, bastante dispar entre sí. En tres días era su cumpleaños, y su tío no tenía nada para ellas. Siempre se había vanagloriado de encontrar el regalo perfecto para ellas, pero iban a cumplir dieciséis y ahora, adolescentes, estaban en una edad un poco tonta.

Además, sospechaba que Nanako se estaba viendo con un chico de su clase, y eso no le gustaba un pelo.

Así que estaba ocupando su descanso en buscar por Internet un buen regalo para ellas, pero no estaba encontrando nada de nada.

–¿Qué es esto? –preguntó cuando recogió el sobre de Satoru, menos animado que de costumbre.

Hoy parece más serio.

–El informe sobre la última reunión con los Zenin –respondió éste–. Repaso anual de los presupuestos y sobre la última inversión. Nanamin me ha pedido que te lo trajera.

La familia Zenin, al igual que la Gojō, era dueña de una de las farmacéuticas más importantes del país, aunque últimamente su fama se había visto manchada a raíz de una noticia que salió sobre que experimentaban con animales, algo que bajó su popularidad entre el público. A raíz de ese escándalo, se habían visto obligados a renegociar ciertos contratos y salir a bolsa, oportunidad que la Gojō Business no dejó pasar.

Satoru tenía su propia opinión sobre los Zenin. No era la primera vez que su padre se reunía con Zenin Naobito, ni que tenían tratos entre ellos. El propio Satoru había acudido a alguna reunión mientras estaba en la universidad, al igual que el hijo mayor de los Zenin, y podía asegurar que eran todos unos malditos desgraciados. Pero, claro, eso eran opiniones que debía guardarse para él, o papá le regañaba.

Suguru tardó unos segundos en reaccionar. Estaba con la cabeza en otros asuntos, y en un primer momento ni siquiera había reconocido a Satoru cuando había entrado.

–¿Qué? –preguntó, encarando al joven.

¿Qué de qué?

Satoru no acababa de entender por dónde iba Suguru, si se lo acababa de decir.

¿Me está echando? ¿Es eso?

–El informe de la reunión –repitió, por si acaso.

Suguru miró a Satoru como si hablase en chino. Y, al cabo de un par de segundos, comprendió de lo que estaban hablando. Su expresión facial cambió por completo, abriendo mucho los ojos.

–Claro, claro –dijo, hablando con rapidez–. Ya estaba pendiente, sí.

Una cosa que detestaba era la gente que no era profesional. Suguru se enorgullecía de, precisamente, trabajar duro y realizar todas sus tareas con diligencia. Pero ahora no.

Sin embargo, Satoru no era conocido por ser discreto o poco entrometido.

–¿Todo bien? –preguntó, sin tener claro si quedarse o no.

El moreno abrió la boca para hablar, para afirmar y corroborar que sí, que sabía de qué estaban hablando y que todo estaba bien. Pero no lo hizo.

–Pues no, no está todo bien. No hay nada bien –contestó, dejando el sobre sobre el escritorio de malas maneras–. Estoy perdidísimo.

Suspiró y se frotó el puente de la nariz. No era su intención contarle nada a Gojō, pero su reacción había sido muy natural –había explotado como una palomita al microondas.

Vaya, sí que tiene que estar estresado para que me lo suelte.

Satoru dudó un par de segundos antes de acercarse y sentarse en la silla, enfrente del escritorio de Suguru.

–¿Puedo hacer algo? –preguntó con sinceridad.

–¿Sabes qué regalar a dos adolescentes de dieciséis años que están pasando por la edad del pavo? –preguntó aún con la cara cubierta por las manos.

¿Serán las niñas de la foto?

–Un teléfono móvil –respondió al cabo de dos segundos–. Uno con una cámara buena, de gama alta. Con las redes sociales hoy en día, les gustará más eso que cualquier otra cosa.

Satoru desvió un momento la vista a la foto, de nuevo, analizando nuevos detalles que pudieran haber pasado desapercibidos –aunque teniendo tantos años, era difícil.

La rubita sí tiene más pinta de pija, la castaña parece más vergonzosa... Y lleva una muñeca de trapo... ¿Con una soga? Qué miedo.

–Podría gustarle también una réplica de la muñeca Annabelle –comentó.

Suguru alzó la vista de nuevo, mirando a Satoru con cara rara.

–¿Una muñeca?

El chico señaló la foto con el dedo.

–Parecen gustarle –comentó–. Aunque no lo sé, puede que me equivoque.

El moreno miró la foto de sus sobrinas. Era de hacía varios años. La muñeca que llevaba Mimiko era una réplica a la de una película de terror antigua que a ambas les gustaba. Suguru no conseguía recordar el nombre porque había visto cientos de películas así con ellas, y al final todas le parecían iguales.

–Sí, desde hace unos años se han aficionado al tarot y la astrología y... –contestó, y luego ordenó lo que quería decir–. Pero no creo que una muñeca sea algo que aprecien demasiado, ya tienen algunas. Y el móvil queda descartado porque también tienen uno que sus padres les regalaron dos años atrás.

No voy a comprar un móvil de gama alta como si fueran unas malcriadas... Ya tienen uno, que aprendan a ahorrar y a ganarse las cosas.

–La ropa está descartada porque ha llegado un momento en el que, lo que yo creo que les puede gustar, no lo hace en absoluto –añadió, recordando experiencias recientes.

–Cumplen dieciséis, querrán verse como mujeres, y a esas edades se resume en ropa demasiado ajustada.

Gojō se tocó la barbilla para seguir pensando.

–¿Y una baraja de tarot? Existen tiendas especializadas en espiritismo. Si les gusta el tema, puedes ir con ellas y que escojan.

Qué gracia, tiene unas mini brujitas.

Suguru había sopesado esa opción, pero no acababa de verla.

–No sé... No me gusta alentar una afición tan peculiar. Sé que es inofensiva, pero... A veces se emocionan demasiado y lo llevan al extremo... –murmuró.

Sobre todo, Nanako. Aquella vez que vi las fotos en su móvil de un ritual con una cabeza de conejo que habían comprado en la carnicería...

Satoru se rascó la cabeza, pensando. Suguru se lo estaba poniendo difícil, diciéndole que no a todo.

Mientras no sacrifiquen vírgenes en un altar

–Ya...

A las vírgenes hay que tratarlas con cariño, no sacrificarlas...

–¿Qué más les gusta? –preguntó.

–Cosas de adolescentes, supongo –Suguru se encogió de hombros.

Además del hecho evidente de que sus sobrinas ya no eran tan pequeñas, cada vez más notaba el salto generacional que había entre ellos –algo que nunca había pasado hasta entonces. Suguru se sentía viejo y aburrido cada vez que proponía un plan y era rechazado. Tenía muy buena relación con ellas y, al menos, se veían dos veces al mes.

–Llevan meses queriendo ir a un concierto que será dentro de poco, pero su madre no les deja. Es en un estadio y puede ser peligroso con la cantidad de gente que va a ir. Sé que les haría mucha ilusión ir, pero... –comentó.

Tendría que acompañarlas, y ellas no van a querer estar a mi lado mientras actúa el grupo. Pero me da algo de miedo que se pierdan o les pase algo entre la marabunta de gente...

–Entonces ya lo tienes –respondió Gojō–. Ve con ellas y ya está.

–No es tan sencillo, Satoru. Ellas quieren hacer cosas conmigo, pero sin estar juntos. Es como... –Suguru suspiró, abriendo el sobre que le habían entregado con desgana–. Y tampoco me apetece mucho ir a un concierto yo solo...

–¿Quieres que te acompañe? –preguntó–. Mientras sea salir, yo me apunto a lo que haga falta –dijo al final, sonriendo.

En la cabeza de Satoru no pasaba por la cabeza el morro que tenía autoinvitándose de esa forma, ni que fuera con algún amigo suyo. Getō levantó mucho las cejas, sorprendido.

¿Lo dice en serio? ¿Acompañarme a un concierto? Pero... No, un momento. ¿Y si bebe y se pone pesado como en la discoteca? No puedo permitir que las chicas me vean con alguien así, se van a llevar una mala impresión.

Suguru estaba olvidándose convenientemente de que, en términos generales, seguía enfadado con Satoru y esperaba una explicación de sus actos. En el trabajo se soportaban y actuaban lo más correctamente posible, pero porque estaban en el trabajo. Pero, por dentro, Suguru seguía enfadado y humillado.

–Gracias por el ofrecimiento, pero... No sé si sería lo más conveniente... –murmuró, esbozando una sonrisa forzada.

Vaya, y yo que pensaba hacer las paces indirectamente...

Satoru se encogió de hombros.

–Siempre puedes ir con algún amigo que le guste estar con las chicas –respondió luego, nada ofendido.

Eso era más fácil decirlo que hacerlo. Porque el círculo de amistades de Suguru era ciertamente reducido. Y no congeniaba con las nenas.

¿A quién voy a llevar? ¿A Mahito? ¿Para que se pase todo el tiempo hablando de que el cantante se la pone dura? ¿O desaparezca cada dos por tres para empolvarse la nariz?

–Sí, supongo... –murmuró, manteniendo la sonrisa falsa–. Tengo dos semanas para planificarlo...

Satoru ladeó la cabeza.

–Yo no tardaría mucho en decidirme, o no quedarán entradas –respondió éste.

¿Me está chantajeando?

–Bueno...

Lo cierto era que Satoru tenía razón. La idea del concierto no era ajena, Suguru lo había estado sopesando un poco, pero sabía que, aunque el estadio era enorme, ya quedaban muy pocas entradas para el concierto.

–Si me decidiera, ¿vendrías conmigo? –preguntó, un poco como último recurso.

–Claro –respondió con una enorme sonrisa–. Lo pasaremos bien, y se me dan bien los mocosos –dijo al final, como si no fuera algo ofensivo.

Concierto gratis. Espero que haya palomitas de caramelo.

Suguru se lo quedó mirando un momento, analizando la situación.

¿De verdad voy a ir con él a un concierto? Y encima con las chicas... Bueno, es una opción que sólo valoraré cuando no quede otra.

–Si al final compro las entradas, te avisaré. Será en sábado, para que lo tengas en cuenta –dijo, aún sin convencer del todo.

Indirectamente, me está invitando con él a un concierto. ¿Eso cuenta como hacer las paces?

–Claro, ya dirás –respondió.

Seguro que tampoco estaba tan enfadado al final... Nanamin es un exagerado, lo de la discoteca no sería nada.

Se levantó de la silla, contento en haber podido resolver sus asuntos con Suguru y, encima, estar invitado a un concierto.

¿Qué música será? Bueno, da igual, hay fiesta. Espero que no tarde en decidirse, a ver si digo que no a otros planes y me quedo tirado.

El moreno le observó con cuidado, como si quisiera adivinar lo que estaba pensando. Se le hacía ciertamente extraño que Satoru se hubiese ofrecido a ir con él a un concierto porque, ahora que estaban trabajando juntos, tampoco tenían tanta relación –de hecho, se habían visto más al principio que pasadas las semanas.

Y cuando trabaje para mí... ¿Cómo será? Nanami-san está muy estresado... ¿También voy a perder los nervios con él?

–Seguramente... –murmuró, queriendo llamar su atención–. Seguramente, ellas decidan bajar a pista para bailar y nosotros nos quedemos en las gradas...

A ver qué te parece...

¿Cómo que en las gradas? A mí me gusta darlo todo en la pista.

Satoru se sorprendió visiblemente al oír a Suguru, aunque no se quejó por ello.

Bueno, ya que paga él y le haga el favor... Estaría feo que le dejara tirado y me fuera con las niñas.

–Estaremos donde quieras –respondió, relajado.

Hostia, se acerca la hora del desayuno. Me pregunto si a Nanamin le gustará su bocadillo con guindilla especial Gojō.

Getō entrecerró los ojos al oír aquello –parecía que iba a añadir un «cariño» al final. Y no sabía si eso le gustaba o no.

¿Se acuerda o no se acuerda? Me pone de los nervios...

–Bien, ya hablaremos –murmuró un poco despacio, suspicaz.

Satoru asintió con la cabeza con su característica sonrisa antes de despedirse y salir del despacho.

–¡SATORU! –oyó los gritos de Nanami, yendo a buscarle después de descubrir su sorpresita.

El albino no pudo evitar empezar a reírse como un loco. Suguru escuchó toda la interacción desde su oficina –los gritos traspasaban las paredes. Y suspiró.

¿He hecho bien?

Chapter 10: Capítulo X

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Perdón por la tardanza, pero no sé si os habréis enterado de la inundación que hubo aquí en España (Valencia) la semana pasada. Por fortuna, tanto mi familia como la de @VinsmokeDSil están bien, pero es todo muy desolador y te sientes impotente ante la fuerza destructora de la Naturaleza. En fin, dentro capítulo.

Chapter Text

               Esa misma tarde, casi a la hora del cierre, Suguru Getō apareció por el despacho de Nanami Kento. Después de ver los gritos de esa misma mañana, había decidido hablar con él. El rubio estaba realmente estresado, y estaba seguro de que gran parte del problema se debía a Gojō Satoru.

Aunque no sé muy bien lo que puedo hacer... Pero me gustaría hacer algo.

Llamó a la puerta suavemente, retocándose la camisa para que no hubiera ninguna arruga –le gustaba estar presentable para la gente a la que tenía buena estima.

–Adelante –respondió el rubio desde dentro, aun mirando unos documentos.

–Buenas tardes, Nanami-san –saludó el joven nada más entrar, cerrando la puerta tras él–. Espero no molestar.

–Para nada –respondió, aún sin mirarlo–. Tome asiento, por favor.

Getō hizo un leve cabeceo como asentimiento y se sentó.

–Me gustaría... Bueno, no quiero parecer entrometido, pero... ¿Va todo bien con Satoru? –preguntó.

–¿Satoru? –preguntó, ahora sí mirando a Getō–. ¿Por qué?

Se habrá disculpado ya por lo de la discoteca, supongo...

–Porque le noto un poco estresado y, me preguntaba si tenía algo que ver con él... –contestó, apartándose el mechón de pelo de la cara.

–Gojō Satoru es la definición de estrés –respondió el rubio–. El chico acaba su trabajo rápido, y cuando tiene un rato libre se aburre. No es buena idea estar cerca de él entonces...

Es igual que un niño pequeño... ¿Y yo voy a ir con él a un concierto? Espera, no, aún no lo he decidido.

–Quizá sería buena idea cambiarlo de área para que aprenda algo nuevo. Un estímulo que le ayude a centrarse –sugirió el moreno–. Y así usted está más libre puesto que ya no sería su jefe directo.

Nanami asintió con la cabeza.

–Eso mismo hemos hablado con Shachō-san esta mañana –respondió él–. La idea era que estuviera dos meses en cada área, pero después del primero ya se aburre.

Suguru hizo cálculos mentales. Satoru no llevaba ni un mes en la empresa, el moreno se acordaba bien de aquel día. Así que, si ya estaba así habiendo trabajado tres semanas escasas, un mes iba a ser una tortura.

–¿Se acostumbra pronto al trabajo? ¿Tiene facilidad? –se interesó.

–Muchísima –respondió Nanami–. Lo capta todo a la primera.

Suguru asintió levemente.

Y con ese currículum, está claro que es algún tipo de genio. Y, como todos los genios, se aburre con la monotonía. Entiendo que es la empresa familiar, pero dudo que alguien como él debiera estar aquí.

–Con más razón para cambiarlo de sector, creo.

–Su padre quiere cambiarlo esta semana –respondió Nanami, mirando fijamente a Suguru.

Yo quiero que cambie ya. No puedo más.

–¿Y por qué no cambiarlo ya? Estamos a lunes, no sé si esperar sería lo más conveniente... Dadas las circunstancias –sugirió Getō humildemente.

Nanami curvó ligeramente la comisura de los labios, en un gesto que podía pasar por un amago de sonrisa.

Parece que ya se llevan mejor, sino no entiendo la impaciencia.

–Me alegra que tenga tantas ganas de trabajar con él –siguió el rubio.

Iba a mandarlo contigo ya la semana que viene, pero creo que será lo mejor para todos. Para mi salud mental, sobre todo.

El moreno no supo cómo reaccionar a ese comentario. Realmente, él no tenía muchas ganas de trabajar con Satoru –sólo buscaba lo que era mejor para todos.

Manami y él no pueden trabajar codo con codo... La oficina acabaría implosionando con la tensión sexual.

–No, bueno, lo que quiero decir es que... ¿Ahora estará en Recursos Humanos? –preguntó, ordenando sus palabras.

Nanami asintió con la cabeza, sin decir nada más.

–Tendrá que ayudarlo a que aprenda a tratar con gente, se le da bastante mal no ser humilde –respondió el otro, como si el niño viniera con libro de instrucciones–. Se espera que, cuando acabe su estancia en Recursos Humanos, tenga las capacidades y empatía necesarias para tratar con diferentes perfiles psicológicos de personalidad.

Getō iba a quejarse, pero no lo hizo. Según el contrato de Satoru, iba a trabajar en todas las áreas. Y, si entraba en Recursos Humanos antes, antes acabaría también.

Me he dado cuenta de eso... Detrás de esa sonrisa angelical se esconde un ser despiadado.

–Claro, no hay problema... Aunque igual lleva más tiempo, las habilidades sociales son más complejas –dijo, quizá a modo de excusa.

Había visto la cara más dura de Satoru, y no estaba muy convencido de que pudiera cambiar tanto.

–Lo sé, por eso es usted el candidato perfecto para eso –respondió Nanami–. Y no soy el único que lo piensa.

–¿Cómo? –preguntó Suguru, claramente contrariado.

Nanami lo miró algo extrañado. A sus oídos, le había halagado y sus explicaciones eran claras y concisas.

–¿Algún problema? –preguntó.

–No, no –Suguru se apresuró a negar con la cabeza de forma efusiva.

Por un momento, había creído ver un doble significado en las palabras de Nanami –como si se hubiese enterado de lo que sucedió en la discoteca y se lo estaba echando en cara. Pero eso no podía ser –Nanami era un hombre demasiado correcto como para hacer algo así. Iría de frente.

–Entonces... ¿Mañana? Le pediré a Manami-san que prepare todo –dijo.

–Perfecto. Le llamaré ahora mismo para informarle de la noticia y que mañana se presente directamente en su despacho –dijo, en un tono de voz que recordaba a la felicidad.

Nanami, que estaba completamente serio, estaba saltando de alegría en su interior. Incluso su aura parecía refulgir más.

Por fin. Por fin. Se acabaron las sorpresitas, los desayunos picantes, los cafés con sal, los cojines de pedos, las corbatas de colores y los penes dibujados por todos lados. En serio, ¿por qué esa obsesión con los penes?

El moreno asintió sin decir palabra, notando un extraño cosquilleo en el estómago. ¿Nervios, tal vez? Trabajar con Satoru iba a conllevar más horas juntos, y no sabía hasta qué punto eso era bueno para su salud mental.

Aún no tengo claro del todo si no se acuerda de mí o simplemente finge... Y el momento que tuvimos la semana pasada... Esto se está complicando un poco.

Nanami no dejó pasar un sólo segundo antes de llamar a Satoru a su cubículo –o, como al chico le gustaba decir, su zulo con encanto, ahora que lo había decorado con un cactus al que había nombrado "Nanamin".

El rubio casi se lo hace tragar en cuanto se enteró de eso.

–Departamento de Contabilidad, despacho de Gojō Satoru, ¿en qué puedo ayudarle? –preguntó la voz cantarina de Satoru, reconociendo a la perfección el número de Nanami y diciendo eso para molestarle.

Suguru esbozó una tímida sonrisa –había escuchado aquello. Pero se contuvo. No quería que Nanami creyese que se estaba riendo de él. Nanami suspiró, desesperado por un segundo. Luego recordó que por fin se lo quitaba de encima, y el buen humor volvió a él.

–Recoge tus cosas, mañana cambias de despacho –dijo, antes de colgarle el teléfono, dejándole con la palabra en la boca.

Hoy es un gran día... Creo que voy a comprarme una tarta.

Suguru miró al hombre con extrañeza.

–Pero... ¿No tendría que haberle dicho a dónde se traslada? –preguntó.

Tres, dos, uno...

–¡NANAMIN! –se oyó un grito fuera de la puerta.

Si había algo que Satoru odiaba, era que le dejaran a mitad de conversación. El albino no era el único que sabía molestar, y Nanami iba a tomarse alguna que otra pequeña venganza personal.

–Prepárese, Getō-San. Ver a Gojō Satoru estresado no es algo que suela ocurrir a menudo.

–Oh... –fue todo lo que murmuró el joven.

Pero, inconscientemente, se atusó el pelo y se aseguró de ir bien vestido –sin ninguna arruga. Satoru abrió la puerta de Nanami sin llamar a la puerta ni nada parecido, de par en par. Nanami parecía ciertamente divertido.

Es espectacular la buena forma física que tiene, no ha tardado nada en subir las escaleras y venir corriendo.

–¿Sucede algo, Satoru? –preguntó Nanami, con seriedad y fingiendo inocencia a la perfección.

–¡Me has colgado! –dijo, indignado.

Suguru no dijo nada. Sólo se limitó a mirar, como si fuese una estatua.

¿Ha entrado en el despacho sin llamar? ¿Y de esas maneras? ¿Y le levanta la voz a Nanami-san, que es un superior? Este chico no entiende de ser formal...

Nanami sonrió, sabiendo perfectamente cuál iba a ser la reacción del chico. Le conocía demasiado bien como para no hacerlo.

–Primero se llama a la puerta, se pide permiso para entrar, esperas a que te respondan y, por último, entras y saludas con una reverencia a tus superiores –respondió, relajado, remarcando las últimas palabras.

En ese momento, Gojō pareció consciente de que había alguien más.

–Ah, Suguru. ¿Qué tal? –preguntó a modo de saludo–. Y no disimules. ¡Me has colgado dejándome con la palabra en la boca!

–¿Ve usted lo que le decía? –Nanami se giró en dirección a Getō.

El moreno sonrió forzosamente, como siempre que estaba incómodo. Le costaba mucho exteriorizar los sentimientos negativos porque Getō, desde pequeñito, intentaba complacer a todo el mundo –y una sonrisa era mejor que una mueca de enfado.

Lo veo. Desde luego, necesita disciplina y un poco de educación. No sé si es porque en su casa nunca fueron estrictos con él y nunca le pusieron barreras o, simplemente, no hace caso.

–Comprendo –contestó, suavizando la expresión de su rostro.

No quería admitirlo, pero imaginaba que Satoru no había tenido una infancia decente –en tanto que, como niño con altas capacidades, necesitaba unas atenciones concretas– y, ahora, arrastraba un sinfín de problemas derivados. Y eso no era culpa suya.

Satoru se cruzó de brazos como un niño pequeño.

–No habléis de mí como si no estuviera delante. Ya tengo a mis padres para eso.

Ese comentario sólo reafirmó los pensamientos de Getō sobre la infancia de Satoru.

–Nanami-san estaba comentando que, a partir de mañana, comenzarás a trabajar en Recursos Humanos conmigo –dijo, y parecía un profesor de infantil hablando con uno de sus niños de clase.

Satoru ladeó la cabeza como si fuera un perro. Por la llamada, había entendido que ya había hecho suficiente en contabilidad, y al ver a Suguru supuso que el siguiente paso iba a ser Recursos Humanos. Pocas veces necesitaba una segunda aclaración o explicación de cualquier situación, quizá por eso Nanami se había acostumbrado a ser tan parco en palabras con él.

Aun así, no dijo nada. Usualmente soltaría alguna de sus burradas, pero algo en el tono de voz de Suguru le relajó. Sólo le quedaba una duda al respecto.

–¿Puedo traer el cactus a mi nuevo zulo? A Nanamin-chan no le gusta el exceso de luz.

–Te lo voy a tirar a la basura... –amenazó el rubio, notando como volvía a enfadarse.

Suguru esbozó una sonrisa suave, reafirmando su apariencia de profesor de preescolar.

–Tienes que recoger todas tus cosas, sí. Cactus incluido –contestó.

Nanami miró de reojo a Suguru, algo sorprendido.

¿Le consiente? Satoru se le subirá rápido...

La mirada de Gojō se iluminó aún tras sus gafas oscuras.

–Muchas gracias, Suguru –respondió, de corazón–. ¡Voy a ello! –dicho eso, el chico desapareció por donde había venido.

Nanami miró también la reacción de Satoru, algo sorprendido.

O quizás no... Bueno, a ver qué pasa.

–Parece que le ha hecho bastante ilusión... –murmuró el moreno, un poco ruborizado sin quererlo.

–Eso parece –respondió Nanami, con la mosca tras la oreja.

¿Por qué tengo una mala sensación?

Suguru sintió cómo los nervios de su estómago crecían levemente. Se levantó del asiento –le habían entrado ganas de salir de ahí.

–¿Hay algo más que deba saber sobre Satoru antes de marcharme? Para hacer su cambio de sección más placentero y cómodo –preguntó, y luego cayó en la cuenta de que sus palabras podían entenderse de otra forma mucho peor.

Parece que le vaya a satisfacer sexualmente hablando... Nanami-san va a pensar que estoy tonto.

Nanami desvió sus ojos a Suguru, serio y severo. Él no había entendido ningún otro significado. Sencillamente, le parecía que Satoru ya se había disculpado y, al ser más o menos de la misma edad, se llevaban relativamente bien.

–Que no le engañe –le avisó, conocedor a la perfección de sus palabras–. Es un lobo con piel de cordero. Tras esa sonrisa se esconde un diablo dispuesto a lo que haga falta si eso le divierte. Tenga mano dura con él, no se corte ni un poco.

Que su estancia aquí sea una mili. A mí no me hace ni caso, a sus padres tampoco, pero de alguna manera conseguiremos disciplinarlo.

Nanami no hablaría de esa forma si no llevara tres semanas con el estrés y la ansiedad por las nubes por culpa de ese chiquillo. Era como revivir otra vez su adolescencia, y recordaba perfectamente la época en la que decidió que jamás iba a tener hijos.

Ya tenía suficiente con su ahijado.

Suguru se sorprendió un poco. Nanami Kento era un hombre bastante tranquilo, aunque sabía que tenía su genio cuando así lo requería. Y Gojō Satoru parecía haber rebasado todos sus límites.

¿Será igual conmigo...? No sé si voy a poder aguantar que alguien me dibuje penes por todas partes.

–Bueno... Es posible que un cambio de ambientes le ayude a calmarse un poco –el hombre comentó con cierta esperanza–. Trabajar de cara al público cambia mucho a las personas.

Normalmente, a peor.

–Eso espero... –murmuró el rubio, algo desesperado.

No lo conoces

Lo cierto es que no tenía mucha esperanza de que Gojō mejorara, pero sabía que, si alguien podía conseguirlo, era Getō Suguru.

–Y si hay algún problema... Mano dura, como ha sugerido Nanami-san –añadió el moreno, aunque de una forma nada intimidatoria.

–Eso mismo, sin miedo –siguió Nanami–. Directo a su centro de gravedad masculino, o no tendrá efecto... –murmuró en voz baja.

Suguru volvió a sonreír de forma obligada. Por alguna extraña razón, escuchar a Nanami como un general militar le daba muy mala espina.

Jamás pensé que pudiera decir esto, pero... Que venga ya Satoru, por favor...

Como si fuera una especie de invocación, Satoru volvió a aparecer por la puerta.

–¡Ya me he instalado! –dijo gritando y contento, sin especificar dónde.

Getō se dio la vuelta a la velocidad de la luz, nervioso.

–¿Dónde? Si ni siquiera he dicho...

–En tu despacho –soltó, de forma natural.

¿Perdón?

A Suguru le dio un cortocircuito.

–Pero si... Sólo hay una mesa. Y es la mía... –murmuró muy despacio.

Satoru asintió con la cabeza. Ya se había dado cuenta de ese detalle. Nanami tuvo ganas hasta de reírse.

–Mucha suerte –le dijo a su compañero.

Suguru miró a Nanami con extrañeza y algo de miedo. Desde luego, no se había imaginado que Satoru iba a coger esas confianzas con él –no tan pronto.

–Bueno, vamos para allí y dejamos de molestar a Nanami-san... –dijo al fin, y se despidió del rubio con una reverencia.

–Vale –respondió Satoru sonriendo, despidiéndose de Nanami con la mano.

–Adiós Nanamin, ha sido un placer –dijo con toda la sinceridad del mundo.

Para mí, una tortura.

–No puedo decir lo mismo –respondió el rubio, aún sin saber que, en breves recibiría un paquete certificado para él con el dibujo de otro pene.

Una vez estuvieron fuera del despacho del rubio y caminando por los pasillos en dirección al otro edificio, Suguru tuvo que preguntar.

–¿Por qué has creído que mi despacho sería tu zona de trabajo? Es decir, ni siquiera Manami-san, que es mi secretaria, está ahí...

–No me has dicho dónde está mi zulo, en algún lado tenía que dejar a Nanamin-chan –respondió, como si eso fuera lo más lógico

–No me has dado tiempo –el moreno contestó con un suspiro–. Vas a tener una mesa como en la que has estado trabajando, en planta con el resto de compañeros. No puedes trabajar en mi despacho –explicó–. Como mucho, puedo colocar una mesa al lado de la de Manami-san. Aunque eso sería, en cierto modo, un trato de favor...

¿Al lado de Manami? Me sentiría hasta violado.

A Gojō no le pasaban por alto las miradas y los coqueteos que la mujer tenía con él, y aunque eran bastante exagerados, no le molestaban del todo. A decir verdad, a Gojō le gustaba gustar. Le encantaba. Y que una mujer tan hermosa se interesara así en él, le inflaba aún más el ego. Si no trabajara con ella, ya se habrían acostado.

Varias veces, seguramente.

–¿Tendrías un trato de favor conmigo? –preguntó, divertido.

–Por supuesto que no. Eres un trabajador como otro cualquiera, salvo de prácticas –Getō se apresuró a responder–. Tendrás tu mesa y tus tareas como todos.

Satoru hizo un puchero. No le gustaba que le recordaran lo de su contrato de prácticas, se seguía sintiendo insultado por eso.

–Pero si has dicho que...

–¿Qué he dicho? –el moreno preguntó de vuelta, arqueando una ceja al tiempo que entraban al ascensor.

–Que puedes colocar una mesa al lado de Manami como trato de favor –dijo Gojō, a su lado, tan tranquilo.

Ambos entraron al ascensor, donde no había nadie, mientras seguían conversando. Fue Satoru quien pulsó el botón para ir a la planta baja, acercándose demasiado a Getō sin darse cuenta para conseguirlo.

–Lo hago porque va a ser más sencillo para ti –el moreno contestó.

Se pegó todo lo que pudo a la pared para no sentirse tan atrapado por el cuerpo de Satoru. No iba a sobreactuar. No.

–Recursos Humanos está en contacto con todos los departamentos. Quizá te cueste un poco más, por eso he pensado que Manami-san te puede supervisar también –se inventó como excusa.

Lo cierto era que no sabía por qué le había ofrecido una mesa especial al lado de la de su secretaria. Satoru se colocó mejor a su lado, mirándole, con una sonrisa algo traviesa.

¿Supervisarme? Lo que va a hacer es lanzárseme.

–Ya, entiendo –respondió, sonriendo para sí mismo.

El ascensor dio un traqueteo.

–Vas a tratar con gente. Con compañeros de trabajo –Getō reiteró–. Es un puesto delicado.

Cuanto antes lo entienda, antes podremos empezar a trabajar como...

Un segundo traqueteo se escuchó en el cubículo. Un chirrido y, después, otro ruido un poco más fuerte. Y el ascensor se paró.

¿Qué? ¿Se ha parado?

Suguru se enderezó mirando a la parte superior del aparato, como si ahí estuviera la respuesta.

–¿Se ha parado?

No me jodas...

–Espero que no... –dijo Satoru, algo nervioso, volviendo a pulsar todos los botones varias veces.

–No hagas eso –Getō le reprendió como si fuese una madre.

Esperó unos segundos y vio, para su desgracia, que el ascensor se había parado.

–Creo que sí... Se ha parado... –murmuró, ciertamente contrariado.

No me fastidies... ¿Por qué me haces esto, Kami-sama?

Satoru se detuvo en cuanto Suguru se lo dijo, haciéndole caso sin siquiera darse cuenta. Se sentó en el suelo, al lado del mayor, y se acomodó.

–Bueno, pues nada, a esperar. Seguro que no tardan en sacarnos.

Suguru suspiró de forma evidente. No era claustrofóbico, aunque los espacios pequeños no eran de su agrado. Sacó el móvil y comprobó, como suponía, que no tenía cobertura. Pulsó la campana de alarma y sonó.

–Exacto –dijo, y se dejó caer al lado del chico.

Satoru miró de reojo a Suguru, con curiosidad. No se imaginaba que fuera a sentarse en el suelo, con él.

Con lo correcto que parece siempre, pensaba que iba a quedarse de pie, bien colocado. Al menos podría mirarle el culo...

Satoru no se olvidaba de las tremendas vistas que Suguru solía ofrecerle de vez en cuando.

–Empieza bien tu primer día... –comentó el moreno, pretendiendo una broma que tan pocas veces hacía–. Así no vas a querer trabajar conmigo.

¿Por qué acabo de decir semejante estupidez?

Satoru sonrió, rodando la cabeza por la pared del ascensor hasta mirarle.

–¿Insinúas que cada día tendremos una de esta? –preguntó, sonriendo.

Getō, sin pretenderlo, se quedó mirando esa sonrisa más tiempo del que debería. Era una sonrisa realmente bonita. Evocadora.

–No te ofendas, pero espero que no... –susurró, sonriendo también. –Ahora mismo deberíamos estar llegando a planta, entrando en mi despacho para recolocar ese cactus... Y estamos aquí –respondió el mayor, extrañamente calmado.

El ascensor no era muy grande, y ambos estaban sentados pierna con pierna. Y a esa distancia, los ojos de Satoru eran aún más embaucadores.

Dorado con motas verdes...

Los ojos de Suguru le parecían preciosos, pero también, extrañamente familiares, aunque no le hizo caso a esa sensación.

–¿Cómo que "ese cactus"? –preguntó, divertido –Nanamin tiene sentimientos.

Nanamin... ¿A mí también me pondrá un mote así de tonto?

–Todos los seres vivos los tienen. Y ahora, Nanamin está triste porque su dueño no está cerca –contestó Getō, parpadeando lentamente.

Por un instante, Satoru se olvidó de todo. De dónde estaba. De quién era. De quién era Suguru.

Es... Muy guapo.

–Le explicaré que he estado encerrado en buena compañía –susurró, algo más serio–. Tendrá que entenderlo.

–¿Soy buena compañía? Vaya... Y yo que siempre he pensado que todos me tienen por un aburrido... –Suguru murmuró, divertido.

–Eso es porque no te conocen –susurró, en el mismo tono que el hombre a su lado.

Y tú, ¿me conoces? ¿Te acuerdas de mí?

–¿Y tú si...? –preguntó, saboreando cada palabra como si estuviese descubriendo un secreto.

Satoru sonrió, negando suavemente con la cabeza.

–Pero lo sé. Lo veo –respondió–. Y tengo muy buena vista.

Algo dentro de Getō se rompió –una esperanza a la que no había puesto nombre. Muy internamente, deseaba que Gojō se acordase de él. Pero ahí tenía la prueba definitiva de que no. De que sólo había sido uno más para Satoru.

Pero no debería afectarme tanto. Aunque no sea plato de buen gusto, es algo que no puedo cambiar. Quizá no le gusté tanto como para...

–Gracias por la parte que me toca –respondió, separándose un poco, un poco apocado.

Satoru bajó un poco la cara, notando el cambio en el ambiente, echando de menos la distancia que había puesto Suguru entre ellos.

–¿Por qué me apartas siempre? –preguntó en un susurro, aún inconsciente de sus actos.

Suguru abrió mucho los ojos, sorprendido. ¿Había oído bien? El latido de su corazón empezó a escucharse en su caja torácica.

–Yo no te aparto... –respondió con la boca pequeña, sin saber qué decir.

Satoru asintió lentamente.

–Sí lo haces... Y no lo entiendo...

Satoru miraba a Suguru como si fuera un misterio por resolver, algo que casi nunca le había ocurrido. Suguru se sonrojó sin quererlo. Sentirse el centro de atención de esos ojos le recordaba momentos pasados que aún le atosigaban en sus noches más solitarias.

–No entiendo a lo que te refieres... Yo no hago nada... –murmuró con cierta dulzura, bajando los párpados otra vez.

Satoru tragó saliva. La visión que tenía delante de él era demasiado apetitosa como para no hacer nada, como para que intentara frenarse, teniendo en cuenta que Suguru ya le había hecho perder la cabeza. Siguió el recorrido de sus pestañas sin perderse ningún detalle, muy atento. Se quitó las gafas y las dejó a un lado para poder captar todo mucho mejor.

Tú haces... Todo...

Nunca nadie le había provocado así sin pretenderlo.

–Entonces... ¿No pasa nada si me acerco? –preguntó, salvando la distancia que antes Suguru había puesto.

La mirada asustadiza del moreno se encontró con la de Satoru unos segundos, pero después se desvió hasta sus labios. Le estaban llamando. Decían su nombre como en la discoteca. Agradecía estar sentado para que sus piernas no temblasen como gelatina. Su corazón ensordeció sus propios pensamientos durante unos momentos.

–Yo no... ¿Qué va a pasar...? –preguntó con cierta torpeza, aturdido.

Satoru acortó más la distancia entre ellos.

–No lo sé –respondió–. ¿Qué va a pasar, Suguru?

Todas las alarmas internas de Suguru se pusieron en funcionamiento. El peligro estaba ahí mismo, rozándole. Lo podía tocar con las manos. Se llamaba Gojō Satoru. Esos ojos. Esa voz. Esos labios.

Me va a besar. Me va a besar. ME VA A BESAR.

Le tembló todo el cuerpo, se le erizó el vello de la nuca. Su boca se abrió levemente, con los labios extrañamente sonrosados. Húmedos. Y sus ojos se entrecerraron lentamente –preparándose.

–Ñiiiiiic.

Un ruido fuerte se escuchó en el motor del ascensor y, de repente, comenzó a funcionar. El movimiento del ascensor hizo que el hechizo se rompiera en ese mismo instante, provocando que Satoru fuera consciente de lo que iba a hacer.

Chapter 11: Capítulo XI

Notes:

¡Hola, hola, pichones! ¿Quién dijo tensión? Ya está aquí el nuevo capítulo... ¿Qué habrá pasado con ese ascensor? :)

Chapter Text

¿Qué haces? ¿Qué haces? ¿QUÉ HACES?

Movido por el temor y su sentido de la responsabilidad, se apartó de Suguru en ese momento, sin poder ocultar en su rostro la sorpresa por lo que había estado a punto de hacer.

–Lo-Lo siento, yo... N-No pretendía, n-no...

Joder. Ahora sí que la has cagado. Joder. Joder. JODEEEEEEEEER.

Aquello fue como un golpe de realidad para Suguru. Había estado tan cerca, tan peligrosamente cerca... El corazón le iba a mil por hora, le retumbaba en la sien como un taladro.

Mierda. Mierda. Mierda. Esto no. Otra vez no.

Se apartó de Satoru tan rápido como él, pegándose a la esquina del ascensor mientras desviaba la mirada. Estaba afectado. Otra vez había estado a punto de caer en las redes de Gojō Satoru. Y, lo peor de todo, es que había sido plenamente consciente y no lo había evitado.

Si no llega a ser por el ascensor, yo...

No quiso terminar ese pensamiento.

–N-No pasa nada, n-no ha pasado nada... –murmuró, también para convencerse a sí mismo, y se levantó del suelo.

No ha pasado nada... Pero lo hubiera hecho. Joder, este tío es peligroso...

–De verdad que lo siento, no sé por qué... No entiendo qué... No es apropiado, y te respeto mucho, de verdad... –seguía diciendo el menor sin sentido alguno.

Estaba acojonado. Él nunca perdía el control, él nunca perdía la cabeza, y se había decidido firmemente a no liarla. A demostrar que estaba perfectamente capacitado para lo que se esperaba de él.

¿Qué tienes?

Se acordaba de su primer día, mirando su contrato, cuando tuvo un pequeño momento de debilidad y se vio atrapado por la visión de sus labios. Sabía lo que había estado a punto de pasar, pero había tenido la mente lo suficientemente fría como para disimularlo. Pero no ahora. No en un ascensor, encerrados, cada vez más cerca.

No puedo caer así. Tengo que centrarme.

Suguru se estaba poniendo cada vez más nervioso. No quería hablar del tema. Había pasado, sí, pero era mejor no hablar de ello. Dejarlo ahí, olvidado.

–Está bien, de verdad. Lo entiendo, no pasa nada –murmuró, un poco a trompicones.

Estaba nervioso y hablaba rápido, y por supuesto que no se atrevía a mirar a Satoru. Se entretuvo colocándose bien la camisa antes de que las puertas se abrieran.

–Sólo pido no hablar de esto porque no quiero que nadie se entere. Aquí no ha pasado nada –añadió, mirando al joven de reojo.

Satoru, que seguía sentado, alzó la cara para mirarle desde abajo, sorprendido. Su postura corporal seguía siendo tensa, de huida.

Sí... Es lo mejor.

Asintió con la cabeza, sin atreverse a hablar. No sabía por qué, pero notó algo parecido a una pedrada dentro de su pecho. No podía moverse, no podía hacer nada.

Las puertas del ascensor se abrieron, y otros empresarios les recibieron preguntando cómo estaban –había habido un bajón de luz en el edificio, y en conjunto con la alarma que Suguru había hecho sonar, los de mantenimiento rápido se habían puesto a ello. Suguru mostró su mejor sonrisa y respondió cordialmente a todas las preguntas. Había sido una avería menor, apenas dos minutos, pero la gente solía alarmarse demasiado.

Satoru seguía mirando desde el suelo al mayor fuera del ascensor, escuchando sin oír nada. La gente se agolpaba a su alrededor, veía que se dirigían a él, pero era incapaz de escucharlos. Voces opacadas por las paredes del ascensor, una mano delante de él para ayudarle a levantarse. La cogió, sin saber quién era. Agradeció, aunque no llegó a oír siquiera su propia voz.

Ya no veía a Suguru, no sabía dónde estaba. Ni siquiera sabía dónde estaba él.

–Disculpa... Voy al baño... –murmuró como pudo, haciéndose sitio entre sus compañeros de trabajo, huyendo del lugar.

Satoru era un genio. Era sumamente inteligente. Era capaz de predecir conversaciones enteras, era capaz de manejar cualquier situación, porque su cabeza podía ir mucho más allá y adivinar todas las posibilidades. Cuando la realidad escapaba a su control, pero, cuando ganaba una posibilidad que no había calculado, la ansiedad se apoderaba de él.

A lo lejos, Suguru distinguió el pelo blanco de Satoru entre el gentío –no era difícil verlo, era el más alto de todos. Salió por el pasillo y lo perdió de vista. Los empleados seguían preguntándole, aunque la mayoría ya se habían ido. Manami apareció también por allí, preocupada porque su jefe estaba tardando demasiado –le había dicho que iba al despacho de Kento Nanami.

–Getō-sama, ¿qué ha sucedido? –preguntó la mujer, colándose entre la gente–. ¿Está usted bien?

–Se ha parado el ascensor por el corte de luz, nada más –el hombre la tranquilizó–. Vuelve al despacho, ahora voy yo. Tengo que buscar a Satoru. Viene a trabajar con nosotros.

Esa noticia, a la mujer, le gustó mucho.

–Como guste, Getō-sama –respondió ella con una enorme sonrisa.

Qué peligro van a tener estos dos juntos, madre mía...

Pero Getō se despidió de ella y fue hacia los baños. Satoru consiguió colarse entre la gente, que seguía preguntando, hasta encontrar uno de los baños. Entró sin dudarlo para mojarse la cara.

No ha pasado nada. No ha pasado nada.

Se miró en el espejo, notando la ligera molestia del fluorescente blanco en los ojos. Por acto reflejo, fue a bajarse las gafas de la cabeza, hasta que se dio cuenta de que no las llevaba. Chasqueó la lengua.

–Mierda, el ascensor... –murmuró para sí, al darse cuenta que se las había dejado ahí.

Suguru aceleró el ritmo por el pasillo hasta que llegó a los servicios. Estaban al final. Estaba un poco preocupado, aunque no sabía muy bien por qué. Por Satoru. Por la situación. Por todo.

¿Se habrá molestado? ¿Habrá pensado que le he rechazado? Bueno, lo he hecho, pero no quería... La situación no era la propicia.

Nervioso, abrió la puerta. Satoru estaba tan enfocado en sí mismo que ni siquiera le oyó llegar, con la cabeza agachada, apretando el lavamanos con fuerza. Aún se le veía la cara mojada, con las gotitas discurriendo por algunos mechones del pelo.

–No puedes perder el control de esta manera. Por muy guapo que te parezca es tu compañero de trabajo y tu jefe... –susurró, regañándose a sí mismo.

Suguru se quedó petrificado en el sitio. Como si un rayo lo hubiese atravesado de cabeza a pies. Aun sosteniendo el pomo de la puerta, que ni siquiera se atrevía a soltar. Se había olvidado hasta de respirar.

¿Qué acaba de decir? ¿He oído bien? ¿Ha dicho que...?

Sus mejillas ardieron como si estuvieran expuestas al fuego. Él mismo, su interior, empezó a fundirse como el queso en la parrilla. ¿Seguía enfadado con Satoru? Sí. ¿Estaba molesto con él porque había sido un divertimento más para el joven en una noche loca? También. ¿Le hacía especial ilusión que Satoru reconociera que se sentía atraído por él? Muchísimo.

–E-Esto... –murmuró, carraspeando–. ¿Satoru?

–Suguru –se giró de golpe, mirándolo con cara de susto.

¿Me ha oído?

El moreno tardó unos segundos en contestar, mirando al chico como si quisiera analizarlo.

Está asustado... El momento en el ascensor ha debido afectarle... ¿O ha sido el rechazo? De todas formas, lo mejor es hacer como que no ha pasado nada. Y yo tampoco he oído nada de su monólogo.

–¿Estás bien? ¿Eres claustrofóbico? –preguntó, desviando la conversación.

Satoru le miró durante dos segundos confundido, como si Getō hablara en otro idioma. Negó con la cabeza.

¿Está...? ¿Finge que no ha ocurrido nada?

Bajó un poco la mirada, sintiéndose algo dolido. Entendía que lo más fácil era eso, lo mejor para ambos, pero no dejaba de ser...

Humillante.

–Qué va –respondió, fingiendo una sonrisa–. Aunque no me gustan los espacios pequeños.

Satoru volvió a mirar al frente antes de coger papel para secarse la cara.

–Supongo que a nadie le gustan... –Getō contestó con una sonrisa dulce, intentando parecer cordial.

No quería fastidiar más la situación, tensar más la cuerda y que se rompiera. Porque bastante habían tenido ya... Siendo que Satoru no se acordaba de nada.

–Los compañeros también nos han agobiado un poco al salir, pero estaban preocupados... –añadió.

–Sí, había bastantes por ahí... –comentó sin mirarle, secándose las manos.

Hace como si nada. Bien, es lo mejor... Seguiremos la actuación entonces.

–A ver si tengo suerte y alguno ha encontrado mis gafas –respondió, tirando el papel como si nada.

El moreno observó los gestos con atención, igual que a él. Parecía que ya había vuelto en sí.

Qué rápido... Bueno, ha sido una pequeña tontería sin importancia...

–No me he dado cuenta de que las habías perdido. Lo siento –se disculpó.

Sí, estabas ocupado estando a punto de besarme...

–No pasa nada, seguro que las encuentro –respondió él, aun fingiendo ánimos.

Espero, que con las otras duele. Aunque quizá a partir de mañana, al estar en Recursos Humanos, ya no las necesito... Mierda, vaya primer día...

Getō carraspeó y cambió el peso de pierna. Quería hablar un tema con Satoru, pero no sabía cómo.

–Esto... Satoru –lo llamó, un poco nervioso.

–¿Sí? –Satoru tragó saliva, intentando que no se le notara la tensión.

A ver... Cómo digo esto...

–Me gustaría que... –empezó el moreno, y le tembló la voz–. Lo que ha pasado... Nadie aquí sabe que... Mi orientación sexual... –miró a otro lado, nervioso–. Y no quiero que nadie lo sepa...

Su... Orientación sexual...

No pudo evitar perder la sonrisa. Podía sonar estúpido, pero que Suguru hubiera ido a buscarlo había sido tan...

No ha sido nada. Sólo quiere asegurarse.

–Nadie sabrá nada –respondió, más serio, volviéndole a mirar.

Suguru supo que sus palabras no habían sentado bien, pero tenía que decirlo. El mundo empresarial japonés seguía siendo muy cerrado y tradicional, y ahora él estaba en un puesto con mucha responsabilidad. Le iban a mirar con lupa.

–Muchas gracias –murmuró de corazón, intentando salvar la situación.

–No tienes que dármelas... –murmuró, sin atreverse a mirarle de nuevo.

Tampoco hubiera dicho nada. Tenemos que fingir que no ha pasado nada, ¿no?

Suguru asintió levemente sin decir nada. No le había gustado decir algo así, pero tenía que asegurarse.

–¿Volvemos? –sugirió, cambiando de tema–. Tienes que instalarte.

Ah. Cierto. A eso íbamos inicialmente.

–Claro, dame un momento –pidió Satoru, aún frustrado.

Si me pides que mienta, al menos, deja que me prepare para hacerlo.

–Sí, por supuesto –contestó el moreno, un poco apocado, y salió del baño.

Joder... El primer día y aún no ha acabado... Me quiero morir.

Satoru observó de reojo irse a Suguru. Suspiró, sin saber bien qué hacer. Esta era una situación que no planeaba, que no tenía bajo control. Getō dio un par de pasos y se dejó apoyar sobre la pared del pasillo. Mantenía una distancia prudencial con la puerta porque no quería escuchar más conversación. Era evidente que Satoru se había dado cuenta de que había escuchado su monólogo, y no le había hecho gracia.

Satoru se apoyó en la pared, al lado del secador de manos. No se atrevía a volver a hablar en voz alta, seguía sin estar seguro de si Suguru le había oído –pero tampoco iba a arriesgarse.

Esto... No podría ir peor ahora mismo...

Satoru siempre había sabido qué hacer, siempre había sabido cómo actuar.

Yo... No debí hacer eso. Suguru siempre me ha parecido atractivo pero, joder, no como para esto...

Volvió a acordarse de lo que Nanami le dijo sobre la discoteca, que algo había ocurrido que le había molestado.

¿Y si intenté algo con él? Visto lo visto, ahora tampoco lo veo tan descabellado...

Suspirando de nuevo, vació su mente, relajándose, centrándose de nuevo. Sólo había una posibilidad, una forma para encauzar todo de nuevo.

–Así que fingir, ¿eh? –preguntó en voz alta, mirando al techo–. Es lo mejor... Aquí no ha pasado nada…

Suguru, en el pasillo, tampoco estaba mucho mejor que el joven.

¿Cómo he podido caer así? Sólo le hace falta mirarme y decirme dos cosas bonitas y yo ya... Soy patético. ¿Y yo estoy enfadado con él? No lo parece...

Al cabo de unos minutos de darse ánimos, Satoru decidió salir del baño.

Vamos, no hay que hacer un drama tampoco. Al final, no ha pasado nada.

Había oído que el autoengaño no funcionaba como terapia, pero iba a comprobar si, al menos, le ayudaba a disimular hasta que se hiciera a la idea. Cuando Satoru salió del baño, Suguru se irguió y lo recibió con una sonrisa –tensa, pero una sonrisa.

Funcionará. Sólo tienes que creértelo.

–Sigues aquí –saludó, sonriendo también, de forma muy parecida a como solía hacerlo siempre.

–No me parecía correcto marcharme. Vamos al mismo sitio después de todo –el moreno contestó de igual modo.

¿Correcto? Si me tienes pena, lo haces más difícil.

Satoru se guardó el comentario para sí mismo y respondió con una sonrisa.

–Qué considerado –dijo a modo broma–. Y eso que no iba a perderme –respondió, fingiendo calma, siguiendo a Getō a su despacho aunque supiera perfectamente dónde estaba.

¿Considerado? ¿Se está riendo de mí?

Suguru, extrañamente, se sintió molesto. Indignado y un poco enfadado. Pero no dijo nada. Nanami ya le había advertido de que Gojō tenía una personalidad difícil, y no iba a caer en sus juegos.

Yo no soy como Nanami-san, no tengo intención de convertir su estancia en un infierno. Pero tampoco me gusta que se rían de mí.

Se guardó las manos en los bolsillos y no dijo nada durante todo el camino. Al igual que Suguru, Satoru tampoco habló durante el trayecto hacia el despacho de su superior.

Llegas, recoges tus cosas y te instalas en tu nueva zona, ya está. Nada más.

Tardaron unos minutos en aparecer en la planta correcta. El despacho de Suguru, como el de Nanami, estaba situado a un lado –pegado a las salas de reuniones y de trabajo. En cuanto se acercaron, Manami se levantó de su puesto. Su mesa estaba justo antes del despacho.

–Buenos días, Gojō-san –saludó la mujer, sonriente–. Ya me he enterado del pequeño incidente con el ascensor... Qué desafortunado, y justo en su primer día aquí...

Suguru obvió a su secretaria y entró en su despacho, dejando la puerta abierta para que Satoru recogiese sus cosas cuanto antes.

Para accidente el que ha pasado de puertas para adentro.

–No han sido más que unos minutos, no tiene importancia –respondió sonriendo, rascándose la nuca.

Eso es. No ha tenido importancia, ¿a que no?

Miró sin querer en dirección a Suguru, pero este parecía haber avanzado ya sin él.

–Me han dado esto para usted.

Encima de su escritorio, Manami tenía las gafas de sol de Satoru. Un compañero las había encontrado en el ascensor y las había reconocido.

–Me parece que va a necesitar una correa para no perderlas –sonrió.

A Satoru no le pasó desapercibida la caída de ojos de Manami, ni cómo le miraba. Parecía encantada de tenerlo ahí.

Correa la que me pondrías a mí me parece...

–Tendré que hacerlo al final, no sé qué me pasa últimamente que las pierdo por todos lados –contestó, sonriendo también.

O puede que sí...

–Un hombre tan ocupado como usted puede permitirse pequeños deslices –la mujer contestó, sentándose de nuevo en su silla–. Me encantaría ayudarle a instalarse, pero Getō-sama no me ha dado instrucciones al respecto. Tendrá que hablarlo con él –apuntó.

Pequeños deslices... Últimamente son bastante grandes, no puedo permitirme más.

La miró un par de segundos de más, sonriendo, enfrascado en sus pensamientos sin darse cuenta.

Si al menos el desliz lo hubiera tenido con ella y no con el jefe... No sería tan grave.

–No te preocupes, Manami –le habló con familiaridad, igual que con todo el mundo–. Seguro que Suguru me echa un cable.

–De eso no me cabe duda. Getō-sama es un jefe excepcional, ya lo verá –respondió la mujer con una sonrisa.

Se puso sus gafas para la pantalla del ordenador y tecleó algunas cosas, volviendo al trabajo.

–Si necesita alguna cosa, no dude en preguntarme –añadió, mirando a Satoru por encima de los cristales.

Satoru inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y se aventuró a entrar en el despacho de Getō.

Actúa con normalidad, te lo ha pedido.

–Nanamin, pequeño, ¿has estado bien? –preguntó al cactus, como un padre que recogía a su hijo al salir de la guardería.

El moreno no levantó la vista de los documentos que estaba revisando. La caja de cartón en la que Satoru había recogido sus cosas seguía allí, encima del escritorio –esperando a ser usada. Iba a ser profesional y correcto, nada más. Si parecía un poco molesto... No era su intención.

Satoru sujetó la caja por las solapas, esperando un poco a ver si Getō le decía algo sobre dónde debía irse.

A ver, que a mí esto tampoco me gusta, pero...

–Y... ¿Dónde está mi despacho? –preguntó, mientras seguía fingiendo su buen humor.

–¿Quieres estar con Manami o con el resto de compañeros? –preguntó el moreno, concediéndole ese pequeño capricho.

–Con Manami –respondió demasiado rápido.

Si me ve con ella, cómo me tira, a ver si se pone celoso y... Espera. ¿Qué?

Satoru supo en ese instante que la había vuelto a cagar.

Mierda.

Suguru levantó la vista de los documentos, arqueando una ceja.

¿Con Manami? ¿En serio? ¿Y hace cinco minutos me querías besar?

El hecho de que Satoru hubiese contestado tan rápido era sinónimo de que no mentía. Y Suguru, sin quererlo, se puso un poco celoso. Celoso y ultrajado, desplazado. Le había dicho a Satoru que tenía que actuar normal, pero... ¿Tanto?

Es un niñato, eso es lo que pasa.

–Muy bien –fue lo que contestó, un poco seco–. Prepararemos tu mesa a su lado.

Satoru era bueno en muchas cosas. Muchísimas. Pero lo que le costaba, muchas veces, era intuir las señales de otros hacia él.

Vaya, parece que le da igual...

–Claro –respondió, un poco de bajón sin que se le notara.

Quizá hubiera sido mejor con el resto, así al menos no me sentiría follado cada cinco segundos.

Antes de que Getō pudiera decir nada, su teléfono móvil empezó a sonar. Vio en la pantalla que era el número del instituto de sus sobrinas y se preocupó.

¿Moshi, moshi? Aquí Getō Suguru –contestó como siempre.

La voz de una mujer de mediana edad le contestó. Llamaba por su sobrina Nanako, que había sufrido un vahído en la clase de Educación Física. Al parecer, tenía un poco de fiebre –una gripe primaveral. Ninguno de sus padres podía ir a recogerla, y le llamaban como segundo tutor legal.

–Ah... Bueno, sí, puedo... –murmuró el moreno, mirando de reojo el reloj–. Pero tardaré un poco...

Satoru se quedó plantado, mirando a Suguru y a otro lado, sin saber muy bien qué hacer mientras esperaba.

–Entiendo, sí... –murmuró el moreno–. Estoy en la oficina, sí.

La mujer, por supuesto, se estaba disculpando por haberle molestado. Nanako estaba en la enfermería del instituto, pero era preferible que la recogieran para que descansase en casa.

–Muy bien. Intentaré estar allí en menos de una hora, dependiendo del tráfico –dijo.

–¿Todo bien? –se aventuró a preguntar Satoru, con curiosidad.

Suguru terminó de despedirse de la mujer y colgó, suspirando pesadamente. Llevaba un día bastante malo, ¿qué más podía salirle mal?

–Una de las gemelas, que se ha puesto mala y tengo que ir a recogerla... –murmuró, aun mirando la pantalla de su móvil con cierto hastío.

Aún no había preparado nada para la incorporación de Satoru a su grupo de trabajo, y ahora se tenía que marchar. Podía encargárselo a Manami, pero...

Ella tampoco sabría darle instrucciones muy precisas más allá de lo más simple... Bueno, pueden preparar la mesa e ir conociendo al personal. Para eso no me necesitan.

–Debería irme ya, voy a tardar aún sin haber hora punta –dijo.

Satoru asintió con la cabeza.

Al menos así se acabará esta tensión.

–Puedo pedirle ayuda a Manami, no te preocupes por eso –comentó, como si le leyera la mente.

–Sí, ahora se lo voy a encargar –contestó, levantándose de la silla y saliendo del despacho.

Y ella encantada... Seguro.

Satoru pasó por alto el sentimiento de que, aun con la tensión que había, hubiera preferido a Getō. Se lo quedó mirando desde dentro del despacho, aún con las solapas de la caja sujetas. Hablaba con su secretaria, la cual tenía los mismos gestos con su jefe que con él. La misma caída de ojos, el mismo toque en su pelo, el mismo contoneo.

Es como yo, una cazadora. Interesada sólo en sus presas.

Volvió su vista de nuevo a Getō, ajeno a todo. Ignoraba por completo cualquier gesto de Manami, mantenía su porte profesional y elegante.

No da ninguna señal con ella, pero por mí... No creo que sea bisexual, o eso o está demasiado acostumbrado a su coqueteo.

Se fijó de nuevo en su postura, en su elegancia natural al moverse, en la masculinidad natural que desprendía. En la cintura estrecha escondida bajo la camisa del traje, las caderas y la espalda ancha. Por un momento, se lo imaginó con el pelo suelto, cayendo como una cascada de carbón por su espalda hasta perderse en ondas por su cintura.

Era tremendamente atractivo, y completamente imposible no fijarse en él.

¿Qué tienes, Suguru?

Cuando Getō terminó de darle las explicaciones a Manami, ella agarró una carpeta con varios documentos y un bolígrafo para apuntar. Se había quitado las gafas –sólo las usaba para el ordenador. Iba detrás de Getō, mientras ambos regresaban a su despacho.

–Satoru, Manami te va a explicar cómo funciona este departamento. Es un poco distinto al resto, pero no hay nada excepcional –dijo.

–Primero, le presentaré a los compañeros. Y luego instalaremos su mesa al lado de la mía, Gojō-san –añadió ella, contenta.

–Y no olvides tramitar el alta de Matsumoto-san –le recordó su jefe, a lo que ella asintió.

Al final sí va a ponerme a su lado...

Satoru no sabía si estaba decepcionado o descansado. Por un lado, estaría cerca de él; por otro, podía parecer que le lanzaba a las garras de Manami para que ambos le dejaran en paz –aunque hubiera sido decisión del chico al final. Asintió la cabeza, colocándose mejor las gafas para que le taparan los ojos. Siempre le habían dicho que era muy expresivo, que sus ojos lo decían todo, y no quería incomodar aún más a Getō si podía evitarlo.

–De acuerdo –susurró.

–Podéis marchar. Y, Manami, si alguien llama preguntando por mí, recoge el recado y di que mañana a primera hora les atenderé –Suguru dio las últimas indicaciones antes de dirigirse a su perchero a por el abrigo de paño que hoy había traído.

Satoru no dijo nada, sencillamente observó a Getō colocarse su abrigo con gesto elegante e irse del despacho a toda prisa.

Joder... Esto es malo.

–Getō-sama es muy profesional, ¿verdad? –preguntó Manami–. Y le deja tener una mesa cerca de su despacho, debe tener muy buenas expectativas sobre usted.

Eso lo dudo bastante.

Chapter 12: Capítulo XII

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Aquí traemos nuevo cap., y como siempre, muchísimas gracias por vuestro apoyo <3

Chapter Text

               Como había predicho, Getō Suguru llegó al instituto de sus sobrinas cuarenta y cinco minutos después. No había mucho ajetreo a mitad de mañana, pero las distancias eran largas y había querido cerciorarse de que su partida quedaba registrada. Había hablado con recepción y se había apuntado la hora de salida para recuperar las horas pendientes durante los próximos días.

El instituto de sus sobrinas era como todos los demás. Lo bueno –y lo malo– del sistema educativo japonés era su homogeneidad. Hasta él, que era casi quince años mayor que ellas, estudió en uno igual. Fue directo a recepción –había estado allí varias veces y conocía el lugar.

–Buenos días –saludó a la pareja de hombre y mujer que había en el mostrador–. He recibido una llamada sobre una alumna que está enferma.

La mujer levantó la mirada hacia Getō, viéndole por encima de las gafas de pasta rojas.

–¿Es usted el padre de Hasaba Nanako? –preguntó.

–Su tío, Getō Suguru. Estoy inscrito como segundo tutor en caso de emergencia –señaló el moreno.

La mujer asintió con la cabeza e hizo una llamada de no más de diez segundos.

–Puede pasar a recogerla a la enfermería. Al fondo del primer pasillo, cuarta puerta a la izquierda.

–Muchas gracias.

Suguru se desabrochó el abrigo –la temperatura en el interior era buena– y se encaminó hacia el lugar indicado. Paredes blancas, suelos limpios y el ínfimo ruido de tizas en las pizarras y lápices escribiendo.

Recordó, por un momento, sus años escolares. Él había sido un buen alumno. No el mejor, pero uno notable. Estaba en el club de artes marciales, pero también en el de hogar. Era una combinación extraña, pero ello le había ayudado en momentos futuros de su vida.

Llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta. Le recibió una enfermería discreta, con tres camas y varias cómodas y armarios. Nanako estaba tumbada, un poco destapada y con un paño húmedo en la frente. Sus mejillas estaban bastante coloradas, y tenía cara de sueño.

–¿Cómo estás, Nanako? –preguntó el mayor, bajito, acercándose a la cama de la chica.

–¿Getō-san? –preguntó la más joven al oír la voz dulce de su tío llamándola.

Se notaba mareada, terriblemente cansada, bastante débil y le ardía la cara, aunque tuviera frío por todo el cuerpo. El paño de agua fría ayudaba a esa sensación, pero ni de lejos le calmaba los síntomas de la gripe. Por dentro, se sintió aliviada. Si Getō-san estaba aquí, todo estaba bien. Todo iba a estar bien con él.

–Estoy aquí, pequeña –continuó él en igual tono.

Le acarició la mejilla con el envés de la mano y comprobó, aunque no hacía falta, que estaba bastante caliente. Le habían dado medicación, pero ahora estaba en el momento álgido del virus.

–Ahora en unos momentos nos iremos a casa, ¿vale? Y te podrás quedar en la cama todo el tiempo que quieras –dijo.

Nanako buscó con la mejilla la mano de su tío, buscando más caricias de su parte.

–Mimiko... –susurró el nombre de su gemela.

–Está en clase, pero seguro que...

La puerta se abrió, interrumpiendo a Suguru. Entró una mujer de cierta edad, ataviada con una bata blanca y un traje de hospital –la enfermera.

–Buenos días. Usted debe ser Getō-san, ¿verdad? –ella saludó de forma cordial–. Estaba en los servicios.

–Así es –el hombre hizo una leve reverencia educada.

–Nanako-chan sufre de gripe. La fiebre ahora es alta a pesar de la medicación porque su cuerpo, después de incubar el virus, está luchando contra él. Le hemos mirado sus constantes y todo está en orden, parece una gripe ordinaria, seguramente como anticipo a la primavera.

–Nos podemos ir a casa, ¿verdad? –Getō se aseguró, aunque le habían llamado para eso.

–Por supuesto, y será lo mejor. Así el riesgo de contagio es menor. Mi recomendación sería el transporte en automóvil, preferiblemente privado.

–No tengo coche, pero llamaré a un taxi –Suguru comentó.

Nanako asintió con la cabeza, aún cansada.

–Getō-san... ¿Me voy a morir? –preguntó, febril.

La enfermera soltó una carcajada suave.

–Por supuesto que no –el hombre la tranquilizó, sonriendo–. En cuanto baje la fiebre, te sentirás mejor. ¿Te sientes con fuerzas para montarte en un taxi, o esperamos un poco?

–No sé... Creo que... Estoy muy mal... No voy a poder hacer el examen de historia la semana que viene... –siguió la niña.

La sonrisa de Getō se hizo más grande. Como siempre, Nanako tenía una picaresca muy distinta a la de su hermana Mimiko, mucho más tranquila.

–No pienses en eso ahora, lo primero es la salud.

Nanako sonrió aún con el rostro febril.

–Vamos a casa... –pidió, dos segundos antes de que sonara la alarma del cambio de clase.

–Oh, la alarma –murmuró la enfermera–. Esperen un momento, seguro que Mimiko-chan viene por aquí.

–Oh, claro. Me gustaría hablar con ella –dijo Getō.

Y eso mismo ocurrió. Un minuto después, Mimiko Hasaba llamaba a la puerta de la enfermería y entraba, sorprendida de encontrar a su tío allí.

–Getō-san, ¿qué hace aquí? –preguntó–. ¿Y cómo está Nanako?

–Me la llevo a casa, allí estará mejor. Tus padres ya lo saben. Puedes pasarte esta tarde si quieres, aunque sería bueno que tu hermana descansase sin interrupciones –comentó el mayor.

Ambas hermanas tenían una copia de las llaves de casa de Suguru. Muchas veces se habían quedado a dormir en su cuarto de invitados. Vivían un poco lejos, y a veces les era más cómodo ir a casa de su tío que a su propio hogar –dependiendo de la zona en la que estuvieran.

–¡Nanako! –entró de repente un chico con el pelo rosa, degradado y la voz algo chillona–. Me han dicho lo que ha pasado en gimnasia, he venido en cuanto he podido. ¿Estás bien?

–Yūji-kun, habla más bajito, por favor –le reprendió la enfermera, porque el joven había entrado como un vendaval.

Mimiko alzó las cejas, sorprendida. Nanako desvió la mirada, queriéndose esconder bajo las sábanas. Y Suguru olvidó sus maneras educadas por un momento.

–Nanako necesita reposo –murmuró muy despacio, examinando al joven que acababa de entrar con ojo clínico.

Alto, de porte atlético. Quizá practique algún deporte. El pelo un poco revuelto, la mirada risueña. Y... Unas zapatillas horribles.

–Ah sí, sí. Disculpa –dijo con naturalidad, obviando los sufijos honoríficos.

Se acercó más a la camilla de la chica y sin ninguna vergüenza, agarró su mano con cariño.

–Nanako, ¿cómo estás? –preguntó.

A la chica le dio la vergüenza, pero no apartó la mano. De hecho, que Itadori estuviese allí le parecía realmente tierno.

–Bien... Sólo es una gripe... –murmuró, un poco débil.

Itadori Yūji era compañero de clase. Llegó al instituto el año pasado, y Nanako enseguida se fijó en él. Tenía algo que le hacía especial –como un imán, atraía a todo el mundo a su alrededor. Era bueno, gracioso y un poco tonto.

No fue hasta pasados los meses que la chica fue consciente de que su compañero de clase le gustaba. Y, después de mucho pensar, tomó la iniciativa y se confesó. A pesar de ser el momento más vergonzoso de toda su corta vida, ella se acordaba como si fuese ayer.

Y ahora, llevaban casi dos meses viéndose. No era nada oficial, pero los compañeros a su alrededor ya los trataban de novios. Mimiko, al principio, se había opuesto un poco por temor a ser reemplazada, por miedo a que su hermana la abandonase, pero ahora estaba contenta con Itadori y con lo bien que trataba a Nanako.

Por fuera, Nanako podía parecer un poco ruda, pero por dentro seguía siendo una adolescente más que leía shōjo y ansiaba tener un novio de cuento.

Itadori suspiró, sonriendo levemente, aún preocupado. Al igual que Getō había hecho antes, tocó con suavidad la mejilla de la chica.

–Estás ardiendo... –murmuró, preocupado de nuevo.

Mimiko dio un paso hacia adelante, atreviéndose a hablar con el chico sin ningún problema.

–Ya le han dado medicinas, ahora tienen que hacerle efecto y que descanse –explicó lo mismo que había dicho la enfermera.

Suguru observó con sorpresa –y cierta indignación– cómo los adolescentes comenzaban a charlar como si él no estuviese allí.

Pero... ¿Cómo se atreve este chico? ¿¡Quién se ha creído que es para coger de la mano a una de mis niñas!? Se toma demasiadas confianzas, no me gusta.

Carraspeó para llamar la atención, cruzándose de brazos en una postura más seria.

–¿Y tú quién eres? –le preguntó directamente a Itadori, un poco rudo.

Itadori se giró en dirección a Suguru, como si fuera la primera vez que lo viera. No lo conocía, pero por las descripciones que había recibido, suponía que se trataba del tío de las chicas.

–Itadori Yūji –respondió el chico haciendo una referencia–. Llegué al instituto el año pasado, tengo quince años y me gusta Jennifer Lawrence –siguió–. Estoy saliendo con Nanako –dijo al final, con toda la naturalidad del mundo, antes de volver a incorporarse.

Mimiko se tapó la boca, escondiendo una carcajada. La enfermera también. A Getō, en cambio, no le había hecho ninguna gracia.

¿Y este mocoso quién se ha creído que es para hablarme así? Y va diciendo por ahí que está saliendo con Nanako. Ja, eso habrá que verlo. Jennifer Lawrence... Tendrá valor.

–¿Te parece decente mencionar que te gusta una mujer y, acto seguido, decir que estás saliendo con otra? –preguntó el mayor, intentando sonar intimidatorio–. ¿Y desde cuándo estáis saliendo? ¿Por qué nadie me ha dicho nada?

–No, si lo de Jennifer Lawrence es platónico –respondió Itadori, algo confundido–. Con quien salgo es con Nanako, llevamos un par de meses ya –respondió tan tranquilo.

Suguru arqueó una ceja, indignado.

¿Se está riendo de mí? ¿Este maldito mocoso de aquí me acaba de vacilar?

Decidió cambiar de estrategia, pasando a hablar con su sobrina.

–¿Y tus padres lo saben?

–Bueno... Mamá sí –murmuró la joven, removiéndose suavemente en la cama–. Pero está todo bien, Getō-san. Itadori es un chico muy agradable.

–Getō-san es nuestro tío –apuntó Mimiko, a modo de presentación para Itadori.

Itadori, sin vergüenza alguna, alargó la mano hacia Getō.

–Un placer, Getō –dijo de nuevo, sin honorífico, alargando la mano–. Nanako y Mimiko me han hablado mucho de ti.

Suguru, sin saber por qué, sintió unas ganas irrefrenables de tirar de ese brazo y hacerle una llave de taekwondo como las que había aprendido en su época estudiantil.

Lo mato. Juro por mi vida que yo mato a este mocoso.

¿Era su actitud tan desenfadada? ¿Eran sus formas tan poco educadas? ¿O era, simplemente, que estaba saliendo con su sobrina? Quizá fuera una combinación de todas ellas, pero a Suguru no le gustaba ese tal Itadori.

–Espero que cosas buenas –dijo, alargando la mano con más fuerza de la debida.

Itadori tenía mucha fuerza, demasiada para un chaval de su edad. Era muy bueno en cualquier deporte en general, por lo que la fuerza que aplicó Getō no se le hizo molesta en absoluto.

–Todas y cada una de ellas –respondió con una gran sonrisa–. Me encantaría que nos lleváramos bien.

–Yūji... –susurró Nanako, avergonzada.

Mimiko, por su parte, parecía pasarlo en grande. Getō suspiró, levantando un poco la barbilla para mirar por encima al chico –aunque ya fuese más alto que él. Retiró la mano y se cuadró otra vez, manteniendo sus formas serias.

–A mí también –contestó con sequedad.

Como le hagas algo a mi sobrina... Te juro que te encontraré y te sacaré las tripas por la boca, Itadori Yūji.

–Bueno, Nanako, deberíamos irnos –anunció.

Nanako asintió con la cabeza, sin saber si estaba más roja por la fiebre o la vergüenza.

–Yūji, eres tonto... –susurró Mimiko, metiéndose con el chaval.

Esta vez el chico sí lo pilló.

–¿Por qué? –preguntó, sorprendido.

Para él, lo había hecho todo bien. Había sido educado y respetuoso.

–Porque no puedes hablar así con mayores... Tienes que tratarles de usted, con más respeto... –le echó la bronca ella.

Yūji pareció pensar, sin entender.

–Pero con el primo de Fushiguro me llevo de maravilla, y es mayor...

–Ese no cuenta... –respondió la otra.

–El primo de Fushiguro no es un adulto funcional –dijo Mimiko con cierta solemnidad, como si hubiese dicho una verdad universal–. Venga, volvamos a clase, que la sirena estará a punto de sonar.

Getō asintió por lo bajinis, orgulloso de su sobrina. Yūji asintió con la cabeza con algo de bajón antes de dirigirse de nuevo a Nanako.

–Dime algo cuando puedas, por favor –pidió él, volviendo a acariciarle la mano.

Nanako esbozó una sonrisa y asintió suavemente con la cabeza, aún roja como un tomate. Que Itadori se preocupase tanto por ella le hacía sentirse muy especial.

–Te mandaré un mensaje –prometió, moviendo los dedos para alargar un poco el contacto.

Suguru, cruzado de brazos, supervisaba la escena para que no hubiera nada inapropiado. Él nunca había creído ser muy sobreprotector, pero ahora estaba descubriendo que sí. Con la ayuda de Itadori, Nanako se levantó de la cama y luego se despidió de él y su hermana. Yūji se quedó observando como su novia se iba del colegio con su tío sujetándola por el tambaleo.

–Va a matarte –susurró Mimiko a su lado, seria.

El chico se giró a ella.

–¿Por qué? –preguntó, sin entenderla del todo.

–Va a matarte –repitió, con una ligera sonrisilla traviesa que dio escalofríos a Yūji.

Una vez dejaron el taxi, tío y sobrina entraron al complejo residencial del adulto. Suguru vivía en un bloque de pisos decente en el barrio de Meguro. Aunque su familia residía en Ueno, a Suguru siempre le había gustado la tranquilidad y la paz que se respiraban por las calles del barrio más verde de la ciudad. Además, y por fortuna, el río –con el mismo nombre que bautizaba al barrio– quedaba a quince minutos de su casa y tenía unas vistas preciosas.

El bloque de pisos, a diferencia de otras zonas, no era muy grande –cinco plantas. De paredes lisas y blancas y con varios balcones, el edificio era como otro cualquiera. Él vivía en la tercera planta, en un piso de 50 metros cuadrados con dos habitaciones, salón-cocina y un baño. No necesitaba mucho más, y él habría escogido uno aún más pequeño si no hubiese tenido unas sobrinas de las que hacerse cargo muchas veces.

La decoración era sencilla y algo tradicional, una mezcla de diseño escandinavo y acabado japonés –conocido como japandi. Maderas claras, muebles rectos y colores suaves. No había nada fuera de lugar, Suguru era un hombre ordenado y limpio.

–Venga, ponte el pijama y a la cama –le dijo a su sobrina cuando llegaron, sentándola en su cama.

La segunda habitación estaba habilitada con dos camas para las chicas, un armario y un escritorio para estudiar –era una zona exclusiva para ellas, una habitación en otra casa. Y estaba decorada a su gusto, con posters, figuritas de manga y demás parafernalia adolescente.

Nanako asintió con la cabeza, aun tambaleándose un poco pero encontrándose algo mejor debido a la medicina. Sacó el pijama del primer cajón del armario –uno rosa con un gatito estampado en el pecho.

–Getō-san –le llamó–. Tengo sed...

–Voy a por un poco de agua, ¿y quieres comer algo? –preguntó el moreno desde el marco de la puerta.

Nanako negó con la cabeza. No tenía hambre, sólo le apetecía dormir hasta los próximos diez años.

–Muy bien –Suguru esbozó una sonrisa dulce y salió en dirección a la cocina.

Después, miraría en el botiquín que tuviera medicina suficiente –la enfermera le había extendido una receta por si acaso. Nanako se puso el pijama y se sentó en una silla del comedor, apoyando la cabeza en la mano.

No me ha dicho nada con respecto a Yūji... Pero... Sé que no le ha gustado para nada...

Suguru le colocó el vaso de agua delante, con un posavasos para no dejar marca en la mesa. Y se sentó frente a ella.

–Ahora llamaré a tu madre y le contaré todo. Me parece que mañana no irás a clase, pero deberían recogerte para que no te quedes sola aquí –dijo, porque él se tenía que ir a trabajar

Ella cogió el vaso de agua y bebió un par de sorbos.

–¿No te quedas conmigo? –preguntó con cara de cachorrito abandonado.

–No debería –Suguru suspiró sin perder la sonrisa–. Hoy ha entrado un trabajador nuevo y tengo que enseñarle.

Es, como muy bien ha descrito Mimiko, otro adulto disfuncional.

Nanako bebió otro sorbo de agua, la cual ayudaba a refrescar un poco su interior.

–Que le enseñe otro... –murmuró, casi gruñendo.

Getō soltó una carcajada.

–Sabes que ahora soy el director del departamento, tengo más responsabilidades.

Nanako volvió a gruñir.

–Por eso, puedes mandárselo a alguien más... A la secretaria cachonda, por ejemplo...

–No la llames así –Getō la reprendió con ternura–. Manami os adora.

Nanako y Mimiko conocían vagamente a la secretaria de su tío, de las veces que le habían ido a ver al trabajo o que, por "casualidad", Manami había necesitado hablar con Suguru después de su horario laboral. La chica negó con la cabeza.

–Te adora a ti y nos hace la pelota, que no es lo mismo... –reclamó, acabándose el vaso de agua.

Hablando de adorar...

–Y... –murmuró el moreno vagamente, recostándose sobre la silla de forma relajada–. ¿Itadori Yūji?

Nanako casi escupe el agua que estaba acabando de beber.

Pensaba que ya no iba a decir nada.

Al igual que su tío cuando le hablaban de temas íntimos, se sonrojó hasta las orejas.

–¿Qué pasa con él? –preguntó, escapándosele un gallo.

Suguru se guardó las ganas que tuvo de sonreír.

Mírala, si parece un tomate. No debería ser dura con ella, está en la edad después de todo. Además, depende de lo que diga, pudo provocar el efecto contrario.

–Nada, que no sabía que te llevabas tan bien con él. Es más, no sabía ni que existía –dijo, tranquilo, encogiéndose de hombros.

Nanako bajó la mirada, visiblemente avergonzada.

–Bueno... Es un... Es u-un compañero de clase... –dijo ella, intentando no entrar en el tema.

Un compañero de clase que dice que es tu novio. Yo no tuve de esos.

Por supuesto, Suguru no dijo eso. Encima, sonaba a reproche y no le estaba reprochando nada a la muchacha. Era algo natural –sólo se preocupaba en exceso.

–Se le veía muy preocupado... Y os habéis cogido de la mano y todo... –murmuró, fingiendo sorpresa como si fuese un hecho insólito.

–Ya... Bueno... –siguió ella sin saber dónde meterse.

Me está preguntando lo que ambos sabemos...

–Nos empezamos a coger de la mano hace un par de meses... –siguió a modo de eufemismo.

Bueno, al menos está hablando... A ver hasta dónde llega.

–¿Y puedo saber cómo pasó? ¿Por qué él? –siguió su tío.

Nanako se encogió de hombros. Le daba mucha vergüenza hablar de esos temas, pero con Getō, tenía mucha confianza.

–No lo sé... Ocurrió y ya está... –murmuró.

Nunca había tenido una conversación de romance con un adulto, pero con Getō, sentía que podía hacerlo.

–E-Es... Es guapo... Aunque un poco tonto... Pero es muy buen chico, siempre se preocupa por los demás antes que por él mismo...

Suguru asintió suavemente, en cierto modo, sorprendido. El chico no le había dado mala impresión, y las palabras de su sobrina corroboraron su intuición.

Pero no puedo evitar ponerme en lo peor. Es una de mis princesitas.

–¿Y tenéis intereses en común?

A mí no me gusta Jennifer Lawrence como a él.

–A los dos nos gusta mucho el cine –comentó ella, aún sin mirarle.

Nuestra primera cita fue en uno, aunque casi vomito...

–Le gustan las pelis de terror y gore, como a Mimiko –comentó, divertida–. También nos gusta el deporte, él es muy deportista, y los dos estamos en el club de ocultismo.

Sonrió al pensar en él.

–Es muy alocado, y su sonrisa... Te hace sentir bien. Parece un Golden Retriever –comentó divertida–. Atrae sin siquiera darse cuenta, todas las de mi clase le van detrás, incluso chicas de algún curso más se le han declarado...

Vaya... Y mi niña se ha llevado el premio gordo. Así se hace. Espera un momento...

–¿Es un picaflor? –Suguru preguntó sin pensar, alertado.

Si ese tal Itadori Yūji tenía a tantas chicas detrás, ¿iba a ser honesto con su Nanako o sólo sería un divertimento más?

Mi niña aún es muy joven para que le rompan el corazón... Como a su tío.

–Es un empanado –soltó con cierta gracia–. Nunca se entera de nada...

La última chica que se le declaró tuvo que decirle literalmente que quería acostarse con él para que entendiera bien a qué tipo de "gustar" se refería.

–Bueno... Supongo que no es tan mal chaval...

Suguru suspiró, se estaba debilitando. Parecía que Itadori, al final, iba a ser un buen chico y, quizá, digno de su princesita.

–Ya sé que no quieres hablar de esto, y que yo tampoco soy quién para decirte lo que tienes que hacer y lo que no –el hombre empezó a hablar sin pudor–. Sólo quiero asegurarme que no te pasa nada. Y que no te obliga a hacer nada que no quieres hacer –remarcó.

Yo le obligo a él, aunque eso no sé si debería decirlo...

–No te preocupes, Getō-san –comentó.

Había algo pero, en su tono de voz que...

–¿Estás bien? –preguntó, con cierto temor.

–Estoy bien, sí... Un poco estresado por el trabajo, pero... Bueno, y que aún no tengo vuestro regalo –el hombre confesó entre suspiros.

Los ojos febriles de Nanako se iluminaron al oír eso.

–¿Sabes qué vas a hacernos ya? –preguntó.

–Tengo una idea, pero vuestra madre me va a matar...

–Esas son las mejores –dijo la chica, animada–. Por cierto... no le vas a decir nada de Yūji... ¿No? –preguntó con la mirada del gato con botas.

–¿Pero no me has dicho en la enfermería que ya lo sabe? –Suguru inquirió, alzando una ceja con suspicacia.

–Bueno... Más o menos.

–¿Cómo que más o menos? Nanako... ¿Qué le has contado a tu madre? –Getō se asustó un poco.

Nanako bajó la mirada, sin estar muy segura de sus palabras.

–Que sale con Mimiko... –confesó con la boca pequeña.

El hombre no pudo evitar llevarse una mano a la frente, suspirando de forma exagerada. Sólo sus sobrinas conseguían sacarle ese tipo de gestos tan expresivos.

–Pero vamos a ver... ¿Por qué no le has dicho la verdad? Eso la enfadará más que el hecho de que estés saliendo con un compañero de clase.

Suguru conocía bien a su hermana mayor y sabía que, sobre todo, valoraba la fidelidad en alguien. Podía comprender que Nanako tuviese reparos en decírselo, pero era mejor tener una charla madre-hija que no ir mintiendo a escondidas.

–¡Porque ya sabes cómo se pone! Y no tiene por qué saber nada... –siguió Nanako, estresándose también, gesticulando mucho–. ¡Si se lo digo, me mata!

–Bueno, cálmate que los nervios no te vienen bien... No voy a decirle nada, pero sabes que no me gusta que mintáis. Y mucho menos a vuestros padres –el moreno comentó con voz de profesor, una mezcla de reproche y dulzura.

–Es que… –Nanako bufó de nuevo, frustrada.

Getō levantó las cejas, esperando que hablase. Quería saber qué pasaba, pero tampoco iba a presionarla. Nanako bajó de nuevo la cara.

–Es que mamá no me entiende, haga lo que haga siempre se enfada, y cuando vio esa carta de Yūji, ya se puso hecha una fiera... Pero cuando le dije que era Mimiko, se calmó. Parece que yo siempre lo hago todo mal, pero si es ella, entonces no pasa nada... –reclamó la chica, hinchando los mofletes.

Nanako siempre había sido mucho más atrevida en todo que Mimiko, por eso su madre se preocupaba en exceso por lo que hacía una, y por lo que no hacía la otra. Ver a Mimiko poder interactuar con un chico, en cierto modo, la calmó un poco. Nanako ya interactuaba demasiado con chicos, en general.

Suguru no pudo evitar sonreír un poco. A pesar de que eran gemelas, ambas chicas eran muy diferentes. Ya desde pequeñitas, Nanako había demostrado ser mucho más aventurera y rebelde que Mimiko. Siempre juntas, pero Nanako era la líder y Mimiko su segunda.

Bueno, parece que aquí hay más cosas en la ecuación además de un chico.

–¿Sabes que tu madre era igual que tú cuando tenía tus años? Una vez, creo que con diecisiete, se escapó de casa una noche para salir de fiesta y, cuando mis padres se enteraron al día siguiente, la castigaron un mes sin salir –contó, recordando su infancia.

En ese sentido, Suguru había sido el más tranquilo de los dos –como Mimiko.

–Tu madre sólo se preocupa por ti. Quizá de una manera un tanto exagerada, pero eso es porque os quiere mucho –dijo, y cambió el gesto a uno más afable–. Pero... ¿Qué es eso de una carta?

La chica refunfuñó con los brazos cruzados. Para su cabecita adolescente, su madre sólo impedía que se divirtiera, y ella quería más libertad. ¿Acaso era mucho pedir? Y encima, si como decía su tío, había sido como ella, lo entendía aún menos.

Seguro que lo dice para que me sienta peor, ella sería la niña perfecta...

–Nada, una carta que me escribió Yūji cuando hicimos un mes... –respondió por lo bajinis.

¿Le escribió una carta para celebrar un mes de relación? Eso no es como... ¿Muy romántico? Y un poco exagerado, también hay que decir.

–¿Itadori te escribió una carta? Vaya... Le debes gustar mucho –murmuró Getō con una sonrisa de medio lado.

Nanako volvió a enrojecer de nuevo.

Y él a mí...

Asintió con la cabeza, sin decir nada. El corazón de Suguru se ablandaba cada vez que veía cómo su sobrina se ruborizaba de la vergüenza. Era muy tierno ver a una adolescente que, de normal, era todo furia y descaro, actuar como un corderito temeroso. Nanako no era la primera vez que salía con chicos, pero Getō nunca la había visto así por uno.

Quizá este sea el indicado... Aunque es muy pronto para saber eso, tiene toda la vida por delante.

–Bueno, tu secreto está a salvo conmigo –la animó–. Y, como has hablado conmigo sin mentirme, creo que te mereces un premio. Tenía dudas, pero definitivamente ya sé lo que os voy a regalar para vuestro cumpleaños.

Nanako levantó de nuevo la mirada, iluminada con la ilusión de algo inesperado.

–¿Qué, qué, qué, qué? –preguntó.

Suguru soltó una carcajada –su sobrina aún seguía teniendo esa gracia infantil a pesar de que se iba haciendo más mayor a cada día que pasaba.

–Unas entradas para el concierto de Babymetal de la semana que viene –anunció extrañamente orgulloso.

Nanako empezó a emitir por la garganta una serie de sonidos que podían parecer chillidos, pero fácilmente podrían pasar por el ruido estridente del metal frotándose contra él mismo.

–¿LO DICES EN SERIO, Getō-SAN? –preguntó ella, emocionada.

Babymetal eran el grupo favorito de las dos hermanas, y llevaban mucho tiempo insistiendo en ir, aunque sus padres nunca lo habían permitido.

–No grites tanto, por favor –Suguru se quejó, sonriendo.

La reacción de su sobrina había sido tan genuina que sabía que era el regalo perfecto. Aunque tuviese que ir acompañado de alguien no tan perfecto, haría el esfuerzo por ellas.

–De hecho, lo voy a hacer ahora mismo –dijo, sacando su móvil del bolsillo.

Si no se hubiera sentido enferma, Nanako hubiera empezado a dar vueltas por toda la casa, saltando, bailando y riendo. En lugar de eso, hizo lo mismo sentada en la silla, moviendo brazos y piernas.

–Esto es lo que vamos a hacer... –comenzó el moreno, navegando por Internet–. Hablaré con vuestra madre y le diré que las entradas ya las tenía desde que se pusieron a la venta.

A él tampoco le gustaba mentir a su hermana, pero era por una buena causa.

–Os acompañaré al concierto, pero os dejaré bajar a pista siempre y cuando estéis pendientes del móvil por si acaso y no bebáis ni toméis nada de desconocidos. Es más, no habléis con desconocidos –se aseguró, mirando un momento a la chica.

En esos momentos, Nanako iba a decirle que sí a todo. Incluso a que fuera con ellas, pero como iba a estar en las gradas y ellas en la pista, le daba igual.

–¡De acuerdo, Getō-san! ¡Lo que tú digas! –dijo ella, feliz.

–Saldremos desde aquí, así que podéis venir antes para cambiaros de ropa o lo que queráis –añadió.

Conocía de sobra a sus sobrinas y sabía que no irían al concierto con el uniforme escolar. Otra mentirijilla para su madre. Mientras, accedió a la página y compró cuatro entradas. Eran en la parte superior de la grada izquierda, casi al final porque ya estaba todo vendido, pero eso importaba poco.

–Y, cuando os coléis a pista... Que no os pillen, ¿vale?

–Nunca lo hacen –respondió ella, contenta a más no poder–. Verás Mimiko cuando lo sepa... ¡Muchas gracias, Getō-san! –dijo ella, antes de darle un beso en la mejilla.

Suguru aceptó el beso con gusto. Le encantaba esa sensación, sentir el amor de sus queridas sobrinas y ser el mejor tío posible para ellas.

–Te recuerdo que sigues enferma, así que nada de movimientos bruscos. Venga, a la cama que ya has estado mucho tiempo por aquí –dijo, sonriendo.

Nanako, fingiendo ser una niña buena, abrazó a Getō y fue hacia su habitación. Hoy iba a hacerle caso en todo. Suguru la observó irse y suspiró, esbozando una sonrisa dulce. Dudaba mucho de que fuera a tener hijos, pero sabía que sus sobrinas eran lo más parecido a unas. Y él estaba encantado con ello.

Al final, concierto. A ver cómo se lo digo yo

Chapter 13: Capítulo XIII

Notes:

¡Buenos días, pichones! Como cada lunes, nuevo capítulo :)

Chapter Text

               Satoru acabó de instalar su mesa al lado de la de Manami, ignorando un poco como podía –aunque no por eso menos encantado con ellos– sus incesantes coqueteos. El hecho que Suguru se hubiera ido hacía rato le había ayudado a calmarse y a volver a su buen humor habitual. Ambos estaban terminando con los preparativos cuando el teléfono de la mujer sonó –el de su mesa.

–Buenos días, despacho de Getō Suguru. ¿En qué puedo ayudarle? –dijo de forma profesional, pero enseguida cambió la expresión–. Oh, Getō-sama, qué sorpresa.

Le hizo un gesto a Satoru con la mano libre para comunicarle que estaba hablando con el jefe.

–Entiendo. ¿Está usted seguro? Si Nanako-chan tiene gripe... Como guste, claro. Sí, ya hemos preparado todo. Lo tengo ahora mismo aquí, ¿quiere dejarle algún mensaje? Ah, está bien. Nos vemos enseguida. Adiós.

La mujer colgó el teléfono y se lo comunicó a Satoru.

–Getō-sama está de camino. Ya ha recogido a su sobrina y la ha dejado en casa descansando.

Vuelve. Que vuelve. Joder...

Satoru asintió con la cabeza, fingiendo a la perfección una calma que había perdido desde que se dio cuenta de con quién hablaba Manami.

Nanako... Anda, qué casualidad, como la novia de Yūji, pensó para sí mismo.

–Perfecto –respondió, preparándose para seguir con la actuación.

Manami le contestó con una sonrisa y volvió a su trabajo. Ahora que regresaba su jefe, quería tener todo bien organizado. A pesar de que la mayoría allí creía que sólo era una cara bonita, que no tenía materia gris, Manami era una excelente secretaria. Llevaba todos los asuntos de Getō al día, su agenda estaba perfectamente organizada y realizaba su trabajo con diligencia y profesionalidad. Tener una cara bonita no era impedimento para ser una buena trabajadora.

Quizá flirtease más de la cuenta con los hombres que le atraían, ¿pero eso era un delito? Nunca había tenido suerte en el amor a pesar de esforzarse. Estaba en varias aplicaciones de citas, tenía un círculo de amistades amplio y no tenía problema en dar el primer paso cuando veía un hombre que le llamaba la atención. Pero, a sus treinta años, seguía soltera y sin visos de cambiar. Y sus padres, sobre todo su madre, no paraba de atosigarla porque «se le había pasado el arroz desde los veinticinco».

Desde que su actual jefe entró a trabajar, Manami había puesto el ojo en él. Cómo no hacerlo, si Getō Suguru era tremendamente atractivo y, además, era bueno y trabajador. Ella ya era secretaria del anterior jefe, quien se jubiló y Getō ascendió. Y en esos cinco años, todos sus intentos habían sido desfavorables. Los ojos de Suguru jamás la miraban como quería que la mirasen. Ahora tenía un nuevo objetivo, Gojō Satoru, parecía más asequible.

Con total descaro, depositó su bolso personal en la mesa y se retocó el maquillaje antes de que su jefe llegase. Satoru no pudo evitar mirar de reojo lo que Manami hacía, escapándosele la vista hacia su pintalabios rojo, cómo lo repasaba sobre sus labios.

Es realmente guapa, y lo sabe...

Aun así, él no tenía pensado caer en sus encantos –si no hubieran trabajado juntos, no hubiera tenido ningún problema en dejarse embelesar por ella.

Veinte minutos después, Getō Suguru llegaba a la oficina. El mismo traje, el mismo abrigo, pero el pelo un poco revuelto y el rostro algo cansado. Había salido de casa cuando Nanako se quedó dormida porque la chica no quería quedarse sola –pero él tenía que regresar a la oficina. En cuanto lo vio llegar, Manami se levantó del asiento.

–¿Cómo está su sobrina, Getō-sama? –se interesó.

–Se ha quedado dormida. Prepararé unos documentos y me iré, no quiero dejarla sola.

Satoru se encontraba al lado de Manami cuando se vio medio ignorado por Suguru. De normal se habría indignado, pero ahora, con lo de su sobrina, decidió ser considerado –ya había superado el episodio del ascensor decidiendo que esa misma tarde saldría a tomar algo con sus amigos y a ver qué se encontraba en el mercado.

–¿Qué puedo hacer? –preguntó Satoru, puesto que no había obtenido aún instrucciones explícitas de su trabajo.

–Acompáñame un momento al despacho –contestó Getō, intentando no endurecer demasiado el tono–. Tengo que explicarte algunas cosas.

Satoru sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo entero.

¿Por qué me ha recordado a mi padre? Dios... Cuando quiere, sabe dar miedo...

El chico le siguió sin decir nada. Ambos entraron en el despacho de Suguru, quien indicó a Satoru que se sentase mientras cerraba la puerta.

Bueno, vamos a ello. Cuanto antes se lo diga, mejor. Sin rodeos.

–No voy a hablarte de temas laborales. Era respecto al concierto al que te ofreciste acompañarme –comenzó una vez se hubo sentado en su sitio.

 ¿Cómo?

Satoru se esperaba cualquier cosa menos eso. Daba por hecho que, después de lo del ascensor, la propuesta ya no iba a estar en pie.

¿Y si se piensa lo que no es? Quizá deba rechazarle, pero...

Pero a Satoru le gustaba gustar. Le gustaban los conciertos y la fiesta –aunque no supiera de quién era. Y le atraía Suguru.

Bueno, puedo disfrutar de las vistas.

Pero sobre de todo, se veía muy capaz de no hacer nada.

–¿Entonces...? –preguntó, para asegurar.

–He cogido las entradas. Se lo he contado a mi sobrina y le ha hecho tanta ilusión que no he podido negarme. Así que tengo una entrada para el viernes que viene para el concierto de Babymetal. ¿Te interesa? –preguntó el moreno, desviando la vista hacia los documentos de su mesa para no mirarle directamente a los ojos.

Babymetal. ¿BABYMETAL?

Satoru abrió mucho los ojos, se veía sorprendido e ilusionado a partes iguales. Se despejaron todas sus dudas, había cosas más importantes en juego.

–Sí, sí, por supuesto que sí –respondió rápido, demasiado.

Babymetal. Babymetal. Babymetal.

Suguru se lo quedó mirando con cara interrogante.

–¿Las conoces?

–¿Tú no? –preguntó, igual de sorprendido.

–Por mis sobrinas sólo.

Satoru empezó a emocionarse sólo.

–Pues son buenísimas. La canción de Chocolat es mi favorita, las conocí por los amigos de mi primo pequeño –explicó, contento.

–Ah, no sabía que tenías un primo pequeño –Suguru dijo sin pensar.

Claro, cómo lo iba a saber si no conozco a su familia exceptuando a sus padres. Joder, qué bocazas soy a veces.

Bueno, tengo más familia a parte de mis padres.

–Sí, por parte de madre. Es muy mono, aunque ahora está en su etapa rebelde y siempre me insulta –comentó, con gracia.

–Supongo que todos pasamos por lo mismo –murmuró Suguru, porque sus sobrinas también estaban en la edad del pavo.

Satoru se encogió de hombros.

–No lo sé, yo de adolescente era un encanto –dijo, con toda la sinceridad del mundo.

No lo era. Nunca lo había sido, ni siquiera siendo un bebé, pero Satoru recordaba las cosas a su manera. O, si no, que le preguntaran a Nanami.

Getō se lo quedó mirando porque no se creía ni una palabra. Con lo poco que conocía a Satoru, se imaginaba que había sido un niño malcriado y consentido, pero abandonado también y algo solitario. Iba todo de la mano. Y por eso Satoru ahora era así, con esas carencias.

–Bueno, sólo quería comunicarte esto. El concierto es a las diez, los asientos están en la grada casi arriba del todo porque ya no había más asientos –dijo.

Satoru asintió, volviendo a intentarse poner serio –aunque se notaba que seguía emocionado.

–¿A qué hora nos encontramos ahí? Porque habrá una cola inmensa.

–Había pensado una hora antes... –contestó Suguru con duda, porque lo cierto era que no había caído en ese detalle.

Satoru asintió con la cabeza.

–Yo iría antes, el último concierto que fui de ellas estuvimos un buen rato.

Se acordaba de ese concierto porque, por petición propia y de Yūji y Nobara, Megumi había tenido que aguantar cinco horas de cola con tres fanáticos locos vestidos con todo de merchandising mientras cantaban, esperando.

Fueron cinco horas, pero valió la pena con tal de estar en primera fila.

–Ah... Bueno, pues quizá dos... –murmuró el moreno.

Satoru asintió con la cabeza, convencido.

–Así les será más sencillo colarse a la pista, los seguratas vigilan más cuando va a empezar el concierto –dijo, con picardía.

Satoru suponía que las pequeñas querrían colarse, pero no Suguru.

–Eh... Sí, claro... –susurró Suguru, muy sorprendido–. Ya les he dicho que no pueden pillarlas.

Satoru aumentó su sonrisa, arrogante.

–No las pillarán, ya me encargaré de ello –respondió, cruzándose de brazos.

Era un experto en ese tipo de travesuras.

–¿A qué te refieres? –Suguru preguntó, un poco asustado.

Satoru no acabó de entender a qué venía la cara de susto de Suguru. Si tampoco había dicho nada grave. 

–¿Qué pasa? –preguntó.

–¿Cómo vas a conseguirlo...? No quiero que les pase nada –murmuró con la boca pequeña.

Satoru gesticuló, quitándole importancia al asunto.

Exagerado...

–Distrayendo al guardia, hombre –comentó, relajado–. ¿Qué esperabas?

¿De ti? Cualquier cosa.

Pese a sus reticencias, Getō no tenía más opción que confiar en Gojō. Y, aunque le molestase admitirlo, sabía que alguien como Satoru conseguiría todo lo que se propusiese.

–No sé, nunca he hecho algo así...

Satoru volvió a gesticular con la mano.

–Saldrá bien, lo he hecho mil veces –respondió, tranquilo.

No recuerdo nunca haber pagado el VIP en una discoteca. O me ligo al que lo ha alquilado, o me ligo al segurata o lo distraigo de alguna manera.

Getō asintió, aún un poco inseguro.

–Bueno, eso era todo. Puedes volver al trabajo –dijo, mucho más cordial que antes.

Vale. Pero no me has dicho cuál es.

–¿Qué quieres que haga? –preguntó Satoru, de buena fe–. Estoy a tus órdenes.

Por un momento, Suguru se quedó sin saber qué decir.

–Manami tiene unas nóminas que hay que revisar. Poneos con ello. Es sencillo, sólo hay que revisar las cláusulas y asegurarse que cumplen el convenio colectivo –dijo.

Sin notar el tono de Suguru, Satoru asintió y salió del despacho para ir con Manami.

Bueno... No ha ido tan mal. Al revés. Ha ido mejor de lo que esperaba... Supongo que el hecho de que le guste el grupo facilita las cosas. Sólo espero que no haya ningún problema con las chicas...

Con ese pensamiento en mente, Getō permaneció unos minutos en su despacho mientras revisaba unos documentos importantes. Satoru estuvo ese rato con Manami, que no tuvo impedimento alguno en enseñarle a Gojō lo que fuera necesario, incluido un escote que el chico no recordaba tan pronunciado –y se había fijado en él.

Ambos sentados de lado a lado, Manami no tenía reparos en inclinarse y mostrar su figura estilizada, y Satoru tampoco los tenía en dejar que la mujer se explicara como considerara más oportuno –Satoru no podía estar más atento. Cuando Getō salió del despacho, no pudo evitar fijarse.

Es que lo sabía... Esos dos son un peligro. Y a Satoru se le ve encantadísimo con mi secretaria... ¿Y esta mañana iba a besarme en el ascensor? En fin... ¿Está jugando a algo? ¿Es algún plan para ponerme celoso? Porque la lleva clara...

Carraspeó para llamar su atención.

–Me voy a ir ya antes de que Nanako se despierte –anunció.

Satoru y Manami alzaron la cabeza a la vez para mirarle.

–No se preocupe, Getō-sama –respondió ella con una sonrisa dulce, animada por la no negativa de Satoru–. Acabaremos con el trabajo pendiente, me encargo de enseñarle a Gojō-san lo necesario para que pueda ser funcional en breves.

–Yo siempre soy funcional –dijo él, haciendo un puchero.

Suguru levantó las cejas levemente, un poco sorprendido con su dinámica. Ciertamente, se llevaban muy bien. Y, a pesar de lo que había pensado segundos atrás, se molestó un poco.

Será mejor que me vaya, porque... En fin, no voy a decir nada.

–Gracias, Manami –dijo, un poco serio–. Hasta mañana.

–Hasta mañana, Getō-san –se despidió ella de forma cortés, con una caída de ojos.

Satoru ignoró deliberadamente ese hecho. Le daba bastante igual que intentara ligar también con Getō, él sólo pretendía disfrutar de las vistas mientras pudiera.

–Nos vemos, Suguru –se despidió él, alegremente.

–Hasta mañana, Satoru –respondió el moreno, igual de serio.

Se colocó bien las solapas de su abrigo de paño y se dio media vuelta. Satoru le observó irse, atentamente.

–Parece enfadado –contestó, sin entenderlo mucho.

Manami le quitó importancia con un gesto con la mano.

–Está preocupado por su sobrina, es normal –respondió ella.

Si ya la tiene en casa... No pasa nada tampoco por un poco de fiebre..., pensó Satoru, aunque no dijo nada.

–Va, ahora tú –siguió ella–. Calcula el porcentaje de impuestos a quitarle a esta nómina.

Satoru miró el papel durante unos cinco segundos.

–Trescientos seis mil yenes netos –respondió él.

Manami estuvo a punto de replicarle que esa no era la respuesta correcta, hasta que se dio cuenta que Satoru había calculado mentalmente el dinero que el empleado iba a cobrar una vez aplicados todos los impuestos. Tuvo que usar una calculadora y el programa del ordenador para darse cuenta de que no se equivocaba.

–¿Cómo lo...? –preguntó, sorprendida.

*

               Suguru se apretujaba en el ascensor junto al resto de trabajadores. El olor a colonia de hombre y loción de afeitado le adormeció un poco –le gustaba en pequeñas cantidades. Sin decir palabra, casi como robots programados, cada uno se fue bajando en su planta. Cuando salió del mismo, agradeció respirar cierto aire nuevo y limpio. No era como estar en un parque, pero la oficina olía a neutro –y, por las mañanas, un poco a productos de limpieza.

Se encaminó hacia su despacho después de haber descansado poco. Nanako ya no estaba con él, sus padres pasaron a por ella el día anterior. Pero él seguía algo preocupado, pues la chica no había mejorado nada.

–Buenos días... –saludó por inercia, cuando levantó la vista.

Ahora no sólo tenía a Manami como secretaria, también estaba Gojō Satoru –sorprendentemente, ya en su puesto de trabajo a pesar de faltar quince minutos para la hora.

–A los dos.

Satoru levantó la cara del ordenador, estaba muy centrado en lo suyo. Tardó un par de minutos en centrarse en lo que acababa de pasar.

–Buenos días, Suguru –saludó con una sonrisa sincera–. ¿Qué tal?

–Bien, gracias... ¿Y tú? –contestó, algo extrañado.

Con Manami no había esas confianzas y se le hacía un tanto extraño hablarse en esos términos con un empleado.

Bueno, parece que ya está mejor la cosa...

–Bien, preparando las nóminas de este mes –comentó, relajado–. ¿Quieres un aumento de sueldo? –preguntó, a modo de broma.

–Gojō-san, ya le he explicado que eso es ilegal... –repitió Manami, ciertamente divertida con la actitud tan despreocupada del chico.

–Estoy contento con mi sueldo, pero gracias por el ofrecimiento –Suguru contestó, más relajado.

Que todo fuera normal entre los dos le tranquilizaba.

–Por cierto, Getō-san –intervino Manami–. Ayer por la tarde llamaron de Ueda & Tanaka Asesores. La cita concertada para la semana que viene se ha adelantado a hoy por la mañana, a las 12. No he podido atrasarla más.

Pese al contratiempo –porque Suguru tendría que revisar los documentos antes de ir–, agradecía que Manami le hubiese concedido la mañana para ponerse a ello y no llegar a la reunión más perdido que un pulpo en un garaje.

–Bien, muchas gracias. Me pondré a ello enseguida.

A Satoru le sonaba bastante esa empresa, aunque no sabía ubicar exactamente dónde.

–¿De qué es la reunión? –preguntó, mirando por encima de las gafas.

–Un sencillo traspaso de empleados. Tenemos un convenio con ellos y todos los años enviamos algunos becarios para que trabajen allí unos meses –explicó el moreno–. A cambio, nos hacen una parte del trabajo con la Asesoría.

Satoru tragó saliva un momento, algo más serio.

Tenía que ser la semana que viene, igual que mi traspaso a RH... Entonces... ¿Significa que me van a traspasar unos meses?

Satoru no esperaba ningún trato preferencial, nunca lo hizo, y después de lo del contrato, menos. No dijo nada, no se atrevió hasta que no reuniera más pruebas.

–Ah... Entiendo –respondió únicamente.

–La reunión, ¿será aquí? –preguntó Suguru.

–Así es. En esta planta, en la Sala de reuniones C –indicó Manami.

–Bien. En ese caso, poneos a ello cuando acabéis con las nóminas. Ya que Satoru tiene que aprender, asistirá también a la reunión –contestó Suguru.

Satoru se hubiera puesto pálido si no fuera albino y ya lo fuera.

¿Para aprender ¿Seguro?

Satoru asintió lentamente, algo asustado.

–Por supuesto, Getō-sama. No tardamos nada –murmuró Manami con una enorme sonrisa–. ¿Qué tal está su sobrina?

–Bueno, sigue con fiebre. Pero ya está en casa –respondió Getō–. Le he tenido que decir su regalo de cumpleaños a ver si se animaba un poco.

Satoru seguía como espectador secundario de la conversación, observando a Suguru y con sus historias mentales.

–Oh, recuerdo que lo hablamos hace un tiempo –comentó la secretaria, tocándose el pelo con una mano–. ¿Al final qué escogió? –preguntó.

–Unas entradas para un concierto de uno de sus grupos favoritos. Babymetal.

–Oh, las conozco, aunque no son de mi estilo –ella murmuró, esbozando una sonrisa–. Me gusta la música más melódica.

–Hikaru Utada y Sheena Ringo, lo sé –el moreno contestó, porque no era la primera vez que hablaban del tema–. Además del city pop.

–¡Y Masayuki Suzuki! –añadió ella, sonriente–. ¡Es todo un caballero!

Cuando oyó el grupo de música, Satoru reconectó la señal, atento a lo que decían esos dos y a la buena dinámica que parecían tener. Se molestó. No sabía por qué. No podía entenderlo, pero se molestó muchísimo.

–Yo prefiero algo más moderno y animado –comentó, interrumpiendo de forma descortés la conversación, como si quisiera llamar de nuevo la atención de Suguru.

–Esos artistas son modernos –Manami se picó, porque indirectamente Satoru la estaba llamando vieja.

–Opino como Manami. A mí también me gusta la música más tranquila –dijo Getō.

Satoru volvió a sentirse algo avergonzado, humillado incluso. Se instaló un ligero rubor en sus mejillas.

–No digo que no esté bien, sólo que prefiero otros estilos...

Manami no parecía satisfecha con la respuesta y suspiró, levantando el mentón ligeramente.

–Claro. Los gustos son muy personales y no hay unos mejores que otros –dijo el moreno.

Lo sabía muy bien porque a veces tenía que escuchar la música de sus sobrinas y no le gustaba mucho –del mismo modo que ellas se quejaban cuando él escuchaba enka.

Va, seguid a lo vuestro, parece que sólo molesto.

A Satoru tampoco le satisfizo esa respuesta. Eso lo sabía de sobras, tenía que escuchar la música tradicional cuando iba a casa de sus padres –lo que él prefería llamar música Reiki o de sala de espera de dentista. No le gustaba que le dijeran obviedades, se sentía un poco ninguneado.

–Supongo. Si me disculpáis, voy al servicio.

Así podéis hablar tranquilamente de música o lo que queráis...

Getō se lo quedó mirando un poco sorprendido, pero no dijo nada. Al revés, se despidió de Manami y entró en su despacho para trabajar y preparar la reunión que tendría en unas horas. Satoru salió del servicio y se lavó las manos. Estaba molesto, y su cerebro, parco muchas ocasiones en inteligencia emocional, ni siquiera se preguntaba por qué o si lo había hecho bien.

Habló conmigo del concierto. Irá conmigo al concierto. No sé a qué viene ahora el resto...

Aun así, no quería un mal ambiente laboral, así que, más por sentido práctico que por otra cosa, volvió al despacho con un té rojo con leche sin azúcar para Manami –su favorito, y un chocolate caliente para él.

–Toma –se lo dejó sobre su mesa, con una sonrisa cortés–. Para ti –dijo, como una especie de ofrenda de paz–. Espero no haberme equivocado.

Aunque sé que no lo he hecho, ayer te vi irte a buscar uno de estos un par de veces.

La mujer observó el vasito de cartón con té humeante. Acercó la nariz y dejó que el olor la embriagase.

–Muchas gracias, Gojō-san –respondió, esbozando una sonrisa suave.

Sopló un poco y le dio un sorbo pequeño porque aún quemaba mucho. Pese al gesto, la mujer seguía un poco ofendida con él. Había despreciado sus gustos y, en cierto modo, la había despreciado a ella –y sin venir a cuento cuando estaban teniendo una conversación informal. A Manami no le gustaban los hombres que despreciaban alguna parte de ella, y Gojō lo había hecho.

–Vamos a terminar con las nóminas para repasar los documentos de la reunión cuanto antes –añadió, volviendo a su trabajo.

–Ya están –respondió Satoru, sentándose en su sitio.

Las he terminado mientras zorreabas con "Getō-san".

–¿Ya? –la mujer se sorprendió muchísimo, mirando a Satoru por encima de las gafas.

Satoru asintió con la cabeza.

–Pégale un repaso si quieres, aunque creo que está todo correcto –respondió, girando su portátil hacia ella.

Ella se colocó bien las gafas y fue leyendo la pantalla, comprobando que el trabajo de Satoru era el correcto. Había terminado las nóminas, algo que les hubiese costado casi una hora, en cuestión de minutos. ¿Cómo lo había hecho?

–Sí... Está todo bien... –murmuró con la boca pequeña, más sorprendida aún.

Satoru asintió de nuevo con la cabeza.

–Entonces... Ahora lo de los becarios que mandan fuera, ¿no? –preguntó, fingiendo seguridad.

–Sí, claro –respondió ella, un poco aturdida.

Seguía sin comprender cómo Satoru había sido capaz de haber hecho el trabajo en un tiempo récord. ¿Tenía que empezar a preocuparse por si su puesto estaba en peligro?

–Estos son los afortunados –dijo, mientras sacaba una carpeta de la primera bandeja del archivador de metal–. Hay que llamarlos para que asistan también a la reunión.

Al oír ese comentario, a Satoru casi se le vino el mundo encima.

–¿Papá me va a mandar fuera también? –preguntó, preocupado.

A mí me han dicho de ir a la reunión y... Joder...

–¿Perdón? –preguntó Manami, que no creía haber escuchado bien.

Satoru estaba seguro de haberse explicado bien, aunque sólo él supiera de qué estaba hablando.

–Lo siento, creo que... Necesito hablar con Suguru un momento.

El chico se levantó de la silla y entró directamente en el despacho de su jefe.

–Tenemos que hablar –dijo sin mediar palabra.

Suguru lo miró con cara interrogante, pero hizo un gesto con la mano para que se sentase en la silla frente a su mesa.

–¿De qué se trata?

Satoru, que aún tenía las carpetas con los expedientes en las manos, los dejó sobre la mesa, con una mano encima de ellos.

–Cuando lea esto... ¿Voy a encontrar mi nombre? –preguntó, inseguro.

El moreno se quedó a cuadros.

–¿Cómo dices? ¿Por qué iba a estar ahí tu nombre? –preguntó, sin comprender del todo el argumentario de Gojō.

Porque ya no me sorprende nada...

–La reunión de hoy es para mandar becarios a otra empresa, y como me has dicho de asistir y mi padre hace todo lo posible por putearme…

–Nada de eso –Suguru negó con la cabeza, sonriendo suavemente–. Tienes que asistir igual que Manami me acompaña a todas las reuniones que tengo. Ella toma notas y me presenta los documentos, y tú también deberías hacer algo similar.

Satoru bajó la cabeza, aún sin creérselo del todo.

–¿Seguro? –preguntó más bajo.

–Satoru, no te vas a ir a la asesoría –Getō le aseguró, tranquilo–. Y, si fuera el caso, yo me encargaría personalmente de que eso no sucediera.

La mirada de Satoru se engrandeció aún a través de las gafas.

–¿Lo dices en serio? –preguntó el menor.

–Claro. Trabajas para mí y me han encargado enseñarte cómo funciona Recursos Humanos. No voy a dejarte escapar –contestó el otro con una sonrisa.

¿Dejarme escapar?

Satoru no era del todo consciente del doble sentido de esa frase, por lo que respondió sin preocuparse demasiado.

–Mejor –respondió, algo más calmado–. Porque yo tampoco quiero escaparme de ti –dijo, con una sonrisa tierna.

Ahora que lo escuchaba en boca de otro, Getō fue consciente de lo que había dicho. Carraspeó y se movió en su silla, desviando la vista a los papeles.

–Todo resuelto entonces, ¿no? Puedes volver a tu puesto –murmuró, un poco nervioso.

Satoru no acabó de entender por qué Suguru parecía echarle del despacho ahora.

–Eh... Claro –respondió algo extrañado, sin comprenderlo del todo–. Voy, voy –dijo, levantándose de la silla.

Getō giró el rostro y se tapó como pudo con el pelo, también con una mano como si se estuviera rascando la cabeza. Estaba nervioso y no quería que Satoru lo notase.

¿Por qué no puedo hablar como una persona normal cuando estoy con él? No puedo pedirle que actúe con normalidad si al día siguiente le digo estas cosas... Va a pensar que me gusta... ¡Y no!

Con la vista en los documentos, no dijo nada más y deseó pacientemente a quedarse solo en su despacho. Satoru se detuvo un momento, girándose para mirarle de reojo, dudoso de su hablar o no. Le había parecido una despedida demasiado rápida, repentina y extraña, aunque no sabía decir exactamente porqué.

¿Está bien?

Suspiró para sí, a veces Suguru actuaba de forma incomprensible para él. No le dio más importancia, lo mejor era centrarse de nuevo en el trabajo. 

–¿Algo que deba tener en cuenta? –preguntó, sin especificar, en referencia a la reunión que venía ahora.

–No, bueno –Suguru contestó, revolviendo los papeles de su escritorio.

Todo para no mirar a Satoru.

–Es una reunión bastante informal, sólo hay que tomar algunas notas y poco más –añadió.

Satoru asintió de nuevo, aun mirándole y fijándose en cómo Suguru parecía huirle.

Al menos podrías mirarme a los ojos... No hace falta ser tan frío.

–De acuerdo –respondió el chico, girándose al fin para irse, sin quererlo del todo.

Suguru suspiró entre dientes, intentando recomponerse un poco. No podía perder los papeles tan pronto y de una manera tan sencilla, sólo con dos frases de doble sentido mal dichas.

Estoy jugando yo solo y estoy perdiendo igualmente... Qué desastre. ¿Pero qué me pasa?

Chapter 14: Capítulo XIV

Notes:

¡Hola, hola, pichones!
La semana pasada no pudimos actualizar, pero aquí traemos nuevo cap <3
P. D.: si sólo os interesa la relación entre Satoru y Suguru, es probable que estos siguientes capítulos os decepcionen. Como ya sabéis, esta historia se creó mediante rol (cada una llevamos un personaje), y nos gusta experimentar cosas nuevas también para retarnos a nosotras mismas!

Chapter Text

               Satoru salió del despacho, encontrándose la mirada extrañada de Manami. Aún no le conocía, pero era conocido por ser un chico bastante excéntrico y que, muchas veces, no actuaba según lo que la mayoría de gente consideraba "normal".

–¿Todo bien, Gojō-san? –preguntó la mujer.

Satoru, al saber que no iban a echarle, estaba bastante más tranquilo, aunque seguía sin entender la actitud de Suguru.

–Sí, todo bien –respondió, con una sonrisa cortés.

–¿La carpeta? –preguntó ella, estirando el brazo hacia Satoru.

Y, de repente, le llegó una notificación al móvil. No era una notificación corriente –tenía el sonido concreto de una página de citas.

Eso suena a...

Satoru reconoció el sonido de la aplicación, porque una amiga suya solía usarla a menudo, y tenía bastante éxito.

–Toma –le cedió la carpeta que le había pedido.

Manami la recogió con una sonrisa y la dejó sobre la mesa, porque su móvil era mucho más importante. OkCupid le acababa de encontrar un nuevo pretendiente. Atsuya Kusakabe, 33 años. Profesor de secundaria. Natural de Tokio. Le gustaba pescar. Su plato favorito era el torotaku maki.

La mujer enseguida se fijó en las dos fotos que tenía. Dos no eran muchas, pero al menos podía verle bien el rostro. Ojos pequeños y oscuros, pelo castaño revuelto. Patillas. Mandíbula marcada, rostro serio. El cuerpo quedaba a la imaginación, algo que no le gustaba.

–Hmm... –murmuró para sí.

Satoru era cotilla por naturaleza, así que no hizo nada por disimular que le miró la pantalla del móvil para opinar tranquilamente.

–Es bastante guapo –comentó, mirando también atentamente las fotos del hombre.

A Manami se le cayó el móvil de la mano con el sobresalto que se llevó.

–¿De qué hablas? –preguntó, claramente nerviosa, mientras recogía el teléfono y lo bloqueaba.

–Era OkCupid, ¿no? –preguntó Satoru, tan tranquilo–. El tío que te ha dado match es guapo.

Ella notó cómo se ruborizaba a pasos agigantados. Era muy poco profesional estar con el móvil en el trabajo, y más aun viendo posibles ligues. Sin embargo, el comentario de Satoru le llamó más la atención.

–¿Eso crees...? –preguntó con la boca pequeña.

Satoru asintió con la cabeza.

Yo le daba, pero tiene unas pintas de heterobásico que no puede con ellas.

–Claro, míralo.

La mujer volvió a coger el móvil con algo de reticencia y lo desbloqueó. La pantalla se iluminó con la foto del susodicho.

–Bueno, feo no es... –concedió, aunque no estaba muy convencida–. Tenemos pocas cosas en común y... ¿No tiene cara de deprimido?

Está en una app para ligar, tiene que estarlo.

–Mandíbula cuadrada, ojos oscuros, mirada penetrante... Yo lo veo muy atractivo –comentó él–. En este tipo de aplicaciones se ponen cosas muy superficiales. Si quedas con él, puede que encuentres algo que te enganche.

Como su cuenta corriente, como dice Mei.

Manami observó las dos fotos durante unos segundos, dudosa. Era cierto que el hombre tenía su atractivo –el atractivo de los hombres deprimidos y exhaustos, como Nanami Kento. Pero quizá Satoru tenía razón y debía darle una oportunidad. No perdía nada por intentarlo, y ella no solía decir que no –a no ser que fuera un hombre que, desde el primer momento, no le gustase.

–Tienes razón –murmuró–. A mí no me gustaría que, después de haber hecho match, me dejasen en visto. Voy a mandarle un mensaje.

–Claro, mujer –dijo él, sonriendo.

En la cabeza de Satoru no entraba la opción de dejar pasar nunca una oportunidad.

–Ya me contarás qué tal. Y si sale bien la cosa... Satoru si es niño –dijo al final, ampliando la sonrisa, bromeando.

Ella soltó una carcajada.

–Aún es un poco pronto para eso –dijo, bastante más animada–. Primero, que me invite a cenar.

–Eso, eso –siguió él–. Que se lo curre.

–¿Los profesores de secundaria tienen buen sueldo? –preguntó ella.

Manami estaba muy contenta con su trabajo de secretaria. Le había valido para independizarse y comprarse un piso. Y ahora, con los años, iba ahorrando poco a poco y podía permitirse algún capricho. Todos los años se iba de vacaciones una semana –casi siempre, a Okinawa. Y si convencía a alguna amiga, al extranjero –China o Corea, o incluso alguna isla tropical. Pero no era tonta y sabía que el dinero era importante, y puesto que ella se esforzaba en su trabajo para ganar un sueldo decente, esperaba que su pareja hiciera lo mismo.

–Pues... –Satoru se puso la mano bajo la barbilla, pensando–. Más o menos, unos diez millones de yenes al año –comentó.

Manami se sorprendió gratamente. Ella ganaba cuatro millones seiscientos mil yenes al año, y vivía bien. Así que, con ese sueldo...

–Oh, eso está muy bien –dijo–. Con eso se puede formar una familia.

¿Con tan poco? ¿En serio?

–Ah, ¿sí? –preguntó Satoru, extrañado.

Él era un niño rico, nunca le había faltado el dinero y siempre había gastado tanto como le venía en gana y más. Sus padres pocas veces estaban en casa, y ya de adolescente le dieron una tarjeta de crédito para que la usara en lo que creyera conveniente. Nanami intentó educarle en medida de lo que pudo, pero sólo estaba con él a temporadas en la que sus padres se iban bastante tiempo, si no, el chico vivía prácticamente sólo desde muy temprana edad.

Ese estilo de vida le llevó a adquirir gustos demasiado caros para un chaval de su edad que aún no tenía una idea clara de cómo iba el mundo, así que, no sabía valorar del todo el dinero en general.

–Nunca había puesto el ojo en un profesor, la verdad. Siempre me han parecido un poco aburridos... Ya sabes –dijo ella, haciendo un gesto con la mano–. Me pregunto qué explicará... ¿De qué tiene cara?

Y le enseñó la foto a Satoru otra vez para saber su opinión, quien miró de nuevo la foto.

De vago. De odiar su trabajo.

–De profesor de filosofía –soltó él.

Sólo alguien que estudiara filosofía podía estar así de deprimido con la vida. Manami hizo un gesto de asco que no pudo ocultar. No le gustaba la filosofía ni nada que requiriera pensar demasiado.

–Supongo que podría ser peor... Podía ser de matemáticas.

¿Qué tienen de malo las matemáticas?

A Satoru siempre se le habían dado bien los números. En verdad, casi todo se le daba bien, pero en especial, las matemáticas, y le encantaban.

–¿Por qué? –preguntó, sin entenderlo.

–Porque la gente que es tan lista al final es difícil de tratar, ya sabes –murmuró ella sin hacer mucho caso.

–¿En serio? –preguntó él, sorprendido.

Se consideraba muy listo, siempre se lo habían dicho, y era consciente que siempre lo pillaba todo mucho más rápido que la gente a su alrededor, pero nunca se había tenido por alguien difícil, al contrario. Siempre había sido muy abierto con todo el mundo y consideraba que tenía muchos amigos –aunque fuera inconsciente que la mayoría le odiaran un poco.

–Como tienen un cerebro tan desarrollado, la gente corriente no tiene temas a tratar con ellos. Las conversaciones son simples y aburridas. Una vez me pasó, cuando tuve una cita con un médico. Aunque creo que fue porque ese hombre era un poco grosero –explicó ella, frunciendo el ceño al final.

Muchos hombres la trataban de tonta, sólo creían que era una cara bonita, y Manami era mucho más que eso.

Vaya, ¿así que hay gente así?

–Habrá de todo –comentó él, quitándole importancia con un gesto con la mano–. Seguro que ese tipo era un cretino y punto.

Por supuesto, Gojō no consideró ni por un segundo que él pudiera ser como Manami describía.

–Hay muchos hombres que son unos cretinos –ella corroboró–. He tenido cada cita...

Y, de repente, le sonó el móvil.

–¡Ay! ¡Es él, es él! –se alarmó–. Míralo tú que yo no puedo.

Y le dio el móvil a Satoru como si fuera una piedra ardiendo. La mujer estaba sobreactuando un poco, pero… ¿Qué era la vida sin un poco de drama?

Pero.

A Satoru le saltó el teléfono un par de veces antes de poder sujetarlo correctamente. Miró la pantalla.

–Te ha saludado –dijo él.

–¿Sólo eso? –Manami arqueó una ceja, y después suspiró profundamente–. Qué soso.

¿Qué te esperabas como introducción? «¿No nos conocemos de nada, pero deberíamos?» ¿A quién le funciona eso?

–Bueno, un "buenos días, preciosa" no me parece mal comienzo –dijo él, mirando la pantalla aún.

–¿Me ha llamado preciosa? –preguntó ella, de forma exagerada.

Parecía que se le había pasado el mal humor.

–Qué salado. Salúdale de mi parte, algo agradable –sonrió.

Pero... ¿Es bipolar?

Satoru empezaba a preguntarse si era el secretario de la secretaria de Getō Suguru. Pero, el chisme estaba interesante.

–Claro –respondió él tan tranquilo–. Muy buenas, bombón –dijo en voz alta mientras escribía.

Y envió sin dudarlo.

–¿Eso no será demasiado directo? –Manami murmuró, sin ser consciente de que ella era siempre así.

–¿No estás interesada? –preguntó.

Satoru siempre era directo, y siempre le funcionaba. Otra vez volvió a oírse el sonido de la aplicación. Ya para no perder la costumbre, el propio Satoru desbloqueó el teléfono –se le había quedado el patrón al vérselo a Manami– y leyó el mensaje.

–Yo creo que le ha gustado –respondió, ojos fijos en la pantalla.

Y volvió a teclear lo que él quiso.

–¿Cómo lo sabes? ¿Qué te ha puesto y qué le has escrito? –Manami se asustó, estirando el brazo para quitarle el teléfono a Satoru.

–Porque está preguntando si le apetecería ir a tomar algo con él –respondió–. ¿Qué plan tiene para mañana a las ocho? –preguntó él, dejando que Manami le quitara el teléfono.

–¿Ya? ¿Tan pronto? –la mujer se sorprendió.

Abrió la conversación y la leyó con sus propios ojos. Aunque tampoco era muy larga, un par de frases de flirteo estándar y, como había dicho Satoru, una invitación para tomar algo.

–Estoy libre, pero... ¿Debería quedar con él? Sí, ¿no? –miró al joven esperando una confirmación.

¿Para qué le das match tú también?

–Claro, es el objetivo, ¿no? –preguntó él.

¿Es que no quiere tirárselo? ¿Para qué una app de citas sino?

–Sí, claro... Pero...

Lo cierto era que, aunque Manami era una mujer muy directa en cuanto a hombres se tratase, sin vergüenza alguna, se bloqueaba un poco cuando sucedía al revés y eran los hombres los que movían ficha primero.

–Bueno, sí. Vamos a hacerlo. No pasa nada por quedar a tomar algo nada más conocerse –dijo, como si se estuviera dando ánimos a sí misma.

Y mandó el mensaje.

–Claro que sí, mujer. Hay que disfrutar –respondió, alegre.

Manami suspiró con emoción, sonriente. La perspectiva de conocer a alguien, aunque saliese mal, le gustaba. Era alguien muy sociable y tenía que satisfacer sus necesidades.

–A ver qué sitio elige... Quizá un izakaya, o una cafetería... Aunque es un poco tarde para tomar café –dijo, pensando–. Dependiendo del sitio, escogeré el modelito.

Te ha dicho de quedar por la noche. Este quiere tema... Y por cómo miras a Getō o las sutilezas poco sutiles que me lanzas, tú también.

Satoru hizo como si pensara.

–Seguramente te diga de ir a cenar, yo de ti escogería algo arreglado, pero no demasiado. Un vestido y unos tacones que resalten esas piernas que tienes –dijo a modo halago.

Manami se ruborizó levemente, regalándole a Satoru una de sus mejores sonrisas.

–Es una buena opción –murmuró, coqueta, mientras se atusaba el pelo–. Pero hasta que no llegue el último momento, no lo decidiré.

–Claro, pero déjame despedirme de forma coqueta, que así le dejo con las ganas y le pillas mucho más animado –dijo Satoru, robándole el teléfono mientras ella seguía sonriéndole de forma coqueta.

Justo en ese momento, Suguru salió del despacho. Iba a pedirle un café a su secretaria, como todas las mañanas. Pero lo que se encontró fue mucho más interesante.

¿Tonteando ya por la mañana? Parece que la primavera ha llegado antes de tiempo a la oficina... ¿Satoru le está dando su móvil? Vaya... Sí que se olvida pronto de las cosas... Aunque eso no debería sorprenderme, si ya lo sé. Debo ser tan aburrido que ni siquiera merezco un poco de consideración.

El momento, sin querer, le amargó un poco en la boca. No quería que Satoru le guardase algún tipo de decoro, pero estuvieron a punto de besarse en el ascensor y ahora el chico estaba coqueteando descaradamente con su secretaria.

Empieza bien la mañana.

Suguru no sentía celos, pero sí algo dentro de él se molestó. Otra vez se sentía ignorado y olvidado, humillado por la misma persona. Le había dicho que debía actuar con normalidad, pero... Flirtear con Manami no entraba dentro de esa normalidad, y menos delante de sus narices.

–Manami –la llamó desde la puerta con voz neutra.

Manami y Gojō no habían visto la puerta abrirse, ni fueron conscientes de que Getō estaba ahí hasta que habló. La mujer intentó colocarse mejor, conservar el decoro que se supone debería de tener –hablar con su compañero sobre un posible ligue en una app de citas y que él le escribiera por ella, no era lo más profesional.

Satoru, en cambio, seguía sentado encima de su mesa, relajado, con el teléfono de ella entre las manos. No había hecho nada malo, por lo que en ningún momento pasó por su cabeza que la situación se pudiera malinterpretar.

–Dígame, Getō-sama –respondió ella, de pie, mirándole aún con media sonrisa en la cara.

–Un café, por favor –contestó el moreno, parco en palabras, y volvió a su despacho.

La mujer tragó saliva cuando escuchó el ruido de la puerta al cerrarse. Su jefe no solía ser tan seco con ella.

–Creo que se ha enfadado... –murmuró.

Satoru ladeó la cabeza, confundido. Le devolvió el teléfono a Manami –ya le había escrito el último mensaje a Kusakabe.

–Ah, ¿sí? –preguntó–. ¿Por qué?

–Porque no estamos trabajando –suspiró ella, y se estiró la blusa–. Será mejor que vaya a por ese café. Y mientras puedes ir avisando a los becarios para la reunión.

Satoru asintió con la cabeza, debía empezar de una vez.

–¿Dónde están? –preguntó.

–En esta lista están apuntados los departamentos donde trabajan. Llama a cada jefe de sección y que se lo comuniquen a sus empleados. Recuerda, la reunión es a las 12 –explicó ella.

–Ahora mismo me pongo a ello –obedeció el chico.

Bueno... Sí que estábamos charlando tranquilamente... Supongo que eso, como jefe, no gusta...

–Gracias. Vuelvo enseguida. ¿Quieres algo? –preguntó la mujer antes de marcharse.

–¿No irás muy cargada? –preguntó.

–¿Con dos cafés? Claro que no –Manami se rio.

–Pues si no te importa cogerme un chocolate... –respondió él.

–Por supuesto –dijo ella, sonriente.

Y se encaminó hacia las máquinas expendedoras con su característico andar de modelo. Satoru le miró el culo de reojo mientras se iba.

Me parece que estas semanas van a ser entretenidas...

Abrió la carpeta para ver el primer candidato y llamar a su correspondiente jefe del departamento para decirle la hora a la que tendría que presentarse al matadero.

Bueno, primero. Este me va a gustar.

–Buenos días, despacho de Gojō Satoru –se presentó de tal forma, con toda la naturalidad del mundo–. Al habla el excelentísimo Gojō Satoru –comentó con una sonrisita–. ¿Hablo con Nanamin?

No tardó en oír el suspiro cansado del hombre al otro lado de la línea.

–Ni es tu despacho ni eres excelente... –respondió el hombre.

Por un momento se había permitido el lujo de pensar que Satoru iba a dejarle en paz, y ahora se daba cuenta de lo iluso que había sido.

–¿Me echas de menos? –preguntó Satoru–. Yo un poco, pero aquí al menos tengo despacho –le echó en cara.

Nanami no había sido nada considerado con él, no le había consentido ni siquiera un poco.

–Satoru, voy a colgar –dijo ya apartando el teléfono de su oreja.

–¡Espera, espera! –pidió Satoru, alzando la voz–. Necesitaría que...

Procedió a contarle a Nanami que necesitaba que hablara con uno de los becarios para el tema de la reunión de las doce.

*

               Suda Manami se retocó el maquillaje en los servicios del metro. Llegaba algunos minutos antes, su reloj marcaba las ocho menos diez. Se observó unos segundos en el espejo. Llevaba el cabello limpio y ondulado, su color rosáceo brillaba con fuerza. Se había maquillado como siempre –ojos nude y labios rojos.

Le había hecho caso a su nuevo compañero Gojō Satoru, y había escogido un sencillo vestido negro. De manga larga, tobillero y escote de barco, el algodón sintético se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y no dejaba nada a la imaginación. Medias transparentes y unos stilettos de igual color. Se protegía del frío con un abrigo de paño beige y un cuello de pelo gris. En el bolso de mano llevaba todo lo necesario para la noche –la cartera, el móvil, polvos matificantes, pintalabios y preservativos.

–Estupenda –se dijo a sí misma, y salió.

Había quedado con su cita en un izakaya próximo a la estación de Shibuya. Kusakabe Atsuya. ¿Cómo sería en persona?

Maldita sea...

Kusakabe salió del trabajo, animado como de costumbre, preguntándose qué estaba haciendo con su vida y por qué seguía aguantando niños de instituto a los que sólo les apetecía reclamar su independencia y desafiar la autoridad. Encima, hoy había tenido reunión con la junta de padres, que eran aún peores que sus hijos –la cual había olvidado por completo hasta esa misma tarde.

De verdad. ¿Por qué seguía siendo jefe de estudios? Con lo bien que estaría sin hacer nada... O mejor aún. ¿Por qué seguir dando clases?

–Encima no me da tiempo de pasar por casa antes de la hora acordada...

A Kusakabe tampoco le entusiasmaba la idea de ligar con una aplicación de citas, pero su trabajo le dejaba pocas alternativas.

La mujer era muy guapa, a decir verdad... Aunque no sé por qué me meto en esos berenjenales, si yo ni siquiera busco pareja... ¿Cómo me dejé liar para quedar tan pronto, sin haber hablado apenas? Esa chica sabe cómo embaucar a un hombre...

Sin cambiarse, aún vestido con el traje, la gabardina y el maletín, cogió el tren para llegar a Shibuya cuanto antes.

Manami entró en el izakaya con los ojos bien abiertos, atenta por si veía al susodicho –los bares, a esas horas, estaban llenos de trabajadores que habían acabado su jornada y bebían un poco antes de ir a casa. Y, para su desgracia, su cita parecía un hombre de negocios promedio.

Cabello castaño y ojos oscuros, piel clara y cara de deprimido. En verdad, todo en él parece bastante estándar... ¿Habré escogido bien?

Fue caminando entre las mesas, colocadas casi como en un laberinto de clientes. El local era bastante amplio y tenía la barra al fondo. En las paredes había fotos de películas famosas nacionales, aunque la decoración era bastante típica. Al final, los izakaya se parecían todos entre sí.

Bueno, no pasa nada por tener una primera cita que salga mal. No va a ser la última vez que me pase... Sólo espero que no se ponga muy pesado si me quiero ir pronto...

La mujer fue sorteando los clientes hasta que llegó a la barra y se sentó en una banqueta libre –ya ocuparía una mesa cuando su cita apareciese y pidieran algo de cenar.

¿No está aquí? La gente impuntual no es de fiar...

Un poco molesta, pidió umeshu con té verde mientras esperaba. Kusakabe entró al izakaya a las ocho y cinco.

Pensaba que llegaría antes... Espero que no se enfade.

Ojeó por dentro del local hasta encontrar la cabellera rosada de su cita, y notó cómo, pese al cansancio del día, se animaba un poco.

–¿Manami? –preguntó, en cuanto se acercó a ella–. Soy Kusakabe.

Ella ladeó la cabeza haciendo una sutil reverencia, sonriendo suavemente.

–Encantada.

Y empezó a analizarle con ojo clínico.

Lleva la gabardina un poco arrugada... Al menos ha tenido la decencia de venir en traje. No, ese maletín es porque ha salido de trabajar, ¿verdad? Bueno, quizá tenga excusa para haber llegado tarde... Pero sólo si se disculpa.

–Me he sentado aquí, pero podemos ir a una mesa si lo prefieres –dijo, cordial.

–Claro –dijo él, dándole paso con un gesto con el brazo.

Madre mía, qué guapa es...

Acompañó a la chica a la mesa, apartándole la silla para que se sentara y acercándola luego a la mesa.

Más vale currárselo un poco...

Se sentó enfrente de ella.

–Disculpa la tardanza, tenía reunión con los padres y se ha alargado más de lo que pensaba.

Concretamente dos horas, las que ha durado.

–Es verdad, que tu perfil indicaba que eres profesor de secundaria. ¿Cómo es dar clase a un montón de adolescentes alocados? –ella se interesó.

El trabajo era una parte importante de cada uno, y quería saber si el susodicho tenía futuro como posible candidato a pareja.

Si se le dan bien los niños... Eso también es un plus.

Una mierda. Odio a los niños.

Atsuya alzó la mano hacia el camarero para pedir un par de cervezas, para él y su acompañante.

–Se hace duro a veces, están en una edad muy mala –comentó él.

Pero bueno, prefiero no hablar de los motivos de mi posible futura depresión.

–Pero bueno, no hablemos de mí –dijo con una media sonrisa, cansado–. ¿Qué hay de ti?

–Bueno, ser secretaria no está tan mal. Es cierto que paso muchas horas delante de un ordenador, revisando documentos y eso... Pero estoy contenta –respondió.

El camarero llegó con las cervezas y las sirvió. Manami no dijo nada, pero no le gustaba la cerveza –le podía haber preguntado antes de pedir.

–¿Algo para picar? –preguntó el camarero, sacando una libreta.

–Por mí sí. No puedo beber con el estómago vacío –ella se adelantó a decir, mirando a su cita.

–Claro, escoge lo que quieras –ofreció él.

Yo sólo quiero beber.

Bebió un buen trago a su cerveza.

–Y si quieres, luego podemos ir a cenar... –comentó, como quien no quiere la cosa.

–En ese caso, una ración de tempura será suficiente –contestó ella, y el camarero lo anotó antes de irse.

¿Ha reservado en algún sitio? Para una primera cita, aquí se está bien, pero... Si me invita a un sitio caro, no me voy a quejar.

–Y... ¿Qué te llevó a hacerte un perfil en una aplicación de citas? –preguntó ella, volviendo su atención al hombre que tenía enfrente–. No pareces un hombre muy habituado a ello...

Mis compañeros, que son muy pesados con que me voy a quedar soltero.

–Mis compañeros de trabajo me animaron a ello –comentó–. Con las clases y siendo jefe de estudios, luego no me queda mucho tiempo para mí.

Bebió otro trago, agradeciendo el sabor amargo y refrescante en su garganta.

–Si te digo la verdad... Eres la primera con la que tengo una cita –dijo rascándose la cabeza, algo avergonzado.

Y no sólo por la aplicación... Sino desde hace años.

Manami no supo cómo tomarse eso. Por un lado, le gustaba ser la primera. Los hombres tímidos e inexpertos tenían su aquel. Pero, por otro, ¿eso no era malo? Es decir, ¿y si no salía con mujeres porque era un desastre?

No me gusta pensar mal de la gente, pero... Bueno, que nos estamos conociendo. No me voy a poner en lo peor.

–Bueno... No quiero que te pongas nervioso tampoco... Sólo nos estamos conociendo, no hay más implicación... –murmuró ella, sonriendo un poco para restarle importancia al asunto.

Supongo que sí, y encima hoy, que estoy agotado... No había más días...

Le devolvió la sonrisa de forma cortés, dejando de nuevo el vaso de cerveza sobre la mesa –del que ya había bebido más de la mitad.

Va, que a ti antes del divorcio esto se te daba bien...

–Claro, sí, es eso –comentó él algo nervioso.

Joder... Acabo de recordar que no, que siempre me pone nervioso hablar con mujeres guapas...

Se pasó un par de segundos en silencio, sin saber bien qué decir.

Va, sácale tema de conversación o algo... Que al final la espantas...

–Y... ¿Tú qué aficiones tienes? –preguntó, de forma un poco torpe.

–Me gusta mucho la moda, ya sea comprar o simplemente ver escaparates. La lectura y el pilates –contestó Manami–. Ir al cine, pasear... Tampoco nada extraordinario.

Eso era cierto –sus gustos eran sencillos pero caros.

–También me gustan los animales, y hubiese adoptado un gatito si no trabajase tantas horas en la oficina –añadió.

Vaya, no coincidimos en nada.

A Atsuya no le agradaba la ropa en especial, se vestía con traje para ir a trabajar –aunque prefería la comodidad de la ropa deportiva. El cine y pasear... Eran aficiones que, indudablemente, requerían de contacto con otros seres humanos, y no era algo que a él soliera hacerle especial ilusión.

–¿Sí? Yo tengo un par en casa –comentó, tirando por ese filón–. Me hubiera gustado tener un perro, pero no tengo horas para sacarlo a pasear y todos los cuidados que requiere. Los gatos se entretienen solos, así juntos.

–Oh, ¿tienes alguna foto? Me encantaría verlos, si no es mucha molestia –Manami se interesó, bebiendo un sorbo pequeño de cerveza.

–Claro –respondió, sacando su móvil del bolsillo y buscando alguna de los bichos.

Alargó la pantalla hacia su compañera cuando tuvo la foto deseada, donde se podían observar dos gatos del mismo tamaño, uno tumbado y el otro sentado, ambos mirando a cámara.

Uno era blanco, de pelo corto y ojos azules, era el que estaba tumbado, al revés, como si pidiera mimos para que le acariciaran la barriga. El otro, negro de pelo largo y brillante, ojos verdes, sentado, más comedido, mirando a cámara.

–¡Son preciosos! –dijo ella con entusiasmo.

Acercó el rostro a la pantalla para ver a los animales, colocando su mano sobre la de Kusakabe de manera consciente –pero discreta, como si fuese un gesto involuntario.

–¿Cómo se llaman? –preguntó, girando el rostro para mirar al hombre.

Con sus ojos verdes –también de gata, o tigresa. Kusakabe notó el cosquilleo donde la mano de Manami le rozaba. Alzó la vista hacia ella, y no pudo evitar quedarse embobado al verla.

Dios, es preciosa... ¿Qué hace una mujer como ella quedando con un pardillo como yo?

Desvió la mirada, esperando con todas sus ansias que no se notara el sonrojo en su rostro.

–Shiro y Kuro... –mencionó, con cierta vergüenza.

Madre mía, va a pensar que soy un sieso...

Las pupilas de Manami se dilataron de igual forma que las de los felinos de la foto. Lo cierto era que, a pesar de la apariencia seria y desgastada, aquel hombre parecía mucho más sensible. Y eso le gustaba.

Me gusta cómo se sonroja. ¿Qué pasará cuando le diga algo subido de tono? Por la app parecía más lanzado... Será que en persona le da vergüenza. Qué tierno.

–Unos nombres muy bien escogidos –murmuró, bajando un poco el tono, sin dejar de mirarle.

Kusakabe se vio obligado a apartarle la mirada, claramente nervioso.

Estoy muy oxidado...

–El blanco es Kuro y el negro Shiro –aclaró, pero sin apartar la mano.

La mujer esbozó una sonrisa lentamente, disfrutando con el pequeño toque de humor sarcástico del hombre. Iba a hablar cuando el camarero apareció y les dejó su ración de tempura sobre la mesa.

Vamos a darle un respiro, no vaya a salir corriendo con el rabo entre las piernas.

–¿Y cuáles son tus aficiones? –preguntó, recostándose sobre la silla mientras se llevaba un trozo de zanahoria a la boca.

Kusakabe pudo respirar algo mejor.

Me va a dar un infarto...

–No hay mucha cosa... Me encanta la pesca. De vez en cuando, algún fin de semana, me gusta evadirme de la ciudad yéndome a la montaña de acampada, y me paso el día pescando en el lago –explicó, disfrutando de su afición.

Dios, va a pensar que soy un aburrido. Que lo soy, pero bueno.

–A mi padre y a mi abuelo también les gustaba mucho pescar –dijo ella cuando terminó de probar la tempura.

Hablaba en pasado aunque su padre no había fallecido. Su familia era reducida, sus padres, una tía y sus hijos, un poco más mayores que ella –ya casados y con niños. Lo que aumentaba más la presión para que se casase y formase una familia.

–Mi abuelo no era de Tokio y todos los veranos íbamos al pueblo. A mí me gustaba, pero cuando me hice un poco mayor empecé a ver todo aquello como un aburrimiento y lo fui abandonando –confesó.

Y ahora aborrezco el campo y todo lo que tenga que ver con él. Está claro que tenemos pocas cosas en común...

Esto avanza de maravilla... Te acaba de llamar aburrido.

Atsuya sonrió con un gesto de ligera incomodidad antes de volver a coger el vaso de cerveza y beber del contenido.

–Sí, puede parecerlo un poco, aunque a mí me relaja y me ayuda a desconectar del bullicio de la ciudad y del instituto... –siguió, como si se justificara.

¿Qué tiene de malo la tranquilidad?

Manami le devolvió la sonrisa, también un poco forzada. No quería sonar así, pero quizá sus palabras no habían sido las mejores.

Creo que, si soy un poco más dura con él... Acaba por desinstalarse la aplicación y renegando de las mujeres. ¿Qué hago? Es un hombre atractivo, y parece un buen tipo, pero...

Un camarero pasó por su lado y le pidió un poco de agua con limón. Después, le cedió su cerveza a Kusakabe, viendo que casi se había acabado la suya.

–Puedes quedártela. Lo cierto es que la cerveza no me va mucho... –murmuró, manteniendo la sonrisa para no hundirle más en el barro.

Vamos, y encima pides para ella... Cagada tras cagada... Estoy desentrenado.

Kusakabe nunca había sido alguien ligón, aunque de joven, antes de casarse, había tenido sus novias y sabía cómo hablar con ellas. Ahora parecía que su ex mujer, además de quedarse con la casa y sus ganas de vivir, también se había quedado con el poco encanto que podía tener.

–Lo lamento, no debí darlo por hecho...

¿Cómo puedo remontar esto? Antes de perder la dignidad también.

–No pasa nada, tendría que haber dicho algo cuando pediste. Ha sido culpa mía –ella comentó, manteniendo la sonrisa–. Sé que es raro que a alguien no le guste la cerveza, pero...

Se calló porque no supo cómo continuar –además de que el camarero le llevó su agua. Lo agradeció y lo primero que hizo fue darle un trago.

–Igual hoy no ha sido el mejor día para quedar. Has tenido una reunión de trabajo, estás cansado... –murmuró, apartándose un mechón de pelo detrás de la oreja.

No, es que ya no estoy acostumbrado a esto...

–Tranquila, no te preocupes –respondió, dándole otro trago a la cerveza, el vaso de Manami esta vez–. Me emocioné al ver que una chica tan guapa se interesaba en mí...

Mierda, no debí decir eso...

La sonrisa de Manami se hizo grande, esta vez de forma sincera. A una persona un tanto egocéntrica como ella, los halagos eran como la droga. Ladeó el rostro levemente y miró a Kusakabe con coquetería.

–¿Consideras que estoy fuera de tu alcance? –preguntó, buscando más cumplidos.

Pero... ¿Qué clase de pregunta es esa?

Kusakabe gruñó un poco, pensativo. De normal, era posible que le soltara algún comentario, pero esos ojos...

–A ver... No sé si las palabras son esas, pero... No pensaba recibir respuesta al principio.

–Bueno...

Vamos a subirle un poco el ánimo, a ver si mejora la cosa...

–Aunque no tengamos muchas cosas en común, creo que podemos llevarnos bien –dijo Manami, sonriendo levemente.

Kusakabe volvió a alzar la vista hacia ella, aún a su lado.

Vamos, actúa, que no piense que eres un sieso. Ayer por chat te salió bien.

Acercó un poco la mano en dirección a la de ella, como un gesto sutil.

–Pienso lo mismo... –murmuró, devolviéndole la sonrisa.

La mujer le aguantó la mirada unos segundos, observando sus pequeños ojos marrones. Lo cierto era que, aunque ese hombre fuese bastante corriente, le gustaba. Le atraía sexualmente hablando.

Será ese aire a hombre desquiciado... Me dan ganas de atarlo a la cama y hacerle de todo.

–Prueba la tempura, está buena –dijo, y cogió un trozo y se lo acercó a la boca.

Kusakabe abrió la boca por acto reflejo y dejó que Manami actuase. La mujer llevó la tira de berenjena a los labios del hombre y dejó que él mismo la mordiese, rozando su mano con las falanges –sin apartar la mirada de él. Él, igual que ella, la miró fijamente a los ojos mientras mordía la verdura, besando tímidamente sus dedos.

La comisura de los labios de Manami tuvo un pequeño tic, un ligero movimiento hacia arriba –apenas de un segundo. La mirada penetrante de Kusakabe, el brevísimo roce de sus labios sobre las yemas de los dedos.

Es... Sensual...

–¿Rico? –preguntó casi en un susurro.

Kusakabe asintió con la cabeza, aun mirándola fijamente.

–Mucho –respondió, agravando el tono de voz.

En un gesto cómplice, Manami se llevó los dedos a sus propios labios y los besó suavemente.

–Te lo he dicho –dijo, acercándose un poco a él.

Atsuya, mirando fijamente a la chica, no se perdió lo que hacía, observando atentamente sus labios, con hambre de repente.

Qué sexy es... Y qué guapa...

Al igual que ella, él también se acercó, desviando su brazo por la espalda de la chica, atreviéndose a posar la mano sobre su cintura.

–Aunque apuesto que hay algo que está aún más rico... –murmuró.

Chapter 15: Capítulo XV

Notes:

¡Hola, hola, pichones! Nueva actualización con un día de retraso, lo sentimos! Se acerca la Navidad y son unas fechas para estar con la familia y abandonar un poco el ordenador (por lo menos para nosotras). En principio, la semana que viene habrá actualización, pero si no la hubiera, deciros que os deseamos a todas unas felices fiestas y una feliz entrada de año nuevo <3<3 Nos habéis hecho muy felices apoyando este fic del que estamos muy orgullosas :)

Chapter Text

Ella sintió un cosquilleo muy agradable. La piel debajo de la tela del vestido se erizó allí donde él acababa de dejar la mano.

–¿El qué? –preguntó, muy despacio, jugando con la forma de sus labios para que parecieran más carnosos.

Regalándole una caída de ojos con sus largas y redondeadas pestañas con rímel. Kusakabe siguió acercándose hasta que sus labios prácticamente se rozaron, sintiéndola tan cerca, su aliento entremezclándose.

–Tú –susurró, justo antes de hacer contacto con los de ella.

Manami aceptó el beso con gusto, un poco sorprendida de que un hombre tan vergonzoso se hubiese lanzado en público. Fue un beso suave, delicado, labio contra labio. Apenas duró unos segundos.

Se ha lanzado... Parece que ya está cogiendo más confianza... ¿Querrá llevarme a un hotel después o eso ya será mucho?

Cuando se separaron, ella permaneció muy cerca de él –sin que apartase el brazo de su cintura, embriagándose con su aroma a loción de afeitado y tabaco.

–Al final vamos a llevarnos bien –dijo, mirando al hombre con un brillo especial en los ojos.

Kusakabe sonrió, cómplice.

Venga, que ya estoy cogiendo fuerza.

Acarició con el pulgar suavemente la cintura de la chica, en un intento de hacer un poco más íntimo el momento.

–Claro, soy muy simpático –dijo con un cierto deje de diversión.

No, no lo era. De hecho, solía ser bastante seco.

–Es lo que me llamó la atención la primera vez que vi tu perfil –ella contestó, claramente bromeando.

Bebió un poco más de agua y empezó a comer, colocando el cuenco de tempura entre los dos –cuanto antes se acabase, antes se irían a donde fuera, restaurante u hotel.

–Cuéntame más cosas sobre ti –pidió.

Kusakabe sonrió, aún sin apartar la mano de ella, bebió otro trago.

–No hay mucho más tampoco –comentó, más relajado y extrañamente animado–. Soy un aburrido profesor de secundaria, divorciado y con dos gatos al que le gusta pescar y cocinar –dijo, sin darle más importancia.

Debería decirle lo otro, sólo por si acaso...

–¿Estás divorciado? –Manami se sorprendió.

No debería hacerlo, la ratio de divorcios en Japón era bastante alta. Pero se imaginaba que Kusakabe no había tenido suerte en el amor, como ella.

Bueno... Supongo que es normal que tenga curiosidad por eso...

A Kusakabe no le gustaba hablar de ese tema, pero comprendía que entraba en la dinámica de conocer a alguien. Asintió con la cabeza, mirando al plato de tempura y cogiendo un pedazo de zanahoria, para distraerse con algo.

–Desde hace dos años –dijo luego.

Manami se dio cuenta de que había sacado un tema de conversación que no era agradable. No hacía falta ser un lince para notarlo.

Qué bocazas soy... Tendré que decir algo malo de mí para compensar.

–No sé por qué, pensaba que no habías tenido suerte en el amor. Como yo –murmuró, mirando su vaso de agua–. Ya he perdido la cuenta de las veces que mis padres me han dicho que querían nietos.

Kusakabe se encogió de hombros.

–Bueno, lo dejamos, así que tampoco se puede decir que la tenga –comentó, intentando quitarle hierro al asunto.

Si es que, éramos muy jóvenes...

Manami asintió levemente, separándose un poco del hombre. No quería que la cita se torciera ahora que parecía ir bien, pero por su cabeza comenzaron a pasar todos los hombres que había ido conociendo a lo largo de su vida –y que llenaban su enorme lista de fracasos amorosos. Sabía lo que muchos pensaban sobre ella –que era una mujer fácil, de una noche, directa y deslenguada. Algunos incluso se atrevían a calificarla de «usada», como si de un coche viejo se tratase.

–Empiezo a pensar que es algo que nunca va a llegar... –murmuró, más para sí que para su acompañante, sumida en sus pensamientos.

Atsuya no pudo evitar lo que su boca soltó por él.

–Bueno, si esto sale bien, tendrás una –comentó, de forma natural–. Aunque algo crecidita.

Mierda. El tacto no es lo mío.

Manami se giró como un resorte para mirar al hombre. Con los ojos bien abiertos, con cara de sorpresa.

–¿Qué? –preguntó.

Él se tapó los ojos con una mano.

Ahora sí que la has espantado...

–Lo siento, no debí decirlo así... –murmuró, algo arrepentido.

Soltó una carcajada algo incómoda, volviendo a coger el vaso con la cerveza, con ganas de acabársela de un trago.

–Se supone que esto debía decirlo con cuidado...

–Puedes decirlo –ella se apresuró a hablar, un tanto nerviosa–. No pasa nada.

Kusakabe sacó el teléfono de su bolsillo y buscó por la galería de imágenes.

–Esta es Miwa, mi hija –dijo, enseñándole la foto de una adolescente muy risueña, de pelo largo y azulado.

Los ojos de Manami se hicieron aún más grandes. Vio una adolescente muy alegre, físicamente muy distinta al hombre que tenía al lado, vestida con un peto vaquero y una camiseta negra. Llevaba un metro en la mano, y parecía estar haciendo algún tipo de arreglo en casa –ayudando a su padre.

Pero esta niña... Parece tener la edad de las sobrinas de Getō-sama.

–Es muy guapa... –murmuró, porque era cierto–. Es monísima.

–Tuvo suerte, salió a la madre –comentó con gracia, sonriendo.

Lo cierto era que adoraba a su hija, hablando de ella, su expresión dura se suavizaba bastante.

–Oh, venga, tú tampoco estás mal –dijo ella, golpeando suavemente el brazo de Kusakabe–. ¿Cuántos años tiene?

–Diecisiete –respondió–. Y gracias –añadió luego, con una sonrisa.

–Supongo que no será fácil criar a una niña después de un divorcio... Aunque se la ve muy buena –dijo ella.

–Es un cielo, la verdad –respondió él, aun mirando la foto con ternura–. Nunca ha puesto ningún impedimento.

Manami esbozó una sonrisa, mirando a Kusakabe de reojo. Había dulzura en su voz –un padre orgulloso de su hija. Y eso enterneció a la mujer. Se volvió a pegar a su cuerpo, brazo con brazo.

–Ser padre soltero es... Ciertamente sexy –dijo sin vergüenza alguna, coqueta.

Las alertas de Kusakabe se activaron en ese momento.

¿Me está mandando señales?

Se giró para mirarla, aun dudando.

–No... ¿No te parece un impedimento? –preguntó.

–Por supuesto que no –ella contestó con una sonrisa–. ¿O es que ella se mete en tu vida sentimental?

Kusakabe volvió a bajar la cabeza con algo de vergüenza, alzando la mano en señal de victoria interiormente.

–Me gestiona OkCupid. ¿Eso cuenta? –preguntó.

–¿Cómo que te lo gestiona? ¿Significa que ella ha visto mi foto y le ha parecido bien? –Manami preguntó, ciertamente sorprendida.

–Eso mismo –afirmó él.

Manami se ruborizó sin poder evitarlo. Apenas se estaban conociendo, pero el hecho de saber que la hija de su cita estaba de acuerdo con ello, que le parecía bien, le hacía sentirse avergonzada como una niña pequeña.

Sé que los hijos pueden ser un problema a la hora de que los padres busquen nuevas parejas, sobre todo por ese complejo de madrastras que tienen algunas... Pero estoy contenta. La cosa va por buen camino, ¿no?

–Vaya... Me siento halagada... –murmuró, aún sonrojada.

Kusakabe sonrió con el rubor de su acompañante. Se le hacía agradable que, por una vez, fuera al revés. Acercó de nuevo el rostro al de ella.

–Y tiene buena intuición –respondió, agravando la voz.

Manami asintió levemente con los párpados, ladeando el rostro y siendo ella, esta vez, la que daba el beso. Otro igual de suave que el primero –no quería llamar la atención.

–Igual... Podríamos acabarnos esto e ir a otro sitio más privado... –susurró contra sus labios.

Kusakabe gruñó complacido sobre sus labios, sin apartarse de ella.

–Me apetecería mucho... –murmuró.

Manami estiró el cuello y le dio otro beso a modo de respuesta, porque no sabía qué contestar. Kusakabe correspondió encantado al beso, intentando incluso alargar un poco el contacto.

Lugar privado... ¿A qué se refiere exactamente? ¿A su casa? ¿A la mía? ¿Un hotel? Mi casa está hecha un asco, que esta semana la niña está con su madre...

El hombre se encontraba con un pequeño dilema en ese momento. La invitaría a su casa para que viera que la tiene en consideración, pero tampoco quería que pareciera que corría demasiado. No podía autoinvitarse en la de ella, no le correspondía a él decidirlo, y no sabía si se tomaría a mal lo de ir a un hotel –que no pensara que sólo iba a echar un polvo, para eso no se complicaba la vida hablando y socializando.

–¿Dónde te apetecía ir? –preguntó.

La mujer dudó un momento. Sabía dónde quería ir, pero no quería que Kusakabe acabase pensando como todos –que ella era demasiado fácil por tener sexo en la primera cita. ¿Acaso había una regla no escrita que lo impedía? ¿Por qué los hombres la menospreciaban cuando eso pasaba?

–Un hotel... –susurró, porque no le quedaba otra opción.

Su casa estaba descartada, y tampoco quería ir a la de él porque lo veía muy pronto –era su primera cita después de todo.

Ah, pues funcionará así ahora. Es mi primera cita desde hace años.

Kusakabe asintió de nuevo, sin decir nada.

Aunque no conozco ninguno por aquí... ¿Debería dejar que guíe ella?

–Iremos donde tú quieras –respondió, antes de coger otro pedazo de verdura para dárselo a ella esta vez.

Manami sonrió y atrapó el trozo de verdura con la boca, rozando de forma evidente las yemas de los dedos de Kusakabe con los labios. Sin apartar la mirada de él, como si fuera un avance a lo que iban a hacer.

¿Pensará que soy muy directa? Al principio, todos están encantados de tener sexo en la primera cita, pero luego se enfadan porque soy un poco fresca... ¿Debería decirle algo?

–No... No te parece mal, ¿verdad? –preguntó, dudando, como si hubiese perdido la confianza un momento.

A Kusakabe se le subió todo a la cabeza al ver el gesto de Manami.

Es muy lanzada... Tengo que estar a la altura...

–¿Por qué iba a parecerme mal? –preguntó, algo confundido.

–Por si... Te parece demasiado pronto... –contestó ella con la boca pequeña.

–Manami... Tuve una hija con dieciséis años... –explicó, de forma calmada–. Tengo una definición diferente para «demasiado pronto».

La mujer sonrió complacida, y él también. Continuaron charlando cordialmente, conociéndose un poquito más mientras acababan su tentempié. Como un buen caballero, Kusakabe pagó la cuenta y salieron del local. A Manami no le importaba pagar, pero reconocía que le gustaba que la tratasen como a una reina.

Ya en la calle, ella sacó su teléfono y buscó un hotel. Había bastantes –estaban en una zona céntrica de la ciudad–, y se encaminaron hacia el más cercano. Fue ella la que se agarró al brazo de él por la calle, manteniendo el suave contacto entre ambos.

–La habitación la podemos pagar entre los dos. No tienes que hacerlo para impresionarme –dijo ella cuando llegaron a la puerta de la habitación, parándose antes de entrar.

Kusakabe le sonrió de forma cómplice.

–Se me ocurren otras cosas que hacer para impresionarte... –comentó, juguetón–. Y no me importa pagar a mí la habitación. En mis tiempos, se hacía así –comentó.

–Tienes un par de años más que yo, no hables como si fueras un viejo –ella se burló, divertida.

Se acercó a él hasta pegar su cuerpo contra el suyo, subiendo las manos por las solapas de la gabardina arrugada de Kusakabe. Notando, por debajo de la ropa, su figura masculina. Levantó el pecho para que él también sintiese el suyo, mucho más prominente.

–Tengo muchas ganas de estar contigo... –susurró muy despacio, acercando sus labios a los de él.

Kusakabe notó como el calor empezaba a subirle a la cabeza. Esa mujer era demasiado atractiva para su psique, y aunque no tuviera muchas esperanzas en rehacer su vida, quería permitirse soñar, ni que fuera un día. Situó la mano en su espalda baja, acariciándola con suavidad y firmeza, acercándola más a él, decidido.

–Yo también –gruñó antes de lanzarse a besarla, esta vez de verdad, atrapando sus labios con los contrarios, degustándolos una y otra vez con pasión.

Con la mano libre, aprovechó para abrir al fin la habitación. Manami se estremeció en brazos de aquel hombre –prácticamente un desconocido. Normalmente, no solía quedar tan pronto. Siempre hablaba una, dos semanas antes de dar el paso. Pero no había sido así con él. Porque Satoru le quitó el móvil y, sin saber cómo, consiguió que le invitaran a cenar apenas a las dos frases de haberse saludado.

¿Será que yo soy la más desesperada de los dos?

Jadeó levemente sin poder evitarlo. La perspectiva de una noche de pasión desenfrenada la calentaba demasiado. Con la pasión del momento, Kusakabe fue guiando a Manami al interior de la habitación, cerrando la puerta de una patada y besando sus labios como si los estuviera adorando. Más lanzado de lo que había parecido hasta ahora, con una mano la sujetó por detrás de la cabeza mientras que la otra se atrevía a bajar a su trasero, palpando con descaro el glúteo.

Joder, qué bien puesto lo tiene...

Manami jadeó de nuevo contra sus labios y tuvo que separarse para respirar un poco mejor. Miró al hombre un momento antes de empujarlo contra la cama, haciendo que se recostase sobre ella.

Eso es, mírame. No apartes los ojos de mí porque no habrás visto a una mujer así en tu vida.

–¿Quieres ver lo que hay debajo del vestido? –preguntó de manera sensual, desabrochando el abrigo y dejando que cayera por sus hombros al suelo.

Kusakabe, obedeciendo los deseos internos de Manami, la miró fijamente, con la respiración agitada.

Sí. Sí, joder, sí. Me muero de ganas.

Asintió con la cabeza, incapaz de decir nada. La mujer esbozó una media sonrisa y se apartó un mechón de pelo con gracia, coqueta. Estaba claro que aquel hombre estaba salivando por ella –como un perro hambriento. Despacio, agarró la parte baja del vestido y se lo subió hasta quitárselo por arriba –era elástico y no llevaba ni botones ni cremallera.

Ante los ojos de Kusakabe apareció un body de lencería fina, sin tirantes y de color negro. De talle alto, la apertura del tanga subía hasta prácticamente la parte alta de sus piernas. Un liguero de encaje negro se abrochaba por encima, sujetando unas medias con unas pequeñas pinzas a mitad de muslo. Por supuesto, no se había quitado los tacones. Dio un par de pasos, moviendo las caderas como una modelo. Se veía guapa, se sentía guapa.

Oh, dios mío.

Las pupilas de Kusakabe se dilataron con la visión de esa mujer.

Es preciosa...

–Eres preciosa... –murmuró sin poder evitarlo.

¿Por qué alguien como ella está en un hotel de mala muerte con alguien como yo?

No podía quedarse parado, o quedaría como un pardillo. Se reincorporó hasta quedar sentado, alargando la mano hacia ella, acariciándole el muslo.

–Ven aquí –murmuró antes de tirar un poco más de ella y empezar a besarle la pierna, hacia la ingle.

Manami se posicionó en medio de las piernas de Kusakabe, ofreciéndose y dándole todo el acceso que quisiera a su cuerpo. Ella le acarició el cabello, bajó las manos por su nuca y le quitó la gabardina de los hombros.

–Me gustan los hombres que saben usar la lengua –dijo, mirando al hombre desde arriba.

Kusakabe alzó la vista para mirarla, aun besando su piel como si fuera un tesoro.

–Suerte que es mi especialidad –respondió, con una media sonrisa.

Acariciando su cintura y su cuerpo, pasó a besar la ingle, lamiendo suavemente la piel y mordisqueando sin fuerza, siguiendo avanzando hasta su entrepierna, aun besando encima de la tela de la lencería. A Manami se le escaparon pequeños jadeos cada vez que los labios de Atsuya rozaban su piel. Lo hacía con cariño y pasión a partes iguales, con suma delicadeza y deseo a la vez. Y a ella cada vez me gustaba más.

–Puedes... Quitarte la americana, al menos... –pidió, recorriendo los fornidos brazos del hombre con ambas manos.

Kusakabe volvió a alzar la vista hacia ella, quitándose la americana a toda prisa y con algo de torpeza. Luego, se aflojó la corbata y sonrió con malicia. Con un brazo, le rodeó las piernas por debajo del trasero y la giró para lanzarla sobre la cama. Sin darle tiempo casi a queja, se situó sobre ella, acabando de quitarse la corbata por la cabeza sin llegar a desanudarla. Se la enseñó, aun estando situado a gatas sobre ella, envolviéndola con su cuerpo.

–¿Puedo? –pidió permiso.

¿Qué acaba de pasar?

En un momento, Manami estaba delante de Kusakabe mientras le besaba los muslos. Y ahora estaba tumbada en la cama con él encima, notando el calor que desprendía a través de la ropa. Le gustaban los hombres tímidos, incluso sumisos. Podía hacer lo que quería con ellos. Y había creído que Kusakabe era uno de esos hombres. Nada más lejos de la realidad –y ella no se iba a quejar.

–Sí... –contestó en un susurro, y notó que se le había secado la garganta.

Kusakabe sonrió con más ganas, bajando a su cuello para volver a besarlo. Sin perder tiempo, ató sus manos juntas al cabezal con la corbata, apretando un poco el nudo para que no se soltara dependiendo con qué movimientos.

–Si en algún momento quieres que te suelte, sólo tienes que pedírmelo –susurró en su oído.

Cuando acabó de atarla, aún medio encogido sobre ella, él mismo se desabrochó los botones de la camisa para acabar quitándosela, dejando ver un cuerpo maduro pero bien formado. Los músculos del hombre se definían bajo la piel de forma disimulada. A Kusakabe le gustaba mantenerse en forma, y salía cada mañana a correr. El vello fino llenaba su pecho, bajando un poco hasta el ombligo y la línea alba, perdiéndose más abajo.

Poco a poco, Atsuya fue besando el cuerpo de Manami a la vez que lo admiraba y lo recorría con sus manos, besándole el cuello, bajando por las clavículas, acariciándole suavemente un pecho con la mano.

–Traes un conjunto precioso... Me entra hambre con sólo vértelo puesto... –susurró, besando la piel que bordeaba con el inicio de la tela, sobre el otro pecho.

Manami no le quitaba ojo de encima. Los últimos hombres con los que había estado no se parecían en nada a él. Un cuerpo menos atlético, menos varonil. Había algo en aquel hombre que le gustaba demasiado, que exudaba masculinidad por los poros.

No me gustan los hombres con mucho pelo, pero... En él sí. Hasta le queda bien. Le hace aún más sexy.

Movió los brazos por inercia, queriendo acariciar y tocar el cuerpo que tenía delante –pero no podía. Arqueó la espalda a modo de respuesta, porque era la única manera que tenía de lograr algo del deseado contacto.

–¿Eso significa que no me lo vas a quitar...? –preguntó, mordiéndose el labio.

Kusakabe sonrió contra su piel, sujetando la tela por detrás, aprovechando que había arqueado la espalda. No apartaba la boca de encima de ella.

–Me gusta más lo que hay debajo –respondió, con gracia–. Si te lo dejara, no podría hacer mucho de lo que quiero hacerte...

Sin ninguna prisa, pero sin detenerse, tiró de la tela del body hacia abajo, dejando despacio al descubierto el cuerpo de la chica hasta la mitad del estómago. Los pechos turgentes de la muchacha quedaron al aire, saludando a Kusakabe en todo su esplendor. Uno de los motivos por los que Manami tenía tanto éxito con los hombres era precisamente ese, que tenía un cuerpo muy voluptuoso para el estándar japonés. Además, sabía vestirse bien y sacarse partido.

–¿Y qué vas a hacerme...? –preguntó de vuelta, quitándose los tacones de forma torpe contra el colchón.

Joder, qué tetas.

Kusakabe se quedó un par de segundos de más mirando ese par de pechos. Antes, atrapados bajo el body, apretados, ya le habían parecido grandes. Ahora los podía disfrutar de lleno. Casi parecía salivar.

–Has dicho que te gustan los hombres que saben usar la lengua, ¿no? –preguntó él, con una sonrisa torcida, fingiendo una inocencia que claramente no tenía.

No siguió bajando el conjunto, al menos, no iba a hacerlo aún. Manami volvió a morderse el labio inferior y asintió levemente con la cabeza. Notaba cómo su cuerpo vibraba por la anticipación, por los nervios de la espera.

Hacía mucho tiempo que un hombre no conseguía ponerme tan nerviosa... Y yo que pensaba que iba a ser al revés...

–Quiero un beso... –pidió con su mejor cara de pena, moviendo los brazos otra vez.

Sin perder un segundo más, Kusakabe se lanzó sobre ella, sintiendo sus pechos sobre el suyo propio y disfrutando del contacto.

No puedo decirte que no a nada, cielo.

Se lanzó a sus labios de forma desesperada, atrapándola bajo su cuerpo, acariciando sus costados y cada parte de su cuerpo como podía. Como si fuera un pequeño adelanto, introdujo la lengua en la boca de la chica, buscando la contraria, jugando con ella, enredándola en un baile como si fueran un par de serpientes luchando entre ellas.

Ladeó un poco el cuerpo para poder agarrar también con toda la palma de la mano el pecho de Manami, acariciándolo con suavidad, apretándolo un poco luego y jugando con el pezón sin temor alguno.

–Primero de todo –comentó, de forma calmada al cabo de unos segundos–, voy a comerte los pechos –dijo, justo cuando tiraba de forma suave del pezón de ella con un par de dedos–. Voy a besarlos y lamerlos mientras juego con tu punto G y te meto los dedos.

Atsuya hablaba de forma calmada, muy tranquila, pese a la situación y a lo agitada que estaba su respiración. Casi como cuando estaba dando alguna clase a sus alumnos. Con decisión y autoridad.

–Voy a estar así el rato que haga falta, hasta que estés a punto de correrte, pero sin dejar que lo hagas aún –siguió, besando su mandíbula, yendo hacia la oreja.

Negó un poco con la cabeza, como si quisiera enfatizar sus palabras.

–No aún... Eso vendrá después, cuando te quite este conjuntito tan sexy que llevas y, despacito, vaya bajando hasta tu entrepierna –dijo antes de morderle el lóbulo de la oreja.

Más me vale acordarme de todo.

–No voy a quitártelo todo... Las medias y la liga se quedan –sentenció–. Sería una lástima desaprovechar el conjunto. Y después... –dejó la frase inacabada.

Manami creyó que se corría allí mismo sólo de imaginarse aquello. Kusakabe no había usado un lenguaje muy obsceno, pero era todo a su alrededor lo que la estaba volviendo loca. Su voz, su manera de hablar, su templanza y su saber estar. Como si lo hiciese todos los días y ya se lo supiera de memoria.

No me he corrido pero, joder, estoy húmeda. Estoy caliente. Estoy muy cachonda.

Sentía que ese hombre podía hacer con ella lo que quisiera. Atada a la cama, sin poder moverse ni ganas de hacerlo. Sólo le daba lástima no poder tocarlo también. No poder disfrutar en sus labios el sabor de su piel. Abrió la boca y le tembló la garganta, se le escapó un suspiro profundo. Se humedeció los labios, notando que el carmín empezaba a desaparecer de ellos. El aliento caliente de Kusakabe sobre su oreja le nublaba la mente.

–¿Y después...? –preguntó con un hilo de voz.

–Después... –siguió el hombre, sobre su oreja mientras seguía acariciándole los pechos.

Joder, me encanta cómo reacciona... Se me está poniendo dura y ni siquiera me ha tocado...

–Después voy a besarte la piel a tu alrededor mientras te sigo tocando, mientras mis dedos aún estén dentro de ti... Y cuando te vea preparada, voy a comerte entera, voy a demostrarte lo bien que se me da usar la lengua, y no voy a parar de hacerlo hasta que te corras...

Suspiró suavemente sobre la piel bajo el lóbulo, disfrutándolo sólo de imaginarlo.

–Me muero de ganas de saborearte, Manami... De saborear cada rincón de ti, de entrar en ti con la lengua y besar toda tu anatomía... –siguió, fantaseando, jadeando aún.

Apretó de nuevo su pezón, tirando con dos dedos de él hasta que se le escapó, sólo para volver a sujetar con decisión toda la envergadura del pecho. Manami se mordió el labio con tanta fuerza que creyó que se haría sangre. Todo con tal de acallar un jadeo que se escapó entre sus dientes cuando Kusakabe dejó de hablar. El pezón, duro como una piedra, quería más atenciones. Toda ella quería más atenciones.

Giró el rostro y sus narices se chocaron, tan cerca como estaban el uno del otro. Clavó sus pupilas en las de él, mirándole con deseo y súplica a partes iguales.

–¡Hazlo! Hazlo, por favor. Sí, sí... Hazlo –jadeó contra sus labios, humedeciéndolos con su propia saliva–. Quiero que lo hagas... Lo tienes que hacer...

A pesar de ser bastante arrogante, a Manami nunca le había costado suplicar en este tipo de situaciones. Y eso mismo estaba haciendo –suplicar para tener una noche de sexo desenfrenada. Kusakabe sonrió de nuevo, con la misma expresión que antes.

–¿Quieres que me ponga ya a ello, o que siga diciéndote todo lo que voy a hacerte? –preguntó, sin acercarse aún a ella para incrementar sus ganas–. Porque por encima de lo que te diga, voy a hacer absolutamente todo lo que me pidas.

Manami apretó la mandíbula, salivó como un perro hambriento.

–Hazlo ya –ordenó sin pensar, desesperada–. Estoy caliente y te necesito... Necesito que me ayudes... –murmuró con el mismo tono suplicante.

Y movió las caderas, rozando su pelvis con la entrepierna de Atsuya para hacer más obvias sus palabras. El hombre gruñó por el contacto. Por un segundo, estuvo tentado de mandarlo todo a la mierda y poseerla en ese instante. No lo hizo, no podía permitírselo después de las palabras que acababa de usar con ella.

–Tus deseos son órdenes –dijo en un gruñido antes de dirigirse de lleno hacia sus pechos.

Dirigió su lengua directamente hacia el pezón que había estado en contacto con su cuerpo en ese instante, abrazando con las manos cada uno de sus pechos, abriéndolas y cerrándolas para atrapar todo lo posible. Lamía, jugueteaba y succionaba ese pedazo de carne entre sus labios, mordiéndolo con suavidad, tirando de él y volviendo a atraparlo.

La piel blanca y suave le llamaba, le volvía adicto al tacto, le obligaba y le sometía como quería para seguir rindiéndoles homenaje, comiéndose ambos pechos como había dicho y tocándolos tanto como quería. Pero, eso no era lo que había prometido, para nada lo era.

Al cabo de unos segundos, bajó su mano buena, la que ya había estado un rato disfrutando del contacto de su piel, por la cintura de la chica, apartándose con el cuerpo un poco de ella, bajando luego por el estómago y más abajo, hasta alcanzar su entrepierna.

Está caliente...

Tocó por encima de la tela, notando la humedad de Manami por encima de ella, a lo que suspiró complacido.

–¿Qué tenemos aquí? –preguntó, con los labios sobre su piel.

Con delicadeza, apartó el pedazo de tela que cubría su zona íntima. Manami se estremeció de pies a cabeza, tembló como un flan. Apretó los puños con fuerza, incapaz de mover los brazos. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, notando cómo el sudor empezaba a humedecerle la frente y la nuca. El pelo se le revolvía sobre la cama y perdía su trabajada forma inicial, volviéndose una maraña desordenada y salvaje.

Su pecho subía y bajaba con rapidez, acorde con su respiración agitada. Tenía los pezones duros y erectos y quería más. Abrió más las piernas a pesar de que el gesto le producía mucha vergüenza. Era un tanto estúpido sentirse así, pero una parte de ella se estremecía sólo de pensar en lo que iba a suceder a continuación.

Sabía que estaba húmeda, ya había manchado la delgada tira del tanga. Y eso le provocaba más vergüenza aún –porque Kusakabe iba a enterarse de lo desesperada que estaba por él. Kusakabe pasó un par de dedos por debajo de la tela que cubría a Manami, dejándola a un lado para poder manejar a su antojo.

Parece que su cuerpo se esté preparando para mí... Me encanta.

Con delicadeza, abrió los labios de la mujer, descubriendo la flor que se escondía debajo con los dedos. Jadeó al notar el calor y la humedad de la zona, ansioso por más.

–Manami... –suspiró su nombre sobre su pecho, antes de atrapar de nuevo el pezón y mamar de él como si fuera un niño, succionando como si de verdad pretendiera sacarle la leche.

Acarició con suavidad el clítoris de la mujer, frotándolo con los dedos con cariño, de arriba abajo y luego en círculos, disfrutando de su tacto y de cómo se estremecía debajo de ella. De la garganta de Manami comenzaron a brotar jadeos y gemidos entrecortados, suspiros y palabras a medio decir. Que Kusakabe, a pesar de todo lo que le había dicho, fuese tan gentil y cuidadoso le estaba poniendo aún más caliente.

Más... Quiero más... Quiero que me haga de todo...

El hombre no tenía una mano pequeña. Sus dedos no eran finos, sus yemas no eran suaves. Se notaba el trabajo que había en esas manos, en esas falanges. La piel dura y curtida.

–Ku-Kusakabe... –también le llamó, buscando su rostro con la mirada.

El nombrado alzó la vista, aprovechando ese preciso instante para introducir un dedo en el interior de la mujer. A ella le tembló el labio, sonrosado y húmedo y lleno de saliva. Su piel comenzaba a perlarse en sudor, también porque llevaba el pelo suelto y le entraba más calor.

Qué cachonda me estás poniendo, joder...

–O-Otro beso... –gimió, removiéndose en la cama como una culebrilla.

–Lo que quieras, preciosa –respondió Kusakabe antes de alzarse levemente y volver a besarla, con las mismas ganas de antes.

Su dedo seguía explorando el interior de Manami, profundizando en su interior, palpando su clítoris con el pulgar. La mujer jadeó contra sus labios, sintiendo cómo le temblaba todo el cuerpo. Movió los brazos otra vez con la intención de rodearle, pero no podía.

–Quiero tocarte... –gruñó, mordiendo sus labios para atraparle un poco más.

Kusakabe gruñó también en sus labios. Le hubiera gustado dejarla atada un rato más, pero le había prometido que cumpliría todos y cada uno de sus deseos, y Atsuya era un hombre de palabra. Con la mano libre, tiró de uno de los extremos de la corbata hasta desanudarla por completo y liberar a la mujer que se retorcía debajo de él.

En cuanto Manami se vio libre, se lanzó a por él. Le abrazó con todas sus ganas y le arañó la espalda, arqueó la suya y pegó su pecho desnudo al de Kusakabe. Le besó con furia y con rabia, bebiendo de sus labios como si fueran ambrosía.

–Ah... Atsuya... –jadeó su nombre, buscando más fricción con sus caderas–. Más... Más...

Los gruñidos y jadeos se escaparon de la garganta del hombre al verse abrazado a Manami. Le gustaba la pasión que demostraba, le encantaba las ganas que le tenía y que lo enseñara de esa forma tan explícita. Si pudiera, luciría con orgullo los arañazos que le estaba dejando, esos que le escocían y a la vez le encendían aún más.

Atsuya ya había introducido dos dedos en su cálido interior, metiéndolos y sacándolos a toda velocidad, simulando penetraciones con ellos. No dejaba de estimular todo el rato el clítoris con el pulgar, buscando que se retorciera más, mucho más.

Joder, me encanta que gima mi nombre...

–Todo –respondió, igual de cachondo que ella.

Aun tensando más la cuerda, aumentó todo lo que pudo el ritmo de su mano.

–A-Ah... Mmhn...

Los gemidos de Manami pronto inundaron la habitación. Era de las que gritaban mucho y no se avergonzaba por ello –al revés, sabía que muchos hombres lo preferían así. Atrapó el rostro de Kusakabe y lo llevó hasta su cuello otra vez, obligándole a que le besara la piel y la marcase –sin pensar en que tenía que trabajar al día siguiente.

Chapter 16: Capítulo XVI

Notes:

¡¡Felices fiestas, pichones!! Espero que estéis pasando unos fantásticos días con vuestros seres queridos y haya caído algún regalillo improvisado ;) Hemos estado algo ocupadas y no hemos podido actualizar cuando tocaba, pero aquí tenéis nuevo capítulo <3

Advertencia: heterosexual sex

Chapter Text

Ella empezó a mover las caderas intentando seguir el ritmo de su mano, sintiendo que su interior se estremecía con cada embestida. Su cálido interior recibía sus dedos con gusto, empezando a manchar las sábanas por debajo.

Acabamos de empezar y ya estoy a punto... ¿Qué tienen esas manos?

–No pares... N-No pares, joder, no pares... –jadeó, notando cómo le temblaban las piernas.

Cumpliendo su petición silenciosa, Kusakabe abrió bien la boca y mordió la fina piel del cuello. La atrapó entre sus labios y succionó sin parar.

Me encanta que sea tan expresiva...

Notaba en su mano, en sus dedos, y en todo el cuerpo de la chica, que no le faltaba mucho para llegar al orgasmo, y eso era algo que no podía permitir aún. Frenó el movimiento de su mano y, con cuidado, la sacó del interior de la chica. Hizo un sonido de negación con la lengua.

–Ahora viene el plato fuerte, cielo... –murmuró sobre la piel sensible de su cuello, ahora amoratada por su causa.

Con toda la parsimonia del mundo, para impacientarla aún más, colocó ambas manos a cada lado del cuerpo de la chica, sujetando bien la tela, y empezó a bajar el resto del body que aún llevaba puesto. Manami estuvo a punto de gritar de rabia. Quería seguir, quería que Kusakabe continuase con lo que estaba haciendo. No que la dejase a medias. Pero, en lugar de eso, agarró las sábanas y las arañó con fuerza.

Subió las caderas y fue notando cómo el body iba deslizándose por su cuerpo caliente. Mirando a aquel hombre con súplica en los ojos, deseando continuar.

–¿Y tú no te desnudas...? –preguntó, desviando la vista hacia su paquete un momento.

Me va a estallar la polla aquí dentro.

Kusakabe siguió bajando el conjunto con cuidado, aprovechando el movimiento de Manami. Por un momento, había tenido miedo que se enfadase por frenarla en ese momento, pero parecía que le seguía el rollo.

–Yo puedo esperar –le respondió, mirándola a los ojos con hambre–. Aunque si quieres, me desnudo –dijo al final, con una media sonrisa, una manera de indicarle que seguiría cumpliendo sus deseos.

Con cuidado de no mover la liga ni las medias, acabó de quitarle el body para dejarla completamente al descubierto delante de él, estando sentado sobre sus rodillas, dedicándose unos segundos a admirarla con todo el descaro del mundo. Manami se sintió la mujer más hermosa del mundo en aquellos momentos. La más sensual, la más erótica. Sólo por la forma de mirar del hombre que la acompañaba. Ese deseo latente que preñaba sus ojos le decía todo lo que tenía que saber.

Creo que nunca me habían mirado así...

Fue como un golpe de energía para su ego. Sin pensarlo siquiera, Manami se llevó la mano a su zona íntima, acariciando la piel bajo la atenta mirada de Kusakabe. Sus uñas de manicura francesa rozaron el mechoncillo de vello púbico para después llegar a sus labios y abrirlos como una flor en primavera –manchándose con su propio flujo.

–¿No tenías hambre...? –preguntó en un susurro.

Kusakabe siguió con la vista el recorrido de la mano de Manami, abriendo más los ojos cuando vio cómo se abría para él. Asintió con la cabeza, embobado, perdiendo la actitud por un momento. Casi salivaba. Sin decir nada más, se agachó de nuevo y empezó a besar la piel entre la media y la liga, acariciando toda la longitud de la pierna de la mujer en una suave pero posesiva caricia. Poco a poco, fue subiendo hasta llegar a la ingle de la chica, aun besándola suavemente.

Manami flexionó aún más las rodillas para darle mejor acceso –todo el que quisiera. Lo cierto era que el pilates le había otorgado cierta flexibilidad que, en ocasiones como esta, venía muy bien.

–Así... Que no se te escape nada... –murmuró, relamiéndose.

Kusakabe sonrió contra la piel de Manami, lanzando su aliento caliente sobre ella. Fue acariciando la parte interna de los muslos con ambas manos.

–Nada de nada –siguió, mirándola desde abajo, sonriendo, besando toda la piel a su alrededor para impacientarla.

La mujer se estremeció, apretó los dientes con fuerza. Haciendo contacto visual con él, demostrándole las ganas que tenía.

–A-Atsuya...

Kusakabe volvió a gruñir contra la piel de la mujer.

–Me vuelves loco cuando gimes así mi nombre... –respondió, él, justo antes de sacar la lengua y lamer suavemente con la punta el clítoris de ella.

A Manami se le escapó un gemido entrecortado, agudo y fuerte. Abrió mucho los ojos y casi estuvo a punto de cerrar las piernas por acto reflejo.

–¡Más! ¡Quiero más! –jadeó, elevando la voz.

Esta vez, Kusakabe no respondió. En vez de eso, obedientemente, inició su tarea, esa que llevaba tanto rato deseando. Bajó definitivamente la cabeza a la entrepierna de la chica y empezó a lamerlo, jugueteando todo el rato con la lengua, atrapándolo entre sus labios y estirándolo suavemente.

–Eres deliciosa, Manami... –se relamió el contrario, notando la humedad de la mujer en el contorno de sus labios.

Aun acariciando los muslos, se entretuvo un poco más en lamerle y besarle el clítoris antes de ir a buscar su entrada con la lengua, introduciéndola en ella. La respiración de ella empezó a agitarse rápidamente. Se apoyó sobre los codos para ver mejor lo que estaba pasando entre sus piernas. El cuerpo le ardía como si estuviera en una hoguera.

–Así... Sí... N-No pares, por favor... Más... –gimió sin pudor alguno.

Enseguida, el lubricante natural le manchó el interior de los muslos, las mejillas de Kusakabe y las sábanas. Estaba muy húmeda. Y quería más. Quería acariciar el orgasmo como hacía unos minutos, cuando Atsuya le había dejado con las ganas. Kusakabe volvió a gruñir, saliendo de ella y volviendo a entrar con la lengua, volviendo a acariciarle el clítoris con los dedos.

Pero Manami necesitaba más. Se retorcía sobre las sábanas, en brazos de aquel desconocido, pero quería más. Su cuerpo caliente tenía que arder. Sentía que sus genitales iban a explotar de un momento a otro, sus paredes internas tocando palmas. Rabiosa, mandona, enfurecida y cachonda perdida, agarró el pelo de Kusakabe y lo apretó contra su entrepierna. Buscando aún más contacto, ese que le hiciera ver las estrellas.

–M-Más rápido... Ah... Más... Más... Más...

Au. Cómo tira.

Arrodillado en la cama y medio tumbado sobre ella, rezándole y venerándola como a una diosa, volvió a subir hacia su clítoris, metiéndole dos dedos nada más sacar la lengua. Los movía a toda velocidad, notando las paredes internas apretándole, estrujándole, succionándole casi tanto como él succionaba el clítoris de la mujer, tan caliente e hinchado.

Estás a punto... Joder, quiero que grite mi nombre cuando se corra...

Aun así, no habló, estaba demasiado ocupado con otra tarea mucho más prioritaria. Movía la lengua a toda velocidad, removiendo el botón, jugando con él, besándolo y estirándolo, volviendo a besarlo y volviendo a lamerlo de forma desesperada, bebiendo de ella.

Vamos, suéltate...

Arqueó los dedos en el interior de ella, intentando darle el máximo placer posible, intentando demostrarle sus habilidades amatorias. Manami apenas duró un minuto. En cuanto Kusakabe aumentó el ritmo, le metió los dedos, el orgasmo la abrazó igual que lo estaban haciendo las sábanas arrugadas de la cama.

Levantó las caderas de la cama, se puso de puntillas sobre sus pies y aguantó todo el peso del cuerpo sobre sus omóplatos, arqueando tanto la espalda que parecía un puente. Le soltó el pelo, se agarró a la cama hasta que los dedos se le pusieron blancos. Y se corrió como hacía tiempo que no había hecho. Las paredes de su interior se contrajeron a gran velocidad, el vientre bajo explotó como fuegos artificiales. Y un chorro de flujo fue directo a la boca de Kusakabe, manchando todo a su paso como una fuente.

Todo su cuerpo convulsionó, sus músculos se tensionaron y en la habitación retumbaron sus gemidos y jadeos –llamando a Atsuya hasta quedarse sin voz. Atsuya saboreó y tragó sin dudar el flujo procedente de la mujer que se derretía entre sus brazos. Tenía la cara y parte del cuello y pecho manchados, al igual que las sábanas bajo ellos.

Siguió con los dedos en el interior de ella, suavizando sus caricias. Esperó pacientemente a que acabara de correrse, pegándole un lametón de forma traviesa a su clítoris en cuanto hubo acabado, para verla retorcerse un poco más.

El cuerpo de Manami continuó temblando unos segundos más hasta que, exhausto, cayó sobre la cama de nuevo. Los nervios de las piernas aún las hacían convulsionar de vez en cuando, temblando como un cervatillo recién nacido. Abrió los ojos y se quedó mirando el blanco techo de la habitación del hotel, respirando con dificultad. Nunca había tenido un orgasmo tan intenso.

Había disfrutado en la cama con otros hombres, pero Kusakabe había conseguido lo que ninguno –que manchase las sábanas como si de un río se tratase.

–Por Kami-sama... –murmuró, y se llevó las manos a la frente para limpiarse el sudor.

Fue entonces, al cabo de unos momentos, que empezó a notar toda la humedad que había entre sus piernas.

–¿Me he meado...? –preguntó más para sí que para su acompañante, sin comprender absolutamente nada.

Kusakabe soltó una leve carcajada. Trepó hasta tumbarse a su lado, sobre su costado, rodeándola por la cintura. Negó con la cabeza.

–Algo mejor –respondió él, sonriendo.

Manami lo miró como si hablase en otro idioma, sin terminar de comprender. Vio cómo le brillaba el rostro, cómo relucían sus ojos. Despacio, recorrió el hueso de su mandíbula con un dedo. Lento, disfrutando del suave contacto. Perdiéndose en su mirada, en esos ojos oscuros y pequeños.

–Es como... Si me hubiesen planchado el cerebro... –susurró, completamente relajada.

Atsuya cerró los ojos y disfrutó del contacto, ronroneando levemente.

–¿Es la primera vez que tienes un squirt? –preguntó él, en tono suave.

–Ni siquiera sabía que se llamaba así –ella respondió con sinceridad.

Continuó con la caricia, paseando la yema por la mejilla húmeda del hombre, observando su rostro tranquilo.

Así que esa es su cara cuando está dormido... Me gusta.

Y después bajó hasta sus labios, notando los pequeños cortes, las minúsculas grietas en ellos.

–Y tú lo has hecho...

Kusakabe volvió a sonreír, aún con los ojos cerrados.

–Puedo hacerlo más veces –respondió, juguetón, intentando dejar una puerta entreabierta entre ellos.

Manami también sonrió. Pero cortó el contacto y estiró el cuello hasta besar al hombre que tenía delante. Un beso tan suave como la caricia con sus dedos.

Ahora le toca a él. Aún lleva los pantalones. Le tiene que doler.

–Haz conmigo lo que quieras, Atsuya –susurró, aún muy cerca de él–. Soy toda tuya.

Atsuya entreabrió los ojos mirándola con cariño. Se acercó de nuevo a ella para besarla, esta vez, de forma más lenta y sentida que antes. Un beso profundo y cariñoso, enredando su lengua con la adormecida de Manami. Poco a poco, se fue situando sobre ella, con cuidado, desabrochándose él mismo el cinturón y los pantalones.

Manami comenzó a besar su cuello lentamente, acariciando su pecho desnudo mientras él mismo terminaba de desnudarse. Aún se sentía cansada, agotada incluso, pero seguía teniendo ganas de continuar.

Quizá tenga otro orgasmo de esos... ¿Cómo ha dicho que se llamaba? Creo que no voy a poder salir de la cama en un rato.

Subió hasta su oreja, besando y succionando el lóbulo con delicadeza.

–Me excitas demasiado, Kusakabe Atsuya –susurró su nombre al completo para darle más importancia a sus palabras–. Apenas he acabado y ya tengo ganas de empezar otra vez.

Atsuya volvió a jadear, aún más impaciente por quitarse la ropa. Se bajó de malas formas los pantalones y los calzoncillos a la vez –los zapatos hacía rato que los había perdido.

–Manami, preciosa... –siguió Kusakabe–. No puedes decirme algo así cuando estoy tan cachondo... –dijo él, dejando que notara toda su dureza.

Ella suspiró, complacida. Le gustaba cuando le decía cosas bonitas, y le gustaba comprobar las ganas que tenía por ella. Enredó sus piernas alrededor de su cintura, milagrosamente aún con las medias en perfecto estado.

–¿Quieres atarme las manos como antes? ¿O cambiar de postura? –preguntó, diligente.

Atsuya negó con la cabeza, aún enterrada en el cuello de ella. Fue acariciando ambos lados del cuerpo de la mujer, sintiendo el contacto y disfrutando de ella.

–Quiero que me abraces y me arañes cuando te esté haciendo el amor... –respondió en un susurro.

Manami asintió con energía –ella también quería. Le acarició la nuca con las uñas, allí donde nacía el cabello.

–Tengo condones en el bolso –murmuró.

No quería fastidiar el momento, pero era algo que debía decir.

¿Condones?

Atsuya se paró de repente, dándose cuenta que no se había acordado de un detalle tan crucial como ese –aunque sí pensara que, si jugaba bien sus cartas, podía llegar hasta el final en la primera cita, ni siquiera se había acordado de traer algo tan indispensable como eso. En ese momento, volvió a parecer el mismo desastre de adulto que solía ser.

–Mierda... –murmuró para sí, poniendo la mano en la cabeza, autocastigándose.

Manami lo miró sin comprender nada. ¿Había dicho algo malo? Estaban a punto de hacer el amor, debían tomar precauciones.

–¿Sucede algo? –preguntó en un susurro, continuando con sus caricias.

–No, no, para nada –respondió él, deprisa.

Estoy desentrenado. Estoy muy desentrenado.

–Sólo que... –murmuró, con algo de vergüenza–. No me había acordado de traerlos...

Y parezco un pardillo.

Manami lo miró unos segundos y acabó sonriendo dulcemente. Le acarició el rostro siguiendo la forma de su mandíbula, igual que como había hecho antes.

–Pero no pasa nada. Si yo llevo –susurró en tono cariñoso.

Kusakabe volvió a bajar la mirada, algo sonrojado. Asintió con la cabeza, aún con algo de vergüenza, y se apartó de ella para que fuera a por los condones –para nada iba a meter la mano en su bolso.

Qué guapo está cuando se sonroja. Me encanta. Es tan tierno. Se nota que es padre. Y encima no se atreve a mirar en mi bolso, eso dice mucho de él.

Manami se incorporó sobre la cama y le dio un beso en la mejilla antes de ponerse de pie. Le temblaban las piernas, pero llegó a la cómoda en la que estaba su bolso sin mayores problemas.

Quizá sea la falta de sexo lo que ha hecho que tenga un orgasmo tan potente... O, simplemente, es bueno en esto.

Abrió su pequeño bolso de mano y sacó dos preservativos –por si acaso. Regresó a la cama y se los cedió al hombre con una sonrisa.

–Si... Por lo que sea, no quieres seguir... Podemos hacer otra cosa –dijo, con voz dulce.

Cuando fue a por el bolso, Atsuya tuvo la gran oportunidad de disfrutar a la perfección de las vistas del cuerpo de la mujer con la que iba a acostarse, y podía decir que era una de las mujeres más guapas con las que nunca había estado.

Si es que, mírala... Hasta con las piernas temblorosas es elegante.

Kusakabe sonrió antes de darle un beso suave en los labios, una vez ya estuvo de nuevo a su lado.

–Claro que quiero seguir –señaló de forma disimulada su miembro, erecto como el mástil de una bandera, con un deje de diversión.

Ella no pudo evitar sonreír también, desviando su vista hacia su miembro –que ahora, por fin, veía en todo su esplendor. Con coqueteo, acarició el pecho desnudo del hombre con una mano, apenas un leve roce con sus uñas, y bajó hacia su vientre.

–Aún no conozco a tu amigo. Igual debería presentarme –murmuró, comenzando a besar su cuello con mimo.

Atsuya ronroneó ante el contacto, complacido, dejándose hacer.

–Él se muere de ganas de conocerte –respondió.

La mujer sonrió contra la piel enrojecida de su cuello, continuando con sus besos lentos y cariñosos. Subiendo hasta la mandíbula y volviendo a bajar, apenas recorriendo centímetros de piel.

–No le hagamos esperar entonces –susurró.

Bajó la mano más allá, rozando el vello púbico del hombre con las uñas. Hasta alcanzar su miembro erecto y necesitado –desatendido desde que habían cruzado la puerta del hotel. Lo abrazó con su mano, acariciando el glande con la yema del pulgar en movimientos circulares. Un gemido se escapó de la garganta de Kusakabe, alzando la cabeza para dejarle más espacio a Manami.

Dios... Qué ganas tenía de esto...

Ronroneó complacido, dejando que la mujer hiciera lo que quisiera. El cerebro de Manami empezó a recobrar la cordura, volviendo en sí. Los incipientes gemidos de Kusakabe ayudaron también.

Eso es, gime para mí. Ahora te toca a ti retorcerte en mis manos. Voy a darte el mejor sexo de tu vida, te lo has ganado.

Con todo el descaro del mundo, colocó a Atsuya en el borde de la cama y le regaló un sensual contoneo de caderas mientras se arrodillaba entre sus piernas. Apretó los brazos y atrapó sus pechos entre ellos, haciéndolos aún más voluptuosos.

–Ahora me toca a mí –murmuró con una media sonrisa, humedeciendo sus labios.

Y agachó la cabeza para introducirse el miembro de Kusakabe en la boca. Despacio, disfrutando del momento. Él se sorprendió, pero para nada iba a quejarse. Se apoyó con ambas manos al colchón y tiró el cuerpo un poco hacia atrás, disfrutando de la cálida boca de la mujer entre sus piernas. Jadeó con ganas, suspirando y gruñendo.

–Puedes hacer lo que quieras... –respondió él, entre jadeos.

Ella le sonrió con un ligero pestañeo. Le encantaba esa sumisión, era una de sus partes preferidas a la hora del sexo. Por supuesto que ella también era sumisa cuando quería, pero dominar a un hombre le provocaba una satisfacción muy distinta. Se agarró los pechos y los apoyó sobre las piernas desnudas del hombre para que los viese mejor, mientras le acariciaba los escondidos músculos del tronco.

–¿Lo que yo quiera? –preguntó, besando la longitud del miembro de Kusakabe lentamente.

Kusakabe no perdía detalle de lo que Manami hacía y, por supuesto, no perdía detalle de sus pechos. Eran su mayor fetiche. Tragó saliva, indefenso ante la mirada felina de la mujer. Sabía lo que se hacía, se notaba, y estaba más que dispuesto a dejarse arrastrar por ella. Asintió lentamente con la cabeza, con las mejillas sonrojadas por la excitación.

–Me encanta cuando obedeces... –dijo ella, y dio un lametón como si su polla fuese un helado–. Estás tan guapo...

Definitivamente, la próxima vez lo ato a la cama.

–¿Crees que aguantarás sin correrte? ¿O quieres llenarme la cara de leche? ¿Tal vez aquí? –preguntó, retirándose un mechón de pelo que cubría su pecho izquierdo.

Y antes de que pudiera contestar nada, Manami comenzó a succionar su miembro con ganas. Kusakabe no pudo hablar. Fue incapaz de eso. En su lugar, sólo gruñidos y jadeos escapaban de su boca sin cesar.

Kami-sama, ¿esto es un premio por mi buen comportamiento?

–Sí... Sí, por favor... –pidió, sin saber exactamente el qué. Le apetecía todo.

Manami volvió a sonreír con la mirada, notando que el rímel empezaba a desfigurar su pulido maquillaje. Pero le daba igual. Ella estaba perfecta incluso con el rímel corrido.

–Sí, ¿qué? –cuestionó, sonriendo como un felino.

Agarró el pene del hombre y comenzó a masturbarle mientras hablaba para no darle ni un momento de respiro.

–¿Quieres correrte? Pero has prometido hacerme el amor... ¿Podrás si acabas ahora? ¿O prefieres que sea yo la que te haga el amor? Puedo cabalgarte como una cowgirl –murmuró, guiñándole un ojo con gracia.

Joder. Joder, no me hables así, que no duraré nada.

Kusakabe intentó hablar de nuevo, pero el movimiento de la mano de Manami se lo impedía. Volvió a asentir con la cabeza, sumiso como no había sido en su vida.

¿Pero qué me está haciendo?

Todo. Lo quería todo. Quería que se la chupara, quería correrse en su cara, en su boca, en sus pechos, quería que le cabalgara y que le escupiera si eso era lo que le gustaba.

–A-Ah... –intentó pronunciar, aunque se le hacía prácticamente imposible–. Más...

Manami se relamió como si tuviera delante el plato más delicioso del mundo y ella llevase tres días sin comer. En parte, Kusakabe lo era. Era un hombre al que hincarle el diente después de varios meses sin probar uno.

Eres mío. Que no se te olvide.

–Claro que sí. Voy a darte todo lo que quieras, cariño –contestó con una sonrisa.

Y volvió a engullir su miembro sin pudor alguno, succionando con fuerza. Haciendo ventosa con los labios, dejando rastros de labial por la piel sonrosada del hombre. Con la mano, comenzó a masajearle las pelotas.

Has hecho que me corra en segundos. Te voy a hacer lo mismo.

Kusakabe siguió gruñendo y gimiendo, mirando atentamente a la mujer de rodillas delante de él.

–Me... Me encanta esto, Manami...

Notaba los espasmos en su cuerpo, en su vientre bajo, esos que le impedían tener la cadera quieta, intentando empujarla aún más adentro de su boca.

Joder, no pares...

Como un impulso, llevó la mano tras la cabeza de Manami y enrolló su pelo, haciendo una coleta con él, moviendo también la cabeza de la chica, intentando que se la tragara más y más. Bufó, cachondo perdido.

Manami cerró los ojos e hizo todo lo posible para aguantar los movimientos. No le gustaba que fueran tan bruscos con ella, pero lo iba a soportar. La noche estaba yendo muy bien –sobre todo porque había empezado muy mal– y no quería estropearla.

Aguanta la arcada. Aguanta la arcada.

Notó cómo le ardía la garganta y se le humedecían los ojos, cómo le llegaba la arcada y se quedaba sin respiración.

No aguanto. Joder, no aguanto.

Con todas sus fuerzas, se separó un momento y tosió un poco –ahora sí, con todo el maquillaje estropeado.

Mierda, me he pasado.

–Lo... Lo siento... Lo siento, lo siento, lo siento... –se disculpó él, agachándose hacia ella, intentando acariciarla.

Manami se limpió las lágrimas –en un intento también de quitarse el maquillaje sobrante– sin borrar la sonrisa. Tampoco quería que ahora su cita se viniera abajo porque estaba claro que era un hombre con baja autoestima.

–No pasa nada... Ha sido la emoción del momento –comentó, y se colocó en posición otra vez–. Vamos a continuar, ¿sí?

Kusakabe asintió con la cabeza y volvió a echar las manos atrás, recuperando la sumisión inicial. No iba a volver a sujetarle de esa forma. Ella agarró de nuevo su miembro y se lo introdujo en la boca otra vez. No iba tan rápido como antes, se notaba la garganta un poco molesta y no quería forzar.

Espero que esto no le afecte demasiado. No quiero que se deprima porque la cosa estaba yendo muy bien y quiero continuar.

La he cagado… Si es que siempre me pasa lo mismo, soy demasiado bruto cuando me emociono...

Kusakabe bufó, disfrutando de nuevo del contacto. Iba con pies de plomo ahora, controlándose para no liarla otra vez.