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Ima demo ao ga sunde iru

Chapter 3: Capítulo III

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Capítulo extra ;)

Chapter Text

                Getō cerró los ojos y dejó que las sensaciones del momento le embriagasen por completo. Se estaba emborrachando de Satoru, de sus atenciones y sus caricias, de sus miradas y sus hábiles palabras. No se conocían, pero Suguru ya había adivinado que sería un buen conversador en la cama. Tenía ese carisma, esa sensualidad palpitante.

No podía negarse a nada de lo que le dijera. Si ahora mismo abría la puerta y le pedía a Suguru que se colocase a cuatro patas en medio del baño, a la vista de todo el mundo, al moreno le hubiese faltado tiempo para quitarse los pantalones y abrirse como una flor para él.

–Con más lubricante, por favor... –contestó.

Satoru asintió con la cabeza y los ojos cerrados, aspirando antes el aroma de Getō.

Su pelo huele tan bien... Y a la vez es tan varonil...

–Tus deseos son órdenes –respondió en un susurro.

Se apartó un momento de Suguru para coger otro de los sobres que tenía guardados en la cartera, con impaciencia y cierta torpeza por la excitación y el alcohol. Abrió el sobrecito con los dientes, manchándose la boca en el proceso, y se untó tres dedos con el fluido viscoso.

–Voy a meterlos... –informó, desde detrás de él.

Se tomó la licencia de tomar el glúteo del moreno con la mano para abrirlo más, para poder ver con todo lujo de detalles como su entrada se abría y aceptaba gustosamente sus dedos.

–A-Ah... –Getō jadeó, todo su cuerpo temblando.

Se puso de puntillas y sus piernas se tensionaron, sintiendo la intrusión dentro de él. Arañó la puerta sin querer, presionó con los dedos hasta que se le quedaron blancos. Pero no era suficiente.

Más... Quiero más...

Se mordió el labio y reprimió un gemido, notando cómo el vello de la nuca se le erizaba como si una corriente eléctrica le recorriese la zona.

–Sa... Satoru...

–Suguru... –susurró su nombre como respuesta, notando como los nudillos llegaban a alcanzar la carne.

Se siente tan bien así...

Satoru no podía dejar de fantasear en cómo sería follarse ese culo.

–Siento como me estiras los dedos... ¿Tantas ganas tienes? –preguntó, sonriendo con cierta malicia.

Sí... Ah, me muero de ganas... No puedo...

Satoru no se movía muy rápido, de hecho parecía que se estaba recreando y se estaba tomando todo el tiempo del mundo para prepararlo a pesar de estar en unos baños de una discoteca, con cientos de personas a su alrededor. Y Getō se lo agradecía, estaba eternamente agradecido por ese trato gentil, pero también notaba que estaba perdiendo la cordura poco a poco. Que necesitaba el plato fuerte.

–Muchas... Ah, S-Satoru... Muchas... –susurró, asintiendo con la cabeza para enfatizar.

Satoru gruñó de nuevo, parecía una bestia en celo, controlándose mucho para no saltar en ese momento al cuello de un delicioso amante. Suguru estaba tensando demasiado una cuerda que no sabía que existía, y le estaba costando mantener su autocontrol para no reclamarlo en ese mismo momento.

La visión delante de él era deliciosa. Suguru ofreciéndose a él, con las piernas abiertas, aceptando y succionando sus dedos sin parar, deseosos de algo más. El pelo negro cayendo como una cascada por su musculosa espalda, esa cintura estrecha moviéndose en un delicioso vaivén contra su mano.

Quiero follarlo. Quiero follarlo. Quiero follarlo. Quiero follarlo.

Jadeando con fuerza, aceleró un poco el ritmo de su mano, intentando prepararle lo más que podía sin hacerle daño.

–Yo también... Suguru, vas a lograr que me descontrole... –dijo con la voz ronca.

Hazlo... Hazlo, por favor, hazlo... Agárrame y tómame y haz lo que quieras conmigo... Quiero ver las estrellas, me lo has prometido...

–Otro m-más... –Suguru gimió, moviendo las caderas para aumentar la fricción de los dedos que tenía en su interior–. Más...

Por dios, no me digas esto...

Satoru apoyó la frente en el hombro de Suguru, aguantando, desesperado. Negó con la cabeza.

–Aún no... –dijo moviendo un poco más rápido los dedos en el interior de Suguru.

Aún no estás suficientemente dilatado...

A Suguru le temblaron las piernas, se estremeció otra vez. Mágicamente, aún aguantaba precariamente sobre sus piernas. El sonido del lubricante entrar en su cuerpo le estaba volviendo loco. Deseaba que fuese el miembro de Satoru, ese que sentía presionando sobre uno de sus muslos, ese que estaba listo para la acción.

Casi no le había cabido en la garganta, cuando le penetrase le iba a llenar como un globo –y lo estaba deseando. Estaba cachondísimo.

Quiero más, Satoru... Más, más, más...

–Por favor... –gimoteó, buscando a Satoru con la mirada.

No sé si...

Satoru levantó la cara, pero cuando vio esos ojos suplicantes, supo que no podía hacer nada. Cerró un momento los ojos antes de volver a abrirlos y asentir. Con cuidado, sacó los dedos del interior de Suguru y usó el resto del lubricante para embadurnarse su propio miembro.

–Cualquier cosa, dímelo –pidió, mirándole directamente.

Se colocó bien tras el cuerpo de Suguru y, aun mirándole a los ojos, le apuntó con su miembro, directo a la entrada, y comenzó a empujar. El glande de Satoru atravesó el anillo de músculos con facilidad, pero a Suguru le pareció que se le partía algo.

Joder... Joder, joder...

Y después le siguió el resto, y Suguru puso los ojos en blanco. La propia envergadura del miembro de Satoru le iba abriendo, moldeando su interior. Le estaba llenando de verdad.

Me va a reventar, joder. Me va a... Dios mío, dios mío...

Y, sin embargo, a pesar del punzante dolor de su vientre bajo, Suguru se estaba derritiendo por dentro. Satoru se detuvo cuando la mitad del miembro estaba dentro.

–¿Estás bien? –preguntó, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad.

Suguru asintió con torpeza –hasta eso le costaba hacer. Tenía un nudo en la garganta tan grande que creía que se iba a ahogar en cualquier momento, impidiéndole hablar.

Nunca he estado mejor.

Gojō asintió como respuesta, volviendo a seguir el ritmo lento de la primera penetración.

Dios. Siento que me engulle. Me succiona cada vez más adentro... Este culo es gloria bendita...

Acabó de meterla por completo con un sonoro jadeo justo al lado del rostro de Suguru, abrazándole por la cintura con un brazo, intentando acercarle aún más a él. Al moreno se le escapó el aire de los pulmones, emitiendo un sonido agudo y extraño, similar a un chillido pero sin la misma fuerza. Gojō Satoru estaba dentro de él y Suguru estaba a punto de desfallecer.

No sabía si era a causa del alcohol, si era la excitación del anterior orgasmo o la sobreestimulación de su cuerpo, pero Getō nunca había sentido nada así. Irguió la espalda y notó cómo el glande rozaba sus paredes internas sin pudor alguno, y de su propio miembro se escaparon unas gotitas de semen.

Me está abriendo como a un melón... Dios mío, me va a partir...

Intentó pegarse al pecho de Satoru, aun sosteniéndose con una mano contra la puerta del baño. Las rodillas le bailaban. Su otra mano la llevó hasta su vientre bajo, y creyó sentir un bulto que previamente no estaba.

Si estuviese más delgado... Seguro que sobresalía... Ah... Me va a matar...

–T-Tan... Satoru... Grande... –jadeó, incapaz de ordenar una frase con sentido.

Lo sé. Lo soy.

Satoru cogió con toda la palma de la mano una de las nalgas de Getō mientras seguía abrazándole por la cintura, clavando los dedos, intentando atraparla por completo.

–Y está toda dentro de ti... –jadeó, apretándose más contra él–. Toda para ti, Suguru...

Toda para mí... Ah... Me encanta... Me voy a poner las botas...

Getō contestó con un gruñido que casi parecía un quejido, un lloriqueo sin ganas. Estaba completamente abrumado y las emociones se agolpaban en su cuerpo. Ni siquiera se había acordado del preservativo. Él, que nunca practicaba sexo sin uno –ya fuese activo o pasivo. Pero ahora, el profiláctico había pasado a mejor vida en un hueco de su cartera.

–Toda... Para mí... Para mí... –murmuró, extasiado.

–Eso es... –susurró como respuesta–. Voy a moverme.

Te gusta... Estás temblando y, joder, me encanta tenerte así...

Justo en ese momento, después de algunos segundos, sacó su miembro lentamente del cuerpo de Suguru y volvió a meterlo con la misma cadencia que cuando había entrado, permitiendo que el cuerpo del contrario se fuera acostumbrando a su tamaño.

–Estás tan apretado... Joder, me encanta, Suguru...

Las piernas de Suguru flaquearon y las rodillas se le hundieron hacia adentro, y Getō tuvo que soltarse el vientre y sostenerse con ambas manos para no caerse –aunque Satoru no iba a permitir que eso sucediera. Al mayor le ardía todo el cuerpo, incandescente como un hierro en la forja.

Esto es increíble... ¿Cómo puede dolerme y gustarme a la vez? ¿Cómo lo hace?

–S-Satoru... S-Satoru...

Poco a poco, cuando notó que Suguru empezaba a acostumbrarse, Satoru fue aumentando la velocidad. Agarró con ambas manos la cintura de Suguru, sosteniéndole a la vez que lo apartaba un poco de él, admirando su espalda, la cascada de pelo negro bailando al ritmo de sus embestidas.

–Dios... Eres espectacular, Suguru... –dijo, relamiéndose con la tremenda vista que tenía de su miembro escondiéndose entre las nalgas del mayor.

Suguru arañó las paredes como un gato, agarrándose de malas maneras para acometer las embestidas de Satoru. No iba especialmente rápido, pero Suguru lo sentía todo multiplicado por cien. Le temblaba todo el cuerpo, se estremecía con cada embestida. De verdad que Satoru le estaba abriendo como quería, sin impedimento. Las paredes de su interior arropaban el miembro de Satoru y hasta parecía que lubricaban.

–Rápido... Más... Más... –pidió, porque se estaba derrumbando y no iba a aguantar.

Joder, llevo demasiado rato cachondo, no voy a durar nada.

Satoru había llegado al punto de no retorno.

Necesito verlo. Lo necesito.

–Todo. Voy a dártelo todo –respondió animado, aumentando la velocidad.

Satoru se detuvo de repente y sacó el miembro del culo de Suguru. Sin preguntarle ni pedirle permiso, le obligó a girarse, a que le encarase. Pegándole un ligero azote en el culo, bajó la mano por su muslo, obligándole a subir su pierna por encima de su cadera.

–Quiero verte los ojos cuando haga que te corras otra vez –dijo en un tono de voz sincero y algo autoritario, jadeando.

Abriendo bien el culo de Suguru con la misma mano, direccionó su miembro de nuevo a la entrada de Getō, penetrándole de una estocada. Ya no podía controlarse más. Suguru se dejó manejar como un muñeco, completamente sumiso. Él era todo lo contrario, pero Satoru le había volado la cabeza y ahora ya no sabía ni cómo se llamaba.

Estaba hecho un desastre, convertido en el juguete personal de aquel niño grande. Parte de su pecho, cuello y rostro tenía la piel tan enrojecida que parecía febril. El sudor le pegaba el pelo por todas partes. Los músculos de sus piernas estaban tan tensionados que iban a estallar como pirotecnia. Y su semblante reflejaba el placer indescriptible que estaba sintiendo en aquellos momentos.

Getō Suguru estaba siendo follado de tal manera que le bizqueaban los ojos, tenía la mirada perdida. Como si le estuvieran follando el cerebro, totalmente ido.

Gojō gimió con ganas cuando penetró de nuevo a Getō, ahora ya sin resistencia alguna. Su cuerpo –y su culo– se habían abierto para él como pocos antes, y le encantaba poder jugar con él tanto como quería. Salió antes de volver a penetrarlo de nuevo, entrando y saliendo de él, cada vez más rápido.

–¿Así te gusta? –preguntó, sin poder evitar que el deje de arrogancia que en estas situaciones solía ocultar, se oyera.

Aumentó aún más el ritmo, cogiéndolo con ambas manos por el culo, manoseándolo a gusto, como si fuera a levantarlo en cualquier momento. Suguru buscó con la mirada la voz que le hablaba, pero su vista era incapaz de enfocar. Sólo vio dos halos azules, como dos bolas mágicas, que le devolvían la mirada. Y sus labios se curvaron hacia arriba torpemente, buscando una respuesta física porque había dejado de hablar hacía unos minutos.

Haz conmigo lo que quieras, ojos claros. Me derrito como un helado al sol y me encanta. Me vas a dejar la polla grabada en el culo, y me encanta. Y ya no voy a querer a nadie más.

Sintió algo similar a un latigazo en su vientre bajo, donde creía que tenía un bulto, y supo que iba a correrse otra vez. Gojō bufó como un toro, como un caballo desbocado.

–Agárrate a la parte de arriba de la puerta –ordenó.

Sin darle tiempo a pensar, aunque no lo estuviera haciendo, le agarró por el culo y lo subió para que éste enredara las piernas alrededor de la cintura. En cuanto lo tuvo en la posición deseada, no tardó ni un segundo en empotrarlo contra la puerta y empezar a penetrarle como un animal en celo, bien pegado a él.

Sus pieles chocando la una contra la otra, su sudor mezclándose, sus gemidos resonando por todo el baño, donde todos los hombres ahí presentes podían oírlos y ver la puerta del cubículo temblar.

Getō no tuvo tiempo de asimilar el cambio de postura porque, cuando su cerebro lo registró, Satoru comenzó a penetrarle como un animal y Suguru creyó que moría. Las embestidas no eran como las anteriores –ahora Satoru estaba sacando toda su fuerza.

Dios mío... ¿Cómo puede levantarme y follarme así? Si no parece tan fuerte... Ah... Me encanta. Me encanta, me encanta, me encanta.

Suguru sentía que su interior convulsionaba como si tuviera dentro un vibrador tan potente que le hacía temblar entero. El lubricante se salía y bajaba por toda la redondez de sus nalgas hasta el suelo, dibujando un fino hilo de lo más sensual.

Y otra vez ese torbellino, ese apretón en sus entrañas que le anunciaba un orgasmo igual de intenso que el primero.

–M-Mhgn... S-Sa... –jadeó, cerrando los ojos con fuerza porque estaba a punto.

Mírate... No puedes ni hablar...

Por culpa de Getō, por lo mucho que le ponía y lo bien que reaccionaba a lo que fuera que le hiciera, Satoru había perdido el control hacía rato.

–Follarme tu culo es una delicia... Puedo hacértelo tan duro como me plazca... –gruñó, mirando a Suguru a los ojos.

En esa postura, todo su miembro profanaba por completo el interior de Suguru, y éste no podía disfrutarlo más.

–¿Lo notas, Suguru? Me estoy clavando en lo más profundo de ti... ¿Dónde crees que estoy llegando? –preguntó, otra vez de forma dominante.

Sin esperar más ni darle siquiera un poco de margen, Satoru no dudó en coger el pene de Suguru con el mismo atrevimiento como si fuera el suyo propio, masturbándole al ritmo de sus embestidas.

No puedo... No aguanto... No...

Suguru se estremeció de pies a cabeza, todo su cuerpo temblando como un flan cuando Satoru comenzó a masturbarle. Era demasiada estimulación para un cuerpo sobreexcitado como el suyo, con el miembro duro como una piedra, goteando líquido preseminal, y un agujero abusado y follado de cualquier manera.

Abrió la boca para llamarle, pero un gemido profundo y lastimero se escuchó en su lugar. Ni siquiera pensaba en el espectáculo que estaban dando en los baños, con el pestillo de la puerta a punto de romperse por la fuerza de las embestidas.

Y se vació sobre la mano del menor, manchando ambos vientres y parte de la camisa de Satoru. No salió tanto como la primera vez, agotado y seco –su cuerpo, adulterado por el consumo de alcohol. Temblando sin control, apretando la pinza de sus piernas por acto reflejo, encerrando a Satoru con él.

La visión de Suguru corriéndose en su mano, manchándole de semen, su rostro contorsionado por ese segundo orgasmo, fue demasiado para la psique de Gojō Satoru. Dejó que Suguru acabara de correrse a gusto antes de abrazar su cuerpo con ambas manos, pegándose lo más que pudo a él, ignorando por completo el semen que manchaba su cuerpo.

Quería sentirse unido a él. Quería marcarle como propio. Quería llegar donde nadie más había llegado y, por dios, quería rellenarle de su semilla tan profundamente que no se escapara nada cuando le sacara la polla del culo. Con varias embestidas más, certeras, intentando profundizarlas lo más que pudo, Satoru se corrió en el interior de Suguru, soltando todo lo que llevaba aguantando hasta ahora.

Su cabeza se quedó en blanco, sus sentidos se adormecieron y, si no fuera por la fuerza que tenía y que su postura corporal estaba bastante equilibrada, hubiera acabado en el suelo de ese baño de discoteca. Gemía con gusto mientras acababa de vaciarse con embestidas más pequeñas en el interior de Suguru, sintiendo su calor sobre su piel, con la cara apoyada de lado en su hombro, como si se escondiera en él.

No supo cuánto rato pasó, si fueron diez segundos o dos minutos, pero Satoru no abrió los ojos, agotado, hasta que notó que ya no iba a expulsar nada más, aun abrazando al mayor con fuerza.

Getō intentó regular su respiración, intentó recobrar el aliento durante los momentos posteriores. Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo, con los músculos en tensión durante tanto tiempo. Le dolían brazos y piernas, y también los dedos de las manos –con las yemas blancas del esfuerzo.

Había sido un polvo salvaje y espectacular, rápido, brutal e intenso. Había sido todo lo que había estado buscando desde hacía tiempo. Ese chico, ese niño, había conseguido volarle la cabeza de tantas formas... Y su forma de abrazarle, de sujetarle y marcarle como suyo. De poseerlo. A Suguru nunca le había gustado la gente así, pero a él se lo había permitido.

A él le había permitido todo.

–Mhnmf... –murmuró, cuando el cerebro parecía volverle a funcionar.

Tenía miedo de soltarse porque sabía que acabaría en el suelo, las piernas como gelatina.

Joder... Esto ha sido intenso...

Sin saber cuánto tiempo más podría aguantar su peso y el de Suguru, Gojō dio un par de pasos hacia atrás y se dejó caer en la tapa del inodoro, sentándolos a ambos. Lejos de la actitud animal que había tenido hacía pocos segundos, ahora se le veía mucho más relajado.

Restregó su mejilla contra el pecho de Getō, como si quisiera acomodarse ahí, acariciándole en un momento casi romántico después del sexo. Con esa cara de satisfacción y esa actitud cariñosa, Gojō parecía hasta dócil.

–¿Cómo estás? –preguntó en voz baja, aun acariciándose él mismo la cara con la piel de Suguru.

No podía evitarlo, le encantaban los mimos después del sexo, y más si había sido tan bueno como ese. Daba igual que estuvieran en un baño público. Le daba igual haber montado el espectáculo, que todo el mundo los hubiera oído o que les hubieran grabado desde fuera, Satoru era bastante egoísta, y sólo pensaba en ellos.

Getō se acomodó mejor sobre el regazo de Gojō, estirando los brazos para rodearle vagamente mientras notaba que sus piernas se iban relajando y volviendo en sí –aunque seguían doliendo un poco. Era sorprendente cómo Satoru podía sostenerlo después de lo que habían hecho –tenía una fuerza sobrehumana.

Aún con la cabeza en las nubes con el placer del orgasmo, el moreno bajó el rostro hasta hacer contacto con Satoru, quien parecía muy cómodo sobre su pecho. Se lo quedó mirando unos segundos, absorto en aquellos ojos azules, grandes y hermosos, que brillaban con luz propia.

Qué... Qué guapo es... Y qué tierno... Después del polvo que hemos echado... Parece un gatito.

–Viendo las estrellas –respondió en un susurro, notando el permanente rubor en sus mejillas.

Satoru sonrió de forma sincera. Levantó la cara hacia Suguru, muy cerca de él, con la punta de sus narices tocándose.

–Te dije que iba a hacerlo –respondió en un tono suave y relajado, aun buscando sus caricias.

Suguru se quedó sin palabras unos segundos, notando un dulce cosquilleo en la boca del estómago. La voz de aquel chico era melodiosa y dulce, pero también cálida y masculina.

Ah... Creo que el alcohol me está haciendo ver cosas que no son... Me estoy emocionando demasiado.

Llevó una mano a su vientre, sintiendo al chico ahí dentro. Durante el sexo había creído tener un bulto, pero no era posible –su imaginación le había jugado una mala pasada.

–Me siento tan lleno... –murmuró con algo de vergüenza, no habituado a ese tipo de charla.

Sigo dentro...

Satoru suspiró y sonrió, bajando la frente de nuevo al pecho de Getō.

–Perdona –dijo en un suspiro, sintiéndose sólo un poco culpable.

Volvió las caderas para sacar su miembro del interior de Getō, no estaba en sus planes causarle incomodidad.

–Se está tan bien dentro de ti... –susurró de nuevo, besando la piel de forma dulce.

Seguro que mañana no puedo sentarme... Me ha dilatado muchísimo...

Suguru se sonrojó por su propio pensamiento, sin fijarse en que Gojō no había usado preservativo. Ahora, lo daba por hecho.

–Gracias... Supongo... –susurró, apartando la mirada con vergüenza.

Satoru, mucho más relajado y sin las preocupaciones de Suguru, seguía disfrutando de su momento post orgásmico.

Justo lo que quería...

–No me las des... –murmuró, de nuevo tumbado en él–. Yo también lo he pasado muy bien...

Has hecho lo que has querido conmigo, ¿cómo no ibas a pasarlo bien? Ah... He estado muy sumiso con él, qué vergüenza...

–No sé si deberíamos salir... Todo el mundo nos ha tenido que escuchar... –dijo, aunque quería alargar esos momentos unos minutos más.

Dios... Me está entrando mucho sueño... quiero dormir... ¿Llamo a Utahime para que venga a recogerme? Mejor a un taxi... Que, si se pone chillona, me entra dolor de cabeza...

Satoru asintió con desgana. Si fuera por él, estaría un ratito más sentado, abrazándole, pero ya habían acabado lo que ambos habían ido a hacer en el baño. Con un gruñido y los ojos aún cerrados, separó los brazos de Getō, dejando que se moviera como quisiera.

Suguru parpadeó un par de veces, viendo cómo Satoru le soltaba a la mínima, sin oponer resistencia –o eso había creído.

Sí, claro. Ha sido un polvo rápido, no puedo pedirle más. No... Estaría fuera de lugar por mi parte, supongo.

Se levantó con cuidado y notó que sus piernas no resistían su peso, pero no se cayó. No dijo nada y comenzó a vestirse, recogiendo la ropa que había acabado tirada por el suelo –algo que no le hizo ni pizca de gracia. Gojō se apoyó sobre la pared, detrás del inodoro, aun recuperando la respiración.

Me baila mucho la vista...

Suspiró mientras veía cómo Getō recogía su ropa y volvía a vestirse mientras su mente funcionaba cada vez más despacio.

¿Tan borracho estoy? No me había dado cuenta...

Parecía que, sin la adrenalina del sexo, el alcohol se hacía más evidente en el cuerpo de Satoru. Anda, un gatito. Qué gracioso, pensó, viendo la sudadera de Getō. No se movió, dejó que Suguru acabara con lo que tuviera que hacer y luego, si eso, ya intentaría ponerse en pie.

Lo último que hizo Getō fue arreglarse el pelo –o intentarlo. Se deshizo el moño que llevaba, del que casi no quedaba nada, y se lo volvió a peinar. Se le habían enredado un poco las puntas con el meneo, pero necesitaba un peine para eso.

–Esto... –comenzó, viendo que Satoru no se había movido del sitio–. ¿Quieres que salga yo primero para que no nos vean juntos o…?

Creo que tendría que levantarme ya...

Satoru hizo el esfuerzo de ponerse en pie, tambaleándose levemente. Cualquiera diría que hacía escasos cinco minutos había sido perfectamente capaz de soportar su propio peso y el de Suguru sobre las caderas mientras le embestía. Se subió los pantalones y se los abrochó justo antes de intentar hacer lo mismo con la camisa.

Vaya, no le queda ni un botón y está manchada. Una es semen... ¿qué era lo otro? Qué más da...

–¿Qué más da que nos vean juntos? –respondió con otra pregunta.

A Gojō le daba absolutamente igual, y en su cabeza no entraba la posibilidad que Getō pudiera sentir algo de pudor de encontrarse con nadie que los hubiera oído.

–Ya, sí, bueno... Supongo que tienes razón... –Suguru murmuró con nerviosismo, apartando un mechón de pelo detrás de la oreja.

Miró a Satoru una última vez antes de abrir el pestillo de la puerta y salir, muerto de la vergüenza. El hecho de pensar que los allí presentes los habían escuchado tener sexo de aquella manera tan salvaje le provocaba una ansiedad horrible. Agachó la mirada e intentó cubrirse con el pelo. Encima, le dolían las piernas un montón y no caminaba bien.

En los baños se había formado cierto grupo de hombres que esperaban a que los enamorados salieran, cuchicheando mientras y comentando la jugada. Cuando vieron a Suguru, hubo algunos aplausos y comentarios jocosos que sólo aumentaron aún más su vergüenza.

–Lo has dejado seco –le dijo uno, y Suguru se quería morir.

Al contrario que Suguru, Satoru ignoró por completo a los espectadores que se habían formado de su momento de pasión. Ni siquiera escuchaba los comentarios. Sencillamente, volvió a bajarse las gafas –que milagrosamente, seguían apoyadas sobre su cabeza.

¿La luz de aquí ha sido todo el rato tan blanca?

Intentando no tambalearse –cosa que hizo que sus fans reafirmaran la creencia que él había recibido, y que a Satoru no podía importarle menos–, se dirigió hacia el lavamanos donde hacía escasos veinte minutos había atrapado a Suguru.

Agua. Necesito agua.

Se lavó las manos, quitando los restos de semen, y se refrescó la cara y el cuello. Suguru no sabía qué hacer. Ahora que habían salido, el público había comenzado a esparcirse, pero aún se sentía el centro de atención –y no le gustaba. Suguru prefería pasar desapercibido, y sólo cuando estaba realmente cómodo en un ambiente se soltaba y relajaba.

Y esos baños eran zona hostil.

Miró a Satoru y lo siguió por inercia, decidiendo que un poco de agua no le vendría mal. Los músculos de las piernas le quemaban por el exceso de trabajo, y notaba su entrada en carne viva.

Me lavo un poco y me voy... ¿Seguirán mis amigos por ahí? Bueno, creo que lo más prudente será regresar a casa, estoy molido.

Satoru acabó de refrescarse y se quitó con papel lo poco que pudo de la camisa. Sacó su teléfono para poder llamar al taxi para recogerlo.

–¿Tienes cómo volver a casa? –preguntó.

–Sí, bueno. Iba a coger el metro... –Suguru contestó.

–Puedo llamarte a un taxi, es tarde –respondió, ya con el teléfono en la oreja.

En su cabeza, era algo parecido a acompañarle a casa.

–Esto... Bueno, vale –concedió, porque le pareció un gesto bonito.

Satoru asintió, mirándole a través del espejo. Pidió un taxi para la discoteca, anotando los cargos a su cuenta. Gojō nunca usaba el metro, prefería la comodidad de los taxis. Cuando lo hicieron, ambos se dirigieron a la salida. Por el camino, Suguru no fue capaz de ver a sus amigos –tampoco los buscó, lo cierto era que quería irse a casa.

Satoru no podía evitar tambalearse un poco, y ni siquiera en la calle, con la luz de las farolas, se quitó las gafas. Cualquier luz que captaba hacía que le doliera más la cabeza. Se sentó en el suelo mientras esperaba, apoyado a la pared, intentando que la luz dejara de colarse por sus ojos.

Qué cansado estoy...

Suguru no pensó en sentarse en la calle porque, sinceramente, le daba un asco tremendo. Las zonas próximas a los bares y garitos de fiesta siempre estaban bastante sucias. Por suerte, el taxi no tardó en llegar –atentos a las llamadas nocturnas.

Satoru se levantó del suelo y fue directo al vehículo, abriéndole la puerta a Getō para que montara primero. Estaba medio dormido y borracho, pero seguía queriendo ser considerado con él. Se sentó a su lado y oyó la dirección de Suguru, pero su cerebro fue incapaz de procesarlo. Se acomodó en el taxi, colocándose bien y tomándose la libertad de apoyar la cabeza en el hombro de Suguru para descansar la vista.

Sólo cerraré los ojos... Cinco minutos

Getō no se apartó. No tenía problema con que Satoru se apoyase en su hombro, era una práctica bastante habitual en los trenes entre trabajadores. Miró por el retrovisor al taxista, pero estaba concentrado en la carretera. Suguru no se avergonzaba de su condición sexual –salía de un club queer–, pero no le gustaba ir exponiendo su vida privada. Sólo por si acaso, por seguridad.

Bueno... Diez minutos y estaré en la cama.

Al cabo de unos dos segundos, Satoru cayó rendido. Las gafas se deslizaban ligeramente por sobre su nariz, sin llegar a caerse. El viaje en taxi fue tranquilo y sin sobresaltos. Suguru miraba a Satoru de reojo, memorizando su rostro tranquilo de ángel. Su pelo blanco le hacía cosquillas en la barbilla y le gustaba. A él también le estaba costando mantener los ojos abiertos. Cuando llegó a su destino, sin embargo, tuvo que despertarlo.

–Satoru... Despierta... Satoru... –susurró despacio, moviendo al chico suavemente.

Satoru levantó la cabeza con un ligero sobresalto.

–No estoy dormido –respondió, con voz de dormido, de forma automática.

Abrió los ojos e intentó enfocar la vista, intentando descubrir dónde estaba. Suguru esbozó una sonrisa sincera.

Qué mono, igual que un niño pequeño...

–He llegado a mi destino, ahora te toca a ti –dijo, manteniendo un tono bajo y cálido.

Satoru se frotó los ojos mientras asentía con la cabeza.

–Bien –murmuró con una ligera sonrisa.

Como solía ser él, sin ningún tipo de vergüenza, acercó la cara a la de Suguru para darle un beso dulce en los labios, a modo de despedida.

–Descansa, Suguru –susurró.

El gesto tomó a Suguru por sorpresa, sonrojándose un poco, pero mantuvo la sonrisa en los labios.

–Buenas noches, Satoru.

Salió del taxi y, mientras rebuscaba las llaves de su apartamento, el coche arrancó. Y, de repente, un fluido mucoso humedeció el interior de sus muslos. Suguru se quedó blanco.

No, no, no. Por favor, que me haya meado sin enterarme.

Algo que sabía que era imposible.

Satoru... Hijo de puta.

Satoru volvió a acomodarse en el taxi, dándole su dirección al conductor. Para él, había sido una noche increíble, aunque el alcohol seguía haciendo estragos en su cuerpo.

–Despiértame cuando lleguemos –pidió, colocándose bien en el asiento.

*

                Pero qué es eso...

Gojō Satoru se despertó en su cama, en el apartamento en el que vivía sólo en Ginza gracias a su pequeña fortuna familiar. Giró la cabeza observando su teléfono móvil, que no paraba de sonar.

Joder, qué dolor de cabeza...

–¿Diga? –preguntó, sin siquiera mirar el contacto.

Sonó una risa estridente al otro lado de la línea.

–¿Aun durmiendo? ¿A qué hora volviste? –preguntó la voz de una mujer.

Gojō dejó caer de nuevo su cabeza de cara al colchón.

–Utahime... Qué quieres...

–Oírte sufrir con la resaca –respondió, la otra, animada.

Ver mal a Gojō Satoru era un gran motivo de alegría. Satoru volvió a bufar. Ahora mismo no estaba para las bromas de su amiga.

–Mal... –respondió de forma sincera.

Dios, me encuentro fatal...

Utahime volvió a reírse.

–Vamos, si tampoco bebiste tanto –dijo ella, con chulería, aprovechando el momento–. Yo estoy como una rosa.

–Porque tienes un serio problema con el alcohol... –respondió él, de forma sincera.

¿Puedo seguir en la tumba? Me apetece...

La chica le gritó tanto al teléfono que Satoru tuvo que apartarlo de su oído.

–Bueno, ¿y qué tal cuando me fui? –preguntó ella, cuando se había calmado.

Gojō se giró, quedando de espaldas al colchón. Se rasco la cabeza, confundido.

–¿Te fuiste? –preguntó.

Ella volvió a reírse.

–¿Es que no te acuerdas de nada? –preguntó, divertida.

Gojō gruñó un par de veces, volviendo a notar los pinchazos en la sien.

¿Qué hice ayer...?

–Me acuerdo de... Un culo... –respondió vagamente.

Utahime suspiró en voz alta.

–¿Te liaste con alguien y no te acuerdas o qué? –preguntó.

Gojō se encogió de hombros, como si le viera alguien.

–No lo sé –respondió, tan normal.

Se dio cuenta de la incomodidad que sentía en su cuerpo. Aún llevaba la camisa rota y manchada, y los vaqueros.

¿Estoy vestido? Menos mal que me quité los zapatos... ¿Y eso?

–Puede ser –respondió, viendo la mancha de semen–. Me vuelvo a dormir.

Utahime le dio una pequeña licencia.

–Bebe mucha agua y tómate algo para la cabeza, va... –dijo ella al final, de forma casi maternal–. Por cierto, ¿es mañana la entrevista?

Satoru volvió a gruñir, molesto, al ver que aún no le dejaban colgar.

–¿Qué entrevista?

–La que tus padres te obligan a pasar en la empresa para que conozcas todo desde el eslabón más bajo –explicó casi perdiendo la paciencia.

Satoru llevaba quejándose de eso varias semanas.

–En dos semanas –dijo después.

–Bueno, así puedes pasar tranquilo la resaca.

Satoru no le respondió a Utahime, había vuelto a quedarse dormido.

Getō Suguru se despertó al día siguiente de muy mal humor. Había dormido poco y mal porque, en cuanto llegó a casa, tuvo que meterse a la ducha porque tenía los muslos llenos de semen. La ropa olía a meado por haber estado tirada en el suelo del baño. Y, para colmo, había dormido fatal.

Y todo por culpa de Gojō Satoru.

Ese maldito niñato se había aprovechado de él –de alguna forma que aún no sabía explicar. Le había engatusado con sus preciosos ojos azules y sus maneras carismáticas. Pero, en el baño, se había convertido en todo lo contrario.

¿El sexo había sido increíble? Sí. ¿Suguru hubiese repetido las veces que hiciera falta? También. ¿Se sentía vacío después de haber tenido semejante pollón dentro? Evidentemente.

Pero Gojō Satoru había sido un capullo. Getō sólo tenía una petición, y era usar preservativo. Porque ahora tenía que hacerse test, sólo por si acaso. Siempre pensaba bien de la gente, que estaba limpia y no tenía enfermedades venéreas. Pero Gojō era el candidato perfecto para tener una –un vividor que se pasaba el día follando con todo lo que se le ponía por delante.

Además, sus sobrinas estaban en el instituto y Suguru estaba muy concienciado con el sexo seguro.

Pero, por encima de todo, estaba enfadado consigo mismo por haber perdido los papeles con aquel muchacho –encima, mucho más joven que él… Había sido muy sumiso, se había dejado hacer de todo… ¡Si hasta se ofreció para hacerle sexo oral salvaje! Había sido vilmente utilizado por un chaval que lo único que quería era meterla en caliente, y Getō había sido tan estúpido de caer en sus trampas. Qué lamentable.

«Recuerda que mañana empezamos el proceso de selección de candidatos» le había mandado un compañero de trabajo. El domingo no podía ir a peor –ahora sólo tenía que soportar dos semanas de intensas entrevistas de trabajo.