La empresa Emergente. La confianza y los desafíos de la transformación. Capítulo 4
Autor. Echevarría Rafael
COMPETENCIAS CONVERSACIONALES:
CLAVE DE LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO
SUSTENTADO EN EL PODER DE LA PALABRA
Recapitulemos brevemente lo que analizamos en la sección anterior. Sobre el
desafío que nos presenta Drucker, revisamos los términos en los que está
planteado. Sostenemos que si bien el problema, en general, está brillantemente
presentado, los términos en los que Drucker lo formula a su vez impiden su
resolución. Es conveniente recordar lo que sostiene el filósofo francés Gaston
Bachelard. Este señala que "un problema sin solución suele ser un problema mal
formulado". Ello implica que, muchas veces, al modificar su formulación, abrimos
simultáneamente las vías para su solución.
En otras palabras, las dificultades que encuentra Drucker no sólo tienen que ver
con aspectos inherentes al problema que se propone resolver; también guardan
relación con la manera como él mismo lo formula. Por lo tanto, la formulación es
parte del problema al que Drucker nos convoca. Una de las cosas que aprendemos
cuando trabajamos con el lenguaje, es el hecho de que éste muchas veces nos
juega malas pasadas. El lenguaje no es inocente. Las palabras que utilizamos no
dan lo mismo. Ellas tienen consecuencias. Abren y cierran posibilidades.
Pues bien, lo que hemos hecho es revisar la distinción entre trabajo manual y no
manual y hemos propuesto sustituirla por la distinción que separa el trabajo
sustentado en el poder transformador de la fuerza física, de aquel sustentado en el
poder transformador de la palabra. También hemos visto que el conocimiento no es
una cuestión inherente a un tipo de trabajo particular, sino que está ligado a toda
modalidad de trabajo, independientemente del fundamento que lo sustente. Ello no
impide admitir que el conocimiento corno tal adquiera modalidades propias y
gravitaciones diferentes en un tipo de trabajo y en otro.
La resolución del problema de la productividad del trabajo no manual se convierte
entonces en la resolución del problema de la productividad del trabajo sustentado
en el poder transformador de la palabra. Obviamente, de quedarnos allí es poco o
nada lo que podernos hacer para encarar el problema de su productividad. Esto es
equivalente a lo que le pasaba a Taylor cuando reconocía que el trabajo manual se
sustentaba en la destreza física del trabajador. No nos olvidemos: su gran
contribución consistió en haber desagregado la noción de destreza física en
movimientos y tiempos.
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¿Podemos hacer algo equivalente con la noción de la palabra? Sostenemos que sí.
El despliegue de la palabra, su ejercicio, la palabra en acción, en estado práctico,
nos conduce a la noción de conversación. Podemos señalar que toda palabra
emitida nos conduce inevitablemente al dominio de la conversación, sea ésta una
conversación que busco mantener con otros o una conversación que mantengo
conmigo mismo, en la que yo soy mi propio interlocutor. La palabra no existe por sí
sola, siempre existe en una relación con otro, aunque ese otro pueda ser yo mismo.
Pues bien esa relación en que toda palabra inevitablemente nos coloca es lo que
llamamos "conversación".
Es importante advertir que estamos usando el término conversación en un sentido
particular que no siempre coincide con el sentido corriente. Ello por cuanto
entendemos por conversación toda palabra en acción, incluyendo, como lo
planteamos antes, cuando me hablo a mí mismo e incluyendo también cualquier
medio que pueda utilizar para relacionarme con otros a través de la palabra. Cada
vez que escribo algo, por lo tanto, entiendo que estoy conversando.
Una vez situado en el dominio de las conversaciones descubro que me es posible
hacer la misma operación que realizó Taylor cuando desagregaba la destreza física
en movimientos y tiempos. De la misma manera, puedo ahora desagregar el poder
transformador de la palabra en un conjunto específico y concreto de competencias
conversacionales. Esta, destacamos, es una operación de la mayor importancia,
pues en ella encuentro la clave para incidir precisamente en la productividad del
trabajador denominado no manual.
Colocado en el terreno de las conversaciones me es posible ahora distinguir, por
ejemplo, los diversos componentes que participan en una conversación. Puedo
reconocer en el interior de toda conversación tres subdominios diferentes: el
lenguaje, la emocionalidad y la corporalidad (como señalamos antes, la
corporalidad no es privativa del trabajo manual). En cada uno de esos subdominios
encontramos, a su vez, un conjunto de competencias conversacionales específicas
que inciden directamente en la eficiencia y efectividad del trabajo.
Si tomamos, por ejemplo, el subdominio del lenguaje, reconocemos en él las
variadas competencias que remiten tanto al escuchar como al hablar. Tomemos la
primera: ¿quién puede dudar de la importancia que reviste escuchar para la
productividad del trabajo no manual? ¿Cómo incide escuchar en la productividad de
un directivo, de un jefe de proyecto, de un vendedor, de un asesor? ¿Cómo
podemos garantizar una escucha más efectiva? ¿De qué herramientas disponemos
para ello? En el ámbito del escuchar hay un conjunto de competencias
conversacionales a adquirir que tienen directa incidencia en la productividad.
Tomemos ahora el habla. Cuando exploramos las condiciones asociadas a su
efectividad encontramos, por ejemplo, que es posible reconocer nuevamente un
conjunto de competencias que afectan directamente la efectividad del trabajo no
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manual. Comprobamos, por ejemplo, que en las acciones conversacionales que
emprende un trabajador no manual requieren combinarse diferentes modalidades
de habla. Descubrimos que, en la medida en que el trabajador sea incompetente en
alguna de ellas, su efectividad se resiente y los resultados de su conducta conllevan
importantes consecuencias en sus equipos de trabajo las que, a su vez,
comprometen también la productividad de la empresa.
De la misma manera, constatamos que, en la medida en que estamos aceptando
que al hablar actuamos, nos cabe distinguir diferentes acciones que realizamos al
hablar, cada una de las cuales incide directamente en la efectividad de nuestro
trabajo. A estas acciones las llamamos los "actos del habla" o los "actos lingüísticos
básicos". De allí surgen muchas competencias conversacionales concretas. Entre
ellas están incluidas, por ejemplo, la manera como hacemos y fundamos nuestros
juicios, la manera como los entregamos y los recibimos, la manera como pedimos y
ofrecemos, la manera como elaboramos y cumplimos nuestras promesas, etc.
¿Quién puede dudar del efecto de estas competencias en la productividad del
trabajador no manual? ¿Qué cabe esperar, por ejemplo, de un trabajador que no
tiene las competencias para fundar los juicios que hace con respecto a las
consecuencias de las acciones que emprende? ¿Qué cabe esperar de un empleado que tiene dificultades para pedir? ¿O que, cuando pide, lo hace en forma
poco efectiva? ¿Qué consecuencias puede tener eso en su equipo de trabajo?
¿Qué pasa cuando éstas son áreas de incompetencias generalizadas en los
trabajadores no manuales de la empresa?
Si tomamos a continuación el subdominio de la emocionalidad, las conclusiones
que extraemos son equivalentes. Descubrimos que, de acuerdo con la
emocionalidad que predomine en un individuo, en un equipo de trabajo o en la
empresa en su conjunto, las acciones que se emprendan serán muy diferentes. Por
tanto, la emocionalidad es un componente determinante de la productividad de
todos ellos. Pero, tal como reconocemos que la emocionalidad afecta en la acción,
descubrimos también que es posible intervenir en la emocionalidad de una persona
o de un grupo a través de las acciones conversacionales que emprendamos.
Nuestras acciones conversacionales pueden, por lo tanto, modificar la
emocionalidad desde la cual emprendemos muchas otras acciones, incidiendo
directamente en los resultados que obtenemos. Esto último es decisivo en la acción
gerencial. La emocionalidad se nos revela, por lo tanto, como un área de
importantes competencias para el trabajador no manual. Lo mismo podríamos
señalar si trabajáramos el subdominio de la corporalidad. No lo haremos.
Trabajar con los componentes de una conversación es sólo una línea para
determinar competencias conversacionales. Una segunda línea guarda relación con
el examen de diversas tipologías de conversaciones requeridas para labores
diferentes en la organización. Los componentes de toda conversación, como los ya
apuntados, se organizan de manera diferente para la ejecución de conversaciones
orientadas a objetivos diversos. No sólo es importante, por lo tanto, ganar
competencias en los aspectos relacionados con los componentes de una
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conversación; es igualmente necesario tener las competencias conversacionales
adecuadas para saber reconocer y mantener los distintos tipos de conversaciones.
Por ejemplo, se requieren competencias muy diferentes para efectuar un reclamo
en forma eficaz que para participar en una conversación que busca evaluar
alternativas y generar nuevas posibilidades. Hay quienes no son competentes en
determinadas conversaciones. Cuando hacen un reclamo, por ejemplo, terminan
por comprometer la relación con la otra persona. Cuando participan en una
conversación para generar posibilidades, la manera como lo hacen sólo cierra
posibilidades. ¿Les son familiares estas situaciones? Pues bien, ¿cómo impactan
estas incompetencias en la productividad de las personas o los grupos?
No es éste el lugar para detallar y desarrollar el conjunto de competencias
conversacionales asociadas con el denominado trabajador no manual. Ellas son
parte de los diversos programas de formación gerencial que impartimos en Newfield
Consulting. De todas formas, cabe mencionar a dos autores que se han destacado
por profundizar en varias de ellas: Fernando Flores y Chris Argyris.
Es importante reconocer cómo nos hemos desplazado de la noción de
conocimiento que formaba parte del planteamiento de Drucker. A estas alturas
pensamos que resultará claro para el lector que el conocimiento no es la clave de la
productividad del trabajo no manual. El conocimiento como tal no garantiza
desempeños superiores, las conversaciones sí. Sólo la acción puede ser
productiva. Las conversaciones son acciones. Al conversar estamos actuando,
estamos interviniendo. Lo podremos hacer con más o menos conocimiento y ello
será determinante en los resultados. Pero el énfasis tiene que colocarse en la
acción y no sólo en el conocimiento que a acompaña. De allí que Taylor buscara la
productividad en la relación entre movimientos y tiempos. Los movimientos pueden
ser más o menos productivos. Las conversaciones también.
La productividad de la tarea individual
Decíamos que el trabajo en la empresa tiene tres dimensiones diferentes: la tarea
individual, las actividades de coordinación y el trabajo reflexivo. Buena parte de lo
señalado en la sección anterior apunta al reconocimiento de que la productividad de
las distintas tareas del trabajador no manual (de aquel que opera con el poder
transformador de la palabra) remite a las competencias conversacionales que éste
exhiba en su actuar. Ello es igualmente válido para el trabajo rutinario, para el
trabajo contingente o para el trabajo innovador.
En cada uno de ellos, sin embargo, las competencias requeridas, el tipo de
conversaciones que requieren manejarse, pueden ser diferentes. En el caso del
trabajo rutinario, la productividad guarda relación con el apego a determinados
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procedimientos conversacionales estándar que, con flexibilidad, deben guiar el
desempeño del trabajador. Aquí podemos desarrollar estos procedimientos
conversacionales estándar para garantizar una mayor productividad. En el caso del
trabajo contingente el tipo de procedimientos expresa por sí mismo el peso de la
contingencia, de lo no programado o programable. La flexibilidad de los
procedimientos estándar requiere ser mayor.
Por último, en el caso del trabajo innovador, sin negar la posibilidad de desarrollar
estructuras de procedimientos, el nivel de flexibilidad es todavía mucho más alto en
la medida en que se trata un trabajo que genera productos nuevos, no
predeterminados. La innovación, por definición, es la producción de lo nuevo. Ello
implica que no podemos saber de antemano cuales son los pasos que hay que dar
para generarlo. De saberlo, ello implica que ya conocemos el producto y no hay
innovación. Pero, insistimos, ello no implica que no podamos establecer las
condiciones conversacionales adecuadas que acompañan el trabajo innovador, que
estimulan la creación de lo nuevo, que le hacen de "caldo generativo".
A todo lo anterior, se añade el hecho ya apuntado de que el trabajo fundado en la
palabra suele ser, en medida importante aunque no exclusiva, un trabajo que
efectuamos con personas. Y decimos no exclusiva porque él también incluye, por
ejemplo, el trabajo de producción de narrativas, de interpretaciones, de
explicaciones, el trabajo de registro o de procesamiento de información, etc., todos
los cuales incluyen momentos de trabajo individual, donde el trabajador está
aislado. Pero por lo general, se trata de un trabajo que involucra, a nivel de la tarea
individual, a otros como parte central de lo que debe hacerse.
Tal como lo planteamos previamente, cuando se incluye a otras personas, con
capacidad autónoma de acción, las competencias a alcanzar requieren de un mayor
nivel de flexibilidad. No funciona la aplicación rígida de instrucciones, donde
especificábamos cada uno de los movimientos a ser ejecutados, tal como podemos
hacerlo con el trabajador manual de Taylor.
Este es un tipo de trabajo que se sustenta en lo que hemos denominado
competencias genéricas. Competencias más profundas que podemos adecuar a
diversas circunstancias, que suelen ser bastante más independientes de las
particulares condiciones del presente, que permiten su permanente
perfeccionamiento en el tiempo y que, por lo tanto, no están delimitadas de una vez
y para siempre. Ejemplos de competencias genéricas son la competencia del
escuchar, o aquellas competencias requeridas en la constitución y cumplimiento de
promesas. Este carácter flexible y abierto de estas competencias, representa un
antecedente adicional para afirmar la importancia del trabajo reflexivo y el
aprendizaje.
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La productividad de las actividades de coordinación
Esperamos haber mostrado la estrecha relación entre la tarea individual del
trabajador no manual y las competencias conversacionales, como requerimiento de
la productividad del trabajo. Si examinamos ahora las actividades de coordinación,
constatamos que estas son también estrictamente conversacionales. Es más, el
lenguaje es la gran herramienta que poseen los seres humanos para coordinar
acciones entre sí, y para coordinar incluso la forma como coordinan Decíamos que
la productividad de los procesos de trabajo en la empresa no resulta sólo de la
productividad de las tareas individuales que conforman dichos procesos, sino que
dependen en una medida equivalente de la manera como esas tareas se coordinan
entre sí. Pues bien, las tareas no se coordinan solas. Quienes las coordinan son las
personas, que efectúan para ello peticiones, ofertas y promesas.
Esta ha sido en el pasado un área muy descuidada, a la que se le prestara escasa
atención, y representa, por lo tanto, un terreno de grandes oportunidades para
obtener incrementos en la productividad del trabajo no manual. Uno de los méritos
de las propuestas de la reingeniería de procesos ha sido preocuparse por elevar los
rendimientos de los procesos en el interior de la empresa. Lo que la reingeniería
propone es una metodología para examinar los procesos existentes, evaluarlos y
rediseñarlos, de manera de hacerlos más efectivos.
Su énfasis, sin embargo, ha estado en la eliminación de ineficiencias, tanto en las
tareas efectivamente requeridas por los procesos como en los tiempos utilizados en
ellos. Uno de los problemas que se ha buscado detectar y resolver, por ejemplo, ha
sido aquel denunciado con claridad por Drucker: la existencia de trabajo no manual
redundante, no necesario, independientemente de cuán eficientemente se esté
realizando. Ello ha permitido limpiar muchos procesos de trabajo innecesario y
acortar sustancialmente la duración de los mismos. Procesos que previamente
tomaban ocho meses, ahora pueden realizarse en uno.
Además de las comprensibles resistencias que la reingeniería de procesos ha
encontrado en muchas empresas, muchas veces suscitada por su bien ganada
reputación de eliminar muchos puestos de trabajo, particularmente en el sector de
gerentes medios, esta propuesta ha mostrado al menos dos debilidades. En primer
lugar, sucede que muchas veces sus criterios de evaluación para determinar si una
determinada función agrega valor o no, han sido muy estrechos, y varias empresas
han constatado que al rediseñar sus procesos han dejado de generar determinados
resultados, que a la postre descubren que les eran valiosos y que no estuvieron
considerados en la fase de evaluación. Ciertos tipos de trabajos generan resultados
positivos en el interior de la empresa, resultados que no siempre son los que
explícitamente se esperan de ellos y que sólo son detectados cuando tal trabajo
desaparece.
Esto se ha traducido en el despido de ciertos empleados, a quienes se les ofrecen
atractivos paquetes de despido, por considerarse que aportan muy poco a la
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productividad de determinados procesos, y que deben ser recontratados más tarde
al descubrirse que cumplían funciones importantes que no fueron oportunamente
reconocidas. Algunas veces vuelven como consultores, con honorarios mucho más
altos que los que percibían anterior. Esta, sin embargo, es una debilidad que puede
irse corrigiendo con el tiempo, según se vayan perfeccionando los criterios de
evaluación. Con todo, hay que reconocer que la reingeniería de procesos hace un
aporte significativo a la productividad de la empresa, logrando detectar trabajos
poco efectivos. No es extraño, por lo tanto, que mereciera el fuerte respaldo de
Drucker.
La segunda debilidad es de otro carácter y guarda relación con la manera en que
los procesos son concebidos y, consiguientemente, llevados a cabo. Para esto
último se utilizan diagramas de flujos que identifican las distintas tareas que
conforman el proceso, las que se colocan en pequeñas cajas; luego se trazan
flechas uniendo una caja con otra y reflejando lo que se ha denominado "zonas de
contacto" entre tareas diferentes. De esta manera, se obtiene un panorama global
de todas las tareas involucradas y de la secuencia que sigue el proceso. Lo que la
reingeniería normalmente hace es evaluar si las tareas y la secuencia que aparecen
en el diagrama son las más eficientes desde el punto de vista de los recursos que
consume y las más efectivas desde el punto de vista de su contribución a la
generación del valor.
El énfasis de la reingeniería ha estado, por lo tanto, en las tareas individuales y en
la secuencia entre ellas, pero ha descuidado la importancia que revisten las
actividades de coordinación en el interior de los procesos. Dicho de otra forma, su
mirada ha estado puesta en las pequeñas cajas (las tareas) y no en las flechas o
"zonas de contacto" (las actividades de coordinación). Curiosamente, se suele
reconocer que es precisamente en esas "zonas de contacto" (donde la mirada no
se coloca), donde suelen estar las mayor oportunidades para incrementar la
productividad del proceso. Rummler & Brache señalan, por ejemplo, que
"en esas zonas de contacto suelen estar las mayores
oportunidades para mejorar la actividad de la empresa. Un
director orientado al proceso controlará estrechamente las
zonas de contacto y eliminará toda barrera que presenten para
la eficacia y la efectividad".
Sin embargo, la metodología de reingeniería por ellos propuesta, no plantea, ni
creemos que pueda siquiera preguntarse, cómo intervenir en ellas. Para poder
intervenir en las actividades de coordinación es preciso aceptar el carácter
conversacional de la coordinación y reconocer las competencias conversacionales
específicas que en ella participan. De lo contrario, por mucho que se insista en que
en ellas hay grandes oportunidades para mejorar los procesos, éstas no podrán ser
aprovechadas. De allí que veamos la necesidad de que la reingeniería de procesos
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reoriente su enfoque y sustituya su énfasis en los diagramas de tareas por una
mirada orientada hacia los diagramas de conversaciones. Estas conversaciones no
sólo darán mejor cuenta de las tareas, sino que lograrán abarcar también las
actividades de coordinación. De esta forma se asegura un impacto mucho mayor en
el incremento de la productividad de esos mismos procesos.
La principal contribución en esta área ha sido la realizada por Fernando Flores.
Éste no sólo se ha preocupado por especificar el conjunto de competencias
conversacionales comprendidas en las actividades de coordinación, sino que inició
el desarrollo de lo que se ha denominado "tecnologías workflow". Estas tecnologías
transfieren parte importante de los requerimientos de eficacia que aportan estas
competencias a programas informáticos que ahora son utilizados para realizar las
actividades de coordinación. En la medida en que estos requerimientos se
automatizan, la tecnología garantiza que no estén ausentes al coordinarse dos o
más actividades. Estas contribuciones, a nuestro parecer, son equivalentes a la
realizada por Henry Ford al resolver parte de los problemas de la coordinación del
trabajo manual a través de la introducción de la línea de ensamblaje.
Cuando se logra combinar el rediseño de los procesos de negocio de una empresa
con la implantación de tecnologías workflow y con programas de formación en el
desarrollo de competencias conversacionales, dirigidos al conjunto de los
trabajadores incluidos en dichos procesos, el electo que se alcanza en la
productividad de éstos resulta asombroso. La combinación de estos tres elementos:
rediseño de procesos, tecnología workflow y capacitación en competencias
conversacionales, es explosiva. Nuestra experiencia de trabajo, en Newfield
Consulting, de procesos de intervención orientados en esta dirección –como el que
realizáramos, por ejemplo, en Lagomar, unidad de explotación de PDVSA, en
Venezuela–, es un testimonio de este importante impacto.
La productividad del trabajo reflexivo de aprendizaje
Se ha dicho que el trabajo no sólo comprende la tarea individual y las actividades
de coordinación, sino que incluye una tercera dimensión que llamamos el trabajo
reflexivo de aprendizaje. Sosteníamos que éste es el trabajo que estamos obligados
a efectuar sobre el trabajo presente para garantizar nuestra capacidad de seguir
siendo efectivos en el futuro. De no hacer el trabajo reflexivo de aprendizaje, en el
futuro sólo podremos repetir lo que hoy estamos haciendo. En un mundo que todos
los días está modificando los estándares de efectividad, ello se traduce en garantía
de que lo que hoy hacemos estará obsoleto mañana.
Sin embargo, el desafío va todavía más lejos. De allí que insistamos en la palabra
"reflexivo" que utilizamos para hablar de esta dimensión de trabajo. No basta con
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trabajar sobre la forma en que hacernos las cosas (tareas individuales y actividades
de coordinación); es también necesario trabajar sobre la manera como trabajamos.
El trabajo reflexivo de aprendizaje tiene esa característica: se vuelve sobre sí
mismo en un espiral infinito. Es importante considerar este fenómeno pues vamos a
encontrarnos crecientemente con muchas manifestaciones de esta dimensión
reflexiva. Ella, por lo demás, es la expresión de uno de los rasgos más
sobresalientes del lenguaje humano: su capacidad reflexiva, su capacidad de
volverse sobre sí mismo y de estar en condiciones, por ejemplo, de preguntarse por
el tipo de preguntas que nos estamos haciendo.
Sostenemos que, dentro del capital intelectual que posee una empresa, una parte
muy importante guarda relación con su capacidad reflexiva. No basta con saber
ejecutar determinadas acciones directas. Resulta cada vez más importante saber
también trabajar sobre la forma como trabajamos. Resulta cada vez más importante
desarrollar capacidad reflexiva.
Permítasenos un paréntesis. Ha llegado a ser un lugar común sostener que en la
empresa del futuro lo único constante será el cambio. Que todo lo demás estará
sujeto a permanentes transformaciones. Ello muchas veces hace suponer que nada
se estabilizará. De ser así, el mero preguntarse por la estructura organizativa de la
empresa del futuro no tendría ningún sentido.
El hecho de que estemos escribiendo este trabajo y nos estemos preguntando
precisamente por los elementos que caracterizarán a la empresa del futuro
demuestra que no compartimos esa tesis. Pensamos que la empresa del futuro sí
estabilizará una particular estructura, a la vez que estará sujeta a transformaciones
permanentes. La capacidad reflexiva que ella deberá exhibir es, precisamente, uno
de los rasgos estables de la empresa del futuro. La importancia que adquirirán las
competencias conversacional les genéricas será otro. Y así podríamos mencionar
varios otros rasgos. El carácter del cambio que afecta a la empresa tradicional
puede equipararse con el tránsito de la monarquía, como régimen de gobierno, a la
república democrática. La segunda es una estructura abierta al cambio permanente.
Pero ello no impide reconocer que las repúblicas democráticas poseen una
determinada estructura.
La empresa tradicional, siguiendo a Taylor, separaba drásticamente el hacer del
obrero, del pensar del ingeniero. El trabajo reflexivo quedaba, por lo tanto,
restringido al segundo. Pues bien, uno de los elementos obsoletos de la empresa
tradicional es precisamente esta separación. Ello por varias razones. La primera,
por cuanto esta separación no tiene sentido cuando se trata de trabajadores no
manuales, muchos de los cuales son profesionales que realizan labores altamente
complejas, que requieren de altos niveles de formación. Suele no haber en el
interior de la empresas personas mejor calificadas que ellos mismos para discernir
las mejores formas de mejorar lo que están haciendo. Simplemente no es viable
pensar que para el variado rango de profesionales que hoy se desempeñan en las
empresas, podremos generar los ingenieros capaces de diseñarles a cada uno la
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mejor forma de hacer las cosas. Ello no implica que esos profesionales estén hoy
en condiciones de efectuar adecuadamente esa reflexión y ese aprendizaje. Pero sí
significa que ellos son los que deben ganar las competencias que los equipen para
efectuar este trabajo reflexivo.
Una segunda razón afecta a los propios obreros, a los trabajadores manuales. En la
actualidad, con los niveles de automatización de la producción y con las
condiciones de competencia que las empresas enfrentan en el mercado, las
circunstancias han dejado de ser las que existían a fines del siglo XIX y comienzos
del XX, cuando Taylor efectuaba su propuesta. El nivel educacional del obrero de
hoy es muy superior al que disponía en 1910.
Además, hoy reconocemos que el trabajador manual está expuesto a reconocer en
su entorno laboral inmediato posibilidades de mejoramiento que el ingeniero no
logra percibir y que la empresa no puede desaprovechar. Por otro lado, hay una
presión por el mejoramiento que muchas veces hace muy lento esperar que los
problemas alcancen a llegar a la mesa del ingeniero para que éste los resuelva.
Ello ha abierto el espacio para formar a los propios obreros en un conjunto de
competencias que les permita llevar a cabo por lo menos parte del trabajo reflexivo.
Los "círculos de calidad", impulsados por el movimiento de calidad, han sido una
expresión concreta de desplazamiento en esta dirección. Pero, en general, gran
parte del movimiento de gestión de calidad total se ha orientado en este mismo
sentido: generar herramientas, procedimientos, metodologías, que permitan el
desarrollo de las competencias requeridas por el trabajo reflexivo de aprendizaje.
Ese es el carácter que tienen, por ejemplo, propuestas como las de los modelos
WV o PDCA, por mencionar algunos de los modelos más característicos del
movimiento de calidad.
No es extraño, por lo tanto, encontrarnos con expresiones como las que aparecen
en el libro de Shoji Shiba, Alan Graham y David Walden, A New American TQM.
Ellos escriben:
"¿Por qué es necesario el "market-in"? El concepto "productout" se ciñe a la teoría de la división del trabajo de Taylor: unas
personas trabajan siguiendo procedimientos estándar, y otras
trabajan en la mejora. El concepto "market-in" elimina este
concepto de separación de tareas o funciones. Al contrario, el
concepto postula la función dual del trabajo; esto es, cada uno
trabaja en el cumplimiento de procesos estándar (trabajo
diario), y en la mejora. La dificultad de la teoría de la división de
funciones de Taylor (entre otros problemas) es que no permite
reaccionar con la rapidez suficiente para satisfacer a los
clientes en el mundo de hoy, con sus cambios acelerados."
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Un planteamiento a este respecto que nos parece interesante es el que desarrollara
Donald A. Schön, el ya desaparecido profesor del Massachusetts Institute of
Technology (MIT). Schön nos reitera que ha llegado el momento de corregir la
separación que a nivel de la sociedad global hemos, establecido entre trabajo y
pensamiento, entre acción y reflexión. La manera como la Sociedad en su conjunto
ha manejado hasta ahora estas dos dimensiones de la existencia humana, ya no
nos sirve.
El profesional, el trabajador intelectual, no ha sido equipado con las competencias
para desarrollar capacidad reflexiva desde su propia acción profesional. Su
responsabilidad ha sido la de aplicar los conocimientos que se le entregaron
durante su formación. La reflexión, por su parte, se ha concentrado principalmente
en instituciones académicas que no están vinculadas a los requerimientos de la
acción. No disponemos –y resultan cada vez más urgentes metodologías
suficientes para sustentar un tipo de reflexión diferente de aquella a la que hemos
estado acostumbrados. Se requiere, nos dice Schön, de una reflexión en la acción.
El profesional del futuro requiere transformase, insiste Schön, en un practicante
reflexivo, que sepa integrar acción y reflexión, de manera de producir un
permanente enriquecimiento de su hacer.
Pues bien, así como constatamos que la tarea individual del trabajador no manual y
las actividades de coordinación descansan en competencias conversacionales, al
examinar el trabajo reflexivo de aprendizaje no podemos dejar de reconocer que
éste, de igual forma, descansa en procedimientos conversacionales específicos. La
reflexión, la actividad del pensar, no es otra cosa que la aplicación de determinadas
prácticas conversacionales. Algunas de ellas pueden llevarse a cabo
individualmente, muchas otras involucran a otros. Pero se trata siempre de un
conjunto particular de competencias conversacionales. Una vez que lo entendemos
así, desmitificamos el fenómeno del pensar y reconocernos que éste es un dominio
de aprendizaje como cualquier otro. El problema ahora consiste en identificar y
desarrollar esas prácticas conversacionales reflexivas. Tema éste que obviamente
excede los objetivos del presente trabajo.
Si tomamos, por ejemplo, los modelos propuestos por el movimiento de calidad, lo
que encontramos son precisamente un conjunto de prácticas conversacionales a
través de las cuales el trabajo reflexivo de aprendizaje puede llevarse a cabo. No es
extraño, por lo tanto, que dentro de ese movimiento se haya observado, desde muy
temprano, una gran sensibilidad por las cuestiones del lenguaje y un vivo interés
por vincularse con los avances registrados en esta área. Testimonio de ello es la
influencia que ejerce la obra de los Hayakawa en algunas de las vertientes más
poderosas del movimiento de calidad. La relación de colaboración que hemos
mantenido con el Center for Quality of Management (CQM), en Massachusetts, así
nos lo atestigua.
La importancia del trabajo reflexivo de aprendizaje expresa el compromiso presente
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de la empresa por el trabajo futuro y juega un papel equivalente al que ha adquirido
el trabajo innovador a nivel de la tarea individual. Ambos vuelcan a la empresa
hacia el futuro, hacia el cambio, hacia la transformación y el aprendizaje como
disposiciones permanentes. Ya no se trata sólo de diseñar los procedimientos más
eficaces para realizar el trabajo o de buscar las mejores practicas para importarlas
ala empresa. Ello, por supuesto, sigue siendo importante. Pero no es suficiente. No
basta con buscar la estandarización de las prácticas que han demostrado ser
mejores.
La mirada debe estar puesta todavía más adelante: en lo que todavía no se
dispone, aquello que no se conoce. El compromiso está en la capacidad de
descubrir las insuficiencias de las prácticas estándar de hoy y de superarlas. El
objetivo es asegurarse que uno mismo hala obsoleta la forma propia de operar,
antes de que lo haga la competencia. Para ello, es necesario que la propia empresa
esté en permanente competencia consigo misma, con su presente. Ella debe ser su
más duro y exigente competidor.
Es necesario erradicar la complacencia, el sentido de satisfacción que pueda
producirnos la manera como hacemos las cosas en el presente y que nos lleva a la
inmovilidad. El presente siempre puede ser mejorado, superado. Lo que atrae al
comportamiento se ha desplazado hacia el futuro. Desde allí opera. Como nunca,
es el futuro el que debe determinar lo que hoy se hace. Ello convierte a la
innovación y al aprendizaje en los grandes motores del desarrollo empresarial.
De allí la importancia que ha adquirido el terna del aprendizaje organizacional, cuyo
principal portavoz ha sido Peter Senge y cuyo lugar fundamental de debate y
difusión lo constituye la Society for Organizational Learning (SOL). El problema
básico del aprendizaje no reside en que haya determinadas cosas que aprender, y
las hay en abundancia. El problema consiste en que la empresa debe estar
permanentemente aprendiendo como parte de su quehacer cotidiano. El
aprendizaje es hoy en día parte inherente del trabajo. En el pasado hablábamos de
aprendizaje cuando detectábamos un "algo" que requería ser aprendido. En la
actualidad ello se ha invertido. El aprendizaje es una disposición básica que está
buscando, inventando, lo que requiere ser aprendido y que, como disposición, debe
estar presente incluso antes que asome lo que se aprenderá.
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